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León vivió intensamente esta experiencia creyendo que el arte mural no debía

ser un recurso estatal o turístico que imaginara al campo para comodidad exclu-
siva del capitalino. Las obras de muralistas que fueron más allá de la Ciudad de
México y las grandes ciudades de la época aún esperan un merecido estudio.
No obstante, durante los años treinta y cuarenta, Plancarte trabajó como misio-
nero cultural y maestro normalista en “El Mexe”, Hidalgo; en Tamatán, Tamauli-
pas; en Comitancillo, Oaxaca; en Oaxtepec y Xoxocotla, Morelos; en El Cami-
chín, Jalisco; en el Istmo de Tehuantepec; en Tenería, Estado de México; en
Soltepec, Tlaxcala. Debido a su congruente compromiso con la época en la que
vivía, en todo sitio donde trabajó, promovió que las paredes públicas sirvieran
para dejar de menospreciar la alfabetización, la guerra contra el fanatismo y,
sobre todo, a sus héroes del diario, los que hacían posible la subsistencia con
su trabajo.

León Plancarte, en efecto, veía a las masas de obreros, soldados y campesinos


como sujetos activos de la historia porque eran el manifiesto vigente de los go-
biernos aún revolucionarios, en especial el de Cárdenas; porque pertenecía a
aquellos organismos gremiales, como la Liga de Escritores y Artistas Revolucio-
narios, la LEAR, que pugnaban por un arte al servicio de las causas populares;
y porque militaba desde 1933 -al igual que muchos artistas comprometidos de
la época- en el clandestino Partido Comunista Mexicano. Asimismo, por esos
años de tensión internacional, ganó el Primer Concurso de Carteles, convocado
precisamente por la LEAR, en solidaridad con la lucha antifascista de la Repú-
blica Española y fue ilustrador de textos, tales como “Ha nacido un hombre” de
José Revueltas, para la publicación Revista.
A mediados de la década 1940, mientras prosigue su trabajo docente y plástico,
y después de acercarse a la escenografía teatral, León Plancarte estudia tanto
en la Escuela Oral, como en la Escuela Normal Superior; se interesa particular-
mente por el grabado en linóleum, la acuarela y el gouache. Varios trabajos
aparecen publicados tanto para ilustrar artículos en diarios, así como en las por-
PRESENTACIÓN tadas de revistas, entre las que destaca Nosotros. Al igual que ocurría en otros
campos culturales, la obra de Plancarte durante este periodo se acerca al
En 1915 la Revolución Mexicana alcanzaba uno de sus momentos más inten- mundo indígena. Explora en el folklore, en la mexicanidad y, lejos de lo pintores-
sos. La Ciudad de México se reconocía aún en una pequeña área limitada por co, testimonia a orgullosos hombres y mujeres. No aparecerán en los cuadros
una traza con 400 años de antigüedad que vivía en medio de las costumbres o las estampas, aquellas escenas lastimosas que invocan compasiones, tan
provincianas y una incipiente modernización -representada en la práctica, por afectas por los mercaderes, debido a que este Plancarte nunca produjo con la
un gusto melancólicamente europeo y norteamericano-, y funcionaba como el idea de vender. Sus amigos, compañeros de trabajo en el Instituto Nacional de
centro simbólico para las ambiciones de los generales revolucionarios. Eran los Bellas Artes y camaradas lo recuerdan regalando su esfuerzo de largos meses
momentos en que el gobierno convencionista definía los alcances de su autori- si éste les llamaba la atención. Para la reunión de la obra que ha podido verse
dad ante el constitucionalismo de Carranza y los reclamos de Villa y Zapata. en varias exposiciones sólo se pudo contar con lo que su esposa Elia Morales
Parra, compañera solidaria desde 1947 y también maestra de arte, logró salvar
Bajo las diferentes ocupaciones militares, la capital sufrirá una de las mayores de aquella vocación por el desprendimiento.
hambrunas de su historia. Conseguir comida era la consigna de vida para sol-
dad,os y civiles. Sin medios para oponerse, muchas familias tuvieron que so- Al comenzar la década 1950, por ofrecimiento del INBA y el gobierno de la Re-
brevivir de raciones e insólitas dietas de masa de aserrín, hierbas, perros, gatos pública de El Salvador, León fungió como maestro de diversas ramas artísticas
y hasta ratas. y terminó trabajando durante diez años en la Escuela de Artes Gráficas. Duran-
te su larga estancia en esta nación centroamericana promovió tanto el arte pu-
El 29 de septiembre de ese año, cuando el carrancismo y la escasez ganaron blicitario, como el grabado en diversos medios impresos. Destaca su labor a
fuerza, nació en las calles del centro citadino León Plancarte Silva. Fue el tercer favor del conocimiento del arte salvadoreño y la difusión de la cultura mexicana
hijo sobreviviente de María Silva Gutiérrez y del librero y escritor revolucionario, por medio de su columna en el diario La Prensa Gráfica.
Francisco Ramírez Plancarte (1886-1955), autor de La Revolución Mexicana y
La Revolución y el Actual Ejército quien a su vez, motivado por las circunstan- Un punto especial merece su trayectoria en la caricatura, cuya certera crítica
cias de esos años escribiría La Ciudad de México durante la Revolución Consti- hacia los asuntos económicos y políticos que afectaban la vida del hombre
tucionalista. común y corriente, es acaso sin mayor complejidad gráfica aunque con compo-
Si como apuntan aquellos que saben, los primeros años de vida resultan funda- siciones memorablemente graciosas. Esta técnica sería otro de sus caballitos
mentales en la conducta y la percepción de la cotidianidad, entonces León de batalla tanto en publicaciones al modo de Tiempo y Don Timorato y otros
debió a su padre un gusto bibliófilo, la pasión –más que el amor- hacia el arte, medios de lucha sindical, como en varios impresos de México y El Salvador,
y un jacobinismo “el oficio de comer curas”, sobre el que haría votos de izquier- cercanos en estilo editorial, tales como Semana, El Independiente, 22 de junio
da durante el resto de su vida. y Cultura.

Al finalizar la agitada década de 1920, luego de la enseñanza básica, León Quizá por su ausencia del país, se desvanecieron en cierta forma los vínculos
Plancarte se inscribe a los 14 años en la Escuela de Pintura, Escultura y Talla con la generación de artistas mexicanos que habían logrado considerable reco-
Directa -antecedente de la actual Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La nocimiento. A su regreso a México en 1960, prácticamente debió partir desde
Esmeralda”-, que funcionaba en el Ex-Convento de la Merced. Poco después cero en cuestiones básicas como encontrar empleo y restaurar un patrimonio
sería parte de los jóvenes que participan del ánimo promovido por el régimen familiar abandonado en Centroamérica.
callista por incentivar la creatividad popular a través de las Escuelas de Pintura
al Aire Libre, cuyo empuje se debe especialmente a Alfredo Ramos Martínez. Durante los siguientes nueve años mientras fue dedicándose a la caricatura, al
óleo y a las estampas en linóleum y piedra litográfica -que lo llevarían más tarde
Plancarte cursó tres años en la Escuela Libre que el pintor Jorge Enciso dirigía a formar parte de la Sociedad Mexicana de Grabadores- trabajó alternadamen-
entonces por los rumbos de Churubusco. La enseñanza aquí se vinculaba con te en la Escuela Nacional de Maestros y para la Sección de Enseñanzas Artísti-
las vanguardias y era abierta en el sentido de experimentar también con nuevas cas del INBA, donde reencontró a muchos de sus excompañeros en las misio-
formas y técnicas del arte, al tiempo de admitir vigorosas corrientes de lo tenido nes culturales. A su vez, ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas - Aca-
entonces por “primitivo y exótico”. El interés por experimentar se contraponía a demia de San Carlos como profesor de Dibujo, Pintura, Grabado y Litografía.
la severidad y el arcaísmo de la Academia de San Carlos. Con ello, el artista Ahí, fiel a sus alumnos y principios, no sólo simpatizó con el movimiento estu-
que se formaba en las Escuelas Libres entablaba contacto con el medio rural, diantil de 1968, sino que colaboró en el diseño y la confección de mantas y pro-
los paisajes, los rasgos indígenas de buena parte de la gente, las virtudes del paganda.
trabajo y sus antiguas tradiciones. Diríase que el espíritu que conducía el arte
en estas escuelas -y que León Plancarte no abandonaría en su propia obra o al De gran calva, estatura regular, “blanco-colorado”, nariz ancha, labios gruesos
compartir sus enseñanzas- fue el nacionalismo postrevolucionario. como su voz, y manos largas, inquietas, León Plancarte, pintor, grabador,
músico… alegre, dicharachero, leal al tequila y las composiciones igual de
Empapado por esos ideales, en un momento cierto, pero fugaz e irrepetible de Vivaldi que de Agustín Ramírez, apasionado con el arte prehispánico, coleccio-
la historia del siglo XX mexicano, Plancarte y muchos de sus contemporáneos nista de libros, historietas, suplementos culturales y anécdotas divertidas, buen
complementaron su formación no sólo estudiando arte u otros oficios y discipli- caminante y mejor amigo e incansable bohemio, entonador de La modesta
nas como la Agronomía, sino que se tomaron en serio el desafío de la transfor- Ayala, Ya voló la paloma y El Adiós del soldado. Indomable antimperialista y an-
mación; se pusieron botas, empacaron los libros en las mochilas y llevaron sus tifascista, entrañable y extrañable padre, se levantó de su mesa de trabajo, lavó
conocimientos como misioneros culturales a lugares por los que “ni Dios había sus pinceles, guardó sus gubias, gomas y lijas, hizo a un lado sus infaltables go-
pasado” y a donde muchos de estos predicadores de Geología, Aritmética, losinas, apagó su tocadiscos; gravemente enfermo entró al hospital y salió de
Dibujo o Higiene, en vez de gracias obtenían desconfianza y hasta eran desore- esta vida el 18 de abril de 1969. Sabemos que antes de irse se preocupó por
jados. dejar lo mejor de sí mismo a través de una vida sustanciosa, amorosa, alegre,
y de su arte.
S.L.P.M

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