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Clínica de adultos.

Parcial: Psicoanálisis e investigación

Unidad 1: El psicoanálisis como praxis


FREUD: 1° CONFERENCIA. INTRODUCCIÓN
Cuando sometemos a un enfermo a una técnica médica que le resulta nueva, por regla general
restamos importancia a las dificultades y le damos optimistas seguridades acerca del éxito del
tratamiento. Con tal conducta aumentamos la probabilidad del éxito. Ahora bien, cuando tomamos
a un neurótico bajo tratamiento psicoanalítico procedemos de otro modo. Le exponemos las
dificultades del método, su prolongada duración, los esfuerzos y los sacrificios que cuesta
y, en lo tocante al resultado, le decimos, nada podemos asegurarle: eso depende de su
conducta, de su inteligencia, de su docilidad, de su perseverancia.
Dificultades del psicoanálisis:
1°) están las de la instrucción, las de la enseñanza del psicoanálisis.
En el tratamiento analítico no ocurre otra cosa que un intercambio de palabras entre el
analizado y el médico. La conversación en qué consiste el tratamiento psicoanalítico no
soporta terceros oyentes. Las comunicaciones de que el análisis necesita sólo serán hechas por
él a condición de que se haya establecido un particular lazo afectivo con el médico; callaría tan
pronto notara la presencia de un solo testigo que le fuera indiferente. Es que esas comunicaciones
tocan lo más íntimo de su vida anímica, todo lo que él como persona socialmente autónoma tiene
que ocultar a los otros y, además, todo lo que como personalidad unitaria no quiere confesarse a sí
mismo.
No pueden ustedes, por tanto, ser los oyentes de un tratamiento psicoanalítico. Sólo pueden
oír hablar de él y tomar conocimiento del psicoanálisis de oídas, en el sentido estricto de la
palabra.
El psicoanálisis se aprende primero en uno mismo, por el estudio de la personalidad propia.
Más lejos se llega si uno se hace analizar por un analista experto, si se vivencian en el yo
propio los efectos del análisis y se aprovecha esa oportunidad para atisbar en el analista la técnica
más fina del procedimiento.
2°) Se les ha enseñado a buscar un fundamento anatómico para las funciones del organismo
y sus perturbaciones, pero ni un fragmento del interés de ustedes fue dirigido a la vida psíquica
que, no obstante, corona el funcionamiento de este organismo maravillosamente complejo. Por eso
les es ajeno un modo de pensamiento psicológico y se han habituado a mirarlo con desconfianza,
a negarle carácter de cientificidad. Esta limitación importa por cierto un perjuicio para la actividad
médica de ustedes, pues el enfermo les presentará primero, como es la regla en todas las
relaciones humanas, su fachada anímica.
He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa
base psicológica que se echa de menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual
se vuelva inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica. A
este fin debe mantenerse libre de cualquier presupuesto ajeno, de naturaleza anatómica, química o
fisiológica, y trabajar por entero con conceptos auxiliares puramente psicológicos; por eso me temo
que al principio les suene a cosa extraña.
3°) Por dos de sus tesis el psicoanálisis ultraja a todo el mundo y se atrae su aversión; una
de ellas choca con un prejuicio intelectual, la otra con uno estético-moral.
La primera de estas: los procesos anímicos son, en sí y por sí, inconscientes, y los procesos
consientes son apenas actos singulares y partes de la vida anímica total. Recuerden ustedes
que, por el contrario, estamos habituados a identificar lo psíquico con lo consiente. A la conciencia
la consideramos directamente el carácter definitorio de lo psíquico, y a la psicología, la doctrina de
los contenidos de la conciencia.
La segunda: mociones pulsionales que no pueden designarse sino como sexuales, en
sentido estricto y en sentido lato, desempeñan un papel enormemente grande, hasta ahora
no apreciado lo suficiente, en la causación de las enfermedades nerviosas y mentales. Y,
más aún, que esas mismas mociones sexuales participan, en medida que no debe
subestimarse, en las más elevadas creaciones culturales, artísticas y sociales del espíritu
humano.
Creemos que, bajo el acicate del apremio de la vida, la cultura fue creada a expensas de la
satisfacción pulsional, y en buena parte es recreada siempre de nuevo en la medida en que los
individuos que van ingresando en la comunidad de los hombres repiten, en favor del todo, ese
sacrificio de satisfacción pulsional. Entre las fuerzas pulsionales así empleadas, las pertenecientes
a las mociones sexuales desempeñan un importante papel; en ese proceso son sublimadas, vale
decir, desviadas de sus metas sexuales y dirigidas hacia otras, que se sitúan socialmente en un
plano más elevado y ya no son sexuales. Pero esta construcción es lábil; las pulsiones sexuales no
quedan bien domadas, y en todo individuo que debe sumarse a la obra cultural subsiste el peligro
de que sus pulsiones sexuales se rehúsen a ese empleo. La sociedad no discierne amenaza
mayor a su cultura que la eventual emancipación de las pulsiones sexuales y el regreso de ellas a
sus metas originarias.
LACAN: PSICOANALISIS Y MEDICINA
El lugar del psicoanálisis en la medicina es marginal, extra-territorial. Marginal, debido a que la
medicina admite al psicoanálisis como una ayuda externa. Extra-territorial, por obra de los
psicoanalistas.
Intenta considerar el lugar del psicoanálisis en la medicina desde el punto de vista del médico y del
cambio que se está produciendo en su función y su personaje.
El médico siempre ha sido un hombre de prestigio y autoridad. Las exigencias sociales actuales
están condicionadas por la aparición de un hombre que sirve a las condiciones de un mundo
científico, dotado de nuevos poderes de investigación. El médico entonces se encuentra
enfrentado con problemas nuevos. Ya no tiene nada de privilegiado en la jerarquía de ese equipo
de científicos. La colaboración médica será bienvenida para programar las operaciones necesarias
para mantener el funcionamiento de tal o cual aparato del organismo humano en condiciones
determinadas, pero ¿Qué tiene que ver esto con la posición tradicional del médico?
El médico es requerido en su función de científico, pero sufre también otros llamados: el mundo
científico le da nuevos agentes terapéuticos, químicos o biológicos, para que los ponga a prueba.
¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a que debe responder?
A algo llamado la demanda.
En la medida en que la relación medica con la salud se modifica, donde el poder generalizado de la
ciencia le brinda a todos la posibilidad de ir a pedirle al médico su cuota de beneficios con un
objetivo preciso inmediato, vemos dibujarse la originalidad de una dimensión que llamo la
demanda. Es en el registro del modo de respuesta a la demanda del enfermo donde está la
posibilidad de supervivencia de la posición propiamente médica.
Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo aborda, no espera de él simplemente
la curación. Coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo que
es totalmente atado a la idea de conservarla. Viene a veces a demandar que lo
autentifiquemos como enfermo; en muchos otros casos viene para demandarles que lo
preserven en su enfermedad.
Esta dimensión es introducida para mostrar la estructura de la falla que existe entre la demanda
y el deseo. Cuando alguien nos pide algo, esto no es para nada idéntico, e incluso a veces
es diametralmente opuesto a aquello que desea.
Falla epistemo-somatica: efecto que tendrá el progreso de la ciencia sobre la relación de la
medicina con el cuerpo.
Lo que queda excluido de la relación epistemo-somatica es justamente lo que propondrá a la
medicina el cuerpo en su registro purificado.
Un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. La dimensión del goce
está excluida de la relación epistemo-somatica. Pues la ciencia, al igual que el sujeto que
engendra, no puede saber que quiere. Al menos lo que quiere surge de un avance cuya marcha
acelerada, en nuestros días, nos permite palpar que supera sus propias previsiones.

Unidad 2: La vía analítica


FREUD: CONSEJOS AL MEDICO SOBRE EL TRATAMIENTO PSICOANALITICO
A- Técnica del psicoanálisis desautoriza todo recurso auxiliar (ej., tomar apuntes). Esto por no
querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma “atención
parejamente flotante”. Cuando uno tensa su atención, empieza a escoger entre el material
ofrecido; fija un fragmento con particular relieve, elimina otro, y en esa selección obedece a sus
propias expectativas. Eso es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de
no encontrar más de lo que ya sabe. La mas de las veces uno escucha cosas cuyo significado solo
después comprenderá.
Este precepto de fijarse en todo por igual es el correspondiente necesario de la regla fundamental
que se le exige al analizado. Para el médico la regla puede formularse así: “debe alejar cualquier
injerencia consiente sobre su capacidad de fijarse, y abandonarse por entero a sus
memorias inconscientes”, “uno debe escuchar y no hacer caso de si se fija en algo”.
Así como el analizado debe comunicar todo cuanto atrape en su observación de si atajando las
objeciones lógicas y afectivas que querrían moverlo a seleccionar; de igual modo el médico debe
ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del discernimiento de lo
inconsciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la
selección que el enfermo resignó.
Para que el médico esté en condiciones de servirse así de su inconsciente como
instrumento de análisis, no puede tolerar resistencias que aparten de su conciencia lo que
su inconsciente ha discernido. Para ello es lícito exigirle que se haya sometido al
psicoanálisis y tomado noticia de sus propios complejos que pudieran perturbarlo para
aprehender lo que el analizado le ofrece. Cualquier represión no solucionada en el medico
corresponde a un “punto ciego” en su percepción analítica.
B- Uno creería admisible, para superar las resistencias del paciente, que el médico le deje
ver sus propios defectos y conflictos anímicos, le posibilite ponerse en un pie de igualdad
mediante unas comunicaciones sobre su vida hechas con confianza. Esa técnica no ayuda en
nada a descubrir lo inconsciente en el enfermo; lo inhabilita aun mas para superar resistencias
más profundas y fracasa ante la avidez despertada en el enfermo, a quien le gustaría invertir
la relación pues encuentra el análisis del médico más interesante que el suyo propio.
C- Otra tentación surge de la actividad pedagógica que le cabe al médico en el tratamiento
psicoanalítico. A raíz de la solución de inhibiciones del desarrollo, bien se comprende que el
médico quede habilitado para indicar nuevas metas a las aspiraciones liberadas. En esto
también el médico debería contenerse. Esforzándolos desmedidamente a la sublimación y
segregación de las satisfacciones pulsionales más inmediatas y cómodas, la mayoría de las veces
se tornara la vida más dificultosa que antes. Como médico, es preciso ser sobre todo tolerante
con las debilidades del enfermo, darse por contento si, aun no siendo él del todo valioso, ha
recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar. La ambición pedagógica es tan
inadecuada como la terapéutica.
FREUD: SOBRE LA INICIACIÓN DEL TRATAMIENTO
- Prolongadas entrevistas previas, hacerlo preceder por una terapia de otro tipo o un
conocimiento anterior entre el médico y el paciente hacen que este ultimo enfrente al
médico con una actitud transferencial ya hecha, y este deberá descubrirla poco a poco, en
vez de tener la oportunidad de observar desde su inicio el crecer y el devenir de la
transferencia
- Poco importa la actitud confiada o desconfiada del enfermo hacia el tratamiento. Ella es
provisional y apenas cuanta frente a las resistencias internas que mantienen anclada la neurosis.
La actitud confiada vuelve muy agradable el primer trato con él enfermo, pese a lo cual se prepara
para que su previa toma de partido favorable se haga pedazos a la primera dificultad que surja del
tratamiento. Al escéptico se le dice que el análisis no ha menester que se le tenga confianza.
- Con relación al tiempo. Ante la pregunta ¿Cuánto durará el tratamiento? Es fácil que el
neurótico altere su tempo y en ciertos periodos sólo haga progresos muy lentos; por lo cual la
pregunta es de respuesta imposible. El psicoanálisis requiere siempre lapsos más prolongados
de los que el paciente esperaba. Por eso se tiene el deber de revelarle ese estado de cosas antes
que él se decida en definitiva a emprender el tratamiento.
- Respecto a los honorarios del médico. El hombre trata los asuntos de dinero de idéntica manera
que las cosas sexuales, con la misma duplicidad, mojigatería e hipocresía. Entonces, de antemano
el médico está resuelto a tratar las relaciones monetarias ante el paciente con la misma
natural sinceridad en que pretende educarlo para los asuntos de la vida sexual. Es notorio
que no se eleva en el enfermo la estima por el tratamiento brindándoselo demasiado barato.
Por las mismas razones tendrá derecho a negar asistencia gratuita. La ausencia de la
regulación que el pago al médico sin duda establece se hace sentir muy penosamente; la
relación toda se traslada fuera del mundo real, y el paciente pierde un buen motivo para
aspirar al término de la cura.
- Mantengo el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras uno se
sienta detrás, de modo que él no lo vea. Como, mientras escucho, yo mismo me abandono al
decurso de mis pensamientos inconscientes, no quiero que mis gestos ofrezcan al paciente
material para sus interpretaciones o lo influyan en sus comunicaciones. Ese criterio tiene como
fin prevenir la inadvertida contaminación de la transferencia con las ocurrencias del
paciente, aislar la transferencia y permitir que en su momento se la destaque nítidamente
como resistencia.
- ¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento? No interesa con que
materia se empiece, mientras se deje al paciente mismo hacer su relato y escoger el punto
de partida. Lo único que se exceptúa es la regla fundamental de la técnica psicoanalítica. En
ocasiones se tropezará con pacientes que empiezan su cura con la afirmación de que no se
les ocurre nada que pudieran narrar. Una fuerte resistencia ha pasado al frente para amparar
a la neurosis; corresponde arremeter contra ella. El aseguramiento, repetido con energía, de
que no existe semejante falta de toda ocurrencia para empezar y de que se trata de una resistencia
contra el análisis, pronto constriñe al paciente a las conjeturadas confesiones o pone en
descubierto una primera pieza de sus complejos. Si se llegase a contradecir esta posibilidad, se
puede constreñirlo a admitir que, sin embargo, ha hecho a un lado ciertos pensamientos que lo
ocuparon: ha pensado en la cura como tal, a lo atareó la imagen de la habitación donde se
encuentra, los objetos que hay en esta y que yace aquí acostado en un diván, todo lo cual ha
sustituido por la noticia “nada”. Todo lo que se anuda a la situación presente corresponde a una
transferencia sobre el médico, la que prueba ser apta para una resistencia. Así, uno se ve forzado
a empezar poniendo en descubierto esa transferencia; desde ella se encuentra con rapidez el
acceso al material patógeno.
Ahora bien, mientras las comunicaciones y ocurrencias del paciente afluyan sin atención, no hay
que ocuparse de tocar el tema de la transferencia. Es preciso aguardar para este, el más espinoso
de todos los procedimientos, hasta que la transferencia haya devenido resistencia.
- ¿Cuándo debemos empezar a hacer comunicaciones al analizado? No antes de que se
haya establecido en el paciente una transferencia operativa. Para ello no hace falta más que
tiempo. Habrá que proceder con cautela para no comunicar una solución de síntoma y
traducción de un deseo antes que el paciente esté próximo a ello, de suerte que sólo tenga
que dar un paso corto para apoderarse él mismo de esa solución.
- En los tiempos iniciales de la técnica analítica otorgábamos elevado valor al saber del enfermo
sobre lo olvidado por él. Intentábamos obtener de otras personas información sobre el trauma
infantil olvidado y lo poníamos en conocimiento del paciente. Pero el éxito esperado no se
producía: ni siquiera el recuerdo del trauma reprimido quería aflorar tras su comunicación.
Es que los enfermos saben sobre la vivencia reprimida en su pensar, pero a este último le
falta la conexión con aquel lugar sonde se halla el recuerdo reprimido. Solo puede
sobrevenir una alteración si el proceso del pensar avanza hasta ese lugar y vence ahí las
resistencias de la represión.
FREUD: CONFERENCIA 27 “LA TRANSFERENCIA”
Están mal informados si suponen que consejo y guía en los asuntos de la vida sería una parte
integrante de la influencia analítica. Al contrario, evitamos dentro de lo posible semejante papel de
mentores; lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus decisiones de manera
autónoma.
No pueden explicar el efecto terapéutico del psicoanálisis refiriéndose al permiso que este daría
para gozar sexualmente de la vida. Aquello de lo cual nos valemos es la sustitución de lo
inconsciente por lo consciente. Al hacerlo, eliminamos las condiciones para la formación de
síntoma y mudamos el conflicto patógeno en un conflicto normal que tiene que hallar de alguna
manera su solución.
¿Qué debemos hacer para sustituir en nuestro paciente lo inconsciente por lo consciente?
Debemos representarnos a eso inconsciente tópicamente; debemos rebuscar en su recuerdo el
lugar en que eso se produjo por obra de una represión. Si esta represión se elimina, la
sustitución de lo inconsciente por lo consiente puede consumarse sin dificultad. ¿Cómo
cancelar una represión así? Nuestra tarea entra aquí en una segunda fase. Primero la rebusca de
la represión, después la eliminación de la resistencia que la mantiene en pie.
¿Cómo se remueve la resistencia? La resistencia es producida por la contrainvestidura que
se erigió para reprimir la moción chocante. Por tanto, ahora hacemos lo mismo que ya al
comienzo quisimos hacer: interpretar, colegir y comunicarlo; pero ahora lo hacemos en el
lugar correcto. La contrainvestidura, o resistencia, no pertenece al inconsciente, sino al yo,
que es nuestro aliado.
Los neuróticos, a los que no les interesaría sino encontrar una salida para sus conflictos
patógenos, desarrollan un interés particular hacia la persona del médico. En estas condiciones el
tratamiento hace brillantes progresos; el paciente comprende, profundiza, los recuerdos afluyen en
abundancia, sorprende al médico por la seguridad y el acierto de las interpretaciones que hace.
También ocurre una mejoría objetiva del estado patológico.
Pero un tiempo tan bueno no puede durar siempre. Entonces aparecen dificultades en el
tratamiento; el paciente asevera que nada más se le ocurre. Se tiene la impresión de que ya no se
interesa en el trabajo y de que pasa por alto la prescripción de decir todo cuanto se le pase por la
cabeza. Se está frente a una violenta resistencia. Pero, ¿Qué ha ocurrido?
El paciente ha transferido sobre la persona del médico intensos sentimientos de ternura que ni la
conducta de este ni la relación nacida de la cura justifican.
Llamamos transferencia a este nuevo hecho. Se trata de una transferencia de sentimientos
sobre la persona del médico.
La transferencia durante un tiempo constituye el más poderoso resorte impulsor del trabajo.
Mientras opera a favor del análisis no hace falta tomarla en cuenta. Pero si después se muda en
resistencia, es preciso prestarle atención y reconocer que modifica su relación con la cura bajo
dos condiciones diferentes y contrapuestas: 1° cuando en calidad de inclinación tierna se ha hecho
tan fuerte que no puede menos que suscitar una resistencia interior contra ella; 2° cuando consiste
en mociones hostiles en vez de mociones tiernas.
Superamos la transferencia cuando demostramos al enfermo que sus sentimientos no
provienen de la situación presente y no valen para la persona del médico, sino que repiten
lo que a él le ocurrió con anterioridad. Así lo forzamos a mudar su repetición en recuerdo. Y
entonces la transferencia que, tierna u hostil, parecía significar una amenaza para la cura, se
convierte en el mejor instrumento de ella, con cuya ayuda pueden desplegarse los más cerrados
abanicos de la vida anímica.
Cuando la cura se ha apoderado del enfermo, toda la producción nueva de la enfermedad se
concentra en la relación con el médico. Cuando la transferencia ha cobrado esta significación, el
trabajo con los recuerdos del enfermo queda muy relegado. Ya no se está tratando con la
enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada, que
sustituye a la primera. Todos los síntomas han abandonado su significado originario y se
han incorporado a un sentido nuevo, que consiste en un vínculo con la transferencia. El
domeñamiento de esta nueva neurosis coincide con la finiquitacion de la enfermedad que se
trajo a la cura.
Los que adolecen de neurosis narcisistas no tienen ninguna capacidad de transferencia. Rechazan
al médico no con hostilidad sino con indiferencia. Y entonces no puede establecerse en ellos el
mecanismo de curación consistente en la renovación del conflicto patógeno y la superación de la
resistencia de la represión. En estos enfermos se resignó la investidura de objeto, transponiéndose
la libido de objeto en libido yoica. Su conducta frente al intento terapéutico confirma ello. No
muestran ninguna transferencia y por eso son inaccesibles para la cura analítica.
FREUD: CONFERENCIA 28 “LA TERAPIA ANALITICA”
En éxitos demasiado prematuros se disciernen más bien obstáculos que avances del trabajo
analítico, y los destruimos resolviendo de continuo la transferencia en que se fundaban. Es este
último rasgo el que separa el tratamiento analítico del basado en la sugestión. En este último, la
transferencia es respetada cuidadosamente, se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto
del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la
finalización del tratamiento, la trasferencia misma tiene que ser desmotada.
El neurótico es incapaz de gozar y de producir; de lo primero porque su libido no está
dirigida a ningún objeto real, y de lo segundo porque tiene que gastar una gran proporción
de su energía restante en mantener a la libido en el estado de represión y defenderse de su
asedio. Sanaría si el conflicto entre su yo y su libido finalizara, y su yo pudiera disponer de nuevo
de su libido. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir la libido de sus provisionales
ligaduras sustraídas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. ¿Dónde está la libido
del neurótico? Ligada a los síntomas, que le procuran la satisfacción sustitutiva. Por tanto,
es preciso apoderarse de los síntomas, resolverlos. Para solucionar los síntomas es preciso
remontarse hasta su génesis, hasta el conflicto del cual nacieron; renovar ese conflicto y
llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsoras que en su momento no
estaban disponibles. La pieza decisiva el trabajo se ejecuta cuando en la relación con el
médico, en la transferencia, se crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto, versiones en
las que el enfermo querría comportarse como lo hizo en su tiempo, mientras que uno lo obliga a
tomar otra decisión. La transferencia se convierte entonces en el campo de batalla en el que están
destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí.
Toda la libido, así como toda la resistencia contra ella, converge en la relación con el
médico; es inevitable entonces que los síntomas queden despojados de libido. En lugar de
la enfermedad propia del paciente, aparece la de la transferencia. Cuando la libido vuelve a
ser desasida de ese objeto provisional ya no puede volver atrás a sus objetos primeros, sino
que queda a disposición del yo
El trabajo terapéutico se descompone, pues, en dos fases; en la primera, toda la libido es
esforzada a pasar de los síntomas a la transferencia, y en la segunda se libra batalla en torno de
este nuevo objeto y se libera de él a la libido. El cambio decisivo para el buen desenlace consiste
en que se elimine el circuito de la represión de este conflicto así renovado, de suerte que la libido
no pueda sustraerse nuevamente al yo mediante la huida al inconsciente. Ese cambio es
posibilitado por un cambio en el yo, que se consuma bajo la influencia de la sugestión médica.
FREUD: NUEVOS CAMINOS DE LA TERAPIA PSICOANALITICA
Nuestra tarea analítica consiste en: llevar a enfermo de neurosis a tomar noticia de las
mociones reprimidas, esas mociones inconscientes que subsisten en él, poniendo para ello
en descubierto las resistencias que en su interior se oponen a tales ampliaciones de su
saber sobre su propia persona. Esperamos alcanzar esta meta aprovechando la transferencia
del paciente sobre la persona del médico, para que él haga suya nuestra convicción de que los
procesos represivos sobrevenidos en la infancia son inadecuados al fin y de que una vida
gobernada por el principio del placer es irrealizable.
Reconducimos los síntomas a las mociones pulsionales que los motivan, pesquisamos dentro de
los síntomas esos motivos pulsionales desconocidos hasta entonces para el enfermo. Hemos
descompuesto su actividad anímica en sus ingredientes elementales, pesquisando en él
esos elementos pulsionales separados y aislados. Parecería entonces natural exigirnos que
lo ayudáramos también a obtener una nueva y mejor composición de ellos. Se nos exige que
tras el análisis de la vida anímica enferma siga su síntesis, una suerte de restitución de los que
vivisección había destruido. Pero, si conseguimos descomponer un síntoma, librar de cierta trama
a una moción pulsional, ella no permanecerá aislada: enseguida se insertará en una nueva.
El enfermo de neurosis nos ofrece una vida anímica desgarrada, segmentada por resistencias, y al
paso que la analizamos y eliminamos estas últimas, ella crece orgánicamente, va integrando en la
gran unidad que llamamos su “yo” todas las mociones pulsionales que hasta entonces estaban
escindidas de él y ligadas aparte.
En la medida de lo posible la cura analítica debe ejecutarse en un estado de privación, de
abstinencia. El paciente enfermó a raíz de una frustración y sus síntomas le prestan el
servicio de unas satisfacciones sustitutivas. En el curso del análisis pueden observar que toda
mejoría de su padecer aminora el tempo del restablecimiento y reduce la fuerza pulsional
que esfuerza hacia la curación. Ahora bien, no podemos renunciar a esta fuerza pulsional;
su reconducción sería peligrosa para nuestro propósito terapéutico. Por cruel que suene,
debemos cuidar que el padecer del enfermo no termine prematuramente en una medida decisiva.
El peligro amenaza desde dos lados. Por una parte, el paciente cuya condición de enfermo ha
sido conmovida por el análisis, se empeña, con la mayor diligencia en procurarse en
remplazo de sus síntomas nuevas satisfacciones sustitutivas, que ahora no van
acompañadas de padecimientos. La tarea es pesquisarlos uno por uno y pedirle que
renuncie a ellos, por inocente que parezca en sí misma la actividad productora de satisfacción. La
actividad de médico debe exteriorizarse en una enérgica intervención contra las satisfacciones
sustitutivas.
El segundo peligro consiste en que, el enfermo busca la satisfacción sustitutiva sobre todo en
la cura misma, dentro de la relación de transferencia con el médico, y hasta puede querer
resarcirse por este camino de todas las renuncias que se le imponen en los demás campos.
Lo adecuado al fin es, justamente, denegarle aquellas satisfacciones que más intensamente desea
y exterioriza con mayor urgencia.
Nos negamos a hacer del paciente un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a
imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra luego
de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza.
LACAN: SEMINARIO 5 CLASE XXIV: TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN
En este esquema, las dos líneas en las que la necesidad
del sujeto se articula como un significante, la de la
demanda como demanda de satisfacción de una necesidad
y la de la demanda de amor, están separadas debido a una
necesidad topológica. Esta separación no quiere decir que
no sea una única y misma línea donde se inscribe lo que le
articula el niño a la madre. Hay superposición permanente
del desarrollo de lo que se produce en una y otra de estas
líneas.
Esta ambigüedad es precisamente la que, a lo largo de
toda la obra de Freud, se mantiene de una forma constante
entre la noción de la transferencia (quiero decir, de la
acción de la transferencia en el análisis) y la noción de
sugestión.
El propio Freud escribe que si es conveniente dejar que se establezca la transferencia, es
porque es legitimo hacer uso del poder, ¿de qué?, de la sugestión, que da la transferencia.
Si el paciente engulle nuestras interpretaciones es porque ha llegado a querernos. Aquí,
estamos en el plano de la sugestión. Pero, por supuesto, Freud no pretende limitarse a esto.
Lo que está aquí en el horizonte es lo que produce la demanda en cuanto tal, a saber, la
simbolización del Otro, y la demanda incondicional de amor. Aquí es donde va a alojarse
ulteriormente el objeto, pero como objeto erótico, buscado por el sujeto.
En la línea de la sugestión es donde se produce la identificación en su forma primaria, la
que conocemos bien, la identificación con las insignias del Otro en cuanto sujeto de la
demanda, el que tiene el poder de satisfacerla o no satisfacerla y marca en todo momento
esta satisfacción con algo que es, ante todo, su lenguaje, su palabra.
Si hay transferencia es precisamente para que esta línea superior se mantenga en un plano
distinto del de la sugestión, a saber, que sea considerada, no como algo a lo que no
responde ninguna satisfacción de la demanda, sino como a una articulación significante
propiamente dicha. Esto es lo que distingue a la una de la otra.
¿Cuál es la operación que hace que las mantengamos distintas? Nuestra operación es
precisamente abstinente o abstencionista. Consiste en no ratificar nunca la demanda en
cuanto tal. Pero esta abstención, aunque sea esencial, no es por sí misma suficiente.
Entre ambas está todo ese campo que se llama el campo del deseo.
En consecuencia, todo lo que se nos pide es que no favorezcamos esta confusión con nuestra
presencia allí en cuanto Otro. Basta con satisfacerlo en el plano de la demanda para que se
establezca irremediablemente la confusión entre la línea de transferencia y la línea de
sugestión. Ello quiere decir que, por nuestra presencia, y en tanto que escuchamos al paciente,
tendemos a hacer que se confunda la línea de la transferencia con la línea de la demanda.
Ninguna sugestión, por muy lograda que sea, se apodera totalmente del sujeto.
¿Qué es lo que resiste?
Lo que resiste es el deseo.
Lo que el esquema enumera y ordena son las formas necesarias para el mantenimiento del
deseo, gracias al cual el sujeto sigue siendo un sujeto dividido.
¿Cómo operar con la transferencia? La transferencia tiende de forma del todo natural a degradarse
en algo que siempre podremos satisfacer de alguna manera en su nivel regresivo, de ahí la
fascinación por la noción de la frustración, de ahí las diferentes articulaciones que se expresan de
mil formas en la relación de objeto, y la concepción del análisis que de ellas se deriva.
Por ejemplo, la identificación histérica; para el histérico, el problema es fijar en algún lugar su
deseo en el sentido en que un instrumento de óptica permite fijarse en un punto. Este deseo acaba
presentando para ella algunas dificultades especiales.
Solo puede realizar esa fijación del punto de su deseo a condición de identificarse con cualquier
cosa, con un pequeño rasgo. Donde yo les digo una insignia, Freud habla de un rasgo, einziger
Zug, de otro en quien ella puede prescindir que existe el mismo problema del deseo.
La identificación en cuestión se sitúa aquí, en (S◊a), donde les designé el fantasma. Hay un punto
donde el sujeto ha de establecer una determinada relación imaginaria con el otro, no en sí, sino en
tanto que esta relación le reporta una satisfacción.
El otro sólo sirve aquí para lo siguiente, evita el colapso del deseo, es decir que evita el problema
del neurótico. Ésta es la tercera forma de identificación, que es esencial.
CLASE XXV: LA SIGNIFICACIÓN DEL FALO EN LA CURA
El losange expresa la relación del sujeto con lo que he denominado por aquella relación cuadrática.
Cuando lo inscribo de esta forma, (S◊a), relación del sujeto con el otro con minúscula, es decir con
el semejante, con el otro imaginario, no está determinado de otra forma con respecto a los vértices
de este chasis. Si escribo S con respecto de la demanda, a saber, (S◊D), es lo mismo, no prejuzga
nada en cuanto al punto de ese pequeño cuadrado donde interviene la demanda propiamente
dicha, es decir, la articulación de una necesidad en forma de significante.
Aquel punto donde la demanda llega al Otro, es decir donde se somete a la existencia del
código en el Otro, lugar de la palabra, es la articulación por el sujeto como hablante de su
demanda propiamente dicha, con respecto a la cual se sitúa (S◊D). Que esto tenga que
poder producirse es la presuposición fundamental del propio análisis. Es lo que se produce
en el primer paso del análisis. Es, en un primer plano pero no esencialmente, el reanudamiento por
parte del sujeto de sus demandas. Es en su discurso donde el sujeto hace aparecer, mediante la
forma y la naturaleza de su demanda, los significantes con los que esta demanda se formula.
Todo lo que se produce que es de la naturaleza de la transferencia pende de la existencia de esta
línea de detrás. Esta parte de un punto que podemos indicar con la Φ y acaba en una ▲. Dicha
línea es el fundamento del efecto del significante en la economía subjetiva.
Todo lo que corresponde a la transferencia, de acuerdo con la acción del analista o su no acción,
de acuerdo con su abstención o su no abstención, siempre tiende a intervenir en esta zona
intermedia, aunque puede reducirse siempre igualmente a la articulación de la demanda. Pero si la
ley analítica es que no se satisfará ninguna demanda del sujeto, solo es por la siguiente razón: lo
que opera no es que frustremos al sujeto de lo que en ese caso pueda pedirnos, ya sea tan
solo respondiéndole o, si lo llevamos hasta un extremo, cruzándonos de brazos. Lo que
opera es una frustración más profunda, debida a la propia esencia de la palabra, en tanto
que hace surgir el horizonte de la demanda, que llamé simplemente, la demanda de amor.
¿Cómo está implicado esto en el síntoma? ¿Cómo sirve para la resolución de las neurosis? Es
aquí donde es preciso introducir la zona intermedia.
Entre la línea de la demanda articulada y la de su horizonte esencial, se extiende la zona
intermedia, zona de todas las articulaciones. La línea superior también está articulada, por
supuesto, porque tiene como soporte lo que está articulado, pero ello no quiere decir que sea
articulable, pues lo que se encuentra aquí en el horizonte, término último, propiamente hablando,
no hay nada que pueda formularlo de forma del todo satisfactoria salvo mediante la continuación
indefinida del desarrollo de la palabra.
En esta zona intermedia es donde se sitúa lo que se llama el deseo, con d minúscula, en
cuanto deseo del Otro. Está más allá de la necesidad, mas allá de la articulación de la
necesidad a la que se ve llevado el sujeto por la necesidad de hacerla valer para el Otro, más
allá de toda satisfacción de la necesidad. Se presenta en su forma de condición absoluta y se
produce en el margen entre demanda de satisfacción de la necesidad y demanda de amor. Su
deseo, el hombre siempre ha de buscarlo en el lugar del Otro como lugar de la palabra, y por
eso el deseo es un deseo estructurado en dicho lugar del Otro.
Aquí tenemos, en (S◊a), el fijador y el soporte del deseo, el punto donde éste se fija en su
objeto, que, muy lejos de ser natural, siempre está constituido por una determinada
posición adoptada por el sujeto respecto del Otro. Con ayuda de esta relación fantasmática
es como el hombre se orienta y sitúa su deseo. De ahí la importancia de los fantasmas.
LACAN: SEMINARIO 11 CLASE XX: EN TI MAS QUE EN TU
El objeto a es el objeto que, en la propia experiencia, en la marcha y el proceso que la
transferencia sustenta, se distingue por un status especial.
Todos hablan del término liquidación de la transferencia ¿Qué se querrá decir con esto? ¿O
será el sujeto al que se supone saber, el que ha de ser liquidado como tal?
Sería de veras muy peculiar que ese sujeto al que se supone saber, de quien se supone que
sabe algo sobre uno, y que, de hecho, nada sabe de eso, pueda considerarse como
liquidado en el momento en que, al final del análisis, empieza precisamente a saber algo, al
menos sobre uno.
El sujeto al que se supone saber debería entonces suponerse vaporizado cuando cobra
mayor consistencia. Solo puede tratarse de la liquidación permanente de ese engaño debido
al cual la transferencia tiende a ejercerse en el sentido del cierre del inconsciente. Les
expliqué su mecanismo, refiriéndolo a la relación narcisista mediante la cual el sujeto se hace
objeto amable. A partir de su referencia a aquel que debe amarlo, intenta inducir al Otro a una
relación de espejismo en la que lo convence de ser amable.
Freud designa su culminación natural en esa función llamada la identificación. La identificación en
cuestión no es la identificación especular, inmediata. La identificación es su soporte. Sirve de
soporte a la perspectiva elegida por el sujeto en el campo del Otro, desde donde la identificación
especular puede ser vista bajo un aspecto que procura satisfacción. El punto del ideal del yo es el
punto desde el cual el sujeto se verá, según dicen, como visto por el otro; esto le permitirá
sostenerse en una situación dual satisfactoria para él desde el punto de vista del amor.
Como espejismo especular, el amor tiene esencia de engaño. Se sitúa en el campo instituido
por la referencia al placer, por ese significante único requerido para introducir una
perspectiva centrada en el punto ideal, I mayúscula, que está en el Otro, desde donde el
Otro me ve tal como me gusta que me vean.
El analizado, en suma, le dice a su interlocutor, el analista: Te amo, pero porque
inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a minúscula, te mutilo.
¿Cómo exponerles la incidencia en el movimiento de la transferencia de esa presencia del objeto a
que se encuentra siempre en todas partes?
¿Qué sucede cuando el sujeto comienza a hablar al analista?, al analista, esto es, al sujeto
al que se supone saber, pero de quien se sabe que aún no sabe nada. Al analista se le
ofrece algo que, necesariamente cobra primero la forma de una demanda.
La maniobra y la operación de la transferencia han de regularse de manera que se mantenga
la distancia entre el punto donde el sujeto se ve a sí mismo amable y ese otro punto donde
el sujeto se ve causado como falta por el objeto a y donde el objeto a viene a tapar la hiancia
que constituye la división inaugural del sujeto.
El objeto a minúscula no franquea jamás esa hiancia. Justamente a se presenta, en el campo
de espejismo de la función narcisista del deseo, como el objeto intragable, que queda atorado en la
garganta del significante. En ese punto de falta tiene que reconocerse el sujeto.
Por el propio trabajo que conduce al sujeto que se va diciendo en el análisis, a orientar sus
palabras hacia la resistencia de la transferencia, hacia el engaño, tanto de amor como de agresión;
el sujeto vuelve al plano constituido por el lugar del Otro, a partir del sitio donde el sujeto,
realizándose en su palabra, se instituye a nivel del sujeto al que se supone saber. Todo análisis
cuya doctrina es terminar en la identificación con el analista revela que su verdadero motor
está elidido. Hay un más allá de esta identificación, y está definido por la relación y la
distancia existente entre el objeto a minúscula y la I mayúscula idealizante de la
identificación.
Hay una diferencia esencial entre el objeto definido como narcisista i(a), y la función del a.
El mecanismo fundamental de la operación analítica es el mantenimiento de la distancia entre I y a.
Si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es
aquello que la vuelve a llevar a la pulsión. Y, por esta vía, aísla el objeto a. lo sitúa a la mayor
distancia posible del I, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar. El analista debe
abandonar esa idealización para servir de soporte al objeto a separador.
La transferencia se ejerce en el sentido de llevar la demanda a la identificación. Es posible
atravesar el plano de la identificación, por medio de la separación del sujeto en la
experiencia, porque el deseo del analista, que sigue siendo una X, no tiende a la
identificación sino en el sentido exactamente contrario. Así, se lleva la experiencia del sujeto al
plano en el cual puede presentificarse, de la realidad del inconsciente, la pulsión.
GUREVICZ; MORDOH: EL ABORDAJE DE LA SUGESTION EN LA CLINICA PSICOANALITICA
Introducción: Para que haya efectos analíticos es necesario que el analista deponga su
posición de saber en el análisis de un paciente. Los efectos analíticos se relacionan así con
la posibilidad del sujeto de responsabilizarse del padecer subjetivo que lo aquejase,
pudiendo tener una participación más activa con respecto al mismo.
No se trata para el analista de “optar” entre la sugestión y la “vía propiamente analítica”, sino que el
acto analítico mismo implica una operación sobre un proceso sugestivo ya existente en el enfermo
en su calidad de ser hablante.
¿Qué sugestiona?: Es el terapeuta el que puede resultar sugestionado en la situación clínica,
condicionando esta sugestión sus posteriores intervenciones. Justamente como se responda ante
dicha sugestión diferenciará radicalmente la posición del analista de la del psicoterapeuta.
La “avidez” del paciente, advertida por Freud, que toma por objeto al analista, sugestiona y
condiciona en él distintas formas de respuesta tanto afectivas como pedagógicas, generando así
mayores resistencias en el paciente. Dejarse tomar entonces por el proceso sugestivo no hace más
que aumentarlo. Intentar “resolver” los “problemas” de los pacientes se nos revela como una caída
del terapeuta en la trampa sugestiva, manteniéndolo alejado de los conflictos inconscientes. Lacan
afirma que es en el hecho de creerles a los pacientes “que yace el resorte fatal”
Para Lacan todo discurso tiene un efecto de sugestión, es hipnótico:
“Un discurso es siempre adormecedor, salvo cuando uno no comprende, entonces
despierta. En resumen, el despertar es lo real”.
Así vemos que la sugestión proviene del discurso del paciente y la fuerza de la tarea
analítica debería promover el “despertar” de dicha sugestión, al generar el encuentro del
sujeto con lo real.
La salida: ¿Cuáles son las posibilidades entonces para un sujeto de salir del movimiento sugestivo
estructural en el que se encuentra atrapado en su calidad de ser hablante? En primera instancia
será fundamental que el analista mismo no quede capturado por la sugestión, situación en la que
cae muy fácilmente si se identifica con los significantes de la demanda del enfermo. Lacan observa
que no hay que confundir entre la identificación con el significante de la demanda y la identificación
con el objeto de la demanda de amor. El exit que permite salir de la sugestión será la
identificación con el objeto:
“porque parte de la demanda de amor, abre la secuencia de la transferencia, osea el camino donde
podrán denunciarse las identificaciones que, deteniendo esta regresión, le marcan el paso”.
La transferencia marca un más allá de la sugestión, desarticulándola y generando el
proceso propiamente analítico. Lacan definirá que la transferencia en sí misma es ya análisis de
la sugestión:
“En la medida en que coloca al sujeto respecto de su demanda en una posición que no recibe sino
de su deseo”
El psicoanálisis agrega así una novedosa posibilidad a la encerrante dialéctica constituida por la
sugestión y las resistencias inherentes a la misma: que el sujeto, en la situación transferencial,
pueda encontrarse por vez primera con aquellos significantes ideales a los que se encuentra
identificado y que gobiernan su vida. La posibilidad del analista como semblante de objeto a
generará una inversión del “proceso hipnótico” tradicional. Lacan define la hipnosis por la
confusión del significante ideal donde se orienta el sujeto con el a. El resorte fundamental
de la operación analítica es el mantenimiento de la distancia entre la I y el a. si la
transferencia es lo que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es lo que la
restablece. Y por esa vía, aísla al a, lo coloca a la mayor distancia posible de la I que él, el
analista, se ve llamado por el sujeto a encarnar. Es de esa idealización que el analista a de
declinar para ser el soporte del a separador; en la medida que su deseo le permite en una
hipnosis al revés, encarnar, él, al hipnotizado.
Ocupar el lugar del hipnotizado para operar con ese lugar, es muy diferente a quedar
efectivamente hipnotizado o sugestionado por las demandas del paciente, como sucede con los
psicoterapeutas. Estos, en sus intentos de definir y operacionalizar los “problemas” y en sus
esfuerzos por mantener intacta su “capacidad de maniobra” frente a las resistencias de los
pacientes, desconocen el punto en el que ellos mismos están sujetos a un proceso sugestivo. La
operación analítica abrirá para el analizante la posibilidad de encontrarse con lo real de su
estructura, más allá de lo sugestivo y de manera tal que pueda posicionarse ante los mismos de
una forma diferente.
Se indica el lugar en el que el sujeto queda implicado en sus elecciones, incluso en la de la propia
neurosis. El trabajo analítico lo confrontará con dicha elección y la producción de la neurosis de
transferencia le brindará la posibilidad de realizar una distinta, al permitirle operar sobre los efectos
sugestivos del lenguaje.
La escucha de significantes, oponiéndose a cualquier respuesta desde una posición de
saber, habilita la emergencia del sujeto del inconsciente capaz de responsabilizarse del
padecer que lo aqueja. Se posibilita así el encuentro del sujeto con el deseo, y con la
posición que sostiene ante el mismo, más allá de las demandas sostenidas en su discurso.

Unidad 3: Síntoma y causalidad subjetiva


FREUD: CONFERENCIA 23 “LOS CAMINOS DE LA FORMACIÓN DE SINTOMA
Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva
modalidad de satisfacción pulsional.
Una de las partes del conflicto es la libido insatisfecha, rechazada de la realidad. Se ve
precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de una de
las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que ya resignó antes.
El conflicto queda planteado si el yo no presta su acuerdo a estas regresiones. La libido es
como atajada y tiene que intentar escapar a donde halle un drenaje para su investidura
energética. Le permiten tales escapatorias las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, q
ahora ella recorre en sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento, se había protegido
por medio de represiones. Cuando en su reflujo la libido inviste estas posiciones se sustrae del yo
y de sus leyes. La contradicción que se había levantado contra ella en el interior la persigue como
“contrainvestidura” y la fuerza a escoger una expresión que pueda convertirse al mismo tiempo
en la suya propia. Así, el síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento de deseo
libidinoso inconsciente, desfigurado de una manera múltiple; es una ambigüedad escogida
ingeniosamente, provista de dos significantes que se contradicen por completo entre sí.
¿Dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las represiones? En
las practicas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales y en los objetos
resignados de la niñez.
La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido en la ecuación etiológica de las neurosis
como representante del factor constitucional, se nos descompone ahora, por tanto en otros dos
factores: la disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia:

Constitución sexual + Vivenciar infantil


(vivenciar prehistórico)

Predisposición por + Vivenciar accidental traumático


fijación libidinal (del adulto)

Neurosis.
En el caso de la frustración la libido inviste regresivamente las posiciones que había abandonado,
pero a las que quedó adherida con ciertos montos, ¿Cómo encuentra la libido el camino de
regreso hacia esos lugares de fijación? Bien; todos los objetos y orientaciones de la libido
no han sido resignados por completo. Ellos o sus retoños son retenidos aún en las
representaciones de la fantasía. La libido no tiene más que volver a las fantasías para hallar
expedito el camino a cada fijación reprimida. Estas fantasías gozan de cierta tolerancia, y no se
llega al conflicto entre ellas y el yo, mientras se observe una determinada condición, de naturaleza
cuantitativa, infringida ahora por el reflujo de la libido a las fantasías. Por este aflujo la investidura
energética de las fantasías se eleva tanto que ellas se vuelven exigentes, desarrollan un esfuerzo,
orientado hacia la realización. Esto hace inevitable el conflicto entre ellas y el yo. Son sometidas a
la represión por parte del yo y libradas a la atracción del inconsciente. Desde las fantasías ahora
inconscientes, la libido vuelve a migrar sus orígenes en el inconsciente, hasta sus propios lugares
de fijación.
La retirada de la libido a la fantasía es un estado intermedio del camino hacia la formación de
síntoma, que se denomina introversión. La introversión designa el extrañamiento de la libido
respecto de las posibilidades de la satisfacción real, y la sobreinvestidura de las fantasías que
hasta ese momento se toleraban por inofensivas. Un introvertido no es todavía un neurótico, pero
se encuentra en una situación lábil, al menor desplazamiento de fuerzas desarrollará síntomas.
FREUD: INHIBICIÓN, SINTOMA Y ANGUSTIA Capítulo III
Si el acto de la represión ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua su impotencia
y el carácter no influible de la moción pulsional singular del ello. En efecto, el proceso que por
obra de la represión ha devenido síntoma afirma ahora su existencia fuera de la
organización yoica y con independencia de ella. Tanto él como sus retoños. Cada vez que se
encuentran por vía asociativa con sectores de la organización yoica cabe la posibilidad de
que los atraigan y, con esta ganancia se extiendan a expensas del yo. La lucha contra la
moción pulsional desagradable se termina a veces mediante la formación de síntoma. Pero
por regla general la trayectoria es otra: al primer acto de la represión sigue un epilogo
escénico prolongado, o que no se termina nunca, la lucha contra la moción pulsional
encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma.
Esta lucha defensiva secundaria nos muestra dos rostros de expresión contradictoria. Por
una parte, el yo es constreñido por su naturaleza a emprender algo que tenemos que
apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación. Así se comprende que el yo
intente además, cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma aprovechando toda
oportunidad para ligarlo de algún modo a sí e incorporarlo a su organización mediante tales
lazos.
El síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado, ahora se impone avenirse a esta situación y
sacarle la máxima ventaja posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo
interior que es ajeno al yo y está representado por el síntoma, adaptación como la que el yo
suele llevar a cabo normalmente respecto del mundo exterior objetivo. Puede ocurrir que la
existencia del síntoma estorbe en alguna medida la capacidad de rendimiento y así permita
apaciguar una demanda del superyó o rechazar una exigencia del mundo exterior. Así el síntoma
cobra un valor para la afirmación de sí, se fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada
vez más indispensable para este.
De todos los nexos mencionados resulta lo que nos es familiar como ganancia (secundaria) de la
enfermedad en el caso de la neurosis. Viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el
síntoma, y refuerza la fijación de este último. Y cuando después intentamos prestar
asistencia analítica al yo en su lucha contra el síntoma, nos encontramos con que estas
ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias.
LACAN: SEMINARIO 10. CLASE XXI
La angustia reside en la relación fundamental del sujeto con el deseo del Otro
El análisis siempre ha tenido como objeto el descubrimiento de un deseo
En todo advenimiento del a en cuanto tal, la angustia aparece en función de su relación con el
deseo del Otro, pero su relación con el deseo del sujeto, ¿Cuál es? a no es el objeto del deseo que
tratamos de revelar en el análisis, es su causa.
Si la angustia señala la dependencia de toda constitución del sujeto respecto al A, el deseo del
sujeto se encuentra suspendido de esta relación por intermedio de la constitución antecedente de
a. En todo síntoma esta dimensión se manifiesta.
El proceder analítico no parte del enunciado del síntoma tal como fue descripto, o sea, de acuerdo
con su forma clásica definida desde siempre (la compulsión, con la lucha ansiosa que lo
acompaña), sino del reconocimiento de que eso funciona así.
El sujeto tiene que darse cuenta de que eso funciona así. El síntoma solo queda constituido
cuando el sujeto se percata de él. El primer paso del análisis es que el síntoma se constituya
en su forma clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de
él, porque no hay modos de atrapar al síntoma por las orejas. ¿Qué es la oreja en cuestión?
Es lo que podemos llamar lo no asimilado del síntoma por el sujeto.
Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado, el paso a dar no es que
se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso.
Esto es imposible articularlo si no ponemos de manifiesto la relación radical de la función
de a, causa del deseo, con la dimensión mental de la causa.
Si enuncio que la vía pasa por a, que es el único objeto que debe proponerse al análisis de la
transferencia, ello no significa que todos los problemas queden resueltos de este modo. Esto deja
abierto, como verán otro problema. Es precisamente mediante esta sustracción como puede surgir
la dimensión esencial de una pregunta planteada desde siempre, pero ciertamente no resuelta,
porque la insuficiencia de las respuestas es evidente a los ojos de todos cada vez que se plantea;
la cuestión del deseo del analista.
Si el síntoma es lo que nosotros decimos, o sea, implicable por entero en el proceso de la
constitución del sujeto en la medida en que éste tiene que hacerse en el lugar del Otro, la
implicación de la causa forma parte legítima del advenimiento sintomático. Esto significa
que la causa implicada en la cuestión del síntoma es, si ustedes quieren, una pregunta, pero
de la que el síntoma no es el efecto. Es su resultado. El efecto es el deseo.
LACAN: CONFERENCIA DE GINEBRA SOBRE EL SINTOMA
Si Freud aportó algo, fue que los síntomas tienen un sentido y que solo se interpretan
correctamente (correctamente quiere decir que el sujeto deje caer alguno de sus cabos) en función
de sus primeras experiencias, a saber, en la medida en que encuentre la realidad sexual.
En ciertos seres, el encuentro con su propia erección (Juanito) no es autoerótico en lo mas mínimo.
Es lo mas hetero que hay. Ese caballo que va y viene, que tiene cierto modo de deslizarse a lo
largo de los andenes tirando de un carro, es totalmente lo más ejemplar para el de aquello que
tiene que enfrentar y sobre lo cual no entiende nada. Su síntoma es la expresión de ese rechazo.
Ese rechazo no merece en lo mas mínimo ser etiquetado de autoerotismo, con el solo pretexto de
que después de todo ese wiwimacher lo tenga enganchado en algún lugar de su bajo vientre. El
goce que resulta de ese wiwimacher le es ajeno hasta el punto de estar en el principio de su fobia.
El hecho de que un niño diga quizá, todavía no, antes de que sea capaz de construir
verdaderamente una frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atraviesa, a través de
la cual el agua del lenguaje llega a dejar algo tras su paso, algunos detritos con los que
jugará, con los que será muy necesario arreglárselas.
LOMBARDI; EFECTOS ANALITICOS Y DIAGNOSTICO EN LA PRIMERA FASE DEL
TRATAMIENTO
La indicación de saber incluida en el síntoma: La concepción psicoanalítica del síntoma implica
un desplazamiento hacia lo que el sujeto sabe, advierte, o al menos vislumbra sobre lo que
él mismo padece.
Aun aquellos casos en que el síntoma consiste en un estado permanente de duda, puede ser
reconducido a alguna certeza. El analista puede acompañar al sujeto a constatar que ese
síntoma es el resultado de alguna causa que le concierne, y precisamente en el punto en
que él, de un modo u otro, “no sabe”, con las comillas de sospecha que añade el método
psicoanalítico a ese no saber supuesto, para hacer incidir allí las preguntas, las
interpretaciones, que propicien nuevas asociaciones, articulaciones de saber, desconocidas
hasta ese momento.
En el campo del síntoma, el “no saber”, o el “no querer saber”, se declina en formas clínicas
diversas, que permiten definir los tipos clínicos clásicos del psicoanálisis.
1- Paranoia: signo certero de que en alguna parte “se sabe” lo que quiere decir ese signo cuya
significación él no conoce.
2- Neurosis: el analista debe apuntar a producir esa conversión ética qué consiste en acceder a lo
que el síntoma implica de certeza, suele llamarse a eso rectificación subjetiva: allí tengo una
participación, eso me concierne en mi actividad intrigante, en mi responsabilidad, o al menos en la
forma de autorreproche con que el saber se me presenta.
3- Perversión: se trata de un característico “se sabe, pero no se puede hacer saber”; el deseo se
sitúa allí, comenta Lacan, en la dimensión de un secreto poseído, vivido como secreto, y que como
tal desarrolla la dimensión de su goce.
Esto permite una concepción muy amplia y precisa del síntoma en la clínica psicoanalítica, en el
sentido de autoaplicación, del significante del síntoma, en tanto él mismo es del orden de un saber
que se señala a sí mismo, un saber tanto más absoluto cuanto más inaccesible es a la conciencia
del sujeto.
Lo que el analista es llamado a saber, no es saber de clasificación, no es saber de lo
general. Lo que él debe saber es reconocer las suturas, las cicatrices que bajo la forma del
síntoma ha dejado el encuentro del sujeto con el significante en tanto éste “se sabe” en su
magistral equivoco, con lo que para cada quien connota de significación personal, pero de
la que él en tanto analista, ahora puede retirarse destitución subjetiva mediante.
La definición de los efectos analíticos: Definimos el efecto terapéutico desde el discurso común:
mejoría del paciente en algún aspecto, por ejemplo, alivio sintomático, disminución de la angustia,
incremento del bienestar, logros laborales, en el amor, etc.
El efecto analítico no excluye los efectos terapéuticos, pero implica además una transformación
de la posición del sujeto respecto del saber del síntoma. Esto suele resultar más evidente
hacia el final del análisis, y particularmente a partir de sus efectos didácticos (caída des Sujeto
supuesto Saber, destitución subjetiva con lo que eso tiene de terapéutico, de “salubre” dice Lacan);
sin embargo los efectos analíticos, ya están presentes en el comienzo autentico de un
análisis, en el momento en el que el sujeto cambia su relación al saber del síntoma, cuando
por ejemplo:
1. Advierte que ese malestar, ese dolor que padece, esa conducta bizarra que repite es un
síntoma, es decir el resultado de alguna causa que le concierne en tanto sujeto, y que lo
divide.
2. la máscara de sus síntomas cambia, porque cambia su posición subjetiva respecto de los
mismos, respondiendo asociativamente de modo que su implicación de sujeto en el saber
del síntoma toma otro signo.
Es decisivo el momento es que el sujeto advierte que su posición en relación a la forma-
autorreproche del autosaber del síntoma alimentaba el padecer
En lo que llamo efecto analítico no se trata de hacer consciente lo inconsciente, ya que el
inconsciente persiste como inaccesible a la profundización consciente. En psicoanálisis no
se trata de un conócete a ti mismo, sino más bien de la captación del límite de ese conócete a ti
mismo. El efecto analítico es un “advertir” puntual, que no vale tanto por lo que implica de
inteligencia o ganancia epistémica sobre la situación, como por la transformación en la
posición del sujeto respecto de lo que no cesa de retornar, como síntoma, del inconsciente.
En un tratamiento analítico la interpretación ultima, la que valida o invalida lo anterior, está dada
por las asociaciones del analizante. Esto constituye un sólido respaldo ético a las exigencias que
plantea la particularidad, e incluso por momentos la singularidad del acceso al saber por parte del
analizante. El analista no trata la despersonalización fortaleciendo el yo, sino destituyéndose
como sujeto, ofreciendo así la opción de una compañía menos estragante, y un sostén, el
del deseo del analista, de lo que el analizante guste asociar.
La importancia del diagnostico en psicoanálisis: ¿Para qué necesita el analista arribar a un
diagnostico? Existen dos líneas de respuesta que hacen a lo concreto del acto psicoanalítico, que
le exigen un diagnostico.
1. Cuando el diagnostico cambia, cambia el analista. Un diagnostico adecuado da un marco a
su intervención, que no siempre puede ser tan libre, no al punto de resultarle indiferente que
se trate de una paciente histérica o esquizofrénica, de un paranoico o un obsesivo. Se tratan
diversamente porque la concepción lacaniana de la transferencia como no-intersubjetividad implica
que la interpretación es un límite a la no-intersubjetividad. Este límite dado por la interpretación del
analista es admitido usualmente por el neurótico con un cierto beneplácito, responde con sus
asociaciones. El psicótico en cambio exige una destitución subjetiva más constante y rigurosa, que
recomienda al analista abstenerse mucho más de formular sus propias asociaciones. Cuando esto
es desconocido por el analista, el sujeto de la psicosis suele responder con lo peor…, es decir
aquella parte de la verdad que se formula al precio de un desencadenamiento, un pasaje al acto
como salida de la polución social de la verdad concentrada en el vinculo que pretendía ser
analítico.
2. El síntoma no se constituye sino cuando el sujeto lo advierte como tal. Y el primer paso
del análisis, es que el síntoma se constituya, en su forma clásica. Sin eso no hay modo de
salir de él, y no solamente porque no hay modo de hablar de él, no solo porque aún no se ha
enunciado claramente, sino además porque si no es formulado como síntoma clásico no
hay modo de atraparlo por las orejas, dice Lacan, ¿Cuál es la oreja en cuestión? Es algo que
podemos llamar lo no asimilado, por el sujeto, del síntoma. Esta dimensión, que es un
síntoma, que hay una causa para eso, solo en ella la implicación del sujeto en su conducta se
rompe; esa ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma nos sea abordable. Solo
cuando se produce esa ruptura, la dimensión de la causa (a) es vislumbrada por el neurótico
como angustiante, en el punto de retorno del deseo del Otro. Porque la estructura del síntoma
se organiza en torno a ese punto en el que se concentra el deseo del Otro, todo aparece en el
obsesivo como comandado, con la solución típica de reducción del deseo del Otro a la demanda
del Otro.
GUREVICZ, MORDOH: EL PROCESO DIAGNOSTICO EN PSICOANALISIS, ALGUNAS
PRECISIONES
Introducción: El proceso diagnostico psicoanalítico, a diferencia del diagnostico psiquiátrico,
conlleva de por si efectos terapéuticos, en el punto en que el sujeto puede, en dicho
proceso, determinar su participación inconsciente en la etiología del síntoma que lo aqueja.
Es decir, advertir su implicación en la formación y el mantenimiento del mismo.
Definimos el proceso diagnostico psicoanalítica como: “el trabajo por el que el analista se
ubica en el campo transferencial del paciente para hacer posible desde allí una
manifestación más nítida del síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que
concierne y divide al sujeto que lo padece”.
¿De quién es el diagnostico?: El diagnostico psiquiátrico tiende a dejar al sujeto en una posición
pasiva, o peor aún, lo pasiviza en el punto en el que recibe desde el exterior un saber clasificatorio
preestablecido. Desde esta concepción, diagnostico y terapia están separados, y el primero
determina a la segunda.
Reducir el diagnostico a la aplicación desde el exterior de un conocimiento “analítico” no solo no
nos garantiza la posibilidad de realizar un psicoanálisis, sino que además nos expone al riesgo de
obstaculizar la aparición del sujeto del inconsciente.
El diagnostico constituido en la situación transferencial ubica un punto por fuera de
cualquier intento sugestivo del terapeuta de “catalogar” el malestar del paciente. El
dispositivo analítico habilita la emergencia de un sujeto capaz de ubicar y advertir su
responsabilidad en el padecer que lo aqueja. Este saber diagnostico del sujeto proviene
necesariamente del interior del dispositivo.
Tratamiento y proceso diagnostico no estarían separados, en el punto en que advertir su
propia responsabilidad en el padecer sintomático ya tiene de por si efectos terapéuticos.
Se trata así de generar el encuentro del sujeto con lo real de la estructura subjetiva más allá de
cualquier metalenguaje, o de cualquier operación sugestiva sobre el sujeto.
¿Cómo responder?: Cuando el enfermo es remitido al médico no espera de él pura y simplemente
la curación, sino que: “coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo
que es totalmente diferente, pues esto puede implicar que él esté totalmente atado a la idea de
conservarla”.
Viene a veces a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo y en muchos otros casos:
“viene de la manera más manifiesta, para demandarnos que lo preserven en su enfermedad, que lo
traten del modo que le conviene a él, el que le permitirá seguir siendo un enfermo bien instalado en
su enfermedad”.
Si el analista intenta satisfacer las demandas desplegadas por lo pacientes o intenta operar
desde un saber hacer diagnostico, se perderá la posibilidad para el paciente de dar cuenta y
modificar su singular posición subjetiva frente al padecer, quedando confirmada su
condición de “enfermo”.
El padecer en el paciente tiene que volverse síntoma. Ese es uno de los resultados del
proceso diagnostico. Este resultado no es el efecto de una operación sugestiva sobre el
paciente sino de la utilización de una vía estrictamente analítica. ¿Cuál es esta vía?
Para que haya efectos analíticos es necesario que el analista deponga su posición de saber
en el análisis de un paciente.
Lacan nos dice que la posición del analista es la de aquel que: “tiene que responder a una
demanda de saber, aunque sólo pueda hacerlo llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado opuesto a
las ideas que emite para presentar esa demanda” Si el analista intenta satisfacer las demandas del
paciente no hará más que confirmar el diagnostico “silencioso” detrás de las mismas y que
enmascara la responsabilidad del sujeto en relación a su propia posición. Llevar al paciente hacia
“el lado opuesto de las ideas que emite”, no implica llevarlo hacia otras ideas o hacia otro
diagnostico distinto, sino a enfrentarse con su propio deseo articulado en la metonimia de la
cadena significante. Para eso no debe responder mediante un saber exterior sobre el sujeto, sino
operando con la transferencia misma.
Nuestra operación en este lugar es precisamente “abstinente” y consiste en no ratificar
nunca la demanda en cuanto tal. Esta abstinencia, aunque sea esencial, no es suficiente.
Por “nuestra sola presencia” tendemos a hacer que se confunda la línea de la transferencia
con la línea de la demanda. El analista que solo escucha, por principio es nocivo, en tanto ratifica
la demanda y la posición de sujeto subyacente a la misma. La abstinencia de analista no es por
fuerza silenciosa, sino que al operar con la transferencia reenvía al sujeto desde la demanda
hacia su deseo.
MORDOH, GUREVICZ, LOMBARDI: LA IMPLICACION DEL INCONSCIENTE EN EL SINTOMA
Introducción: El diagnostico constituido en la situación transferencial, innovación de la clínica
psicoanalítica, ubica un punto por fuera de cualquier intento sugestivo del terapeuta de “catalogar”
el malestar del paciente. El proceso diagnostico psicoanalítico conlleva de por si efectos
terapéuticos, en el punto en que el sujeto puede en dicho proceso, determinar su participación
inconsciente en la etiología del síntoma que lo aqueja. Es decir advertir su implicación en la
formación y en el mantenimiento del mismo.
Eso que hay en mí: Lacan dirá que, el análisis viene a recordar el “carácter vagabundo,
huidizo, insaciable del deseo”. Deseo que elude la síntesis del yo, constituido tan solo como
una ilusoria afirmación de síntesis. “Si bien siempre soy yo quien desea, eso que hay en mi
sólo puede captar la diversidad de los deseos”. Desde esta perspectiva la implicación del sujeto en
el deseo se relaciona necesariamente con “eso que hay en mí” en la diversidad de deseos, más
que con la fallida síntesis yoica. Constituiría así un error clínico intentar implicar directamente
al yo en su síntoma por la vía sugestiva, ya que quedaría obstaculizada la posibilidad para el
sujeto de discernir la responsabilidad de su propia posición, mucho más compleja e
imposible de sintetizar.
Freud y su casuística: Cuando Freud encuentra a su paciente Emmy Von N tirando la comida al
jardín y ella le responde que no estaba acostumbrada a comer más; como médico le aconseja que
debería hacerlo. Sin embargo este consejo no surte efecto. Entonces le solicita asociar al respecto,
y las asociaciones surgen con espontaneidad.
Vemos como Freud apunta con su intervención a descubrir la “elección” nerviosa
(inconsciente) del sujeto que queda implicado en lo que en un principio aparecía como “es
mi naturaleza”. Tal implicación no se logra entonces por la vía sugestiva en relación al hacer
(no tirar la comida) sino mediante la apelación al decir inconsciente, a un decir sobre esto
otro.
Los sueños: Freud trata el tema de lo inconsciente como “lo extraño a mi”; pero esto “extraño”,
paradójicamente, lejos de ser ajeno al sujeto, lo implica de una manera contundente
constituyéndose como el punto más intimo (y conflictivo) de su ser.
Existe “en mi” entonces para Freud algo más importante que mi “yo” a nivel “moral”, en lo cual el
sujeto está implicado y de lo que debe responsabilizarse.
Es interesante establecer aquí la flagrante diferencia entre la clínica psicoanalítica y otras
corrientes psicoterapéuticas que buscan implicar al paciente en su enfermedad y en el
tratamiento apelando exclusivamente a su yo, exacerbando su engañosa capacidad de
síntesis. Lo que se desconoce aquí, en este tipo de intentos de “conciliar” al yo con “eso”
que le sucede, es la implicación que el psicoanálisis descubre; no se trata del sujeto del
enunciado ni del conocimiento, sino la del sujeto del inconsciente en relación a su propia
satisfacción, implicación además de la que sólo el sujeto puede dar cuenta, inabarcable a
priori por el saber del Otro.
El movimiento yoico que intenta incorporar al síntoma a su organización, no hace más que
engrosar a este último. La operación analítica deberá avanzar en otra dirección.
La implicación significante: Para lograr efectivamente dar cuenta de la implicación del sujeto en su
síntoma será necesario que el análisis se mantenga en una posición abstinente en relación a la
demanda. Una lógica terapéutica que pretenda implicar al sujeto en la cura psicoeducativamente
obstaculizará la posibilidad por parte de este de dar cuenta de su implicación inconsciente.
Lacan advierte que el proceder analítico no parte del enunciado del síntoma, caracterizado
por la compulsión y por la lucha ansiosa que lo acompaña, sino del reconocimiento de que
“eso funciona así” y que el primer paso de un análisis es que el síntoma se constituya en su
forma clásica, es decir que “salga del estado de enigma todavía informulado”. Que en el
sujeto se “perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso”. Tan sólo por ese lado
se rompe la implicación del sujeto en su conducta y que es ruptura “es la complementación
necesaria para que el síntoma sea abordable por nosotros”
Dar cuenta de dicha implicación deseante, de “eso que funciona así”, no es algo que pueda
lograrse sugestivamente “completando el vocabulario” del paciente. Se trata del manejo de
la transferencia en lo que llama “la zona intermedia”, ubicada entre los significantes
pegados a la necesidad y la presencia constante del significante en el inconsciente, es
donde se sitúa el deseo, deseo que “es lo que pone propiamente en cuestión toda la
economía del sujeto y está implicado en lo que se revela en el análisis”
Solo en esta zona intermedia, extraterritorial, que descubre (y constituye) el análisis y que el
análisis debe sostener mediante el manejo de la transferencia, el sujeto podrá dar cuenta de su
implicación en el síntoma y de una posibilidad de elección diferente, allí donde el destino se
presentaba como alienante.
FRYDMAN, THOMPSON: EL CARÁCTER, UN OBSTACULO PARA DELIMITAR EL SINTOMA
EN LA NEUROSIS
El carácter en conjunción con el síntoma: En Inhibición, síntoma y angustia, dice Freud: “en la
lucha defensiva contra el síntoma, el yo es constreñido por su naturaleza a emprender algo que
tenemos que apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación”
El síntoma, que se manifiesta como un elemento discreto, extraño a la unidad imaginaria del
yo, es constreñido a subsumirse a ésta. Así el yo intenta “cancelar la ajenidad y el
aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a sí e
incorporarlo a su organización”
El carácter se nutre de la asimilación del síntoma al yo: “Así el síntoma es encargado poco a
poco de subrogar importantes intereses, cobra un valor para la afirmación de sí, se fusiona
cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para éste.
Por esta vía el síntoma no se manifiesta como un elemento ajeno que divide al sujeto sino
que, por el contrario, es funcional a la “afirmación de sí”.
El carácter queda definido como siendo aquella parte del síntoma que se ha fundido en la aleación
yoica, la cual queda denunciada por los rasgos de fijeza e inercia, que evidencian su fuente
pulsional, tratándose en definitiva de aquella modalidad de satisfacción que ha sido asimilada por
el yo por la vía del síntoma.
Carácter y síntoma en la cura: Tal apareamiento del síntoma con el yo se traduce en la cura del
siguiente modo: el síntoma, fagocitado por el yo, se torna irreconocible, imposible, dirá
Lacan, de ser “atrapado por las orejas”. Freud nos dice: “estas ligazones de reconciliación
entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias”
La cura debe, para delimitar el síntoma, operar en contra de la alianza que como saldo de la
defensa se produce entre el yo y el síntoma. La cura sólo puede proseguir su camino
devolviéndole al síntoma su “carácter” de ajenidad.
Lo asimilado del síntoma por el sujeto mediante ligazones de reconciliación entre el yo y el
síntoma, llevó a la construcción de conductas que el sujeto reconoce como lo más propio
de su ser. Aquí el sujeto se encuentra alienado a esos modos de la satisfacción pulsional,
haciendo de ellos un rasgo de carácter o una personalidad, que ubicamos en el extremo de
un “Yo no pienso”; posición que entendemos equivalente al rechazo del inconsciente.
La clave consiste en hacer emerger la dimensión de la causa: “Para que el síntoma salga del
estado de enigma todavía informulado, el paso a dar es que en el sujeto se perfile algo tal
que le sugiera que hay una causa para ello. Tan solo por este lado se rompe la implicación del
sujeto en su conducta, y esta ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma sea
abordable por nosotros”
Un movimiento que implique un “Yo no soy” que le devuelva al síntoma su ajenidad y que conlleve
la apertura del inconsciente por medio de la pregunta por la causa.
TOHMPSON, FRYDMAN: EL PROCESO DIAGNOSTICO EN PSICOANALISIS
El proceso diagnostico: El proceso diagnóstico consiste en el trabajo por el cual el analista se ubica
en el campo transferencial del paciente, para hacer posible desde allí una manifestación más nítida
del síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que concierne y divide al sujeto que lo
padece. El resultado del proceso no es solamente una etiqueta o código diagnostico, sino una
puesta en forma del síntoma en un vinculo transferencial, que supone al menos una experiencia
inconsciente. El síntoma no es algo ya dado al comienzo del proceso, sino que se completa en la
transferencia, incluyendo al analista como uno de sus componentes: aquí a quien el síntoma en
tanto mensaje inconsciente está dirigido.
Nuestra definición de proceso diagnóstico en psicoanálisis hace necesaria una diferenciación entre
“diagnóstico” y “proceso diagnostico”.
El diagnostico es uno de los resultados (no el único) de este proceso. Consiste en la atribución
clasificatoria, respecto de una determinada presentación clínica, de una categoría nosológica.
También se separa del diagnostico tradicional respecto de su objeto. Tal como señala Soler:
“un diagnóstico consiste en concluir sobre la estructura, no tanto de la persona, sino sobre la
estructura del material clínico que el paciente presenta”. ¿Cuál es ese material clínico? No otro que
el discurso del analizante.
Al entender el diagnóstico como “proceso” suponemos en su devenir el paso de un estado a
otro, que implica al menos dos tiempos lógicos, un trabajo del lado del analizante y una operación
del lado del analista. Tal trabajo tiene por objeto “hacer posible desde allí una manifestación más
nítida del síntoma”.
Presentaciones y pasajes iniciales del proceso diagnostico: Definimos al motivo de consulta como
lo que nos permite verificar la variedad de argumentos con los que el paciente intenta justificar ante
el terapeuta por qué se debe prestar oídos a lo que viene a traerle, constituyendo una articulación
primera de la demanda. Nos enseña tanto el lugar en que se ubica el paciente como el que le
atribuye al Otro en estos momentos iniciales del tratamiento. Es en términos de proceso que
verificamos a este nivel un pasaje de un estado primero en el cual el padecimiento se presenta
indeterminado frente al cual el paciente sostiene su posición de no querer saber, a un estado
siguiente en el que, despejadas las demandas primeras y modificándose parcialmente la posición
del paciente “se exteriorizan unos síntomas que antes eran casi imperceptibles”.
Entendemos a la “ocasión de enfermar” como ese elemento que ya Freud distinguía en la
causación de la neurosis, el “acontecer traumático del adulto”, es el que lleva a la formación
de síntoma en tanto solución al conflicto patológico. Pero justamente en cuanto la ocasión
de enfermar deriva en una solución, no deja de anudar la estructura, por lo que no
necesariamente lleva a la consulta. Es en el fracaso de tal anudamiento que la enfermedad
eventualmente termina de constituirse como defensa contra el síntoma
Aquella encrucijada vital que hizo fracasar la solución sintomática es a la que entendemos
como la ocasión de la consulta.
Es justamente la transferencia el indicador diagnostico con mayor incidencia en los casos.
Hasta aquí nos hemos limitado a apreciar la transferencia en su faz fenoménica. Si damos
un paso más y la abordamos desde el vector intencional que implica a los móviles y las
características de la relación al Otro, constatamos tres formas de este lazo:
1. La demanda al Otro. Lacan plantea que este lugar es aquel a ser encarnado por el analista. Y
evoca respecto al carácter de tal lugar su fórmula del Sujeto supuesto al Saber, en tanto: “el
analista no podría ser concebido como un lugar vacío, el lugar de inscripción, el lugar de
resonancia de la palabra del sujeto”. A dicha fórmula queda articulada la demanda como punto de
partida: “el sujeto en el punto de partida se enfila en la demanda, pero de esta demanda, tenemos
que precisar su estatuto”. Dicha precisión del estatuto de la demanda conduce o bien a una toma
de posición del sujeto frente a su demanda o bien puede conducir a la transformación de la misma.
En el proceso diagnostico aspiramos que se presente como una variable de la demanda de
desembarazarse del síntoma.
2. El rechazo del Otro, presentación característica de los cuadros de anorexias, bulimias y
adicciones, donde la relación con el objeto es solidaria de un desentendimiento respecto del Otro.
3. La mostración al Otro, donde incluimos las presentaciones cuya modalidad privilegiada es el
acting out.
Si se le supone al síntoma un querer decir a ser descifrado, este “querer decir” implica:
-La suposición de un saber que encarna el síntoma. “hay siempre en el síntoma la indicación
que él es cuestión de saber”.
-Una intencionalidad implicada en ese “querer” del querer decir, pues ¿Quién es el que
quiere? Un sujeto. Es decir, la suposición de un sujeto como aquel agente que responde a tal
saber. Este sujeto que emerge como hipótesis respecto del saber inconsciente es un efecto del
dispositivo, una suposición que se produce como significación del saber inconsciente. Concebimos
a tal sujeto como el efecto de división que el lenguaje produce en el ser hablante, entre la
determinación inconsciente que hace se él una marioneta alienada en un saber que desconoce, y
la respuesta que lo separa y le permite responsabilizarse de su posición.
-La dirección al Otro, es decir la demanda, deriva de la creencia en “eso” que el síntoma quiere
decir y su correlativo desciframiento. Debido a ello sabemos que no se encuentra al síntoma
formalizado desde el comienzo; será necesario que entre en transferencia, que se complete en la
transferencia incluyendo al analista.
Que el síntoma quiera decir y que eso lo lleve a alguien al Otro que descifre lo que eso quiere
decir, es propio de la neurosis: “Se que hay algo que descifrar pero no tengo la llave”.
En la psicosis se sabe que eso quiere decir, pero el analista no tiene el saber, ni se le dirige la
demanda de descifrarlo.
El perverso goza del secreto que posee (si él lo posee, los otros no)

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