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I, II y DV
Esquema de la clase:
A. La Revelación como doctrina. De Trento al Vat. I (Pié ninot, pp. 246s, ver "Teoría 7" de
los materiales); B. Cristo, revelador de Dios. Vat. II (Pié ninot, pp.249s, ver "Teoría 7" de
los materiales)
DESARROLLO
A. La Revelación como doctrina: de Trento al Vaticano I (Pié ninot, pp. 246s, ver "Teoría
7" de los materiales)
Para poder defenderse de este deísmo inglés, se asiste a una supravaloración de la revelación
como conjunto de verdades que provienen de Dios y que se hace perceptible a través de los 'signos
revelationis' pero olvida la acción del espíritu santo como iluminación interna que suscita en el
hombre la posibilidad de conocer la revelación y de adherirse a ella (ver Vat. I).
Teniendo en cuenta este contexto de ruptura entre iglesia y sociedad (fe y razón) y de cómo
el deísmo va cogiendo terreno, leemos a Pié Ninot (pp.246s):
Esto es precisamente el mismo concepto de revelación que se tiene cuando llegamos a Vat. I:
1
con el deber de definir la posibilidad, la necesidad y el hecho de la revelación
sobrenatural».
Lo importante aquí: tanto en Trento como en Vat. I, verdad (=revelación) y autoridad divina,
son sinónimos para defenderse al deismo de la época. En Vat. I es el primer concilio que utiliza el
concepto de revelacón natural.
¿Dónde está el pequeño avance con respecto a Trento? aquí lo importante es el contenido, el
conjunto de verdades, de misterios, etc. El Concilio de Trento evita la palabra "revelación" y usa
"Evangelio" (=verdad salvadora y norma de constumbres).
B. Cristo, revelador de Dios. Vat. II (Pié ninot, pp.249s, ver "Teoría 7" de los
materiales)
2
«La constitución Dei Verbum se apropió del texto propuesto por el Tridentino, citándolo de
forma más extensa y precisándolo de modo diverso que en la constitución Dei filius: de esta
forma se establece la relación entre Evangelio y verdad salvadora; se subordina a la mención
de Cristo plenitud de la Revelación divina, y se suprime la calificación de “sobrenatural”
adoptada por el Vaticano I. De esta forma, la Revelación divina no aparece más como un
cuerpo de verdades doctrinales comunicadas por Dios, contenidas en la Escritura y
enseñadas por la Iglesia. Sino que se presenta más bien como la autocomunicación de Dios
en la historia de la salvación, de la cual Cristo constituye la cima. Es esto lo que transmite el
Evangelio consignado en la Escritura y confiado a la Tradición eclesial e interpretado
auténticamente por el magisterio de la Iglesia. Veamos los puntos principales: (tener la DV
cerca)
2) El elemento mediador son, al mismo tiempo, los gestos y las palabras que mutuamente sé
interpretan [gestis verbisque intrinsece inter se
connnexis). Dios no se da a conocer en un cuerpo de verdades abstractas, sino en una
historia significada. Gestos y palabras, hecho y sen- tido son indísociables en esta
comunicación [DV 2; 17].
3) Cristo es, a la vez [simul] mediador y plenitud de la Revelación [DV 2.4]. Lo que Dios ha
hecho conocer por Moisés y los profetas era una preparación para su Evangelio [DV 3].
Jesucristo, Verbo encarnado, hombre enviado a los hombres, pronuncia las palabras de Dios
y cumple la obra de salvación que el Padre le ha confiado. En su presencia y manifestación,
en sus palabras y obras, en su muerte y resurrección, gracias a la donación del Espíritu,
acaba la Revelación, testimoniando que Dios está con nosotros para librarnos del pecado y
de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. Además, no hay ninguna otra revelación
pública que se pueda esperar antes de la Parusía [DV 4].
Aquí aparece el concepto de revelación del Vaticano II de una manera muy breve con un
cambio de perspectiva claro y límpido. Del neutro “cosas reveladas” y “bienes divinos” [revelata y
bona divinal, como calificativo de la revelación se pasa, citando el mismo texto, a la “revelación” y
al “Dios que se revela así mismo” [revelatio y Deum seipsum revelavit: DV 5-6]. El carácter más
personal y cris- tocéntrico queda claro, así como la dinámica trinitaria de todo el proceso revelador
3
[DV 2; 4]. La autoridad de la Iglesia se sitúa como subordinada a Jesucristo [DV 1; cf. n° 10].
Además, el carácter sacramental de la Revelación nos hace notar la nueva perspectiva que ha de
asumir el tratado de los signos de credibilidad (milagros, profecías...), más que pruebas al margen
de su sentido, son signos o gestos que, iluminados por la Palabra, se convierten en significativos»
(P.251).
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