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1. Institución de la Iglesia
Está demás decirlo que la institución de la Iglesia, por parte de Jesucristo, ha sido
una verdad tan afirmada, a lo largo de toda la historia, que ni siquiera fue negada por
Lutero, el gran crítico de la Iglesia de su tiempo. Pero, fue a finales del s. XIX, cuando
algunos autores protestantes negaron que la Iglesia fuera fundada por Cristo.
El proyecto de Jesús
En una visión retrospectiva del acontecimiento de la Iglesia nos encontramos con el
punto de partida: Jesús de Nazaret. ¿Cuál fue la causa a la que se dedicó, por la que
trabajó? La respuesta ya la hemos visto en la tercera unidad de la asignatura: el Reino
de Dios, el cual consideramos, aquí, como el primer paso de la fundación de la Iglesia.
A. Los doce
Entre la comunidad de discípulos que seguían a Jesús, el llamó a un grupo más
reducido con quienes mantuvo una relación especial: fueron los doce. San Lucas
destaca esta selección de doce y los llama “apóstoles” (6,13). San Marcos dice:
“Instituyó a doce” (Mc 3,14), resaltando la intencionalidad de Jesús en la formación del
grupo. Los cuatro evangelistas, con una importancia grande, destacan que su elección
es lo primero que hace Jesús (Mt 4,18ss; Mc 1,16ss; Lc 5,1ss; Jn1, 35ss). Después de haber
pasado la noche en oración los elige (Lc 6,12-18).
Los “doce” es un número que simboliza el conjunto del pueblo de Dios constituido
por las doce tribus de Israel. En equivalencia con las doce tribus, los doce apóstoles
significan la totalidad del nuevo pueblo: LA IGLESIA (Mt 19,28; 11,1; 20,17). Dice
Schmaus (1970) que si Jesús quiso que los apóstoles fueran doce, en ellos estaba
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prefigurado el nuevo Israel, que más tarde vendrá a ser la Iglesia (p. 35). Los doce son
designados asimismo, para juzgar a las doce tribus de Israel: “Os sentareis en doce
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt. 19,28; Lc 22,30).
Finalmente, el grupo de los “doce” son denominados como testigos y apóstoles. Así
aparece el término en Lucas (6,13). “Apóstol” procede del griego “apostolos” que es, al
mismo tiempo, la traducción del término hebreo “Shaliah” y significa un enviado
oficial, es decir, el que es mandado para representar, hacer presente al que envía, y
para ello recibe poderes especiales que garantizan su misión, como aparece en Mateo:
“Curen enfermos ...” (Mt 10,5-8) y así dirá el mismo Jesús: “El que les recibe a ustedes, a
Mí me recibe” (Mt 10,40). Y en el mismo sentido dirá San Pablo: “Somos embajadores de
Cristo, como si Dios los exhortase por medio de nosotros” (2Cor 5,20).
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• Poderes otorgados para el futuro.
Por otra parte, el suceso de la elección de los “Doce” lo realiza Jesús, mirando al
futuro, cuando Él ya no esté físicamente presente entre los hombres. De hecho,
mientras Jesús está con ellos, apenas hicieron nada. Esto aparece claro si nos fijamos
en los poderes que se les confía, ya que su realización sólo sería posible después de la
Ascensión. Es en el período pospascual cuando los apóstoles serán los dirigentes de la
comunidad, que continuarán la misión salvadora que Jesús vino a iniciar. Estos
poderes son los siguientes:
a. Poder de predicar y bautizar.- por medio del anuncio de la palabra los hombres
son convocados, provocando la respuesta de la fe, y por el bautismo los hacen
discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia. (Mt 28,18-20; cf Mc 16,15-18). De esta
manera por el anuncio de la palabra las primeras comunidades se congregan y
se constituyen como iglesias. Así ocurre en Jerusalén (cf Hch 2,41-42), en Samaría
(Hch 8,14) y entre los paganos (Hch 2,42). La palabra es, en definitiva, uno de los
elementos característicos de la primitiva comunidad que junto a la fracción del
pan encontramos la perseverancia en la doctrina de los Apóstoles (cf Hch 2,42).
Esta misma realidad aparece constantemente en las cartas de San Pablo, quien
afirma en Rm 10,14-17: por la predicación de la palabra los hombres creen en
Jesucristo, que es lo mismo que decir que por la Palabra los hombres se
congregan en la Iglesia. La comunidad de Corinto nació por la predicación del
evangelio que el mismo Pablo había anunciado (cf 1Cor 1,17), como la de
Tesalónica (1Tes 1,6). Esto mismo podemos observar en la comunidad a la que se
dirige Santiago (Sant 1,18). Las iglesias, por tanto, nacen de la palabra y se
construyen en virtud de la palabra. La vitalidad y crecimiento de la Iglesia
depende de la fidelidad a la palabra que lleva al bautismo. De aquí que los
apóstoles reciban, también, el poder de bautizar, ya que por el bautismo los
hombres se incorporan a la Iglesia y ésta crece en extensión (cf Hch 2,41; 8,12-17).
c. Poder de "atar y desatar" (Mt 18,18), este poder hace referencia a que los
apóstoles tienen la potestad de dirigir la comunidad o tener autoridad sobre
quienes la constituyen, de donde indudablemente, podemos afirmar, que este
poder de "atar y desatar" se extiende, también, al campo de la conciencia, pues lo
que ellos aten o desaten quedará atado o desatado en el cielo, es decir, tendrá
valor delante de Dios, por tanto ligará a las conciencias. Esta potestad prometida
en Mt 18,18 incluye el poder de perdonar los pecados que será conferido después
en Jn 20, 21– 23: “a quienes perdonen los pecados… a quienes se lo tengan”…
porque todo pecado mortal supone una ruptura con la Iglesia y por el perdón se
desata al pecador incorporándole de nuevo a ella. Si no se le perdona se le sigue
dejando atado. Hay que tener en cuenta que sólo están plenamente
incorporados a la Iglesia los católicos que poseen el Espíritu de Cristo (Rm 8,9),
es decir, que se encuentran en estado de gracia (LG 14).
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En el momento de la Encarnación Cristo se hace "mediador de una nueva alianza"
(Hb 9,15). Por ser Dios y hombre a la vez, tiende un puente entre Dios y los hombres,
uniéndoles entre sí. Pero esta Alianza Nueva y Eterna llegó a su punto culminante en el
Sacrificio de la Cruz, donde Cristo se convierte en el Nuevo Cordero, que sella esta
Alianza Nueva con su propia sangre. Con todo, es en la Ultima Cena, donde Jesús
celebra la Pascua judía e instituye la Eucaristía, y donde la Nueva Alianza se sella por
primera vez con la sangre de Cristo al anticipar el misterio Pascual de su muerte y
resurrección. Así lo refieren los tres sinópticos y la carta a los Corintios: "Esta es mi
sangre de la Nueva Alianza que será derramada por muchos para el perdón de los
pecados" (Mt 26,26-28; cf Mc 14,22-24; Lc 22,19-22; lCor 11,23-27). Cristo, al mismo
tiempo, instituye el medio por el que se hace presente y efectiva esa Nueva Alianza, es
decir, instituye la Eucaristía y el Orden Sacerdotal a la vez: la Eucaristía para hacer la
Iglesia, y el Orden Sacerdotal para hacer la Eucaristía.
Después de pentecostés se forma una comunidad donde todos sus miembros están
llenos del Espíritu, los creyentes tienen “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,2). Todos
son hermanos (Hch 1,15; 9,30; 10,23; ll, l; 15,23). Ellos son la prueba viviente de que el
designio de Dios sobre la humanidad se ha cumplido ahora, y que ese designio es un
misterio de comunión en Cristo y en la Iglesia.
Los responsables de esta comunidad son el Espíritu como supremo Señor del
apostolado y es quien preside toda la vida y toda la actividad de la Iglesia (Hch 8,39; 9,12-
17; 16,7; 20 y 23-28) y la Jerarquía que unida indisolublemente al Espíritu constituye una
Iglesia Jerárquica. El Espíritu no se da normalmente a la comunidad sino por intermedio
de la Jerarquía. Ambos principios no se yuxtaponen: el Espíritu es como el principio
interior de la actividad exterior de la Jerarquía (cf Hch 15,28; 16,6-7).
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En este sentido la Iglesia, pueblo de la alianza es la nueva comunidad que reemplaza
al pueblo de Israel en el desierto, y más en particular, a la asamblea del pueblo de Dios en
el momento solemne de la alianza. Esta referencia al pueblo de Dios está expresamente
reconocida ya en la Iglesia de Jerusalén (Hch 15,14), y más tarde en otros autores del NT
(Tit 2,11-14; 1Pe 2,9-10). En conclusión se muestra de manera clara una íntima relación
entre la Iglesia y el Jesús histórico, por tanto, con toda certeza, de lo dicho podemos
afirmar que la Iglesia no es fruto de la pascua o el resultado de los acontecimientos
posteriores a la muerte de Jesús.
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