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ALGUNOS TEXTOS DE PRACTICOS A

FREUD: “SOBRE LA INICIACIÓN DEL TRATAMIENTO


(NUEVOS CONSEJOS SOBRE LA TÉCNICA DEL PSICOANÁLISIS, I)”

En este trabajo intenté compilar, para el uso del analista práctico, algunas de las reglas sobre la
iniciación de la cura. Por otra parte, las presento como unos consejos, y no las pretendo incondicionalmente
obligatorias. La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos
los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen a una mecanización de la
técnica, y hacen posible que un proceder de ordinario legítimo no produzca efecto algunas veces, mientras que
otro habitualmente considerado erróneo lleve en algún caso a la meta.

1. ENTREVISTAS PREVIAS

Con los enfermos de quienes sé poco, he tomado la costumbre de aceptarlos primero sólo
provisionalmente, por una semana o dos. Si uno interrumpe dentro de ese lapso, le ahorra al enfermo la
impresión penosa de un intento de curación infortunado; uno sólo ha emprendido un sondeo a fin de tomar
conocimiento del caso y decidir si es apto para el psicoanálisis. No se dispone de otra modalidad para ese
ensayo. Ahora bien, ese ensayo previo ya es el comienzo del psicoanálisis y debe obedecer a sus reglas.
Quizá se lo pueda separar de este por el hecho de que en aquel ensayo uno lo hace hablar al paciente y no le
comunica más esclarecimientos que los indispensables para que prosiga su relato.
La iniciación del tratamiento con un periodo de prueba así, fijado en algunas semanas, tiene además una
motivación diagnóstica. Si el enfermo no padece de histeria ni de neurosis obsesiva, sino de parafrenia, el
médico no podrá mantener su promesa de curación, y por eso tiene unos motivos particularmente serios para
evitar el error diagnóstico. Si bien ese ensayo no posibilite de manera regular una decisión segura, solo es una
buena cautela más.
Prolongadas entrevistas previas antes de comenzar el tratamiento analítico, hacerlo preceder por una
terapia de otro tipo, así como un conocimiento anterior entre el médico y la persona por analizar, traen nítidas
consecuencias desfavorables. En efecto, hacen que el paciente enfrente al médico con una actitud
transferencial ya hecha, y este deberá descubrirla poco a poco, en vez de tener la oportunidad de observar
desde su inicio el crecer y el devenir de la transferencia. De ese modo el paciente mantendrá durante un lapso
una ventaja que uno preferiría no concederle.

2. EXPECTATIVAS DEL PACIENTE

Tanto los legos como los médicos, que tienden aun a confundir al psicoanálisis con un tratamiento sugestivo,
suelen atribuir elevado valor a la expectativa con que el paciente enfrente el nuevo tratamiento. En
realidad, la actitud de los pacientes tiene un valor escaso; su confianza o desconfianza provisionales apenas
cuentan frente a las resistencias internas que mantienen anclada la neurosis. También alguien sumamente
idóneo para ejercer el psicoanálisis en otro puede comportarse como cualquier mortal y ser capaz de producir
las más intensas resistencias tan pronto como él mismo se convierta en objeto de análisis, siendo que la
neurosis se arraigue en estratos psíquicos hasta los cuales no calo la formación analítica.

3. TIEMPO

Con relación al tiempo, obedezco estrictamente al principio de contratar una determinada hora de sesión. A
cada paciente le asigno cierta hora de mi jornada de trabajo disponible; es la suya y permanece
destinada a él aunque no la utilice. No puede ser de otro modo. Cuando se adopta una práctica más
tolerante, las inasistencias “ocasionales” se multiplican hasta el punto de amenazar la existencia material del
médico. Y con la observancia más rigurosa de esta estipulación resulta, al contrario, que los impedimentos
contingentes no se producen y se vuelven rarísimas las afecciones intercurrentes. En casos benignos, o en
continuaciones de tratamientos muy extensos, bastan tres sesiones por semana. Otras limitaciones de tiempo

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no son ventajosas ni para el medico ni para el paciente. Un trabajo menos frecuente corre el riesgo de no estar
acompasado con el vivenciar real del paciente, y que así la cura pierda contacto con el presente y sea
esforzada por caminos laterales.
Una pregunta desagradable para el médico, que el enfermo le dirige al comienzo mismo: ¿cuánto durará el
tratamiento? ¿Cuánto tiempo necesita usted para librarme de mi padecimiento? Se responde, por así decirlo:
¡Camina!, y lo funda diciéndole que uno tendría que conocer el paso del caminante para estimar la duración de
su peregrinaje. Con esto se sale de las primeras dificultades. Es fácil, en efecto, que el neurótico altere su
tempo y en ciertos periodos solo haga progresos muy lentos (atemporalidad de nuestros procesos
inconscientes). El psicoanálisis requiere siempre lapsos más prolongados, generalmente más largos de lo que
esperaba el enfermo, por eso se tiene el deber de revelarle ese estado de cosas antes que él decida emprender
el tratamiento.
Desapruebo a comprometer a los pacientes a que perseveren cierto lapso en el tratamiento; les consiento que
interrumpan la cura cuando quieran, pero no les oculto que una ruptura tras breve trabajo no arrojará ningún
resultado positivo, y es fácil que, como una operación incompleta, los deje en un estado insatisfactorio. Algunos
pacientes dividen sus males en unos intolerables y otros que describen como secundarios y dicen: “basta con
que usted me libre de aquellos; en cuanto a los otros, ya les pondré término en la vida misma”. De ese modo,
sin embargo, sobrestiman el poder electivo del análisis. Sin duda, el médico analista es capaz de mucho, pero
no puede determinar con exactitud lo que ha de conseguir. Él introduce un proceso, a saber, la resolución
de las represiones existentes; puede supervisarlo, promoverlo, quitarle obstáculos del camino y también por
cierto viciarlo en buena medida; pero, ese proceso, una vez iniciado, sigue su propio camino y no admite
que se le prescriban ni su dirección ni la secuencia de los puntos que acometerá.

4. LOS HONORARIOS DEL MÉDICO

Con relación al dinero, los honorarios del médico. El analista no pone en entredicho que el dinero haya de
considerarse en primer término como un medio de sustento y de obtención de poder, pero asevera que en la
estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales. El hombre de cultura trata los asuntos de dinero de
idéntica manera que las cosas sexuales. Entonces, de ante mano está resuelto tratar las relaciones monetarias
ante el paciente con la misma natural sinceridad en que pretende educarlo para los asuntos de la vida sexual.
El psicoanálisis tiene derecho a adoptar la posición del cirujano, que es sincero y cobra caro porque
dispone de tratamientos capaces de remediar.
Por las mismas razones, tendrá derecho a negar asistencia gratuita, sin exceptuar de esto ni siquiera a sus
colegas o a los parientes de ellos. Un tratamiento gratuito importa para el psicoanalista mucho más que para
cualquier otro: le sustrae una fracción considerable del tiempo de trabajo de que dispone para ganarse la vida y
por un lapso de muchos meses. Además, es dudoso que la ventaja para el enfermo contrapese en alguna
medida el sacrificio del médico; muchas de las resistencias del neurótico se acrecientan enormemente por el
tratamiento gratuito.

5. USO DEL DIVÁN

Mantengo el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras uno se sienta detrás, de
modo que él no lo vea. En primer lugar, no tolero permaneceré bajo la mirada fija de otro ocho horas, o más,
cada día; y como mientras escucho, yo mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconscientes, no
quiero que mis gestos ofrezcan al paciente material para sus interpretaciones o lo influyan en sus
comunicaciones. Es habitual que el paciente tome como una privación esta situación que se le impone y se
revuelva contra ella, en particular si la pulsión de ver desempeña un papel significativo en su neurosis. A pesar
de ello, que tiene el propósito y el resultado de prevenir la inadvertida contaminación de la transferencia y
permitir que en su momento se la destaque nítidamente como resistencia.

6. ¿EN QUÉ PUNTO Y CON QUÉ MATERIAL SE DEBE COMENZAR EL TRATAMIENTO?

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No interesa para nada con qué materia se empiece, con tal que se deje al paciente mismo hacer su relato y
escoger el punto de partida. Lo único que se exceptúa es la regla fundamental de la técnica psicoanalítica,
que el paciente tiene que observar. Se lo familiariza desde un principio con ella: “Una cosa todavía, antes que
usted comience. En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de una conversación ordinaria. Usted
observara que en el curso de su relato le acudirán pensamientos diversos que preferiría rechazar con ciertas
objeciones críticas. Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese como lo haría, por ejemplo,
un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino del pasillo como cambia el
paisaje ante su vista. Por último, no olvide nunca que ha prometido absoluta sinceridad, y nunca omita algo so
pretexto de que por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo”.
Será oportuno amonestar al paciente para que trate su cura analítica como un asunto entre su médico y él
mismo, y no haga consabedoras a las demás personas, por más próximas que estén a él o por mucho que lo
inquieran. No opongo dificultad ninguna a que los enfermos mantengan en secreto su tratamiento, si así lo
desean, a menudo porque también guardaron secreto sobre su neurosis. Por añadidura, lo protege así de las
múltiples influencias hostiles que intentaran apartarlo del análisis. Tales influjos pueden ser fatales al comienzo
de la cura.

7. LA TRANSFERENCIA COMO RESISTENCIA

En ocasiones se tropezara con pacientes que empiezan su cura con la desautorizadora afirmación que no se
les ocurre nada que pudieran narrar, y ello teniendo por delante intacta toda la historia de su vida y de su
enfermedad. No se debe ceder, ni esta primera vez ni las ulteriores, a su ruego de que se les indique
aquello sobre lo cual deben hablar. El aseguramiento, repetido con energía, de que no existe semejante falta
de toda ocurrencia para empezar, y de que se trata de una resistencia contra el análisis, pronto constriñe al
paciente a las conjeturas confesiones o pone en descubierto una primera pieza de sus complejos. Todo lo que
se anuda a la situación presente corresponde a una transferencia sobre el médico, la que prueba ser
apta para una resistencia. Así, uno se ve forzado a empezar poniendo en descubierto esa resistencia; desde
ella se encuentra con rapidez el acceso al material patógeno.
Así como la primera resistencia, también los primeros síntomas o acciones casuales del paciente merecen un
interés particular y pueden denunciar un complejo que gobierne su neurosis. Hay pacientes que piden realizar el
tratamiento en otra posición, las más de las veces porque no quieren estar privados de ver al médico; por lo
común se les rehúsa el pedido, no obstante, uno no puede impedir que se las arreglen para decir algunas frases
antes que empiece la sesión, o después que se les anunció su término, dividiendo su tratamiento en un tramo
oficial, cuyo comportamiento es inhibido, y un tramo cordial, en el que hablan con libertad y comunican toda
clase de cosas, sin computarlas ellos como parte del tratamiento. Ese biombo que el paciente quería levantar,
se construye con el material de una resistencia transferencial.
Ahora bien, mientras las comunicaciones y ocurrencias del paciente afluyan sin detención, no hay que
tocar el tema de la transferencia. Es preciso aguardar para este, el más espinoso de todos los
procedimientos, hasta que la transferencia haya devenido resistencia.

8. ¿CUÁNDO DEBEMOS EMPEZAR A HACER COMUNICACIONES AL ANALIZADO? ¿CUÁNDO ES


OPORTUNO REVELARLE EL SIGNIFICADO SECRETO DE SUS OCURRENCIAS? ¿CUÁNDO SE PUEDE
EMPEZAR A INTERPRETAR?

La respuesta solo puede ser esta: no antes de que se haya establecido en el paciente una transferencia
operativa, un rapport en regla. La primera meta del tratamiento sigue siendo allegarlo a este y a la
persona del médico. Para ello no hace falta más que darle tiempo.
Aun en periodos posteriores del tratamiento habrá que proceder con cautela para no comunicar una sola
solución de síntoma y traducción de un deseo antes que el paciente esté próximo a ello, de suerte que solo
tenga que dar un corto paso para apoderarse él mismo de esa solución. La comunicación prematura de una
solución pone fin a la cura prematuramente, tanto por las resistencias que así se despiertan de repente como
por el alivio que viene con la solución.

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¿Es nuestra tarea prolongar el tratamiento y no llevarlo a su fin lo más prematuramente? ¿No padece el
enfermo a causa de su no saber y no comprender, y no es un deber hacerlo sapiente lo más pronto posible,
cuando el medico lo adviene? Para responder se necesita una excursión sobre el significado del saber y el
mecanismo de la curación en el psicoanálisis.
Si bien en los tiempos iniciales de la técnica analítica atribuíamos elevado valor al saber del enfermo sobre lo
olvidado por él, y apenas distinguíamos entre nuestro saber y el suyo, con la segura expectativa de llevar así
neurosis y tratamiento a un rápido final; el éxito esperado no se producía. ¿Cómo podía ser que el enfermo,
conociendo ahora su vivencia traumática, se comportara empero como si no supiera más que antes?
Fue preciso entonces quitar al saber cómo tal el significado que se pretendía para él, y poner el acento sobre
las resistencias que en su tiempo habían sido la causa del no saber y ahora estaban aprontadas para
protegerlo. El saber consciente era sin duda impotente contra esas resistencias, y ello aunque no fuera
expulsado de nuevo.
Los enfermos saben sobre la vivencia reprimida en su pensar, pero a este último le falta la conexión con
aquel lugar donde se halla de algún modo el recuerdo reprimido. Solo puede sobrevenir una alteración si el
proceso consciente del pensar avanza hasta ese lugar y vence ahí las resistencias de la represión. La
comunicación consciente de lo reprimido no deja de producir efectos en el enfermo, claro que no exteriorizara
los efectos deseados, sino que tendrá otras consecuencias: primero, incitará resistencias, pero luego, una vez
vencidas estas, un proceso de pensamiento en cuyo decurso terminará por producirse el esperado influjo sobre
el recuerdo inconsciente.

9. PADECIMIENTO Y DESEO DE SANAR DEL PACIENTE COMO MOTOR DEL TRATAMIENTO, DE


LA CURA.

El motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo, que ahí se engendra, de sanar.
Es mucho lo que se debita de la magnitud de esta fuerza pulsional, sobre todo la ganancia secundaria de la
enfermedad.
Pero esta fuerza pulsional misma, de la cual cada mejoría trae aparejada su disminución, tiene que
conservarse hasta el final.
Ahora bien, por si sola es incapaz de eliminar la enfermedad; para ello le faltan dos cosas: (1) no conoce los
caminos que se deben recorrer hasta ese término y (2) no suministra los montos de energía necesarios contra
las resistencias.
El tratamiento analítico remedia ambos déficit: en cuanto a las magnitudes de afecto requeridas para vencer
las resistencias (2), las suple movilizando las energías aprontadas para la transferencia; y mediante las
comunicaciones oportunas muestra al enfermo los caminos (1) por los cuales debe guiar esas energías.
La transferencia a menudo basta por sí sola para eliminar los síntomas del padecer, pero ello de manera solo
provisional, mientras ella misma subsista. Así sería sólo un tratamiento sugestivo, no un psicoanálisis.
La transferencia merece el nombre de un tratamiento psicoanalítico si ha empleado su intensidad para
vencer las resistencias. Es que solo en ese caso se vuelve posible la condición de enfermo, por más que la
transferencia, como lo exige su destinación, haya vuelto a disolverse.
Además, en el curso del tratamiento es despertado otro factor propiciados: el interés intelectual y la
inteligencia del enfermo.
Transferencia e instrucción como las nuevas fuentes de fuerza que el enfermo debe al analista.
Empero, de la instrucción se vale solo en la medida en que es movido a ello por la transferencia, y por eso la
primera comunicación debe aguardar hasta que se haya establecido una fuerte transferencia; y, las posteriores,
deben hacerlo hasta que se elimine, en cada caso, la perturbación producida por la aparición, siguiendo una
serie, de las resistencias transferenciales.

FREUD, S. REFERENCIAS SOBRE LA REACCIÓN TERAPEUTICA ENGATIVA.


FICHA DE CÁTEDRA.

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Hay personas que reaccionan en un sentido inverso a los progresos de la cura. Cada una de las soluciones
parciales que habría de traer consigo un alivio o una desaparición temporal de los síntomas provoca,
por el contrario, en estos sujetos, una intensificación momentánea de la enfermedad, y durante el
tratamiento empeoran en lugar de mejorar. Muestran la llamada reacción terapéutica negativa.
En estos enfermos hay algo que se opone a la curación, la cual es considerada por ellos como un peligro;
predomina en ellos la necesidad de la enfermedad y no la voluntad de curación.
Estas personas conservan intensidad suficiente para constituir el mayor obstáculo a la curación, obstáculo más
fuerte que la inaccesibilidad narcisista, la conducta negativa para con el médico y la adherencia a la
enfermedad.
Se trata de un factor de orden moral, de un sentimiento de culpabilidad, que halla su satisfacción en la
enfermedad y no quiere renunciar al castigo que la misma significa. Pero este sentimiento de culpabilidad
permanece mudo para el enfermo. No le dice que sea culpable, y de este modo, el sujeto no se siente culpable,
sino enfermo.
Resulta muy difícil convencer al enfermo de este motivo de la continuación de su enfermedad, pues preferiría
siempre atenerse a la explicación de que la cura analítica no es eficaz en su caso.
La tercera forma del masoquismo, el masoquismo moral, resulta singular para mostrar una relación menos
estrecha con la sexualidad. Lo que importa es el sufrimiento mismo, aunque no provenga del ser amado, sino
de personas indiferentes o incluso de poderes o circunstancias impersonales. El verdadero masoquismo ofrece
la mejilla a toda posibilidad de recibir un golpe.
Nos ocuparemos primero de la forma externa de este masoquismo. El tratamiento analístico nos presenta
pacientes cuya conducta contra el influjo terapéutico nos obliga a adscribirles un sentimiento inconciente de
culpabilidad.
Nos es posible reconocer a tales personas (la reacción terapéutica negativa) y no ocultamos tampoco que la
energía de tales impulsos constituye una de las más graves resistencias del sujeto y el máximo peligro para el
buen resultado de nuestros propósitos médicos o pedagógicos.
La satisfacción de ese sentimiento inconciente de culpabilidad es la ventaja de la enfermedad, o sea, la suma
de energías que se rebela contra la curación y no quiere abandonar la enfermedad. Los padecimientos que la
neurosis trae consigo constituyen precisamente el factor que da a esta enfermedad un alto valor para la
tendencia masoquista.
Un padecimiento queda entonces sustituido por otro y vemos que de lo que se trataba era tan solo de
poder conservar cierta medida de dolor.
El sentimiento inconciente de culpabilidad no es aceptado fácilmente por los enfermos. Saben muy bien en qué
momento (remordimientos) se manifiesta un sentimiento conciente de culpabilidad, y no pueden convencerse de
que abrigan en su interior movimientos análogos de los que nada perciben.
Pero no podemos prescindir de juzgar y localizar este sentimiento inconciente de culpabilidad conforme al
modelo del conciente. Hemos adscripto al superyó la función de la conciencia moral y hemos reconocido en la
conciencia de la culpabilidad una manifestación de una diferencia entre el yo y el superyó. El yo reacción con
sentimientos de angustia a la percepción de haber permanecido muy interior a las exigencias de su idea (el
superyó). Querremos saber cómo el superyó ha llegado a tal categoría y por qué el yo ha de sentir miedo al
surgir una diferencia con su ideal.
El superyó conservo caracteres esenciales de las personas introyectadas: su poder, su rigor y su
inclinación a la vigilancia y al castigo. Ha de suponerse que la separación de los instintos provocada por tal
introducción en el yo, tuvo que intensificar el rigor. El superyó, o sea la conciencia moral que actúa en el, puede
mostrarse dura, cruel e implacable contra el yo por el guardado. El imperativo categórico de Kant es el heredero
directo del complejo de Edipo.
El superyó, sustitución del complejo de Edipo, llega a ser también el representante del mundo exterior real, y de
este modo, el prototipo de las aspiraciones del yo.
El complejo de Edipo demuestra ser la fuente de nuestra moral individual. En el curso de la evolución infantil,
que separa paulatinamente al sujeto de sus padres, va borrándose la importancia personal de los mismos para
el superyó.

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A las imágenes de ellos restantes se agregan luego las influencias de los maestros del sujeto y de las
autoridades por él admiradas, de los héroes elegidos por el como modelos, personas que no necesitan ser ya
introyectadas por el yo, mas resistente ya.
La última figura de esta serie iniciada por los padres es el destino.
Los sujetos despiertan por su conducta en el tratamiento y en la vida, la impresión de hallarse excesivamente
coartados moralmente, encontrándose bajo el dominio moral singularmente susceptible, aunque esta
“supermoral” no se haga consciente en ello.
Un examen más detenido nos descubre la diferencia que separa el masoquismo a tal continuación inconciente
de la moral. En esta última, el acento recae sobre el intenso sadismo del superyó, al cual se somete el yo. En el
masoquismo moral, el acento recae sobre el propio masoquismo del yo, que demanda castigo, sea por parte del
superyó, sea por los poderes parentales externos.
En ambos casos se trata de una relación entre el yo y el superyó, o poderes equivalentes a este último, y de
una necesidad satisfecha por el castigo y el dolor.
Constituye una circunstancia accesoria que el sadismo del superyó se haya claramente conciente mientras que
la tendencia masoquista del yo permanece casi siempre oculta a la persona y ha de ser deducida de su
conducta.
La inconciencia del masoquismo moral nos dirige sobre una pista inmediata. Podemos interpretar el sentimiento
inconciente de culpabilidad, como una necesidad de castigo por parte de un poder mental. Sabemos que el
deseo de ser maltratado por el padre, tan frecuente en las fantasías, se halla muy próximo al de entrar en una
relación sexual pasiva con él, siendo tan solo una deformación regresiva del mismo,
Aplicando esta explicación al contenido del masoquismo moral, se no revela su sentido oculto. La conciencia
moral y la moral han nacido por la superación y la desexualización del complejo de Edipo y provoca una
regresión desde la moral al complejo de Edipo.

El masoquismo crea la tentación de cometer actos pecaminosos, que luego habrán de ser castigados con
los reproches de la conciencia moral sádica o con las penas impuestas por el gran poder parental del destino.
Para provocar el castigo por esta última representación parental tiene el masoquismo que obrar
inadecuadamente, laborar contra su propio bien, destruir los horizontes que se le abren en el mundo real e
incluso poner término a su propia existencia real.
El retorno del sadismo contra la propia persona se presenta regularmente con ocasión del sojuzgamiento
cultural de los instintos, que impide utilizar al sujeto en la vida una gran parte de sus componentes instintivos
destructores. Esta parte rechaza del instinto de destrucción surge en el yo como una intensificación del
masoquismo.
El sadismo del superyó y el masoquismo del yo se completan mutuamente y se unen para provocar las
mismas consecuencias. Solo así puede comprenderse que del sojuzgamiento de los instintos resulte con
frecuencia un sentimiento de culpabilidad y que la conciencia moral se haga tanto más rígida y susceptible
cuanto más ampliamente renuncia el sujeto a toda agresión contra otros.
El masoquismo resulta un testimonio clásico de la existencia de la mezcla o fusión de los instintos. Su peligro
está en proceder del instinto de muerte y corresponder a aquella parte del mismo que eludió ser proyectada al
mundo exterior, en calidad de instinto de destrucción. Pero, como además integra la significación de un
componente erótico, la destrucción del individuo por si propio no puede tener efecto sin una satisfacción
libidinosa.

LACAN, J.; (1962) EL SEMINARIO. LIBRO 10: LA ANGUSTIA. CLASE VIII Y IX

CLASE 8: LA CAUSA DEL DESEO


Objeto a: la angustia es sin objeto, la angustia es su única traducción subjetiva. El mismo fue anunciado en la
fórmula del fantasma como soporte del deseo. ($ ROMBO a)
"¿Está el objeto del deseo adelante?". Tal es el espejismo en cuestión.

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El objeto, el objeto a, ese objeto que no ha de situarse en nada análogo a la intencionalidad de una noésis
(pensamiento), que no está en la intencionalidad del deseo, este objeto debe ser concebido como la causa del
deseo. El objeto está detrás del deseo.
El objeto es, en su función esencial, que se escapa en el plano de nuestra aprehensión.
La noción de causa pertenece a ese exterior, a ese lugar del objeto antes de toda interiorización.
En el fetiche se devela la dimensión del objeto como causa de deseo ¿qué es lo que se desea? No es lo que el
fetiche encarna en sí sino el fetiche causa de deseo. El deseo, por su parte, va a agarrarse de donde puede.
Para el fetichista, es preciso que el fetiche esté ahí. Es la condición en la que se sostiene su deseo.
Allí donde dicen yo (je) es ahí donde en el plano inconciente de sitúa a.
El deseo y la ley son la misma cosa en el sentido de que su objeto les es común. No basta pues con
reconfortarse diciendo que son, el uno respecto del otro, como los dos lados de la muralla, o como el derecho y
el revés. El mito de Edipo no significa más que esto. La relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo
la función de la ley traza el camino del deseo. El deseo, en cuanto deseo por la madre, es idéntico a la función
de la ley. Es en tanto la prohíbe que la ley impone desearla. Se desea a la orden.

CLASE: ACTING OUT Y PASAJE AL ACTO

Acting out (y su diferencia con el síntoma)


En relación a ello, Lombardi afirma que en casi todos los casos de acting out se pueden ubicar determinadas
coordenadas: ‘una acción inmotivada, enmarcada en cierta escenificación, que es relatada como situación
repetida, que se comente antes o después de la sesión.
El acting out es una acción dirigida al analista, le es relatada, mostrada, y como todo lo que es dirigido al
analista, pide interpretación, llama a la interpretación, se ofrece a la interpretación. Hay algo en el acting que
ostensiblemente excede la forma en que se expresa lo pulsional en el síntoma neurótico, donde siempre
aparece disfrazado, desplazado.
Además, el síntoma neurótico, a diferencia del acting, no necesariamente pide interpretación’ –sí cuando es un
síntoma de análisis- (Lombardi, 1991, pág. 78) La característica particular del acting es que se trata, como
afirma Lacan, de una transferencia salvaje sin analista, una transferencia lateral, fuera de sesión ya que la
causa del deseo se ha desplazado hacia otro escenario distinto del consultorio.
El acting aísla el objeto que debiera ser aislado en el análisis cuando esto no ocurre.
Se afirma entonces que el acting es una puesta en escena, dirigida al analista. Se trata de un fenómeno
que excede la transferencia operativa, se constituye en una transferencia salvaje sin analista. Este fenómeno
tiene lugar cuando algo del deseo se está escapando al análisis, cuando algo del objeto no es abordado en el
mismo.
Se observa que sujetos que presentan una tendencia al acto, tienden a manejarse en su vida cotidiana por
medio del acting y tiene sentido, entonces, que en la dirección de la cura algo del deseo se presente de esta
misma manera.
Algo del deseo que no puede ser puesto en palabras, que no puede entrar vía el significante, expresándose la
pulsión en primer plano, sin ser desfigurada. En relación a la cura, los pacientes que tienden a entrar vía la
acción presentan un desafío, en tanto es necesario poner en práctica un rodeo transferencial con el fin de
sintomatizar algo de ese deseo que busca expresión, algo de ese objeto que no está pudiendo alojarse
en el análisis y que el sujeto, vía acting, ofrece al corte.

Pasaje al acto
El pasaje al acto es una respuesta del sujeto frente a la angustia, a lo real. Tiene como característica el
exceso, exceso que empuja a lo real. Se trata de un fenómeno dirigido al Otro como imbarrable, Otro a quién no
le falta nada.
Por otro lado, el sujeto del pasaje al acto se presenta tan radicalmente barrado que se “hace” objeto. Se trata de
un dejarse caer del sujeto, haciéndose objeto y dirigido al Otro.
Es condición, en el pasaje al acto, la identificación al objeto que se le supone a ese Otro. Identificación que,
en el caso del suicidio, ubica al sujeto como desecho, como resto. Puede ubicarse en M esta sensación de
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exceso, de ansiedad incontrolable, que empuja al pasaje al acto. Predomina un exceso –de goce- que se trata
de cortar, de poner un límite.
De este modo la intervención frente al pasaje al acto no puede ser de tipo interpretativo. Se trata, más bien, de
una intervención en acto que frene ese empuje hacia lo real, esa caída.

LACAN, J. (1975) CONFERENCIA DE YALE


Ser analistas en un trabajo muy duro. Para elegir sus pacientes Lacan esperaba a que ellos testimoniaran
acerca de lo que esperaban de su petición.
Freud → se interesó por la histeria. Fue escuchándolas que leyó que había un inconciente. Lacan entonces
trata de reconocer qué cosa podría ser ese inconciente. Freud suponía que la causa de todas las neurosis
debía ser buscada en eso que llamaba inconciente.
Ahora, en nuestra experiencia -puedo decir "la nuestra" en tanto ella es asimilable- ¿qué vemos nosotros?,
¿qué entendemos nosotros cuando emprendemos el análisis de una neurosis?
¿Diferencia entre conocimiento y creencia? (vinculado al hecho de que en análisis los pacientes creen saber
lo que dicen y que el saber de ver autenticado) Lacan afirma “lo que nosotros oímos en el curso de un análisis
es un esfuerzo para salir de todo eso por un camino que no tiene nada que hacer ni con el conocimiento, ni con
la creencia; salir de allí diciendo solamente lo que está en su espíritu” Y la gente asocia esto último a cómo fue
criado por su familia. Las histéricas de Freud estaban preocupadas por su padre.
Es siempre el relato del sueño, lo que sirve a la base de la interpretación. (Así como también los lapsus, los
actos fallidos, etc.)
El inconciente está estructurado como un lenguaje → Lo que crea la estructura es la manera en que el
lenguaje emerge en el inicio en un ser humano. Son verdaderos lenguajes los que encontramos tratando a los
sujetos que llegan a nosotros.
Las fases libidinales están profundamente ligadas con la adquisición del lenguaje. (Ej.: la concepción de higiene
está anclada en la concepción que tiene la madre de eso que ella espera del niño) Es alrededor del primerísimo
aprendizaje del niño que giran todas las etapas de lo que Freud llama sexualidad.
Lo que existe de más fundamental en las así llamadas relaciones sexuales del ser humano, tiene que ver con el
lenguaje.
Neuróticos → son aquello que son la mayor parte. Felizmente ellos no son psicóticos. Lo que se llama un
síntoma neurótico es simplemente algo que les permite vivir. Ellos viven una vida difícil y nosotros tratamos de
aligerar su no confort.
Cuando el analizante piensa que él es feliz por vivir es suficiente.
¿Cómo decide alguien autorizarse como psicoanalista en EEUU? → El PASE. Dar cuenta de las razones por
las cuáles un sujeto se cree capaz de ejercer en nombre del análisis.

LOMBARDI, G. (2009) RECTIFICACION Y DESTITUCION DEL SUJETO

DOS FORMAS DE SER DISCERNIDAS POR EL PSICOANALISTA.


Lacan designa como rectificación ese viraje en el que el sujeto cambia de perspectiva sobre algo real y concreto
de su síntoma: su participación en el mismo. La sola presencia del síntoma implica que, alternada o
simultáneamente, en lugar de responsabilidad hay culpabilidad e inocencia combinadas.
El neurótico, por ser hablante de lenguas equívocas, es un ser electivo, que en algún rincón de su estructura
escindida se reserva el derecho a optar, y que en particular puede elegir no rectificarse en nada.
Los empeños de rectificación a la fuerza encuentran de hecho una merecida respuesta en algunas modalidades
clínicas de la época: pacientes que desde el comienzo se niegan a entregar su síntoma, ya que entregarlo
llevaría rápidamente a evidenciar alguna relación con la causa, pacientes que solo muestran su padecer a la
manera de un actuar acéfalo, de una verdad, sin sujeto que dice al analista: antes de que yo rectifique nada,
fíjate desde qué posición me haces tu oferta terapéutica.

¿IMPLICACIÓN O DESIMPLICACIÓN?
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El primer movimiento del análisis no consiste en “implicar” al sujeto, sino mas bien en quebrantar su implicación
en la conducta sintomática, en romper la egosintonía de la neurosis; no “que se haga cargo” entonces, sino que
experimente más bien lo contrario, la amenidad, la extrañeza del síntoma.
Para que el síntoma salga del estado de enigma aún informulado, el paso que hay que dar no es que se
formule, sino que en el sujeto se esboce algo que le sugiera que hay una causa para eso.
Para Lacan → Síntoma: es lo que el sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello.
El analista solo puede interpretar el síntoma y esto es porque no puede conocerlo objetivamente, ni tampoco
puede llegar a un saber exhaustivo sobre él: el síntoma es esa verdad sólida y opaca que resiste al saber
integrado en el Otro. Resiste al comienzo, a veces cede durante un tiempo pero luego revive durante el
tratamiento, y resistirá hasta el final del psicoanálisis, para afirmarse entonces como un incurable capaz de
derrumbar al sujeto supuesto saber en una caída que puede ser concluyente, abrir otras opciones. Mientras
dura el tratamiento, él no es del todo responsable porque está dividido, y la causa de su división, la causa
actualizada en el análisis, es el analista.
La rectificación pensada como un “hacerse cargo” implica un estatuto imaginario y moral yo-yo. La única
responsabilidad que le compete es del orden del goce, subjetiva e Icc. La rectificación entonces, tiene más
que ver con reintroducir otro escenario psíquico. Producir un movimiento que transforme el síntoma para que el
sujeto convoque el saber y promueva asociaciones.

UNA CONDICIÓN PARA TODA RECTIFICACIÓN VERDADERA.


Una verdadera invitación al análisis exige, antes que la rectificación subjetiva del paciente, la destitución
subjetiva del analista. El psicoanálisis se evidencia como un lazo social que admite e incluso promueve la
incompatibilidad de la coexistencia simultánea de dos sujetos. Preparado por su propio análisis, el analista, para
serlo, ha de admitir no ser sujeto sin por ello aniquilarse como ser hablante ni como deseante. Acepta ser
tomado como significante, como objeto, como causa, resignando la posición de sujeto. El analista no puede
presentarse sintomático. Lo destituyente supone, no “ser analista”, que parece un titulo, sino ser el analista de
este analizante en particular.
Esa destitución del sujeto se distingue de un des-ser o de una falta en ser; la destitución subjetiva permite ser
fuera de los títulos, de las insignias, de los reconocimientos, es ser entre los significantes, en la morada que
reserva al analista a la actividad singular que se le ha destinado.
Esta destitución, ese ser desalienado que se singulariza y se resuelve en cada encuentro verdadero con un
analizante, no es algo adquirido de una vez y para siempre, solo puede ser en acto, y como tal ha de renovarse
cada vez. Ha de ser entonces una destitución, incluso si ya experimentada, producida cada vez en el encuentro
con tal analizante en particular.
El análisis se interrumpe cuando los prejuicios del analista lo demoran demasiado tiempo en la posición de
sujeto (Dora con el Sr. K).
Actino out, “es verdad, pero no sujeto”. Lo que impropiamente llamamos “síntomas actuales” tiene esta
estructura, se muestra o se dice seguramente con verdad, verdad para el Otro, para cualquier Otro, pero sin
que nada desimplique al sujeto del síntoma como para que él pueda advertirlo en tanto tal, como para que se
produzca en él ese efecto divisorio que se necesita para que el psicoanálisis comience y se sostenga como tal,
como análisis, como despliegue de los enredos simbólicos del sujeto.
¿Cómo convocar en este caso al sujeto?
- en el plano de la transferencia. Cuando el paciente llega en posición de objeto, y no de sujeto
dividido, es decir en posición de actuar y no de padecer, hay ya transferencia, pero transferencia salvaje.
- En el plano de la interpretación tampoco hay mucho que esperar, salvo que esa intrusión subjetiva
del analista en que cosiste la interpretación permita pasar a otro plano, que es el decisivo.
- El plano del ser, que es el plano del acto analítico, es donde el analista tiene la chance de hacerse
fuerte con su destitución de sujeto.
La interpretación puede ser mejor o peor, exacta o inexacta, más próxima o más lejana del punto de encuentro
entre goce y deseo, pero en cualquier caso, el paciente de difícil acceso no está dispuesto a reconocer su
eficacia, porque su objetivo primero, que es el de la transferencia salvaje, es lograr la destitución del Otro como
sujeto. Solo si el partenaire se aviene, podrá ser que él pueda confiársele un poco, y admitir entonces ante él, la
9
extrañeza de la pulsión que invade su intimidad de sujeto, o confesar la culpabilidad Icc de la que él mismo no
tiene memoria.
La intervención preliminar al análisis y lo que hace posible su sostén, es la destitución subjetiva del
analista.

LACAN AL REVÉS.
Para el caso del ser hablante en tanto ser electivo, la dimensión del ser, incluso cuando parece un permanecer,
implica una decisión, en ese caso la de permaneser.
En lugar de responsabilizar prematuramente al paciente, pongamos sobre el tapete qué hay tenido de liberador
la terminación de un análisis.
Es verdad que en el final de un análisis se encuentran imposibilidades, lo incurable, el síntoma, el fracaso del
Otro como intérprete, etc., se encuentra en suma la castración, pero esta no es un dato solamente negativo, la
doctrina psicoanalítica dice que es un contrafuerte para el deseo y para los goces efectivamente asequibles,
que es un punto de apoyo para el acto, para salir de la fantasía en la que el neurótico, el perverso y el psicótico
demoran la realización de sus actos más interesantes.
La verdadera carencia que viene a mostrar el síntoma es la irresolución, la falta de un ser que elige no elegir.
Decirle “hacete cargo” es apelar a la cobertura yoica sin que nada de eso se modifique. El analista, destitución
subjetiva mediante, se hace causa de la división, de la irresolución. El análisis apuesta a la libertad electiva.
La destitución subjetiva implica: no comprender, no ser parte interesada, permitir la escucha, alojar el
padecimiento, desplegar la demanda, omitir el juicio, etc.
Lo que la castración ha evidenciado como falta de saber y falta de ser en el Otro en el final de un análisis,
puede redundar en una ganancia de ser en el analizado, ser en acto, elección, ejercicio de esa aptitud que
caracteriza al ser hablando de lenguas equivocas.

SUJETO Y SER HABLANTE. DOS FORMAS DEL SER DISCERNIDAS POR EL PSICOANÁLISIS.
Dos formas del ser hablante. Ambas se apoyan en un rasgo que diferencia a este de un ente programable: la
aptitud para elegir. Esa aptitud es tan importante, que todo lo demás, incluyendo los mecanismos de la neurosis,
la perversión o la psicosis, resultan secundarios, en la medida en que son ya el resultado de la toma de posición
de un ser que por su intervención en un momento electivo estructurante, queda escindido entre pulsión y
defensa.
- Ser del sujeto, es la que el psicoanalista encuentra en el comienzo verdadero del análisis, es el
síntoma. Es el analizante como subjetctum (aquello que resiste invariable el cambio en toda transformación),
como soporte de la cura analítica. La verdadera carencia revelada por el síntoma es la irresolución, la falta de
un ser que elige no elegir, que para hacerlo se extraña del tiempo, en el estilo de un “no todavía”, simulando que
no pierde ninguna opción, porque tampoco apuesta.
- Ser en acto, que implica una salida de la representación y por lo mismo puede constituir un acceso
a la presencia, tan requerida en el acto del psicoanalista.
Los intentos de solucionar la división del analizante mediante algún consejo, alguna toma de partido entre sus
partes divididas no puede sino resultar un fiasco, como siempre que en un psicoanálisis se reemplaza de
manera sostenida su orientación propia por un procedimiento sugestivo.
Lo que esperamos como resultado genuino no es un reforzamiento de la falta de ser, sino una ganancia de ser,
en acto, un acceso a otro ininterpretable que ya no es del síntoma: el acto.

LOMBARDI, G. PROYECTO P039 DE LA PROGRAMACION 2008-2010 DE UBACYT:


MOMENTOS ELECTIVOS DE LA CURA PSICOANALISITCA DE LAS NEUROSIS.

Resultados de investigaciones anteriores nos mostraron la importancia de lo que no es mecanismo ni trauma


accidental en la constitución y en la cura psicoanalítica de las neurosis. En efecto, en ambas instancias está
siempre presente el ser capaz de elección.

Nos proponemos:
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1- aprender a detectar, describir y consignar en historiales clínicos adecuados aquellos momentos en que el
analizante ha elegido, o debiendo elegir no lo ha hecho, como hecho fundante de su neurosis
2 – consignar y describir aquellos momentos en que el analizante al comienzo, durante o al término de la cura
se ve confrontado a una nueva elección. Ejemplos de esto son la decisión de consultar, la de analizarse, las
distintas formas del agieren freudiano, la respuesta asociativa o resistencial a la interpretación, la interrupción y
la conclusión del tratamiento.

Estado actual del conocimiento sobre el tema


Sigmund Freud descubrió la participación de mecanismos inconscientes en la producción de los síntomas
neuróticos. Sin embargo el psicoanálisis evidencia que la etiología de la neurosis no es meramente accidental,
mecánica, orgánica, fisiológica, ni tampoco mero “mecanismo lingüístico”; su causa acaece en un ser capaz de
elección, y es en tanto sujeto de una elección que alguien resulta afectado de una neurosis. Lacan consideró
que la libertad de elección es constitutiva del ser hablante, y que en tanto tal incluso lo que le ocurre por
accidente lo afecta como sujeto de una elección (podía desear o no ese acontecimiento fortuito), y su respuesta
a esa causa accidental aun si es una respuesta defensiva puede entenderse como una toma de posición. Es
por esa condición esencial que se considera al ser hablante no sólo como sujeto-víctima de los mecanismos y
accidentes que lo afectan, sino también como responsable de sus actos.
Asumimos que el método psicoanalítico permite volver sobre la elección de la neurosis y de la posición
sintomática, inhibida o de angustia extraviada que ella condiciona, mediante una propuesta de libertad
asociativa, de exploración interpretativa de los límites de esa libertad, y de una conclusión que suele reabrir
opciones vitales. Para Lacan, el plus de libertad que permite el análisis suele apoyarse incluso en lo que del
síntoma resta de “incurable” – esa parte de sí que el sujeto conoce porque es él quien la padece, pero sin
reconocerse en ella -.
En psicoanálisis todo se juega en torno de las elecciones del analizante.
Ya desde antes de la consulta, y también en el primer tiempo del tratamiento, se pueden ubicar elecciones y
decisiones que hacen posible el encuentro con el analista: la decisión de consultar, la respuesta a las
interpretaciones, la activación transferencial de la resistencia a la sugestión, los cambios de posición subjetiva,
la decisión de analizarse, etc. Particularmente en esos momentos, aún sin saber exactamente cuánto hay de
pre-determinación y cuánto de electivo, el sujeto se ve llamado a optar.
No tiene ningún fin efectivo el tratar de generar un cambio de posición en el analizante en los tiempos en que el
analista quiere que ocurran. La perspectiva de Freud y de Lacan, que hace nuestro marco teórico, metodológico
y ético, indica por el contrario que es en la medida en que la invitación o invocación analítica resulta tentadora
para el analizante, que éste puede elegir cambiar su posición (o no).

Hipótesis:
1- Si bien buena parte de la estructuración de la neurosis y del ocasionamiento de sus manifestaciones clínicas
pueden explicarse en términos de mecanismo, es posible aislar en todos los casos algunos momentos decisivos
en que el paciente, en tanto ser hablante, ha debido elegir en una alternativa respecto de la cual en principio él
es capaz de hacerlo, y no lo ha hecho, ha evitado hacerlo.
2- La puesta en acto transferencial expone la actualización, de al menos algunas de esas circunstancias, en las
que el ser hablante debió tomar partido y no lo hizo, y cuyo resultado ha sido la producción de síntomas como
formación de compromiso entre opciones contrapuestas.
3- Ya en la primera fase del encuentro con el analista está en juego una revisión de tales elecciones no
efectuadas.
4- Los resultados del tratamiento psicoanalítico pueden ser esclarecidos a partir de los momentos electivos que
se han manifestado bajo las condiciones del tratamiento.

Metodología
El objeto de estudio de nuestra investigación son los momentos electivos que pueden verificarse en el
tratamiento psicoanalítico de una neurosis. Definimos momentos electivos a esos momentos en que el ser
hablante ha de expresar una preferencia o un rechazo, dicho de otro modo una toma de posición ante el deseo
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del Otro, con consecuencias sobre su forma de gozar (activa, pasiva, o de diátesis media respecto de la
exigencia pulsional incitada por el deseo del Otro).

Antecedentes en la temática. Trae como antecedente al proyecto anterior.


En el período 2001-2003 de la programación de UBACYT comenzamos una investigación teórica sobre la
definición y la etiología del síntoma en clínica psicoanalítica que nos permitió luego presentar un proyecto
empírico-experimental en 2004-2007 que focaliza el proceso diagnóstico en una muestra de casos del Servicio
de Clínica psicológica de Adultos dependiente de la Facultad de Psicología. En esa investigación el diagnóstico
no se planteó solamente como clasificación del síntoma a partir de un saber exterior, sino que se basó en la
perspectiva del sujeto, y en su participación en la producción del síntoma. Definimos como implicación causal
del sujeto al momento y la operación en que el sujeto advierte que hay una causa cuyo resultado es el síntoma,
y que esa causa le concierne, vislumbrando su participación en la producción de ese resultado que es el
síntoma4. Es un momento marcado por la angustia, y toma formas diversas en los distintos tipos clínicos. En las
neurosis facilita un cambio en la posición del sujeto respecto del síntoma (encontramos el paradigma de esto en
lo que obtiene Freud de su paciente en el comienzo del tratamiento de sus casos Dora y el Hombre de las
ratas). En las psicosis evidencia la negativa radical del sujeto a corregir su posición respecto del síntoma, al
menos mientras no haya un cambio en el Otro (lo que es minuciosamente descripto por Lacan como el rechazo
o forclusión que está en la base de la posición y de los síntomas del psicótico).
Esa implicación por la que el sujeto advierte el síntoma como algo extraño de sí mismo, permite comenzar a
ubicar los efectos propiamente analíticos del tratamiento, consistentes en una transformación del síntoma como
consecuencia de un cambio de posición del analizante. Cada uno de esos momentos no puede ser producido
desde el exterior, sino que requiere una elección, ese actus propius del ser hablante. Varias publicaciones
hemos realizado contemplando este viraje en nuestras investigaciones, que nos llevó desde las
determinaciones inconscientes a la participación del analizante en la producción de sus síntomas, de sus actos,
de sus sueños, etc.

Resultados y dificultades de la investigación


Respecto de los dos primeros objetivos, el psicoanálisis puede entenderse como una puesta en suspenso de
decisiones importantes a fin de revisar las coordenadas personales en que ellas se realizarían; sin embargo, el
proceso psicoanalítico pone en juego cada vez, en cada encuentro, lo que hay de electivo y no puramente
mecánico, en el cumplimiento de la regla fundamental en que se basa su método.
La primera dificultad es la de distinguir, en la situación efectiva del neurótico, entre lo electivo y los mecanismos
de la neurosis que se ejecutan automáticamente. Hemos abordado esta dificultad investigando los momentos
previos a la formación de los síntomas, momentos que curiosamente están siempre ligados a una circunstancia
en que se trata de elegir, y que pueden ser rastreados en la elaboración clínica de cada caso. Dichos momentos
particularmente el del ocasionamiento reciente de la neurosis, el momento previo a la constitución del síntoma
en la infancia, la posición actual del sujeto en relación a su síntoma; indagamos además qué desencadenó la
consulta al analista, el momento de pasaje del síntoma como padecimiento al síntoma analizante, las distintas
formas de actualización transferencial del síntoma durante la cura, la terminación del análisis como elección
basada en una satisfacción.
Otra dificultad, es la de advertir la elección presentada como tal pero que en verdad no concierne al sujeto en
análisis –supuestas elecciones voluntarias que se limitan al yo- que no atienden a la particularidad, que
desconocen el deber de ajustarse a la estructura, etc. ¿Quién es el que se analiza con el analista? El sujeto en
tanto división subjetiva, el énfasis en el análisis y no en la síntesis yoica, el yo en tanto camuflaje adaptativo a
las exigencias del contexto.
Por esta vía pudimos examinar la congruencia entre las particularidades de la transferencia y la presentación o
no de momentos electivos, que constituye nuestro tercer objetivo. La transferencia entendida como un actuar en
el marco del tratamiento, es no sólo un mecanismo repetitivo, sino una toma de posición ante el partenaire que
se hace con el síntoma en tanto analizante del deseo del Otro puesto en juego en su intervención y
particularmente cuando esta intervención incide sobre alguna de las instancias cruciales para el sujeto: trauma,

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posición defensiva ante lo pulsional y el síntoma mismo en tanto real separable de las interpretaciones con que
lo atempera la fantasía.
Hemos constatado aquí que algunas de estas variables ya están en juego en la iniciación de los tratamientos en
el servicio (cuarto objetivo).

SOLER, C.; EL ACTING OUT EN LA CURA.

El enseñante no es el amo, es un sujeto que pone su división a la obra. ¿Cuál? La de decir, y más precisamente
la de “decirse”, cuando es una cura. Pero esta tarea tiene un límite, el de lo imposible, porque todo no puede
decirse. Hay entonces, durante el curso de la cura y a su término, un interrogante concerniente a lo que
podríamos llamar la clínica de lo imposible de decir. Entre aquello que en una cura, cesa de no decirse
(contingencia) y lo que permanece imposible de decir, ¿Cuál es el lugar del acting out?
Es el Icc que determina al sujeto el que debe ser sacado a la luz. Sin embargo, hay una ambigüedad en el
“decirse”, porque el “se” podría designar tanto al remitente como al destinatario.
La paradoja de la tarea analizante es que se demanda al sujeto decir aquello que es, allí donde no es, allí
donde es el Icc, Icc que es saber, pero saber sin sujeto. Es saber sin nadie para saberlo, sin “yo” pero que
además es saber que se dice sin nadie para decir, porque el sujeto, aquel que dice “yo” no puede considerarse
ni como agente de su Icc, ni de su síntoma, de su lapsus o de su sueño. El Icc es un saber solo confirmado
por el hecho de que se lo puede leer. Es un saber que se confirma porque su lectura tiene efectos,
especialmente efectos terapéuticos.
Lo que hace lo cotidiano de los seres hablantes es una elección del “no pienso”, a entender como “no pienso el
Icc” que sin embargo, es eje de pensamiento. Cuando el Icc habla, el sujeto no es, en el sentido de “yo”
(“moi, Je”). Esta represión primaria de los pensamientos del Icc, es también una represión de la falta en ser. El
neurótico se hace demasiadas preguntas, es que esta embarazado por su Icc. Porque si el sujeto no piensa su
Icc, sucede que el Icc piensa por él bajo una forma precisa: son las formaciones del Icc. El síntoma es un
trastorno del “no pienso”.
El Icc le recuerda su existencia al sujeto amo de sí mismo y el psicoanálisis intenta unir ambos. Y es la
transferencia referida por una parte al sujeto supuesto al saber, la que induce al sujeto a volverse hacia su Icc.
El imperativo analítico implica que el sujeto cambie la posición que quiera renunciar a su “no pienso”. Una de las
funciones de las entrevistas preliminares es asegurarse de que el sujeto pueda cambiar de posición, pueda
ponerse en esa posición que es la del esclavo (de la asociación libre), pueda asumir su “no soy”. Nadie, asume
su “no soy”, pero el analizante en todo caso, acepta hacer la prueba, porque ya la hizo, para su desagrado, en
el síntoma.
La paradoja del acting out es que la verdad está allí, pero de modo tal que desde el comienzo los analistas
reconocieron en él un malogro a la cura.
Acting out es el término que usó Strachey para el agieren freudiano.
Este out no hay que entenderlo como fuera del campo del análisis, no hay fuera del análisis desde que el sujeto
entra en la transferencia. Tampoco quiere decir fuera del consultorio del analista, quiere decir fuera de la esfera
de los recuerdos, fuera de la esfera de lo que se dice.
El agieren freudiano es un modo de la transferencia, la transferencia-resistencia. Lo reprimido no retorna allí en
el pensamiento, retorna en la acción, en el hacer, en el actuar.
La vida que el analizante tuvo no se rehace. Lo que cambia, es cómo él se sitúa en ella y el sentido que le da.
Reconstituir su historia es reencontrar la sucesión de las identificaciones del sujeto (S1… S1… S1…) y en cada
etapa, la verdad que allí se anuda. En cuanto al agieren, hay q decir que en la medida en que es legible, y
legible como repetición, no deja de participar, él también, del mismo registro del sujeto supuesto al saber, o sea,
del descifrado significante.
Rememoración y acting out están, al menos en parte, del mismo lado, el del Icc. Lo que está del lado de la
transferencia (puesta en acto) no es el acting out, es el pasaje al acto, porque se opone al trabajo del
significante.
El acting out es otra cosa, está del lado del Icc, de una manifestación salvaje del Icc. Una verdad se da a leer,
sobre todo cuando el acting out se impone como réplica de una intervención del analista.
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La interpretación del acting out, aunque posible, no es admisible para el sujeto. Y esto por falta de subjetivacion.
“Quien dice no es sujeto”.
Del síntoma el sujeto se queja, carga con su molestia y con su pregunta. El acting out, no se queja. Pasa
incluso desapercibido y a menudo parece relatada como por casualidad y sin que se plantee la pregunta por su
sentido. El síntoma es una opacidad subjetiva. Es reconocido por el sujeto, él se interroga con un ¿Qué quiere
decir? Dirigido a veces al analista. Se lo supone legible. Nada de todo esto para el acting out. El sujeto no sabe
lo que eso dice, ni siquiera que eso diga.
El acting out no tiene estructura de metáfora, sin embargo, se ubica en la dialéctica de la relación con el Otro:
habitualmente le está dirigido y le responde cuando la interpretación se extravía y se lo da a interpretar al buen
entendedor que falta. Acting out es cuando hay verdad dejada a cuenta; muestra, indica a la verdad en deuda.
El acting out es interpretable, pero no se debe interpretar porque su interpretación no es recibida por el
analizante. Sin embargo el analista tiene que responderle porque mientras el analizante está en act-out, no está
en posición de analizante. Él tiene que responderle, incluso pararlo. (Ejemplo de DORA)
La posición obsesiva consiste en obturar la inconsistencia del Otro allí donde no hay significante en el Otro, en
cubrir todo lo real con el significante. ¿Qué deviene lo real fuera del significante, que sin embargo existe? Pasa
al acto, a menudo irruptivamente, siendo sus formas extremas ya el suicidio o el acto criminal. El punto de
inconsistencia del Otro inspira al sujeto obsesivo odio y terror: él intenta cubrirlo con la marea de su trabajo
mental y con sus inhibiciones, pero ellas se desgarran en la irrupción del pasaje al acto.
El histérico es el sujeto mismo, el sujeto dividido, el Icc en ejercicio.
El sujeto dividido está en el lugar del agente, en el lugar del que ordena, para un beneficio que es de producción
de saber. Pero allí hay como un fingimiento del discurso. El sujeto histérico parece pedir el saber, pero lo que
quiere es el ser, el ser que a la vez falta (falta en ser) y desafía, pregunta su forma de remediar la falta en ser,
es el lazo social por el que intenta alojarse en el vacío del Otro.
El acting out, me parece ser por excelencia, en la histeria, el instrumento clínico de ese desafío: una ficción que
da a leer esa verdad que, del ser, queda fuera de las capturas del verbo, y que es a la vez “pito catalán” y
llamado al saber. Es acting out del ser, en búsqueda del partenaire que tiene una oportunidad de responder.
Pasaje al acto: no hay Otro. Cae el Otro y no hay más sostén para el sujeto.
Acting-out: acción mostrativa en tanto se dirige al Otro. Si hay dirección al Otro hay transferencia. En el acting-
out hablamos de transferencia salvaje, ya que hay dirección al Otro→ transferencia que no es alojada por el
Otro, no hay lugar para mí en el deseo del Otro. Se dirige al Otro en función de obtener una respuesta. Pero
esta respuesta no es del orden de la interpretación. Colette Soler plantea que el padecimiento que se dirige al
Otro no está subjetivado. En ese algo que se muestra lo importante es la respuesta, no la interpretación.
Pivote del Sujeto Supuesto Saber→ pasar de esa actuación a preguntarse por qué me pasa esto o qué
enigmático que es esto.

Freud → La pérdida de realidad en psicosis y neurosis.

La diferencia entre Psicosis y Neurosis radica en el vasallaje del yo.

Neurosis Psicosis

Conflicto Entre yo y ello Entre yo y realidad

Situación inicial El yo, al servicio de la realidad reprime una El yo al servicio del ello resigna la
moción pulsional. No es todavía neurosis. realidad. Huida inicial de la realidad
Obediencia a la realidad.

Segundo paso Indemnización del ello a expensas de la realidad y Compensación de la realidad, pero
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o reparación reestablecimiento de la satisfacción (en el no a expensas del ello, sino por la
síntoma) Reacción (del ello) contra la represión y creación de una nueva realidad.
fracaso de esta. El retorno de lo rep constituye la
enfermedad propiamente dicha. Intento de huida.

Afán del poder del ello q no se deja constreñir por la realidad. Rebelión del ello contra la
realidad. Expresan su incapacidad para adaptarse a la realidad. Reacción del yo con
angustia.

Acento En la segunda etapa, en el fracaso de la represión. Primer paso, q ya es en si mismo


Puede no darse. patológico.

Vasallaje del yo Realidad Ello

Resigna Satisfacción (ello) Realidad

Decisivo: del influjo objetivo del influjo del ello


Hiperpotencia

Pérdida de Se evita el fragmento de realidad q provocó la Desmentida de la realidad.


realidad represión, al modo de huida. Por ej en las
neurosis traumáticas o en las amnesias histéricas.
No quiere saber nada de esa realidad.

Sustitución d la Sustitución de la realidad por una más acorde al Reconstrucción de la realidad. La


realidad deseo en la fantasía: ámbito q fue segregado de fantasía también constituye la fuente
la realidad. El yo regresa a ella. La fantasía se de donde se construye la nueva
apuntala en un fragmento de la realidad, le presta realidad. El mundo fantástico quiere
un sdo simbólico. reeemplazar a la realidad.

Fracaso No puede crearse un sustituto cabal para la La subrogación de la realidad no se


pulsión reprimida. Fracaso de la represión. deja verter en los moldes de formas
satisfactorias.

Tramitación del Desvaloriza la alteración objetiva reprimiendo la Desmentir el hecho. Percepciones q


conflicto exigencia pulsional. Síntoma como resultado de corresponden a la nueva realidad
compromiso. (delirios y alucinaciones)

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