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NOTA DE TAPA> MARÍA MORENO


DOMINGO, 30 DE OCTUBRE DE 2016 LOS MAREADOS
MARÍA MORENO PRESENTA BLACK
MARI A M O R E N O OUT, EL LIBRO DE RETRATOS,
ENSAYOS Y TERRITORIOS DE LA
LOS MAREADOS HERMANDAD DEL...
Por Ana Fornaro
EL CANDIDATO
Comenzó como un texto periodístico para una sección de relatos
Por Jorge Dorio
confesionales que se tituló “La pasarela del alcohol”. Esas treinta y pico de
ENTREVISTA > TOM ZE
páginas que años atrás publicara María Moreno en la revista Latido fueron
APETITO CANÍBAL
creciendo hacia otras zonas y territorios que ligarían el alcohol a la Por Juan Ignacio Babino
literatura, a retratos de periodistas y artistas como Gumier Maier, Miguel DOBLE DE CUERPO
Briante, Claudio Uriarte, Charlie Feiling o Norberto Soares, a los bares de Por Diego Brodersen
Once y el Centro, a la figura del padre, a la infancia. El resultado es Black ESPACIOS > (EXPERIENCIA) HIEDRA
out (Random House), un extraordinario relato que une la crónica, la BIEN PLANTADAS
literatura y el microensayo bajo la mirada siempre llena de humor y Por Cristina Civale
extrañeza de la autora. En esta entrevista, María Moreno reconstruye los HISTORIETA > JAZMIN VARELA
pasos que la llevaron años después a este libro de memorias, recuerda a DE LOS PELOS
Por Andrea Guzmán
sus protagonistas y explica por qué los bares se prestan para filosofar entre
amigos, bohemios y extraños. PINTURA > PABLO DE MONTE
LA BÚSQUEDA DEL PARAÍSO
Por Santiago Rial Ungaro
Por Ana Fornaro
MUSICA > OMAR RODRIGUEZ-LOPEZ
QUE SE VENGAN LOS DISCOS
“Yo no confieso, cuento”, dice María Moreno casi en penumbras cuando va
Por Juan Andrade
cayendo la tarde en el barrio de Once, y en casi todos lados. Afuera llueve y
MUSICA >TOCA EN BUENOS AIRES LA
adentro hay una calidez extraña –no es calefacción, tampoco encierro– y SENSIBLE Y PODEROSA ROCKER
quien cuenta que no confiesa está sentada frente a una mesa larga de AUSTRALIANA COURTNEY BARNETT
comedor donde se mezclan algunos papeles con un termo de café y un plato LA CHICA DEL SUR
Por Micaela Ortelli
de masitas secas para recibir a la visita y conversar sobre Black out, un
VALE DECIR >
artefacto literario que deslumbra y bien podría calificarse de obra culmine, LOS PAYASOS MALDITOS
punto de llegada, plantada de bandera, si eso no sonara a entierro o
VALE DECIR
despedida. Porque aquí la autora hace un montaje de temas, textos, y POP AL DESNUDO
operaciones críticas ya presentes en otros libros y el lector puede reconocer, INEVITABLES
como en un juego detectivesco, extractos de Vida de vivos (donde ya Inevitables
aparece la radiografía del barrio Once, mito de origen y novela familiar), SALI
Banco a la sombra (con sus desplazamientos de anti-viajera, o viajera LUGARES ESCONDIDOS
Por Sandra Martinez
plebeya) y en particular “La pasarela del alcohol”, esa mezcla de ensayo y
F.MERIDES TRUCHAS
crónica intimista sobre la bebida escrito para la revista Latido.
EL NUDO INFINITO
Por Daniel Paz
–Yo lo digo como una bananada, eso de que me auto-reciclo. Pero pienso
que un texto ubicado en otro tiempo, espacio y soporte cambia el sentido.
Hay un poco de picaresca atorranta ahí. Utilizo algo que ya publiqué en los
medios y al volverlo libro le doy otra estabilidad. En aquel momento Daniel
Ulanovsky Sack quería hacer una sección de relatos confesionales y pedía
amarillismo íntimo. Mi amigo Daniel Molina contó su historia de prisión como
militante y además gay. Entonces me dije: ah, qué puedo poner, cómo subo
la apuesta. Era como un juego. Y pensé: alcoholismo y reviente. Primero me
enojé mucho con eso del amarillismo intimo –me pareció una demanda de
construirme en personaje– pero después salió un texto de treinta páginas,
muy condensado, que me interesó más de lo que pensaba, porque me di
cuenta que allí entraban otras cosas, como la relación del alcohol con la
literatura y beber en demasía contra la moral implantada por las políticas de
la salud. Al escribir este libro llegué a las 400 y pico de páginas. Eso me
pasa a menudo, que al principio rechazo algo hasta con indignación y
después me apropio totalmente.

Ese germen, “La pasarela del alcohol”, reaparece y se extiende como uno de
los estribillos de Black out, un libro inclasificable que funciona como ensayo
total y fragmentario sobre la literatura argentina y como tributo desmitificador
a sus amigos-escritores muertos, un compendio de desmemorias propias y
colectivas que avanza a los saltos, entre repeticiones (variaciones) y vacíos
típicos del alcohol, una coartada sí, pero también una caja de resonancia.

–Quise usar la figura del alcohol como Piglia usa la del lector en El último
lector, “no me comparo, me identifico”, o como Schvartzman en Letras
gauchas analiza los pactos orales atribuidos a la gauchesca. O como Viñas
usa siempre dos polos que hace jugar como motores de reflexión: por
ejemplo ‘criados y señoritos’–, explica la autora, quien decidió estructurar su
libro en tres partes que agrupan registros y que vuelven una y otra vez, como
lo reprimido: “La pasarela de alcohol” (retratos), “Del otro lado de la puerta
vaivén” (microensayos) y “Ronda” (territorios). Como decía Cortázar en
Rayuela: “A su manera, este libro es muchos libros”. Y por eso, siguiendo
esa misma tradición vanguardista de despegarse del referente, Moreno no
confiesa, sino que cuenta y elige arrancar su Black out, justamente, con un
cuentito de Alcohólicos Anónimos que habla sobre la necesidad de creer, a
sabiendas, en algo que no es real: ser consciente del simulacro. Con esta
primera entrada, la narradora, además de entrar en tema, parecer advertirle
al lector que todo lo que allí aparezca (crónicas iniciáticas, novela familiar,
incluso el diario dipsómano de un personaje llamado María Moreno) está
mediado por la escritura: es artificio.

CÓDIGO DE BAR
“¿Dónde están mis compañeros? La frase me era opaca. Se me escapaba.
El alcohol no podía explicarla. ¿Se refería a esos entre quienes no realicé
nada? ¿O a esos otros de cuya reciprocidad también dudo? (...) No es
verdad que el alcohol obnubile, no siempre: a veces plantea un enigma y
permite encontrarle la vuelta. Sabía que en el fondo del río había cuerpos,
que cada resaca era, en potencia, una confesión. Se trataba de una fantasía,
pero cuando alguien me decía que no podía pisar el fondo del río, ese barro
fino, hecho de quién sabe de qué sustancias, lo juzgaba mal. En cambio, me
parecía que, si paraba con los ojos cerrados y los pies sumergidos en el
barrio, tomaba una especie de comunión. ¿Pero con quiénes? (...) ¿Qué
hacíamos en esos años? Escribir pero no publicar, no poder escribir, escribir
por rutina y paga, vivir como si se escribiera. Adheríamos al sacrificio de un
deseo que imaginábamos entrañable –lo acariciábamos mientras tanto– pero
no de nosotros enteros. Entonces. ¿No era individual la intermitencia de la
obra? ¿Enmascaraba la eterna marinada de un duelo colectivo aunque sin
concretar?”, se pregunta la narradora en una de las “rondas” de Black out.
Entre otras cosas, este es un libro es la puesta en escena de una época.
Aunque no hay datación (la impronta es la laguna) el tiempo se adivina a
partir de los personajes y de una enumeración de bares (Alex Bar, La Paz,
BárBaro, entre otros), esos “hogares contra el hogar” habitados por
periodistas y escritores que formaban una comunidad alrededor del alcohol y
la literatura. Una bohemia que Moreno se encarga de cristalizar, rindiendo
tributo a un grupo de amigos que hoy están muertos y que hace volver desde
diferentes lugares. Los protagonistas de esta pasarela son Norberto Soares,
crítico literario de Primera Plana (“Lo conocí como dueño de mesa en los
bares de la calle Corrientes, alguien que acaparaba la conversación con una
seguridad total y un esplendor de recursos capaz de persuadir...”); Miguel
Briante (“Escribía por venganza. Algo en su origen lo había humillado y con
la literatura se cobraría esa humillación.”); Claudio Uriarte (“Se decía que era
un dandy, pero la desesperación es el sentimiento antidandy por excelencia”)
y Charlie Feiling, quizás el más cercano de todos y a quien la narradora
termina visitando en el hospital cuando se lo estaba comiendo la leucemia.

Entre retratos y reflexiones, se van articulando pedazos de vida de los


autoresal tiempo que buscan pistas de análisis de su obra, devolviéndolos a
un lugar no sólo histórico y político (los ‘70, la dictadura, los medios) sino
también literario y vital. Un vitalismo que evita la solemnidad como la peste.

–Estos amigos, cuando murieron, generaron muchas mitologías


absolutamente autorreferenciales, donde el personaje sepultaba totalmente
la obra. Entonces lo que yo quise fue dar cuenta también de sus posturas
estéticas que eran muy radicales y muy diferentes entre sí. Mi posición es de
sobreviviente y de crítica que tiene la ventaja de conocer a sus objetos. Está
la mitología pero no desde una idealización. Incluso pueden no gustar a los
amigos y parientes porque justamente hice una operación para aislar al bar
como escenario. Por eso yo no hablo de las esposas o las novias. Eso
puede dar el efecto de que yo era la única mujer, pero no lo era. Lo que pasa
es que uso el yo de cronista en relación a una coalición masculina no
simultánea, tácita. También hablo ahí de que no es una amistad con apego,
que liga al objeto. En el bar no se habla de cosas íntimas; en el código de
bar cualquier cosa que puede ser personal se transforma en teoría –cuenta
Moreno.

La autora reconoce que cuando se puso a escribir este libro no era


consciente de ser (haber sido) tan periodista, justamente ella que le ha
escapado al rótulo y quien se inició en el oficio casi por casualidad –era
joven y necesitaba el dinero– escribiendo artículos que firmaba como su ex
marido, colaborador de La Opinión. Un día el jefe de redacción elogió una de
esas notas y hubo que revelar la identidad. Pero en lugar de agravio e
indignación, quien hasta entonces era Cristina Forero recibió una invitación.
“Qué colabore ella también”, dijo el jefe y así nacía María Moreno, una
cronista barroca de 26 años que debutó con una nota de fruterías nocturnas,
un tema que le pareció fascinante y que al final no lo era tanto.

Lectora desordenada y voraz de los narradores estadounidenses y de su


amada Colette (a quien seguía desde su adolescencia) pero también de
José Bianco y Silvina Ocampo (para llevarle la contra a la “literatura de
izquierda”) durante mucho tiempo se dedicó a escribir notas de vida
cotidiana pero nunca tuvo como ideal ser escritora. En ese sentido, Moreno
se identifica como parte de ese grupo que escribió “en contaminación”, sin
guardarse una “zona pura” para la literatura. La narradora de Black out, al
referirse al último trabajo de Soares, dice: “No conozco el relato de su
empresa. Pero estoy segura de que no se trataba de ese trabajo antípoda
con lo que los escritores ‘puros’ se niegan a vivir de algo que ni siquiera se
parezca a la literatura que tratan como a una amante enferma terminal de un
mal que mina sus defensas vitales, una paliducha infectable por una nada y
por eso debe permanecer en una burbuja aséptica”.

¿Todos ustedes eran escritores “contaminados”?

–Sí, porque todos éramos periodistas. En ese sentido soy arltiana: cuando
Arlt hace ese famoso prólogo a Los Lanzallamas y habla de la literatura
como un cross a la mandíbula y en contra de los escritores con privilegios. El
que quiera escribir que escriba afanándole tiempo a la crónica diaria. Hay un
libro muy interesante de Julio Ramos, Desencuentros de la Modernidad,
donde justamente plantea que la autoconciencia del escritor modernista
latinoamericano se armó por contraste a las escrituras contaminadas. Un
Martí, un Darío, un Vallejo trabajaban en los diarios, esa zona que ellos
mismos no consideraban. El día era el trabajo, la contaminación y la noche
era la pureza de la poesía. Arlt rompe con eso. Para mí la literatura es una
derrota. Yo estaba muy imbuida en plantear una forma de vida diversa, una
sexualidad diversa. Cuando yo tenía veintipico de años me parecía
interesante una transformación, una política de la vida cotidiana, no una
obra. Mi utopía no era de producción literaria.

¿Esa contaminación se vincula a ese agujero de producción que


aparece mencionado en el libro?

–Es muy performático el libro. La pregunta “dónde están mis compañeros” la


hago porque me parece una hipótesis bastante aventurada sobre la
problemática del no escribir: si era bloqueo o una forma de duelo. Ninguno
era militante orgánico pero empiezan a producir realmente con la llegada de
la democracia. Entonces pienso: no era solo neurótico, había otra cosa. Hay
una forma de pensar la procastinación como un problema individual, pero
también se puede ligar a una forma de conciencia colectiva ligada a lo que
estaba pasando: la desaparición y el exterminio. Veo ese agujero de
producción como algo a investigar.

LOS ISMOS DEL ALCOHOL


“Comencé a beber para
ganarme un lugar entre los
hombres. Imitaba una
iconografía fuerte: Alfonsina en
el Café Tortoni, Norah Lange en
el Auer’s Keller. Como Alfonsina,
quería un hogar contra el hogar,
ser la mujer de las medias rotas
–una gota de esmalte detiene la
corrida–, la varonera ante cuya
sorna se ponen a prueba las
teorías, la amada vitalicia pero
protegida por el tabú del incesto
a la que se descubre de pronto
como la amante más fiel aun en
su traza impostada de
pendenciera. Estaba convencida
de que, más que ganar la
universidad, las mujeres debían
ganar las tabernas”, dice la
narradora que, a lo largo de todo
Black out va reconstruyendo su
relación con el alcohol, entre el
pathos y la comedia (el libro tiene pasajes absolutamente desopilantes),
marca registrada de la escritura de Moreno. Hay una búsqueda de origen, de
ir a buscar allá lejos algún momento fundacional para encontrar alguna
respuesta. Así, aparecen diversas entradas: una familiar, otra más social,
otra política –el libro entero está atravesado por una lectura política del
alcohol (ismo)– otra literaria (el rito colectivo) y finalmente una subjetiva, casi
psicoanalítica, que irrumpe en oleadas. La descripción de una infancia en el
barrio de Once, los primeros contactos de esa niña con los diverso, la idea
de lo popular (“el pueblo bebía”) se articulan con la mitología de una madre
química que hacía experimentos y transformaba el alcohol en un líquido rojo
(como un acto de magia) que luego la narradora identificará con sus
hemorragias menstruales: entraba alcohol, salía sangre. Y de forma
desenfrenada. Pero también aparece la figura del padre, un personaje
central que, al igual que los amigos-escritores, está atravesado por la
muerte. Este es, también, un libro sobre la muerte del padre. “En todo caso,
mi padre bebía para liquidarse, como yo. Primero para darse ánimo pero,
enseguida, para perder la conciencia, calmando así cualquier angustia,
mucho y rápido con su boca insaciable. Hasta el sopor y el sueño o el coma
intermitente antes del horror de despertarse en la feroz lucidez del día. Bebo
en exceso porque bebo con la boca de mi padre”. Como una novela
iniciática, la narradora también recorre su adolescencia, sus primeras idas a
los bares, sus contactos bajofonderos haciendo gala de esa mirada de
cronista afilada y desviada. Así desfilan los mozos (“madres subrogadas” de
los clientes) las prostitutas, los parroquianos y luego los periodistas y
escritores de “universidades laicas”, como llama a los bares.

–La comunidad funcionaba en un bar como La Paz que tenía resabios de los
bares del siglo XlX donde iban los periodistas a intercambiar datos con los
chorros pero también podría aparecer el presidente de la República. La Paz
era un bar donde se contrabandeaba informaciones de grupos diversos.
Porque había periodistas políticos, artistas, lúmpenes. A Briante, por
ejemplo, no le gustaba La Paz porque tenia una cuestión de clase y estaba
en contra del “realismo” de La Paz y le gustaba ese cosmopolitismo que
tenía el BárBaro– dice la escritora.

Esa búsqueda de orígenes también está, como todo en Black out, ligado a la
literatura. Y Moreno propone –con humor, pero también en serio– una lectura
de los textos fundacionales argentinos a partir de las marcas del alcohol.
Desde Una excursión a los indios Ranqueles de Lucio Mansilla (un autor
fetiche de la autora, a quien considera el gran cronista argentino) hasta El
Facundo y El cantor de Sarmiento pasando por El Martín Fierro y Echeverría.
“Si David Viñas dijo que la literatura nacional empieza con una violación,
habría que corregirlo un poco diciendo que empieza con un mamarám. En la
misma mesa donde se tortura al unitario, se juega a las cartas y se llenan las
achuras, los mazorqueros se colocan. ¿Sería posible El matadero si fuera un
relato en seco?”, se pregunta la narradora que también aprovecha, a lo largo
de todo Black out, para traer a otros escritores. El libro es una máquina de
referencias, glosas, citas, no sólo de autores argentinossino también
extranjeros. A la manera del inventario aparecen Marguerite Duras, Dorothy
Parker, Raymond Carver, Graham Greene, y más, integrando una suerte de
Paseo de la Fama de escritores borrachos que dialogan con esa narradora
genial (“a veces pienso que el mundo se divide entre abstemios, bebedores,
alcohólicos y británicos”) que busca un mito de origen, en un vaivén –
zigzagueo– donde lo personal es político pero también literario.

LOS EXTINTOS
Black out es un libro escatológico. La muerte, el envejecimiento y los relatos
de descomposición física son una constante. Cuerpos que huelen, que
segregan. Alientos podridos, bocas pastosas de resaca. El cuerpo de una
narradora que, por una endometriosis, sangraba de forma interminable,
primero, y más tarde, que va notando cómo todo decae. La sangre y la
degradación funcionan junto con el alcohol, pero también sonformasde
hablar de lo visceral, de eso que está antes o abajo.

–Como te decía, yo escribo “en contaminación” y eso también es


contaminación de zonas “altas” de la llamada cultura y otras de la picaresca
oral, coloquiales e incluso lunfardescas. Me gusta no dejar mediaciones
entre esas zonas, sino ponerlas en contraste. Acá hay un montón de
elementos que serían lo palurdo y lo plebeyo ¿no? Así como escribí el libro
Banco a la sombra contra los viajeros, contra el viaje como adquisición de
conocimiento, como iniciación (en contra de Bowles, por ejemplo) en Black
out está lo de las hemorragias como una enfermedad de mucho sufrimiento
pero sin riesgo de muerte. Hay grandes libros sobre la cercanía de la muerte,
como Al amigo que no me salvó la vida de Hervé Guibert. Pero yo tomo una
enfermedad sin prestigio que no se merece una escritura. Tiene algo de
paródico, me lleva a una posición clown que yo cultivo. Y por supuesto
también quiero romper con esa narradora de muchos libros escritos por
mujeres donde se proyecta una mujer bella, como si no hubiera esfínteres.
Por eso me interesa Naty Menstrual: el cuerpo es mierda, es culo, es
desfiguración. Entonces yo también hablo acá del cuerpo que se retira del
mercando de los encantos.

A lo largo de Black out, sobre todo a partir de los diarios íntimos, hay
reflexión constante y que tiene que ver con la relación entre vida y escritura.
“Si escribo lo que escribo, ¿me desnudo?” dice la narradora. O insiste en
que sus mayores secretos no están revelados. ¿Es una forma de abrir el
paraguas?

–Esa es un poco una pregunta retórica que se hace la narradora. Sé que es


inevitable que este libro se lea anclado a una referencia, a mi vida, pero la
verdad es que no me manejé en ningún momento con un mito del recuerdo.
Quizás tenga algo de ejercicio espiritual, de autoexploración y por supuesto
está lo de la edad. Tiene algo de testamentario todo el libro, pero un
testamento buffo, a la Zorba el Griego. No quisiera que se leyera como
melancólico o como nostálgico. Creo que ahora ciertas generaciones
imaginan que la experiencia de intensidad cesó (como puede haber sido la
militancia de lucha armada, el sida, la liberación sexual) y tienden a leer
literalmente: leen como caníbales de intensidad. Como se lee la biografía de
Lamborghini; son como cafishos de intensidad. Y el libro es otra cosa. Yo
hago siempre el mismo chiste. Irene Gruss escribió un poema que no es
testimonial y alude a la dictadura, y dice “yo estaba lavando ropa/ mientras
mucha gente/ desapareció/ no porque sí/ se escondió/ sufrió/ hubo golpes/ y
ahora no están...” y un periodista después le dijo: “ah, es que usted no se
enteró de nada porque estaba lavando ropa”. No me gusta la literalidad pero
tampoco me parece que todo sea imaginación. Para mí la escritura arruina
todos los planes. Yo no sabía que mi padre (eso que yo llamo mi padre) iba a
ocupar tanto espacio.

¿Qué otras cosas te sorprendieron mientras escribías este libro?

–Yo diría más bien que me quedaron cosas afuera. Debería haber trabajado
más las analogías entre la dipsomanía (me encanta la palabra) con la
política LGTBI, que se comenta en broma en la parte del diario. El alcohol es
algo legal pero el borracho sufre una gran discriminación cuando pasa de un
punto medio. Y me hubiera gustado trabajar más el tema de la política
terapéutica para la que no tenés derecho de regular tus daños bajo el
imperativo de la felicidad, y la administración del cuerpo para hacerlo durar.
También me interesa que Alcohólicos Anónimos funciona porque un
borracho no se puede resistir a una experiencia extrema: parar abrupta y
absolutamente. Pero después no poder parar de hablar de eso. Porque el
objeto en ausencia y esfinge se transforma en una deidad.

“La literatura no sublima nada” dice María Moreno entre la contundencia y el


guiño. Usará ese mismo tono para decir, ya al final de la entrevista: “sí,
colecciono juguetes viejos”, adelantándose a la pregunta –obvia– de la
periodista que mira con insistencia un despliegue de avioncitos y demás
objetos exhibidos en un aparador. Pero volviendo a la sublimación:

–Jorge Barón Biza escribió El desierto y su semilla, una novela sobre la


experiencia trágica de su familia un poco con la idea de que la literatura
sublima. Cuando le comenté sobre este libro me dijo: si vos escribís este
libro con estos retratos de la pasarela del alcohol, de los muertos, dejá
páginas en blanco, porque la próxima sos vos. Años después se suicidó
como su madre, su madre y su hermana.

¿Te importa la posteridad? ¿Esto lo escribiste pensando en “dejar


algo” sobre esa época?

–Si soy atea (se ríe). Pienso eso que dicen de la muerte: “cuando estamos
nosotros ella no está y cuando está ella no estamos noso- tros”. Esa
obviedad. No, no tengo idea de posteridad. En este libro hay algo de tributo
pero no lo hago desde el lugar de viuda sino como sobreviviente y par, y con
la distancia de crítica literaria fraterna: está eso de la inscripción. La idea de
lo extinto, que está en todo los retratos, y también de mí como extinta.

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