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Y SOCIEDAD
APUNTE 1
UNIDAD II
AUTOR: CARLOS GALLARDO
Los grandes cambios del siglo XIX como la revolución industrial y el consiguiente crecimiento de las ciudades
habían producido graves desigualdades sociales y económicas. Se debatía y se luchaba por establecer una
justa relación entre trabajo y capital y de ahí el problema conocido como cuestión obrera.
En 1864 el Papa Pío IX en la encíclica Quanta Cura condenó el socialismo y el liberalismo económico, por
lo que hizo un primer esbozo de las enseñanzas que León XIII desarrollará: denunciaba conjuntamente,
por una parte, la pretensión del socialismo del siglo XIX de sustituir la Providencia Divina por el Estado y,
por otra, el carácter materialista del liberalismo económico que excluye el aspecto moral de las relaciones
entre capital y trabajo.
En 1891 el Papa Leon XIII en la encíclica “Rerum novarum” dejó patente su apoyo al derecho laboral de
«formar uniones o sindicatos», pero también se reafirmaba en su apoyo al derecho de la propiedad privada.
Además discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la Iglesia, propo-
niendo una organización socioeconómica que más tarde se llamaría corporativismo.
En 1901 el Papa León XIII, con la encíclica Graves de Communi Re rechazó el sindicalismo que implicaba la
lucha de clases.
Cuando en 1931 se cumplen 40 años de la publicación de la Rerum novarum, el Papa Pío XI publicó la
Quadragesimo anno donde, además de repasar la doctrina anterior y aplicarla a la situación del momento,
afrontó los nuevos problemas ligados al crecimiento de empresas y grupos cuyo poder pasaba fuera de las
fronteras nacionales. Recuerda además la condena del socialismo así como la insuficiencia del liberalismo.
Pío XII vivió los años de la posguerra con otro orden internacional al que dedicó sus intervenciones. Incluso
no publicó encíclicas sobre temas sociales, no dejó de recordar a todos a través de sus radiomensajes, la
relación que corre entre la moral y el derecho positivo así como los deberes de las personas en las distintas
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profesiones.[cita requerida]
Juan XXIII deja dos contribuciones: las encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris. En la primera habla de
la misión de la Iglesia por construir comunión que permita tutelar y promover la dignidad del hombre. En
la segunda encíclica, además de afrontar el tema de la guerra (en tiempos de proliferación de armamento
nuclear), afronta el tema de los derechos humanos desde un punto de vista cristiano.
El Concilio Vaticano II trató en la constitución pastoral Gaudium et spes temas de actualidad social y econó-
mica, como los nuevos problemas que afrontaba el matrimonio y la familia (por ejemplo, desde las sucesivas
facilidades al divorcio concedidas desde el liberalismo decimonónico y el socialismo), la paz y concordia
Con Pablo VI hace su entrada en los documentos del Magisterio el tema del desarrollo en la encíclica
Populorum progressio haciendo hincapié en la necesidad de que ese desarrollo sea de toda la persona y
de todos los hombres. Es en el periodo de Pablo VI, que también se establece y desarrolla lo que sería el
Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.
Juan Pablo II, fuertemente marcado por su experiencia en Polonia, publicó diversas encíclicas sobre temas
sociales. La Laborem exercens presenta una espiritualidad y una moral propias del trabajo que realiza el
cristiano. La Sollicitudo rei socialis retoma el tema del progreso y el desarrollo íntegros de las personas
(publicada con motivo de los veinte años de la publicación de la Populorum progressio). Finalmente la
Centesimus annus —con motivo del centenario de la publicación de la Rerum novarum— se detiene en la
noción de solidaridad, que permite encontrar un hilo conductor a través de toda la enseñanza social de la
Iglesia. Aunque sus predecesores habían tratado temas sociales como orientaciones para la ética social o
para la filosofía, Juan Pablo II planteó la Doctrina social de la Iglesia como una rama de la teología moral y
dio orientaciones sobre el modo en que esta disciplina debía ser enseñada en los seminarios.
Benedicto XVI publicó en 2009 la encíclica Caritas in Veritate, en la cual insistía en la relación entre la cari-
dad y la verdad, a la vez que defendió la necesidad de una “autoridad política mundial” para dar respuesta
adecuada a los problemas más acuciantes de la humanidad.
Características de un Principio:
•• Es universal, vale decir, que se aplica a realidades contingentes, particulares, es decir, a rea-
lidades de cualquier tiempo y lugar. Por ejemplo: el principio de la Ley de Gravedad se aplica
para una manzana en Chile peor también para una manzana en la Edad Media.
•• No cambian con el tiempo. Lo que significa que lo que cambia es la contingencia pero no el
principio mismo. O tal vez podemos profundizar en el principio mismo, pero los principios no
cambian con el tiempo.
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La ideología.
b) Sentido negativo: Se le denomina a un “conjunto cerrado de ideas que se yergue como fuente de toda
verdad y de todo bien”. Es decir, analicemos:
a. “Conjunto cerrado de ideas”, es decir que no admite ideas de otro conjunto, por ejemplo,
la Derecha que encuentra que todo lo que dice la izquierda es malo, o al revés; siendo que
muchas veces puede decir algo bueno. Pero como puede ser ideológico, entonces se cierra a
otras fuentes de verdad y de bien.
b. “Fuente de toda verdad y de todo bien”. Es decir que nada de lo que no diga la ideología es
bueno o verdadero. Incluso puede llegar a negar la realidad misma, como por ejemplo si yo
digo que hay una injusticia, pero mi ideología me dice que no, estaré negando la realidad por
un pensamiento ideológico.
¿Qué es lo contrario a la ideología? No todo lo contrario a una ideología es otra ideología. No todo pen-
samiento es ideológico. Lo contrario a una ideología es la realidad, el pensamiento realista, basado en la
realidad, que es de ahí de dónde saca (fuente) toda verdad y todo bien. El bien y la verdad emanan de la
realidad misma.
La DSI se opone a toda ideología y plantea un pensamiento basado en la realidad. De ahí sacará toda verdad
y todo bien, de la verdad misma, no de una ideología. Por eso, para muchas personas ideológicas, la DSI y
la Iglesia misma, puede parecerles comunista o derechista, porque ellos están mirando lo que dice la DSI
desde una ideología, y como la ideología encuentra todo falso o malo lo que no sea la ideología, entonces
les parecerá a los ideológicos todo lo que dice la Iglesia como malo aunque en verdad sea bueno.
Esto pasó cuando la Iglesia dijo que el comunismo era malo, porque divide a las sociedades con la lucha de
clases. Muchos dijeron que la Iglesia era capitalista por ser anticomunista. Y hoy en día el Papa Francisco
combate con fuerza y energía el capitalismo inhumano que arrasa el medio ambiente, produce injusticias
sociales y pobreza, pero muchos lo critican diciendo que es comunista. Por que ellos están en una ideología.
El hombre, en cuanto histórico, está afectado intrínsecamente por una relación social, unido a sus semejantes.
Los latinos habían distinguido dos tipos de unión de hombres: el que constituye la «civitas» propiamente
dicha, la cual enlazaba con nexos profundos y necesarios a la multitud, y el que constituye el «coetus»,
cuyos nexos son simplemente casuales y referentes a fines particulares. Una y otro, «civitas» y «coetus»,
son formas que los individuos tienen de relacionarse entre sí. ¿Cómo debe entenderse, desde el punto de
vista filosófico, la relación social que afecta intrínsecamente al hombre en cuanto ser histórico?
Antes de nada, será preciso subrayar aquí dos aspectos importantes: lº. El «estar vertido» un sujeto a los
demás; y 2º. El «modo» en que el sujeto está vertido a los demás. Si lo primero es siempre necesario al hom-
bre –lo llamaremos alteración–, aunque no integre su esencia (diríamos que es un elemento consecutivo,
Las respuestas que se han dado al problema de la relación social se refieren tanto a la índole del «estar
vertido», como al «modo» en que se está vertido.
Desde el punto de vista netamente religioso podemos decir sobre la naturaleza social del Hombre lo siguiente.
Hemos puesto algunas citas de documentos de la DSI entre paréntesis, aparece el nombre del documento
y el número para encontrar la cita.
Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y
se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien
“hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra” (Hech 17, 26), y todos son llama-
dos a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo. Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y
el mayor mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor
del prójimo: “... cualquier otro precepto en esta sentencia se resume: Amarás al prójimo como a tí mismo....
El amor es el cumplimiento de la ley” (Rom 13, 9-10; cf. 1 Jn. 4, 20). Esta doctrina posee hoy extraordinaria
importancia a causa de dos hechos: la creciente interdependencia mutua de los hombres y la unificación
asimismo creciente del mundo. Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros
también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad.
Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. La índole social
del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están
mutuamente condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y
debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social.
La vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con los demás,
de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas
sus cualidades y le capacita para responder a su vocación.
61. El principio capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre en necesariamente fun-
damento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, repetimos, en cuanto es sociable por
naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural.
(Mater et Magistra, n. 219)
62. Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del
hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la
vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para 5
fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de
cada una de las naciones como en el plano mundial” (MM, n. 60). Esta “socialización” expresa igualmente la
tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden
las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa
y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (GS, n. 25; CA, n. 12).
(CIC, n. 1882)
63. Pero cada uno d los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. Y no es
solamente este o aquel hombre, sino que todos los hombres están llamados a este desarrollo pleno. Las
civilizaciones nacen, crecen y mueres. Pero como las olas del mar en el flujo de la marea van avanzando,
64. Además de la familia, desarrollan también funciones primarias y ponen en marcha estructuras específicas
de solidaridad otras sociedades intermedias. Efectivamente, éstas maduran como verdaderas comunidades
de personas y refuerzan el tejido social, impidiendo que caiga en el anonimato y en una masificación imper-
sonal, bastante frecuente por desgracia en la sociedad moderna. En medio de esa múltiple interacción de las
relaciones vive la persona y crece la “subjetividad de la sociedad”. El individuo hoy día queda sofocado con
frecuencia entre los dos polos del Estado y del mercado. En efecto, da la impresión a veces de que existe
sólo como productor y consumidor de mercancías, o bien como objeto de la administración del Estado,
mientras se olvida que la convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni el Estado, ya
que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y el mercado. El hombre es,
ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y profundizarla en un diálogo continuo que
implica a las generaciones pasadas y futuras.
(Centesimus Annus, n. 49)
65. Por el contrario, de la concepción cristiana de la persona se sigue necesariamente una justa visión de la
sociedad. Según la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia, la sociabilidad del hombre no se agota
en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por
los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provienen de la misma naturaleza
humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común.
(Centesimus Annus, n. 13)
Hoy en día se exalta mucho la libertad, sin hacer las aclaraciones que corresponden; y no se habla de la
ley sino en un sentido empobrecido; y probablemente la mayoría de nuestros contemporáneos se formen
una idea de estos dos conceptos como el de dos pugilistas que se dan tortazos sobre el ring de nuestra
conciencia. Si yo quiero ser libre, la ley me frena; si intento imponer la ley, confino mi libertad o la de mis
semejantes. Con una idea así no tendrán mucho futuro los que quieran hablarme de los mandamientos de
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Dios. ¡Y qué pensarás de mí si te vengo a decir que los mandamientos de Dios te liberan y te abren hori-
zontes desconocidos! ¿Me creerás o pensarás que hablo como un cura que viene a imponerte mojigaterías?
Y sin embargo, quisiera llamar tu atención sobre este punto, porque si no comprendes la potencia
liberadora de los mandamientos y de la ley (natural y divina) te aseguro que no te están desatando ninguna
cadena sino que te están robando las piernas con las que camina tu verdadera libertad.
Antes de proseguir, quiero aclarar un punto para que no nos confundamos. Hablaré indistintamente
(para simplificar las cosas) de los mandamientos de Dios (o decálogo, o sea diez palabras o leyes) y de la
ley natural, como si fueran la misma cosa. No lo son, pero coinciden sustancialmente. La ley natural es la
Por eso se dice que la ley natural es la misma ley eterna participada en los seres dotados de razón, o, como
suele definírsela: una participación de la ley eterna en la creatura racional. Con gran acierto se ha hablado
de una “teonomía participada”, decir, el ordenamiento divino de la creatura racional hacia su fin último,
grabado en la naturaleza humana y percibido por la luz de la razón.
Esta ley está presente en todos los seres. Sin embargo, en el hombre tiene algo particular. Las creaturas
irracionales se manejan por instintos ciegos; buscan los bienes que los perfeccionan, pero sin entender que
son bienes ni que los están buscando; simplemente buscan. No tienen conciencia de buscar; son arrastra-
dos. Se defienden cuando los atacan porque aman instintivamente su vida y no la quieren perder; pero no
entienden lo que es la vida. Se aparean y procrean y luego alimentan y defienden a sus crías porque aman
Hay con el hombre una distancia abismal. También él lleva grabado en su ser el Plan de Dios. Pero los
suyos no son instintos ciegos. Recibe también de Dios la luz de la razón que le permite descubrir y leer ese
Plan, y la libertad para ejecutarlo. En esto consiste su prerrogativa. Dios lo manda al gran teatro del mundo
con un libreto lleno de sabiduría y con ojos espirituales para leer y comprender, para amar ese plan y para
ejecutarlo. Esa es la ley natural: “En lo profundo de su conciencia –afirma el Concilio Vaticano II–, el hom-
bre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando
es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz
esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está
la dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rom 2, 14-16)”. Este “código está inscrito en la con-
ciencia moral de la humanidad, de tal manera que quienes no conocen los mandamientos, esto es, la ley
revelada por Dios, son para sí mismos Ley (Rom 2,14) Así lo escribe San Pablo en la carta a los Romanos;
y añade a continuación: Con esto muestran que los preceptos de la Ley están inscritos en sus corazones,
siendo testigo su conciencia (Rom 2,15)”.
Se trata, por tanto, de una ley divina, porque ha sido querida y promulgada directamente por Dios;
se llama natural no en contraposición a la ley sobrenatural, sino por oposición a la ley positiva (divina o
humana). Su nombre propio es “ley divina natural”.
¿Por qué se la llama natural? Ante todo, porque no impone sino cosas que están al alcance de la na-
turaleza humana razonable, mandadas porque son buenas en sí mismas (la veracidad, el amor de Dios), o
prohibidas porque son malas en sí mismas (como la blasfemia, la mentira). Además, porque es conocida
por la luz interior de nuestra razón, independientemente de toda ciencia adquirida, de toda ley positiva
e incluso de toda revelación (aunque Dios, en su misericordia también nos la revele). Tal luz nos permite
distinguir entre el bien y el mal por comparación de nuestras inclinaciones hacia sus fines propios. Es por
eso que, a través de ella puede establecerse el fundamento para determinar la moralidad objetiva universal
de las acciones humanas.
Que tenemos esta ley grabada en el corazón significa que nuestra razón es capaz de leer en su propia
naturaleza el fin para el que existe (fin que es su verdadera perfección y felicidad) y puede descubrir que, en
relación con este fin, todos los demás seres no son sino medios por los que se llega al fin. En el momento en
que cada ser humano, llegando al uso de su razón, reconoce que tiene un fin último y una causa eficiente de
la que siempre depende, se da como la promulgación individual o subjetiva que aplica a cada uno dicha ley.
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Las conclusiones inmediatas. Al decir que nuestra naturaleza se inclina hacia bien y huye del mal,
estamos todavía diciendo cosas muy generales; ¿cuál bien, qué mal? Nuestra razón, analizando las inclina-
ciones propias de nuestra naturaleza podrá a continuación concretar cuál es ese bien (o esos bienes) que
nos atraen con su fuerza irresistible (porque en ellos está nuestra perfección) y de aquí podrá expresar
en forma de preceptos o mandamientos, los primeros preceptos de la ley natural, llamados también con-
clusiones inmediatas por ser las conclusiones a las que llega a partir del primer precepto. Ya Santo Tomás
descubría en nuestra naturaleza tres tendencias fundamentales del hombre: la que nos corresponde como
sustancias (género remoto del ser humano), la que nos corresponde como animales (género próximo) y la
que nos corresponde como seres racionales (que es nuestra diferencia específica con el resto del género
animal); y esta última, a su vez revela dos facetas complementarias, pues vemos que hay bienes que nos
perfeccionarán en el espíritu, mientras que otros nos perfeccionan socialmente. Veamos cada una de ellas:
La primera inclinación es la inclinación a conservarnos en el ser (el ser, el existir, es el primer bien que nos
perfecciona y por eso lo apetecemos). Esta inclinación la tenemos en común con todos los seres y produce
en nosotros el deseo de vivir. Esta inclinación natural funda, por ejemplo, el derecho de legítima defensa y,
correlativamente la prohibición del asesinato del inocente (el ser es mi perfección, por tanto tengo derecho
a que no me lo quiten injustamente; y estoy obligado a hacer yo lo mismo con mis semejantes). Esta inclina-
ción es también la fuente del amor espontáneo y natural de sí mismo; forma en nosotros el amor hacia los
bienes naturales, como la vida y la salud; nos inclina a buscar todo lo que es útil para nuestra subsistencia: el
alimento, el vestido, la habitación; nos inclina a la acción y también al necesario reposo. Esta inclinación se
desarrolla y fortifica por medio de algunas virtudes naturales, de modo particular la esperanza y la fortaleza.
Esta misma tercera inclinación espiritual tiene otra meta, que es la inclinación a vivir en sociedad. Ya
Aristóteles calificaba al hombre como animal social y político. Esta inclinación se basa tanto en motivos de
orden material (la imposibilidad del individuo para subsistir por sí solo) cuanto en razones espirituales (la
inclinación y necesidad de la amistad, del afecto y del amor humano). Esta inclinación fundamenta todos los
derechos sociales y pone límites a una libertad concebida arbitrariamente; así por ejemplo, de esta inclinación
puede establecerse la antinaturalidad de la mentira, del robo, de la injusta distribución de los bienes naturales,
etc. La virtud de la justicia perfecciona y salvaguarda correctamente esta natural inclinación del hombre.
Los preceptos segundos de la ley natural. Junto al precepto fundamental de la ley natural y a los pri-
meros preceptos de la ley natural, nuestra razón, trabajando ya de modo más fino, descubre otros fines
que nos perfeccionan pero que no tienen ya la evidencia inmediata de los anteriores, sino que son fruto de
un razonamiento generalmente científico. Estos constituyen lo que algunos llaman con diversos nombres:
derecho natural aplicado, o especial, o segundo, o derivado. Por ejemplo, pertenece a este nivel de principios
la ilicitud de la venganza privada, la indisolubilidad del matrimonio, etc.
1) Universalidad. La ley natural es válida para todos los hombres. Niegan esta verdad todos los que
defienden algún modo de relativismo cultural o geográfico (o sea, los que sostienen que los principios
morales o éticos dependen exclusivamente de cada cultura o cada región; así los que dicen que no tiene el
mismo valor moral en homicidio o el adulterio en nuestra cultura occidental que entre los hotentotes). En
el fondo estos relativismos confunden el valor objetivo de la ley natural con su posible desconocimiento
por parte de algunos hombres. La ley natural es válida para todo ser humano porque se deduce, como ya
hemos indicado, a partir de las inclinaciones naturales del hombre. Habiendo unidad esencial en el género
humano, los preceptos han de ser necesariamente universales. El hombre, con las estructuras fundamen-
tales de su naturaleza, es la medida, condición y base de toda cultura. Sin embargo, otra cosa es que todos
los hombres conozcan todos estos preceptos. En este sentido los filósofos y teólogos distinguen entre los
distintos niveles de la ley diciendo que: sobre el precepto universalísimo no cabe ignorancia alguna por
su intrínseca evidencia; sobre los primeros preceptos cabe la posibilidad de ignorar algunos, aunque no
durante mucho tiempo; esto se agrava en la situación real del hombre caído (pero dicen que es imposible
ignorarlos todos en conjunto); finalmente, sobre las conclusiones remotas caben mayores probabilidades
de ignorancia inculpable, de oscurecimiento de la razón debido al pecado y de error en el procedimiento
del razonamiento práctico. Digamos de paso que esto postula la necesidad moral de la gracia y la revelación 10
para que las verdades religiosas y morales sean conocidas de todos y sin dificultad, con una firme certeza
y sin mezcla de error.
2) Inmutabilidad. La ley natural es también inmutable, es decir, que permanece a través de las varia-
ciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso[18]. Se opone a esta
verdad el relativismo histórico o evolucionismo ético que sostiene que la moralidad está sujeta a un cambio
constante (o sea, que una cosa es la moral en nuestro tiempo y otra la moral de los tiempos de Cristo; y otra
será la moral del próximo siglo). Nuevamente estamos ante una confusión de planos. Podemos distinguir
una inmutabilidad objetiva y una inmutabilidad subjetiva. Objetivamente hablando la ley natural admite un
cierto cambio cuantitativo en el sentido de que puede lograrse con el tiempo una mayor declaración de los
3) Indispensabilidad. La ley natural no admite excepciones. Santo Tomás aceptaba sólo la posibilidad
de la dispensa realizada por el mismo Dios, en cuanto autor de la naturaleza, de algún precepto del derecho
natural secundario cuando lo exige un bien mayor, ya que éste salvaguarda sólo los fines secundarios de la
naturaleza. Tal es el caso, por ejemplo, de la permisión en el Antiguo Testamento de la poligamia y del divor-
cio. Pero nunca hay excepción ni dispensa de ningún precepto primario; por eso, las aparentes excepciones
que admite la moral en los casos de hurto y homicidio no son verdaderas excepciones de la ley natural, sino
auténticas interpretaciones que responden a la verdadera idea de la ley.
La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es
solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino
de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos. En la humanidad y en el mundo, la Iglesia
es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo pro-
yecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana. La Iglesia es entre los hombres la tienda del
encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3)—, de modo que el hombre no está
solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor
redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual,
sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive, donde lo encuentra el amor de Dios
y la vocación de corresponder al proyecto divino.
La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma,
sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.
La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la per-
sona y del género humano. La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y
se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas,
mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo. El actuar humano, cuando tiende a promover
la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la
solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar
su Amor y su Providencia para con sus hijos.
2) La Tradición de la Iglesia, desde los Apóstoles, es decir, lo que la Iglesia fundada por Cristo ha enseñado
sobre el hombre y su justicia, enseñanza que se remite al mismo Cristo.
3) De la autoridad de la Iglesia. Desde el Papa pasando por Obispos y Sacerdotes, incluso los laicos ejem-
plares, la Iglesia extrae desde ellos enseñanzas sociales. Con esto no hay que confundir entre una práctica
negativa (anti testimonio) con una enseñanza, pues los falsos testimonios de personas de la Iglesia no 12
significan enseñanza oficial de la Iglesia.
PRINCIPIOS DE LA DSI:
1. Dignidad de la persona humana
4. Principio de solidaridad
Es asi que en este mundo dividido y perturbado por toda clase de conflictos, aumenta la convicción de una
radical interdependencia, y por consiguiente, de una solidaridad necesaria, que la asuma y traduzca en el
plano moral. Hoy quizás más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino común que cons-
truir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos. [...] El bien, al cual estamos llamados , y la felicidad
a la que aspiramos no se obtienen sin el esfuerzo y el empeño de todos, sin excepción; con la consiguiente
renuncia al propio egoísmo. (Sollicitudo rei socialis, núm. 26)
5. Principio de subsidiariedad
La Iglesia, iluminada por la fe, que le da a conocer toda la verdad acerca del bien precioso del matrimonio y
de la familia y acerca de sus significados más profundos, siente una vez más el deber de anunciar el Evangelio,
esto es, la «buena nueva», a todos indistintamente, en particular a aquellos que son llamados al matrimonio
y se preparan para él, a todos los esposos y padres del mundo... (Familiaris Consortion.º 3)
6. Participación social
Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de igualdad fundamental… igualdad
que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. (Sollicitudo
rei socialis.) 13
Este principio está iluminado por el primado de la caridad « que es signo distintivo de los discípulos de
Cristo (cf. Jn 13,35) ». Jesús « nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto,
de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor » (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St
2,8). El comportamiento de la persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor
y está ordenado al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean
testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza (cf. 1
Co 12,31-14,1) que puede conducir a la perfección personal y social y mover la historia hacia el bien.
El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones sociales: especialmente aquellos que tienen el
deber de proveer al bien de los pueblos « se afanen por conservar en sí mismos e inculcar en los demás,
desde los más altos hasta los más humildes, la caridad, señora y reina de todas las virtudes. Ya que la ansiada
solución se ha de esperar principalmente de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia
en sí toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los demás,
es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo ». Este amor puede ser llamado «
caridad social » o « caridad política » y se debe extender a todo el género humano. El « amor social » se
sitúa en las antípodas del egoísmo y del individualismo: sin absolutizar la vida social, como sucede en las
visiones horizontalistas que se quedan en una lectura exclusivamente sociológica, no se puede olvidar que el
desarrollo integral de la persona y el crecimiento social se condicionan mutuamente. El egoísmo, por tanto,
es el enemigo más deletéreo de una sociedad ordenada: la historia muestra la devastación que se produce
en los corazones cuando el hombre no es capaz de reconocer otro valor y otra realidad efectiva que de los
bienes materiales, cuya búsqueda obsesiva sofoca e impide su capacidad de entrega.
Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la
vida social —a nivel político, económico, cultural—, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción.
Si la justicia « es de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los
bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor
benigno que llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ».No se pueden regular
las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « El cristiano sabe que el amor es el motivo
por el cual Dios entra en relación con el hombre. Es también el amor lo que Él espera como respuesta del 14
hombre. Por eso el amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. El amor
debe animar, pues, todos los ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden internacional.
Sólo una humanidad en la que reine la “civilización del amor” podrá gozar de una paz auténtica y duradera
».En este sentido, el Magisterio recomienda encarecidamente la solidaridad porque está en condiciones de
garantizar el bien común, en cuanto favorece el desarrollo integral de las personas: la caridad « te hace ver
en el prójimo a ti mismo ».
Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre. Semejante cambio no significa anular la dimensión
terrena en una espiritualidad desencarnada. Quien piensa conformarse a la virtud sobrenatural del amor sin
tener en cuenta su correspondiente fundamento natural, que incluye los deberes de la justicia, se engaña
15
BIBLIOGRAFÍA
Obligatoria
Complementaria
• André Frossard (1988). Dios existe: yo me lo encontré (12 edición). Ediciones Rialp.
• Enrique Colom Costa (2001). Curso de doctrina social de la Iglesia. Ediciones Palabra.
16
UGM | 2018