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Agostina Anabel Díaz

Recuperatorio del examen parcial.


En 1929 se publica la novela Doña Bárbara, escrita por Rómulo Gallegos. En ella es posible
identificar diversas problemáticas, de las cuáles nos interesa particularmente el problema del
género. Se pueden observar numerosas diferencias claves en cuanto a la caracterización de
hombres y mujeres, siendo Doña Bárbara únicamente quién se encuentra en medio de ambos.
Sin embargo, esto representa una característica negativa, ya que contrapone la barbarie
plasmada en Doña Bárbara con lo civilizado de los hombres en la novela. Ella representa todo
lo que se desea erradicar: la mujer con poder genera miedo, es impredecible. Esta imagen de
Doña Bárbara como antagónica es construida a lo largo de todo el texto mediante la
implementación de diversos procedimientos: la inferiorización, la demonización y la
feminización de Doña Bárbara ¿A efectos de qué funciona cada uno de estos?
El primer procedimiento que opera en función de la problemática de género en Doña Bárbara
es el que denominaremos como “inferiorización”. Este procedimiento puede observarse desde
los momentos iniciales de la novela. La primera mención a la enigmática mujer se produce de
boca de Santos Luzardo:
“Dígame patrón: ¿conoce usted a esa famosa Doña Bárbara de quien tantas cosas se cuentan
en Apure? (…) Dicen que es una mujer terrible, capitana de una pandilla de bandoleros,
encargados de asesinar a mansalva a cuantos intenten oponerse a sus designios” (2001: 63-64).
La primera representación de la devoradora de hombres se presente desde y por los hombres,
característica recurrente en el texto.
Asimismo, esta mujer se transforma en una leyenda, sus poderes de hechicería se comentan y
son conocidos por todos. Nuevamente, la introducción de Doña Bárbara como presunta bruja
no es colocada en boca suya:
En cuanto a la conseja de sus poderes de hechicería, no todo era tampoco invención de
la fantasía llanera. Ella se creía realmente asistida de potencias sobrenaturales y
menudo hablaba de un «Socio» que la había librado de la muerte, una noche,
encendiéndole la vela para que se despertara a tiempo que penetraba en su habitación
un peón pagado para asesinarla, y que desde entonces se le aparecía a aconsejarle lo
que debiera hacer en las situaciones difíciles o a revelarle los acontecimientos lejanos
o futuros que le interesara conocer. Según ella, era el propio milagroso Nazareno de
Achaguas; pero lo llamaba simplemente y con la mayor naturalidad: «El Socio», y de
aquí se originó la leyenda de su pacto con el diablo.
(2001: 94-95)
Doña Bárbara es “hablada” constantemente por hombres que la desacreditan, siendo estos
sujetos de enunciación, quien es, consecuentemente, subordinada a sujeto de enunciado.
En otras palabras, el procedimiento de inferiorización opera subordinando a Doña Bárbara a
una posición en la que es despojada de voz, desplazada por los hombres.
Por otro lado, en el texto es posible identificar a la adjetivación como una fuerte presencia. Los
innumerables adjetivos utilizados para la descripción de Doña Bárbara dan lugar a un
procedimiento que opera fuertemente en función de la mencionada problemática de género: el
proceso de demonización de Doña Bárbara y a su vez, su masculinización.
Para comenzar, es posible observar como en todas las descripciones de las primeras partes de
la novela, Doña Bárbara es calificada, siempre, de manera hombruna o como malvada. Doña

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Agostina Anabel Díaz

Bárbara es vista como un monstruo, como una amenaza para la sociedad de la novela. Es una
mujer que ha comenzado a implicarse en tareas sumamente reservadas a los hombres (el
manejo de la hacienda), poniendo en riesgo el orden social vigente; pero también representa la
barbarie que se desea erradicada.
Una adjetivación altamente negativa viene a reforzar estas ideas: “una mujer terrible/ la trágica
guaricha/ la mujer insaciable/ la avara Doña Bárbara/ enigmática mujer/ supersticiosa mujer/
la famosa marimacho/ la dañera/ devoradora de hombres/ embrujadora de hombres/ la mujer
indomable/ perturbadora/ peligrosa/ gritona/ sencillota/ supersticiosa/ tenebrosa/ torva maldita/
hirviente/ hombruna” entre otras.
Mediante la demonización de Doña Bárbara, se demoniza también el antagonismo social, pero
al mismo tiempo le niega a la protagonista, por ser mujer, la legitimidad de ejercer su poder
que, además, se representa envilecido. Puede deducirse que la pérdida del poder de Doña
Bárbara comienza cuando ella abandona sus hábitos “hombrunos” y “viles”, respaldando así
los ideales de que el poder no puede ni debe estar en manos de una mujer, resentida y vil. De
esta manera, el procedimiento de masculinización opera en función de la simulación de la
entrega de poder a Doña Bárbara: las características masculinas le permiten ejercer poder,
puesto que se comporta como hombre. Sin embargo, envileciendo, demonizando a Doña
Bárbara, se deslegitima su posesión del poder: la vileza es, generalmente, una característica
otorgada a las mujeres y, por lo tanto, impide la posesión de poder.
Estos procedimientos, entonces, permiten la representación del peligro que Doña Bárbara,
Mujer hombruna y vil, barbárica, representa para el estatus de poder en la sociedad de la
novela.
Esto nos lleva al último procedimiento en favor de la deslegitimación del poder femenino: la
feminización de Doña Bárbara. Esto es el proceso mediante el cual la masculinización le otorga
el poder, pero sus rasgos femeninos, más fuertes, impiden la mantención de los mismos. Desde
un principio, las características machonas y despiadadas no caen en gracia porque representan
todos los valores contrarios a la sociedad deseada. Mediante el proceso de feminización, Doña
Bárbara pierde dichas características, para encajar en el lugar dedicado social y políticamente
a la mujer.
Este proceso de feminización comienza en el momento en que ella conoce a Santos Luzardo y
comienza a vestirse, peinarse y comportarse de maneras más “femeniles”. Podemos observar
que comienzan a leerse cosas como: “ahora se la pasa (…) hecha una verdadera señora” (2001:
240); “Ya no llevaba aquella sencilla bata blanca (…) que era el máximo de feminidad que
consentía en el traje (…). Además, llevaba el cabello mejor peinado, hasta con cierta gracia
que la rejuvenecía y la hermoseaba” (149).
Este proceso finaliza con el nacimiento de sentimientos maternales de Doña Bárbara hacia su
hija Marisela:
“Se quedó contemplando, largo rato, a la hija feliz, y aquella ansia de
formas nuevas que tanto la había atormentado tomó cuerpo en una
emoción maternal, desconocida para su corazón.
— Es tuyo. Que te haga feliz.”
(2001: 411).
La “feminización” de Doña Bárbara finaliza con esta escena, ella se ausenta y se vuelve un
enigma. Es decir, el amor hacia el varón y el amor maternal son impedimentos para que la
mujer tenga poder, y así se juega el problema de género en la novela.

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Agostina Anabel Díaz

Puede deducirse mediante este procedimiento que la pérdida del poder de Doña Bárbara
comienza cuando ella abandona sus hábitos “hombrunos” y “viles”, respaldando así los ideales
de que el poder no puede ni debe estar en manos de una mujer, resentida y vil. En otras palabras,
mediante el procedimiento de feminización de Doña Bárbara se deslegitima completamente la
posesión del poder en sus manos, ya que opera respaldando la noción de que las mujeres son
demasiado débiles para tomar el poder de una hacienda.
En conclusión, podemos observar cómo en Doña Bárbara no hay escape respecto a las
relaciones de dominación. Si en 1929, en Venezuela, la mujer ocupaba un lugar alejado de toda
situación de poder, se pretende de Doña Bárbara una presentación completamente contraria al
status quo. Sin embargo, mediante la implementación de los procedimientos anteriormente
mencionados Doña Bárbara reafirma todo lo contrario: la mantención de la estructura social.
La condición final femenil de Doña Bárbara, atribuyendo al amor y a la maternidad la fuerza
de arrebatarle el poder, generan al final la pérdida de todo su poder. En otras palabras, los
procedimientos operan en función de deslegitimar la posesión de autoridad en manos de una
mujer, justificándolo en su supuesta debilidad femenil, reafirmando, a través de Doña Bárbara,
la negación de la mujer como poseedora de voz y poder.

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Agostina Anabel Díaz

Bibliografía.
- GALLEGOS, Rómulo (1929) Doña Bárbara, Barcelona, Araluce, 2001.

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