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IV UNIDAD

LA IGLESIA PROLONGACIÓN DE LA MISIÓN DE CRISTO

1. Institución de la Iglesia
Está demás decirlo que la institución de la Iglesia, por parte de Jesucristo, ha sido
una verdad tan afirmada, a lo largo de toda la historia, que ni siquiera fue negada por
Lutero, el gran crítico de la Iglesia de su tiempo. Pero, fue a finales del s. XIX, cuando
algunos autores protestantes negaron que la Iglesia fuera fundada por Cristo.

Sin embargo, es importante aclarar que la fundación de la Iglesia no sucedió a


través de un acto inaugural, algo así como ocurre en cualquier sociedad humana, sino
que fue el resultado de un proceso, con una serie de etapas, que abarcan todo el
misterio de la vida, muerte y resurrección del Señor hasta el acontecimiento de
Pentecostés. Así es contemplada la Iglesia en la Constitución Dogmática Lumen
Gentium (LG 5). Veamos los distintos pasos de esta institución:

El proyecto de Jesús
En una visión retrospectiva del acontecimiento de la Iglesia nos encontramos con el
punto de partida: Jesús de Nazaret. ¿Cuál fue la causa a la que se dedicó, por la que
trabajó? La respuesta ya la hemos visto en la tercera unidad de la asignatura: el Reino
de Dios, el cual consideramos, aquí, como el primer paso de la fundación de la Iglesia.

Jesús y la comunidad de discípulos: Los doce.


Jesús para llevar a cabo su proyecto convoca una comunidad de discípulos (Mt 10, 1
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– 5a; Mc 3, 13 – 19) a quienes hará partícipes de su misma misión y a quienes enviará
con su mismo mensaje. En el evangelio aparecen varios grupos de personas siguiendo a
Jesús: el gentío, los discípulos y los doce.

• El gentío aparece en numerosos pasajes (Mt 13,2; 14,14; Mc 3,7; Lc 6,13...).


• El término "discípulo" se encuentra abundantemente en los evangelios: 73 veces
en Mt, 46 en Mc y 37 en Lc. Los discípulos se distinguen de entre las masas, son un
grupo de personas que a diferencia de los demás, se definen por una serie de
características: En primer lugar, son llamados por Jesús (Mc 3,13; Lc 10,1) para
recibir sus enseñanzas (Mt 8,19; 12,38), para acompañarle (Mt 12,1) y para ser
iniciados en los misterios del "Reino de los cielos" (Mt 13,11). Pero lo esencial de
los discípulos es el seguimiento de Jesús (Mc 3,13; Lc 6,13), caminar tras él sin
reservas y estar dispuestos a cualquier tipo de renuncias por él y por su causa (Mt
10,38; 11,29; 16,24), incluso hasta llegar a la muerte (Mc 8,34). Los discípulos,
como seguidores de Jesús, toman parte en su misión y están destinados a ser
obreros en la "cosecha" que ha comenzado con la acción de Jesús (Mt 9,37; 10,1s.),
son “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13). El mismo Reino de Dios será la
recompensa para aquellos que le sigan (Mc 10,29-30).
• El otro grupo, y el que nos interesa aquí es el grupo de los doce.

A. Los doce
Entre la comunidad de discípulos que seguían a Jesús, el llamó a un grupo más
reducido con quienes mantuvo una relación especial: fueron los doce. San Lucas
destaca esta selección de doce y los llama “apóstoles” (6,13). San Marcos dice:
“Instituyó a doce” (Mc 3,14), resaltando la intencionalidad de Jesús en la formación del
grupo. Los cuatro evangelistas, con una importancia grande, destacan que su elección
es lo primero que hace Jesús (Mt 4,18ss; Mc 1,16ss; Lc 5,1ss; Jn1, 35ss). Después de haber
pasado la noche en oración los elige (Lc 6,12-18).

Los “doce” es un número que simboliza el conjunto del pueblo de Dios constituido
por las doce tribus de Israel. En equivalencia con las doce tribus, los doce apóstoles
significan la totalidad del nuevo pueblo: LA IGLESIA (Mt 19,28; 11,1; 20,17). Dice
Schmaus (1970) que si Jesús quiso que los apóstoles fueran doce, en ellos estaba
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prefigurado el nuevo Israel, que más tarde vendrá a ser la Iglesia (p. 35). Los doce son
designados asimismo, para juzgar a las doce tribus de Israel: “Os sentareis en doce
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt. 19,28; Lc 22,30).

La expresión “los doce”, también, tiene un significado personal. Los apóstoles


además de un símbolo, son doce personas con sus nombres propios (Mt 10,42). Un
número que quiso mantener completo hasta el punto de llegar a la sustitución de Judas
por Matías (Cf. Hch 1,26) lo cual hace pensar que Jesús había elegido “doce” para que
fueran el cimiento sobre el que se iba a levantar el nuevo Israel, para que fuera la
semilla que se iba a desarrollar en el gran árbol de la Iglesia que acogiera a toda la
humanidad. Entre estas doce personas destaca Pedro, como veremos.

Finalmente, el grupo de los “doce” son denominados como testigos y apóstoles. Así
aparece el término en Lucas (6,13). “Apóstol” procede del griego “apostolos” que es, al
mismo tiempo, la traducción del término hebreo “Shaliah” y significa un enviado
oficial, es decir, el que es mandado para representar, hacer presente al que envía, y
para ello recibe poderes especiales que garantizan su misión, como aparece en Mateo:
“Curen enfermos ...” (Mt 10,5-8) y así dirá el mismo Jesús: “El que les recibe a ustedes, a
Mí me recibe” (Mt 10,40). Y en el mismo sentido dirá San Pablo: “Somos embajadores de
Cristo, como si Dios los exhortase por medio de nosotros” (2Cor 5,20).

En consecuencia, el objetivo de la misión de los “doce” coincide con la misión de Jesús


(Mc 1,15): anunciar el reino de Dios y hacer signos con poder que acrediten que el
Reino ya está presente (Mc 3,13-15). Los apóstoles tienen el encargo de la continuación
o extensión de la misión de Jesús. El alcance de esta misión, después del
acontecimiento de la Resurrección y Pentecostés, es, como lo expresa San Mateo:
Vayan y enseñen a todas las gentes bautizándolas…” (28,19-20). En síntesis, la
comunidad de discípulos ha sido convocada por Jesús de un grupo numeroso que le
seguía. De entre los discípulos llamó a “los doce”, símbolo del nuevo Israel, a quienes
otorgó la misión de prolongar, en el espacio y en el tiempo su propia misión: anunciar
y establecer el Reino de Dios entre los que Pedro es el fundamento (Mt 16,18).

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• Poderes otorgados para el futuro.
Por otra parte, el suceso de la elección de los “Doce” lo realiza Jesús, mirando al
futuro, cuando Él ya no esté físicamente presente entre los hombres. De hecho,
mientras Jesús está con ellos, apenas hicieron nada. Esto aparece claro si nos fijamos
en los poderes que se les confía, ya que su realización sólo sería posible después de la
Ascensión. Es en el período pospascual cuando los apóstoles serán los dirigentes de la
comunidad, que continuarán la misión salvadora que Jesús vino a iniciar. Estos
poderes son los siguientes:

a. Poder de predicar y bautizar.- por medio del anuncio de la palabra los hombres
son convocados, provocando la respuesta de la fe, y por el bautismo los hacen
discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia. (Mt 28,18-20; cf Mc 16,15-18). De esta
manera por el anuncio de la palabra las primeras comunidades se congregan y
se constituyen como iglesias. Así ocurre en Jerusalén (cf Hch 2,41-42), en Samaría
(Hch 8,14) y entre los paganos (Hch 2,42). La palabra es, en definitiva, uno de los
elementos característicos de la primitiva comunidad que junto a la fracción del
pan encontramos la perseverancia en la doctrina de los Apóstoles (cf Hch 2,42).

Esta misma realidad aparece constantemente en las cartas de San Pablo, quien
afirma en Rm 10,14-17: por la predicación de la palabra los hombres creen en
Jesucristo, que es lo mismo que decir que por la Palabra los hombres se
congregan en la Iglesia. La comunidad de Corinto nació por la predicación del
evangelio que el mismo Pablo había anunciado (cf 1Cor 1,17), como la de
Tesalónica (1Tes 1,6). Esto mismo podemos observar en la comunidad a la que se
dirige Santiago (Sant 1,18). Las iglesias, por tanto, nacen de la palabra y se
construyen en virtud de la palabra. La vitalidad y crecimiento de la Iglesia
depende de la fidelidad a la palabra que lleva al bautismo. De aquí que los
apóstoles reciban, también, el poder de bautizar, ya que por el bautismo los
hombres se incorporan a la Iglesia y ésta crece en extensión (cf Hch 2,41; 8,12-17).

b. Poder de celebrar la Eucaristía.- En la Última Cena Jesús instituye la Eucaristía e


inmediatamente le dice a los apóstoles: "Hagan esto en memoria mía" (1Cor 11, 23-
26), dándoles el poder de celebrarla ellos mismos. Con ello pone en las manos de
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los Apóstoles lo que constituye la base y principio estructurante de la Iglesia. Pues
ésta se forma, se congrega, fundamentalmente, por la palabra de los apóstoles que
lleva al bautismo y a la celebración de la Eucaristía. Por eso el Vaticano II afirma
en los distintos documentos la relación entre la Eucaristía y la Iglesia. Y así dice
que es "fuente y cumbre de la vida cristiana” (LG, 11); que se edifica a partir de la
Eucaristía (PO, 6); que es "fuente y cima de toda evangelización" (PO, 5); que vive y
crece continuamente por la Eucaristía" (LG, 26) y que por ella nos convertimos en
cuerpo de Cristo (LG, 7).

c. Poder de "atar y desatar" (Mt 18,18), este poder hace referencia a que los
apóstoles tienen la potestad de dirigir la comunidad o tener autoridad sobre
quienes la constituyen, de donde indudablemente, podemos afirmar, que este
poder de "atar y desatar" se extiende, también, al campo de la conciencia, pues lo
que ellos aten o desaten quedará atado o desatado en el cielo, es decir, tendrá
valor delante de Dios, por tanto ligará a las conciencias. Esta potestad prometida
en Mt 18,18 incluye el poder de perdonar los pecados que será conferido después
en Jn 20, 21– 23: “a quienes perdonen los pecados… a quienes se lo tengan”…
porque todo pecado mortal supone una ruptura con la Iglesia y por el perdón se
desata al pecador incorporándole de nuevo a ella. Si no se le perdona se le sigue
dejando atado. Hay que tener en cuenta que sólo están plenamente
incorporados a la Iglesia los católicos que poseen el Espíritu de Cristo (Rm 8,9),
es decir, que se encuentran en estado de gracia (LG 14).

Última cena: nueva alianza: nuevo pueblo de Dios


Entre los acontecimientos que fueron delineando poco a poco, durante la vida de
Jesús, el ser de la Iglesia, resalta también, la institución de la Eucaristía en la última
cena. Jesús celebra la última cena e instituye la Eucaristía en el contexto de la Pascua
judía. Ésta era la gran fiesta del pueblo de Israel. El pueblo de Israel biológicamente
procedía de los doce hijos de Jacob. Cada uno formó una tribu y todas las tribus juntas
formaron el pueblo de Israel, al que Dios salvó de la esclavitud de Egipto, valiéndose de
Moisés.

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En el momento de la Encarnación Cristo se hace "mediador de una nueva alianza"
(Hb 9,15). Por ser Dios y hombre a la vez, tiende un puente entre Dios y los hombres,
uniéndoles entre sí. Pero esta Alianza Nueva y Eterna llegó a su punto culminante en el
Sacrificio de la Cruz, donde Cristo se convierte en el Nuevo Cordero, que sella esta
Alianza Nueva con su propia sangre. Con todo, es en la Ultima Cena, donde Jesús
celebra la Pascua judía e instituye la Eucaristía, y donde la Nueva Alianza se sella por
primera vez con la sangre de Cristo al anticipar el misterio Pascual de su muerte y
resurrección. Así lo refieren los tres sinópticos y la carta a los Corintios: "Esta es mi
sangre de la Nueva Alianza que será derramada por muchos para el perdón de los
pecados" (Mt 26,26-28; cf Mc 14,22-24; Lc 22,19-22; lCor 11,23-27). Cristo, al mismo
tiempo, instituye el medio por el que se hace presente y efectiva esa Nueva Alianza, es
decir, instituye la Eucaristía y el Orden Sacerdotal a la vez: la Eucaristía para hacer la
Iglesia, y el Orden Sacerdotal para hacer la Eucaristía.

La Resurrección y la comunidad de discípulos


El Reino de Dios (tratado en la tercera unidad), la comunidad de discípulos y la
Ultima Cena fueron los elementos determinantes que dieron base a la Iglesia. Sin
embargo, los discípulos no tenían aún conciencia de ser la nueva comunidad de
salvación. Todo lo dicho hasta aquí podemos compararlo a una semilla fecunda que
está a punto de germinar. La Resurrección y Pentecostés serán las dos etapas
culminantes del proceso de la formación de la Iglesia.

Interesa destacar que la relación existente entre la comunidad de discípulos


convocada por Jesús y la comunidad reunida en la Pascua no hay una ruptura, debido
al escándalo producido por la muerte de Jesús, sino una continuidad y maduración. En
efecto, el final trágico de Jesús escandalizó a los discípulos (Mc 14, 27-31), que huyeron
(Mc 14,43-52). "Escandalizarse de alguien" en el lenguaje sinóptico se contrapone a
"creer en alguien" (Mc 6,3; Mt 13,57; 26,31...). Los discípulos ante la muerte de Jesús se
dispersaron y huyeron, lo que significa que perdieron o se debilitó su fe en Él. Sólo
Pedro le siguió de lejos (Mc 14,54), aunque le negó tres veces (Mc 14, 66-72) y Juan que
estuvo Junto a la cruz.

Esta falta de fe fue recuperada por la fuerza de la experiencia de la Resurrección.


Gracias a este acontecimiento los discípulos conocieron y aceptaron lo que había
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significado la vida de Jesús. Del escándalo producido por la muerte de Jesús, pasaron a
la valentía de la confesión de la fe en Jesús resucitado. Pedro fue el primero que se
convirtió al Resucitado y reanudó su seguimiento. Después lo harían los demás. Así lo
confirman los textos (1Cor 15, 5). De este modo Pedro se convirtió en la piedra del
núcleo primitivo de la comunidad cristiana. "Los Doce" constituían la comunidad que
confesaban a Jesús crucificado y resucitado que había de volver al final de los tiempos.

La nueva comunidad convocada por Pedro era la comunidad de discípulos


convocada por Jesús y reunida en torno a Él. La elección de Matías para completar el
número de doce nos permite descubrir hasta qué punto la comunidad pospascual era
una prolongación de la comunidad de discípulos en torno al Jesús histórico. Con la
Resurrección los discípulos descubrieron en profundidad el misterio de Jesús de
Nazaret que expresaron en diversas confesiones de fe: "Jesús vive", "Dios ha rehabilitado
al crucificado", "Jesús de Nazaret es el Cristo”. En esta proclamación de la Resurrección
se fundamenta el ser y la vida de la comunidad, de la Iglesia.

Jesús había proclamado el Reino de Dios. Los discípulos proclaman al Señor


resucitado (Hch 2,22ss; 1Cor 15,24-25) y su doctrina. Con ello vemos que la misión de
los discípulos es la misma de Jesús y la que Él les encomendó. Sin embargo, la
Resurrección de Jesús es una verdad que pertenece a la Revelación divina. Jesús pone
en relación su muerte y su Resurrección como signo de su Divinidad y, especialmente,
de su acción redentora en favor de los hombres. La Resurrección es un hecho original
que tiene una importancia decisiva en la vida de los hombres y puede decirse que la fe
de los cristianos descansa sobre el hecho histórico de la Resurrección. Y más aún el
hecho de que Jesús haya vuelto a la vida después de su muerte, es la prueba máxima de
la Divinidad de Jesús.

Pentecostés: el tiempo de la Iglesia


El hecho de pentecostés ha sido recogido en el segundo capítulo de los Hechos de
los Apóstoles. Hasta el momento de pentecostés Dios Había dado a la Iglesia unas
estructuras, un cuerpo; pero en este día le infunde su vida, el Espíritu Santo, en persona
singularmente puesto de relieve por el don de lenguas. La transformación profunda de
los Apóstoles en este día y la promesa de Jesús era una realidad (Hch 1,8; Mt 10, 19-20).
Con el envío de su Espíritu confiere a estos hombres tímidos e ignorantes el valor y la
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ciencia necesaria para anunciar en implantar el Reino. Hay que afirmar que
Pentecostés es esencialmente un misterio de culminación. San Pedro, en particular,
subraya este aspecto en su primer discurso: "A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos
nosotros somos testigos de ello. Elevado a la diestra de Dios y recibida del Padre la
promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que ustedes están viendo (Hch 2,32-33).
Pentecostés es, pues, la fiesta de la fecundidad del sacrificio de Cristo. Así Pentecostés
constituye el último acto de la fundación de la Iglesia. Con la efusión del Espíritu,
entramos en los últimos tiempos (Hch 2,17). Concluida esta fase, sólo habrá la
consumación eterna del misterio.

Después de pentecostés se forma una comunidad donde todos sus miembros están
llenos del Espíritu, los creyentes tienen “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,2). Todos
son hermanos (Hch 1,15; 9,30; 10,23; ll, l; 15,23). Ellos son la prueba viviente de que el
designio de Dios sobre la humanidad se ha cumplido ahora, y que ese designio es un
misterio de comunión en Cristo y en la Iglesia.

Entre las actividades principales de esta comunidad tenemos: la predicación de la


Palabra, esencial es a la vida de la comunidad primitiva (Hch 6,7; 12,24; 19,20); la vida de
comunidad fraternal como un régimen de vida en común que se traducen el gran
mandamiento de la caridad fraterna (Hch 4,34); la oración, fundamental en la vida de la
Iglesia primitiva (Hch 1,24; 4,24-30; 8,15; 9,11-20; 10,2-7 10,9; 12,513) y La vida sacramental
subrayando tres sacramentos: el bautismo, rito de agregación a la Iglesia (Hch 2,38; 10,48);
la confirmación (Hch 8,15-18) y la fracción del pan (Hch 20,7.11; 27,35).

Los responsables de esta comunidad son el Espíritu como supremo Señor del
apostolado y es quien preside toda la vida y toda la actividad de la Iglesia (Hch 8,39; 9,12-
17; 16,7; 20 y 23-28) y la Jerarquía que unida indisolublemente al Espíritu constituye una
Iglesia Jerárquica. El Espíritu no se da normalmente a la comunidad sino por intermedio
de la Jerarquía. Ambos principios no se yuxtaponen: el Espíritu es como el principio
interior de la actividad exterior de la Jerarquía (cf Hch 15,28; 16,6-7).

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En este sentido la Iglesia, pueblo de la alianza es la nueva comunidad que reemplaza
al pueblo de Israel en el desierto, y más en particular, a la asamblea del pueblo de Dios en
el momento solemne de la alianza. Esta referencia al pueblo de Dios está expresamente
reconocida ya en la Iglesia de Jerusalén (Hch 15,14), y más tarde en otros autores del NT
(Tit 2,11-14; 1Pe 2,9-10). En conclusión se muestra de manera clara una íntima relación
entre la Iglesia y el Jesús histórico, por tanto, con toda certeza, de lo dicho podemos
afirmar que la Iglesia no es fruto de la pascua o el resultado de los acontecimientos
posteriores a la muerte de Jesús.

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