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Enero 2013
19646-0
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página I
Coordinador:
Enric Zamorano Bayarri
ISBN: 978-84-695-2238-7
DL: M-39374-2012
El contenido de esta publicación se presenta como un servicio a la profesión médica, reflejando las opiniones,
conclusiones o hallazgos propios de los autores incluidos en la publicación. Dichas opiniones, conclusiones o
hallazgos no son necesariamente los de PIERRE FABRE IBÉRICA, S.A, ni los de ninguna de sus afiliadas, por lo
que PIERRE FABRE IBÉRICA, S.A. no asume ninguna responsabilidad derivada de la inclusión de las mismas en
dicha publicación.
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Índice
Introducción
.................................................................................................................................................. V
Capítulo 1
Comorbilidad psiquiátrica de los trastornos afectivos................................................. 1
Cuestionario ............................................................................................................................ 16
Pedro Morán González
Medicina Familiar y Comunitaria. ZBS Zamora Norte - San Pedro de la Nave. Zamora
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
Capítulo 2
Comorbilidad de las enfermedades del SNC y dolor.................................................. 19
Cuestionario ............................................................................................................................ 37
Silvia López Chamón
Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud Huerta de los Frailes. Leganés. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
Capítulo 3
Comorbilidad con trastornos del sueño............................................................................. 39
Cuestionario ............................................................................................................................ 54
Enric Zamorano Bayarri
Medicina Familiar y Comunitaria. ABS Alt Mogent - CAP Sant Antoni de Vilamajor. Barcelona.
Coordinador de la Sección del Sueño del Grupo de Trabajo en Salud Mental de
SEMERGEN
Capítulo 4
Comorbilidad en adicciones ............................................................................................. 57
Cuestionario ............................................................................................................................ 69
Francisco López López
Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud Vicente Muzas. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
III
Índice
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página IV
Capítulo 5
Comorbilidad psiquiátrica de las enfermedades neurológicas ............................... 71
Cuestionario ............................................................................................................................ 88
Raquel Ramírez Parrondo
Medicina Familiar y Comunitaria. Clínica Universidad de Navarra. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
Capítulo 6
Comorbilidades de los trastornos médicos (no neurológicos)
y psiquiátricos .................................................................................................................... 91
Cuestionario .......................................................................................................................... 104
Montserrat Romacho Canudas* y Enric Zamorano Bayarri**
Medicina Familiar y Comunitaria.
* Gabinete de Estudios Comportamental y Psicodiagnóstico. Barcelona
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
** ABS Alt Mogent - CAP Sant Antoni de Vilamajor. Barcelona
Coordinador de la Sección del Sueño del Grupo de Trabajo en Salud Mental
de SEMERGEN
IV
Introducción
Las ediciones sucesivas del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales,
publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría), no han conseguido una clasificación clara
que permita distinguir los procesos entre sí, existiendo mucho solapamiento entre ellos, lo que da
lugar a enormes tasas de comorbilidad. Por ello, la presencia en un individuo de más de un diag-
nóstico simultáneo no implica necesariamente la presencia de múltiples enfermedades, sino que
en realidad puede reflejar la incapacidad en este momento para asignar un único diagnóstico para
todos los síntomas. De ahí que ciertos autores abogan por considerar la existencia de “espectros”
o continuums clínicos y etiopatogénicos en los trastornos.
Sea como sea, las tasas de comorbilidad de los trastornos psiquiátricos son muy elevadas y ello
da lugar a múltiples consecuencias negativas para el individuo:
Introducción
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página VI
En el tratamiento se debe tener en cuenta la posibilidad de interacciones entre los distintos medi-
camentos y los efectos secundarios de éstos, así como la repercusión mutua que puedan ejercer
los distintos procesos morbosos entre sí.
Para ello, vamos a estudiar las distintas comorbilidades de los trastornos mentales, divididas en
los siguientes capítulos:
VI
afectivos
Pedro Morán González
Medicina Familiar y Comunitaria. ZBS Zamora Norte - San Pedro de la Nave. Zamora
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
INTRODUCCIÓN
Cuando Schwartz (1), en 2011, intentó hacer un estudio de casos de depresión resistente al trata-
miento en su institución, centrándose en pacientes puramente deprimidos que no padecían otras
comorbilidades, con la esperanza de crear una cohorte de pacientes uniformes que debían seguir-
se sistemáticamente durante varios años comparándolos con otros pacientes que tuvieran patolo-
gías asociadas, se dio cuenta de que el ensayo era imposible porque no había prácticamente
“casos control” con sólo trastorno depresivo mayor. Al final, casi todos tenían resultados comór-
bidos, fundamentalmente con trastorno de ansiedad, y en una menor medida con los trastornos de
la personalidad y trastornos por abuso de sustancias. El autor tuvo que cambiar el diseño del estu-
dio para observar sistemáticamente una población de pacientes comórbidos. Una revisión biblio-
gráfica de literatura en ese momento encontró que Tucker (2) y colaboradores habían encontrado
resultados similares cuando en un estudio intentaron comparar las clínicas de ambos, la ansiedad
y la depresión. Es decir, la comorbilidad en los trastornos del estado de ánimo suele ser
la regla y no la excepción.
Delimitación
Cuando intentamos relacionar los trastornos afectivos con el resto de patología psiquiátrica, el pri-
mer gran problema que encontramos en Atención Primaria son las ataduras que nos imponen los
sistemas de clasificación DSM-IV (4) y CIE-10 (5). Como es bien conocido, es una clasificación
de trastornos, no de enfermedades, pensada para la investigación y no para el desarrollo de la
práctica clínica, que nos lleva a unos diagnósticos complejos y múltiples, típicos del modelo mul-
tiaxial en que se sustenta. Ello se agrava con la falta de criterios biológicos específicos (aunque
desde el desarrollo de las técnicas de imagen ha habido un avance espectacular en el conocimien-
to de los mecanismos implicados), el solapamiento de síntomas comunes a más de un proceso y
1
a la no posible extrapolación de los resultados, no sólo de EE.UU. sino ni tan siquiera los de nues-
tro entorno, que siempre defendimos (6) y pudimos corroborar con los resultados del estudio
europeo ESEMeD (7) (European Study of the Epidemiology of Mental Disorders) (tabla I), en el
que participaron Alemania, Bélgica, España (de diciembre de 2001 a diciembre de 2002), Francia,
Holanda e Italia, según criterios DSM-IV.
En ese estudio se obtuvieron resultados para España de una prevalencia anual de un 8,5 para cual-
quier trastorno mental, con un rango de entre el 3,7-5,1 para los afectivos y un 4,1-6,9 para los
de ansiedad. Estos datos nos alejan sustancialmente, como se había defendido en los trabajos
publicados anteriormente, de las prevalencias manejadas por los estudios ECA (Epidemiologic
Catchment Area) y NCS (National Comorbility Study) de EE.UU. (prevalencias anuales del 19,5 y
23,4, respectivamente, para cualquier trastorno) y que se decían extrapolables a los países desarro-
llados.
Las posibilidades de padecer un proceso mental a lo largo de la vida son en España de un 20,1%
(17-23), con una prevalencia del 11,8% (11-13) para los afectivos y del 10,0% (8-12) para los de
ansiedad, habiendo también diferencias con los países de nuestro entorno.
Un estudio detallado de los resultados se puede encontrar en las publicaciones de Resultados del
Estudio ESEMeD-España, de Haro y cols. (8, 9).
Los síntomas o trastornos afectivos son muy frecuentes en la población y coexisten con otras
muchas patologías psiquiátricas, especialmente los trastornos de ansiedad, los trastornos obse-
sivo-compulsivos, los trastornos de la conducta alimentaria y los trastornos psicóticos. Además,
se suelen asociar también con trastornos por consumo de sustancias y cantidad de “enfermeda-
des físicas”, lo que ensombrece en gran medida su evolución y su pronóstico.
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Habitualmente, los médicos tratan de distinguir la depresión de la ansiedad, pero esto, desgracia-
damente, además de difícil resulta artificial. Los síntomas de ansiedad son comunes en los pacien-
tes con depresión mayor: 72% se preocupan, 62% presentan ansiedad psíquica, 42% tienen
ansiedad somática y 29% tienen crisis de angustia (6). Los factores que favorecen el TDM (tras-
torno depresivo mayor) incluyen síntomas como desesperanza anérgica, la sensación de que “ya
2
no puede continuar”, anhedonia, y despertar matinal precoz, mientras que problemas como el
insomnio inicial, la preocupación o temor, y conductas específicas como la evitación o las fobias
apuntan a la ansiedad. Ya hemos dicho que la comorbilidad entre la depresión y la ansiedad es la
regla más que la excepción, llegando al 60%, según los estudios. En España, un 20% ha de pade-
cer el proceso a lo largo de su vida (10) y será la primera causa de discapacidad del siglo XXI,
según Jerónimo Saiz.
Dada la alta frecuencia con que los trastornos depresivos y los síntomas o síndromes de ansiedad
coexisten, durante mucho tiempo ha persistido la controversia respecto a su conceptualización
diagnóstica como dos entidades distintas o un único trastorno. En este último caso sería más ade-
cuado hablar del espectro dimensional o continuum depresión-ansiedad. Klein definió las carac-
terísticas que ha de cumplir un espectro (tabla II).
La teoría de los trastornos del espectro depresivo-ansioso (EDA) fue defendida ya por van Praag,
quien postula que todo es un continuum donde en un extremo estaría la ansiedad pura y en el otro
la depresión pura, enmarcando todos los matices de la “comorbilidad” y recuperando conceptos
etiopatogénicos y tratamientos que actúan sobre alteraciones neurobiológicas concretas y no esta-
dísticas. Y cuando hablamos de trastornos de espectro depresivo-ansioso (TEDA), estamos
3
Depresión y
Depresión Trastornos
ansiedad
mayor de ansiedad
comórbidas
Dentro de este concepto de EDA (espectro depresión-ansiedad) sí que habría que redefinir la
actual clasificación de los trastornos de ansiedad, porque mientras el trastorno de ansiedad gene-
ralizada (TAG) y los trastornos de angustia (TA) sí formarían parte del espectro, los trastornos fóbi-
cos específicos, fobia social, agorafobia, trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos por estrés
(agudo y postraumático) y trastornos adaptativos, serían procesos diferentes por su etiología.
4
Si retomamos ahora los resultados del estudio ESEMeD, las prevalencias durante la vida de los
diferentes cuadros “redefinidos” depresión mayor (10,9), distimia (3,6), ansiedad generalizada
(1,9) y trastorno de angustia (1,7), serán de 18,1% para el espectro depresivo-ansioso del total
del 20,1 esperado para todos los trastornos mentales. Las de los otros procesos se exponen en la
tabla III.
La NCS (National Comorbidity Survey) (12) encontró que el 58% de los pacientes con depresión
también reunían los criterios DSM-IV para un trastorno de ansiedad comórbido, con mayor fre-
cuencia TAG (17%) o trastorno de angustia (10%).
El estudio ECA (Epidemiologic Catchment Area) (13), sobre ansiedad, demostró cifras altas de
comorbilidad. Entre un 40 y un 80% de los pacientes con trastorno de angustia presentan depre-
sión mayor y un 49% de pacientes con trastorno de ansiedad generalizada evidencian una depre-
sión (14). El 2,1% de la población estudiada había sido diagnosticada, en algún momento de su
vida, de trastorno afectivo y de trastorno de angustia, sugiriendo que la probabilidad de que ambos
trastornos se presenten de forma comórbida es 11 veces mayor que la esperada por azar.
El 50% de los pacientes TEDA no son diagnosticados, y es sabido que un 25% de los pacientes
que acuden a una consulta de Atención Primaria tienen un TEDA, llegando al 50% de los hiper-
frecuentadores. Con todo ello hemos de sospechar el diagnóstico de un trastorno del EDA, basán-
donos en un perfil de factores de riesgo y en la forma de presentación.
En cuanto a la cronología, un gran estudio epidemiológico (N = 1.783) de pacientes con doble diag-
nóstico encontró que los rasgos de ansiedad precedían a la aparición de la depresión con más fre-
Prevalencia anual 0,3 (0,1-0,4) 3,0 (1,7-4,3) 0,7 (0,3-1) 0,6 (0,3-0,8)
5
cuencia (57% de los casos) que la depresión precedía a la aparición de la ansiedad (18% de los
casos) (12). Del mismo modo, entre los sujetos principales con doble diagnóstico depresión
mayor-trastorno de angustia de la National Comorbidity Survey, el 43% identificaron que su pri-
mera crisis de angustia había ocurrido antes del primer episodio de su depresión recurrente, mien-
tras que menos (31%) informaron de un primer episodio de depresión antes de su primera crisis
de angustia (15). Otro estudio, del Programa de Depresión Clínica e Investigación del Hospital
General de Massachusetts, de Boston, encontró que entre los pacientes con depresión con trastor-
nos de ansiedad comórbidos, la fobia social y el TAG eran las formas más probables de trastorno
de ansiedad que preceden a la aparición de la depresión mayor, con más del 60% cada uno (16).
Los pacientes que objetivan una comorbilidad trastorno de angustia-trastorno depresivo presentan
síntomas más intensos y frecuentes que los pacientes con trastorno aislado. Además, las crisis de
angustia eran el principal predictor de suicidio consumado en el primer año de seguimiento.
En la National Epidemiologic Survey of Alcohol and Related Conditions (NESARC), el 41% de los
sujetos con depresión mayor tenían un trastorno de ansiedad comórbido de toda la vida, princi-
palmente fobias específicas (20%), seguido del TAG (15%), fobia social (13%) y trastorno de
angustia sin agorafobia (11%) o con agorafobia (3%) (17). En este estudio, la depresión mayor
tenía una asociación cerca de seis veces mayor de la esperada con el TAG y aproximadamente 3
veces mayor con el trastorno de angustia (con o sin agorafobia). Las tasas de prevalencia de
depresión mayor parecen ser mucho mayores en los pacientes con trastorno de angustia no trata-
do (45%) que con el tratado (19%) (18). Esto sugiere que tratar el trastorno de angustia puede
tener un efecto protector contra el desarrollo posterior de depresión.
Un estudio japonés (19) que comparaba las tasas de depresión mayor subsecuente entre los parti-
cipantes con 1 (20%), 2 (45%) ó 3 (87%) trastornos de ansiedad, reveló que la presencia de múl-
tiples trastornos de ansiedad era altamente predictivo de eventual depresión mayor comórbida.
La proporción por sexos es de 2-3/1 a favor de las mujeres (23). Las personas jóvenes presentan
mayor tinte ansioso con sentimiento de temor y sintomatología física, y los adultos los de mayor
componente depresivo que aparecen “como si la vida les pesara”.
Por otra parte, la comorbilidad ansiedad y depresión comporta una posibilidad aún mayor de no
respuesta al tratamiento, mala evolución a largo plazo y suicidio. Así, en el trastorno de angustia
simple, el riesgo de suicidio es del 7%, pero si existe depresión comórbida, el riesgo se incre-
menta al 23,6%. Así mismo, el TDM sin ansiedad tiene un riesgo de suicidio del 7,9%, pero cuan-
do existe ansiedad comórbida, éste aumenta al 19,8%.
El tratamiento del trastorno mixto ansioso-depresivo no está tan bien establecido como el de los
síndromes de depresión o ansiedad puros. Como el trastorno mixto ansioso-depresivo no está
incluido como diagnóstico formal en el cuerpo principal del DSM-IV-TR, no existen indicaciones
en ficha técnica aprobadas por la FDA. Sin embargo, una serie de estudios preliminares sugiere
seguridad y eficacia del uso de los antidepresivos serotoninérgicos dirigidos a los síntomas
depresivos y de ansiedad concurrentes, incluso si ninguna condición alcanza los criterios de sín-
tomas o la duración especificados por el DSM-IV-TR para constituir la presencia de un síndrome.
No se ha demostrado que los altos niveles de ansiedad basal disminuyan los efectos antidepresivos
de la recaptación con duloxetina en la depresión mayor (24). La duloxetina, de hecho, ha demostra-
do que puede reducir los síntomas de ansiedad en los pacientes con depresión mayor, como se ha
señalado en un artículo de revisión de Dunner y cols. (25). La venlafaxina también ha demostrado
una mejora más rápida y más robusta de los síntomas de ansiedad concurrentes con depresión
mayor en comparación con el tratamiento con fluoxetina (25). Una revisión de 2008 de los ensayos
publicados con antidepresivos para la depresión mayor con síntomas de ansiedad (específicamen-
te fluoxetina, paroxetina, sertralina, bupropión o venlafaxina) no encontró diferencias de resultados
clínicamente significativas entre estos agentes (26).
7
La psicoterapia puede ser la modalidad de tratamiento preferida para algunos pacientes con ansie-
dad y depresión combinadas. Los estudios han examinado una serie de formas específicas de psi-
coterapia para la depresión y la ansiedad de forma individual, pero los datos (27) son más limita-
dos en las intervenciones de psicoterapia específicas para el trastorno mixto ansioso-depresivo.
TRASTORNOS OBSESIVOS
La comorbilidad del TOC (trastorno obsesivo compulsivo) es bastante más rara que en los tras-
tornos de ansiedad. El TOC se caracteriza por pensamientos intrusivos y compulsiones rituales, y
debe afectar a la vida normal del individuo. Cuando los pensamientos intrusivos son muy inten-
sos o no tienen acceso, o se le prohíben los rituales compulsivos, puede desarrollar crisis de
angustia. Suele tener un curso crónico y no hay diferencia por sexos (28), con incremento de la
sintomatología en episodios vitales adversos que les hace avergonzarse de su comportamiento,
pero sin poder evitarlo. Ello lleva a una comorbilidad depresiva, habitualmente secundaria, con
una tasa próxima al 57% (33), e incluso a intentos de suicidio.
Los trastornos por estrés postraumático suelen ser infradiagnosticados y su comorbilidad es muy
frecuente y muy complicada, no siendo el paciente consciente de que su estado de ansiedad ha
estado presente desde mucho tiempo antes de la aparición del cuadro depresivo. Los ISRS (inhi-
bidores selectivos de la recaptación de serotonina) e IRSN están indicados, pero probablemente
sea de los procesos que más se beneficiarían de psicoterapia complementaria.
TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD
Se clasifican en tres grupos por sus similitudes: A (paranoide, esquizoide y esquizotípico), B (anti-
social, límite, histriónico y narcisista) y C (evitativo, dependiente y obsesivo compulsivo). No son
grupos cerrados, como pasa en todas las clasificaciones DSM y CIE, y es frecuente que en la
misma persona se diagnostique más de un trastorno de la personalidad, incluso de grupos dife-
rentes.
Para algunos autores (31) la determinación de las asociaciones entre trastornos de la personali-
dad y los trastornos del estado de ánimo plantea problemas a escala conceptual. Para aclarar este
punto se han descrito seis modelos explicativos de comorbilidad de los trastornos de personali-
dad y distintas patologías del eje I (tabla IV).
Una cuestión polémica es hasta qué punto se puede evaluar la personalidad en pacientes con un
trastorno depresivo, ya que los rasgos podrían estar “contaminados” por éste. Empleando siste-
mas categoriales, no existe evidencia de asociación específica entre los trastornos del estado de
ánimo y tipos concretos de trastorno de la personalidad. En una revisión realizada por Tyrer y cols.
(32) parece que existe una moderada asociación entre los trastornos del estado de ánimo y los
grupos B y C de personalidad, lo que supone una aparición entre dos y cinco veces mayor a la
esperable por azar.
Siguiendo la corriente DSM/CIE, los TP se asocian a menudo a trastornos mentales del eje I, sobre
todo trastornos depresivos y de ansiedad (33), con una prevalencia que varía enormemente según
9
el muestreo y el diseño del estudio entre el 6 y el 87% (33), considerándose incluso como facto-
res de riesgo para los trastornos depresivos (34) y disminuyendo la eficacia del tratamiento de los
pacientes con un TA que sufren también un TP.
Los TP se asocian con frecuencia también a la distimia (35). Parece que la prevalencia de disti-
mia a lo largo de la vida es de un 3%, aunque es más alta en las mujeres (4%) que en los varo-
nes (2,2%) (36), pero la prevalencia de comorbilidad es muy elevada (65%-100%) cuando se
asocia a otros trastornos de los ejes I y II. Desde un punto de vista clínico, el TP en pacientes con
distimia está ligado a una psicopatía general más grave, que se refleja en unas puntuaciones altas
en la BDI (Beck Depression Inventory [inventario de depresión de Beck]) y en la mayor parte de
las escalas de MMPI (Minnesota Multiphase Personality Inventory [inventario de personalidad
Multifase de Minnesota]). Más concretamente, se ha observado una sintomatología depresiva más
grave en distimia cuando se asocia a rasgos de personalidad del tipo C, así como a la ansiedad.
En el estudio de Vilaplana y cols. (37), desarrollado en nuestro medio, se puso de manifiesto que
considerando los trastornos del estado de ánimo solos (TDM, distimia o ambos) tienen una mayor
prevalencia en los trastornos de la personalidad Tipo C, mientras que si consideramos únicamen-
te la distimia, se observa una prevalencia superior en el Tipo B, con una diferencia estadísticamen-
te significativa. Al analizar todos los TP independientemente de su clasificación por grupos, se
apreció que la distimia se da en el 18,9% del total de los pacientes, mientras que el TDM se da
tan sólo en el 11,6% del total de éstos. En cuanto a la funcionalidad de los pacientes por tipo de
trastorno de la personalidad, observaron que los TA, en general, son frecuentes en el TP, especial-
mente en lo relativo a los Tipos B y C. También observaron, tal como cabía prever clínicamente,
que los pacientes del Tipo B acudían a las clínicas ambulatorias y los Servicios de Urgencias con
una frecuencia significativamente mayor, mientras que los pacientes del Tipo A tenían mayor fre-
cuencia de ingresos y peor funcionalidad general, y los de Tipo C tienen peor respuesta al trata-
miento, tardan más en responder y tienen mayor probabilidad de evolucionar a la cronicidad. Los
autores reconocen el sesgo que puede suponer el hecho de que la selección haya sido sobre
pacientes que provienen de asistencia de segundo nivel (sobreseleccionados).
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) se caracterizan por alteraciones graves de la con-
ducta alimentaria. Aunque los criterios del DSM-IV-TR permiten diagnosticar TCA específicos, con
10
frecuencia los síntomas se presentan a lo largo de un continuum entre los extremos de la anore-
xia nerviosa (AN) y la bulimia nerviosa (BN).
Las personas anoréxicas suelen presentar síntomas de depresión en proporción superior a la pobla-
ción general (60% en algún momento de su evolución, aunque la mayoría aparecen durante el pri-
mer año), generalmente de gravedad proporcional a los síntomas anoréxicos, ansiedad, rasgos per-
feccionistas y estilos de personalidad rígida con retraimiento social, probablemente secundarios a
la malnutrición, pues mejora el estado de ánimo cuando los pacientes recuperan peso.
Los episodios depresivos son más prevalentes en las pacientes que han tenido conductas purga-
tivas (96%) que en las meramente restrictivas (66%) (38). El 40% de las pacientes con AN que
cumplen diagnóstico de depresión, se autoagreden y verbalizan ideas de suicidio, y el 20% lo
consuman.
Se han visto altas tasas de comorbilidad de AN con TEA en pacientes que buscan tratamiento en cen-
tros psiquiátricos de Atención Terciaria (50-75%), así como en las que tienen antecedentes de abu-
sos sexuales (20-50%) (39). El curso y la aparición de los trastornos afectivos tienen una evolución
distinta de la AN; además, se ha visto que pacientes recuperadas podrían desarrollar trastornos
depresivos mayores con mayor frecuencia que la población normal.
Existe una fuerte asociación entre la BN y los síntomas depresivos. En los trastornos más graves
existe, con elevada frecuencia, tristeza, sentimientos de culpa, baja autoestima, alteraciones del
sueño e ideas autolíticas. Como en la AN, se plantea si estos síntomas son primarios o secundarios
al TCA. No obstante, se ha encontrado una correlación entre las oscilaciones del estado de ánimo y
las conductas bulímicas, siendo los síntomas depresivos más intensos cuanto más graves son estas
conductas, y a la inversa (40). Por otra parte, se ha mencionado la posible relación entre la BN y el
trastorno afectivo estacional, debido a la observación de que en algunos pacientes los síntomas bulí-
micos empeoran durante el invierno (40).
ESQUIZOFRENIA
Desde Kraepelin y Bleuler, la depresión es una de las comorbilidades más estudiadas en la esqui-
zofrenia. Numerosos autores han ido aportando luces sobre el tema, siendo probablemente Siris
SG (41) el más importante.
11
Respecto a la naturaleza del cuadro depresivo en la esquizofrenia, forma parte de las características
intrínsecas de la depresión (excluyendo aquellas depresiones sintomáticas demostrables: inducida
por antipsicóticos, etc.) y puede aparecer en cualquier momento de la evolución de la enfermedad.
Johnson (42) recalca que en la esquizofrenia los trastornos del estado de ánimo pueden presen-
tarse de cuatro formas distintas:
Judd (43), psiquiatra de la Universidad de California, examinó en 1996 los dos mayores estudios
epidemiológicos realizados en Estados Unidos: ECA (Epidemiologic Catchment Area) y al menos
el 80% de los pacientes esquizofrénicos.
12
Se suele aceptar que un 10% de los pacientes esquizofrénicos se terminan suicidando, siendo la
depresión el factor más importante acompañante.
La Calgary Depression Scale (CDS) es una escala desarrollada por Addington para medir espe-
cíficamente el nivel de depresión de los pacientes esquizofrénicos. Es el resultado de dos esca-
las psicométricas: el Present State Examination (PSE) y la Hamilton Depression Rating Scale
(HDRS).
González Pablos (45) diseñó un estudio con un grupo de 85 pacientes que padecen esquizofrenia con
más de 65 años de edad. La edad media es de 74 años. Once son hombres y 74 mujeres. La media de
años de evolución de la enfermedad es de 40 años y la media de años de internamiento es de 25 años.
En su mayor parte, están diagnosticados de esquizofrenia paranoide (49,1%) y residual (44,7%),
según criterios CIE-10. El 45,54% de los hombres presentan depresión, frente al 17,57% de las muje-
res, aunque es preciso tener en cuenta el número bajo de la muestra.
En muy pocos trabajos se ha estudiado la presencia de depresión a largo plazo. El estudio Chicago
Follow-Up Study siguió durante 20 años a 73 pacientes esquizofrénicos. Un porcentaje de 65%
sufrió por lo menos un síndrome depresivo durante este tiempo. La tasa de suicidios fue del 10%
a los 10 años y superior al 12% a los 20 años. Esta cifra del 10% de suicidios se reproduce en
otros trabajos, y es importante por relacionarse íntimamente con la comorbilidad depresión esqui-
zofrenia (46).
En cuanto a la calidad de vida en pacientes en fase crónica, Reine y cols. (47) incluyeron a 77
pacientes estabilizados. Los síntomas esquizofrénicos fueron evaluados utilizando la Escala de
Síntomas Positivos y Negativos (PANSS). La calidad de la vida subjetiva fue evaluada usando
la versión abreviada de la Escala de la Calidad de Vida de Lehman (QoLI). La depresión fue eva-
luada mediante la Escala de Depresión de Calgary para la esquizofrenia (CDSS) y los efectos
extrapiramidales con la Escala de los Síntomas Extrapiramidal (ESRS). Los resultados obteni-
dos en la QoLI eran perceptiblemente más bajos en pacientes depresivos, y este resultado
seguía siendo constante para cuatro dimensiones de la QoLI cuando se ajustaron los marcado-
res de la ESRS y de la PANSS. Los autores concluyen que en los pacientes esquizofrénicos, los
síntomas depresivos se deben enfocar debido a su fuerte asociación con el total de la calidad
de vida subjetiva.
13
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15
y dolor
Silvia López Chamón
Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud Huerta de los Frailes. Leganés. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
INTRODUCCIÓN
Cuando nos referimos al dolor podemos estar considerando una sensación, un síntoma o un sen-
timiento. Representa un elemento de protección para el organismo y en condiciones normales se
experimenta como agravio.
El dolor puede ser un síntoma aislado en circunstancias especiales, pero generalmente forma parte
de todos los síndromes orgánicos, tanto de procesos agudos como crónicos, centrales o periféricos,
pero también puede ser manifestación de una patología psiquiátrica o de una simple decepción.
El soporte neuroanatómico para el dolor y el órgano diana del dolor coinciden en el sistema ner-
vioso. Vamos a considerar en este capítulo la comorbilidad entre dolor y SNC.
Ni que decir tiene, que para cumplir correctamente su misión, sin exceso ni defecto, todas las vías y
sistemas implicados en los mecanismos del dolor han de estar sanos, no sólo las neurológicas cen-
trales, además tienen que estarlo las funciones cerebrales afectivas, ejecutivas, impulsivas y sociales.
Podemos complicar más aún nuestra reflexión sobre el dolor y crecer en incertidumbre diagnós-
tica si consideramos que enfermedades orgánicas del SNC, como demencia o los ACV (acciden-
te vásculo-cerebral), pueden determinar alteraciones psíquicas que confunden los síntomas dolo-
rosos y, como enfermedades consideradas psiquiátricas, fibromialgia o trastorno somatomorfo,
cursan con dolor como síntoma fundamental.
Ayudar al paciente y a su entorno en el manejo adecuado del dolor, se considera una obligación
deontológica para todos los profesionales sanitarios, sabiendo que no siempre será fácil la remi-
sión completa de este síntoma, por lo que el objetivo será optimizar recursos para conseguir la
19
En este capítulo no se consideran todas las enfermedades que producen dolor y afectan al SNC.
No se van a contemplar enfermedades infecciosas agudas ni crónicas, traumatismos, procesos
tumorales primarios ni metastásicos, ni procesos degenerativos de los núcleos de la base, ni
enfermedades psiquiátricas en general, ya que se abordan en otros temas. Nos centraremos fun-
damentalmente en procesos degenerativos y de envejecimiento que modulan el dolor y en aque-
llos que deterioran y enferman el SNC por su propia fisiopatología.
Podemos acotar la definición del dolor contemplando diferentes aspectos en su clasificación: según
su duración (agudo/crónico), su posible patogenia (neuropático/nociceptivo/psicógeno), por su loca-
lización (somático/visceral), según su curso (continuo/irruptivo), de intensidad leve, moderada o
severa, con variabilidad en el pronóstico y con diferente respuesta farmacológica.
El dolor al que nos referimos en este tema es el dolor crónico, aquel que no responde a tratamien-
tos habituales y dura más de seis meses.
Desde el punto de vista clínico, sabemos más del dolor, por aproximación a las múltiples clasifi-
caciones que nos proponen los expertos o por el paralelismo con analogías para sus característi-
cas e intensidad, pero también nos ayuda a esta aproximación la experiencia personal y las res-
puestas en las intervenciones profesionales sobre nuestros pacientes.
Hablar de dolor nos obliga a medir el ahora, el antes y el después; para ello, el uso de escalas ana-
lógicas puede ayudarnos a delimitar y a definir tanto la intensidad como sus características, nos
facilita el diagnóstico diferencial, nos permite evaluar la eficacia de un tratamiento y la pérdida o
ganancia en la calidad de vida.
El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada a daño tisular real o
potencial, que percibe el individuo como consecuencia de alteraciones físico-químicas o neuro-
endocrinas, localizadas en las vías eferentes periféricas de los distintos órganos y sistemas
(Basbaum, 1998).
Estas sensaciones, canalizadas desde orgánulos específicos periféricos como impulsos nerviosos,
son moduladas por mecanismos periféricos y por vías centrales medulares ascendentes hasta los
núcleos cerebrales (tálamo, hipotálamo, amígdala e hipófisis) donde se gestiona con otras sensa-
ciones y emociones previas (recuerdos, temores, frustraciones), se “adereza” con influencias
socio-culturales (creencias, rituales, connotaciones, simbolismos) y se hace consciente a nivel de
la corteza cerebral (Sorkin, 1997).
Pero no finaliza aquí el proceso; esta circunstancia pone en marcha diferentes respuestas neuro-
vegetativas, a través del sistema nervioso autónomo, y se refunde con sistemas de autorregula-
ción neuroendocrinos, liderados por la hipófisis con la participación de órganos y terminales
secretores de hormonas y neurotransmisores (Baños, 1996). También determina la activación de
reflejos músculo-esqueléticos y otras respuestas a partir de vías eferentes, a la vez que se regula
la inhibición de procesos y se modula la respuesta individual dolorosa a nivel espinal (Fig. 1).
Esta rápida descripción pretende recordarnos la complejidad de la fisiopatología del dolor, pero
además tendremos que considerar las diferentes manifestaciones según culturas, individuos, edad
o sexo, e incluso la alta variabilidad en cada sujeto y en cada circunstancia.
Hasta el momento, y con todos los datos de que disponemos, el dolor no es tan conocido como
quisiéramos y a menudo no conseguimos un manejo adecuado del mismo.
La incidencia de dolor crónico en la población general se estima entre 79 y 43%, más frecuente
en mujeres, y en el grupo mayor de 65 años predomina el dolor referente a la espalda, a la cabe-
za y a las piernas, con un 60, 42 y 37%, respectivamente (Elliott, 1999).
21
Vías
descendentes
Corteza
de modulación Sustancia gris
Talámica periacueductal
GABA, ENCEFALINA
Locus Coeruleus
TRONCO
NOREPINEFRINA
ENCÉFALO
Núcleos Núcleos reticulares
del Rafe de células gigantes
Serotonina (-5HT)
No (-5HT) Núcleos parareticulares
de células gigantes
ENCEFALINA
MÉDULA SEROTONINA
Vía Cordón
dorsolateral
anterolateral
MÉDULA
SPINALESPINAL
CORD
SP, GABA A, B, 5-HT, NE, ENK, sP, prostaglandinas,
Neurotensina, ACH, DYN, CCK,VIP, histamina, serotonina,
CGRP, SOM, ADN, NPY, GLU, NO, bradikinina
BOM, PGE
Enzimas inhibitorias; encefalina medular,
ACH medular, bloqueo sináptico
Figura 1. Esquema de las vías de transmisión del impulso nervioso para el dolor. Modificada de Curso básico
del dolor (HSO).
En la población española parece ser menor, con una incidencia del 18%; la localización más fre-
cuente es la lumbar, seguida de miembros inferiores, afectando más a mujeres, 66%, y en edades
entre 55-70 años (Casals, 2004).
En nuestro medio, la Clínica del Dolor del Hospital Severo Ochoa, de Madrid, refiere datos del
83% de dolor no oncológico, frente al 17% del oncológico; la edad media de los pacientes es más
temprana y más amplia, 43-73 años, con una media de 58 años y cierta aproximación para ambos
sexos (58% en mujeres y 42% para hombres). El dolor más frecuente es el neuropático, 33%,
seguido del nociceptivo, 24%, y 22% para el mixto. El 66% presentan dolor severo y el 45% de
ellos una duración de más de 6 meses.
Según la clasificación IASP, para este grupo de trabajo el sistema nervioso se afecta en un 11,5%,
el músculo-esquelético y el sistema conectivo en 64%, y respecto a la localización, las zonas más
afectadas son la lumbar sacra y coxígea, 31,4%, el 16% para miembros inferiores y una afecta-
ción del 11% para más de tres regiones.
22
No siempre es fácil establecer cuál es la enfermedad primaria en los procesos orgánicos, igual-
mente resulta imposible aclarar la relación causa-efecto entre enfermedad orgánica y enfermedad
mental, o nos resulta realmente complicado aclarar su secuencia temporal y, sin embargo, hay
cuatro situaciones en las que está aceptada y reconocida esta relación:
Una vez más, este análisis no deja de ser una disección teórica con la que se pretende obtener
mayores conocimientos y mejores resultados al orientar el tratamiento.
DOLOR NEUROPÁTICO
Dolor neuropático es aquel que aparece como consecuencia directa de una lesión o enfermedad y
que afecta al sistema somatosensorial (Treede, 2008). En España se estima una prevalencia del
7,7% en la población general, con una alta comorbilidad de depresión, 29%. Las polineuropatías
son la causa más frecuente de dolor neuropático, y de todas ellas destaca la polineuropatía diabé-
tica (Montero-Homs, 2005).
espinal como supraespinal, lo que facilita una importante amplificación del dolor) (Baron,
2006).
Podemos clasificar al dolor como neuropático central, cuando la lesión está a nivel encefálico
o medular (ACVA, EM, lesión medular), neuropático periférico, si la lesión es periférica (herpé-
tica, diabética, radiculopatías) y simpático mantenido si existe actividad exagerada del Sistema
Nervioso Simpático (SDRC I y II).
En cuanto a los síntomas, podemos discriminar entre aquellos de origen motor (paresias, pará-
lisis, mioclonias, fasciculaciones, distonía), de origen sensorial (hipoestesia, hipoalgesia, anos-
mia, amaurosis, sordera, parestesias, disestesias, alodinia, hiperalgesia, dolor, fotopsia, tinnitus),
de origen autonómico (vasodilatación, vasoconstricción, alteraciones en la pilo-erección o en
la sudoración, tanto por exceso como por defecto) (SED).
Algunos síntomas aparecen de forma espontánea como parestesias, disestesias, sensaciones de que-
mazón, etc., y otros son provocados por estímulos externos como la hiperalgesia y la alodinia.
El diagnóstico se establece con una cuidada anamnesis, tanto de los datos relativos al dolor
(comienzo, evolución, características, síntomas acompañantes) como del paciente (antecedentes,
evaluación psicosocial, cognición respecto al dolor, abuso de sustancias, ganancias secundarias,
etc.), con exploración física general y neurológica tan completa como se requiera y con pruebas
diagnósticas complementarias según accesibilidad (Baron, 2006).
Las escalas validadas nos permiten discriminar entre dolor neuropático y nociceptivo; contamos
en castellano con las escalas validadas para síntomas neuropáticos de Leeds, también conocida
como escala LANSS (Pérez, 2006), escala DN4 (Gálvez, 2006) y la ID-Pain (Gálvez, 2007); para
valorar la intensidad de dolor, la escala visual analógica (EVA), aplicándola a cada descriptor de
dolor, y para evaluar la calidad de vida se utilizan la SF-36 (Alonso, 1998) o el cuestionario de
salud de Nottingham (Alonso, 1990).
La orientación diagnóstica y terapéutica inicial y correcta del dolor neuropático es nuestro reto, ya
que el papel de las actividades preventivas, el tratamiento adecuado (escalonado, agresivo, indi-
vidualizado y multidisciplinar) y la derivación oportuna a nivel especializado en dolor (si existen
dudas o fracaso terapéutico) parten de Atención Primaria (Aguilar-Luque, 2000).
Opiáceos y tramadol (fármacos analgésicos del 2.º y 3.er escalón de la escala analgésica de dolor
de la OMS, ya que los del 1.er escalón no están indicados).
25
Es importante recordar que estamos hablando de un síndrome complejo, que puede aparecer en múl-
tiples enfermedades y que no responde a la analgesia habitual (ni paracetamol ni AINEs).
Incluimos el algoritmo terapéutico que propone la Conferencia de Consenso del Dolor Neuropático
(Fig. 2).
Los tratamientos invasivos pueden ser una opción si aparecen intolerancias farmacológicas, ante
la necesidad concreta de proceso clínico o, si ha demostrado alta rentabilidad, las características
Ineficaz o mal
Respuesta parcial
tolerado
Cambiar por antidepresivo o Asociar antidepresivo o
antiepiléptico antiepiléptico
Ineficaz o mal
Respuesta parcial
tolerado
Figura 2. Conferencia de Consenso para el Diagnóstico y Tratamiento del Dolor Neuropático, 2009. Algoritmo
de intervención.
26
del propio método. En todos estos casos es preciso seleccionar de forma adecuada el paciente.
Estamos refiriéndonos a técnicas quirúrgicas de bloqueos nerviosos, tratamientos ablativos,
implantación de neuromoduladores o descompresión de nervios sometidos a atrapamiento
(Verdugo, 2003).
No podemos olvidar que el dolor crónico es la causa más frecuente de sufrimiento y discapacidad.
Así, la falta de control del dolor empeora la funcionalidad y deteriora la calidad de vida, desencade-
na depresión, empeoramiento cognitivo y aislamiento, anulando al sujeto y aumentando los costes
sanitarios (Brummel-Smith, 2002).
Se sabe que los pacientes neoplásicos mayores de 75 años reciben menos analgesia que los jóve-
nes, y también se sabe que la incidencia de dolor aumenta en el último año de vida y es más fre-
cuente en pacientes geriátricos (Bernabei, 1998).
En realidad es un tema complejo, no está clara la frontera entre los cambios patológicos y los pro-
pios del envejecimiento. Existe una alta variabilidad tanto para la expresión clínica de los proce-
sos como para el grado y el impacto de las distintas morbilidades que concurren, la distinta far-
macoterapia empleada y su iatrogenia, o la reserva funcional adquirida por el sujeto (Fine, 2009).
Las dificultades diagnósticas y de seguimiento se hacen evidentes, y no son menos las que se nos
plantean con el tratamiento. El objetivo fundamental es el control del dolor y el mantenimiento de
la funcionalidad, evitando la sedación y los efectos secundarios. Existen diferentes guías para el
manejo de fármacos en los ancianos, y nos recuerdan las limitaciones habituales, en este grupo
de edad en su farmacodinamia y en su farmacocinética (Ginsburg, 2009).
En términos generales, se aconseja el uso de paracetamol frente a AINEs (que entrañan riesgo car-
diovascular y de sangrado digestivo) o al uso de opiáceos en el dolor moderado. Controlar la aso-
ciación de tramadol con ISRS e ISRNS (inhibidor selectivo de la recaptación de noradrenalina y
serotonina) (por aumento de riesgo en síndrome serotoninérgico). La morfina y la hidromorfona
son de eliminación renal, mientras que oxicodona y buprenorfina no requieren ajustes y las hacen
más seguras. El fentanilo no debe utilizarse en pesos menores de 50 kg ni con fiebre. La meperi-
dina disminuye el umbral convulsivo. Con los opioides, hay que iniciar el uso a dosis bajas y
aumentar lentamente; se prefieren preparados de liberación inmediata con vida media corta, indi-
cados en horarios fijos y con rescates si es preciso (Alaba, 2011).
En todos los casos hay que compartir con la familia el plan terapéutico, monitorizar y valorar la
respuesta individual al tratamiento, asegurar las medidas de confort, hidratación y nutrición, sin
olvidar la detección precoz de las posibles complicaciones (Brummel-Smith, 2002).
La edad constituye un factor de riesgo para padecer demencia por los cambios morfológicos, fun-
cionales y neuropatológicos, cambios que modifican los mecanismos de procesamiento y regula-
ción del dolor (Fine, 2009). Pero además, el deterioro cognitivo supone un predictor independien-
te para la infradetección del dolor (Bennet, 2007).
Distintos estudios demuestran que el uso de analgesia varía según los diagnósticos; es menor en
demencia Alzheimer (EA) que en demencia vascular, y en ésta, menor que en ancianos en general
(Bernabei, 1998).
En las personas con demencia, el dolor puede manifestarse de forma atípica, como agitación, con-
fusión, trastornos de movilidad o pérdida de funcionalidad, caídas, etc. Los cuidadores tienden a
reconocer la presencia de dolor, pero no su intensidad, frecuencia, ubicación, temporalidad, ini-
cio o duración, circunstancias que aumentan la carga de sufrimiento (Schuler, 2004). Además,
según la etiología de la demencia así se modificará la neuroanatomía del sistema nervioso, y esta
variabilidad traduce las diferentes expresiones en la manifestación del dolor.
28
Las personas mayores sin demencia experimentan significativamente más dolor que los pacientes
con EA, y éstos refieren más dolor en fases tempranas que en etapas avanzadas de la enfermedad.
Los pacientes con EA no modifican su umbral para el dolor, pero sí para la activación autonómi-
ca y, de otro lado, presentan mayor tolerancia al dolor por reducción de los aspectos motivacio-
nales y afectivos. En términos generales parecen ser más sensibles al dolor agudo que al crónico
(Alaba, 2011).
Estas alteraciones morfológicas responden al acúmulo de beta amiloide y proteína tau fosforilada
en las estaciones moduladoras y reguladoras del dolor (corteza, amígdala e hipocampo) y en
estructuras implicadas en el control inhibitorio del dolor (núcleo del rafe, SNV [Sistema Nervioso
Vegetativo] y núcleo talámico intralaminar).
En la demencia vascular, las lesiones predominan en sustancia blanca, con incremento del com-
ponente emocional por desaferenciación (Mori, 2002), mientras que en la demencia frontotempo-
ral se describe una reducción del componente emocional, con mayor tolerancia al dolor (Bathgate,
2001). En la demencia por cuerpos de Lewy hay una reducción de la percepción del dolor y del
sufrimiento, ya que las alteraciones se producen en el área parasilviana (Burton, 2002). En las alte-
raciones de la corteza prefrontal se modifica el control del procesamiento del dolor y la respuesta
analgésica para el dolor crónico (Scherder, 2000).
La valoración del dolor en estadios iniciales de la demencia puede realizarse con el uso de esca-
las analógicas sencillas y con el de autoinformes, pero en casos moderados y severos hay que uti-
lizar la observación comportamental y medidas de los estados fisiológicos (respiración, presión,
sudoración, datos de laboratorio). La Sociedad Americana de Geriatría ha publicado una guía en
la que se recogen indicadores conductuales de dolor en personas mayores para facilitar su diag-
nóstico y manejo (AGS, 2002).
Las premisas del tratamiento ya se han comentado, tan sólo añadir que en la EA no tiene funda-
mento la indicación y uso de placebos y que los fármacos adyuvantes se inician con dosis míni-
mas y se ajustan según respuesta, considerando el balance riesgo-beneficio. Así, para carbama-
zepina se recomienda iniciar dosis con 100 mg/día, amitriptilina 10 mg/d al acostar, imipramina
50 mg/d, duloxetina 30 mg/d, pregabalina 50 mg/d al acostar y gabapentina 100 mg/d al acostar.
DEPRESIÓN Y ANSIEDAD
El dolor representa un punto de coincidencia de los síntomas somáticos en el continuo del tras-
torno ansioso depresivo. Si bien el trastorno ansioso depresivo es una enfermedad mental con
alteraciones del estado de ánimo, de curso insidioso, con tendencia a la recurrencia y a la croni-
29
Para entender las repercusiones clínicas de estos procesos, tiene interés conocer las estructuras
cerebrales implicadas; así, en el trastorno de ansiedad (TA) se afectan:
El circuito límbico: hipocampo (aporta respuesta de ansiedad frente al estrés), hipotálamo (con-
trol de los procesos físicos autonómicos), amígdala (centro regulador de conexiones y “gatillo”
emocional), corteza prefrontal y orbital anterior (participa en los procesos emocionales), sustan-
cia gris periacueductal (aporta la respuesta defensiva a las amenazas). Y las estaciones de
conexión con la médula: locus coeruleus (monitorizándonos el entorno) y el núcleo del rafe
(que activa las reacciones de alerta) (Cooper, 2003).
El aumento de catecolaminas que desencadena el proceso induce un cuadro tóxico a nivel central
que perpetúa el deterioro neurológico (Sheline, 2000).
El dolor, como síntoma somático, dificulta el diagnóstico precoz de los trastornos afectivos, pro-
duciendo un mayor deterioro orgánico y funcional.
El dolor como síntoma residual facilita la cronicidad de los trastornos afectivos, el aumento del
número de recaídas y de recurrencias, y se constituye en uno de los indicadores de peor pronós-
tico en la evolución de la enfermedad (Nieremberg, 2006).
Dentro de los síntomas somáticos los más frecuentes son los dolorosos, con una frecuencia del
85,5%, y de éstos, los referidos a la espalda, son los más habituales, 69,3% (Caballero, 2005).
Los analgésicos no son eficaces para este tipo de dolor, pero sí el uso de los antidepresivos; los
más eficaces son los tricíclicos (amitriptilina), los ISRS indicados en ansiedad y depresión (paro-
xetina, sertralina, citalopram, escitalopram) y los IRSNA, fármacos de acción dual (duloxetina,
venlafaxina) de elección en estos casos (Papakostas, 2007).
FIBROMIALGIA
Los criterios diagnósticos del American College of Rheumatology, 1990, contemplan el dolor
generalizado bilateral, tanto por encima como por debajo de la cintura, que se acentúa con la pal-
pación digital de once de las dieciocho localizaciones sensibles (Fig. 3).
Es un problema de salud muy frecuente, tanto por su prevalencia (en España es del 4% y en
EE.UU. es del 2%, y más habitual en mujeres, 4,2%, que en hombres, 0,2%) como por la morbi-
lidad que arrastra, la alta frecuentación que implica y el importante consumo de recursos socio-
sanitarios (Gamero, 2005).
La evolución del cuadro clínico es muy variable y los síntomas se manifiestan de forma heterogé-
nea, según la personalidad del paciente.
31
1 2 9 10
11 12
13 14
3 4
5 6
15 16
17 18
7 8
Figura 3. Puntos dolorosos para diagnóstico de fibromialgia. American College of Reumatology, 1990.
En las exploraciones generales y complementarias se han descrito en el 30% de los casos fenó-
menos de Raynaud, en el 14% SICCA (síndrome de Sjögren), anticuerpos antinucleares en el
23%, anticuerpos contra músculo estriado y liso en un 40-55%, niveles bajos de C3, depósitos
de IgG en la unión dermoepidérmica (hallazgos que podrían explicar algunos de los síntomas des-
critos) (Slotkoff, 1997; Clauw, 1997; O Reilly, 1991).
En la fisiopatología de esta enfermedad participan alteraciones del SNC y del sistema neuroendo-
crino (tabla III).
32
Entre los cuidados generales que propone la EULAR 2007 (European League Against Rheumatism
[Liga Europea Contra el Reumatismo]) está el ejercicio físico activo, en el que predominan los esti-
ramientos musculares, baños termales y técnicas de relajación.
Es un cuadro clínico de fatiga crónica persistente o recurrente, sin causa reconocible, no mejora
con el reposo y dura más de seis meses. Puede estar precedido por una infección vírica, p. e.,
Epstein-Barr, y en su etiopatogenia influyen alteraciones del SNC o procesos psicológicos; tam-
bién se asocian otros procesos funcionales y puede tener carácter familiar.
Para el tratamiento no hay medicación específica pero ayuda el uso de antidepresivos en el con-
trol del estado de ánimo. La terapia cognitivo-conductual para la reestructuración cognitiva y el
ejercicio físico en la mejora del tono muscular, son complementarios a la intervención farmacoló-
gica (Casquero, 2008).
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Existe una gran comorbilidad de los trastornos mentales y los del sueño. Un 70% de los enfer-
mos psiquiátricos (especialmente depresivos y ansiosos) (1) presentan trastornos del sueño. La
mayoría presentan insomnio y sólo un 10% hipersomnia. Por otra parte, las alteraciones del sueño
(en particular el insomnio) son causa frecuente de consulta psiquiátrica y son un criterio diagnós-
tico primario o asociado de la mayoría de las enfermedades psiquiátricas. Un 35% de insomnes
tienen patología psiquiátrica de base.
Las relaciones entre los trastornos del sueño y la enfermedad psiquiátrica son complejas.
Probablemente las alteraciones específicas del sueño están causadas por los mismos mecanismos
fisiopatológicos que causan los síntomas psiquiátricos.
Las causas de la alteración del sueño en los pacientes psiquiátricos son múltiples:
• Factores específicos de las enfermedades psiquiátricas (como el aumento de ansiedad
y activación que acompañan a los episodios más agudos de la enfermedad).
• Efectos secundarios de los medicamentos.
• Trastornos primarios del sueño.
• Diversos factores conductuales.
El diagnóstico del trastorno de sueño de causa psiquiátrica puede ser difícil, si se basa sólo en el
juicio clínico. Entonces, el estudio polisomnográfico puede ser de utilidad.
Depresión
Las alteraciones del sueño forman parte integrante del cuadro clínico del trastorno depresivo. Un
90% de los pacientes diagnosticados de depresión presentan alteraciones en sus patrones de sueño
y la presencia de una alteración del sueño puede predecir hasta el 47% de los casos de depresión
mayor. Los problemas de sueño en la depresión superan a otras quejas, como ideas recurrentes de
muerte, sentimientos de culpa, enlentecimiento psicomotor, cambios de apetito y peso y fatiga.
39
El insomnio es la alteración de sueño más frecuente que presentan alrededor del 80% de los pacien-
tes deprimidos. La queja principal de sueño de los pacientes depresivos es que se despiertan demasia-
do temprano por la mañana, sin poder volver a conciliar el sueño (insomnio terminal o despertar pre-
coz). También pueden presentar despertares nocturnos frecuentes, pesadillas, sueño no reparador y
disminución del tiempo total de sueño. En los casos en que existen síntomas de ansiedad asociados,
también pueden presentar insomnio inicial o de conciliación, es decir, dificultad para conciliar el sueño.
Un pequeño porcentaje de pacientes con depresión mayor (alrededor de 1/5), la mayoría adultos
jóvenes, se quejan de somnolencia diurna excesiva. Los pacientes con depresión atípica también
relatan hipersomnia.
Aunque las quejas de somnolencia diurna excesiva son raras en la depresión mayor, algunos
pacientes con insomnio relatan aumento de somnolencia y fatiga diurna con disminución de su
rendimiento cognitivo y motor, que tratan de compensar con siestas. Estos síntomas pueden sola-
parse con los propios de la depresión, aunque si se interroga bien a los pacientes, llegan a dife-
renciar la fatiga por falta de sueño de la causada por depresión. También ayuda al diagnóstico la
presencia de siestas compensatorias (2).
Se piensa que el sistema circadiano endógeno puede estar retrasado respecto al ciclo sueño-vigi-
lia, por lo que la luz de la mañana permite el avance del ciclo circadiano endógeno de la tempe-
ratura corporal y de las concentraciones de melatonina en el plasma. Esta hipótesis no se ha podi-
do comprobar experimentalmente.
40
La duración del sueño y el acortamiento de la latencia de sueño REM son más frecuentes en las
depresiones más graves y en las de características endógenas, y permiten diferenciarlas de formas
menos graves o de las distimias. Sin embargo, estas alteraciones, aunque muy sugestivas, no son
patognomónicas de la depresión y pueden observarse en individuos sanos o con otras patologí-
as psiquiátricas.
41
Episodio maníaco
El insomnio se considera un síntoma precoz de los episodios maníacos. El 70% presentan insom-
nio grave, especialmente de mantenimiento. En muchos casos, el cambio a fase de manía es pre-
cedido por un periodo en que los pacientes tienen la sensación subjetiva de disminución de su
necesidad de sueño y tienden a dormir menos. Por ello, se cree que el cambio de depresión o euti-
mia a la manía ocurre durante el sueño. El paciente maníaco es incapaz de conciliar el sueño.
Cuando lo consigue, se despierta a las dos o tres horas, completamente recuperado y con ener-
gía, y ya no puede volver a dormirse. Por ello, el paciente no se queja de falta de sueño y ésta no
tiene consecuencias sobre su posterior funcionamiento diurno. El restablecimiento de un horario
normal de sueño representa uno de los mejores indicativos de remisión.
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Los estudios polisomnográficos realizados en pacientes con algún trastorno de ansiedad informan
que, en general, el sueño REM no se altera, como en los depresivos. Sin embargo, la latencia del
sueño tiempo y el periodo despierto después del inicio del sueño se incrementan y el tiempo total
de sueño y la eficiencia del sueño se reducen.
Los pacientes con TAG experimentan ansiedad crónica y persistente y expectación aprensiva sobre
una o más circunstancias de la vida, por lo que suelen tener problemas de insomnio.
Generalmente, son incapaces de controlar sus preocupaciones al ir a la cama y eso les impide
relajarse y dormir. Por ello, tienen una gran dificultad para conciliar y mantener el sueño (sueño
fragmentado). El despertar precoz y la reducción de la eficiencia del sueño es menor que en la
depresión (4).
42
Trastorno de angustia
Un tercio de los pacientes con trastorno de angustia presentan crisis recurrentes durante el sueño.
Su sintomatología es similar a las de la vigilia y se caracterizan por despertar repentino con inten-
so miedo o ansiedad, asociado con palpitaciones, falta de aire, sensación de nudo en la gargan-
ta, malestar torácico, escalofríos o sofocos. El 70% presentan insomnio de mantenimiento (con
sueño fragmentado) o de conciliación y sueño no reparador.
Las crisis de angustia nocturna pueden ser muy similares a otros tipos de despertares paroxísticos o
confusionales que se dan en pacientes con arritmia, reflujo gastro-esofágico, apnea del sueño, terro-
res nocturnos y trastornos conductuales del sueño REM. Pero en la crisis de angustia el paciente suele
estar despierto y alerta desde el comienzo del ataque y recuerda totalmente lo que está pasando.
En los pacientes con crisis nocturnas de angustia, los niveles de ansiedad y la duración de las cri-
sis parecen ser mayores; existen más síntomas somáticos y mayor incidencia de comorbilidad con
otros trastornos psiquiátricos, especialmente depresión (5). Las crisis nocturnas pueden predis-
poner al paciente a sufrir una privación crónica de sueño, ya que desarrolla una ansiedad antici-
patoria, con miedo a ir a dormir y una conducta de evitación del sueño, lo que puede propiciar
más crisis de angustia durante el día.
En el TOC es muy frecuente el insomnio de conciliación. A veces las obsesiones y los rituales de
verificación pueden retrasar considerablemente la hora de acostarse. Los pacientes también pue-
den tener reducida la continuidad del sueño, con aumento del tiempo despierto durante el perio-
do de sueño. Las alteraciones del sueño REM son: acortamiento de la latencia de REM y aumen-
to de la densidad REM.
ESQUIZOFRENIA
Aunque la alteración del sueño en la esquizofrenia es un síntoma suficientemente grave como para
merecer atención clínica, raramente es la queja predominante (7).
Las exacerbaciones psicóticas se caracterizan por una grave dificultad para conciliar el sueño, que
puede aparecer antes que los otros síntomas de recaída (alucinaciones o ideas delirantes). En los
periodos de predominio de síntomas positivos y agitación psicótica existe una hiperactividad moto-
ra y el paciente puede permanecer despierto hasta que sobreviene el agotamiento. El ciclo sueño-
vigilia puede invertirse totalmente, durmiendo de día y estando despiertos durante toda la noche.
Los pacientes con trastornos de la conducta alimentaria pueden tener una variedad de quejas de
sueño y anormalidades objetivas del sueño (8).
Anorexia nerviosa
Presentan una disminución del tiempo total de sueño (TTS) y un aumento de la vigilia intrasueño.
También es característico el despertar precoz. Estas alteraciones están ligadas a la gravedad de la
pérdida de peso.
Bulimia nerviosa
Los pacientes bulímicos suelen tener un sueño conservado, aunque pueden experimentar hiper-
somnia tras los atracones. Algunos de ellos presentan despertares nocturnos ligados a la angus-
tia y precisan comer para volver a dormirse, llegando a consumir grandes cantidades de alimen-
tos ricos en calorías.
45
Comer durante el sueño también se ha descrito en pacientes con otros trastornos del sueño (movi-
mientos periódicos de las piernas, narcolepsia y apnea obstructiva del sueño), adicciones (benzodia-
cepinas y alcohol), y otros trastornos psiquiátricos (trastornos del estado de ánimo y de ansiedad).
ALCOHOLISMO
El alcohol, probablemente, es la sustancia inductora del sueño más utilizada por la población gene-
ral (9). El consumo agudo de alcohol antes de acostarse produce somnolencia, que comienza a los
30 minutos y dura unas cuatro horas. No obstante, el alcohol se metaboliza rápidamente, las con-
centraciones en sangre bajan sustancialmente y, pasado ese tiempo, el individuo puede presentar un
sueño interrumpido por irritación gástrica, cefalea, pesadillas, taquicardia y sudoración profusa. El
alcohol aumenta la probabilidad de roncar y la aparición de episodios de apnea del sueño.
Los pacientes alcohólicos a menudo informan insomnio, hipersomnia, trastornos del ritmo circa-
diano y parasomnias. Los síntomas de la abstinencia alcohólica se pueden confundir con los de
crisis de angustia y se debe realizar el diagnóstico diferencial.
Hallazgos polisomnográficos
El consumo agudo de alcohol antes de acostarse produce:
• Reducción de la latencia de sueño a menos de 10 minutos.
• Reducción del tiempo total de sueño y fragmentación del sueño.
• Aumento del SOL y reducción del sueño REM en la primera mitad de la noche.
• Aumento de despertares y del REM en la segunda mitad de la noche (rebote REM).
El tiempo total de sueño y el sueño REM se recuperan gradualmente durante las dos primeras
semanas de abstinencia. Sin embargo, el SOL puede tardar hasta dos años en recuperarse.
DEMENCIAS
Enfermedad de Alzheimer
Es la más estudiada de todas las demencias. Los pacientes con Alzheimer presentan las alteracio-
nes del sueño propias del envejecimiento normal, pero de forma más intensa. Tienen dificultad
para conciliar el sueño (latencia del sueño >30 minutos), reducción del tiempo total y de la efi-
ciencia del sueño, avance de fase con tendencia a acostarse más temprano y a despertarse precoz-
mente, disminución de la amplitud de diversos ciclos circadianos, tales como el de secreción hor-
monal, de actividad y de temperatura. También tienen el sueño fragmentado con despertares fre-
cuentes, y pueden tener episodios nocturnos de agitación, alucinaciones hipnagógicas y vagabun-
deo sin finalidad.
Algunas de estas disfunciones del sueño se pueden atribuir a la creciente desorganización de los
ciclos circadianos, relacionada con la degeneración del núcleo supraquiasmático y de otros sis-
temas de mantenimiento del sueño. Esta desorganización aumenta de acuerdo con la gravedad de
la enfermedad. También se ha observado que la falta de un patrón rítmico de la secreción de mela-
tonina altera el sueño de estos pacientes y que la administración de melatonina exógena o la esti-
mulación de su producción por medio de la fototerapia matinal, ayuda a corregirlo parcialmente
(10).
Hallazgos polisomnográficos
• Sueño fragmentado por gran número de despertares y baja eficiencia del mismo.
• Reducción del sueño de ondas lentas (fases III y IV) y un aumento de la fase I.
• Alteraciones del sueño REM (relacionadas con la pérdida de neuronas colinérgicas):
− Reducción acentuada del porcentaje de sueño REM
− Menor densidad de REM.
− Disminución del ritmo de base del sueño REM en el análisis espectral, que es un
marcador sensible para diferenciar el Alzheimer del envejecimiento normal.
• Presencia de ritmos delta y theta difusos, tanto en el sueño como en la vigilia, con
enlentecimiento general del EEG (electroencefalograma) en las derivaciones temporal
y frontal.
47
ANTIDEPRESIVOS
Antidepresivos sedantes: aumentan la tendencia al sueño o la continuidad del sueño y se usan fre-
cuentemente para tratar el insomnio asociado con depresión.
REM. Su retirada brusca ocasiona sueño REM de rebote y perturbación del sueño.
La mayoría de los antidepresivos, particularmente tricíclicos e ISRS, se asocian con tasas más ele-
vadas de algunos trastornos primarios del sueño, como síndrome de piernas inquietas, movimien-
tos periódicos de las piernas y trastorno de conducta del sueño REM. También se ha informado el
aumento de movimientos oculares durante el sueño no REM en pacientes que tomaban ISRS.
Aunque todos tienen efectos sedantes, tienen pocos efectos en la arquitectura del sueño. Sin
embargo, el litio puede aumentar el SOL y tener efecto supresor del sueño REM.
ANTIPSICÓTICOS
Antipsicóticos típicos
Existen pocos datos sobre sus efectos sobre el sueño. Los de menor potencia, como la clorpro-
mazina, suelen ser más sedantes que los de mayor potencia, como el haloperidol.
Antipsicóticos atípicos
• Clozapina y olanzapina: aumentan la continuidad del sueño.
• Quetiapina: disminuye la latencia de sueño y el tiempo despierto, aumenta el tiempo
de sueño. No induce cambios de la arquitectura del sueño.
• Risperidona: disminuye los despertares, mejora la cualidad del sueño y aumenta el
SOL en los pacientes con esquizofrenia.
• Se utilizan cada vez más para el TDAH y, con mucha frecuencia, para la depresión, la
fatiga y una gran cantidad de quejas inespecíficas.
• Tienden a perturbar el sueño. Sus efectos incluyen:
- Disminuyen el tiempo total de sueño (TTS).
- Incrementan los despertares durante el sueño.
- Hacen que sea más difícil dormirse.
- Suprimen el sueño REM.
• Si se toman por la tarde, pueden aumentar la tendencia al insomnio.
50
Datos objetivos
Fármacos Efectos subjetivos (Cambios del EEG
de sueño)
Antidepresivos
↓continuidad del sueño, ↓V ,
IMAOs Insomnio
↓TTS, ↓LREM, ↓% REM
↓continuidad del sueño, ↓V ,
ATC Sedación ↓TTS, ↓LREM, ↓% REM,
↓S1, ↓S2
↓continuidad del sueño, ↓V ,
ISRS Insomnio ↓TTS, ↓LREM, ↓% REM,
↓S1, ↓S2
↓continuidad del sueño, ↓TTS,
Trazodona Sedación
↓LREM, ↓SOL, ↓LS
↓continuidad del sueño, ↓V ,
IRNS Insomnio
↓TTS, ↓LREM, ↓% REM
↓continuidad del sueño, ↓LREM,
Bupropión Insomnio
↓% REM
↓continuidad del sueño, ↓TTS,
Mirtazapina Sedación
↓LREM, ↓% REM, ↓S1, ↓LS
Ansiolíticos
↓continuidad del sueño, ↓LREM,
Benzodiacepinas Sedación ↓% REM, ↓S1, ↓S2, ↓SOL,
↓LS
Buspirona Insomnio ↓continuidad del sueño, ↓% REM
↓continuidad del sueño, ↓LREM,
Antipsicóticos Sedación
↓% REM
Estabilizantes del humor
↓continuidad del sueño, ↓LREM,
Litio Sedación
↓% REM, ↓S1, ↓S2, ↓SOL,
Carbamacepina Sedación ↓TTS, ↓% REM, ↓S1, ↓LS
Valproato sódico Sedación
Gabapentina Sedación ↓V, ↓% REM, ↓SOL
Tiagabina Sedación ↓V
↓continuidad del sueño, ↓% REM,
Lamotrigina Sedación
↓SOL
Topiramato Sedación
EEG: electroencefalograma; IMAOs: inhibidores de la mono amino oxidasa; ATC: antidepresivos tricíclicos; ISRS: inhibidores selecti-
vos de la recaptación de serotonina; IRSN: inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina; LS: latencia de sueño; ES: efi-
ciencia del sueño; TTS: tiempo total de sueño; V: vigilia (tiempo despierto después del inicio del sueño); SOL: sueño de ondas lentas;
LREM: latencia REM; % REM: porcentaje de REM del TTS; S1: fase 1; S2: fase 2.
51
Cuando el problema de sueño está relacionado con un trastorno psiquiátrico, el tratamiento pri-
mario se debe dirigir a dicho trastorno.
En los pacientes con trastornos del estado de ánimo, la elección del antidepresivo (AD) suele estar
influida por las quejas de sueño. A menudo se prescriben AD sedantes (tricíclicos, trazodona o mir-
tazapina) a los pacientes con insomnio, mientras que los más activadores (ISRS o bupropión) se
administran a pacientes con fatiga y/o hipersomnia. Cuando se utiliza un AD activador en pacientes
con insomnio, se pueden añadir antidepresivos sedantes y/o hipnóticos para mejorar el sueño.
El insomnio se debe vigilar cuidadosamente en los pacientes bipolares y tratarlo de manera agre-
siva, ya que la pérdida de sueño puede desencadenar o exacerbar la manía.
En los esquizofrénicos, la mayoría de los fármacos antipsicóticos tienen efectos inductores del
sueño, especialmente los de baja potencia (clorpromazina) y quetiapina. La hipersomnolencia es
un efecto secundario significativo de estos medicamentos. La desorganización conductual suele
contribuir en gran manera a la alteración del sueño de estos pacientes y debe abordarse a través
de una mejora de la higiene del sueño.
Las guías de manejo del insomnio (12) recomiendan que el tratamiento del insomnio en pacien-
tes con trastornos psiquiátricos comórbidos se haga con la TCC adecuada, junto con un agonis-
ta de los receptores de benzodiacepinas, como fármaco de primera elección, aunque reconocen la
utilidad potencial de los AD sedantes, como trazodona, como agentes de segunda línea y de los
AP atípicos en ciertas poblaciones.
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53
Capítulo 4
Comorbilidad en adicciones
Francisco López López
Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud Vicente Muzas. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
INTRODUCCIÓN
La relación entre dependencia a drogas y patología psiquiátrica no está aún bien establecida, aun-
que algunas hipótesis intentan explicarla. Así, para unos se habla de que trastorno psiquiátrico y
dependencia son dos síntomas de un mismo proceso común con aspectos genéticos y neurobioló-
gicos similares. Para otros, el trastorno es secundario al consumo de sustancias porque el consu-
57
Comorbilidad en adicciones
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Los trastornos psiquiátricos que presentan mayor comorbilidad con adicciones son:
Entre los trastornos psiquiátricos que más frecuentemente concurren con el abuso de sustancias
se encuentran la esquizofrenia, el trastorno de personalidad, los trastornos afectivos, los psicoso-
máticos y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
Los pacientes esquizofrénicos presentan un trastorno asociado por uso de sustancias (TUS) 4
veces mayor que la población general. Cannabis, cocaína, tabaco y alcohol son las sustancias más
comúnmente asociadas al trastorno esquizofrénico. El consumo de estas sustancias se debe a la
alteración neuronal propia del trastorno, a factores ambientales y a la vulnerabilidad genética com-
partida en el sentido de aparición de cuadros psicóticos, por ejemplo, en cocainómanos cuando
disminuyen el consumo.
58
Los esquizofrénicos tienen más prevalencia de abuso de sustancias, quizá por intentos de estos
pacientes de disminuir la ansiedad, los síntomas negativos y positivos (embotamiento afectivo,
alucinaciones y delirios, negativismo, despersonalización, etc.) que sufren y para paliar los défi-
cit cognitivos de la enfermedad o por los efectos secundarios de los neurolépticos. Khantzian
(1997) defiende, sin embargo, la hipótesis de la automedicación, donde los pacientes toman dro-
gas en un intento de disminuir los devastadores efectos de la enfermedad mental.
Tratamiento
En el tratamiento de los esquizofrénicos que sufren una dependencia se han descrito varias difi-
cultades (Pérez de los Cobos y Casas, 1995). Entre las más relevantes se encuentran las interfe-
rencias mutuas entre los tratamientos, la escasa adherencia terapéutica, la pérdida de apoyos
sociales, los déficit de recursos asistenciales reales, las dificultades relacionales intrafamiliares y
la alta incidencia de problemas legales relacionados con el consumo de droga.
Psicofármacos
Se utilizan los antipsicóticos como base del tratamiento, añadiendo antidepresivos y benzodiace-
pinas si fuera necesario. Se recomienda usar antipsicóticos atípicos. La clozapina (Lieberman JA,
2005) es el más asociado a la disminución del uso de sustancias, probablemente por su acción
sobre el sistema dopaminérgico. Prestar siempre atención al riesgo de agranulocitosis, por lo que
es recomendable control semanal por hemograma.
Utilizar antipsicóticos con poca capacidad sedante y con bajos efectos anticolinérgicos (sequedad
de boca, retención urinaria, taquicardia, etc.).
Evitar dosis muy elevadas, pues los efectos adversos pueden aumentar el consumo para paliar los
síntomas.
Otros fármacos que pueden utilizarse son los antiparkinsonianos en pacientes con efectos secun-
darios a los antipsicóticos. Antidepresivos para la depresión de los psicóticos y ansiolíticos de
vida media larga en caso de ansiedad o insomnio.
Psicoterapia
El uso de la psicoterapia en el tratamiento de estos pacientes debe incluir entrenamiento en habi-
lidades sociales (Schneier, 1987).
59
Comorbilidad en adicciones
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página 60
1. Trastorno paranoide.
2. Trastorno esquizoide.
3. Trastorno esquizotípico.
Grupo B: Sujetos inestables. Presentan la mayor prevalencia del uso de sustancias. Son
considerados los más severos, ya que evidencian mayores dificultades para mantener
y establecer relaciones sociales adecuadas por la intensa labilidad emocional y con-
ducta impulsiva:
1. Trastorno antisocial.
2. Trastorno límite.
3. Trastorno histriónico.
4. Trastorno narcisista.
Grupo C: Sujetos ansiosos, temerosos. Tras el grupo (cluster) B presentan mayor preva-
lencia de uso de sustancias. El consumo de drogas es un intento para controlar la ten-
sión interna y las emociones negativas, muy comunes en estos pacientes:
60
Tratamiento
Se hace preciso el manejo integral que mejore el funcionamiento cotidiano y comportamental del
paciente, así como la continuidad de cuidados en lo social, lo clínico y lo familiar; además, es
deseable combinar siempre el tratamiento psicoterapéutico con el psicofarmacológico que mejo-
ra el curso evolutivo y el pronóstico del proceso.
Psicoterapia
En general, la psicoterapia mantiene una actitud empática hacia el paciente que permita una alian-
za terapéutica, siendo las intervenciones más limitadas en el tiempo, dando más importancia al
presente y al futuro inmediato que al pasado remoto del sujeto, como en las terapias de orienta-
ción psicodinámica. Se recomienda la orientación cognitivo-conductual (Will, 1995), mejorar la
tolerancia a la frustración y las relaciones interpersonales (Stone, 1993) es un objetivo a conse-
guir con este tratamiento. Iniciar en primer lugar el tratamiento de la adicción y continuar con el
trastorno de la personalidad.
Psicofármacos
Es preferible manejar fármacos que mejoren la inhibición y el desorden emocional de estos pacientes.
En este contexto, usar inicialmente ISRS (fluoxetina, sertralina, paroxetina, fluvoxamina) para el trata-
miento de los síntomas afectivos que aparecen en estos trastornos, y con mayor frecuencia en el tras-
torno límite de personalidad. Otros fármacos (antidepresivos tricíclicos, IMAO, eutimizantes) han obte-
nido resultados dispares, por lo que no se recomiendan como tratamiento principal en Atención
Primaria. Se han utilizado también antipsicóticos convencionales, sobre todo haloperidol, que a dosis
bajas mejora la desorganización cognitiva de estos sujetos. Recientemente se usan antipsicóticos atípi-
cos (risperidona, quetiapina, clozapina, olanzapina), con buenos resultados para la estabilidad emocio-
nal. Se utiliza también el ácido valproico o el topiramato, si existen alteraciones en el EEG del paciente.
El trastorno depresivo tiene una alta prevalencia (32%) en la adicción a drogas, asociándose
(Rounsaville y cols., 1982) a un mal pronóstico, a un aumento del deseo de consumo (craving)
así como a un mayor número de recaídas.
61
Comorbilidad en adicciones
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página 62
La depresión puede ser un factor de riesgo para la adicción, puesto que empeora el pronóstico de
la adicción o también la depresión conduce a la adicción y luego ésta sigue su propio curso clí-
nico.
EFECTOS DE LA DEPRESIÓN
CAÍDA DE LA DOPAMINA
La exposición prolongada a las hormonas del estrés puede aumentar el riesgo de depre-
sión con la caída de los niveles de dopamina. Este neurotransmisor forma parte integran-
te de la vía neuroquímica del placer, en la que interviene el córtex prefrontal, entre otras
estructuras cerebrales.
CAÍDA DE LA NORADRENALINA
Como la estimulación procedente del
núcleo del rafe disminuye tras un estrés
crónico, el locus coeruleus segrega menos
noradrenalina, con lo que se merma la
capacidad de atención.
CAÍDA DE LA SEROTONINA
El estrés frena la secreción del neuro-
transmisor serotonina por el núcleo del
rafe, que comunica con el locus coeru-
leus y la corteza.
ENCOGIMIENTO DEL HIPOCAMPO
El estrés provoca la muerte de células en el hipocampo: los
estudios revelan que el tamaño de dicha región se reduce
entre un 10 y un 20% en los deprimidos. Semejante dete-
rioro puede crear problemas de memoria.
Los antidepresivos están indicados en pacientes adictos que presentan un trastorno depresivo y
no es concluyente que estos fármacos produzcan una disminución en el consumo. Es preferible
iniciar simultáneamente el tratamiento de la adicción y de la depresión. Los fármacos más reco-
mendados son los ISRS.
62
Efectos
Nombre Dosis en mg/día Indicación Interacciones
secundarios
Evitar en
Depresión, TOC, Disminución
Fluoxetina 20-60 hepatopatías y
TCA ponderal
epilepsia
Sedación, mareo,
Fluvoxamina 50-500 Depresión, TOC Inhibidor del P-450
náuseas
Depresión, T. por ---
Sertralina 50-200 Diarrea
pánico, TEPT, TOC
Depresión, T. por Escasa disfunción
Citalopram 20-40 ---
angustia, TOC sexual
Depresión, T. por
Sedación Evitar en
Paroxetina 20-40 pánico, TOC, fobia
insuficiencia renal
social
Depresión, TAG, Escasa disfunción
Escitalopram 10-20 ---
T. por angustia sexual
Elaboración propia
La ansiedad es, junto a la depresión, el trastorno afectivo más asociado al consumo de drogas.
Los fármacos indicados en los trastornos de ansiedad son las benzodiacepinas. Se enumera en la
siguiente tabla una clasificación y propiedades de las mismas.
63
Comorbilidad en adicciones
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Dosis habitual en
Benzodiacepinas Inicio de acción Indicación
mg/día
Vida media larga
Clorazepato Rápido Ansiolítico 10-60
Clordiazepóxido Intermedio Ansiolítico 10-100
Diazepam Rápido Ansiolítico 2-60
Ketazolam Rápido Hipnótico 15-75
Vida media intermedia
Bromazepam Lento Ansiolítico 3-6
Nitrazepam Lento Hipnótico 5-10
Vida media corta
Alprazolam Intermedio Ansiolítico 0,5-3
Lorazepam Intermedio Ansiolítico 2-6
Lormetazepam Lento Hipnótico 1-2
Vida media ultracorta
Midazolam Rápido Hipnótico 7,5-10
Triazolam Rápido Hipnótico 0,125-0,250
Modificado de Álamo y cols. (2000)
Fue el psiquiatra alemán Johan C. Heinroth quien introdujo el término psicosomático en 1818, y
en los años 50 del siglo XX, la escuela de Chicago (Alexander) desarrolla teóricamente el concep-
to. Para estos autores, enfermedades como úlcera péptica, colitis ulcerosa, asma, hipertensión
arterial (tan frecuente en las sociedades occidentales) o lesiones cutáneas son el paradigma de
procesos psicosomáticos, siendo en la llamada personalidad tipo A o en el modelo biopsicoso-
cial de enfermar donde se halla más relación con estas enfermedades.
Un paciente somatizador es aquel en el que existe presencia de síntomas somáticos con deman-
das persistentes de exploraciones clínicas con resultados negativos o que no pueden explicar sufi-
cientemente las quejas del mismo. Hay que sospechar que un paciente es psicosomático si se dan
una o varias de estas circunstancias: si presenta múltiples síntomas en distintos órganos y siste-
mas, si las presentaciones son de síntomas vagos y mal definidos, comunes a muchas enferme-
dades, si son hiperfrecuentadores de servicios sanitarios o están preocupados o asustados por lo
que les pueda pasar.
64
La comorbilidad psiquiátrica del trastorno por somatización en Atención Primaria está asociada con
mayor frecuencia a la distimia con un 40%, seguida del TAG con el 25% y del TDM con un 5,7%.
El estudio ECA (Regier y cols., 1998) no encuentra diferencias entre abuso de sustancias entre los
trastornos somatomorfos y población general. A la inversa, la cifra de pacientes con abuso de sus-
tancias que tienen trastornos somatomorfos está alrededor del 4% (Brown y cols., 1990).
Tratamiento
Para la buena práctica clínica en AP con estos pacientes (Smith, 1995) se recomienda:
En cuanto al tratamiento farmacológico, se usan los antidepresivos que sean útiles para tratar el
dolor, por ejemplo venlafaxina y duloxetina. Además, se recomiendan como coadyuvantes la fluo-
xetina, la paroxetina y el citalopram, y neuromoduladores como la gabapentinay el topiramato. Los
ansiolíticos están indicados si existe ansiedad asociada, aunque hay que tener en cuenta su poten-
cial de abuso.
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una alteración del comportamiento
genéticamente determinado por los sistemas dopaminérgico y noradrenérgico padecido en la
infancia con una prevalencia en la edad adulta del 2-6%, más frecuente en varones, y que en psi-
quiatría infanto-juvenil representa entre el 20-40% de las consultas. Existen tres subtipos:
65
Comorbilidad en adicciones
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Los síntomas cardinales incluyen: aumento de la impulsividad, hiperactividad (el signo más
importante que alerta sobre la posibilidad de padecer el síndrome), desorganización emocional y
atención breve.
El DSM-IV recoge los siguientes criterios, siendo necesarios 6 ó más de los siguientes síntomas
para su diagnóstico:
Tratamiento
El tratamiento del trastorno por déficit de atención e hiperactividad incluye fármacos y psicotera-
pia. Los fármacos utilizados son los psicoestimulantes (metilfenidato, dextroanfetamina, pemoli-
na), los antidepresivos tricíclicos, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y el
bupropión.
66
El tratamiento psicoterapéutico más eficaz requiere simultáneamente el abordaje del trastorno por
consumo de sustancias y de las dificultades comportamentales asociadas, realizando un trata-
miento integral que incluya psicoterapia cognitivo-conductual, familiar e interpersonal (Pickrel,
1996).
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
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Comorbilidad en adicciones
prueba_Maquetación 1 07/11/15 11:05 Página 68
68
enfermedades neurológicas
Raquel Ramírez Parrondo
Medicina Familiar y Comunitaria. Clínica Universidad de Navarra. Madrid
Grupo de Trabajo en Salud Mental de SEMERGEN
INTRODUCCIÓN
Las manifestaciones psiquiátricas pueden tener una predisposición genética o ser reactivas a
situaciones estresantes de la vida, o ser un síntoma de enfermedades orgánicas entre las que pre-
dominan las neurológicas. Las enfermedades neurológicas pueden originar en los pacientes un
marcado impacto psicológico debido a las repercusiones que ocasionan o pueden presentar sín-
tomas psiquiátricos como consecuencia de la localización cerebral o de las alteraciones de los
neurotransmisores o receptores cerebrales.
• Deterioro cognitivo.
• Convulsiones.
• Esclerosis múltiple.
• Enfermedad de Parkinson.
• Ictus.
71
DETERIORO COGNITIVO
Se calcula que el 10% de las personas de más de setenta años presentan algún grado de deterio-
ro cognitivo (1).
Hace referencia al deterioro de las funciones cognitivas que se sitúan entre el envejecimiento nor-
mal y la demencia (1).
Clínica
DEMENCIA
Es un cuadro clínico que se caracteriza por un deterioro crónico de las capacidades cognitivas que
afecta progresivamente las actividades de la vida diaria que previamente podía llevar a cabo el
paciente (1).
Afecta principalmente a las personas de edad avanzada, aunque puede aparecer a cualquier edad
(1).
Diagnóstico
72
Diagnóstico diferencial
Comorbilidad psiquiátrica
1. Síntomas afectivos:
2. Síntomas psicóticos: los pacientes que presentan estos síntomas suelen tener una
progresión más rápida de su enfermedad.
Las ideas delirantes suelen ser simples, poco elaboradas, y los temas suelen ser de
celos, persecución, robo, dermatozoicos, de sustitución,…
Las alucinaciones son menos frecuentes y suelen ser de predominio visual, aunque
también pueden ser auditivas, cenestésicas u olfatorias (5).
3. Alteraciones de la conducta: los pacientes suelen presentar más acentuados sus ras-
gos propios de personalidad y pueden presentar agresividad, agitación, violencia, con-
ductas inadecuadas, pasividad, exigencia; se convierten en personas muy vulnerables (5).
4. Trastornos del sueño: éstos pueden ser del tipo insomnio medio o tardío o somno-
lencia excesiva (6, 7).
73
1. Depresión:
Los efectos secundarios que destacan son los extrapiramidales, que son menos fre-
cuentes en los neurolépticos atípicos. Pero estos últimos parece que producen una
posible afectación cardiovascular (5).
5. Insomnio:
• Las medidas ambientales que pueden ayudar a tratar el insomnio son: mantener al
paciente despierto durante el día, exposición adecuada a la luz del día, reducir la
ingesta de líquidos a la hora de acostarse (6, 7).
74
• Cuando estas medidas no son suficientes, el paciente puede tomar fármacos como
la trazodona, clormetiazol o zolpidem (6, 7).
Tratamiento psicoterapéutico
Las intervenciones psicosociales pueden reducir los síntomas de la depresión en los pacientes
con demencia. Entre estas intervenciones se encuentran la estimulación cognitiva, la conversa-
ción, la actividad física y la terapia cognitivo-conductual en las fases iniciales de la enfermedad
(11, 12).
CONVULSIONES
Para poder orientar correctamente el diagnóstico y tratamiento del paciente es importante deter-
minar el tipo de convulsión que ha presentado.
1. Parciales: aquellas en las que la actividad convulsiva queda circunscrita a áreas con-
cretas de la corteza cerebral. Pueden cursar con o sin alteración del nivel de conciencia.
2. Generalizadas: aquellas que afectan simultáneamente a ambos hemisferios cerebra-
les (13, 14).
Etiología
Muchas causas de las convulsiones son el resultado de la interacción entre factores endógenos,
epileptógenos y desencadenantes.
75
1. Factores endógenos: son factores subyacentes que influyen sobre el umbral para
que se desencadene una convulsión. Son los factores genéticos o las anomalías en el
desarrollo cerebral.
2. Factores epileptógenos: son los cambios específicos que provocan disminución del
umbral de la convulsión. Podemos distinguir: traumatismos craneoencefálicos, ictus,
infecciones.
3. Factores desencadenantes: son los que inducen que se produzcan las convulsio-
nes. Entre éstos se encuentran: estrés, privación de sueño, exceso o abstinencia de
alcohol, exposición a tóxicos, determinados fármacos, fiebre, alteraciones metabólicas
y menstruación (13, 14).
Diagnóstico diferencial
Entre los diferentes trastornos que pueden simular convulsiones se encuentran los psicológicos:
crisis de pánico y convulsiones psicógenas.
Comorbilidad psiquiátrica
Entre el 30 y 50% de los pacientes epilépticos tienen algún tipo de alteración psiquiátrica en el
curso de su enfermedad. La clasificación de estos trastornos mentales según la etiología es:
• Trastornos afectivos:
• Trastornos psicóticos:
Tratamiento psicoterapéutico
ESCLEROSIS MÚLTIPLE
Es una enfermedad desmielinizante crónica de Sistema Nervioso Central (22, 23). La esclerosis
múltiple es la causa más frecuente de incapacidad por enfermedad en las personas jóvenes. Suele
iniciarse entre los 20 y los 40 años, con una mayor afectación del sexo femenino (22, 23).
Manifestaciones clínicas
Comorbilidad psiquiátrica
1. Trastornos afectivos:
79
2. Trastornos de ansiedad:
• La ansiedad generalizada, las crisis de pánico y las fobias sociales son comunes
en estos pacientes y en ocasiones pueden presentar trastornos disociativos.
• Pueden presentar ansiedad reactiva como consecuencia de la dificultad de adap-
tación emocional del paciente a la enfermedad (24-26).
3. Trastornos psicóticos:
2. Trastornos de ansiedad:
tralina, se han utilizado para tratar los trastornos de ansiedad en pacientes con
esclerosis múltiple. La acción ansiolítica de estos fármacos aparece a las dos o
tres semanas de iniciar el tratamiento.
• La venlafaxina de liberación controlada es efectiva en el tratamiento de ansiedad
de estos pacientes (24-26).
Tratamiento psicoterapéutico
ENFERMEDAD DE PARKINSON
Diagnóstico
Comorbilidad psiquiátrica
1. Depresión: es la alteración psiquiátrica más común. Entre los factores de riesgo que
pueden favorecer su aparición se encuentran: sexo femenino, comienzo de la enferme-
dad en adulto joven y predominio del hemiparkinsonismo en el hemisferio dominan-
te. Puede ser debida a alteraciones de los neurotransmisores o a una respuesta psico-
lógica ante una enfermedad crónica incapacitante. Clínicamente puede preceder al
diagnóstico de la enfermedad de Parkinson (31, 32).
81
2. Ansiedad: los ISRS son los que se suelen usar y pueden asociarse a benzodiacepi-
nas o betabloqueantes (32, 33).
3. Psicosis:
• Si los síntomas son leves, según sea posible, hay que disminuir o suspender los fár-
macos añadidos a la L-dopa en el siguiente orden: primero anticolinérgicos, en
82
Tratamiento psicoterapéutico
ICTUS
El término “ictus” hace referencia al carácter súbito del cuadro clínico debido a la mayoría de las
enfermedades cerebrovasculares, ya sean isquémicas o hemorrágicas (34). En los países occi-
dentales es la primera causa de muerte en las mujeres y la segunda en los varones. Además, es
la primera causa de minusvalía y la segunda causa de demencia después de la enfermedad de
Alzheimer (34, 35).
Clínica
La clínica del ictus es muy variada, dependiendo del territorio arterial afectado (34).
83
Diagnóstico diferencial
Comorbilidad psiquiátrica
• Depresión: puede afectar a un 33% de los pacientes con ictus. Es más frecuente
que ocurra en el primer año de la evolución de esta enfermedad. Algunos de los
factores de riesgo son: gravedad del ictus, deterioro cognitivo, discapacidad físi-
ca, sexo femenino y aislamiento social. La depresión puede ser secundaria al ictus
o al proceso de adaptación a las consecuencias de haber sufrido esta enfermedad.
La mayoría de estas depresiones son leves, pero influyen significativamente en la
recuperación de estos pacientes (34-36).
• Ansiedad: es casi tan frecuente como la depresión y es habitual que ambas se pre-
senten conjuntamente en el mismo paciente. Pueden tener relación con el miedo a
tener otro episodio de ictus o con la posibilidad de caerse (34, 37).
• Labilidad emocional: los pacientes que han sufrido un ictus pueden presentar
periodos de labilidad emocional (fenómenos de risa o llanto desproporcionados),
en un 40% en la fase aguda y en menor prevalencia según progresa el tiempo
desde el episodio agudo (34, 36).
• Manía: tiene una incidencia de un 1% en los pacientes que han sufrido un ictus.
Sus factores de riesgo pueden ser el presentar antecedentes familiares y el que las
lesiones vasculares estén localizadas en el hemisferio derecho (34, 36).
3. Afectación cognitiva: es muy probable que todos los pacientes que han sufrido un
ictus presenten algunos cambios en las funciones cognitivas, dos tercios suelen ser
deterioro cognitivo y un tercio demencia. La afectación cognitiva puede caracterizarse
por enlentecimiento generalizado en el procesamiento de la información o por afecta-
ciones específicas como pueden ser: la atención y la memoria, que son las más fre-
cuentes, o en menor frecuencia, la flexibilidad mental, organización, orientación,
negligencia espacial, agnosia o apraxia.
Con el término deterioro cognitivo vascular actualmente se engloban todas las enfer-
medades y síndromes de etiología cerebrovascular caracterizados por un deterioro
cognitivo, incluyendo tanto los déficit cognitivos como las demencias.
84
Tratamiento psicoterapéutico
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INTRODUCCIÓN
En España, la frecuencia de trastornos psiquiátricos detectados por los médicos de Atención Primaria
(AP) oscila entre el 18 y el 27%. Se ha calculado que la sensibilidad para detectar un trastorno
psiquiátrico de un médico de AP es del 35%, aproximadamente, mientras que la especificidad es
del 85%. Es decir, los médicos de AP detectan poco los trastornos psiquiátricos, pero cuando los
diagnostican, lo hacen bien. Algunos autores opinan que una de las posibles causas de esta baja
sensibilidad para detectar trastornos mentales es que la presencia de una enfermedad física redu-
ce notablemente la capacidad de los médicos no psiquiatras para detectarlos.
Los pacientes con morbilidad física moderada o grave, a su vez, tienen mayor riesgo de desarro-
llar una patología psiquiátrica. Además, en los pacientes con enfermedades físicas, la sintomato-
logía psiquiátrica es más grave y el gasto sanitario más elevado.
Pacientes ambulatorios
0 10 20 30 40 50 60 Porcentaje
Goldberg ha propuesto una clasificación que toma en cuenta las complejas relaciones existentes
entre enfermedad física y enfermedad psiquiátrica:
Como es obvio, la existencia de algunos síntomas con alto grado de solapamiento con otros tras-
tornos médicos plantea mayores dificultades para el diagnóstico y el tratamiento.
• Algunas enfermedades físicas pueden ser la causa fisiológica directa de los síntomas
psiquiátricos (hipotiroidismo, ictus, etc.). Son los trastornos mentales debidos a una
enfermedad médica.
• Muchos medicamentos usados para tratar las enfermedades físicas pueden causar sín-
tomas psiquiátricos. Cuando se suspende el medicamento, los síntomas desaparecen.
Son los trastornos mentales inducidos por medicamentos.
• Muchas enfermedades físicas pueden activar una reacción psicológica a la experien-
cia de padecerla. Son los trastornos adaptativos.
Las patologías somáticas (no neurológicas) que se acompañan frecuentemente de semiología psí-
quica son: enfermedad de Cushing, alteraciones hidro-electrolíticas, porfirias, lupus, déficit vita-
mínicos, infección por VIH.
• Síntomas atípicos.
• Ausencia de antecedentes familiares (19 vs. 36%).
• Ausencia de episodios previos.
• Edad de inicio atípica (>40 años).
• Mala respuesta al tratamiento rutinario.
• Cambio de carácter o personalidad asociado.
• Deterioro cognitivo asociado.
• Efectos secundarios al tratamiento graves (deterioro cognitivo, estado confusional).
Los fármacos que toma el paciente pueden inducir psicopatología, ya sea a niveles terapéuticos o
porque se alcanzan concentraciones tóxicas. Para establecer una relación etiológica debe existir
una relación temporal entre el inicio de la toma (o el cambio de dosis) y la aparición de la psico-
patología, así como la remisión de los síntomas al retirarlo o disminuir la dosis.
• Interacciones farmacológicas.
• Corticosteroides, anticonceptivos.
• Antihipertensivos (reserpina, metildopa, betabloqueantes), digitálicos.
• Antituberculosos, antineoplásicos, interferón alfa.
• Antiparkinsonianos, antipsicóticos.
Factores de riesgo:
Un segundo grupo sería el constituido cuando coexisten enfermedad física y trastorno psiquiátri-
co, pero no hay vínculo entre ambos procesos, de modo que el tratamiento de una entidad no
influye en la otra.
TRASTORNOS SOMATIZADOS
Son afecciones psicológicas que se presentan con síntomas físicos. Según Goldberg, deben pro-
ducirse cuatro condiciones simultáneas para incurrir en este supuesto:
Este grupo de pacientes padecen una enfermedad física comprobable, pero hay una
discrepancia entre la dificultad subjetiva, la preocupación y el nivel funcional del
paciente y los resultados del tratamiento y la gravedad de la enfermedad según los
datos biológicos.
El delirium es un trastorno caracterizado por alteración del nivel de conciencia, dificultades para
centrar, mantener o dirigir la atención y alteración en las funciones cognitivas (memoria, orienta-
ción, lenguaje) y/o perceptivas. El paciente presenta confusión, distraibilidad, desorientación,
ilusiones, alucinaciones, agitación y, en algunos casos, hiperactividad del Sistema Nervioso
Autónomo. Puede resultar de procesos tóxicos/metabólicos o lesiones estructurales cerebrales. Es
de inicio brusco y curso fluctuante y representa un cambio significativo respecto al estado mental
previo.
Los pacientes con una enfermedad mental presentan una mayor prevalencia de enfermedades físi-
cas y una mayor mortalidad que la población general, con una expectativa de vida un 20% infe-
rior (tabla I).
97
El aumento de la morbimortalidad por enfermedades físicas que se da en las personas con enfer-
medad mental está relacionado con la mayor prevalencia de varios factores de riesgo para las
enfermedades cardiovasculares, metabólicas y respiratorias que presentan estas personas. Los
factores más importantes son:
− Tabaquismo: Los pacientes con enfermedad mental grave tienen una prevalencia
de tabaquismo casi el doble que la población general, con estimaciones del 56-
88% en grupos de pacientes ambulatorios y el 79% o más en establecimientos de
hospitalización crónica. Suelen fumar cigarrillos con alto contenido de alquitrán,
inhalan más profundamente y fuman durante más tiempo. En los hospitales se ha
utilizado el tabaco como recompensa. Las altas tasas de desempleo, disminución
de actividades sociales y el aburrimiento general pueden contribuir al consumo de
tabaco. Algunos pacientes pueden utilizar el tabaco como una forma de autome-
dicación para aliviar los síntomas negativos o incluso los extrapiramidales.
La interacción de la nicotina con la dopamina puede contribuir al hábito tabá-
quico. Los enfermos mentales que fuman necesitan dosis más altas de neuro-
lépticos que los no fumadores. La nicotina puede aumentar el aclaramiento
plasmático de algunos antipsicóticos. También se ha demostrado que fumar
puede reducir el efecto de las benzodiacepinas. La clozapina contribuye a una
disminución significativa del consumo diario de cigarrillos en los grandes
fumadores, en comparación con los neurolépticos típicos.
− Abuso de alcohol y drogas: Se ha demostrado que el consumo comórbido
de drogas y alcohol es más común y contribuye aún más a la mala salud físi-
ca y hace que el seguimiento médico sea menos frecuente. Puede existir inter-
acción con la medicación y aumenta el riesgo de accidentes, homicidio, etc.
98
• Conducta sexual: Altos niveles de conducta de riesgo (aumenta con los sínto-
mas positivos del trastorno mental). El 51% son sexualmente activos, el 59% no
utiliza preservativos. Tienen un promedio de 4 parejas en los últimos 6 meses. El
28% del sexo es con prostitutas. Esto comporta que el 32% tienen una ETS
(EE.UU.), padecen VIH y hepatitis C 8 veces más a menudo.
• Cuidado personal deficitario que, junto con la institucionalización, favorece la
aparición de enfermedades como hepatitis, tuberculosis...
• Falta de contacto con los dispositivos sanitarios y bajo cumplimiento terapéuti-
co o rechazo del tratamiento.
• Obesidad: 73,6% de los pacientes con enfermedad mental grave presentan crite-
rios de obesidad abdominal (varones con perímetro mayor de 94 cm y mujeres
99
terol LDL y con la disminución del colesterol HDL. Un aumento del 10% del nivel
de colesterol se asocia con un 20-30% de aumento del riesgo de enfermedad
coronaria. La dislipemia en pacientes con psicosis está asociada a infradiagnósti-
co y a bajos índices de tratamiento hipolipemiante.
• Factores del médico. Es frecuente que en las personas con una enfermedad
mental grave las enfermedades físicas queden sin diagnosticar. Eso puede deber-
se a que los profesionales de la salud:
• Factores del paciente. Los pacientes psiquiátricos pueden ser reacios a solici-
tar asistencia médica, porque:
1. Aumentar la percepción del problema por parte de los profesionales de la salud men-
tal, los de Atención Primaria, los pacientes y sus familias.
101
• Los profesionales de salud mental deben recibir la formación adecuada para llevar a
cabo las labores médicas básicas sobre la importancia de reconocer la enfermedad
física en las personas con trastornos mentales, y las razones más frecuentes del
infradiagnóstico o el diagnóstico erróneo de la enfermedad física en estos pacientes.
• Los profesionales de la Atención Primaria deben superar su reticencia a tratar a per-
sonas con enfermedad mental y mejorar sus habilidades de comunicación con ellas.
• El papel del médico de Atención Primaria es crucial, pues debe ser el profesional
que se encargue de vigilar la salud física y mental de sus pacientes, a pesar de que
también los atiendan otros especialistas.
• Los servicios de salud mental deben ser capaces de proporcionar, al menos, una
evaluación estándar regular de sus pacientes, con objeto de identificar, o al menos
sospechar, la presencia de problemas de salud física. Deben conocer y aplicar las
directrices existentes sobre el tratamiento de los pacientes a los que se adminis-
tran fármacos psicotrópicos.
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