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Leandro Fernández Santa María.

F-2010/9 Estética 2018

-Analizar críticamente los conceptos burkeanos de lo sublime y de lo bello.

Normalmente no nos gusta sentirnos pequeños, no podemos soportar la humillación de


que se nos recuerdo sobre nuestra insignificancia. Cuando esto sucede nos ofendemos y
nos llenamos de resentimiento. Edmund Burke pensaba que estas experiencias podían
ser maravillosas y también muy importantes. En su libro De lo sublime y de lo bello,
Burke desarrolla ambos conceptos en profundidad. En el uso cotidiano de la palabra
sublime esta significa algo que es muy agradable, por ejemplo, cuando decimos que una
copa de Malbec es sublime. Pero esto no era en absoluto lo que le interesaba a Burke,
aunque hay un vínculo muy lejano entre su postura y el uso cotidiano de la palabra.
Para el pensador anglo-irlandés una experiencia sublime es una que es muy agradable,
pero por una razón peculiar: nos hace sentir insignificantes. Él mismo define lo sublime
como: Todo lo que resulta adecuado para excitar las ideas de dolor y pensamiento, es
decir, tolo que es de algún modo terrible, o se relaciona con objetos terribles, o actúa
de manera análoga al terror, es una fuente de lo sublime; esto es, produce la emoción
más fuerte que la mente es capaz de sentir. Burke señala más adelante: Cuando el
peligro o el dolor acosan demasiado, no pueden dar ningún deleite, y son sencillamente
terribles; pero,, a ciertas distancias y con ligeras modificaciones, pueden ser y son
deliciosos, cono experimentamos todos los días.
Lo sublime nos mueve de forma más profunda que lo bello. Los objetos bellos tienden
a ser pequeños, suaves, delicados y atractivos. Los sublimes son vastos, siniestros,
oscuros y amenazantes. Una flor, una muñeca de porcelana o un perrito pueden ser
bellos; una montaña, una tempestad o un acantilado son sublimes. Lo bello produce
placer, mientras que lo sublime nos causa estupor y temor, nos afecta visceralmente
pero, paradójicamente, nos deleita en cierto nivel.
Un ejemplo notable podrían ser las tormentas: vastos cielos oscuros y opresivos,
vientos fuerte, truenos y arboles tumbados. Sentimos que somos nada ante tanta
violencia poderosa. Esto nos ayuda aponer las cosas en perspectiva: nuestras pequeñas
preocupaciones y problemas cotidianos se vuelven menos relevantes, casi ridículos, ante
semejante espectáculo. Lo sublime es una emoción terapéutica. Al sentirnos
insignificantes dejamos de lado nuestro egoísmo y orgullo, es un potente correctivo.
Nos permite poner las cosas en perspectiva y darles el valor que les corresponde. Es una
maniobra psicológica que puede beneficiarnos de muchas maneras.
El romanticismo retomaría unas décadas más tarde este concepto burkeano.

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