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La prosa histórica.

En este período, el género historiográfico adquiere en


España una importancia que se va a acentuar aún más en
la segunda mitad del siglo. Los historiadores españoles,
imbuidos por el humanismo de tipo erasmista,
interpretan y narran los hechos históricos desde una
perspectiva de exaltación nacionalista y de justificación
de la política de Carlos V, mezclando, en no pocas
ocasiones, los datos objetivos con lo puramente
novelesco. En general, toman como relato histórico latino
de Julio César, Salustio o Tito Livio. Entre los muy
numerosos historiadores del primer renacimiento, cabe
señalar a Pedro Mexía y a Diego Hurtado de Mendoza.
Siguiendo a los historiadores latinos Salustio, Tito Livio y
Tácito, la historia se hace más exigente durante la
segunda mitad de la centuria. La Historia de España, del
padre Juan de Mariana (publicada en latín, en 1992, y, en
castellano, en 1601), aunque mezcla hechos objetivos con
otros legendarios, es la obra más representativa en
castellano. El padre Mariana se propuso dar a conocer la
historia de España en el extranjero y su Historia es un
excelente ejemplo de la prosa que sigue el camino de Tito
Livio.
En la narración de hechos históricos es especialmente
destacable la que se refiere a las tierras americanas.

La crónica de Indias.
La Crónica de Indias se ocupa de la conquista del
nuevo mundo, cuando esta salta de las islas
caribeñas del continente americano. Por medio de
la conquista se narra un castellano que oscila entre
el registro coloquial y culto, imitando en la mayoría
de los casos a los libros de caballería, por lo que no
es extraño que en las crónicas junto a la pretensión
de objetividad, se dé también una buena dosis de
fabulación o fantasía. Sin embargo, más allá de
cualquier reparo literario, la crónica de Indias posee
un valor indiscutible por la valiosísima información
histórica, antropológica, geográfica y científica que
aporta, al ser el testimonio escrito de los
colonizadores y los religiosos, protagonistas
directos de los acontecimientos. Al tener que dar
nombre a realidades distintas, la lengua castellana
adoptó números vocablos indígenas.
Entre los cronistas de Indias, hay que destacar a
Gonzalo Fernández de Oviedo (historia general y
natural de la india), Fray Bartolomé de las Casas
(historia de las indias y brevísima relación de la
destrucción de las indias), Bernal Diaz del Castillo
(historia verdadera de la conquista de la nueva
España) o Alvar Núñez Cabeza de Vaca (naufragios):
Este texto pertenece al libro NAUFRAGIOS de Alvar
Núñez de Vaca:
De lo que acaesció a Lope de Oviedo con unos
indios.
Desde la gente hubo comido, mandé a Lope de
Oviedo (…) se llegase a unos árboles que cerca de
allí estaban, y subido en uno de ellos, descubriste
la tierra en que estábamos, y procurarse de haber
alguna noticia de ella. Él lo hizo así y entendió que
estábamos en una isla, y vio que la tierra estaba
cavada a la manera en que suele estar la tierra
donde anda ganado, y paresciole por esto que
debía ser tierra de cristianos, y ansí nos lo dijo (…)
Él fue, y topando con una vereda (…) halló unas
chozas de indios que estaban solas, porque los
indios eran idos del campo. (…) Y vieron que tres
indios con arcos y flechas, venían tras él
llamándole. (…)
El veedor y yo salimos a ellos, y llamámosles, y
ellos se llegaron a nosotros; (…) y cada uno de ellos
me dio una flecha, que es seña de amistad, y por
señas nos dijeron que a la mañana volverían y nos
traerían de comer, porque entonces no tenían.

Este otro texto pertenece a la brevísima relación


de la destrucción de las Indias de Fray Bartolomé
de las Casas, quien hace en esta obra una durísima
crítica la acción colonizadora de España:
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos,
ni mujeres paridas que no desbarrigaban e hacían
pedazos, como si dieran en unos corderos metidos
en sus priscos. Hacían apuestas sobre quién de una
cuchillada abría al hombre por el medio, o le
cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las
entraña. Tomaban las criaturas de las tetas de sus
madres, por las piernas, y daban de cabeza con
ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos
por las espaldas, riendo e burlando (…); otras
criaturas metían a espada con las madres
juntamente, e todos cuanto delante de sí hallaban.
Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los
pies a la cabeza, e de trece en trece, a honor y
reverencia a Nuestro Redentor, e de los doce
apóstoles, poniéndoles leña e fuego los queman
vivos.

El estilo de la prosa
histórica.
La evolución del debate sobre el estilo de la prosa
histórica es útil para ilustrar los rasgos
característicos de la dinámica del cambio en el
pensamiento histórico. Fue una cuestión que no
dejó de suscitar el interés de la crítica, pero recibió
un tratamiento distinto y reveló implicaciones
diferentes en función de la importancia y la
dedicación que cada teórico concedía a los
aspectos formales del arte historiográfico. En estos
casos, las diferencias más significativas estribaron
entes en los cambios en el lugar, el espacio, la
exhaustividad y el énfasis de la reflexión sobre el
estilo en que los pareceres de los críticos respecto a
los requisitos estilísticos que debía satisfacer la
narrativa histórica, los cuales tendieron a ser
prescritos en términos muy parecidos. En este
sentido, como se verá, la evolución de las
convicciones de la crítica respecto a cuál debía ser
el estilo de la prosa histórica fue más bien sutil y
desembocó una posición de consenso que, pese a
sus aspectos innovadores, podía aun invocar la
autoridad de la tradición.
Las reflexiones de Juan Luis Vives sobre las causas
de la corrupción de la historia en su tratado sobre
las disciplinas ayudan a comprender por que no
resultó necesario romper con la tradición crítica
para sostener una visión más pragmática del estilo
de la prosa histórica. En el discurso del humanista
valenciano se advierten opiniones contradictorias
respecto a las cualidades literarias de la prosa
histórica y, más en concreto, respecto al sentido y al
valor del artificio retorico en la narrativa histórica:
estos puntos de tensión contenían ya las
posibilidades de interpretación que verterían el
debate literario sobre la historia y las opciones a las
que se acogería la crítica más pragmática.

El progreso literario de la
historia.
Más allá de su contradicciones, la crítica de Vives
contribuyó a alimentar entre los teóricos una
actitud de recelo ante la prosa histórica artificiosa
de la que se habría sospechado que encubría la
falsificación o la representación sesgada de los
hechos. No obstante, el rechazo de la prosa
ordinaria, sin estilo, ponía de manifiesto que el
cuidado de los aspectos retóricos y formales de la
narrativa histórica seguía considerándose crucial no
solo para asegurar el interés y la difusión del género
entre el público lector, sino también para preservar
la integridad y garantizar el ejercicio de todas las
funciones asignadas a la historiografía. Aunque
Vives pone el acento de enriquecer la prosa
histórica para que resulte más amena y llegué a más
lectores, sus consideraciones ya sugieren que el
estilo del historiador tendría implicaciones en el
modo y la eficacia con que el relato transmitiría los
juicios sobre los hechos y las lecciones, o los
sermones o avisos, que de ellos se colegirían.

Elocuencia, saber y
provecho en la prosa
histórica.
La historia habría superado al resto del género por
la diversidad y la magnitud de sus contenidos, por la
abundante y útil sabiduría de sus juicios y sus
lecciones y por la necesaria sofisticación de un
discurso obligado a dar cuenta, con orden, claridad
y fluidez, de hechos complejos y dinámicos. Fox
considera que basta con una narración simple y
desnuda para relatar los hechos de los que se
ocupan los anales, las crónicas y los comentarios;
Lluli sostiene que los géneros menores pueden
expresar las acciones sin observar ningún orden en
la métrica o las personas y con un lenguaje breve y
llano. En cambio, ambos autores asumen que la
complejidad narrativa y didáctica de la historia
perfecta exige el dominio por parte del historiador
de dispositivos retóricos más elaborados y la
adopción de un estilo apropiado.

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