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Palabras clave
Introducción
Las manifestaciones del ello evidenciadas a través del uso de una técnica basada
en el modelo estructural parecen menos coloreadas por los procesos mentales
propios del analista que aquellas interpretadas o reveladas al paciente por medio
del abordaje anterior: la técnica topográfica. En la era post-positivista estamos
más conscientes que antes acerca de la imposibilidad de eliminar las influencias
subjetivas, pero la dimensión cuantitativa cuenta, y el nuevo abordaje parece
haber establecido una diferencia significativa a este respecto.
Desde el trascendental descubrimiento de Freud (1923) de que no sólo el ello
reprimido, sino también el yo represor operaban inconscientemente, resultó
evidente que las contrafuerzas yoicas tenían que ser también analizadas. Existen
razones dinámicas obvias que explican por qué los mecanismos de defensa son
asimismo inconscientes. Waelder (1967) nos recordó que “no puede mantenerse
una idea fiablemente reprimida si al mismo tiempo es uno consciente de haberla
reprimido, porque esta consciencia alertaría la mente hacia una indagación,
haciendo insegura la represión” (p.354). Es por esto que el análisis de las
defensas inconscientes se hizo imprescindible en la tarea analítica.
Gray (1982) describió una serie de “fijaciones” existentes durante los primeros
tiempos de la evolución de la teoría y la práctica analítica que dan cuenta del
“retraso en el desarrollo” de la técnica psicoanalítica a la hora de progresar desde
la teoría topográfica a la estructural. La primera resistencia en su lista respecto a
“la desconcertante oposición a aplicar ciertos conceptos yoicos a la técnica” era “la
fascinación del analista por el ello” (p.640). Ésta habría postergado el interés de
los analistas por la miríada de maniobras defensivas determinantes del carácter a
que recurre la mente ante las pulsiones. Sin embargo, querría sugerir aquí que (1)
dicha fascinación fue y continúa siendo central en el psicoanálisis, no excluyendo
el análisis del yo inconsciente; y (2) el problema de la gratificación en el uso de la
primera técnica reside no tanto en el reconocimiento del ello y su magnetismo,
como en la satisfacción fantaseada de los anhelos del analista por la omnisciencia
y otras pretensiones grandiosas (cf. Paniagua, 2001).
En su nota editorial al caso Dora de Freud, Strachey (1953) escribió que el estilo
interpretativo utilizado en ese tratamiento “representaba las perspectivas teóricas y
los métodos técnicos de Freud propios del periodo inmediatamente posterior a la
publicación de La interpretación de los sueños” (p.5). En efecto, el uso por parte
de Freud (1905) de “artes de traducción” (p.999) y el recurso a la “interpretación
simbólica” (p.954) en este caso son paradigmáticos de la temprana época
preestructural, esto es, de la técnica topográfica, que Freud nunca abandonó y
que ha sido empleada por muchos analistas posteriores.
Es bien conocido que tanto Anna Freud como su padre superpusieron los nuevos
conceptos estructurales a la primera técnica topográfica (Sandler y Freud, 1985).
Ejemplos de ésta son las conclusiones interpretativas de Freud de que el
comentario con el que Dora calificaba a su padre como “un hombre de recursos”
significaba en realidad que era “un hombre sin recursos” y, por tanto, “impotente”
(p.958); el sueño de Dora sobre el “cofrecillo” aludía claramente al “genital
femenino” (p.971); y las imágenes de una “estación” y un “cementerio” tenían este
mismo significado anatómico (p.988). Es bien sabido que Freud utilizó ecuaciones
interpretativas similares en casos posteriores. La gratificación proporcionada por el
empleo de este abordaje descifrador de ideas parecería encajar con lo que
Fenichel (1941) denunció como “la tentación [del analista] de ser mago” (p.24).
Los estilos técnicos que intentan dirigirse directamente a procesos del ello suelen
perturbar en el analizado, a veces de forma traumática, la necesidad básica de
una homeostasis psíquica. Es entonces cuando, comprensiblemente, “los
pacientes reaccionan como cualquier persona que se siente amenazada” (Busch,
1999, p.48), i.e., regresando inconscientemente al uso de defensas que les
hicieron sentirse seguros y rechazando a veces por completo el tratamiento, como
en este caso descrito por Waelder en 1941-42:
Daré un ejemplo mío del uso clínico de una técnica de inspiración topográfica: Uno
de mis primeros pacientes me relató un sueño en el que se vio desnudo nadando
en agua clara. Su desnudez le recordó situaciones profesionales embarazosas en
las que temía que sus colaboradores pudiesen constatar fácilmente sus errores.
Yo le dije, “Su sueño tiene lugar en el agua y mi apellido acaba en ‘agua’. ¿Qué
piensa Vd. de eso?” Con intervenciones de esta índole, ¿cómo podía el paciente
discernir sus fantasías de las mías? Mi analizado respondió, “Lo encuentro
ridículo. Me parece que está dictando Vd. hoy el programa, aunque es verdad que
ayer pensé mucho en Vd.” En retrospectiva, creo que mi intervención fue
contratransferencial y estuvo notablemente alejada del afecto del paciente. Éste
respondió a esta idiosincrasia mía. No obstante, debo decir que tomé como señal
de una alianza terapéutica sólida el hecho de que se atreviera a expresarse de
forma abiertamente crítica sin temor a herirme excesivamente o miedo a una
venganza por mi parte. De modo bastante típico, intentó congraciarse (“es verdad
que pensé mucho en Vd.”) después de su comentario negativo. Cuando los
pacientes se sienten suficientemente seguros, pueden mostrarse afirmativos y
repudiadores de las tesis del analista, dentro de una conformidad doctrinal.
Pero, ¿por qué nos resultan tan atractivas las conexiones adivinatorias? En su
seminario de técnica, Reich (1930) advirtió en contra de la tentación de cortar el
nudo gordiano de la patología del paciente y, sin embargo, escribió repetidamente
acerca de la desvelación del sentido real de los síntomas antes de analizarlos.
¿Por qué es más tentadora la asignación de un sentido al material que la ayuda al
paciente para encontrar auténticos significados por él mismo –significados, por
cierto, que el analista puede no haber previsto? Seguramente, la respuesta a
estas preguntas se halla en la seducción de las contraproyecciones, en la
tentación de representar un papel omnisciente, y en el deseo (descaminado) de
hallar un atajo a la resolución del enigma neurótico del paciente. El estilo
interpretativo de informar a éste de lo que el material clínico “significa realmente”,
especialmente por medio del uso de reconstrucciones ambiciosas, es
característico de la técnica topográfica de Freud. Esta técnica suele implicar (1)
una coalescencia del material del analizado con las asociaciones (personales o
teóricas) del analista, y (2) un análisis precario de la transferencia de autoridad
(Gray, 1991b).
Ejemplos clínicos
Viñeta 1
ANALISTA: Como en la última sesión que tuvo que levantarse del diván para ir a
orinar.
P: Sí. Cada vez que vengo a la sesión tengo que preguntarme, “¿He ido al
servicio?” Siento mucha turbación cuando la gente dice que tiene que ir al váter.
Me acuerdo de ver en Perú a los hombres orinando contra un muro. La verdad es
que tengo otros pensamientos –acerca de los genitales. (Pausa).
P: (Risa). ¡Sí, eso! Es normal para un médico ver todas las partes del cuerpo, pero
no pensar en ellas sexualmente. Me acuerdo de cuando vi revistas guarras por
primera vez. (Pausa). De niña yo era regordeta y mis hermanos se reían de mí,
llamándome ‘bollito’. Nunca fui delgada, pero tampoco desarrollé grandes pechos.
Mucho me temo que un hombre sentiría repulsión si me vieran sin ropa.
A: Teme que sintieran lo que Vd. misma siente hacia su cuerpo.
P: Sí, y por eso me parece una tontería intentar siquiera ser seductora, aunque
siempre acabe volviéndome loca por alguno. (Describió entonces una serie de
jóvenes de los que se había enamorado en su adolescencia). Esta mañana mi
amiga Carmen y yo estuvimos hablando de qué hace atractivos a los tíos –cuando
salen mojados de la piscina. Pero ¡qué estupidez!, ¿por qué estoy hablando de
esto?
A: Observe cómo justo después de evocar una imagen ‘sexy’ tuvo que tratarla
como si no tuviese sentido.
P: Porque es tan embarazoso... Fui educada para creer sólo en ideas racionales
elevadas y me resulta muy difícil admitir sentimientos animales. Este sábado
conocí en una fiesta a un chico con un Máster en Filología Hispánica y ¡qué bien
hablaba! Era muy bien educado y yo no quería meter la pata, pero todo el asunto
sexual me estaba volviendo tarumba.
P: (Tras enumerar una serie de ventajas materiales de las que suponía que yo
disfrutaba). Cuando era un chaval deseaba que mi padre fuese rico. Y ahora
querría ser tan inteligente y exitoso que Vd. me viera como un pródigo, esto, ah,
como un prodigio.
A: Desearía verme como un papá poderoso y Vd. ser mi hijo especial y favorito.
P: Sí, sería una solución inmediata. (Pausa). Lo que cruza mi mente ahora es
jugar al golf, palos de golf, darle un palazo a mi padrastro en los huevos, matar al
hombre que me zurró. Ojalá pudiese decirle, ‘¡miserable hijo de puta!’. Siento una
enorme rabia por haber sido dominado por ese cabronazo despiadado incapaz de
excusarse ni arrepentirse. Tengo buenos motivos para odiarle con toda mi alma y,
sin embargo, me pregunto por qué me siento aún ligado a individuos como él. Mi
aborrecimiento tiene que estar enmascarando otras cosas. Lo que me duele más
es el sentimiento de no tener poder alguno.
P: Sí. Siento este enorme deseo de atacar, pero también sé que un niño pequeño
puede hacerle poco daño a un padre. (Pausa). ¿No es terrible que haya tenido
que depender tanto de él para mi sentido de masculinidad? Ahora me atrevo a
llamarle de todo, pero eso no podía hacerlo enfrente de él. No podía permitirme
que eso destruyera la posibilidad de que al final acabara queriéndome.
A: Ya.
P: ¿Ya? (Gritando). ¿Es eso todo lo que tiene Vd. que decir?
P: Aquí con Vd., como con mi padrastro, podría volverme tan jodidamente
receptivo... Percibía yo de niño que éste necesitaba humillarme para sentirse
competente y me conformaba. Es como si le imaginara sodomizándome para su
propia satisfacción. ¡Ahí lo tiene! ¡Un niño sonriente con el culo ensangrentado!
(Gritando y con tono amenazante). ¿Me entiende o no? (Pausa). Cuando aguanta
la respiración así sé que le estoy afectando.
Viñeta 3
A: Y en su manera de hablar.
P: Pues no sé cuáles.
P: Este jueves tengo que ir a un jurado y no estoy segura de que pueda llegar a
tiempo a la sesión.
P: ¿Está sugiriendo que me visto para Vd. igual que me visto para Rafael?
A: No, pero la verdad es que su asociación puede darnos que pensar. Lo que
quería decirle es que echa Vd. tierra encima a ciertos sentimientos que
experimenta aquí, en frente de mí.
P: Podría verle entonces como una especie de corruptor. Es curioso, ah, pero lo
que temo, ah, es que empezara a gustarle. Desde niña aprendí a ser cautelosa.
En casa sentía una tensión horrorosa con mis padres. Lo que voy a decir es
embarazoso, pero de verdad sentía que podía convertirme en un imán para los
hombres y que tendría que mantenerles a raya toda mi vida.
P: ¿Qué significa eso de ‘los únicos’? Ah, creo que está Vd. implicando que
también yo podía haber estado secretamente interesada. Mmm. Bueno, el hecho
es que he tenido un marido y bastantes novios.
Viñeta 4
A: Quiere decir que entraría con él en ese tira y afloja que tanto le gusta jugar,
saliendo ganadora.
P: Sí, es el viejo tema de considerarme la chica más lista del barrio. Esto me
recuerda a una situación con mi otra analista. (Pausa). Cuando le conté el sueño
de la cagarruta que tenía forma de pene, me interpretó inmediatamente, “Claro, y
Vd. no quiere que ningún hombre le meta dentro una mierda.” Ella pensaba que
era una interpretación astuta, pero eso no era lo que yo tenía en mente. En el
sueño el excremento había salido de mí. Ella creía que era una especie de
detective perspicaz. En la consulta tenía un montón de viejas fotos de Freud. A mí
eso me parecía un culto a la personalidad inadecuado. Esta mujer me daba
lástima... Probablemente nunca se había casado. Intentaba demostrarme sus
conocimientos con demasiada frecuencia y a mí me parecía bastante burda.
P: (Asintió con la cabeza). (Pausa). Anoche soñé otra vez que me habían robado
el bolso porque lo dejé de la mano. No me importa regalar cosas, pero no soporto
la idea de que nadie se lleve cosas mías. Me acuerdo de cuando al principio solía
llegar temprano a la sesión y me hacía Vd. esperar en la salita de espera.
P: Es como si Vd. hubiese pensado que quería robarle unos minutos. (Pensativa).
Mm, bueno, quizás había algo de cierto en eso. (Pausa). En los sueños esos de
los bolsos siento como si me arrancaran una parte de mi cuerpo. Asocio el robo a
la pérdida de mi virginidad -algo irreparable que fue culpa mía. Me acuerdo de la
cara de mi madre cuando le dije que me había metido el dedo en la vagina.
Parecía abochornada y alarmada, como si yo hubiese arruinado algo. Más tarde oí
a mis tías hablar de una membrana que teníamos las chicas ahí abajo y pensé, ‘La
he debido romper con el dedo’. Pero no sé, la verdad es que un bolso no se
parece para nada al himen. (Pausa). Lo que me viene ahora a la mente es el día
cuando mi madre dejó el bolso en lo alto del armario. Tenía yo siete años y sabía
que estaba ocultándome algo. Me subí a lo alto y le abrí el bolso para ver qué
secreto escondía. Lo que me encontré fue una compresa ensangrentada.
Discusión
Ciertamente, los contenidos del ello son magnéticos, pero también pueden ser
imponentes y temibles, en cuanto a su potencial para que en la escucha analítica
se despierten toda suerte de tendencias instintuales y de angustia. Gray (1982)
escribió elocuentemente acerca de “la vulnerabilidad narcisista del analista al ello
del paciente” (p.651). Esta vulnerabilidad se acentúa cuando quiera que el analista
es sujeto a la variedad específica de derivados pulsionales que puede evocar el
uso de una técnica estructural. El problema se hace aun más pronunciado cuando
la expresión de dichos derivados se manifiesta a través de “una libertad
creciente...en las percepciones de las realidades externas” (Gray, 1973, p.483), lo
que para el analizado incluye las características verificables del analista.
“Mientras que los científicos y filósofos pueden dedicar toda una vida a la
búsqueda de un pequeño fragmento de la respuesta a los grandes misterios de la
Humanidad, nosotros creemos llegar a respuestas de este tipo a diario, si no
varias veces al día, cuando nos centramos seriamente en nuestra labor” (p.118).
Puede uno recordar aquí la definición de Hartmann (1959) del análisis como “el
estudio sistemático del autoengaño y sus motivaciones” (p.20). Este fenómeno
proyectivo resulta aun más visible cuando las exégesis analíticas se aplican, fuera
del ámbito clínico, a manifestaciones culturales, históricas o artísticas. La opción
por un abordaje topográfico se ha suplementado a veces con la racionalización de
que la adhesión a la posterior técnica estructural, que analiza cuidadosamente el
conflicto a través de su estratificación defensiva, es poco imaginativa –e incluso,
quizás, una señal de inhibición.
Además, no hay que olvidar que con las técnicas psicoanalíticas primitivas –así
como con muchas otras formas de tratamiento- puede conseguirse
internalizaciones beneficiosas. Hace más de medio siglo que Glover (1955) llegó a
la conclusión de que las interpretaciones profundas inexactas o incompletas
resultaban terapéuticas por sus componentes sugestivos. Estas interpretaciones
“pseudo-profundas” pueden ser recibidas favorablemente por el analizado, quien,
de modo inconsciente, las ve como una oportunidad para evadir la exploración de
significados dolorosos más auténticos. La contrarresistencia del analista puede
resultar así empeñada en una colusión inadvertida con la resistencia del paciente.
Esta resistencia estará predicada no sólo en la predisposición del paciente a
ahorrarse afectos displacenteros, sino también en la gratificación de anhelos
pasivos de sometimiento al ascendiente parental del analista. Esta interacción
transferencial-contratransferencial encaja insensiblemente con el deseo regresivo
–sancionado por la tradición médica- de ser tratado por un doctor que todo lo
sabe. A veces subestimamos el deseo de dependencia de los pacientes. Freud
(1910) nos recordó, “La inmensa mayoría de los hombres es incapaz de vivir sin
una autoridad en la que apoyarse” (p.1567).
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