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ESPONTÁNEO
d e l a HISTERIA
EMILCE DIO BLEICHMAR
X' U U i l i i U U l
EM ILCE DIO BLEIGH M AR
E l fe m in is m o e s p o n t á n e o
DE L A H ISTER IA
Estudio de trastornos narcisistas
de la feminidad
[
IB
OSTMMJCjONES
fONTAMARA
]
Primera edición: 1985, Adotraf, S.A., Madrid, Espafla
Primera edición mexicana: 1989, Distribuciones Fontamara, SA.
Segunda edición: 1994
Tercera edición: 1997
ISBN 968-476-090-6
M a r ie Langer
INT ROD U CCION
O c t a v io P az
'
LA HISTERIA: UNA CUESTION FEMENINA
Pero, ¿por qué esta recurrencia por nuestra parte a la biológico, des
pués de tan enconada denuncia a las repetidas recaídas en el naturalismo
a que ha estado sometida la teoría? Pues, porque los datos empíricos
serán utilizados, lo que no deja de constituir una paradoja, para refutar
una teoría que hacía del empirismo —la diferencia anatómica de los se
xos y lo supuestamente real— su sustento. Nos valdremos de una serie
de estudios empíricos que, desligados de connotaciones ideológicas, des
mienten y desenmascaran la estructura imaginaria del supuesto empi
rismo anatómico. Se trata en realidad de un contrapunto entre el em
pirismo de la ciencia, que cierta epistemología desdeña y rechaza porque
confunde con otra dimensión de lo empírico —el de la ideología— , al
cual legítimamente ha sabido poner al descubierto. Es así como el nuevo
bagaje de conocimientos biológicos adquiere significación en el seno de
una teoría psicoanalítica, en la cual lo simbólico constituye el eje orde
nador. No deja de ser sorprendente que, desde los extramuros del psi
coanálisis, hoy sea posible fundamentar y completar la tesis freudiana
sobre el rol capital de las experiencias infantiles en la estructuración de
la sexualidad humana, y afirmar que las determinaciones biológicas sólo
podrán reforzar o perturbar una orientación edificada por el intercam
bio humano. Money y los hermanos Hampson (1955) demuestran cómo
dos niñas, ambas hembras en el programa genético, gonadal y endocri
no, con su estructura sexual interna normal, por padecer, durante la
gestación del síndrome adrenogenital, nacen con sus órganos sexuales
externos masculinizados. Una de las niñas es rotulada correctamente co
mo hembra, mientras que a la otra —engañosamente varón por la
enfermedad— se le asigna el sexo masculino. A los cinco años, la desig
nada hembra se considera y es considerada por su familia una niña, y
la que creyó ser varón, un varón. Lo que ha determinado el comporta
miento y la identidad no ha sido su sexo (biológico), ya que es otro, sino
las experiencias vividas desde el nacimiento, experiencias totalmente or
ganizadas sobre la naturaleza supuestamente masculina del cuerpo de
signado como varón. También se constatan los raros casos de varones
nacidos sin pene y niñas sin vagina, que si bien sufren hondos conflictos
por este hecho, tales conflictos no conmueven una identidad de género
previamente establecida que no ha requerido la posesión del genital para
su constitución. Todos estos hallazgos, y muchos más, van operando
una suerte de línea de clivaje entre sexo y género, hasta hace una década
prácticamente sinónimos en el diccionario e inextricablemente ligados
en sus destinos, de modo que hoy es posible afirmar que pertenecen a
dos dominios que no guardan una relación de simetría, y que hasta pue
den seguir cursos totalmente independientes. Es entonces la propia bio
logía —debidamente enmarcada en un contexto teórico— la que des
miente a las teorías que apelaron a ella, y que nos permite, con su favor,
asestar el golpe final a todo resabio de naturalismo, ubicando la femini
dad y la masculinidad —en tanto identidades de género— como catego
rías del patrimonio exclusivo del discurso cultural. Pero aún debemos
otro tributo a la biología, pues sabemos la magnitud de la inercia con
que se enfrentan las nuevas ideas hasta lograr su consagración. Para
aquellos que se sientan inclinados a seguir pensando en la masculinidad
inherente a la estructura anatómica de los órganos sexuales de la ñifla
—el clítoris—, lo que determinaría la naturaleza de su deseo sexual, se
encontrarán con la sorpresa de los datos que prueban que tal hipótesis
biológica es simplemente falsa, embriológicamente el clítoris no es
masculino.
LA FEM IN ID A D
CAPITULO I
G E N E R O Y SEXO: S U D I F E R E N C I A C I O N
Y L U G A R E N EL C O M P L E J O D E EDIPO
Sexo y género son términos que hasta hace una década se recubrían
uno a otro de una manera inextricable. Es así que, en el diccionario, gé
nero es simplemente un sinónimo de sexo (Webster, 1966), y se pueden
encontrar definiciones tales como: «Por sexo se entiende el género (ma
cho o hembra) con el que nace el niño» (Rosenberg, Sutton-Smith,
1972). La Real Academia Española (1970) y el Petit Robert (1972) sólo
conciben al género, en su relación con la diferenciación sexual en térmi
nos exclusivamente gramaticales: «la pertenencia al sexo masculino o fe
menino o a cosas neutras», es decir, una palabra femenina remite a otra
palabra femenina, esté o no implicado el sexo. En cambio sexo contiene
la diversidad de significaciones corrientes: «conformación particular
que distingue al hombre de la mujer, asignándole un rol determinado
en la generación que le confiere ciertas características distintivas»; «cua
lidad de hombre y de mujer»; «el sexo fuerte y el sexo débil»; «el segun
do sexo»; «el bello sexo»; «partes sexuales»; «órganos genitales exter
nos». Podemos observar que cuando el género es distinguido como un
concepto unitario no da cuenta ni de fenómenos humanos ni sociales,
y que sexo no sólo incluye las peculiaridades anatómicas, sino que de
tal anatomía parece surgir todo el universo de significaciones simbólicas
que rigen las teorías vigentes sobre el sexo y el género en nuestra cultura.
Esta falta de precisión no sólo abarca el mundo lego, sino también el
campo científico, ya que el fenómeno que designa al sujeto que con una
determinada anatomía adopta conductas propias del otro sexo, recibe
en inglés una doble denominación, tanto se lo describe en términos de
«cross-gender behavior», como «sex-role-deviation».
* Un niño ae cuatro años, cuyo padre tiene vedados algunos alimentos y excesos
orales debido a un trastorno gástrico crónico, responde a la madre que le pregunta si quie
re un poquitc de café que los adultos están en vías de ingerir: «¿Te crees que soy una mu
jer para tomar café y fumar?»
mujer, la función específica de los órganos genitales en el coito y el apo
geo de la pulsión genital. Este conocimiento opera una transformación
sobre el deseo del niño, ya que la previa coexistencia de pulsiones sexua
les hacia ambos padres, o de búsqueda de reconocimiento y aceptación
narcisística, se ve conmocionada, y resulta necesario hacer una «elec
ción», una opción, una renuncia, ante la presencia del conflicto.
Hijo
Madre-esposa Padre-marido
0 0
Hijo
* No pretendemos sostener la idea de una vida psíquica temprana angelical, sin sufri
miento ni angustia, sino subrayar que la posición y el carácter de ideal del género que po
seen los padres para el niño, no es consecuencia de un conflicto al cual estas configuracio
nes intrapsíquicas intentarían solucionar.
CONCLUSIONES
“ El segundo niño, que nosotros vimos por primera vez a los quince años,
era, en el momento de su nacimiento, un macho genética y anatómicamente nor
mal, salvo por el hecho de que no tenía pene y que tenía una uretrostomía peri-
neal. Los dos testículos estaban situados en el interior de un escroto normal. Era
el menor de cuatro niños: el mayor, mongólico; los otros dos (una niña y un
niño), normales. Antes de su nacimiento, su madre no quería tener más hijos.
D ada la asignación correcta de sexo al nacimiento, fue criado como un varón,
sin equívocos, por una madre que se interesaba poco en él y por un padre «esti
rado» y cubierto de joyas que vendía perfumes. Desde el año y medio el paciente
fue hospitalizado seis veces en cinco años; la últim a vez, durante tres años con
una sola vuelta al hogar. Estas numerosas operaciones, una laparastomía segui
da de intervenciones plásticas repetidas obtuvieron como resultado un pene que
un urólogo describió recientemente como «una monstruosidad con un aspecto
increíble». N o es sorprendente que en el transcurso de su adolescencia, su con
ducta se haya transformado en un problema en el colegio y con los vecinos. El
se creó una vida imaginaria que, en los momentos de sufrimiento, inundaban
la vida real bajo un m odo paranoide: «Y o soy el nieto de Dios y probablemente
sea el Mesías», decía furiso, la cara lívida y devorado por el miedo, en un m o
mento crítico del tratamiento. Desde los siete años, este niño juega con los veci
nos juegos sexuales que tom aron la apariencia de una ceremonia con reglas que
deben de ser mantenidas. Por ejemplo, en uno de los juegos, llam ado «el cor
d ó n », cada uno de los dos jugadores tira del pene del otro para producirle dolor.
El primero que grita de dolor ha perdido y debe hacerle al otro todo lo que éste
le pida. A unque el paciente, con su pedículo de piel, no siente el dolor, algunas
veces grita. Los dos niños saben que el grito es falso, pero ninguno de los dos
lo admite. Durante la masturoación mutua que sigue, el paciente deja actuar a
su compañero solamente unos minutos (con el reloj en la mano), porque no
quiere que éste tenga un orgasmo. Después de esto, el compañero debe hacer
lo mismo al paciente (salvo la relación anal que el paciente no puede llevar a
cabo porque su pedículo de piel no es eréctil). Está claro, después de estas des
cripciones, que uno de los objetivos esenciales de estas actividades es obligar al
compañero a tratarlo como si su «pene» fuese tan bueno como un pene que fun
ciona (un mecanismo para «probar» al pene y que parece ligado a la dinámica
del exhibicionismo). Fuera del recurso de la homosexualidad como defensa efi
caz contra la pérdida del sentimiento de ser un macho, estas actividades más una
forma particular de masturbación constituyen igualmente la vida sexual del
paciente».
«...Es evidente que se trata de un niño muy perturbado; sin embargo, pese
a todas estas perturbaciones de las funciones del yo, y sus problemas en la defi
nición de una identidad, el núcleo de la identidad del género está intacto. El no
duda que es un hombre. Su problema esencial es que, en tanto hombre, tiene
una anomalía importante. Su desarrollo normal y su psicopatología tienden a
reparar el daño psicológico (o aprender a vivir con éste) sin volverse una mujer.
No se entrega a sus compañeros de juegos sexuales como una mujer, y no tiene
nada de femenino ni en su apariencia ni en sus actos. Sus actividades homose
xuales son, más bien, un intento patético e impresionante de demostración a los
otros hombres que su «pene» funciona tan bien como el de ellos. El, por supues
to, tío lo cree realmente, pero en el fantasma de estos juegos sexuales existe al
menos la creencia momentánea de que él está intacto».
CAPITULO II
1. La s u p u e s t a b is e x u a l id a d b io l ó g ic a
2. E l s u b s t r a t o b io ló g ic o d e l c o m p o r ta m ie n to s e x u a l
Stoller sostiene que todas estas evidencias nos llevan a refutar el su
puesto monismo fálico de los niños de ambos sexos, y en todo caso pos
tular lo inverso, que todos los bebés hasta los dos años son prevalente-
mente niñas. Pero esta hipótesis sólo nos conduciría a una recaída en
un biologismo de sentido contrario cuando lo que nos impresiona, en
cambio, es el enorme poder que las actitudes, los comportamientos y las
creencias de los padres tienen en el modelaje de la masculinidad y femi
nidad. E l sistema biológico organizado prenatalmente en una dirección
masculina o femenina es casi siempre insuficiente en los humanos para
resistir la fuerza más poderosa del medio ambiente: la madre. Las evi
dencias sobre la organización temprana de la masculinidad y la femini
dad en base a la poderosa acción del medio materno y familiar se pre
sentan cada vez en forma más numerosa: 1) niños diagnosticados al na
cer como hermafroditas desarrollan una «identidad hermafrodita» (es
decir, durante toda la vida no saben si son hombre o mujer o si son am
bas cosas), siempre que sus padres también abriguen dudas sobre el sexo
asignado. Cuando no es así (aun ante la presencia de órganos sexuales
externos ambiguos), el niño no duda en ser varón si al nacer se le asignó
el sexo masculino. Esto ocurre independientemente de la presencia
de anormalidades cromosómicas, gonadales o defectos hormonales;
2) transexuales hombres, como resultado de circunstancias posnatales
—una específica constelación familiar— presentan una feminización
tan marcada que actúan como mujeres y demandan que su cuerpo se
transforme en un cuerpo de mujer. No presentan ninguna anormalidad
biológica.
¿VAGINA O CLITORIS?
—La niña sólo conoce el clítoris. —La niña conoce la vagina ya sea
La vulva y la vagina al ser órga por protofantasías heredadas o
nos internos permanecen desco por equiparación con la boca
nocidos hasta la vida sexual pu- (Horney, M. Klein).
beral (Freud).
MASTURBACION
M it o d e l o r g a s m o c l it o r id ia n o
5. En este caso nos hallamos frente a la niña normal desde todo punto de
vista, pero con ausencia de clítoris. En la literatura médica no se registra ningún
caso de este tipo, pero en algunas partes del mundo musulmán la costumbre ha
ce que se extirpe el clítoris de todas las mujeres en la temprana infancia, o años
más tarde. Si bien existen millones de mujeres en esa situación, ellas no tienen
disminuido su sentimiento de ser mujeres, este sentimiento no desaparece jamás
y ni ellas ni sus maridos constatan una disminución de la feminidad.
CAPITULO III
Y O IDEAL F E M E N I N O PRIMARIO
ETAPA PREEDIPICA
1,1 T e o r ía p r e e d íp ic a s o b r e l a f e m in id a d .
E fectos d e l a p r e m a t u r a c ió n
1.2. Yo I d e a l f e m e n in o p r e e d í p i c o
1.3 . E l PAPEL DEL PADRE COMO OBJETO PRIM ARIO INTERNO E IDE a L
Sin embargo, la comunión de géneros —el saber por parte del niño
varón que él es igual al padre— favorecerá la desidentificación de la ma
dre (Greenson, 1968), la búsqueda y tendencia a la identificación prima
ria con el padre. A su vez, tanto la madre, quien lo considerará un otro
distinto e igual al padre, como el padre, que obtendrá la satisfacción
narcisista de investir a su hijo varón, con el proyecto de la continuidad
y la semejanza en el otro que lo perpetúa, ambos favorecerán que en la
identificación primaria del varón a la omnipotencia materna se intro
duzca una grieta que lo conduzca a la búsqueda de modelos paternos.
Por tanto, el sentimiento de identidad de género es un factor que juega
un papel relevante en las diferencias que se observan en la etapa preedí
pica entre niñas y varones (Mahler, 1975; Stoller, 1975), ya que la niña
verá en su madre un todo aún más completo y pleno de poderes que el
varón. En la estructura del Yo especular temprano y en la organización
del objeto como una «imago parental idealizada» (Kohut, 1971), la ma
dre adquiere mayor cualidad de idealidad para la nena que para el va
rón, ya que para éste se configura y se construye paso a paso el senti
miento de la no homogeneidad entre su ser y el de la madre.
2. CARACTERES ESPECIFICOS DE LA FASE PREEDIPICA
EN LA NIÑA
2.1. E s t r u c t u r a f u n d a m e n ta lm e n te n a r c is is ta
DEL VÍNCULO PREEDÍPICO
2 .2 . D if e r e n c i a s e n e l p r o c e s o d e s e p a r a c i ó n -i n d i v i d u a c i ó n
2 .3 . M e n o r s e x u a l iz a c ió n d e l v ín c u l o
2 .3 .1 . La heterosexualidad materna
«E l hecho de que las niñas sean más afectas que los varones a jugar
con muñecas, suele interpretarse como un signo precoz de feminidad
incipiente. Eso es muy cierto, pero no debería olvidarse que lo expre
sado de tal manera es la faz activa de la feminidad, y que dicha prefe
rencia de la niña probablemente atestigüe el carácter exclusivo de su
vinculación a la madre, con descuido total del objeto paterno.» (S.
Freud, La sexualidadfemenina. St. Ed. Vol. X X I , pág. 237. Subraya
do en el original).
C O N S E C U E N C I A S PSIQUICAS D E L
R E C O N O C I M I E N T O D E L A DIFERENCIA
A N A T O M I C A D E L O S SEXOS: P E R D I D A
D E L IDEAL F E M E N I N O PRIMARIO
* Edgcumbe y Burgner (1975) afirman que a partir de la etapa fálica el varón pueda
envidiar los senos o la capacidad de engendramiento de la madre.
el pene se constituirá en el símbolo del supuesto poder, ahora del padre.
Poder cuyo término teórico en psicoanálisis coincide con un símbolo
universal de nuestra cultura: el fdlo. Falo cuyo referente más habitual
es el pene. Lacan sostiene que el falo es sólo un significante, pero un
lignificante esencial, pues en su :arácter de tal —sustituyendo una
ausencia y adquiriendo sentido sólo en una combinatoria de signi
ficantes— cumple paradigmáticamente la función de significar: el de-
leo. la castración y al sujeto mismo, ya que en su concepción teórica el
lujeto psíquico es producto de una falta irreductible: su constitución en
y por el lenguaje. En este sentido el pene real podrá ser elevado en carác
ter de símbolo fetiche del falo y representar privilegiadamente la com
pensación de todas estas carencias.
Sin embargo, esta concepción imaginaria del pene como símbolo del
falo es vacilante, ya que se concibe que como consecuencia de que la ni-
fto realmente tiene un pene atrofiado —el clítoris, órgano supuestamen
te masculino con una naturaleza más activa que la vagina—, lo que bus
caría es el órgano real que compense esta minusvalía. Tan aguda es la
reificación, que Stoller se empeña en demostrar con datos lo contrario,
y sustentar que «por el hecho de que el clítoris sostenga una significa
ción fálica no quiere decir que uno pueda probar que el clítoris es un
pequeño pene». Entonces si es el falo y no el pene lo que la nena anhela,
¿cómo circunscribir la envidia sólo a un terreno imaginario, cuando en
la relación con lo real, la niña, la adolescente, se ven enfrentadas tan
precoz y tan brutalmente a la diferencia y al privilegio que goza el hom
bre en un mundo masculino? La niña se inscribe en un universo simbóli
co que le reenvía —quiéralo o no y más allá de sus vicisitudes personales
compensatorias— una imagen devaluada de su género.
Dos niñas de seis años están viendo a la pequeña Lulú por TV, ésta
quiere llegar a una isla cercana y no sabe cómo hacerlo; ve pasar a un
hombre con un bote y le pide que la alcance; la respuesta del buen hom
bre es la siguiente: «El mar no está hecho para las mujeres». Las niñas,
en el estado de concentración casi hipnótica que suelen tener al ver TV,
apenas si parpadean, la ideología ya las tenía presas de sus creencias y
la TV no hace sino reafirmarlas.
Si nos atenemos a la letra (que será revisada más adelante), para que
la feminidad sea deseada debe consistir en algo idealizado, por tanto la
pregunta de mayor pertinencia no es cómo hace la nena para cambiar
de objeto y pasar de la madre al padre, sino cómo se las arregla la niña
para desear ser una mujer en un mundo paternalista, masculino y fálico.
¿Cuál es la hazaña monumental que las mujeres realizan para erigir en
Ideal, ya no a la madre-fálica —ilusión ingenua de la dependencia
anaclítica— , sino a la madre y a la mujer de nuestra cultura? Y aquí nos
enfrentamos con todo el sincretismo que el sustantivo mujer encierra,
¿cuando se habla de «la mujer» nos estamos refiriendo a su identidad
de género, a los comportamientos estereotipados del mismo, es decir, al
mito, a su carácter de complemento del hombre, a la elección de objeto
que debe realizar, o a su sexualidad específica?
CAPITULO V
G E N E R O Y NARCISISMO
2. La belleza c o rpo ra l y la s e d u c c ió n
Cuanto más bella, más apreciada, más amada, más deseada. La niña
descubre la admiración y privilegios que obtiene a partir de la posesión
o explotación de su belleza muy tempranamente, pero es sólo a medida
que su gracia como niña se va eclipsando cuando crecerá en ella la con
ciencia del poder que posee como «futura hermosa mujer». La niña
aprenderá, escuchará, verá que sólo la mujer es reconocida como al
guien que ha cumplido con las expectativas que sus padres o la sociedad
tienen sobre ella, si alcanza el status de la mujer casada con hijos, para
lo cual le es indispensable ser bella, atractiva. En cambio en el hombre,
su narcisismo encuentra reconocimiento no sólo por fuera del hogar y
la familia, sino que la legitimación y aplauso lo espera de sus congéne
res, de los otros hombres. La mujer sólo alcanzará el ideal y se sentirá
valorizada a través del encuentro sexual con el hombre que le garantice
que como mujer —en tanto género— tiene éxito (el éxito del género
masculino no se limita al encuentro sexual, salvo cuando éste es el único
medio de conseguir la convalidación intragénero como en el caso del
playboy o Don Juan). El ideal femenino edípico es el objeto rival, al
ideal temprano femenino, fruto de la identificación especular, se suma
rá ahora la madre y otras mujeres significativas como modelos del rol
del género a imitar en la conquista de la valorización, del deseo, del
amor que el hombre les puede brindar.
3. La s e x u a l id a d , u n a a c t iv id a d n a r c is is t a p o c o n a r c is iz a d a
¿Es la mujer fálica aquella cuya sexualidad posee un alto valor fáli-
co? Una vez más las apariencias engañan y pareciera que es justamente
su falicismo —en tanto lucha narcisista por la posesión del falo— lo que
impide su goce sexual. Por tanto, las investigaciones se han dirigido a
denunciar la magnitud del narcisismo presente en su organización psí
quica, narcisismo responsable de.su fracaso para asumir una «verdadera
feminidad». Si la histérica es como mujer, supuestamente, aquella que
ha alcanzado el mayor desarrollo en su estructuración psíquica —debi
damente triangularizada, marcada por la castración— y fracasa en su
acceso al goce, es por el narcisismo que se interpone como enemigo a
su deseo, ya que en lugar de aceptarse como «objeto causa de deseo»
obtiene su placer narcisista en desear que el deseo del otro no se realice.
Habiendo alcanzado el retorno a Freud —quien sostuvo que la mujer
es eminentemente narcisista, pues prefiere ser amada a amar— , el inves
tigador en psicoanálisis duerme tranquilo. Es así que el componente narci
sista de la sexualidad femenina recibe toda la atención (Grunberger, 1964;
Torok, 1964; Lemoine-Luccioni, 1976) y se destaca que quien quiera cap
tar la vida inconsciente de la mujer situándose únicamente en el punto
de vista pulsional objetal, bien pronto llegará a un callejón sin salida.
Ahora bien, ¿cuáles son las razones que se esgrimen para explicar este
desnivel entre la pulsión y el narcisismo? Se pueden agrupar de la siguien
te manera: a) Déficit pulsional primario. Se ha atribuido a todo tipo de
razones la frecuente frigidez de la mujer, desde «debilidad de la energía
libidinal» (Bonaparte); «inhibiciones constitucionales» (Deutsch, H.); pa
sando por la ya consabida bisexualidad más acentuada en la mujer que
en el hombre, hasta confusiones graves entre frigidez y «espiritualidad»
(Deutsch); b) Peculiaridades en el desarrollo psicosexual: inadecuación
estructural del objeto anaclítico como objeto erótico y, como consecuen
cia, la relación madre-hija será inevitablemente frustrante y ambivalente
(Grunberger, Chasseguet-Smirgel); falicismo infantil (innato, alto mon
to de bisexualidad) devaluado en el descubrimiento de la falta de pene
en ella y la madre; hombre fallido (Freud, Lacan).
4. G énero : r e p r e s e n t a c i ó n p r i v i l e g i a d a d e l s is t e m a n a r c is i s t a
R E C O N S T R U C C I O N D E L A FEMINIDAD:
IDEAL D E L Y O F E M E N I N O S E C U N D A R I O
De lo im a g in a r io in d iv id u a l a lo im a g in a r io c o l e c t iv o
C o n s o l id a c ió n d e l r o l d e l g é n e r o
MOLDEAMIENTO DE LA FEMINIDAD
P lacer p u l s io n a l e g o s i n t ó n i c o
1. I d e a l iz a c ió n d e l o b ie t o s e x u a l
las cuales es la ubicación del padre como modelo del cual esperará un regalo, un
don, que colocará al servicio de la desmentida de que ella carece de falo» (pág. 336).
Ib mujer, porque la condición de empobrecimiento del Yo no es un esta
do transitorio —como el enamoramiento—, sino una condición estruc
tural permanente. Y la prueba de esta afirmación la encontramos en el
legundo caso de investidura narcisista del objeto de amor, cuando ésta
pasa a ocupar el lugar del Ideal del Yo del sujeto. ¿Es habitual que la
mujer ocupe para el hombre el carácter de líder, de conductora de las
decisiones, de autoridad moral, de sede del conocimiento, o que el hom
bre enamorado y esclavo del deseo de la mujer, abrigue en su incons
ciente el deseo ferviente de ser como ella? No hay una problemática del
ser en la relación narcisista del hombre con la mujer. En cambio este
punto es central en la organización del narcisismo femenino y del Ideal
del Yo de la misma.
2. E l o b je to en e l lu g a r d e l Id e a l d ei Yo
4. El d e s e o m a s c u l in o c o m o Id e a l del Yo
* Ejemplo citado por Gilligan (1982) de las experiencias efectuadas por Kohlberg
(1958). The Development o f Modes of Thinking and Choices in Years 10 to 16. Ph. D.
Diss. University of Chicago.
tión entre odiar y am ar e incluso si Heinz fuese apresado, el juez pro
bablemente pensaría que él tenía derecho a hacerlo.» ¿Pero Heinz ha
bría violado la ley? «Las leyep a veces cometen errores.»
O sea, que Jake tiene en cuenta las leyes y reconoce sus funciones
en el mantenimiento del orden social, también toma en consideración
que las leyes son productos del hombre y, como tal, sujetas a error y
cambio. Fascinado por el poder lógico de las matemáticas, este mucha
chito considera que es la única disciplina totalmente lógica y la aplica
al dilema en juego que «es una suerte de problema matemático con hu
manos». Aunque al mismo tiempo conoce los límites de la lógica, pues
cuando se le pregunta si hay siempre una respuesta correcta a los proble
mas moráles, Jack responde «hay errores y aciertos en los juicios», e
ilustra cómo una acción llevada a cabo con la mejor de las intenciones
puede conducir al peor de los desastres: «Si usted le da el asiento a una
anciana en el autobús, y luego choca y el asiento es arrojado por la ven
tana, será por esta razón que la anciana muera.»
Gilligan se interroga si esta visión del mundo que Amy despliega le
jos de ser inferior, no es no sólo diferente, sino expresión de una pro
funda ética humanística. Su mundo es un mundo de relaciones y
verdades psicológicas, donde el descubrimiento del vínculo entre las per
sonas impone la responsabilidad por el otro, la perentoriedad de la nece
sidad de una respuesta. Desde esta perspectiva, su comprensión de la
moral surgiendo del reconocimiento de la relación de objeto, su creencia
en la comunicación como modo de resolución de conflictos y su convic
ción de que la solución al dilema surgirá de lo apremiante del mismo,
parecen hallarse lejos de una cognición primitiva e inmadura. Los ju i
cios de Amy contienen los principios centrales de una ética del cuidado,
así como los de Jake reflejan la lógica de la justicia. Su incipiente con
ciencia de un método no violento de resolución de conflictos y su creen
cia en el poder reparador del cuidado, la conducen a ver a los actores
del dilema no como oponentes en un concurso de derechos, sino como
miembros de una red de relaciones de cuya continuación dependen to
dos. Consecuentemente, la solución al conflicto descansa en activar el
sistema de comunicación, asegurando la salvación de la esposa a través
del fortalecimiento del diálogo más que en el corte de las conexiones.
CONCLUSIONES
LAS HISTERIAS
« L a re p re s e n ta c ió n d e la s e x u a lid a d fe m e n i
n a c o n d ic io n a , r e p r im id a o n o , su p u e s ta en
o b r a y sus e m e rg e ncias d e s p la za d a s (d o n d e la
d o c t r in a d e l te r a p e u ta p u e d e re s u lta r p a rte
c o n d ic io n a d a ) , f i j a n la suerte d e las te n d e n
c ias, p o r m u y d e sb a stad a s n a tu r a lm e n te q u e se
las s u p o n g a .»
La histeria surge así, dando lugar a efectos paradójicos sobre los es
tudiosos, a adjetivaciones peyorativas como «amorfa» (Kris, 1973),
«controvertible receptáculo universal de todo tipo de rasgos» (Nam-
num, 1973) o a obras como la monografía de Krohn (1978), monumen
tal esfuerzo de cercar lo que el propio autor llama «una neurosis elusi
va». Es increíble el número de artículos escritos sobre el caso Dora —la
histérica más famosa de la historia—, quien ha llegado hasta el cine y
el teatro (la obra de Cixous, 1976, puesta en escena por la compañía de
Renaud-Barrault y la película de MacCall y Col, 1979). Todo lo cual
prueba el desconcierto, el desaliento y/o la fascinación que ejerce, pero
también sugiere una insuficiencia que no encuentra su tope.
Este impasse pareció resuelto con las ideas kleinianas sobre el Edipo
temprano y la fijación oral, que parecían poder explicar el desplaza
miento de la importancia del conflicto con el padre a la madre. Pero,
¿cómo entender con precisión la naturaleza de un Edipo oral? Laplan-
che arriesga una aproximación, «nos encontramos en el nivel oral, en
la época de los cuidados maternales de la estimulación sexual excesiva,
la seducción, la pasividad y la irrupción de la fantasía de la escena pri
maria, a través de estas experiencias sexuales infantiles, he aquí el nú
cleo de la histeria» (1974). Uno se pregunta, ¿no caben la totalidad de
los niños en esta supuesta matriz patógena causante de la histeria?
Una reflexión sobre esta síntesis pone de relieve una doble insufi
ciencia. En primer lugar, resalta la sobreinclusión, la generalidad de los
análisis que en lugar de contribuir a una mayor precisión, a una delimi
tación más rigurosa de las fronteras de la histeria en tanto configuración
psicopatológica, a una comprensión de sus formas de articulación con
otras estructuras o cuadros psiquiátricos,, nos conduce a un caos nosoló-
gico, a una vaguedad semiológica y, lo que es quizá la consecuencia más
lamentable, a una inespecificidad terapéutica. Por otro lado, estas des
cripciones sobreabarcativas se corresponden con explicaciones que se
caracterizan por una tendencia reductora «todos los síntomas tienden al
discurso histérico» (Wajeman, 1982). ¿Es que puede mantenerse una ex
plicación unitaria para entidades tan diferentes como una personalidad
infantil e impulsiva, un carácter histérico marcado por la represión, sín
tomas conversivos en una paranoia y el carácter fálico-narcisista? ¿Esta
fisonomía tan polifacética no nos estará sugiriendo una heteronomía de
condiciones subyacentes, más que una unidad? El pluralismo ha sido se
ñalado y es así que se habla de «Las Histerias» (Sauri, 1975), sin embar
go, pareciera que con el plural del sustantivo sólo se está apuntando el
hecho de que existen varias explicaciones dinámicas para dar cuenta de
su psicopatología o, en otro plano, al cambio frecuente de fisonomía
—las distintas caras de la histeria a lo largo del tiempo— , y no a una
diversidad de cuadros, que, si bien comparten un núcleo común, tienen
autonomía suficiente para distinguirse claramente entre sí.
CONVERSION
¿Es necesario concebir una fantasía adicional que esté enlazada es
pecíficamente con la enfermedad en juego, o basta haber sufrido alguna
cualquiera, o haber visto u oído de los beneficios de estar enfermo, para
que la conversión se instale, sin que entre el deseo de acaparar a los pa
dres y la enfermedad específica intervenga ninguna asociación simbóli
ca? En favor de esta posición es que se pronuncia el comité asesor de
la Sociedad de Psiquiatría Americana, que pareciera resolver la proble
mática que se le presentó a Freud predominantemente con la histeria:
la coexistencia de mecanismos intrasubjetivos e interpersonales en el se
no mismo de un síntoma psíquico. En la nota añadida en 1923 al estudio
del caso Dora, Freud distingue en el «beneficio primario» mismo dos
partes: la parte interna, que consistiría en la reducción del esfuerzo psí
quico —«fuga hacia la enfermedad»— que procura el síntoma al con
flicto, y la parte externa, que estaría ligada a las modificaciones que el
síntoma aporta en las relaciones interpersonales del sujeto (St. Ed. Vol.
VII, pág. 43). Como bien señala Laplanche (1967), entonces la frontera
que separa «la parte externa del beneficio primario» y el beneficio se
cundario resulta difícil de trazar.
Por otra parte, el clivaje en el territorio afectado por una u otra con
dición —por un lado, motricidad, órganos de los sentidos para la con
versión y, por el otro, el sistema nervioso autónomo, órganos más pro
fundos, para la enfermedad psicosomática— pone de relieve el rol juga
do por la anatomía y la fisiología imaginaria en el proceso de conver
sión. La marcha, la palabra, la visión, se D u e jd e n articular en una gra
mática fantasmal más fácilmente que el hígado o el riñón, y quedar
afectados o constituirse en el eje de una actividad narcisista —la gargan
ta para el barítono— y por tanto sometida a los avatares del éxito o del
fracaso. Por ello la conversión se halla más cerca que las enfermedades
psicosomáticas de ser expresión de contenidos representacionales, de ex
presar deseos y temores. La enfermedad psicosomática, en cambio, se
localiza en un órgano, no porque exista alguna relación entre el tipo de
conflicto —su temática— y la zona enferma, sino porque ésta ofrece un
punto de menor resistencia para que la tensión del conflicto provoque
inespecíficamente alguna alteración.
Sintetizando:
* Reich (1933) y Wittels (1930) ya en los años 20 habían notado la dificultad de los
cuadros de histeria de liberarse de las fijaciones infantiles, y consideraban que la histérica
permanecía como el niño, confundiendo realidad y fantasía.
Aguda reacción al disgusto (Reich, 1933).
Baja tolerancia a la frustración (Easer y Lesser, 1965).
Impredicibilidad (Reich).
Reacciones inconsistentes (Chodoff y Lyon).
Uso de los sentimientos en lugar del pensamiento en una crisis; labi
lidad emocional; crisis de rabia o pataletas (Easer y Lesser; Israel,
1971).
Sobredramatización; anhelo insaciable de actividades excitantes (Is
rael, DSM-III).
Sugestionabilidad (Reich; Easer y Lesser; Israel).
Desarrollo de la imaginación (Reich).
Uso de la fantasía para realzar relaciones existentes (Easer y Lesser).
Gran actividad de ensoñación, que crea ficciones (identificación a
personajes imaginarios); tendencia a la idealización y desidealiza
ción brusca (Krohn, Israel).
Mantenimiento de una imagen de sí que elimine lo displacentero, lo
desagradable (Easer y Lesser).
Necesidad compulsiva de ser querido; sobredependencia a la aproba
ción de los otros (Reich).
Hipersensibilidad a los otros por una excesiva necesidad de amor y
de ser amada (Easer y Lesser).
Continua comprobación de si son queridos o no (Chodoff y Lyon;
Reich).
Incesante búsqueda de atención; egocentrismo, autoindulgencia y
desconsideración hacia los otros (DSM-III).
Infantilismo, viven en un mundo de juego, juguetes y pequeños ob
jetos (Israel).
Son muchas las voces, junto a Melanie Klein, que se han alzado con
validando la tesis de una fijación o regresión oral en la histeria. Sin em
bargo, examinando los trabajos que siguen esta posición, se observa una
diversidad de criterios bastante amplia en lo que cada autor considera
como relevante del así llamado «carácter oral» o «fijación oral». Para
algunos se trata de una equivalencia representacional entre la vagina y
la boca, es decir, que la boca y sus actividades se han erotizado y juegan
las veces de un órgano genital (Reich, 1933; Marmor, 1953); para otros
la oralidad sería sinónimo de dependencia (Johnston, 1963), mientras
que la inestabilidad emocional, la falta de responsabilidad, la confusión
entre fantasía y realidad, serían rasgos que para Zilboorg (1931) y Wit-
tels (1930) hablarían a las claras de una debilidad del Yo y un punto de
fijación anterior a la etapa fálica, considerando a la histeria un primer
paso hacia una descompensación esquizofrénica. Zilboorg recuerda que
«el hombre de los lobos», cuyo diagnóstico final fue el de esquizofrenia,
comenzó con una clara reacción histérica.
O r g a n iz a c ió n b o r d e r l in e . P e r s o n a l id a d in f a n t il
y p e r s o n a l id a d h is t é r ic a
P e r s o n a l id a d h is t é r ic a P e r s o n a l id a d in f a n t il
1) Labilidad emocional
Seudohiperemocionalidad que re Labilidad emocional difusa y ge
fuerza la represión. Es marcada neralizada. Pocas áreas libres de
en áreas parciales conflictivas conflicto. Déficit de control im
(sexual), permaneciendo estable pulsivo más generalizado.
emocionalmente en otras (traba
jo, etc.). Falta de control emo
cional en áreas circunscriptas y
sólo en el clímax de algún con
flicto.
2) Sobrecompromiso
El compromiso expresado en las La sobreidentificación es más
relaciones interpersonales es apro desesperada e inapropiada. Hay
piado en la superficie. Observa una lectura equivocada de los
dores no calificados usualmente motivos de los otros, aunque en
consideran este rasgo como «el la superficie puede haber un
encanto típico de la mujer». ajuste adaptativo adecuado a los
La extroversión y la rápida pero mismos. En relaciones prolonga
superficial resonancia intuitiva das y comprometidas, desplie
con otros, y la sobreidentificación gan demandas regresivas, infan
con las implicaciones de la fanta tiles, oral-agresivas.
sía, el arte y la literatura, se des
arrollan dentro de un sólido
marco del proceso secundario y
de una evaluación realística de la
realidad.
3) Dependencia y deseos exhibicionistas
La necesidad de ser querida y de Tiene menor carácter sexual, con
ser el centro de atención tienen mayor sentimiento de indefeni 1
una mayor implicación sexual. sión, oralmente determinado*
Los deseos oral-dependientes es Exigencias inapropiadas y exhibí#
tán relacionados con tendencias al cionistas que tienen una cualidad
exhibicionismo genital directo. fría, más narcisista.
6) Masoquismo
Relacionado con un Superyo rí Sentimientos de culpa erráticos e
gido y severo que condena la se inconsistentes. Rasgos masoquis-
xualidad. Fuertes sentimientos tas y sádicos derivados de la fal
de culpa. ta de integración pulsional.
C a r á c t e r h is t é r ic o C a r á c t e r f á l i c o -n a r c i s i s t a ,
Para mayor detalle véase Dio Bleichmar «La teoría de la libido. El pensamiento
analógico en la teoría psicoanalítica», en La Depresión, un Estudio Psicoanalítico, Bleich
mar H. (1976).
sivas, de coraje, con ambiciones, que compite en lugar de depender, es
más fálica, más narcisista, más atrasada en su carrera de mujer, pues
parece lejos de aceptar su feminidad? Sin embargo ambas se pueden
presentar frígidas o, si no frígidas, al menos, la sexualidad es su terreno
conflictivo.
Para estos autores, Dora revela lo que han encontrado en otros casos
de histeria: que la fase fálico-edípica es extremadamente significativa
para la mujer histérica. Una fijación en esta etapa incluye una incons
ciente rivalidad con los hombres, a menudo con deseos de castracióu y
muerte hacia ellos, deseos o intentos de poseer genitalmente a la madre
y a los sustitutos maternos (Frau K), y, más profundamente, recuerdos
infantiles depresivos provenientes de la fase fálico-edípica de no ser ca
paz de dar a la madre y a ninguna otra mujer ni placer sexual con un
pene, ni tampoco un bebé. El núcleo más conflictivo en Dora, para estos
autores, sería el componente agresivo hacia los hombres y las defensas
concomitantes. Dora ilustraría esta condición, en sus intentos de organi
zar la historia con el señor K, de modo de representarse como traumáti
camente agredida, usando una defensa paranoide ante sus propios de
seos inconscientes de herirlo. Sostienen también que aunque Freud des
cubre y discute la no analizada transferencia, él nunca explícitamente
habría reconocido la básica hostilidad hacia los hombres que impregna
ba la patología de Dora, actuada en la transferencia por medio de los
intentos de convertir el análisis en una contienda y de probar que Freud
estaba equivocado. Hostilidad hacia los hombres que continuó, por otra
parte, sin cambios en la vida de Dora, siendo constatada años más tarde
por Félix Deutsch en su encuentro con la paciente.
Ahora bien, así como Freud fue conducido a gran parte de los descu
brimientos psicoanalíticos —la sexualidad en la etiología de la neurosis,
la transferencia, la estructura del síntoma— a partir del estudio de la
histeria, también Lacan encuentra en la histeria tanto el paradigma de
uno de sus planteamientos básicos —el deseo es siempre el deseo del
otro— como la clara ilustración de uno de sus replanteamientos y polé
micas centrales con el psicoanálisis posfreudiano: la relación de objeto
no se da en forma directa y simple entre un sujeto y un objeto, sino que
siempre se halla mediada por un tercer término: el falo. Esta virtud de
la histeria —ser el modelo ejemplar de la teoría— sin embargo se ha
convertido, en nuestra opinión, en un obstáculo para su cabal compren
sión psicopatológica, pues al tratarse de una hipótesis de tal nivel de ge
neralización y poder de inclusión —la estructura del deseo humano es
histérica, todo sujeto es entonces histérico— hasta se desdibuja la con
tribución que esta explicación aporta a la comprensión de la sugestiona-*
bilidad presente en su sintomatología.
* «Lo que vale la pena destacar es que la clínica nos muestra la precariedad de los es
quemas edípicos en relación a las infinitas variaciones de las historias femeninas. No fal
tan esquemas clínicos, pero todo transcurre como si la mujer, desde su origen, estuviera
en una relación privilegiada con lo real, que habría que tener en cuenta para no reducirla
a las modalidades o caracteres de su Edipo. Es así como se pueden ver hijos orales o anales
en mujeres preedípicas, del mismo modo que orgasmos rectales o vaginales en grandes in
maduras, o a la inversa, frigideces irreductibles en sujetos muy edípicamente marcados»
(pág. 49).
el falo» (autosuficiente, narcisista). El deslizamiento desde la feminidad
a la histeria es fácil de suponer: en este permanente juego de ser y/o te
ner el falo puede quedar atrapada y ser presa de lo que se define como
su estructura específica, el deseo en su carácter de insatisfacción esen
cial.
* A partir de los trabajos de Rogow (1979), sabemos que el hermano de Dora, Otto
Bauer, fue uno de los principales líderes socialistas en Austria.
cisistas, las ambiciones que se tipifican en un terreno masculino, y el de
seo sexual de Dora por un hombre, no para serlo, sino para tenerlo?
¿Cuáles eran las quejas de Dora? Ser sólo un objeto al servicio del
narcisismo de los personajes del drama. Objeto de transacción para el
padre, vendida al señor K, a cambio del silencio de aquél sobre sus rela
ciones con la señora K; objeto del capricho sexual para el señor K, pues
Dora conocía el episodio de seducción que el señor K había tenido con
la institutriz; objeto encubridor para la señora K, ya que cultivando la
amistad con Dora se le facilitaba el acercamiento con el padre y objeto
aún para su propia institutriz, que utilizaba a la muchacha para seducir
al padre. ¿Cuáles eran los sentimientos que predominaban en Dora? La
indignación, la rabia narcisista, la humillación. Le indignaba que su pa
dre la creyera una intrigante fantasiosa, aceptando la opinión de que
«tal escena del lago» no había tenido lugar, consistiendo sólo en un fe
bril sueño de su mente erotizada. Le indignaba descubrir la falsedad de
la dedicación maternal de la institutriz, quien exhibía su devoción ante
la mirada de su padre. Le indignaba que el señor K considerara posible
un acercamiento erótico, que sugería más una burda seducción (equipa
ración de Dora a la institutriz) que una pasión irrefrenable o un gran
amor. Le indignó finalmente la traición de la señora K. Ahora bien, ¿no
serán estos los términos racionalizadores preconscientes de formulación
del conflicto, cuando en realidad el deseo sexual reprimido, tanto hetero
como homosexual, sería el motivo real, generador de los síntomas y res
ponsable de la histeria de Dora?
Existe otra dimensión en el deseo del hombre por la mujer que ésta
se halla ávida por escudriñar y descubrir: si este deseo recubre algo más
que su sexo, si el padre que comienza a ser atraído por la grácil jovencita
también reconoce en ella algo más que un cuerpo. ¿Acaso no era esto
lo que Dora sentía a los dieciocho años cuando escuchaba: «mi mujer
no es nada para mí»? ¿Qué destino podía imaginar para sí como futura
mujer, si la señora K, la única jerarquizada dentro de ese conjunto, tam
bién caía a la categoría de una nada? Al falo no se lo busca como flecha
indicadora que conduzca al tercero femenino, no se trata de otra mujer
a la que se desea sexualmente, sino una mujer que represente una ima
gen valorizada de la feminidad. Es una búsqueda desesperada por la rei
vindicación narcisista de un género poco narcisizado en la historia de la
cultura
HISTERIA Y GENERO
El feminismo espontáneo de la histeria
SlMONE DE BEAUVOIR
Cada vez que se siente humillada apelará a su única arma para restan
blecer su narcisismo herido, el control de su deseo y su goce, e invertir!
los términos, el amo quedará castrado. Es común que la reacción preva^
lente de la mujer en la pareja, cuando surge un desacuerdo, sea la indife*
rencia sexual o la negativa a tener relaciones sexuales (Singer Kaplan)¡
De esta peculiar manera la mujer se hace oír en tanto sujeto, reivindi^
cando su deseo de reconocimiento, de valorización en tanto género fe
menino, lo que equivale considerar su feminidad como equivalente de
su ser-humano, no sólo a su ser-sexuado. En su reivindicación no pueda
dejar de permanecer prisionera de los paradigmas y sistemas de repre
sentación masculina, y su feminismo espontáneo se pondrá en juego en
el mismo terreno en que ha quedado circunscripta, el sexo.
C harcot
Prólogo....................................................................................... 9
INTRODUCCIÓN
Bibliografía................................................................................ 213
Este libro se imprimió bajo el cuidado de Ediciones Coyoacán S.A. de
C.V., Hidalgo 47-2, Coyoacán, en noviembre de 1997.
E l tiraje fue de 1,000 ejemplares más sobrantes para reposición.