Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
(1764-1850)
Borja Rodríguez Gutiérrez
I GOBIERNO
: UM1D
CANTABRIA
LA CUESTIÓN PALPITANTE.
LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA
Consejo editorial
© Vervuert, 2004
Wielandstr. 40 - D-60318 Frankrurt am Main
Tel.:+49 69 597 46 17
Fax: +49 69 597 87 43
info@iberoamericanalibros.com
www. ibero-americana.net
INTRODUCCIÓN 11
CAPÍTULO I. El cuento español de 1764 a 1800 19
1. Situación inicial 19
2. La prensa dieciochesca y la narración 26
3. El origen de los cuentos 47
4. Temas, ambientes y formas 52
5. De la moralidad ilustrada a la desesperación romántica 62
6. Conclusión 106
CAPÍTULO II. El cuento español de 1800 a 1850 109
1. División cronológica 109
2. 1800-1808: Permanencia de la narración dieciochesca 113
3. Cándido María Trigueros: Mis Pasatiempos 131
4. 1808-1831: Política y silencio 140
5. 1831-1850: La explosión de las revistas 147
6. El cuento y el cuadro de costumbres 150
7. Los temas: histórico-legendarios, fantásticos, de amor,
humorísticos, morales, de aventuras, costumbristas 157
Cuentos Histórico-Legendarios 158
Cuentos Fantásticos 174
Cuentos de Amor 193
Cuentos Humorísticos 198
Cuentos Morales 206
Cuentos de Aventuras Contemporáneas 209
Cuentos Costumbristas 212
10 Historia del cuento español (1764-1850)
1. Situación inicial
La historia del cuento en el siglo XVIII es la historia de la apari-
ción de un género literario virtualmente inexistente en la literatura
española de 1700, y que a la altura de 1800 se encuentra, con mo-
destia, pero con indudable presencia propia, entre los géneros lite-
rarios cultivados. Para esta aventura el cuento no contó con patro-
cinadores de «reconocido prestigio»: las poéticas lo ignoran, los
autores «serios», tanto los barrocos como los ilustrados no lo tienen
en cuenta ni lo cultivan, los cultos lo desprecian por lo que tiene de
vulgar, los polemistas no lo mencionan. Si el cuento, a pesar de
todo, logró salir adelante y hacerse un hueco en el panorama litera-
rio de finales de siglo XVIII con la mirada puesta en el XIX, el si-
glo de su futuro encumbramiento, lo debió a su propia pujanza, a su
perfecta adecuación a las necesidades editoriales del momento y a
los gustos del público: estaba allí en el momento justo y en el lugar
adecuado.
Los autores ilustrados, desde los primeros que aparecen, miran
el cuento, cuando se dignan mirarlo, como la suma de todas las
imperfecciones: vulgar, prosaico, antiartístico, inmoral, etc. Como
indica Rusell P. Sebold:
La literatura en el sentido de bellas letras —aquello que producía el auténtico ar-
tista literario— abarcaba para los clásicos y los neoclásicos tan sólo los géneros en
verso. Retrospectivamente, desde nuestra distancia, ciertas formas prosaicas del XVIII
20 Historia del cuento español (1764-1850)
parecen tan características del período como las formas poéticas cultivadas entonces,
mas a las primeras los literatos de la misma época no les concedían la alta distinción
de clasificarse como arte literario. (1985; 46)
Se trataba, en suma, de un género sin historia, un género sin
poética, un genero vulgar y sin dignidad literaria.
La historia del cuento, hasta 1700, es la de un largo vacío, la de
una desaparición casi total de la escena literaria. Cuando, en 1887,
Don Juan Valera redactó un artículo sobre el cuento para el Diccio-
nario Enciclopédico de los editores barceloneses Montaner y Si-
món, pudo afirmar que el cuento era el género literario que más
tiempo había tardado en aparecer en la literatura: «Habiendo sido
todo cuento al empezar las literaturas, y empezando el ingenio por
componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento fue el último
género literario que vino a escribirse» (Valera, 1907; 8-9).
El diagnóstico de uno de los mejores cuentistas del XIX no es
cierto al cien por cien, pero tampoco se encuentra muy lejos de la
realidad. Todavía hoy las historias de la literatura española no men-
cionan ninguna obra importante emre 1335, fecha en la que fue
terminado el Libro de Patronio y la segunda mitad del XLX con las
Leyendas becquerianas.
Durante esos años podemos hablar de una existencia «semiclan-
destina» del cuento, que aparece ocasionalmente en obras de más
envergadura, como elemento de adorno del conjunto. En muchas
narraciones extensas del Siglo de Oro podemos encontrar episodios
semiindependientes que pueden existir por sí mismos y no necesita-
rían de la novela donde se incluyen. Esta utilización del cuento
coincide con la teoría que Alonso López Pinciano mantenía en
1596 (Philosofia antigua poética) sobre la épica y sobre uno de sus
elementos: el «episodio». El episodio es un relato breve que sirve
para adornar el relato principal. Este término (que usarán los cuen-
tistas de la primera mitad del XIX) adquiere de esta manera una
cierta identidad propia: «La epopeya es una rosa abierta, y el pezón
y cabezuela es la fábula, y las hojas son los episodios que la ensan-
chan y florecen, y así como las hojas penden de la cabezuela, los
episodios penden de la fábula» (1596; 172). Como «fábula» entien-
de López Pinciano el argumento central de la historia. Por lo tanto,
de la misma manera que los episodios deben estar unidos a la fá-
bula tan livianamente que en cualquier momento puedan eliminarse
de la historia sin dañar al conjunto, por lo mismo su constitución
El cuento español de 1764 a 1800 21
civil con artificiosos enredos es comedia. Si la vida que representa es pastoril se llama
Égloga, tal es la Galatea de Cervantes, si en la novela se reprenden acremente las
costumbres será sátira, si las costumbres se representa ridiculas será entremés, si re-
presentan los vicios amables declinan en milesias; la novela psaltica es un cantar o
romance. (Terreros, 1786; II, 675-676)
La definición llega a ser tan amplia y a abarcar obras tan diver-
sas que se hace inservible metodológicamente. Todo puede ser no-
vela: La Galatea, La Odisea, un entremés, una fábula milesia, un
romance... Pero se puede advertir que la existencia del género no-
vela según esta definición es independiente de la extensión del re-
lato. No hay diferenciación para el relato breve, no hay, no ya una
teoría independiente, sino ni tan siquiera una descripción del géne-
ro de la narración breve. Mayans es, en efecto, el único escritor
dieciochesco (cronológicamente hablando) que se acerca al género
«novela» desde una perspectiva teórica. Pero ni siquiera él presta
atención al cuento ni entiende que el cuento tenga una existencia
propia, independiente de la novela.
No hay por lo tanto poéticas del cuento. Si hay alguna alusión a
la narración todo se engloba en el género novela. Además, en mu-
chos casos la idea que tienen los escritores dieciochescos en mente
cuando hablan de la novela es la novella italiana y sus derivaciones
en España: así se pude comprobar en una «Descripción Geográfica
del Reyno de la Poesía» publicada en el Correo de los Ciegos de
Madrid en 1786 (Tomo 1, 62-63 y 66-67) y vuelta a aparecer en el
Correo de Cádiz diez años después (1796; Tomo 2, 121-123 y 125-
127). La Novela es descrita como un gran arrabal de la capital de la
provincia de la Alta Poesía: el Poema Épico. Nos dice el autor so-
bre la novela que «en él [el arrabal de la novela] es hermosísima la
sangre, y todas las personas de uno y otro sexo, son las más cum-
plidas que puedan imaginarse, todas han viajado mucho y han sido
amantes finos y apasionados, pasando todo el tiempo en placeres y
continuas funciones. Casi nunca permiten que ningún extranjero
vuelva a su patria, sin haber asistido a cinco o seis casamientos de
los más brillantes». Duelos y muertes, viajes, amores elegantes y
frecuentes finales en boda: son las características principales que
nuestro desconocido autor encuentra en la novela. Características
temáticas, que no formales, que nos remiten a las novelas del XVII.
Caso similar es el de Sánchez Barbero, ya en realidad en los
principios del XIX, cuando aconseja a los autores de novelas que
prescindan de situaciones violentas y sombrías, episodios en haré-
26 Historia del cuento español (1764-1850)
Se alargan las obras sin motivo, se añaden prólogos largos que nada aportan al
libro, se añaden advertencias al lector, epístolas dedicatorias a un personaje
ilustre. Todo ello se imprime en un tipo más grueso a fin de que ocupe más
espacio. Los libros se dividen en capítulos y se adiciona un índice de estos; al
principio de cada capítulo se añade un resumen o incluso un pequeño índice. Los
títulos se ponen en grandes letras mayúsculas y cada capítulo debe acabar con una
o dos líneas en un última página que se adorna con un jarrón de flores o con otro
dibujo. La letra será gruesa, los márgenes más amplios de lo normal, la distancia
entre líneas doble de la normal y entre párrafos mucho más.
El cuento español de 1764 a 1800 31
Desde esta fractura el divorcio entre los dos grupos de escritores no cesaría de
aumentar. Muchos años después, en 1892, Rafael Cano, autor de unas Lecciones
de Literatura General y Española que beben resueltamente en las ideas
neoclásicas (cita a Blair como guía principal de su obra) afirma que «esta
prodigiosa fecundidad de la literatura periodística, aparte de otras consideraciones
y consecuencias [...] ha redundado en detrimento de la lengua por la precipitación
y mediana disposición con que se escriben tales hojas para satisfacer en el día la
voraz curiosidad del público» (Cano, 1892; 233). Anota a continuación Cano que
de entre todas los autores de periódicos, tan sólo los autores de algunas Revistas
muy seleccionadas «merecen ser llamados escritores». Este juicio tan acerbo
acerca de los «escritores públicos» es lógico en un autor que piensa, como los
ilustrados que son sus maestros, que los gustos literarios del vulgo son
deleznables: «[La novela] es la lectura del vulgo, y en ella hallan interés y goce
muchísimas personas que por la escasez de su entendimiento o de su instrucción
no estiman ni leen obras literarias más elevadas» (186). Estas opiniones tan
típicas de un neoclásico a machamartillo, hechos por un autor que escribe cien
años después son exponentes de la fuerza con que se produjo la separación entre
34 Historia del cuento español (1764-1850)
En las polémicas que antes hemos visto no es difícil encontrar ambas posturas. El
anónimo autor del «Rasgo Irónico» que antes hemos citado es un representante
típico de los elitistas: se lamenta de la proliferación de escritos, en especial de
novelas, de la abundancia de escritores que no tienen preparación suficiente, que
escriben en prosa y que pretenden ganar dinero con su actividad, mientras que
Cornelia y el autor del «Aviso a los Críticos» del Correo de los Ciegos de Madrid
representan a los escritores profesionales, que miran la crítica de los cultos como
algo negativo y se lamentan de la situación económica de los autores.
36 Historia del cuento español (1764-1850)
Pero su constante presencia puede ser la causa del estallido de <tR.A.», editor del
Diario de Valencia en Enero de 1798, que, ante la enésima carta del crítico de
turno que se queja de que sus poesías no siguen las eternas e inmutables reglas de
los antiguos, replica que «Los poetas españoles serían mejores si dejasen en algo
la imitación servil y siguiesen el noble entusiasmo a que su natural se inclina. [...]
quisiera que nuestros poetas se acomodasen más al reglamento natural que tiene
cada uno por sí mismo». Es difícil decir si nos encontramos aquí con una
proclama romántica de libertad creadora o con una réplica sobrevenida en el ardor
de la polémica, aunque hay que anotar que, ante el escándalo que suscita su
declaración, por parte de los neoclásicos bienpensantes, afirma impávido el
mismo «R.A.» fechas después que no está en contra de todas las reglas pero que
El cuento español de 1764 a 1800 37
«las reglas y preceptos invariables son las que abomino». Lo cual desde luego era
otro ataque a muchos neoclásicos que estimaban que todas las reglas eran
precisamente eso, invariables.
38 Historia del cuento español (1764-1850)
can una serie de ediciones conjuntas de sus novelas. Las cuatro que
se incluyen en Soledades de la vida y desengaños del mundo, cinco
en las Serafinas y ocho en Persecuciones de Lucinda. Estas obras
(que aparecen juntas en las ediciones desde 1672) aparecen siete
veces en el siglo: Sevilla, 1712; Madrid, 1713; Barcelona, 1722 y
1733; Madrid 1741, 1748 y 1759. También se volverán a editar en
el siglo XIX: 1812 en Madrid.
Varios prodigios de amor en once novelas ejemplares nunca
vistas ni impresas es el título de una colección editada por Isidro de
Robles con novelas de diferentes autores, entre ellas cinco novelas
de Alonso de Alcalá y Herrera escritas sin cada una de las vocales.
La colección de Robles que conoció dos ediciones en el XVII tiene
una vida mucho más afortunada en el XVIII, rivalizando con Cer-
vantes, Zayas y Lozano en cuanto al éxito editorial. Dos ediciones
en 1709 (Barcelona y Madrid) otras dos en 1719 (de nuevo Barce-
lona y Madrid) y otras tres ediciones, Madrid, 1729; Barcelona,
1760, y Madrid en 1794; dan un total de siete ediciones a lo largo
del siglo.
Hay muchos ejemplos de reedición en el XVIII de novelas del
XVn, incluso de aquellas que antes no habían conseguido demasia-
do éxito. En 1708, 1734 y 1756 aparecen tres ediciones de Día y
noche de Madrid de Francisco Santos. Del mismo autor se publican
en 1723 unas Obras en prosa y verso que contienen varias novelas.
En ese mismo año de 1723 aparecen los Exemplos de amor y fortu-
na de Francisco de Quintana que habían visto la luz por primera
vez en 1626, casi cien aflos antes. Una escritora jienense, Mariana
de Carvajal y Saavedra que en 1638 había publicado su primera
edición de Navidades de Madrid y novelas entretenidas vuelve a
ser editada en 1782 en Madrid. Alonso del Castillo Solórzano, un
escritor de gran éxito en el XVII, por el contrario, sólo conoce una
edición de una obra suya en el XVIIII: La Quinta de Laura en
1732. En 1734 aparece La mojiganga del gusto en seis novelas, una
obra de Andrés Sanz del Castillo que sólo había conocido una edi-
ción anterior: Zaragoza en 1641. Varios effectos de amor en cinco
novelas ejemplares es el título de las cinco novelas sin vocales de
Alonso de Alcalá y Herrera que ya habíamos mencionado como
aparecidas en la colección de Isidro de Robles: aparecen editadas
en Lisboa en 1735. Otro autor semidesconocido en el XVII es José
Camerino, nacido en Italia (Paño, Umbría) pero escritor en español.
Sus Novelas amorosas, editadas en Madrid en 1623, habían perma-
El cuento español de 1764 a 1800 45
que la traduce con verdad, con viveza, con un estilo sentencioso, fluido, corriente,
claro, para lo cual ha sido preciso no ceñirse a las oraciones latinas que le han servido
de original, sino que ha procurado hacerse dueño de los conceptos del autor, y des-
pués nos los dice con aquellas voces y expresiones que le han parecido mejores para
que se entiendan bien; y esto es en mi juicio el más perfecto modo de traducir. (Casti-
llejo, 1722; 8-9)
Pero la diferencia entre el concepto de moral del XVIII y el concepto actual puede
ser a veces muy llamativa. Baste el ejemplo del cuento «Snelgrave», en el que el
protagonista, presentado como ejemplo de conducta humana y misericordiosa, es
un tratante de esclavos.
54 Historia del cuento español (1764-1850)
Sobre el tema hubo varios cuentos («La Peña de los Enamorados» de Mariano
Roca de Togores, Semanario Pintoresco Español, 1836 y «La Peña de los
Enamorados» de Manuel Zúfiiga, La Alhambra, 1839) y obras de teatro (La Peña
de los Enamorados de Aureliano Fernández Guerra, 1836).
El cuento español de 1764 a 1800 59
la crítica por nimia que ésta sea. El escritor que acometa el análisis
de lo que ocurre a su alrededor debe dejar bien claro que nada de lo
que allí se dice es responsabilidad del gobierno de turno. Veamos si
no el caso del <d)iscurso Tercero» de El Censor. Como ya dijimos,
el cuento que aquí se narra toca un tema absolutamente inusitado en
el siglo XVIII: las difíciles condiciones de vida de las clases traba-
jadoras. El relato presenta la historia de un matrimonio de jornale-
ros que, con cuatro hijos menores de ocho años, vive en la mayor
pobreza, pero con gran armonía y felicidad entre ellos. Sufren en
silencio el hambre y las privaciones. Deciden cambiar de ciudad y
se van a una villa distante de la suya esperando hallar en ella mejo-
res oportunidades de trabajo. A los dos días cae enfermo el marido.
La mujer, desesperada, viendo que en el pueblo no hay hospital,
acude a pedir ayuda a la única persona que conoce: un rico, también
vecino de la villa donde antes vivían. El rico le hace proposiciones
a las que la mujer se niega, indignada, y se pone a mendigar, pero
nada consigue. Al fin, sin encontrar ninguna otra salida, accede a la
propuesta del rico, pero éste, después de aprovecharse de ella, la
echa de la casa sin darle ningún tipo de ayuda. La mujer es presa de
la desesperación y no se atreve a volver junto a su marido y a sus
hijos. Al final muere el marido, consumido por la enfermedad, des-
pués los cuatro hijos, de hambre, y finalmente la mujer que, en su
última agonía, cuenta su historia a unas vecinas.
La narración es la primera parte del Discurso. En la segunda Ca-
ñudo se apresura a aclarar, por lo que pueda tronar, que historias
como la que acaba de contar no ocurren todos los días, que además
el suceso es excepcional porque en la mayoría de los pueblos hay
hospital, y que la mayor preocupación del rey y del gobierno es
impedir que pasen semejantes acontecimientos. Acaba el discurso
con una exhortación a ayudar al gobierno que quiere impedir que
las limosnas vayan a los mendigos profesionales que se aprovechan
de la caridad de la gente. Esta ayuda se concreta en destinar las
limosnas que antes se daban a voluntad de cada uno a enviados del
gobierno que las recogen para socorrer a los necesitados. Ésta es la
solución gubernativa para la situación de los jornaleros, solución
que Cañuelo apoya sin reservas y con la que colabora. Es decir, que
el cuento en cuestión, que en principio parece una crítica a la injus-
ticia social, se convierte en un artículo de apoyo a la política guber-
nativa. No hay que olvidar que, pese a todas las prudencias que
Cañuelo ha desplegado en este discurso y en el Sesenta y Nueve (el
El cuento español de 1764 a 1800 67
¿* Feridun pierde a su amada esposa y deeide morir junto a ella. Después de pasar
tres días y tres noches junto al cadáver, sin comer ni dormir, entra a verle el
filósofo Kulai que le comunica que tiene el remedio para la situación: ha
encontrado un medio de resucitar a la reina. Para ello sólo es necesario grabar los
nombre de tres personas totalmente felices en la tumba. Feridun encarga a Kulai
que busque a tres personas felices. Kulai va entrevistando a diferentes personajes
que afirman ser felices: un joven enamorado que es feliz en ese momento pues su
amada le ha acogido ese mismo día bien, pero que teme no serlo al día siguiente si
su amada le trata mal entonces. Kulai rechaza esa idea de felicidad tan irregular.
Después habla con una pareja de enamorados que se han casado ese mismo día,
después de varios años de relación. Para comprobar su amor les pide que vivan
ocho días juntos en total soledad y al quinto día la pareja se separa. Después
llegan dos hermanos que para ser felices piden uno, ser gobernador de su ciudad y
otro, ser rico; Kulai les dice que el rey concederá sus deseos si encuentran a un
rico y a un gobernador felices. Los hermanos lo intentan pero los ricos sólo
quieren ser más ricos y los gobernadores tener más poder. Se presenta otro joven
que es feliz porque sabe disfrutar de todo con moderación y tranquilidad y aún a
veces se priva de algo para no perderse en el placer. Pero su temor a la muerte, le
dice Kulai, le impide ser verdaderamente feliz. Al cabo de estas entrevistas han
pasado tres meses y Kulai acude a ver al rey para decirle que no ha encontrado
ningún hombre feliz. El Rey, que ya está más tranquilo, le dice que bastará con su
nombre y los de otros dos filósofos, pues, según se dice, la sabiduría hace feliz.
Pero Kulai le dice que no es así y que él lleva más de treinta años buscando la
sabiduría y la felicidad y que no ha encontrado ni la una ni la otra. Le recomienda
que se deje de preocupar por la felicidad y el rey reconoce la sabiduría del
consejo.
El cuento español de 1764 a 1800 85
brá sin duda merecido una mucho mejor. ¡Oh, Rey de reyes! Imita a tu augusta esposa
y deja ya de afligirte por su felicidad».
Después de haber el rey reflexionado un poco, agradeció al filósofo su astucia y la
intención con que la había practicado. Ya no pensó en resucitar a la Reina y se con-
soló, con como todos se consuelan por lo común. El tiempo, la disposición y otras
pesadumbres le hicieron olvidar las pasadas. (516. La cursiva es nuestra)
Dos huidos de galeras que vivían en Granada cometen un robo en la iglesia de los
Carmelitas de Alhama. Se introducen en la iglesia por la noche, a través de una
ventana sin reja que hay en el tejado. Se apoderan de lámparas de plata, del cirio
pascual, de las ropas de una imagen de la Virgen y del copón con las sagradas
formas. Durante ía noche, de regreso a Granada, guardan las formas en un
pañuelo y rompen el copón y la patena para venderlos. Tiempo después uno de
ellos es descubierto intentando vender unos caballos robados y es detenido y
registrada su casa. Allí se encuentran las formas consagradas. Hay una procesión
popular para devolver las formas a una iglesia y se acaban repartiendo entre seis
iglesias para su veneración.
El cuento español de 1764 a 1800 89
lector, uno a uno, los sucesivos objetos sobre los que fija su aten-
ción el ladrón, dejando para el final el robo de la copa con las sa-
gradas formas:
Comenzó a hacer el despojo que le sugería su codicia diabólica: tomo dos atrileras
carmesíes, dos lámparas de plata, una de María Santísima del Carmen y otra de Jesús
Nazareno. Quitó del candelero el Cirio Pascual, engañado de ver a su exterior de cera,
y a la verdad era de palo toda su alma. No quedó saciada aquí la audacia, pues se
atrevió a desnudar una imagen de María Santísima de la Soledad, para quitarle un
guardapié de tela que tenía para adorno interior. Ya quedaría contento el celo católico
de que habíase quedado sosegado aquel pervertido corazón con el robo que allí había
hecho, pero alcanzó a más aquel émulo de la insaciable codicia del traidor apóstata
Judas, porque brindado de la ocasión de haber visto un Sagrario con la llave puesta,
lo abrió y tomando en sus indignas manos el copón con el Santísimo Sacramento y
bastante número de formas, lo robó de su tabernáculo trayéndose la cortinica y el ca-
pillo. (1-2)
En fin llega el instante en que voy a dejar la patente de existencia que tengo en mi
poder casi veinte años ha y que me cansa de diez años a esta parte [...]
Escribo a Bar para que entreguen a Vm unos cuadernos que deje en Guise [...] en
ellos encontrará Vm algunos fragmentos de Literatura nada vulgares [...]
Si se existe después de esta vida y hay peligro en dejarla sin permiso procuraré ve-
nir a avisarle a Vm, Si todo se acaba con la vida, aconsejo a todos los infelices, esto
es, a todos los hombres, que imiten mi ejemplo [...]
Su más afecto y reconocido servidor que fue primeramente humanista, después le-
trado, después pasante de procurador, después fraile, después dragón y después nada.
(210-213)
último día se añade al final una nota del editor que merece la pena
ser tenida en consideración:
Parecerá que esta historia está escrita de una manera muy romanesca; pero los he-
chos que contiene son de la verdad más exacta, y como el asunto tiene tanto interés y
el carácter de Eponina es tan perfecto, el Autor no pudo menos de añadir al fondo
histórico, fielmente seguido, algunas ligeras ilustraciones. Sería de desear que este
asunto se tratase con toda la extensión, y gracias de que es susceptible: enriqueciendo
la literatura con un romance histórico, que podría ser tan moral como patético: y sería
también argumento más digno de una comedia que muchas que suelen escogerse.
(330)
¡Podré estar separado de Zátima! ¿Podré vivir un solo instante sin verla!... ¡Pero mi
patria!... ¡Mis padres!... ¡Ah desgraciado Faxardo, más te hubiera valido morir en el
combate, hubieras muerto gloriosamente, que no acabar de esta manera infeliz!...
¿Mas qué se dirá de mí si retardo mi partida? ¡Un español, que ve roto sus hierros no
volar al combate! ¿Cómo excusarse a los ojos de España, del universo todo? ¿Qué
medio para libertarse de su propia conciencia? (66-67)
6. Conclusión
Los cuentos publicados en el siglo XVIII constituyen una explo-
ración de las posibilidades de un género que hasta entonces había
permanecido dormido. Los autores se enfrentan a diversas posibili-
dades de desarrollar esta fórmula literaria ya olvidada y las acome-
ten por razones puramente pragmáticas: su perfecta adecuación
para un nuevo medio de expresión; la prensa.
En medio de esta búsqueda de posibilidades narrativas, de expe-
rimentos cuentísticos, de adaptaciones, traducciones, refundiciones
y plagios, se entreteje la nueva sensibilidad que el romanticismo
dieciochesco va introduciendo en los escritores. La noción de utili-
dad moral va perdiendo la fuerza que antes ejercía (aunque no de-
saparece del todo, pues va a continuar asociada a muchos cuentos
hasta el día de hoy), a la vez que aparecen narraciones que persi-
guen la revelación de un sentimiento libre, más allá de cortapisas
morales.
El cuento del XVIII se divide en dos grandes grupos: los cuentos
que responden a la intención moral y didáctica omnipresente en la
literatura de nuestros ilustrados y un cuento de puro entreteni-
miento, que prescinde de toda intención moralizadora y en el que se
encuentran buena parte de las características que luego definirán el
movimiento romántico del siglo XEX.
Los cuentos didácticos se dirigen sobre todo a conseguir un
adoctrinamiento moral de los inferiores: la educación para que to-
dos se mantengan en la clase social que les corresponde; el confor-
mismo social y lealtad del gobernado hacia el gobernante son sus
principales asuntos. A cambio se preconiza la misericordia y la
compasión como virtud básica y principal de quien ostenta el po-
der, tanto en el plano político y social como en el familiar. Pero la
misericordia desaparece cuando los subditos (en el caso del Estado)
o la mujer (en el caso de la familia) intentan abjurar de los papeles
de sumisión y obediencia que tienen asignados: en ese caso el cas-
tigo es pronto y tajante.
Los cuentos que se despreocupan de la moralidad y que buscan
únicamente el entretenimiento del lector abordan temas de amores
desgraciados y muchas veces imposibles, crímenes espantosos y
El cuento español de 1764 a 1800 107
1. División cronológica
Los primeros cincuenta años del siglo XIX son ricos en aconte-
cimientos históricos y literarios. Tan ricos que es harto difícil esta-
blecer una división en períodos dentro de esa cincuentena, no por la
escasez de fechas significativas, sino por la abundancia de ellas.
En el plano histórico podemos pensar en las siguientes fechas:
1808 (Abdicación de Carlos IV y Fernando VII, Invasión francesa,
Guerra de la Independencia), 1812 (Constitución de Cádiz), 1814
(Regreso al poder de Fernando Vu y primera reacción absolutista),
1820-23 (Trienio Liberal), 1823-33 (Ominosa Década), 1833-1840
(Regencia de María Cristina), 1833-1839 (Guerra carlista), 1840-
1843 (Regencia de Espartero), 1843 (Mayoría de edad de Isabel II)
y 1844 (Década Moderada).
Eso sin contar con los acontecimientos que supusieron el fin del
imperio español en Sudamérica: a lo largo de estos cincuenta años
las colonias sudamericanas fueron sublevándose e independizándo-
se hasta que al final de la cincuentena el imperio donde no se ponía
el sol sólo era un vago recuerdo. Época de grandes cambios, gran-
des y rápidos. El frenesí de actividad histórica y política determina
que la España de 1850 tendrá poco que ver con la que en 1800
contemplaba la llegada del siglo XIX.
También en la historia literaria los acontecimientos son intensos
y rápidos. La división tradicional entre el siglo neoclásico, el XVIII,
110 Historia del cuento español (1764-1850)
Y vos, generoso Korem, que sabéis como se deben vencer los enemigos de los tera-
nitas y que os habéis cansado en buscarle amigos; vos que versado en el arte de la
guerra no amáis menos la paz y que preferís a las acciones destructoras las acciones
útiles a la humanidad, vos seréis el esposo de mi hija: recibid mi cetro y su mano. Mi
pueblo, gobernado por un príncipe tan valiente y moderado no tendrá que temer los
enemigos de fuera, ni dentro a su mismo Señor. Sed su padre y sed mi hijo. Vos sois
un héroe y Zendar puede llegar a serlo. (257-258. Las cursivas son nuestras)
Un aeronauta y su mujer suben en globo y son arrastrados hasta la luna. Allí los
habitantes de la luna, unos pigmeos, huyen al principio, pero al ver que los
gigantes enloquecen por el oro, montan un trampa y les encadenan con grilletes
del mismo oro que ambicionaban.
En el relato se oponen las existencias de dos tribus de trogloditas: una que vive en
la más perfecta anarquía y otra en la que una familia poco a poco va imponiendo
una estructura y un estado. Al final la situación desemboca en una guerra en la
que los trogloditas anárquicos son exterminados.
124 Historia del cuento español (1764-1850)
Un viejo casado con una joven cae en unos celos tan grandes que pone un pleito
para obligarla a entrar en un convento. Un sobrino suyo le convence de que el
estado natural de las cosas es que las mujeres sean infieles y que es mejor no
darse por enterado. Se reconcilian, pero cuando va a recibir a su mujer sufre un
accidente y muere a los pocos meses y, como añade irónicamente el autor,«vino a
dejar a su esposa la mitad de los bienes y la libertad de que antes quería privarla»
(279). El sobrino hace una historia de la familia en la que le dice al tío que todas
las mujeres de su familia han sido infieles, incluyendo a su madre y a su esposa, y
recuerda a su tío que un bisabuelo suyo se casó con una cornamenta de ciervo,
pues prefería ponérsela él cuando quisiera, que no se la pusieran cuando no le
apetecía. No hay en todo el cuento un referencia a la posibilidad de que la mujer
sea fiel al marido (no se mencionan las infidelidades de los maridos, por cierto).
Memorial Literario, 1804; V, 17.
El cuento español de 1800 a 1850 125
Forzoso es advertir que la amistad entre Nise y Rosa resulta más bien equívoca.
Cuando Nise sabe que Rosa ambiciona ser amiga de Luceta, siente una «profunda
impresión en un alma tan sensible como la mía» (40) y proclama que a pesar de
que Luceta tenga más talento que ella no sabe «amar en tanto grado» (40).
Cuando Aglae intenta consolarla diciendo que Rosa, aunque tenga cariño a otra,
no podrá darle su preferencia, Nise le cuenta el resto de su historia. «No lo sabes
todo tú, Aglae, no lo sabes, no. Ayer al separarnos [Nise y Rosa] quedamos
convenidas que hoy desde el amanecer iríamos a aquel hermoso valle en que
hemos acostumbrado a llevar a pacer nuestros rebaños y que nuestros frecuentes
126 Historia del cuento español (1764-1850)
recreos han obligado a que se le llame el valle de las buenas amigas. Fuime con
mi acostumbrada priesa, pero la pérfida no me había dado la cita sino para
hacerme testigo de su traición. Ella se hallaba allí, pero no sola como me había
prometido. La vi en los brazos de su nueva amiga... y me causó tanta novedad que
casi me dejó extática. Mi indignación no pudo estar oculta por más que hice y me
atrajo las más amargas burlas...No quise dejarlas gozar por más tiempo de mi
dolor. Volví hacia atrás suspirando a todo suspirar y me interné en lo más lóbrego
de este bosque para llorar en él con toda libertad» (46-47).
Goswin Joseph Augustin, Barón de Stassart. Autor belga en lengua francesa,
nacido en Malinas en 1780. Sus Bagatelles Sentimentals (1802) contienen unos
Idylles en prose entre los que, además de los cuentos arriba mencionados, se
encuentran «L'Amie inconstante» y «L'Anniversaire de la naissance celebré par
l'hymen» (Stassart, 1855; Querard, 1888). La traducción pudo ser obra de
Cristóbal de Beña, por entonces uno de los editores del Memorial Literario y que
«hablaba con perfección el inglés y el francés» (Freiré, 1989; 572).
El cuento español de 1800 a 1850 127
Novela que no llegó a ser traducida completa al español durante el siglo XVIII ni
el XIX.
Madama de G*** es una joven alemana huérfana, educada por su tío en la
instrucción y la virtud, que casa a los dieciséis años con un conde sueco. Con él
va a vivir a Suecia y allí forma una familia feliz, en la que también se incluye R*,
un gran amigo del Conde. Pero la belleza de la condesa provoca el interés de un
príncipe que es rechazado por la virtuosa joven. El Príncipe hace que el Conde
sea destinado a la guerra a una posición peligrosa, donde pierde una batalla y es
gravemente herido. El Príncipe lo hace juzgar por cobardía y le condena a muerte,
pero el Conde muere antes de la ejecución, a causa de sus heridas, en un ataque
del enemigo que arrebata la ciudad que defienden los suecos. La Condesa debe
huir de Suecia pues ha sido privada de su herencia y es perseguida por el
Príncipe, y va a Holanda en compañía de R*, con el que se casa al cabo de los
años. Cuando ya tiene una hija, regresa el Conde, que no ha muerto, sino que fue
hecho prisionero. Cuando el Conde conoce la situación está dispuesto a irse pero
R* se le adelanta. Finalmente hablan los tres y la Condesa vuelve con el Conde y
mantienen ambos la amistad de R*. Al final aparece el Príncipe, arrepentido, que
se ofrece a restituir la riqueza del Conde. Éste muere al poco y la Condesa vuelve
con R*.
El descubrimiento de la vacuna era aún muy reciente. Edward Jenner había dado a
conocer su hallazgo sólo seis años antes, en 1798, en su libro Inquiry into the
Cause and Effects of the Variolae Vaccinae (Indagación sobre las causas y
128 Historia del cuento español (1764-1850)
«El Santón Hasán» y «El egipcio generoso» volvieron a aparecer en 1819 en una
obra titulada Amor y Virtud de Antonio Sarmiento, que contiene varias narra-
ciones más, algunas de ellas, según Montesinos (1982; 245 y 260) traducciones
del francés.
132 Historia del cuento español (1764-1850)
XVm y los primeros ocho años del XIX. Tenemos un grupo im-
portante de cuentos morales, entre los que no faltan el sueño («El
Mundo sin Vicios»), la advertencia contra la ambición («El Santón
Hasán»), el ejemplo de buenas obras («El Egipcio Generoso»), el
tema de la educación («El Criado de su Hijo»), la preocupación por
la posición familiar de la mujer («El Casado que lo Calla», «La
Mujer Prudente») o la crítica inmisericorde a la mujer que se sale
de esta situación («La Erudita»). Tampoco falta el relato lacrimoso
(«Los Dos Desesperados»), o el relato que toma temas y ambientes
de géneros antiguos («Bliomberis»).
Mantiene también Trigueros el gusto dieciochesco por la am-
bientación exótica, preferiblemente oriental, («El Santón Hasán»,
«El Egipcio Generoso», «La Hija del Visir de Gornat», «El Paraíso
de Shedad») aunque también aparece África («El Náufrago Escla-
vo») o América del Sur («El Naturalista en América»).
Pero también encontramos en él aspectos que van a desarrollarse
con fuerza a partir de 1830: el relato histórico: («Vida de Don
Alonso Pérez de Guzmán el Bueno»), el de aventuras («La Hija del
Visir de Gornat») o el relato sentimental entremezclado con intrigas
e hijos sin padre («Adelayda»).
«Cuatro Cuentos en un Cuento» es, como ya hemos dicho, un
marco, apenas un amago de historia para que cuatro personajes
cuenten cada uno su historia. Para conseguirlo Trigueros no duda
en recurrir a un argumento lleno de inverosimilitudes. En una cueva
en la que hay unos gitanos aparecen sucesivamente Doña Margarita
y Don Juan, dos enamorados que se habían separado hacía años.
Cada uno cuenta su historia. Doña Margarita es la protagonista de
«La Erudita. Cuento primero» y Don Juan de «El Náufrago Escla-
vo. Cuento segundo». En ese momento llega un Marqués, Coronel
del ejército al frente de un grupo que pone presos a los gitanos sos-
pechando que se dedican al robo. Él reconoce en Don Juan a un
hijo que creía muerto. Cuando se dispone a mandar a la cárcel a los
gitanos, una vieja gitana le presenta a una joven de su tribu (la
protagonista de «Salerosa. Cuento tercero») que es en realidad una
hija del Marqués, que había sido robada de niña por la gitana y por
lo tanto hermana de Don Juan. Después se descubre Gallardo (pro-
tagonista de «El Naturalista en América. Cuento cuarto») un falso
gitano que, por amor a Salerosa, ha entrado en la tribu y que en
realidad es hermano de Doña Margarita, de la que se había separa-
do en su infancia y también, casualmente, de un Corregidor que
El cuento español de 1800 a 1850 133
La inclusión de los críticos entre esta caterva de figurones que presenta Trigueros
nos hace recordar las andanadas contra los críticos que vimos en el Diario de las
Musas de Cornelia, y más cuando Trigueros les caracteriza como «siempre
satíricos, duros y maldicientes».
134 Historia del cuento español (1764-1850)
Muchos años después, la misma idea y el mismo escepticismo darían origen a una
novela de Wenceslao Fernández Flórez: Las Siete Columnas.
El cuento español de 1800 a 1850 139
ñor del padre de ella. Tras una serie de complicaciones muere todo
el mundo (rival, padre, amada y hermana del protagonista) y el mi-
litar pasa el resto de su vida en triste soledad. El cuento no ofrece
un particular interés. Prat (Blanco-White, 1975; 13, nota 18) cita a
Llorens que lo consideraba traducción o adaptación de un cuento
inglés.
Muy diferente es el caso de «Intrigas Venecianas o Fray Grego-
rio de Jerusalén» relato en que aparecen buena parte de las caracte-
rísticas del cuento histórico-romántico que en España se desarrolla-
rá a partir de la muerte de Fernando VII. Alberto, joven alemán, se
enamora en Venecia de una cortesana, Gianetta. Arruinado y aban-
donado por su amada piensa en el suicidio, pero es salvado por un
misterioso fraile enmascarado que le ofrece dinero a cambio de
espiar a la hermana de Gianetta que es amante de Mocénigo, uno de
los integrantes del poderoso Consejo de los Diez. Alberto se confía
a Gianetta y es traicionado por ella. Es llevado ante el Consejo
junto a Fray Gregorio de Jerusalén, de quien sospecha Mocénigo
que es el misterioso fraile que ha pagado a Alberto. Fray Gregorio
se mantiene en silencio y Alberto es incapaz de reconocerle. Al-
berto es torturado y entre gritos de dolor cuenta la historia de su
vida. Nació en Madrid y es fruto del matrimonio secreto de un es-
pañol y de una alemana. Un embajador italiano, celoso de la madre,
descubre la situación y causa la ruina de la familia. El padre desa-
parece y la madre, deshonrada, vuelve a Alemania con su hijo. Mo-
cénigo se revela como el amante celoso que causó la ruina de la
familia de Alberto y Fray Gregorio como el padre desaparecido.
Fray Gregorio, antes de que nadie pueda detenerle, apuñala a Mo-
cénigo hasta matarle. El Consejo, implacable, sepulta para siempre
a padre e hijo en dos oscuros calabozos.
Se trata de una narración genuinamente romántica en la que no
faltan ambientes nocturnos y misteriosos, hijos de padre desconoci-
do que reencuentran al cabo de los años a su progenitor, venganzas
sangrientas, casualidades inverosímiles, etc. El cuento no se llegó
nunca a publicar en España en los primeros años del XIX, pero su
influencia se hizo sentir a través del teatro. Javier Herrero (1988;
149) ha llamado la atención sobre la influencia que el cuento de
Blanco ejerció en La Conjuración de Venecia y más concretamente
en su último acto, en el que Ruggiero, el protagonista, aparece ante
el Consejo de los Diez veneciano y se revela como hijo de Pietro
Morosini, uno de sus jueces. Como indica Herrero, con la excep-
El cuento español de 1800 a 1850 147
120
r
i
60
/-
/
1
A
/ \
/ \l
1831 1832 1833 1834 1835 1836 1837 1838 1839 1840 1841 1842 1843 1844 1846 1846 1847 1848 1849 1860
| W de Putrtcadones 2 5 10 32 22 40 37 38 4© 50 60 79 81 90 90 91 80 82 8S 111
La distribución por años es la siguiente: 1831 (29 cuentos), 1832 (16), 1833 (8),
1834 (11), 1835 (23), 1836 (18), 1837 (99), 1838 (42), 1839 (82), 1840 (102),
1841 (65), 1842 (18), 1843 (65), 1844 (37), 1845 (46), 1846 (68), 1847 (48),
1848 (60), 1849 (47) y 1850 (24). Además se han incluido en el estudio 32
cuentos publicados en el Semanario Pintoresco Español desde 1850 hasta 1857,
fecha de la desaparición de la revista. Quince de 1851, cinco de 1852, seis de
1853, dos de 1855, tres de 1856 y uno de 1857.
El cuento español de 1800 a 1850 151
Esta última afirmación de Montesinos deja bien a las claras la idea subyacente:
Mesonero es un narrador frustrado y el costumbrismo un género al que se acogen
los escritores que no llegan a pisar esa «tierra prometida» que es la novela realista.
Esa concepción de escritor frustrado y fracasado es tan fuerte que Montesinos
acusa a Mesonero, no ya de ser un mal novelista, sino de ser un mal costumbrista.
«Hacer este costumbrismo moralizante», comenta Montesinos a propósito de
Tengo lo que me basta (1842) «era en realidad trocar los frenos, era olvidarse del
primitivo propósito que no fue predicar la sobriedad, la mesura o la diligencia,
152 Historia del cuento español (1764-1850)
sino estudiar el estado moral y los resortes morales de la sociedad presente. Con
lo que se comprueba que el costumbrismo moral de Mesonero deja de ser
costumbrismo y será lo que se quiera, homilía, disertación ética o espectáculo
sociológico» (63). Y pocas lineas más adelante, siempre diseccionando el mismo
artículo, nos dice lo que Mesonero habría debido escribir, si hubiera sido un buen
costumbrista: «Mesonero nos refiere como el sobredicho Don Modesto Sobrado
entra en quintas y cae soldado; buena ocasión de hacer costumbrismo y de
mostrarle al lector los usos y costumbres militares». Pero Mesonero no previo el
consejo del profesor Montesinos y liquidó la experiencia militar de su personaje
en unas pocas líneas, impelido por la idea de mandar un consejo «moral».
Tendencia moral que Montesinos apunta, con desagrado, que viene de las
conexiones de «El Curioso Parlante» con las ideas de la Ilustración: «Está
demasiado cerca del Neoclasicismo, tiene demasiados frescas sus lecciones» (66).
El cuento español de 1800 a 1850 153
Este último es una buena muestra del moralista ilustrado que hay dentro de
Mesonero: El narrador cuenta su amistad juvenil con Ricardo en Zaragoza.
Ricardo es el heredero de un Marqués de gran fortuna y a pesar de las
exhortaciones del narrador a que estudie y se convierta en un elemento útil de la
sociedad, se entrega a la vida fácil. Tiempo después se encuentran ambos en
Madrid pero la acogida fría y distante que Ricardo hace al narrador le lleva a no
tratarle. Al cabo de los años Ricardo le llama y le pide consejo, pues se encuentra
en un apuro moral: su vida inútil le agobia y no sabe cómo salir de ella. El
narrador le recomienda que vuelva a su casa de Zaragoza y lleve allí una vida más
natural y productiva. Ricardo sigue su consejo y encuentra la felicidad.
El cuento español de 1800 a 1850 157
Cuentos Histórico-Legendarios
Los cuentos histórico-legendarios son, con mucho, los más cul-
tivados (38,24%). Reúno en un solo grupo los cuentos que se desa-
rrollan en un ambiente histórico sin entrar a valorar si el tema se
apoya en elementos históricos ciertos o puramente legendarios. De
hecho, no hay que esperar de los autores de los cuentos una infor-
mación histórica previa muy profunda. En la mayoría de los casos
los datos históricos son muy escasos y se reducen a elementos am-
bientales y a veces puramente decorativos.
El cuento español de 1800 a 1850 159
sión del mundo los elementos que habían venido desde el romanti-
cismo subversivo. La pareja de enamorados enfrentados a un mun-
do injusto que prohibe caprichosamente su amor por puras conven-
ciones se transforma en dos jóvenes cristianos, patriotas y honestos
(no hay en este cuento el más mínimo roce sexual, por más subli-
mado que pudiera aparecer), perseguidos por los enemigos de la
religión y de la patria. Esta curiosa conversión de Zaida que se pro-
duce leyendo «romances caballerescos» e iguala religión, patriotis-
mo y galantería, incluye además una inyección de energía que rea-
nima su «débil sexo» con una «fortaleza varonil». Además de que,
aclara el autor, todo este carácter es posible porque tiene el refina-
miento de las «clases elevadas».
Puestas así las cosas los autores van buscando otros obstáculos a
los amores que posibiliten las tristes historias de enamorados en
ambientes históricos que tanto éxito tienen en esos años. Es ya muy
complicado presentar al padre como el villano con un argumento
mínimamente lógico, sin poner en cuestión la santidad de la familia
y se buscan otros opositores a los enamorados. A partir de 1840 es
muy difícil encontrar oposición paterna a la pareja de enamorados.
A partir de esa misma fecha, como veremos después, también va
a desaparecer casi totalmente la figura del rey malvado. Los dos
símbolos de la autoridad: padre y rey pasan a ser preservados por
los escritores de las revistas de la década de 1840. La autoridad ya
ha dejado de ser criticada y atacada; es el momento de ensalzarla y
glorificarla en bien de la moral nacional.
Otros parientes toman el lugar del padre. Hermanos, primos y
tutores ocupan el lugar del opositor, sin riesgo de ver disminuida la
figura del cabeza de familia. En «Fundación del Monasterio del
Parral» (Semanario Pintoresco Español, 1838) es un hermano mal-
vado y rencoroso, que acaba asesinando a su hermana por odio al
amante. En «La Casita de Randa» de Antonio Montis (La Palma,
1840) es un hermanastro del protagonista masculino el que se opo-
ne egoístamente a la felicidad de los enamorados. Aunque de
acuerdo con la tendencia moralizadora y católica de la revista ma-
llorquína, el malvado hermanastro se arrepiente convenientemente
al final de la narración y renuncia a su título nobiliario para hacerse
ermitaño. Este progresivo alejamiento del opositor al amor del nú-
cleo central de la sacrosanta familia es muy evidente en el caso de
«El Castillo de Tancarville» (El Renacimiento, 1847) de José Heri-
berto García de Quevedo, un escritor con una increíble facilidad
164 Historia del cuento español (1764-1850)
Los vecinos de Torquemada cuentan que una mujer de negro entra todas las
noches en una vieja capilla en la cual se cree que hay fantasmas. Un ermitaño
decide investigar lo que pasa. Se esconde en la capilla y ve entrar a una mujer de
negro que desciende a un subterráneo, la sigue y así llega a conocer la historia. Se
trata de Inés Chacón, hija de un colaborador de Alvaro de Luna (que hace poco ha
sido ejecutado). A causa de un amor prohibido, ha sido responsable de la muerte
de su padre. Abandonada por su amante, viene cada noche a rezar ante la tumba
de sus abuelos y a pedir el perdón de su padre. En esto una figura aparece. Se
trata del padre de Inés que ha sobrevivido. Inés a pesar de las palabras de
consuelo y perdón de su padre muere al caer desvanecida y estrellarse su cabeza
contra el sepulcro y el padre se suicida después de la muerte de su hija.
Recesvinto, príncipe heredero de los godos, hijo del rey Quindasvinto, se casa con
una plebeya, Floriana, contra la voluntad de su padre. Para probar el amor de
Floriana, Quindasvinto crea una complicada intriga y hace jurar a Recesvinto que
se mantendrá apartado de su esposa. Froya, un rival de Recesvinto por la corona,
El cuento español de 1800 a 1850 165
—Otro crimen más y no estaré aligerado en presencia de Dios por un solo instante
de remordimiento. Bien, llamaré a Huberto y le diré que estoy loco y que no me crea.
Si no me oye mejor, entonces no seré ya responsable de unas desgracia que no habré
podido impedir y quedaré con el placer de la venganza. (Levantase para llamar a Hu-
berto, pero vacila y muere). (Milá y Fontanals, 1896; 6, 472)
El adulterio no se consuma, pero la simple acusación del malva-
do Bernardo, hace que Huberto el personaje, presuntamente positi-
vo, parta raudo a tomar venganza de su esposa.
La misma ausencia de consumación de adulterio ocurre en «El
Caballero» de Baltasar Anduaga Espinosa (Observatorio Pintores-
co, 1837) y «El Doncel de Don Pedro de Castilla» de Manuel Fer-
nández y González (La Alhambra, 1840). En ambos, la simple sos-
pecha por parte del marido ofendido hace que la pareja
protagonista, que se ama de forma estrictamente platónica, acabe en
la tragedia.
Pero a los autores de los cuentos la simple rivalidad amorosa no
les parece suficiente para llevar a los amantes al destino trágico.
Por lo tanto la adornan con diferentes complicaciones. Unas veces
el rival es un religioso malvado y lujurioso que asesina a los
amantes y luego se suicida («El Castillo de Gauzón», Semanario
Pintoresco Español, 1844) o es castigado por otro personaje («La
Corona de Fuego» de Benito Vicetto, El Siglo Pintoresco, 1846).
Otras veces los amigos de la infancia se convierten en mortales
enemigos cuando se enamoran de la misma mujer y uno de ellos es
rechazado. La tragedia se produce por la muerte de ambos rivales
que va seguida de la muerte de la protagonista femenina («El To-
rrente de Blanca» de José Augusto de Ochoa, El Artista, 1836) o
por una serie de asesinatos («Los Tres Rivales» de Miguel Menén-
dez Arango, El Iris, 1840). Otras veces son dos hermanos separa-
dos desde la cuna que rivalizan por el amor de una mujer y se ma-
tan entre sí en un duelo sin conocerse y siendo revelada su
identidad al final («Carlos y Margarita» de Miguel González Au-
nóles, La Alhambra, 1840) o uno de los hermanos asesina al otro
(«Caín y Abel» de Isidoro Gil, El Laberinto, 1847).
Otras veces la trágica muerte de los enamorados es obra de un
destino fatal. En algunos casos este destino está bien ensamblado
en la historia y produce cuentos muy estimables como «Conrado»
los abencerrajes, lo mismo que una de las novelas que por aquellos
años publica Miguel Hué y Camacho en Novelas y Leyendas Jere-
zanas (1837). El rey malvado arábigo más pmtoresco es sin duda
Aben-Humeya, el líder de los moriscos sublevados en las Alpuja-
rras a quien según Agustín Salido («Cuento Morisco», La Alham-
bra, 1839) le dio tiempo para, en su breve año de reinado, adquirir
los peores vicios de un rey: lujurioso, cruel, hipócrita y asesino.
Pero el rey malvado preferido por los románticos es desde luego
Felipe II. La figura siniestra que presenta Patricio de la Escosura en
su novela sobre el tema del pastelero de Madrigal, Ni Rey ni Roque,
es modelo para varios románticos. En 1840 Francisco Zea (que
firma con el seudónimo de «El Bachiller Sansón Carrasco») publica
en El Panorama tres excelentes relatos centrados en el malvado y
tenebroso rey. «El Cubo de la Almudena», «La Muerte de la Reina»
y «Tío y Sobrino, Felipe II de España y Sebastián de Portugal». El
primer relato se centra en la historia de Felipe II y Don Carlos. Fe-
lipe II está presentado con detalle. Se insiste en su crueldad (se
cuenta la ejecución en la hoguera de un niño recién nacido), en su
hipocresía y en su implacabilidad. La muerte de Don Carlos es pre-
sentada como un envenenamiento llevado a cabo mediante el agua
bendita que le daba para exorcizarle el Cardenal Espinosa. También
se asesina a la amante de Don Carlos. Las otras dos historias insis-
ten en lo infame del carácter del rey, siempre malvado, cobarde e
hipócrita.
En el mismo año y en la misma revista se publica «Doña Isabel
de Osorio» de Mariano González Valls, cuento en el que, además
de las muchas prendas que ya adornaban el carácter de Felipe II, se
le presenta como infame seductor, secuestrador y asesino de don-
cellas indefensas.
Aunque el rey lujurioso por excelencia, que atenta contra la vir-
tud de las mujeres que tienen la desgracia de relacionarse con él es
Felipe IV, que da muestras de su carácter licencioso en cuentos
como «El Marqués de Javalquinto» de Jacinto de Salas y Quiroga y
«El Reloj de las Monjas de San Plácido» de Carlos García Doncel30
(los dos cuentos en Semanario Pintoresco Español, 1840 y 1839).
El relato se centra en una burla que unas monjas hicieron al rey para defender el
honor de una joven acosada. Felipe IV se introduce de noche en el convento
persiguiendo a una joven que ha entrado allí para huir del rey. Viendo la monja el
empeño del rey, le pide un plazo de tres días al final del cual promete recibirle en
El cuento español de 1800 a 1850 171
su alcoba del convento. Al cabo de esos tres días se finge muerta y de esa forma
consigue vencer la pasión del rey que, en penitencia por la muerte de la joven, da
dinero al monasterio para poner un reloj.
172 Historia del cuento español (1764-1850)
sa, que parecía medir la tierra con el centro del cielo... no era un hombre, no: era un
genio, un Dios: más que eso era el poeta, el verdadero poeta inspirado. (284)
Bermúdez de Castro nos presenta en este cuento la visión bi-
fronte del artista que tienen los escritores románticos: por un lado
hombre superior, por otro, hombre desgraciado. La razón de la su-
perioridad y su desgracia es la misma: el genio que le obliga a ejer-
cer su arte, a pesar de todo y de todos. Pero el romanticismo con-
servador que pronto iba a imperar no podía consentir que la causa
de esta desgracia fuera una sociedad injusta y la desgracia del genio
no se aborda como una lucha entre individuo y sociedad, sino como
una maldición intrínseca a su propia condición. Eso ocurre en «El
Pintor y el Músico» de Luis de Montes (La Alhambra, 1839) en el
que un joven pintor asiste a las últimas horas de Ludwig van
Beethoven, o en «Los Tres Genios» de José Muñoz Maldonado (El
Panorama, 1841; reeditado en La Alhambra el mismo año) en el
que Camoens primero, y Zurbarán después mueren en un hospital
maldiciendo el genio que les llevó al desastre, ante la incompren-
sión de un joven Murillo, que está dispuesto a sacrificarlo todo por
la gloria. En otras ocasiones la mala fortuna del artista se debe a
causas más peregrinas. En «Cervantes en Madrid» de Ángel Gálvez
(Observatorio Pintoresco, 1837) la causa de las desdichas del es-
critor es una muerte de la que es autor y cuya responsabilidad va
purgando a lo largo de su vida. En «El Amor de una Mujer» de Án-
gel Fernández de los Ríos (El Siglo Pintoresco, 1847) es la perse-
cución de una mujer poderosa y despechada la causa de todas las
desdichas del autor del Quijote.
Al fondo de toda estas historias hay un elemento común: la ne-
cesidad que hay, desde una perspectiva conservadora, de exculpar a
la sociedad en el tratamiento de la figura del artista. El enfrenta-
miento entre el artista romántico, genial, semejante a un Dios, co-
mo antes veíamos decir al Cervantes que imaginaba José Bermúdez
de Castro en El Artista, y la sociedad, hostil, negativa, injusta, es la
causa de los infortunios del creador original. Pero desde una pers-
pectiva burguesa, acomodaticia, de satisfacción con el mundo y con
la sociedad que rodea al escritor, con la actitud, en fin, de la mayo-
ría de los autores del romanticismo conservador, no es posible pre-
sentar una sociedad injusta y hostil. El estereotipo del artista des-
graciado sigue manteniéndose, pero es necesario encontrar causas
que no se puedan imputar a la sociedad.
174 Historia del cuento español (1764-1850)
Cuentos Fantásticos
El tema fantástico ha despertado mucha atención en los últimos
años, sobre todos desde la publicación de dos obras de Vicente Ris-
co dedicadas al tema. El cuento fantástico romántico ha sido inclu-
so objeto de una tesis doctoral (Trancón Lagunas, 1992). No obs-
tante, no es la temática fantástica de las más cultivadas dentro del
romanticismo español y se encuentra por detrás de la histórica, des-
El cuento español de 1800 a 1850 175
Todos los trabajos que en los últimos años han tratado el cuento
fantástico romántico, tanto desde el punto de vista del análisis de
los relatos (Trancón Lagunas, 1992; 1993; 1997; 2000) como abor-
dando el tema de la recepción de esos relatos en la prensa contem-
poránea (Roas, 1995; Romero Tobar, 1997) han coincidido en la
relación del cuento fantástico español con la literatura alemana y
muy en especial con la obra de Hoffmann. Relación que se produce
de forma particularmente intensa en los cuentos de El Artista, re-
vista en la que tienen una importancia particular los cuentos fantás-
ticos.
Montserrat Trancón, que es quien más a fondo ha estudiado el
cuento fantástico español, maneja un universo de cuentos que no
coincide cronológicamente con nuestra historia: unos trescientos
cuentos publicados entre 1828 y 1868. En estos cuentos encuentra
cinco temas básicos: fantástico-religioso, premonición que se cum-
ple, aparición sobrenatural, pacto satánico y objetos que cobran
vida o bien tienen un carácter sobrenatural (1993; 95-96).
Por nuestra parte, el análisis de los cuentos fantásticos del perío-
do 1831-1850 nos lleva a la conclusión de que la forma de afrontar
el hecho fantástico en el relato provoca grandes diferencias entre
unos cuentos y otros. En nuestra clasificación los cuentos fantásti-
cos de la primera cincuentena del XIX se pueden agrupar en la si-
guientes manifestaciones: a) cuentos en los que la fantasía es un
elemento constituyente del relato, aunque al final del cuento se da
la auténtica explicación de la historia que es racional y realista; b)
cuentos oníricos, en los cuales normalmente no se desvela hasta el
final su calidad de sueño; c) cuentos en los que la fantasía se utiliza
como un medio de impartir moral; d) cuentos infantiles con ele-
mentos fantásticos; e) cuentos populares con elementos fantásticos;
f) cuentos humorísticos con elementos fantásticos; g) cuentos fan-
tásticos de tipo maravilloso-cristiano; h) cuentos de aventuras fan-
El cuento español de 1800 a 1850 177
Cuenta la historia de un noble campesino, un necio señorito, que a los treinta años
aún no ha aprendido a leer. Se refugia, un día de caza, dentro de un alcornoque.
Un rayo destruye a ambos. Diana protesta porque el rayo de Júpiter ha destruido
al cazador y Pan porque ha destruido el alcornoque. Júpiter admite las protestas
de ambos, pero avisa que de las cenizas sólo puede crear un ser con forma de
184 Historia del cuento español (1764-1850)
Cuentos Humorísticos
La humorística es la tercera tendencia más cultivada a muy poca
distancia de la amorosa. Dentro del relato humorístico podemos
encontrar dos modalidades básicas: el relato satírico, ridiculizante y
Este hombre único o único hombre recitaba versos que escribía en la pared en la
que se hallaban pintadas con carbón torreones góticos, vestiglos, diablillos con su ra-
bo tan largo, puñales afilados y doncellas asesinadas, cuya sangre se hallaba figurada
200 Historia del cuento español (1764-1850)
con almazarrón y por último un religioso con su barra de a vara conduciendo a una
hermosa desengañada al pie de un altar con su cruz de caravaca al canto, de donde
con mano impía un guerrero o garrapato, con su espada tamaña como una vara de al-
calde manchego, la arrebataba, dando muerte al fraile, a la abadesa, a las monjas, al
monacillo y hasta el gato que consolaba a las madres y al mastín que guardaba la
huerta. (26-27)
En esta larga cita de Castellanos se amontonan los principales
reproches que se hacen al romántico: su ridicula apariencia, que se
describe con detalle y las monstruosas creaciones de su literatura.
Pero los cuentos humorísticos que satirizan a los románticos prefie-
ren fijarse ante todo en los efectos que la literatura romántica tiene
en los lectores y especialmente en la juventud. Así en «Un Román-
tico Más» (Semanario Pintoresco Español, 1837) un hidalgo pue-
blerino enloquecido por la lectura de obras románticas se mete en
mil problemas que culminan cuando ataca a unos poceros que va-
cían un pozo negro en Madrid, confundiéndolos con fantasmas y
recibe una paliza; en «Las Aventuras de Lorenza» de Agustín Az-
cona (El Panorama, 1839) unos novios románticos que quieren
suicidarse con veneno, toman en realidad un purgante; en «Él y
Ella. Cuento Romántico» de Basilio Sebastián Castellanos una pa-
reja de enamorados, dando un romántico paseo nocturno, caen en
una alcantarilla, ante la visión de dos sombras amenazadoras él
huye y la joven descubre que se trata de un burro y un cerdo, refu-
giados después en una oscura casa oyen conversaciones de muerte y
creen estar a punto de ser asesinados, imploran piedad y descubren
que están en un matadero de corderos, etc.
El romanticismo en estos cuentos es sistemáticamente asociado
con lo ridículo. El protagonista de «Él y Ella» le dice a su amada
tras caer en la alcantarilla y estar llena de porquería: «con estas
manchas me pareces más hermosa que nunca. Esa hediondez des-
pide para mí emanaciones de ambrosía y tu descompostura halaga
mi corazón: estás más romántica» (73). Cuando más adelante aban-
dona ante el peligro a su amada, lo justifica de esta forma: «es muy
romántico el tener miedo y yo soy muy romántico» (74).
La literatura romántica es la fuente básica de esas conductas ex-
travagantes y los aficionados a esa literatura caen constantemente
en el ridículo. En «Una Noche Divertida» de Carlos García Doncel
(El Iris, 1847) Doña Bernarda, una gorda cuarentona que hace el
ridículo intentando enamorar a un hombre mucho más joven que
ella, actúa inspirada por el romanticismo: «En la noche de que nos
El cuento español de 1800 a 1850 201
amistad y una muy sistemática y sedentaria estimación. (Bretón de los Herreros, 1851 ;
634)
«Una Nariz» es el mejor de estos cuentos. En un baile de másca-
ras un poeta se sienta junto a una enmascarada y la galantea. La
enmascarada acepta sus galanteos pero se niega a quitarse la careta.
El poeta le promete que aunque sea fea la seguirá galanteando, pero
cuando se quita la careta aparece una monstruosa nariz y el poeta
huye. Al poco tiempo la nariguda vuelve a acercarse a él y le des-
cubre que la nariz era otra careta, y que en realidad era un mujer
bellísima. La mujer abandona al poeta a pesar de las excusas de
éste. El diálogo es muy ágil, como era de esperar en Bretón, y ocu-
pa la mayor parte del cuento. El cuento funde varias de las caracte-
rísticas de estos relatos que estamos viendo: anécdota moral en el
fondo, cierta sátira antirromántica e ingenio en el diálogo.
Las aventuras amorosas son un buen recurso para este tipo de
relatos, como se puede ver en cuentos como «Mis Botas»57 de Mo-
desto Lafuente (Album Pintoresco Español, 1850), o «Querer de
miedo»58 de Juan Eugenio Hartzenbusch (La Risa, 1843) en donde
vuelve a aparecer el tema de la absurda joven romántica. En «No y
Sí. Sí, pues Sí» (Revista Literaria de El Español, 1843) asistimos a
la historia del matrimonio de Teodoro, contada por su protagonista
en una serie de cartas a un amigo59.
Una joven se enamora del narrador por la belleza y elegancia de sus pies, pero le
pide que, para aumentar esa elegancia, lleve las botas más ajustadas. Éste encarga
rápidamente una botas nuevas, pero le causan tal sufrimiento que al final se las
rompe en presencia de su amada y así deshace el noviazgo.
Pepita, una joven de dieciséis años, recibe una carta de Crispin en la que la pide
en matrimonio. Al principio piensa en rechazarle pero se entera que tres mujeres
que no han aceptado el amor de Crispin, han sufrido grandes desgracias, y por
puro miedo le da el sí.
Obligado por su padre a dejar Madrid, a volver a Méntrida, su pueblo, y a casarse
con una prima a la que apenas conoce, resuelve negarse a ello y en la ceremonia
de la boda contesta con un «no» a la pregunta del cura. Ante el escándalo se va
del pueblo y, en viaje a Madrid, para en Navalcarnero. Allí le encuentra la
frustrada novia (que hasta el momento parecía inocente y tímida) y con una
energía que sorprende a Teodoro le conmina, pistola en mano, a reparar la
humillación que ha sufrido repitiendo la ceremonia y siendo ella la que dijera
«no» esa vez, para quedar claro que ella no era un novia abandonada, o de lo
contrario le mataría allí mismo. Teodoro accede y cuando se celebra la ceremonia
El cuento español de 1800 a 1850 205
la novia dice «sí» y Teodoro se encuentra, como dice la firma de la última carta,
«marido por fuerza» (62).
206 Historia del cuento español (1764-1850)
Dos hermanos, niños de corta edad, se ven obligados a pedir limosna. Pero se
niegan a robar. Un conocido, también mendigo y que prefiere robar a morir de
hambre, se burla de ellos, enseñándoles el botín que ha conseguido en su
fechorías. La llegada de la policía hace huir al ladronzuelo, pero detienen a los
niños que no han reaccionado, creyendo que son los ladrones. Al final son
salvados de la cárcel por una sociedad filantrópica.
Aborda el cuento dos historias, una ambientada en el siglo XVIII y otra en el
XIX. En ambos casos un bofetón dado a una joven produce efectos contrarios. En
El cuento español de 1800 a 1850 209
sus pasos le asemejaban al león que reconcentra toda su rabia para arrojarse sobre la
presa que busca cauteloso. (8-9)
Este relato y las situaciones del cuento no dejan de recordar una
novela mucho más moderna: El Lobo de Mar de Jack London. Co-
mo en esta novela, la peripecia cede el protagonismo a la presenta-
ción de un personaje, que en principio aparece como negativo
(Romualdo, Larsen), y que poco a poco se va adueñando de la no-
vela y haciéndose acreedor a la admiración del narrador. Pero Tala-
vera acierta al elegir a un adolescente como narrador, lo que explica
su involuntaria admiración por la imponente y maléfica figura de
Romualdo, mientras que London, presa de sus concepciones filosó-
ficas, se esfuerza en presentar a un esteta, crítico de poesía y hom-
bre culto, admirado y anonadado ante la energía primaria y la supe-
rioridad de Larsen.
Cuentos Costumbristas
El último grupo del que vamos a hablar es de los relatos cos-
tumbristas, un 2,94% del total.
Consideramos relato costumbrista a aquél que se desarrolla en
un ambiente que es descrito con cierta extensión en el relato y que
funde la narración con la pintura de personajes de la realidad espa-
ñola del momento. Por regla general los relatos costumbristas de
estos años apuntan en dos direcciones diferentes: una pintura nega-
tiva de las costumbres populares con abundantes sarcasmos y de
fondo antipopular, y unos relatos de un costumbrismo «suave» que
prescinde de la crítica y pretende presentar de forma favorable una
costumbre popular.
El primero de los dos estilos tiene conexiones con algunos
cuentos humorísticos que hemos mencionado antes e incluso com-
parten algunas cultivadores, como es el caso de Clemente Díaz.
«¡¡¡¡Un Muerto!!!!» {Semanario Pintoresco Español, 1939), «El
Novenario» {Semanario Pintoresco Español, 1839) y «Un Ajuste
de Boda» {Semanario Pintoresco Español, 1841) son buenos repre-
sentantes de esta tendencia. El siguiente fragmento, que pertenece
al último de los relatos, permite ver el tipo de costumbre popular
que suele presentar Díaz:
Macareno.- Pues señor, mi consuegro y yo estamos convenios en lo que hemos de
dar a los muchachos: ahora que ellos allá se arreglen como puedan... yo no entro ni
salgo, porque, como dijo el otro, cada uno su alma en su palma y agur. Pero si he de
icir lo que siento... esto no es más que icir, porque la chica hará lo que quiera, pero
El cuento español de 1800 a 1850 213
tengo uido y no quisiera mentir, que ella... ¿no es verdá?... ea, dilo tú... vamos, pues
yo lo diré para quitarla el empacho. Pues señor... no porque Maricuela me lo haya di-
cho a mí; pero según me ha confesado cierta persona parece que no quiere casarse por
menos de veinticinco duros.
El Né.- Pues amigo, se quedará sin casar con mi hijo, porque él no puede dalla
tanto. Lo que habíamos pensada ofrecella son doscientos reales por ahora, y los otros
doscientos por Santa María de Agosto, que me parece que es bastante para los tiem-
pos que corren.
Don Serapio.- ¿Qué dices a eso tú, Maricuela? ¿Te contentas con los veinte pesos
que te ofrece tu señor?
Maricuela.- Yo digo lo mismo que mi padre: que menos de veinticinco duros...
Benita.- Vaya, vaya es de menester que te pongas en razón que el tío Né no va tan
descaminao. Los dineros, hija, están por las nubes de Dios, y es preciso no echar mu-
cha soberbia.
Bolicas.- Sí, para soberbias estamos. No hace cuatro días que vendí yo un novillo
que valía seiscientos reales y tuve que darlo en cuatrocientos cincuenta y convidar
otoavía al sacador a un cuartillo de vino.
Macareno.- (Encogiéndose de hombros) Yo güelvo a icir que ni entro ni salgo y
que la chica puede hacer lo que le parezca.
Maricuela.- Si el Romo no puede darme los doscientos reales al contao yo le espe-
raré hasta la Virgen de Agosto; pero de presente ha de ponerme en la mano quince
duros y si no que busque novia por otro lado.
El Romo.- Padre, me parece que no debemos recatear, ya que se acomoda a espe-
rarnos.
El Né.- (Con indignación) ¡Calla, bárbaro! ¿Y de dónde quieres sacar los cinco du-
ros que nos faltan? ¿Qué, piensas tú que cien reales se encuentran por ahí, en un cos-
tal de harina como quien dice?
El Romo.- Pues se vende el marrano que tenemos en el molino, que bien pesará
cien arrobas, y luego...
El Né.- Y luego comeremos sin unto las sopas todo el año ¿No te parece?
Benita.- Vaya mujer, resuélvete ya y haz alguna rebaja que otras se casan por me-
nos.
Maricuela.- Y a otras mocosas que, aunque me está mal el icirlo, no me llegan al
zapato, las dan treinta duros y treinta y dos y cuarenta como sucedió a la Juana Canta-
ralejo, y yo no quiero ser menos que nadie. Y por arremataa: no bajo de los veinticin-
co duros el valor de una uña.
El Né.- Ni yo subo de los cuatrocientos reales lo que vale un piñón.
214 Historia del cuento español (1764-1850)
antes hemos visto. Cuentos como «No hay plazo que no se cumpla
ni deuda que no se pague» de Francisco Lumbreras (Revista Litera-
ria de El Español, 1846) que abordan una historia en dos planos
temporales son absolutamente excepcionales (y en la narración que
comentamos hay tan solo dos saltos en el tiempo, una hacia al pa-
sado y otro de regreso al momento del inicio del relato).
Las historias de las que venimos hablando, perfectamente orde-
nadas en su orden temporal, se cuentan la mayor parte de las veces
(64%) por medio de escenas, que se fijan en los puntos fundamen-
tales de la acción con mayor tensión y carga dramática, resumiendo
en breves líneas los nexos intermedios o prescindiendo de ellos por
completo. La tendencia a la presentación de escenas dramáticas
comienza en El Artista, con los relatos de Pedro de Madrazo entre
otros, y se consolida con el Semanario Pintoresco Español. El
gusto por este sistema lleva a muchos autores a dividir su cuento en
escenas con títulos independientes dentro del relato. Eso ocurre en
«Abdhul-Adhel o el Mantés» de Luis González Bravo (El Artista,
1835), «El Caballero» de Baltasar Anduaga Espinosa (Observatorio
Pintoresco, 1837) o «El Espectro» (Liceo Artístico y Literario,
1838).
La predilección que tienen los autores románticos por dividir sus
cuentos en escenas de fuerte componente dramático se corresponde
con una acentuada presencia del estilo directo en las narraciones.
Un 78,06% de los relatos recogen los diálogos de los personajes de
esta manera. Esta es una de las mayores diferencias con los cuentos
de la centuria anterior que en su mayor parte prescinden del diálogo
directo y resumen o trasladan las conversaciones de los personajes.
En cuentos del XVIII como «Historia Trágica Española. La peña
de los Enamorados» (Correo de Cádiz, 1796), «Los Dos paladines.
Cuento Caballeresco» (Correo Literario de Murcia, 1793) o «His-
toria de Palmira sacada de un manuscrito antiguo» (Miscelánea
Curiosa, Instructiva y Agradable, 1796) el dialogo esta práctica-
mente ausente del relato, y cuando el autor cede la palabra al perso-
naje es siempre para que éste pronuncie un monólogo que nunca
recibe respuesta. Otros cuentos como «El Czarewits Fevvei» (Co-
rreo de los Ciegos, 1788) o «Cartas del Señorito» (Correo de los
Ciegos, 1789) están escritos sin que en ningún momento el narra-
dor ceda la palabra a un personaje.
Muy al contrario la tendencia a la escena y al estilo directo de
los relatos del XIX lleva a que algunos autores extremen esas ca-
218 Historia del cuento español (1764-1850)
Uno de los mejores cuentos fantásticos de Pedro Antonio de Alarcón, <<L& Mujer
Alta», emplea este mismo tipo de introducción.
Curiosamente, el nombre de este personaje, Lord Ruthwen, es el mismo que el del
protagonista de la célebre novela del Doctor Polidori (el compañero de Byron y
Shelley): El Vampiro.
220 Historia del cuento español (1764-1850)
Un joven hernioso, elegante y abatido, con su frente de genio, con su mirada de pe-
netración sentado en actitud meditabunda en una habitación veneciana [...] una vieja
en pie a su lado que le habla para persuadirle con la seducción de una hermosa disfra-
zada en una góndola. (1)
Este cuadro da pie a una meditación sobre la superstición y so-
bre el espíritu romántico que ocupa la mayor parte del artículo. Al
final la narración se resuelve en cuatro momentos que más que es-
cenas son casi pinturas. Don Luis, el enamorado, redactando un
carta de despedida a su amada Lucrecia que le espera en la góndola,
movido de una impresión supersticiosa; una reunión de la inquisi-
ción veneciana, el arresto de Don Luis y Lucrecia, y la ejecución de
ambos amantes arrojados de noche a las aguas del mar.
Sin diálogo, sin personajes, "sin apenas historia. Aquí el frag-
mentarismo de Madrazo llega a un límite casi infranqueable. Un
poco más allá y ya no existiría narración.
Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, escritor y políti-
co, autor de un elogio del suicidio que pronunció ante la tumba de
Larra, mecenas cultural, ministro de Marina y de otros muchos de-
partamentos, es autor de dos únicos cuentos que fueron el modelo
para la mayoría de los autores que después iban a cultivar el relato.
A partir del fragmentarismo que Madrazo ya había experimentado,
Roca de Togores reduce esos fragmentos, los centra en los puntos
culminantes de la historia y los resuelve en escenas con gran abun-
dancia de diálogo, con un acentuado sabor dramático.
El primero de estos relatos es «El Marqués de Lombay» (Sema-
nario Pintoresco Español, 1836). El Marqués de Lombay está
enamorado sin esperanza de Isabel de Portugal, esposa de Carlos V.
El cuento consta de las siguientes partes: Presentación del perso-
naje (1. Introducción); Diálogo entre Lombay e Isabel (2. La caza);
Un monólogo de Lombay que al abrir la Biblia se encuentra con el
Cantar de los Cantares, cortado por el anuncio de la enfermedad de
Isabel (3. El oratorio); Un diálogo entre Carlos V y Lombay ha-
blando de la muerte de la emperatriz (4. El emperador); El cortejo
fúnebre de la reina, conducido por Lombay hasta la iglesia de Gra-
nada (5. Lombay) y una conclusión en que se nos dice que Lombay
es San Francisco de Borja.
Roca de Togores ha reducido la historia a sus elementos más bá-
sicos. Con excepción de la introducción, en la que presenta al Mar-
qués y su amor por la reina, y de la conclusión, el resto del cuento
está resuelto por medio de un dialogo entre Lombay e Isabel (la
226 Historia del cuento español (1764-1850)
Pero tu señora, la amada de mi corazón, ¿qué hace?. ¿Qué nuevas me envía? El al-
zamiento de esos moriscos no habrá por ventura ganado todavía las esperanzas de
Orgiva, y presto, presto, mi buen amigo, el Marqués de Mondéjar, con sus tercios y
caballeros y yo con ellos, iremos a poner en seguro aquella villa y a castigar la desen-
voltura y las maldades de esos desconocidos; pero nuevas, nuevas te pido de mi seño-
ra.
-A caballo, a caballo, señor; hace tres noches que los moriscos de tu alcaidía se al-
zaron; los levantiscos y monfis de las taas vecinas, acaudillados por Aben Farax entra-
ron de rebato en la villa; los moriscos que sin duda estaban de concierto con él se
unieron y apenas los cristianos viejos y la gente de tu casa pudimos recogernos al
castillo, aportillado por todas partes desde las guerras pasadas.
-Aben Faraz; ése es del linaje de los antiguos Abencerrajes que creyó con tales tí-
tulos y por su destreza en las cañas, parejas y zurizas poder alzar los ojos a tu señora.
quieren herir a los tercios que trae el de Mondéjar y los jinetes corran la tierra persi-
guiendo a los moriscos que huyen por Benizalte y Cañas y venguen en ellos las atro-
cidades y martirios hechos en los cristianos; yo arrendando el caballo en estos espinos
y descubriéndome a los centinelas, voy a llevar a Elvira con mi persona la primera
nueva de mi llegada y su libertad, para mayor y más dulce sorpresa suya.
Sin ánimo de ser exhaustivo son legión los autores y relatos que
siguen la senda que marcaron estos autores.
«Oriental» de Víctor Balaguer (El Espósito, 1845) desarrolla un
cuento en dos únicas escenas. En la primera un esclavo cristiano
canta canciones de amor a su enamorada mora que le advierte de
los peligros a los que se expone si su marido se entera. En la se-
gunda, el marido burlado y su esclavo, que lleva un afilado puñal,
ven al cristiano dormido y a su esposa. Vacila en matarla, pero de
improviso apaga la luz para no debilitarse en su ánimo y manda
herir al esclavo, pues de esa manera, además de castigar a la esposa
infiel, también herirá el corazón de un cristiano. División de este
estilo la encontramos también en «Al Crimen una Venganza» (La
Esmeralda, 1846). Son de nuevo dos escenas, ambas marítimas y
nocturnas, separadas por un año. En la primera un capitán de mari-
na, auxiliado por su contramaestre, asesina a su esposa. El capitán
está arruinado y desea casarse de nuevo con una mujer rica. En la
segunda el hermano de la difunta, un año después, llega al barco y
mata al capitán.
Jacinto de Salas y Quiroga en «El Marques de Javalquinto» (Se-
manario Pintoresco Español, 1840) reduce una historia a un míni-
mo de escenas significativas. El Marqués, poeta de la corte de Feli-
pe IV, participa en una intriga galante en nombre del rey. Leonor de
Guzmán, la mujer participante, se enamora del Marqués y cuando
descubre que su pretendiente es el rey le rechaza, porque es casado.
El rey, celoso del éxito del Marqués, le cuenta a Leonor de Guzmán
que el Marqués también está casado y Leonor, desconsolada, ingre-
sa en un convento. Salas desarrolla la historia en tres escenas, cada
una de ellas con un diálogo. En primer lugar el Rey y el Marqués,
después Leonor y Javalquinto y finalmente Leonor y el Rey.
Dividida también en escenas con fuerte carga dramática está la
historia que se cuenta en «Unas Hojas Marchitas» de Baldomero
Menéndez. (El Laberinto, 1847). Enrique, un joven militar, conoce
a Laura cuando está asediada en la playa por un hombre que la
pretende violar y consigue liberarla del peligro. Se enamoran, pero
la madre de ella la obliga a casarse con otro pretendiente y Enrique
232 Historia del cuento español (1764-1850)
Antirromanticismo
La visión negativa de lo romántico, y sobre todo de los románti-
cos, es una constante en los cuentos de esos años.
Hay que decir ante todo que a la hora de atacar a los románticos
se nota en seguida que el concepto de «romántico» que tenían mu-
chos de los autores de entonces es muy diferente del de ahora. En
Leyendas y Novelas Jerezanas, una obra de 1837 de Miguel Hué y
Camacho, se nos presenta en el prólogo a un «romántico» que cita
como cumbre de la literatura romántica las novelas de Anna Rad-
cliffe y la Galería Fúnebre de Sombras Trágicas y Espectros En-
sangrentados de Agustín Pérez Zaragoza Godínez. Esta considera-
ción de la Galería como representación de la literatura romántica
debió de estar bastante extendida. Muchos años después, Zorrilla,
en sus Recuerdos del Tiempo Viejo, habla de «la pasión loca y cri-
minal de la poesía llamada romántica» (Zorrilla, 2001; 253) y men-
ciona la «galería de espectros y sombras ensangrentadas de que mis
libros están atestados y que atestiguan mi poética demencia» (265).
Cuando Salas y Quiroga, en el primer número de No Me Olvides
(1837), niega que el romanticismo sea «esa ridicula fantasmagoría
de espectros y cadalsos», sin duda está pensando en la obra de Pé-
rez Zaragoza.
Pero a esa concepción del romanticismo es a la que se dirigen
muchos ataques. En «Rasgo Romántico» de Clemente Díaz {Sema-
nario Pintoresco español, 1836) se ve con claridad. Un joven lector
de la Galería Fúnebre enloquece y cree que el fantasma de un pavo
le persigue desde que, sin ningún remordimiento, se lo comió. Des-
de entonces no come. Un cura, visto que no puede curarle de su
locura, le da un consejo: que se haga romántico y así podrá comer
de todo sin sentir remordimientos.
Hazte romántico. Si destrozaste los miembros de un inocente pavo, ahoga en tu pe-
cho los remordimientos y cébate en la sangre de otros veinte [...] Llegará un tiempo,
no lo dudes, en que repleto de carne cambiarás de naturaleza y mirando con desdén a
234 Historia del cuento español (1764-1850)
los rancios clásicos que vegetan en sus preocupaciones les dirás con una altivez de ti-
gre: «Soy superior a vosotros, yo pertenezco a las fieras».
Este breve discurso causó tal impresión en el ánimo del joven que entusiasmado y
fuera de sí comenzó a gritar: «¡Carne, carne! ¡Sangre, sangre! ¡Yo quiero ser caribe!
¡Yo quiero ser romántico!». (175)
Las críticas antirrománticas comienzan muy pronto y ya pueden
encontrarse en 1834 en «El Romántico. Escena en Genova» (El
Correo de las Damas), que retrata así a un joven estúpido de acti-
tudes románticas:
Un día por casualidad caen en sus manos las obras de Víctor Hugo; queda entu-
siasmado con su lectura, se aficiona a ella, pasa a las de Darlincourt, a las de Valter
Scoot [sic] y concluye por ser un inteligente apreciador de la literatura romántica; ol-
vida los libros de sus estudios, su imaginación se exalta, sus facciones se alteran y su
traje sufre una gran variación; el Hernani de Víctor-Hugo es su héroe, se propone
imitarle, al menos en su larga barba y en su gran perilla. (1)
[...] Que vas a hacer infeliz...!!! Deten, por piedad la criminal mano: no es tuya esa
vida que posees, es de tu hija, de tu patria, de tu Dios.
[...] Escrito estaba...!!! El destino sienta en su terrible libro la suerte de los hombres
y sus sentencias sólo un Dios justo y benéfico puede revocarlas... pero el hombre se
ofusca, olvida en un instante de delirio al ser de su consuelo, al ser poderoso e infinito
que favorece y perdona al sólo vislumbre de un arrepentimiento verdadero y creyén-
dose sólo, dueño de sus acciones, olvida la eternidad... la eternidad...!!! Una vida sin
fin... una vida feliz o penosa.
El cuento español de 1800 a 1850 237
siquiera un eco que les devuelva sus desesperados quejidos. El alma se llena de terror
al contemplar aquellas murallas y no comprende cómo crecen cerca de sus cimientos
todos los tesoros de la naturaleza vegetal. (164)
Federico, hijo del Marqués de Fabri, se enamora de Matilde, una joven huérfana.
El Marqués quiere una boda importante para su hijo y se opone a esa relación, de
manera que los jóvenes se casan en secreto. Enterado el Marqués, ordena el
asesinato de Matilde. Descubre después que Matilde es una hija suya que
abandonó cuando era niña.
246 Historia del cuento español (1764-1850)
Stephen, un joven pintor alemán de misterioso origen, que vive desde niño en
Madrid, se enamora de Matilde. La marquesa madre de Matilde le encarga un
retrato, pero enamorada a su vez del joven pintor urde una intriga para separar a
los enamorados. Lo consigue pero a resultas de ello Matilde muere y Stephen se
suicida. Un visitante le revela a la marquesa que Stephen es su el hijo que ella
abandonó cuando era pequeño.
Una anciana cuenta a su nieta de 16 años lo que ocurrió el día de su bautizo. Su
tía Águeda descubrió ese día que Luis, su amante, era hermano suyo. Águeda
murió y Luis enloqueció.
El Conde de Lemos tenía una hermosa hija, Elvira, que había causado el amor
sacrilego e ignorado del Abad del monasterio de San Vicente del Pino. Cegado
por ese amor, el Abad hace asesinar a un paje al que Elvira ama, y después
aprovechando una ausencia del Conde viola y después envenena a Elvira. Cuando
el Conde llega y encuentra a su hija muerta no sospecha nada (la joven estaba
muy enferma). Pero al cabo del tiempo un criado suyo que va a morir y que había
sido comprado por el Abad le cuenta los crímenes de éste. El Conde prepara un
El cuento español de 1800 a 1850 247
resco, 1846). Tras una introducción que explica lo muy propias que
son las tierras que hay junto al río Miño para las narraciones ro-
mánticas, cuenta una leyenda de Monforte de Lemos. Es interesante
ver que el autor cuenta (186) que la iglesia ha reelaborado esta le-
yenda para exculpar al abad y presentar al conde como un asesino y
no como un vengador.
El cura asesino de la pareja de enamorados de «El Castillo de
Gauzón» (Nicolás Castor de Caunedo, Semanario Pintoresco Es-
pañol, 1844) también es parangonable a estos personajes.
Pero, aunque pocos, entre estos relatos se cuenta uno de los más
bellos del romanticismo hispano: «El Lago de Carucedo» de Enri-
que Gil y Carrasco {Semanario Pintoresco Español, 1840), que
aborda los frustrados amores entre Salvador y María, cuando ambos
ya han hecho votos perpetuos en la iglesia.
Uno de los motivos clásicos de la prohibición del amor de la pa-
reja es la oposición paterno-familiar (25,19%). La evolución de la
figura del padre como impedimento para el amor sigue la misma
evolución que ya hemos visto hablando de los relatos históricos.
Presente en los años iniciales (1835-1840), se va diluyendo a partir
de 1840 cuando el romanticismo más conservador va dominando
las páginas de las diferentes revistas. Es entonces el momento de
los parientes, los hermanos y los tutores como personajes opuestos
al amor; oposición que no socava la sacrosanta autoridad del padre
de familia.
Tan sólo en algunos de los autores más originales y personales
podemos encontrar a padres opuestos al amor de sus hijos por pura
maldad y egoísmo, como ocurre en «Libro de Memorias de Elisa»
de Antonio Ros de Olano {Revista Gaditana, 1839).
El amor adulterino es otra de las situaciones que aparecen en
estos cuentos. Es el más abundante obstáculo para el amor y en la
inmensa mayoría de los casos es castigado, de acuerdo a la estricta
moralidad que muchas de las revistas (la mayor parte de ellas se
definen como lecturas para toda la familia) proclaman como norma
básica de su publicación. El castigo puede ser extremadamente
cruel (sobre todo cuando la adúltera es la mujer) como ocurre en
gran festín y en medio de él anuncia los crímenes del Abad y le mata obligándole
a ponerse una corona de hierro al rojo vivo.
248 Historia del cuento español (1764-1850)
¡Launa!!! ¡¡Soyadúltero!!!
Mis ojos cargados de un sueño terrible se cierran a la luz y tú duermes quizá tran-
quila... ¡Desgraciado de mí!! Yo también dormiré. (58)
Misterio personal
Otro recurso típico del romanticismo es el personaje misterioso,
cuya auténtica identidad es desconocida y cuya revelación supone
un punto culminante de la trama. Los motivos de este misterio per-
sonal pueden ser varios, desde los orígenes familiares oscuros o
desconocidos (el caso de Hernaní) hasta el regreso de incógnito (al
estilo del rey Ricardo en su caracterización de «Negro Holgazán»
de Ivanhoe). Este recurso se utiliza con relativa frecuencia en los
cuentos (19,26%) y es muy frecuente el caso del personaje que ig-
nora la identidad de sus padres (25,19%). Hay que anotar que este
recurso de la trama se prolongará por muchos años, y que Galdós,
por ejemplo, lo usa en las tres primeras series de los Episodios Na-
lidecida por el pesar, la hace semejante a una de aquellas sublimes creaciones de Ra-
fael Urbino. (78)
Tal es la protagonista de «María-Felipe» {Observatorio Pinto-
resco, 1837) que bien pudiera servir de modelo para una gran can-
tidad de heroínas de los cuentos románticos. Bella, inocente, pálida
y apesadumbrada. Isabel en «A un Picaro otro Mayor» (Luis Olona,
El Laberinto, 1848) es «una mujer que acaso contara de veinte a
veinticinco años, hermosa pero pálida y abatida» (101). María en
«La Muerte de un Ángel» (Lino Talavera, El Panorama, 1841) es
«una joven de veinte años que por sus deshechos rizos, la palidez
de su rostro y lo angustiado de su pecho se la hubiera creído la es-
tatua del dolor: hermosa era, pero un espectador habría compadeci-
do más la angustia de su alma que admirado la belleza de sus fac-
ciones» (142). Teodosia, la esposa de «León el Armenio» (Torcuato
Tarrago, La Esmeralda, 1846) está «pálida por los padecimientos
de su espíritu» y el Emperador se estremece «al contemplar la
marmórea y casi misteriosa figura de su esposa» (196).
Ese dolor y ese sufrimiento la hacen más deseable. Elvira en «La
Corona de Fuego» (Benito Vicetto, El Siglo Pintoresco, 1846) «pa-
decía una de esas terribles consunciones pulmoniacas que matan
lentamente» pero «era muy hermosa y a pesar de la incombustible
enfermedad que la desmejoraba de día en día, había despertado en
el pecho del Abad de San Vicente una de esas pasiones superiores a
nuestra razón y nuestras fuerzas, que duran mientas dura el alma, y
que sólo deposita el hombre en el sepulcro» (186). Genaro, el paje
enamorado sin esperanza de Elvira («Los Tres Rivales», Miguel
Menéndez Arango, El Iris, 1847), durante un desmayo de su seño-
ra, ya pálida, cansada y agotada, por el sufrimiento, «aprovechando
los momentos del desmayo, posaba sus labios en la nevada frente
de Elvira y se gozaba en confundir sus lágrimas con dos heladas
perlas que asomaban a los párpados de su señora» (60). Cuando
Laura («Unas Hojas Marchitas», Baldomero Menéndez, El Labe-
rinto, 1847) se encuentra con su enamorado la víspera de la boda
con el hombre que odia, día que será víspera también de su suicidio
y muerte, está «pálida y vacilante en su paso; sus ojos tristes; des-
coloridas sus mejillas y sus labios cárdenos y babulcientes. ¡Parecía
un esqueleto ambulante! Y si su imagen no se hallase tan grabada
en mi alma seguramente no la hubiera conocido» (273). Pero este
decaimiento físico no modifica lo más mínimo el amor del narra-
dor, como no disminuye el amor de Salvador («El Lago de Caruce-
El cuento español de 1800 a 1850 255
roscas llegó hasta mis oídos y arrojando un aliento imperceptible habló de esta mane-
ra:
-Leda, Leda, tu escondida orfandad era tu mundo, hasta que el corazón se te asomó
a los ojos y me viste por las lumbreras de tu alma. Yo soy el dios de la tierra, a quien
adoran los reyes de los hombres y por quien los hombre se humillan a sus reyes. Yo
de los senos profundísimos, donde las azuladas aguas de Omán hierven y combaten,
arranco la avergonzada perla para la frente de la mujer. Leda, Leda, [...] Ámame,
ámame como te amo, adorada mía, que de placer, si me abrazaras me derretiría en la
canal que forman tus dos pechos. Ámame, ámame como te adoro, hermosa mía.
¡Oh, la seductora voz de la serpiente!
Sentí desfallecerse mi flaca materia, perdí mi razón desvanecida y un vapor densí-
simo vagó mi espíritu.
No sé si sentí en mis labios la boca de la serpiente que me besaba y sin embargo de
su amorosa solicitud di un grito de dolor. (84)
El Artista
El tema del artista es particularmente grato a los autores román-
ticos. Aparece en el 12,24% de los relatos. Y desde luego, se trata
de artistas incomprendidos y, en muchos casos, pobres de solemni-
dad a causa de su arte. Eugenio de Ochoa es un especialista en pre-
sentarnos jóvenes artistas desgraciados y pobres: el joven pintor
protagonista de «Stephen» (El Artista, 1836) que acaba en el suici-
dio; el escritor que en «Una buena especulación» (Semanario Pin-
toresco Español, 1836) ve morir a su esposa enferma por no tener
dinero para comprar medicinas; o el músico, también suicida, de
«Un Baile en eí Barrio de San Germán en París» (El Iris, 1841)
cuya vivienda revela «la más espantosa pobreza» (224).
Como ya hemos indicado, la causa del infortunio de los artistas
al principio es la incomprensión social. Pero el dominio del roman-
ticismo conservador en las páginas de las revistas elimina esta ra-
zón. No desean los directores de estas publicaciones presentar una
sociedad injusta. A partir de aquí se desarrolla toda un teoría de
«maldición del genio». De esta forma, el artista siempre es desgra-
ciado e incomprendido y no por ningún motivo específico sino por-
que el genio creador del artista lleva en sí mismo una maldición.
«El genio! Ah! El genio es un don maldito del cielo! Feliz el
hombre que nace, que muere y que vive en la oscuridad», dice Ca-
moens (60) en «Los Tres Genios» de José Muñoz Maldonado (El
Panorama, 1841) y las mismas maldiciones hacia el genio pode-
El cuento español de 1800 a 1850 259
Ambos callaron: ni una sola palabras se habló de una parte ni de otra. ¡Ay! ¡Cómo
volaba el pincel sobre el lienzo! ¡Cómo se mezclaban rápidas sobre la paleta las tintas
más caprichosas que se unían en el lienzo y figuraban todas las alteraciones de la luz!
Así, sin levantar cabeza, una hora y otra hora, hasta seis. Mientras más se acercaba al
término del cuadro, más se agitaba y se movía y más atención prestaba el viejo solda-
do. ¡Ay! ¡Como se reproducían! ¡Con qué verdad!. Las formas angulosas, las tintas
verdosas, las sombras cortadas de aquella cara ruda. ¡Cómo nacían sobre la tela las
manos encallecidas, el cutis tostado del villano!
[...] Ya la obra estaba para concluir, ya sonreía el joven artista cuando de repente se
nubló su frente.
-¡Vota a...! ¡Maldita media tinta, todavía se presentó!
Tomo el pincel: ya iba a tocar cuando el viejo soldado se le echó encima.
[...] - ¿No ves que vas a echarlo a perder, insensato? Descansa la vista.
Pero el joven no le escuchaba y pugnaba por desasirse, y como en esto pasó algún
tiempo, cuando pudo soltarse y llegó al caballete se quedó como petrificado delante
del lienzo. Aquella media tinta tan difícil, escollo de sus obras había desaparecido. La
obra estaba concluida. Era una obra maestra. (285-286)
-¡Borrarla! ¡No, prefiero ser castigado, ser muerto!... ¡Borrarla! ¡Ellos mismos no se
han atrevido y yo tendría valor para hacerlo! Jamás... Esta cabeza vive, ella respira,
habla. Si yo la borrase, ¡Dios mío!, creería que su misma sangre iba a acusarme de
asesino. No, no, acabémosla.
No había dicho esto cuando ya la paleta se encontraba cubierta de colores en sus
manos y enajenado comenzó a pintar sin hacer caso del día que iba ya adelantando en
su carrera, absorto en el cuadro, que tomaba vida y movimiento bajo las líneas que
trazaba su inspirada mano.
-Un toque más, —decía— otro claro aquí... después la boca... ¡Oh, Dios mío! Ella
se abre, sus ojos me miran... ¡esa frente que pureza!... ¡hermosa virgen mía!...
Y olvidaba la hora, su esclavitud y los veinticinco golpes prometidos. Todo lo olvi-
daba el joven artista delante de su producción. No veía más que la cabeza de la Vir-
gen María sonriendose... (214)
-¿No te he dicho que la naturaleza? ¿Qué importa que el objeto sea vil y bajo? Dios
es quien necesita de una religión divina de su aureola de fuego y de sus alas de ángel
para subirnos al cielo. Pero al genio le basta su pensamiento de fuego sin alas ni re-
ligión.
El pensamiento era algo heterodoxo para el siglo, pero pasó como un axioma en-
tre los dos artistas, sin advertencia ni reclamación.
-Joven, no titubees; píntalo, ése, a lo vivo, mirando con esos ojos duros, con esa
alma ruda, ponme todo eso sobre un lienzo y después yo te diré: «Eres un Dios», y te
adoraré. (285. Las cursivas son nuestras)
Tanto como Dios, aun más que Dios, y digno de ser adorado: tal
es el artista en triunfo. «Los Dos Artistas» fue publicado por José
Bermúdez de Castro en El Artista en 1835 y en la misma revista y
año apareció «Arindal», en el que el desesperado Arindal, ante la
tumba de su amada Daura, invoca al «Ángel de la Poesía» y eleva
sus oraciones al espíritu de Goethe. Esta idolatría del artista no va a
perdurar más allá de la vida de la revista del mismo nombre, pero el
respeto reverencial al genio creador va a permanecer como una
constante hasta, por lo menos, 1850.
CAPÍTULO III
AUTORES PRINCIPALES
Cabe decir, a propósito de esta afirmación de Montesinos, que una de las páginas
más citadas y recitadas de Mesonero es su famosa descripción de la tertulia del
Parnasillo, que está presente en casi todos los libros sobre el romanticismo.
Desmintiendo la afirmación de Montesinos de su incapacidad como retratista,
Mesonero sabe, en unas pocas líneas, dibujar un retrato que, muchos años
después, no deja de parecemos ajustado. A cualquier lector que haya paseado sus
266 Historia del cuento español (1764-1850)
en el momento en que disparan los verdugos, con lo que caen muertos los dos.
Seis años después, se va a introducir en una urna funeraria los restos de los
fusilados y entre ellos aparece un brazo de Isabel. El cuento termina con la
descripción del entierro de Daoiz y Velarde.
El mismo Baquero (1949; 96-97, nota 10) cita a Cesar Barja, que también
consideraba a «El Retrato» como un cuento y a Jacinto Octavio Picón, que se
inspiró en el cuento de Mesonero para escribir otro relato con el mismo título.
268 Historia del cuento español (1764-1850)
la media a un calzón pana azul, el justillo era caña, el ceñidor escarolado y en la cha-
queta carmelita los hombrillos airosos, con sendos golpes de botones en las mangas.
El capote abierto, el sombrero derribado a la oreja, pisando corto y pulidamente y
manifestando en todos su miembros y movimientos ligereza y elasticidad a toda prue-
ba, daba a entender abiertamente que en campo raso y con un retal carmesí en la ma-
no, bien se burlaría del más rabioso jarameño o del mejor encornado de Utrera. (Esté-
banez Calderón, 1955; I, 136)4
4 Todas las citas que se van a hacer en este capítulo a textos de Estébanez Calderón
se refieren a esta misma edición.
274 Historia del cuento español (1764-1850)
El Cuento tiene dos partes: en la primera (toda dialogada, sin narrador) Nadir,
cautivo del Sultán Ismael, habla con Híala (Gacela), se declaran su amor, planean
su venganza y deciden su fuga. Nadir extiende su mano hacia Híala... La segunda
parte se inicia en ese mismo momento: «tiendo trémulo de placer la mano y me
encuentro [...] con la mano gafa de mi criado Bartolo [...] para despertarme del
sueño más delicioso que mortal alguno pudo disfrutar» (236). Esta segunda parte
narra el despertar del narrador, y cómo Bartolo, confundiendo «Ismael» con
«Rafael» y «Hourí mía» con «María», introduce a su amo en la realidad hasta que
«el artículo principiado con las mágicas razones de Híala y Nadir, fuerza fue
concluirlo con la parla mostrenca de mi académico Bartolo» (237).
276 Historia del cuento español (1764-1850)
Mohamad II, Sultán de Granada, se casa con la bella Híala. La boda es suntuosa y
en el desfile luce la hermosa Sultana un fabuloso collar de perlas de diferentes
colores, regalo del Sultán. Se describe el origen de las perlas; una de ellas, la más
bella y grande de todas, multicolor y resplandeciente, pues es de origen mágico.
La Sultana y Ercinún, su esclava preferida, se adentran en los jardines de la
Alhambra, persiguiendo una mariposa. Después se oye un grito y encuentran a la
Sultana sumida en un sopor mágico, sin collar y sin esclava. El Sultán buscando
quien pueda despertarla asiste a una inútil asamblea de sabios. Estos, tras prolijas
discusiones, no le dan ninguna solución y el Sultán no sabe qué hacer. En ese
momento le informan de que un loco está cantando que a la Emperatriz sólo la
puede salvar el rey de los locos. Recurre al loco más loco del reino, Ben-Farding,
que exige que le lleven a presencia del Sultán a lomos de los más sabios y
eminentes científicos, historiadores, teólogos, jueces y poetas del reino. Cuando
Ben-Farding llega, le cuenta al Sultán que Híala ha sido encantada por el genio
Alafrit, cuidador de los tesoros que hay en los subterráneos mágicos de la
Alhambra, para recuperar el collar de perlas que la Sultana llevaba, que había
formado parte de ese tesoro fabuloso. También Alafrit, seducido por la belleza de
Ercinún, se había llevado a la hermosa esclava. Cuando el celoso Sultán se niega
a que Ben-Farding se lleve por tres días y tres noches a Híala para curarla, el loco
afirma que la Sultana está consciente, pero imposibilitada de hablar y moverse y
sólo recobrará la libertad de sus sentidos si está oyendo constantemente cuentos
que la emocionen y diviertan.
Autores principales 277
el molde del inicial de Las Mil y Una Noches. Puede servir de pór-
tico o entrada a una colección de cuentos. Las historias que han de
contarse a la dormida Híala formarían esta colección.
En este cuento se despliega el gusto de Estébanez por la pintura
de ambientes exóticos, su placer en amontonar adjetivos coloridos,
objetos llamativos, elementos excepcionales y distintos en una
acumulación barroca que está en consonancia con su estilo. Hay en
El Solitario, en muchas ocasiones, un placer de la palabra por sí
misma y en pocas páginas suyas es tan perceptible como en este
relato. Pero además hay una clara intención humorística, pues Esté-
banez no se toma en serio su fantasía y constantemente la interrum-
pe con comentarios jocosos. La asamblea de sabios, la búsqueda
del capitán de la guardia «el agradable Abu-el-Casin» de poetas y
sabios para llevar a hombros al loco Ben-Farding, la descripción de
la amada del genio Alafrit, son momentos en que Estébanez se en-
trega a su humorismo libremente, sin preocuparse en absoluto de la
coherencia interna de su relato. Como cuento humorístico y como
ejercicio de estilo hay que juzgar pues esta obra de Estébanez, sin
exigirle demasiada coherencia interna ni acciones cerradas, ni una
resolución a las aventuras de los protagonistas que, como ocurre en
otros relatos del autor, quedan abiertas y sin terminar.
Cuando hablamos de cuentos humorísticos en relación con Esté-
banez es necesario explicar las razones de esta clasificación. El
humor está presente en la mayoría de los relatos de Estébanez. Se
trata de una característica del autor, inherente a su forma de escri-
bir. Es decir, que podemos encontrar rasgos humorísticos en cuen-
tos fantásticos, costumbristas, o morales. Pero los dos cuentos que
hemos calificado de humorísticos se diferencian de los demás en
que el humor pasa a primer plano y se convierte en el eje funda-
mental de la historia, no en una característica más.
También habrá que explicar por qué consideramos a «Púlpete y
Balbeja» una de sus Escenas Andaluzas, una de las Escenas Anda-
luzas que ocurren realmente en Andalucía, como cuento humorísti-
co. La historia nos presenta a dos valentones andaluces que fingen
una pelea por conseguir el amor de su amada, la Gorgoja. Ésta, que
se da cuenta de la impostura, se burla de ellos y anuncia que prefiere
otro hombre, escupe y se va. Los dos contendientes se ponen de
acuerdo en que no merece la pena discutir ni pelearse por una mujer
y se van tan amigos, quedando el narrador y testigo de los hechos
«espantado de tanta bizarría».
278 Historia del cuento español (1764-1850)
Dicen que la ñiida vos soltó los pies, e vos corrió la vicaría e que de acullá vino
que sonástedes por bajo la dulzaina, e non era dulzaina, e que oliades non a estora-
ques ni algalias, sino peor que azufre. ¡Puf!
Id en mal hora, e jardinero os recoja para sus eras, que non limpia e aseada dueña
Doña Aldonza. (I, 234)
azotaba los peñascos era lo único que daba alguna vida, algún movimiento a aquel
paisaje. Del otro lado del torrente se veía un pequeño monte despejado de árboles y
cubierto de esa yerba resbaladiza como hielo que suele hallarse en las cumbres de las
altas montañas de Navarra. Detrás de este monte, un enorme peñón alzando sobre to-
dos los cerros vecinos su frente quebrantada y renegrida como el gigante de la monta-
ña. A la derecha forma ésta un amplio boquete, por el cual se descubría un valle que
aparecía vaporoso como una inmensa laguna, y en el cual buscaba en vano la vista un
objeto en que detenerse. (117)
las pasiones, el prestigio de la luz y el colorido. El poeta se apodera del interior, pe-
netra los misterios. Lee en el alma, pinta lo invisible, da formas a lo que no lo tiene,
presenta al hombre desnudo de la corteza exterior y aprecia justamente sus acciones,
no por sus resultados, sino por la intención que presentó en ellas, en una palabra,
analiza y pinta las causas cuyos efectos materiales copia el pintor. Para esto observa
continuamente el corazón humano, se observa sí mismo, esta es la ocupación que lle-
na su existencia. Estudia y pinta.
El músico, ¿de dónde saca sus inspiraciones?. Éste sí que es un misterio impenetra-
ble para los infinitos a quien no ha concedido el cielo el inestimable don de la música.
El pintor ve cuadros hechos en la naturaleza, el poeta los halla igualmente en ella y en
el corazón humano. El músico oye en los aires esas celestiales melodías, que traslada
luego a un forma perceptible a nuestros sentidos y que tan profunda impresión hacen
en ellos, obrando de un modo misterioso e invisible, como una esencia mágica que se
filtra insensiblemente en nuestras venas. Así sucede que cuando nos sorprende la mú-
sica en una situación algo exaltada, su impresión es sumamente duradera y tal vez
eterna. ¿Quién hay, por ejemplo, dotado de un alma sensible, de una imaginación algo
ardiente, que al oír cierta aria o cierta contradanza, no recuerda con emoción el día
que por última vez la oyó cantar o bailó con aquel ser que es una necesidad de nuestra
existencia y que nuestra imaginación se complace en rodear de cuantas perfecciones
es susceptible la naturaleza humana? La música es, en ciertos casos, un libro de histo-
ria. Un aria, un vals abren a una imaginación juvenil mil páginas en que leen épocas
enteras. (118)
4. Eugenio de Ochoa
Lezo (Guipúzcoa) 1815-1872. Muchos críticos le consideran
hijo de Sebastián de Miñano. La mayor parte de su vida la pasó
fuera de España. Editor de importancia y traductor de varias obras
de Dumas y Scott.
El director y fundador (junto con Federico de Madrazo) de El
Artista cultivó el cuento con cierta asiduidad, pero, empleando la
frase taurina, «con más voluntad que acierto». Donald A. Randolph,
el mayor estudioso de Ochoa, se queja de que a menudo los co-
mentarios sobre su obra se refieren solamente a sus años juveniles y
primerizos, y que no se tienen en cuenta las bellas páginas que
Ochoa escribió, ya en su madurez, en El Renacimiento (1847). Es
posible, pero no en el caso del relato. No hay en la revista del 47
ningún cuento de Ochoa. Es más, Ochoa apenas escribe cuentos
fuera de la época de El Artista. Su dedicación al cuento decrece
radicalmente con el paso de los años. Seis cuentos en El Artista en
1835 («Zenobia», «Stephen», «Ramiro», «Luisa (Cuento Fantásti-
co)», «El Castillo del Espectro», y «Los Dos Ingleses»), dos en
1836, ambos en el Semanario Pintoresco Español («Una buena
especulación» y «Un Caso Raro»), uno en 1841 («Un Baile en el
Barrio de San Germán en París», El Iris) y otro en 1842 («No hay
buen fin por mal camino», Album Pintoresco Universal). Su labor
como cuentista comienza con veinte años de edad y termina con
veintisiete, con la salvedad de «Hilda» de 1862, que es una nueva
versión de «Luisa» a la que, simplemente, se le ha cambiado el
nombre de la protagonista.
A los cuentos de Ochoa se les puede aplicar sin problemas las
consideraciones que sobre la revista El Artista hacía Marrast (1989;
421): no se trata de una vanguardia literaria. Se limitan a seguir lo
que tanto para Ochoa como para sus adversarios es una moda. Si
Ochoa merece un capítulo aparte en este estudio, no es por la cali-
dad de sus relatos, sino por su condición de representante de una
mentalidad y de una forma de concepción literaria: la reivindica-
ción patriótica y nacionalista en «Zenobia»9, el amor prohibido por
pocos días después, cuando celebran felices sus bodas, en un baile junto al río,
una enorme mano surge del agua y sepulta a los dos en el fondo de las aguas.
296 Historia del cuento español (1764-1850)
Tan sólo seis años antes, Zenobia {El Artista, 1835) y su enamo-
rado asistían arrobados a una representación de Anthony de Dumas,
y Zenobia proclamaba que «afortunada sería la mujer capaz de des-
pertar el amor de un Anthony» (47).
5. Pedro de Madrazo
Roma, 1816-Madrid, 1898. Hijo del pintor José de Madrazo.
Abogado y Crítico de arte. Es autor de Catálogo del Museo del
Prado (1843), Catálogo histórico y descriptivo del Museo del Pra-
do (1872) y Viaje artístico de tres siglos por las colecciones de
Autores principales 297
II
Habitar bajo artesones
De azul y oro,
Reclinarse en almohadones
Como un moro,
Y para hacerse temer
Usar por el brazo el nombre
Es cosa indigna del hombre
Y propio de la mujer.
¿Cuánto más vale mandar
De los bandidos la nata
Y brindar,
Mientras mi tropa
Quita ropa
Y quita plata?
Que prefiero los amores
300 Historia del cuento español (1764-1850)
De mi morena Felipa,
Entre el humo de mi pipa
Y el vapor de los licores.
III
Yo sólo con mi cuadrilla
Veterana
A las leyes de Castilla,
Si es mi gana
Quito todo su poder.
Me río de su condena
Y del presidio y cadena.
Me hago en la Sierra temer.
Y si dura mi cabeza
Cuanto dure mi canana
De riqueza
He de embutirla
Y ceñirla
A mi serrana
Que prefiero los amores
De mi morena Felipa
Entre el humo de mi pipa
Y el vapor de los licores...
IV
No tiene pelo dorado,
Ni ella canta,
Ni collar abrillantado
En la garganta;
Pero su fuerte cabello
Es negro como la mora
Y hace visos de señora
Sin perfume en el cuello.
Y más la quiero brindando
Con mi copa y con mi gente,
Que adornando
Con granalte
El esmalte
De su frente.
Que prefiero los amores
De mi morena Felipa
Entre el humo de mi pipa
Y el vapor de los licores...
Autores principales 301
V
Que busquen mis dos guaridas,
Mi cabeza,
En las rocas guarnecidas
De maleza.
Entre Olalla y Santipón,
O entre Córdoba la bella
Y la venta de la Estrella
Que tengo en contribución.
Y como me echen el lazo,
Y me lleven a Tri ana
Por el brazo
Habrán de unirnos,
Y han de oírnos
La tirana.
Que prefiero los amores
De mi morena Felipa
Entre el humo de mi pipa
Y el vapor de los licores...
VI
Ni quiero pasar mi vida
Y mis amores
En la cárcel distinguida,
Con señores,
En la que da al arenal
Con estatuas adornada.
Prefiero la gente honrada
De pecho al aire y puñal
Y aunque soy tan caballero
Como lo es el asistente,
Vivir quiero,
Si me encierra,
Bajo tierra
Con mi gente.
Que prefiero los amores
De mi morena Felipa
Entre el humo de la pipa
Y el vapor de los licores.
la misma revista donde apareció este cuento unos pocos meses an-
tes.
VOTO A LA VIRGEN DE LA BARQUERA
Virgen de la Barquera
Virgen bendita
Romeros tus devotos
Van a tu ermita;
Todos lisiados
De sus enfermedades
O sus pecados.
El que curado vuelve
Con fe sincera
Te ofrece sus exvotos
De blanca cera
Y para ejemplo
Muleta, pierna o brazo
Cuelga en tu templo
Virgen de la Barquera
Si tú me amparas
Un corazón de oro
Pondré en tus aras
Que es tal su herida
Que la sangre que mana
Funde mi vida
Virgen inmaculada
De la Barquera
Ni está en mi pobre cuerpo
Mi cuita fiera
No, madre mía
Ni es de pasión liviana
Mi herida impía
Dos hijas que te invocan
Dos inocentes
De lejos a estas playas
Traigo dolientes.
Oye de un padre
La oración fervorosa.
¡Sánalas, madre!
cosas por este estilo. Todas estas interesantes noticias debidas a la vida de Felipa y
Alberto desde que huyeron de Sevilla, hubieran deleitado sobremanera a los lectores,
si la mala fe del escritor no me hubiera privado para siempre de ellos, pero ya que
esto no puede remediarse, sirvan estos renglones de desagravio a mis amados lectores
clasiquistas, que con sobrada razón han podido agraviarse de ver una composición
imperfecta, según las reglas de Aristóteles. (203)
«Morir gozando»
Era aquel sitio el más elevado de toda la hacienda y la vista que de allí se disfrutaba
le hiciera delicioso aunque no fuera en sí el conjunto de la riqueza y de la magnificen-
cia oriental.
Este templete formado por columnas de pórfido, cuyos capiteles y bases de bronce
cincelado representaban mil peregrinos juegos de voluptuosas huríes, estaba cubierto
por un techo de concha embutido de nácar. Alrededor y en medio de los arcos, sendas
vidrieras de colores dejaban entrar el sol modificado por mil iris o descubrían su hori-
zonte de dilatados jardines: en torno se extendían almohadones de terciopelo verde
con franjas de oro intermediados por floreros de porcelana y por perfumadores de
plata. Un tapiz de brocado cubría el pavimento y en el centro un baño de alabastro re-
cibía los caños de agua olorosa que le tributaban dos ánades de oro. (194)
medio del desierto sacude una y otra vez su ramaje alrededor de él y al fin tronchada
por el pie se desploma sobre la arena. (194)
Para la tercera escena, Roca, como de nuevo hará en este cuento,
prescinde de nexos intermedios. Comienza la escena con Fadrique
de Carvajal, de pie, inmóvil, junto a la inconsciente joven. La tea-
tralización del cuento le lleva a dividir las escenas al modo de fi-
nales y comienzos de actos. La escena segunda termina con el des-
mayo de Zulema y allí cae el telón. Al comienzo de la siguiente
escena seguimos en el mismo escenario y Zulema sigue desmayada,
pero cuando asciende el telón hay un nuevo personaje ante el es-
pectador:
Cruzados ambos brazos, la cabeza inclinada, la barba sobre el pecho y la vista fija
en un solo objeto, contempla Don Fadrique de Carvajal el descuidado cuerpo de Zu-
lema que yace sobre aquellos taburetes como un manto arrojado en el lecho en un
instante de entusiasmo o de cólera. (194)
sin vanagloria y tan francamente piadoso que a veces era objeto de risa entre sus cole-
gas.
Una sola pasión pudo deslizarse en su pecho, entre el ascetismo religioso y el res-
peto cortesano, una sola, aquella que penetra igualmente en el palacio del monarca
que en la celda del anacoreta. El amor, y aún éste entró tan callado y con tan honestas
formas en el pecho del marqués que ni él mismo pudo apercibirse a combatirlo. (121)
7. Clemente Díaz
En 1833 se publicó La Satirico-Manía. Sátira escrita en tercetos
dirigida al Pobrecito Hablador. Su autor era un escritor desconoci-
do, Clemente Díaz. Larra contestó en seguida con una furibunda
Carta Panegírica de Andrés Niporesas a un tal Don Clemente Dí-
az, gran poeta y literato en la que aplastaba al novel satírico. Los
estudiosos de Larra, subyugados por la contestación y por el genio
de Fígaro, han sido inclementes con Díaz y calificativos como
«medianísimo literato» (Chaves, 1898; 44), «escritorzuelo» (Ma-
Autores principales 319
¿Qué fue lo que Díaz le dijo a Larra para que éste pasara de la
agresiva «Carta Panegírica» a la elogiosa reseña de la Revista Es-
pañola!
¿Y porqué el escritor que había aparecido en la escena con tanto
ruido, desaparece hasta que Mesonero Romanos le abre las páginas
del Semanario Pintoresco Español!
Muchas preguntas que no tienen por ahora respuesta. Y en ver-
dad, tampoco podemos estar seguros de que el autor que se atrevió
a atacar levemente a Fígaro, sea el mismo que supo desarrollar en
el Semanario Pintoresco Español sátiras mucho más atrevidas y
punzantes. A decir verdad, La Satírico-Manía es un poema que no
ataca a Larra sino que reflexiona sobre la literatura satírica y que,
como dijimos antes, toma a El Pobrecito Hablador como pretexto
para desarrollar sus ideas. Tiene el poema 82 tercetos encadenados
(el último con un verso extra para no dejar un verso suelto, como es
costumbre). De ellos, los dos primeros son una invocación a la mu-
sa para que inspire al autor. Viene a continuación una reflexión
sobre lo inútil de la literatura satírica y una queja de que a pesar de
ello cada vez hay mas cultivadores de esa literatura. Son quince
tercetos (del tres al dieciocho). A partir del terceto decimonoveno
Díaz ya se refiere a Larra, o mejor dicho a Juan Pérez de Munguía
y al Pobrecito Hablador, mas no para atacarles sino para indicarles
que sus críticas no consiguen cambiar nada y que la sociedad no les
hace ningún caso. Hasta el terceto treinta sigue esta meditación. A
partir del treinta y uno, Díaz entra en el punto central de su obra:
frente a las quejas del Pobrecito Hablador sobre el corto pago que
recibe el poeta, de su pobreza y de su nulo reconocimiento social,
Díaz cree que hay que aceptar la situación sin quejarse pues esa ha
sido siempre la característica de la literatura y lo seguirá siendo.
El bajo adulador su fruto cobre.
Hágase rico el insaciable avaro
Y el oro vil al intrigante sobre.
Más aquel a quien cupo el dote raro
De un genio superior ¿por qué apetece
Venderlo al miserable vulgo caro?
¿Qué gloria en este caso se merece,
Si al precio mercantil pone su musa
Como labor que al fámulo enriquece?
[.••I
No es arte el de hacer versos aprobado
Como el de herrero, sastre o licorista
Autores principales 321
14
Se muestra Díaz fascinado por las montañas del paisaje del norte. Son inmensas,
aterradoras, tocan el cielo con sus cumbres. Representan la naturaleza más amada
por los románticos, la más primitiva, la de la fuerza en libertad: «Mírase descollar
al frente una altísima montaña, cuyos inciertos contornos van a perderse en la
oscuridad de los recodos y pliegos de una sombría cordillera. El pico más elevado
de este cerro sobrepasa a las nubes en altura y cuando las cenicientas ráfagas que
encapotan el rocío pasan reposadamente por debajo de la cresta, sueña el poeta
que divisa la cabeza de un gigante que fuma tranquilo y arroja al aire bocanadas
de humo. [...]
Yo quisiera en este momento poseer la pluma del novelista de Escocia, para
transmitir a mis lectores una por una las particularidades de este paisaje
pintoresco, de este grandioso cuadro. Cuando le vi por primera vez no pude
menos de creerme transportado a una nueva región: sentí una melancolía
indefinible acompañada de una especie de inspiración poética que me hizo
apostrofar así a los que arrastran una vida sedentaria y monótona en los estrados
de la corte: "Venid a colocaros sobre esta piedra que ha resistido a la segur del
tiempo y a la violencia de las intemperies; ved esa opaca montaña vecina de los
astros, esos cabritillos que juguetean entre las nubes, esa ermita caduca apoyada
en cuatro álamos tan vieja como ella, momia de piedra extraída, al parecer, de los
arenales del Egipto; escuchad el rumor de las aguas que se precipitan al río, el
murmullo del río que se sepulta en las simas, y el estruendo de las piedras que se
desploman sobre sus ondas, mirad esas cabanas que simbolizan las primitivas
moradas del hombre, y esos hombres de las edades primitivas entregados a la
ignorancia y al trabajo: oíd sus alegres cantares, sus gritos estrepitosos, el ruido de
sus picos, y el eco de sus extrañas voces [...] decidme después si vuestro corazón
permanece en el sueño estúpido de los salones, o si palpita estremecido y
dilatándose en el pecho, pugna por salir y lanzarse todo en brazos de la
Autores principales 323
remilgada Collera, la alegre viuda de Cordillo, la tostada hija del tío Verruga, las dos
hermanas Orujos ni la virulenta Frasca Cura-madijas. (222)
Este desfile de personajes y motes es un recurso que Díaz utiliza
en otros cuentos. Después del desarrollo del baile que acaba en una
violenta pelea entre los dos pretendientes de la guapa Percala, la
mujer de más edad que asiste al baile, la Abuela Cacarucha, pro-
clama satisfecha: «Ya estoy más contenta. Por fin los muchachos de
estos tiempos no han olvidado todavía la antigua costumbre de re-
matar los bailes de ánimas con una función de palos» (223).
También de este estilo son «¡¡¡¡Un Muerto!!!!» y «El Novena-
rio» que es continuación del primero. La agonía del Perdigones,
esposo de la Vica y yerno de la tía Ranera, es seguida por todo el
pueblo como un espectáculo apasionante. La insensibilidad y la
brutalidad de los lugareños están puestos constantemente de mani-
fiesto. Se discute delante del agonizante de cómo debe ser su entie-
rro, se pregunta si ha muerto ya o no para poder traer la mortaja,
que ya ha servido para varios entierros, un grupo de vecinos discute
si deben sangrarle o no y si morirá más pronto o más tarde y todo
esto lo hacen a grito limpio a ambos lados de la cama del moribun-
do. Todos en la habitación donde agoniza Perdigones «hablaban a
voces como si estuvieran en el campo, colocados, uno de otro, a la
distancia de un tiro de cañón». El final del cuento es el remate de
esta muerte espectacular:
Yo me salí de la casa con intención de escribir este artículo, cuando un chiquillo
andrajoso que encontré a la puerta, me suministró materia para concluirle. Estaba
dando patadas en el suelo y haciendo visajes de impaciencia porque no se le acercaba
una mujer que con mucha sorna hilaba en el extremo de la calle.
-¡Madre, venga V. (le decía) que hay tanta gente...! ¡Venga V.! ¡Qué bonito!...!
¡Corra V. Corriendo!
-¿Pero qué hay que ver? —dijo al fin la buena mujer, dejando la rueca y encami-
nándose hacia su hijo.
-¿Qué hay? —exclamó el chiquillo abriendo unos grandes ojos y señalando hacia
dentro con aire de pavura y de asombro— ¡ ¡ ¡Un muerto! ! ! (199)
También practica Díaz el ataque al romanticismo en cuentos
como «El Matrimonio Masculino», «Rasgo Romántico» o «Sultán y
Celinda, Episodio de la historia de los canes». En este último relato
Díaz hace una parodia burlesca de los cuentos que presentan a una
pareja de enamorados que mueren víctimas de un cruel destino.
Aquí la pareja son dos perros callejeros, y el destino aciago es una
326 Historia del cuento español (1764-1850)
hombre y que sólo deberían llegar en las alas del ángel de la muer-
te» (252).
Una vida de sacrificio, una vida de sufrimiento, de aceptación y
de oración, se rompe bruscamente cuando se produce el reencuen-
tro y cuando Salvador se da cuenta de que incluso el amargo con-
suelo de tener cerca de sí a una María enloquecida que no le reco-
noce, le puede ser arrebatado por una Iglesia que no le ha ofrecido
nunca el consuelo que buscaba. La desesperación y la soledad de
Salvador se rebelan contra la injusticia del destino. «¡Apartarla de
mí es imposible! He registrado los lugares más secretos de mi cora-
zón y en ninguno encuentro fuerza para llevar a cabo este propósi-
to» (254). Cuando María recobra la razón y ve, horrorizada, cómo
Salvador ha arrojado su hábito, la pasión de éste se desborda:
Sí, lo he hollado [el hábito] porque me separaba de ti y porque todo lo atrepellaría
para llegar hasta donde tu estás! ¿Sabes que después que te perdí he sido poderoso y
afamado y que la nombradía y riqueza me parecieron sin ti todo despreciables? ¿Sa-
bes que por huir de tu memoria me acogí como tú a un altar y que el altar me rechazó
y que el destino con ímpetu irresistible me ha lanzado a tus pies? ¡Pues bien! ¡Cúm-
plase mi estrella! Ya nunca me separaré de ti y al que quiera dividirnos le arrancaría el
corazón con mis manos, (255)
9. José de Espronceda
El gran poeta romántico es autor de tres cuentos. Uno publicado
en El Artista (1835) y vuelto a publicar en No me olvides (1837):
«La Pata de Palo» y dos en El Pensamiento (1841): «De Gibraltar a
Lisboa. Viaje Histórico» y «Un Recuerdo». A decir verdad, ningu-
no de ellos es especialmente destacable y pesa más en ellos el nom-
bre del autor que la calidad del relato. En los tres el humor es el
protagonista, un humor irónico y a veces francamente cruel.
«La Pata de Palo» es una breve anécdota sobre un rico comer-
ciante inglés que pierde su pierna y que encarga a un artesano de
mérito en el ramo de las piernas artificiales, la pierna más perfecta,
ligera y rápida que pueda hallarse. No bien se pone la pierna co-
mienza a andar y él no es capaz de detenerla. Después de vagar en
calzoncillos por las calles de Londres y los campos de Inglaterra, el
comerciante desaparece y no se le vuelve a ver. Añade Espronceda
al final del relato que «poco hace se vio un esqueleto descarnado,
vagando por las cumbres del Pirineo, con notable espanto de los
vecinos de la comarca, sostenido en una pierna de palo» (El Artista,
1835; 140).
«De Gibraltar a Lisboa. Viaje Histórico» es un relato autobiográ-
fico, sobre el viaje que emprendió el autor cuando fue desterrado
por primera vez. En él podemos reconocer perfectamente al poeta
que según Mesonero, lanzaba «epigramas contra todo lo existente,
lo pasado y lo futuro» y también, quizás, a otro poeta que describía
Pedro de Madrazo, compañero de Espronceda en las página de El
Artista: «Su cráneo era de loco y poeta; loco lleno de ideas, de sar-
casmos, de pérfidas sonrisas, poeta burlón, escéptico, colorista a
gruesos toques de bermellón y de negro» (El Artista, 1836; 33).
Se trata de un relato de humor irónico, negro y cruel, de un
abrumador nihilismo:
Loado sea Dios que con tantas ilusiones me echó al mundo, no tanto para mi pro-
vecho, como para diversión suya, que se ha entretenido en quebrármelas una por una.
[...] Lo mismo fue vernos allí, puesto ya el buque en franquía, empujándonos (tan an-
chamente íbamos) sobre cubierta cuando se apoderó de todos nosotros la más encan-
tadora desesperación y desplegamos el jenio más induljente y suave que pueda imaji-
narse el de más imajinación. No parecía sino que el mismo demonio nos había
enjendrado en uno de sus más infernales arrebatos. Mirábamonos todos como si nos
fuéramos a devorar y hasta los viajeros pacíficos parecía que los picaban con alfileres
de a ochavo. [...] Yo como tenía pocos años y ninguna experiencia, no cesaba de ben-
decir a Dios, que en tan buen camino de aprender me había puesto. [...] Consistían las
342 Historia del cuento español (1764-1850)
provisiones [...] en un bacalao que como suela de zapato se resistía al diente y sabroso
como una salmuera, en unos sacos de unas guindillas para avivar el apetito que pare-
cían carbones hechos ascua en el color y en el sabor, y en unas largas ristras de ajos
que así alegraban la vista como contentaban el ánimo, por si faltaban estimulantes que
añadir al arroz, que mezclado y compuesto con todo lo dicho, componía un rancho
capaz de irritar y convertir en condenado al santo más sano y honrado de toda la corte
celestial. [...] Comer lava del Vesubio hubiera sido más fresco. Los nervios rijidos y
tirantes crujían como cuerdas de guitarra, tal nos apretaba todas las clavijas la untura
de picante y salmuera con que nos regalábamos. [...] La enferma, tirada sobre un baúl,
divertía sus dolores con sus blasfemias, a su lado estaba su marido con una cara que
no había más que pedir. Los demás revueltos y enredados unos en otros como los ajos
de las ristras. [...] Uno de los viajeros tranquilos que había entrado gordo y estaba ya
acartonado no hacía sino vomitar. Las otras dos mujeres seguían su ejemplo. [...] Ha-
cía rato ya que estábamos sobre cubierta cuando vimos salir de la cámara con el cadá-
ver de su mujer al hombro, al esposo que atrapó aquella ganga en Rusia. [...] Venía
tan estirada y tiesa sobre su marido y tenía tan contraída la boca que se conocía que
había muerto profiriendo alguna de aquellas lindezas que tanto la habían agraciado en
vida. [...] llegado al borde del buque la cogió en brazos, la miró un momento, le aso-
mó apenas una lágrima que parecía no mojaba y la tiró al agua diciendo al avío y
arrojóle redondo y seco. Las olas escondieron el cuerpo, volvió el marido tranquila-
mente la espalda al mar y seguimos la navegación con la misma indiferencia que iba
el buque cortando las olas. Yo no sé si envidié la suerte de aquella mujer cuando, de
allí a poco tiempo, nos pusimos a comer. (176-177)
hasta puede haber alguno que haga reír a carcajadas, y que si no produce este efecto
más será por falta de estilo mía que porque en el fondo no tenga él tanta sal y donaire
como la cosa más alegre. Como hasta ahora no se ha observado que nadie haya
muerto sin vivir de una manera o de otra, puede que algunas de estas agonías toque de
refilón alguna parte de la vida del moribundo y pique por consiguiente en historia.
Filosofía y talento es lo que le pido a Dios, que buena falta me hace, y como él me lo
conceda, de mi cuenta corra hacer de las agonías una lectura sabrosísima y entreteni-
da. (13)
Las obras de Álvarez, hombre de ingenio sin duda alguna, merecen si acaso men-
ción como muestra de una tendencia romántica —recordemos El Doctor Lañuela de
Ros de Olano— que intentó expresar a veces humorísticamente lo irracional y absur-
do de la vida humana, pero dejándose llevar sin más por la improvisación y la incon-
tinencia verbal. El mismo autor, en edición tardía de sus obras, les puso el título que
mejor cuadraba: «Tentativas literarias». Podía haber añadido «fracasadas». (530)
cuentos en los que se atisba un escritor que apenas llegó a serlo por
abandonar, antes de tiempo, la literatura. Los relatos de Alvarez son
causa suficiente para proclamar que había en él un escritor original,
una visión distinta de la literatura, un humorista en la más clásica
tradición negra y fúnebre, presente siempre en la literatura españo-
la. El mundo que ve en torno a él y que retrata es muy diferente del
de sus contemporáneos. Un escenario como el de la «Agonía Pri-
mera» se buscaría inútilmente en cualquier otro escritor romántico:
La casa del Tío Nicolás es una casa muy mala, y el Tío Nicolás es por lo menos tan
malo como su casa. Toda ella se reduce a un cuarto que sirve de cocina y de despa-
cho, porque el tío Nicolás, por ser algo, es zapatero de viejo y marido de su mujer, y
en aquel cuarto suele trabajar cuando trabaja, y en aquel cuarto enfrente del hogar,
debajo de una ventanilla tiene su cama y encima de ella colgados en una soga, unos
cuantos chalecos, pantalones y zagalejos de su mujer en bastante mal estado, para que
vistan a la soga más que a sus curiosos dueños. Otro cuarto a éste inmediato es tam-
bién de la pertenencia de estos buenos inquilinos, pero a la sazón está ocupado, por
una malísima cama, por una silla de estas sin respaldo de los zapateros, por una pila
de agua bendita corrompida ya, por no haber sido renovada en mucho tiempo, por un
crucifijo de marfil amarillento y viejo, por dos melones colgados en el techo, por tres
o cuatro chanclas viejas que andan rodando por el suelo y por un pobre hombre que
está muñéndose. (14)
puntas porque encerraban la del pie en redondo, amigos íntimos los dos, los dos mi-
litares, eran los que a las doce de la mañana en todos tiempos se sentaban los prime-
ros, cada uno a un lado de una de las cinco mesas que había en el café, que era más
chico que la tabla de muestra que tenía encima de la puerta. Esto de estos dos milita-
res no lo he escrito yo, que lo he copiado de la sátira de un dentista, que era también
parroquiano del café y se divertía algunas veces en hacer burla de todos los que se re-
unían en aquella mesa, cerca del mostrador, debajo de un reló de música muy viejo, al
lado de la trampa de la cueva. Este dentista que tendría unos sesenta años, y muy poco
que hacer en su oficio, era también del corro, que además de él y los dos militares, se
componía de un relojero, cuya tienda estaba al lado, dirigido por un hijo suyo y de un
copiante de música que había sido corista hasta los cincuenta años en muchos teatros
extranjeros, sin encontrar en ninguna parte, como le decía al dentista, la honradez de
canto que en España. (130)
Yo ya sé que esta historia no tiene interés ninguno, ni cosa de particular que llame
la atención, pero la he copiado, creyendo que todos los lectores serán como yo, que
me entretengo con cualquier cosa, con tal que el que me quiera entretener cuente con
mi indulgencia, que a no contar yo con la de los que me leyeren, a buen seguro que no
iría a dar un mal rato a nadie, sólo por dársele y por amor simple a las letras humanas.
(164)
En nuestra opinión Ros de Olano es uno de los más típicos casos de inadaptación a
su época que conocemos. Cualquier lector que se enfrente con una narración como
Maese Cornelio Tácito, se resistirá a creer que esas páginas pudieron ser escritas en
1868, año en que aún conservaba vigencia un romanticismo sentimental que se expre-
saba a través de una retórica afectada y gritona. Ros de Olano no escribe según la mo-
da de su época, ni probablemente de ninguna otra. Si tratásemos de establecer alguna
relación literaria podría pensarse en los nombres de Quevedo, Ramón Gómez de la
Serna o en manifestaciones literarias casi surrealistas. (Baquero Goyanes, 1949; 451)
letanías y Carlos V libraros han y yo bendición envío cristinos que se conviertan a Je-
sucristo, Juan y al rey Carlos y fusiles traigan, tiren morriones y tomen boynas y para
que ayuda présteme el ángel diciendo, Ave María. (31)
La presentación del absurdo vital y de la realidad grotesca y dis-
paratada que ve el autor a su alrededor es, como en el caso de Mi-
guel de los Santos Alvarez, la fuente del humor, del especial humor
del Marqués de Guad-el-Jelú. Un humor que se origina en la pre-
sentación de lo absurdo de la vida. Tanto da que el absurdo se ori-
gine en la fantasía o en la realidad, pues en la literatura de Ros no
hay diferencia entre ambos estados. No se dedica Ros, como hacía
su amigo Alvarez, a presentar lo ridículo de unos personajes débi-
les, víctimas de los verdugos de los que está lleno nuestro mundo,
sino que presenta todo un mundo sin estructura y sin racionalidad.
Es un abigarrado baile de máscaras en el que no se encuentra amor,
estilo ni elegancia, sino violentos contrastes, vulgaridad, sonidos
discordantes, voces chillonas: un espectáculo incómodo e hiriente
es el mundo que aparece en los cuentos del General Ros de Olano.
Su obra como narrador se extiende más allá del límite temporal
que nos hemos impuesto en nuestro trabajo. Es más, los cuentos
que suscitaron el entusiasmo de Baquero Goyanes y que más han
atraído la atención de distintos comentaristas, son los dos relatos
denominados por su autor Cuentos Estrambóticos, de 1868 y 1869
respectivamente. Hasta 1850 podemos encontrar 10 relatos de Ros:
uno en 1834, otro en 1839, y ocho en 1841. Como ocurría en el
caso de Alvarez, se puede advertir la importancia que tiene El Pen-
samiento en la obra narrativa de Ros de Olano. Siete de los cuentos
se publican allí por primera vez y otros dos se reeditan. Fuera de las
páginas de esta revista sólo aparece uno de los cuentos que el Gene-
ral publicó antes de 1850, «El Ánima de mi Madre», que fue publi-
cado en El Iris en 1841. Ros de Olano no dejó la literatura tras la
desaparición de El Pensamiento, como hizo Alvarez, pero sí que es
cierto que nunca volvió a tener otra época de producción tan copio-
sa como en ese año.
«Cuadro Árabe»16 es su primer cuento. Apareció sin firma
(1834) en el periódico El Siglo, la primera aventura periodística del
mas, las transparentes ropas flotaban vagamente; la lánguida madeja de sus cabellos
se le había esparcido por el seno... (131)
Esta delicada Marquesa apenas hace algo más que gemir y des-
vanecerse a lo largo del cuento y sobre ella se amontonan los califi-
cativos como «mórbida», «voluptuosa», «torneada con todas las
proporciones del deseo», «encantadora», «lánguida», etc.
Otro cuento fantástico es «El escribano Martín Peláez, su pa-
rienta, y el mozo Caínez» (El Pensamiento, 1841) que Ros no llegó
a culminar nunca20. Se trata del inicio de un cuento en el que un
ambicioso escribano y su mujer salen al campo en busca del Maes-
tro Proto-Calígrafo, de quien esperan venturas y ayudas para su
fortuna. Allí encuentran a un mozo al que toman a su servicio y que
poco a poco se va descubriendo que es personificación del diablo.
El mozo llega a un acuerdo con el escribano y su mujer y les da una
pluma que tiene el poder de hacer cumplirse todo lo que se desee.
Se adivina la fortuna futura del inescrupuloso escribano, pero la
narración termina aquí. Hay que anotar otros tres cuentos más pe-
queños que el autor intercala en medio, contados en una reunión del
pueblo y una defensa del cuento fantástico, por uno de los perso-
najes allí presentes que cuenta, como demostración, un cuento fan-
tástico. Defensa que cobra un valor irónico, cuando después de
contar ese personaje su cuento hace Ros de Olano una indicación
que muy bien pudiera firmar Miguel de los Santos Alvarez: «no
quedó oyente que no aplaudiera el cuento, ni uno tampoco que su-
piera darse razón de si valía la pena ser oído» (99).
Aunque también se trata de un cuento fantástico, Ros de Olano
adopta un tono de gravedad, en él insólito, para tratar el tema de la
infancia abandonada y desasistida en «Los Niños Expósitos»21.
«¡Adiós Mundo!» reúne dos de los temas preferidos de Ros: lo
absurdo de la vida y las historias fantásticas. Cinco soldados están
acampados en el extremo de un pueblo junto a una fogata. Se oye
un cencerro de una cabra cerca y uno de ellos, un novato de quien
todos se aprovechan, se adelanta a arrojar una patata a la cabra, y
unos carlistas escondidos que han hecho sonar el cencerro le matan
de un disparo. En la conversación previa le da tiempo a uno de los
cha y egoísta que sólo quería ser bella fue condenada por un hada a
ser una oropéndola y ser desgraciada, perseguida, capturada y pri-
vada de su libertad por su belleza. Al final las niñas liberan al ave.
Fiel a su tendencia autobiográfica, las niñas son la sobrinas de So-
moza y el narrador es él mismo.
Pero la aportación principal de Somoza al cuento se hace a tra-
vés de sus relatos históricos, radicalmente distintos a todos sus
contemporáneos. Es cierto que la vida de Somoza y su pensamiento
están muy presentes en los relatos. Tanto que llega a interrumpir la
narración para intercalar reflexiones que emanan de la vida del au-
tor:
¡Dichoso aquel mortal privilegiado que en los primeros años de su edad consiguió
cultivar su entendimiento! Todas las situaciones de la vida le proporcionan placeres.
Consigo lleva su felicidad. En medio de los páramos desiertos, sobre los vastos abis-
mos de los mares, entre las selvas sombrías, allí goza. El hombre estúpido, el atrabi-
liario le envidian y se irritan contra él, e intentan degradarle, abatirle, rebajarle al ni-
vel suyo; le persiguen, le atormentan, le empobrecen, le destierran, le sepultan en sus
calabozos. ¡Vana porfía! Allí es dichoso §1 sabio, meditando en los medios de mejorar
la suerte de sus verdugos. (Somoza, 1904; 34) 22
Las citas de este capítulo se refieren todas a la edición (1904) que José Ramón
Lomba y Pedraja realizó de las Obras de Somoza.
Autores principales 367
Las arboledas de tristes cipreses, los hondos valles, la silenciosa luna o los sepul-
cros de sus hermanos son los únicos testigos de sus penas «¡Oh lecciones! ¡Oh maes-
tros [...] de la moral y la sabiduría! ¿Porqué no estáis de acuerdo con las leyes las
costumbres y las opiniones de todos los hombres, de todos los pueblos? ¿Por qué la
especie humana está más dividida en sí misma que las demás especies? Nazco y mi
nacimiento es un oprobio inevitable en mí. Encuentro un padre y no me reconoce sino
con la condición de cometer un crimen que juzga obligación. Me ordena que asesine a
su propio cuñado, a mi tío, al hermano de esta mujer benéfica que me adopta por hijo
pero cuya inflexible religión exige decidida y absolutamente que abandone y abjure la
religión mía, la religión de la que me dio a luz, la religión de la patria que me adoptó
al nacer. ¿Y yo cometería tan fea ingratitud? ¡Primero morir! Pero morir y dejar en la
desolación y el abandono aquella misma madre; y esta madre adoptiva que me anun-
cia su muerte si no la complazco. Mi padre entonces maldeciría con razón mi existen-
cia y mi muerte. Conmigo bajarían a la tumba las esperanzas de dos nobles familias.
La esperanzas que yo propio alimento de dar la paz al afligido pueblo ¡Oh Dios!
¿Porque permite tu justicia que sea tan difícil ejecutar el bien? (42-43)
«1534» 239
A
«A un Picaro otro Mayor» 253, 254
«Abdhul-Adhel o el Mantés» 160, 217, 239, 250
«Aben-Hamet» 239
«Achmetl» 54,81,83
«Adelayda» 131, 132, 139, 140, 193, 196
«¡Adiós, Mundo!» 354
«Agonía primera» 346, 347
«Agonía segunda» 346, 347, 349
«Agonías de la Corte» 206, 344, 346
«Al Crimen una Venganza» 231
«Al Primer Tapón, Zurrapas» 214
«Albar Núflez, Conde de Lara» 239
«Alberto Regadon» 210, 216, 220, 221, 222, 223, 256, 297, 298, 299,
303, 304, 305, 309
«Alina, Reina de Golconda» 129
«Alnaschar» 49, 55, 78, 80
«Amalia» 196
«Amante, Hijo y Hermano» 245, 250
«Amor a Vista de Pájaro» 198
«Amoral Uso» 198
«Amor en el infierno» 179
«Amor Paternal» 345, 346, 348, 352
386 Historia del cuento español (1764-1850)
I
«Intrigas Venecianas» 145, 146
«Isabel o el Dos de Mayo» 266
J
«Juan Holgado y la Muerte» 183
«Juan Sobieski» 85, 86
«Julia» 194
K
«Korem y Zendar» 120, 121
L
«La Amiga Inconstante» 125
«La Audiencia y la Visita» 147
«La Bala de Oro» 241
«La Batalla de las Navas» 240
«La Batalla de los Llanos de Baena» 240
«La Bella Baffo» 55, 85
«La Boda de Rita» 202
«La Calumnia» 191
«La Capa Roja. Cuento Nocturno» 179
«La Caperucita Encarnada» 145
«La Capilla del Perdón» 241,260,262
«La Capitana. Un episodio de la vida de la Marquesa del Encinar» 251
«La Cartuja de Granada» 214
«La Casita de Randa» 163, 250
«La Cenizosa o la Chinelilla de Vidrio» 145
«La Comedia Casera» 268
«La Comercianta de Londres» 141
«La Conquista de Mallorca» 323, 324
«La Corona de Fuego» 168,219, 242, 246, 254
«La Cruz de la Esmeralda» 241
«La Economía de un Real» 208, 220
«La Erudita» 116, 131, 132, 133, 134
«La Espada de Vilardell» 193
394 Historia del cuento español (1764-1850)
P
«Pamplona y Elizondo» 195, 257, 285, 286, 287, 288, 318
«Paulino o las Siete Mujeres, Cuento Alegórico» 181
«Piel de Asno» 145
«Pleito singular a causa de una joven inglesa» 55, 57
«¡¡¡Pobre Don Melitón!!!» 323
«Policarpa. Recuerdos de la América Meridional» 241
«Por no saber nadar. Historia de unos amores» 198
«Pretender por Alto» 268
«Primera Agonía» 344, 349
«Principio de una historia que hubiera tenido fm si el que la cuenta la
hubiera contado toda» 346, 347
«Púlpete y Balbeja» 157, 271, 272, 277, 278, 284
Q
«Querer de miedo» 204
R
«Ramiro» 169,238,293
«Rasgo de Piedad del Emperador Marco Aurelio» 54, 81, 83
«Rasgo Romántico» 233, 323, 325, 326, 327
«Rasgos de un Generosidad sin Ejemplo» 126
«Rasgos sueltos de la historia de Ciro» 54, 86, 115
«Recuerdos de un Bautizo» 195, 246
«Reflexiones en el entierro de un rico» 59, 61, 67, 83
«Reflexiones que curaron los celos de un recién casado» 123
«Riquet del Copete» 145
«Roberto» 54, 78, 79, 80, 115
«Robo de un niño recién nacido» 128
«Rosa y Fermín o el Cazador en el Valle» 126, 130
«Rosalía» 198
S
«Shas-al-Don> 55,85
«Sibila o el heroísmo del amor conyugal» 123
«Siglo XI» 240
índices 399
A
Aguiló, Tomás 179, 220,238, 255
Alarcón, Pedro Antonio de 11, 183,219
Alvarez, Miguel de los Santos 10, 16, 183, 203, 206, 215, 342, 349, 352, 356, 357,
359,383
Amador de los Ríos, José 159, 216, 248
Anduaga Espinosa, Baltasar 168, 217, 238
Andueza, José María de 155, 210, 232, 241, 251
Ariza, Juan de 181, 182, 198, 214, 241
Azara, Juan Manuel de 190,209,210
Azcona, Agustín 200, 203, 234
B
Balaguer, Víctor 230,231,241
Benítez, Fulgencio 241, 250, 252
Bermejo, Ildefonso A 238
Bermúdez de Castro, José 172, 173, 191, 219, 259, 261, 262, 263, 279
Blanco-White, José María 112, 145, 146
Bretón de los Herreros, Manuel 203, 204, 207, 215, 311,319
Bruére, José Lacroix, Barón de 28,29,46,48, 102, 103, 105, 162,311
C
Campo-Alange, JoséNegrete, Conde de 10, 195, 257, 285,289, 382, 383
Cañete, Manuel 159,249
Cardafio, Primitivo Andrés 2Í4
Carrasco, Felipe Ramón 194
402 Historia del cuento español (1764-1850)
Navarro Villoslada, Francisco 171, 195, 234, 237, 238, 241, 377
Neira de Mosquera, Antonio 214
Núñez de Arenas, Bernardino 180, 216
O
Ochoa, Eugenio de 10, 16, 149, 161, 164, 167, 168, 169, 175, 182, 187, 188, 191,
193, 194, 195, 206, 209, 210, 215, 218, 235, 237, 238, 242, 246,
249, 250, 252, 258, 261, 285, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 382
Ochoa, José Augusto de 168, 187, 218, 238, 242, 249, 372
Olona, Luis 254
Orellana, Francisco José de 186, 187, 239, 250
P
Pastor Díaz, Nicomedes 286
Pérez Zaragoza, Agustín 141, 142, 233
Piferrer, Pablo 237
Príncipe, Miguel Agustín 205,234
Q
Quadrado, José María 239,241
R
Ramón Carbonell, Agustín de 203
Roca de Togores, Mariano. Marqués de Molins ... 10, 17, 58, 162, 221, 223, 225, 226,
229, 230, 244, 293, 298, 299, 309, 310, 311, 318, 381, 382, 383
Romero Larrañaga, Gregorio 194, 197
Ros de Olano, Antonio 10, 16, 175, 183, 196, 203, 206, 247, 257, 343, 345,
353, 354, 355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, 363, 383
S
Sagra, Ramón de la 207, 208
SaizMilanés, Julián 208
Salas y Quiroga, Jacinto 161, 170,175,215,216,231,233,239,259,269
Salido, Agustín „ 170, 194, 238
Sánchez de Fuentes, Eugenio 259, 262
Santa Ana, Manuel María de 210
Sanz, Eulogio Florentino 234
Soler de la Fuente, José Joaquín 185, 219
Somoza, José 10, 17, 241, 242, 353, 364, 365, 366, 367, 371, 372, 373, 374, 383
índices 405
T
Talavera, Lino 211,212,241,254
Tarrago y Mateos, Torcuato 169, 254
Tejado, Gabino 186, 190
Trigueros, Cándido María 9,47,51,60, 111, 113, 114, 116, 118, 119, 131, 132,
133, 134, 135, 136, 137, 138, 139, 140, 143, 193, 196,243
Trueba y Cossío, Telesforo 110
V
Valdelomar y Pineda, Javier 169, 260
Valladares y Sotomayor, Antonio 74, 141, 143
Vicetto, Benito 168, 219, 242, 246, 254
Villanueva, Luis 196
Z
Zea, Francisco 170, 171, 239, 241
Zorrilla, José 110, 147, 164, 184, 233, 239, 297, 309, 311, 330, 343
Zúfliga, Manuel 58, 161, 238
BIBLIOGRAFÍA