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Concepcion Cabrera de Armida

En apariencia su vida es como la de tantas otras. El sendero trillado de la familia fue su camino.
Hija, novia, esposa, madre, viuda. El hogar fue el marco de su existencia.

Fue también el velo que ocultó su misión extraordinaria. Si algo la distingue es su amor siempre
creciente a la Eucaristía y su deseo de agradar a Jesús aun a costa de sacrificios.

María de la Concepción Cabrera Arias, a la que el Espíritu Santo colmó de sus carismas, nació en
San Luis Potosí, México, el día 8 de diciembre del año 1862. Sus padres, Octaviano Cabrera Lacavex
y Clara Arias Rivera, eran esposos ricos y excelentes cristianos, que la imbuyeron de una buena
educación religiosa, intelectual y social.

Conchita fue una niña como hay muchas. Nada especial. "Me gustaba jugar… a cosas de hombres",
comenta y confiesa:

"Desobedecía a mis padres, les pegaba a mis hermanos, me robaba el dulce y la fruta". Siendo aún
niña, a los 10 años, recibió la primera Comunión, que fue el alimento de su alma todos los días.

Fue novia de Francisco Armida y juntó en forma admirable el amor de Dios con el amor de su
prometido. Al mismo tiempo aumentó su preocupación apostólica por la formación catequética
que impartía a los hijos de los empleados de su casa y los enseñaba a leer y escribir.

A los catorce años, su primer baile y su único novio. Ocho años de noviazgo limpio y candoroso,
lleno de cariño para el que fue su marido.

"A mí nunca me inquietó el noviazgo en el sentido de que me impidiera ser menos de Dios. Se me
hacía tan fácil juntar las dos cosas. Al acostarme, ya cuando estaba sola, pensaba en Pancho y
después en la Eucaristía que era mi delicia. Todos los días iba a comulgar y después a verlo pasar.
El recuerdo de Pancho no me impedía mis oraciones, me adornaba y componía sólo para gustarle
a él, iba a los teatros y a los bailes con el único fin de verlo. Todo lo demás no me importaba".

A los veintidós años contrajo matrimonio con Francisco Armida, el 8 de noviembre de 1884, y amó
fielmente a su esposo del que tuvo nueve hijos, a los que educó según las leyes de Dios y de la
Iglesia, dándoles ejemplo de entrega a Dios, a la Iglesia y a la familia.
Conchita fue esposa solícita y fiel, madre abnegada y entregada a los deberes del hogar durante
los diecisiete años de matrimonio. Llevaba una vida social, acompañando a su marido a los bailes
de "La Lonja", a los teatros y tertulias.

Y en medio de esa vida el Señor la llama cada vez con más apremio. La Eucaristía es su vida.

"Tu misión será salvar almas" -escucha- y ella no entiende; piensa que se trata de su marido, sus
hijos, familiares y el servicio doméstico.

Crece su anhelo de ser toda de Dios. ¿Cómo se ama a Dios?, pregunta a las primeras religiosas que
conoce. Y comienza su estrecha intimidad y asidua familiaridad con el Señor, frecuentes
comunicaciones y gracias extraordinarias de unión con Él.

La familia Armida Cabrera se instaló y radicó en la ciudad de México a partir del año 1895. La vida
conyugal aumentó en Conchita la sed de Dios y el ardor apostólico. Todavía en vida de su marido,
es instrumento de Dios para iniciar las dos primeras Obras de la Cruz: El Apostolado y las Religiosas
de la Cruz. Y Conchita no aparece para nada, permanece en la oscuridad.

Me das más gloria en el estado en que te tengo (casada) que en el claustro", le dice el Señor. Y
también: "Te casaste para mis altos fines … para tu santificación y la de otras almas … para
ejemplo de muchos que creen incompatible el matrimonio con la santidad… y por otras razones
altísimas que Yo me reservo".

Cuando tenía 36 años de edad, meses antes del nacimiento de su noveno hijo, Conchita misma
escribió: "Llevo en mí tres vidas, a la cual más fuertes: la vida de familia con sus multiplicadas
penas de mil clases, es decir, la vida de madre; la vida de las Obras de la Cruz con todas sus penas
y peso que a veces me aplasta y parece que no puedo más; y la vida del espíritu o interior, que es
la más pesada, con sus altos y bajos, sus tempestades y luchas, su luz y sus tinieblas. ¡Bendito sea
Dios por todo!".

El año 1901, después de diecisiete años de matrimonio, habiendo quedado viuda a los 39 años de
edad, hizo voto de perfecta castidad que guardó hasta la muerte. Viven ocho de sus hijos. Se
dedica a ellos totalmente. Hay temporadas de grandes apremios económicos. Padece graves
enfermedades. Sufre penas y tribulaciones terribles.

Mientras cumplía con sus oficios de madre, secundando la vocación religiosa de dos de sus hijos,
desarrolló gran actividad apostólica en favor de los pobres y los enfermos y diligentemente cultivó
su vida interior fortaleciendo la oración y las prácticas ascéticas.

Y continúa su camino hacia Dios. La apoyan sus directores espirituales: El Padre Félix de Jesús
Rougier y varios obispos.
Editó muchos libros de temas piadosos, también escribió sobre su progreso espiritual, sobre sus
fenómenos místicos y sobre su múltiple actividad.

Suscitó y favoreció muchas obras apostólicas llamadas Obras de la Cruz, en cuanto que están
cimentadas y arraigadas en la Cruz de Cristo; efectivamente a los que participan en ellas, se les
exige un particular espíritu de sacrificio para expiar las penas de los pecados y para alcanzar la
santificación del mundo.

Las Obras que la Sra. Concepción Cabrera de Armida fomentó son:

1)El Apostolado de la Cruz, que impulsa a los que quieren santificar todos los actos de su vida.

2)La Congregación de las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo principal
propósito es, mediante una vida de continuo sacrificio y de adoración al Santísimo Sacramento,
expiar las injurias inferidas al Corazón de Jesús.

3)La Alianza de Amor con el Corazón de Jesús, para los laicos que se esfuerzan en cultivar en el
mundo el espíritu de las Religiosas de la Cruz.

4)La Liga Apostólica, que trata de reunir a los sacerdotes diocesanos que participan de las Obras
de la Cruz.

5)La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, fundada por el Padre Félix de Jesús Rougier.

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