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Se hace referencia a una posibilidad de hacer un recorte en el espacio y el tiempo actual, y a la vez
contar con un proceso de historia que nos permita entender ese haber llegado acá en el cual estamos
focalizando.
En este caso, se piensa la trayectoria en el marco de una historia, de una situación determinada, no
podrá anticiparse totalmente y siempre contará con sentidos que requieren de reinvención y de
construcción cada vez. Se trata de comprender la trayectoria en el ínter juego del tiempo: entre pasado,
el presente y el porvenir, lo hace sin sostener linealidades, sino de una manera compleja. Lo que
implica no darle perspectivas de acopio.
Trayectorias y narración
La trayectoria es un relato, las relaciones con el tiempo se verán atravesadas por los acontecimientos
propias del tiempo narrado, del tiempo de su narrador, quien a su vez se ve atravesado por su estar en
el tiempo.
No se trata de saber cómo es la trayectoria de un estudiante, de un profesor, sino quién es él, qué
significa para cada uno su recorrido y en qué relaciones se sitúa con el colectivo. Lo que interesa
es darle la palabra a ese alguien, escucharlos, caminar a su lado, entenderlo como sujeto protagonista
de una narración que tiene que ver con la manera a través de la cual da cuenta del camino recorrido.
Difícil es para muchos poner palabras a la experiencia vivida a lo largo de la formación, o en el
encuentro de trayecto de formación de distinto tipo.
Trayectoria y pensamiento
Quien acompaña trayectorias sólo despliega su pensamiento entre él mismo y los otros,
construye un dispositivo para promover pensamiento en común que modifica a todos los que se hallan
allí, dispuestos al trabajo, en torno a una “cosa en común”. Por lo tanto, el pensamiento que se da
entre trayectorias es de todos. Las condiciones del pensamiento demandan construcción, encuentro,
detenerse con otros para “armar” escenas, dispositivos, organizaciones provisorias que sostengan el
trabajo y a cada uno, en él, en medio de incertidumbres y apoyados en puntos de certeza.
Por lo tanto, hablar de trayectorias implica referirnos a una cuestión institucional, más allá de la
posición que se ocupe: cada uno desde su lugar colabora en la mediatización necesaria para que la
educación y la formación como universales y en cualidad de derechos, se concreten de algún modo
en los espacios organizativos.
En la formación, la transmisión es una de las ideas que la sostiene, que la define. No solo se
transmiten conocimientos o modos de hacer, también se transmiten culturas, tradiciones,
novelas, historias, etc. Y el mayor desafío como formadores será aceptar que quienes reciben ese
legado, lo “re-tocan”, lo amoldan, lo transforman, en parte para garantizar el pasaje, en parte para
garantizar que pueda ser portado por quien lo recibe.
La inactualidad:
Las autoras nos anuncian que el objeto de la formación se simboliza cuando este estudiante ya es
educador y ya no necesariamente tiene a sus formadores cerca, cuando ese alumno se encuentra en
una situación sin que su maestro lo acompañe. La trayectoria de un estudiante lo lleva a ubicar una
posición institucional que se puede pensar en más de un tiempo.
La trayectoria requiere de determinadas condiciones para que el estudiante la construya, según las
vicisitudes que el proceso formativo le pone.
Pensar las trayectorias en relación con los dispositivos nos lleva a advertir que es necesario ofrecer
situaciones, en las cuales pueda construir un tipo de relación con el saber.
El trabajo de las trayectorias educativas acontece siempre entre sujetos e instituciones. Cada una abre
un recorrido que es situado, particular, artesanalmente construido y remite al mismo tiempo a
dimensiones organizadas que es donde la trayectoria se despliega.
Construir una identidad se vincula cómo nos pensamos a nosotros mismos enseñando o
aprendiendo en el marco de una cierta organización escolar. Lo que nos hace decir quiénes somos y
quiénes queremos ser, cómo nos proyectamos en alguien que es y va siendo a la vez, inacabadamente,
que no está aquí todavía, que está por ser.
Al decir sujeto tenemos que decir sujeto situado, siendo en una historia, constituido psíquica y
políticamente siempre en relación con otros y con el mundo, enlazado por la palabra y la narración,
la promesa y el sentido del encuentro sensible con esos otros. La subjetivación es, por el contrario,
una des-naturalización, un desplazamiento en relación a un “si mismo” no interrogado, para
encontrarse en el pensamiento y la palabra. Por ello, la subjetividad requiere de la palabra de otro
pero supone el rechazo a la repetición de esta palabra.
El sujeto no existe de antemano, los procesos de subjetivación le hacen lugar, la subjetividad
es el trabajo por el cual se “hace” ese lugar humano que requiere de ciertas condiciones: la
palabra, la igualdad, la relación a otros.
Subjetividad se articula así con legalidad. Las legalidades son intrínsecas a los procesos de
subjetivación y nos hacen posibles. Entendemos por legalidad a un ordenamiento simbólico que
habilita los encuentros, el movimiento que deviene de ellos y la búsqueda lo que humaniza los
espacios, diferencia lugares, establece límites de modo que cada uno pueda delinear su propio espacio,
distribuye responsabilidades y otras posibilidades.
Lo común es algo posible, en ocasiones virtual, necesariamente abierto, que demanda seguir
construyéndose, pero que sin embargo tiene unos límites y formas determinadas que permiten
sostenernos.
Crear un común, tiene que ver con crear un espacio de articulación distinto, complejo, de reunión de
singularidades que no se suman unas a otras ni se toleran simplemente por la obligación de vivir juntas
tampoco de sujetos que sacrifican su espacio subjetivo para entrar en una masa indiferenciada con otros.
Sin el reconocimiento de la igualdad entre ambos en tanto seres de palabra, el acto educativo se
transforma en pura imposición de una jerarquía que vuelve “inferior” a quienes aprenden porque necesita
de la reproducción de relaciones jerárquicas para sostener los lugares inamovibles del saber-poder. Es
interesante pensar el lugar de la enseñanza de un maestro con la idea de texto borroso, cuyas palabras
se leen en parte, a medias recordadas y distantes aunque próximas. Un texto escrito que lleva a otro texto
escrito, y así. El maestro deja huellas que el tiempo guarda y borra. Ejerce una autoridad que se olvida,
cuya imagen se pierde, imprimiendo en su lugar una escritura sobre la cual el alumnos seguirá
escribiendo.
Estas experiencias establecen un juego entre lo común y lo singular, lo que reúne y lo que
separa, lo sabido y lo ignorado. La igualdad actualizada atraviesa continuamente estas escenas. La
experiencia opera una división de lo sensible particular, todo está allí como siempre: la escuela, sus
tiempos, sus espacios, los alumnos y maestros o profesores, las aulas y las bibliotecas, los libros y las
palabras y las relaciones habituales. Existe trabajo psíquico y
político. La escena permite, según la lectura que se haga, ver capacidades en lugar de incapacidades,
escuchar palabras en lugar de ruido, advertir estrategias de la inteligencia como trabajo o en proceso con
otros, en lugar de déficit individuales.
Las escenas muestran que lo sensible es una producción, que el mundo que vemos y
percibimos es una construcción posible entre otras y que variando las posiciones en las
escenas, lo percibido puede ser de otro modo y las capacidades desplegadas, asumidas por
cualquiera.
Entendiendo por acompañamiento a la revisión que se reconoce como trayectoria, con el peso propia
de un recorrido.
Un primer rasgo tiene que ver con una sensación, algo que se puede palpar. Se refiere a lo que cada uno
hace, de cómo formar parte es en algunos casos, más una cuestión discursiva que un hecho, que se asocia
al trabajo común con hacer acuerdos, estar de acuerdo, homogeneizar lo diferente. Otro rasgo, se refiere
a la nostalgia por el alumno que llega y la diferencia entre éste y el que se espera.
Si nos acercamos a los significados habituales de acompañar, estos tienen que ver con ayudar, sostener,
escoltar, asesorar, etc. En todos los casos se da por supuesta una actividad en el marco de una relación.
El trabajo del acompañamiento hace un doble movimiento: mirar desde dentro de la situación y mirar
de frente a la situación, como si uno invitara tomando de la mano al otro a salir de su escena y no
enfrentarse a ella en el sentido de enfrentar, sino de ponerse de cara a ella.
Desde aquí, acompañar, se asocia a un punto de partida que se abre. Y en este sentido es un espacio de
producción de determinado saber, con un encuadre que garantízale lugar de la terceridad. Y se trata de
un tipo de vigilancia sobre ese encuadre, sobre las posiciones, sobre los objetos de análisis, sobre los
propósitos, que hacen límite, en el sentido que se requiere de alguna prescripción anticipada que
simultáneamente dará lugar la posibilidad de movimiento.
Esta idea de acompañar a una trayectoria formativa se constituye en un espacio que tiene lugar para algo
no pensado, de una mirada que se recoloca. El acompañamiento tiene que ver en parte con reconocer
que se trata de un espacio en el cual quienes allí se encuentren. Tienen entre manos la posibilidad de
desmitificar los misterios que solo el experto aporta y el especialista conoce, para adentrarse en la
reflexión de lo que hacen. No se trata de modelos a seguir, sino sólo la punta de un ovillo a seguir
desarmando con todo el desconcierto y el acierto que este recorrido implica.
El despliegue del pensamiento es una de las vías del acompañamiento. Y esto puede afirmarse en dos
sentidos:
Los contenidos están constituidos por recuerdos de percepciones pasadas. Dan forma, sentido,
establecen estructuras dinámicas “donde los contenidos de pensamiento pueden aparecer, adquirir
sentido, ser comprendidos y comunicados por el sujeto”, ayudan a ligar, a integrar lo interno y lo externo
de la experiencia, a transformar emociones en pensamiento.
Pensar a otros, es otra modalidad del acompañamiento, porque los reconocemos diferentes e intentamos
comprender sus motivos, sus necesidades, sus particulares, sus certezas.
No es una visita que se hace a una escuela para ver cómo marcha en su día a día, no es un trabajo de
asesoramiento pedagógico en sentido estricto, no es una capacitación a menor escala, no es una cinta de
transmisión que lleva y trae entre espacios diferentes. Se trata de un acto de intervención que permite
abrir un espacio de terceridad, en el cual apela a otro y a otros para poner en cuestión para reflexionar
siempre generando condiciones para que esto ocurra.
Se expone en este libro que las trayectorias no son relatos singulares, sino que se enlazan con
los de otras personas, formándose trayectorias, que cada uno a lo largo de su propia
experiencia va formando su historia. La trayectoria es el recorrido que damos en un tiempo y
espacio bien marcado, el cual nos permita ver el cómo se ha llegado hasta acá.
La lectura Entre Trayectorias nos autoriza a entender esta historia, no como la historia de
alguien con inicio y final, sino como configuraciones que se anudan en diferentes puntos,
donde puede darse una confusión de registros en los mismos testimonios y donde puede
haber tanto continuidades como rupturas que inauguran otra continuidad, en otro registro.
Mi trayectoria desde que empecé jardín de infantes no la he construido yo sola, sino con los
seres que he tenido alrededor, y es algo que se produce inevitablemente.