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Carlota se despertó aquella mañana con la sensación de que iba a ser un buen
día, algo que no era de extrañar teniendo en cuenta que pasadas unas horas pondría
rumbo hacia Cádiz, para disfrutar de un fin de semana haciendo lo que más le
apasionaba: bailar. La danza para Carlota era una forma de expresión, una vía de escape
y el mejor remedio para curar sus heridas. Cuando bailaba se sentía libre, segura y feliz;
al sonar la música solo existían las líneas que dibujaba cada uno de sus movimientos,
los cuales se fusionaban suavemente hasta formar una imagen en la que se podía
apreciar claramente, todo aquello que su corazón escondía.
Durante el resto de la obra, solo había dos personas en el teatro: ella y él. Esa
mirada que no olvidaría nunca, le transmitió algo especial; era intensa y llena de luz, la
cual se apagó al no volver a verla durante el resto del congreso.
Habían pasado diez años desde aquella muestra de danza que tan especial había
sido para Carlota. La suerte le jugó una mala pasada en su última actuación, en la que
por una fatal caída perdió el conocimiento y tuvo que ser trasladada de urgencia al
hospital. Durante su inconsciencia se trasladó años atrás, mientras debutaba en un
escenario en Cádiz, en el que por primera vez en mucho tiempo, sintió amor por algo
más que la danza, por una dulce mirada, por él. “No me dejes, no te vayas”, repetía una
y otra vez delirando por el dolor y la medicación. Y al despertar, un médico al pie de su
cama la miró y le dijo: “no me marcho a ningún sitio, mi princesa de ojos verdes”.
Carlota creía que estaba soñando cuando vio la figura de Darío junto a ella, y la
primera palabra que salió de su boca fue: “tú…”.
Él, sonriendo, le contestó en tono bromista: “Sí, soy yo. Hay que ver la de cosas
que has planeado para volver a encontrarte conmigo ¿eh?”. Ella intentó reírse, pero el
dolor causado por los diversos golpes sufridos se lo impedían. Carlota estuvo una
semana ingresada en el hospital, siete días que Darío no desaprovechó para cuidarla y a
la vez conocerla. Una conexión especial existía entre ambos, algo difícil de explicar,
pero muy intenso; algo que pese al tiempo transcurrido, se había mantenido vivo.
Y llegó el día en que Carlota se iba a casa. Darío se dirigía a verla para
entregarle el alta, con la intención de decirle muchas cosas más. Había vuelto a aparecer
en su vida y se negaba a perderla de nuevo. Pero el destino hizo que Darío recibiera un
aviso de urgencia y tuviera que marcharse al quirófano inmediatamente. Así que otro
médico le entregó el alta a Carlota, que decepcionada, abandonó el hospital pensando
que Darío no tenía el más mínimo interés en volver a saber de ella.
En cuanto terminó la operación, Darío corrió hacia el archivo del hospital para
buscar el teléfono de Carlota en su historial médico, y no dudó ni un momento en coger
su móvil y llamarla. “No se me vuelve a escapar”, pensó. Pero no pudo hablar con ella,
el teléfono estaba apagado. Darío insistió durante varios días, pero no hubo ,amera de
contactar con ella.