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El agua le corría por el pelo y las ropas, que además se habían ensuciado con el barro del
camino. A pesar de esto ella insistía en que era una princesa real y verdadera, por lo que
debía dormir aquella noche en el castillo.
La reina que pensó que esta era otra de las doncellas que pretendía ser princesa para
conquistar a su hijo, le dijo al rey. – “Mañana en la mañana sabremos si es quien dice
ser”. Y sin darle más explicaciones fue a preparar la habitación donde la joven pasaría la
noche.
Sin que nadie la viera quitó toda la ropa de cama y puso un pequeño frijol sobre el bastidor
de madera. Luego colocó encima del frijol veinte colchones y veinte almohadones hechos
de las plumas más suaves del reino. Allí dormiría esa noche la princesa, que era digna de
las más exquisitas comodidades.
-“No he podido dormir en toda la noche. Estoy muy agradecida de su hospitalidad, pero
era insoportable aquella cama. Me acosté sobre algo tan duro que incluso amanecí con
moretones por todo el cuerpo”.
La reina que era la única que entendía de lo que hablaba la joven, declaró ante todos que
se trataba de una princesa verdadera. -“Solo una princesa puede tener una piel tan delicada
como para sentir un frijol debajo de veinte colchones y veinte almohadones de plumas”,
– dijo.
El príncipe quedó encantado después de oír aquella historia, así que decidió comenzar a
cortejar a aquella princesa. Luego de conocerse un poco más y ver que compartían las
mismas aficiones y gustos, decidieron casarse en una gran boda real ante todo el reino.