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La construcción del universo

Marcelo R. Cerebio
Paul Watzlawick

Conceptos introductorios y reflexiones sobre


epistemología, constructivismo y
pensamiento sistémico.

Segunda Edición Revisada 2006.

Imprenta: Romanya Valls


Depósito Legal: B – 12.470-2006
Printed in Spain

Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE

Introducción. El paradigma Posible

1. El conocimiento del mundo

Hacia una ciencia del cambio (P.W)

Qué se conoce, cómo se conoce

Linealidad y la búsqueda de los orígenes

Circularidad y Revolución ciberética

2. El ojo constructor

La ilusión de la "ilusión" (P.W)

El ocaso de la objetividad

La construcción de la paradoja observante

Yo distingo, tú distingues

La lógica de los tipos lógicos

Distinciones y categorizaciones: construyendo realidades diagnósticas

Las dos realidades (P.W y M.R.C)

Lenguaje y mundos inventados

3. La nueva mirada

El principio explicativo

El insight o hágase la luz (P.W y M.R.C)

La realidad del Rorschach, el Rorschach de la realidad

Construyendo del estilo terapéutico

Consejos útiles para no ser un terapeuta sistémico

Epílogo. La "primavera verdad" de la "realidad última"

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INTRODUCCIÓN

EL PARADIGMA POSIBLE

Clásicamente se entiende que un libro refleja una línea de pensamiento, el diseño de una propia
del autor y lo que éste desea transmitir. Es esta misma orientación la que posiciona al lector como un
sujeto pasivo que recibe ideas, con lo cual la lectura se convierte en un acto unidireccional: un autor activo
y un lector pasivo.
Sin embargo, es el lector el que captará y traducirá en construcciones propias las ideas de la obra;
y es a partir de entonces –momento sagrado- que dichas ideas dejan de ser patrimonio exclusivo del autor
para pasar a formar parte del universo de conocimientos del lector.
Así, el lector abandona la pasividad de su lectura para convertirse en uno de los gestores del libro.
Pensarlo de este modo implica que dicha lectura y sus reflexiones consecuentes se estructuran como un
proceso de co-contrucción entre autor y lector.
De esta manera, entra en crisis la linealidad tradicional que polariza un activo-pasivo en relación
autor y lector, respectivamente.
Tampoco se invierte la polaridad. Se trata de entender el juego a la luz de lo que en adelante
llamaremos el posible paradigma, el paradigma de la circularidad, una suerte de lectura interactiva donde
autor y lector, conociéndose a través de la obra, construyen juntos el producto. Para poder comprender
esta concepción, en el sentido estricto del término, se hace necesario conocer desde un nuevo modelo de
pensamiento, y para concertar dicho giro hace falta un cambio de paradigma.
La historia del mundo está signada por el cambio. Las crisis en el mundo científico fueron el
preludio de la desestructuración de parámetros que resultaron anquilosados para gestar otros nuevos.
Construcciones teóricas innovadoras comenzaron siendo posiciones alternativas a un determinado modelo
de pensamiento que se erigía como paradigma. Frente a tal confrontación, la comunidad científica -como
grupo de poder- debió renunciar a su basamento epistemológico, para a posteriori, involucrarse en un
nuevo conocer.No obstante, en todos los casos el resultado de este proceso no fue el cambio de
paradigma, sino que, en muchos de ellos, la resistencia ganó terreno y el producto convocó al fracaso.
El modelo de pensamiento que caracterizó a las ciencias clásicas estuvo impregnado de un
determinismo causal-lineal, como el paradigma que avaló el desarrollo de hipótesis en la observación, llevó
a crear sus metodologías en el análisis, y revistió de certeza las comprobaciones. Linealidad, objetividad,
la verdad y la realidad fueron los bastiones que enarbolaron estas ciencias, donde la certidumbre y el orden
concebían y explicaban un universo del todo coherente que no dejaba lugar a la duda.
Pero este modelo no quedó circunscrito al perímetro del mundo científico, sino que invadió el
conocer cotidiano que, de una manera menos sofisticada, o si se quiere más rudimentaria, apeló a este
recurso como forma de ver, explicar y responder acerca de la realidad. Si bien desde el campo de la
filosofía, algunos pensadores de habían revelado contra los dogmas de verdades irrefutables, la ciencia
se mantuvo sorda de cara a sus observaciones. Todo transitó en aparente orden.
En la década de los 50, el surgimiento y los desarrollos de la Cibernética y de la Teoría General
de los Sistemas se confrontaron a la linealidad y objetividad reinantes, imprimiendo una dosis de
incertidumbre que movilizó a diversos planos el mundo científico. El pensamiento de las ciencias clásicas,
el que regía a las investigaciones, aquel que alcanzó el raciocinio de la gente común, involucró al ámbito
de la psicoterapia, trasladando la articulación de la máquina a la comunicación humana. Se puso en crisis
el modelo analítico que tendía a descomponer las partes, entendiendo que el punto e partida era la
posibilidad de comprender y explicar el todo.

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Superar estas concepciones conlleva una perturbación epistemológica: la capacidad de relacionar
circularmente las distintas fracciones del sistema, para hablar de totalidad en lugar de sumatividad. La
visión sistémica contrapone a la fragmentación reduccionista de los componentes una organización
poblada de significados de las partes mismas.
Aceptar esta nueva construcción, que nos introduce en las ciencias modernas, implica reconocer
una multiplicidad de niveles que son simultáneamente autónomos e interrelacionados. Como señala Luigi
Onnis (1996), "[…] en esta dimensión las contraposiciones cartesianas de mente-cuerpo, biológico-
psicológico, natural-cultural, individual-familiar, pierden su significado".
Así comenzó a cuestionarse la certeza de la supuesta objetividad en el acto de conocer, que con
la Cibernética de segundo orden llega al punto cumbre, generando interrogantes en vez de afirmaciones:
el observador está involucrado dentro del contexto de la acción de conocimiento, por lo tanto, ¿cómo es
posible hablar de verdad, cuando soy yo, desde mi sistema de creencias, el miembro partícipe activo de
lo que observo?.
La conceptualización de los juicios comenzó a considerarse fruto de la subjetividad.
Indefectiblemente el científico en su construcción de hipótesis observada sobre un sistema que era influido
por su propia intervención en el plano pragmático y por su lente de observación en el plano perceptivo.
Miraba la misma dinámica de la cual él formaba parte constructiva, observaba lo que él mismo producía.
Entonces, ¿cómo señalar cuál es la realidad?, o ¿existe una realidad verdadera?.
De acuerdo a estas preguntas –que relativizan el eje de observación-, puede considerarse a la
actualidad como una época de transición, de posibilidad de cambio de paradigma, una época en la que
todavía hace falta discriminar términos como subjetividad y objetividad. Tal vez en una perspectiva futura,
la objetividad se constituya en un concepto obsoleto, pues será obvio que las opiniones y juicios competen
a sustratos de segundo orden, y como tales subjetivos. Resultará absurdo, entonces, intercalar en el
discurso aseveraciones de verdad y realidad, sin adjuntar el mi delante. El significado de la objetividad
quedará reducido tan sólo a convenios de primer orden, que también poseen su relativización, en la medida
que existe un observador involucrado.
La cibernética de segundo orden abrió las puertas al Constructivismo moderno que comienza a
responder con interrogantes, otorgando que brinda respuestas que no restablecen un orden, sino que son
estas mismas las que provocan incertidumbre, las que dan paso franco a la duda.

Podríamos afirmar que en estos tiempos de la posmodernidad, aceptar la óptica


de la complejidad implica reconocer y respetar una pluralidad de puntos de vista que se
traducen en una multiplicidad de modelos interpretativos.

"A esta crítica no se sustrae, naturalmente, si siquiera el modelo sistémico, especialmente cuando
se lo identifica, como muchos hacen y a mi juicio erróneamente, con un modelo holístico, es decir,
tendencialmente y peligrosamente omnicomprensivo de cada aspecto de la realidad. Por este camino, la
homologación de todo a un único modelo globalizante, me parece que se corre el riesgo de volver a caer,
paradójicamente y sin darse cuenta, precisamente en la jaula reduccionista". (L. Onnis. 1996)
Lejos de la ortodoxia, la epistemología sistémica debe ser una herramienta que nos permita
construir correlaciones y recursividades entre los diferentes niveles de lo observable, entendiendo que
cada uno de ellos es autónomo pero al mismo tiempo interdependiente y puede requerir de otros
instrumentos de indagación.
Este libro tiene por objetivo introducirnos en las preguntas a que nos conducen las ciencias de la
complejidad, preguntas autorreferentes que se traducen en reflexión acerca de nuestros juicios y
aseveraciones, que nos pasaportan a una mirada interior sobre nuestro conocer, a considerar los
descubrimientos como construcciones del hombre u no como teorías de la naturaleza.
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Esta mirada autorreferencial desestructura el hecho habitual de categorizar las construcciones del
otro sin cuestionar las nuestras, tal como lo menciona Wittgenstein cuando afirma que siempre valoramos
si las respuestas son justas o equivocadas, sin tener en cuenta si son correctas o no nuestras preguntas.
En esta dirección, podríamos decir que el presente trabajo no es pretencioso, puesto que grandes
pensadores de distintas disciplinas han reflexionado exhaustivamente sobre la temática de la construcción
de la realidad: qué es lo que se construye, cómo y por qué. Figuras como el antropólogo Gregory Bateson,
los cibernéticos Heinz Von Foerster y Ernest Von Glaserfeld, el lingüista Paul Watzlawick y los
neurobiólogos Humberto Maturana y Francisco Varela son algunos de los especialistas que trataron de
explicar el tema.
Por lo tanto, será nuestra construcción, el articular cómo se construye el universo personal
partiendo desde las vertientes epistemológicas de la estructuración de la realidad, hasta la elaboración de
la misma como un acto co-constructivo en el ámbito de la psicoterapia, en función del cambio.
Oscilaremos permanentemente entre conceptos cibernéticos y constructivistas, es decir, entre
recurrencias y construcciones de realidad, que avalan las acciones humanas tanto en la vida cotidiana
como en la psicoterapia, sea por parte de los terapeutas, se por parte de los pacientes. Por lo tanto, el
lector encontrará términos que se repiten a lo largo del análisis certificando la circularidad de la teoría que
a la vez habla de circularidad.
Nuestra línea de trabajo en relación con los ejemplos está centrada en la psicoterapia sistémica,
principalmente el modelo de Palo Alto, aunque en numerosas oportunidades se excede este marco de
referencia. Los escritos se dividen en una trilogía que no compone una división tajante, pero sí recurrente,
en la que los títulos que integran cada una de las partes se colocaron con la finalidad de oxigenar la lectura.
En ellos, como dijimos, se entrecruzan conceptos, convirtiendo al mismo texto en cibernético. Por su
estructura, pueden ser leídos por separado e inclusive salteando su orden, puesto que cada uno posee un
status independiente. O bien siguiendo el diseño de la obra, ya que tienen un hilo conductor que
incorporará el desarrollo de las ideas en forma paulatina. No es azaroso, entonces, que el lector encuentre
repeticiones de términos y reflexiones a lo largo de los capítulos.

En la primera parte, El conocimiento del mundo, se abrirá el juego, partiendo de la concepción del
término epistemología, tratando de especificar qué quiere decirse cuando se habla de este concepto, ya
que en numerosas oportunidades es utilizado con diferentes significaciones, con el consiguiente riesgo de
llevar a la confusión. Se desarrollan algunos de los diferentes modelos que pautan la observación,
arrojando circularidades en el conocer, pero por encima de la pregunta autorreferencial de ¿qué y cómo
conozco?, será la base de la reflexión acerca de nuestra forma de construir la realidad en la observación.
Se categorizarán y diferenciarán los opuestos epistemológicos de linealidad y circularidad, en tanto
ejes epistemológicos en la construcción de conocimiento. También, ciertos conceptos cibernéticos y por
qué no un poco de historia nos ayudarán a contextualizar y fundamentar el porqué e la invención de este
nuevo posible paradigma.

En la segunda parte, El ojo constructor, después de haber planteado en el capítulo I la relativización


de lo observable desde un panorama cibernético y luego de involucrar al observador en el contexto de lo
observado, entraremos en una vertiente más filosófica: el Constructivismo. Este capítulo se caracteriza por
complejizar aún más la observación: no solamente el observador con su simple presencia pauta la
dinámica de lo que observa, sino que también su cognición impone su sello recortando el objeto a su
perímetro.
A partir de un panorama introductorio con abundantes ejemplos acerca de la relativización de la
realidad, algunos autores nos ayudarán a entender cómo se construye. Apelaremos entonces a los
estudios de Piaget, quien nos mostrará cómo el niño construye su complejo de abstracciones a través de

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las experiencias del método del ensayo y error, hasta generar las estructuras conceptuales avalantes de
su mapa.
Las leyes de la forma (Spencer Brown, 1973) es el soporte conceptual para demarcar distinciones
y descripciones –con sus comparaciones concomitantes- que todo sujeto traza en el acto perceptivo,
conformando a posteriori en la pragmática, la puntuación de una secuencia de interacción. Este será el
trampolín para adentrarnos en la aplicación de la teoría de los tipos lógicos que se analiza en la parte
siguiente, con su incidencia en la paradoja, su nacimiento como propuesta de resolución del problema que
la paradoja implicaba para los filósofos, y la utilización productiva que propone Bateson con su cuadro de
descripción de proceso y clasificaciones de forma. De este punto se hereda un tema urticante: el problema
del diagnóstico, en donde se desarrollarán los criterios epistemológicos que labran su concepción, la
historia, las diversas críticas, la construcción de realidades, las distinciones que se establecen a partir del
rótulo diagnóstico y lo que consideramos como su correcta aplicación.
Deambularemos por las dos realidades de primer y segundo orden, impregnándonos de
significados, estructuras de sentido, subjetivismo y autorreferencialidad. Después de recorrer y analizar
algunas cuestiones de construcciones lingüísticas entre conceptos de F. de Saussure y M. Erickson, nos
basaremos en las apreciaciones de H.Von Foerster con su imperativo estético "si quieres ver aprende a
actuar". Se remarcará la importancia del lenguaje imperativo como el lenguaje en las prescripciones de
comportamiento, concluyendo en un lenguaje inventor de realidades y de mundos, que abandona su vieja
concepción de representacional.

En la tercera parte, La nueva mirada, los puntos epistemológicos discriminados en la primera y


segunda parte se trasladarán al desarrollo de ciertas reflexiones en el plano de la praxis. Un tema que nos
atrajo fue el principio explicativo –tendencia inherente al discurso humano-, aplicado en la psicoterapia, Se
describe su etiología causal-lineal, pero también la posibilidad de entenderlo en un sentido interaccional,
versión que se funde y se confunde con el para qué, de acuerdo a la perspectiva epistemológica con que
se lea, además de la importancia en la terapia sistémica del qué y del cómo.
En este tema, se han diferenciado dos tipos de explicaciones: las dormitivas y las reestructurantes;
las primeras, inocuas categorizaciones, y las segundas, una exposición clara de la técnica del reencuadre
que hemos considerado como la estrategia madre de la psicoterapia sistémica. Estas reflexiones crean la
oportunidad de pensar acerca del insight, que en esta línea de trabajo no será prerrequisito para el cambio,
sin llegar a alcanzar o a erigir definiciones dogmáticas.

El ejemplo del Rorschach nos permitirá confrontar abiertamente las construcciones de mundos
que se elaboran en la amorfia de su estructura, comprobando la selectividad perceptiva y la proyección de
nuestro mapa frente a tal desestructuración.
Finalmente abordaremos la construcción de modelos de psicoterapia. El desarrollo de eventos
sociales, políticos, económicos y culturales, que ejecutan sus nacimientos, con algunos ejemplos históricos
que lo corroboran. Se verá así mismo cómo construye su propio estilo, la no-causalidad de la elección, y
cómo en el juego de una sesión las intervenciones e interacciones se interceptan recursivamente. Este
tema será un elogio a la creatividad y a la no-adherencia ortodoxa a un modelo que cercene los recursos
del terapeuta: abolir el se debe, para que el profesional recupere una identidad (la suya propia).
Finalmente y de manera capciosa distinguiremos algunos puntos que se extraen de este
desarrollo, acerca de cómo no ser un terapeuta sistémico, posibilitando tener un espectro más claro de
cómo se operativiza este modelo en la acción. Cerramos abriendo con un epílogo, retomando conceptos
en forma circular, tal como es el esquema de este libro, abrimos con la recurrencia y cerramos con la
recurrencia.
A propósito, no sabemos cómo (y tal vez no importe), pero nos llega a la mente el recuerdo de una
anécdota: un actor que se dirigía a su función del día sábado deambulaba en su automóvil por las calles
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de Buenos Aires reflexionando, ya que tenía esa extraña manía que a veces aqueja a los seres humanos:
el pensar y que, especialmente cuando se realiza conduciendo, suele traer lamentables consecuencias.
Era un pensador que estaba involucrado con las ideas cibernéticas, y en aquellos momentos sus
pensamientos se dirigían a aseverar la circularidad de la vida del ser humano; la vida es circular, se repitió
varias veces, la vida es circular. Esta idea lo persiguió casi todo el viaje, aunque se vio interrumpida en
algunas ocasiones por bocinazos o por frenadas bruscas.
La vida es circular y su mente se poblaba de imágenes muy primitivas, el nacimiento, la teta, la
madre, el biberón, los pañales..., cuando de pronto, en ese preciso momento que su mente guardaba esta
última imagen, ya próximo a llegar, lo detuvo un semáforo y sin saber por qué giró su cabeza y se sintió
atraído hacia el escaparate de un negocio, en donde un cartel resaltaba ante sus ojos: PAÑALES PARA
ANCIANOS.
"Sí", se dijo..."la vida es circular..."

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I. EL CONOCIMIENTO DEL MUNDO

HACIA UNA CIENCIA DEL CAMBIO (P.W.)


Resultaría difícil imaginar una meta tras la cual la humanidad ha empleado más pensamientos,
sueños, palabras, esfuerzos desesperados, guerras y revoluciones, que el logro de la felicidad. Ya
Aristóteles aseveró lo obvio: "todos los seres humanos desean ser felices"; pero Terrentius Varro y,
siguiendo su línea de pensamiento, Agustín, contabilizó 289 opiniones distintas sobre este concepto
aparentemente tan simple. Uno debe suponer que ellos solamente entrevistaron a 289 personas, puesto
que escasamente pueden encontrarse do seres humanos que estuvieran de acuerdo finalmente en qué se
supone que es la felicidad.
Pero este lo es el único problema con esta naturaleza tan difusa. Dumby, unode los personajes de
la comedia de Oscar Wilde Lady Windermere's fan señala:
"En este mundo hay sólo dos tragedias. Una es el no alcanzar lo que uno quiere, y la otra es
alcanzarlo. La última es, lejos, la peor, la última es la tragedia real."
En otras palabras: nuestra idea de felicidad es infinitamente deseable, sólo en tanto no la logramos.
Cuando llegamos a ella, los envuelve un llanto lejano por aquello que esperábamos, o al mismo tiempo
nos invade una horrible desilusión.
Lo verdaderamente asombroso es que entonces no sospechamos que debe haber algo
equivocado en la idea que poseemos acerca de la felicidad, para invariablemente concluir que cometemos
un error, que alguien o algo nos decepciona, o que todavía no buscamos la felicidad en el lugar adecuado;
y pronto salimos a nueva búsqueda en una nueva (o más posiblemente la misma) dirección, para finalizar
en un desengaño similar.
Si observamos las caras de la gente mayor, hay algo trágico en sus rostros, como si se sintiesen
disgustados por la vida, defraudados por Dios, la naturaleza, o la existencia (o como quieran llamarlo), por
haberles quitado alguna cosa que les hubiera hecho feliz.
Algo menos trágico es lo que Catalina la Grande, tarde en su carrera, se supone le dijo a un
hombre, con quien había estado por casualidad en la cama aquella noche: "sabes, yo debo haber tenido
diez mil amantes y pienso, no hubo gran diferencia entre ninguno de ustedes". Se non è ben trovato...
Pero esto aún no es de ningún modo la historia completa. La experiencia muestra que lo que
hacemos para perfeccionar las cosas, para lograr la felicidad, puede ser la causa de nuestra infelicidad.
Este instante, inesperado e impredecible, transformando a algo en su opuesto ya era conocido por
Heráclito, quien lo llamó enantiodromía, pero después de él, Lao Tzu (si alguna vez existió) escribió en el
capítulo II de su Tao Te King:
"Cuando todos en el mundo entiendan que la belleza de ser bello, entonces la fealdad existe.
Cuando todos entiendan la bondad de ser bueno, entonces la maldad existe".
Los mecanismos por los cuales creamos nuestra infelicidad, buscando la felicidad, son numerosos,
pero parecen tener un denominador común: la llamada tendencia a hacer más de lo mismo; aunque
nuestros esfuerzos todavía no hayan arrojado los resultados esperados. Cuando comenzamos a observar
estos mecanismos, caemos en la cuenta que su importancia y sus efectos van más allá de nuestras vidas
individuales y amenazan la supervivencia del planeta.
No cabe duda que la humanidad ha llegado a un punto totalmente inusual en su historia; el punto
en donde nuestro modo tradicional de ver el mundo y de cómo mejorarlo no sólo resulta inútil, sino que se
ha tornado contraproducente. Por ejemplo, no por mucho tiempo se puede sostener la creencia que si algo
es malo, su opuesto debe ser bueno; o que si algo es bueno, el doble debe ser dos veces más bueno; o
sólo porque A ha producido siempre B, se continuará obteniendo B hasta la eternidad.

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Ciertamente estos ejemplos son triviales, y la falacia resultante de éstos ha sido señalada a través
de los siglos. Sin embargo, estas técnicas de cambio, aún son aplicadas una y otra vez –tanto en una
relación conyugal, como por las altas esferas de un gobierno.
Nuestro mundo se ha vuelto tan complejo que no logramos escapar del mismo resultado,
recurriendo a soluciones similares que surgen de nuestro sentido común durante mucho tiempo. Atrás
quedaron los días en que la naturaleza absorbía pacientemente nuestros desechos y venenos, y era ella
misma la que los purificaba. En l actualidad, el Mediterráneo se ha transformado en un albañal y los
bosques del norte de Europa están moribundos.
Nuestros esfuerzos por lograr una mejor y más feliz calidad de vida genera resultados igualmente
desastrosos: los vertiginosos avances de la medicina han creado problemas humanos totalmente nuevos
e inesperados; el grado elevado de seguridad social se asocia con las particularmente violentas formas de
delincuencia; los medios de transporte, cada vez más rápidos, nos dejan con menos y menos tiempo; a
pesar de la mayor riqueza, hay más gente que se suicida; y ello sin olvidar el dilema nuclear.
Los viejos intentos por solucionar problemas han alcanzado los límites de la inefectividad. En vez
de buscar nuevas técnicas de cambio, continuamos aplicando la desastrosa receta de hacer más de lo
mismo –un modo seguro de suicidio, como la ciencia de la evolución lo muestra convincentemente. "Plus
Ça change, plus c'est la même chose", dice la sabiduría del viejo proverbio francés.
Surge, entonces, la necesidad de construir nuevos métodos que obstruyan y reemplacen a las
antiguas soluciones, en lugar de reforzarlas. Pero el lector tiene derecho a preguntar ¿cuál sería un
ejemplo de semejante solución?.
Imaginen que –siguiendo una breve idea mencionada por el matemático canadiense Anatole
Rapoport en el libro Fights, Games and Debates (Combates, juegos y debates)- se introdujera una regla
básica del proceder en el diálogo en todas las conferencias de las superpotencias: antes que el problema
fuera discutido, cada delegación tendría que presentar el punto de vista de la otra delegación. En otras
palabras, los americanos tendrían que exponer la opinión de los soviéticos, hasta que la delegación
soviética estuviese completamente convencida de que su perspectiva de la situación había sido entendida
correctamente. Sería entonces el turno de sintetizar el punto de vista de los Estados Unidos, hasta que los
americanos estuviesen conformes.
Para cualquiera que se encuentre familiarizado con la abismal ignorancia de estos líderes del
mundo en lo que respecta a sus puntos de vista, esperanzas, sospechas y, consecuentemente, las
intenciones de sus contrapartes, esta idea cobra sentido de inmediato; el 50% del problema posiblemente
habría desaparecido antes de que fuera alguna vez discutido. Es verdad que, en este caso particular, la
solución no puede funcionar, puesto que resulta improbable que dichas superpotencias estuviesen de
acuerdo en acatar semejante regla.
Otro ejemplo que puede explicar esta idea es aquel tipo especial de sabiduría que ha salido a la
superficie una y otra vez en el curso del milenio en incontables historias, fábulas, mitos y otros relatos del
género. Por lo general, nuestro entendimiento moderno tiende a desestimar estas historias por ser
fantásticas, imaginarias o irreales. Pero no debemos olvidar que, aún en nuestros días, tales conceptos
imaginarios han mostrado su utilidad práctica. Tomemo uno de los puntos embarazosos de la lógica
matemática, como es la aparentemente ingenua ecuación X + 1 = 0. Trasladando el 1, obtenemos X = -1,
por lo tanto el resultado final será X = -1.
Los lógicos han realizado numerosos intentos para resolver esta contradicción -ya que nada
multiplicado por sí mismo puede dar un valor negativo- y de este modo salvar a la lógica clásica de la
irracionalidad de esta paradoja. Pero físicos e ingenieros, que han quedado entrampados en este dilema,
convinieron con ecuanimidad un número imaginario llamado "I", introduciéndolo en sus cómputos y
llegando, por ende, a soluciones prácticas y concretas.
Quizás, el ejemplo más atractivo de este modo de resolver problemas es la historia oriental del
padre que, después de su muerte, deja sus 17 camellos a sus tres hijos, con la siguiente instrucción: el

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hijo mayor debería recibir la mitad, el segundo, un tercio, y el más joven una novena parte de los camellos.
Frente al mandato del padre, ellos se encuentran con la imposibilidad de realizar tal división.
Eventualmente por el camino, un mullah (intérprete de leyes y dogmas del Islam) viene cabalgando
sobre su camello, y ellos le piden ayuda. "No existe una solución para esto", él asevera. "Pero puedo
agregar mi camello a los de ustedes, y así tendrán 18 y podrán dividirlos. Ahora tú, el mayor, recibes la
mitad que es 9. A ti, el hijo segundo, te corresponde un tercio, o sea 6, aquí están. Y para ti, el más joven,
un noveno, que son 2 camellos; así resta un camello y se fue.
En conclusión, necesitamos una nueva ciencia del cambio, que sea capaz de producir un giro, no
sólo en las formas de abordar un problema en particular, sino que también resulte efectiva en el tratamiento
del fenómeno como tal. Y cuando observamos alrededor, encontramos los comienzos de una ciencia
semejante con diferentes áreas como biología, física, filosofía, semántica, sistemas sociales, ciencias
empresariales (management), medicina, y por último, pero no por eso menos importante, psicoterapia, y
con ésta nos referimos a la reducción del sufrimiento humano y no al logro de la felicidad final.
Lo cual nos lleva a retomar al punto de partida...

QUÉ SE CONOCE, CÓMO SE CONOCE

¿Alguna vez nos cuestionamos cómo se llega a conocer eso que llamamos externo a nuestra
mirada?, ¿en alguna oportunidad nos preguntamos acerca de los procesos que nos llevan a decir que los
objetos son, en el sentido literal de la frase, y no tan sólo a discriminar su existencia, sino también a
adjetivarlos, clasificarlos, revestirlos de un determinado juicio de valor?, ¿conocemos nuestra forma de
conocimiento?, ¿conocemos nuestro conocer?, ¿cuál es nuestra epistemología?.
El término epistemología deriva del griego episteme, que significa conocimiento, y es una rama de
la filosofía que se ocupa de todos los elementos que procuran la adquisición de conocimiento, e investiga
sus fundamentos, límites, métodos y validez.
En este sentido es un escalón anterior a la estructuración de la teoría, ya que se ocupa de las
reglas que gobiernan el funcionamiento de la cognición humana; por lo tanto, la epistemología establece
"de qué manera los organismos o agregados de organismos particulares conocen, piensan y llegan a
decisiones que determinan su conducta" (Bateson, 1979).
Dentro del contexto filosófico, se ha empleado el término epistemología para hacer referencia a un
conjunto de técnicas analíticas y críticas, que definen los límites de los procesos de conocimiento. Pero
más allá de la filosofía, existen dos ámbitos donde esta ciencia realiza su incursión: la biología
experimental, a través de figuras de la talla de Maturana, Varela, McCulloch o Von Foerster, y el área
sociocultural, que se traduce en cómo las personas conocen y de la forma en que conocen es decir cómo
se constituye y sostiene el hábito de la cognición.
Simon y colaboradores (1984) señalan que la epistemología: "(…) se refiere al desarrollo de la
estructura de pensamiento, así como la lógica interna de los procesos emocionales. La estructura de
conocimiento de todo organismo puede verse como su modelo del mundo y como marco de referencia de
su conducta. La organización del modelo del mundo depende de la comunicación que tenga un individuo
con su ambiente, es decir, de las estructuras y condiciones dadas de ese mundo y el potencial del
organismo para percibirlas. Se trata de un proceso dialéctico de adaptación interna y externa.
De acuerdo con este planteamiento es imposible que u sujeto no posea epistemología. En tal caso
podríamos afirmar que ese individuo no es consciente de cómo desarrolla su proceso cognitivo –la
construcción del mundo- y esta falta de conciencia puede llevarle al caos, imponiendo su verdad como
irrebatible y rigidizando la estructura de su sistema de interacciones.
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Bateson fue el que plasmó el ángulo sistémico y cibernético en el ámbito experimental
epistemológico. Estos estudios llevados al plano de investigación en la terapia familiar se centran en la
relación entre los fenómenos de interacción de la familia y los actos perceptivos erróneos que llevan a
errores epistemológicos.
Dell (1985) distingue en Bateson cinco usos diferentes del término epistemología. En principio,
según se utiliza tradicionalmente en la filosofía, como teoría del conocimiento; también como cosmología
biológica, en referencia a las propiedades de la mente, definiéndola como un agregado de partes
interactuantes impulsadas por la diferencia; como paradigma –la cibernética, la evolución, la circularidad,
el ecosistema-; como estructura del carácter, los supuestos habituales que especifican el modo en que
una persona comprende el mundo y se relaciona con él; y por último, como ciencia, en la cual la
epistemología describe y explica la objetividad como un hecho imposible.
Es factible pensar la epistemología colocándola en un metanivel, como paradigma de paradigmas,
"como reglas usadas en el pensamiento de grandes grupos de personas para definir la realidad", según
Averswald (1985), mientras que un paradigma se definiría como un subconjunto de reglas que definen un
fragmento de la realidad. La epistemología -como forma de conocimiento- sería un suprasistema, un
paradigma más abarcativo.
Acerca del término paradigma, Kuhn (1975) lo describe como una realización científica
universalmente reconocida, que durante un determinado período proporciona un modelo de solución sobre
ciertos problemas a una comunidad científica. En su investigación, el autor evidencia que el impacto de
una variable epistemológica que se presenta como alternativa frente a una constante –el paradigma-, que
se sostuvo tal vez durante siglos, inevitablemente da como resultado una crisis de las reglas que regían el
conocer hasta el momento. Por lo tanto, siempre después de un determinado descubrimiento (más
adelante hablaremos de invención), se transita por un período de asimilación de la variable incorporada al
sistema.
La historia de los cambios de paradigmas en la ciencia revela que los científicos se encontraban
en condiciones de explicar un espectro más amplio de fenómenos naturales, y aún con mayor precisión
aquellos que ya eran patrimonio de su conocimiento. Este avance sólo pudo lograrse descartando los
significados, valores, creencias y metodología, previamente aceptados por el paradigma anterior,
reemplazándolos por nuevos conocimientos.
Para Kuhn, los descubrimientos no son las únicas fuentes de cambios de paradigmas, sino que,
además, existen una serie de elementos que inciden en los factores constitutivos de una crisis del conocer.
Considera también que la percepción de una anomalía cobra un papel relevante en la aparición de nuevos
tipos de fenómenos. No obstante, a pesar de que el sistema percibe dicha anomalía, ésta puede
permanecer durante mucho tiempo solamente señalada, mientras persiste el modelo de conocimiento
instaurado como paradigma, afectando paulatinamente a diversos puntos del sistema, que se resiste al
cambio de modelo epistemológico.
Así, el advenimiento de una nueva teoría -construida sobre una base epistemológica diferente- es
precedido por un período de profunda inestabilidad e inseguridad, generado por la imposibilidad de dar
respuestas satisfactorias a los enigmas que plantean las anomalías (consideradas como tales según el
paradigma anterior). El paradigma que justifica y construye un sistema determinado fracasa en satisfacer
los requerimientos que se presentan y es allí donde surge la crisis.
El fracaso de las reglas existentes conduce a la búsqueda de otras nuevas. Si establecemos un
paralelismo con la familia o la sociedad, ante la posibilidad de percibir una disfunción, que activa la marcha
de mecanismos de un cambio, o se revisan las reglas del paradigma vigente y se producen modificaciones,
reacomodándose a una nueva dinámica del sistema (homeodinamia), o se desarrollarán mecanismos de
resistencia al cambio y por ende se perpetuará la dinámica del sistema, fortaleciendo la utilización de sus
reglas tradicionales (homeostasis).
En el plano de las revoluciones científicas, como ejemplo, Kuhn hace referencia a los astrónomos
de la época anterior a Copérnico, que eran capaces de eliminar cualquier anomalía que presentaba un
sistema (que generaba discrepancias y confusiones), ajustándola de alguna manera a la epistemología
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imperante: el paradigma de Ptolomeo. Esto da cuenta de que cualquier evidencia observable puede
explicarse acomodándose a las hipótesis que arroja el modelo epistemológico al que uno adhiere. Para
que se lograse el cambio del paradigma de Ptolomeo, el requisito previo fue el reconocimiento por parte
de los mejores astrónomos europeos de que el paradigma astronómico vigente fallaba en sus aplicaciones
a los nuevos interrogantes.
Las crisis, entonces, son una condición previa y necesaria para el nacimiento de nuevas teorías:
"(…) y preguntémonos, después, cómo responden los científicos a su existencia. Parte de la
respuesta tan evidente como importante, puede descubrirse haciendo notar primeramente lo que los
científicos hacen, ni siquiera cuando se enfrentan a anomalías graves y prolongadas. Aun cuando puedan
comenzar a perder su fe y, a continuación, a tomar en consideración otras alternativas, no renuncian al
paradigma que los ha conducido a la crisis. O sea, a no tratar las anomalías como ejemplos contrarios,
aunque en el vocabulario de la filosofía de la ciencia, eso es precisamente lo que son" (Kuhn, 1975).
La dificultad radica en que una vez que se ha alcanzado el status de paradigma, o sea, que se ha
instaurado un código reglado y sistematizado, una teoría científica puede mostrar su invalidez únicamente
cuando se encuentra un candidato alternativo para que ocupe su lugar. La decisión de rechazar y acordar
un cambio de paradigma implica siempre, y de forma simultánea, la decisión de adoptar otro y el juicio que
conduce a esta decisión emerge de la comparación de ambos modelos.
Estos modelos de conocimiento han variado de acuerdo con las épocas. Los diversos períodos en
la historia del conocimiento han estado marcados por diferentes paradigmas epistemológicos que pautaron
la forma de conocer. Los modelos están determinados, como emergentes de variables que regulan los
distintos contextos, por factores que van desde lo social, lo político y lo económico hasta lo cultural. Son
estos factores los que crean el territorio para fundamentar y poner en crisis los paradigmas reinantes.
En la Grecia Antigua, el hombre, desde una visión antropocéntrica y organicista, explicaba los
fenómenos de las enfermedades mentales a través de los humores del cuerpo y de distintas localizaciones
en lo que él llamaba "soma".
El Misticismo fue una línea de pensamiento en la que se postergó lo que se consideraba científico
hasta el momento, para explicar los fenómenos atribuyéndoles un significado divino, y polarizando lo bueno
y lo malo a través de la moral eclesiástica; Dios todopoderoso era el creador y todo lo fijado como anormal
era una desviación de su obra y debía castigarse. La iglesia, durante todo el medioevo, fue el eje del poder
y las figuras del clero ocupaban puestos clave en la política, la economía y la cultura en general,
certificando así una ideología religiosa que explicaba el hecho observable desde una perspectiva teológica.
El Racionalismo se preguntó: ¿podemos conocer el mundo exterior por especulación, raciocinio,
o intuición, tal como comúnmente se le atribuye a un artista o a un místico?
La filosofía proveyó un conjunto de respuestas acerca de cómo obtenemos el conocimiento: la
primera señala que se produce íntegramente en la experiencia sensorial y a través de ella. La segunda
postula que se consigue por medio del raciocinio.
Los filósofos racionalistas plantearon que la mente dispone –desde un comienzo- de un número
de facultades o de principios idénticos en todos los hombres, y que para la obtención del conocimiento
sólo se precisa razonar con estos principios, usando estas facultades. De la misma manera que un
matemático podría deducir la matemática a partir de uno o dos axiomas fundamentales, por medio del
razonamiento (con tal que dicho proceso fuese realizado en forma correcta, o sea que razonara bien), el
filósofo, con tal de ser buen filósofo, podría descubrir la verdad acerca del universo por los mismos
métodos. De ahí que se llamara filósofo racionalista al que opinaba que la razón misma, sin el auxilio de
la observación, puede proporcionarnos el conocimiento del mundo.
Ahora bien, si el universo era entendido como un problema matemático, la pretensión de los
filósofos racionalistas en favor de la razón, podía mantenerse. Pero el reino de lo que existe es diferente
al de la matemática, y si bien contiene la clase de hechos que ocupan a los matemáticos y desde este
aspecto puede ser explorado por la razón pura, no se reduce solamente a este tipo de fenómenos.
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Por otra parte, contrapuesta con la anterior, la posición de los empiristas fue más rigurosa. Si el
hombre quiere conocer el universo, el único procedimiento aceptable es observarlo, adoptando el método
científico.
Si cada uno de los modelos rigieron en la historia la forma del conocimiento humano, llegamos a
la conclusión que en el acto de observar y trazar una hipótesis, es importante conocer cuál es el modelo
que forma parte de nuestro patrimonio perceptivo; más aún, cuando aseveramos lo que tenemos frente a
nuestros ojos lo que vemos da cuenta de nuestro modelo de conocer.
La epistemología, desde un metanivel, pautará y revelará nuestra forma de conocer –nuestra forma
de construir la realidad-. De allí es de donde emergen las teorías, partiendo de la observación/construcción
del hecho observable. Así, se plantearán las hipótesis resultantes, que serán comprobadas acomodándose
y ajustándose al modelo que se desee comprobar...
Desde esta perspectiva el hecho de constituye en un evento producido por el ojo del observador.
No obstante, en todo este circuito opera la recurrencia; el resultado, como progenie observable, llevará a
confirmar y reconfirmar nuestra teoría del conocimiento y ésta, a su vez, volverá a pautar nuestra mirda en
la construcción del mundo.
Por otra parte, si deseamos cuestionar nuestro conocer, o sea cuál es nuestra epistemología,
indefectiblemente nos envolvemos en la trampa de la paradoja: conocemos nuestro conocer a través de
nuestro modelo conceptual, qu arrojará como resultado nuestro modelo de conocer. Por lo tanto, podemos
afirmar, por ejemplo, que nuestra epistemología es cibernética y es la misma cibernética la que nos lleva
a conocer nuestra epistemología; así, es cibernético el proceso de conocer nuestra forma de conocimiento,
como también es circular y recurrente el acto de la observación.
El auge de la Teoría General de los Sistemas llevó a la formulación de un nuevo paradigma que
se contraponía con la epistemología tradicional y que explicaba los fenómenos desde una causalidad
lineal: el concepto de circularidad o recurrencia.
Las teorías de los sistemas son un grupo de propuestas que han causado impacto en las ciencias
humanas, principalmente en la antropología.
Reynoso (1993) señala que estas teorías giran en torno a una clase de modelos y para su
comprensión se hace necesario describir los diferentes tipos de modelos susceptibles de construirse en
una ciencia empírica. Fundamentalmente discriminaremos dos tipos de modelos, puesto que pueden
diferenciarse tantas tipologías como criterios de articulación se elijan: los modelos mecánicos y
estadísticos. La mayoría de las teorías han utilizado ambas clases, a pesar que las estructuras de cada
uno difieren y cubren gran parte de las posibilidades de una teoría.
Los modelos son entidades conceptuales y no pueden ser ni más ni menos simples que la realidad,
puesto que son otra cosa. Reynoso (1993) afirma que "un modelo es una construcción lógica y lingüística
y a menos que se admita una teoría del lenguaje elemental y puramente nomenclatoria –el lenguaje como
espejo de realidad- no existe isomorfismo alguno (es decir, no hay ninguna correspondencia estructural
punto a punto) entre ambos enunciados y realidades. La escala de un modelo respecto de lo real es
indecible, ya que la realidad puede ser casi infinitamente descompuesta y es analíticamente inagotable:
una ameba puede ser tan complicada como un sistema planetario. No existe, entonces, una escala propia
de los fenómenos: teorías que tratan de enormes conjuntos sociales son a menudo más sencillas que
teorías que abordan la personalidad de sujetos individuales. La caracterización de los tipos de modelos
debe fundarse en otras consideraciones.
Los modelos mecánicos describen mecanismos; están, por así decirlo, a la misma escala del
fenómeno, y no necesariamente implican reducir las cosas a metáforas mecanicistas o a máquinas. Estos
modelos desarrollan explicaciones tomando como base principios generales, y, de acuerdo a estos
patrones, se realizarán inferencias a partir de la observación del hecho, es decir, que su naturaleza es
deductiva. Son por lo general deterministas y explican los hechos en función de las leyes adecuadas a
dicho proceso. Ciertos modelos cognitivistas son mecánicos, puesto que describen los procesos de la
estructura interna de la mente que producen el efecto de una percepción.
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Describen, además, los mecanismos que pueden explicar el estado o funcionamiento de las cosas
y son efectivos en la explicación cuando el objeto es comprensible en términos de una simplicidad
organizada; es decir, los modelos mecánicos se adaptan a sistemas simples o procesos de complejidad
escasa, para ser analizados en su totalidad. Dicha simplicidad es el resultado de un efecto teórico y no
una cualidad empírica o patrimonio del objeto o sistema en sí mismo. Por lo tanto, un objeto llamado simple
puede ser explicado distinguiendo un solo nivel de organización o relaciones lineales entre los diversos
niveles.
En cambio, los modelos estadísticos inducen regularidades o correlaciones entre diversas series
de fenómenos y están, de acuerdo a la perspectiva, a una escala más reducida o global. Es una forma de
análisis que introduce las correlaciones y pone énfasis en lo cuantitativo, no preocupándose por la
naturaleza de los mecanismos y sus causas. Su objetivo será determinar qué estímulos desencadenan
cierto tipo de respuestas, sin explicar el porqué, ya que utilizan el modelo de la caja negra.
Inversamente a los modos mecánicos, su planteamiento es inductivo: consideran varios casos
individuales y abstraen de ellos generalizaciones y regularidades. En numerosas oportunidades se utilizan
cuando una ciencia no puede imponer leyes a su objeto de estudio y si existen leyes que rigen este tipo
de modelos, son necesariamente probabilísticas. Los modelos estadísticos estudian fenómenos de alta
complejidad para ser analizados, y al no poder ser totalmente cognoscibles, su abordaje se remite a un
proceso sintético-inductivo. Como señalamos, las causas que provocan el fenómeno no son conocidas,
por lo tanto la importancia radica en la observación del estímulo y la respuesta, de acuerdo al modelo de
la caja negra.
Estos dos modelos se constituyeron en los paradigmas básicos, en términos de la investigación
científica. Pero las ciencias modernas, a partir de los años 50, plantearon un modelo alternativo a los
anteriores vigentes: los modelos sistémicos.
Reynoso (1993) afirma que "aunque podría parecer a priori imposible, existe una alternativa a las
teorías mecanicistas y estadísticas, una especia de paradigma básico, un arquetipo para producir teorías.
Se trata de las teorías o modelos sistémicos, que en variadas ocasiones han ejercido influencia en la
antropología reciente, por su énfasis en los fenómenos dinámicos, en los universos totales abiertos a su
entorno, en los procesos complejos y en las interacciones fuertes. Los modelos de esta clase se piensan,
bien como estructura diferente a la de las formas clásicas, o como la superación de éstas en una secuencia
epistemológica de carácter evolutivo".
Este modelo se encuentra diferenciado, según distintas aportaciones, en cueatro formulaciones en
la Terapia de Sistemas:
1. La Cibernética, por Norbert Wiener, en 1947.
2. La Teoría General de los Sistemas, por Ludwing Von Bertalanffy, en la década de los 50, (aunque
la primera formulación tuvo lugar en 1945).
3. La Teoría de las Estructuras Disipativas, por Ilya Prigoyine, en los principios de la década de los
60.
4. La Sinergética, por Hermann Haken, en la década de los 80.
El objetivo de estudio de estos modelos son los sistemas complejos, que no obstante su
complejidad, no son desorganizados, sino que, por el contrario, esta misma complejidad es la que crea la
capacidad de autoorganización. Tienen como finalidad organizar la complejidad a través de un conjunto
de ecuaciones que describen los diferentes aspectos de los sistemas.
Por otra parte, de la misma manera que los modelos son entidades conceptuales, la complejidad
no es patrimonio del fenómeno en sí mismo, sino que es una escala de acuerdo a la perspectiva con que
se observe y los conceptos que se utilicen. Como se verá más adelante, los conceptos se centran en
retroacción, feed-back, causalidad circular, etc., por lo tanto cualquier sistema puede ser observado desde
esta óptica, desde una célula hasta una planta, desde un sistema solar hasta una colonia de hormigas.

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Cualquier hecho observable puede ser objeto de estudio desde cualquiera de los modelos.
Entonces, si la mirada difiere del modelo internalizado, las construcciones de hipótesis resultantes de la
observación también tendrán perfiles diferentes, coherentes con la epistemología del modelo.
El autor presenta un cuadro en donde sintetiza los tres tipo de modelos, anexando un cuarto, las
propuestas fenomenológicas (también podríamos colocar en su lugar las interpretativas), que completan
el cuadro de las estrategias de abordaje posibles a un objeto de estudio. Señala que las teorías
fenomenológicas, simbólicas e interpretativas tienden a romper con las generalizaciones, dándole
preeminencia a un conocimiento local.

Modelo Perspectiva del Objeto Inferencia


Mecánico Simplicidad organizada Analítico-deductiva
Estadístico Complejidad desorganizada Sintética-inductiva
Sistémico Complejidad organizada Holística-descriptiva
Fenomenológico Simplicidad desorganizada Nihilista-abductiva

Si observamos el cuadro, el modelo sistémico se aparta de las estructuras clásicas de los sistemas
deductivos, puesto que conceptos como homeodinamia, causalidad circular, multicausalidad,
retroalimentación, entre otros, impiden aseverar que si sucede un determinado hecho implique la
producción de un determinado resultado.
"En un estudio sistémico, lo que más puede hacerse es describir formalmente en fenómeno de que
se trate (sea la estructura del sistema, sea su trayectoria), a través de determinadas ecuaciones.
Técnicamente, estas ecuaciones acostumbran ser ecuaciones diferenciales no lineales, aunque otras
expresiones matemáticas podrían aplicarse a la misma descripción. A menudo un sistema se describe
mediante un grafo topológico o un diagrama de flujo, asociado o no a una caracterización matemática más
precisa. A partir de la descripción de podrá, eventualmente, construir un modelo de simulación, manipularlo
y derivar predicciones respecto de su comportamiento" (Reynoso, 1993).
Por último, el autor aprovecha para desmitificar algunas creencias acerca del modelo sistémico
que llevan a un error interpretativo de la teoría que lo avala. En principio, se puede sostener que cualquier
modelo más o menos axiomatizado o formalizado puede llamarse sistémico, o que los modelos sistémicos
se reducen a estructuras matemáticas o computacionales, ya que muchos modelos formales son
mecánicos o estadísticos, y también existen modelos sistémicos sin cuantificación. La Inteligencia Artificial,
la Teoría de los Juegos, la Informática y otras investigaciones, no necesariamente coinciden con la Teoría
de los Sistemas o comparten principios.
La Teoría General de los Sistemas no es una concepción positivista, etiqueta con la cual –en los
últimos tiempos- se pretende marginar las nuevas propuestas con aspiraciones de imponerse en el mundo
científico, sin que se ponga en juego su comprensión. Evaluando así su productividad. Categorizar como
equivocado o erróneo al objeto de discusión priva al discurso de toda fuerza crítica.
Son numerosos los conceptos sistémicos que dan jaque al principio positivista de lo analítico y a
la concepción reduccionista de las ciencias a la mecánica vulgar.
Por otra parte, hablar de sistemas no implica que la teoría con la que uno avala la observación sea
sistémica. Sistema es un concepto indefinido, válido para un sinnúmero de posibles explicaciones,
mientras que la Teoría General de Sistemas constituye un modelo preciso y delimitado. Podemos hablar
de un sistema familiar, un sistema social, y aplicar a su estudio otros modelos de análisis que distan de la
perspectiva descriptiva de la recurrencia y la circularidad, por lo cual se hace necesario acortar el concepto
de Teoría Sistémica a las construcciones teóricas que fundamentan sus postulados y conceptualizaciones.

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La diferencia principal que se establece con los demás modelos es la de la circularidad, mientras
que la epistemología que subyace al resto desarrolla la linealidad de pensamiento. En síntesis, la ciencia
clásica determinaba, bajo un modelo analítico y lineal, que el conocimiento era objetivo. En contraposición
a este punto de vista, las ciencias modernidad relativizan y cuestionan el paradigma antedicho para
proponer un modelo sistémico, donde la circularidad y la recurrencia sean la guía del pensamiento y el
conocer. Desde esta perspectiva, el resultado del acto del observador se convierte en una construcción de
su patrimonio, imperando así la subjetividad.

Ciencias Clásicas Ciencias Modernas


Objetividad Subjetividad
Linealidad Circularidad

LINEALIDAD Y LA BÚSQUEDA DE LOS ORÍGENES

Una relación causal se denomina lineal cuando una serie de proposiciones no regresan –cerrando
un círculo- a su punto de inicio; lo que implica que el resultado de algo nunca va a ejercer sus efectos
sobre su propio origen. Por lo tanto, no intervienen procesos de retroalimentación y la secuencia de causas
y efectos no retornan al punto de partida.
Esta línea de análisis abarca e involucra desde el carácter investigativo de los desarrollos
científicos hasta la vida cotidiana. La tendencia al por qué, o sea, la relación causa/efecto, supone la
evidencia de la explicación causal, adscribiéndose a una epistemología de corte lineal, aunque, como
veremos más adelante, no necesariamente un porqué debe asociarse con la linealidad, sino que existe
también un porqué que compete a la recurrencia.
Lineal es un término que a veces ofrece confusión, principalmente cuando se trabaja con un
modelo cibernético, orientado hacia las matemáticas. Bateson (1979) diferenció los términos lineal y linear,
señalando que: "Linear es un término técnico de la matemática, que describe una relación tal entre
variables, que cuando están representadas una con respecto a la otra en coordenadas cartesianas
octogonales, el resultado es una línea recta. Lineal es la relación entre una serie de causas o argumentos,
cuya secuencia no vuelve al punto de partida. El opuesto de linear es no linear. El opuesto de lineal es
recurrente".
En matemática, los gráficos lineares se representan con dos ejes de coordenadas: X e Y. En estas
variables el cambio es continuo y ambas poseen una relación constante y proporcional con respecto al
cambio cuantitativo, por lo tanto, el aumento o disminución de una implica un aumento o disminución de la
otra.
Las respuestas de un sistema a la entrada de información pueden ser directamente proporcionales
a dicha entrada –lineares-, o variar con respecto a la entrada de información -no lineares. La no linearidad
es una relación entre variables de un sistema de coordenadas cartesiano (de ángulos rectos) que no
forman una línea recta. Existen relaciones no lineares continuas y relaciones no lineares discontinuas, y
éstas últimas son llamadas funciones escalonadas. En matemática, las funciones escalonadas son la
contrapartida de lo que en la Teoría General de los Sistemas se llama cambio de segundo orden (tengamos
en cuenta que esta teoría sostiene la existencia de dos niveles de cambios posibles: de primer y segundo
orden).
Se si cotejan estos dos tipos de cambio son las funciones de los gráficos matemáticos, en lo que
llamamos cambios de primer orden, los parámetros individuales varían de manera continua, pero la
estructura del sistema no se altera, puede mantenerse constante mientras se producen cambios
cuantitativos. El sistema que sólo esté capacitado para ejecutar cambios de primer orden regulará su
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estabilidad con relativa continuidad, gracias al mecanismo de la homeostasis. Por lo tanto, se basa en gran
medida en un tipo de retroalimentación negativa, en cuyo proceso autocorrectivo se contrarresta la
desviación que traspasa ciertos límites, en la dirección opuesta al cambio inicial que produjo la
retroalimentación.
Bateson (1972), al referirse a esta dinámica, decía "que se trataba de una cadena circular de
sucesos causales (…) de manera que cuanto más hubiera de algo, tanto menos habría de lo siguiente en
el circuito". Él mismo realiza una interesante observación, señalando que toda retroalimentación es
negativa y cuando hablamos de un tipo de retroalimentación positiva es solamente un "arco o secuencia
parcial" de un proceso más abarcador de retroalimentación negativa.
"La aparición de fugas intensificadas en los sistemas, deriva del marco de referencia que el
observador ha puntuado: la ampliación del marco de referencia propio permite ver la "fuga" como un tema
de variación ante órdenes de control superiores" (B. Keeney, 1983).
Fue Ashby en 1952 quien acuñó el término primer orden, refiriéndose a los cambios continuos y
correctivos en un sistema, cuyos ejemplos son el mantenimiento de la temperatura del cuerpo por medio
de la traspiración, o el termostato que opera equilibrando la temperatura del ambiente. En el ámbito de los
problemas humanos, las soluciones intentadas para resolver un problema suelen sostener (o mejorar) el
estatismo y la no-evolución porque a menudo se hace más de lo mismo y cuanto más de los mismo se
repite, más del mismo resultado se obtiene. En síntesis, todos los cambios cuantitativos que se efectúan
dentro de un circuito conducen a un equilibrio estático (homeostasis), no existe una modificación de corte
cualitativo que permita un cambio en el funcionamiento, es la paradoja de cambiar para no cambiar.
Con respecto al cambio de segundo orden, el sistema cambia cualitativamente y en forma
discontinua. Estos sistemas están mucho más capacitados para adaptarse a las alteraciones del ambiente
que aquellos que son regulados por cambios de primer orden, y son los que tienen, como señala Bateson,
"capacidad de aprendizaje"; o sea, que la estructura del sistema está preparada para acomodarse a todos
los procesos del desarrollo que impliquen la modificación de la misma (morfogénesis). Si bien Ashby
describió este tipo de cambio, los primeros en introducirlo en el marco de la Terapia Familiar fueron
Watzlawick, Weakland y Fisch en la década de los 60, y se considera uno de los soportes teóricos del
modelo sistémico de Palo Alto. Se entiende que una pequeña intervención en un circuito de interacciones
que rompiese con el más de lo mismo (en términos cualitativos) podría provocar modificaciones
significativas en los sistemas, generando así una nueva estructura de pensamiento y acción.
El cambio de segundo orden se caracteriza por ejercer un cambio en el conjunto de reglas que
organizan y dirigen el orden interno de la estructura de un sistema, podría decirse un cambio del cambio,
y de ahí el término segundo orden. Se basa en un tipo de retroalimentación positiva que provoca una
ampliación de la desviación, desarrollando nuevas estructuras. De acuerdo con este aspecto, en un medio
donde se efectúen cambios importantes, los mecanismos homeostáticos amenazan la supervivencia del
sistema e impiden la posibilidad de crecimiento y adaptación a las nuevas situaciones. La retroalimentación
positiva es elemental para pasar a un nivel más profundo de acomodación y para que el sistema logre su
autoorganización. A la vez, un sistema que no regule su desviación -o mejor dicho, una retroalimentación
positiva que no reequilibre al sistema- termina destruyéndose (fuga en el lenguaje sibernético).
Watzlawick (1967) se refiere, como ejemplo análogo del cambio de segundo orden, a las
velocidades y cambios de marcha de un automóvil. En la primera marcha la velocidad se limita hasta cierto
punto. Cuando se quiere alcanzar una velocidad mayor (diferencia cualitativa) es necesario modificar la
marcha, o sea, realizar el cambio. El sistema entonces se recalibra y reorganiza, produciendo el efecto
deseado, más allá de que este cambio esté intimamente relacionado con otras estructuras internas del
sistema (como el mecanismo del embrague, caja motor, etc.). Este efecto, llevado al plano clínico
representa un cambio en las soluciones intentadas por los pacientes. Es obvio que cuando se consulta
acerca de un problema, la exploracila exploración sobre los intentos de solución para resolverlo muestra
la inefectividad de los mismos, hasta tal punto que se han convertido en problema. Dichos intentos son los
cambios cuantitativos –por lo tanto, cambio de primer orden-, que ayudaron a sostener la homeostasis del
circuito, apoyando el efecto sintomático.

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Un giro copernicano sobre los mismos, por parte del terapeuta, implica efectuar un cambio del
cambio, introduciendo entropía en el sistema, para que del desorden pueda establecerse un orden
cualitativo distinto. De lo contrario el terapeuta formará parte del grupo de intentos de solución fallidos,
colaborando con la no-evolución y estancamiento del sistema.
Como señalamos anteriormente, el concepto de linealidad corresponde al pensamiento científico
clásico y, más concretamente en el plano de la psicoterapia, abarca todos aquellos modelos que parten
del supuesto teórico de que las causas del pasado producen sus efectos y son generadoras de la situación
presente; por lo tanto, los conflictos, las conductas sintomáticas y los comportamientos patológicos son
explorados buscando sus orígenes en la historia del sujeto.
Indudablemente, esta línea de pensamiento refleja la herencia del enfoque médico tradicional, que
parte del análisis de cualquier síntoma físico (y a veces psicológico), tratando de encontrar su etiología y
diseñando el tratamiento adecuado, para lograr eliminar la sintomatología observable (por ejemplo,
aplicando la mediación correcta).
Este tipo de pensamiento es trasladado isomórficamente al ámbito de la psicoterapia. Keeney
(1983) se refiere, como ejemplo, a la nosología psiquiátrica y al modelo clásico de la psicopatología,
calificando a esta epistemología de: "(…) atomista, reduccionista y anti-contextual (…) los terapeutas
entienden que lu labor consiste en tratar de corregir, disecar o exorcizar los elementos malos, enfermos o
locos de sus clientes (…) ejemplos dramáticos de este enfoque son los métodos bioquímicos, quirúrgicos
y eléctricos de la terapia".
Estos son métodos que operan como correctores de desviación. Sin extendernos demasiado, uno
de los signos con que se define la locura es el apartamiento de la realidad. Sin duda, esta realidad está
refería a las normas y pautas que rigen el funcionamiento social. El transgresor o desviado de la norma
debe ser reencauzado por el profesional de acuerdo con los baremos sociales vigentes. En este sentido,
el terapeuta se convierte en un agente del orden y el manicomio en el lugar de la corrección. Este punto
de vista fue seguido exhaustivamente por la mayoría de las corrientes contraculturales, fundamentalmente
la Antipsiquiatría (1960) y la Desinstitucionalización psiquiátrica (1970). Estos movimientos introdujeron
entropía frente a la homeostásis social, pero no lograron generar el cambio del paradigma psiquiátrico
clásico.
Pero una lectura lineal de una situación problemática (o no), no solamente remite a la historia de
la persona:
1. Pueden buscarse en el pasado los elementos traumáticos que han podido generar la aparición de
un síntoma en el presente.
2. También es lineal, en términos médicos, la búsqueda de la causa de una afección determinada
(una fiebre alta puede tener diferentes etiologías).
3. Así mismo, pueden encontrarse lecturas lineales en un eje sincrónico -de tiempo presente-,
buscando causas relacionales, como, por ejemplo, atribuir el origen de la angustia de una mujer a
las malas contestaciones del hijo, sin dar el giro que produciría la recurrencia (¿qué genera ella
para que éstas se produzcan?), puesto que así entramos en el terreno de las interacciones y, por
ende, en otra epistemología.

Este último punto significa que, en contra de lo que siempre se ejemplifica como epistemología
lineal en psicoterapia, (llámese encontrar los orígenes de un síntoma actual en el pasado de la persona),
también elaborar un porqué relacional implica una linealidad de otro orden. La linealidad no sólo se
posiciona en el eje de la diacronía, sino que pueden existir hipótesis lineales en el eje sincrónico.

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Linealidad
Causa Efecto
(1) Historia (trauma) Síntoma
(2) Infección dental Fiebre alta
(3) Malas contestaciones del hijo Angustia de la madre

La epistemología de corte lineal es la que rige y ha regido la forma de conocimiento humano,


traspasó las fronteras culturales y se tiempo, e impregnó las investigaciones del saber científico, así como
el acto cotidiano de la vida del ser humano.
Existe una tendencia natural a buscar el origen o la causa del hecho que sucede, trazando
hipótesis, tal vez múltiples, pero que conllevan el paradigma lineal en su esencia. El modelo sistémico ha
propuesto una epistemología diferente, que todavía no ha alcanzado el status de paradigma, ni ha logrado
suplantar y ni siquiera absorber al paradigma vigente. No se trata que los modelos sistémicos no reúnan
los elementos conceptuales adecuados, tal vez se trata de resistencias de la comunidad científica y social
a aceptar las nuevas reglas que define una nueva teoría.

CIRCULARIDAD Y REVOLUCIÓN CIBERNÉTICA

La otra variante epistemológica, fundamento de la psicoterapia sistémica, es el concepto de


recurrencia o de causalidad circular. La circularidad expresa –al contrario de la linealidad- cómo en una
secuencia de causa y efecto, el efecto impregna la causa primera, confirmándola o rectificándola. Por lo
tanto, a través de esta recurrencia, la causa inicial –en la progresión y dinámica del proceso- se ve
afectada.
La conceptualización del proceso circular es aportada por la Cibernética, cuyo modelo se
constituye por una unidad básica: el mecanismo de retroalimentación. Pero, cabe preguntarse ¿cómo
surge esta nueva epistemología, cómo se inventó esta nueva teoría?.
Por lo general la mayoría de las grandes teorizaciones, modelos psiquiátricos o psicológicos y las
investigaciones en distintos campos, se cimentaron en una visión analítica que implicaba la primera ley de
la Termodinámica. Esta ley ponía la relevancia en los fenómenos de conservación y transformación de
energpia. Su epistemología es lineal, y su método explicativo –a través de una diacronía y sincronía causal-
aportaba los elementos necesarios para cumplir los objetivos.
A partir de los años 50, aparece una nueva epistemología, que se fundamenta en el concepto de
información -sustentado por la segunda ley de la Termodinámica-. El discurso se estructura alrededor de
términos como desorden, orden, entropía negativa, naturaleza retroactiva y organización, construyendo
así lo que se llampo causalidad circular. La información se erige en el nódulo central de las investigaciones,
orientándose a procesos de comunicación más abarcativos y complejos, como son los sistemas humanos.
Así, la Cibernética (Wiener, 1948) tuvo como objeto de estudio los procesos de comunicación en
sistemas naturales y artificiales, y es definida por su autor como "la ciencia de la comunicación en el
hombre y la máquina". Etimológicamente deriva del término griego kybernetiké* que significa"el arte del
timonel" o "el arte de gobernar", término que es utilizado en La República de Platón, donde su significado
se emparenta con el de Política, en el sentido del arte de gobernar o dirigir. Según Keeney, si la palabra
designa tanto el hecho de comandar una nave como el de ejercer el control social, esto nos revela que la
Cibernética se ocupa tanto de los seres humanos como de las máquinas que ellos mismos crean.

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La idea central del origen de la Cibernética es que existe una pauta que organiza los procesos
físicos y mentales. Si bien estas ideas se venían gestando largo tiempo atrás, sólo a mediados de este
siglo cobraron mayor repercusión.
Sin apartarnos de la teoría, algunos hechos históricos nos permiten contextualizar su nacimiento.
Fue en 1943 cuando aparecieron dos artículos que pueden considerarse el nacimiento de la Cibernética.
Uno de ellos se titulaba "Conducta, finalidad y teleología", en él que sus autores, Arturo Rosenblueth,
Norbert Wiener y Julian Bigelow, desarrollaron el concepto de finalidad e intencionalidad. El otro, "Cálculo
lógico infinitesimal de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa", de Warren McCulloch y Walter Pitts,
que reveló el tipo de funciones que todo cerebro debe computar con el objetivo de percibir y describir.
Estos escritos intentaban disceernir las pautas de organización que subyacen tanto a la conducta
intencional o teleológica como a la percepción respectivamente. Paralelamente, Gregory Bateson
desarrollaba una concepción del proceso interaccional desde la Antropología, y Jean Piaget, estudiando
la evolución de la inteligencia, identificaba los mecanismos del conocer.
En los años 40 comenzaron a producirse unos encuentros fomentados por la fundación Josiah
Macy, que nucleaba a profesionales de distintas disciplinas. El primero se realizó en Nueva York en 1942
y allí se discutió acerca de los problemas de la inhibición central en el sistema nervioso, cuyo eje central
fue la hipnosis, debatiéndose, además, informalmente las ideas de Rosenblueth. El segundo encuentro
tuvo lugar eb 1944 y adquirió un carácter bianual. La preocupación de este grupo de científicos era
encontrar una temática común que los uniera en sus investigaciones, a pesar de las diferencias de cada
especialidad. Por lo general, los temas discutidos en los encuentros se referían a los mecanismos de
retroalimentación y a la causalidad circular, tanto en sistemas biológicos como sociales. Finalmente,
Wiener ecuñó el término Cibernética para designar al nuevo tipo de paradigma.
Ya a comienzos del siglo XX, Bernard había observado el isomorfismo entre la regulación de la
máquina de vapor y los organismos vivos, frente a cambios internos o externos que podían alterar su
metabolismo. Ciertas sustancias se conservaban en el cuerpo de una forma muy estable, lo que condujo
a postular la estabilidad del medio interno, como uno de los elementos fundamentales para la vida. Es
Cannon el que introduce el término homeostasis para designar la tendencia a mantener dicho equilibrio
interno a través de mecanismos reguladores complejos que, por ejemplo, llevan a una constancia de la
concentración de azúcar en l sangre, de la presión osmótica y de la temperatura del cuerpo.
Pero fue a finales de los años 30 que el matemático Wiener se reunió con el neurofisiólogo
Rosenblueth y con Cannon para discutir sus trabajos, pensando en la posibilidad de encontrar un lenguaje
que los uniera frente a la similitud de sus investigaciones, y que les permitiera tender puentes ante
cuestiones isomórficas.
"En ésta época Wiener participa en las investigaciones que permitirán la creación de ordenadores
modernos. Pero Norteamérica entra en guerra y, como los otros científicos, debe participar del esfuerzo
común de lucha contra el enemigo. Los progresos de la aeronáutica, y en especial el aumento de la
velocidad de los aviones, han dejado anticuadas las piezas de artillería antiaérea. Se encarga a Wiener
estudie la cuestión. Él se da cuenta que es necesario integrar en el aparato de control el tratamiento de
todas las operaciones necesarias. Así, con la ayuda del ingeniero americano J. Bigelow, Wiener se aplica
a construir un aparato que permita tener en cuenta el desplazamiento del avión blanco (y las características
de previsión que esto necesita), así como la reducción del error de tiro. "Bigelow y yo mismo llegamos a la
conclusión de que un factor muy importante de la actividad voluntaria es lo que los ingenieros del control
llaman feed-back (o retroacción). Cuando se desea que un movimiento siga un modelo dado (por ejemplo
una trayectoria definida para que un misil alcance un blanco), la desviación entre este modelo y el
movimiento dealmente efectuado es utilizada como un nuevo dato (feed-back) para hacer que la parte ue
se desplaza siga una trayectoria más próxima al movimiento previsto por el modelo" (Wittezaele, García,
1992).
El concepto de feed-back es el eje central de las ciencias de la comunicación. La comunicación de
retorno es la esencia de la interacción. De la misma manera que el primer axioma de la pragmática de la
comunicación humana sentencia "es imposible no comunicarse", siempre en la interacción, nuestra
conducta pauta y delimita la respuesta de nuestro interlocutor respuesta que regulará nuestra conducta en
20
sucesión recursiva. Por lo tanto, el feed-back aparece en las relaciones humanas como el sol cada
mañana. No se trata de un concepto que depende de la voluntad de las personas, con lo cual esperar o
pedir un feed-back sería convertirlo en una acción voluntaria, es cuando en rigor patrimonio de la
comunicación. La idea básica de la Cibernética es la de retroalimentación, que Wiener definió como:
"(…) un método para controlar un sistema, reintroduciéndole los resultados de su desempeño en
el pasado. Si estos resultados son utilizados meramente como datos numéricos para evaluar el sistema y
su regulación, tenemos la retroalimentación simple de las técnicas de control. Pero si esta información de
retorno sobre el desempeño anterior del sistema puede modificar su método general y su pauta de
desempeño actual, tenemos un proceso que puede llamarse aprendizaje" (Wiener, 1954).
La acción de corregir la desviación, entonces, se pone en movimiento por la diferencia, tal como
lo define Bateson, son lo que es posible entender todo cambio como la necesidad de mantener cierta
regularidad y esta misma, a su vez, podrá mantenerse a través del cambio. A esta estabilidad del sistema
se le aplica el término homeostasis, denominación no muy afortunada ya que revela un equilibrio estático,
un estado más bien estacionario.
Brand (1976) lo definió con el término homeodinámico, que ejemplifica el doble juego cibernético
de estabilidad-cambio. Homeodinamia es el equivalente a lo que Maruyama llamó morfogénesis. Esta
propiedad es patrimonio de quellos sistemas más permeables al entorno, con flexibilidad en las reglas de
su funcionamiento, que le permiten, frente a situaciones de crisis (como introducción de entropía), modificar
sus pautas u reacomodarse a la nueva situación. Este proceso posibilita que el sistema madure,
alcanzando niveles evolutivos superiores y acumulando experiencia que lo llevará a sortear nuevas
dificultados con menor gasto de energía.
En ocasiones se señala que la diferencia que se establece entre el control de la desviación de la
energía de un sistema (negentropía) o su amplificación (introducción de entropía) corresponde y se
extiende a dos tipos de retroalimentación diferentes. M. Maruyama (1968) sugiere que existen sistemas
que amplifican la desviación y otros que la contrarrestan, como si fuesen dos tipologías de sistemas:

 Los sistemas que contrarrestan la desviación con conducidos por un tipo de retroalimentación
negativa que genera homeostasis en el circuito.
 En aquellos que amplían la desviación, la retroalimentación es positiva, produciendo
homeodinamia en el sistema.

No obstante, el problema que presenta esta discriminación es que lleva a construir


comportamientos estancos de dos polaridades: la estabilidad y el cambio. Si esto es llevado al campo de
la Terapia Familiar, se diferencias tipos de familias homeostáticas, homeodinámicas o que alternan en los
dos procesos. Pero esta división no tiene su origen en la epistemología cibernética, puesto que desde ésta
es imposible separar la estabilidad del cambio, ya que ambas serían dos partes complementarias de un
mismo proceso. No puede efectuarse un cambio si el sistema no posee un techo de estabilidad sobre él,
y a su vez la estabilidad descansa en los procesos de cambio que están por debajo.
Wiener ya había propuesto que la estabilidad y el cambio pueden explicarse como diferentes
órdenes de retroalimentación. De acuerdo a la retroalimentación, se deriva el éxito o fracaso de una acción
sencilla. Pero a un nivel más alto, la retroalimentación de la información (que corresponde a una pauta de
comportamiento o una modalidad de conducta) puede lograr que el organismo cambie su planificación
estratégica de una acción futura. Esta retroalimentación se diferencia de otras más elementales, pertenece
a un orden superior y suele ofrecer una manera de preservar y de cambiar una determinada organización
social.
Vale decir que, si la retroalimentación simple, por así llamarla, no es controlada por una de orden
superior -retroalimentación de la retroalimentación- se generará una intensificación de la ampliación de la
desviación, surgirá el descontrol en el sistema y se producirá lo que Bateson llamó esquismogénesis. Dicho
en otras palabrasm se refiere al proceso que incrementa la intensidad en un circuito, que al no estar bajo
control, genera un nivel de tensión tal que produce la fragmentación del sistema, destruyéndolo. Repitiendo
21
la afirmación de Bateson, lo que se denomina retroalimentación positiva o desviación o amplificación de la
energía, no es más que un arco o secuencia parcial de un proceso de retroalimentación negativa mucho
mayor.
"La Cibernética estudia de qué manera los procesos de cambio determinan diversos órdenes de
estabilidad o de control. En esta perspectiva, el terapeuta debe ser capaz de distinguir no sólo la
retroalimentación simple, que mantiene el problema presentado por su cliente, sino también la
retroalimentación de orden superior, que mantiene esos procesos de orden inferior. El objetivo del
terapeuta es activar el orden del proceso de retroalimentación que permita a la ecología perturbada,
autocorregirse" (Keeney, 1983).
Si no se toma en cuenta el proceso de retroalimentación superior, el profesional observa tan sólo
una parte de la dinámica -el árbol que no deja ver el bosque-, desconociendo cuál es el techo con el que
opera. Así el terapeuta quedará entrampado en el juego homeostático de la familia, siendo una parte más
de dicha maquinaria,
En conclusión, el cambio adaptativo como proceso de aprendizaje con el objetivo del crecimiento
surge del control del control y no del descontrol del sistema. Ya los griegos en el siglo v (a.C), concibieron
la creación del universo a partir del caos. Del desorden surgieron la tierra, el agua, el cielo, las estrellas,
etc., se constituyó el cosmos, que en griego significa "orden".
A toda esta etapa de la concepción cibernética se la llamó Cibernética de primer orden. El concepto
de caja negra en donde un observador se posicionaba delimitando la información de entrada y salida
marcaba el perímetro de dos espacios: el del observador y el de la familia. Por lo tanto, estas
investigaciones no involucraban al observador en el campo de observación. El ingreso del observador
como un elemento más en el sistema representa la evolución de las ideas originales de la Cibernética,
constituyéndose lo que se llamó Cibernética de la Cibernética o Cibernética de segundo orden.
Heinz Von Foerster (1974) es el que diferencia a la Cibernética de primer orden como la de los
sistemas observados y la de segundo orden como la Cibernética de los sistemas observantes, equivalencia
de los términos Cibernética simple y Cibernética de la Cibernética, respectivamente. E este período, la
Cibernética se convierte en objeto de estudio de sí misma, de ahí el término "segundo orden", acuñado
por M. Mead (1968). Definitivamente se incluye al observador dentro del sistema.
Trasladado este campo a los sistemas de comunicación humanos, las ideas cibernéticas se
comprendieron a través del concepto de "caja negra". Concepto, con que se comparó metafóricamente el
funcionamiento de una familia: los síntomas y las intervenciones son los mensajes de entrada y salida del
sistema, y el terapeuta sería el ingeniero que debe recalibrarlo. Esta idea ha sido muy importante para
entender el funcionamiento de la dinámica familiar y diseñar las estrategias adecuadas. Watzlawick /1967)
asevera que el objetivo de la psicoterapia tradicional consiste en descubrir el inconsciente (entendido como
caja negra), del cual solamente podemos realizar inferencias o hipótesis. Únicamente podemos observar
los inputs y outputs que el sistema acciona. Por lo tanto el límite de la aplicación de las primeras ideas
cibernéticas al campo de la terapia familiar radicaba en que esta concepción pragmática excluía al
observador/terapeuta del campo de observación. Es la Cibernética de segundo orden la que integra los
dos sistemas –el observante y el observado- como parte de un sistema recursivo total.
Las investigaciones se distinguieron por dos fases predominantes:
1. En la primera, los investigadores se preocuparon por mantener la homeostasis del sistema familiar,
por lo que las intervenciones se referían a fortalecer reglas, mandatos y mitos familiares que
contrarrestasen la desviación de energía como efecto negentrópico.
2. En la segunda, los temas predominantes oscilaron entre las necesidades de cambio, evolución y
creatividad. Las intervenciones tenían por finalidad la amplificación de los procesos de desviación
de energía y la inducción a la crisis, provocando desorden (entropía) en el sistema, razón por la
que se generaba una reformulación de reglas que llevaban a instaurar un nuevo orden en su
funcionamiento. Es esta etapa, el uso de técnicas paradojales fue una de las herramientas
terapéuticas para generar el cambio dinámico.

22
Esta diferenciación en dos etapas fue bautizada por M. Maruyama como Cibernética de primer y
segundo orden, especificando los sistemas de retroalimentación negativa y positiva respectivamente,
apartándose de la tradicional distinción que explica los dos órdenes de recursión.
Desde este nuevo modelo cobra otra dimensión la palabra "crisis" con respecto a su acepción
clásica. El término abandona su significado pecaminoso, para referirse al cambio dinámico de las reglas
de funcionamiento de un circuito. Crisis s el efecto que se produce en todo sistema cuando se amplifica
una tramo de la recursión de la energía. Esta amplificación genera un desorden en el equilibrio del
funcionamiento, obligando a los integrantes, o bien a refortalecer las reglas existentes, retornando al status
quo anterior a la crisis, o (en sistemas menos rígidos) a reformular las reglas y las funciones de cada
miembro, produciendo un nuevo orden que lleve a una recursión diferente.

Los chinos escriben la palabra crisis a través de dos hexagramas que


significan "peligro y oportunidad": siempre en un período de crisis se siente una
máxima tensión, en donde emergen angustia y ansiedad frente al caos del
sistema, la sensación de ruptura de referentes que hacen "peligrar" el sostén de
equilibrio. "Oportunidad" refiere al cambio, es la excelente posibilidad de romper
con la homeostasis que llevó a la crisis al sistema, redefiniendo pautas con la
propuesta de una nueva organización.

Pero es con la Cibernética de segundo orden que se introduce al terapeuta en el campo de la


observación de la familia. Surge entonces en la clínica sistémica la utilización del espejo unidireccional y
el concepto de la labor en equipo; será pues, la elaboración de hipótesis, el producto de un acto co-
constructivo. La observación, desde diferentes perspectivas, de los distintos órdenes de recursión convoca
a comprender más claramente los circuitos de las interacciones. H. von Foerster señala que en la
actualidad la Cibernética ofrece el marco conceptual para comprender procesos de segundo orden como
la cognición, la interacción sociocultural, etc. La primera brindó los conceptos de regulación, equilibrio,
estabilidad, cambio, mientras que la segunda introduce conceptos de mayor complejidad como los de
autorrefencia y autonomía.
La observación de un ser humano desde una epistemología circular obstruye la visión individual
de un sujeto aislado o acontextual. La mirada se dirige hacia una entidad que interactúa y genera un
entramado de relaciones, caracterizado por un contexto que otorga significados, poblado de intercambios
de información que pautan conductas de respuesta/emisión en forma permanente. La pregunta interna del
terapeuta sistémico será: quién hace qué, a quién, cuándo, desde cuándo, en dónde, cómo, con qué
frecuencia, con qué integrantes. Un análisis cibernético puro excluye la dimensión temporal, por lo que
serán tomadas en cuenta solamente las relaciones sincrónicas. La circularidad no se comprende en
términos de temporalidad (ya que en el eje de la diacronía los hechos de la experiencia se suceden
linealmente). Además, el tiempo no puede revertirse, un pasado no puede modificarse (o al menos
podemos pensar en reformular ciertos eventos del pasado que adquirirán, por ende, un significado
diferente, pero esto compete a la narrativa de la historia, que es la que puede ser redefinida).
El pasado dejará su impronta en la familia a través de la instauración de pautas, reglas, mitos, etc.,
que rigen una dinámica determinada. La historia que se construye es el resultado de un proceso de
abstracción, por el cual pueden constituirse situaciones isomórficas (o no) en contextos similares. Desde
este modelo interno llamado mapa, se desarrollan conductas interactivas, en donde surge el fenómeno de
la circularidad en el aquí y ahora.
No obstante, hablar de isomorfismo, implica una construcción del observador: los puntos de
coincidencia a través de repeticiones de circuitos interaccionales que reeditan otros pasados o simultáneos
23
son atribuciones del terapeuta en función del modelo al cual se adhiere. Construir la hipótesis, por ejemplo,
de que un señor interacciona con su esposa repitiendo el mismo esquema relacional que tenía con su
madre es una concordancia mediatizada por la teoría del observador, y no patrimonio de la relación en sí
misma. En este punto podríamos señalar un interjuego de tres procesos circulares en dos niveles lógicos
diferente: más allá de la circularidad del fenómeno interaccional de conductas que generan un circuito
recursivo en tiempo presente, en un nivel lógico superior, coexiste una circularidad que surge como
producto del isomorfismo de alguna situación relacional (circular) situada en el eje diacrónico.
La historia, entonces, no es el pasado, sino el cuento que se narra la familia, la pareja o los
individuos sobre su pasado. Por esta razón, los hermanos en una misma familia pueden elaborar distintas
construcciones acerca de la historia familiar, o sea, caracterizan a los padres, situaciones o a sus propios
hermanos desde ópticas similares, opuestas o simplemente diferentes. Desde esta perspectiva, el espacio
de la psicoterapia será concebido como un lugar donde se cuentas historias (hechos que se conviertes en
eventos para el narrador) con sus respectivas atribuciones de significado, y las intervenciones terapéuticas
estarán destinadas a redefinirlas –si es necesario-, con la finalidad de co-construir una nueva versión. Así,
el paciente podrá narrarse otro cuento acerca de él y de los demás.
En los sistemas familiares, los pensamientos y sentimientos de cada miembro con regidos por
pautas inherentes al contexto familiar; el sentido inverso de la recurrencia también es correcto, los
pensamientos y sentimientos de cada integrante coadyuvan al status quo del sistema familiar. Esta
estabilización recíproca -homeostática- puede provocar tal rigidez en el sistema que anule la posibilidad
de adaptarse a las exigencias de un mundo cambiante, emergiendo la conducta sintomática como la
evidencia de una disfuncionalidad, funcional patológica.
Una de las disputas teóricas en el ámbito de la psicoterapia sobre ambas epistemologías se
circunscribe a delimitar los grados de efectividad de la psicoterapia individual clásica o de los tratamientos
sistémicos. La primera, resaltando los componentes históricos individuales del sujeto y convocando a
realizar un análisis diacrónico; la segunda, poniendo énfasis en los procesos de interacción desarrollados
en el aquí y ahora del eje de la sincronía.
F.Simon, H. Stierlin y L. Wynne (1984) complementan ambos puntos de vista, remarcando que no
existen relaciones recurrentes en dimensión de tiempo presente como elementos de la experiencia. No
obstante, todos los efectos diacrónicos (sucesivos) son lineales; cuando se discriminan situaciones
isomórficas, aparece la circularidad:
"La confusión que se suscita obedece muy probablemente al hecho de que la causalidad lineal y
la causalidad circular sólo pueden entenderse mediante diferentes procesos de abstracción. La linealidad
representa una abstracción en función del efecto de las relaciones presentes o sincrónicas; la circularidad
es una abstracción en función de las relaciones pasadas (históricas) o diacrónicas. Los conceptos lineal o
circular de la causalidad constituyen, en consecuencia, dos puntos de vista que deben considerarse juntos
a fin de poder ver el cuadro completo".
Sin embargo y como anteriormente señalamos, la circularidad no se remite únicamente a
situaciones isomórficas, pues de acuerdo con el planteamiento de los autores se establecería en función
de conductas repetitivas de situaciones anteriores de la experiencia (lo que se llama desde el Psicoanálisis
compulsión a la repetición), y no siempre es así. En el eje de la sincronía pueden establecerse circuitos
recursivos, sin necesariamente la intervención de la historia en función de repeticiones (ya que la historia
siempre interviene, somos sujetos históricos). Más acertado es entender que la linealidad constituye un
tramo o secuencia parcial de un circuito recurrente más abarcativo. O sea, desde este punto de vista, la
circularidad estaría situada en un nivel lógico superior, y en el inmediato inferior, la linealidad remitiría
solamente al análisis de un pasaje.
Obsérvese en el ejemplo sin reparar demasiado en detalles de contenido, el juego de las dos
epistemologías: supongamos tres terapeutas, dos de los cuales comparten una epistemología clásica y
trabajan con un modelo tradicional, y el tercero posee una visión sistémica. Los tres, sin saberlo, trabajan
con integrantes de una misma familia. Los dos primeros hablan con el marido y la esposa en forma
individual, y el tercero convoca a la familia. Supongamos que estos profesionales se encuentran con un

24
supervisor y con un grupo de terapeutas noveles y estudiantes. El primero comenta que le llegó a la
consulta un señor que desde hace meses no tiene relaciones sexuales con su esposa y según su relato,
ella se acuesta más temprano para evitarlas. Duerme de espaldas y siente mucho temor a ser rechazado,
a parecer un "gordito estúpido" si ella no lo acepta, tal cual como le decían en el barrio de su infancia (a
pesar de que en la actualidad estéticamente lejos está de ser gordo). Esta situación lo lleva a defenderse
más y a tomar mayor distancia, ya que su mujer lo descalifica siempre, tratándolo de "impotente", "que no
es hombre", y él no desea arriesgarse a ser más desvalorizado.
Cuando comenta el caso, desde esta secuencia lineal, el grupo de estudiantes toma partido por
él. La mujer ocupa el lugar de la victimaria, la malvada de la película de la pareja, la descalificadora que lo
impotentiza y esto recrudece el trauma de inferioridad de su infancia. El terapeuta señala, además, que el
paciente, analógicamente, acompaña todo su relato con la actitud del pobrecito, acentuando más la
distinción trazada por él y el grupo.
El segundo terapeuta comenta el caso de una señora que desde hace meses no tiene relaciones
sexuales con su marido. Por lo general, él no se acerca a ella en sentido erótico. Ella se acuesta antes con
el deseo de que la acompañe y puedan estar juntos, pero él se queda mirando la televisión hasta tarde.
Ella lo espera hasta que el sueño la vence y ni se entera cuando él se acuesta. Esta convencida de que la
rechaza, cree que él piensa que ella no sirve que no tiene atracción sobre él, que ya no lo seduce,
seguramente porque han pasado los años y su cuerpo no es el mismo, "cómo va él a acercarse a esto que
es" (de la misma manera que en su adolescencia se retraía, ya que pensaba que a su grupo de amigos no
les llamaba la atención). A la mañana siguiente se levanta lleva de rabia hacia él, lo trata fría y
distantemente, es más, a veces lo insulta, lo trata de impotente, de estúpido, "que no es hombre", con lo
cual se llena de culpa porque le da pena la situación. Entonces lo perdona y a la noche espera que el
príncipe acuda al lecho. Nuevamente la secuencia lineal de análisis, la víctima ahora es la pobre mujer
dejada de lado por el marido. Seguramente él debe tener otra, por eso le es indiferente, todas las actitudes
de él indudablemente se dirigen a descalificarla, es peor de lo que hace ella, pues ella lo desvaloriza como
reacción a lo que él le hace y por lo menos lo explicita; él es más sutil, a través de las acciones. El grupo
realiza la polarización y se alía a esta pobre mujer, que hace lo imposible por tratar de recomponer la
pareja, a pesar que las actitudes de su marido denotan su trauma de minusvalía adolescente.
El tercer terapeuta comenta la consulta de una madre con motivo de su hijo de 12 años, que tiene
problemas de conducta en la escuela. Por la conversación telefónica, y por el detalle que el padre pasa
muchas horas fuera de cada y es ella la que se encarga de los hijos y otros datos más, decide invitar a
ambos a la sesión. Durante la misma, detecta que hace unos meses el hijo menor ha comenzado a
comportarse agresivamente en la escuela. De forma paulatina la sesión va cambiando de foco para
centrarse en la pareja, y el terapeuta construye un circuito recursivo de interacciones sostenido desde hace
meses, cuyo resultado es el efecto sintomático que el niño comienza a desarrollar, convirtiéndose en el
denunciante de la situación.
No se sabe cómo comenzó -y tal vez no importe-, pero en esa sesión se empezaron a explorar las
interacciones y sensaciones, supuestas e imaginarias, de cada uno. Durante los últimos meses no han
tenido ningún acercamiento sexual y la relación cotidiana se está deteriorando. Ella se acuesta temprano
con la intención de que él acuda con ella a la cama, él supone que se va porque lo rechaza y ya no la
seduce, por temor a ser rechazado, si intenta acercarse, prefiere defenderse viendo la televisión hasta que
ella se duerma. Ella llora mientras el tiempo pasa y él no viene, terminando en bronca, que es verbalizada
durante el día siguiente, "¡impotente, no eres hombre!", confirmando lo que él suponía, es decir, que su
mujer no lo quiere, lo desvaloriza, seguramente habrá otro y así se siente el gordito estúpido de su infancia.
Por lo tanto, frente a semejante explicitación descalificante, él acentúa su huida, trata de llegar más tarde,
se acuesta más tarde, siente más angustia y temor. Ella se siente más rechazada, vieja, y su minusvalía
adolescente se potencializa, estalla con más bronca y los insultos se incrementan. Cada pasaje de este
círculo vicioso se aumenta y rigidiza la situación: cada uno de los cónyuges ha comenzado a pensar en
terceros que les proporcionen valorización personal y les posibiliten oxigenarse de la relación.
Pero, ¿dónde está la víctima y dónde el victimario? Desde una linealidad de pensamiento, se traza
dicha polaridad, pero desde una perspectiva cibernética no se establece tal distinción, y en última instancia
podría decirse que ambos son víctimas del juego a que se someten. En conclusión, las conductas de uno
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de los miembros de la pareja pautan las respuestas del otro y viceversa, y todo ello conduce a mantener
una recurrencia que da como resultado el emergente sintomático. Por lo tanto, los dos análisis lineales
anteriores remiten a tramos parciales de un circuito recurrente más abarcativo, es decir, que la
epistemología lineal podría ubicarse en un nivel lógico inferior con respecto a la circularidad.
Pero ésta no es solamente la única posibilidad; la circularidad podría poseer secuencias circulares,
aunque dentro de las mismas se encontrarán tramos de linealidad.
En síntesis, podemos pensar la vida humana como un proceso circular, en donde el eje de la
diacronía en su comienzo y fin se unen, cerrando un círculo, donde nacimiento y muerte, infancia y vejez
tienen sus intersecciones y sus isomorfismos, generadores de la recurrencia. La circularidad, entonces, es
factible entenderla desde tres ópticas de análisis:

 Desde la sincronicidad operativa de las interacciones presentes, o sea la recursividad desarrollada


en el aquí y ahora.
 Desde los isomorfismos de situaciones que se producen en forma recurrente a lo largo del tiempo.
 Interceptando ambas posiciones: la interacción del proceso presente, que puede ser repetitivo de
situaciones relacionales, vividas en otro momento de la historia de la persona.

Por último, más atrevidamente, se podría esgrimir la hipótesis inversa: concebir la vida desde una
visión lineal, donde en diferentes tramos encontraremos círculos viciosos de interacciones, pero bajo el
soporte de una diacronía, por lo que la circularidad obedecería a un orden lógico inferior de un proceso
mayor lineal.
Esto demuestra que el ángulo de mirada del observador –porta-voz de un modelo de conocimiento
que impregna su epistemología- puede construir, confirmando y desconfirmando, la hipótesis a priori que
supone, encontrando lo que busca en una realidad construida por él mismo. Esto nos abre la entrada, en
el segundo capítulo del libro, el mundo del Constructivismo.

II. EL OJO CONSTRUCTOR

LA ILUSIÓN DE "ILUSIÓN" (P.W.)


En el campo de estudio de la psicología y de la psiquiatría, el término ilusión se refiere a una
interpretación distorsionada de la percepción objetiva. Esta definición diferencia a las ilusiones de las
alucinaciones, delirios y pseudopersepciones de objetos objetivamente no existentes, un tema
específicamente tratado por Frederick Burwick.
Lo que reviste una importancia básica es que ambos conceptos, tanto la ilusión como el delirio,
deberían ser insignificantes, a menos que se contrasten con la asunción de una realidad que existe objetiva
e independientemente de un observador o percibiente. Aceptar la existencia de tal realidad es la base del
objetivismo.
De esta aceptación, numerosas conclusiones engañosamente simples y convincentes parecen
continuar afirmando la existencia de una realidad real; por ejemplo, la meta de la ciencia es el
descubrimiento de la forma en que las cosas realmente son, como la búsqueda de la verdad.
En el terreno clínico se habla de la adaptación a la realidad de una persona como el baremo para
afirmar que goza de salud mental o que está enferma. Las personas normales (y especialmente los
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psicoterapeutas) ven el mundo como realmente es, mientras que los individuos mental o emocionalmente
perturbados poseen una visión distorsionada de la realidad. En una primera instancia nada puede ser más
obvio que esta creencia en una realidad objetivamente existente. Pero esto es todo lo que es: una creencia.
Podemos señalar algunas consecuencias negativas y hasta inhumanas de esta creencia a la que me
refiero. Por ejemplo, en evento que se celebra en Francia con gran reputación como es el aniversario de
la Revolución Francesa, es fundamental. Su filosofía de la Ilustración es de una seductora simpleza, que
se sintetiza en tres comprensibles suposiciones:
1. El mundo está gobernado por principios no racionales.
2. El espíritu humano es capaz de codiciar estos principios.
3. La voluntad humana es capaz de actuar de acuerdo con estos principios.

Sin embargo, en lugar de conducir a la humanidad a una racionalidad final ocasionó la invención
de la guillotina, como un recurso para ahorrar tiempo –verdaderamente racional- para el asesinato de unos
40.000 seres humanos y eventualmente despacharse para la reintroducción, aún, de otra monarquía. En
total oposición al objetivismo, existe otra perspectiva de la realidad (y nuevamente, eso es todo lo que es:
otra perspectiva) conforme a que la realidad no está descubierta, sino inventada, construida.
Para los filósofos, esta aseveración es un viejo cuento.
Las primeras referencias del Constructivismo pueden ser encontradas en los fragmentos de los
pre-socráticos: proposiciones claras e inequívocas, conforme a que de la realidad real solamente podemos
tener una imagen, una interpretación; estos desarrollos se observan luego en los escritos de Kant, Hume,
Shopenhauser y otros. Kant señalaba que todo error consiste en tomar el camino de determinar, dividir o
deducir conceptos para las cualidades de las cosas en y de si mismas. Por otra parte, Shopenhauer en
The Will in Nature (La voluntad en la naturaleza), escribe:
"Este es el sentido de la gran doctrina de Kant, el que la teleología es introducida en la naturaleza
a través del intelecto, que así se maraville ante un milagro que se ha creado así mismo, en primer lugar.
Es (…) lo mismo, que si el intelecto se asombrara de encontrar que todos los múltiplos de nueve producen
nuevamente nueve, cuando sus cifras son sumadas; o por otro lado, a un número cuyas cifras sumen
nueve. Ya se ha preparado así mismo este milagro en el sistema decimal".
Especialmente esta cita eleva más que las cejas, mientras que amenaza a lo que se supone la
naturaleza sacrosanta de la verdad matemática. Pero incluso en las transparentes salas del olimpo
matemático, la controversia ha sido especialmente furiosa con relación a la pregunta de su las leyes
matemáticas están descubiertas o inventadas.
Así es como el matemático Gabriel Stolzemberg resume este dilema:
"Una vez que un matemático ha visto que esta percepción de la corrección evidente de la ley (…)
no es más que la lingüística, equivalente a una ilusión óptica, ni esta práctica de las matemáticas, ni su
entendimiento, pueden alguna vez ser lo mismo."
Pero los matemáticos no son los únicos descubridores objetivos, infectados por el vuris de la
relatividad de todo pensamiento científico: los físicos lo son aún más. En su libro Mind and Matter (1958)
(Mente y Materia), Schrodinger manifiesta:
"Todo hombre dibuja una imagen del mundo, que es y siempre permanece como una construcción
de su mente y no puede probar que tenga existencia alguna."
Heinsenberg sobre el mismo tema señala:
"La realidad de la que podemos hablar nunca es la realidad a priori, sino una realidad conocida, a
la cual le damos forma. Tomando en cuenta esta última formulación, puede objetarse que, después de
todo, existe un mundo objetivo e independiente de nosotros y de nuestro pensamiento, que funcione o
pueda funcionar sin nuestra intervención, que es lo que efectivamente deseamos significar cuando
27
investigamos; esta objeción tan convincente a primera vista, debe advertir que incluso la expresión "hay"
se origina en el lenguaje humano, y no puede revelar algo que no se relacione con nuestra comprensión.
Para nosotros "hay" sólo un mundo en donde la expresión "hay" tiene significado".
Heinz Von Foerster es uno de los científicos que insiste con más énfasis en la inseparabilidad del
observador con respecto de lo observado, va más allá de la advertencia de Heisenberg acerca del efecto
de cualquier observación sobre el objeto, en función de que siempre la distinción que se traza de un
universo involucra a un percibiente que la ejecuta, con lo cual, es importante conocer la teoría del
descriptor. Y hasta el más radical (en el sentido original de ir a las raíces), el biólogo chileno Francisco
Varela, en su Calculus for Self-Reference (1975) (Cálculo por autorreferencia), señala:
"El punto de inicio de este cálculo (…) es el acto de indicación. En este acto primordial, separamos
formas que se nos aparecen como el mismísimo mundo. Desde este punto de inicio, afirmando la
supremacía del rol del observador que arrastra distinciones donde lo desee. Así, las distinciones trazadas
que generan nuestro mundo revelan precisamente eso: las distinciones que efectuamos, y estas
distinciones tienen que ver más con una revelación de donde está parado el observador, que con una
constitución intrínseca del mundo que aparece, por este gran mecanismo de separación entre observador
y observado, siempre fugaz. Encontrando el mundo que nosotros hacemos, nos olvidamos de todo lo que
realizamos para encontrarlo como tal, y cuando lo recordamos poco más que un reflejo de la imagen de
nosotros mismos y del mundo. En contraste con lo que es comúnmente asumido, una descripción, cuando
se inspecciona cuidadosamente, revela las propiedades del observador. Nosotros, observadores, nos
distinguimos precisamente distinguiendo lo que aparentemente no somos, el mundo."
Los pensadores constructivistas modernos tienen un importante precursor en la persona del
filósofo alemán Hans Vaihinger. En 1911, Vaihinger publicó su obra principal, Die Philosophie des Als Ob
(Filosofía del como sí), que tuvo un gran impacto en sus contemporáneos, incluyendo Alfred Adler y
Sigmund Freud. En no más de 800 páginas y sobre la base de numerosos ejemplos prácticos, desarrolla
la tesis de que trabajamos, siempre e inevitablemente, son suposiciones puramente ficticias, que sin
embargo, pueden conducir a resultados prácticos, después de que la ficción se retira. Uno de sus ejemplos
es el juez que usa la ficción de la libre voluntad, en función de llegar a una sentencia:
"La premisa, si el hombre es realmente libre, no es examinada por el juez. De hecho, esta premisa
es actualmente una ficción que sirve para la deducción de la conclusión final; pues sin la posibilidad de
castigar a los hombres, de castigar a los criminales, no habría gobierno posible. La ficción teorética de la
libertad ha sido inventada para este propósito práctico."
Otro de los ejemplos de Vaihinger, al que ya anteriormente hice referencia pero que es apropiado
mencionarlo, es el llamado número i, que nace de una ecuación cuyo resultado está en total contradicción
con la regla básica de la aritmética, según la cual ningún número positivo, negativo o cero multiplicado por
sí mismo puede dar como resultado un número negativo. Así, mientras que en mi terreno, escribimos y
elaboramos libros acerca de cómo evitar las desastrosas consecuencias de las paradojas en la vida
humana, físicos, ingenieros, expertos en computación, etc., han incluido descuidadamente el número
ficticio i, en sus cálculos y han llegado de ese modo a resultados prácticos y concretos (el terreno entero
de la electrónica moderna, por ejemplo, sería imposible de otra manera).
No tengo claro si Vaihinger conocía la obra de Robert Musil, quien en su última novela Young
Torless (El joven Torless), describe a un héroe que se confronta por primera vez con las cualidades
sobresalientes del número i, y que comenta a un compañero de estudios:
"Mira, piénsalo de esta forma, en un cálculo comienzas con números ordinarios sólidos,
representando medidas de longitud, peso, o de alguna otra cosa que sea lo suficientemente tangible, en
cualquier nivel son números reales y al final obtienes números reales. Pero estas dos partes de números
reales están conectas por algo que simplemente no existe. ¿No es eso como un puente, donde los pilotes
está sólo al principio y al final, sin ninguno en el medio, y sin embargo uno lo cruza con absoluta tranquilidad
como si estuvieran a lo largo? Esa clase de operación me hace sentir un poco mareado, como si condujera
parte del camino, Dios sabe dónde. Pero lo que realmente siento de tan extraordinario, es la fuerza que

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yace en un problema de este tipo, que te mantiene tan aferrado, que permite que al final llegues con
seguridad al otro lado".
La típica objeción de sentido común a todo esto es: "puede ser, pero existe un mundo real allí
afuera, puedo verlo, olerlo, agarrarlo...". A lo cual, el constructivista replica: "hay colores ahí afuera, sólo
porque tenemos ojos"; ahí afuera, los físicos nos enseñan que hay solamente ondas electromagnéticas, y
éstas son reales. Pero entonces, sin duda, uno puede objetarle al físico que son la misma lógica que
existen ondas electromagnéticas ahí afuera, los físicos han agrupado artilugios que reaccionan a algo ahí
afuera, a lo que llaman ondas electromagnéticas y así en un retroceso infinito. Recordemos la advertencia
de Heinsenberg: "Existe un mundo..."que pertenece a la lingüística, no al dominio real.
Pero las proposiciones que pertenecen al dominio lingüístico no son meramente de una naturaleza
ilusoria, poseen un fascinante potencial de crear una realidad, que durante el proceso de recursión prueban
su propia verdad. En el sentido de Karl Popper son "autocerradas e infalsifcables". Por ejemplo, en lo ue
a mi área compete, se pueden observar diferencias y en parte contradicciones en las escuelas clásicas de
psicoterapia. Éstas tienen un supuesto básico en común, a saber: el cambio en el presente solamente
puede ser logrado por un análisis del origen y la evolución de la patología del paciente en el pasado. La
creencia en el poder curativo de insight no es más que una teoría improbada e improbable, en la cual se
crea una situación en donde únicamente existen dos resultados posibles, y ambos confirman la exactitud
de dicho supuesto:
1. Si como resultado del análisis del pasado el paciente mejora, esto demuestra claramente la
asertividad de la suposición.
2. Si el paciente no evoluciona, se prueba que la búsqueda de las causas en el pasado no han ido
demasiado lejos y profundo en el inconsciente.
Como vemos, el supuesto es reivindicativo por ambas posibilidades, tanto en el éxito como en el
fracaso de su aplicación práctica.
Friedrich Von Spee (1591-1635), el famoso autor de Cautio Criminales (Sobre los juicios de las
brujas), muestra horrorosos ejemplos de realidades creadas por la naturaleza autocerrada en una creencia
incuestionable. Spee fue un sacerdote que tuvo fluidos contactos con hombres y mujeres acusados de
brujería, y presenció las más inhumanas escenas de tortura. Escribió su libro con la finalidad de convencer
a la corte que con la base de su procedimiento de juicio y reglas de evidencia, nadie jamás puede ser
encontrado inocente.
En primer lugar, no había duda en la mentalidad de los jueces de que Dios con su sabiduría y amor
protegería al inocente, con lo cual los que no fuesen salvados por él, darían cuenta, por consiguiente, de
una prueba evidente de su culpabilidad. Además, una vida considerada sospechosa podía ser honrada o
no; si no lo era, ésta era una prueba adicional, puesto que es bien obvio que las brujas son capaces de
crear la impresión de ser virtuosas y honorables. Una vez en prisión, los sospechosos podían ser temibles
o no. Si eran tildados de temibles, esto en sí mismo era una prueba de culpabilidad; si en cambio,
resultabas calmos y confidentes, tal actitud también era sospechosa, ya que es sabido que las brujas más
peligrosas son capaces de parecer inocentes y tranquilas.
Éstos solamente son algunos de los aspectos más destacados pero de ningún modo todos. En
esta situación, cualquier comportamiento en defensa propia, como las reacciones frente a la tortura,
confesiones, tentativas de escape, etc., constituyen una evidencia adicional.
Desdichadamente, las construcciones de realidad, mediante supuestos ilusorios, no están de
algún modo limitadas a tan ignorantes períodos de historia. Son, como Vaihinger demostró tan
convincentemente. La esencia de nuestro ser en el mundo, usando una terminología existencialista.
A fines de abril de 1988, la edición local del diario italiano La Nazione comunicó un extraño
incidente que tuvo lugar en el Hospital General de la ciudad de toscana de Grosetto. Una mujer
esquizofrénica aguda fue admitida de urgencia, y debía ser llevada nuevamente a su Nápoles nativo para
someterse a un tratamiento psiquiátrico. Cuando los asistentes de la ambulancia fueron a recogerla y
preguntaron dónde estaba, les dijeron: "Ella está ahí adentro".
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Al entrar en la habitación encontraron a la paciente sentada en su cama, totalmente vestida y con
su cartera lista. Cuando le pidieron que se fuera con ellos, comenzó rápidamente a descompensarse, gritó,
se resistió violentamente, y sobre todo, mostró los bien conocidos síntomas de despersonalización. Tuvo
que ser forzosamente tranquilizada, antes de ser llevada abajo. Alrededor de dos horas más tarde,
mientras la ambulancia llegaba a Roma, fue detenida por un automóvil de la policía y le dijeron al conductor
que llevara a la mujer de vuelta a Grosetto. En lugar de la paciente, habían recogido a una mujer que
estaba esperando pagar la consulta de un paciente, quien recientemente había sido sometida a una cirugía
menor.
La importancia de este incidente radica en que una vez que se cometió el error, se creó una
realidad de este modo, en donde cualquier intento por parte de la mujer de corregir este error constituye
una prueba adicional de su insania. Por su puesto, ella está despersonalizándose, pretendiendo ser otra
persona, etc. En la primera mitad de la descripción de este incidente, he intentado, en un estilo muy
aficionado, recrear en la mente del lector la misma ilusión bajo la cual los asistentes de la ambulancia
habían estado trabajando. Indudablemente no es una ilusión estética, pero sin embargo una ilusión que,
hasta su denuncia, parece ser la representación escrita de una realidad específica.
La esencia de tales ilusiones encuentra su expresión más artística en muchas de las tragedias
clásicas. En sus contribuciones semanales a este tema, Rolf Brewer (10) ha mostrado como en Edipo Rey
y en Otelo profecías autocumplidas (que por definición son de una naturaleza ilusoria) pueden crear
realidades rígidas.
En Otelo, a través de las palabras de la mujer de Iago, Emilia, Shakespeare, da su definición del
autocumplido y autorreerencial modo en que los celosos ven el mundo:

"Ellos nunca son celosos por una causa,


Son celosos porque son celosos. Es un monstruo
Engendrado sobre sí mismos, nacido sobre sí mismos..."

Que el mundo real es una construcción y así resulta na ilusión, es hermosamente presentado por
Hesse en Steppenwolf (El lobo estepario). Hacia el final de la novela, el protagonista, Harry Haller, se
siente como un lobo estepario, como "el animal perdido en un mundo extraño e incomprensible para él,
que ya no encuentra su patria, su aire y su alimento". Una tarde de vuelta a su triste habitación, el lobo
estepario tiene una vivencia fantástica. En un muro viejo, en una callejuela desierta del casco antiguo de
la ciudad, ve de repente letras de colores en movimiento: "Teatro mágico. Entrada no para cualquiera.
¡Sólo para locos!".
Este saludo de otro mundo le lleva a buscar el teatro. Finalmente, después de un baile de
máscaras, es llevado por su psicopombo al teatro mágico: "mi teatro tiene tantas puertas de palcos adentro
como quieras, diez, cien o mol, y detrás de cada puerta, exactamente de espera lo que buscas".
En uno de estos palcos en los que entra el lobo estepario y de los que cada uno contiene una
realidad libremente elegida, se presenta un maestro de ajedrez, quien, en alemán original, es referido
como un Aufbauküstler (un artista de la construcción).
Él explica: "La ciencia tiene (…) razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad puede
dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. Pero en cambio es errónea, en la medida que
crea que sólo es posible un orden único, obligatorio y para toda la vida (…). Este error de la ciencia tiene
muchas consecuencias desagradables, y la única ventaja es la de simplificar el trabajo de los pastores y
dueños, designados por el Estado, ahorrándoles las labores del pensamiento original. La consecuencia de
este error es que muchas personas pasan por normales y, por cierto, como miembros altamente valiosos
de la sociedad, quienes están incurablemente locos; y muchos, por otro lado, son mirados como locos y

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son genios. Por eso es que suplimos la psicología imperfecta de la ciencia, por la concepción que llamamos
el arte de componer el alma. Le demostramos a alguien cuya alma ha quedado en pedazos, que puede
ordenar de nuevo las piezas de un previo ser en un orden que él desee, y así llegar a una multiplicidad sin
fin de movimientos en el juego de la vida. Como el dramaturgo moldea el drama de un puñado de
caracteres, así nosotros, de las piezas del ser desintegrado, construimos siempre nuevos grupos con un
nuevo interjuego y suspenso, y nuevas situaciones que son eternamente inagotables. ¡Mira!. (…)".
"Y es este estilo, el inteligente arquitecto construyó un juego después del otro, a partir de las
figuras, donde cada uno era un poco de mí mismo, y cada juego tenía un parecido distante con cada otro.
Cada uno pertenecía reconocidamente al mismo mundo y con desconocimiento de un origen común. Sin
embargo, cada uno era enteramente nuevo".
"Este es el arte de la vida", dijo a la manera de un maestro, "puedes develar el juego de tu vida y
otorgarle animación. Puedes complicarlo y enriquecerlo como desees". Esencialmente, la misma
autosuficiente profecía parece subyacer en la realidad que el señor K, el protagonista de la novela de
Kafka, The Trial (El proceso), ha construido para sí mismo. En su sed por la certeza y seguridad busca
constantemente claves, pero todo lo que encuentra no es más que incertidumbre. Y así, hacia el final de
la novela, en su conversación con el párroco en a catedral, el último le da la llave que posibilitaría a K dejar
la trampa de la ilusión: "La corte no quiere nada de ti. Te recibe cuando vienes y te despide cuando te vas".
En otras palabras, es el mismo K quien ha construido esa ilusión de la corte, la persecución y el juicio
inminente.
La última conexión entre la realidad supuesta y la ilusión es el tema básico de otra obra maestra
de la literatura, la novela de Jhon Fowles Th Magus (El mago).
El mago es un griego rico, Conchis, quien está dejando pasar su tiempo en la imaginaria isla de
Phraxos, jugando con lo que llama "juego de Dios". Este juego consiste en crear intrincadas situaciones,
que socavan totalmente las construcciones de realidad de los jóvenes que van a Phraxos, desde Gran
Bretaña, durante un año a enseñar inglés en la escuela local. Como Conchis explica a su víctima, Nicolás,
él lo llama "juego de Dios", porque Dios no existe y el juego no es un juego. En su revisión de la novela,
Ernst Radical, señala lo siguiente:
"Fowles llega al punto máximo de la epistemología constructivista cuando permite a Conchis
explicar la idea de la coincidencia. Dos historias dramáticas son contadas a Nicolás, una sobre un
coleccionista rico, cuyo castillo en Francia se incendió una noche con todo lo que poseía; la otra sobre un
granjero de Norwey, obsesionado, que ha pasado los como ermitaño, esperando la llegada de Dios. Una
noche tiene la visión que ha estado esperando. Conchis agrega que fue la misma noche que el fuego
destrozó el castillo".
"Nicolás pregunta: "No estás sugiriendo...". Conchis lo interrumpe, "No estoy sugiriendo nada. No
hubo conexión entre ambos sucesos. No hay conexión posible. O más bien yo soy la conexión, su cualquier
significado que posea la coincidencia.. Esta es una paráfradis corriente de la revolucionaria idea de
Einstein referida a que en el mundo físico no hay simultaneidad sin un observador que la cree".
En la perspectiva constructivista, entonces, el mundo es creado por el que cree estar
observándolo. ¿Pero esto o es simplemente una versión acomodada del nihilismo de la edad antigua?.
¿Cómo uno puede negar que existe un mundo ahí afuera, a cuyas condicione y reglas se debe adaptar
como ser viviente? A estas preguntas del sentido común, el Constructivismo responde: de la realidad real
–si existe- sólo podemos conocer lo que no es. Dice Von Glasersfeld, en su introducción al Constructivismo
radical:
"Una vez que conocer ya no es más entendido como la búsqueda de una icónica realidad
ontológica, pero en cambio sí como una búsqueda de modos apropiados de comportamiento y
pensamiento, el problema tradicional desaparece. El conocimiento puede ser visto ahora, como algo que
el organismo construye, en el intento de ordenar tal amorfo flujo de experiencias, estableciendo
experiencias repetibles y relaciones confiables entre ellas. Las posibilidades de construir ese orden están
determinadas y perpetuamente constreñidas por los pasos precedentes en la construcción. Esto significa
que el mundo real se manifiesta exclusivamente, ahí donde nuestras construcciones se derrumban. Pero
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podemos describir y explicar estos derrumbes sólo con los conceptos que hemos utilizado para construir
las estructuras fracasadas; este proceso nunca puede producir un diseño del mundo, que podríamos juzgar
como responsable del fracaso."
¿La conclusión?: no hay ilusión, porque hay solamente ilusión.

EL OCASO DE LA OBJETIVIDAD
Alguna vez los técnicos en salud mental nos preguntamos, cuando frente a nuestros ojos se
dibujan las tradicionales nosografías psiquiátricas, que describen como fenómeno característico de la
psicosis la alteración del juicio de realidad, ¿Qué se quiere decir con esto?, ¿a qué se llama realidad?.
Las epistemologías tradicionales, en las que se involucran las ciencias básicas, han considerado
que la percepción o el acto perceptivo refleja una realidad independiente del observador. La mayoría de
las investigaciones científicas se han propuesto descubrir determinados hechos, adjudicando a dicho
evento la calificación de objetivo. Pero el término descubrir supone la existencia de una realidad allí afuera,
que debe apresarse a travpes de los sentidos y en ese acto convertirla en patrimonio de nuestro
conocimiento.
El ser humano en su desarrollo evolutivo, como parte del proceso de adaptación al medio
ambiente, intenta edificar una estructura mental que le permita ordenar esa tendencia a la entropía de su
experiencia y, a través de este proceso, irá estableciendo experiencias repetibles y relaciones más o
menos confiables, construyendo así un mundo al cual llama realidad.
Resurgiendo de la Cibernética de segundo orden, el Constructivismo nace como un modelo teórico
del saber y de la adquisición de conocimiento. Su planteamiento radical se basa en que la realidad es una
construcción individual que se co-construye (en sentido interaccional) entre el sujeto y el medio. Como
escuela de pensamiento, estudia la relación entre el conocimiento y la realidad y dentro de una perspectiva
evolutiva se refiere, en su significado más extremo, a que un organismo nunca es capaz de reconocer,
describir o remendar la realidad, y sólo puede construir un modelo que se acerque de alguna manera a
ella. El efecto de la comunicación, entonces, hace que dos o más sujetos, que se relacionan y se acoplan
estructuralmente en la coordinación de sus conductas, construyan un mundo conjuntamente. Este
acoplamiento da lugar a la vida social, siendo el lenguaje una de sus consecuencias.
El objeto observable se relativiza y la impregnación de significado –inherente al observador- que
lo reviste, convierte al acto cognoscitivo en subjetivo y autorreferencial. Cabría cuestionarse acerca de
cómo y en qué punto el conocimiento puede estar relacionado con la realidad (en el sentido de dar cuenta
fiel de una realidad objetiva), si uno toma consciencia de que ese conocimiento es en sí mismo parte de
esa realidad. Eta pregunta desafía a la lógica, puesto que inevitablemente termina por generar paradojas.
Desde el Constructivismo se trata de comprender, cómo se construyen los modelos que tienen de
por sí diversas finalidades pragmáticas. Se supone que hay una finalidad pragmática prioritaria en todos,
que es la supervivencia.
La diversidad está en las diversas maneras de luchar por ella según las características de
movilidad, alimentación, desarrollo sensorial, entorno, etc.
Este modelo, como corriente epistemológica, fue introducido por el psicólogo Jean Piaget, y ha
sido desarrollado en su forma más radical por Ernst von Glasersfeld (1984, 1987, 1992). Cuenta, además,
con algunos investigadores que han llevado este tipo de pensamiento a su campo particular de estudio,
como el antropólogo Gregory Bateon, el cibernético Heinz von Foerster, el neurofisiólogo Mc Culloch, los
biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela y el lingüista Paul Watzlawick, entre otros. Pero la
preocupación por la relación entre la realidad –el mundo óntico- y el conocimiento de ella ya fue objeto de
estudio de los filósofos, como Inmanuel Kant (1781), quien a finales del siglo XVIII, en su Prolegómeno a

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toda Metafísica futura, expone que todos los seres humanos estamos limitados por nuestro aparato
perceptivo y que tanto nuestra experiencia como los objetos de la misma son el resultado de nuestra forma
individual de experimentar, o sea, están estructurados y determinados por nuestras categorías de espacio
y de tiempo y nunca es posible captar la cosa en sí.
En este sentido podríamos utilizar la distinción sartreana del ser en sí -la cosa en sí misma, en su
propia esencia- y el ser para sí -la cosa para el que capta, para el que percibe-, ya que desde esta
perspectiva, el conocimiento o el acto de conocer supone que existe, en el exterior del ser humano, una
realidad absolutamente externa, con ciertas características particulares e inherentes a ella. Pero ésta sería
imposible de reconocer, puesto que dichas características no resultarían descripciones puras del objeto,
sino atribuciones de significado provenientes del sistema de creencias que posea el observador. La
descripción del objeto es una descripción del descriptor y no la propiedad de la cosa en sí misma.
La cosa es, como confirmación de su existencia, para el sujeto que la captura en el acto perceptivo,
y ese dato o capto que se obtiene en el proceso forma parte no de una característica específica del objeto,
sino de la atribución de sentido que el observante delimita y otorga. La selectividad perceptiva permite la
mirada, admitiendo solamente algunas particularidades del objeto que son relevantes para el observador
y nada más que para él, o en última instancia para un grupo de personas que compartes una percepción
similar por medio de un código común. Esta impronta se tiñe de intencionalidad, y no es ingenua, a través
de la constitución de engramas asociados a significaciones, convirtiendo al acto de conocimiento en
autorreferencial. Por tanto, ¿cómo conocer la cosa en sí?.
De pronto el imposible, la incertidumbre inunda la mirada observante, hundiendo en el caos al
sujeto, incrementando la inseguridad, ya que eso que presupongo que es, es para mí y no necesariamente
es para el otro, sólo existen parámetros y códigos compartidos, de los cuales es factible que emerjan
construcciones similares, pero no iguales. La suposición de que existe una realidad última se nula frente a
la posibilidad de conocerla. Por ende, se relativizan los juicios aserradores de verdad, que claudican ante
esta perspectiva que propone suprimir las afirmaciones categóricas y terminantes.
Giambattista Vico (1710), considerando el primer genuino constructivista, planeaba que el ser
humano solamente puede conocer una cosa que él mismo crea; así sabemos cuáles son sus
componentes, su estructura, y cuáles sus características, que no son patrimonio del objeto, sino
distinciones que traza el observador.
En el transcurso de su vida, una persona interactúa proporcionando y recibiendo información, co-
construye con otros generando estructuras particulares, a veces compartidas, acerca de la realidad. En
esta gesta interactiva, elaborará la constitución de una escala de valores, pautas de intercambio, normas
que regularán sus procesos, un sistema de creencias, en síntesis, una historia que delimitará el perímetro
de determinados patrones, inherentes a ese sujeto y no a otros. Y este proceso es indefectible: generará
la producción de significaciones de sus construcciones. Construcciones que serán a su vez, expresadas a
través del lenguaje, como su base constitutiva y simultáneamente, el lenguaje como el inventor, por así
llamarlo, de realidades.
Será el lenguaje, entonces, su entrada al mundo, la creación de un universo de significados que
pautarán su estilo, moldearán una interacción y producirán situaciones que construirán una realidad. "El
sujeto, sujeto al lenguaje aseverará su verdad..."
Todo este bagaje es el que se pone en juego en el momento de la observación, resultando
tendenciosa y de apariencia ingenua. Pero la constitución de engramas individuales, socioculturales y
psicofamiliares, que revisten a la observación, favorecen la creación de un determinado recorte o mapa de
lo que llamamos realidad, que nos posibilita ver eso y no otra cosa. Versa el dicho popular "nada es verdad
o es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira"…

LA CONSTRUCCIÓN DE LA PARADOJA OBSERVANTE


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El epistemólogo Jean Piaget, en La construcción de la realidad en el niño (1937), señaló acerca
del desarrollo genético de la inteligencia, que en el proceso de constitución de la realidad, el niño no
adquiere una representación fiel del mundo externo (realidad objetiva), sino que lo construye, y que esta
construcción se realiza a través de acciones de exploración. Es decir, por medio de sus percepciones no
se forma primero una imagen del mundo, sino que la va construyendo poco a poco a través de
exploraciones parciales.
Entre los tres y seis meses, el niño comienza a coordinar su universo visual y táctil: por ejemplo,
puede tomar objetos y llevárselos a la vista, que desaparecerán una vez que los ha dejado.
Paulatinamente, estas imágenes de las cosas comienzan a tener cierta permanencia en su mente cuando
no están en su campo visual, pero no desvanecerán en corto tiempo, puedo que espera encontrarlas
nuevamente en el lugar donde estaban y en un perímetro que delimita, cuando vuelva a observarlas. Esta
permanencia está conectada directamente con la acción y no implica todavía la idea de independencia de
una actividad orgánica.
"Todo lo que el niño supone es que, si continúa girando la cabeza o bajándola, podrá ver cierta
imagen que acaba de desaparecer, que bajando la mano encontrará de nuevo la impresión táctil que poco
antes ha experimentado, etc." (Piaget,1965).
El universo del niño es, hasta esta etapa, solamente una cantidad de imágenes indiferenciadas
que surgen de la nada a la acción y cuando ésta concluye, vuelven a la nada. En la medida que evoluciona,
las imágenes persisten más tiempo que antes, puesto que el niño intentará hacer permanecer las acciones
durante un lapso más prolongado:
"(…) al extenderlas, o bien redescubre las imágenes desvanecidas, o bien supone que se hallan a
su disposición en la misma situación en que comenzó la acción que se desarrolla" (Piaget, 1965).
De esta manera, Piaget demuestra, en principio, que el mundo externo (la realidad), causalidad y
tiempo, son el resultado de acciones exploradoras, con lo cual de esta afirmación se infiere que si un niño
puede realizar una gama de acciones variadas, entonces es factible que se construyan diferentes
realidades.
En su libro Epistemología genética e investigación psicológica (1963), Piaget distingue dos
tendencias en el organismo cuando se enfrenta con el ambiente: la asimilación y la acomodación. La
construcción de la realidad se opera sobre la base de la experiencia, mediante mecanismos de
organización -ya que todo organismo, desde el unicelular hasta el más complejo, se organiza para
mantener su identidad- y de adaptación, que dependerán de los procesos de asimilación y acomodación
de lo experimentado.
El niño acomodará sus experiencias, que surgen de las interacciones con el medio ambiente, a
esquemas estructurados en su mente para poder asimilarlas, pero dichos esquemas a la vez son el
producto de experiencias previas, o sea, la construcción de la realidad se organiza de manera recurrente:
el infante asimilará los sucesos externos que atrae para sí y estructurará lo que llamamos la conformación
experiencial de engramas (construcción de mapas), que provocará las posteriores acomodaciones a
nuevos estímulos y recreará la selectividad perceptiva, que posibilita nuevas asimilaciones y así
recursivamente.
En un supranivel, los procesos de adaptación y organización operan, también recurrentemente, en
relación directamente proporcional con los inputs que proporcionan las correlativas acomodaciones y
asimilaciones. No obstante, la reglas del pensamiento operativo se desarrollan como resultado de la
interacción del organismo con su ambiente, con antelación a que se confirmen, anulen o rectifiquen con
los procesos del pensamiento abstracto. Este proceso llevará a la creación de una simbología, elementos
cliché aunados en significancia y significado, constituyendo un nivel de abstracción que se pondrá en juego
en los diversos ensayos y errores que el transcurso experiencial supone, con lo cual el mapa interno será
el producto de las diferentes interacciones pasadas, que pautarán, indefectiblemente las interacciones
futuras de manera circular, puesto que el proceso acumulativo de experiencia genera tal nivel de
abstracción, que permite realizar analogías y efectuar isomorfismos.

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En este pivote recurrente, las estructuras orgánicas y cognitivas evolucionan de una manera similar
y los procesos de selección se efectúan por el método de ensayo y error. Conviene detenernos en este
punto del análisis y realizar una convergencia clínica. El método de ensayo y error es un procedimiento
heurístico, que le posibilita a un sistema buscar modificaciones conductuales cuando se encuentra en un
medio desconocido, para asegurar su adaptación y regularidad. La epistemología se construye gracias a
la aplicación de este método. Esto se observa claramente en las familias migrantes. Por ejemplo,
pensemos en un sujeto que emigra hacia un país muy diferente al de su origen. Con la finalidad de
sobrevivir en el nuevo medio ser´necesario que busque y experiencie nuevos métodos para arribar a dicho
objetivo. Este sujeto lleva consigo un bagaje se submapas, conformados por elementos socioculturales,
códigos extra e intrafamiliares, una serie de normativas y pautas que rigen sus condiciones de
interaccionar. Estos submapas constituyen un mapa general, que representa su sistema de creencias y la
atribución de significados a las cosas, expresados por medio del lenguaje. Desde allí construye su realidad.
Si el objetivo que persigue es lograr establecerse en ese país -que en el comienzo de su estancia
le resultará extraño-, necesitará realizar desestructuraciones que generen la ruptura de sus parámetros
significacionales originales.
Recurrentemente, deberá aplicar el mismo método de ensayo y error que efectuó en su país natal,
pero este segundo proceso resultará de mayor complejidad, puesto que se trata de alterar y modificar
atribuciones de sentido ya instauradas en su cognición. Si bien en el proceso original existen
modificaciones de significados, éstos se construyen, elaboran y acumulan cotidiana y permanentemente
bajo el mismo esquema sociocultural. Este segundo paso le exigirá tal vez desarticular total o parcialmente
significados de construcción de mapas muy básicos en su estructura, y sólo permanecerán en pie aquellos
que coinciden con la nueva amalgama social que debe producir.
Cuando señalamos la tarea de deconstruir y reestructurar significados, no implica que se anulen
las viejas significaciones: éstas no se abandonan, sino que, por el contrario, quedan ancladas y a su lado
se colocan (por señalarlo gráficamente) las nuevas. Este mecanismo se refleja en el lenguaje, en la
distinción de lo metafórico y lo literal (fundamentalmente en la migración a países del mismo idioma), en
donde ciertas frases adquieren una significación alternativa. También se observa en las palabras, que en
algunos países poseen una doble y hasta triple significación. Por ende, el cambio de contexto –aunque en
éste se hable la misma lengua- producirá modificaciones en la significación que tendrá sus implicaciones
en la pragmática, construyendo realidades alternativas a las originales constituidas en el lugar de origen.
Ashby describió el proceso investigado por Piaget, permutando los términos ensayo y error por
búsqueda y fijación, considerándolos conceptos más adecuados. De esta manera, un sistema mediante
comportamientos desarrolla su estructura adaptativa que no está preestablecida y en cambio es
determinada en gran parte por la arbitrariedad de la experiencia.

Como hemos señalado en el capítulo anterior, resulta difícil hablar de


casualidad desde una perspectiva sistémica. Cada uno de los hechos del
universo contribuye al equilibrio del ecosistema. Un hecho causal
obedece a la esfera de lo fortuito e imprevisible. Desde un nivel lógico
inferior, es factible hablar en estos términos: existen hechos (constituidos
en eventos para la persona) fuera del cálculo de posibilidades de
aparición, tildados como causales. Pero en un orden lógico superior, en
donde operan mecanismos correctores (negentrópicos), estos se
someten a una reinterpretación, encontrando un porqué circular que
construye o colabora a la homeodinamia del sistema. Parece ser,
entonces, más apropiado hablar de causalidad.

Tal vez se trata de recuperar, desde esta perspectiva, la analogía con la tala rasa -página en blanco
donde se construyen los significados- en la cual el ser humano en su historia, deberá colocar varias fe de
erratas.
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Desde una óptica cibernética, este método no es ni más ni menos que un circuito de
retroalimentación, en donde las rectificaciones –a través de la introducción de información nueva- permiten
corregir los ángulos de desviación (los errores) y sólo de esta manera es posible el aprendizaje. En lo que
respecta al conocimiento, entonces, todo nuevo pensamiento deberá adaptarse a un diseño previo de
estructuras conceptuales, de tal forma que la abstracción que se realiza no genere una contradicción con
lo aprendido (que fue transformado en parte del modelo conceptual) y de producirse, o se cambia el nuevo
pensamiento o bien deberán modificarse las viejas estructuras.
Piaget perfeccionó esta idea hasta llegar a convertirla en una teoría del desarrollo cognitivo,
concluyendo que la cognición es una actividad adaptativa. E. von Glasersfeld señala que solamente es
posible entender a Piaget de forma coherente cambiando la concepción de lo que significa conocer y
conocimiento, lo que implica pasar de lo representacional a lo adaptativo. Desde esta visión, no puede
concebirse que el conocimiento nos proporciona una imagen "objetiva" del mundo, sino más exactamente,
un determinado mapa de lo que podemos hacer en ese ambiente en donde se experiencia. Lo que
conocemos es un recorte, una construcción, que se adapta a un modelo conceptual previo, al cual, otras
construcciones de posteriores actos cognitivos se adaptarán y lo enriquecerán, y así recursivamente.
En este sentido, es interesante citar la diferencia que plantea Ronald Laing acerca del término
dato:
"Aquello que la ciencia empírica denomina datos, para ser más honestos deberíamos llamarlos
captos, ya que en un sentido muy real son seleccionados arbitrariamente por la índole de las hipótesis ya
formadas" (citado por Spencer Brown, 1973).
Dato significa lo que es dado. Esta definición es coherente con la antigua concepción del conocer,
la representacional. Por lo tanto, desde esta perspectiva se puede afirmar que el mundo externo ofrece un
sinnúmero de datos observables. Capto se refiere a lo que es captado, y se aplicaría al concepto del
conocimiento adaptativo, razón por la que podríamos capturar de ese sinnúmero de datos solamente
algunos. Pensar en términos de datos implica pensar utópicamente que nuestro aparato cognitivo tiene la
posibilidad de percibir objetivamente y en forma pura (sin atribuciones de significado) los elementos a
describir que ofrece el mundo externo. Las estructuras conceptuales solamente le permiten al observador
captar algunos de esos datos, de acuerdo con el modelo epistemológico con que se construya, mientras
que el resto aparecen como puntos ciegos ante sus ojos.

Para el observador no existirían una cantidad de datos, sino sólo algunos factibles de
captarse por calzar con sus estructuras conceptuales.

Y allí está el conocimiento como autorreferencial y constitutivo de una realidad única (la del
observador). Esta realidad podrá modificarse cuando en la interacción, tal vez desde otra perspectiva, otro
observador ofrezca su mapa (compuesto por estructuras conceptuales diferentes, que poseen captos
diferentes) y en este acto co-constructivo, esa realidad se redefina. Es decir, por ejemplo, cuando
confrontamos nuestras propias construcciones con las de otro observador que tiene la cualidad de captar
otras propiedades del objeto observado, se establecen similitudes y diferencias. Entonces, el mapa no es
el territorio.
Este mismo esquema constructivista de pensamiento nos lleva a relativizar esta frase que afirma
"el mapa no es el territorio", puesto que ¿de acuerdo con qué óptica s realiza dicha afirmación? Pare el
observador, desde su captación, el mapa "es" el territorio. Es la confirmación de la verdad de una realidad
única (la de su propia construcción). Desde un metanivel, podríamos pensar que existe un territorio
compuesto por otros elementos a captar, pero nuestro modelo de conocer es nuestro límite y nos permite
obtener tan sólo un mapa de lo que vemos. ¿Cuál es el territorio entonces?, cuestionamiento difícil de
responder, pues nunca lo llegaremos a conocer en su totalidad.

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Un cuento clásico sufi, Los ciegos y la cuestión del elefante, a través de la versión de Hakim Sanai
(1150), ilustra diferentes construcciones que pueden realizarse acerca de la misma cosa. Se trata de una
ciudad en donde todos sus habitantes eran ciegos. Un cierto día acampa en las afueras un rey con su
cortejo, que tenía un elefante que usaba para atacar e incrementar el temor de la gente. La población
estaba ansiosa por ver aquel animal, y algunos ciegos se precipitaron hacia él con el fin de describirlo.
Como no tenían idea sobre su forma, trataron de reunir información, palpando alguna parte de su cuerpo.
Cuando regresaron a la ciudad, cada uno creyó que sabía algo sobre la bestia. Las personas se apiñaron
a su alrededor, ansiosos por saber y buscando equivocadamente la verdad en boca de aquéllos;
preguntaron, entonces, por la forma y el aspecto del elefante.
"Al hombre que había tocado la oreja le preguntaron sobre la naturaleza del elefante. Él dijo: "Es
una cosa grande, rugosa, ancha y gruesa como un felpudo".
Y el que había palpado la trompa dijo: "Yo conozco los hechos reales, es como un tubo recto y
hueco, horrible y destructivo".
El que había tocado sus patas dijo: "Es poderoso y firme como un pilar".
Cada uno había palpado una sola parte de las muchas. Cada uno lo había percibido erróneamente.
Ninguno conocía la totalidad (…)" (Idries Shah, 1967).
Tal vez, este sea el punto en cuestión, cómo conocer la totalidad, acción que desde las ciencias
de la complejidad resulta utópica. Podríamos preguntarnos si cada uno de los ciegos percibió
erróneamente, o sería más acertado reformular la frase, señalando que cada uno construyó una imagen
del mundo y para cada uno esa construcción era su verdad.
En el campo de la interacción humana, la disputa por la obtención y reconocimiento de la verdad
se pone en juego, por ejemplo, en la controversia de dos mapas diferentes; esto quiere decir que cuando
dos personas litigan en función de la verdad acerca de algo y poseen opiniones diferentes sobre ese algo,
si uno le dice al otro "esto no es así", en realidad le está diciendo "tú tienes una construcción diferente a la
mía". Si la estructura conceptual del observador capta solamente algunos aspectos del objeto observado,
su propio mapa, entonces, veda la posibilidad de describir lo que sería la totalidad del objeto, o la cosa
concreta en toda su magnitud. Descubrir el territorio, como búsqueda de la verdad y de una realidad última,
resulta la acción utópica que postulaban las ciencias básicas.

"The name is not the thing" (el nombre no es la cosa), sentencia a la frase que
Paul Watzlawick recrea con el ejemplo del proverbial esquizofrénico que, apoyándose
en lo literal termina comiéndose la carta del menú del restaurante en lugar de la
comida (además de quejarse por su mal sabor), y comienza a sospechar que alguien
conspira contra él y desea envenenarlo.

Este mapa es expresado a través del lenguaje, y es este mismo el que muestra la subjetividad y
autorreferencialidad en la mirada, por medio de los significados que son atribuidos a la cosa observada.
En el plano sintáctico, por medio de las convenciones lingüísticas, en los sustantivos y adjetivos
calificativos principalmente, es donde se ponen de manifiesto las expresiones más claras de las
atribuciones semánticas individuales a los objetos del mundo externo, por lo tanto el nombre no es la cosa
que se nombra. El nombre es el convenio por el cual llamamos a algo de una determinada manera, es el
que nos permite, a través de un código lingüístico, comunicarnos e intercambiar, saber acerca de lo que
se habla; la atribución de valor se observa más claramente en las adjetivizaciones.
La analogía que plantea el término "mapa" sugiere una representación mental (representación
como construcción) de la cosa observada. Si pensamos literalmente acerca de esta palabra, el mapa de
un país, es una escala convencional que nos permite orientarnos, por ejemplo, cuando estamos en un
terreno desconocido. Todos compartimos esa imagen, pero si recorremos el territorio concreto del país,
las vivencias de los observadores, a través del experiencias, serán diferentes, cada uno recordará y verá
37
lo que su cognición le permite ver; de ahí la concordancia y divergencia de opiniones acerca de lo
observado.
Esto podemos llevarlo al ámbito clínico, cuando observamos a familias o a pacientes individuales,
que llegan con su sintomatología o con problemas sostenidos por una construcción determinada
(recordemos que un problema es una atribución de sentido sobre una dificultad): para ellos el mapa "es"
el territorio (el problema es su realidad) y así, enquistados en esta visión, auto-perpetúan la patología y el
dolor. Las posibilidades de redefinir o reformular esa realidad permiten ampliar su mapa (sus alternativas
de solución). Así, un terapeuta constructivista parte del supuesto de que lo que llamamos realidad
proporciona numerosas posibilidades de descripción y, dada la experiencia clínica, posee una gama más
prolífica de construcciones que llevan a depositar en el percibiente nuevas captaciones.
No obstante, se transita la vida, aseverando que lo que veo "es" que la realidad que observo es
una fiel representación del mundo, y nuestros juicios de valor de acercan a opiniones objetivas acerca de
las cosas: para el observador, entonces, el mapa s el territorio. Piaget señala que no existe ninguna
construcción si no hay algún tipo de reflexión. Las reflexiones que practica el niño sobre sus operaciones
con el mundo constituyen la base de la llamada abstracción reflexiva, y es la que produce las
conceptualizaciones que no pueden derivarse en forma directa de la experiencia sensorial.
E.von Glasersfeld (1983) señala que la reflexión comienza a ejecutar construcciones a partir de
dos herramientas indispensables: la diferencia y la semejanza. Partiendo del concepto de Spencer Brown
(1973) acerca de las distinciones, remarca que toda distinción es producto de una comparación,
especificando el tipo de comparación cuyo resultado no es una diferencia, sino que podría arrojar una
semejanza, con lo cual se llega a la conclusión de que dos cosas son iguales o son la misma cosa.
La posibilidad de describir cosas se encuentra directamente relacionada con las características
que se distinguen en la descripción. Si partimos de la tipificación lógica que realizan Whitehead y Russell
(1910), cuyo postulado central señala "los miembros de una clase no son iguales a la clase de los
miembros", se puede afirmar que todos los integrantes de una categoría son iguales, teniendo en cuenta
que las categorizaciones son conceptos e segundo orden, o sea, atribuciones emergentes del descriptor.
A este tipo de igualdad, Glasersfeld la llama equivalencia, y constituye un punto relevante en la
construcción de conceptos, puesto que hace posible elaborar clasificaciones, permitiéndonos crear una
imagen intelectual del mundo. El otro sentido de igualdad que establece el autor introduce la variable de
la temporalidad en el acto de conocer, es decir, que no sólo podemos señalar que una cosa es igual a otra
porque pertenece a la misma categoría (es igual o equivalente), sino que además es posible afirmar que
es la misma cosa que hemos observado el día anterior. A este fenómeno lo llama identidad individual y es
un concepto importante en la construcción del mundo porque introduce la noción de permanencia.
Por lo tanto, la equivalencia y la identidad individual son los resultados de un proceso de
abstracción, que permiten establecer comparaciones que ejecutan distinciones del orden de la similitud o
igualdad ya sea porque pertenecen a la misma clase o porque introducen la variable temporal y nos llevan
a decir que algo es la misma cosa.
"Pero atribuir a algo una identidad individual no está exento de problemas. Supongamos que yo
estuve en esta misma conferencia ayer y, como ahora, tenía un vaso con agua delante de mis ojos. Hoy
entro y digo: "¡Oh, es el mismo vaso, es idéntico al vaso que ayer estaba aquí!" Si alguien me preguntase
cómo puedo saber si es idéntico o no, tendría que buscar alguna característica particular que lo distinga
de los demás vasos" (E. Von Glasersfeld, 1994).
Si nos situamos en una posición extremista, resultaría difícil apoyándonos en estas
conceptualizaciones, describir dicho objeto, distinguiéndolo como idéntico y afirmando que es el mismo. El
acto de observación nos llevaría al discriminar una serie de características como, por ejemplo, lugar de
ubicación, tipo de textura y conformación, pero, algunas particularidades del diseño, etc.; en fin, serían
infinitas las corroboraciones, pero en última instancia, la conclusión que se arroja es incierta, ¿es el mismo
objeto?

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En principio es factible afirmar que ese objeto es equivalente al de ayer, en el sentido que reúne
las características que lo apunan a un rubro o categoría determinado, permitiéndonos decir que es similar
al visto con anterioridad. Esta dificultad conceptual fue resuelta muy tempranamente (entre los 18 meses
y 2 años) y Piaget la llamó externalización. O sea, que la posibilidad de afirmar que ese objeto es el mismo
que el que hemos observado ayer radica en que a pesar de lo haber formado parte de nuestra experiencia
sensorial durante el período no-observación, el objeto ha mantenido algún tipo de continuidad en el tiempo
fuera del mundo de nuestra experiencia. Debe haber, entonces, un sitio más allá del campo de la
experiencia en el que el objeto pudo ser, mientras nos ocupábamos de experimentar otras cosas.
Von Glasersfeld llama este lugar "protoespacio", lugar que conforma una especia de almacén en
donde pueden guardarse las representaciones de las cosas, con el fin de que mantengan su identidad
individual en el tiempo en que uno no las experiencia. Cada sujeto posee un topos uranos individual, en
donde guarda las diferentes construcciones que le posibilitarán realizar los distingos pertinentes, cuando
sus sentidos tomen contacto con el objeto. Mientras no las experienciamos, el ser de las cosas se mantiene
en ese depósito y se extiende hasta que uno vuelve a experimentarlas, con lo cual están disponibles
cuando la atención sea dirigida hacia ellas.
"A este paralelismo de dos extensiones –el flujo de la experiencia del sujeto y la permanencia de
las identidades individuales extendidas durante intervalos desde su depósito- lo llamo Prototiempo" (E.
Von Glasersfeld, 1994).
La diferencia entre los conceptos de protoespacio y prototiempo se halla en que es este último
están presentes las nociones de antes y después y en el primero la de mientras y durante. En síntesis,
durante el tiempo que experimentamos otras cosas de nuestro mundo, en nuestro almacén quedan
momentáneamente fijadas las representaciones de las cosas, hasta que nuestra atención en el acto de
conocimiento vuelva a recuperarlas. La noción de permanencia permite el mantenimiento de la identidad
individual y conjuntamente con el flujo de la experiencia, extendidos en un lapso determinado, conforman
el prototiempo. El antes y el después es construido, dice el autor, por la proyección de las experiencias
sobre las cosas del depósito que no se encuentran en su campo cognitivo.
El paralelismo entre el flujo de la experiencia y la permanencia de la identidad individual es el que
nos posibilita seleccionar cualquier experiencia y realizar abstracciones e inferencias sobre ella,
proyectándola a otras secuencias de experiencias.
“Para mí, entonces, tal como dijo Prigogine, el tiempo no es una ilusión. Si llamara ilusión a la
construcción del tiempo, también tendría que llamar ilusión a todo el mundo que conozco, el mundo en que
vivo; y yo no quisiera caracterizarlo de ese modo. Si bien todo mi mundo es una construcción, aún puedo
establecer en él una distinción útil entre ilusión y realidad. Pero recuérdese que para mí la realidad remite
siempre a la realidad de la experiencia, no a la realidad ontológica de la filosofía tradicional. Si queremos
construirnos una realidad racional, el tiempo y el espacio son elementos indispensables, y yo más bien
llamaría ilusión a cualquier pretensión de conocer lo que esté más allá del campo de nuestra experiencia”
(von Glasersfeld, 1994).
Desear conocer más allá del campo de la experiencia de los sentidos, es partir de la suposición
que debe descubrirse una realidad objetiva, es partir de la suposición que debe descubrirse una realidad
objetiva, una verdad última, como señalamos anteriormente. Tal vez lo que resulte posible es ampliar la
gama de perspectivas con que el observador describe la realidad. La redefinición de ópticas se desarrolla
en forma espontánea en las co-construcciones de la vida cotidiana y con objetivos prefijados en el espacio
de la consulta psicoterapéutica, pero de ahí a pretender encontrar “la” realidad, existe un largo camino que
implica hablar de otro paradigma.
Por tal razón, es importante remarcar lo que señala von Glasersfeld acerca de la construcción de
realidades; no nos estamos remitiendo a la realidad de la filosofía clásica, sino a la de la experiencia
sensorial. Construir realidades alternativas en la psicoterapia constituye el objetivo básico para la
resolución de problemas.
En términos de temporalidad, estamos presos de nuestra historia, el pasado no puede cambiarse
y menos volverse a vivir. El pasado es factible redefinirlo, encontrando perspectivas nuevas que posibiliten
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entenderlo de una manera diferente, construyendo una historia diferente. Un adulto que se queja de su
infancia, en donde se vio hiperexigido por un padre que no admitía el mínimo error en sus actividades,
podría reformularse connotándolo positivamente: cuánto llegó a crecer, progresar y todos los proyectos
que desarrollo en su vida, impulsado por las presiones del padre. Cuánta energía ha tenido para lograr sus
planes con éxito, a pesar de la frustración que implicaba el veredicto del padre.
Entonces, a este padre no lo vamos a cambiar, pero al menos las historias relacionales infantiles
con sus sufrimientos concomitantes lograrán redefinirse, modificando las percepciones que se tienen
acerca de las mismas en el tiempo presente, construyendo una historia alternativa. Inevitablemente, este
giro perceptivo permite comenzar a gestar nuevas interacciones, a partir de significados nuevos atribuidos
al recuerdo, y son estas mismas interacciones las que refuerzan los nuevos marcos semánticos con que
se revisten los vínculos y las situaciones.
Si observamos las tres instancias temporales de pasado, presente y futuro, de manera recursiva,
se desestructura la diacronía lineal clásica. Los tres tiempos tienen una correlación directa y proporcional,
en donde se impregnan y se superponen significados, influyéndose de manera continua. No pueden verse
como compartimientos estancos, sino bajo el dominio de un dinamismo constante: en el presente,
centrípetamente, oscilan el pasado y el futuro; las acciones presentes en la medida que transcurren se
concierten en históricas y las próximas inmediatas a realizar son las futuras, que se convertirán en
presentes en la medida que suceden y pasadas una vez sucedidas. La frase que estamos escribiendo
ahora ya se ha transformado en pasado y la próxima es futura, que cuando se escriba será presente,
convirtiéndose en pasada una vez terminada.
Si se construyen realidades caóticas en el presente, se acumularán en el pasado, generando un
recuerdo caótico. Si constituimos nuestra historia a través de estas significaciones presentes, el futuro no
ofrecerá grandes posibilidades de cambio, puesto que es factible desarrollar profecías que se
autocumplen. Son numerosas las personas, por ejemplo, que en su relación de pareja construyen
realidades dolorosas. Sienten no estar convencidas de la relación, se muestran inseguras y están rumiando
permanentemente acerca del futuro, “¿será este el hombre con quien forme una familia…?”, “¿esta es a
mujer que yo deseo…?”. Fijados en el futuro, descuidan absolutamente las interacciones presentes (no
puede sentirse el aquí y ahora si uno desvía la atención hacia el futuro). Este descuido generalmente arroja
resultados negativos: si el pasado es el resultado de la sumatoria de presentes, y el presente no se
capitaliza en poder aprovechar cada momento intensamente, se labrará una historia deplorable y comienza
a percibirse y a contarse desde esta perspectiva.
En la medida que se perpetúe este estilo de interacción, se encontrarán en la historia que se cuenta
la pareja los motivos suficientes para generar incertidumbre en el futuro de la relación, por lo que se
incrementará la duda y se continuará pensando “¿qué pasará más adelante…?”, descuidando el presente.
Así, recurrentemente la pareja se enquistará, vendando su posibilidad de crecimiento y confirmando en su
realidad de caos que la única solución es la separación.
Como hemos señalado, la historia no es el pasado. El cuento que uno se cuenta acerca de su
pasado no es el equivalente fehacientemente de lo sucedido. ¿Quién conocerá la verdadera versión?,
solamente son relatos de segundo orden en función de los investimentos semánticos, con los cuales nos
aproximamos a las situaciones. Entonces, una adecuada reformulación permuta esas atribuciones de
significado, creando un relato alternativo. Si bien el pasado permanece inmutable, al menos se modifica el
sentido con que se construye la historia de ese pasado. Hechos, personajes, situaciones, etc., son los
mismos, pero la mirada sobre ellos es diferente y este cambio, indefectiblemente, tendrá sus implicancias
en la pragmática presente, y por ende en la futura.

YO DISTINGO, TÚ DISTINGUES
L reflexión que desarrolla el niño sobre sus operaciones genera los procesos de abstracción, que
dan como resultado la constitución de una realidad, que, a su vez, influenciará a las futuras abstracciones
que mediatizan, en el experienciar, nuevas construcciones y así recursivamente. Pero todas las
construcciones son elaboradas en el acto de percibir, a partir de distinciones que se ejecutan por medio
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de la comparación. En este sentido, la acción pilar de la epistemología consiste en crear una diferencia, y
en la distinción que se traza, radica la posibilidad de conocer el mundo (obviamente nuestra construcción
de él).
En su libro Laws of the form (Las leyes de la forma, 1973), G. Spencer Brown, a través de la lógica
y la matemática, enunció que trazar una distinción es la premisa básica de las acciones, descripciones,
percepciones, pensamientos, teorías y hasta la misma epistemología, tomando como base que “un
universo se genera cuando se separa o aparta un espacio”, y, por ende, los límites del mismo pueden se
trazados en el perímetro que se desee. Esto producirá –de acuerdo con las distinciones individuales- la
construcción de universos diferentes o a veces compartidos. La realidad, por lo tanto, se constituye a partir
del establecimiento de “diferentes distingos que marcan la diferencia”.
Las teorías pautan la mirada, dirigiendo los recortes que se trazan en la observación y que se
llevan a la pragmática, construyendo acciones que se vuelven a mirar desde esa perspectiva; de ahí, que
se elaboren hipótesis, en donde se esbozan lecturas lineales o recurrentes. O sea, el ojo del conocer del
observador, en un mismo hecho, podrá trazar una distinción, tanto desde una como desde otra
epistemología.
Una situación dela práctica clínica servirá como ejemplo para realizar las dichas distinciones.
Supongamos a un terapeuta, un paciente y una determinada intervención, por ejemplo, la paradójica (no
obstante, no es relevante el tipo de intervención en este caso). La secuencia de acciones que impone el
punto de vista clásico sería pensar que el terapeuta diagramó, desde su modelo, una intervención
determinada –frente a la problemática planteada por su paciente- que consideró más adecuada para
inducir al paciente a una crisis, con la finalidad de reformular esa construcción que lo hace sufrir. Esta
distinción señala la actitud del terapeuta que influye en el cliente.
A la vez, como plantea B. Keeney (1983), podría estructurarse el proceso inverso de acciones a
través de las mismas distinciones: el paciente se comportó de una determinada manera con esa
intervención (su comportamiento) hacia el terapeuta generó la producción de una técnica que, desenvuelta
en el espacio terapéutico, lo induzca a una crisis que lo lleve al cambio. O sea, l actitud del cliente que
influye en el terapeuta (la conducta del terapeuta podrá convertirse en un problema si no logra ayudar a
su cliente). Tanto la primera como la segunda secuencia obedecen a una premisa de linealidad.
La epistemología cibernética cambiará esta suposición y bajo los mismos distingos (paciente,
terapeuta, problema, intervención) impondrá una pauta de recurrencia en dicha secuencia. De esta manera
el circuito se transforma en interactivo, donde paciente y terapeuta como en el juego dialéctico, se
necesitan recursivamente.
“Cabría concebir la situación terapéutica como organizada de una manera más compleja: en tal
caso las conductas del terapeuta y cliente serían intervenciones destinadas a alterar, modificar, transformar
o cambiar las conductas del otro, de un modo que resuelta el problema de este. Dicho de otro modo, no
solamente el terapeuta trata a los clientes, sino que al mismo tiempo los clientes tratan al terapeuta” (B.
Keeney, 1983).
De esta manera, la situación terapéutica, se constituye en un espacio de aprendizaje de doble
juego: después de interactuar en cada sesión, ni el terapeuta ni el paciente son los mismos, ambos han
resuelto situaciones en la relación, han pasado por una experiencia de aprendizaje, han ejecutado,
entonces, una acción de crecimiento.
La epistemología sistémica muestra circularmente cómo se colocan sobre el escenario de la
psicoterapia las interacciones que llevan a que un terapeuta realice determinadas intervenciones con un
paciente y no con otro. Intervenciones que son pautadas por la interacción y viceversa.
En general los terapeutas aducen, respaldados por su modelo, por medio de justificaciones
irracionales, intelectuales y de aval diagnóstico el por qué implementaron ciertas estrategias en un caso
determinado.

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Desde la cibernética, la razón es más cercana pero más compleja: el terapeuta y el cliente accionan
con conductas recursivas, donde por medio de sus intervenciones producen efectos hacia el otro,
provocando ciertos resultados que a la vez tiene sus implicancias en la interacción. Este entrecruzamiento
de conductas, producen resolución en ambos. En el cliente el problema por el cual consulta, en el terapeuta
el problema de poder ayudar a resolver el problema de su cliente.

La dinámica de la psicoterapia, entonces, podría pensarse en términos circulares: en donde las


intervenciones terapéuticas pautan una secuencia de interacción, pero a la vez recursivamente, es
esta misma secuencia interaccional la que pauta el surgimiento de las intervenciones.

Desde el constructivismo, sería posible inferir que la razón de que algunos terapeutas se
especialicen en el tratamiento de ciertas patologías, no solamente radica en el interés teórico o clínico
(aunque por otra parte la elección de un modelo teórico no es casual). La dinámica interactiva, que emerge
de la tipología de interacción de estos casos, se acopla complementariamente con sus características de
personalidad (y cuando nos referimos a los términos características o tipología, eso obvio que de estas
surgen determinadas construcciones), que los llevan a intercambiar fluidamente, resultando notablemente
eficaces tanto para el plano del profesional como para el del paciente.

Podríamos hipotetizar (dentro de los miles de distingos que podemos trazar) que un terapeuta con
ciertos rasgos de rigidez en el sentido general de sus interacciones por la similitud de códigos, podrá
comprender e interactuar fácilmente con la rigidez de su paciente. El problema puede presentarse cuando
el cliente posee características de gran plasticidad: la rigidez de uno será el problema del otro y la
flexibilidad de uno será el problema para el otro, aunque, no obstante, ambos podrían favorecerse con esta
experiencia merced a una retroalimentación en donde cada uno aprende del otro (ya que los opuestos
pueden reformularse como complementarios).

También puede construirse la hipótesis contraria: el problema de rigidez de un paciente en un


terapeuta rígido puede ser un obstáculo, ya que se empasta con su misma construcción, terminando sin
saber cuál es el problema que tiene que aclarar, si el suyo o el del cliente, si descubriendo el del cliente
resuelve el suyo o ¿de quién es el problema? O ¿quién es quién?...

El cas inverso puede suceder cuando los distingos estén trazados por un terapeuta flexible y
creativo, frente a un cliente extremadamente rígido. Pero aquí la ventaja radica en que la creatividad en
psicoterapia supone la posibilidad de amoldarse a situaciones y a un dejarse fluir en las interacciones,
generando las estrategias más adecuadas para el problema (a menos que las construcciones que emergen
de la plasticidad del terapeuta sean la barrera para comprender la rigidez de su paciente).

No obstante, es muy dificultoso establecer estas diferenciaciones, porque existe el riesgo de


generalizar situaciones tan particulares como la relación terapeuta-paciente, o tratar de tipificar la
comunicación que, como proyecto de investigación, estaría condenado al fracaso. Solamente deseamos
mostrar cómo las distinciones que trazan los terapeutas dependen de los constructos personales que se
ponen en juego en la dinámica de cada sesión y que podrán variar de acuerdo al cliente con el cual se
interacciona: no será el mismo distingo el que establece un terapeuta hijo mayor soltero frente a una familia,
que el de una terapeuta madre de familia. Así mismo, cuando planteamos estas hipótesis, nosotros
también estamos trazando distinciones.

Uno de los primeros distingos que elaboró la clínica sistémica con familias fue el de dejar de
centralizar la actividad terapéutica en un miembro con conductas sintomáticas, para delimitar el perímetro
de las distinciones comprometiendo a toda la familia, cuya primera investigación sobre una teoría de la
esquizofrenia arrojó el primer resultado: El doble vínculo.

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En síntesis, el paciente acude a la sesión con un problema, el terapeuta a partir de ese momento
tiene el reto de resolver el problema de su paciente. Pero a través de sus intervenciones y las de su
paciente –pautadas ambas por la interacción que desarrollan y viceversa-, no solo logra ayudar a resolver
el problema de su paciente, sino su propio problema –el problema de lograr ayudar a solucionar el
problema-. Con lo cual, ambos, en la situación terapéutica, resuelven por medio de la interacción (es más,
solamente la simple presencia ya impregna la dinámica) la problemática planteada.

Una hipótesis está compuesta por distinciones y lleva a trazar distinciones. Una hipótesis es una
afirmación que conecta entre sí dos o más aseveraciones descriptivas, que son producto de lo que el
observador considera la evidencia de la realidad. Pero sabemos que es él, el que traza las distinciones, el
que elabora comparaciones y el que describe. La inferencia y deducciones que se realizan sobre estas
premisas también son efectuadas desde la individualidad de su sistema de creencias. El evento que se
construye sobre el hecho, que aparece como fenómeno frente a los ojos –la evidencia-, es el resultado de
un complejo de abstracciones que seleccionará al estímulo y segará algunos aspectos (de lo cual no somos
conscientes). Como señala von Foerster, “no vemos que no vemos”, y si bien la lógica indica que dos
negaciones dan como resultado una afirmación, en este caso so sería aplicable, puesto que no quiere
decir que podamos ver otros aspectos de la cosa (esto se registra con mucha claridad en algunos
fenómenos visuales de la biología).

Si la observación del hecho observable es autorreferencial, cualquier inferencia descriptiva acerca


de lo que vemos seguirá esta misma línea de subjetividad. Los conoceres del percibiente están sesgados
por su mapa y las propias construcciones que emergen del mismo; uno lee, recuerda y escribe
tendenciosamente (como nosotros en este preciso momento). Este fenómeno forma parte del bagaje de
abstracciones y construcciones que se ponen nuevamente en juego, cuando se aborda la observación de
algo nuevo, y que lleva a trazar distingos y descripciones con sus consecuentes interacciones en la
pragmática. Esta nueva mirada es la wue acomoda y corrobora la cosa a nuestra construcción teórica y es
esta misma la que nos permite inferir distinciones, comparaciones y descripciones acerca de ella. Por lo
tanto, si la observación es autorreferencial, el evento es nuestro producto. Mirando nuestra construcción,
nos miramos a nosotros mismos. Como señala Spencer Brown (1973):

“El universo debe expandirse para escapar de los telescopios a través de los cuales, nosotros –
que somos el universo- tratamos de capturar ese universo- que somos nosotros.”

Así como en el mundo existen millones de personas diferentes, un mismo hecho –como realidad
de primer orden- puede ser descrito, o sea, construido, desde millones puntos de vista.

Si una hipótesis es una construcción que surge del sesgo de nuestro mapa por medio del trazado de
distingos particulares y sus concomitantes descripciones, la hipótesis resulta, entonces, un invento
autorreferencial. A su vez, si el investigador tratad e demostrar la certeza de su supuesto en el plano
practico experimental, es también su mapa el que guía su ojo observante y el que diseña su método,
esto quiere decir que el subjetivismo está presente. El resultado del proceso será que se puede
comprobar lo que se quiere comprobar, o sea: el sujeto en su observación está sujeto a la cosa
observada; pero si la cosa es construida por es sujeto, a su vez, recursivamente, está sujeta al sujeto.

Desde esta óptica, cualquier intervención en el ámbito de la psicoterapia será tendenciosa –a pesar
que se erige en nombre de la “objetividad”-. Dependerá, por una parte, de las hipótesis que el terapeuta
construye del caso, de acuerdo con su complejo de abstracciones resultante de su estructura conceptual,
y estas contribuirán a crear la realidad del problema o una realidad alternativa. Pero, por otra parte, estas
hipótesis nacen de la interacción que se desarrolla, en ese día, esa hora y con ese paciente que,

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recursivamente, son interdependientes de sus estructuras conceptuales, de donde surge el cuento que se
cuenta acerca de la realidad de su problema. Por ejemplo, las preguntas que se realizarán, si bien son
producto de una co-construcción, van edificando la corroboración o descarte de un esquema conceptual –
que es el resultado del saber adquirido y del mapa del terapeuta en la interacción con el paciente-, cuyas
respuestas encajan o no en el mismo.
De acuerdo con su perspectiva (emergente de su mapa), el terapeuta tenderá a fijarse más en
alguno de los miembros de la familia, o preguntará o enfocará el diálogo, colocando mayor énfasis en
algunos temas. En última instancia, el ciclo vital, el sexo, las situaciones particulares del momento de vida
del terapeuta, etc.; llevan a un trazado de distinciones que delimita un perímetro de acciones, con los
consecuentes feed-back por parte de los pacientes, en proceso recursivo.
La labor de un equipo sistémico, por medio del espejo unidireccional, permite realizar diferencias
en el trazado de distinciones y su correlación en las puntuaciones de secuencia de interacción. De esta
manera, se cuenta con una gama más variada de descripciones que posibilitarán construir una hipótesis
más certera (¿más certera?), o por lo menos el resultado de la confluencia de numerosos puntos de vista,
con respecto a lo que sucede. No obstante, las hipótesis son el producto de la interacción, con lo cual la
lectura no es unidireccional: en el contexto terapéutico, terapeutas y clientes co-construyen una realidad,
a pesar de las diferentes distinciones epistemológicas que establecen.
Keeney, plantea un ejemplo que permitirá entender más claramente el concepto de distinciones y
descripciones: “…es mediante ejemplos tomados del arte culinario y de la música. Observamos aquí que
los documentos escritos (las recetas y notas transcriptas en un pentagrama respectivamente) son en
realidad una secuencia de órdenes que, en caso de ser obedecidas, dan por resultado una recreación de
la experiencia del inventor. Por ejemplo, si nos guipamos por la receta podemos obtener, al final, a la
experiencia multisensorial propia de tener ante nosotros un soufflé. Spencer Brwoun hace extensiva esta
idea a otros campos, sugiriendo que tanto la matemática como todas las formas de experiencia proceden
de similares series de órdenes. Quiere decir, con esto, que la descripción es secundaria respecto de
obedecer una orden, mandato o prescripción de establecer una distinción. La descripción es siempre
posterior al acto de demarcación o deslinde efectuado por la persona que describe” (Keeney, 1983).
Se pautan distinciones en los libretos de teatro –aquí adquiere mayor complejidad-, en donde se
distinguen no sólo cada uno de los personajes, sino que también se pautan los distintos movimientos y las
acciones; además se describe el contexto, sus características y las formas de la interacción en general.
Por tal razón, cada actor podrá imponer su creatividad y su arte, pero a partir de las distinciones prefijadas.
De la misma manera, el diagnóstico psiquiátrico es el libreto que ordena el trazado de distinciones en la
observación.
Socioculturalmente ocurre el mismo fenómeno. Las experiencias surgen como consecuencias de
pautas, normas, códigos, de libretos determinados, impresos en la cultura misma, o sea, que nuestra
epistemología se ve impregnada tempranamente por la obligación de trazar ciertas distinciones. Así, la
incertidumbre cubre la lente de la observación. Resulta dificultoso decir, entonces, cuál es la realidad, ya
que esta pregunta sugiere referir la existencia de una realidad absoluta; pero ¿quién sería, entonces, el
portador de la verdad?
Si el Misticismo y el Racionalismo, por ejemplo, dieron preeminencia a Dios y a la Razón,
respectivamente, bajo la óptica de la linealidad de pensamiento esto ofrecía algún tipo de seguridad con
parámetros claramente establecidos. La Cibernética de segundo orden impuso la duda, involucrando al
observador en lo observado, y anuló la atmosfera aséptica con que se concebía la percepción. El modelo
constructivista, por su parte, planteó la subjetividad y relatividad de los juicios acerca de lo que se observa,
por lo tanto, se desestructuró la rigidez, del referente corrector de desviaciones, ¿qué nos resta por decir
si no existe una verdad única y una realidad universal?
Afirma Spencer Brown (1973) que “nuestra comprensión de dicho universo no es el resultado de
descubrir su aspecto actual, sino de recordar lo que hicimos originalmente para engendrarlo”. La tarea
epistemológica, entonces, radica en descubrir las distinciones primarias que muestran cómo conoce un
observador, pero es factible sumergirse en recurrencias de orden superior cuando la pregunta se vuelve

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autorreferente: “¿cómo llega un epistemólogo a conocer la forma de conocer de un observador? O ¿cómo
conoce el epistemólogo?...”.

LA LÓGICA DE LOS TIPOS LÓGICOS


La forma de conocer y construir el mundo, pues, se estructura de manera recursiva: es el resultado
de un complejo proceso perceptivo que dependerá de abstracciones y prescripciones (órdenes, pautas)
de trazar distingos, que conllevarán a describir y acentuar tales distinciones, que a su vez pautaran
secuencias de interacción, que tendrán su efecto sobre las abstracciones que se infieren a través de la
acción de experienciar. Éstas abstracciones que se realizan nuevamente impregnan el hecho de establecer
distinciones, desenvolviéndose la recurrencia en el acto epistemológico.
El mundo se representa frente a la mirada y, a través de ésta construcción, se producirá, en el
maro de lo pragmático, el despliegue de algunas acciones. Estas acciones en la interacción nos llevarán
a establecer nuevos distingos, por efecto de la experiencia, en otros actos perceptivos, ya que el
observador observa trazando distinciones y así recursivamente. Nuevamente se confirma el imperativo
estético: “si quieres ver aprende a actuar”.
Las distinciones en el acto perceptivo son el producto del mapa del observador, por lo tanto, la
percepción es el resultado de realizar diferentes distingos, con lo cual, lo que se observa puede ser
descrito. Este es el primer proceso que lleva a gestar la circularidad en el acto de conocer: las distinciones
que se establecen en la observación conllevan descripciones, que consisten en acentuar distinciones
acerca de lo observado.
Entonces, realizamos distinciones a fin de poder observar (como acto de conocimiento) y las
descripciones tienen como finalidad describir lo distinguido, ratificando las distinciones, estableciendo, así,
un circuito sin fin.

OBSERVACIÓN DISTINCIÓN DESCRIPCIÓN DISTINCIÓN

“Esta operación recursiva de establecer distinciones en las distinciones vuelve aparecer el punto
de la Cibernética, donde la acción y la percepción, la descripción y la prescripción, la representación y la
construcción, están entrelazadas” (Keeney, 1983).
El hecho de trazar distinciones –sea en la epistemología, teoría, lenguaje, etc.- también implica la
discriminación en función de la diferencia de niveles, estratos o jerarquías. Esto se observa cuando,
cibernéticamente, hablamos con nuestro lenguaje del lenguaje o comentamos una teoría acerca de las
teorías.
Fueron Whitehead y Russell, en 1910, quienes describieron en los tomos de Principhia
Mathematica la Teoría de los tipos lógicos, que G. Bateson, a posteriori, utilizó con algunas modificaciones.
Esa teoría surge a partir de las complcaicones que la conformación de paradójas ofrecían a los filsoofos,
hasta tal punto que se conviritó en una regla de la lógica. Su portulado central señala: “los miembros de
una clase no son iguales a la clase de los miembros”, de esta manera, estableciendo la distinciónd eniveles
lógicos se lograba desestructurar el callejón sin salida que generabna las paradojas. La confusión que
suscita la paradoja radica en a superposición de dichos niveles, provocndo, así, una autorreferencia en la
construcción de la frase. Es definida como una contradicción que resulta de una deducción correcta de
premisas coherentes, se distinguen tres tipos:
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- Paradojas lógico-matemáticas (antinomias)
- Definiciones paradójicas (antinomias semánticas)
- Paradojas pragmáticas (instrucciones y predicciones paradójicas)

Estas tres clases corresponden al campo de la teoría de la comunicación, en sus áreas principales: la
sintaxis lógica, la semántica y la pragmática; el ultimo tipo surge como resultado de las dos primeras.
El ejemplo que más se ha utilizado para explicarla es de la sentencia de Epiménides de Creta “todos
los cretenses mienten” (si miente dice la verdad, si dice la verdad miente), que como enunciado
autorreferencial oscila entre ser un enunciado y un marco de referencia sobre sí mismo en calidad de
enunciado. Con la diferenciación de estos niveles lógicos, se evitaba que el discurso fuere
autorreferencial, anulando así las construcciones paradójicas.
Para desestructurar esta paradoja, si tomamos en cuenta el postulado de los autores, la
delimitación jerárquica llevaría a establecer sobre la afirmación del cretense, entre todas las
distinciones posibles, dos: un nivel de rubro que integra una clase y otro nivel del marco de referencia
o clase, indistintamente (para evitar la autorreferencia, el observador ha de discriminar qué nivel lógico
posee el enunciado).
Un enunciado referido a una clase manifiesta un nivel superior de abstracción, es por lo tanto de
un tipo lógico superior, en comparación con un enunciado referido a los elementos de una categoría o
su conjunto que competen un orden lógico inferior. El hecho de que los enunciados se incluyen en
diferentes tipos lógicos, y pueden remitirse tanto a una clase como a cada uno de los rubros que la
componen revela el sentido autorrecurrente de los mismos. Cuando un enunciado pertenece a una
clase es válido para cualquier integrante de la misma, es decir, la tipificación lógica efectúa una
jerarquía de afirmaciones, en las que el tipo lógico inferior es contenido por un tipo lógico de orden
superior.
En cambio, su viceversa no corresponde: nunca un enunciado de un tipo lógico inferior puede
contener al enunciado de la clase. Esta conceptualización ofrece dificultades cuando el nivel de validez
de las afirmaciones emerge de tipos lógicos que de combinan entre sí o cuya discriminación es
confusa, o cuando en dos enunciados es difícil diferenciar si se hace referencia a una clase o a sus
miembros. Es el caso del término “hombre”, que puede tomarse como un integrante de una categoría,
o la categoría en sí misma (de la clase de los seres humanos). Siempre los niveles superiores implican
un nivel más elevado de abstracción, pero cuando los tipos lógicos se combina entre sí, el nivel de
validez no será distinguible, produciendo entonces la paradoja.
Esto puede evitarse con la paradoja de Epiménides, diferenciando una enunciación concreta y, a
la vez, una enunciación sobre todas las enunciaciones, que corresponde a un tipo lógico superior. Por
lo tanto, si el enunciado “todos los cretenses mienten” (o sea, yo también) es válido, la afirmación
concreta, la oración en sí misma, como tipo lógico inferior, carece de validez. La paradoja es generada
por el hecho de que la clase (el enunciado respecto de todos los enunciados) es un elemento de sí
mismo, con lo cual es autorreferente.
Pero si un observador siempre está involucrado en el campo de la observación y su mirada
impregna al objeto que distingue, todos los enunciados que se postulan acerca de las cosas son
autorreferenciales. Cuando emitimos un juicio sobre algo, esta opinión habla de cómo pensamos, cuál
es nuestro sistema de creencias y escala de valores; por lo tanto, esta recurrencia en la construcción
de la realidad evidencia la autorreferencialidad, pero esto no quiere decir que sea una paradoja, puesto
que no necesariamente en la construcción se superponen niveles lógicos.
Bateson, con otra finalidad, utilizó la teoría de los tipos lógicos como una forma de demarcar
distinciones. Así, constituya un instrumento descriptivo que sirve para discriminar la secuencia de las
pautas interaccionales. Una confusión e niveles lógicos bastante frecuente se produce cuando no
distinguimos entre los niveles del lenguaje verbal y analógico, según expresa uno de los axiomas de
“la pragmática de la comunicación humana”, generando entrampes comunicacionales. Es allí donde
nos encontramos envueltos en situaciones paradojales, respondiendo a un nivel lógico diferente al que
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nos refiere nuestro interlocutor. Por ejemplo, un matrimonio donde ella le dice a él, “querido, vamos al
cine esta noche”, el hace un gesto frunciendo su boca, Bufa, evidenciando un notable disgusto y
responde con tono de resignación: “bueno, vamos…” Ella le dice “¡mira si no tienes ganas no vamos
nada, siempre lo mismo!”; por lo cual él se enfurece y la agrede “¿no ves que estás loca, te digo que
sí y ¡escucha lo que me contestas!”.
Este diálogo podría ser el comienzo de una clásica escalada simétrica; la pareja responde al nivel
lógico de lo paraverbal, mientras que él transita por el canal de lo verbal propiamente dicho. Este
entrecruzamiento de niveles convierte la conversación en un verdadero diálogo de sordos, donde
ambos responden a elementos diferentes de la comunicación: comienzan a levantar el tono de voz
como si estuviesen a kilómetros de distancia, y tratan de imponer su construcción al otro –enquistados
en su propia construcción-, disputando acerca de quién es el poseedor de la razón.
De la misma manera, la distinción entre el contenido y la relación posibilita destrabar y poder
comprender las numerosas oportunidades en que las perdonas coinciden en puntos de visa, pero sin
embargo discrepan. O sea, a un nivel de contenido existe el acuerdo, pero a otro (el relacional)
mantienen una conversación áspera, descalificatoria, poblada de agresiones, que provoca tal
discordancia en la interacción que no permite registrar el acuerdo en términos de contenido.
Un ejemplo calro es el diagnóstico psicopatológico (que desarrollaremos más adelante). En las
nosografías psiquiátricas se establecen diferentes distinciones: los signos y síntomas comprenderían
un orden lógico inferior, mientras que la categoría (rotulo psicopatológico) respondería a un orden
lógico superior. La confusión surge en la estructuración del diagnostico. Cuando el profesional traspola
ambos niveles, por la aprición de algún signo significativo (miembro de una clase), se rotula
categorizando la patología (la clase), en detrimento del resto de los síntomas.
En referencia a la teoría de los sistemas generales, podríamos distinguir que todos los miembros
de un sistema, por ejemplo los subsistemas, competen a un nivel lógico inferior, ya que pueden
considerarse como los integrante de una clase (sistema) que se encontraría en un supranivel. Es obvio
que esta clasificación (como trazado de distinciones) es inherente al observador y no es un patrimonio
del sistema en sí mismo.
La implementación de los tipso lógicos en el campo de la teraia familiar se desarrolló en una de
las primeras investigaciones del grupo Palo Alto: la teoría del doble vínculo. En las familias con un
miembro esquizofrénico, se observadba cómo se transmitían mensajes y conductas excluyentes
simultáneamente, a niveles lógicos direrentes. Es una comunicación que un nivel puede expresar un
requerimiento manifiesto para que en otro se contradiga o anule.
La dinámica del doble vinculo implica a dos o más personas, una de las cuales es considera a
como la victima. Bateson y su grupo opinaban que un individuo que haya sido someto en varias
oportunidades a este tipo de interaccion le resultara muy difícil permanecer sano. Sostenían también
la hipótesis que siempre que se presente una situación de esta clase se producirá un derrumbamiento
den la capacidad de cualquier individuo para dsicriminar niveles lógicos. Un ejemplo que hace
referencia a este tipo de mecanismo es em conocido chiste de la amdre judía y als dos corbatas. Una
madre regala a su hijo dos corbatas una azul y una roja. El primer día, el hijo estrena la azul, se la
muestra a la madre –haciendo ostentación del regalo-, que le pregunta “¿cómo querido, no te gustó la
cobarta roja?”. Frente a Tl comenatrio inmediatamete, para satisfacerla, se coloca la roja; enfrentando
a su madre nuevamente, en busca de aprobación, encuentra de nuevo una pregunta “¿pero cómo
querido, entonces no te gustó la azul?”. La repetición de este manejo comunicacional termina
generando una trampa en la cual la uncia respuesta posible es una conducta incoherente, o sea, el
hijo acabará colocándose als dos corbatas al mismo tiempo, siendo un comportamiento de este género
rotulado como loco.
Ronald Laing (1960) señala: “Una persona comunica a otra que debe hacer tal cosa y al mismo
tiempo, peor en otro nivel, que no debe hacerlo o que debe hacer otra uncompatible con la primera.
Esta situación tiene su remate para la victima, en la imposición ulterior que le prohíbe salir de la

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situación o diluirla, haciendo comentarios sobre ella, y de este modo la victima es colocada ne una
posición insostenible, en la cual no puede hacer un solo movimiento sin que sobrevenga la catástrofe”.
En este punto, es importante que realicemos una pequeña reseña histórica que muestra, por medio
del doble vínculo, la aplicación de los tipos lógicos a la comunicación. Los investigadores de Palo Alto,
más allá de clasificar la comunicación en tres niveles (de significado, de tipo lógico y de aprendizaje)
y de analizar los comportamientos de animales, e indagar acerca de la hipnosis y las paradojas, se
dedicaron a observar las pautas de transacción esquizofrénica.
Entre las hipótesis que plantearon, se preguntaban si estas pautas aparecían a través de la
dificultad de diferenciación de tipos lógicos, como en el lenguaje verbal, en la discriminación de lo literal
y lo metafórico, puesto que los pacientes mentales en oportunidad utilizan metáforas concretizándolas,
o metaforizan la literalidad. Según el grupo, una persona con esta problemática podría aprender a
aprender, en un contexto donde esta dificultad fuese adaptativa. Si se comprendía el contexto, se
comprenderían también los neologismos o las nuevas construcciones de sintaxis, etc., por lo tanto, el
comportamiento esquizofrénico cobraría sentido.
Si entendemos a la familia como el contexto básico donde se desarrolla el aprendizaje de un ser
humano, quiere decir que la familia de un esquizofrénico moldeo esa forma peculiar por vía de los
peculiares segmentos de comunicación que se le imponen a un sujeto, y descubrieron que en tanto el
paciente designado mejoraba, otro miembro de la familia empeoraba. Así, desde lo que a posteriori se
denominó el modelo sistémico, de observó que la familia necesitaba una persona que encarnara el
síntoma. Bateson no solo encontró pruebas de esta suposición, sino que quedó impresionado por el
punto en que la familia fomentaba y aun exigía que el paciente mostrara una conducta irracional. Este
mecanismo opuesto al cambio (a la mejoría del paciente identificado), llevó a D. Jackson a acuñar el
término “homeostasis” familiar.
Por último, investigaron lo que llamaron doble atadura o double bind en la comunicación del
esquizofrénico. En un artículo llamado “hacia una teoría de la esquizofrenia” (1962), Bateson, Jackson,
haley y Weakland describen cuales son los ingredientes básicos para su constitución:
1. Dos o más personas. De ellas designamos a una, para los fines de nuestra definición, como la
víctima. No suponemos que el doble vinculo sea infligido solo por la madre, sino que puede ser
realizado por la madre sola y por una combinación de madre, padre, y/o hermanos.
2. Experiencia repetida. Suponemos que el doble vinculo es un tema recurrente en la experiencia de
la vida de la víctima. Nuestra hipótesis no invoca una sola escena traumática, sino experiencias
tan repetidas que la estructura del doble vinculo llega a ser una experiencia habitual.
3. Un mandato negativo primario. Puede tener una de dos formas: a) “No hagas tal cosa, o te
castigaré”, o b) “Si no haces tal y cual cosa, te castigaré”. Aquí elegimos un contexto de aprendizaje
basado en la evitación del castigo, antes que un contexto de búsqueda de recompensa. Quizá no
exista una razón formal para esta elección. Suponemos que el castigo puede ser el retiro del amor
o la expresión de odio o cólera, o –cosa más devastadora- el tipo de abandono que resulta de la
expresión de extremo desamparo por parte de los padres.
4. Un mandato secundario que choca con el primero en un plano más abstracto, y puesto en vigor,
como el primero, por castigos o señales que ponen en peligro la supervivencia. Este es más difícil
de describir que el anterior, por dos razones. Primero, el mandato secundario es comunicado al
niño, el tono de voz, la acción significativa y las inferencias ocultas en el comentario verbal.
Segundo, el mandato secundario puede ejercer su impacto sobre cualquier elemento de la
prohibición primaria. Por consiguiente, la verbalización del mandato secundario puede incluir una
amplia variedad de formas; por ejemplo: “No veas esto como un castigo”, “no me veas como el
agente del castigo”, “no te sometas a mis prohibiciones”, “no pienses en lo que no debes hacer”,
“no pongas en duda mi cariño” –del cual la prohibición primaria es (o no es) un ejemplo-, etc.
Resultan posibles otros ejemplos cuando el doble vinculo se inflige, no por un solo individuo, sino
por dos, Por ejemplo, un padre puede negar en un plano más abstracto, los mandatos del otro.
5. Un mandato terciario negativo que prohíbe a la víctima que escape del terreno. En un sentido
formas, quizá sea innecesario establecer este mandato como un elemento separado, pues el
reforzamiento en los otros dos planos implica una amenaza para la supervivencia, y si los dobles
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vínculos son impuestos durante la infancia, la fuga, por supuesto, resulta imposible. Pero parece
que en algunos casos la fuga de ese terreno es imposibilitada por ciertos recursos que no son
puramente negativos, por ejemplo, caprichosas promesas de cariño, y cosas por el estilo.
6. Por último, el conjunto de los ingredientes ya no es necesario, cuando la víctima ha aprendido a
percibir su universo en pautas de doble vinculo. Casi cualquier parte de una secuencia de doble
vinculo puede ser suficiente, entonces, para precipitar el pánico o la cólera. El esquema de
mandatos en pugna puede llegar a ser reemplazado por voces alucinatorias.

El grupo de Bateson no solo observó que esta situación ocurre entre el preesquizofrenico y su madre,
sino también que puede aparecer en personas normales. Siempre que un sujeto es atrapado en una
situación de doble vinculo, responderá de un modo defensivo en una forma similar a la esquizofrenia.
E otras áreas, algunos autores han mostrado que el humor, la poesía y la creatividad en general, se
caracterizan por la constitución intencional de errores de tipificación, “si pretendiéramos eliminarlos
nos quedaríamos con un mundo chato y estancado”, señala Keeney (1983).
M. C. Escher, tendía, en s estilo, a realizar obras que desafiaran el orden de la lógica visual. Su
obra está compuesta por diseños e imágenes que alteran las leyes de la forma, generando paradojas
en la observación. Principalmente en las litografías arquitectónicas en donde traspola planos, tanto
figura-fondo, anterior-delante, superior-inferior. Holfstadter (1979), acerca de su obra, remarca que
cuando suponemos que distinguimos niveles jerárquicos claros nos toman por sorpresa, puesto que
viola dicha jerarquía.
En la litografía Manos dibujando, la aparente paradoja y autorreferencia en la cual una mano dibuja
a la otra se quiebra cuando se adjunta un nivel lógico superior invisible y externo a la obra; o sea, la
mano de Escher que las diseña, “somos presa de la ilusión porque olvidamos la existencia de Escher”
(simon y colaboradores, 1984).
El trazado de distinciones perceptivas, la descripción, la tipificación lógica consecuente, y la pauta
interaccional que establece la secuencia entre los distintos elementos del sistema que observamos
nos remite a que en numerosas ocasiones nuestro universo experiencial se estructura a través de
jerarquías. Esta diagramación no implica exclusión de los distintos niveles, al contrario, un nivel
superior comprende al inferior, de la misma manera que la muñeca rusa o las cajas chinas, que
encuentran distintos tamaños en el interior de cada una. Así, la noción de contexto, incorporada por la
clínica sistémica, puede suponer un nivel lógico superior; un sistema, subsistemas y sus integrantes
podrían ser tomados como niveles lógicos inferiores que se van conteniendo sucesivamente.

CONTEXTO
SISTEMA
SUBSISTEMA
MIEMBROS

Si bien podemos puntuar nuestras distinciones a través de diferentes categorías lógicas, la


organización de esta jerarquía no es lineal, sino que está diagramada en forma recursiva, puesto que la
relación entre niveles es absolutamente interactiva. La importancia radica en que cada ciclo de recurrencia
indica una diferencia y es esta la que demarca nuevos distingos; con lo cual, nuestras distinciones son
siempre trazadas sobre otras distinciones y en estos distintos órdenes recursivos se establece una
tipificación lógica diferente.
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Clasificar las descripciones

Si intentásemos discriminar el proceso de la construcción de la realidad, restaría preguntarnos ¿de


qué manera y bajo que patrones, el observador traza distinciones en su acto perceptivo? Bateson, en su
obra Espíritu y naturaleza (1979), señala que sus métodos de indagación estuvieron determinados por la
alternancia entre lo que llamó la clasificación de la forma y la descripción del proceso.

La clasificación de la forma, corresponde a la categorización que se les atribuye a las acciones


simples. Este rotulo que se adjudica a una acción determinada, que, en la medida en que se obtenga
respuesta y alcance complejidad, cobrara el status de interacción o coreografía. Lo que se efectúa es una
abstracción organizadora que categoriza la descripción de una serie de acciones identificándolas bajo un
nombre. Por ejemplo, si decimos trabajo, estudio, gimnasia, juego, terapia, estamos aludiendo a rubros de
acciones. Es obvio que muchas acciones pueden compartirse con diversas categorías: la acción de leer
puede estar en relación con la categorización estudio o trabajo, pero esto depende del contexto en que se
desarrolle la acción, junto con los consecuentes distingos que trace el observador.

Cuando Bateson analiza la descripción del proceso se refiere a la observación pura de las acciones
propiamente dichas, o sea, sin marcos semánticos que la integren a un rubro y sin atribuciones de
significado. Corresponde a las acciones simples, aisladas, por así decirlo, como, por ejemplo, gestos,
movimientos, tonos de voz, expresiones, palabras, frases, etc. Cuando una descripción de acciones se
organiza secuencialmente por medio de un rubro, estamos en el concepto de clasificación de formas; si se
discrimina que un hombre da un paso manteniendo recta su pierna, con su cuerpo firme y su cabeza
erguida, y en esa misma posición da otro y otro, estamos describiendo una acción; si señalamos que está
haciendo una marcha militar entramos en el terreno de la categorización.

Bateson sintetiza lo expuesto en un esquema, donde los distintos órdenes de recursión van de
menor a mayor complejidad, discriminando las acciones simples, las interacciones, hasta llegar al nivel
más complejo de las coreografías, desde dos niveles lógicos diferentes: las descripciones puras y las
categorizaciones.

En la columna de la descripción de proceso, las acciones se convierten en grupos secuenciales


de acciones (interacciones). Estas descripciones de interacción continúan basándose en los sentidos, sin
inferencias de atribuciones de significado. Cuando se categorizan dan como resultado las pautas de la
relación simétrica o complementaria, por ejemplo: A le dice algo a B, B eleva su tono de voz y frunce el
ceño respondiéndole algo; A responde levantando los brazos y gritando. Así estaríamos describiendo un
proceso de interacción que bien podríamos categorizar –si dicha interacción sigue en alza- de escalada
simétrica.

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ORDEN DE RECURSIÓN CLASIF. DE FORMA DESCRIP. DEL PROCESO
categoría de coreografía

METACONTEXTO descripciones de coreografía

categoría de interacción

CONTEXTO descripciones de interacción

categoría de acción

CONDUCTA descripciones de acción

Las categorías de interacción de complementariedad y simetría constituyen para Bateson lo que


llamo visión binocular, que siempre se comprende a través de la relación, e implica dar un paso más en la
abstracción de la conducta al contexto (si describimos tan solo comportamientos de uno u otro individuo,
quedamos anclados en el plano de la conducta). Para acreditar las categorías de simetría o
complementariedad, es necesario observar por lo menos tres secuencias de interacción, ya que tan sólo
dos no es factible acreditar ni una ni otra; es a partir de la tercera acción cuando comienza a delimitarse el
tipo de interacción.

En el plano de una abstracción superior (metacontexto), encontramos una trama más amplia de
interacciones llamada descripciones de coreografía, y aquí observamos cómo se pautan las normas de
interacción, que serán a su vez categorizadas. En general este es el punto en donde una pareja o familia
recurren a terapia. La recurrencia de una determinada interacción, categorizada como simétrica o
complementaria (patológicamente), conlleva una descripción coreográfica que puede involucrar violencia,
agresión o diversas sintomatologías, cuya categoría coreográfica podría llegar a rotular este proceso como
una familia multiproblemática.

Es factible realizar algunas inferencias sobre la construcción de la realidad, tomando como base
este análisis epistemológico batesoniano. Hemos calificado la columna de la descripción del proceso como
la observación más pura, en relación con que se acercaría más a los datos que nos ofrecen nuestros
sentidos, datos meramente descriptivos, o sea, lo que se ve sin impregnación de supuestos racionales.
Parece una acción utópica, principalmente en el plano de la conducta, la descripción pura de acciones sin
atribuciones de segundo orden. En la mayoría de las relaciones humanas, inmediatamente frente a una
acción determinada, interviene un complejo proceso de abstracciones que lleva a categorizarla. Esta
categorización que realizan las personas sobre las acciones es el soporte para establecer una tipología de
interacción. Por ejemplo, frente al gesto de fruncir el ceño de su esposa, el marido podrá categorizarlo
como desagrado; esta atribución indefectiblemente remitirá a un tipo de respuesta (simétrica o
complementaria) y así recursivamente.

Pero no solamente las interpretaciones de las conductas del interlocutor llevan a rotular la
interacción, sino también confeccionan catastróficas profecías que se autocumplen, partiendo de la
proyección de significados del receptor sobre las conductas del emisor, y en esos términos pocas veces
se suele tener la capacidad de metacomunicar.

La proyección de sentido, desde esta perspectiva, es el resultado de una abstracción que


categoriza, en función de una observación subjetiva y autorreferente. Con lo cual, son pocas las
oportunidades en que vemos una realidad de primer orden, en donde incluiríamos a todas las

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descripciones del proceso de las acciones, interacciones y coreografías. Las clasificaciones de forma son
construcciones cargadas de atribuciones de significado, patrimonio de una realidad de segundo orden.

En el ámbito clínico, algunos errores epistemológicos se basan en entender como descripciones


de proceso a categorizaciones emergentes del sistema de creencias del terapeuta. Por ejemplo, en el
orden de la semántica, son frecuentes las oportunidades en que escuchamos en las consultas que el
paciente dice estar mal; si no preguntamos qué quiere decir con este término tan abarcativo en
significación, el terapeuta categorizará, ecforiando su propia atribución de sentido que no necesariamente
deberá coincidir con lo que significa para el paciente.

Así, a nivel analógico es más factible realizar la traspolacion: por ejemplo, los gestos frente a las
verbalizaciones que realicen miembros de la familia, o frente a las intervenciones del terapeuta, pueden
ser categorizados como rabia, alegría, tristeza, etc., constituyéndose en rubros de acción, que obturan la
mirada hacia la descripción propiamente dicha, y que tendrán sus implicaciones en las intervenciones y en
la consecuente interacción. El paciente fija la vista al piso: ¿está triste, reflexiona, se deprime, se
concentra, se aburre, etc.?, son infinitas las categorías factibles de atribuir, pero frente a la descripción,
podría resultar más simple preguntar ¿qué nos quiere decir con ese gesto o esa actitud?, o sea,
metacomunicar.

Lamentablemente, la complejidad de las relaciones humanas en forma rápida se transforma en


complicada: los terapeutas clínicos como seres humanos no estamos exentos, siendo pocas las
ocasiones en que se confrontan la experiencia sensorial y las abstracciones que se realizan de las
mismas. Por lo tanto, sería recomendable preguntar en vez de suponer…

La suposición no es ni más ni menos que la construcción que lleva a categorizar las acciones del
otro En esta la que confecciona profecías que autodeterminan realidades y que no permiten la
confrontación acerca de qué trató de significar el otro con su acción. Paradójicamente, a pesar de que
puede resultar simple preguntar sobre dicha acción aparece como automatismo el afianzarse al supuesto,
por lo que se responde al imaginario propio y no a la intencionalidad del interlocutor, complicando, así, la
complejidad de las interacciones. Pero de esta construcción cognitiva deviene el desarrollo de una acción
en el plano pragmático, y así se constituyen sendos circuitos emparentados con lo caótico.

Pero la comunicación se entorpecerá aún más si se categoriza la actitud del otro en forma lineal,
o sea, sin involucrarnos en el sistema y sin preguntarnos ¿qué he hecho yo para que el otro me responda
así?, aislando la respuesta de nuestro interlocutor, como si nosotros no estuviésemos en el campo de
interacción. La respuesta que surge entonces será la correspondiente a lo que suponemos que el otro
pensó o sintió, por lo tanto, se contestará a la construcción de uno.

Este efecto se observa cuando en las sesiones de terapia se utiliza el recurso de las preguntas
circulares, explorando y haciendo explicito lo que el paciente piensa que el otro piensa. Por lo general, al
cuestionar acerca del plano semántico (las atribuciones de significado), el emocional (las emociones que
producen las atribuciones), y el político (las acciones), se está metacomunicando. Esa información nueva
que ingresa en el circuito genera diferencias que provocan la invención de realidades alternativas.

Como señalamos, actuar de acuerdo a los supuestos lleva a construir realidades que los confirmes.
Por ejemplo, si se supone que el gesto de nuestro interlocutor es de aburrimiento frente a nuestro discurso,
se accionará de alguna manera especial para lograr agradarle, tatar que se distraiga, o para despertarle
el interés. En ninguna de estas posibilidades existe la espontaneidad en el dialogo, lejos estará de ser una
conversación distendida. Cuanto mas nos esforcemos para parecer simpáticos y entretenidos, se correrá
el riesgo de transformar la situación en tensa y desagradable. El dialogo se podrá romper de forma
vertiginosa, de cara al aburrimiento real de la persona que se ha hastado de nuestras monerías: asi es
como se ha confirmado el supuesto inicial.
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De las misma manera sucede con las personas que poseen un nivel de baja autoestima. Transitan
por su mundo de relaciones, posicionándose asimétricamente por ebajo de sus interlocutores,
construyendo fantasias autodescalificantes sobre lo que los demás piensan de ellas. Se muestran
inseguros y débiles, delimitando un perímetro de acciones que tiene por finalidad la búsqueda de afecto y
reconocimeinro, tratan de encontrar afanosamente la valorización en el afuera, cando enrealidad el
proceso es inverso: ¿cómo es posible dejar que los otros los confirmen, su ellos mismos se encuentran
tan alejados de su propia valoración’ este mecanismo termina por arrojar paradojas en lo pragmático.
Cuando se intenta hacer cosas para ser reconocido por el otro, mas se ejecutan dichas acciones, mas
dependiente se torna el sujeto en la relación, mayor es la inseguridad que aparece en el vinculo, y el rotulo
emergente de inseguro o débil o favorece el elevar la autoestima, que era el objetivo inicial.

Durante la primera entrevista con una familia, un terapeuta mientras realizaba el trabajo de joinin,
jugando con el significado de los nombres de los integrantes de la familia, observó que la hija adolescnte,
desde los comienzos de la sesión, realizaba un gesto de subir el extremo de su labio hacia arriba y fruncir
la nariz.

Supuso que frente al ben clima y las sonrisas del resto de los miembros, por contraposición, el
gesto de la joven mostraba desagrado o que algo no le gustaba. Le preguntó acerca de ese rictus, “Ana,
¿qué me dice ee gesto…, estás interesada en lo que se está hablando, o no te gusta algo de lo que se
dijo?; ella respondió con una sonrisa, afirmando que no, que “al contrario, que se estaba enterando de
cosas que jamás hubiese imaginado…”.

A lo largo de la sesión se dio cuenta de su aventurada intervención: la adolescente tenía un tic


nervioso que consistía en morderse el labio superior en su extremo derecho y al mismo tiempo fruncir la
nariz. Entonces, el emergente casi inevitable del supuesto, como construcción de segundo orden, daría
lugar a tres tipos de intervenciones en la relación humana:

1. Esta es una forma que desplaza a la categorización que uno establece, para dar lugar a preguntar
abiertamente acerca de la descripción de lo que se muestra analógica o verbalmente, “¿qué tratas
de expresar con ese gesto?”.
2. Preguntar sobre la categorización, o sea, sobre el supuesto propiamente dicho, “¿esto que
estamos discutiendo te da bronca?”. Si bien se pone en juego la suposición, se metacomunica en
pregunta. Equivale a decir “yo supongo que estás en bronca ¿es así?”, para de esta manera poder
corroborar o desconfirmar la categorización.
3. La tercera es la caótica; la opción sería directamente actuar como si nuestro supuesto fuese el
valido, o sea, se tiene la certeza de que lo que uno piensa que el otro siente es, con lo cual no
existe la confrontación de metacomunicar y se opera en la pragmática de acuerdo a la propia
atribución.

Remarcamos: preguntar en vez de suponer…

Ya nos hemos referido a Piaget, que claramente especifica como a través de las acciones de ensayo
y error, el niño construye su mundo. En este proceso, las sucesivas abstracciones dan como resultado la
internalización de una simbología que se encarna en el lenguaje por medio de imágenes y significados
particulares, de los cuales algunos se comparten.

Las distinciones que se trazan posibilitan desarrollar comparaciones que lo llevan a confrontar el
mundo con sus sentidos Entonces, si las abstracciones se contaminan con la experiencia sensorial es
imposible, como señala Bateson, que los organismos puedan tener una experiencia directa de su objeto
de indagación. Tanto la descripción del proceso, como las clasificaciones de forma, constituyen un circuito
recurrente que da como resultado, que uno dibuja lo que ve y ve lo que dibuja, es decir, lo que vemos son
mapas de mapas.
53
Nuestras categorizaciones surgen fundamentalmente de nuestros sistemas simbólicos y pautarán las
distinciones que se establecen en la observación; por tanto, nuestro mundo experiencial se conforma de
acuerdo a una recurrencia que oscila entre las distinciones que se basan en las descripciones de los
sentidos y las distinciones que afloran de nuestras estructuras simbólicas.

“(…) las descripciones basadas en nuestros sentidos nunca difieren de hecho, de cierto sistema
simbólico o manera de trazar distinciones. Analógicamente proponemos que los armazones de relaciones
simbólicas no difieren en realidad de los datos sensoriales. Por ejemplo, los nombres de la categoría de
acción, como exploración, amor, humor, terapia, juegos son observaciones que un observador traza en
sus observaciones de los llamados datos sensoriales de la acción simple” (Keeney, 1983).

Además, el cuadro diseñado por Bateson representaría una jerarquía de órdenes de recursión y los
tres niveles no implican superioridad o inferioridad, sino circularidad y recurrencia. Es que el autor emplea
la tipificación lógica, no aplicándola a un orden de clase sino a una jerarquía de recursividad.

En conclusión, desde distintos órdenes lógicos y su consecuente jerarquía de recursividad, en el


aparato cognitivo, el proceso de constitución del mapa recibe la influencia de diferentes niveles o estratos.
En un supranivel, se encuentran los patrones socioculturales que poseen su propia estructura con todas
las características inherentes a cada nivel de la misma. Si trazamos distinciones y establecemos diferentes
niveles lógicos en este estrato, por ejemplo, habitando en Buenos Aires, diremos que somos
sudamericanos, que estamos en el sur de Sudamérica, que somos argentinos, porteños, de la Capital
federal, del barrio Belgrano, del bajo Belgrano, y así sucesivamente. Cada uno de estos niveles posee sus
particularidades que impregnan recursivamente son su sistema de creencias al inmediato inferior.

En el estrato siguiente encontramos los patrones de nuestra familia de origen, que a la vez son
representantes representativos de lo sociocultural, pero con las singularidades que competen a su
estructura: reglas, normas, códigos, mandatos, mitos, etc. Estas particularidades también son compuestas
por acuerdos, desacuerdos, convergencias y divergencias de los patrones cognitivos de dos personas que
en un momento de su historia decidieron conformar una pareja y una nueva familia, debiendo amalgamar
un nuevo código, siendo cada uno representante total o parcial del código de su familia de origen. Estos
dos niveles muestran la construcción de un sistema de creencias, que involucra por decantación
selectividad y reformulación una propia escala de valores, una lógica personal, el código particular con sus
reglas y normas, etc., que generan significados particulares en la percepción.

Todo este andamiaje conforma nuestra estructura conceptual, y es desde este nivel donde le
colocamos nombre a las cosas, inventamos el mundo y construimos realidades.

La estructura conceptual es la que posibilita el trazado de distinciones en el acto perceptivo, que


conllevan en proceso simultaneo, descripciones que acentúan las distinciones delimitadas. Así, de manera
recursiva, este perímetro permite establecer comparaciones por similitud o igualdad y demarcar
diferencias. Una comparación puede efectuarse a través de elementos concretos observables, como, por
ejemplo, dos personas, una es más alta que otra; aquí el eje de comparación remite a un baremo externo.
Pero si observamos solamente a una persona y señalamos que es baja, esto demuestra una medida
interna que emana de nuestra estructura conceptual. De la misma manera, decimos que alguien es bueno
o mano, en función de nuestro sistema de creencias que marca los límites de uno u otro valor.

Todos estos elementos en el acto de conocer generan la producción e abstracciones que son el
pasaporte a la estructuración de hipótesis, que como esquemas conceptuales, una vez elaborados,
acentúan la realización de nuevas abstracciones. Estas abstracciones confirmarán y desconfirmarán,
adaptándose a nuestro esquema conceptual previo, y llevan a desenvolver, en el ámbito de lo pragmático,
secuencias de interacción a partir de las puntuaciones que delimitan su estructura.

La recursividad vuelve a hacer su aparición: estamos observando lo que nosotros mismos construimos
y construimos lo que estams observando. De allí que cuando nos proponemos conocer nuestro conocer,
54
cuando nos preguntamos acerca de nuestra epistemología, se perfila como resultado nuestro modelo de
conocimiento que a la vez es el mismo que nos permite conocer nuestro conocer. Si conocemos el mundo
desde una epistemología circular, es la isma circularidad la que nos permite conocer que conocemos desde
la circularidad.

FACTORES SOCIOCULTURALES X “HECHO OBSERVABLE”-


FAMILIA DE ORIGEN DISTINCIONES
(Normas, pautas, mandos, mitos,
Que conforman un código) DESCRIPCIONES
SISTEMA DE CREENCIAS
(Reglas, código, escala de valores, DISTINCIONES
Significados)
ESTRUCTURAS CONCEPTUALES COMPARACIONES

MAPA COGNITIVO ABSTRACCIONES

HIPÓTESIS

PUNTUACIÓN DE
SECUENCIA DE HECHOS

DISTINCIONES Y CATEGORIZACIONES: CONSTRUYENDO REALIDADES DIAGNÓSTICAS.

El espectro de distinciones que puede realizar un ser humano puede ser infinito. Un ejemplo
representativo en el ámbito de la salud mental son las floridas nosologías psiquiátricas que, en los distintos
períodos de historia de los avances científicos en psiquiatría, se han publicado. En ellas se encuentra, de
acuerdo a la época, la evidencia de la investidura sociocultural con que se establecieron los distingos y en
la medida en que se avanza nos encontramos con distinciones, distinciones de distinciones, distinciones
de distinciones de distinciones, etc. Estas diferenciaciones permiten elaborar clasificaciones, agruparlas
en categorías conceptuales, sistemas operativos, estrategias, etc.

En la Antigua Grecia, se clasificaron y distinguieron con artilugios descriptivos tanto la depresión y


la melancolía, como la manía, encontrando su rigen en lo somático. Se localizaron las causas en los
humores del cuerpo, la bilis negra, etc., y se desarrollaron formas terapéuticas que constituyeron el
trampolín del pensamiento médico tradicional organicista. Estos conocimientos se destruyeron cuando la
hegemonía del poder eclesiástico se constituye en el epicentro de las áreas económicas, culturales,
políticas y sociales, observando y también clasificando desde una óptica mística lo que a posteriori la
medicina diagnostico como histerias o psicosis,

Los monjes Spraenger y Kraemer crea el tratado que se consideró el bastión de la inquisición: La
tesis del Malleus. La Iglesia, a través de la “Santa” Inquisición, categorizó como herejes, brujas o magos,
a los que no se sometían a os dogmas de la moral católica y a los perturbados, que siglos más tarde, la
psiquiatría llamó enfermos mentales. Fue una época de violencia, en la que los tratamientos, por así
llamarlos, se remitían a las más increíbles torturas, desde la reclusión en sótanos y brutales exorcismos,
hasta la quema pública. Este periodo se caracterizó por las profecías autocumplidas y dobles vínculos,
que entrampaban en callejones sin salida a los rotulados, en donde cualquier reacción era la oportunidad
55
para corroborar la alianza con el mal. Dicha construcción de realidad, confirmaba denodadamente que el
desquiciado era portados del demonio: sus ataques, expresiones, gritos y agresiones eran la verdadera
expresión de la revelación demoniaca; su pasividad y sumisión eran considerados las artimañas del diablo,
tratando de engañar a los expertos. Todo llevaba a comprobar el imaginario inicial.

Estos tiempos de sordidez y caos se extienden lo que se extiende el medioevo, hasta que el poder
eclesiástico paulatinamente decae y el pensamiento de los griegos recupera su lugar en la figura del
médico, apropiándose del estudio de los fenómenos mentales, creándose así, la especialidad de
psiquiatría. Pero, mientras que el clínico se recluye en ostentosas bibliotecas, investigando, los enfermos
mentales se asilan en sótanos en las más deplorables condiciones de vida.

Así surge el diagnostico psiquiátrico. Brillantes y floridas son las descripciones semiológicas, que
se construyen por medio de grandes clasificaciones y donde la psiquiatría alemana adquiere su pnto
cumbre a través de la figura de Kraepelin. Pero la diversa gama de tratamientos todavía no encuentra la
manera de resolver el problema de las enfermedades mentales: los grilletes, anillas, sótanos, duchas de
temperatura cambiante, baños de inmersión y asfixia, la famosa silla de Darwin, el único resultado que
obtienen es un paciente marginado en celdas con pajas excretadas, en la más ompleta reclusión. A
posteriori, la invención de los psicofármacos dio una respuesta parcial a la sintomatología, mientras que
los estudios psicoanalíticos buscaron en los traumas infantiles, la etiología del síntoma principal de las
diferentes patologías.

Cabría reflexionar acerca de cada una de estas etapas, para poder comprender cómo construye
el mundo el observador participe de los diversos contextos. Parece claro que la epistemología del
percibiente se ve impregnada por la vertiente sociopolítica, económica y cultural dominante, en el período
que le toca vivir; a partir de ahí se construye una realidad que tiende a confirmarse en el ámbito de la
pragmática, puesto que desde allí se trazan distinciones, se describe, categoriza, analiza y confeccionan
los métodos de tratamiento terapéutico.

Desde una visión ecosistemica, como ya mencionamos, la causalidad no existe –cada hecho este
ligado en una cadena causal contribuyente a un equilibrio ecológico- y es factible entonces encontrar un
porqué circular al auge de ciertas patologías. No es casualidad, por ejemplo, qe la represión social de la
mujer, principalmente en la esfera sexual, haya tenido su contrapartida en la histeria. Como tampoco es
casual que el tirmo maniaco con que se vive en la sociedad actual traiga como emergente a depresión, o
los ataques de pánico y fobias, como un intento de freno frente a dicho ritmo, o que las tentativas de
sobrevivir en este mundo produzcan cantidad de manejos psicopáticos en las relaciones. Es posible que
esto nos acerque más a una visión social y ecosistemica del panorama de los trastornos mentales.

La historia muestra las posturas más disímiles, desde la psiquiatra organicista más ortodoxa, cuyo
objetivo en sí mismo es diagnosticar de acuerdo con los parámetros científicos vigentes, para aplicar la
medicación que corresponde, hasta las posiciones contraculturales, más acérrimas de los 60, como al
antipsiquiatría, que postulan extremadamente que la enfermedad mental no existe. Sin situarnos en
ninguna de estas posiciones, si en términos de epistemología, el acto perceptivo conlleva el trazado de
distinciones, y descripciones que las acentúan, el diagnostico psiquiátrico o psicológico es la orden explicita
de demarcación de dicha distinción, que se establece con la finalidad de categorizar síntomas y signos
que, aunados, conforman un cuadro nosológico determinado.

Los procesos de distinción y descripción, en el plano terapéutico poseen una gran relatividad:
¿Cuáles son los datos de la realidad que son captados por el terapeuta para efectuar un diagnostico? Esta
captación dependerá, en forma arbitraria, de las clasificaciones y teorizaciones preestablecidas, que
llevarán a construir las hipótesis que calzarán con el hecho observable. Esta acomodación entonces
dependerá, recursivamente, de la distinción que trace el observador impregnado por el saber científico (o
sea, sus hipótesis preestructuradas). El hecho de acomoda a la descripción que marca la teoría y, a su
vez, es la teoría la que da estructura al hecho.

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Desde esta perspectiva el diagnostico psiquiátrico o psicológico es la explicitación del trazado de
distinciones, es el libreto que indica las pautas de demarcación de diferencias y cuáles son los recortes
que deben realizarse en la observación del hecho para luego categorizar. Pero es esta misma
categorización la que pauta la observación. Con lo cual retornamos al punto de inicio.

El profesional posee un marco de referencia teórico, un modelo de conocer que impregna su


observación en el seno terapéutico. Por así decirlo, al lado de esta epistemología explícita que deviene del
modelo teórico, se encuentra su epistemología natural y espontánea construida a lo largo de su
experienciar (es más, desde ésta se elige el modelo teórico). Desde este doble modelo traza las
distinciones que lo llevan a poner énfasis en ciertas partes de hecho observable, con lo cual, en esta
dinámica puntúa lo que su epistemología le permite ver. De esta manera se construye el hecho observable,
se lo describe, se categoriza, y se labra una hipótesis del qué, para qué y por qué sucede, avalada por el
sostén de su teoría. Volvemos así, en forma recursiva, al comienzo del proceso.

MODELO EPISTEMOLÓGICO

CAPTACIÓN CONFECCIÓN DE HIPÓTESIS

DISTINCIÓN CONSTRUCCIÓN DEL HECHO

DESCRIPCIÓN

Pero este es un proceso peligroso, porque dichas categorías son, por ejemplo, las clasificaciones
de diagnóstico que describen signos y síntomas que se aúnan en un rotulo psicopatológico. Es
importante remarcar cómo este saber que moldea el conocer no es implícito, sino que constituye la
explicitación de cómo debe construirse, el distinguir y el describir al objeto de estudio y de ahí etiquetar
de acuerdo con los parámetros de dicha explicitación.

A través de los cuadros diagnósticos, se trata de ajustar con la teoría, en la mayor medida de lo
posible, las características de personalidad de un sujeto, tratándolas de hacer coincidir con el esquema
conceptual que describe a la patología. La lupa con que se observan estos rasgos del paciente supone
una visión psicopatológica que involucra al ojo del profesional técnico, que confirma y reafirma en la
pragmática el subjetivismo de su afirmación diagnóstica a pesar de que se erige en nombre de la
objetividad.

Una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y es determinante de sus propios efectos.
David Rosenhan (1977) señala que cuando se ha clasificado a un paciente como esquizofrénico, la
expectativa es que siga siendo esquizofrénico. Después de que haya transcurrido un cierto periodo sin que
haya efectuado ningún hecho esperable de acuerdo a su patología, se cree que está en remisión y se
efectúa el alta: “Pero la clasificación lo persigue más allá de los muros de la clínica y con la expectativa
tácita de que volverá a comportarse como esquizofrénico.

De la misma forma, puede crearse una patología partiendo del rotulo diagnóstico. O sea, si se trata
a alguien como si fuese un esquizofrénico, se interaccionará creando respuestas en la persona que
confirmen nuestras hipótesis a priori. Cualquier acto, por normal que pudiese ser (aunque es dificultoso

57
que se pueda tener una conducta normal cuando una de las partes interacciona como si uno fuese loco),
será interpretado bajo la lente patológica.

La evaluación diagnostica, certificada por los técnicos en salud mental, tiene un radio de influencia
sobre el paciente y el circulo afectivo más cercano, como vecinos, amigos, parientes, etc., invadiendo y
generando en el grupo y en él mismo, un tránsito que marca el destino y la confirmación del diagnóstico,
constituyendo una profecía que se autocumple, para de esta manera, adaptarse a esta construcción de
una realidad interpersonal. Estas rotulaciones, que confeccionan realidades absolutas, no se reducen al
ámbito profesional en que se desarrollan, sino que en muchas ocasiones alcanzan una repercusión social:
la población utiliza confusamente ciertos términos que llevan a incrementar la sintomatología que se
padece. Es el caso de la depresión o el pánico. Son numerosas las oportunidades en que se pone la
etiqueta de depresivo, a partir de sensaciones como tristeza, abulia o angustia. La distinción de estas
emociones se categoriza como depresión y se inserta en el lenguaje no como estoy triste o estoy
angustiado, sino como estoy depresivo, con toda la connotación caótica que posee este concepto.

Pero esta patología, además de los rasgos mencionados, posee otros signos que la conforman,
como apatía, abulia, desgano, inapetencia sexual, estrechez del futuro, de los proyectos, de las relaciones
sociales, inafectividad, etc., hasta llegar a elementos melancólicos y con tentativas de suicidio, o sea:
¿dónde está la depresión en estos pacientes, si tan solo aparece un síntoma de los tantos que componen
esta categoría? Este es uno de los errores que no solamente involucran a la gente en general, sino a los
mismos profesionales.

La confusión entre clase y miembro parece ser la explicación más clara de acuerdo con la
diferencia de niveles lógicos. La categoría –el rotulo diagnostico- compete a un nivel lógico superior que
los signos y síntomas que lo componen. La equivocación radica en fusionar clase y miembro colocándolo
en un mismo nivel, homologando un signo con su categoría, sin tener en cuenta el resto. De aquí se
desprenden lujosas descripciones dormitivas que explican el síntoma por su categoría, como si conocer el
diagnostico determinase una evolución en el proceso de curación. La expresión “estoy depresivo” no solo
compete a la persona, sino al círculo afectivo cercano que reproduce el mismo término, “mi madre esta
depresiva… o mi esposo sufre de depresión”, reforzando así la atribución de sentido y construyendo una
realidad coherente con lo atribuido.

En principio, estos marcos semánticos revisten de una significación deplorable al síntoma de la


angustia, pero rápidamente se pasa al plano de la pragmática, en donde se desenvuelven interacciones
que confirmarán el rotulo colocado. Trátese a una persona triste como deprimida y se construirá la
depresión. Este círculo se reconfirmará con las soluciones intentadas fallidas que incrementarán la
sintomatología; esta retroalimentación negativa lleva a que inmediatamente se construya el resto de los
síntomas que completan el cuadro.

El problema se acrecienta cuando el profesional distingue y categoriza de la misma manera y no


solo construye el problema, sino que pasa a formar parte de los fallidos intentos por solucionarlo. Por ende,
el rotulo diagnóstico es limitativo en la relación, pero este efecto no solamente se remite a la esfera
terapéutica, sino también al cartel que el medio social cuelga a uno de sus integrantes. El grupo coloca la
etiqueta a uno de sus miembros, ya sea por la estereotipación de alguna conducta o característica de
personalidad, etc., y el destinario deberá asumir la función asignada en contrapartida de la demanda. Si
este se toma cierta licencia temporal el entorno de encargará de recordarle el rol asignado obligándolo a
volver a él (además él se encargará de cumplirlo, no permitiendo que los demás varíen la óptica acerca de
él).

Por otra parte, es el rotulo el que impide el reconocimiento y conexión con otras partes del sujeto,
reduciendo la relación tan sólo a un aspecto. Por ejemplo, el que es visto como divertido y bromista en un
grupo, está obligado a desarrollar dicha función y no se le permitirá, por así decirlo, que deje de animar las
reuniones, es más, un sesgo de tristeza podría ser visto como una gran depresión, a partir de la

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comparación (y la distinción concomitante) con el humor exaltado que siempre se le atribuye. Esta posición
otorga ciertos beneficios, como un lugar de poder, liderazgo, goce narcisista, etc., beneficios que
sostienen, aunque sea parcialmente, la función asignada por el grupo.

De este acople complementario –sostenedores (el grupo) y sostenedor (la persona)-, surge la
estereotipación de una función, que adquiere rigidez en el sistema, y allí está la trampa: cualquier
corrimiento de la función delimitada genera rechazo en el círculo social, o por lo menos no encontrando
las respuestas esperadas. El síndrome de la mujer ambulancia o del bombero voluntario son las
características de los grandes ayudadores, que se rodean de un grupo de dependientes, carentes de
afecto, necesitados de protección, etc. Esta unidireccionalidad de la ayuda provoca que cualquier
movimiento que implique un paso al costado de la función amenace la homeostasis del sistema, y el medio
reclame el retorno del rol asignado. Estas demandas se realizan, por artimañas explícitas (en el mejor de
los casos) o implícitas (como artimañas culpógenas, extorciones, reclamos, etc.) No obstante, este
corrimiento a veces se acompaña de incoherencias entre lo que se propone y lo que se hace, o sea, si la
propuesta es salir de dicha función, esta debe ser coherente con las acciones. La resistencia que ejerce
el sistema a romper esta articulación es poderosa: no es solamente el grupo el que se resiste a abandonar
el encasillamiento, sino que es la misma persona la que sigue perpetuando su mecanismo de acciones,
impidiendo el cambio de la dinámica y resistiendo la salida de la trampa que implica el rotulo.

En el plano de la actitud del terapeuta con respecto al diagnóstico, el artículo Acerca de estar sano
en un medio enfermo, de David Rosenhan (1977), es un ejemplo claro sobre cómo el diagnóstico impregna
la lente del profesional, llevándolo a observar y patologizar el objeto de estudio. Destaca que la imagen de
las condiciones de vida de un paciente es conformada de acuerdo con el diagnóstico, cuando en realidad
el diagnóstico debe ser construido a partir de las características de la vida de la persona.

En su investigación, realiza una experiencia con 8 pseudopacienes que fueron internados (12
internaciones) en distintas clínicas de Estados Unidos. La mención de escuchar voces fue el único síntoma
que se inventó en los datos de la historia de cada uno y sirvió de entrada en la institución. El grupo de
pseudopacientes se caracterizó por la diversidad de ocupaciones de cada uno de los integrantes. Estaba
compuesto por un ama de casa, un pediatra, un psiquiatra, tres psicólogos, un estudiante de psicología y
un pintor; tres de ellos eran mujeres y los otros cinco hombres. Todos usaron pseudónimos, y aquellos que
trabajaban en salud mental, falsearon su profesión, sin alterar en absoluto la historia de sus vidas,
consiguiendo ser admitidos por medios subrepticios en doce clínicas diferentes.

El trabajo describe los diagnósticos respectivos y detalla las distintas experiencias de los
pseudopacientes en las instituciones psiquiátricas. Es interesante cómo describe el autor las diversas
actitudes con las cuales se encontraron las distintas personas durante la internación: fue notable el
convencimiento de los profesionales acerca del diagnóstico de estos pacientes, como se muestra en
algunas entrevistas, en donde los informes señalaban actitudes que pueden ser consideradas como
normales en el ciclo vital, y que, bajo la lupa del diagnosticado, fueron tildadas como patológicas.
Paradójicamente, los que dudaron de que estas personas estuviesen realmente enfermas fueron los
mismos pacientes internados, que frente a las notas que transcribían los pseudopacientes del relato de la
experiencia, explicitaban su duda: “tú no eres paciente…, debes ser periodista…”.

A pesar de la evidencia de la salud mental de cada uno de los integrantes, ninguno fue descubierto,
y las internaciones duraron entre 7 y 52 días con un promedio de 19 días, tiempo suficiente para realizar
una correcta evaluación, de lo que se deduce que estos pacientes no fueron observados con especial
atención. El resultado de la experiencia fue que 11 de las 12 admisiones respondieron a un diagnóstico de
esquizofrenia en remisión salvo uno cuyo diagnóstico fue de esquizofrenia (la calificación de en remisión
responde a una formalidad en función del alta) el restante, con síntomas idénticos, fue tildado con un
diagnóstico de psicosis maniacodepresiva.

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En el ejemplo siguiente, podemos apreciar cómo los elementos preconceptuales diagnósticos
impregnan la interpretación de los datos obtenidos en una entrevista:

“Durante su infancia tuvo una relación cercana con su madre, mientras que sus relaciones con el padre
eran bastante distantes. Durante su juventud y en años posteriores, su padre se convirtió en amigo
entrañable, y la relación con su madre, en cambio, se enfrió. Su relación actual con su esposa era, en
general, cercana y cálida. Salvo excepcionales discusiones, los roces eran mínimos. Los niños eran
castigados esporádicamente” (Rosenhan, 1977).

Este relato bien puede ser una historia común, que no posee indicios psicopatológicos; no
obstante, los datos obtenidos a partir del mismo refirieron a una acomodación en función del diagnóstico
y a un contexto de patología mental. Lo que se transcribe a continuación procede del resumen de la
descripción del caso mencionado, que fue redactada después de dar de alta al paciente:

“Este paciente de 39 años (…) tiene antecedentes amplios de una fuerte ambivalencia en sus
relaciones cercanas, desde su niñez. La cálida relación con su madre se enfrió luego, durante su juventud.
Una relación más bien distante con su padre se describe como crecientemente intensa. Falta estabilidad
afectiva. Sus intentos por dominar su irritabilidad frente a la esposa y los hijos se ven interrumpidos por
arrebatos de ira, y en el caso de los niños, por castigos. Si bien manifiesta tener varios buenos amigos, se
siente que también en este sentido subyace considerables ambivalencias (…)” (Rosenhan, 1977).

Todas estas características fueron articuladas con la finalidad de llegar al diagnóstico de una
reacción esquizofrénica.

Seguramente, las ambivalencias descritas no distan de las ambivalencias que posee todo ser
humano; cobran significación en tanto y en cuanto son inducidas a entrar en la constelación de la patología.
Y si bien es cierto que la relación del pseudopaciente con sus padres fue cambiando con el tiempo, todo
vínculo sufre modificaciones, hasta por el mismo ciclo evolutivo. La calificación de ambivalencia e
inestabilidad afectiva –atribuciones del observador- confirmaron el supuesto del diagnóstico. La
construcción tendenciosa a partir de parámetros de visión psicopatológica obstaculiza la posibilidad de
realizar una correcta evaluación e interpretación de los rasgos de carácter del paciente.

La utilización incorrecta del diagnóstico implica perder de vista la característica humana del paciente,
para entrar en un planteamiento cosificador en donde la identidad del sujeto pasa a ser permutada
por el rótulo psicopatológico.

Esta experiencia nos demuestra cómo pueden ser interpretadas bajo la lente psicopatológica,
conductas que bajo otro contexto son evaluadas como normales, pero el libreto del diagnóstico obliga al
trazado de distinciones que llegan a construir realidades que confirman, así, esas hipótesis a priori. Tal
vez, el problema radique en crear la necesidad de un diagnóstico, y creer que sin él no es posible trabajar
terapéuticamente, como si las hipótesis que puedan construirse en el análisis de un caso obligatoriamente
deben conducir al establecimiento de un rótulo. Esto coloca sobre el tapete cuestiones diagnósticas ene l
ámbito sistémico que de por sí son mucho más complejas de las que se pueden construir en los
tratamientos tradicionales. Los diagnósticos clásicos dirigen su mirada al sujeto individual, mientras que
desde la óptica sistémica se observa la dinámica de las interacciones, haciendo más difícil –dada la
complejidad de la comunicación- clasificar una tipología. Tan complejo como lo demuestra G. Bateson en
su cuadro análisis epistemológico: en la medida que se asciende en grados de complejidad comunicacional
resulta más difícil categorizar. Para una acción simple, deviene con sencillez el rótulo, pero todavía en
términos de interacción, la clasificación de simetría y complementariedad parece satisfacer las definiciones
de un diagnóstico interaccional. Se adquiere un tenor de dificultad cuando entramos en la coreografía, en

60
donde son escasas las posibilidades de tipologizar, dada la complejidad e infinitud de signos que provee
la comunicación.

También cabría preguntarse ¿para qué?, ¿cuál sería el objetivo de diagnosticar desde la
perspectiva?, ¿el rótulo sistémico ayudaría a mejorar los tratamientos?, ¿podría consistir en una guía que
orientase al profesional en el diseño de una estrategia? Algunos autores, como Juan Linares en su libro
Identidad

y narrativa (1996), han creado un diagnóstico sistémico, investigando a través de las combinaciones de
los grados de parentalidad armonio-sa y disarmónica, y los niveles de conyugalidad funcional o
disfuncional. Si bien principalmente centra sus estudios en las diferencias de los pacientes depresivos y
los distímicos, y los juegos interaccionales en el ámbito de la pareja y familia, utiliza los baremos de
conyugalidad y parentalidad, combinando ambos desarrollos, extendiéndolo a otras patologías, como la
psicosis, neurosis o psicopatías. Por otra parte, Giorgio Nardone en Paura, Fobie (Miedo, pánico, fobias,
Herder 1977, en esta misma selección), toma la base del DSM III, describiendo, desde los ataques de
pánico, hasta los síndromes obsesivos y fóbicos, pero capitalizando dichas distinciones para estructurar
un modelo de trabajo terapéutico específico, bajo el soporte de la línea de Terapia breve del MRI de Palo
Alto. O sea, que el cuadro nosológico le proporciona las herramientas para construir un tratamiento paso
por paso, con estrategias y técnicas prefijadas.

Como contrapartida, podría señalarse que la explicitación del trazado de una distinción por medio
de una nosografía pauta la mirada del observador, restringiéndolo a un estrecho mapa, y cercenando la
posibilidad de un margen más amplio de perspectiva. Pero más allá de este punto de vista, posiblemente
el problema no se centre en el diagnóstico propiamente dicho, sino en su implementación:

 Si el diagnóstico sirve para etiquetar a un paciente y encerrarlo en un manicomio, o señalarlo como


el loco de la familia, resulta ser una aplicación dormitiva y estigmatizante
 Si sirve para bajar las ansiedades del profesional, creyendo que conocer el rótulo ya le otorga la
solución a la problemática del paciente, también resulta un efecto dormitivo.
 Un uso equivocado del diagnóstico consistiría en explicitarle el rótulo al paciente (aunque podría
utilizarse como parte de una estrategia), logrando enquistar aún más la sintomatología, y más
cuando los pacientes traen su propio rótulo, colgado por otros profesionales, amigos, parientes,
etc., llevando como resultado sendas profecías autocumplidoras, construyendo y confirmando el
título atribuido, como un paciente obediente.

Posiblemente, la correcta utilización del diagnóstico clínico responde a la condición de:

 Orientador para el profesional, con miras al diseño de la estrategia de tratamiento adecuada, para
arribar a una rápida y efectiva solución.
 El diagnóstico como guía de un proceso y no como encasillamiento, ya que, en este sentido, abre
caminos y no se encierra en sí mismo.
 A la vez, sirve en función de la interconsulta para abreviar las descripciones de una derivación,
siempre y cuando el profesional al cual se deriva no se sobreinvolucre en la mirada del derivador
y limite su propia construcción en la interacción con el futuro paciente.

Por lo tanto, la finalidad del diagnóstico no debe quedar en la acción de diagnosticar en sí misma,
desde este aspecto es limitante y coartador del trazado de distinciones alternativas, convocando a
entrampar al profesional y al paciente en un círculo cerrado, del cual resulta difícil escapar. El
diagnóstico como apertura es la vía de entrada para la planificación de un tratamiento terapéutico
eficaz, que lleve a destruir el estigma y no a construir una realidad que lo confirme.

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LAS DOS REALIDADES (P.W Y M.R.C)

Inevitablemente la acción de trazar distinciones y las descripciones consecuentes constituirá una


secuencia de hechos, cuyas posibilidades de puntuación son infinitas, creando a su vez diferentes
realidades. La circularidad autorreferencial de los juicios que aseveran verdades se pone en juego
tanto en la vida cotidiana como en la investigación científica, haciendo necesario el conocimiento de
la epistemología del observador.

“…una descripción (del universo) implica a quien lo describe (observador). Aquello que nos sirve
ahora es la descripción del descriptor o, en otras palabras, tenemos la necesidad de una teoría del
observador. Desde el momento que sólo los organismos vivientes pueden calificarse como
observadores, parece evidente que esta tarea involucra al biólogo. Pero él mismo es un ser viviente,
lo que significa que su teoría, no sólo debe dar cuenta de sí mismo, sino describir dicha teoría. Esta
es una situación nueva en el discurso científico, porque, de acuerdo con el punto de vista tradicional
que separa al observador de la observación, deberá sere vitada cada referencia a este argumento.
Esta separación no fue efectuada por excentricidad o locura, sino porque en ciertas circunstancias la
inclusión del observador en sus descripciones puede conducir a paradojas, como en la frase “yo soy
un mentiroso” (Heinz Foerster, 1974).

Paul Watzlawick (1988), en función de este planteamiento, señala que nuestros órganos de los
sentidos nos proporcionan una imagen de la realidad que es factible comprar con aquella percibida
por otras personas, para describir sorpresivamente que son idénticas. Esta realidad es la que llamamos
realidad de primer orden, que, bajo la aparente simplicidad de concordancia de perspectivas, la
posibilidad de percibirla es producto de procesos neurofisiológicos muy complejos. Es esta realidad la
que nos indica que el cielo es azul, que generalmente la copa de los árboles es verde, que es de noche
o es de día, que una silla sirve para sentarse, o un cuchillo para cortar (aunque frente a la falta de
herramientas ¡se utilice como destornillador!). En principio, todos compartimos estas percepciones,
pero frecuentemente no nos detenemos en el interior del dominio de esta realidad, casi inevitablemente
le asignamos un determinado valor, le atribuimos un significado. ¿Quién será capaz de tener una
epistemología tan aséptica que no involucre marcos semánticos?; pero más allá de esta utopía, ¿quién
podrá afirmar que lo que ve es absolutamente lo que es?, ¿cómo?, si somos portadores de una historia
experiencial que nos lleva a construir significados acerca de las cosas.

Del producto de esta atribución de sentido surge lo que se da en llamar realidad de segundo orden,
realidad que siempre es el resultado de un acto constructivo, de la ecforiación del valor de nuestro
sistema de creencias. Es la que nos impide, por así decirlo, captar en forma pura sin hacer inferencias
de categorizaciones, la que transforma al acto de conocimiento en subjetivo, la que, al ser
autorreferencial, relativiza y particulariza nuestro producto de la observación.

Epíteto ya diferenciaba estas dos realidades y sentenciaba “no son las cosas que nos
preocupan sino las opiniones que tenemos de éstas”, y estas opiniones son las construcciones
semánticas de cada sujeto que generan atribuciones de significado a los objetos.

De esta manera, se provocan los problemas humanos: las atribuciones de significado que le
otorgamos a ciertos acontecimientos generan dos niveles de complicación; la dificultad y el problema.
El problema podría ser definido como una atribución de significado a una dificultad (que a su vez podría
ser una atribución semántica a una situación determinada), que llevaría a bloquear el crecimiento de
una persona.

En la vida en general aparecen situaciones que, como realidad de primer orden, pueden producir
alteraciones en el libre curso de nuestra evolución. Son estos acontecimientos los que pueden
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presentarse como dificultades a resolver: por ejemplo, un huracán en Miami es un suceso que se
transformará en problema, dificultad o algo sin relevancia, como mera noticia, de acuerdo al punto del
planeta donde se resida. Una dificultad es factible de superar, la constitución de la dificultad en
problema, con sus consecuentes intentos de solución fallidos, obstaculiza la posibilidad de avance.

Un pequeño experimento revela en forma simple la diferenciación de las dos realidades

1. Tómese 5 segundos y trate de dibujar una mesa.


2. Ahora imagínese cómo es esa mesa y pregúntese para qué sirve.

Seguramente el dibujo que realizó responde al tradicional diseño del cuadrado con cuatro patas.
Como realidad de primer orden, corresponde al diseño convencional que todos compartimos.
Supongamos que la respuesta a la segunda propuesta fue que “era de cristal, base de hierro y de
forma redonda, sirve para estudiar y comer”; esta atribución de significado es lo que llamamos realidad
de segundo orden. Dicha formulación de segundo orden está conformada por una serie de significados
que corresponden a normas, pautas, escala de valores, creencias internalizadas, etc., que constituyen
nuestro mapa, en las sucesivas percepciones del mundo. Por lo tanto, por cada nueva estimulación, a
través de referentes externos, la abstracción reflexiva conformará, desconformará, o adecuará,
determinados clichés, resultantes del acto experiencial, que llevarán a ampliar o conservar el perímetro
de nuestra estructura conceptual.

En la conceptualización más extrema, el Constructivismo Radical señala que es factible conocer


la verdadera realidad, solamente allí, en el momento cuando experienciamos que algo no es como lo
suponíamos.

“El saber es construido por el organismo viviente para ordenar en la medida de lo posible el flujo
de la experiencia, que es de por sí amorfo en experiencias repetibles y en relaciones relativamente
organizadas entre sí. La posibilidad de construir tal orden siempre será determinada por los pasos
preceentes en la construcción. Esto significa que el mundo real se manifiesta exclusivamente en donde
nuestras construcciones fallan. Si todavía podemos cada vez explicar o describir la falla solamente
con aquellos conceptos que hemos utilizado para la construcción de la estructura fallida, este proceso
no podrá nunca formar una imagen del mundo que podremos hacer responsable de la falla. Una vez
que se ha comprendido esto resultará obvio que el Constructivismo radical no puede ser interpretado
como reproducción o descripción de una realidad absoluta, pero sí como un modelo de conocimiento
posible en seres cognitivos que están en grado de construir, sobre la base de la propia experiencia,
un mundo más o menos ordenado” (Glasersfeld, 1988).

Watzlawick (1988), en la introducción a la Realidad inventada, expresa el citado pensamiento a


través del siguiente relato: un capitán en una noche oscura y tormentosa debía navegar por un canal
que no estaba señalado en su hoja de ruta, sin la ayuda de un faro o de otros soportes de navegación
como por ejemplo una brújula. Las opciones que se presentan son dos: o terminará estrellándose
sobre los acantilados o podrá arribar sano y salvo al mar abierto, que se encuentra del otro lado del
estrecho. Si pierde la nace y la vida, su falla es la comprobación de que la ruta que eligió era la
equivocada, o sea, podría afirmarse que ha descubierto que ese pasaje no era (aunque no tuvo la
posibilidad de enterarse). La otra posibilidad es que supere el estrecho, lo que prueba, simplemente,
que ningún punto de su embarcación ha entrado en colisión con alguna parte del estrecho. Esto no
nos dice nada acerca de la seguridad de las aguas en que navegaba o cuán cercano estuvo del
desastre. Él lo atravesó como un ciego. La ruta elegida previamente se adaptó a una topografía
desconocida, calzó, pero eso no significa que corresponde, si tomamos el término corresponder en el
sentido que le da von Glasersfeld, o sea que la ruta corresponde a la configuración real del canal. No
debería ser difícil imaginar que la forma real del estrecho podría ofrecer una cantidad de pasajes más
breves y seguros. E síntesis, como afirma con Glasersfeld, el error o la equivocación es lo que nos
permite conocer la realidad: “donde o es, es”.

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La idea que remarca el líder del Constructivismo radial es la de encaje o calce (fit) más que de
correspondencia (march). Partiendo de la teoría de Darwin, el organismo tiene un comportamiento y
una forma física que encaja con el medio que le toca vivir: quien calza con el medio puede sobrevivir
al mismo. A esta relación de calce con el amiente, von Glasersfeld la llama viabilidad. En la esfera de
la antropología y la biología quedo demostrado que tanto la bipedestación del humano, como el
nacimiento del lenguaje, entre otros, fue producto del calce y la posterior adaptación a las imposiciones
del medio que se plantearon en los distintos periodos de la historia del mundo.

Trasladado al campo del conocimiento, todo nuevo pensamiento, para ser viable, deberá
adaptarse al esquema previo de estructuras conceptuales (como señalamos anteriormente) de tal
manera que no provoca contradicciones. La tradicional metáfora que lo ejemplifica es la de la
cerradura: sabemos que una llave es la que corresponde a la misma, pero muchos expertos ladrones
tienen ganzúas que calzan para poder abrirla. Creemos haber descubierto una realidad real (en
términos de objetividad), ya que descubrir implica suponer que existe una realidad ultima, hasta que
eventos externos superan nuestro control, contradicen nuestros parámetros que no son acordes a
nuestra visión del último y:

“…cuando esto sucede, nuestra construcción de la realidad cae a pedazos y entonces es posible
que tengamos que afrontar lo que los psiquiatras llamarían enfermedad mental o emocional, como
depresión, ansia, alucinaciones, ideas suicidas, etc.” (Watzlawick, 1989).

Algunas anécdotas pueden ser ejemplos de resultados caóticos que provocan las construcciones
de realidades del observador, que, de acuerdo a su sistema de creencias, se contraponen con la
construcción de su interlocutor, por medio de las derivaciones de algunos profesionales que conocía
con antelación a su viaje, comenzó a recibir algunas consultas. Uno de sus primeros pacientes era
una mujer que después de comentar una serie de problemas, hizo alusión a personajes que estaban
en su casa. Estos personajes eran gnomos, algunos categorizados como buenos, a los cuales, a
veces, les dejaba un trozo de chocolate, y algunos como gnomos malos, que la perturbaban

De acuerdo a su formación, esta psicóloga comenzó a pensar que estos comentarios eran
fabulaciones delirantes que respondían a la esfera de una personalidad psicótica, y se dijo: “¡Justo en
mi debut en Lima, empiezo con un caso difícil…!”. Después de unas cuantas sesiones en donde se
reiteraban en el discurso de la mujer estas figuras, recurrió, con la finalidad de supervisar su caso, a
un psiquiatra del lugar que gozaba de gran prestigio y experiencia. A esta altura, estaba segura de su
diagnóstico, confiando en su certeza. Deseaba, además, que este profesional medicara a la paciente,
puesto que era necesario, conjuntamente con el tratamiento psicoterapéutico, adjuntar la medicación,
con el objetivo de disminuir los síntomas de la psicosis. Quedo realmente perpleja cuando su
supervisor peruano esbozo una sonrisa acerca de su preocupación, comentándole que los gnomos
eran una creencia popular que la mayoría de la población sostenía.

Ella, como portavoz de una cultura en donde no se involucran este tipo de mitos, rotulaba como
patológica (categorizaba, o sea, una atribución de segundo orden) una conducta que para dicho medio
era absolutamente normal. Evidentemente, de no haber sido responsable en su trabajo, no recurriendo
al apoyo de una supervisión, la psicoterapia podría haber tomado una dirección catastrófica, donde
cada palabra de la paciente hubiese resultado un indicio que confirma su construcción diagnostica.

Cuentan viejos enfermeros del norte de Italia que en una ocasión llego a su centro de salud mental
un paciente que no tenía antecedentes en el mundo de la psiquiatría. Estaba muy ansioso y alterado,
diciendo que hacía varios días que no podía dormir. Frente a la pregunta del equipo médico acerca de
qué era lo que le provocaba semejante insomnio, él respondió, “el elefante no me deja dormir, urla
toda la noche…, lo veo desde mi ventana, la cierro a pesar del calor, pero el sonido es muy fuerte…”.

Esta descripción, conjuntamente con su aspecto desesperado y tenso, fueron la prueba irrebatible
de los síntomas de delirio psicótico. Después de una larga charla, se le aplicó una inyección con un
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antipsicótico y se le receto una medicación del mismo género por vía oral. No fue considerado e tal
gravedad como para dejarlo temporalmente internado, así que regreso a su casa. A los tres días volvió
más perturbado aun, se mostraba hiper ansioso y torpe, su discurso presentaba signos de gran
aceleración y reiteraba que ya no podía tolerar más al elefante, que el rumor que emitía se le había
convertido en una obsesión y que lo seguía a todas partes de la casa. Nuevamente el grupo ratifico su
diagnóstico, le aplico una inyección más potente que la anterior, y lo dejo internado durante un parte
de días, en los que el paciente reposo tranquilo, durmiendo toda la noche, sin mostrar signos de
ofuscación.

Regreso a su casa con una evidente mejoría, descansado, relajado y actitud muy agradecida. En
días posteriores fue visitado por un enfermero y un médico del equipo. En este primer encuentro, los
profesionales lo encontraron nuevamente con su sintomatología fumando desaforadamente,
realizando movimientos bruscos y rápidos, y soltando palabrotas hacia el elefante, por lo que le
comentaron: “Sus rasgos psicóticos se están cronificando, se deberá cambiar la medicación”. Uno de
ellos decidió tomar la estrategia inversa a la que el equipo había utilizado, y en lugar de contrariarle
señalando que esa no era la realidad y que era todo producto de su imaginación, e pregunto muy
interesado donde estaba el elefante que lo fastidiaba tanto. El paciente lo tomo de la mano y lo llevo
aceleradamente hacia el otro extremo de la casa, donde se encontraba un gran parque que era el
fondo de la casa vecina, para ver que además de variadas especies vegetales, pájaros exiticos y otros
animales, había un elefante pequeño que paseaba orondo de extremo a extremo del terreno, y urlaba
por cierto.

El vecino era un excéntrico apasionado por la fauna y la flora, y coleccionaba raras especias de
ambas. El elefante lo había adquirido poco tiempo atrás y se encontraba en fase de adaptación, de allí
que llorase, toda la noche. El medico quedó petrificado frente a tal descubrimiento. Es indudable que
el ojo constructor partía de un supuesto psicopatológico y sus consecuentes atribuciones, en el que
cualquier signo que mostrase el paciente, como la aceleración, perturbación, ansiedad, etc., se
constituía en los callejones sin salida que entrampaban tanto al equipo médico como a la persona
confeccionando profesías autocumplidoras.

Desde esta óptica, ya no puede afirmarse el dicho popular que dice: “En el país de los ciegos el
tuerto es rey”, puesto que es leído desde una construcción que valida un patrón en el cual se valoriza
la vista, mostrando el sistema de creencias de la persona que la expresa, y polarizando qué considera
normal y qué minusválido, desde su propio mapa.

Pero, ¿Quién dijo que los ciegos responderían al mismo tipo de baremo?:en las creencias y valores
de un país de ciegos, la visión tal vez no sobre relevancia, y si lo normal se confecciona a través de lo
estadístico, si la mayoría son no videntes, la ceguera sería normal; por lo tanto, ¿por qué el tuerto seria
rey, si estaría dentro del grupo de los anormales? Entonces, la formulación correcta seria: “En el país
de los ciegos tal vez el tuerto sea considerado loco”.

Un ejemplo simula es descrito en la literatura sufí, Cuando las aguas fueron cambiadas, cuyo
supuesto autor es Dhun-Nun (869): en cierta ocasión un maestro dirigió una advertencia al género
humano: “[…] todas las aguas del mundo que no hayan sido especialmente guardadas,
desaparecerán. Ellas serán renovadas con diferente agua, la que enloquecerá a los hombres.

Solamente un hombre escuchó la advertencia y almacenó el agua. Cuando los ríos, torrentes y
pozos se secaron, el hombre bebió de su agua guardada, hasta que as aguas comenzaron a correr
nuevamente. Se entremezclo con otros y descubrió que hablaban de manera diferente, además de
haber perdido la memoria. “Cuando traro de hablarles, se dio cuenta que ellos pensaban que él estaba
loco, mostrando hostilidad o compasión, en lugar de comprensión. Al principio no bebió del agua
renovada, sino que regresó a su refugio para procurarse su provisión de todos los días. Pero,
finalmente, romo la decisión de beber la nueva agua porque no pudo soportar la tristeza de su

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aislamiento, comportándose y pensando de una manera diferente del resto del mundo. Bebió de la
nueva agua y se volvió como los demás. Entonces olvido completamente todo lo referente al agua
especial que tenía almacenada, y sus semejantes comenzaron a mirarle como a un loco que había
sido milagrosamente restituido a la cordura” (Idríes Shah, 1967).

Decir que vivimos en un mundo de realidades de primer orden es guarecerse en la seguridad


utópica de la objetividad. Entender que investimos los hechos de atribuciones propias, navegando en
la incertidumbre y lo subjetivo resulta más atrevido, pero convoca al respeto por las particularidades
de nuestro propio mapa, así como al de nuestro interlocutor.

LENGUAJE Y MUNDOS INVENTADOS

Cuando hacemos referencia a las atribuciones de sentido y a las formaciones de significado que
constituyen la realidad de segundo orden, es viable pensar a través de qué instrumento logramos
manifestar dicha realidad, y es allí donde entramos en el terreno del lenguaje. Ferdinand de Saussure
refiere que el signo lingüístico no une una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica.
Este último término puede resultar un poco reduccionista, puesto que al lado de la representación de los
sonidos está el de su articulación, o representación natural de la palabra, al margen de toda realización
por el habla.

“… no es el sonido material, cosa puramente física, sino la psíquica de ese sonido, la


representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa representación es sensorial, y si
se nos ocurre llamarla material es sólo en este sentido y por oposición al otro término de la asociación, el
concepto, generalmente más abstracto” (F. Saussure, 1985).

El autor señala que el carácter físico de las imágenes acústicas aparece claramente cuando
observamos nuestro lenguaje: sin utilizar nuestro aparato de fonación, o nuestra lengua, cuerdas vocales,
o labios, podemos contarnos una historia, cantar una canción o recitarnos un poema, mentalmente, o sea
que más allá de la palabra hablada, existe una imagen interior del discurso, la palabra sería el dispositivo
que acciona la representación mental.

El signo lingüístico, entonces, es una entidad psíquica conformada por dos estructuras que están
íntimamente relacionadas desde la circularidad, puesto que son indispensables una para la otra.

Concepto

Signo

Imagen Acústica

Pero la definición de signo, en general, no relaciona la combinación de ambas estructuras, sino


que en su uso corriente remite a la imagen acústica sola, como por ejemplo la palabra mesa, y se pasa
por alto que si mesa es considerado un signo lingüístico, es porque lleva en sí mismo el concepto
mesa.

“La ambigüedad desaparecerá si se designara a las tres nociones mediante nombres que se
impliquen recíprocamente al tiempo que se oponen. Nosotros proponemos conservar la palabra signo
para designar la totalidad, y reemplazar concepto e imagen acústica, respectivamente, por significado
y significante; estos últimos términos tienen la ventaja de señalar la oposición que les separa, bien
entre sí, bien de la totalidad de que forman parte. En cuanto a signo, si nos contentamos con este
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término es porque, al no sugerirnos la lengua usual ningún otro, no sabemos por cuál reemplazarlo”
(F. Saussure, 1985).

El significante sería la resonancia interior de la articulación de la palabra que inmediatamente


contacta con el significado, que es el concepto o representación mental con que el convenio lingüístico
de un idioma determinado, lo asocia. Recursivamente, una parte no funciona sin la otra. Desde esta
perspectiva de análisis nos referimos a los engramas cliché de un acuerdo sociocultural, estamos
hablando acerca de una realidad de primer orden, ¿qué hay entonces, sobre las significaciones
particulares y las atribuciones de sentido con que el observador reviste cada término?

Así entramos en el mundo de la semántica: cada signo lingüístico (conformado por un significante
y significado) conlleva, en otro nivel lógico, una significación que es patrimonio de la persona que lo
expresa. Puede inducir, entonces, a una confusión en uso del término significado, puesto que en la
acepción de Saussure es tomado como el engrama asociado con la resonancia acústica, mientras
que, en esta perspectiva, es una atribución de sentido que compete al plano de la semántica; el
esquema sería el siguiente:

Semántica

Significado

Signo

Significante

Cuando nos introducimos en el mundo de la semántica, nos estamos refiriendo a una realidad de
segundo orden, con lo cual podemos afirmar que, si bien el código lingüístico (la convención de una
realidad de primer orden) nos posibilita comunicarnos y entendernos en términos de sintaxis, la diferencia
se produce en el ámbito de la significación (realidad de segundo orden), puesto que allí es donde impera
el universo de sentido que forma parte de la singularidad de la persona. Por lo tanto, entendimiento no es
homólogo a comprensión. Podemos entender lo que el otro nos dice porque hablamos su mismo lenguaje,
pero no siempre comprendemos la significación de qué nos quiere decir, puesto que comienzan a tallar
las atribuciones individuales. Esto sucede en forma clara, con términos muy amplios como, por ejemplo,
estoy bien o estoy mal; ¿qué se quiere decir con esto?, porque estar bien o mal para mí no implica la
misma condición de bienestar o malestar para el otro. El conocimiento de nuestro interlocutor posibilita la
entrada en su universo de creencias para poder reconocer qué nos está tratando de decir.

Retomando el ejercicio del dibujo frente al término mesa, en principio, poseemos un determinado
diseño mental que alude a su forma (imagen acústica y concepto). El segundo punto expresa el marco
semántico, el significado con que el término está impregnado. Ambas estructuras son impermeables,
puesto que todas las palabras están investidas por una significación que está determinada por la persona,
en tanto receptor o emisor. De ahí el juego de las dos realidades: significante y significado correspondería
a una realidad de primer orden, la realidad de la convención lingüística, y la significación, a la de segundo
orden, la de los marcos semánticos individuales. No obstante, por esta inseparabilidad frente a la irrupción
de la palabra, en este caso mesa y su representación mental tabla con cuatro patas, se ve investida por el
sentido particular asignado. Esta atribución semántica va superpuesta con la imagen mental que nos
resulta familiar y cercana (engrama), que es la efectora de significación.

Isomórficamente este suceso se produce en el acto de conocimiento, en la observación será muy


difícil recrear la realidad de primer orden en forma aséptica, sin imprimirle las significaciones que nuestras
construcciones de sentido le atribuyen, transformándola en realidad subjetiva. Así, una realidad se
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construye y es el sujeto quien queda atrapado en esa imagen, encerrado en sus propios significados, de
los cuales el lenguaje es una de sus manifestaciones.

H. von Foerster plantea algunas cuestiones con respecto al lenguaje. En principio, una confusión
que lleva a suponer que el lenguaje es denotativo. O sea, siguiendo con el ejemplo anterior, se dice mesa
para denotar el objeto mesa. Pero fueron un objeto de estudio de los psicolingüistas las propiedades
connotativas del lenguaje: cuando se nombra un objeto, no se refiere ni indica un objeto determinado, sino
que se evoca e cada uno de nosotros el concepto, tomando en cuenta que compartimos el mismo código
sociocultural. Como señalamos en párrafos anteriores, el estímulo del término evoca las imágenes y
significaciones, patrimonios únicos del sujeto, o sea compartimos únicamente la concordancia de la
realidad de primer orden y eventualmente ciertas significaciones (como conceptos de segundo orden).

El mismo autor (1994) describe un ejemplo de Margared Mead que narra una anécdota divertida,
ilustrando en forma clara este punto:

“[…] en el curso de una de sus investigaciones sobre el lenguaje de una población aborigen, trató
de aprender este lenguaje a través de un procedimiento denotativo. Señalaba un objeto y pedía que le
pronunciaran el nombre; luego otro objeto y así sucesivamente; pero en todos los casos recibió la misma
respuesta: Chemombo Todo era Chemombo. Pensó para sí: ¡Por Dios, qué lenguaje terriblemente
aburrido!, ¡todo lo designan con la misma palabra! Finalmente, después de un tiempo, logró averiguar el
significado de Chemombo, que quería decir… ¡señalar con el dedo! Como se ve, hay notables dificultades
aun en la mera utilización del lenguaje denotativo”.

La otra cuestión, a la que se refiere H. von Foerster, es la posibilidad de sustantivar, o sea, la


transformación de un verbo en sustantivo, aludiendo que muchas de las dificultades para la comprensión
se deben a que constantemente tratamos como objetos lo que en realidad son procesos. La sustantivación,
son frecuencia, suele colocarse en los análisis y genera confusión, puesto que resulta difícil captar la
esencia de un proceso cuando es tomado como cosa.

Por otra parte, una distinción importante es la que diferencia lenguaje y comunicación. Esta última
se refiere a una noción más amplia, en donde entre los seres humanos hasta la de los animales. El lenguaje
sería un modo específico de la interacción, que posee, siguiendo a von Foerster, dos aspectos: el funcional
–como intercambio social- y otro que tiene que ver con el lenguaje propiamente dicho (que tratamos al
comienzo), que es el campo de estudio de los lingüistas, basado en sintaxis, semántica, gramática, etc.

Un rasgo característico del lenguaje, como sistema de comunicación, es la posibilidad de hacer


referencia a sí mismo; en el lenguaje es donde uno puede referirse al lenguaje.

“Existe la palabra lenguaje y la palabra palabra, éstas son nociones de segundo orden, aparecen
en el momento en que se incluye en el proceso reflexivo el propio proceso, allí tenemos una nueva lógica
no aristotélica por en la lógica aristotélica uno siempre está afuera. Pero cuando se usa una lógica de
segundo orden, nos incluimos” (von Foerster, 1993).

Llevado al plano de la terapia tradicional, el lenguaje utilizado responde a la categoría de indicativo,


o sea, el lenguaje de la descripción, interpretación y explicación; es el lenguaje de la causalidad lineal
utilizado en la ciencia clásica. Paul Watzlawick (1992) señala que, casi entre líneas, Spencer Brown, en su
libro Las leyes de la forma, define el concepto de lenguaje imperativo:

“Puede ser provechoso en esta fase comprobar que la forma primaria de la comunicación
matemática no es la descripción sino la imposición. En este sentido se puede establecer una comparación
con las artes plásticas, como la cocina, en la que el gusto de un dulce, aunque indescriptible con palabras,
puede ser comunicado al lector en forma de un conjunto de instrucciones, que se denomina receta. La
música es una forma artística similar: el compositor no intenta ni tan siquiera describir el conjunto de
sonidos que tiene en su mente y menos aún el conjunto de sentimientos por su medio imaginados, sino

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que describe un conjunto de órdenes, que si el lector los pone en práctica, pueden conducir al lector mismo
a la reproducción de la experiencia original del compositor” (Watzlawick, 1992).

Este ejemplo aclara y cierra cuando hemos hecho referencia, desde otra perspectiva de análisis,
a las órdenes (lenguaje imperativo) que pautan distinciones. Spencer Brown discrimina este tipo de
lenguaje en el ámbito de la ciencia, o sea, de la misma manera los pasos del método científico son ordenes
que pautan la secuencia de un proceso. Su utilización, en la clínica sistémica del modelo de Palo Alto, se
desarrolla principalmente en las prescripciones de comportamiento, en donde se lleva a estructurar una
acción alternativa a la serie de acciones que sostienen el problema, logrando un efecto que desde el
lenguaje indicativo difícilmente se hubiese concretado.

Dicho modelo hereda esta clase de lenguaje de la labor hipterapéutica de Milton Erickson, que,
como hábil maestro del cambio, utilizaba una técnica que le resultaba infalible: “hablar el lenguaje del
cliente”. A través de esta estrategia, no sólo copiaba los tonos de voz, expresiones y muletillas verbales,
sino también todo lo que responde al lenguaje analógico: gestos, actitudes, posturas, etc., penetrando así
en el almacén de creencias del paciente, obteniendo los efectos de cambio buscados.

Erickson se caracterizó por el nivel de sutileza y precisión en los términos. Uno de sus ejemplos
más difundidos es el tratamiento de un hombre negro con problemas de violencia. Trabajó pocas sesiones
y en una, en particular, introdujo el término african Violet (la flor violeta africana) como permutación del
término african Violence (violencia africana); esta superposición, a partir de la similitud de las palabras,
conjuntamente con la habilidad de su retórica, lograba hipnóticamente cambiar los significados,
permutando violencia y agresión por algo bello y pasivo como una flor. En hipnoterapia, cuando el
terapeuta aprende a hablar el lenguaje del paciente, entiende su construcción de la realidad. No resulta un
simple calcado de formas, sino la comprensión del mapa del cual emergen sus atribuciones. De esta
manera, impartirá sugestiones y prescripciones, minimizando las resistencias y generando la efectividad
del cambio. Se confirma, entonces, el imperativo estético que promulga H. von Foerster: “si quieres ver
aprender a obrar”.

“Estoy convencido que el lenguaje imperativo adquirirá un papel central en el ámbito de la


estructura de las técnicas modernas. Naturalmente, siempre ha ocupado este lugar de relieve en la
hipnoterapia. De hecho, ¿qué es una sugestión hipnótica, sino un imperativo a comportarse como si algo
hubiera adquirido realidad por el hecho de hacer ejecutado la orden? Pero esto equivale a decir que los
imperativos pueden literalmente construir realidades y que, igual que acontecimientos causales, pueden
tener este efecto no sólo sobre las vidas humanas, sino también sobre cuanto se refiere a la evolución
cósmica o biológica” (Watzlawick, 1992).

De acuerdo con esta óptica, lenguaje y realidad están íntimamente relacionados, y si bien el
modelo de las ciencias clásicas suele sostener que el primero es la representación del mundo, o sea el
lenguaje como representacional, las ciencias modernas sugieren lo contrario: el mundo es la imagen
del lenguaje, la realidad es una consecuencia de éste.

Si pensamos que la realidad se inventa por medio de las atribuciones de sentido que nos permiten
observar trazando distinciones, describiendo, realizando abstracciones y elaborando hipótesis, el acto de
conocimiento se transforma en autorreferencial y subjetivo, y es entonces l lenguaje el que crea el mundo.
Nuestra carga de representaciones, nuestro reservorio del sistema de creencias, escala de valores,
normas, etc., impregnan nuestro lenguaje de marcos semánticos. Éstos son los que propician, en el acto
de conocimiento, el recortar la observación y expresar lo visto ya sea a través de descripciones,
comparaciones, etc. Entonces si uno ve lo que quiere ver, si uno es el que inventa o el que crea la realidad,
el lenguaje es la vía de dicha construcción.
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Tal construcción se observa en los diálogos humanos: cómo, simplemente, la comunicación puede tomar
giros insospechados, tornando las relaciones en conflictivas, aumentando o reduciendo la complejidad y
transformándola en complicación, construyendo por vía del lenguaje, realidades diferentes, acuerdos,
desacuerdos, etc. Puntuando una secuencia de hechos de una forma distinta, se genera el retorno al
equilibrio, construyendo a su vez una nueva realidad. Es el mundo la imagen del lenguaje. En cambio, si
pensamos que debemos descubrir la realidad, suponiendo que existe una realidad real que debemos
desvelar, el lenguaje reduce tan sólo a una mera representación del mundo.

III. LA NUEVA MIRADA

EL PRINCIPIO EXPLICATIVO

Historicamente, la practica terapéutica –en todos sus modelos de abordaje- se vio impregnada por
un tipo de epistemología lineal, que apuntaba a la esfera de lo intrapsíquico. Concebía, además, el trabajo
de manera individual, donde imperaba el principio explicativo en términos de la búsqueda de los orígenes.
Este principio era el regente de las ciencias clásicas que concebían un universo puramente determinista,
en donde la certeza, la verdad y una realidad real convocaban a un orden que mantenía un mundo
medianamente equilibrado.

Pero la segunda ley de la Termodinámica coloca la noción de incertidumbre, quebrando así los
parámetros de respuesta existentes que llevan a la relativización de los conceptos hasta el momento
propuestos. Edgar Morin (1982) señala que:

“Desde el siglo XIX, la noción de calor introduce desorden y dispersión en el corazón mismo de la
física y la estadística permite asociar azar (a nivel de los individuos) y necesidad (a nivel de las
poblaciones).”

El principio explicativo no tomaba a la organización como tal, solamente reconocía a las


organizaciones, pero no el problema de la organización. La Cibernética, la Teoría General de Sistemas, el
Estructuralismo –señala Morin- irrumpen para crear una nueva concepción del ser humano, avanzar sobre
la teoría de la organización y construir una teoría acerca de los procesos autoorganizativos, elementales
para la supervivencia.

“El principio de la explicación de la ciencia clásica veía en la aparición de una contradicción el


signo de un error de pensamiento y suponía que el universo obedecía a la lógica aristotélica. Ls ciencias
modernas reconocen y afrontan las contradicciones, cuando los datos exigen de forma coherente y lógica
la asociación de dos ideas contrarias oara concebir el mismo fenómeno (la partícula se manifiesta algunas
veces en forma de onda y otras como corpúsculo, por ejemplo)” (Morin, 1982).

Las ciencias clásicas excluían al observador del acto observante, por lo tanto, el resultado de las
investigaciones científicas construía hipótesis en las que no se cuestionaba la subjetividad del investigador,
se daba como obvia una mirada aséptica de lo externo –la objetividad reinaba. Es con la Teoría General
de Sistemas y el Constructivismo desde una visión filosófica, cuando s produce un giro copernicano: la
introducción del sujeto en el campo de lo observable. Entonces, el acto de conocer, como señalamos
anteriormente, se vuelve subjetivo y autorreferencial. De aquí surge la pregunta: ¿cómo poder aseverar
un juicio, como la verdad, cuando el observador está involucrado en el contexto de observación y además
es el representante representativo de baremos socioculturales y familiares que subjetivizan su percepción?

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Morin (1982) señala que tanto la antropología como la sociología deben tomar conciencia de su
determinación etnosociocentrica que “hipoteca la concepción de la sociedad, de la cultura, del hombre
(…). ¿Cómo puede un antropólogo como portavoz inconsciente de su cultura, juzgar una cultura como
primitiva o arcaica?”. Si este juicio emerge desde un punto de vista que hace referencia a él mismo, ¿la
afirmación no habla acerca de su propia cultura?, y entonces, el antropólogo ¿no deberá preguntarse
acerca de su propia matriz cultural? Inevitablemente caemos en una reflexión que desemboca en
recurrencias de distintos niveles lógicos.

Esta relativización epistemológica imprime un dejo de humildad frente a la soberbia de la


adquisición de conocimiento. Se abandona el absolutismo de las afirmaciones de lo observable, y ls
preguntas “¿quién soy?” y “¿dónde estoy?” posibilitan la autorreferencia: situar al hombre en su sistema
de creencias, su conformación de significados y el contexto al cual pertenece. La inclusión del observador
en la observación y del concepto en su concepcion posibilita redimensionar la perspectiva de la
construcción de la realidad y transformar, aprovechando la autorreferencialidad de la observación, el juicio
crítico a…, por autocritica, y la reflexión acerca de…, por autorreflexión.

La aparición de esta epistemología aporta el touché de incertidumbre e inseguridad a las


operaciones científicas, pero a la vez proporciona una dosis de mayor compromiso al asumir omo propia
una construcción, al abolir el tradicional sentido de lo que se consideraba una contradicción, cuando el
resultado no era el esperable con respecto al paradigma vigente.

Pero, el principio explicativo no solamente se aplicó en las investigaciones científicas,


sino (y es común en todo proceso) que invadió otros campos y llegó a instalarse como un estil
sociocultural. La lógica del por qué, causal-lineal, es parte del discurso habitual en la
interacción de los seres humanos, en mayor o en menor medida, según la cultura.

El termino por qué es el bastión lingüístico de la explicación, ya sean en pregunta como en antesala
de respuesta. Nardone y watzlawick (1992) demuestran, por medio de una investigación llevada a cabo
por E. lager en la Universidad de California, cómo es posible modificar reacciones de las personas a través
de una reformulación que no resulta lógica, así como observar el poder de las formas sugestivas de la
comunicación, que eluden las resistencias y las convicciones lógico-racionales.

Si bien el ejemplo tiene por objetivo mostrar la intervención de la reestructuración, es importante


en lo que a nuestro tema se refiere, dado que es una clara exposición de como la palabra por qué esta
tan profundamente insertada en la logia de los procesos interaccionales humanos.

“En una cola de espera para hacer fotocopias en la biblioteca, la petición por parte de un estudiante
de que se le permita no respetar el orden de la fila produce efectos diferentes según sea su formulación,
“perdona, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora, porque tengo mucha prisa?”.

La eficacia de esta petición, con explicación. Ha sido casi total: el 95% de los interpelados lo han
dejado pasar delante en la fila. Compárese este porcentaje de éxitos con los resultados obtenidos con la
simple petición, “persona, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora?”. En esta situación
solamente conseguía el 60%.

A primera vista parece que la diferencia decisiva entre las dos formulaciones consistía en la
información añadida contenida en las palabras “porque tengo mucha prisa”.

Pero una tercera formula experimentada por la profesora Langer ha demostrado que las cosas no
eran exactamente así. Por lo que parece, lo que constituía la diferencia no era la serie entera de palabras
con sentido completo, sino la primera: “porque”. En vez de dar una verdadera razón para justificar la
71
petición, la tercera formulación se limitaba a usar el porque sin añadir nada nuevo, “persona tengo cinco
páginas ¿pedo usar la fotocopiadora?, porque tengo que hacer fotocopias”.

El resultado fue que, una vez más, casi todos (93%) dieron su consentimiento, aun cuando no
había ninguna información nueva que explicase su condescendencia. Como el pilar de los polluelos basta
para desencadenar la respuesta automática de la pava madre, aun cuando provenga de un aparato
mecánico, así también la palabra porque lograba desencadenar una respuesta automática por parte de los
sujetos de Langer, aunque tras la palabra porque no llegaba ninguna razón particularmente decisiva.

El termino porque avalaría motivacionalmente una acción a través de la explicación. En la tercera


intervención, a pesar de la ilógica respuesta, ya que el motivo no agrega ningún contenido nuevo a la
petición, abre camino a la acción. Parece ser que la palabra posee tanta fuerza e la comunicación que no
permite la recepción (la escucha) del contenido. Por otra parte, este porque aludiría a lo que Bateson llamo
principio dormitivo.

Una explicación generalmente se remite a una discursiva lineal (puesto que en la mayoría de las
oportunidades se busca el origen de algo o la causa que motivo una acción). También una explicación
causa podría obedecer a la circularidad –un porque interaccional-, “yo reaccione así porque el otro…”, pero
con preferencia no se continuó con el recorrido recursivo “el otro reacciono así porque yo le dije que…”;
por lo tanto, se lee solamente un tramo lineal de un circuito mayor de circularidad. Tal vez el énfasis no
radica, siguiendo esta línea de análisis, ni en la recurrencia ni en la linealidad, sino en la necesidad de
buscar la causa o el origen del hecho a analizar, que esta insertado como estructura o pauta cognitiva en
el ser humano.

Frete a un hecho determinado que genere incertidumbre y su angustia consecuente, la tendencia


a encontrar el origen de su determinación produce efectos paliativos o sedativos. Este input de una nueva
información, como construcción que genera la comprensión del suceso, lleva a la adquisición de una
seguridad que proporciona estabilidad en el sistema que engendra un problema o simplemente un
cuestionamiento acerca de algo.

En síntesis, el sistema del cual es parte el sujeto permanece estable (homesdinamico); frente a la
irrupción de un elemento innovador (evento, acontecimiento) cuando surge la ruptura del equilibrio (crisis),
inmediatamente se produce la pregunta y la posterior explicación (construcción) del hecho, que posibilita
(a través de la comprensión) restablecer una seguridad como primer paso para la adquisición de un nuevo
equilibrio.

Observemos, entonces el siguiente graficó, donde en mayor o en menor medida se sigue dicho
proceso. Este tipo de circuito se produce cotidianamente, y en él el ser humano es constructor de cambios
y microcambios, muchos de los cuales le resultan imperceptibles, llevándolo a rearticular su sistema
permanentemente, en vías de mantener la homeodinámica. Por otra parte, este esquema es patrimonio
nuestro (o sea la construcción del autor); por lo tanto, en términos de una Cibernética de la Cibernética,
podríamos abrir la recurrencia: “explicamos el por qué de la tendencia al por qué de los seres humanos” y
estamos explicando por qué se explica.

Obviamente que este esquema no esa estructurado rígidamente, existen multiplicidad de variantes
y alteraciones de pasos, modificaciones y anexos de tramos intermedios. Además, variara de acuerdo con
la clase de evento que se construya, al tipo de estabilidad que posea el sujeto, a la repercusión del hecho,
al contexto en que se desarrolle, a los integrantes con los que se interacciones, al nivel de abstracciones
que se realicen, etc.

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Por ejemplo, no siempre el primer paso a la nueva estabilidad es posible. Entre las tantas hipótesis
que se pueden construir podría comenzarse por el análisis de su factibilidad. Si es factible, dependerá de
la característica del sistema: si es descrito como rígido con una gran tendencia a la homeostasis, es
probable que refortalezca sus reglas –deviniendo mayor rigidez- y retome al status quo anterior (equilibrio
original) pasando por alto el nuevo equilibrio; o tal vez no siquiera llegue al emergente de la explicación,
ya que a esta altura de la recurrencia, el sistema ha generado las resistencias suficientes para contrarrestar
la desviación que produjo el input del evento.

En cambio en un sistema flexible, abierto a nuevas experiencias, con plasticidad de reglas, en una
recursión homeomodinámica, es posible que este trayecto se siga con algunas modificaciones,
conformando el juego estabilidad/cambio/estabilidad y así recursivamente, Aquí, sí es factible pasar del
punto noveno al décimo, en el cual el nuevo equilibrio es el resultado de un proceso de entrada de nueva
información, efectora de las abstracciones, que generan una construcción novedosa que se resume en el
acto experiencial; por lo tanto, redimensionará al sujeto en un perspectiva diferente de la realidad. La
personas, entonces, producirá modificaciones en sus circuitos recurrentes, interaccionando de una manera
distinta.

Otro recurso seria aludir a una explicación dormitiva, donde po medio de una categorización o
generalización, se provee una baja de ansiedades pero donde no se tiende a ejercer ninguna modificación
del circuito, sino a mantener el status quo anterior (nos referiremos a este punto más adelante).

Seria infinita la cantidad de variantes y combinaciones que pueden construirse sobre este
esquema; tan solo es un cuadro recursivo-base que permite alteraciones, jugando con las distintas
posibilidades de la circularidad y de la construcción de nuevas realidades en la experiencia humana.

Es importante aclarar la subjetividad del hecho que se constituyen en evento, de acuerdo


con la atribución de sentido con que se lo revista. El acaecimiento de algo no es relevante en sí
mismo, sino que es un estímulo que cobrara repercusión, y será de considerable intensidad o no,
únicamente para el sujeto percibiente; por lo tanto, si deja huella o cobra significación, dependerá
de la construcción que elabore el individuo.

El diccionario califica el termino evento como un hecho imprevisto que puede acaecer, y de forma
similar acontecimiento, como un hecho importante que puede suceder. Tanto uno como otro término, a
pesar de ser sustantivos, se transforman en calificaciones de segundo orden que establece e descriptor
sobre un hecho. Podemos delimitarnos a describir determinados sucesos, pero su categorización es
totalmente subjetiva.

Existen sucesos que responden a una realidad de primer orden. Pueden ser de índole general,
como catástrofes, incendios, terremotos, etc., que repercuten a la ecología del mundo, de una nación de
un puel. Hay hechos en la esfera política, como elecciones, golpes militares, dictaduras, corrupción; o
hechos familiares, que responden más a la órbita del mundo particular del individuo: muertes, nacimientos,
casamientos, separaciones, etc. Pero ¿quién puede afirmar que algo es menos grave o de mayor
importancia?, ¿quién puede categorizar como más trascendente uno u otro? Esto ya compete al universo
de las construcciones individuales de la realidad de segundo oren. Tan sólo podemos observar bajo
nuestra propia lente, en dnde la percepción selectiva impregna al hecho de racionalidad y emocionalidad,
patrimonio de cada sujeto en particular. Así, en muchas oportunidades, un pinchazo de alfiler puede
sentirse como un martillazo en el dedo más pequeño de pie derecho… y viceversa…

73
¿Por qué el porqué en psicoterapia?

Si la tendencia explicativa es definida como un estilo que emerge de una conformación


sociocultural de perspectiva lineal, el ejercicio de la psicoterapia no fue una excepción: la mayoría de los
modelos instrumentalizaron técnicamente la búsqueda del porqué en la resolución de los conflictos.

En general esta tendencia –anclada como estilo- se pone en juego en la dinámica interactiva de la
relación terapeuta-paciente. Es frecuente observar en los terapeutas, el recurso de explicar el porqué de
los sucesos que acaecen en el mundo del paciente. Cabe aclarar que cuando señalamos una dinámica
interactiva, distinguimos, además, que es el mismo paciente el que viene a nuestro consultorio a encontrar
el origen de lo que sucede (y más aún, cuando llega habituado a una operatoria de terapias anteriores, en
donde tenía como objetivo el buscar el porqué de cada una de sus reacciones).

No obstante, resulta dificultoso tener en claro si la persona requiere una consulta para resolver su
problema o encontrar respuestas a sus interrogantes, o si encontrando respuestas a sus preguntas
resolverá su problema, o resolviendo sus problemas contesta a sus cuestionamientos., o si su problema
consiste en no tener respuestas a sus preguntas, o si sus preguntas consisten en no poder solucionar sus
problemas. En conclusión, si el paciente también es portador del virus explicativo, generara una
expectativa de respuesta que el terapeuta debe colmar. A la vez, este la llenara a través de su tendencia
que será –complementariamente- productora de la demanda, y así recursivamente.

Si bien esta tendencia la categorizamos como un estilo universal que se constituye en particular de la
persona, en este caso, el terapeuta lo oficializa, por así llamarlo, constituyéndolo en técnica o modelo
terapéutico. Somos escépticos en poder demarcar la pureza de un modelo puesto que en su utilización
sufre las modificaciones que le imprime el sello personal del terapeuta –su propia construcción del modelo-
, la adaptación sociocultural del modelo al contexto donde se aplique, y además la con-construcción aquí
y ahora que el profesional efectúa con ese paciente en ese contexto.

Más allá de las intervenciones –algunas de las cuales son explicativas- a lo largo de una sesión,
generalmente en el cierre, es cuando se realiza una especie de cuadro descriptivo acerca de lo que sucede,
en donde se trata de dar respuestas y también abrir interrogantes, con la finalidad de que el paciente
mismo pueda generar sus propias construcciones a las preguntas que se abrieron.

También el uso de analogías, relatos, cuentos, fábulas, anécdotas, chistes metáforas, etc.,
podríamos suponer que tácitamente incursionan en la tendencia a explicar, pero la penetración de este
recurso metafórico, crea una explicación del hecho en el paciente, a través de otra vía, en donde éste
estructura su construcción a partir de establecer deducciones por similitud o paralelismo de la narración
contada.

Resultaría demasiado extenso efectuar un recuento de los repertorios estratégicos y técnicos del
psicoterapia, sin duda, innumerables, que refieren por canales indirectos a la explicación, simplemente nos
remitiremos a la explicación explícita, aquella que se ejecuta a través de las palabras por, porque, puesto
que, etc. En cualquier modelo de psicoterapia, sea Psicoanálisis, en cualquiera de sus líneas, Gestalt,
Logoterapia, Transaccional, e inclusive Sistémica (a pesar de su epistemología Cibernética), etc., el
terapeuta podrá esgrimir la explicación como parte de la modalidad en su estilo.

La explicación, en las líneas cuya epistemología es lineal, es en cierta medida coherente con su
fundamentación diacrónica (búsqueda de las causas en el pasado, a través de los conflictos del presente).
No obstante, a pesar de que se nos acuse de reduccionistas epistemológicamente ésta idea central de
estos modelos, a la espera de que el paciente por medio del insigth o del darse cuenta, tome conciencia
de cuál es el motivo de lo que le sucede, para que de esta manera obtenga el pasaporte a la mejoría. En
estas líneas de trabajo se privilegia la reflexión frente a la acción: o sea, la posibilidad de que el paciente
hurgue en su emocionalidad y reflexione acerca de los orígenes de sus eventos, parece ser el puntapié
inicial hacia la modificación de actitudes.
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A pesar de que la clínica sistémica (y somos tendenciosos ya que es nuestro modelo de trabajo, y
en definitiva es nuestra construcción) posee una epistemología recurrente, los terapeutas sistémicos se
empeñan en seguir utilizando la tendencia explicativa en los tratamientos con sus clientes. Detrás del
espejo unidireccional, se observa un alto porcentaje de terapeutas que trabajan sistémicamente en forma
individual, pareja o familia, que como estilo, abusan de las explicaciones del porqué sucede lo que sucede;
si bien, no explican en una dirección lineal (aunque es una epistemología que se filtra permanentemente),
describen tal o cual circuito recursivo. Este mecanismo se observa con mayor claridad en los terapeutas
noveles, o los que están en cursos de formación clínica sistémica: la tendencia a buscar las causas se
hace presente en sus intervenciones, evidenciando la cultura del porqué que impregna el razonamiento de
los humanos. En este sentido, parece ser más una necesidad propia de explicarse explicando la dinámica
de los motivos de consulta del paciente.

Socioculturalmente resulta difícil permutar la cultura del porqué lineal, por la cultura del
qué, del para qué o del porqué cibernético, puesto que se trata de un ruptura epistemológica, que
implica abandonar el conocer desde la linealidad y transitar por un pensamiento circular.

El error radica en reducir al contexto de la psicoterapia el pensamiento circular, mientras que en la


vida personal, se aplica otra forma de pensar los hechos. Pero ¿cómo es posible la efectividad,
funcionando de una manera tan disociada? Tal vez la colaboración a ejercer tal dicotomía, tiene su parte
en algunos formadores que durante años se han preocupado más por la enseñanza de técnicas en
detrimento, tal vez, de la fundamentación epistemológica del posible paradigma. El pensamiento sistémico
y constructivista es una forma de ver y construir la vida, para esto es necesario deconstruir la manera de
conocer previa, para lograr experienciar otra perspectiva. De allí, trasladándonos al ámbito de la
psicoterapia, será mucho más sencillo incorporar estrategias en un doble juego: en el campo de la
semántica a través de las intervenciones, cambiando atribuciones de significado que ejecuten una reflexión
que mediatice modificaciones en las acciones; y en la pragmática, por medio de las prescripciones,
ejecutando una acción que posibilite un cambio y su reflexión consecuente.

Para desestructurar la dinámica interactiva del juego del porqué, es necesario que el terapeuta
internalice el paradigma sistémico y logre permutar por qué por la cultura del para qué (o un porqué
recursivo). La pregunta sería: ¿qué es lo que se hace?, ¿cómo se realiza, bajo qué dinámica?, ¿en qué
contexto?, ¿cuál es mi lugar en el circuito de acciones?, ¿en qué colaboro? e insertar el cómo, para
conducir al paciente, en el ámbito pragmático, a la modificación del problema.

Si partimos de la concepción de que el contexto psicoterapéutico es un espacio de


aprendizaje, el terapeuta deviene un maestro que enseña a pensar desde otra dimensión
epistemológica.

Pero a esta altura del análisis es importante discriminar algunos puntos. No se trata de una crítica
a modelos terapéuticos, ni a estrategias como tampoco al método explicativo en sí mismo, pero sí a su
abuso y a las clases de explicaciones que se efectúan. Para este último, consideramos y diferenciamos
dos tipos de explicaciones: las dormitivas y las reestructurantes.

Explicaciones dormitivas

Para referirnos a las explicaciones dormitivas, nos basamos en lo que Gregory Bateson llamó
principio dormitivo. Si se intenta entender las explicaciones tradicionales acerca de la sintomatología y los
rótulos que la agrupan en una patología, por medio de la dimensión de la circularidad, son una variante de

75
las descripciones recurrentes: o sea, se explica el síntoma por la enfermedad que lo contiene y se avala
la clasificación diagnóstica por el síntoma.

El término dormitivo fue acuñado por G. Bateson (1972) haciendo alusión a una anécdota:

“Moliére hace muchos años contó un examen oral de doctorado en el cual los sabios médicos
preguntan al candidato la causa y la razón de que el opio haga dormir a la gente. El candidato responde
triunfalmente en un latín macarrónico que ello se debe a que “posee un principio dormitivo (virtus
dormitiva). “

Bateson señala que este principio se produce cuando se toma como causa de una acción simple
una palabra abstracta que la categoriza, derivada del nombre de dicha acción. Esto lo describe el autor en
un cuadro que desarrollamos anteriormente, en donde distinguen las descripciones de proceso y
clasificaciones de forma, aludiendo a la observación y descripción pura y la categorización que se le
imprime. Sí se podría explicar una borrachera remitiendo al alcoholismo, o que la agresividad se debe a
un instinto agresivo. Como se ve, se puede partir de sencillas descripciones de algún hecho o de gran
prolijidad y clasificar la descripción de la categoría de neurosis obsesiva, o rasgos exhibicionistas,
egocentrismo y necesidad de llamar la atención como síndrome narcisista.

Bradford Keeney (1982) señala: “En tal caso lo que se hace es afirmar que un rubro de acción
simple es causado por la clase de esas acciones. Este reciclaje del término no constituye una explicación
formal”

El basamento de lo que Bateson llama principio dormitivo revela la estructuración de los tipos
lógicos. Si esta teoría nace para destrabar el marco referencial con los elementos que lo componen, o
dicho de otra manera, cuando no se diferencian los niveles lógicos de la clase y sus miembros, en el
principio dormitivo se explica la descripción de los miembros por la clase y allí termina. Este tipo de
explicaciones, en el ámbito de la salud mental, tiene su fundamento en las nosografías psiquiátricas, que
describen una serie de acciones agrupándolas bajo e ´rotulo de determinadas patologías que llevan a
confeccionar el diagnóstico. En el desarrollo de las interacciones en general, son obturadoras, puesto que
una vez instaurada la etiqueta, las acciones estarán dirigidas a confirmar la hipótesis realizada.

Optar por la utilización del principio dormitivo implica clasificar psicopatológicamente al paciente.
El rotulo impide la flexibilidad de ópticas, es limitativo con respecto a las pposibilidades de abordaje y
escotomiza la probabilidad de interaccionar de una manera diferente; si el paciente es un histérico, se lo
tratara, tal vez medicara y conducirá como tal, perdiendo la riqueza del universo adyacente al perímetro
descriptivo que demarca la patología, constituyendo, asi, una realidad que certifique el diagnostico.

En el contexto familiar, si uno de los integrantes tiene una actitud agresiva y se lo categoriza de
violento, a partir de ese momento comenzarán una serie de interacciones montadas en esa perspectiva,
que generarán la estimulación necesaria para construir una realidad que confirme el rotulo.

Tomando como base el principio dormitivo, podemos extenderlo a otro tipo de explicaciones –
incluidas en las que delimita Bateson-, agrupándolas bajo el titulo de explicaicones dormitivas. Se
caracteriza orque la pauta cognitiva que aportan resulta superficial y le sirve al sujeto para salir
rápidamente de su momento de tensión, pero no producen modificación en la recursión que establece la
anomalía. Tienen por finalidad mantener momentáneamente el equilibrio anterior a la aparición de un
determinado sitnoma. En ese sentido con paliativas y no llevan a redefinir la perspectiva de la construcción
del problema.

Las racionalizaciones e intelectualizaciones son mecanismos defensivos distinguidos por el


Psicoanálisis, que pueden ser considerados explicaciones dormitivas, en tanto y en cuando la persona
avala con justificaciones del por qué sucede lo que sucede, las actitudes conflictivas o algún rasgo
sintomático. Muchas interpretaciones psicoanalíticas que aluden al origen de determinadas conductas, o

76
porque no fueron realizadas en el momento adecuado o por resistencias del paciente, pueden a la vez
poseer un tipo de efecto dormitivo. Es decir, el motivo de lo que pasa, pero no se llega al cambio en la
acción, con lo cual, el sujeto aparece estancado en su sintomatología pero conociendo la causa.

La explicación, entonces, es uno de los principales preceptos a los cuales el ser humano se remite
en el acto reflexivo personas e interaccional de la cotidianidad, al preguntarse o preguntar por la causa de
un cierto estado. Una explicacion dormitiva es utilizada a mendo, confundiéndose con otro tipo de
explicaciones que sí provocan una modificación en la recurrencia y promueven el crecimiento. Son
frecuentes las explicaciones dormitivas en las que la persona, autorreflexivamente, se pregunta el por qué
de un determinado estado de ánimo, como la tristeza o la angustia sin motivación aparente e
indiferenciada, e inmediatamente surge la necesidad de encontrar su origen. En general, esto puede
obtener como resultado que se coloque como respuesta un elemento ingenuo o superficial externo, “me
siento triste porque llueve, el día es gris” (atribuyendo el significado de la tristeza a la lluvia). Es también
común involucrar a alguna persona afectivamente cercana (amigo, familiar, etc.) cuyas reacciones son
utilizadas como causa de una perturbación o alteración, “me pasa esto porque tú…”.

Esta connotación y encuentro llevan a que la persona reduzca los niveles de tensión e inseguridad
que incrementan la angustia originaria, evitando temporáneamente la recurrencia que amplifica el estado
inicial. Pero con el tiempo el efecto es el contrario, ya que si bien se construye un psedomotivo (como
sedativo momentáneo), el sujeto continuará manteniendo, en este caso, su estado de perturbación, pero
conociendo o creyendo conocer el motivo, “estoy triste, pero sé por qué me sucede”. Resultará, entonces,
si no se desarrollan actitudes concretas, un mayor incremento de la angustia primaria, puesto que es más
desesperante conocer lo que pasa y no poder cambiarlo.

Pareciese ser que cuando categorizamos lo que nos sucede, nos sentimos más tranquilos, a
pesar de que esto no conlleve una modificación de las acciones, o sea, se le coloca un nombre a lo
que nos pasa, evitando el navegar por el mar de la incertidumbre que origina el no saber.

Pero la certeza del rotulo no asegura un cambio en la interacción: el tema queda varado allí –
como principio dormitivo-. Sería interesante plantear como continua el mecanismo a partir del conocer,
o sea, el cómo puedo realizar una acción nueva en el plano concreto, desestructurándose asi el efecto
dormitivo del proceso.

Isomorficamente este desarrollo puede producirse en la relación terapéutica. Algunos terapeutas,


complementariamente, tienden a abusar de la explicaicon, saciando las expectativas de respuesta del
paciente. Crean con este mecanismo efectos dormitivos y compartimientos estancos que no producen la
finalidad deseada: el cambio terapéutico. Se tiende a realizar un acto co-constructivo que sostiene la
homeostasis y que no aporta una reformulación que permita elaborar una dimensión diferente. El riesgo
podría perfilarse en que la terapia se rigidice en esta dinámica y se deambule entre paliativo y paliativo,
perpetuándose y amplificando la sintomatología original.

Otro tipo de explicaciones dormitivas son las racionalistas, teóricas, excesivamente intelectuales,
en donde el terapeuta clínico recita una especie de manual de psicoterapia y opera con los artilugios de la
retórica para articular, en estilo literario en menor o mayor grado, explicaciones que tomen la teoría en
exceso y reproduzcan, por así decirlo, lo que señala la bibliografía.

Más desgraciadas son aquellas explicaciones en las que además de explicar el miembro por la
clase (a través de un signo se categoriza), se explicita el rotulo, clasificando nosográficamente al paciente:
Ud. tiene una depresión endógena, o sus síntomas fóbicos…, etc. Como hemos descrito en otro capítulo,
el efecto de este tipo de intervenciones es catastrófico, puesto que constituyen verdaderas profecías

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autocumplidoras, en donde el efecto hipnótico de la palabra/poder del terapeuta, llevará al paciente, a
través del rotulo, a colaborar con la construcción de su propia sintomatología y a rigidizar y reedificar otras
particularidades de ella.

Si bien las explicaciones dormitivas son más frecuentes en las terapias de corte lineal, porque de
por sí utilizan el método explicativo en las intervenciones, no quedan exentos los terapeutas sistémicos del
uso de ellas, a pesar de que entre la gama de intervenciones existen otras estrategias para generar un
cambio, como, por ejemplo, las prescripciones de comportamiento.

Además, existe cierto tipo de intervenciones explicativas que producen un efecto dormitivo, pero
que no son en sí mismas explicaciones dormitivas. Algunas marcaciones de tenor reformulante, por medio
de la explicación, no producen efectos de cambio. Este resultado, en muchas oportunidades, se debe a la
resistencia al cambio que genera el sistema o a una equivocación del terapeuta, entre otras. El sistema ha
rigidizado sus patrones de funcionamiento, a partir de numerosas recurrencias y se perpetúa en una
dinámica, la familia desea cambiar, pero sin demasiadas modificaciones –“cámbienos, pero no nos
cambie”, manteniendo, así, la rigidez de una homeostasis que no admite nuevas construcciones
alternativas.

Explicaciones reestructurantes

En la psicoterapia sistémica, las explicaciones resultan efectivas, por ejemplo, cuando describen
circuitos recursivos, señalando un por qué interaccional como trampolín hacia las prescripciones, y cuando
son utilizadas como técnica de reformulación, Este último tipo de intervención es mucho más abarcativa
que el perímetro que circunscribe a las explicaciones reestructurantes.

La técnica del reframe traducida al castellano como reestructuración, redefinición, reformulación o


reenmarcación, es una de las más exquisitas intervenciones de persuasión, e implica recodificar la
realidad, pero sin modificar las estructuras de sentido por sobre las cosas. No se produce un cambio en el
valor semántico de lo que la persona expresa, sino que son modificados los marcos en los cuales el
significado se inserta; así, de forma indirecta, es evidente que, cambiando el marco, al final de cuentas,
ocurre la modificación del significado.

“Esto es así porque, poniendo un mismo suceso dentro de contextos diversos y mirándolos desde
perspectivas diferentes, el suceso cambia por completo el valor. La realidad (…) queda determinada por
el punto de observación desde donde la mira el sujeto, si se cambia el punto de observación, cambia
también la misma realidad. Al reestructurar la idea o la concepción de una persona, no se pone en
discusión la idea o la concepción, sino que se proponen diversos recorridos lógicos y distintas perspectivas
de enfoques de las mismas. No se cambia el contenido del cuadro, sino solo su marco, pero cambiando el
marco se altera el contenido del mismo cuadro” (G. Nardone y P. Watzlawick, 1992).

De la misma manera que dentro de las estrategias de la clínica sistémica existen las preguntas
circulares (que no solamente tienen por finalidad la obtención y recolección de información por parte del
terapeuta, sino que proporcionan inputs informativos nuevos, que permiten reformulaciones de las
redundancias), las explicaciones reestructurantes posibilitan los cambios de los marcos de referencia
anquilosados y su posterior transformación de significados, generando también el cambio y la perspectiva
de la realidad. Se incursiona, por tanto, en una nueva óptica de las intervenciones explicativas, que van
más allá de sus consecuencias dormitivas, posibilitando un efecto distinto hacia nuevas construcciones de
la realidad.

El explicar por qué sucede lo que sucede puede aportar un reencuadre situacional, en donde el
paciente o la familia reformulan las perspectivas acerca del problema en el contexto en que este se
desarrolla. La explicación circular de ciertas actitudes y comportamientos interaccionales en un sistema

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produce efectos en cada uno de los miembros, en las que el cambio de mirada gesta una variación en l
recurrencia, ampliando la realidad rígidamente instaurada. Esto se observa claramente cuando el
terapeuta explica repuntualizando la secuencia interaccional de los comunicantes. La puntuación de la
secuencia de hechos es uno de los axiomas de la comunicación humana, que describe cómo el problema
delimita un perímetro de interacciones que involucra a ciertos integrantes y a la vez son estas las que
refuerzan la instauración del mismo.

En ese sentido, como señala Keeney (1983), el concepto de puntuación es análogo al de indicación
de Spencer Brown: “toda vez que un observador traza una distinción, establece concomitantemente una
indicación, vale decir, señala, que uno de los dos aspectos distinguidos es el primario (por ejemplo, este,
yo, nosotros) […] crear esta indicación es la finalidad misma de la distinción. El empleo de la distinción
para crear la indicación es una manera de definir la puntuación”.

En La teoría de la comunicación humana (1967), los autores muestran que la aparición de


conflictos es el resultado de entramados complejos de relaciones, que son delimitados por el modo de
puntuar los hechos. Tal puntuación se manifiesta en la práctica clínica, en el clásico ejmplo que traza la
diferencia de puntuaciones cuando se trabaja con parejas: ella dice “me pongo muy fastidiosa y con bronca
cuando llegas tarde a cenar… y llegas siempre tarde”, él le replica “yo llego tarde para la cena porque
estoy cansado de que me recibas con esa cara…”. Cada uno desde su óptica recorta el origen de sus
conductas, colocando el motivo en la actitud del otro.

El problema construye realidades diferentes, y es constituido y reforzado por estas en forma


recurrente. A la vez puntúa la secuencia de interacción que define que el accionar de uno es la causa de
la reacción del otro. Una intervención que redefina la situación consistirá en introducir una información
nueva en este circuito que conlleve a la modificación de la puntuación que genera esta interacción y
viceversa. Por ejemplo, “cuánto se deben querer para que Ud. espere la llegada de su marido con tanta
ansiedad, y Ud, se preocupa tanto por su trabajo para darle un bienestar a su esposa y a la familia”. De
esta manera, bajo los mismos comportamientos, se crearía un encuadre diferente; si la técnica es efectiva,
paulatinamente se modificarán los marcos semánticos por sobre dichas actitudes y cibernéticamente se
modificará el circuito de recursión.

Los especialistas en semántica general (por ejemplo, Korzybski, 1973) demostraron que el
lenguaje es una herramienta que impone distinciones en la percepción de nuestro mundo. Es decir, por
medio del lenguaje atribuimos significados, que nos permiten puntuar la interacción.

Alejándonos por un momento de la pragmática, la regla de la puntuación en el plano de la sintaxis


también crea nuevas realidades. Una gama importante de signos nos proporciona los elementos
necesarios para que, en la estructura de la oración, se determinen las fluctuaciones de distintos
significados, más allá de la semántica de cada palabra en particular.

Las distintas interjecciones, puntos, comas, interrogaciones, etc., de la sintaxis de una frase
pueden pautar las construcciones de realidades distintas, conforman una semántica alternativa a la
estructura de la oración original, por ejemplo:

 Cómo cambiaste mi vida.


 Cómo cambiaste, mi vida.
 ¿cómo cambiaste mi vida?
 ¡cómo cambiaste mi vida!
 ¿cómo cambiaste?, mi vida.

Y así podríamos continuar realizando múltiples combinaciones de esta frase, que nótese a propósito
en este supuesto dialogo, la palabra “cambiaste”, de acuerdo con la puntuación, involucra
alternativamente al emisor o al receptor. Indudablemente el trazado de distinciones compete a las tres
áreas del lenguaje: se puntúa en la sintaxis, creando un marco semántico particular, y esto tendrá sus
79
implicancias en la pragmática, en donde –a su vez- se puntuará una secuencia interactiva generadora
de una relación determinada.

Pero las reestructuraciones no son patrimonio del recurso verbal, sino que también las
prescripciones de comportamiento desarrollan un cambio de perspectiva a través de la acción.
Además, existen distintos niveles de reformulación que van desde intervenciones verbales sencillas
de reenmarcación de pautas cognitivas, hasta las prescripciones paradójicas, como así también el uso
de analogías, por medio de cuentos, fabulas, chistes, etc.

SINTAXIS Y SEMÁNTICA REFORMULACIONES VERBALES

PARGMÁTICA PRESCRIPCIONES DE COMPORTAMIENTO

Resulta difícil poder delimitar ambos planos, pues actúan recursivamente, uno implica al otro y
viceversa: los cambios en la semántica llevan a desarrollar recursiones diferentes o por lo menos a
quebrar las disfuncionales (que ya es un cambio). Y así mismo, un cambio en la pragmática puede ser
el pasaporte a la atribución de significados nuevos y que impregnarán a las nuevas acciones.

Podríamos definir que el objetivo central de la reestructuración consiste en actuar sobre el eje
perceptivo como primer paso; este eje es el productor de marcos semánticos impresos en el lenguaje,
que llevan a desarrollar la subjetividad de las conductas y a constituir una modalidad de interacción,
que recursivamente se pauta por el lenguaje mismo, construyendo una realidad determinada. Por lo
tanto, la reestructuración no opera prioritariamente sobre los marcos semánticos, la modificación de
estos es un segundo paso en el proceso elaborativo. Las explicaciones reestructurantes son tan solo
un tipo dentro de la cantidad de estilos intervencionistas de reformulación, si bien todas las
explicaciones son intervenciones, no todas las intervenciones son explicaciones. Un terapeuta podrá
apelar más o menos a este recurso, la lección dependerá del estilo con que se encuentra identificado,
de acuerdo con su personalidad, la del paciente y con la interacción que genera con el mismo.

Por lo general, en la utilización de este método, el terapeuta sistémico que sigue el modelo de Palo
Alto ofrecerá la menor cantidad de explicaciones posibles y actuará con recursos verbales sugestivos
y a través de las prescripciones. En lo que respecta a los significados de los eventos, no ofrece
explicaciones afianzadoras sobre e marco semántico de las acciones, no propone certidumbres
interpretativas, sino que, por el contrario, utiliza la sutil herramienta de la duda. Los manejos de la
retórica en la reestructuración deben generar interrogantes que ocupen el lugar de la habitual rigidez
percetivo-reactiva de los pacientes, dejando al descubierto fallos en sus sistemas cognoscitivos y
comportamentales. “La duda es una carcoma, una vez dentro trabaja sola y crece lentamente
devorando el espacio de las lógicas preexistentes”, señala Giorgio Nardone (1992). La duda introduce
una cuña que moviliza la entropía del sistema, produce una arrolladora y lenta reacción en cadena,
que puede llevar al cambio del sistema mismo. No obstante, un elemento que caracteriza al
pensamiento sistémico es la flexibilidad de perspectivas que, conjuntamente con el constructivismo,
posibilitan la aceptación de la diversidad de construcciones que no implican falsedad o veracidad entre
unas u otras, con lo cual la duda puede ser una de las refinadas estrategias de intervención.

Si bien es cierto que el modelo sistémico no se basa en el principio explicativo tradicional,


respondiendo más a una terapéutica de acción –el qué, como descripción de lo que sucede, y el cómo,
en función de solución-, la explicación circular, como reformulación, puede utilizarse como recurso.

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Desde esta óptica, podríamos pensar que todas las estrategias de la clínica sistémica
convergen y parten de la “reformulación”, ya que la gama que va desde la connotación positiva,
el hablar el leguaje del cliente, las preguntas circulares, etc., hasta las prescripciones de
comportamiento, desde distintas vías, tienen como finalidad modificar la construcción de la
realidad del paciente.

Sería factible extender este concepto, desde esta concepción epistemológica, a otras formas de
terapia. La efectividad de las intervenciones de cualquier modelo clínico de psicoterapia respondería
a un cambio con respecto a la construcción de significaciones acerca de las cosas. En este sentido
todas las tecinas son reestructuraciones.

La redefinición, entonces, como intervención verbal es la maniobra central de las psicoterapias en


general, por lo cual el objetivo de cambiar los significados emergentes del sistema de creencias que
surgen del mapa mental de la persona es el factor común de todas las intervenciones
psicoterapéuticas.

Ya hemos señalado anteriormente que, desde un punto de vista constructivista el dogmatismo de


las teorías otorgadas como irrefutables caen en incertidumbre al ser reveladas como construcciones
subjetivas. Cualquier teoría psicoterapéutica es una construcción –así como el mismo constructivismo-
., por lo tanto, ninguno de estos, modelos pueden erigirse como la verdad, sino como construcciones
que avalan un método clínico y como tales deben ser respetadas.

El modelo de la interpretación –como técnica principal del psicoanálisis- posee como objetivo, por
medio del insight, hacer consciente lo inconsciente (siempre y cuando la interpretación fuese realizada
en el tiempo adecuado) y a través de este se desarrollaría un cambio de actitud en el sujeto. Si
realizásemos algunas traspolaciones entre modelos, podríamos hipotetizar que la interpretación puede
conceptualizarse como una redefinición, puesto que por medio de ella el terapeuta introduce
información nueva en el sistema perceptivo-cognoscitivo del paciente, que lo llevaría –tarde o
temprano- a redefinir su realidad.

En otras oportunidades, el paciente conoce lo que le pasa, pero no cambia y, en general, esta
actitud es entendida por el Psicoanálisis tradicional como las resistencias inconscientes hacia la
posibilidad de cura, o que el paciente no quiere cambiar, o que la interpretación fue prematura, fuera
de tiempo, etc. El pensamiento sistémico consideraría que son las resistencias al cambio que todo
sistema, según la intensidad y cantidad de las recursiones del problema, pone en juego en el momento
decisivo de la crisis, respondiendo a través del fortalecimiento de sus reglas de funcionamiento.

Ambs corrientes tiene un soporte epistemológico diferente: mientras que las interpretaciones
psicoanalíticas parten de la linealidad, donde los fundamentos causales se basan en el eje de la
diacronía del sujeto, el modelo sistémico recurre a una epistemología cibernética por lo que los
fundamentos causales se avalan a través de una sincronía operativa (aunque nada es tan lineal y nada
tan circular).

Cuando hablamos de fundamentos causales recordamos la reflexión de un terapeuta sistémico,


que en us historis contaba con un pasado psicoanalítico. Despues de muchos años de terapia personal
psicoanalítica y más de diez estudiando a Freud y también enseñándolo, él pensaba que la casualidad
no existía, pues era el inconsciente el que dictaminaba, el que realizaba una elección, por algo hice lo
que hice, por algo dije lo que dije…

En la actualidad al haber realizado una fractura epistemológica hacia el modelo sistémico cibernético,
pienso también que la causalidad no existe. Desde este paradigma de pensamiento surge una

81
construcción diferente: “vivimos en una gran ecología y el universo está regido por un gran equilibrio
evolutivo, una gran homeodinámia. Por lo tanto, cada hecho se transforma en un evento que contribuye
al equilibrio, un desorden para el orden. Cada uno de nosotros tendría que pensar frente a cada suceso
qué me está diciendo esto, qué me contesta, en qué colabora y colaboro para el equilibrio”.

En conclusión, las intervenciones construidas desde cualquier paradigma epistemológico, sean


dirigidas a la recurrencia o hacia la linealidad, aportan en la interacción terapéutica-paciente un imput
de información nueva que ingresa en el sistema perceptivo/reactivo, generando o tratando de producir
a posteriori, una nueva construcción de la realidad. Se trata, entonces, de construir una historia
alternativa.

Porqué, para qué, qué

Por lo general, cuando se trata de señalar las diferencias de la terapia sistémica con los modelos
clásicos, se distinguen como opuestos los términos para qué y por qué, representantes
respectivamente de ambas corrientes. La búsqueda del por qué, como el encuentro de los motivos del
síntoma en el pasado de la persona, en el sentido individual e intra psíquico; y el para qué, como
búsqueda de la finalidad de una conducta dentro de un sistema, desde lo interaccional. Ambos
paradigmas –lineal y circular- son expresados a través de estos dos términos.

X SÍNTOMA
INCONSCIENTE LINEALIDAD
INSIGHT

POR QUÉ PARA QUÉ CONTEXTO INTERACCIONAL


INTRAPSIQUICO

OUTPU
INCONSCIENTE
CAJA NEGRA X SINTOMA CIRCULARIDAD
INPUT

En el presente grafico se condensa la idea central de ambos paradigmas. En el primero, el efecto


del síntoma como producto del inconsciente indica la posibilidad de encontrar las causas en el pasado
(la historia del sujeto) y permite, a través de insight resolver la conducta sintomática. Otra relevancia,
entonces, la esfera intrapsiquica e individual y el por qué se desarrolla tal comportamiento. En el
segundo, el inconsciente es tomado como caja negra, en donde sólo se conocen los mensajes de
entrada y de salida de información, se le da preeminencia al contexto en donde se desarrollando las
acciones y al circuito que genera, por lo tanto, el síntoma expresa una finalidad y cumple una función
dentro del sistema.

Cuando significamos ambos términos, nosotros somos los que le adjudicamos el patrimonio de
uno u otro modelo. Pero a la vez, en un nivel lógico superior, pensamos en las dos palabras desde
una construcción lineal, o sea, nos expresamos con un lenguaje de perspectiva lineal. El termino por
qué entonces, se emparienta con la linealidad, y el para qué no responde a la circularidad sino a la
dirección lineal contraria. Si bien ambas transitan desde el síntoma hacia direcciones opuestas, una
hacia lo intrapsiquico, la otra hacia el contexto, ello no implica que un para qué cierre un circulo de
interacciones.

82
Por qué Para qué

CONDUCTA SINTOMÁTICA

Para poder entender dichos términos es necesario abandonar la semántica lineal y pensar el
lenguaje desde una construcción circular, puesto que, si no continuamos significando el para qué
erróneamente, adjudicándole una circularidad inexistente, ya que no implica la recursión de las acciones,
si bien la favorecen. Por ejemplo, cuando preguntamos circularmente, apuntamos al para qué de las
actitudes, “¿para qué te pones nervioso cuando aparece tu jefe?”, es un cuestionamiento que se dirige
hacia el contexto “yo me pongo nervioso y supongo que él se siente incómodo”, pero es el terapeuta el
que cierra el circulo de las acciones: “¿la incomodidad de él, qué te produce?”; si el circulo no se cierra y
se vuelve a abrir con la segunda pregunta, queda estancada la conducta en una forma unidireccional (no
nos olvidemos que dentro de un circuito interactivo existen tramos de linealidad).

No obstante, el para qué obliga a involucrarse en el contexto de la interacción, puesto que sugiere
que las conductas del otro y las de uno mismo dejen de ser aisladas para influenciarse mutuamente, con
lo cual tanto uno como el otro son responsables de sus reacciones y de las del otro. Pero es el terapeuta,
desde su epistemología circular, el que dirige la pregunta hacia la recursión; de lo contrario, caemos en la
linealidad de pensamiento.

Muy diferente es preguntar el porqué, ya que dirige una mirada causal de la conducta apartándose
del contexto, pudiendo caer en una explicación dormitiva “yo siempre fui un chico muy nervioso…”, o en
una verdadera explicación reformulante, mostrando el isomorfismo del comportamiento con el propio
padre, “yo le tenía mucho miedo a mi papá, me castigaba siempre y nunca lo pude enfrentar”. A pesar de
la linealidad de la respuesta, esta toma de consciencia puede ser aprovechada por el terapeuta, en función
de abrir el juego a las distintas redundancias en donde la persona opera de la misma manera, e intervenir
a través de una prescripción de comportamiento que bloquee la solución intentada sostenedora del circulo
vicioso.

Esta es una óptica cibernética de leer la situación a través del porqué. Bajo la mirada tradicional
se pensaría que este insight podría ser el pasaporte al cambio, mientras que el sistémico actúa sobre la
interacción del aquí y ahora, focalizando y realizando acciones concretas de modificación. Entonces ambos
términos pueden ser patrimonio de uno u otro paradigma, todo depende de la construcción que se realice
en la semántica del lenguaje.

Cuando nos referimos a una “explicación circular”, estamos poniendo en juego la diferencia
epistemológica: en general las intervenciones que explican la recurrencia no se remiten al por qué
en sentido lineal; si entramos en una retórica circular nos referiremos a un por qué que implica un
para qué, o un para qué que produce un por qué y así recursivamente.

Esta distinción entre por y para, que proporciona la lengua castellana, es muy útil, pero a la vez
complejiza la utilización de términos que requieren una aplicación exacta. A diferencia de otras
lenguas, como por ejemplo la italiana, donde no se realiza tal distinción entre ambas palabras, por

83
ejemplo: per (por, con motivo, a causa de, para, a fin de…) de la misma manera que perché (por qué,
para qué) se usan tanto en un sentido como en el otro.

Analizando estas palabras desde la definición del diccionario, que es un pronombre relativo que
unido a la preposición por da como resultado una conjunción causal, porque, que denota el motivo de una
acción. A la vez la preposición para muestra por si misma, entre sus diversas significaciones, el fin o
término hacia donde se encamina una acción y, unido al pronombre que, se convierte en una conjunción
final que se usa tanto en sentido interrogativo o afirmativo y vale respectivamente: para cual fin u objeto y
para el fin u objeto de que.

Desde la perspectiva de la circularidad, la dialéctica entre el por qué y el para qué se resumiría en
que la finalidad de una acción impregna a la causa o el motivo de la misma. Por ejemplo, un terapeuta
interviene a raíz de un emergente sintomático. Se trata de los problemas de conducta en la escuela de uno
de los hijos de una familia, describiendo la recurrencia: “a ver si entendí bien, Uds. Me dicen que cada vez
que discuten y hablan de separación su hijo agrede a los compañeros en el colegio”. Lo que está señalando
es una causalidad circular y una denuncia del síntoma –las incompatibilidades de una relación de pareja-
y un posible objetivo de éste dentro del sistema, que implicaría que la pareja de padres frente al problema
se una, tratando de encontrarle una solución.

Claro que la redundancia no se cierra allí. El niño observa a sus padres unidos, preocupados frente
a la situación, pero esta mancomunión es transitoria ya que la simetría propia de su interacción
rápidamente genera que esta unión perezca, a lo cual el niño recurrirá a más de lo mismo. O sea, su
comportamiento agresivo, en la medida que surta sus efectos perentorios, instaurará en él una función
dentro del circuito y extenderá tal conducta a otras áreas de su vida, siendo rotulada y convirtiéndose en
el niño, adolescente o adulto problema (de acuerdo a su ciclo evolutivo). Cuantas más desavenencias de
la pareja, más conductas agresivas y viceversa: el por qué (el motivo) acciona recursivamente sobre el
para qué (finalidad). El terapeuta puntúa una parte del circuito que se traducirá en objetivo y causa del
mismo de manera recurrente.

POR QUÉ PARA QUÉ

PUNTUACIÓN

Como hemos analizado en párrafos anteriores, en la mayoría de las oportunidades en que se trata
de diferencias el modelo sistémico, se hace alusión a que otras terapias buscan el por qué, resumiendo
con este término la diferencia epistemológica. No obstante, existiría un por qué que implica recurrencia
desde una construcción lingüística circular.

En síntesis, tanto un por qué como un para qué son construcciones que se infieren de la interacción
entre el terapeuta y los pacientes durante la sesión. Pero una tercera variable que introduce la clínica
sistémica, y que es la encargada de describir los circuitos recursivos que se generan en y con el problema
es el ¿qué es lo que sucede? El termino qué es el que ingresa al terreno de la descripción y permite
entender el diseño de un sistema, para poder elaborar las hipótesis que respondan a la constitución del
sistema a partir del problema. Es fundamentalmente el campo de acción de las preguntas circulares, y

84
apuntan al plano de la pragmática, al circuito de las interacciones que involucran a determinados
integrantes en un contexto.

Paul Watzlawick (1988) suministra la diferencia entre un punto de vista individual e instrapsiquico
y el interaccional y pragmático:

“Con esto creemos haber perfilado una diferencia fundamental entre el modo de ver monádico y
el pragmático. En una perspectiva monádica, preguntamos por el motivo, el origen, la causa, es decir ¿por
qué?, en una perspectiva pragmática, que sucede aquí y ahora”.

Este párrafo también hace alusión a uno de los dos ejes a que nos referimos capítulos anteriores:
la sincronía. Qué sucede aquí y ahora es remitirse a la recursión sostenida por las soluciones intentadas,
para poder operar desde los aspectos concretos de las situaciones, bloqueando la redundancia sintomática
y girando copernicamente las tentativas de resolver el problema. Así entramos en otra etapa del trabajo
terapéutico, en donde el terapeuta se pregunta ¿cómo resolver el problema? Esta visión pragmática
requerirá de la creatividad para introducir las intervenciones y prescripciones que se dirijan al cambio, que
efectan y resultan de la interacción, generando una construcción nueva con respecto al problema. En
conclusión, a pesar de la ortodoxia sistémica que contraindica, dentro de las intervenciones, la explicación
de ¿por qué realiza el sujeto una determinada acción?, la tendencia sociocultural de la explicación, tanto
de los pacientes como de los terapeutas, lleva a que se filtren dichas explicaciones, que en general
demandan la afirmación de construcciones de supuestos o inferencias causales-lineales a las que el
paciente se remite.

Estas alocuciones pueden construirse a partir de devoluciones de terapias anteriores de cortes


lineales, por comentarios de familiares, amigos, compañeros de trabajo, o bien por la propia autorreflexión,
etc. Estas hipótesis no llegan a aportar claridad al diseño operativo de la terapia sistémica, puesto que no
se piensa en sentido de interacción, sino en forma individual. Como si se fuese aséptico a la respuesta del
otro y viceversa, más aún, frecuentemente sostienen la construcción de la estructura de la recurrencia, de
elementos racionalizadores e intelectualizantes que confunden al input de información que, por medio de
la doble finalidad de las preguntas circulares, trata de ingresar el terapeuta.

No obstante, es importante construir un por qué interaccional y dar el giro de la recurrencia del
para qué, creando así una visión nueva que no apunta a una dinámica lineal. Su uso estratégico como
intervención es un recurso más en el arte de la psicoterapia. Luego dependerá de que el terapeuta esté
involucrado en un conocer cibernético para que logre introducir su lectura en la interacción con el paciente.

EL INSIGHT O HÁGASE LA LUZ (P. W. Y M. C. R)

De todo este análisis se desprende otro punto que caracteriza y diferencia a la clínica sistémica
de otras psicoterapias: la búsqueda del insight. Desde una epistemología lineal, se elabora la teoría que
señala que los orígenes de una determinada conducta presente se hayan en el pasado de la persona. Esta
construcción implica suponer que por medio de la toma de consciencia de las causas intrapsíquicas que
producen el problema, el paciente remitirá al cambio.

En la mayoría de las psicoterapias esta conceptualización conforma el supuesto básico, en donde


se privilegia la comprensión acerca de lo que sucede por sobre la acción. Se afirma que, a través de
comprender las causas, es factible que se desarrollen en la pragmática acciones nuevas que conduzcan
a la resolución del conflicto. Desde un punto de vista constructivista resulta difícil aceptar este postulado –
se comprende en términos de otra epistemología-. Tomando como base los estudios de Piaget en la
Construcción de la realidad en el niño (1937), al que aludimos en capítulos anteriores, observaremos cómo
la realidad se construye a través de la acción. El método del ensayo y error permite crear la propia
experiencia, formar las propias reglas, delimitar los patrones de interacción y en síntesis conocer el mundo.

85
Se privilegia la acción sobre la comprensión: desarrollamos acciones en el experienciar para
después reflexionar acerca de ella. Conformamos asi las abstracciones que amoldaran el hecho
observable que recursivamente impregnará, a través de nuevas experiencias, a nuestra estructura
conceptual. Entonces, si la realidad se construye cotidianamente, mediatizada por la acción ¿por qué los
métodos terapéuticos toman el camino inverso, poniendo énfasis en la comprensión y reflexión, como pre
requisito para la construcción de una realidad nueva?

Desde la visión que proporciona la pragmática, es discutible la importancia de la conexión causal


de ciertos hechos del pasado y determinados factores del presente que se traducen en sintomatología, y
en especial el dogma que refiere que el conocimiento (conexión) de ambos factores, como insight, sea la
conditio sine qua non para cambiar.

En la vida cotidiana es factible que en algunos momentos reflexionemos al hacer insight del por
qué nos sucede (construimos) un evento determinado, pero esto no nos asegura la modificación de la
actitud; por lo tanto, resulta dificultoso erigirlo como precursor del cambio. Es cierto, también, que en
numerosas situaciones se produce el reconocimiento espontaneo de ciertas acciones, construcción de
hechos que nos permiten ver con claridad que estamos repitiendo determinados patrones interactivos, y
esta reflexión conlleva un cambio de acciones en el contexto.

Pero, por lo general, en la práctica clínica, son muchos los pacientes que vienen de terapias
anteriores, conociendo perfectamente el por qué, de sus conductas sintomáticas, pero continúan
repitiéndolas, generando las mismas recurrencias de siempre, que a esta altura se han rigidizado de tal
manera que es más difícil aun desbloquear reverberancias y poder generar el cambio. El paciente pudo
darse cuenta, pero se descuidó el sistema con el cual se interactúa, que coadyuvó con una serie de
acciones a no poder salir del juego enfermante que plantea. Ya hemos planteado que una visión sistémica
no debe quedar reducida a un efecto sincrónico; el eje diacrónico –la historia del sujeto-, a través de las
situaciones y comportamientos isomórficos, amplia la dimensión de comprender lo que está sucediendo.

Si el tema se circunscribe a la finalidad de señalar esta repetición con la expectativa del cambio,
no estamos hablando de terapia sistémica. Se puede utilizar este recurso como input de información nueva
que reencuadra los marcos semánticos, y puede desarrollar en la práctica una modificación, pero no
quedar varado en este perímetro. Las prescripciones de comportamiento, en este caso, obligan a realizar
acciones hasta ahora no implementadas rompiendo con las recursiones.

Desde esta perspectiva, la terapia sistémica penetra por dos flancos: el cognitivo, por medio
de las intervenciones que reformulan la semántica, y el pragmático, a través de las prescripciones.

El pensamiento sistémico desarrollado en la clínica basa su metodología en la acción y no en la


explicación, en saber cómo y no por qué. La cuestión se centra en la influencia sobre el comportamiento.
Paul Watzlawick, en La coleta del varón de Munchhausen (1991), desarrolla algunos conceptos acerca de
la influencia sobre el comportamiento. Tomando en cuenta que el síntoma cumple con una función
determinada dentro de un circuito interactivo, su recursión se normativiza a través de una serie de reglas
que en este caso lo convierten en patológico. El paciente, encerrado en este círculo no estará en grado de
crear por sí mismo las reglas para efectuar un cambio de reglas: “(…) entonces el cometido manifiesto de
una terapia eficaz es introducir desde afuera estas reglas en el sistema. Mientras los miembros de tal
sistema entran en comunicación con un intruso que no está prisionero en su juego sin fin, este sistema
ampliado, por así decir, desde afuera, puede salir favorecido sobre su estructura originaria y ejercer una
influencia transformadora”.

El intruso en el ámbito clínico es el terapeuta, que podrá ejercer su influencia por medio de la
elaboración de ls hipótesis del caso. Partiendo de estas premisas podrá trazar la estrategia pautada por la

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interacción y viceversa, por medio de intervenciones o del desarrollo de tareas que, llevadas a la acción,
modifiquen las reglas de la recurrencia. Además, desde su sola presencia, en la que el sistema se ve
obligado a interactuar con un nuevo elemento y de acuerdo con la sutileza de su técnica, lograra introducir
información nueva dentro del circuito, que lleve paulatinamente al cambio de sus reglas internas.

Por otra parte, no se trata de pensar rígidamente, como señalamos anteriormente, que el insight
nunca posibilita el cambio, tal vez la afirmación más clara seria decir que la finalidad de la terapia sistémica
no es la búsqueda de la toma de consciencia. Pero en numerosas oportunidades, en el desarrollo tanto de
la terapia individual, de pareja, como de la familia sistémica, se efectúan reformulaciones que llevan a la
comprensión de cuáles son las reglas del juego que se utilizan, e inmediatamente esto tiene su repercusión
en el contexto.

La inserción de una pauta cognitiva nueva en el sistema perceptivo del sujeto, posibilita una nueva
construcción, un giro en la mirada que conlleva el cambio de reglas para modificar la recursión. No
obstante, para lograr este efecto en la pragmática, no será necesaria la comprensión o el insight, sino la
acción concreta. De este concepto se desprende la importancia del uso de las prescripciones de
comportamiento, en las que el paciente deberá realizar una acción pautada, tal vez sin llegar a comprender
por qué debe hacer lo que se le indica. Otras técnicas intervienen por medio de la provocación –de la
función desempeñada por los integrantes de un sistema-, y perturban fuertemente el circuito, a través de
la ironía, el humor, el sarcasmo, etc., produciendo los efectos de reestructuración de reglas, por lo que la
comprensión consecuente se convierte en un elemento importante en términos del cambio.

La posibilidad de romper la estructura del juego sin fin de la recurrencia radica en construir
alternativas en el interior del sistema que no se encuentra dentro de la codificación de reglas. P. Watzlawick
(1988) alude a L. Wittgenstein (1956), que explico estos puntos, pero haciendo alusión a un contexto
diferente:

“Supongamos (…) que se trata de un juego tal que quien lo empieza puede ganar siempre por
medio de un truco determinado y sencillo. Sin embargo, si uno no se da cuenta de ello, entonces es un
juego. Ahora bien, alguien nos llama la atención sobre ello y deja de ser un juego. Esto, sin embargo,
significa (…) que el otro no nos ha llamado la atención sobre algo, sino que nos ha enseñado un juego
diferente en lugar del nuestro. Pero, ¿cómo pudo volverse obsoleto el antiguo a través del nuevo? Ahora
vemos algo diferente y ya no podemos seguir jugando de manera ingenua”.

Evidentemente, la última frase tiene una importancia significativa en nuestro análisis: “el otro no
llamó la atención sobre algo, sino que nos ha enseñado otro juego y ya no se puede seguir jugando de
manera ingenua”. Esto sucede en el ámbito clínico, cuando el terapeuta revela las reglas del juego que
conforman el circulo vicioso al que se someten los integrantes, desestructurando la polaridad
victima/victimario y mostrando además, como señala Mara Selvini, que el poder no se encuentra ni en uno
ni en otro de los miembros, sino que se haya en las reglas de juego que se desarrollan. De acuerdo a esta
premisa el terapeuta, al describir la trampa muestra el juego. Esta denuncia podrá arrojar como resultado
la elaboración de una realidad diferente, por lo que ya no se puede continuar jugando de una manera
inocente. El problema radicaría, entonces, en proseguir el juego a pesar de conocer las reglas.

Finalmente, si existe un elemento que comparten la mayoría de las escuelas clásicas de


psicoterapia, es el valor y efecto terapéutico que le atribuyen a la interpretación, la confrontación, la
explicación y al insight consecuente. Esta es la suposición básica de las líneas psicodinámicas para la
modificación de comportamientos. Pero este supuesto es dogmático y, por lo tanto, es parte componente
de una teoría del hombre, y como todo dogma es una construcción, que no es en sí misma una propiedad
de la naturaleza humana. En última instancia, solamente podemos hablar de teorías que manifiestan
diferentes versiones acerca de las cosas, hipótesis que sostienen y soportan a la observación del
percibiente.

87
LA REALIDAD DEL RORSCHACH
EL RORSCHACH DE LA REALIDAD

La técnica del psicodiagnostico de Rorschach es ampliamente reconocida sobre todo por lo que
se refiere al alto grado de certeza diagnostica, como también al nivel de validez y confiabilidad acerca de
las características de personalidad, nivel de relaciones e interacciones, imágenes o estereotipos de figuras
parentales, etc. Su utilización compete a diversas áreas de salud mental, como al campo jurídico y laboral.

No es el objetivo de este artículo describir las funciones y usos de la técnica, pero más allá de la
especificidad de la misma, es interesante apreciarla como reveladora de los mecanismos que se ponen en
juego en el acto de conocer. La fundamentación teórica del Rorschach refiere a la antigua escuela de la
percepción, la Gestalt, el Psicoanálisis, la Psicología de los colores, que son los avales con los cuales es
factible evaluarlo. Desde nuestra posición constructivista, estamos proponiendo una nueva perspectiva
sobre los mecanismos que se desarrollan en un sujeto frente a la percepción del material.

Hermann Rorschach había precisado con claridad que la interpretación de manchas accidentales
no era un sencillo producto de la imaginación, sino, por una parte, el resultado de un complejo proceso
asociativo de los elementos externos a través de lo sensorial, y por otra de los factores internos por medio
de las proyecciones que se ejecutan en el acto perceptivo. El acto perceptivo revelaría al ojo del
examinado, el estímulo –la mancha de tinta-, y otorga un significado determinado a una forma azarosa a
través del proceso e abstracciones emergentes del mapa del observador (dicho proceso es llamado por
Rorschach: proyección), lo que produce la interpretación.

“Las interpretaciones de estas formas accidentales no dependen directamente de la imaginación


y no ha de estimarse la capacidad imaginativa como uno de los requisitos básicos (…). Pertenecen al
campo de la percepción y de la apercepción, más bien que al de la imaginación” (Rorschach, 1921).

Esta distinción trazada por el autor marca una diferencia en función de que la imaginación se
refiere más a una esfera voluntaria y consciente del sujeto, mientras que la percepción, como acción de
conocer, compete a mecanismos que escapan al control consciente. Una persona imaginativa no
necesariamente recreará brillantes interpretaciones de las manchas de tinta. Puede ser que frente a una
lámina determinada se bloquee y coarte su posibilidad de respuesta, puesto que es bien conocido el
fenómeno de la influencia de las emociones frente a la creatividad.

En función de la percepción, el construir interpretaciones poco frecuentes u originales, evidencia


la riqueza y flexibilidad de los parámetros de las estructuras conceptuales que no se ciñen a los baremos
convencionales. La técnica es una prueba excelente para observar, a partir del tipo de respuestas que se
realizan, el nivel de abstracción, las distinciones, descripciones, etc., en síntesis, como construye el sujeto
su realidad.

En principio, existen algunos elementos interesantes a discriminar en función de nuestro análisis.


Por ejemplo: una persona se posiciona frente a la mancha de tinta y por medio del lenguaje imperativo de
la consigna “¿qué puede ser esto…?”, emergen sus abstracciones simbólicas y a partir de signos familiares
para él, en esa amorfia, distingue recortando formas diferentes, describe acciones y además categoriza; o
sea, atribuye significaciones, transformando la no forma en un universo particular y reconocible, como
realidad de segundo orden, frente a una realidad de primer orden, en la cual todos coincidimos que es una
mancha de tinta.

El Rorschach muestra la distinción de ls dos realidades que desarrollábamos en el capítulo


anterior: la primera realidad indica que frente a los ojos del observador existe algo que le coloca un nombre,
mancha, pero es el mismo lenguaje de la prescripción que indica que debe observar algo allí, más allá de
la mancha, y es el que pone en juego la orden de construir una segunda realidad: la realidad el mundo
personal del entrevistado. Por lo tanto, si este cato es automático en los seres humanos, puesto que
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siempre nuestros marcos semánticos impregnan nuestro lente de observación obligándonos a trazar
distinciones, en la técnica, por medio del imperativo de la consigna, se constituye en un mecanismo
explícito.

Además, podemos pensar la dificulta que implica el hecho de que esa realidad de primer orden es
más compleja que la habitual, ya que por lo general estamos habituados a conectarnos con formas
estructuradas y delimitadas por un perímetro reconocible, pero aquí nos encontramos con la forma de la
no forma. Pero a la vez, es facilitadora de recurrir a recortes que permitan la identificación con engramas
familiares y así la constitución de realidades particulares.

Los seres humanos estamos cognitivamente sistematizados en conformar nuestros engramas,


como construcciones conceptuales, por medio de formas convencionales, conocidas y reconocidas a
través del proceso de abstracciones que se realizan en el experienciar el mundo y que cimentaran la
estructura de nuestro mapa. De la misma manera que se constituye el lenguaje, las imágenes acústicas
brindan el diseño con nombre y significación: son formas familiares que permiten sostenes un código
familiar y sociocultural, que a la vez nos posibilita comunicarnos, reconocer que eso es una silla, un árbol,
una mesa, etc., en síntesis, que eso que vemos lleva un nombre, una utilidad, un sentido.

Este código también nos lleva a fortalecer nuestros parámetros de seguridad, acrecentando la
confianza en nosotros mismos y en nuestro medio, en la medida que nuestro conocer continúa
orientándose en los canales habituales compartidos. Pero esto no sucede en la técnica del Rorschach.

De pronto se coloca frente a los ojos del observador la catástrofe de lo amorfo, de lo que es
dificultoso reconocer, algo que amenaza la estabilidad. Surge, entonces, la atención, la angustia, el mundo
se tambalea bajo nuestros pies… irrumpe el terapeuta y el imperativo de la consigna que se traduce como
¡trace una distinción!, y así explícitamente pautada la orden de realizar el distingo el sujeto trata de salir
del caos, apelando al recurso del encuentro de formas que el resulten familiares.

Cabe pensar, realizando una comparación, que, si una persona llega a categorizar lo que no tiene
forma, como la técnica de Rorschach, frente al contacto con estructuras universalmente reconocidas,
cuanto más factible es que rotule y adjudique significado a las cosas. Otro punto se refiere a la prescripción
que orden a ver algo en la mancha: cuánto poder posee el lenguaje imperativo, que con una simple orden
insta a transformar una realidad de primer orden en una de segundo orden.

Por otra parte, si no existiese la prescripción y nuestro entrevistado tan solo mirase el material sin
saber que es una técnica psicológica, observando el mismo como si estuviese en una exposición de pintura
surrealista, tal vez no aparecerían los niveles de angustia y ansiedad que emergen en la administración,
pero si la sensación de incertidumbre que genera en el observador cualquier obra que atenta con las
estructuras lógico formales. Si mostrásemos el material diciendo “mira estas manchas…, ¡qué diseño, ¡qué
te parece!... son bonitas…”, en principio ya estamos pautando la observación induciendo a una distinción
a la cual le colocamos el nombre de mancha (además de emitir un juicio de valor a través de adjetivo),
pero no estamos exigiendo el ver algo, simplemente lo que vemos es una mancha y sin darnos cuenta
imponemos nuestra construcción al interlocutor. No obstante, en uno o en otro caso, ya sea que mostremos
el material sin involucrar nuestra construcción, u observando el mismo pautándolo –“mira estas manchas”-
, la prescripción implícita de trazas distinciones en el acto perceptivo lleva espontáneamente a
experimentar diferentes identificaciones recurriendo a formas familiares en lo amorfo.

La consigna obliga a trazar una distinción, puesto que no pauta adjudicando el termino manchas,
sino que cuestiona “¿qué puede ser esto?”, enfrentando al sujeto con su propia incertidumbre, llevándolo
a tratar de encontrar la certeza. Son diversas las reacciones que se experimentan frente al imperativo:
algunos quedan petrificados por la angustia que surge por el referente confuso de las manchas, otros
logran rearticularse identificándola en forma total o parcial con alguna estructura conocida, disminuyendo
notablemente el nivel de ansiedad, otros huyen, refugiándose en su perímetro, etc.

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En ese sentido, la irrupción del material y la prescripción o bien producen angustia porque el sujeto
se afinca en la incertidumbre, o se controla la situación, porque logra encontrar un referente que sienta
conocido.
En el contexto en que se desarrolla una administración del Rorschach existen dos personas, una
de las cuales evalúa a la otra y en esta asimetría, la situación se vive como una prueba o un examen. Es
decir, no solamente se pueden remitir y recortar los resultados tan solo a la técnica, sino a la influencia de
la interacción con el entrevistador. El entrevistador es el que analiza los resultados, en los cuales participo
activamente con su presencia y sus intervenciones, sabiéndose involucrado en el contexto de la
administración. De ahí que los rorschistas cuiden tanto el joining previo a la toma para facilitarla. No
obstante, es un acto de co-construcción y a pesar de que sería un experimento imposible de realizar, el
mismo entrevistado con dos entrevistadores diferentes no arrojaría las mismas interpretaciones de las
láminas, a pesar de que los resultados del informe final probablemente sean similares.
Además, en la interpretación de los datos y su articulación, también el entrevistador pondrá en
juego su mapa y su dinámica personal, por lo tanto, él mismo desde su universo evalúa los resultados en
el cuales participó. Esta es una referencia más a favor de la subjetividad, de la autorreferencialidad de las
acciones e interacciones que suceden en todos los contextos, y que la psicoterapia, como tal, no está
exenta.
La mayoría de las pruebas proyectivas en esencia detonan en el sujeto la evocación de aquello
que, de diferentes modos, es la expresión del mundo personal (su mapa) y el proceso evolutivo de su
personalidad. Rorschach sostiene que la respuesta otorgada frente al estímulo de la lámina es el resultado
de un proceso asociativo de imágenes mnémicas (que podríamos llamar abstracciones) con los complejos
sensoriales recientes. Es interesante pensar que el autor escribía esto en los comienzos de siglo;
lamentablemente miró a los 37 años, y seguramente de haber vivido más tiempo hubiese logrado
desarrollar más dichos conceptos.
De esta manera, se observa como algunos sujetos con una estructura mas rígida de personalidad,
mayormente convencionales, o sea con un mapa excesivamente estructurado, tienden a dar respuestas
(trazar distinciones) en los recortes más formalmente reconocidos, como son las llamadas respuestas
populares, o los más detallistas en los sectores pequeñísimos.
Los que poseen estructuras conceptuales más flexibles, plásticas y menos convencionales, del
tipo de artista (pintores, actores, escultores, etc.), tienden a establecer distinciones en zonas inusuales de
las manchas, divididas no por los límites de figura-fondo, sino a través de las difuminaciones de los
claroscuros y del color, y a brindar conceptos abstractos.
Este mismo tipo de fenómeno sucede cuando, en una exposición de arte abstracto, los visitantes
se esfuerzan por descubrir qué es lo que trató de diseñar el artista. Su uno presta atención, puede
constituirse en una brillante experiencia, el escuchar las distintas construcciones de realidad que se
efectúan sobre una obra y que se supone el artista trató de plasmar. Y lo peor de todo…, pese al título de
la obra que aparece en el extremo del cuadro, la gente se esfuerza por ecforiar formas reconocibles,
cuando el pintor, respetando su línea, trato de expresar un concepto abstracto como energía, tristeza,
vanidad, fuerza, etc.
Evidentemente, el acto perceptivo conlleva un esfuerzo asociativo mediatizado por el imperativo,
en el cual la desestructuración del estímulo abre las compuertas a la evocación de los engramas
adquiridos, por medio de los distintos procesos de abstracción en las diversas situaciones de vida de la
persona. Estos están revestidos emocionalmente y de acuerdo a la construcción que se realice, a partir
del estímulo detonante, se proyectará sobre el material su interpretación, o sea, que esta es el resultado
de un esfuerzo constructivo-asociativo en el acto perceptivo. Esa imagen que ve, en última instancia, es el
resultado de su mundo interno, por un lado, y de la interacción con el entrevistador, su mundo externo, por
el otro.
Notablemente, en esta técnica, con sus significaciones por cada lamina (más allá de los
complicados cálculos para realizar su clasificación y evaluación), se observan actitudes muchas veces
insospechadas para los encuestadores. Estas interpretaciones revelan los elementos conflictivos de
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acuerdo a las construcciones que se efectúen en cada lamina. Un individuo que tenga una relación
problemática con su madre podrá eludir, por así decirlo, la lámina 7, produciendo un fracaso de respuesta,
ya que representa la figura femenina madre; otro que siempre tiende a esquivar las situaciones que
impliquen compromiso tendrá a refugiarse en los perímetros de las manchas y así sucesivamente.
Estas significaciones, como hipótesis preestablecidas a través de la casuística, deben ser
cuidadosamente tratadas, en función de correr el riesgo de ajustar forzadamente una interpretación
cualitativa, acomodando la respuesta de acuerdo al supuesto, cuando es la hipótesis la que debe
amoldarse a la respuesta, entendiendo lo que sucede a través de la misma. El Rorschach es una clara
demostración de la selectividad perceptiva. Si la observación es subjetiva y autorreferente, todos los datos
que pueda proporcionar el material perceptivo de la técnica remiten al observador, y más aun con esta
posibilidad de un estímulo desestructurado que abre multiplicidad de interpretaciones. El efecto será el
fruto de la selección que realiza nuestro complejo de abstracciones y omitirá los aspectos que pueden
resultarnos conflictivos o desagradables. En conclusión, en el acto perceptivo converge la proyección
frente al estímulo amorfo, se seleccionará el recorte de acuerdo a nuestro mapa, y se ecforiará la figura
que se amolda a nuestras abstracciones.
En los procesos perceptivos se pueden distinguir tres pautas de captación:

 Se capta o sea, se elige o selecciona algo específico de la cosa, el sujeto puede ser consciente
de su elección, por lo tanto ve lo que su estructura conceptual el permite ver.
 También se descarta en la percepción, la persona puede ser consciente de su elección, percibe el
estímulo –ve- y no lo selecciona.
 Por último, el sujeto no capta, y no es consciente de que no ve, o sea no ve que no ve.

Este fenómeno se observa en lo cotidiano, ya que el sistema de vida permanentemente nos


expone a elecciones, que desde la perspectiva constructivista no son resultado de la casualidad, ya
sea en las elecciones de pareja, gustos, opciones con respecto a salidas, etc., o, por ejemplo, en el
plano de la psicoterapia, la elección de los modelos, técnicas, intervenciones, etc.
En esta misma selectividad perceptiva cotidiana (o la selectividad perceptiva del Rorschach) la que
se desarrolla cuando simplemente leemos un libro o vemos una película. Desde este aspecto no
existen obras buenas o malas, ya que estas calificaciones son juicios de valor, como atribuciones de
segundo orden, sino que serán buenas o malas, de acuerdo con las construcciones que realice el
observador.
Tanto para el lector como para el espectador, la obra cobrará vida y tendrá sentido, más allá del
autor; las distinciones que se establecen dependen de ese mapa interno producto de las
abstracciones, con lo cual tanto lector como espectador, considerados como pasivos en contraposición
con la actividad del que escribe o actúa, son los verdaderos constructores de la historia observada.
Seremos héroes, asesinos culpables, victimas, salvadores, etc., de acuerdo con el recorte o la
distinción que tracemos.
Jugamos, entonces, un doble juego: construimos el personaje y luego nos identificamos con lo
mismo que construimos.

CONSTRUYENDO EL ESTILO TERAPEUTICO


La elección de un estilo en psicoterapia depende de un complejo proceso de abstracciones,
particulares e inherentes a la funcionalidad cognitiva del terapeuta. Una hipótesis a la que nos acercamos
es la que plantea que no existen estilos puros, o representantes de modelos que se caractericen por la
exactitud o precisión de seguirlos exhaustivamente, más bien existen terapeutas que adhieren a ciertas
líneas, pero no líneas encarnadas en terapeutas.

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El terapeuta, como todo ser humano, en su proceso de hacer historia realizará cada uno de esos
actos perceptivos, sumando abstracciones que le posibilitarán conformar estructuras conceptuales, siendo
estas mismas las que dibujarán un mapa determinado de su realidad. En este mapa el que convierte a las
futuras percepciones en selectivas, tratando de amoldar los nuevos pensamientos a la estructura
conceptual de modo que no se contradigan.
Desde allí captamos lo que deseamos captar (lo que tradicionalmente llamamos dato) o por lo
menos lo que nuestro mapa permite. Esta es la evidencia de como recortaos la realidad a través de nuestra
particular perspectiva, transformando a la percepción en un acto selectivo.
Esta selección es la que pauta, por medio de las distinciones pertinentes, nuestra epistemología,
nuestra forma de conocer el mundo, y es de esta, donde los terapeutas elegimos un modelo teórico,
avalado por una teoría determinada. La teoría entra en nosotros y nosotros entramos en la teoría y, así, la
misma se construye en nosotros. Las epistemologías son las constituyentes de las líneas teóricas del
conocimiento. Por medio de la teoría se pautan metodológicamente los pasos del conocer, se construyen
hipótesis, se elaboran estructuras conceptuales que organizarán y acomodarán el hecho observable bajo
una lente normativizada por las reglas inherentes a la misma teoría. Dicha subjetividad construye al hecho
y procesa a este como una verdad irrefutable.
Las teorías son a su vez ls que respaldan y conforman modelos del saber y del conocimiento. En
este caso los modelos terapéuticos se estructuran partiendo de dichas bases teóricas y se moldean a
través de lo pragmático corroborando o descartando el sustento por el cual se avalan (el método de ensayo
y error). Se conforman estrategias, técnicas, tipos de intervenciones, dinámicas de operatoria, etc. A
posteriori, se desarrollarán casos clínicos que certificarán el grado de efectividad, comprobando las
hipótesis previamente planteadas.
De esta manera aparece el novel profesional, que observa el despliegue en abanico de la
multiplicidad de modelos. La cantidad de oferta que propone el mercado terapéutico es tal, que probamente
no pueda aprehenderlos en su totalidad. Y así surge la lección. Este futuro terapeuta se posicionará ante
su elección, con la carga de su historia, o sea, como portavoz de un código familiar, de patones de normas
de una serie de estereotipos que conforman sus estructuras conceptuales, en síntesis, su estructura
cognitiva, y solamente desde allí podrá elegir. Entra así en un modelo y el modelo entra en él, la
construcción está por comenzar…
Esto quiere decir que todos estos elementos de sus rasgos de personalidad, de sus constructos
personales, conformarán un estilo personal que se pondrá en juego en el plano de lo pragmático. Es
inevitable que el modelo que adopte sufra las modificaciones que promueve su estilo personal. Si bien esta
frase suena sentenciosa, no deja de corroborar ser la práctica: no existen terapeutas que desarrollen
modelos en su más pura esencia, porque ni siquiera los mismos creadores de un modelo lo pusieron en
práctica de manera ortodoxa; en última instancia lo constituyeron e implementaron de acuerdo con su estilo
personal.
Seguramente John Weakland, aunque bajo el mismo modelo de la terapia breve de Palo Alto, no
actúa de la misma manera que Richard Fisch o Paul Watzlawick, sencillamente porque existen diferencias
entre un ingeniero químico y antropólogo, un psiquiatra neoyorquino y un lingüista autríaco. Y también
seguramente el Freud de Viene de 1895 se diferencia del pscioanalista de España de 1996, simplemente
porque son personas, contextos, épocas e historias diferentes. Y del mismo modo, también Freud, se
diferencia de si mismo, puesto que sus textos revelan la evolución de su pensamiento, ya que fue
redefiniendo su teoría en la medida que avanzaba en sus investigaciones.
La introducción de una línea terapéutica, además, generara una selección de cuáles son las partes
de la misma en las que uno se siente más cómodo u oxigenado para trabajar. Esta es una de las tareas
de los formadores de terapeutas: por una parte, tratar de que el alumno pueda capitalizar sus recursos
genuinos y naturales, patrimonio de su estilo de personalidad, que se traducirán en herramientas en la
psicoterapia. Por la otra, desarrollar en él aquellas técnicas que no competen a sus características, para
de esta manera ampliar su gama de posibilidades de intervención.

92
Por lo general, los maestros de teatro hace muchos años que trabajan de esta forma; si el
estudiante tiene facilidad para la comedia, explotan al máximo sus potencialidades en este rubro, para,
una vez instaurado, pasar al tema que le dificulta más; por ejemplo, comenzará a desarrollar en él el trabajo
sobre el drama, hasta que logre realizarlo tan bien como el rubro que le surge naturalmente. En este
proceso, se obtiene como resultado la ampliación de técnicas y estrategias psicoterapéuticas en el
profesional. Si partimos de la base que las interacciones pautan las intervenciones, y estas a su vez pautan
a las primeras, cuanto mayor sea el repertorio de recursos menos se ceñirá la interacción y se trabajará
con mayor libertad, plasticidad y creatividad, entregándose al flujo de interacciones y no forzándolas por
poseer una reducida gama de técnicas.
No a todos los terapeutas le es factible naturalmente implementar la provocación en forma
confrontativa abierta o a través de la ironía, puesto que no todos poseemos un estilo combativo, discutidor
o mordaz en la vida. Frecuentemente, en las personas divertidas, aquellas que suelen animar las reuniones
a través de chistes y gags, el recurso del humor es una de las posibilidades a incorporar. A los más
histriónicos, con algunos algunos de teatro, con plasticidad corporal y enfáticos en su modalidad de
discurso, les resultara sencillo traducir estos datos como la técnica de hablar el lenguaje del paciente.
Algunos tienen la habilidad de la palabra acompañada de parsimonia, tranquilidad, regulando los
tiempos entre silaba y silaba con lo cual el discurso hipnótico de corte ericksoniano será uno de los
elementos a aprovechar. Aquellas personas que son contadoras de historias, cuentos, anécdotas,
abundando en descripciones y elocuencia en su discurso, que saben crear silencios de expectativas, que
bajan y suben su tono de voz de acuerdo a la escena que cuenta, podrán explotar el uso de analogías,
fabulas, cuentos, etc.
Los que tienen la habilidad de preguntar, creativa y minuciosamente, deberán aprender la forma
de los cuestionamientos circulares. Existen personas que tienden a observar por lo general, el lado positivo
de las cosas, que sacan el jugo beneficioso de las peores situaciones, realizando naturalmente brillantes
reformulaciones, por lo tanto serán muy creíbles sus connotaciones positivas, en el espacio terapéutico.
Otros son en su vida de relación grandes mediadores, evitando la confrontación y reformulando situaciones
caóticas por acuerdos, lo que facilitara la técnica de evitar la confrontación.
Las personas predominantemente concretas y prácticas, los sujetos de acción, que más que decir,
hacen, encajaran muy bien las prescripciones de comportamiento. Y más aún, si tienen la habilidad de
manejar el lenguaje imperativo, pero desde una gran sutilidad y habilidad para convencer sin que el otro
se de cuenta. Es necesario explorar si existen dificultades o facilidades con el lenguaje corporal, con
respecto al contacto, para entre otras cosas poder manejar de una manera más plástica el espacio físico
de la psicoterapia, por ejemplo, para conducir una contención en un momento de crisis ya sea des de la
palabra o desde el abrazo, o saber cuándo acercarse y cuando alejarse en una intervención determinada.
Además, realizar el genograma del terapeuta posibilita a entender, desde su historia, la
codificación de su familia de origen, de la que es representante representativo, sus disidencias y
concordancias, su estilo personal, en síntesis todo lo que contribuye a conocer cómo conoce.
Como terapeutas, la posibilidad de conocer nuestra epistemología implica, entre otras cosas,
acercarnos a nuestro universo de constructos personales, entender el por qué. Sin darnos cuenta, en una
sesión nos sentimos más atraídos por un niño, nos aliamos con una madre, o sentimos bronca con un
padre. Implica descubrir cuáles son las dificultades que nos bloquean el hecho de llevará delante un caso
o cuales son las intervenciones que nos resultan más fáciles o difíciles de implementar.
A partir de estas reflexiones hemos elaborado algunas preguntas que un terapeuta debe realizarse
en función de conocer su conocer. En todas ellas uno debe remitirse a la familia de origen ya los grupos
secundarios, como familia extensa, grupos de la escuela, grupos en la adolescencia, en síntesis, todos los
grupos significativos o persona relevantes, que jerárquicamente tuvieron una incidencia experiencial-
emocional en nuestras vidas. No necesariamente debe haber alguien con el cual uno se identificó, pero es
necesario tener la clara función o el papel que uno ha desempeñado o desempeña en la interacción con
los otros.

93
Estos cuestionamientos tienen como objetivo el contactarse con el estilo de intervención que nos
resulta más sencillo de manejar, pero a la vez, comprender de dónde surgió, cuáles fueron las
interacciones que llevaron a desarrollarlo con mayor asiduidad.
Las preguntas podrían ser las siguientes:

 ¿Cuáles son los mandatos de mi familia de origen?


 ¿En general, tiendo a ver el lado positivo de las situaciones… quién de mi familia me lo enseñó o
eran negativos y críticos en sus opiniones?
 ¿Soy provocador y confrontativo, mi estilo es agresivo, incisivo, irónico, dónde lo aprendí… de
quién?
 ¿Siempre trato de formular acuerdos, evito confrontarme y que la gente me confronte, en mi familia
quién era así… cómo fue mi función?
 ¿Soy un preguntón, pregunto minuciosamente, me interesan los temas que no conozco y trato de
agotarlos, quién era así, de dónde lo aprendí’
 ¿Me gusta contar historias, anécdotas, cuentos, soy un buen contador, atrapo a la gente con mi
relato…?, ¿alguien era así en mi familia, de quién lo aprendí?
 ¿Soy humorista y divertido, habilidoso en contar chistes, incluir espontáneamente gags, animo por
lo general las reuniones y festejos?,¿cuándo lo aprendí, quién era así…?
 ¿En términos de afecto, tengo dificultad o facilidad para acercarme y tocar al otro?, ¿cómo
manifestaba el afecto mi familia de origen, cuál era el código, quién era el más expresivo, se decía
con la palabra, con el cuerpo, con las preocupaciones, etc…?
 ¿Soy histriónico, digo más con el cuerpo o con la palabra… tengo movilidad corporal, manejo bien
el espacio físico, o tiendo a quedarme rígido… en compensación me expreso bien, soy elocuente,
parsimonioso, tengo facilidad en mis expresiones…?, ¿aprendí de alguien esta habilidad?
 ¿Soy ayudador y contendor…, en mi familia fue este mi lugar, o quién lo ocupaba…?
 ¿En general, soy paciente, tolerante, impulsivo? En estos términos ¿cómo me calificaría…, ¿quién
era así?
 ¿Soy una persona práctica, de acciones concretas, soy más de hacer que de decir…?, ¿dónde lo
aprendí, qué me llevó a desarrollar esta habilidad?
 ¿Tiendo a dar órdenes, a dirigir, soy un imperativo explícito o a través de sutileza logro
conducir…?, ¿fui así en mi familia, o en los grupos que interaccioné…?
Estas tan sólo son algunas de las preguntas, tal vez deberíamos ocupar unas cuantas paginas si
tratásemos de colocar todas las que nos podrían brindar información que marque un perfil completo.
No obstante, son las principales, que brindan al terapeuta la posibilidad de un autoconocimiento, y
para el formador con las indicadoras de los recursos genuinos y de los que deben desarrollarse por
vía del entrenamiento.
De las respuestas se puede inferir el recurso en el cual el terapeuta se siente más cómodo, y cuál
es la técnica que naturalmente le surge, de acuerdo con su personalidad y con su forma de conocer.
Permiten tener en claro la implementación de estrategias y la epistemología, tan pocas veces
conscientizada.
Por otra parte, el modelo teórico es el libreto que pautará una serie de distinciones, descripciones,
y tipificaciones que nos llevarán a puntuar una secuencia de interacción en la dinámica del terapeuta
o equipo terapéutico y la familia, o en la observación de los circuitos de un sistema familiar. Se
categorizará, y posiblemente si la hipótesis elaborada es coincidente con la que recorta otro
profesional, será factible que tengan el mismo objetivo de tratamiento, pero seguramente distarán en
estrategias sobre los caminos a tomar, dependiendo de todos los elementos de construcción de
realidades que planteamos.
Dependerá, además, no sólo del modelo que utilice o del estilo personal del terapeuta que da vida
al modelo, sino también de la interacción con la experiencia única e irrepetible que implica el contacto
con ese paciente, no produciéndose el mismo fenómeno con otro, a pesar de la similitud del caso. El
espacio terapéutico es el lugar donde se confrontan dos realidades: la del terapeuta y la del paciente

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(ya sea familia, fatría, pareja o individual). Este espacio es donde se co-construyen realidades
alternativas, que son el producto de la forma de interaccionar e ambos integrantes. Ambos –terapeuta
y paciente- contribuirán al diseño del problema y a su posterior reformulación por múltiples vías.
En el gráfico de la página siguiente, se observan los pasos del proceso de la elección de un modelo
y las mutaciones a las que se encuentra sometido; a pesar de la unidireccionalidad, este proceso es
recursivo. Si estamos planteando la selectividad de las percepciones, es obvio que el abordaje clínico
por medio de la instrumentalización de estrategias será tendencioso. Las preguntas que podrá efectuar
el terapeuta estarán delimitadas por la construcción de hipótesis que surgirán de sus estructuras
conceptuales y cognoscitivas, en la interacción con el paciente. Por otra parte, este mismo paciente
colaborará en dicha construcción, a partir de la interacción, desde su propio mapa.
El hecho de no adherirse ortodoxamente a los modelos tiene sus ventajas: cuanto más rígida es
la aplicación de la línea teórica, esta rigurosidad termina cercenando la creatividad del terapeuta. El
sobreadaptarse a un modelo determinado genera la imposibilidad de explotar la originalidad, teniendo
apartarse del manual de instrucciones de la correcta aplicación del modelo, y por ende malograr las
diferentes inventivas que puedan surgir en el desarrollo de una sesión. Es el caso de los terapeutas
jóvenes que comienzan a ejercer su papel y que por la propia inseguridad se aferran en forma
compulsiva a un modelo determinado, bloqueando toda iniciativa personal y viviendo con culpa el
apartarse del libreto que les indica la técnica.
Otro caso es el del terapeuta clon (de acuerdo a la denominación de P. Semboloni), que reproduce
–identificándose al máximo con su formador en psicoterapia- sus gestos, posturas, intervenciones,
tonos de voz, etc. Ha dejado de ser él, para ser su maestro, perdiendo su propia identidad, y así
abortando su creatividad. Aunque esta identificación puede sólo cubrir un espacio de transición, en
vías a gestar el propio estilo, será un problema cuando perdure a través del tiempo y se pierda la cepa
personal del terapeuta.
La creatividad es la que permite la flexibilidad de ópticas, el sentirse plástico y abierto en el vínculo
y es la que nos hace reflexionar sobre instancias inusitadas de la dinámica terapéutica. Nos posibilita
ampliar nuestro listón, ensanchando la gama de vías de acceso a la problemática que debemos
solucionar, acrecentando en cantidad y calidad, las técnicas que podrán ser implementadas, no sólo
porque calzan bien en el terapeuta, sino porque son las que se consideran más efectivas para ese
paciente.

LA CONSTRUCCIÓN DE ESTILO DEL TERAPEUTA

SOCIEDAD
EPISTEMOLOGÍA TEORIA adaptarse o no
ESTILO PERSONAL

Distinciones estructura familiar


Descripciones códigos, normas,
PACIENTE Hipótesis creencias, valores (mapa)
Secuencia de interacción
Elección de estrategias
Etc.

CONSTRUCCIÓN

95
Como observamos en el diagrama, un modelo terapéutico deberá adaptarse no sólo a las
modificaciones personales que le imprime el sujeto, sino también a la vertiente sociocultural de la
sociedad en donde se aplique, y es esta misma sociedad la que ha impregnado las construcciones
históricas del terapeuta, que a su vez, recursivamente, impregnarán la aplicación del modelo. Algunos
ejemplos dan cuenta de las construcciones de modelos y su concomitancia histórica y sociocultural.
El nacimiento de modelos, estrategias y técnicas se psicoterapia no resultan tampoco producto de lo
casual o de un mero evento fortuito, en el cual un profesional, en un momento determinado, dijo “a
ver… creo que esto sería positivo de aplicar con los pacientes…”, o tal vez pudo haber sucedido de
esta manera, si tan solo segmentamos el análisis a la anécdota de la invención. De una u otra forma
es obvio que la creación de una corriente psicoterapéutica es siempre el resultado de tiempo de
análisis, de horas de investigación, de casuística, de series de tentativas fallidas o alentadoras, etc.,
que llevan a una posterior sistematización que estructura un diseño final.
“Sí, es cierto que un señor dijo… y que lo que dijo es fruto de…”, pero debemos ampliar el espectro
de este análisis, puesto que tomar estos aspectos es solamente referirnos a una parcialidad. Se hace
entonces necesario dirigir nuestra mirada hacia el contexto que rodea y favorece –y en numerosas
oportunidades perturba- la producción de ciertos eventos. O sea, la invención de modelos de
psicoterapia –desde los más abarcativos y complejos, hasta los más simples- se gestan impregnados
por momentos con determinadas características sociales, o de crisis políticas, o de cierto tenor
económico, que inciden directamente sobre los factores socioculturales propios del contexto en que
se desarrollan y generan las condiciones necesarias, para que un profesional cree lo que deba crear,
de acuerdo con ese terreno propicio producido por esas condiciones.
Si reflexionamos desde una perspectiva ecosistémica, en donde cada hecho se cosntituye en un
evento que conlleva a un equilibrio dinámico e volutivo, la construcción de un modelo en psicoterapia
implicará la pieza de un engranaje,, que expresa, en su esencia, su origen como portavoz de una
cultura, y por su finalidad, la posibilidad de convocar a soluciones que continúen desarrollando la
homeodinamia.
Si transitamos sintéticamente los contextos históricos en los que se desarrollo la creación de
algunas corrientes en psicoterapia, observaremos como estas fueron el emergente de la sociedad de
ese momento, pero a la vez, ejercieron sus efectos sobre la misma sociedad que los produjo.
Fue Freud quien, con sus postulados, se enfrentó al organicismo psiquiátrico conservador de la
sociedad médica y al contexto social en general, oponiéndose con la teoría del aparato psíquico, de la
libido y el complejo de Edipo, entre otros puntos, y constituyendo no sólo un modelo psicodinámico
que revoluciona los estudios sobre las enfermedades mentales, sino también movilizando las
estructuras rígidas de la prosapia de la alta burguesía vienesa.
Su modelo fue una atrevida bomba de tiempo en la Austria victoriana de fines del siglo XIX y
comienzos del XX. De esta manera, el Psicoanálisis tomo cuerpo y no se quedó en un modelo reducido
al ámbito de lo terapéutico, sino que impregnó y continúa impregnando diversas áreas, como el arte,
la literatura, la política, etc., en todo el mundo.
El Silicon Valley, fue el escenario donde germinó la Cibernética y se aplicó a la Teoría de los
Sistemas. Fue allí donde ambas disciplinas se llevaron al plano de los circuitos y de las relaciones
humanas y donde términos como la noción de feed-back, interaccionan, entropía caos, crisis y
negentropía, entre otros, comenzaban a resultar habituales, generando una pragmática de la
comunicación que revolucionaría por medio de la segunda ley de la Termodinámica, la mirada del
análisis lineal causa-efecto, que regía desde el pensamiento cotidiano hasta el científico.
Otra vez la ruptura epistemológica, otra vez la tentativa de abolir un paradigma: se permuta una
epistemología lineal por una causalidad circular, que dará como resultado que toda conducta será
causa de…y a la vez efecto resultante de...De pronto la herejía: la introducción de más de un integrante
en la sesión –una familia, una pareja-, desechando lo que se imponía conceptualmente en las líneas
clásicas como una contaminación. Todo esto evidencia la necesidad emergente de atención rápida y
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eficaz que la posguerra deja como secuela: cantidad de sujetos requeridos de atención física y psíquica
en la función de las neurosis traumáticas y los trastornos psíquicos que las lesiones físicas
conllevaban. Por lo tanto, la necesidad de una atención poblacional efectiva y urgente lleva a la revisión
de los sistemas socio sanitarios de atención por un lado y el pensamiento sistémico-cibernético por el
otro, convergiendo para constituir el modelo sistémico de abordaje en psicoterapia.
A posteriori, las técnicas ericksonianas y el Constructivismo se acoplan para definir el modelo de
la Brief Therapy del Mental Research Institute de Palo Alto, que expresa claramente el pragmatismo
operativo, característica de la sociedad norteamericana, definiendo así lo que podríamos llamar la
clínica del cambio.
Los años 60, Palo Alto y otra ruptura, pero esta vez con la conceptualización monádica del paciente
psiquiátrico. Los estudios del doble vínculo posibilitaron afirmar que el esquizofrénico, como paciente
identificado y rotulado, abandona su soledad y exclusividad, para pasar a ser el portavoz de un sistema
patológico y patologizante. Es esta misma investigación la que se transforma en parapeto el
pensamiento anti psiquiátrico enfatizado por Ronald Laing y David Cooper.
Movimientos hippies invadieron de horizontalidad y no diferencia a la sociedad, con el lema de pz
y no al apartheid, y esta nueva perspectiva que revoluciona a distintos planos, expresándose a través
de diversos períodos y reforzado a posteriori por el Mayo francés, aflora como ideología en los
creadores de la Antipsiquiatría, aunando ambos preceptos: ideológicos (el no a la diferencia y
horizontalidad) y científicos (el enfermo mental es el que se sacrifica en función de mantener la
homeostasis del sistema familiar).
Así, la posguerra llevó a que la sociedad europea reformulara sus sistemas de atención en el plano
de la salud mental, y es en ese momento donde Maxwell Jones descalifica la atención manicomial
para crear teórica y pragmáticamente la Comunidad terapéutica. El mayo del 68 aplica una inyección
de ruptura1 a los modelos conservadores, que llevado a distintos niveles se extendió también al
movimiento de trabajadores en Italia. Franco Basaglia es el emergente que desconfirma al manicomio,
La institución negada (1974), creando un nuevo sistema de salud mental: La desinstituliza-ción
psiquiátrica, y las puertas de los hospicios execrables fueron abiertas. Nuevamente la unión de
ideología, ciencia y operatividad y el resultado de un momento histórico que produce as condiciones
para el cambio.

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Frente a los modelos conservadores, se produce en Francia, en el Mayo del 68, una ruptura y una crítica radical,
pero no una revisión.
El término revisionismo tiene una connotación peyorativa, desde los teóricos marxistas tacharon de “revisionismo”
la tendencia de conciliar las tesis comunistas con las socialdemócratas. En este sentido significa “revisar” una
ideología para seguir utilizándola excluyendo solo sus aspectos más radicales e incómodos.
Que después de todo, Francia continuara en una línea mayoritariamente conservadora es otra cuestión que se
puede dilucidar desde las teorías sobre el fenómeno revolucionario, que se podría definir como algo que hasta
ahora siempre se ha producido dentro de la lógica de la cibernética de primer orden.
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Tomas Khun (1975), en su obra acerca de los paradigmas, remaca qque para que un paradigma
nuevo comience a tener vigencia, se necesita, previa o simultáneamente, la fractura del sistema del
paradigma anterior. En este caso preciso, abolir el paradigma manicomial resultó difícil, puedto que existen
siglos que avalan su utilización y que han solidificado su instauración. Por lo menos, en el contexto de
Triste, lugar donde se aplicó la Desinstitucionalizacion, la ruptura del viejo paradigma, permitió crear un
nuevo sistema de salud mental, en donde el hospital psiquiátrico no tiene lugar.

Estos son sólo algunos ejemplos que evidencian que las crisis son el pasaporte y la oportunidad
de insertar una nueva mirada en dirección al cambio, permitiendoademás observar cómo los mdelos
rerapéuticos son el resultado de las variables contextuales, de momentos históricos, que tienen su por qué
y para qué en la articulación y que surgen impregnados por ideologías, factores económicos, políticos y
socioculturales, dejando su huella en la elaboración de su metodología.

En síntesis, la creación o invención de un modelo en psicoterapia dependerá del estilo personas,


del universo de las construcciones o de los rsgos de la personalidad de su creador, que lo llevará a colocar,
por ejemplo, más énfasis en la comunicación verbal, o en la incorporación del cuerpo en el espacio
psicoterapéutico, o de jugar más con la acción, postergando la reflexión y viceversa, etc., y que pautará
los pasos e la metodología de sus investigaciones. Pero, todos estos elementos estarán regulados por el
contexto en que se desenvuelven y recursivamente tendrán sus implicancias sobre este contexto, que a
posteriori terminarán dadno las últimas pinceladas del diseño del modelo.

Es inevitable que el modelo sufra mutaciones en manos de otro profesional, puesto que su mapa,
su historia, su cultura, sesgarán tendenciosamente su implementación. El modelo servirá como basamento
y de allí, el profesional podrá jugar con su iniciativa y su cratividad, teniendo en claro que una adherencia
ortodoxa promueve la coartación de estas últimas condiciones. Será necesario, entonces, en las
condiciones individuales, manteniendo la guía de un modelo que posibilite aprender a pensar y actuar,
tratando que esta línea rectora no bloquee las inventivas particulares. Tampoco será necesario que l guía
sea patrimonio de un modelo exclusivamente, pueden ser varios los que le proporcionen herramientas al
terapeuta, pero algo debe quedar en claro: esta elección no es casual, dependerá de las construcciones
personales del profesional.

Tal vez lo más importante es que, como formadores, más allá de la enseñanza de una línea de
trabajo, generemos profesionales responsables y comprometidos en el difícil rol de modificar la vida de un
ser humano.

CONSEJOS ÚTILES PARA NO SER UN TERAPEUTA SISTÉMICO

Por lo general, la formación en terapia sistémica se caracteriza por dos ejes centrales: por una
parte, la epistemología y toda su vertiente teórica, correspondiente a la Teoría General de Sistemas, la
Cibernética y el Constructivismo, y por otra, la práctica clínica, en el aprendizaje de toda la gama de
intervenciones y prescripciones, por medio de la observación de familias en espejo unidireccional,
entrevistas simuladas, y la atención de pacientes propiamente dichos, etc.

Pero uno de los puntos de tergiversación del aprendizaje del modelo es el poner demasiado énfasis
en los aspectos clínicos de la formación, en desmedro de los teóricos, o sea, que se carguen las tintas en
las maniobras terapéuticas y que no se las avale claramente desde el modelo de conocimiento. Esto lleva,
indefectiblemente, a que el novel profesional inocule un repertorio de técnicas, sin el correspondiente
soporte epistemológico que da consistencia a esta línea de trabajo. Se incorporan, así, formas de
intervención, pero bajo una lupa del conocer que poco tiene que ver con la circularidad, es decir, por lo
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general estamos habituados a mirar el mundo desde una óptica lineal, y ésta (si no la reformulamos) será
la apoyatura de las técnicas que se aprender, con lo cual es de esperar la confusión.

Lo que puede resultar de este proceso es un reduccionismo del modelo a la simpleza de artilugios
técnicos como connotaciones positivas, o hablar el lenguaje del paciente, o provocar, o preguntar
circularmente, o a mandar una determinada prescripción, etc., sin el aval teórico que sustenta a cada una,
más allá de una construcción de hipótesis que poco se relaciona con la circularidad. Esto es el caldo de
cultivo para que los que ignoran o conocen superficialmente la epistemología sistémica la descalifiquen
como modelo, remitiéndose únicamente a variables de intervenciones y no a un paradigma de
pensamiento.

Isomórficamente, los textos sistémicos abundan en ejemplos prácticos de muy buenos desarrollos
clínicos, pero a la vez estos desarrollos no son acompañados (y con numerosas las ocasiones) por el aval
de la teoría, que explica el para qué de la instrumentalización de una determinada estrategia. Tal vez los
formadores debamos entender que el paradigma imperante de pensamiento que trae un alumno es el de
la linealidad, y se debe comenzar por deconstruir este modelo para construir uno nuevo, y esto
concomitantemente lleva a una crisis en la manera, no solamente de pensar un caso clínico, sino de pensar
la vida.

La observación de la práctica psicoterapéutica parece ser la puerta de entrada para el aprendizaje


del modelo sistémico, suponiendo que desde esta práctica se aprende a realizar construcciones diferentes.
Esto no resulta del todo inefectivo, si paralelamente cada maniobra terapéutica se respalda con el supuesto
teórico que da cuerpo a la intervención. También podría entenderse la formación a la inversa, o sea,
enseñar a pensar desde la circularidad, para después aprender a construir una hipótesis mirando desde
esta perspectiva, para luego, en un segundo momento, insertar el panorama de estrategias de una manera
más natural y menos forzada, es decir, que surjan como producto de un estilo de conocer en el terapeuta,
y que se dirijan a reformular la perspectiva del conocer en el consultante.

Tratando de ser coherentes con nuestro modelo de pensamiento sería posible encarar una tarea
donde la formación se geste recursivamente, esto es, donde teoría y práctica se interrelacionen a partir del
trabajo diario con la consecuente extensión de la capacitación profesional a contextos más amplios, que
involucran no sólo una forma de práctica profesional sino también una manera de ver la vida.

Hemos reunido una serie de preceptos de lo que se debe hacer para no actuar sistémicamente, o
sea, cómo no ser un terapeuta que piense, actúe diagrame estrategias, realice intervenciones, construya
el mundo y, por ende, interaccione en forma sistémica Estos puntos no refieren una actitud crítica con
respecto a las construcciones de otros modelos (cada terapeuta o futuro terapeuta elige, de alguna
manera, la línea de trabajo que le permite ser él, en el vínculo con el paciente), sino que, por el contrario,
y respetando otras corrientes, por comparación nos permite demarcar las diferencias:

 Explíquele todo lo que quiera al paciente, sus conductas, sus síntomas, sus actitudes, el por qué
–lineal- de lo que le pasa.
 Crea profundamente que el insight, el darse cuenta, o la toma de consciencia, es un prerrequisito
absoluto para el cambio.
 Por lo tanto, privilegia el por qué y no el para qué.
 Dé relevancia a la explicación y no a la acción.
 Busque afanosamente el origen de la sintomatología: las causas de la situación presente se
encuentran en el pasado de la persona.
 No pregunte, no intervenga, observe en silencio.
 Frente a cualquier paciente que le cuestione o le pregunte, responda austeramente “a Ud. ¿qué le
parece?”.

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 Respete los silencios y cuando el paciente hable, asienta con un gesto de cabeza de arriba hacia
abajo y emita una especie de rumor gutural con la boca entrecerrada, casi expulsándolo por la
nariz “hummhum.
 No sea intervencionista y preguntón.
 No se atreva a incorporar más miembros a la terapia, ¡no sea hereje!, más de uno es una
contaminación.
 Descuide el contexto en donde se desarrollen las acciones, no tiene importancia.
 Aplique el principio dormitivo al que alude Bateson, clasifique, rotule y etiquete al paciente en una
categoría y después medique.
 El paciente identificado como psicótico es el enfermo, no se le ocurra pensar que puede ser la
expresión de una disfuncionalidad del sistema familia.
 Realice tratamientos extensos, de años, eso sí, con una gran frecuencia de horarios semanales.
 Maneje dichos horarios, pautándolos en forma rígida, con días y horas semanales rigurosamente
establecidos.
 No sea ocurrente y menos creativo, no sea loco.
 Adhiérase ortodoxamente a un modelo, constituya su identidad profesional a través del modelo,
sea Ud. el modelo.
 Por lo tanto, nada de usar analogías por medio de cuentos, relatos, fábulas y menos hacer algún
chiste, o sea utilizar el recurso del humor durante la sesión.
 Tenga mucho cuidado con las estrategias, todo intento de utilizarlas será considerado como una
manipulación hacia el paciente.
 No sea directivo, y menos aún, imperativo en su lenguaje, ¡ni lo piense!
 ¡Qué significa eso de mandarle al paciente tareas para el hogar…?
 Piense siempre que existe una realidad externa al ser humano, vea si su paciente está adecuado
o no, es decir, si tiene juicio de realidad.
 Esté convencido de que la realidad se descubre y no se inventa, ¿está Ud. en su sano juicio?
 Eríjase como representante de la verdad, o sea, su sistema de creencias es el válido.
 Nunca se le ocurra explicitarle al paciente el sentimiento que a Ud. le despierta alguna situación,
actitud o reacción que él manifieste en la sesión.
 Nunca connote positivamente alguna acción del paciente; puede tomarse como una sospecha de
seducción o de reforzarle el yo.
 Su pensamiento como terapeuta debe partir de la patología, todos somos neuróticos, y no de la
salud.
 Por lo tanto, debe pensar que un paciente se debe curar y no resolver un problema.
 Para construir una hipótesis piense monádica, causal y linealmente, sosteniendo que el paciente
debe retornar a su status quo anterior a sus síntomas.
 Considere que las crisis no significan la posibilidad de cambio.
 En conclusión, piense en el paciente como un caso, no como en un ser humano que sufre o que
padece con su problema… y además reivindique el manicomio como un templo de la salud
mental…

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