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PLÁTICAS PARA PAPÁS Y PADRINOS DE NIÑOS DE CONFIRMACIÓN

I. HISTORIA DE LA SALVACIÓN
a. Dios Creador
En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes comienza la sagrada
Escritura. (CEC, n. 279). Dios crea un mundo ordenado y bueno y lo hace con amor, libertad y
sabiduría, la creación está ordenada, está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26),
llamado a una relación personal con Dios. (CEC, n. 299), aún más, a la participación de la misma vida
de Dios, fin que está por encima sus fuerzas naturales. Realizada la creación, Dios no abandona su
criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le
da el obrar y la lleva a su término. (CEC, 301).

b. La vida del hombre: conocer y amar a Dios


Dios se revela al hombre. Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un
designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida
bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le
ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres,
que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia.
Para la unidad y la restauración, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como
Redentor y Salvador. En Él y por Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de
adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada. (CEC, n.1). Para que esta llamada
resonara en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de
anunciar el Evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta
misión, los apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20). (CEC, n.2).
Quienes, con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido
libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en
el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus
sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación,
anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf.
Hch 2,42) (CEC, n.3).

c. La realidad del pecado


El hombre desde el principio rechazó los dones y voluntad divinos y se apartó de Dios
cometiendo el pecado, que consiste principalmente en desobediencia a la voluntad de Dios, es
negación de Dios mismo. El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia
su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto
consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia
a Dios y una falta de confianza en su bondad. (CEC, n. 397).

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El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta
oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer
lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del
pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque
continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia. (CEC, n. 386).
Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus
fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado
(inclinación llamada "concupiscencia") (418). Por esto Dios, que es misericordioso y que como dice
San Pablo, ha permitido que todos pecáramos para tener misericordia de todos, sabiendo que el
hombre por sus propias fuerzas no podía acceder a la vida divina y que además, se había condenado
a sí mismo a la muerte al alejarse de Él que es la vida, a través de la historia ha buscado la manera de
restaurar la amistad con Él, la cual el hombre perdió y lo ha logrado de manera plena y Él mismo nos
da lo necesario para poder volver a la amistad y a participar de su misma vida: la gracia y las virtudes
infusas. ¿De dónde proviene esto? La respuesta es inmediata, de Jesucristo, que con su vida, pasión,
muerte y resurrección nos ha ganado la gracia que redime y salva.

d. La redención en Jesucristo
Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es
un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). (CEC, n. 604).
Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción:
"De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños"
(Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es
restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para
salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que
Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por
quien no haya padecido Cristo" (CEC, n. 605)
La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de
los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1,
29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la
comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16). (CEC n. 613).
Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10).
Ante todo, es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos
consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y
por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf.
Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia. (CEC n. 614).
Ahora bien ¿cómo es posible que el hombre pueda participar en la vida de Jesucristo y obtener
de él la gracia que salva? Antes de subir al cielo Jesucristo fundó la Iglesia sobre sus apóstoles, la cual
tiene la misión de continuar su obra salvadora en el mundo y para ello, él mismo le dio el poder de
continuar haciéndonos partícipes de su vida, pasión, muerte y resurrección salvadoras por medio de

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los sacramentos, que son la continuación en el tiempo y en el espacio de las acciones salvadoras de
Jesucristo.
Jesús es el Sacramento del Padre, la Iglesia es el sacramento de Jesús, por medio de la cual el
mismo Jesucristo nos hace partícipes de la salvación a través de los siete sacramentos, especialmente
a través de la eucaristía.

e. La iglesia y los sacramentos


Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble sentido de que existen "por ella" y "para ella".
Existen "por la Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a
la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la Iglesia", porque ellos son "sacramentos, ya que
manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del
Dios Amor, uno en tres Personas. (CEC, n. 1118)
Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia
por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son
celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los
reciben con las disposiciones requeridas. (CEC n. 1132). La Iglesia celebra los sacramentos como
comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados. (CEC
n. 1133)
El Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe
que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen y expresan la
fe. (CEC n. 1134). El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este
fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia crecimiento
en la caridad y en su misión de testimonio. (CEC n. 1135).

II. SACRAMENTOS

¿Qué son?
• Son herramientas de salvación
• Son signos sensibles y eficaces de la gracia instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia para
comunicarnos la vida divina.
¿Cuántos son?
Siete
¿Cuáles son?
Bautismo, confirmación, eucaristía, reconciliación, unción de los enfermos, orden sacerdotal
y matrimonio.
¿Para qué son?
Para comunicarnos la gracia de Dios de manera que fortalezca en la conversión de nuestras
vidas en la fidelidad y amor a Dios y a nuestros hermanos, nos liberen de la opresión del pecado y nos
otorguen las herramientas necesarias para alcanzar la salvación.
¿Quién los instituyó?
Cristo instituyó directamente todos los sacramentos a lo largo de su vida entre nosotros y, de
hecho, los sacramentos son los misterios de su misma vida.

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¿Cómo se dividen?
Los sacramentos corresponden a las etapas y necesidades de la vida humana, se dividen en
tres grupos: por medio de los sacramentos de iniciación nacemos a la vida espiritual (bautismo), crece
y se fortifica esa vida (confirmación) y se alimenta (eucaristía), por los sacramentos de curación la
persona se cura de sus enfermedades (penitencia) y se prepara para la muerte (unción de los
enfermos) y por medio de los sacramentos sociales de servicio es regida la sociedad eclesiástica
(orden sacerdotal) y se conserva y crece (matrimonio)
Elementos principales de los sacramentos: materia y forma
Materia: aquellos elementos con los que se celebran los sacramentos, ya sea el pan y el vino,
el santo Crisma, el agua…
Forma: son las palabras y movimientos que acompañan a la materia.
Estos dos elementos son de institución divina y no cambian.
¿Son necesarios los sacramentos?
Sí, la gracia llega al hombre por medio de los sacramentos y sin ella es imposible para nosotros
alcanzar la salvación. Es cierto que la gracia puede llegar de otras maneras, pero principalmente se
nos da por medio de ellos y así nos es más fácil conseguir la salvación.
La gracia se nos da efectivamente por la celebración de los sacramentos, pero se nos da en mayor o
menor cantidad, dependiendo de nuestra disposición a celebrarlos
¿Qué es la gracia?
Gracia viene del latín gratus y significa agradable, grato, gustoso, se refiere a las situaciones
en las que el hombre se haya ante lo bello, la amistad, lo bueno. Es un don de Dios que sobrepasa
nuestras fuerzas y nos hace participar de la vida de Dios para alcanzar la salvación.
¿Se puede perder la gracia?
La gracia la recibimos en el bautismo aumenta principalmente a través de la recepción de los
sacramentos, aunque también por medio de la oración y de las buenas obras y se pierde por cualquier
pecado mortal, pero puede ser recuperada de manera ordinaria por el sacramento de la penitencia.
El pecado nos hace perder la gracia ya que gracia y pecado no pueden darse simultáneamente en el
alma y sin ella no es posible la salvación, pero gracias a la muerte y resurrección de Jesús, el cual ha
fundado la Iglesia y que por medio de ella nos da los sacramentos y por ellos podemos recuperarla y
con ella nuestras buenas obras y nuestra misma oración adquieren un valor mucho más grande.

III. SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto


de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. En efecto, a
los bautizados "el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece
con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma quedan obligados aún más, como
auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras (CEC, 1285).
La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo
para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo,
hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar
testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras. (CEC, n. 316). En este sacramento
se fortalece y se completa la obra del Bautismo con el don del Espíritu Santo.

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Naturaleza
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La
misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho. En este sacramento
se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado recibe las siguientes
gracias:
• Se perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento fortalece el don del Espíritu Santo.
• Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina.
• Nos une más íntimamente a Cristo.
• Nos une más íntimamente con la Iglesia.
• Se fortalece para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra y así ser capaz de defender su fe
y de transmitirla.
A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una
vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace
capaces de ser testigos de Cristo.
Algunas obligaciones
El confirmado renueva las promesas, que en aquella ocasión sus padres y padrinos hicieron por él en
el bautismo, ahora con pleno uso de razón deberá renunciar al pecado.
• Instruirse permanentemente en la Religión.
• Pertenecer a algún movimiento católico.
• Ser activo en la parroquia o rectoría.
• Y sobre todo frecuentar los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía.

CUÁNDO FUE INSTITUIDO


El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban
reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo
había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –
quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron
de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés
personal”.
El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La
Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace
presente al pueblo de Dios.
EL SIGNO: LA MATERIA Y LA FORMA
El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para
muchas cosas: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también
era símbolo de abundancia, de plenitud. Además, la unción va unido al nombre de “cristiano”, que
significa ungido.
La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que
es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente. La forma de este
sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos “Recibe
por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (CEC. no. 1300). La cruz es el arma con que cuenta
un cristiano para defender su fe.

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CARÁCTER

La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el


"carácter" que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su
Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo.

IV. EL ESPÍRITU SANTO: SU SER Y SU MISIÓN

Su ser. En la actualidad nos hemos olvidado del Espíritu Santo, muchos católicos ni siquiera
sabemos quién es y es importante saberlo, pues él realiza una tarea importantísima en nuestra
vida, de la que depende nuestra salvación, y para que pueda llevar a cabo esta tarea, debemos
permitírselo, pero si no lo conocemos ¿cómo entonces le vamos a permitir y a ayudarle a que realice
esta maravillosa tarea de santificación y salvación?
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, que colabora con el Padre y el Hijo desde el inicio de la historia hasta su fin y
que dentro de la Trinidad es el Amor con que el Padre y el Hijo se aman el uno al otro. Al Espíritu
Santo se le conoce también con el nombre de Paráclito, que literalmente significa "aquel que es
invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador; aquel que,
poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido,
los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna, también se le conoce como el dulce
Huésped del alma, precisamente porque ha puesto su morada el alma de cada persona que ha
recibido el bautismo. Se le representa con distintos símbolos:
• Agua: sobre todo en el bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo
nacimiento, de vida nueva.
• Unción: Simboliza la fuerza. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para
prepararlo a ser testigo de Cristo.
• Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
• Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende
sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración,
el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
• Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el signo imborrable de la unción del
Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
• La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el
"don del Espíritu".
• La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa
sobre Él.

Su misión. El Espíritu Santo que recibimos en el sacramento del Bautismo tiene


importantísima misión de reproducir en el alma de cada persona la imagen de Jesucristo para
que siendo hijo pueda entrar en la casa del Padre, es un artista divino, como un escultor que toma
cincel y martillo para moldear, golpe tras golpe, el bloque de mármol hasta llegar a hacer una bella
escultura de Jesús, es decir, tiene la misión de hacernos santos, pues el santo es el que ha llegado
a parecerse a Jesús, sin él esto es imposible. La salvación es imposible sin el Espíritu Santo,
pues solo los santos llegan al cielo y sólo él santifica.

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Sin embargo, por mucho que el Espíritu Santo quiera santificarnos y salvarnos, no podrá
si no se lo permitimos, por ello nosotros necesitamos primero conocerlo, luego aceptarlo, y aún
más, hacer oración, pedirle que venga a nosotros, que entre en nuestra alma y la dirija, por ello
necesitamos ser dóciles, obedecerlo y para saber qué es lo que él quiere que hagamos,
necesitamos guardar silencio para escucharlo y vaciar nuestro corazón de amores malsanos:
a los bienes materiales, al dinero, al poder, a la comodidad, a nuestros intereses egoístas (mí tiempo,
mi espacio, mis cosas…), pues es tan exigente el Espíritu Santo que solamente cabe en un corazón
vacío, necesita ser único amor en el alma, pues el amor solamente encuentra obstáculos en otro amor,
recuerda lo que dice Jesús: donde esté tu tesoro ahí estará también tu corazón (Mt. 6,21).
También necesitamos acercarnos a los sacramentos, pues él está presente, actúa y lo
recibimos en cada uno de ellos, necesitamos estar en gracia, pues él es incompatible con el pecado,
no puede habitar en un alma sucia, manchada y podrida por el pecado. Por último, necesitamos
amar, pues en cualquier persona que ame, se encuentra el Espíritu Santo, que es el Amor mismo, esto
es lo que él busca, que la persona se santifique en el Amor; Jesús es la persona que más ha amado
en esta vida: “no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15,13) y si la misión del
Espíritu Santo es hacer de nuestra alma una imagen de Cristo, entonces el busca acrecentar nuestro
amor de manera que llamemos y sintamos a Dios como Padre y al prójimo como hermano y le
asistamos en sus necesidades.
¿Quieres que el espíritu Santo venga a ti, te santifique y te ayude a salvarte? Ama a tus
hermanos, da de comer al que tiene hambre, de beber al que tiene sed, viste al desnudo, visita al
enfermo, da consejo bueno al que lo necesita, enseña al que no sabe, corrige al que yerra… (obras de
misericordia), en cada una de estas acciones él ya obra a través de ti, anuncia a Cristo como tu Señor
y Salvador y él hablará a través de ti.

V. EL ESPÍRITU SANTO Y SUS DONES


Santificar las almas es la obra maestra del Espíritu Santo en la tierra, dicha obra la realiza a
través de sus Dones, a través de ellos nos dirige, a través de ellos realiza en nosotros la imagen de
Jesús (en parecerse a Jesús consiste la santidad, pero también quiere que nosotros le ayudemos hasta
donde sea posible y lo demás se lo dejemos a él y es que estos dones debe desarrollarlos en nosotros
para ello necesita de nuestra ayuda, de nuestra obediencia.
DON DE TEMOR: es el que modera nuestros los ímpetus desordenados de nuestra lujuria. Hay
diversas clases de temores como el de pena y el de culpa, pero el temor que da al alma este don del
Espíritu es un temor que nos aleja del pecado y nos acerca a Dios, es la repugnancia que siente el alma
al alejarse de Dios, es un temor que brota del amor, se ama tanto a Dios, que no se le quiere ofender.
Este don produce horror al pecado y fuerza para vencer las tentaciones y une más al alma con Dios.
DON DE FORTALEZA. Para hacer el bien encontramos en nosotros un obstáculo muy grande y es
la inclinación desordenada que tenemos al mal, a las cosas de este mundo, al dinero, a los vicios, al
poder, a los propios intereses, todo es muy difícil y cuanto más elevado es lo que queremos alcanzar
tanto más difícil es llegar ahí y a veces sucumbimos ante la dificultad, pero para ello, para soportar
estas cosas y mantenernos firmes, para hacer los esfuerzos indispensables para cumplir la voluntad
de Dios, necesitamos de una fuerza de alma singular, necesitamos el don de la fortaleza, necesitamos
de el para alcanzar la salvación, por este don el Espíritu Santo nos hace superar las dificultades y
eludir los peligros, pues este don tiene la medida de Dios con el contamos con la fuerza infinita de

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Dios, esa es un norma, su limitación ilimitada, por este don, los santos incluso ha alcanzado gozo en
el sufrimiento, nos da la fuerza para realizar todo lo absolutamente necesario para la salvación.
DON DE PIEDAD. La vida espiritual no es para encerrarse dentro de uno mismo, sino que exige
relaciones con los demás, exige santas y cristianas relaciones con los demás; y para ordenar y
disponer nuestras relaciones con los demás tenemos principalmente la virtud de la justicia, pero su
terreno, el Espíritu Santo puede influir por medio de un don, el don de piedad, que guía y hace más
perfectas las relaciones que tenemos con los demás y las guía y las hace mucho más profundas y
perfectas, además de que principalmente estrecha nuestra unión con Dios y hace que nos
preocupemos de su honor y su gloria de y nos lleva a honrarlo no por lo que nos da, sino porque Él es
nuestro Padre.
Este don no sólo nos lleva a cumplir todos los deberes que tenemos para con Dios, sino que
también sentimos un cariño singular por nuestros hermanos, a cumplir nuestros deberes para con
ellos, a amar a nuestra patria a sentir a Dios como Padre y a mirar en los hombres a los hermanos.
LOS DONES INTELECTUALES EN GENERAL. Los cuatro dones restantes son los dones intelectuales,
a saber, ciencia, entendimiento, sabiduría y consejo tienen por fin llegar a conocer a Dios. En esta vida
nosotros nos guiamos por la fe ara conocer a Dios, pero esa fe que tenemos es imperfecta, tiene
errores, y los dones intelectuales sirven para corregirlos, nos llevan a amar a Dios y así conocer aún
más a Dios, pues nadie conoce más a otra persona sino quien la ama.
DON DE CONSEJO. por este don conocemos de forma rápida y segura la voluntad de Dios, nos
muestra el camino que debemos de seguir, el hombre como que se levanta de la tierra y vive en un
estado superior avanza de la mano de Dios, avanza firme y seguro, conociendo bien cuál es la voluntad
de Dios.
DON DE CIENCIA. La ciencia es la que indaga en el universo, es la que profundiza en los
fenómenos, en todos los seres y da a conocer las maravillas que Dios ha hecho, este don no es
discursivo, sino que los conocimiento a que se llega por él, se alcanzan por medio de la intuición, en
la que se ven los enlaces misteriosos que ligan a las criaturas entre sí, pero sobre todo el enlace que
tienen con Dios y las criaturas vistas así tienen dos características, una es vanidad y la otra vestigio
divino, vanidad porque ninguna criatura puede satisfacer nuestro corazón, pero si es cierto que hay
en ellas vanidad, también es cierto que hay en ellas un vestigio divino, un destello de Dios, porque
todas las cosas son buenas, todas fueron hechas a su semejanza.
En la cumbre de ese don se encuentra el desprendimiento perfecto, pues las almas desprecian
de modo definitivo a todas las criaturas y encuentran la santa libertad de los hijos de Dios en la
pobreza, además miran los sufrimientos y humillaciones desde una nueva manera, pues encuentran
en ellos un nuevo sentido divino y sobrenatural, la semejanza con Jesucristo.
DON DE ENTENDIMIENTO. Entender significa interiormente penetrar, penetrar en el interior de
las cosas y en el caso de este don, penetrar además de las cosas naturales, las sobrenaturales, para lo
cual no alcanza solo la fe. Nos hace intuir, nos da un conocimiento profundo de las cosas divinas,
porque estamos unidos con Dios y por ello, para tener este don necesitamos estar en gracia, que es la
que nos une con Dios, porque estamos unidos a la divinidad, por eso tenemos el sentido de lo divino.
El don de entendimiento supone el conocimiento perfecto de nuestro fin: Dios, Él es el fin del
hombre, esta es la primera verdad que entiende de una manera clara y profunda y el conocimiento
que tenemos de esto no es especulativo, sino experiencial, porque poseemos a Dios conocemos esto,
pero ese conocimiento solo es negativo, porque mientras estemos en la tierra no podemos tener un

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conocimiento perfecto de las verdades divinas, pero aun así nos ayuda a saber distinguir lo verdadero
de lo falso en el orden sobrenatural y nos ayuda a descubrir lo oculto que necesitamos para nuestra
salvación.
DON DE SABIDURÍA. Nuestro espíritu no forma conocimientos aislados, sino que realiza
una coordinación de todos ellos por medio de este don, coordina las cosas más altas, les da unidad
perfecta y los dirige a Dios. Por el don de sabiduría vemos a Dios como la persona que es bondad
infinita, es un don que brota del amor y conduce a ella, el que posee este don de la sabiduría conoce
porque ama, es ver desde los ojos de Dios.
Nos ayuda a adherimos a Dios y por ello tenemos un juicio recto y una actitud sobrenatural
para juzgar las cosas divinas, además de que ordena nuestras acciones y operaciones, en el segundo
grado alcanzamos un gusto especial por las cosas divinas, nos hace conocer los tesoros del dolor.
PENTECOSTÉS, LA FIESTA DEL AMOR. Pentecostés es la fiesta en que se derramó y se sigue
derramando de manera constante el amor de Dios, del Espíritu Santo, por medio de sí mismo, por
medio de sus dones. El concepto verdadero del amor es poseer y ser poseído y así, cuando el Espíritu
Santo desciende en nuestros corazones, nos posee y lo poseemos y ello es permanente, no es algo
pasajero, es el Don que se manifiesta por los dones, todos los demás dones son manifestación y
consecuencia de este don supremo. Los únicos que podemos alejar este amor que se ha instalado en
nosotros, somos nosotros mismos por el abuso de nuestra libertad, pero si así lo queremos, el Don
permanecerá con nosotros para siempre y nos llevará a la santidad, pues esta, no es otra cosa que la
posesión perfecta del Espíritu Santo sobre el hombre.

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