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La Poeteca: taller de escritura para sensibilidades creativas

Los lugares comunes

La independencia intelectual asegura la creatividad del escritor (y de cualquier otro artista


ambicioso). El primer paso a seguir es desembarazarse de los lugares comunes. Los lugares
comunes son los que distinguen la calidad de un creativo. Algunos dicen que leyendo se aprende a
dejar el vicio de los lugares comunes, de los temas ya hechos y de las fórmulas repetidas. Sin
embargo, si nos preguntamos, ¿qué sucede con aquel lector que lo ha leído todo? Para quien lo ha
leído todo, todo es un lugar común. Entonces, el escritor se ha de preguntar, si es que busca la
calidad y la novedad, ¿sobre qué puedo escribir?

Nicanor Parra, poeta chileno, explica en un poema el oficio del creador:

Cambios de nombre

A los amantes de las bellas letras


Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es esta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol


Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?


Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga


Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.

«El poeta no cumple su palabra si no cambia los nombres de las cosas». Buscar a un poeta
no es como buscar a un carpintero. Al poeta se le busca por la capacidad que tiene de acercar al
lector hacia otras realidades que han pasado desapercibidas. Al carpintero se le busca porque es
útil.

Hay que entender que la literatura es una apuesta a muerte. A muerte porque no da para
pagar la luz, el agua, el drenaje, la comida o la renta. Y, sin embargo, pese a todo, sigue brillando y
es maravillosa. Día a día, miles de jóvenes descubren la compulsión por la escritura, escriben hasta
el cansancio en cuartos minúsculos, preocupados o no, comprometidos o no, responsables o no,
talentosos o no. En algún momento han pensado publicar o dejar que el mundo vea sus escritos. Y
de este singular número, solo unos dos o tres sobreviven a lo largo del tiempo. Si nos lo pensamos
bien, ¿cuántos escritores recordamos del siglo XVI? ¿Dos, tres, cuatro? Recordamos a
Shakespeare, a Lope de Vega, a Cervantes, a Garcilaso… ¿Y después?

Pareciera que antes no se escribía, o no había escritores. ¡Por supuesto que no! Hubo
cientos, miles quizá. ¿Pero qué hace que un escritor sobreviva a lo largo del tiempo? Obviamente,
hacer obras mediocres no. ¿Y qué podemos decir de aquellas obras que se han perdido para
siempre, se han quemado, permanecen en los borradores, en archivos encriptados en
computadoras, o simplemente los autores han dudado de ellas y las destruyen? La mitad del éxito
de una obra de arte depende de la audiencia, de la crítica y de la suerte. Este taller pretende
encargarse de la otra parte: del talento y la creatividad. Un poema, un cuento, una novela o una
simple frase puede ser el último amigo de un desesperado. Los escritores crean amigos, y no se
pueden dar el lujo de crear amigos comunes, vulgares o insípidos.

La televisión, el internet, los medios de comunicación en general, se han encargado de


popularizar el habla, de extender un habla, una forma común de comunicarnos, con fórmulas
gastadas, conocidas hasta el cansancio y poco estimulantes. No es lo mismo decir, cuando nos
referimos a la muerte: «allí viene la pelona», «la huesuda» o «la sonriente», que decir: «El dolor
explota en mi alma/ es bonito pensar/ que la muerte acabará con todo».

Un escritor no escribe como habla. El poeta ofrece algo más, ofrece belleza, goce, una
reacción estética ajena a otros ámbitos y otras artes. Dice Roberto Bolaño: «Un poeta lo puede
soportar todo. Lo que equivale a decir que un hombre lo puede soportar todo. Pero no es verdad:
son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Soportar de verdad. Un poeta, en cambio, lo
puede soportar todo. Con esta convicción crecimos. El primer enunciado es cierto, pero conduce a
la ruina, a la locura, a la muerte». Ese soportar todo es la realidad hacia la que se sensibiliza el
escritor y a la que solo accede el lector por medio de este.

Podemos entender, entonces, que el ingrediente extra de cualquier arte es la


«peculiaridad» del escritor. Esta peculiaridad solo se consigue desembarazándose de cualquier
otro discurso que no sea el propio. Un escritor tiene su propia visión del mundo, crea un universo,
y cuando muere ese universo deja de existir, a menos que lo escriba.

¿Pero por dónde empezar?

Gustavo Adolfo Bécquer decía en una carta: «Cuando siento no escribo». ¿Qué les hace
pensar esta frase?

En antaño, digamos dos mil años, se creía que la musa era la encargada de propiciar la
creatividad o inspiración del escritor. Luego, surgió el deber de los clérigos de educar al pueblo con
poemas didácticos, mientras que los trovadores y los juglares se encargan de divertir al pueblo,
siempre con poemas alegóricos y populares, evocando, al principio, a Dios, a la Virgen o a otra
deidad religiosa. En el siglo XX el hombre se encargó de matar a las musas y a los dioses, y por un
tiempo fueron vasallos de sí mismos, de la inteligencia y del egocentrismo. Pero las drogas no
tardaron en suplantar a los dioses. Como se puede ver, el hombre no puede soportar la
responsabilidad de la creación sin volverse loco.
Cualquier escritor, incluso los de Segunda división, sueña con jugar la Champions. ¿Qué es
lo que hace única la literatura de Borges, de Rulfo, de Sartre o de Octavio Paz? No podemos decir
que son de corte nacionalista, no podemos decir que Borges es grandioso porque es argentino y
no guatemalteco, o que Paz es grandioso por ser mexicano. Si así fuera, todos los escritores
argentinos y mexicanos serían grandiosos. No. Podemos estudiarlos no por sus puntos en común
sino por sus diferencias. Luego nos damos cuenta que esas diferencias son el punto en común. ¿Y
qué es eso que los diferencia a la vez que los empata? Bueno, que todos poseen una literatura con
personalidad.

¿Cuáles son los temas de Borges? Los laberintos, los espejos, la relación del hombre con el
tiempo y el olvido. ¿Y qué decía Borges del tiempo? Que el tiempo es como una biblioteca, todo es
simultáneo y todo sucede al mismo tiempo (algo así). ¿Y qué decía del olvido? Que es el único
castigo y el único perdón. ¿Y qué pensaba de la vida eterna? A diferencia de la cosmovisión
religiosa, para Borges la vida eterna es una amenaza, un castigo.

Como podemos notar, Jorge Luis Borges planteaba el mundo de una manera diferente, no
como todos lo ven. Sus textos son reconocidos a kilómetros, porque tienen personalidad, un
carácter y una misma unidad. Schopenhauer decía: «Vende pensamientos, no palabras». Oscar
Wilde a su vez: «No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.»

Por lo que el antídoto contra los lugares comunes es «Pensar por sí mismo». Es algo que
no se logra de un día para otro. El pensamiento se produce a través del tiempo. Nadie nace
pensando. Muchos utilizan diarios para recabar sus ideas o indagar en la vida, otros estudian todas
las posibles perspectivas respeto a un tema y luego buscan alternativas.

Algunos escritores suelen huir de la sociedad o encerrarse por largo tiempo, lejos de todo.
¿Será porque consideran la influencia de la sociedad un peligro para su arte? Nadie lo sabe, en
realidad. Pero no parece una mala idea (ja ja).

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