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Polycentric Monarchies. How did early modern Spain and Portugal achieve and maintain a global hegemony?

Traducción: Martín González

Introducción

Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez y Gaetano Sabatini.

Habiendo establecido exitosamente su presencia a lo largo de Europa, Asia, África y

América a principios del siglo XVI, España y Portugal se convirtieron en las primeras potencias

imperiales a escala mundial. Entre 1580 y 1640, período durante el cual estuvieron unidas,

alcanzaron casi una hegemonía global. Aun cuando perdieron su primacía política en el siglo XVIII,

ambas monarquías sobrevivieron y continuaron disfrutando de un relativo éxito hasta principios del

siglo XIX; de hecho, su legado cultural y político persiste en varios países del mundo. El objetivo

de esta obra es responder a dos preguntas esenciales: ¿cómo y por qué fue esto posible?

Los historiadores que han estudiado las monarquías española y portuguesa han hecho dos

cosas: o bien han escrito la historia de España, Portugal, Italia, América, etc. de forma separada, o

bien han propuesto una “monarquía compuesta” con claros centros dominantes (Madrid y Lisboa) y

una serie de reinos, entidades o ciudades subalternos. Lo primero limitó su análisis en su afán de

rastrear la historia de los estados actuales. Al realizar una lectura anacrónica de un pasado diferente

a nuestro presente, adoptaron el discurso nacional para describir un período para el cual muchos

historiadores negarían la existencia misma de naciones. Mientras que para los historiadores

pertenecientes al primer grupo la historia de las monarquías española y portuguesa se convirtió en la

suma de una serie de historias nacionales separadas, para los integrantes del segundo grupo esa

historia podía ser reconstruida utilizando como modelo al estado moderno. La monarquía

compuesta que concibieron era un ente que dependía de relaciones dinámicas entre un centro y una

periferia, y que (lo confesasen abiertamente o no) podía ser asimilable en cierto grado al

colonialismo de los siglos XIX y XX. De forma tal que la historia de ambas monarquías se convirtió

en una narración de la relación entre el rey, por un lado, y las elites locales, por el otro. Esta historia

enfatizaba el rol del clientelismo, la feroz defensa de la autonomía local y la importancia de

constantes negociaciones. De acuerdo con este panorama, la “verdadera” política sólo se daba en

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Madrid y en Lisboa, mientras que la periferia era un mero receptor que podía aceptar o rechazar lo

que el centro tenía para ofrecer, pero que bajo ningún concepto participaba activamente en las

decisiones políticas a escala global. Ya que el colonialismo estaba involucrado, o bien los territorios

africanos, asiáticos y americanos de las monarquías eran estudiados separados de los dominios

europeos, o éstos [4] eran integrados en el conjunto a través de un análisis que argüía la existencia

de un “colonialismo interno”, similar al “externo”. En la medida en que los historiadores

concibieron de esta forma la experiencia histórica de las monarquías española y portuguesa, rara

vez se preguntaron sobre cuál fue su estructura, cómo los territorios europeos, africanos, asiáticos y

americanos permanecieron unidos y cuáles fueron los mecanismos que les permitieron expandirse

tan rápido y tan ampliamente, y mantener su hegemonía por tanto tiempo.

Los aportes de este libro proponen un modelo radicalmente diferente. En vez de retratar las

monarquías ibéricas como una acumulación de relaciones bilaterales de acuerdo con un patrón

radial, se sostiene que estas unidades políticas eran policéntricas, es decir, que permitían la

existencia de varios centros interconectados que no sólo interactuaban con el rey, sino también entre

ellos mismos, y que participaban activamente en las decisiones políticas. En vez de ser nacionales,

protonacionales o “coloniales”, fueron multiterritoriales. En la medida en que incluían numerosas

unidades distintas, tales como los reinos de España, los Países Bajos, el Sacro Imperio Romano,

varias ciudades-estado en Italia y Portugal, así también como diversos territorios de ultramar en

Asia, África y América, eran tanto estables como inestables. La constante negociación, contactos y

competencia entre sus diferentes subunidades y la continua mudanza del peso político de cada

territorio, garantizaba que, a pesar de su permanencia, la estructura interna de ambas monarquías

fuese altamente cambiante. En constante cambio, esta compleja geometría creó una estructura

política simultáneamente sólida y durable, por un lado, maleable y cambiante, por el otro. La

cohesión interna no era mantenida sólo mediante la coerción. Mayormente dependía de la adhesión

a un discurso de lealtad hacía el Rey y a la religión. Al mantener una lealtad doctrinal hacia Roma,

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al incorporar muchas de las funciones tradicionales de la Iglesia y mucho de su personal, al

absorber el principio de religión militante activa (con sus coralarios, como la intolerancia hacia el

disenso), los reyes ibéricos dotaron a sus coronas de un nuevo significado. El período de violencia

extrema que se desató en el siglo XVI creó un contexto que propició la apropiación de estas

concepciones, no sólo por parte de las elites europeas y americanas, sino también por parte de toda

la población. Mientras que los reyes desarrollaron mecanismos de incorporación territorial, los

eclesiásticos a su servicio elaboraron la idea del universalismo de su poder.

Si la religión y la fidelidad al rey eran importantes, también fue esencial la promesa (y a

veces el efectivo otorgamiento) de mayores oportunidades sociales, económicas, culturales y

políticas a las poblaciones locales, insertas ahora en una estructura más amplia, casi global. La

movilidad social y espacial era considerable, y así también las posibles recompensas. La

incorporación de territorios a la monarquía ofrecía a los individuos, a las familias, corporaciones y

entidades múltiples oportunidades. A pesar de las diferencias existentes entre cada uno de los

dominios, los territorios pertenecientes a la monarquía no pueden clasificarse fácilmente dentro de

la dicotomía centro versus periferia, colonias versus no colonias, territorios europeos versus

africanos, asiáticos y americanos.

Para poder presentar esta visión poliédrica de las monarquías ibéricas, esta colección de

ensayos incluye una serie de estudios de casos concretos interpretados y entendidos dentro del

contexto más amplio de la Monarquía. El principal argumento es que, a pesar de que es imposible

entender la totalidad sin el análisis de la especificidad espacial y temporal, ninguna de las regiones

pertenecientes a la monarquía puede ser estudiada sin considerar a las otras. Por lo tanto, a pesar de

que los autores son expertos en una región o lugar, todos se articulan dentro de una lectura global de

las historias locales tanto para historizar [5] como para desnacionalizar (y desencializar) sus

historias. En conjunto sostienen que, a pesar de las diferencias (algunas veces importantes), todas

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las unidades de la monarquía se consideraban (y en alguna medida lo eran) centros, y adherían a

prácticas y directrices comunes, ya que se contemplaban y se emulaban (o no) entre sí. No obstante

nuestro interés por avanzar en el conocimiento sobre las tempranas monarquías española y

portuguesa, nuestro principal objetivo es demostrar cómo al centrarse en los estados-naciones y en

concepciones colonialistas, el relato histórico ha oscurecido nuestra comprensión del pasado.

Evitando caer en una lectura anacrónica, los autores de este volumen sostienen, además, la

necesidad de descifrar el significado que “éxito” y “fracaso” poseían durante el período moderno

temprano. En lugar de comparar a las monarquías ibéricas con otros modelos europeos

(virtualmente Inglaterra) o juzgar su desempeño en base a criterios modernos tales como el grado en

que lograron la formación de una burocracia administrativa racional, aquí se insiste en que los

historiadores deben reconstruir el pasado de la misma forma en que los contemporáneos entendían y

juzgaban los eventos. Que hoy pensemos que las estructuras del pasado eran inadecuadas es tanto

menos importante que entender cómo los individuos, grupos y entidades políticas que conformaban

la monarquía ibérica encuadraban sus objetivos, buscaban llevarlos a cabo y si efectivamente lo

lograban. Tal análisis revelaría que ciertos aspectos que tradicionalmente se consideraban como

signos disfuncionales, o incluso fracasos, eran en realidad elementos sólidos que permitieron el

gobierno de tan extensos dominios. De esta forma, los conflictos jurisdiccionales no fueron

excepciones, sino la norma. Eran tanto el medio para asegurar la inclusión de los intereses locales,

así también como para neutralizar las tensiones centrípetas.

Se hace necesario, por lo tanto, estudiar las prácticas concretas que permitirán identificar

los elementos sobre los cuales las monarquías ibéricas basaron su expansión y éxito o, en otras

palabras, entender qué tenían los diversos territorios para ganar o perder, cambiar o conservar, al ser

incluidos dentro de esas enormes estructuras hegemónicas. Una historia comprensiva de las

monarquías ibéricas, en resumen, no debería describir lo que sucedía en la corte, sino cómo la

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Traducción: Martín González

realidad imperial era construida cotidianamente a nivel local. Al debatir estas cuestiones en varios

encuentros, los autores quieren compartir sus conclusiones con una audiencia más amplia.

El libro se encuentra organizado en tres partes que enfocan a las monarquías ibéricas como

construcciones territoriales. Parte I - Espacios de integración; Parte II – Espacios de

circulación; y Parte III - Proyecciones externas. Los primeros cuatro capítulos que conforman la

parte I (Schaub, Mazin, Cardim y Bentes Monteiro) examinan la integración de los diferentes

territorios dentro de la red monárquica. Schaub señala la profunda superposición entre las

instituciones españolas, portuguesas y locales en las Azores. Sostiene que el policentrismo era

reproducido debido a que la incorporación de territorios portugueses dentro de la monarquía

hispánica permitió que distintos poderes que obedecían a diversos intereses compitiesen localmente,

haciendo de la sociedad local un hibrido. Si bien las Azores experimentaron momentos tanto de

convergencia como de separación y conflicto respecto a la Monarquía, pertenecían a ésta y al

mismo tiempo defendían su individualidad. Mazin explica cómo diferentes centros pertenecientes a

la corona española competían entre ellos respecto a su prominencia. Anhelaban la aprobación real y

para ello tenían en cuenta la situación de los otros centros para tratar de que no sean favorecidos sin

justa causa. La preferencia dependía de múltiples factores, pero en última instancia [6] era

sancionada por el rey. Podía variar con el tiempo, a juzgar por el alzamiento gradual de América

dentro de las estructuras hispánicas paralelo al declive de los Países Bajos. Mientras que Mazin se

centra en el policentrismo de Madrid, Cardim lo hace sobre el de Lisboa. El parlamento portugués

(Cortes), sostiene, era una asamblea de ciudades que en conjunto podían representar al reino, pero

que individualmente trataban de defender sus propios intereses. Competían entre ellas por la

ubicación y distribución, pero dependían de que el rey les otorgue lo que ellas consideraban que era

un lugar apropiado dentro de la jerarquía que hacía de estas unidades disparejas un reino y una

monarquía. Y, aunque inicialmente el lugar dentro de la asamblea de los territorios ultramarinos no

era garantizado, eventualmente obtuvieron representatividad, no obstante poco, de Asia y Brasil.

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Bentes Monteiro incluso describe al cuerpo político multicéntrico de la monarquía portuguesa

enfatizando tanto los esfuerzos reales de reconstrucción tras la independencia de Portugal (1640),

así también como la reacción local en Bahía, Brasil. Ésta, sostiene, encontró su lugar dentro de la

compleja estructura política a través tanto de lazos afectivos como de importantes y dolorosos

sacrificios económicos.

Los cuatro casos demuestran el grado en el que la inserción dentro de la alta política

permitió la emergencia de la monarquía como un todo a la vez que modificó profundamente la

sociedad local. La colaboración tal vez podría haber sido consustancial para la existencia y

reproducción de la Monarquía, pero también fue central para la cultura y prácticas políticas que

emergieron a nivel local. Las tensiones entre un discurso global de lealtad y las necesidades locales

fueron continuas, pero en lugar de debilitar a las monarquías, las fortalecieron.

Las monarquías ibéricas también fueron espacios de circulación de gentes, dinero,

instituciones e ideas (véase las siguientes cinco contribuciones de Soria, Sabatini, De Luca, Zuñiga,

Herzog y Pardo en la Parte II). Soria examina el matrimonio entre individuos de diferentes

localidades a lo largo de España. Sostiene que la circulación de administradores, soldados y

personal eclesiástico, nombrados por el rey para servir en cargos fuera de sus regiones de

nacimiento, trajo aparejada una consolidación gradual de grupos transregionales y transnacionales,

que se encontraban unidos por lazos familiares y de amistad, pero que también se vinculaban a la

Corte. Sabatini estudia cómo los banqueros portugueses en Nápoles fueron capaces de conectar

diferentes centros de la monarquía a través de sus actividades económicas. Dependientes del rey en

Madrid, pero también en desarrollo en otras partes de la península ibérica, así también como en

Nápoles y en otras partes de Italia y Europa, construyeron una red que dependía de sus capacidades

individuales, sus contactos con la alta oficialidad, su posición local, y también del enorme espacio

político al cual pertenecían ahora. La ausencia de cualquiera de estos factores, sostiene Sabatini,

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habría hecho frágil su posición. De hecho, un virrey poco grato, o el levantamiento en Portugal (que

podía comprometer sus lealtades) podía fácilmente hundirlos, como ciertamente sucedió. Con el

estudio de la economía en Milán, De Luca demuestra que las deudas creaban relaciones no sólo

entre deudor y acreedor, sino también entre un vasto abanico de acreedores y el estado, que prestaba

dinero emitiendo deuda pública. Explicando que el crecimiento económico de la ciudad durante los

siglos XVI y XVII fue debido parcialmente a su inserción dentro de la monarquía española, analiza

cómo la sociedad local reaccionó ante la necesidad de ingresos por parte de la monarquía al adoptar

instrumentos y métodos económicos innovadores. Ser acreedor del rey aseguraba su lealtad.

Después de todo, no podía rebelarse contra una monarquía que debía a sus instituciones y a los

particulares tanto dinero en tan ventajosos términos. Aun así, en el proceso del préstamo, la

sociedad local fue profundamente modificada: [7] emergió una nueva estratificación social, la

colaboración entre las distintas unidades y localidades del ducado fueron aseguradas, tomaron

forma nuevas actividades económicas y fue apareciendo lentamente una nueva noción del dinero y

el crédito. La emergencia de nuevos grupos que circulaban ampliamente dentro de la monarquía fue

central para la supervivencia tanto de los localismos como del todo. No obstante, la suerte de tales

individuos se encontraba también ligada a sus territorios particulares: cuando Portugal logró

separarse de España, los Vaz de Nápoles se hundieron (Sabatini). Para evitar tal cambio de fortuna,

los acreedores de Milán permanecieron leales (De Luca).

Trasladándose al reino de las ideas, Zúñiga demuestra cómo las nociones de clasificación

social y racial transitaron el espacio, creando un efecto homogeneizador, y también permitiendo

interpretaciones locales. El movimiento de personas entre diferentes centros de la monarquía

promovió ciertas preocupaciones compartidas, pero no garantizó la idéntica respuesta por parte de

todos. Herzog demuestra que, en el proceso de proyectarse a escala global, el significado de la

hispanidad (y lo que no lo era) se había universalizado. En vez de depender del lugar o de la

descendencia como había sucedido anteriormente, pasó a designar la adherencia a una religión y

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cultura común que, teóricamente, compartían todos aquellos incluidos dentro de la Monarquía.

Pardo demuestra también que existía una cultura y un discurso político entre los habitantes de la

monarquía que ligaba a las diferentes unidades al conjunto.

En conjunto, los cinco ensayos correspondientes a la Parte II sostienen que, en paralelo a la

pervivencia de fronteras entre las diferentes unidades de las monarquías, existía una red policéntrica

que daba soporte a la difusión e intercambio de gente, bienes e ideas. Como elemento importante

que garantizaba el éxito de estos cuerpos políticos, esta circulación permitió la construcción

cotidiana de prácticas compartidas (así también como diferenciadas) y le otorgó al rey el soporte

político, ideológico y económico que necesitaba. Asimismo aseguró la existencia de una amplia

variedad de individuos y grupos cuyo destino y fortuna se encontraba ligado al continuo éxito de la

monarquía; y permitió a los contemporáneos la visión del territorio como un todo, en lugar de una

simple acumulación de unidades.

Finalmente, los últimos dos capítulos (Herrero y Ruiz Ibáñez, en la Parte III) analizan los

límites de las monarquías ibéricas, y dan cuenta de su naturaleza porosa y la importancia de la

proyección exterior en su éxito o fracaso. Herrero muestra que la integración de las elites locales en

la monarquía podía extenderse más allá de los límites políticos e incluía a los sectores dominantes

de las llamadas repúblicas mercantiles que no eran radicalmente diferentes en su orientación o

estructuras respecto a la misma monarquía. No sólo Milán y Nápoles (como De Luca y Sabatini

demuestran), sino también Génova y las Provincias Unidas se encontraban ligadas, sino que

también estaban dramáticamente afectadas por la Monarquía como resultado de pertenecer y no

pertenecer a ella al mismo tiempo. De acuerdo con Ruiz Ibáñez, debido a su compromiso de

defender al catolicismo, el rey español podía enviar soldados a París a tomar parte en lo que era

esencialmente una lucha local por el poder político y religioso. Que la historiografía francesa haya

interpretado este episodio como una conquista extranjera es una cosa. Pero en realidad fue otra. De

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hecho, visto desde la perspectiva de los contemporáneos, la presencia de tropas españolas en Paris

no fue una ocupación extranjera, sino la afirmación de una hegemonía mundial que podía ayudar a

los lugareños (o ser rechazadas por ellos) de acuerdo con las circunstancias.

En lugar de enmarcar su análisis en términos de “el pesado costo del imperio”, como los

historiadores habían hecho en el pasado, tanto Herrero como Ruiz Ibáñez sugieren que la reputación

del rey y del compromiso monárquico hacia ciertas políticas, así también como [8] la cooptación de

territorios que no estaban particularmente bajo su control, fueron vitales para la supervivencia de la

monarquía. Esta proyección hacia el exterior incluía alianzas a largo plazo que mantenían a raya a

poblaciones rebeldes (como en Paris) o que consolidaban redes económicas (como en las repúblicas

mercantiles) a través tanto de la dependencia como de la simbiosis.

Monarquías policéntricas es mucho más que un simple título. Representa la intención de

interpretar el pasado de manera diferente, llamando la atención sobre elementos que los

historiadores hasta ahora habían dado por supuestos. Insistiendo en las diferencias entre presente y

pasado, proponen una historia postnacional que rechaza el análisis centro-periferia, así también

como la separación preliminar entre metrópolis y colonias. En cambio, sugieren que si queremos

comprender la expansión y éxito (así también como eventuales fracasos) de las monarquías ibéricas

debemos profundizar en las relaciones entre las dinámicas locales y globales, construyendo una

historiografía verdaderamente internacionalizada que, sin eliminar las particularidades propias del

lugar y tiempo, se preocupe por lo que es común y reiterativo. La historia de las monarquías

ibéricas, sostenemos, es sobre todo la historia de los protagonistas que vivieron en ellas y que a

menudo sufrieron sus consecuencias.

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Epílogo.

Monarquías policéntricas: entendiendo las grandes organizaciones multinacionales del

periodo moderno temprano.

Alberto Marcos Martín.

Este es un libro generacional, el trabajo de un grupo de jóvenes historiadores que

reflexionan y trabajan en un nuevo contexto historiográfico. Sus nacionalidades y sus antecedentes

académicos, así también como su variada producción científica revela algo de sus principales

preocupaciones. Maduraron intelectualmente en los años 1990, cuando la historia política de los

siglos XVI y XVII sufrió una importante renovación. No sólo han contribuido de manera

sobresaliente, sino que también aportaron nuevas dimensiones. Su objeto de estudio aquí es el

desarrollo del estado en la Europa temprano moderna, particularmente en la Península Ibérica. El

mundo que analizan se encontraba compuesto por la monarquía española de los Habsburgo y la

portuguesa, dos de las unidades políticas más complejas y geográficamente extensas durante ese

período, que habrían de pervivir por largo tiempo y que incluso formaron una unidad de 1580 a

16401.

Para aproximarse al estudio de estas dos construcciones políticas, los autores de este libro

adoptan un enfoque en términos de poder global (incluso de hegemonía global); no piensan en

términos de estados-nación unitarios, sino de conglomeraciones compuestas de distintos dominios

dispersos a lo largo del planeta, y examinan corrientes temporales de larga duración y espacios poco

relacionados. A través de esto, reconstruyen y hacen suya la visión de los sujetos históricos, los

hombres que gobernaron estas unidades quienes, sin duda, pensaban en términos globales. En las

muchas ocasiones en que Juan de Zúñiga, embajador de España en Roma y Gregorio XIII se

1
Véase, por ejemplo, Gaetano Sabatini (a cura di), Comprendere le monarchie iberique. Risors materiali e

representation of the potere, Roma, Viella, 2010.

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reunieron en 1574, no sólo discutieron sobre las dificultades financieras de Felipe II y la obligación

del pontífice de alivianarlas mediante una gracia papal, sino también de la posible conformación de

una liga para enfrentar a los turcos, sobre eventos en Francia y, más frecuentemente debido a su

impacto directo a los intereses de ambos, sobre “asuntos del mundo”2. De forma similar, en 1630,

Bartolomé Spínola enfatizaba “la perturbación general [y] desconfianza alrededor del mundo con

respecto al crédito e intercambio” como medio de incrementar la valía de sus servicios como factor

general de Felipe IV en una coyuntura desalentadora en la que había prometido proveer de 666,000

escudos a Flandes y a Alemania, al mismo tiempo que sostenía que la crisis económica que estaban

experimentando era a escala planetaria, y que las dificultades que tenían que ser resueltas antes de

que el flujo de crédito comenzase a correr normalmente abarcaba a la “república internacional del

dinero” [218] en su totalidad.3 Y, en 1652, cuando el Consejo Real le daba las buenas nuevas a

Felipe IV de la capitulación de Barcelona, éste atribuyó la rebelión de Cataluña a una “conmoción

universal” que cada reino y provincia de Europa había sufrido desde 1640. Además, menciona la

situación del Rey de España quien “estuvo cerca de perder Flandes; [con] tendencias similares en

Nápoles y Sicilia [de tal forma] que esos vasallos estuvieron a punto de cambiar su lealtad; los

presidios principales de Toscana habían sido tomados por el reino Cristiano [de Francia] y, con

ellos, la puerta fue abierta para que la Francia infeste e invada Italia; [mientras] Portugal se rehusó
4
absolutamente a mostrar obediencia a [Vuestra Majestad] cuando coronó a un tirano como rey”.

Desde la perspectiva historiográfica, por lo tanto, el único elemento sorpresivo es la persistencia por

tan largo tiempo (más allá incluso de lo que la construcción de los estados modernos del siglo XIX

2
AGS (Archivo general de Simancas), Estado, legs. 923 y 924.
3
AGS, Consejo y Juntas de Hacienda, leg. 665 (Junta del 15 de julio de 1630). Aldo de Maddalena y

Hermann Kellenbenz (ed.), La repubblica internazionale del denaro tra XV e XVII secolo, Bologna, Il

Mulino, 1986.
4
AGS, Consejo y Juntas de Hacienda, leg. 985 (21 de octubre de 1652).

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demandó) de un enfoque nacionalista como aproximación al análisis de las unidades políticas

temprano modernas de las que, ponderadas desde su propio espacio y tiempo, no hay virtualmente

nada de “nacional” en ellas.

Aunque el camino por andar es largo, no existe ninguna duda de que los ensayos de este

volumen auguran nuevas contribuciones que sustituirán la perspectiva nacional adoptada por tantos

historiadores. Para abandonar lo “nacional” uno tiene que ir más allá de simplemente sustituir

ciertos marcos espaciales de referencia por otros; los autores de los capítulos de este libro fueron

movidos por su interés de ampliar el rango de temas y problemas analizados, utilizando, como

método principal indispensable, la perspectiva comparativa. Con este libro, en resumen, aspiran a

demostrar la cristalización práctica de estos elementos y la operatividad analítica y la fuerza de un

concepto paradigma que ellos definen como “monarquías policéntricas”, y que los editores definen

con especial cuidado en la introducción de estas páginas.5

Los historiadores que participan de este volumen no se satisfacen con conceptos tales como

“centro” y “periferia” y consideran a ambos como insuficientes y simplificadores con respecto al

objetivo de entender las relaciones entre los diversos territorios que formaban parte de las

monarquías ibéricas. A su vez, cuestionan una segunda categorización que contrasta países

dominantes y dominados, ya que sostienen que tal perspectiva sólo se corresponde con una visión

colonial de la historia temprano moderna que, en general, ellos rechazan. Desde su perspectiva

incluso el término “monarquía compuesta”, que constituye el punto de inicio de su argumento y al

cual reconocen su deuda tanto en términos teoréticos como metodológicos, debe ser revisado o, al

5
Como ya ha hicieron algunos miembros del grupo en publicaciones más tempranas; especialmente José

Javier Ruiz Ibáñez y Gaetano Sabatini, “Monarchy as Conquest. Violence, Social Opportunity, and Political

Stability in the Establishment of the Hispanic Monarchy”, The Journal of Modern History, 3 (2009), 501-536.

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menos, matizado. De allí que proponen que adoptemos un nuevo concepto, el de “monarquías

policéntricas”, para analizar y entender las grandes organizaciones multinacionales del período

moderno temprano no sólo, como ha sido el caso hasta ahora, desde la perspectiva de sus centros

políticos (definidos como sitios en los que residía el soberano junto con las instituciones

gubernamentales centrales de la Monarquía), sino también desde los otros “centros”, aquéllos

pertenecientes a las distintas naciones bajo la soberanía del aquel líder. Cada uno de estos centros,

sostienen, estaba dotado de una propia y peculiar complejidad político-institucional, su propio

estatus jurídico e histórico y de sus propios grupos de poder.

En su capítulo, J. F. Schaub define a las monarquías española y portuguesa como “sistemas

[219] político-institucionales policéntricos”. Aun cuando su unión duró de 1581 a 1640, y dio

nacimiento a uno de los imperios más extensos conocidos hasta la época, también hizo de la

estructura interna de su principal socio, la monarquía española, incluso más complicada de lo que

era anteriormente. Y, aunque una parte era más importante que la otra, la relación entre ambas no

implicaba bajo ningún punto de vista la subordinación de Portugal a España. Muy por el contrario,

aquella mantuvo su autonomía en todas las áreas y Lisboa se convirtió en uno de los centros

indiscutibles de la organización imperial, conservando su estatus de capital de la corona portuguesa.

Lo que su incorporación no resolvió fue el problema de cómo las posesiones territoriales en el

6
John H. Elliot, “A Europe of Composite Monarchies”, Past and Present, 137 (1992), 48-71. Sobre la

paternidad del concepto, compartida con el profesor Koeningsberger, véase también Elliot, “Monarquía

compuesta y Monarquía Universal en la época de Carlos V”, en Juan Luis Castellano y Francisco Sánchez-

Montes González, coords., Carlos V. Europeísmo y Universalidad. Vol. V, Religión, cultura y mentalidad,

Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, V, 2001, 699-

710.

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continente, por un lado, y cada uno de los territorios que formaban parte de los dominios imperiales

de ultramar, por el otro, se relacionarían en el futuro con el centro político que ahora estaba

firmemente instalado en Madrid. Explorando el fascinante caso del archipiélago de las Azores, el

último de los territorios portugueses en reconocer a Felipe II como rey de Portugal, Schaub

argumenta que este caso ilumina las dinámicas políticas seguidas por los dos imperios durante su

unión. A pesar de la feroz resistencia que los habitantes del archipiélago (naturales) opusieron al

comienzo, la construcción por parte de España de un sistema político en la isla llevó a la concreción

de una “estratigrafía institucional compleja”, en la que la autoridad del gobernador militar y la

presencia de soldados españoles se superpusieron a las instituciones existentes sin suprimir ninguna

de ellas. Como resultado, la posición preeminente de los grupos de poder local que controlaban las

instituciones locales fue sancionada desde el comienzo. Cuando los gobernadores se embrollaban

con las instituciones locales, como por ejemplo, al intervenir en la composición de las cámaras

municipales o al formar milicias portuguesas, sus pretensiones encontraban firme resistencia bajo la

forma bien conocida de instrumentos de protección jurisdiccional y presentaciones de quejas ante

las autoridades tanto de Lisboa como Madrid.

La contribución de Oscar Mazin en este libro compara la incorporación del Nuevo Mundo y

los restantes territorios para, entre otras cosas, determinar el lugar que América ocupaba dentro de

la monarquía española. Como deja en claro, ya que los territorios del nuevo mundo fueron

incorporados a la corona de Castilla como “accesorios” (es decir, no a través de la unión

denominada aeque principaliter), carecían de su propia constitución política y, para propósitos

judiciales, eran considerados parte integrante del imperio. Como resultado, la Hispanoamérica

mantuvo una posición subordinada, incluso secundaria, dentro de la compleja red de la monarquía.

Aun así, para mediados del siglo XVII, sectores tanto criollos como indígenas, reinterpretaron la

realidad de la conquista de las Indias y su incorporación a Castilla, y la reemplazaron con un

discurso que enfatizaba el carácter “agregado” de aquellas tierras y de su adhesión “voluntaria” a la

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corona. A través de esto, buscaban obtener un estatus distintivo para sus territorios basado en un

fundamento contractual y justificado sobre la base de la fidelidad y consenso que podría también

servir como soporte de la autoridad que habían comenzado a reclamar para sí mismos con gran

insistencia. Si después de su incorporación a Castilla nada había impedido que las Indias españolas

mandasen sus representantes al parlamento (Cortes de Castilla), fue sólo en 1530 que Carlos V

finalmente le concedió a la ciudad de México el asiento que había peticionado desde 1520 (lo

mismo que Felipe II haría algunos años después con la ciudad de Lima). Sin embargo, debido a una

serie de eventos desafortunados, esta participación no se materializó. En contraste, después de

separarse de la monarquía española (1640), la corona portuguesa llamó representantes a las cortes

de sus territorios ultramarinos en un intento de consolidar la fidelidad [220] hacia la nueva dinastía

Braganza. Goa, Salvador de Bahía y San Luis de Marañón, así como Angra (en las Azores) y

Funchal (en Madeira), enviaron representantes. Pedro Cardim utiliza este hecho (así también como

la ausencia de representantes de las posesiones de ultramar en el parlamento de la monarquía

española) como punto de inicio para analizar y comparar la condición política de esos territorios en

ambas monarquías. Demuestra que el estatus de las diferentes partes que componían ambas

monarquías varió sustancialmente, así también como sus respectivos derechos y obligaciones. Para

Cardim, la jerarquía y la asimetría son las mejores formas para describir la manera en que las

monarquías ibéricas gobernaron la organización político-territorial de sus estados.

Tanto Mazin como Cardim apuntan que, desde el inicio, a los territorios europeos de ambas

monarquías le fueron concedidos mayor rango que a los territorios ultramarinos, que fueron

relegados a una posición secundaria. Esto fue de vital importancia. La categoría de cada territorio

dependía de la existencia de instituciones políticas capaces de ser moldeadas bajo la forma europea,

la contribución de sus habitantes a la totalidad del cuerpo político, la valía de las familias nobles

que residían allí y la distancia en relación a la Corte. La forma y fecha en que los territorios

ingresaban a la monarquía eran factores adicionales de peso a la hora de determinar el rango de una

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Polycentric Monarchies. How did early modern Spain and Portugal achieve and maintain a global hegemony?
Traducción: Martín González

localidad en particular. La posición secundaria de los dominios ultramarinos estaba plenamente

justificada ya que eran espacios que habían sido adquiridos por “conquista” (es decir, ni fueron

“asimilados” ni “agregados”, y por lo tanto no eran merecedores de derechos políticos) y estaban

muy alejados de las Europa. Que en la segunda mitad del siglo XVII las capitales del “Estado de la

India”, el “Estado de Brasil” y el “Estado de Maranhao” (aunque no las posesiones africanas) les

haya sido concedida sucesivamente la representación política en el parlamento portugués (cortes),

puede parecer poco relevante. Después de todo, eran tres territorios entre muchos de los que podían

acceder a tal derecho. Sin embargo, la participación de Asia y América en la corte portuguesa dio

expresión a algunos desarrollos importantes, principalmente, la capacidad de algunos municipios y

de sus elites gobernantes de comunicar y negociar con el centro político, confirmando su sentido de

pertenencia a una organización imperial y su deseo de participar en proyectos más amplios, su

identificación con ambas metrópolis y otras partes del imperio y su defensa de prerrogativas y

derechos susceptibles de configurar un estatus particular que buscaban defender.

Cardim alude a la petición que la ciudad de Salvador de Bahía formuló en 1673 para

obtener procuradores en el parlamento portugués, ocupando un asiento en primera fila en lugar de

ser relegada a segundo lugar, como Goa. Entre las razones que los líderes políticos de Salvador de

Bahía, la capital del “Estado de Brasil”, aducían como apoyo a sus pretensiones se encontraban las

sucesivas demostraciones de lealtad hacia la corona portuguesa, en particular hacia la casa de los

Braganza, su meritorio desempeño en la guerra contra Holanda y el hecho de que el título del

regente, Don Pedro, era “Príncipe de Brasil”. De acuerdo tanto con Cardim como con Rodrigo

Bentes Monteiro, los representantes de Bahía no fueron renuentes a esgrimir un argumento

adicional, que podrían haber considerado incluso más decisivo. Sostenía los esfuerzos fiscales que

la ciudad había hecho durante largos años bajo la forma de contribuciones para el tratado de paz

firmado con las Provincias Unidas y la dote de Catalina de Braganza al casarse con Charles Stuart.

Desde la perspectiva del grupo gobernante, los pagos hechos al rey no formaban parte de las

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Traducción: Martín González

obligaciones pecuniarias a las que este último accedía sin ninguna obligación recíproca. Al

contrario [221], de acuerdo con su lógica, estos servicios eran un factor que propiciaba la

integración de la ciudad dentro del cuerpo político. Eran elementos de unión que ligaban a los

sujetos/contribuidores de ultramar a la monarquía. A cambio de su fidelidad, podían esperar

recompensas como el otorgamiento de las gracias y mercedes que solicitaban.

Bentes Monteiro enfatiza el rol juagado por las celebraciones organizadas en ocasión de la

boda de la infanta Catalina. Éstas reafirmaban la unidad política de las distintas partes del imperio

y, además, significaban generar un sentido de comunidad con la nueva dinastía Braganza. Aun así,

implicar a los vasallos en el destino de la Monarquía también podía ser logrado por otros medios

tales como el pago de impuestos u otras contribuciones fiscales, como las que el autor examina.

Armado de conceptos adoptados de la “antropología del sacrificio” y de la historiografía sobre la

“economía del regalo”, insiste en que en lugar de verlos como obligaciones unidireccionales de

renta por parte de los vasallos hacia su rey-señor, como la gran mayoría de los historiadores lo

habían considerado en el pasado, las donaciones pueden ser entendidas como signos de gratitud,

beneficio o reconocimiento de la monarquía por parte de sus vasallos americanos.

Juan Francisco Pardo Molero examina un tema particularmente intrigante: la “libertad de

los estados” en el contexto particular de Valencia en el siglo XVI. En lugar de centrarse en fórmulas

de resistencia o en un sustrato doctrinario, como muchos historiadores hicieron antes que él, analiza

las prácticas que moldearon las pretensiones políticas del reino. Su contribución nos transporta a

una tierra donde los estados disfrutaban de una notable capacidad para operaciones independientes,

como a menudo sucedió en los territorios sujetos a la corona de Aragón. El vacío político, debido a

la ausencia del rey, fue compensado por ministros que representaban a la realeza y,

simultáneamente, por los locales quienes, organizados en asambleas o delegaciones, fueron capaces

de canalizar su voz a través de circuitos internacionales. Pardo Molero señala que las asambleas

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Polycentric Monarchies. How did early modern Spain and Portugal achieve and maintain a global hegemony?
Traducción: Martín González

estatales de Valencia eran el ambiente par excellence para discusiones políticas, debates sobre

intereses públicos y privados, las intenciones de la corona y de otras instituciones, y las

consecuencias que podrían tener para el orden real o virreinal. Las resoluciones tomadas por estos

cuerpos frecuentemente conducían a nuevas instancias de debate, a veces en pequeñas comisiones

con representantes de cada estado u otras instituciones, ya sean reales o relacionadas con el estado.

Las discusiones, por ejemplo, eran transferidas a la Generallitat, donde habrían sido preparadas

cuidadosamente antes de ser enviadas a las embajadas en la Corte con el propósito de manifestar

pretensiones locales directamente ante el rey, o pedirle que remedie una situación determinada que

requería su intervención. De todas formas, y a pesar de la reiterada insistencia de enviar

embajadores ante el rey (una posición basada en la apelación a la justicia y la razón) en ocasiones

los estados también adoptaban un discurso diferente que justificaba sus pretensiones sobre la base

de su lealtad y servicios a la corona. Juzgaban este último recurso más rápido, una forma más

expeditiva de ganarse la magnanimidad del rey en forma de gracia; en lugar de la justicia, era un

mejor camino para progresar en sus reclamos. El interrogante que permanece sin resolver es si el

alcance que el continuo recurso de la negociación e imploración al margen de la “justicia” favorecía

su participación política real o si, en cambio, propiciaba un comportamiento más funcional a los

intereses de la corona al fortalecer su autoridad.

Las inversiones en deuda pública en el corto y, especialmente, en el largo plazo, eran

asimismo tanto un instrumento de participación e integración en la monarquía, como un factor que

contribuía a la estabilidad política y a la paz. La emisión de títulos de deuda implicaba un

compromiso hacia el estado por parte de aquellos que los adquirían, quienes no estaban ligados

[222] a él a través de intereses personales. De acuerdo con Giuseppe De Luca, esto fue lo que

sucedió en Milán de 1570 a 1640. Las compras no se limitaban a los miembros de las elites

económicas o políticas, o a las instituciones eclesiásticas. Muy por el contrario, una gran variedad

de personas colocaron sus ahorros en tales inversiones, que consideraban “solidas” ya que se

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Traducción: Martín González

encontraban respaldadas por recursos fiscales reconocidos. Además, los títulos podían ser vendidos

o intercambiados e incluso ser transmitidos por herencia, y no podían ser confiscados. Pero lo más

llamativo del estudio de De Luca es la conclusión de que el incremento de dichos títulos en

circulación aparentemente no afectó negativamente sobre la floreciente economía milanesa. No

existe evidencia de que luego de 1570 (período coincidente con el incremento en la escala de deuda

consolidada) haya habido una reducción significativa en la cantidad de inversiones productivas en

Lombardía, situación que contrasta enormemente, por ejemplo, con la de Castilla más o menos en el

mismo período, donde el crecimiento externo del crédito público daño seriamente el curso de su

economía. En opinión de De Luca, la deuda pública jugó un rol crucial en el mantenimiento a largo

plazo de la particular estabilidad política del Ducado de Milán en el siglo XVII. Durante este

período, Milán fue de hecho el único dominio italiano de la monarquía española que no

experimentó ningún alzamiento o insurrección contra la corona.

Otro tema común a varios de los autores, y que anuncia su alejamiento de los análisis

históricos basados en los estados-nación contemporáneos, es un común interés por los aspectos de

circulación interna. Como Jean-Paul Zúñiga señala acertadamente, la circulación de individuos

dentro de la monarquía hispánica constituyó un vector de construcción imperial y una garantía de

permanencia. De hecho, fue una de las muchas condiciones de la existencia monárquica. Un

complejo tapiz de redes mercantiles, aristocráticas y religiosas apadrinadas por la corona atravesó la

estructura entera y la doto de consistencia, asegurando, de este modo, su preservación.

Adicionalmente, la movilidad como concepto no debe ser aplicado exclusivamente al movimiento

tanto de personas como de mercancías, actividades mercantiles y bancarias, información e ideas, las

providencias del gobierno, documentos administrativos, prácticas agrícolas y alimentarias,

imaginarios, por ejemplo; desde la perspectiva de Zúñiga el estudio de la circulación no debe

restringirse exclusivamente a la esfera geográfica, es decir, al análisis de las corrientes entre los

diferentes territorios. En cambio, debería incluir también una dimensión social. Zúñiga pone en

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práctica este propósito metodológico en su estudio sobre la raison d’être y múltiples significados

del género iconográfico conocido como “pinturas de castas”, que emergió con gran ímpetu en el

primer tercio del siglo XVIII en una zona claramente delimitada al sur de la sierra Mexica. El

significado de esta forma de arte, argumenta, no puede reducirse a su rol como proveedora de

pruebas de algo que era claramente evidente, es decir, la aparición de nuevos fenotipos humanos en

América como resultado de la circulación y las relaciones (forzadas o voluntarias) entre hombres y

mujeres de diferentes orígenes. El concepto de “casta”, indica Zúñiga, estaba en el epicentro de un

auténtico torbellino que dio origen a grandes interrogantes epistemológicos y que involucró no sólo

a individuos, sino también modelos e ideas que debemos examinar en su conjunto. Zúñiga propone

estudiar cómo toda esta circulación cristalizó en el espacio de Nueva España para producir

elementos tan únicos como las “pinturas de castas”. Las pistas para seguirlas las provee el mismo

lenguaje sostenido y que las ilustraba, y que combinada el imaginario de la nobleza de sangre con

[223] el léxico botánico de la hibridación de plantas, junto con consideraciones teológica con

observaciones fenotípicas. Como demuestra el autor, una serie de distintas lógicas se fundieron en

ese lenguaje, tomado en parte de la escolástica, en parte de la cultura aristocrática de la Europa

occidental, del entorno del tráfico de esclavos y de experiencias contemporáneas producto del

contacto con Asia y África en la primera fase de globalización.

El aspecto sociocultural de la circulación es también el eje del ensayo de Tamar Herzog,

Ella se propone demostrar cómo y en qué grado la expansión ultramarina y la subsecuente

confrontación con el “otro” contribuyó a la formación de las identidades europeas. Prestándole

atención específicamente a España y a Hispanoamérica, señala que lo que los historiadores habían

identificado tradicionalmente como “nacional” o “protonacional” no fue en realidad otra cosa más

que un discurso sobre religión y civilización. La autora concluye que la distinción entre españoles e

indios, por un lado, y entre los mismos europeos, por el otro, se basaba menos en factores políticos,

nacionales, raciales o étnicos que en consideraciones religiosas o cívicas. Pertenecer a una

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Traducción: Martín González

comunidad religiosa y cívica (independientemente de la caracterización de los individuos como

“españoles” o “indios”) fue lo que estableció las diferencias, separando a las personas de bien, los

cristianos civilizados, de aquellos que no lo eran. De allí que más que designar a una comunidad

política (como era en el caso de la Península ibérica), en América y, de forma creciente, en Europa

también, la denominación de “español” se terminó basando en (e identificada con) la participación

en una comunidad que compartía ciertas creencias y modo de vida. En otras palabras, lo que

realmente distinguía la “hispanidad”, enfatiza Herzog, era la religión cristiana ortodoxa y la

civilización, no la división basada en una nación o protonación.

La circulación también era característica de muchos mercaderes y empresarios, así también

como el instrumento financiero que usaban en sus negocios. La expansión del intercambio a largas

distancias, junto con el florecimiento de las altas finanzas en Europa en el siglo XVI (consecuencia

esto último del repentino crecimiento de las necesidades monetarias de los nacientes estados),

acentuó el protagonismo de agentes; quienes poseían tales ocupaciones, se movían de lado a lado,

establecieron compañías, mantuvieron contactos regulares con corresponsales en otras localidades y

mercados y formaron redes mercantiles y financieras que alcanzaron territorios dispersos. Aunque

el rol de grandes banqueros foráneos (alemanes, genoveses y portugueses), quienes proveían fondos

a la Habsburgo españoles, es bien conocido, mucho menos apreciadas son las acciones de sus

colegas en otros territorios de la monarquía, donde también constituían un elemento firme del

sistema imperial. Para llenar este vacío, Gaetano Sabatini ofrece un estudio sobre la presencia de los

Vaaz, una familia de empresarios portugueses de origen judío, en la Nápoles española. De acuerdo

con Sabatini, su historia es representativa de la integración en el conflicto que caracterizó la

presencia de empresarios portugueses en la monarquía española durante el siglo XVII. Aunque

reproduce algunas experiencias de familias de orígenes similares que se habían asentado en Castilla

en el siglo XVI, su particular historia fue sin embargo distintiva. En lugar de sustituir la actividad

comercial por servicios financieros a la corona, la culminación de los negocios de Miguel Vaaz en

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Traducción: Martín González

Nápoles (que se centraban, en principio, en el comercio de trigo y en satisfacer demandas de grano

de la ciudad, pero que a veces incluían actividades como corsarios en el Mediterráneo) se dio al

mismo tiempo en que actuó como banquero y consejero del virrey. Esto además significó que el

ascenso de los portugueses como empresarios privilegiados y líderes de la corona comenzó en

España cuando sus correligionarios del reino de Nápoles estaban en declive. [224] Con todo, los

caminos recorridos por unos y otros presentan muchas similitudes, no sólo en términos de la

tipología y naturaleza de sus actividades, sino también con respecto a las formas de movilidad

social y las estrategias implementadas para obtenerla; similitudes que pueden encontrarse, además,

en alguno de los elementos que los llevaron a la caída, marcada, como es inevitable en el caso de

poblaciones atestadas de problemas de pureza de sangre, por el uso de la Inquisición como arma y

por confrontaciones sociales y políticas.

Diversos trabajos publicados en años recientes se han referido a la significativa movilidad

de la nobleza española en la Europa temprano moderna enfatizando su carácter “transnacional”, al

mismo tiempo que remarcaron su capacidad para forjar relaciones con otras noblezas y clases

gobernantes, especialmente en Flandes, Francia, Alemania e Italia. Estas circunstancias facilitaron

la consolidación de familias y redes de solidaridad entre distintos grupos de poder que, al mismo

tiempo, constituían un importante elemento de estructuración monárquica. Mantener el edificio

imperial, sin embargo, también dependía de la integración de otros grupos locales más numerosos,

como Enrique Soria Mesa demuestra. Fomentar la integración de estos escalones de poder más

bajos a través de matrimonios propició oportunidades para ascender socialmente, integrar a los

titulares de cargos reales no nativos en las localidades en las que servían y conectar a los locales con

la corte. Esto se convirtió en un medio, de hecho en una necesidad, para permitir la incorporación

de miles de familias de ciudades y pueblos a lo largo de Castilla a la fábrica social y política del

imperio. Todas las parcialidades buscaban beneficiarse de esos matrimonios. Los hombres del rey,

la gran mayoría de ellos nobles, a menudo recibían un sustancial patrimonio bajo la forma de dote

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Polycentric Monarchies. How did early modern Spain and Portugal achieve and maintain a global hegemony?
Traducción: Martín González

y/o herencia y, en más de un caso, una hacienda (Mayorazgos). Del otro lado de la ecuación, como

recompensa por su soporte financiero, las oligarquías locales se unieron con familias socialmente

superiores y, por lo tanto, obtuvieron mayor ascendencia social y, no menos importante, una

creciente capacidad para prosperar, especialmente si el nuevo yerno (o cuñado) tenía relaciones

directas con los órganos de la administración central o un patrocinador en la Corte.

Los dos últimos capítulos de este volumen se centran en la monarquía española más allá de

sus fronteras, es decir, en su proyección hacia el exterior. En conjunto, ellos señalan que la

monarquía no sólo se definía desde su interior, sino también desde el exterior. Las definiciones

externas variaban de acuerdo con la identidad de su rival político y/o aliado. José Javier Ruiz Ibáñez

sostiene que en el momento de la coronación monárquica de los Habsburgo, con la que llegó a su

fin el reinado de Felipe II, se basó no sólo en recursos que el monarca tenía a su disposición, sino

también en el hecho de que era reconocido como un aliado clave por parte de disidentes de otros

lugares, quienes consideraban su apoyo y ayuda indispensables para llevar a cabo sus objetivos

políticos locales. En este punto, las oportunidades de las que la monarquía disfrutaba para

protegerse a sí misma más allá del límite de sus fronteras y reafirmar su hegemonía, eran múltiples

y dependían no sólo de la disponibilidad de hombres y recursos bajo su dominio, sino también (de

igual forma o incluso más) de su capacidad de construir un discurso ideológico hegemónico y

generar un poder blando7 que sus potenciales aliados pudiesen aceptar. Durante los períodos de

máxima confrontación confesional, este poder se basó, sobre todo, en el reconocimiento que otros

territorios y comunidades otorgaron al monarca español como Rey Católico universal y protector de

la verdadera religión. La historia de la guarnición española desplegada en Paris de 1590 a 1594, que

7
En el original “soft power”. Concepto acuñado por Joseph Nye que, en oposición al “poder duro”, hace

referencia a la capacidad de un actor político (como un Estado en sus relaciones internacionales) de incidir

sobre otro sin la utilización de la coerción, sino de elementos culturales e ideológicos.

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Traducción: Martín González

Ruiz Ibáñez estudia, es reveladora puesto que mientras la entrada de un pequeño [225] contingente

de soldados españoles a la capital de Francia en 1590 bien podría haber representado el momento

culmine de las políticas de Felipe II, su retirada, sólo cuatro años más tarde, podría haber sido

interpretado como el fin de las pretensiones hegemónicas de la monarquía española o, al menos,

como ejemplo de los muchos fracasos que había sufrido en el período. Como señala el autor, la

presencia militar española en Paris es útil no sólo para comprender la hegemonía monárquica a

fines del siglo XVI, sino también para identificar las contradicciones internas que finalmente la

llevarían a su declive, y que hasta entonces habían crecido radicalmente debido a la defensa de la

militancia católica en batallas con los rivales políticos vecinos.

Finalmente, la contribución de Manuel Herrero Sánchez desacredita de forma similar

algunas de los más ampliamente diseminados prejuicios ideológicos y a los mitos naciones que

rodean al estudio de la Europa temprano moderna. Herrero insiste en que hubo elementos de

interrelación y dependencia entre los dos modelos políticos (republicano y monárquico-dinástico)

que existían en el continente en este período. Éstos, sostiene, eran mucho más fuertes en la práctica

de lo que la historiografía tradicional, signada por tendencias republicanas, con la intención a priori

de remarcar la supuesta excepcionalidad y el carácter progresivo de las repúblicas, había

reconocido. Las diferentes instituciones de las repúblicas, principalmente Génova y las Provincias

Unidas de los Países Bajos, que el autor examina, se vieron grandemente afectadas por sus

contactos con las monarquías del continente, algunos amistosos y cooperativos, otros hostiles y

confrontativos. Las primeras constantemente inspiraron o indujeron cambios sustanciales dentro de

las monarquías, al mismo tiempo que luchaban por mantener un balance de poder en Europa y

bloquear las tendencias absolutistas que emergían por todos lados. El estudio de la naturaleza y

desarrollo de las monarquías europeas en general, y de la española en particular, se beneficiaría

enormemente de sus relaciones con las repúblicas.

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