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18-3-2018

Aquel hombre, que era un mostacho y que en un mostacho se quedaba ante las preguntas
de la policía, entró saco al hombro, con los ojos entrecerrados, y en dos saltos de gato.
Sabía que si esperaba un rato sus ojos verían mejor, así que con toda la tranquilidad del
mundo, asumida la eternidad de la noche, esperó y paladeó el silencio. Cuando las cosas
ganaron contorno continuó. Entre los pocos ladrones que lo conocían, y que jamás se
atrevieron a mencionarlo más allá del círculo, estaba la coña de sus alpargatas. Alpargatas
cómodas para el que está como en casa propia en el asalto1. Otros, aventureros, nos las
ponemos al salir de la cama sin dar la luz, con naturalidad inconsciente 2. Él hacía lo
mismo con el robo. Se introducían en casas ajenas como nosotros introducimos los pies en
las zapatillas al levantarnos, pero amigo, mientras que tú vas dando zancadas como un
pato en dirección a la cafetera, él, todo lo contrario, ganaba en paso silencioso, lúcida
serenidad, un corazón más calmo y párpados igual de caídos.

1
X tomaba con tanta naturalidad las cosas que probablemente las hubiera llevado en cualquier otra situación arriesgada. Era su vanidad llevar
tal calzado cuando podía llevar otro más adecuado, pero le hacía gracia presumir privadamente con algo sin valor en un oficio en el que sólo le
conocían 3, y solo 3, personas.
2 Otra versión: otros nos las ponemos al salir de la cama, él al deslizarse en la noche (en lo oscuro).

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