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Una relación romántica se define por una serie de características, entre las
cuales se encuentran la atracción sexual y algún grado de intimidad física.
Dependiendo de los individuos y de lo que sea aceptable culturalmente, la
intimidad puede suponer un simple apretón de manos, abrazarse o besarse,
pero también puede suponer interacciones sexuales más explícitas, variando
desde las caricias hasta el acto sexual. Además, uno o ambos miembros de la
pareja puede pensar en el amor y en la posibilidad de contraer matrimonio.
En el trabajo, dos personas que una vez fueron simples extraños que trabajaban muy de cerca,
reaccionan el uno al otro basándose en su aspecto externo, hablan entre sí y descubren
aspectos en los que son similares o disímiles y, algunas veces, experimentan atracción sexual
(Seal, 1997). Los efectos de estos factores familiares han sido descritos por Pierce, Byrne y
Aguinis (1996), y funcionan como se describen en la Figura 8.10.
Una relación romántica tiene otros aspectos que la diferencian de una relación amistosa,
además de la intimidad física. Por ejemplo, Swann, De La Ronde y Hixon (1994) indican que
entre amigos, compañeros de piso e incluso parejas casadas, la mayoría de la gente prefiere
una pareja que proporcione retroalimentación precisa y relevante para su autoconcepto,
alguien que pueda ser fuente de verificación y de precisión (De La Ronde y Swann, 1998). Nos
gusta tener amigos que nos conozcan lo suficiente para reconocer nuestras mejores y peores
características. Por el contrario, una relación romántica es diferente. Al menos en un
comienzo, las dos personas no están buscando precisión tanto como buscan aceptación —
quieren agradar al otro y que el otro les agrade incondicionalmente, como lo demuestran los
cumplidos y elogios—. Las personas salen juntas para pasar un buen rato y se comportan lo
mejor que pueden. Los juicios que hacen el uno del otro son a menudo poco realistas, porque
cada individuo desea creer que ha encontrado a la pareja perfecta y quiere retroalimentación
sencilla y totalmente positiva por parte de esa pareja (Simpson, Ickes y Blackstone, 1995).
Las ilusiones compartidas sobre el romance se basan a menudo sobre la creencia en el destino
romántico —la convicción de que dos personas están hechas el uno para el otro—. De hecho,
si dos personas se gustan y creen que nacieron para estar juntas, ese afecto y esas creencias
pueden ayudar a mantener la relación (Knee, 1998). Este énfasis en lo positivo hace difícil para
la pareja imaginar que la relación termine alguna vez, como resultado, su habilidad de predecir
cuánto durará la relación es menos acertada que las predicciones hechas por sus compañeros
de piso o sus padres (MacDonald y Ross, 1999).
Hay dificultades causadas por cosas como traicionar la confianza (utilizar información personal
en contra de la pareja), desaires (cancelar planes para hacer otra cosa), críticas no deseadas
(comentarios negativos sobre pequeños errores o sobre la apariencia) y faltas de
consideración (olvidar el cumpleaños de la pareja) (Fehr et al., 1999). Una consecuencia común
cuando se separan parejas de jóvenes adolescentes es la depresión, especialmente entre las
jóvenes (Joyner y Udry, 2000). Regresaremos al tema del fracaso de las relaciones más
adelante en este capítulo, en el apartado donde se habla del matrimonio.