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“Nos quedan los últimos cartuchos”1

Juan Alberto Litmanovich2

De un real inexorable
Comienzo por una escena: en un momento de la supervisión, del control, el
psicoanalista que estaba frente a mí, me dijo:

─“¿Qué edad tiene él ahora?”


─“Va a cumplir doce años”, contesté
Hizo un silencio, una pausa.
─“Nos quedan los últimos cartuchos”

Me quedé impávido, como si no supiera que doce años señala un real ineludible
y una especie de túnel, puente, quiebre, latencia, irrupción, que suele ser llamado
adolescencia. Freud la llamó así sólo en dos ocasiones: en Estudios sobre la histeria
(1893/1895) y en Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los
sexos (1925), siempre se refirió al tema desde la palabra pubertad. Entramos en un
túnel, donde las cosas se disparan quién sabe a que parte, como si me hubiera
sorprendido de lo ya sabido: de la inminencia de un real inexorable.
“Entrará en la adolescencia; nos quedan los últimos cartuchos”. Comienzo por
allí porque me he quedado con eso. Se trata de “M”.3 Tenía 8 años cuando llegaron a

1
Este texto articula tres escritos producidos entre 2000 y 2002; uno de ellos: “La adolescencia y sus
bordes” (marzo de 2001), fue presentado en las Jornadas de la Asociación Mexicana para el Estudio del
Retardo y la Psicosis Infantil, A.C. (AMERPI, A. C.).
2
Psicoanalista. Candidato a Doctor en Historia por el Departamento de Historia de la Universidad
Iberoamericana. Ex Presidente de AMERPI, A. C. Es miembro de la Societé Internationale d’Historie de la
Psychiatrie et de la Psychanalyse. Autor del libro, Cuando el archivo de hace acto. Ensayo de frontera,
entre dos, psicoanálisis e historia: Michel de Certeau y Jacques Lacan, Ediciones de la noche, México,
2000.
3
Trabajé con “M” durante seis años. Los padres optaron por volver al país de origen debido a una fuerte
enfermedad de la madre. Entendí que, después de tantas mudanzas (como se verá más adelante), era
una buena opción: esa, no sería cualquiera.

1
verme.4 Venía cargando desde los dos años con el diagnóstico de “psicosis precoz con
características autistas”. Siempre estuvo en “tratamientos psicoanalíticos”. Los
desplazamientos familiares de un país a otro, por cuestiones de trabajo del padre,
rompen los posibles avances. Algo se hace acto para no dejar que el nudo termine de
armarse. ¿Volvería a repetirse esa historia?
Dos preguntas se me impusieron a propósito de esa travesía de “M” en el camino
hacia lo puberal. Quisiera compartirlas aquí:
1) ¿Cómo “entrará”, cómo “enfrentará” ese pasaje en el real del cuerpo?
¿Cambiará de plumaje, hará ritos de iniciación, se hará marcar tatuajes, experimentará
con erecciones, aros, metálica, sémenes que corran por callejones de milagros? Más
precisamente, en ese pasaje, ¿podemos hablar de un cierre o no de la estructura en
ese tiempo puberal?, y
2) ¿Qué tipo de memoria ─en clara alusión al origen─ se configura en estos
bordes, y cómo son sus modos de retorno en la pubertad?

I. El pasaje en el real del cuerpo


Primer punto a situar: El cambio del cuerpo en el real. Cuestión que, a simple vista
puede confundirse con un evento biológico 5 o del orden de lo cronológico simplemente,
pero en este caso y en los bordes que muchas veces tratamos el cuerpo no va de la
mano con la estructura subjetiva que día a día abordamos. No hay una estructura
subjetiva que ande sola. Se necesita un cuerpo real por donde esa voz emerja. Así,
cuando “M” llegó, era claro que tendríamos que transitar mucho para que operara en él
su “mudanza”.6 Estábamos lejos de allí.

4
El plural “llegaron” apunta a “cómo” viene “M” y la importancia del trabajo que se abrirá con los padres.
5
El niño no está llamado aún –como en la pubertad-, en forma definitiva, a la procreación, que incluya el
ser mortal.
6
Alusión a lo dicho por Octave Mannoni: “Al tiempo de la muda, los pájaros son desdichados. Los
humanos también mudan; al momento de la adolescencia, sus plumas son plumas de prestado, sus
ropas no parecen ser suyas ─sean ropas de niño o de adulto─ pero, sobre todo, sucede lo mismo con
sus opiniones: son de prestado”. (Octave Mannoni, La crisis de la adolescencia -1984-, Barcelona,
gedisa, 1996, p. 27.)

2
Segundo punto a precisar. Entrar en el espejo. Una confirmación (que interrogo en este
texto) recorre esta entrada a la pubertad. ¿La estructura se confirmaría en el “tiempo”
puberal, con el segundo despertar sexual, cuando la función de la reproducción
sexuada se hace presente? ¿En ese tiempo algo en estructuración, que sé esta
haciendo, armando, se consolidaría?. Si es así, hablar de psicosis infantil, de autismo
infantil, tendría, desde esta perspectiva, que solamente decirse desde el verbo “estar”
(separada del “ser”) como un “está psicótico 7, está autista” (apunta a una posición en la
estructura que no necesariamente está definida). Ya la pubertad abriría la invitación a
mover el “estar”, habitar8. Sería, tal vez, una soldadura al “ser”. Trato de poner el
énfasis en que tenemos tiempos, hay todavía tiempo, aunque cada vez que va
creciendo es más complejo. La intervención Nos quedan los últimos cartuchos tiene una
idea detrás: trabajar lo más posible porque la estructura se cierre, se define en el
tiempo puberal. Después vendrán otros tipos de abordaje, con otras especificaciones,
sumamente importantes. Pero el punto de clivaje es la pubertad. Los últimos 20 años en
el campo de la psicosis infantil (haciendo una clara diferencia con la psicosis de
adultos) muestran los efectos del trabajo entre quien (es) está sosteniendo la función
materna y el cachorro humano; y demuestra que se puede "estar" en una posición
autística, pero ese “estar” sería posible de revertirse (tarea ardua, compleja y sin
garantías), porque la estructura se está haciendo, amasando. Bordear el asunto de un
“diagnóstico”, entonces, exigiría, ciertas precisiones: ¿De qué tipo de diagnóstico
estaríamos hablando, un diagnóstico desde la posición del sujeto, es decir un
diagnóstico de lugar, o acaso un diagnóstico de estructura (me refiero a la relación de
un sujeto con el Otro)? .

7
Viviana Dujovne, “La psicosis en la infancia: un abordaje posible”, Con y sin el padre, Homo Sapiens
ediciones, Rosario, 1998, p. 151.
8
Elsa Coriat dice: “sabiendo que podrá dejar de estarlo [psicótico] si tenemos la habilidad o la fortuna de
encontrar una intervención adecuada”. (Elsa Coriat, “Las psicosis y los niños”, Con y sin el padre…op.
cit., p. 59.)

3
La pubertad y el significante primordial
Ahora bien: es en la pubertad donde la función paterna (significante del Nombre del
padre, desde Lacan), la sexuación –en su segunda vuelta- es llamada y allí puede
faltar. En 1956 (seminario Las psicosis), Lacan sostiene que, ante ese agujero, algo del
orden de la psicosis puede evidenciarse en un sujeto. Desarrolla dos conceptos:
desencadenamiento y momento fecundo. Habla de “desencadenamiento” en
contraposición a las referencias continuistas según las cuales el brote o la crisis
psicótica serían el efecto de una sumatoria de traumas. Para él, se trata de una falla en
la estructura que en un determinado momento fecundo (ese llamado del presente)
requiere de una función y, si tal función falta, se provoca el desencadenamiento de la
crisis.
Más adelante, en 1964, en Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Lacan hará una referencia expresa a la psicosis infantil 9; hablará de la
debilidad mental y de los fenómenos psicosomáticos. Aquí, el común denominador es
otro término: la holofrase. La definición que Lacan da de la holofrase se acerca a lo
establecido por algunos etnólogos sobre la percepción tan aguda de los hombres
primitivos, relacionada con el hecho de que en los idiomas que ellos hablan, las
palabras no se diferencian de los objetos sino que mantienen una relación estrecha con
las percepciones sensoriales inmediatas.10 El término está tomado de una especie de
9
Jacques Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Paidós, Buenos Aires,
1987. Sesión del 10 de junio de 1964. En ese año Lacan inauguraba la colección que dirigía, Le champ
freudien, con el libro (que en ese seminario recomienda leer) de Maud Mannoni, L’énfant arrieré et sa
mère.
10
En Los escritos técnicos de Freud (1953-1954) Lacan ya describía las holofrases: “En los usos de
algunos pueblos —y no tendrían necesidad de ir muy lejos para encontrar un uso habitual— hay frases,
expresiones que no pueden descomponerse, y que se refieren a una situación tomada en su conjunto:
son las holofrases. Hay quienes creen que en la holofrase puede captarse un punto de unión entre el
animal, quien circula sin estructurar las situaciones, y el hombre que vive en un mundo simbólico […].
Encontramos aquí [toma una frase que pertenece al lenguaje Fidjiano y que no es reductible a nada]
definido con precisión ejemplar un estado de inter-mirada en el que cada uno espera del otro que se
decida a algo que es preciso hacer de a dos, que está entre los dos, pero que ninguno quiere iniciar. […]
Se trata de algo donde lo que es del registro de la composición simbólica es definido en el límite, en la
periferia. […] toda holofrase está en relación con situaciones límites, en las que el sujeto está suspendido
en una relación especular con el otro”. (J. Lacan, Los escritos técnicos de Freud -1953/1954-, Paidós,

4
ritual en ciertas culturas primitivas en donde hay frases, expresiones, que no puede
descomponerse. Una frase en la que uno queda atrapado, eclipsado, fascinado. Los
significantes S1-S2, están pegados. Es decir que habría, desde éste Seminario, una
definición para la psicosis: el sujeto ha quedado preso en la alienación, en el Otro
materno. “Ha quedado preso”, fusionado, porque ha tenido lugar esa primera operación
fundante del sujeto que Lacan llama alienación, pero sin que haya salida. Esta es,
según mi lectura, una definición de psicosis y, esencialmente, una definición de psicosis
infantil.
Pensar en todo esto es decisivo para situar cómo es que “M” llega a su pubertad.
“M” ha entrado al estadio del espejo (era nuestro segundo punto a precisar), pero se ha
quedado allí. Clínicamente se puede tomar nota de algunos indicadores que nos hacen
ver su posición especular más no su salida de esa posición. No ha tenido lugar en “M”
la separación,11 ese segundo momento fundante del sujeto, ese segundo nacimiento.
Ahora bien, si pudiera hablar en forma general —cuestión de suyo complicada en
psicoanálisis— sin contextualizar en un caso en particular, acerca de la posición de los
sujetos llamados “autistas”, y partiendo de lo observado en la clínica, situaría esa
posición como anterior a la alienación, como anterior al estadio del espejo. ¿Dónde está
“M” entonces? Habitando una alienación incipiente, frágil. Nuestro “M” presenta formas
autísticas dentro de esa frágil frontera. ¿Es posible ubicarlo en un borde como una
“identidad” propia?
Tanto una operación como otra (alienación y separación), tiene tantas variantes
como historias singulares hay, pero, partiendo de la idea que Lacan extrae de la
holofrase (la idea de borde, “límite”, “periferia”), diría que un niño en la posición autista
puede ser pensado como expresión significante en sí mismo, como situado frente a una
puerta: se queda sin poder estar, sin poder quedarse de un lado o del otro, sin entrar en
el universo significante: está ahí en la puerta que gira y gira precisamente porque la
operación primordial, la Bejahung, esa operación que precede a todas las operaciones,
no ha tenido lugar o, por lo menos, no ha habilitado el encuentro entre el símbolo y el
real y, con ello, la entrada en el campo del sentido y de la significación que se produce
por el enlace del S1 al S2 del campo del Otro. Si este lazo aparece cortado,
Barcelona, 1975, pp. 328-329.)
11
Ibíd. Sesiones del 3, 17 y 24 de junio de 1964.

5
interrumpido, no hay posibilidad de inscripción de la experiencia de goce, no hay marca
de lo real en los bordes del cuerpo que devenga rasgo, para eso es preciso que lo
imaginario se anude a lo real y a lo simbólico.
Precisamente, si uno no nace con los significantes inscriptos en el cuerpo, si
estos tienen que ver con los tiempos lógicos del sujeto, entonces es, luego de estas
reflexiones creo pertinente plantear la pregunta que Elsa Coriat formula:
¿A partir de qué momento, en el transcurrir de la vida de cada
uno, corresponde decir que el significante del Nombre del padre [eso
que pone orden en la casa, que hace que uno tenga nombre propio, eso
que hace a la operación de separación, para decirlo de una manera un
poco grosera, la vía principal, la calle Insurgentes en la Cd. de México],
en qué momento corresponde decir que “eso” ha quedado forcluído? ¿A
la salida del estadio del espejo…, o del complejo de Edipo…, o de la
pubertad? Bien podríamos decir que queda definitivamente instalada [la
forclusión] con la conclusión de la infancia, pero no antes.12

Esta es la discusión que traigo a la luz de un caso singular: “M”. Porque ésta
pregunta, pienso, tendríamos que interrogarla (como la frase que inicio éste texto) en
cada caso, en cada tiempo subjetivo.

Tercer punto clínico: “M” en el borde. Es entre el “tu quieres”--“él quiere” (así se refiere a
sí mismo), y en el incipiente: “yo quiero” (que surge a manera de una auto-corrección
espontánea ante mi insistencia al decirle en algunos momentos: “no te entiendo”).
Durante el tiempo en que empezamos a trabajar “M” pasaba horas en el baño de
su casa, desnudo, lleno de champúes y jabones. En el espacio físico del consultorio,
prendía y apagaba la luz; tomaba una caja de colores y repetía: “este es rojo”, “este es
rojo”, “este es rojo”… interminablemente. Al tiempo —no podré explicar qué va
pasando, porque a veces creo que eso es inexplicable, inenarrable— ocurre, acontece
que el “este es rojo”, se trasladó a un “este es rojo, pero este no es rojo, es amarillo”.
¿Territorios de diferencias? Parecía tomar distancias entre nuestros mundos: llevaba el
Barney y los lápices de colores a un costado, a la otra punta del consultorio. Se

12
Elsa Coriat “Las psicosis y los niños”…op. cit, pp. 56 y 57. El paréntesis es mío.

6
quedaba debajo del diván cantando un canto milenario 13 en una lengua para mi
indescifrable. Su mirada me traspasaba, a mí y a las paredes; parecía “conectado” con
un territorio intocable.
Grandote y tierno, de piel blanca y suave, “M” nace en algún lugar de América,
sus padres le hablan el idioma materno. El padre es originario de un país europeo.
Cuando tenía un año y ocho meses contrae, durante un viaje con su madre para visitar
al padre en África,14 un tipo de malaria muy fuerte. Aparentemente, la quinina que
recibió hizo una reacción nada favorable: deja de hablar, deja de “conectarse” con los
demás, deja de jugar. No reconocía a nadie, ni a sus padres, ni a la nana, ni a otras
personas cercanas a él. Es muy probable que el Plasmodium Falciparum, haya tenido
consecuencias profundas en las funciones orgánicas. A los dos y medio o tres años,
vuelve con su madre a una ciudad próxima a donde había nacido y, ahí, la recuperación
que logra hacer es formidable. A los 4 años vienen nuevos viajes, otra ciudad. El padre
dirá que “allí perdimos a “M” ”. Se desconecta del trato con los demás, deja de hacer
trazos en la escritura, se estereotipan sus gestos corporales, empieza la ecolalia. Los
tiempos y los espacios se comprimen. Las mudanzas caen como hachazos sobre su
estructura subjetiva.15 (¿Qué hacer con esos “objetos” y esas “figuras autistas de
sensación”16 signos inequívocos de lo que convencionalmente se denomina autismo?
¿Esos elementos que lo arrullaban, lo adormecían, lo mecían, qué con sus horas
metido en el agua, y qué con los movimientos estereotipados?. Sobre “eso” hay que

13
Me refiero a su primera infancia, en el embarazo inclusive. Cantos de acunamiento, de arrullo, de
adormecimiento. “Mantras” que sedan.
14
El país visitado vivía una sangrienta guerra civil en esos días.
15
Un enigma circulará a lo largo de este trabajo: ese momento “traumático” —conjugo aquí el peso del
hecho real, verdad material, y el afecto, la verdad histórica-vivencial de la que habla Freud— con la
historia en la que “M” llega a insertarse, a tener un lugar. Por eso, algo fundamental se articulará allí:
¿cómo se hace una verdad material, cómo se anuda al universo, al tejido o des-tejido del Otro
Materno? O, para decirlo de otra forma: en ese niño que habría de advenir, cómo operaba en él ese
vínculo en el mundo de sus primeros días, de sus primeros tiempos subjetivos?
16
Frances Tustin, en su libro El cascarón protector en niños y adultos (1990), Amorrortu, Buenos Aires,
1992, utiliza esa expresión para referirse al valor que algunos objetos toman para los niños llamados
autistas, y a los rituales y estereotipias que caracterizan su comportamiento, fenomenológicamente.

7
intervenir –es un no primordial-. La experiencia del Goce mortífero se hace presente
con todo su esplendor.)
Algunos datos de la familia: tiene un hermano menor y un padre dedicado
enteramente al trabajo, ésta en la casa, pero ausente. La madre relata que, cuando “M”
nació, no podía decidir si bañarlo o no bañarlo, o cómo vestirlo, qué ponerle, si darle el
pecho o no dárselo (no se trata de no saber, sí de poder llamar a un tercero). “No se lo
deseo a nadie” decía, “era una sensación de impotencia”, ahora nuevamente se vuelve
a sentir anulada. Su padre, el abuelo materno de “M”, un jugador de cartas, apostador
empedernido; así “perdió la (nuestra) casa”.
En el curso de las sesiones, “M” llamaba a su madre, solía decir: “No quieres ir
con tu mamá”; un buen día señalé: “¡basta con tú mamá!”, que si algo tenía era una
mamá.17 Un día pasó algo asombroso: quiso escaparse, quiere escaparse. A raíz de lo
cual la madre sueña que su hijo toma el auto y, a toda velocidad, se va, y ella corre
desesperada colgándose de la cajuela. Ese día, relata la madre, “M” se vistió solo (no lo
había hecho nunca antes en su propia casa) quiso abrir la puerta principal que da a la
calle. Quiso irse. La madre, por lo general, se asegura de cerrar esa puerta mientras se
baña. “M” encontró la llave y como no pudo salir, sacó los espaguetis que le gustan y
los puso en el microondas. La madre sintió olor a quemado y acudió: ¡poco faltó para
que eso hiciera explosión!
“M” logra una buena relación con la escritura, con el trazo. De no poder ni
siquiera agarrar un lápiz, ahora se la pasa escribiendo donde encuentra lugares. ¿Es
eso un lazo? Creo que sí lo es, no es un trazo repetitivo al vacío. Pero en momentos,
“cae” en eso. Puede escribir durante horas la palabra “Carlos”, “Pepsi”, “Daniel”,
significantes que han tenido algo que ver con él. Hace más de seis años que “M” no
17
“Lo más angustiante –señala Lacan en seminario La angustia- que hay para el niño se produce
precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce deseo, es
perturbada, y ésta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre
siempre encima, en especial limpiándole el culo, modelo de la demanda, de la demanda que no puede
desfallecer.” (La angustia -sesión del 5 de diciembre de 1962-, paidós, Buenos Aires, 2006, p. 64.) No
podría desarrollar aquí del importantísimo trabajo de acompañamiento terapéutico que tuvo “M” y su
madre, mismo que luego comenzó a implementarse en su casa. “M” desde el comienzo se integró en
una escuela regular de la ciudad de México (con un programa para alumnos con necesidades
educativas especiales).

8
escribía su nombre propio. Me detengo en esto porque soy testigo de un tiempo —que
coincide con su entrada en la pubertad— en el que “M” busca salir de allí, salir de ese
lugar, intentar otra operación: ¿separación? Una separación chueca, oblicua,
transversal si ustedes quieren.
Volvamos a la pubertad de “M”. Confrontemos con lo que Lacan dice,
refiriéndose a la declinación del complejo de Edipo y la pubertad:
No quiere decir que en ese momento el niño va a entrar en el
ejercicio de todos sus poderes sexuales. Por el contrario. El no los
ejerce para nada […] si todo lo que Freud tiene articulado tiene sentido,
quiere decir que tiene en el bolsillo todos los títulos para usarlos en el
futuro. La metáfora paterna juega un rol, el cual podríamos esperar de
una metáfora: es desembocar a la institución de alguna cosa que es del
orden del significante que está en reserva; la significación se
desarrollará más tarde. El niño tiene todos los derechos para ser un
hombre y lo que más tarde será discutido de sus derechos al momento
de la pubertad, se deberá a algo que no haya completamente ocupado
esta identificación metafórica con la imagen del padre, por tanto que ella
será constituida, pero a través de estos tres tiempos.18

¿Qué títulos tiene “M” para ser usados en su pubertad? ¿Cuál sería su reserva
significante? ¿Cómo retornan, si es que retornan, los trazos de la primera infancia?

II. Marcas de la primera infancia y los modos de retorno


Para que las marcas del real en los bordes del cuerpo devengan rasgo, decíamos, es
preciso que lo imaginario se anude a lo real y a lo simbólico. Frances Tustin plantea
18
Jacques Lacan, Les formation de l’inconscient, Stécriture, establecimiento crítico, sesión del 22 de
enero de 1958, la traducción es mía.

9
ciertos modos de retorno de esas marcas y formula la posibilidad de que niños como
“M” re-experimenten y elaboren tales marcas que regresan en y por la transferencia.
Ellos tienen que re-experimentar esos estados congelados con
un terapeuta que empatice esos sentimientos sin quedar pasmado él
mismo. Esos estados congelados suprimen estados de “duelo”
prematuro, del tipo de “agujero negro”, que son reacciones de dominante
sensorial frente a la presunta pérdida de un objeto vital en la infancia […]
La transferencia infantil [ésta] difiere del concepto freudiano clásico de
transferencia. En la transferencia infantil se dirigen al terapeuta
sentimientos de bebé que despiertan en las situaciones de tratamiento.19

Concebir en “M” un retorno de esas huellas en su pubertad, sería más mi deseo


que otra cosa. El analista tiene que situarse ante el pasado y esperar a que eso, algo,
retorne. Se me imponen preguntas: ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿Cómo identificar que
eso constituye un retorno de algo del pasado? ¿Para que pretender que retorne?
Vuelve, pero ¿qué es lo que vuelve? Y, si es que algo re-torna, ¿lo haría en un
“momento biológico adolescente”, o en la adolescencia post Edipo? Tanto con “M” como
con cualquier otro sujeto en situación semejante estaríamos, me parece, antes del
Edipo, sin importar la edad cronológica. Eso que freudianamente se llama “Edipo” nos
arroja al devenir del deseo, instalados en las puertas de una trama. Nuestro trabajo se
sitúa en las intervenciones, en los “no” y, posiblemente, luego, en el registro de la
interpretación.
Lo que vuelve es la situación como real. Como un “todo”. En la neurosis vuelven
como síntoma. Aquí, en “M”, vuelven en una forma ¿exacta?. Frances Tustin dice al
respecto que esos sujetos están “movidos por impulsos primitivos originados en la
infancia pero que seguían activos [y que] poco a poco, a través de la transferencia
infantil, esos niños empiezan a poder tolerar la ausencia y la añoranza del objeto
socorredor”.20 Freud en Más allá del principio del placer (1920), definirá al trauma como
una experiencia avasalladora de desvalimiento en presencia de una acumulación de
excitación, sea de origen externo o interno, tal es así, para Tustin, la experiencia de

19
Frances Tustin, El cascarón…, op. cit., p. 132.
20
Frances Tustin, El cascarón…, op. cit., pp. 134-135.

10
encapsulación y no de represión que es convocada para socorrer a un cuerpo que se
siente vulnerable a tal punto que lo amenaza su extinción. 21 Para Winnicott, esos
eventos tempranos (agonía original) pueden ser abordados en el dispositivo analítico.
Sostiene que el paciente “logra recordar” algo que ocurrió en el comienzo de su vida.
Pero, para Tustin, el recordar de estos pacientes consiste acaso en la re-evocación, re-
escenificación, re-experimentación, de la experiencia traumática encapsulada. Lo
ejemplifica cuando habla de la re-escenificación de un quebranto infantil, y nos dice que
eso ocurrirá cuando el paciente esté preparado para re-experimentarlo. Señala que el
sujeto tiene que re-experimentar la abrumadora “falencia” que le dio origen.
Entonces, estoy, tal vez, construyendo esta pregunta: ¿Cómo se recuerda en el
autismo, qué formas hay de recordar, cómo es esa memoria? Al respecto, tomo y
confronto dos recepciones particulares de Klein (vía Tustin) y de Lacan (vía Doltó).
Françoise Doltó, recibe y permanece con el Lacan de Función y campo de la palabra, el
Lacan de lo simbólico, pero, ¿de qué simbólico?: del que llena las lagunas de los
agujeros de la historia. Es decir, de cierto simbólico y de cierta concepción de la cura
coincidente con lo que Lacan sostiene en su seminario Los escritos técnicos de Freud
(1953-1954): restitución, reintegración y reescritura de la historia del sujeto. El caso
Dick, recordemos, o más bien, Klein con su Dick, atraviesan este seminario. Klein,
según Lacan, “le enchufa al pequeño Dick el simbolismo […] le suelta una verbalización
brutal del mito edípico”.22 La verbalización, la palabra, “contar la historia”, ocupan un
lugar central en este momento para él. Pareciera que tanto Tustin como Doltó van a
plantear algo similar: re-escenificar, re-experimentar los traumas en el nuevo escenario
analítico. Aunque “re-escenificar” o “re-experimentar” implican más bien un actuar o un
re-actuar, mientras que “contar la historia” es re-significarla en su pasaje a través de la
palabra y, eventualmente, en algunos actos. 23
Recordemos el relato de Françoise Doltó sobre “Bernardette”: con 5 años y
medio, tiene la apariencia de un retardo mental y de la esquizofrenia. Castiga a sus

21
Ibíd., p. 173.
22
Jacques Lacan, Los escritos técnicos…, op. cit., sesión del 17 de febrero de 1954, p. 112.
23
Más adelante, Lacan avanzará otras soluciones técnicas a partir de su invención del objeto a y su
topología. Me detengo aquí, en este momento de su enseñanza, para bordear las diferencias o
semejanzas entre su lectura de esa época, y las propuestas de Tustin y de Doltó.

11
muñecas y dice tener una mona dentro de ella. A Doltó “Bernardette” le parece “ser
cada vez más esquizofrénica”. En un momento de la cura, después de la séptima
sesión, la analista introduce una “muñeca flor”. Le propone a la madre que haga “una
muñeca que en vez de tener la cara, los brazos y las piernas en color carne, estaría
completamente cubierta de tela verde, incluyendo el volumen que representa la cabeza
sin rostro, por cierto, y que estuviera coronada de una margarita artificial, a esta
muñeca se la vestiría con ropa que evocara tanto a un niño como a una niña”. 24 A partir
de allí, nos dice Doltó, el tratamiento sufre una transformación evidente: “según el relato
de las sesiones, resulta que esa muñeca-flor fue el soporte de los afectos narcisistas
heridos de la edad oral. La agresividad oral, luego anal, vuelta contra sí misma en
aquella niña inválida, aquejada de graves trastornos somáticos del tubo digestivo, se
proyectó en aquella forma a la vez humana y vegetal”. 25
Hay una idea del pasado gobernando a Doltó. Las “heridas narcisísticas”
pertenecen a la etapa oral, “que impidió la integración de las reglas comunes a los
humanos de nuestra sociedad: reglas que suponen la sublimación de las emociones
propias de esa etapa, fundamental en lo que se refiere a la estructuración del
psiquismo”.26 Con la “muñeca flor” se puede “proyectar” su ser totalmente arcaico, es el
espejo de un pasado: el objeto vegetal, una cabeza vacía, sin rostro; como el lactante
que aún no tiene una idea de rostro, de su rostro, su rostro es el de su madre.
“Bernardette”, dice Doltó, “reproducía así, conmigo, los traumas repetidos desde los
primeros días de su vida. La experiencia mostró que esa reviviscencia le permitió liberar
la libido que había permanecido fijada en aquella etapa”. La transferencia revive las
emociones de pulsiones reprimidas.
Hay en Doltó una relación permanente entre lo puberal y lo preedípico. El deseo
edipiano es un deseo incestuoso: “Si bien el niño transfiere sobre su analista el pasado
para revivirlo en la realidad presente, el impacto de la relación parental triangular debe
seguir siendo dominante. Los padres son y deben seguir siendo responsables del niño

24
Françoise Doltó, Cura psicoanalítica con ayuda de la muñeca-flor (1949), Siglo XXI, México, 1983, p.
135.
25
Ibíd., p. 143.
26
Ibíd., p. 152.

12
ante la ley […] la cura psicoanalítica actúa sobre las pulsiones pasadas [...]”. 27 También
encontramos un trazo muy claro entre lo edípico y lo pre-edípico. Lo pre-edípico retorna
en la pubertad. En su Autobiografía, Doltó dice que:
el psicoanálisis es anotar lo más posible y esperar que el
paciente hable de ello […] Lo que el método permite buscar es lo que se
repite del pasado en la relación con el analista, y que no es en absoluto
lo que sucede hoy en la realidad; lo que la situación real permite es
repetir el pasado en las fantasías, que no son los sentimientos reales,
ese es el método: buscar lo que un señalamiento así recuerda del
pasado, en una relación anterior, y que desemboca después en una
estructura pulsional [en ese momento llamó a eso “estructura”] de una
época situada entre dos castraciones: después del destete o antes de la
limpieza esfinteriana; o antes de la clara noción de la prohibición del
incesto, [lo cual], nos permite ver con qué estructura pulsional hay que
vérselas: se trata de un vestigio que no había sido hablado o dicho, o
apenas sentido conscientemente, pero sentido en las tripas”.28

Repetición y Tyché
Precisemos algunas cosas. Si con “M” nos situamos en la operación de
alineación, diría que hay que pensar en los modos de retorno de aquello que nunca ha
terminado de hacerse efectivo pero antes de lo puberal. O, para decirlo de otra forma,
¿cómo retorna lo rechazado, la no admisión, la no realización de la Bejahung antes de
lo puberal? Confrontemos estas ideas de Tustin y Doltó con el Lacan de 1964.

27
Ibíd., p. 195.
28
Françoise Doltó, Autobiografía (1989), Paidós, México, 1994, p. 143.

13
En ese año Lacan dirá que en Freud, repetición no es reproducción. Wiederholen
no es Reproduzieren. “Reproducir es lo que se creía poder hacer en la época de las
grandes esperanzas de la catarsis. Conseguían una reproducción de la escena primaria
como uno consigue ahora obras maestras de la pintura por nueve francos cincuenta […]
La repetición aparece primero bajo una forma que no es clara, que no es obvia, como
una reproducción, o una presentificación, en acto”.29
Si hablamos de las relaciones de la repetición con el real, el acto ocupará un
lugar central. Pero un acto, un acto verdadero, tiene siempre una parte de estructura,
porque concierne a un real. Primeros tiempos de la rememoración que va
sustituyéndose a sí misma hasta llegar a una especie de foco, de centro, “la resistencia
del sujeto, que se convierte en ese momento en repetición en acto”. 30 Para esto Lacan
irá a Aristóteles en los capítulos IV y V de la Física, donde investiga el tema de la
causa, tomando de ahí los términos de “azar” y “fortuna”, automaton: red de
significantes, y tyché: el encuentro con el real.
En la siguiente sesión del mismo Seminario, sigue el examen del concepto de
repetición, dirá: “El análisis más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en
la experiencia, es el hueso de lo real”. 31 Ese real que se escabulle, el ombligo del
sueño. Lo real, la tyché, está más allá del automaton, del regreso, del retorno, “de la
insistencia de los signos a que nos somete el principio del placer. Lo real es eso que
yace siempre tras el automaton. (Es la preocupación de Freud, recordemos cómo se
empeña en el “Hombre de los lobos” en poder encontrar el real, eso que está detrás de
la fantasía.32 Un deseo de Freud por el real, una fiebre que pudo haber llevado al
“Hombre de los lobos”, nos dice Lacan, al accidente tardío de su psicosis.)
La tyché se presentó en la historia del psicoanálisis como el trauma: “Nuestra
experiencia nos plantea entonces un problema, y es que, en el seno mismo de los
procesos primarios, se conserva la insistencia del trauma en no dejarse olvidar por

29
Jacques Lacan, Los cuatro conceptos…, op. cit., sesión del 5 de febrero de 1964, p. 58.
30
Ibíd., p. 59.
31
Ibíd., sesión del 12 de febrero de 1964, p. 61.
32
Ibíd., p. 62.

14
nosotros”.33 La tyché es bordeada por el automaton. Las escenas han quedado
selladas en el cuerpo del ser. Se recuerda con el cuerpo.
¿Y si no hay un retorno de lo arcaico, si eso, en el borde que trabajamos, viniera
siempre abrochado? En “M” ni siquiera podemos hablar de fantasía ($<>a) que soporte,
porque no la hay. Él, en su “estar” “psicótico con características autístas”, encarna el
objeto en la fantasía ($<>a) del otro y es perpetuado en ese lugar.
Cuando hay retorno de lo reprimido hay olvido y síntomas, podría decir, hay
sustituciones. Lo reprimido permite al ser humano, de una manera extraña si se quiere,
operar sobre la prohibición del incesto y sólo en un tiempo posterior, après coup,
sabremos cuál fue la marca trazada por esa prohibición en el infans y cuáles han sido
en él los efectos de esa Ley simbólica. Ir caminando por la vida con el olvido, permite al
sujeto alejarse del horror del incesto, del horror de la cercanía de lo prohibido. Tal es la
vivencia del autismo: instalado en el goce, no sólo como objeto de la fantasía ($<>a) de
la madre que sería lo característico de la psicosis, sino instalado en su memoria: se
recuerda con el cuerpo.
Si algo hay allí en “M” es memoria. Sabe, sabe mucho, sabe todo, pero es un
saber que lo mantiene fuera del discurso aunque dentro del lenguaje. “M”, tiene
problemas con la palabra, pero, por el hecho de tener parientes, una familia, vecinos,
está de todas maneras, como todo el mundo, en el campo del lenguaje. La memoria,
entonces, es ausencia de represión, Freud ya lo decía. En ese sentido hay repetición
pero que gira sobre un real; en cambio la compulsión de repetición, ese juego del niño
en el ir y venir, es con relación a una ausencia.

Transferencia y clínica en el autismo

33
Ibíd., p. 63.

15
En el autismo se trata de una “forma de recordar” (apunta a otra “memoria”, con el
fracaso de la represión). Traer elementos de su infancia: ¿cómo?, atados,
amarrados, sin poder recordarlos. Esos elementos tienen un valor digamos afectivo,
pero allí no hay recuerdo (como retornos de lo reprimido): hay escenas congeladas
por el tiempo. Habría que descongelarlas para ver por dónde avanzar. El paciente
no narra su historia. Se trata, en la cura, de la articulación de ese sujeto al
significante primario. Un primer lazo, ligazón.
Tustin, en este campo, llama a su “transferencia infantil” como transferencia
obstruida: la no-relación con sus padres se transfiere al analista. Nos toca vérnosla con
eso. Con la no-relación; el no al vínculo, y eso sí se trasfiere. Hay transferencia aquí
pero del no-vínculo y eso se repite de manera devastadora, avasallante, terrible.
El analista es un punto en el paisaje… ¿de dónde jalar, de dónde tironear, pulsar,
para que se invente ese nuevo vínculo en el análisis?: Según Tustin, habría que hacerlo
sobre los “objetos” y sobre las “figuras autistas de sensación”, y operar en forma
sumamente delicada puesto que esas figuras están allí para proteger, para darle al
sujeto la última sensación de existir, para que su continuidad esté asegurada. Esos
objetos son: partes de su cuerpo que han suplantado a la madre nodriza. Reemplazo
que es eterno, no transicional. Lo protegen, lo tranquilizan, pero a la vez detienen su ser
psíquico. Por eso, lo que se intenta hacer es re-experimentar —Tustin hace mucho
hincapié en esta palabra dando el marco exacto posible en esta clínica— los primeros
meses de vida. El sujeto tiene que re-experimentar esos estados congelados con ese
analista. Tales estados congelados suprimieron un duelo prematuro del tipo “agujero
negro”. Son reacciones que se congelan ante la presunta pérdida de un objeto vital en
la infancia.34 Allí, el pecho (¿por qué el pecho por excelencia para Tustin?, ¿no estaría
ese objeto como representante del Otro materno?) es vivido como parte de su-boca-
pezón-pecho. Todo es una misma zona bidimensional. Los “objetos autistas de
sensación” (duros, rígidos y estáticos) no son para chupar (pulgar), son objetos
aferrados, pegados (por ejemplo: una llave, una cuchara, un carrito), con contornos
definidos y permanentes. Las “figuras autistas de sensación” (blandas), en cambio,
“nacen de sensaciones corporales blandas como el manar la orina del cuerpo, o las

34
Frances Tustin, El cascarón…, op. cit., pp. 131-132.

16
burbujas de saliva alrededor de la boca, o la saliva aplicada sobre objetos exteriores, o
bien se generan a partir de la diarrea y el vómito”. 35 Los contornos son evanescentes y
difusos. El girar o mecerse rítmica y estereotipadamente, constituye la “figura autista de
sensación” por excelencia.
El encuentro con “M” nos puso en contacto con la fragilidad de una alienación.
Entra a lo puberal con todos esos “títulos” de los que hablaba Lacan en 1958, pero, no
los lleva consigo, no los trae “en su bolsillo”, sino que están en el campo del Otro y, por
lo tanto, difícilmente podrá “usarlos en el futuro”, a pesar de la propuesta tustiana de re-
experimentación.

Últimos días
Durante sus últimos días en México, antes de su nueva mudanza (los padres optaron
volver, después de muchos años, al lugar de origen, donde “M” nació), desapareció
durante cinco horas: buscaba ciertos lugares que conocía perfectamente, alguna
tiendita en el barrio para obtener ahí sus golosinas predilectas: papas fritas y refrescos.
La policía, una vez advertida, lo buscó y lo encontró sentado en un rincón, y hasta
podría decirse que sonriente. Esas esquinas se habían convertido en el escenario
exacto para sus masturbaciones compulsivas. En el consultorio, rastreando por todos
lados, solía buscar el libro de “la sirenita” y, al encontrarlo (hacia su territorio, se
apropiaba de una esquina), decía: “¿quieres hacer así?” y cantaba en un canto
milenario…

35
Ibid., p. 117.

17

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