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T.F. (II) 20181204 1830 - Revelación de Dios (pp.

252ss)

La primera mitad aproximadamente la dedicamos a dar teoría. La segunda parte a comentar la


tarea 3 de H.Fries. Esquema de la clase: A. Revelación de Dios (teoría 8); B. Comentario Tarea 3

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DESARROLLO

A. Revelación de Dios (teoría 8)

(Sacado de las páginas 252-257 del libro de Pié Ninot. Prácticamente leemos estas páginas
en voz alta y algún comentario residual que nada relevate aporta). Vamos a ello.

IV. ¿Qué quiere decir Revelación de Dios?

A partir de la indicaciones y modelos presentados, así como de la evolución conciliar del


concepto católico de Revelación, podemos preguntarnos en una línea de reflexión teológica, ¿qué
quiere decir Revelación de Dios? Que analogías pueden ser útiles para descubrir un poco más este
concepto tan importante. Veamos algunas de las más significativas:

1. La Revelación como palabra

Entendemos la palabra, de acuerdo con las indicaciones antes señaladas, como la acción por
la cual una persona se expresa y se dirige a otra de cara a una comunicación. Es esta comprensión
de la palabra la que ha posibilitado que se convierta en la categoría fundamental de la Biblia para
expresar la Revelación de Dios. No es extraño que la fórmula “Palabra de Dios”, “Oráculo del
Señor” y similares, con sus dos raíces hebreas dabar y amar, y sus dos expresiones griegas (ver
teoría 8), sea la más empleada en toda la Biblia después de la expresión Dios.

De hecho la Palabra marca el inicio y el término de la Biblia. En efecto, la historia de la


Palabra se inició en la mañana de la creación cuando por siete veces se afirma: “Dios dijo....” (Gn 1,
3.6.9.11.14.20. 24), y es en la Palabra hecha hombre que llega a la plenitud de su significado con
Jesucristo “la Palabra (que) se hizo hombre...” (Jn 1,14), ya que “Dios había hablado a los padres,
pero ahora nos ha hablado en la persona del Hijo” (He l,ls.), que por esto “su nombre es Palabra de
Dios” (Ap 19,13).

No es extraño, pues, que el Concilio Vaticano II, cuando quiso tratar la Revelación, eligió
como primeras palabras una expresión que clarifica y sintetiza su contenido: Dei Verbutn, es decir,
“Palabra de Dios”. Ya un siglo antes el Concilio Vaticano I (año 1870), en la Constitución
Dogmática sobre la Fe Católica, Dei Filius, había definido la Revelación también como palabra con
el inicio de la carta a los Hebreos 1,1 como “palabra de Dios a los hombres” [locutio Dei ad
homines: DH3004].

2. La Revelación como encuentro

La Palabra supone un yo que habla, y un tu que escucha. Toda palabra implica también el
deseo de ser acogida. De hecho la palabra se hace realidad en la relación y en el encuentro
interpersonal con un tu. En efecto esta exige en primer lugar la respectividad de las personas que

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entiende la alteridad de las personas que se encuentran. Se trata, pues, de una relación “afectante”,
en la que el otro no puede aparecer simplemente como aparecen los objetos, sino que ha de llamar
la atención, o, mejor, requiere la propia libertad.

En segundo lugar, el encuentro ínterpersonal exige la reciprocidad. Es una relación


constituida por dos libertades en ejercicio, cada una de las cuales crea con su iniciativa el campo de
posibilidad para el otro. Como escribe Laín En traigo, “el otro no acaba de constituirse para mí
como tal ‘otro’ mientras yo no me he decidido a responderle”.

Y, finalmente, la relación interpersonal exige intimidad entre las personas que se encuentran.
Esta relación, pues, no afecta puramente al orden de los medios, de los actos, de las funciones, sino
al ser mismo, al centro subjetivo que, a través de todo esto, realiza su destino personal y crea
diálogo, comunión y compromiso mutuos.

La verdadera relación no se reduce al intercambio subjetivo del yo con el tú. El encuentro


interpersonal se realiza desde el terreno común de un nosotros en el cual el yo y el tú se descubren
participando. La realización efectiva del encuentro interpersonal en sus formas humanas más
elevadas, como el diálogo, la amistad y el amor, confirma esta constatación.

No es extraño que la Biblia use también la categoría de la relación y el encuentro personal


para caracterizar la Revelación de Dios. En efecto, la gran obra de Israel no es solamente mostrar un
único Dios verdadero, sino invocarlo como un Tú, haber estado con El. Así, en las narraciones
donde se manifiesta a Israel el nombre propio de Dios se muestra una voluntad de comunicación, de
acercamiento, de llamada por parte de Dios. Comunicar el nombre es lo mismo que comunicarse a
sí mismo, ya que el que no tiene nombre no existe (Sir 6,10; Enuma Elt's 1,1). El nombre, en efecto,
responde a la naturaleza o cualidades del que lo llama: nomen est omen -el nombre es la misión- (2
Sam 25,25).

Gracias al nombre de Dios que había recibido en la revelación sina- ítica (Ex 3,14), Israel
tenía la certeza de poder tener acceso siempre al corazón de Dios (Ex 6,1-18). Más todavía, desde
antiguo Israel nos da el testimonio de que daba culto a su Dios “invocando el nombre de Jahvé” (Dn
4,26; 12, 8; 13,4...). En Jesucristo esta relación interpersonal llega a la plenitud como comunión con
Dios y con los hombres. Por eso el Nuevo Testamento, especialmente los textos joánicos, acentúa el
carácter personal de la Revelación de Dios en Jesús, verdadero “camino, verdad y vida” (Jn 14,6),
de tal manera que quien ha visto a Jesús “ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

En este sentido el Concilio Vaticano II, en la Dei Verbum, ha asumido esta categoría de
encuentro para definir la naturaleza y el objeto de la Revelación. Así, en la introducción, citando el
texto de 1 Jn 1,2- 3 [DV 1], y, más adelante, diciendo: “Dios... habla a los hombres como a amigos
suyos, movido por su gran amor..., y habita con ellos invitándolos a comunicarse y a estarse con El”
[DV 2].

3. La Revelación como presencia

Toda Palabra supone alguien presente que la dirige, todo encuentro interpersonal supone una
presencia significativa de los que se encuentran. La presencia es, pues, fruto de una alteridad, de
una manifestación nueva e irreductible, de un testimonio calificado. Y es, gracias a esta presencia,
como puede haber palabra y encuentro interpersonal, ya que afecta y crea un dinamismo nuevo a su
alrededor. La verdadera presencia es aquella que no es estática o marginal sino que se impone por
ella misma e ilumina, interpelando su entorno.

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Es claro que en la Biblia las expresiones reveladoras, palabra y encuentro, se unen a la
radical presencia de Dios en medio de su pueblo. Presencia tanto en la naturaleza como en la
historia (“Credo histórico israelítico” de Dt 26,5-9). Ahora bien, en el Antiguo Testamento, más que
una acción histórica particular, la presencia de Dios en Israel engloba muchas etapas y es el sentido
interior que atraviesa todos los hechos. Será con Jesucristo donde esta Presencia de Dios se hace
presencia humana: “se hizo hombre, plantó la tienda entre nosotros” (Jn 1,14), que recuerda la
expresión del Ben Sira “pon la tienda entre los hijos de Jacob” (Sir 24,8). De aquí también el
significado del nombre Emma- nuel, Dios con nosotros (Mt 1,23 = Is 8,10), hecho realidad plena en
Cristo Resucitado en su última palabra: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20), puesto que “la asistencia que afirma Jesús es efecto y signo de su Presencia en
Ekklesia de los discípulos (18,20). Sobre el Evangelio de Mateo se extiende el arco de una gran
‘inclusión’ entre esta última palabra y la inicial interpretación del nombre Emmanuel (1,23). Jesús
es ‘Dios-con-nosotros’ y ‘está con nosotros’”. El Apocalipsis, además, hablando del cíelo nuevo y la
tierra nueva, califica a la Iglesia como, la nueva Jerusalén, como “la tienda donde Dios se
encontrará con los hombres. Vivirá con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-que-está-con-
ellos” (Ap 21,3).

Siguiendo esta línea, el Concilio Vaticano II ha entendido así la Revelación divina: “Dios
envió a su Hijo... a fin de que viviera entre los hombres y manifestara los secretos de Dios...
Jesucristo, pues, con su total presencia y manifestación personal, con palabra y obras..., con su
muerte y resurrección gloriosa... acaba y confirma que Dios vive con nosotros” (DV 4). H. de
Lubac comenta así este texto conciliar: “Jesús de Nazaret realiza, en sentido absoluto, la Presencia
de Dios entre nosotros, una presencia personal, Presencia plena: la que prefiguraban a manera de
esbozos simbólicos la presencia de Dios en el Tabernáculo o en el Templo de la Antigua Alianza y
el reinado de la Sabiduría en Israel a través de la ley mosaica. Pero esa Presencia encarnada, esa
Presencia -esa Schekinah de la fe judía- es, al mismo tiempo, plena y totalmente humana”.

Esta categoría de presencia asume la reflexión teológica reciente sobre la gracia como
presencia comunicativa y participativa del don de Dios. En efecto, “la primacía del Dios vivo como
‘gracia increada’ ha de destacarse de forma que todo cuanto puede designarse como ‘gracia creada’
quede subordinado a él. Esto es posible si usamos como modelo representativo la presencia viva,
amorosa y creadora. Dentro de esta visión, la ‘gracia creada’ expresa que esa presencia divina toca
realmente lo más íntimo de nosotros”.

La comprensión eclesial de la Revelación a partir de los Concilios Vaticano I y Vaticano II


nos hace darnos cuenta especialmente de la utilidad de las tres analogías expuestas. Es evidente que
esta “automanifestación de Dios en la historia de la salvación”, concepto que emerge del Vaticano
II, tiene todas las características de una Palabra tal como la acabamos de describir. Palabra que no
es solamente significado de contenido e interpelación, sino auto-expresión del que habla. Y también
tiene todas las características de Encuentro interpersonal al afirmar que “el culmen es Cristo”,
hecho presente entre los hombres como Dios-con-nosotros (Emmanuel).

En la base de esta automanifestación personal -Palabra y Encuentro interpersonal a un


tiempo- se sitúa una Presencia de Dios en el mundo. Presencia nueva y cualificada, presencia
gratuita y sorprendente, presencia a la cual el hombre se siente orientado tendencial- mente. Esta
Presencia describe no solamente un Dios Sabaoth y forjador de grandezas (.magnalia), sino un Dios
cuya presencia en la historia toca la máxima intimidad (para mí y para todos) y la máxima
intensidad (en Jesús, el Cristo). Esta Presencia es, a la vez, palabra que viene de fuera y que habita
en el que la acoge69. Pero a su vez es una presencia que va más allá ya que por esto se puede

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calificar como de “elusiva” al estilo délo que representa una “huella” la cual manifiesta la
modalidad de la presencia a través de la ausencia.

De esta forma la Revelación aparece como una autocomunicación que es palabra, encuentro
y presencia, todas tres urgidas por la ulti- midad de su manifestación. En efecto, no se de una
palabra sino de la palabra, no se trata de un encuentro sino del encuentro, no se trata de una
presencia sino de la presencia, para expresar así la “universalidad y ultimidad de la Revelación”.
Pero, ¿qué formas son las de esta Revelación de Dios en el mundo?

B. Comentario Tarea 3

Nos quedamos a medio hacerla.

(pendiente de transcribir)

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