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Apocalipsis Capítulo 8

Desatando el Séptimo Sello


El desatar el séptimo sello involucra eventos del más grande significado. Aquí vemos
nada menos que la final apertura del más grande libro del destino. El gran plan divino
para la tierra finalmente se ejecuta, los santos reciben la re-compensa eterna; y la final
condenación de Satanás con su maligna hueste queda fijada. Aquí la obra de los mensa-
jeros de Dios llega a su culminación, el caballo blanco de la victoria ha logrado su meta
de gloria, y el pálido caballo de la muerte ha realizado su terrible obra de destrucción. Es
Jesús, el Cordero de Dios y el León de la tribu de Judá, el único que posee derecho a
desatar los sellos que atan este libro del destino, y de abrirlo y llevar a cabo sus decretos
de vida o muerte. Cuando Él abre ese libro, entonces el reino será dado a Aquel cuyo
derecho es poseerlo, y a los santos que se sentarán y reinarán con Él. Entonces habrá lle-
gado la hora cuando a los impíos queda vedado para siempre el poseer herencia en la tie-
rra, mientras los justos están eterna-mente seguros en su posesión “de su título de la he-
rencia como hijos de Dios.”
Aunque el séptimo sello cubre tan corto período de tiempo, abraza una serie de eventos
en esta tierra más grandes y más significativos que cualquier cosa en cualquier semejan-
te porción de tiempo---la resurrección de los justos y la muerte de los impíos por la con-
sumidora gloria de la venida de Cristo. Entonces Satanás iniciará su larga sentencia co-
mo reo, sentencia que consta de mil años... Edwin Thiele, Outline Studies in Revela-
tion:158.

Versículo 1. “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo de


casi media hora”.

CS:698-699. Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la
mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia
parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hom-
bre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose
más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es
como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como
un gran conquistador. Ya no es "varón de dolores," que haya de beber el amargo cáliz de
la ignominia y de la maldición; victorioso en el cielo y en la tierra, viene a juzgar a vivos
y muertos. "Fiel y veraz", "en justicia juzga y hace guerra". "Y los ejércitos que están en
el cielo le seguían." (Apoc. 19:11, 14, V.M.) Con cantos celestiales los santos ángeles,
en inmensa e Innumerable muchedumbre, le acompañan en el descenso. El firmamento
parece lleno de formas radiantes,- "millones de millones, y millares de millares." Ningu-
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na pluma humana puede describir la escena, ni mente mortal alguna es capaz de conce-
bir su esplendor. "Su gloria cubre los cielos, y la tierra se llena de su alabanza. También
su resplandor es como el fuego." (Hab. 3:3-4, V.M.) A medida que va acercándose la
nube viviente, todos los ojos ven al Príncipe de la vida. Ninguna corona de espinas hiere
ya sus sagradas sienes, ceñidas ahora por gloriosa diadema. Su rostro brilla más que la
luz deslumbradora del sol de mediodía. "Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito
este nombre: Rey de reyes y Señor de señores". (Apoc. 19:16).
Ante su presencia, "hanse tornado pálidos todos los rostros;" el terror de la deses-
peración eterna se apodera de los que han rechazado la misericordia de Dios. "Se
deslíe el corazón, y se baten las rodillas, . . . y palidece el rostro de todos." (Jer.
30:6; Nahum 2:10, V.M.) Los justos gritan temblando: "¿Quién podrá estar fir-
me?" Termina el canto de los ángeles, y sigue un momento de silencio aterrador.
Entonces se oye la voz de Jesús, que dice: "¡Bástaos mi gracia!" Los rostros de los justos
se iluminan y el corazón de todos se llena de gozo. Y los ángeles entonan una melodía
más elevada, y vuelven a cantar al acercarse aún más a la tierra.

Versículo 2. “Y vi a los siete ángeles que estaban ante Dios, y les dieron siete trompe-
tas”.

15ML:219. “Tu diestra, o Dios, partirá en pedazos a tus enemigos. Revelación 6 y 7 es-
tán llenos de significado. Terribles son los juicios de Dios revelados. Los siete ángeles
estuvieron delante de Dios para recibir su comisión. A ellos fueron dadas siete trompe-
tas. El Señor salía para castigar los habitantes de la tierra por su iniquidad, y la tierra re-
velaría su sangre y no más cubriría a sus muertos. Dad la descripción en el capítulo 6.
Versículo 3. ---“Otro ángel con un incensario de oro, vino y se paró junto al altar. Y le
dieron mucho incienso para que lo ofreciera con las oraciones de todos los santos, sobre
el altar de oro que está ante el trono.”

Versículo 3. “Otro ángel con un incensario de oro, vino y se paró junto al altar. Y le die-
ron mucho incienso para que lo ofreciera con las oraciones de todos los santos, sobre el
altar de oro que está ante el trono.”

12ML: 415. Al inclinarse para tomar las debilidades del hombre, Cristo no dejó de ser
Dios. Lo humano no se hizo divino, ni lo divino humano. Cristo vivió la ley de Dios,
mostrando a todos los hombres y mujeres que mediante Su gracia pueden hacer lo mis-
mo. Por la fe, en su humanidad Cristo vio lo que a nosotros se nos permite ver por fe---el
sacrificio expiatorio conectado con el Señor en el propiciatorio. El incensario de oro se
mece, y el incienso, la representación de la pureza y justicia de Cristo, asciende, llevan-
do las oraciones -de cada alma que recibe y acepta a Cristo- hasta el altar que se en-
cuentra delante del trono de Dios. Y Jesús se encuentra allí.

1888M:868-867. “El reino de los cielos se hace forzado, y los valientes lo arrebatan.”
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Mat. 11:12. ¡Qué aliciente para cada alma! Cuando, armados de las promesas de Dios
venís al Padre en el nombre de Jesús, el Gran Intercesor es visto por fe, de pie jun-
to al altar del incienso, y teniendo en su mano el incensario de oro.
Oís su voz diciendo: “Y yo oraré al Padre, y él os dará otro Consolador, para que habite
con vosotros para siempre.” Juan 14:16. ¡Qué esperanza llenará vuestra alma descorazo-
nada! ¡Qué vergüenza y remordimiento sentiréis por vuestra incredulidad!
¿No sentiríais que si Cristo está orando por vosotros, vosotros podéis orar por vosotros
mismos con tal intensidad de perseverancia, y que todo apoyo inferior es justo lo que
es—finito y sin valor? ¿Con Jesús como vuestro Abogado, y vosotros creyendo, confe-
sando vuestros pecados con contrición de corazón, y muriendo al yo, no sentiríais la evi-
dencia -en vuestro propio corazón- de que Jesús es muy capaz de hacer todas las cosas
por vosotros, y que al pie de la cruz es el único lugar seguro para vosotros?

YI, 16 de Enero de 1896. Nuestro precioso Redentor está de pie ante el Padre como
intercesor nuestro, y está preparando mansiones para todos los que creen en él co-
mo su Salvador personal. Los que se medirían con la norma divina, escudriñen las
Escrituras por sí mismos, para que tengan un conocimiento de la vida de Cristo, y
entiendan su misión y obra. Contémplenle como su Abogado, de pie dentro del velo,
teniendo en su mano el incensario de oro, del cual el santo incienso de los méritos
de su justicia asciende a Dios a favor de los que oran a él. Si así lo contemplaran, sen-
tirían una seguridad de que tienen un Abogado poderoso e influyente en las cortes celes-
tiales, y que su súplica es oída en el trono de Dios. ¡Qué experiencia puede obtenerse al
pie de la silla de la misericordia, el cual es el único refugio seguro! Podéis discernir el
hecho de que Dios respalda sus promesas, y no temer que vuestras oraciones no sean
contestadas, ni dudar que Jesús se interpone como vuestra seguridad y sustituto. Al con-
fesar los pecados, y arrepentirnos de nuestra iniquidad, Cristo toma nuestra culpa sobre
sí, y os imputa su propia justicia y poder. A los que son contritos de espíritu, él imparte
el áureo aceite del amor, y los ricos tesoros de su gracia. Es entonces que podéis ver que
sacrificar el yo a Dios mediante los méritos de Cristo, os transforma en valor infinito;
pues arropados en el manto de la justicia de Cristo, llegáis a ser hijos e hijas de Dios.
Los que se acercan al Padre, reconociendo el arco de la promesa, y piden perdón en el
nombre de Jesús, tendrán contestada su petición. A la primera expresión de penitencia,
Cristo presenta la humilde petición del suplicante ante el trono como su propio deseo a
favor del pecador. Él dice: “Yo oraré al Padre por vosotros.”

LC 79. ---Cristo mismo se proclama nuestro Intercesor. Él quisiera hacernos saber que
se comprometió bondadosamente a ser nuestro Sustituto. Él pone sus méritos en el in-
censario de oro para ofrecerlos con las oraciones de sus santos, de manera que éstas se
mezclen con los fragantes méritos de Cristo y asciendan al Padre en la nube de incienso.

Ev:436. Ruego a los que trabajan para Dios que no acepten lo falso como genuino.
Tenemos toda la Biblia llena de las verdades más preciosas. No tenemos necesidad
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de dar lugar a suposiciones y a un falso entusiasmo. En el incensario dorado de la
verdad, tal como ésta ha sido presentada en las enseñanzas de Cristo, tenemos
aquello que convencerá y convertirá a las almas. Presentad en la sencillez de Cristo
las verdades que él vino a este mundo a proclamar, y así se hará sentir el poder de vues-
tro mensaje. No presentéis teorías ni pruebas que no tienen su fundamento en la Biblia.
Tenemos pruebas grandiosas y solemnes que presentar. "Y escrito está", es la prueba que
debemos hacer entender a todos. (RH, 21 de Enero de 1904).

CM:105-106. Dios debe ser honrado en todo hogar cristiano con los sacrificios matuti-
nos y vespertinos de oración y alabanza. Debe enseñarse a los niños a respetar y a reve-
renciar la hora de oración. Es deber de los padres cristianos levantar mañana y noche,
por oración ferviente y fe perseverante, un cerco en derredor de sus hijos.
En la iglesia del hogar los niños han de aprender a orar y confiar en Dios. Enseñadles a
repetir la ley de Dios. Así se instruyó a los israelitas acerca de los mandamientos: "Y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al
acostarte, y cuando levantes" (Deut. 6: 7). Venid con humildad, con un corazón lleno de
ternura, con una comprensión de las tentaciones y peligros que hay delante de vosotros
mismos y de vuestros hijos; por la fe vinculadlos al altar, suplicando el cuidado del Se-
ñor por ellos. Educad a los niños a ofrecer sus sencillas palabras de oración. Decidles
que Dios se deleita en que lo invoquen.
¿Pasará por alto el Señor del cielo tales hogares, sin dejar una bendición en ellos? No,
por cierto. Los ángeles ministradores guardarán a los niños así dedicados a Dios.
Ellos oyen las alabanzas ofrecidas y la oración de fe, y llevan las peticiones a Aquel
que ministra en el santuario en favor de su pueblo y ofrece sus méritos en su favor.

CS:466-467. Los lugares santos del santuario celestial están representados por los dos
departamentos del santuario terrenal. Cuando en una visión le fue dado al apóstol
Juan que viese el templo de Dios en el cielo, contempló allí "siete lámparas de fuego
ardiendo delante del trono". (Apoc. 4:5, V.M.) Vio un ángel que tenía "en su mano
un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso, para que lo añadiese a las ora-
ciones de todos los santos, encima del altar de oro que estaba delante del trono."
(Apoc. 8:3, V.M.) Se le permitió al profeta contemplar el primer departamento del san-
tuario en el cielo; y vio allí las "siete lámparas de fuego" y el "altar de oro" representa-
dos por el candelabro de oro y el altar de incienso en el santuario terrenal.

MG:86. La oración se aferra de la Omnipotencia y nos da la victoria. El cristiano


obtiene de rodillas la fortaleza para resistir la tentación... La oración del alma, si-
lenciosa y ferviente, se eleva como santo incienso hacia el trono de la gracia, y será
tan aceptable a Dios como si hubiera sido ofrecida en el santuario. Para todos los
que lo buscan de este modo, Cristo llega a ser una ayuda efectiva en tiempo de necesi-
dad. Serán fuertes en el día de la prueba. 4T:616.
Ser alabado como lo fue Cornelio es un extraordinario favor para cualquiera en esta vi-
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da. ¿Y en qué se basaba esta recomendación? "Tus oraciones y tus limosnas han subido
para memoria delante de Dios" (Hechos 10:4).

Versículo 4. “ Y el humo del incienso, junto con las oraciones de los santos, subió de la
mano del ángel a la presencia de Dios.”

6CBA:1077-1078. Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la contrita


confesión del pecado, ascienden de los verdaderos creyentes como incienso hacia el
santuario celestial; pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad se contami-
nan tanto, que a menos que se purifiquen con sangre nunca pueden tener valor ante Dios.
No ascienden con pureza inmaculada, y a menos que el Intercesor que está a la diestra
de Dios presente y purifique todo con su justicia, no son aceptables a Dios. Todo el in-
cienso que procede de los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las gotas pu-
rificadoras de la sangre de Cristo. Él sostiene ante el Padre el incensario de sus propios
méritos en el cual no hay mancha de contaminación terrenal. Él junta en el incensario
las oraciones, la alabanza y las confesiones de su pueblo, y con ellas pone su propia, jus-
ticia inmaculada. Entonces asciende el incienso delante de Dios completa y enteramente
aceptable, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo. Entonces se reciben
bondadosas respuestas.
Ojala todos pudieran comprender que todo lo que hay en la obediencia, la contrición, la
alabanza y el agradecimiento, debe ser colocado sobre el resplandeciente fuego de la jus-
ticia de Cristo. La fragancia de esa justicia asciende como una nube alrededor del propi-
ciatorio (MS 50, 1900).

ELC:71. Muchos [de los miembros] de la familia humana no saben lo que deberían pedir
como debieran. Pero el Señor es bondadoso y tierno. Él alivia sus flaquezas dándoles pa-
labras para hablar. El que acude con deseo santificado tiene acceso mediante Cristo al
Padre. Cristo es nuestro Intercesor. Las oraciones que se ponen en el incensario de
oro de los méritos del Salvador son aceptadas por el Padre.

7CBA:942. [Se cita Heb. 7:25]. Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida
inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de
nuestra salvación intercede por nosotros no sólo como un solicitante, sino como un ven-
cedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor eje-
cuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, sosteniendo ante Dios el incensario que
contiene sus propios méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y los
agradecimientos de su pueblo. El incienso asciende a Dios como un olor grato, per-
fumado con la fragancia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el per-
dón cubre todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin duda alguna
el ministro del santuario, que oficia para él en el santuario, y que habla por los medios
establecidos por Dios.
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7CBA:981-982. Así como el sumo sacerdote asperjaba la sangre tibia sobre el pro-
piciatorio mientras ascendía delante de Dios la nube fragante de incienso, así tam-
bién, mientras nosotros confesamos nuestros pecados e imploramos la eficacia de la
sangre expiatoria de Cristo, deben ascender al cielo nuestras oraciones fragantes
por los méritos del carácter de nuestro Salvador. A pesar de nuestra indignidad de-
bemos recordar que hay Uno que puede quitar el pecado y que está dispuesto a salvar al
pecador y con anhelo de hacerlo. Pagó el castigo de todos los pecadores con su propia
sangre. Dios quitará todo pecado que sea confesado delante de él con corazón contrito
[se cita Isa. 1:18; Heb. 9:13-14] (RH, 29-09-1896).

HM, 1 de Junio de 1897. “Y otro ángel vino y estuvo ante el altar, teniendo un incen-
sario de oro; y le dado mucho incienso, para que lo ofreciera con las oraciones de
los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el humo del incienso,
que llegó con las oraciones de los santos, subió delante de Dios de la mano del án-
gel.” Tengan en mente las familias, los cristianos individuales, y las iglesias, que es-
tán cercanamente aliados con el cielo. El Señor tiene un interés especial en su igle-
sia militante aquí debajo en la tierra. Los ángeles que ofrecen el humo del fragante
incienso están de parte de los suplicantes santos. Entonces elévense las oraciones
vespertinas en cada familia hacia el cielo a la fresca hora de la puesta del sol, hablando
delante de Dios -a nuestro favor- de los méritos de la sangre de un Salvador crucificado
y resucitado. Únicamente esa sangre es eficaz. Sólo ella puede hacer propiciación por
nuestros pecados. Es la sangre del unigénito Hijo de Dios, lo que es de valor para noso-
tros, para que podamos acercarnos a Dios; es sólo su sangre lo que “quita el pecado del
mundo.” Mañana y tarde el universo celestial contempla a cada hogar que ora, y el ángel
con el incienso, representando la sangre de la expiación, encuentra audiencia delante de
Dios.

CN:490-492. Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios debe-
rían erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan. . . . Los padres y las madres
deberían elevar sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por
ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la familia, ponga sobre el
altar de Dios el sacrificio de la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le
unen en oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal (PP:140).
Tengan siempre en cuenta los miembros de cada familia que están íntimamente unidos
con el cielo. El Señor tiene un interés especial en la familia de sus hijos terrenales. Los
ángeles ofrecen el humo del fragante incienso de las oraciones de los santos. Por lo
tanto, en cada familia ascienda hacia el cielo la oración matinal y en la hora fresca
de la puesta del sol, preséntense delante de Dios los méritos del Salvador en favor
nuestro. Mañana y noche, el universo celestial toma nota de cada familia que ora (Ma-
nuscrito 19, 1900).
Por la mañana, los primeros pensamientos del cristiano deben fijarse en Dios. Los traba-
jos mundanales y el interés propio deben ser secundarios. Debe enseñarse a los niños a
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respetar y reverenciar la hora de oración... Es el deber de los padres creyentes levantar
así, mañana y tarde, por ferviente oración y fe perseverante, una valla en derredor de sus
hijos. Deben instruirlos con paciencia; enseñándoles bondadosa e incansablemente a vi-
vir de tal manera que agraden a Dios (Ibíd.)

6CBA:1078. Cristo era el fundamento de todo el sistema judaico. En el servicio del sa-
cerdocio judío continuamente senos recuerda el sacrificio y la intercesión de Cristo.
Todos los que hoy acuden a Cristo, deben recordar que los méritos de él son el in-
cienso que se mezcla con las oraciones de los que se arrepienten de sus pecados y
reciben perdón, misericordia y gracia. Nuestra necesidad de la intercesión de Cristo
es constante. Día tras día, mañana y tarde, el corazón humilde necesita elevar oraciones
que recibirán respuestas de gracia, paz y gozo. "Ofrezcamos siempre a Dios, por medio
de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre. Y de ha-
cer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios"
(MS 14, 1901).

SC:325-326. La obra de Dios ha de ser llevada a su consumación por la cooperación de


los agentes divinos y humanos. Los que manifiestan suficiencia propia pueden ser apa-
rentemente activos en a obra de Dios, pero si efectúan su obra sin oración, su actividad
de nada aprovecha. Si pudieran contemplar el incensario del ángel que está en el al-
tar de oro, delante del trono circuido por el arco iris, verían que los méritos de Je-
sús han de ser mezclados con nuestros esfuerzos y oraciones, o de otra manera éstos
resultan inútiles como lo fue la ofrenda de Caín. Si pudiéramos contemplar toda la
actividad de los agentes humanos tal como aparece delante de Dios, veríamos que sólo
la obra efectuada con mucha oración, santificada con el mérito de Cristo, soportará la
prueba del juicio. Cuando se verifique el gran examen, entonces miraréis y discerniréis
la diferencia entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. (RH, 4 de Julio de 1893).

PVGM:121. Cristo ofreció su cuerpo quebrantado para comprar de nuevo la herencia de


Dios, a fin de dar al hombre otra oportunidad. "Por lo cual puede también salvar eter-
namente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos".
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su
muerte en la cruz del Calvario. Y ahora, no como un mero suplicante, intercede por no-
sotros el Capitán de nuestra salvación, sino como un Conquistador que reclama su victo-
ria. Su ofrenda es completa, y como Intercesor nuestro ejecuta la obra que él mis-
mo se señaló, sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méritos
inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas de agradecimiento de su
pueblo. Ellas, perfumadas con la fragancia de la justicia de Cristo, ascienden hasta Dios
en olor suave. La ofrenda se hace completamente aceptable, y el perdón cubre toda
transgresión.

DTG:620-621. Hasta entonces los discípulos no conocían los recursos y el poder limita-
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do del Salvador. Él les dijo: "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre." Explicó
que el secreto de su éxito consistiría en pedir fuerza y gracia en su nombre. Estaría de-
lante del Padre para pedir por ellos. La oración del humilde suplicante es presentada
por él como su propio deseo en favor de aquella alma. Cada oración sincera es oída
en el cielo. Tal vez no sea expresada con fluidez; pero si procede del corazón as-
cenderá al santuario donde Jesús ministra, y él la presentará al Padre sin balbu-
ceos, hermosa y fragante con el incienso de su propia perfección.

PE:32. En él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro purísimo. En


cada extremo del arca había un hermoso querubín con las alas extendidas sobre el arca.
Sus rostros estaban frente a frente uno de otro, pero miraban hacia abajo. Entre los dos
ángeles había un incensario de oro, y sobre el arca, donde estaban los ángeles, una gloria
en extremo esplendorosa que semejaba un trono en que moraba Dios. Junto al arca esta-
ba Jesús, y cuando las oraciones de los santos llegaban a él, humeaba el incienso del in-
censario, y Jesús ofrecía a su Padre aquellas oraciones con el humo del incienso. Dentro
del arca estaba el vaso de oro con el maná, la florida vara de Aarón y las tablas de pie-
dra, que se plegaban la una sobre la otra como las hojas de un libro.

PE:251-252. Dos hermosos querubines estaban de pie en cada extremo del arca con las
alas desplegadas sobre ella, y tocándose una a otra por encima de la cabeza de Jesús, de
pie ante el propiciatorio. Estaban los querubines cara a cara, pero mirando hacia el arca,
en representación de toda la hueste angélica que contemplaba con interés la ley de Dios.
Entre los querubines había un incensario de oro, y cuando las oraciones de los san-
tos, ofrecidas con fe, subían a Jesús y él las presentaba a su Padre, una nube fra-
gante subía del incienso a manera de humo de bellísimos colores. Encima del sitio
donde estaba Jesús ante el arca, había una brillantísima gloria que no pude mirar. Pare-
cía el trono de Dios. Cuando el incienso ascendía al Padre, la excelsa gloria bajaba del
trono hasta Jesús, y de él se derramaba sobre aquellos cuyas plegarias habían subido
como suave incienso. La luz se derramaba sobre Jesús en copiosa abundancia y cubría
el propiciatorio, mientras que la estela de gloria llenaba el templo. No pude resistir mu-
cho tiempo el vivísimo fulgor. Ninguna lengua acertaría a describirlo. Quedé abrumada
y me desvié de la majestad y gloria del espectáculo.

PE:255-256. Vi humear el incienso en el incensario cuando Jesús ofrecía a su Padre


las confesiones y oraciones de los fieles. Al subir el incienso, una luz refulgente des-
cansaba sobre Jesús y el propiciatorio; y los fervorosos y suplicantes miembros del
residuo, que estaban atribulados por haber descubierto que eran transgresores de
la ley, recibieron la bendición y sus semblantes brillaron de esperanza y júbilo. Se
unieron a la obra del tercer ángel y alzaron su voz para proclamar la solemne amonesta-
ción. Aunque al principio eran pocos los que la recibían, los fieles continuaron procla-
mando enérgicamente el mensaje. Vi entonces que muchos abrazaban el mensaje del
tercer ángel y unían su voz con la de quienes habían dado primeramente la amonesta-
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ción, y honraron a Dios guardando su día de reposo santificado.

ML:29. El Señor tiene un interés especial en las familias de sus hijos en la tierra. Los
ángeles ofrecen el humo del fragante incienso a favor de los santos que suplican.
Entonces, de cada familia ascienda la oración al cielo, tanto de mañana como de tarde,
presentando delante de Dios los méritos del Salvador. De mañana y de tarde el universo
celestial toma nota de cada hogar que ora.

MJ:93-94. Mucho más fuerte que su enemigo es Aquel que en este mundo, y en forma
humana, hizo frente y venció a Satanás, resistiendo toda tentación que hoy día sobrevie-
ne a los jóvenes. Él es su Hermano Mayor. Siente hacia ellos profundo y tierno interés.
Los vigila constantemente, y se regocija cuando tratan de agradarle. Cuando oran, él
mezcla con sus oraciones el incienso de su justicia, y las ofrece a Dios como sacrifi-
cio fragante. En su fuerza pueden los jóvenes soportar la dureza como buenos soldados
de la cruz. Fortalecidos con su poder, son hechos aptos para alcanzar los elevados idea-
les que tienen delante. El sacrificio hecho en el Calvario es la prenda de su victoria.

PP:365-367. Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se acercaba más di-


rectamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios.
Como el velo interior del santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de
Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el lugar
santo. Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mien-
tras ascendía la nube de incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio y hen-
chía el lugar santísimo, y a menudo llenaba tanto las dos divisiones del santuario que el
sacerdote se veía obligado a retirarse hasta la puerta del tabernáculo. Así como en ese
servicio simbólico el sacerdote miraba por medio de la fe el propiciatorio que no podía
ver, así ahora el pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sa-
cerdote, quien invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santua-
rio celestial.
El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la
intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a
su pueblo, y es lo único que puede hacer el culto de los seres humanos aceptable a
Dios. Delante del velo del lugar santísimo, había un altar de intercesión perpetua; y de-
lante del lugar santo, un altar de expiación continua. Había que acercarse a Dios median-
te la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de
quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede
otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.
Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el lugar santo a la hora del in-
cienso, el sacrificio diario estaba listo para ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el
atrio. Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante
el tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio
del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de sus corazones y luego confesar
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sus pecados. Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar
santo. Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba
los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio.
Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas,
y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía. Y
cuando en tiempos posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos
países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacía Jerusalén, y clavaban sus
oraciones al Dios de Israel. En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su
oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias
que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se pos-
tran de mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones
que necesitan.

4T:616. El Padre que es el “esposo” de la familia, juntará sus hijos junto al trono de
Dios mediante una fe viviente. Desconfiando en su propia fuerza, deposita su desampa-
rada alma en Jesús y se ase de la fortaleza del Altísimo. Hermanos, oren en el hogar, con
vuestras familias, de noche y mañana; órese fervientemente en vuestra recámara; y
mientras ocupados en vuestra diaria labor, elévese el alma a Dios en oración. Fue así
como Enoc caminó con Dios. La silenciosa y ferviente oración del alma se elevará
como incienso santo hasta el trono de gracia y será acepto delante de Dios, así como
era ofrecido en el santuario. A todos los que así le buscan, Cristo llega a ser un pre-
sente apoyo en tiempo de necesidad. Ellos estarán fuertes en la hora de la prueba.

PP:370. Como se ha dicho, el santuario terrenal fue construido por Moisés, conforme al
modelo que se le mostró en el monte. "Era figura de aquel tiempo presente, en el cual se
ofrecían presentes y sacrificios." Los dos lugares santos eran "figuras de las cosas celes-
tiales." Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es el "ministro del santuario, y de aquel
verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre." (Heb. 9: 9, 23; 8: 2.) Cuando
en visión se le mostró al apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vio allí
"siete lámparas de fuego . . . ardiendo delante del trono." Vio también a un ángel
"teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese
a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del
trono." (Apoc. 4:5; 8:3). Se le permitió al profeta contemplar el lugar santo del santua-
rio celestial; y vio allí "siete lámparas de fuego ardiendo" y "el altar de oro," representa-
dos por el candelero de oro y el altar del incienso o perfume en el santuario terrenal.
Nuevamente "el templo de Dios fue abierto en el cielo" (Apoc. 11: 19), y vio el lugar
santísimo detrás del velo interior. Allí contempló "el arca de su testamento," representa-
da por el arca sagrada construida por Moisés para guardar la ley de Dios.

HHD:24. Cristo se ha comprometido a ser nuestro sustituto y seguridad, y no rechaza a


nadie. Hay un fondo inagotable de obediencia perfecta que surge de su obediencia.
En el cielo sus méritos, abnegación y sacrificio propio, se atesoran como incienso
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que se ofrece justamente con las oraciones de su pueblo. Cuando las sinceras y hu-
mildes oraciones de los pecadores ascienden al trono de Dios, Cristo mezcla con ellas
los méritos de su propia vida de perfecta obediencia. Nuestras oraciones resultan fra-
gantes gracias a este incienso. Cristo se ha comprometido a interceder en nuestro favor,
y el Padre siempre oye al Hijo.

4T:615-616. Al seguir a Cristo, viendo al que es el Autor y Consumador de vuestra fe,


sentiréis que estáis trabajando bajo su mirada, que sois influenciados por Su presencia, y
que él conoce vuestros motivos. A cada paso preguntad con humildad: ¿Agradará esto a
Jesús? ¿Glorificará a Dios? Mañana y tarde vuestras fervientes oraciones debieran as-
cender a Dios en busca ce su bendición y dirección. La oración sincera se aferra de la
Omnipotencia y nos da la victoria. Sobre sus rodillas el cristiano obtiene fortaleza para
resistir la tentación.

6T:467. Las sencillas oraciones motivadas por el Espíritu Santo ascenderán a través de
los portales abiertos, la puerta abierta, de la cual Cristo ha declarado: “Yo he abierto, y
ningún hombre puede cerrar.” Estas oraciones, mezcladas con el incienso de la perfec-
ción de Cristo, ascenderán como fragancia hasta el Padre, y repuestas vendrán.

8T:178. En el nombre de Cristo nuestras peticiones ascienden al Padre. Él intercede


a nuestro favor, y el Padre abre todos los tesoros de su gracia para nuestro uso, para que
los disfrutemos y compartamos con otros. “Pedid en mi nombre,” dice Cristo. No os he
dicho que oraré al Padre por vosotros; pues el Padre mismo os ama. Haced uso de mi
nombre. Esto dará eficacia a vuestras oraciones, y el Padre os dará las riquezas de
su gracia. Por tanto pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.”
Cristo es el vínculo entre Dios y el hombre. Él ha prometido su personal intercesión. Él
pone toda la virtud de su justicia del lado del suplicante. Él intercede por el hombre, y el
hombre, en necesidad de ayuda divina, suplica por sí mismo en la presencia de Dios,
usando la influencia de Uno que dio su vida por la vida del mundo. Al reconocer delan-
te de Dios nuestra gratitud por los méritos de Cristo, fragancia es dada a nuestras
intercesiones. Al acercarnos a Dios mediante la virtud de los méritos del Redentor,
Cristo nos pone cerca de su lado, rodeándonos con su brazo humano, mientras que
con su brazo divino se aferra del trono del Infinito. Él pone sus meritos, como dulce
incienso, en el incensario que está en nuestras manos, para poder animarnos en
nuestras súplicas. Él promete escuchar y contestar nuestras peticiones.
Sí, Cristo ha llegado a ser el intercesor de la oración entre el hombre y Dios. Él también
ha llegado a ser el medio de bendición entre Dios y el hombre. Él ha unido la divinidad
con la humanidad. Los hombres han de cooperar con él en la salvación de sus almas, y
luego hacer fervientes y perseverantes esfuerzos para salvar a los están por perecer.

Te:248. En los días de Israel, cuando fue instituido el servicio del santuario, el Señor or-
denó que sólo se debía usar fuego sagrado cuando se quemara incienso. El fuego sa-
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grado fue encendido por Dios mismo, y el humo fragante representaba las oracio-
nes del pueblo que ascendían delante de Dios. Nadab y Abiú fueron sacerdotes del
santuario, y aunque no era legítimo usar fuego común, cuando esos sacerdotes fueron
delante de Dios, se atrevieron a encender sus incensarios con fuego sin consagrar. Los
sacerdotes se habían estado complaciendo en el consumo de vino y estaba nublada su
sensibilidad moral; no discernieron el carácter de sus acciones ni comprendieron cuál se-
ría la terrible consecuencia de su pecado. Un fuego salió llameante del lugar santísimo y
los consumió.

TM:90. La eficacia de la sangre de Cristo había de ser presentada a los hombres con
frescura y poder, a fin de que la fe de ellos pudiera echar mano de sus méritos. Así co-
mo el sumo pontífice asperjaba la sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras
la fragante nube de incienso ascendía delante de Dios, de la misma manera, mien-
tras confesamos nuestros pecados, e invocamos la eficacia de la sangre expiatoria
de Cristo, nuestras oraciones han de ascender al cielo, fragantes con los méritos del
carácter de nuestro Salvador. A pesar de nuestra indignidad, siempre hemos de tener
en cuenta que hay Uno que puede quitar el pecado, y salvar al pecador. Todo pecado re-
conocido delante de Dios con un corazón contrito, él lo quitará. Esta fe es la vida de la
iglesia. Como la serpiente fue levantada por Moisés en el desierto, y se pedía a todos los
que habían sido mordidos por las serpientes ardientes que miraran y vivieran, también el
Hijo del hombre debía ser levantado, para que "todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna".

ST, 28 de Febrero de 1906. Nuestro último pensamiento por la noche y nuestro primer
pensamiento por la mañana debe ser de Él en quien se centran nuestras esperanzas de
vida eterna. Él murió por nosotros. Él nos vio en peligro, expuestos a la destrucción, y
derramó su vida para salvarnos. Él es nuestro Abogado. Él ha puesto una tesorería de
bendición a nuestra disposición. Los hombres no pueden remover una sola mancha de
pecado. Sólo los méritos de Cristo tendrán valor, y han sido puestos a nuestra disposi-
ción en rica abundancia. Cada momento podemos extraer gracia de Cristo para nuestra
necesidad. Al tornarnos a él, él responde: “Aquí estoy.” Cristo es nuestro Intercesor. Él
ubica el incienso de su justicia en al incensario de oro, para ofrecerlo con las ora-
ciones de sus discípulos. El Padre escucha cada oración ofrecida en contrición y
sinceridad. Nuestras súplicas se mezclan con las súplicas de nuestro Intercesor, cu-
ya voz el Padre siempre escucha.

Versículo 5. “El ángel tomó el incensario, lo llenó con fuego del altar, y lo arrojó a la
tierra. Y hubo truenos y voces, relámpagos, y un terremoto.”

PP:360. El fuego que estaba sobre este altar fue encendido por Dios mismo, y se mante-
nía como sagrado. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos
sagrados del tabernáculo y por sus alrededores.
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PE:279-280. Vi ángeles que iban y venían de uno a otro lado del cielo. Un ángel con
tintero de escribano en la cintura regresó de la tierra y comunicó a Jesús que había cum-
plido su encargo, quedando sellados y numerados los santos. Vi entonces que Jesús,
quién había estado oficiando ante el arca de los diez mandamientos, dejó caer el in-
censario, y alzando las manos exclamó en alta voz: "Consumado es." Y toda la hues-
te angélica se quitó sus coronas cuando Jesús hizo esta solemne declaración: "El que es
injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo,
practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía."

ST, 11 de Noviembre de 1889. Cristo era el Hijo de Dios, igual con el Padre; y sin em-
bargo fue mal tratado, ridiculizado, azotado, y crucificado. Existen muchos que han pen-
sado que el Padre no se condolió de los sufrimientos de su Hijo; pero esto es un error.
El Padre sufrió con el Hijo. Cuando el Hijo de Dios pendió del Calvario, la oscuridad
se juntó como mortal palidez alrededor de la cruz. Toda la naturaleza simpatizó
con su moribundo Autor. Hubo truenos y relámpagos, y un gran terremoto, pero
los corazones de los hombres estaban tan endurecidos, que discutieron al pie de la
cruz -sobre la cual colgaba el Redentor del mundo- tocante a quién se quedaría con
sus vestiduras. Sus corazones parecían estar enteramente bajo el control de las po-
testades de las tinieblas. Los ángeles vieron la escena con tristeza y asombro.

Versículo 6. “Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas, se dispusieron a tocar-
las”.

15ML:219. Tu diestra, o Dios, partirá en pedazos a tus enemigos. Apocalipsis 6 y 7 es-


tán llenos de significado. Terribles son los juicios de Dios revelados. Los siete ángeles
son los juicios de Dios revelados. Los siete ángeles se presentaron delante de Dios
para recibir su comisión. A ellos fueron dadas siete trompetas. El Señor salía para
castigar a los habitantes de la tierra por su iniquidad, y la tierra revelaría su sangre
y ni más cubriría a sus muertos.

Versículo 7. “El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con
sangre, y fueron lanzados a la tierra. Y se quemó la tercera parte de la tierra, la tercera
parte de los árboles, y toda la hierba verde.”

DTG:535. El acto de Cristo, al maldecir la higuera, había asombrado a los discípulos.


Les pareció muy diferente de su proceder y sus obras. Con frecuencia le habían oído de-
clarar que no había venido para condenar al mundo, sino para que el mundo pudiese ser
salvo por él. Recordaban sus palabras: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las
almas de los hombres, sino para salvarlas." Había realizado sus obras maravillosas para
restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían conocido solamente como el Res-
taurador, el Sanador. Este acto era único. ¿Cuál era su propósito? se preguntaban.
La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos. Ese árbol estéril,
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que desplegaba su follaje ostentoso a la vista de Cristo, era un símbolo de la nación
judía. El Salvador deseaba presentar claramente a sus discípulos la causa y la certidum-
bre de la suerte de Israel. Con este propósito invistió al árbol con cualidades morales y
lo hizo exponente de la verdad divina. Los judíos se distinguían de todas las demás na-
ciones porque profesaban obedecer a Dios. Habían sido favorecidos especialmente por
él, y aseveraban tener más justicia que los demás pueblos. Pero estaban corrompidos por
el amor del mundo y la codicia de las ganancias. Se jactaban de su conocimiento, pero
ignoraban los requerimientos de Dios y estaban llenos de hipocresía. Como el árbol esté-
ril, extendían sus ramas ostentosas, de apariencia exuberante y hermosas a la vista, pero
no daban sino hojas. La religión judía, con su templo magnífico, sus altares sagrados,
sus sacerdotes mitrados y ceremonias impresionantes, era hermosa en su apariencia ex-
terna, pero carente de humildad, amor y benevolencia.

PVGM:170-171. El dueño y el viñero son uno en su interés por la higuera. Así el Padre
y el Hijo eran uno en su amor por el pueblo escogido. Cristo estaba diciendo a sus oyen-
tes que se les concederían mayores oportunidades. Todo medio que el amor de Dios pu-
diese idear, sería puesto en práctica a fin de que ellos llegasen a ser árboles de justicia,
que produjeran fruto para la bendición del mundo.
Jesús no habló en la parábola acerca del resultado de la obra del viñero. Su parábola
terminó en ese punto. El desenlace dependía de la generación que había oído sus pala-
bras. A los hombres de esa generación se les dio la solemne amonestación: "Si no, la
cortarás después". De ellos dependía el que las palabras irrevocables fuesen pronuncia-
das.
El día de la ira estaba cercano. Con las calamidades que ya habían caído sobre Is-
rael, el dueño de la viña los había amonestado misericordiosamente acerca de la
destrucción del árbol infructífero.

CS:714-715. La marca de la redención ha sido puesta sobre los "que gimen y se angus-
tian a causa de todas las abominaciones que se hacen." Ahora sale el ángel de la muerte
representado en la visión de Ezequiel por los hombres armados con instrumentos de des-
trucción, y a quienes se les manda: "¡Al anciano, al joven, y a la doncella. Y a los niños,
y a las mujeres, matadlos, hasta exterminarlos! mas no os lleguéis a ninguno en quien
esté la marca: ¡y comenzad desde mi santuario!" Dice el profeta: "Comenzaron pues por
los ancianos que estaban delante de la Casa." (Ezequiel 9: 1-6, V.M.) La obra de des-
trucción empieza entre los que profesaron ser guardianes espirituales del pueblo.
Los falsos centinelas caen los primeros. De nadie se tendrá piedad y ninguno escapará.
Hombres, mujeres, doncellas, y niños perecerán juntos.

5T:211. Aquí vemos que la iglesia—el santuario del Señor—fue la primera en sentir
el golpe de la ira de Dios. Los ancianos, aquellos a quienes Dios había dado gran luz
y quienes habían estado como guardianes de los intereses espirituales del pueblo,
habían traicionado su cometido. Ellos habían asumido la posición que no necesitamos
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esperar milagros y la marcada manifestación del poder de Dios como en días pasados.
Los tiempos han cambiado. Estas palabras fortalecen su incredulidad, y ellos dicen: “El
Señor no hará bien, ni hará mal. Él es demasiado misericordioso para visitar a su pueblo
en juicio. Por tanto, “Paz y seguridad” es lo que se oye de hombres que nunca jamás le-
vantarán la voz como trompeta para mostrar al pueblo de Dios sus transgresiones y a la
casa de Jacob sus pecados. Estos perros mudos que no ladrarían son los que sienten la
justa venganza de un Dios ofendido. Hombres, mujeres, y niños, todos perecen juntos.

Versículos 8-10. El segundo ángel tocó la trompeta, y algo así como un gran monte ar-
diendo fue lanzado al mar. Y la tercera parte del mar se convirtió en sangre. Y murió la
tercera parte de los seres vivientes que estaban en el mar, y la tercera parte de las naves
fue destruida.
El tercer ángel tocó la trompeta. Y una gran estrella, ardiendo como una antorcha cayó
del cielo, sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de agua.

PP:437-438. El Salvador utilizó este servicio simbólico para dirigir la atención del pue-
blo a las bendiciones que él había venido a traerles. "En el postrer día grande de la fies-
ta" se oyó su voz en tono que resonó por todos los ámbitos del templo, diciendo: "Si al-
guno tiene Sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de
agua viva correrán de su vientre". "Y esto -dice Juan- dijo del Espíritu que habían de re-
cibir los que creyesen en él." (Juan 7:37-39) El agua refrescante que brota en tierra
seca y estéril, hace florecer el desierto y fluye para dar vida a los que perecen, es un
emblema de la gracia divina que sólo Cristo puede conceder, y que, como agua vi-
va, purifica, refrigera y fortalece el alma. Aquel en quien mora Cristo tiene dentro de
sí una fuente eterna de gracia y fortaleza. Jesús alegra la vida y alumbra el sendero de
todos aquellos que le buscan de todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se mani-
festará en buenas obras para la vida eterna. Y no sólo bendice al alma de la cual brota,
sino que la corriente viva fluirá en palabras y acciones justas, para refrescar a los sedien-
tos que la rodean.

6T:227-228. Maravillosa es la obra que Dios se propone lograr mediante sus sier-
vos, para que su nombre sea glorificado. Dios hizo de José una fuente de vida para
la nación egipcia. Mediante José la vida de todo ese pueblo fue preservada... Todo
obrero en cuyo corazón habita Cristo, todo el que manifieste su amor a un mundo perdi-
do, es un obrero junto con Dios para la bendición de la humanidad. Al recibir del Salva-
dor gracia para impartir a otros, de todo su ser fluye la marea de vida espiritual. Cristo
vino como el Gran Médico para sanar las heridas que el pecado había hecho en la fami-
lia humana; y su Espíritu, obrando a través de sus siervos, imparte a los seres humanos
enfermos por el pecado, un gran poder sanador que es eficaz para el cuerpo y el alma.
“En ese día,” dicen las Escrituras, “habrá una fuente abierta para la casa de David y para
los habitantes de Jerusalén que limpie el pecado y la inmundicia”. Zac. 13:1. Las aguas
de esta fuente contienen propiedades que sanarán enfermedades tanto físicas como
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espirituales.
De esta fuente fluye el poderoso río visto en la visión de Ezequiel. “Esta agua salen ha-
cia la tierra del oriente, y bajan hasta el desierto, y van hasta el mar: y llegando al mar,
esas aguas serán sanadas. Y será que, toda cosa viviente, que se mueve, dondequiera que
lleguen los ríos, vivirá... Y al lado del río en las riberas del mismo, de ambos lados, cre-
cerán toda clase de árbol que tenga alimento, cuyas hojas no decaerán, ni el fruto de
ellos se acabará: traerán nuevos frutos cada mes, porque sus aguas salían del santuario, y
el fruto de los mismos será para comer, y las hojas serán para medicina”. Eze. 47:8-12.
Tal río de vida y sanidad, Dios se propone que, mediante su poder obrando a través
de los hombres, lleguen a ser nuestros sanatorios.

DTG:417-419. El sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que conmemoraba


la acción de golpear la roca en el desierto. Esa roca era un símbolo de Aquel que por su
muerte haría fluir raudales de salvación a todos los sedientos. Las palabras de Cristo
eran el agua de vida. Allí en presencia de la congregada muchedumbre se puso aparte
para ser herido, a fin de que el agua de la vida pudiese fluir al mundo. Al herir a Cristo,
Satanás pensaba destruir al Príncipe de la vida; pero de la roca herida fluía agua viva.
Mientras Jesús hablaba al pueblo, los corazones se conmovían con una extraña reveren-
cia y muchos estaban dispuestos a exclamar, como la mujer de Samaria: "Dame esta
agua, para que no tenga sed."
Jesús conocía las necesidades del alma. La pompa, las riquezas y los honores no pueden
satisfacer el corazón. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." Los ricos, los pobres, los
encumbrados y los humildes son igualmente bienvenidos. El promete aliviar el ánimo
cargado, consolar a los tristes, dar esperanza a los abatidos. Muchos de los que oyeron a
Jesús lloraban esperanzas frustradas; muchos alimentaban un agravio secreto; muchos
estaban tratando de satisfacer su inquieto anhelo con las cosas del mundo y la alabanza
de los hombres; pero cuando habían ganado todo encontraban que habían trabajado tan
sólo para llegar a una cisterna rota en la cual no podían aplacar su sed. Allí estaban en
medio del resplandor de la gozosa escena, descontentos y tristes. Este clamor repentino:
"Si alguno tiene sed," los arrancó de su pesarosa meditación, y mientras escuchaban las
palabras que siguieron, su mente se reanimó con una nueva esperanza. El Espíritu Santo
presentó delante de ellos el símbolo hasta que vieron en él el inestimable don de la sal-
vación.
El clamor que Cristo dirige al alma sedienta sigue repercutiendo, y llega a nosotros
con más fuerza que a aquellos que lo oyeron en el templo en aquel último día de la
fiesta. El manantial está abierto para todos. A los cansados y exhaustos se ofrece la
refrigerante bebida de la vida eterna. Jesús sigue clamando: "Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba." "Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida
de balde." "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas
el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna."

PR:175-176. El corazón que recibe la palabra de Dios no es un estanque que se eva-


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pora ni es una cisterna rota que pierda su tesoro. Es como el arroyo de las monta-
ñas, alimentado por manantiales inagotables, cuyas aguas frescas y chispeantes sal-
tan de roca en roca, refrigerando a los cansados, sedientos y cargados. Es como un
río que fluye constantemente, y a medida que avanza se va haciendo más hondo y más
ancho, hasta que sus aguas vivificantes se extienden por toda la tierra. El arroyo que
prosigue su curso cantando, deja detrás de sí sus dones de verdor y copiosos frutos. La
hierba de sus orillas es de un verde más fresco; los árboles son más frondosos y las flo-
res más abundantes. Mientras la tierra se desnuda y se obscurece bajo el calor que la
afecta durante el verano, el curso del río es una raya de verdor en el panorama.
Así también sucede con el verdadero hijo de Dios. La religión de Cristo se revela como
principio vivificante, como una energía espiritual viva y activa que lo compenetra todo.
Cuando el corazón se abre a la influencia celestial de la verdad y del amor, estos princi-
pios vuelven a fluir como arroyos en el desierto, y hacen fructificar lo que antes parecía
árido y sin vida.

DTG:443-444. Los fariseos no habían entrado por la puerta. Habían subido al corral por
otro camino que no era Cristo, y no estaban realizando el trabajo del verdadero pastor.
Los sacerdotes y gobernantes, los escribas y fariseos destruían los pastos vivos y
contaminaban los manantiales del agua de vida. Las fieles palabras de la Inspiración
describen a esos falsos pastores: "No corroborasteis las flacas, ni curasteis la enferma:
no ligasteis la perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni buscasteis la perdida; sino
que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia."

Versículo 11. “El nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se con-
virtió en ajenjo. Y mucha gente murió por el agua que se había vuelto amarga.”

PR:174. El mundo necesita ver evidencias de cristianismo sincero. El veneno del peca-
do está obrando en el corazón de la sociedad. Ciudades y pueblos están sumidos en el
pecado y la corrupción moral. El mundo rebosa de enfermedades, sufrimientos e iniqui-
dad. Cerca y lejos hay almas en pobreza y angustia, agobiadas por un sentimiento de
culpabilidad, que perecen por falta de una influencia salvadora. El Evangelio de ver-
dad les es presentado, y sin embargo perecen, debido a que el ejemplo de aquellos
que debieran ser un sabor de vida es un sabor de muerte. Sus almas beben amar-
gura, porque las fuentes están envenenadas cuando debieran ser como un pozo de
agua que brotase para vida eterna.

PE:210-211. Fui transportada al tiempo cuando los idólatras paganos perseguían cruel-
mente y mataban a los cristianos. La sangre corría a torrentes. Los nobles, los sabios y
el pueblo común eran muertos por igual sin misericordia. Familias poseedoras de fortu-
na eran reducidas a la pobreza, porque no querían renunciar a su religión. No obstante la
persecución y los sufrimientos que estos cristianos soportaban, no querían arriar el es-
tandarte. Conservaban pura su religión. Vi que Satanás triunfaba y se regocijaba que
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ellos sufriesen. Pero Dios miraba a sus fieles mártires con gran aprobación. Los cristia-
nos que vivieron en aquel tiempo espantoso fueron muy amados por él, porque estaban
dispuestos a sufrir por causa de él. Todo padecimiento soportado por ellos aumentaba
su recompensa en el cielo.
Aunque Satanás se regocijaba por los sufrimientos de los santos, no estaba satisfecho
con esto. Quería dominar tanto la mente como el cuerpo. Los padecimientos que sopor-
taban no hacían sino acercarlos más al Señor, induciéndoles a amarse unos a otros, y a
tener tanto más temor de ofenderle. Satanás deseaba inducirles a desagradar a Dios; en-
tonces perderían su fuerza, valor y firmeza. Aunque se daba la muerte a millares, otros
se levantaban para reemplazarlos. Satanás vio que estaba perdiendo sus súbditos; por-
que aunque sufrían persecución y muerte, quedaban asegurados para Jesucristo, para ser
súbditos de su reino. Por lo tanto Satanás trazó sus planes para luchar con más éxito
contra el gobierno de Dios y derribar la iglesia. Indujo a los idólatras paganos a abrazar
una parte de la fe cristiana. Profesaron creer en la crucifixión y resurrección de Cristo, y
se propusieron unirse con los discípulos de Jesús sin que cambiara su corazón. ¡O!
¡Cuán terrible fue el peligro de la iglesia! Fue un tiempo de angustia mental. Algunos
pensaron que si descendían y se unían con aquellos idólatras que habían abrazado una
parte de la fe cristiana, esta actitud sería el medio de obtener la conversión completa de
ellos. Satanás estaba tratando de corromper las doctrinas de la Biblia.
Vi que por último el estandarte fue arriado, y que los paganos se unían con los cris-
tianos. Aunque esos adoradores de los ídolos profesaban haberse convertido, traje-
ron consigo su idolatría a la iglesia, y sólo cambiaron los objetos de su culto en
imágenes de los santos, y aun de Cristo y de su madre María. A medida que los se-
guidores de Cristo se unían gradualmente con aquellos idólatras, la religión cristia-
na se fue corrompiendo y la iglesia perdió su pureza y su poder. Algunos se negaron
a unirse con ellos; los tales conservaron su pureza y sólo adoraban a Dios. No quisieron
postrarse ante imagen de cosa alguna que hubiese en los cielos o abajo en la tierra.
Satanás se regocijaba por la caída de tantos; y entonces incitó a la iglesia caída a obligar
a quienes querían conservar la pureza de su religión a que accediesen a sus ceremonias y
al culto de las imágenes o recibiesen la muerte. Los fuegos de la persecución se encen-
dieron nuevamente contra la verdadera iglesia de Cristo, y millones fueron muertos sin
misericordia.

Versículo 12. “El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, la
tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas. De modo que la tercera parte
de ellos se oscureció, y quedaron sin luz durante la tercera parte del día y de la noche.”

TM:284-285. Los que quieren mirar a las almas humanas a la luz de la cruz del Calvario
no necesitan errar con respecto a la estima que debiera colocarse sobre ellas. La razón
por la cual Dios permitió que algunos miembros de la familia humana fueran tan ricos y
otros tan pobres seguirá siendo un misterio para los hombres hasta la eternidad a menos
que entren en la debida relación con Dios y realicen sus planes, en lugar de obrar de
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acuerdo con sus propias ideas egoístas, según las cuales, debido a que un hombre es rico
ha de ser más altamente respetado que su vecino pobre. Dios hace que su sol brille so-
bre los justos y los injustos, y este sol representa a Cristo el sol de Justicia, que bri-
lla como la luz del mundo, dando sus bendiciones y misericordias, visibles e invisi-
bles, a los ricos y a los pobres por igual. Este principio ha, de guiar nuestra conducta
hacia nuestros semejantes. El Señor es quien enseña los más elevados sentimientos mo-
rales los más humildes principios; y ningún hombre puede desviarse de ellos, y estar sin
culpa. Es el mayor Insulto inferido a la bondad de Dios dudar de que él está dispuesto a
que impartamos a los demás las bendiciones tanto espirituales como temporales, que el
nos ha dado libremente.

CS:59. El advenimiento de la iglesia romana al poder marcó el principio de la Edad


Media. A medida que crecía su poder, las tinieblas se hacían más densas. La fe pasó
de Cristo, el verdadero fundamento, al papa de Roma. En vez de confiar en el Hijo de
Dios para obtener el perdón de sus pecados y la salvación eterna, el pueblo recurría al
papa y a los sacerdotes y prelados a quienes él invistiera de autoridad. Se le enseñó que
el papa era su mediador terrenal y que nadie podía acercarse a Dios sino por medio de él,
y andando el tiempo se le enseñó también que para los fieles el papa ocupaba el lugar de
Dios y que por lo tanto debían obedecerle implícitamente. Con sólo desviarse de sus
disposiciones se hacían acreedores a los más severos castigos que debían imponerse a
los cuerpos y almas de los transgresores. Así fueron los espíritus de los hombres desvia-
dos de Dios y dirigidos hacia hombres falibles y crueles; sí, aun más, hacia el mismo
príncipe de las tinieblas que ejercía su poder por intermedio de ellos. El pecado se dis-
frazaba como manto de santidad. Cuando las Santas Escrituras se suprimen y el hombre
llega a considerarse como ente supremo, ¿qué otra cosa puede esperarse sino fraude, en-
gaño y degradante iniquidad? Al ensalzarse las leyes y las tradiciones humanas, se puso
de manifiesto la corrupción que resulta siempre del menosprecio de la ley de Dios.

Versículo 13. “Entonces vi, y oí a un águila volar por el cielo, que decía a gran voz: "
¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra, a causa del toque de trompeta que los otros tres
ángeles han de tocar!".

1888M:485. Los que han sido autocomplacientes y listos para ceder al orgullo y la moda
y el despliegue, se burlarán de los concienzudos y temerosos de Dios que aman la ver-
dad, y haciendo esta obra se burlarán del mismo Dios del cielo. La Biblia es olvidada, la
sabiduría de los hombres exaltada, y Satanás y el hombre de pecado son adorados por la
sabiduría de esta época, mientras el ángel vuela por en medio del cielo diciendo: “Ay,
ay, ay, de los habitantes de la tierra”. (Apoc. 8:13).

[PH028] 3. El “¡ay, ay, ay!, fue pronunciado sobre una iglesia que caminaba en chispas
de su propio fuego, quienes no derivaban su luz y poder de la gran Luz central, el Sol de
Justicia, ni difundían esa luz y gloria a los que se encontraban en tinieblas. Al absorber y
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difundir la luz, hacen que su propia luz brille más. El que recibe luz, pero no la difunde
como Dios lo requiere, llegará a ser un receptáculo de tinieblas.

CS:33. Durante siete años un hombre recorrió continuamente las calles de Jerusalén
anunciando las calamidades que iban a caer sobre la ciudad. De día y de noche entonaba
la frenética endecha: "Voz del oriente, voz del occidente, voz de los cuatro vientos, voz
contra Jerusalén y contra el templo, voz contra el esposo y la esposa, voz contra todo el
pueblo". Ibíd., libro 13.
Este extraño personaje fue encarcelado y azotado sin que exhalase una queja. A los in-
sultos que le dirigían y a las burlas que le hacían, no contestaba sino con estas pa-
labras: "¡Ay de Jerusalén! ¡Ay, ay de sus moradores!" y sus tristes presagios no de-
jaron de oírse sino cuando encontró la muerte en el sitio que él había predicho.

Comentario Bíblico Adventista:

1.
El séptimo sello.
En el cap. 6 se describe la apertura de los primeros seis sellos. El cap. 7 es un parénte-
sis, pues interrumpe la apertura de los sellos para mostrar que Dios tiene un pueblo leal
que se mantendrá firme en medio de los terrores que han sido descritos (ver com. cap. 6:
17). Ahora la visión vuelve a la apertura de los sellos.
Silencio en el cielo.
En contraste con los espectaculares acontecimientos que siguen a la apertura de los seis
primeros sellos, ahora se produce un solemne silencio con la apertura del séptimo. Este
silencio ha sido explicado por lo menos de dos maneras. Algunos sostienen que este si-
lencio en el cielo, que sigue a los terribles acontecimientos que suceden en la tierra in-
mediatamente antes de la segunda venida de Cristo (cap. 6:14-16), se debe a la ausencia
de las huestes angélicas que han abandonado las cortes celestiales para acompañar a
Cristo al venir a la tierra (Mat. 25:31).
Otra opinión explica que este silencio en el cielo es de solemne expectativa (cf. referen-
cias al silencio en PE:15-16; DTG:642). Hasta este momento las cortes celestiales han
sido descritas como llenas de alabanza y canto; ahora todo está en silencio, en solemne
expectativa por las cosas que están a punto de suceder. Si se entiende de esta manera, es-
te 803 silencio del séptimo sello es un puente entre la apertura de los sellos y el sonido
de las trompetas, porque implica que con el séptimo sello aún no se ha completado la re-
velación, que aún hay más que debe ser explicado en cuanto al programa de los aconte-
cimientos de parte de Dios en el gran conflicto con el mal (ver com. verso 5)
Media Hora.
Algunos intérpretes han entendido este lapso en términos proféticos, en base a que un
día representa un año literal (ver com. Dan. 7:25). Según esta interpretación "media ho-
ra" sería aproximadamente igual a una semana literal (cf. PE:16). Otros sostienen que en
las Escrituras no hay un claro fundamento para tomar como tiempo profético un período
Pág. 21
menor de un día completo, y por eso han preferido entender que "como por media hora"
significa solamente no período corto de duración no especificada. Los adventistas del
séptimo día han favorecido en general la primera opinión.
2.
Vi.
Ver com. cap. 4:1.
Los siete ángeles.
Aunque Juan no ha mencionado antes a estos siete ángeles, es evidente que da por sen-
tado que su identidad queda suficientemente establecida por la declaración de que son
"los siete ángeles que estaban en pie ante Dios".
Siete trompetas.
En esta visión los siete ángeles hacen sonar sus trompetas para anunciar castigos divinos
que vendrán (ver com. versos 5-6).
3.
Otro ángel.
Es decir, no uno de los siete ángeles que tienen las trompetas.
El altar.
Cf. Éxo. 30:1-10.
Incensario.
Cf. Lev. 10:1.
Mucho incienso.
Cf. Éxo. 30:34-38.
A las oraciones.
El cuadro presenta al ángel que añade incienso a las oraciones de los santos a medida
que éstas ascienden al trono de Dios. La escena descrita puede entenderse como símbolo
de la ministración de Cristo a favor de su pueblo (ver Rom. 8:34; 1 Juan 2:1; cf. PP:370;
CS:466-467; PE:32, 252). Cristo, como intercesor, añade sus méritos a las oraciones de
los santos, que por este medio son hechas aceptables ante Dios.
4.
El humo del incienso.
Ver com. verso 3.
5.
Lo llenó del fuego.
Se produce un cambio repentino en la escena de intercesión. Una vez más el ángel llena
su incensario con fuego, pero no le añade incienso.
Lo arrojó a la tierra.
El significado de este acto es importante para la comprensión de lo que sigue al sonar las
trompetas. Pueden presentarse dos interpretaciones.
De acuerdo con el punto de vista que han favorecido los adventistas del séptimo día, la
cesación del ministerio del ángel junto al altar del incienso simboliza el fin de la minis-
tración de Cristo en favor de la humanidad, o sea el fin del tiempo de gracia. Las voces,
los truenos, los relámpagos y el terremoto que suceden cuando el ángel arroja el incensa-
Pág. 22
rio en la tierra, describen acontecimientos que sucederán al fin de la séptima trompeta,
después de la apertura del templo (cap. 11:19), y en la séptima plaga, cuando sale una
voz del templo y declara: "Hecho está" (cap. 16:17).
Algunos prefieren ver el pasaje del cap. 8:3-5 no tanto en su relación cronológica como
en su relación lógica con los sellos y las trompetas. Esta opinión está de acuerdo con la
anterior, de que el ministerio del ángel junto al altar del incienso representa la interce-
sión de Cristo a favor de su pueblo a través de la era cristiana. Pero destaca el hecho de
que se ven ascender las oraciones de los santos, e interpreta el significado de esas ora-
ciones de acuerdo con las oraciones de los mártires presentadas durante el quinto sello:
"¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que
moran en la tierra?" (cap. 6:10). Esta fue no sólo la oración de los mártires sino también
el tema de las oraciones de todos los hijos de Dios que sufrieron durante los horrores
descritos cuando se abrieron los sellos. De manera que cuando las oraciones del cap. 8:3
se consideran dentro del conjunto de los sellos, la acción del ángel que arroja a la tierra
un incensario de fuego sin añadirle incienso puede considerarse como un símbolo de que
ahora se contestan esas oraciones. En el cap. 6:11 los santos que sufrían recibieron una
respuesta provisoria, pues se les dijo que esperaran hasta que se completase el número
de los mártires. Ahora llega la verdadera respuesta a su oración. La ira de Dios contra
los perseguidores de su pueblo no es retenida indefinidamente. Finalmente es derramada
sin ser atemperada por la intercesión de Cristo. Se considera que las trompetas describe
estos castigos. Este segundo punto de vista procura relacionar los sellos y las trompetas
al suponer que éstas son la respuesta de Dios a los acontecimientos descritos en los se-
llos. 804
Voces.
Hay repeticiones de estos portentos en cap. 11:19; 16:18; cf. com. "lo arrojó a la tierra".
6.
Siete ángeles.
Ver com. verso 2.
Siete trompetas.
Ver com. verso 2. Se han expuesto una cantidad de puntos de vista respecto a la interpre-
tación de las escenas sucesivas que siguen al sonido de las trompetas.
Una opinión acerca de las trompetas se basa en la suposición de que como lo que se dice
en el verso 5 simboliza el fin de la intercesión de Cristo, los sucesos que siguen a conti-
nuación pueden considerarse, lógicamente, como una representación de los castigos que
Dios derramará sobre la tierra después de que termine el tiempo de gracia. De acuerdo
con este punto de vista, estos castigos son paralelos con las siete últimas plagas (cap.
16). Los que defienden esta interpretación señalan ciertos aspectos de cada una de las
trompetas que tienen características parecidas a cada una de las plagas.
Según otro enfoque, las siete trompetas no deben considerarse cronológicamente, sino
como símbolos de la respuesta divina a las oraciones del pueblo de Dios, que ha sufrido
en todas las épocas. En otras palabras, esta interpretación considera que las trompetas
son la seguridad que Dios da a sus santos perseguidos de que a pesar de las guerras, pla-
Pág. 23
gas, hambres y muerte por las cuales pasen, él continúa ejerciendo el control del mundo;
que aún es, juez y castigará a los impíos. Ver com. verso 5.
El punto de vista al cual se inclinan los adventistas del séptimo día es que estas trompe-
tas corresponden cronológicamente, en gran medida, con el período de historia cristiana
que abarcan las siete iglesias (cap. 2:3) y los siete sellos (cap. 6; 8:1), los cuales destacan
los acontecimientos políticos y militares sobresalientes de este período. Estos aconteci-
mientos serán estudiados después en los comentarios de las diversas trompetas.
7.
Granizo y fuego.
Esta gran tormenta de granizo mezclado con relámpagos trae a la mente la séptima plaga
que cayó sobre Egipto (Éxo. 9:22-25).
Tierra.
La tierra con su vegetación es el blanco específico de este castigo (cf. cap. 16:2). El fla-
gelo describe muy particularmente la invasión del Imperio Romano por los visigodos
presididos por Alarico. Esta fue la primera de las incursiones teutónicas contra dicho
imperio, que jugaron una parte tan importante en su caída final. Los visigodos comenza-
ron su invasión alrededor del año 396 d. C. entrando en Tracia, Macedonia y Grecia, en
la parte oriental del imperio; después cruzaron los Alpes y saquearon la ciudad de Roma
en el año 410 d.C. También saquearon una gran parte de lo que es ahora Francia y fi-
nalmente se establecieron en España.
Tercera parte.
Esta fracción aparece repetidas veces en el Apocalipsis (versos 8-9, 11-12; cap. 9:15, 18;
12: 4; cf. Zac. 13:8-9). Probablemente implica una parte considerable, pero no la mayor
parte.
Toda la hierba verde.
Lo terrible de esta tempestad se describe dramáticamente como destruyendo gran parte
de la vegetación de la tierra.
8.
Como.
Sin duda Juan piensa que un monte ardiendo es la mejor representación de la escena que
se está pasando frente a sus ojos. La figura de una "montaña ardiendo" aparece en la lite-
ratura apocalíptico judía (Apocalipsis de Enoc Etiópico 18:13); pero no se puede com-
probar que Juan tomase de esa fuente para describir el fenómeno que ahora está contem-
plando. Cf. Jer. 51: 25, en donde el profeta describe a Babilonia como un "monte des-
truidor" que se transformará en un "monte quemado".
Mar.
El mar, con la vida que hay en él y sobre él, se presenta como el objeto especial del cas-
tigo de la segunda trompeta (cf. cap. 16:3).
La catástrofe anunciada por esta trompeta ha sido interpretada como una representación
de las incursiones de los vándalos. Estos, desalojados de su territorio en Tracia por las
incursiones de los hunos provenientes del Asia central, emigraron a través de la Galia
(ahora Francia) y España hasta el norte del África romana, y establecieron un reino con
Pág. 24
centro en Cartago. Desde allí dominaban el Mediterráneo occidental con una flota de pi-
ratas que saqueaban las costas de España, Italia y hasta Grecia, y atacaban los barcos
romanos. El punto máximo de sus depredaciones fue en el año 455 d.C., cuando saquea-
ron la ciudad de Roma durante dos semanas.
Tercera parte.
Ver com. verso 7.
Mar se convirtió en sangre.
Este castigo recuerda la primera plaga que cayó sobre Egipto (Éxo. 7:20). En la segunda
plaga (Apoc. 16: 3) el mar "se convirtió en sangre como de muerto". La "sangre" sin du-
da significa en esta trompeta una matanza en gran escala.
9.
Seres vivientes.
Gr. ktísma, "ser o cosa creada". La palabra griega no implica necesariamente vida, de
aquí que se añada "vivientes". Cf. Éxo. 7:21.
Vivientes.
Gr. psuj' (ver com. Mat. 10: 28).
10.
Cayó... una gran estrella.
Esta "gran estrella" de la tercera trompeta se ha interpretado como una descripción de la
invasión y el saqueo perpetrados por los hunos bajo la dirección de su rey Atila, en el si-
glo V. Los hunos penetraron en Europa desde el Asia central alrededor del 372 d.C., y se
establecieron a lo largo del Danubio inferior; pero unos 75 años más tarde emprendieron
nuevamente la marcha, y por un breve período asolaron varias regiones del decadente
Imperio Romano. Cruzaron el río Rin en el año 451 d. C., pero fueron detenidos por las
tropas compuestas por romanos y germanos en Chalôns, en la Galia del norte. Atila mu-
rió en 453 d. C. después de un corto período de pillaje en Italia, y los hunos casi inme-
diatamente desaparecieron de la historia. Los hunos, a pesar del corto período de su pre-
dominio, desolaban tanto en sus devastaciones, que su nombre ha perdurado en la histo-
ria como sinónimo de las peores matanzas y destrucciones.
Antorcha.
Gr. lampás (ver com. Mat. 25:1).
Tercera parte.
Ver com. verso 7.
Los ríos.
Este castigo cae sobre las fuentes de agua dulce, en contraste con las extensiones de
agua salada afectadas por la segunda trompeta (verso 8; cf. cap. 16:4).
11.
Nombre.
En la antigüedad el "nombre" a menudo denotaba una característica especial de la perso-
na que lo llevaba; el nombre de esta estrella puede tomarse, pues, como una descripción
del castigo que cayó durante esta trompeta (ver com. Hechos 3:16).
Ajenjo.
Pág. 25
Gr. ápsinthos, una hierba sumamente amarga, Artemisia absinthium. Aquí inclusive las
aguas se convirtieron en ajenjo.
12.
La tercera parte.
Ver com. verso 7.
Sol.
Se ha interpretado que el sol, la luna y las estrellas representan las grandes luminarias
del gobierno de la Roma Occidental: sus, emperadores, senadores y cónsules. Con la ex-
tinción de la Roma Occidental en el año 476 d.C. (ver PP:23-24; cf. PP:115-116) dejó de
reinar el último de sus emperadores. El senado y los cónsules se extinguieron poco des-
pués.
Para que se oscureciese la tercera parte.
La idea parece ser que estos astros serían heridos durante la tercera parte del tiempo en
que brillaban, y no que la tercera parte de ellos sería herida de manera que brillarían con
dos terceras partes de su brillo. Por lo tanto, una tercera parte del día y una tercera parte
de la noche se oscurecerían. Esta figura, aplicada a las divisiones del gobierno romano,
puede describir la extinción sucesiva de los emperadores, senadores y cónsules.
13.
Miré.
Ver com. cap. 4:1. Este breve intervalo en la secuencia de las trompetas llama especial-
mente la atención a las últimas tres, que de una manera especial son llamadas "ayes".
Un ángel.
La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto "un águila" (BJ, BA, BC, NC). El águi-
la puede considerarse como un presagio de destrucción (Mat. 24:28; cf. Deut. 28:49;
Oseas 8:1; Hab. 1:8).
Medio del cielo.
Es decir, en el cenit, de manera que todos pudieran oír su mensaje.
Ay, ay, ay.
El ay se repite tres veces a causa de los tres castigos que aún sobrevendrán cuando sue-
nen las tres trompetas restantes. Cada una de ellas se denomina como un "ay" (cap. 9:
12; 11: 14).
Los que moran en la tierra.
Es decir, los impíos (ver com. cap. 3:10).

COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE


3 CS:467; HR:395; PP:370
3-4 AFC:78; DTG:620; 3JT:34, 94; MeM:29; MJ:94; NB:109-110; PE:32, 251; PP:366,
383; PVGM:121; SC:325; 6T:467; TM:92-93.

https://sites.google.com/site/eme1888 ; eme1888@gmail.com

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