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vocación
26 SEPTIEMBRE, 2018 | Arturo Pérez
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MINISTERIO
Cuando oramos: “Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mt. 6:11), ¿cómo contesta Dios esa oración?
La respuesta es que lo hace a través del trabajo de muchas de sus criaturas.
Pensemos en cómo una familia de un pequeño pueblo recibía el pan en su mesa cada mañana. Para que
esto ocurriera, había un individuo del pueblo que felizmente se levantaba a las tres de la madrugada para
asearse, cambiarse de ropa, trasladarse a su negocio, y abrir la parte trasera de la panadería. Allí
encendía el horno mientras amasaba la harina. Luego preparaba los panes, los colocaba en el horno, y
finalmente los servía en las vitrinas del establecimiento temprano en la mañana para que estuviesen
calientes para el consumo de sus clientes.
¿Cómo explicar que un hombre quiera levantarse de madrugada para ir a hornear panes con tanta
antelación solo para que la gente del pueblo pudiera servirse de pan caliente en su desayuno? ¿Cómo
explicar que tanta gente se haya dedicado a la preparación del terreno, a la siembra de la semilla de trigo,
al cultivo y cosecha del grano, a la preparación, el almacenamiento, la distribución y reventa de la
cosecha? ¿Y cómo explicar que varias personas se hayan dedicado luego a la preparación del alimento
crudo para cocerlo y dejarlo listo en el momento adecuado, manteniendo la calidad y frescura para un
consumo deleitoso y seguro? A esto es lo que llamamos tener vocación.
¿Qué es la vocación?
La palabra vocación es una traducción de la palabra latina vocatio, que significa llamado. De ahí la
palabra “invocar” o “invocación” cuando llamamos a alguien. De hecho, la Biblia expresa la misma idea
tanto en el idioma hebreo como en el griego para referirse al llamado que Dios hace a pecadores por
medio del evangelio para atraernos a sí mismo (1 Co. 1:1-2; 2 Tes. 2:14), para que andemos conforme a
la vocación con que hemos sido llamados (Ef. 4:1). En esta última referencia, tanto la palabra
“vocación” como “llamado” son la misma raíz griega kaleo, del llamado de Dios, que fue traducido al
latín como vocación.
Sin embargo, durante la Edad Media, la gente llegó a pensar erróneamente que el término vocación
debía entenderse en el contexto del llamamiento de Dios al ministerio a tiempo completo. Si alguien
sentía un llamado al ministerio, entonces se decía que esa persona tenía “vocación”. Por lo tanto, en la
sociedad había una jerarquía, tanto entre los laicos como en el clero: aquellos que dedicaban sus vidas a
la meditación y el estudio de la Palabra de Dios eran considerados con un llamamiento más santo y
agradable a Dios que el resto de la gente que se dedicaba a oficios “mundanos”, como mercadear bienes
y servicios, crear obras de arte, o aun estudiar leyes y política. Todo esto cambió durante la Reforma
protestante del siglo XVI.
Para Martín Lutero, uno de los precursores de la Reforma, así como la vida cristiana no se trata de lo que
tú haces para Dios sino de lo que Él ya hizo por ti en Jesucristo, de la misma manera la vocación no se
trata de lo que nosotros hacemos sino de lo que Dios hace a través de nosotros. Los reformadores
recordaron a su generación que todos los creyentes somos sacerdotes que intercedemos unos por otros,
como piedras vivas edificadas como casa espiritual para un sacerdocio santo, ofreciendo sacrificios
espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1Pe. 2:5,9).
Este concepto del sacerdocio de los creyentes no minimiza el oficio pastoral de hombres llamados al
ministerio para bendecir a otros por medio de la administración de los misterios de Dios en su Palabra (1
Co. 4:1). Más bien, la enseñanza que rescató la Reforma reiteraba que los laicos también tenían una
vocación, un llamado a sus propias responsabilidades santas comunicando bendiciones a los que los
rodeaban.
La vocación fue presentada como los dedos de Dios bendiciendo a sus criaturas por su pura gracia. Es
como si nosotros fuésemos las máscaras que Dios usa, escondiéndose detrás de sus criaturas, para
bendecir a personas en medio de un mundo marchitado por el pecado.
Al respecto, se cuenta que un laico arrepentido y lleno de fe en Cristo se acercó a Lutero para
preguntarle qué debía hacer ahora que había creído para agradar a Dios en su vida. Lutero le preguntó:
“¿A qué te dedicas?”. Él le respondió: “Soy zapatero”. Lutero, entonces, le dijo que procurara hacer los
mejores zapatos, y que los vendiera al precio justo para servir a su prójimo. Esto refleja cómo la
Reforma entendió la vocación.
Nuestra vocación y trabajo en general debe verse como un regalo de la gracia de Dios que Él preparó
para nuestro prójimo por medio de instrumentos humanos. Si, por ejemplo, soy recepcionista, y atiendo
al teléfono y recibo a las personas, ¡cuántas oportunidades tendré de servir a mi prójimo con una buena
palabra de aliento o con una sonrisa oportuna! Es cierto que mi empleador no me paga para predicar el
mensaje explícito del evangelio, pero es inevitable que el efecto implícito del evangelio se note en lo que
hago por amor a mi prójimo.
Dios nos da el privilegio de servir a nuestro prójimo con los dones y talentos que Él nos dio por su
gracia, para su gloria. Recuerda que tu vocación no se trata de lo que tú haces, sino de lo que Dios hace a
través de ti.
IMAGEN: LIGHTSTOCK.
Arturo Pérez es miembro del board de directores de Knox Theological Seminary donde
obtuvo su grado de Maestría en Estudios Bíblicos y Teológicos. Es autor de Síntesis del
Nuevo Testamento (Xulon, 2012) y Síntesis del Antiguo Testamento (Xulon, 2014). Como
vocación profesional, Arturo es Ingeniero Industrial enfocado en la Industria de Tecnología
y ha estado trabajando en Microsoft Corp por los últimos 20 años. Vive en el sur de la
Florida junto a su esposa Jeannie y su hija Priscilla, sirviendo en la iglesia de su
comunidad. Puedes encontrarlo en LinkedIn o en Twitter.