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El salvaje metropolitano

Reconstrucción del conocimiento social en el trabajo de campo.


(Rosana Guber)

Revisión del capítulo 9. “La corresidencia: un ensayo de ciencia y ficción.”

Lorena Garrido Muñoz


Antropología, primer semestre 2018.
Capítulo 9. La corresidencia: un ensayo de ciencia y ficción

El texto El salvaje metropolitano: reconstrucción del conocimiento social en el


trabajo de campo de Rosana Guber contiene muchos ejemplos y ejercicios que guían hacia
la reflexión entorno al método de la etnografía, en donde resulta muy interesante el enfoque
que la autora de la forma de producir conocimiento antropológico y etnográfico válido en
una realidad o escenario que es evidentemente cambiante. En el capítulo 9 del texto se toca
la temática de la corresidencia. El capítulo está conformado por 4 subtítulos:
• 1. La residencia de la corresidencia.
• 2. Participación y cotidianidad.
• 3. ciencia y ficción.
• 4. Viejas costumbres en nuevos contextos.

Es necesario comenzar por el significado del término corresidencia. Este concepto se


refiere a una estadía prolongada en la unidad de estudio. En un contexto positivista, la
corresidencia es vista como un medio para eliminar intermediarios en el proceso de
conocimiento de otras culturas. El investigador reside en el campo, y esto significa un recurso
cognitivo por medio del que se involucra en la realidad del grupo que estudia. La
corresidencia, en ese sentido, facilita el modo en que se desarrollan las actividades de
observación y participación debido a la proximidad. El investigador, inserto en el grupo de
estudio, tiene la obligación de actuar teniendo en cuenta las reglas del grupo. Con respecto
al investigador, la autora explica que:
Su mayor implicación y su compromiso con el campo no nacen solamente de los riesgos a
que se expone en su condición dependiente de los informantes en un medio extraño y a
menudo rico en amenazas y misterios; nacen fundamentalmente del hecho de que la
participación y la corresidencia son instancias privilegiadas en las cuales el investigador es
cuestionado en sus propios modelos explicativos y prácticos, los que, de este modo, se revelan
como posibles alternativas, pero no como absolutos. El contraste con otros modos de vida y
otros modelos para la acción y la interpretación de lo social es una fuente de experiencia
intransferible del conocimiento de otros grupos humanos. (Guber,2004, p. 129)

Se explica en el texto que el sentido de la corresidencia puede desdoblarse en dos


ejes: uno espacial, que tiene que ver con la proximidad del investigador con la unidad de
estudio, y uno social, en el que lo principal es atestiguar la vida de los informantes en su
ambiente natural. Según Malinowski, el trabajo de campo podía concebirse como un proceso
de aprendizaje recíproco entre el investigador y sus informantes. De esta manera, la
corresidencia apareció no solamente como un instrumento, sino también como parte
importante de la producción antropológica de conocimientos.
1. La residencia de la corresidencia
Como ya se revisó anteriormente, la corresidencia suele implicar una estadía
prolongada en la unidad de estudio. Históricamente la asociación entre el estar ahí y vivir
entre los nativos ha sido una constante en las investigaciones antropológicas. La autora
explica que lo primero que hacía antes el investigador era buscar un lugar donde residir, para
lo que recurría a las viviendas de los nativos o bien de funcionarios o elites locales.
Posteriormente, el investigador se instalaba en un lugar propio, que, según Malinowski, debía
cumplir con las características de la vivienda local, siguiendo un patrón similar de
urbanización.
2. Participación y cotidianidad
Según el texto, una vez que el investigador ya está instalado en una vivienda, debe
comenzar a construir una rutina propia, y, por otra parte, se debe incorporar a la rutina de sus
informantes, es decir, al conjunto de actividades y relaciones de su vida diaria (cotidianidad
del grupo de estudio). En este punto es necesario destacar que dicha cotidianidad concierne
no sólo a los acontecimientos ordinarios sino también a los extraordinarios, que presentan su
rutina y se insertan de modo pautado en los acontecimientos ordinarios, según lo que planteó
Malinowski.
Para Guber, la corresidencia en el trabajo de campo antropológico tiene la
particularidad de que ambas rutinas se van condicionando mutuamente. El hecho de estar
cerca de lo que sucede, ya sean eventos corrientes o extraordinarios, permitiría controlar la
forma en la que interactúan los actores mediante la experiencia propia. Así, al compartir
acontecimientos cotidianos permite acceder al investigador a información clave, ya que
deberá enfocarse en la vida social del grupo en su conjunto. En palabras de la autora, la
cotidianidad es “el resultado de una articulación específica entre las actividades y las
nociones, entre lo formal e informal, lo no documentado y lo intersticial, las contradicciones
entre lo que se hace y lo que se dice que se hace.” (Guber,2004, p. 125)
Resulta muy interesante, y no puede pasarse por alto la aclaración que la autora hace
acerca de la diferencia que existe entre la corresidencia y las visitas puntuales que pudiese
hacer un investigador que aplicará un cuestionario a sus informantes, apuntando a que, en el
último caso, no puede ni necesita efectuar la corresidencia, ni sorprenderse, ni ampliar la
mirada, porque ya tiene determinados los datos que necesita y el modo con que procederá
para obtenerlos.
3. Ciencia y ficción
En este apartado del capítulo se trata principalmente el tema de la ambivalencia de la
corresidencia. Al decir que la corresidencia tiene un sentido ambivalente se refiere a que el
investigador se instala en el lugar con el objetivo de participar en las actividades de los actores
que está observando y con quienes debe vivir, actuando como si fuera uno más de ellos. La
autora destaca que, en esta progresiva simulación, el investigador pareciese ser uno de los
actores, sin embargo, nunca dejará de ser él mismo: “El investigador nunca será uno más; no
se ha socializado en las pautas, carencias y abundancias de aquel sector y llegará un momento
en que dará por concluida su labor. (Guber,2004, p. 129)
El rol de la reflexividad de campo resulta muy importante, ya que puede evitar que el
investigador tienda a suponer que lo que aprende proviene de lo que significa su presencia y
el convivir con el grupo al que estudia. “A partir de esta reflexividad entre lo familiar (sus
propios modelos) y lo exótico (los modelos de los nativos) se puede indagar ambas lógicas
en su propia legitimidad.” (Guber,2004, p. 130)
4. Viejas costumbres en nuevos contextos
En el cuarto y último subtítulo, la autora se refiere a lo que sucede con la antropología
en un contexto más actual. Señala que la antropología ha comenzado a internarse en las
instituciones y organizaciones, barrios, escuelas, hospitales, entre otros escenarios y
contextos, a diferencia del trabajo de campo que se llevaba a cabo en otras épocas. Las
preguntas que salen a luz son:

¿Cómo se plantea en estos nuevos contextos la observación participante y, más


particularmente, la corresidencia? ¿Hasta qué punto tiene sentido y/o es conveniente o
practicable que el antropólogo vaya a vivir por un tiempo a un hospital o a otra parte de la
ciudad, si su unidad de estudio dista sólo diez cuadras de su hogar? ¿Qué hacer si los
informantes están diseminados a lo largo y a lo ancho de la ciudad y no se circunscriben
dentro de un territorio definido como "barrio" o "edificio"? (Guber, R. 2004, p. 130)

Debido, también, a una cuestión de financiamiento, actualmente el irse a residir con


el grupo al que se estudia, se vuelve más complejo, por lo demás, la corresidencia ha pasado
por un proceso de resignificación, es decir que, en la actualidad, es posible utilizar la
corresidencia como un instrumento para el trabajo antropológico, siempre y cuando se
mantengan sus objetivos: observar y participar en la cotidianidad de un grupo social. Es
fundamental para comprender el escenario actual y poder relacionarlo con la corresidencia
que éste término puede también limitarse a reencarnarse en otras acciones que tengan un
objetivo o función similar, por ejemplo, el compartir la mayor cantidad de instancias de
cotidianidad, llevar a cabo prolongadas estadías teniendo en cuenta abarcar diferentes
momentos del día, de la semana o del mes, para acortar la distancia que existe entre el
investigador y lo que investiga, que es uno de los mayores efectos de la corresidencia. Una
cuestión que personalmente me resulta importante de la corresidencia es el reto que significa
para el investigador el tener que involucrarse en un objeto o unidades de estudio que le
resultan completamente extrañas. Al respecto, complementando y ratificando lo expuesto
anteriormente, Guber dice que:

Buena parte de sus prácticas habituales deberán empezar a mirarse con otros ojos, como si
verse a sí mismo cuando observa a un informante fuera una actividad más de su trabajo de
campo; por otro lado, si se estudia a un grupo social distinto del grupo del investigador,
residir en la misma ciudad no garantiza la visualización de las condiciones concretas en que
se desarrolla ese grupo ni del lugar particular que ocupa el sector en su sociedad” (Guber,
R. 2004, p. 130)
Referencias bibliográficas
Guber. R., (2004), El salvaje metropolitano: Reconstrucción del conocimiento social en el
trabajo de campo. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós.

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