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INDICE
PRESENTACIÓN.............................................................................................................................................2
UNIDAD I.......................................................................................................................................... 4
FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL Y LA ÉTICA. .................................................................................. 4
1.1.- Fundamentación Antropológica.......................................................................................................4
1.2.- Fundamentación Filosófica ........................................................................................................... 10
1.3.- Los principios morales................................................................................................................... 13
1.4.- Ética y principios sociales. ................................................................................................... 18
UNIDAD II....................................................................................................................................... 23
CORRIENTES ETICAS ............................................................................................................... 23
1. La Ética en el mundo clásico .............................................................................................................. 23
2. La Ética en el cristianismo y en la edad media .................................................................................. 29
3. La Ética, de la modernidad a la época contemporánea. ................................................................... 33
UNIDAD III...................................................................................................................................... 50
ETICA Y PERSONA ........................................................................................................................... 50
1.- La vida. ............................................................................................................................................. 50
2.- La familia .......................................................................................................................................... 56
3.- Amor y sexualidad ............................................................................................................................ 74
4.- Bioética............................................................................................................................................. 83
UNIDAD IV ..................................................................................................................................... 91
ETICA SOCIAL.................................................................................................................................. 91
1.-Ética de la economía ......................................................................................................................... 91
2.- Ética y ecología ................................................................................................................................. 96
3.- Etica y política ................................................................................................................................ 105
4.- Derechos Humanos ........................................................................................................................ 115
Bibliografía. ............................................................................................................................................. 120
PRESENTACIÓN
Y todo ello porque la educación tiene como uno de sus fines esenciales el pleno
desarrollo de la personalidad de los estudiantes, incluyendo de modo preeminente su
formación moral, de manera que el proceso y la acción educativa les permita ir
asumiendo de forma crítica, reflexiva y progresiva el ejercicio auténtico de la libertad, de
sus derechos y de sus deberes individuales y sociales en un clima de respeto y de
tolerancia positiva hacia otras posturas morales, políticas y religiosas diferentes a las de
su cultura original.
La Ética constituye una materia propia, autónoma, de carácter filosófico y está ubicada
netamente fuera del ámbito del área de las Ciencias Sociales, aunque en permanente
contacto y diálogo con sus aportaciones conceptuales, en tanto que la dimensión moral
de la vida humana posee un claro constitutivo social, sin que ello implique que pueda
ser reducida a análisis sociológicos. Del mismo modo, las raíces psicológicas y
antropológicas de la moralidad, obligan a tener en cuenta las aportaciones de ambas
ciencias, retomando sus explicaciones y descripciones como punto de partida. En
ningún caso y bajo ningún concepto, se puede considerar que la enseñanza de la Ética
es una alternativa a la religión o religiones confesionales, ni ser la transmisora de un
determinado código moral.
La Ética enjuicia y reflexiona desde una posición abierta al ámbito del deber ser, y su
estudio ha de mostrar la capacidad de los seres humanos para darse a sí mismos
principios racionales que orienten su vida individual y colectiva. La Ética debe ser
patrimonio común de todos y debe contribuir a formar ciudadanos racionales, críticos,
abiertos y tolerantes, que sepan fundamentar racionalmente sus convicciones morales
y aprendan a tolerar a otros de modo positivo, es decir, a valorar y respetar las diferentes
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posiciones religiosas, morales o políticas por lo que tienen de enriquecimiento de la
cultura humana. Esa dimensión cívica de la enseñanza de la ética es muy importante en
el contexto del actual sistema educativo y de la sociedad en que vivimos
Por último, el curso de Ética cumple una función muy importante, al proporcionarles una
gran ayuda en la configuración de su propia identidad moral, que les servirá para
reflexionar sobre criterios morales, sobre estilos de vida y a tomar decisiones sobre
cuestiones que les interesaran vivamente durante su existencia.
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UNIDAD I
Ante esta situación un poco crítica, es necesario afirmar que la formación académica
desde la ética y moral, se constituyen en un puente que permiten el análisis, reflexión y
toma de decisiones ante un escenario o dilema ético en crisis; por lo que es urgente
retomar la importancia de la ética y la moral en la formación evolutiva integral de la
persona.
La persona se forma en la familia, allí aprende los valores y pone en práctica aquellos
principios éticos que los padres le otorgan realizar en la relación con los parientes,
amigos y conocidos. Valores que se asimilan en la cotidianidad de la vida y que se
constituyen en el motor que puede generar alegría, paz, felicidad y bienestar personal,
familiar y social.
El ser humano en sus inicios evolutivos fue nómada, y de a poco se fue constituyendo
en un ser capaz de relacionarse con los demás y de ir formando grupos sociales o ayllus
que se caracterizaban por tener costumbres, que las iban aprendiendo y desarrollando
en la actividad diaria de caza, agricultura, pesca, y de guerra para protegerse de otros
grupos sociales que les arrebataban sus mujeres, niños y varones con el fin de
constituirlos en esclavos.
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Desarrollo social que les permitía compartir tradiciones, fusionar leyendas, mitos y hasta
los mismos lenguajes se iban perfeccionando con el pasar del tiempo y el desarrollo de
las nuevas familias, sociedades y civilizaciones.
El ser humano, tuvo que aprender a sobrevivir y a vencer al más débil para someterlo,
así empiezan a desarrollarse las clases sociales de señores y siervos. Comienzan los
privilegios, los malos tratos, la explotación y marginación del más poderoso en recursos,
guerreros y armas, en contra de los pueblos poco desarrollados en el arte de la guerra.
El pueblo comienza a necesitar de alguien que los dirija, que los guíe, los instruya, así,
se forman hombres y mujeres más dotados en fuerza física, mental y espiritual. La
sociedad necesita de normas y reglas para poder evitar el caos personal, y social. Se
van organizando en comunidades políticas, económicas, religiosas, y educativas. Surge
la estructura social menguada de diferentes actores sociales que se deben ir instruyendo
en el lenguaje, la escritura, la fe, las artes y la política. Aparece la clase privilegiada en
todos estos saberes, son los que mandan, y ordenan normas para que los otros las
cumplan. Surgen los poderosos que se imponen con sus reglas, e impuestos que deben
ser cumplidos y pagados por los menos afortunados en conocimiento.
Ante esta situación emergen ciudadanos, personas que buscan desde su bondad, y
amor por los demás, cambiar este sistema de poder. Y así, el ser humano reflexiona y
busca formas de mejorar la sociedad no por la fuerza, el odio, la matanza o la
servidumbre, sino por el diálogo, el consenso y la construcción de normas y leyes que
involucren a todos, los sancionen y exijan por igual.
Aparece, la conciencia moral personal, que reflexiona que las cosas pueden ser de otra
manera, que se puede vivir de otra forma. Quizás más libre, o vivir de forma más
armónica, más justa y equitativa entre unos y otros, evitando la barbarie y el
descontento. Seres humanos que se van sumando y constituyen un nuevo pensamiento,
el pensamiento moral; y se dan cuenta que es necesario reflexionar sobre lo que sucede
para no quedarse indiferente o renegado ante la realidad o situación de otros seres
humanos, que son explotados, perseguidos o torturados.
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En Oriente, tenemos el código de Hammurabi; los diez mandamientos de los Judíos; y
en Occidente, la primera sociedad que se fue constituyendo en el pensamiento moral
fue la Grecia antigua. Son los griegos en el siglo VI a.C, los que reflexionan sobre lo
bello, lo bueno, lo verdadero, lo noble, que existe en las personas, animales y en la
naturaleza donde encuentran como fundamento la armonía. A lo bello, fuerte, valeroso,
y bueno, lo llaman areté. Así aparece el areté del caballo, del guerrero, de la naturaleza,
en su expresión de belleza y majestuosidad.
Los filósofos griegos que amantes de la verdad, reflexionan, educan y logran grandes
debates públicos sobre lo que es bueno, bello y verdadero. Así Sócrates decía, cuando
ya cansado de tantas preguntas y respuestas, “solo sé que nada sé”. Argumento que se
constituía en la nueva palestra del saber, y convocaba al ser humano a seguir
debatiendo, argumentado y escribiendo aquellas frases que sus maestros y sabios
decían.
Los filósofos se dan cuenta que se debe formar al ciudadano noble, fuerte, valeroso, y
bello a partir de la educación de las artes, la gimnasia y la ética, desde la cual de sebe
educar al niño como persona moral, quién necesita desarrollar su conciencia moral, que
le permitirá descubrir lo que es permitido y lo que tiene prohibido realizar. Entonces,
comienza a valorar su acción como buena o mala, permitiéndose corregir o enmendar
su mal proceder a partir de la formación de la conciencia moral.
1.1.1.- La Conciencia
Conciencia lo mismo que en latín, conscientia, está en conexión con el saber, y abarca
el conocimiento de la realidad, se da cuenta del engaño, del error, de los deseos, de los
actos de voluntad, afectos, sentimientos y emociones. Permitiendo a través de la
reflexión de nuestra conciencia sobre nosotros mismos, y tener una conciencia de
nosotros mismos (conciencia de sí). Siendo el presupuesto necesario para el
conocimiento y la libertad.
Algunos estudiosos de la conciencia expresan desde “la Filosofía analítica, que los
conocimientos de los fenómenos de la conciencia no pueden deducirse del saber
objetivo de las ciencias naturales, lo cual demuestra que la conciencia no puede
reducirse a procesos materiales”. (Brugger Walter, 2014, pág. 90)
Entonces, la conciencia nos permite tener lucidez de otros objetos, por tanto, existen
ciertos grados de claridad de la conciencia. “la cual, no pudo surgir de una vez en la
historia de la evolución, sino que necesitó formas previas de la conciencia animal, a la
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Del griego Σοφία "Sofía (sabiduría)"
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que le faltaba todavía la espiritualidad, o sea, la conciencia explícita de sí mismo y de la
libertad, la reflexión y, también el conocimiento conceptual, abstracto, que va más allá
de lo sensible”. (Brugger Walter, 2014, pág. 90).
La conciencia en sentido moral designa “la capacidad que tiene el ser humano de juzgar
acciones y fines de la acción de acuerdo con normas éticas, así como de experimentar
un deber vinculante y los correspondientes impulsos para la acción en vivencias de
exhortación, aliento, justificación, culpa, arrepentimiento y satisfacción. La conciencia es
la base de la responsabilidad moral”. (Brugger Walter, 2014, pág. 92)
A nivel histórico, la Roma del siglo I a.C, presenta a Cicerón y Séneca, como autores
que fundamentaron sobre “la conciencia como fuente de una libre orientación moral.
Tomás de Aquino atribuye a la conciencia la capacidad de conocer los principios
generales de la acción moral, dispuesta por la naturaleza y radicada en la razón.”
(Brugger Walter, 2014, pág. 92)
En el siglo XX, Erick. Fromm, manifiesta que la “conciencia reflexiva puede considerarse
psicológicamente como el ámbito de la autodirección humana especializada en valores
éticos. Filosóficamente, la norma fundamental de hacer el bien y evitar el mal es una
evidencia que no requiere de una prueba ulterior, por lo que la persona consciente de la
responsabilidad ha de elaborar principios y normas morales mediante la formación de la
conciencia, y aplicarlos a casos particulares o individuales a través de la examinación
de la situación, teniendo en cuenta una pluralidad de circunstancias, consecuencias y
alternativas de la acción. Por esta razón, han de respetarse también decisiones de
conciencia de otros que se consideren erróneas, siempre que estas no lesionen los
derechos de los demás ciudadanos”. (Brugger Walter, 2014, pág. 93)
La conciencia es el juicio moral que posee el ser humano para decidir actuar bien o mal,
correcta o incorrectamente, y que permite saber si actuamos responsablemente o
pasionalmente, por tanto, reconocer si un acto es bueno o malo, si es voluntario, es
decir, realizado con plena autonomía, conciencia moral, y libertad.
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los cristianos es el santuario del alma en donde se escucha la voz de Dios”. (Blanco,
2013, pág. 214)
La conciencia moral es muy necesaria al momento de actuar, sin esta realidad moral en
la persona existiría una deficiencia intelectual que conlleva a la ausencia de valores
morales y por ende a la acción inmoral, que corrompe y despersonalización a la persona.
Por ello, es necesario ser consciente de nuestros actos, ante los cuales, debemos
asumir las consecuencias de estos, como lo expresa Max Weber, en ética de las
consecuencias.
Así, todo acto moral tiene una intencionalidad y plena conciencia del acto que debe ser
voluntario y con una finalidad. Aristóteles en la Ética a Nicómaco señala que para
alcanzar un fin se requieren medios, es decir una serie de “acciones rectas” (Aristóteles,
2014, pág. 55) . Acciones cuya finalidad es un bien mayor: “Toda arte y toda
investigación, igualmente toda acción y libre elección parecen tender a algún bien; por
esto se ha manifestado, con razón que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas
tienden”. (Aristóteles, 2014, pág. 23). Se escogen los medios para lograrlo, se tienen
estímulos, y motivos que llevan a emprender esa acción, la misma que tiene un
resultado, que puede o no coincidir con el fin propuesto.
Sin embargo, la moral se interesa por la eficacia de los medios, siempre que el fin sea
moralmente bueno, exigiéndose la búsqueda de los medios más adecuados. El “querer
el fin es estar dispuesto a poner los medios. Por ejemplo, no diríamos de nadie que
intenta ayudar a alguien si no pone los medios para prestar tal ayuda. Esto sucede
porque, en primer lugar, es imposible querer ayudar a alguien sin estar dispuesto a
buscar los medios necesarios para hacerlo. En segundo lugar, porque resulta increíble
que alguien esté dispuesto a poner tales medios sin ponerlos, a no ser que tenga una
explicación satisfactoria”. (López, 1991, pág. 353).
Poner los medios adecuados es de gran ayuda, por lo que se convierte en un acto moral
bueno, donde se implica el valor de la solidaridad y la libertad como la capacidad que
tiene la persona de actuar de forma responsable, respetuosa y voluntaria. Así, la
conciencia moral, discierne el sentido de la acción moral, evaluando la misma como acto
moral correcto, o incorrecto, lícito o ilícito, y de esta manera se va fortaleciendo o
relativizando el valor moral.
La escala de valores permite vislumbrar toda acción concreta que es valorada por la
persona y los demás a partir de un juicio moral, es decir, el valor del comportamiento
moral que se determina contrastándolo con las normas, principios y valores que rigen
un grupo social. Allí, se emite un juicio de valor “es infiel”, que tiene la base en una
norma, como: “la infidelidad es mala”, y en un valor: “La fidelidad es buena”, o en un
principio: “No desear la mujer, ni nada de tu prójimo”. Así las normas, valores y principios
se han establecido a nivel social a partir de comportamientos concretos.
Según Rodríguez, “para ser una persona asocial que busca y lucha, la moralidad no
puede ser más que un constreñimiento necesario pero que no es bien recibido. Pero
para los que valoran la participación, la moralidad del acuerdo, a pesar de ser fuente de
constreñimiento, hace que su actividad compartida sea mutuamente bienvenida y, por
tanto, estable, asegurando de este modo la ausencia de engaño” (Rodriguez Lopez,
2006, pág. 147).
Como vemos, es el sujeto el que valora el objeto a partir de una valoración y juicio de
valor, demostrando que tiene la capacidad y la voluntad de decidir para aceptar o no lo
que ha valorado. Al respecto, un ejemplo social donde: “la valoración de la participación
no tiene en ningún sentido un carácter moral, ahora bien, la cuestión fundamental es si
esta valoración de la participación, que sin duda se da, es una solución a las situaciones
del dilema. Para saber esto antes es preciso saber si la participación tiene valor como
medio o como fin.” (Rodriguez, 2006, pág. 148)
Todas las personas participan dentro de una cultura y sociedad, la misma que posee
costumbres morales, y de ellas se derivan las “preferencias personales que son reales,
típicamente basadas en sus propios intereses personales y en los intereses de aquellos
que le son más cercanos; así, son sus preferencias en el sentido de la palabra, las que
cada individuo tiene realmente y que determinan su función de utilidad.” (Rodriguez
Lopez, 2006, pág. 170). Entonces, las culturas y sociedades poseen diversas escalas
de valores que le dan identidad, por tanto, esto se constituye en un valor moral.
El término ética proviene del griego ethos, que significa costumbre. La definen como “La
doctrina sobre las costumbres”, por lo tanto, es el estudio sistemático de esas
costumbres en relación con la moral. La ética como filosofía de la moral, indaga,
cuestiona, reflexiona y conceptualiza sobre la moral y, la definen entonces, como la
“teoría de la moral”, o como la ciencia filosófica que se ocupa de los valores morales en
sus distintas formas.
La moral, en cambio, proviene del latín mos, moris, que significa costumbre personal en
relación con las normas de comportamiento que establecen la distinción entre lo bueno
y lo malo como criterio de perfección humana. Es así que, la moral hace referencia a las
costumbres y normas de comportamiento que posee una persona en familia y sociedad.
Las costumbres y valores morales son aprendidos en instituciones sociales como son la
familia, la escuela, la iglesia, el estado, los medios de comunicación; que a nivel general
educan, sustentan, critican, y promueven la educación moral y ética desde la
interiorización de principios y normas
Avalados en García, se argumenta la diferencia entre ética y moral: “la Ética se referiría
así al suelo firme, al fundamento de la praxis, a la raíz de donde brotan todos los actos
humanos. Es el desde donde de la acción. Ethos como contraposición a pathos, es decir,
hábito y costumbre frente a lo inmodificable por la voluntad del ser humano… El término
moral, por su parte, es el conjunto de reglas o normas adquiridas por hábito y dirigidas
a la formación de aquello que es más propio de una persona, de su modo de actuar”.”
(García, 2014, pág. 9).
1.2.1.- La Moralidad.
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Las normas de conducta dictan el proceder de las personas a nivel de mínimos y
máximos. Situación, ante la cual, Adela Cortina manifiesta que en la sociedad se aplica
una Ética de máximos, es decir, un niño que todo lo que ve, aprende un valor explicado
y aplicado en la familia como el respeto; o, el saludo a los mayores, que se interioriza y
practica en la relación con los parientes. Así, todo niño aprende a respetar a los padres
y personas mayores, observando en los adultos este valor; y éstos a la vez por fuerza
moral, exhortan practicar y testimoniar este valor en la sociedad.
1.2.2.- La Virtud.
Proviene del griego areté, que en su significado enuncia lo bello, virtuoso y extravagante
de un objeto, persona y de la naturaleza que muestran lo bueno, excelente, adecuado,
apto, a partir de una función específica, una tarea, prestación o capacidad. E igualmente,
del latín virtus que representa lo viril, la fuerza de carácter, el dinamismo, la valentía,
entre otras relacionada a la esencia y cualidad, conducta, y comportamiento de la
persona que al obrar logra efectos benéficos en la sociedad por la práctica de virtudes.
Dentro de las filosofías prácticas de la vida las virtudes son "criterios normativos para el
ejercicio de nuestras actividades y para el uso de nuestros bienes, y aunque no son sólo
2
Occidente es la situación geográfica mundial que relaciona a toda persona que vive en Europa, y América.
Oriente, en cambio es Asia, África y Oceanía. Nosotros por vivir en América nos caracterizamos como occidentales
o latinoamericanos.
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eso, ya que, en cuanto hábitos, poseen además una dimensión afectiva y otra
disposicional”. (Rodríguez, 2010, pág. 100)
Según esto, el hombre como Hombre3 es bueno cuando la facultad de su razón (logos)
se halla en una buena disposición y por eso utiliza bien su capacidad especifica moral
en los diversos ámbitos de la vida.
Por tanto, la virtud peculiar del hombre es la buena disposición de la facultad de la razón.
Ya Platón resaltó la función clave de cuatro virtudes como son la prudencia, la fortaleza,
la templanza, y la justicia. La tradición cristiana hizo propia dicha doctrina (desde
Ambrosio se les dio el nombre de virtudes cardinales), y añadió las tres virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad. Además, Tomás de Aquino concede mayor peso a
la justicia por el hecho de desligarla de la pregunta primaria por la vida feliz, planteada
bajo la perspectiva de ética de la virtud.
Así mismo, Aristóteles sobre la virtud expresa: “no basta con conocerla sino que hemos
de procurar tenerla y practicarla, o intentar llegar a ser buenos de alguna otra manera”.
(Aristóteles, 2014, pág. 294), e igualmente, “el hombre bueno y que vive orientado hacia
lo noble obedecerá a la razón, mientras que el hombre vil, que desea los placeres debe
ser castigado con el dolor, como un animal de yugo”. (Aristóteles, 2014, pág. 296). Sin
embargo, Kant argumenta que “Contemplar la virtud en su verdadera figura no significa
otra cosa que representar la moralidad despojada de todo lo sensible y de todo adorno,
recompensa o egoísmo”. (Kant, 2007, pág. 40).
De esta manera, los seres humanos virtuosos, por ende, felices, al construir la familia y
sociedad desde la vivencia y práctica de valores, evitan a toda costa hacer y permanecer
en el mal porque degrada el aspecto antropológico del ser humano. Así, “el hombre que
ha de ser bueno debe ser bien educado y adquirir los hábitos apropiados, de tal manera
que pueda vivir en buenas ocupaciones, y no hacer ni voluntaria ni involuntariamente lo
que es malo, esto será alcanzado por aquellos que viven de acuerdo con cierta
inteligencia y orden recto y que tengan fuerza.” (Aristóteles, 2014, pág. 297).
La moral teórica es la que hace referencia a los preceptos y valores que se afirman en
el discurso y que deberían coincidir con la moral de aquellos que guían de forma efectiva
el comportamiento de los miembros del grupo social. Y si no coincide el discurso con la
praxis moral aparece la doble moral4, es decir, se predica, pero no se practica.
3
Entiéndase hombre al ser humano en general, sin especificar al género masculino.
4
La doble moral es la incapacidad del ser humano de no aplicar en la práctica la filosofía moral que predica o
propone a un grupo de personas dentro de una institución o empresa.
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Justamente, para hablar de un acto moral bueno o malo, es necesario la conjunción del
motivo, el fin determinado, el medio utilizado, además que el acto sea consumado,
entonces, se debe determinar si las consecuencias son a favor o en contra de la persona
que primeramente ejecuta la acción hacia aquella otra persona que la admite o la
rechaza.
Por tanto, el ser humano debe comprender por qué los demás actúan como lo hacen, y
analizar sobre aquellos actos que no permiten la realización de la persona y su felicidad,
por ejemplo, el maltrato a los demás, la destrucción del medio ambiente, etc. No
solamente son intensiones o intereses, sino que a partir del cual, se genera la acción y
sus respectivas consecuencias, al punto que:
“Los motivos, nos impulsa a actuar o a perseguir un determinado fin, como las
intenciones, la conciencia del fin de la acción y la decisión de alcanzarlo, son elementos
constitutivos del acto moral, al igual que lo es la deliberación y posterior elección que tal
decisión suele suponer. Solo cuando se han tenido en cuenta estos factores es cuando
alcanzan calidad moral los factores objetivos, esto es, el empleo de los medios y los
resultados o las consecuencias” (García, 2014, pág. 14)
Los principios morales “son normas de conducta propias que la misma persona ha
asumido y por las cuales rige sus actos. (María Josefina Vidal Ledo, 2016, pág. 1). Por
consiguiente, los principios y normas de comportamiento se establecen en la familia y la
sociedad los profundiza para beneficiar a quien ejecuta la acción y evitar malograr
contrariamente a los otros.
Aparece, así el Estado, que por medio de la Ley y el Derecho desempeña una tarea
reguladora que, con la autoridad vigente, obliga a su cumplimiento por la vía correctiva
sancionadora, y logra que la buena convivencia se logre de manera interna, justa y
democrática donde “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y
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expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones
e ideas de toda índole” (Liponezky, 2014, pág. 9)
La capacidad del ser humano de decidirse a favor o en contra de una determinada acción
o conducta se denomina libertad. Libertad que se construye de manera efectiva a partir
del desarrollo cerebral y psíquico del sujeto, quien logra experimentar que, a mayor
libertad, mayor es la responsabilidad y la capacidad de amar, ser amado y servir.
Desde la libertad se puede argumentar, entonces: “Sin querer no hay nada querido, y
sin algo querido no hay querer. Conocer y querer son las dos formas de realización de
la persona. En su raíz ambas se compenetran recíprocamente. Solo una cosa conocida
como buena puede ser querida; y son formas previas del querer humano los impulsos,
las añoranzas, y las aspiraciones. A partir de ahí se forman deseos concretos. Sin esta
base de libertad no se produce ningún querer. Pero el mero deseo no es todavía un
querer; media entre ambos la decisión libre, la libertad, por la que escojo alguno de los
deseos que quiero realizar o no. Acción que puede tener dos formas, la de proporcionar
realidad a nuestros deseos o bien por la propia acción, o bien mediante la incitación a
otras personas para que las realicen. Por consiguiente, los hombres libres llegan a ser
liberales, y éstos son quizá los más amados, porque son útiles y lo son en el dar”.
(Aristóteles, 2014, pág. 103)
Por consiguiente, “la libertad humana a partir de, la libertad como estructura, tiene su
adonde, tiene su quehacer, tiene un norte al que orientar su navegación; es decir, tiene
una ética como contenido a cumplir”. (Garate, 1995, pág. 16)
Así, la responsabilidad asumida debe estar justificada en el ámbito moral, ante lo cual,
se demuestra o no ser responsable. Por ejemplo, la responsabilidad social, está en
relación a la participación ciudadana desde donde “participo con responsabilidad política
en la elección del representante de gobierno” (Asamblea Nacional, 2008). (Artículo 83)
“La frontera entre «Estado» (polis) y «Naturaleza» ha quedado abolida. La ciudad del
hombre, que antaño constituía un enclave dentro del mundo no humano, se extiende
ahora sobre toda la naturaleza terrenal y usurpa su lugar. La diferencia entre lo artificial
y lo natural ha desaparecido, lo natural ha sido devorado por la esfera de lo artificial, y,
al mismo tiempo, el artefacto total —las obras del hombre convertidas en mundo, que
actúan sobre él y a través de él— está engendrando una nueva clase de «naturaleza»,
esto es, una necesidad dinámica propia, con la que la libertad humana se confronta en
un sentido totalmente nuevo. En otros tiempos podía decirse fiat iustitia, pereat mundus,
«hágase la justicia y perezca el mundo», donde «mundo» significaba, naturalmente, el
enclave renovable situado en un Todo que nunca sucumbiría. Habiéndose convertido
ahora en una posibilidad real la destrucción del Todo por actos del hombre —sean
esos actos justos o injustos—, tales palabras no pueden ya ser pronunciadas ni
siquiera en sentido retórico. Cuestiones que nunca fueron materia de
legislación penetran en el campo de las leyes de que ha de dotarse la «ciudad» a fin de
que haya un mundo para las generaciones humanas venideras” (Hans, 2014, pág. 54).
5
Pachamama es un palabra en quichua que significa la madre tierra.
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El principio de responsabilidad transciende el ser humano hacia la conservación de la
vida existente en el contexto cultural- social y territorial, atribuidos como principio de bien
común de todos que no debemos enajenar ni usurpar en beneficio personal o de grupo.
De esta manera, desde la Ética Social, la finalidad del Bien Común es permitir “vivir
bien”, porque se respeta y promueve el valor de la persona, procurando su bienestar y
felicidad como si fuera el bien propio y el bien social constituido en: “mi bien es que usted
realice y promueva su propio bien y felicidad”, o “mi felicidad está en que usted construya
su propia felicidad y la de los demás”. Así, “no se honra, en efecto, al que no proporciona
ningún bien a la comunidad, pues el bien común se otorga al que favorece a la
comunidad, y el honor es un bien común.” (Aristóteles, 2014, pág. 244)
Es entonces, que “la primera actitud que sugiere la consideración de la dignidad de todo
ser humano es la de respeto y rechazo de toda manipulación: frente a él no podemos
comportarnos como nos conducimos ante un objeto, como si se tratara de una "cosa",
como un medio para lograr nuestros fines personales. El principio de respeto, en toda
acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno - a ti mismo y
a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona.
Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser
humano. El respeto por la autonomía del individuo, que se sustenta esencialmente en el
respeto de la capacidad que tienen las personas para su autodeterminación en relación
con las determinadas opciones individuales de que disponen (Caixa", 2012)
La tolerancia humana no implica indiferencia ante los problemas y crisis sociales que se
presentan en la sociedad y en los diversos contextos culturales, donde se presenta el
desafío de tratar a los demás con ecuanimidad.
La igualdad es la práctica virtuosa de tratar al otro como nos gustaría que nos traten a
nosotros. Y comprometerse en respetar al otro en sus diferencias existenciales para no
discriminar por condición social, religiosa, sexual, o de alguna índole de tendencia
política.
Principio de igualdad que se expresa en la Constitución Política del Ecuador, del 2008
en la Sección primera, donde los correlaciona con el Principio de participación, que en
el Art. 95 enuncia:
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Como invoca la Constitución 2008, la igualdad entre personas lleva a la equidad porque
“lo equitativo, si bien es mejor que una cierta clase de justicia, es justo, y no es mejor
que lo justo, como si se tratara de otro género.., así lo justo, y lo equitativo son lo mismo,
y aunque ambos son buenos, es mejor lo equitativo”. (Aristóteles, 2014, pág. 157)
Principios personales que constituyen y son una fuerte referencia de los principios éticos
sociales que permiten una excelencia social, profesional y por consiguiente la felicidad
como el buen vivir de la sociedad.
Es al niño al que se debe formar la conciencia moral y ética de respeto al otro, ser
tolerante ante la diferencia; actuar con respeto en las relaciones personales, a ser
agradecido, a pedir un favor; y, por último, formar la razón moral implica, educar en
pensamientos positivos como: ¡sí puedo, soy capaz, lo lograré, soy feliz¡; con la finalidad
de gestar una persona segura de sí misma, de su autoestima elevada, y de sus
capacidades cognitivas integradas.
El diagrama ético- social, desarrolla de forma sistemática y sintética, los diversos niveles
de la axiología que permiten fundamentar una jerarquía de valores aplicables a la
realidad del ciudadano actual, el mismo que abarca de forma interactiva las diferentes
aplicaciones de la ética con la finalidad de ver congruencia en los valores.
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Diagrama 1: Ética y Axiología Aplicada. Autor: Jumbo Ítalo
La ética aplicada a diversos estamentos sociales, implica una gama de valores que
necesariamente deben conectarse e incorporarse en la vivencia y cultivarse
paulatinamente en la escala evolutiva del ser humano. En esta ocasión se presentan
cuatro esferas (religiosa, social, política y ecológica) que al interrelacionarse producen
un efecto positivo en la persona que los integra. De esta forma, planteamos:
El nivel ético religioso, hace hincapié en el principio de la caridad que admite establecer
vínculos sociales con las demás personas en relación de tolerancia y respeto, lo que
plenificará y realizará a la persona en la edificación del proyecto de vida.
El nivel ético social, establece unos principios a ser labrados como son la puntualidad y
el ahorro, en relación con los valores de tolerancia y justicia social que contribuyan a
relaciones formidables de amistad en todos los parámetros sociales. De esta manera,
construir la justicia social como la capacidad de “un hombre que actúa justamente por
elección, y obra justamente si solo obra voluntariamente.” (Aristóteles, 2014, pág. 152).
Y el ahorro que persuade evitar gastos indebidos del capital monetario, evitando
descender al círculo vicioso de consumo, endeudamiento y despilfarro.
Al respecto, el nivel ético político establece los principios de libertad y paz, a partir del
fortalecimiento de los valores como son la participación, la caridad, el respeto, la verdad
y la justicia social. Esta cultura de paz conlleva la vivencia de deberes y derechos
teóricamente existentes entre las personas y lo reglamentado en la sociedad, en cuya
inoperancia y violación se acude a la aplicación responsable de las leyes jurídicas que
penalizan, sancionan y obligan a la persona infractora por el incumplimiento de estas.
19
Por último, el nivel ético ecológico, robustece el principio de responsabilidad en relación
con la protección y defensa del Medio ambiente, como casa y bien común de todos los
organismos vivos, con el afán de conservar sin deteriorar los recursos naturales no
renovables.
Como advertimos, este diagrama ético-social admite a los ciudadanos asumir deberes
y derechos que deben cumplir por medio de códigos de ética, que en la actualidad son
importantes y relevantes dentro de las instituciones públicas y privadas; ante esta
necesidad actual, se establece la urgencia de éticas aplicadas que están en relación con
las instituciones que las representan en la pluralidad de sociedades, por ejemplo: la ética
del comunicador, la ética del ingeniero, la ética del educador; la ética religiosa, etc; es
decir, la ética obliga a la actualización de normas y deberes en torno a la reflexión y
análisis del hecho moral de las personas en sociedad porque la misma es cambiante y
exige reflexionar y actualizarse.
En primer lugar, desde el pensamiento filosófico, todos los seres humanos generamos
ideas, pensamientos, sean éstos positivos o negativos; lo cual conlleva a un sentimiento
a partir de la manera de pensar. Igualmente, este sentimiento generado sea positivo o
negativo, comporta una decisión correcta o incorrecta, la misma que se expresa en la
realización o no de la acción buena o mala, correcta o incorrecta, santa o pecadora, justa
o injusta, lícita o ilícita. La acción permite construir habilidad, que con el paso del tiempo
genera un hábito o costumbre, que desemboca en una actitud positiva o negativa
dependiente del proceso que se desarrolló en la formación de la persona. Por
consiguiente, todo este desarrollo cognitivo y psicológico de la persona a partir de la
20
moral, ha construido cultura, y es en la misma donde el ciudadano ejerce costumbres
buenas o malas. Todo depende del comportamiento y conducta en relación con los
demás y en la posibilidad activa, pasiva o indiferente en la participación política.
1.- Ideas
2.-Sentimientos
3.-Decisión
4.-Acción
5.-Hábito
6.-Costumbre
7.-Actitud
8.-Cultura
9.-Estado
10.-Politica
La formación académica tiene el deber de educar y forjar personas morales y éticas; por
tanto, toda institución académica debe plasmar en su misión y visión, “el deber ser” del
futuro egresado y graduado constituido en honesto y buen ciudadano. Así se replica
entonces, que: “Las instituciones de educación superior deben contribuir a que los
futuros profesionales desarrollen una visión y sentido moral, que pueda guiar su práctica
y refleje en sus acciones un conjunto de valores (responsabilidad, solidaridad, sentido
de la justicia, servicio a otros). Ello obliga a preparar a los profesionales, y especialmente
a los educadores, a comprender las complejidades éticas y morales de su papel, para
tomar decisiones informadas en su práctica profesional”. (Bolívar, 2006, pág. 120)
21
“La reestructuración de las carreras universitarias y de la misión de la universidad del
siglo XXI ofrece una oportunidad institucional para rediseñar los planes de estudio,
configurando esta institución como una experiencia de vida que contribuye,
decididamente, al desarrollo moral de los estudiantes. Si las competencias son recursos
personales, en el núcleo de esos recursos están los valores, aun cuando sea una
competencia que se sitúa en un orden diferente.” (Bolívar, 2006, pág. 119)
Conclusión:
La Formación ética y la moral son los aspectos que guían el comportamiento del ser
humano, que lo diferencia del animal por estar siempre en constante desarrollo cognitivo
y moral, para configurarse como buena o mala persona dentro de la familia y la sociedad.
Entonces, solamente la práctica de las virtudes, desde la vivencia axiológica de los
valores, permitirán el éxito y la realización personal en proyección social que contempla
una vida feliz y en paz; porque la misión del ser humano es amar y ser feliz. Por
consiguiente, cada persona tiene la obligación y el deber moral y ético de amarse,
aceptarse, respetarse, valorarse y, dar felicidad; lo que significa ser recíproco con todos
aquellos con quien entra en relación, de quien la sociedad espera se constituyan en
personas virtuosas que en la práctica moral testimonian ser buenos y honrados
ciudadanos, por ende, excelentes profesionales.
22
UNIDAD II
CORRIENTES DE LA ÉTICA
Como conocemos, todas las culturas del mundo han desarrollado sus creencias acerca
de lo bueno y lo malo con respecto al comportamiento social. Todas las sociedades han
definido sus costumbres, normas, reglas, valores, etc., es decir han creado su moral. A
pesar de esto, no hay que confundir un sistema de creencias morales con el desarrollo
de una teoría moral propiamente dicha (Dussel, 2000). Al ser la Ética la filosofía de la
moral, es una disciplina que va muy unida a las corrientes filosóficas dominantes en
determinada época y sociedad. Así tenemos corrientes filosóficas en la Grecia clásica,
en la Edad media, en la Modernidad y también en la época contemporánea. En cuanto
a lo social, es evidente que todas las sociedades del mundo han tenido su sistema moral,
pero no todas han teorizado filosóficamente sus morales particulares, es decir no todas
han desarrollado una ética. En el presente capítulo analizaremos los modelos éticos
surgidos mayoritariamente en la sociedad europea y uno en la Latinoamericana (la ética
de la liberación).
Analizar todos los modelos de ética surgidos en esta época sería muy extenso, por esta
razón, en este acápite, sólo analizaremos tres modelos fundamentales: la ética de
virtudes de característica principalmente aristotélica, el epicureísmo y el estoicismo.
Debido a la gran influencia ejercida por Platón en el pensamiento Ético de occidente,
haremos una breve exposición de su pensamiento, en especial del dualismo
antropológico, ya que influyó grandemente en la formación de la moral cristiana en la
edad media y la moral protestante que todavía pervive en la actualidad en muchos
grupos religiosos no católicos.
Para Platón (427-347 a.C.), el ser humano está compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo
será la parte material, temporal y corruptible, mientras que el alma será aquello que es
inmaterial, puro y eterno. Esta visión negativa del cuerpo le lleva a Platón a expresar
que el alma está encerrada y encadenada en el cuerpo como en una celda y es obligada
a hacer todo lo que el cuerpo le pide en forma de deseos y pasiones (Bordoy, 2016).
Para liberar al alma, según Platón, el Hombre debe dedicarse a la filosofía, sólo así el
23
Hombre, llegando a ser un verdadero filósofo, podrá alejarse de las pasiones del cuerpo,
dominándolas para evitar entregarse a ellas (Bordoy, 2016). No es de extrañar que esta
visión del cuerpo haya generado una connotación negativa de lo sexual, dando como
resultado en la Edad media, una moral religiosa muy puritana y muchas veces represiva.
La ética basada en las virtudes fue desarrollada principalmente por Aristóteles (384-
322 a.C.). Para explicar el significado de virtud, Aristóteles analiza la naturaleza de las
acciones humanas. Observa que dichas acciones están dirigidas por los aspectos
apetitivo y volitivo de la persona, es decir, toda acción humana se la realiza en base a
la volición, la deliberación y la decisión. Es evidente que cuando queremos algo,
primeramente analizamos –deliberamos- la manera de conseguirlo y después tomamos
una decisión para realizar las acciones pertinentes para alcanzar el objetivo deseado.
Tanto la deliberación como la decisión requieren de un esfuerzo racional, después de
un análisis reflexivo se realizan las acciones correspondientes para obtener la opción
elegida. Gracias a las acciones es posible comprobar si se ha logrado el objetivo o no.
De haber logrado lo deseado, se repiten las acciones de modo que se llegue a dominar
el modo de obtener el fin, de esta forma se ha desarrollado un hábito. En lo que respecta
al comportamiento humano, el desarrollo de un hábito es el que genera un
comportamiento adecuado, el cual, Según Aristóteles (2001) da origen a la virtud.
La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia
para nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el hombre
prudente. Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por
defecto. Y así, unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo debido en
las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término
medio. Por lo cual, según su sustancia y la definición que expresa su esencia, la
virtud es medio, pero desde el punto de vista de la perfección y del bien, es
extremo. (Aristóteles, 2011, pág. 6)
24
De esta forma, indica que la virtud ética es el hábito de decidir bien conforme a la
elección del término medio entre dos extremos. Otra cosa son las virtudes dianoéticas
cuya función es descubrir la naturaleza de las cosas y los actos humanos. Para explicar
las características de las virtudes dianoéticas, Aristóteles analiza las funciones de la
diánoia o parte racional del alma. Tales funciones son: la teórica, la poiética y la práctica.
La racionalidad teórica, analiza las cosas que “no pueden ser de otra manera”, así
tenemos las leyes de la naturaleza, los elementos químicos, el surgimiento del universo,
etc. En general es el conocimiento científico. La poiética, -del griego “poiein”: hacer,
fabricar, producir- es la razón que ayuda a construir objetos, ya sea en el arte o en la
industria. Finalmente la racionalidad práctica, analiza el modo de conducir la vida de un
modo bueno y justo, a esta racionalidad le corresponde la virtud de la prudencia
(phrónesis).
1.2. El Epicureísmo
25
naturaleza; pero en esta época de desconcierto, no todos tenían la misma noción de
naturaleza, en consecuencia dicho concepto tuvo que ser definido posteriormente por
cada corriente particular.
Si bien es cierto que Epicuro opta por el placer como principio de todo bien, hay que
puntualizar que no se trata del placer descontrolado que al fin y al cabo solo causa dolor.
Se trata de aquel placer que hace feliz al hombre. Dicho placer es un placer tranquilo y
equilibrado. De no ser así devendrá en sufrimiento, en inquietud y en ansiedad. De esta
forma, Epicuro expresa que los verdaderos placeres son los del espíritu, es decir esos
placeres sutiles y refinados que dejan un recuerdo agradable de tal forma que hacen
desear su repetición (González Álvares, 2002). Es así como Epicuro piensa que, aquello
que hace posible la sabiduría y la auténtica felicidad es el placer y el entendimiento
calculador, siendo el entendimiento el que posibilita distinguir los tipos de placeres de
acuerdo al tipo de deseo. Lo dicho lo confirma Montserrat J. ( 2005) al citar la carta a
Meneceo, aquí Epicuro expresa que:
Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los
otros vanos, y entre los naturales hay algunos que son necesarios y otros tan sólo
naturales. De los necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad;
otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida. De modo que, si los
conocemos bien, sabremos relacionar cada elección o cada negativa con la salud
del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste es el objetivo de una vida feliz,
y con vistas a él realizamos todos nuestros actos, para no sufrir ni sentir turbación.
[…] Por este motivo afirmamos que el placer es el principio y fin de una vida feliz,
porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito, a partir del cual
iniciamos cualquier elección o aversión y a él nos referimos al juzgar los bienes
según la norma del placer y del dolor. […] Cada placer, por su propia naturaleza,
es un bien, pero no hay que elegirlos todos. De modo similar, todo dolor es un
mal, pero no siempre hay que rehuir del dolor. Según las ganancias y los
perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien
se torna en mal, y otras veces el mal es un bien. (pág. 61)
Como se puede observar, Epicuro indica que para llegar a la felicidad a través del placer,
toda persona debe tener una actitud reflexiva y prudente a la hora de elegir los distintos
placeres, pero, gracias a la razón prudencial, va más allá de la mera elección de los
26
placeres, propondrá un ideal de Ser humano. Esto lo podemos constatar cuando
expresa que:
De esta forma Epicuro indica que el hombre debe superar los distintos miedos que le
aquejan: a los dioses, a la muerte, al destino y al dolor y tomar conciencia de que es un
ser con voluntad libre, hecho que lo hace responsable de sus actos.
1.3. Estoicismo
Surgida en el siglo III a.C. en Grecia, esta corriente perduró hasta el siglo II d.C. ya en
el imperio romano. Por esta razón aglutina a autores tanto griegos como romanos. Los
más destacados fueron: Zenon (301 a.C.) –fundador-, Posidonio, Séneca, Epicteto,
Marco Aurelio entre otros. Esta escuela es contemporánea y contraria al epicureísmo.
Su nombre proviene de la Stoa o pórtico, lugar en donde se reunían Zenón y sus
primeros discípulos. Este modelo es de carácter fundamentalmente moral. Su contenido
es el de entender al mundo como un cosmos, es decir un orden universal. Dicho cosmos
está regido por leyes inmutables que gobiernan todo, inclusive la vida humana. Por tal
razón, para conseguir la felicidad, el hombre debe adaptarse a dichas leyes. La forma
en que se consigue el fin descrito es la apatheia, un estado de indiferencia positiva frente
a los acontecimientos. Para lograr dicho estado se debe cultivar la ataraxia o
imperturbabilidad. De esta forma, al no dejarse perturbar por nada, el hombre alcanza
la perfección y la felicidad (González Álvares, 2002). Epicteto (2015) lo explícita de la
siguiente manera:
Si quieres ser dichoso, […] no desees por ahora nada con pasión; porque si
deseas cosas que no dependen de ti, es imposible que no te veas frustrado. Y si
deseas las que de ti dependen, advierte que no estas bastantemente instruido de
lo que es necesario para desearlas honestamente. Por lo cual, si quieres hacer
bien, acércate a ellas de manera que puedas retirarte cuando quieras. Pero todo
esto se ha de hacer con medida y discreción.
27
o extranjeros, etc. Esto dio como resultado una visión universal del Hombre. (Epicteto,
2015) A este respecto es muy decidor lo expresado por Séneca:
Otro aspecto interesante del estoicismo es su rechazo a los placeres corporales. En este
aspecto coincide con la filosofía de Sócrates y en especial con Platón, los que veían el
aspecto corporal como secundario o más aún negativo; inclusive Epicuro, como ya
mencionamos anteriormente, consideraba que el placer más elevado era el espiritual y
no el corporal. Epicteto (2015) expresa este rechazo de la siguiente manera:
28
ese placer que procede del intelecto, de la filosofía. Para lograr dichos placeres hay que
superar el miedo al dolor, al destino, a la muerte y a los dioses.
Para reflexionar:
b) Indique cuales son los temores que debe superar el hombre para tener una vida
placentera y feliz.
Para analizar la Ética en la Edad Media, debemos tomar en cuenta tres factores
fundamentales: el aporte de la filosofía griega, el auge y caída del imperio romano y el
surgimiento y consolidación del cristianismo. Como nos cuenta la historia, luego de la
muerte de Alejandro magno, el gran Imperio helenístico queda en poder de los generales
de Alejandro, principalmente: Casandro, Lisímaco, Ptolomeo y Seleuco. En medio de
esta convulsión geopolítica, aparecieron el epicureísmo y el estoicismo. Estas corrientes
filosóficas, como ya se analizó anteriormente, de una u otra manera, tuvieron la
influencia del pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles. En occidente, ya desde el
753 a.C. irá surgiendo un pueblo que llegará a dominar el mundo de la antigüedad:
Roma. Como conocemos Roma asimiló la cultura griega; no es casual que la mitología
romana sea muy similar a la griega. En el auge del poderío romano, en una provincia
apartada llamada Judea, apareció un personaje que trastocó la religión judía, dio una
doctrina nueva y poco a poco, desplazó a las religiones antiguas vigentes en el imperio:
Jesús de Nazaret.
Jesús no fundó una corriente filosófica ni desarrolló un sistema moral, sin embargo su
mensaje de amor caló profundamente en la vida de sus contemporáneos y en quienes
en el futuro llegaron a conocer su pensamiento. Su obra no fue un sistema teórico de
29
pensamiento, lo que hizo en principio fue fundar una comunidad es decir una iglesia. 6
La primera iglesia de Jesús fueron sus doce apóstoles y fue a ellos a quienes les dio su
mensaje, es decir les dio su palabra, de esta manera se entiende que Jesús le dio su
palabra a la Iglesia. No escribió el nuevo testamento sino que instruyó a su Iglesia. Y es
precisamente la iglesia la que, en base a las enseñanzas de Jesús, escribirá el nuevo
testamento y organizará la biblia como la conocemos hoy.
La palabra que Jesús le dio a su primera Iglesia se centra en el mandamiento del amor;
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13:34). La mayoría de sus
parábolas enseña que la relación entre los seres humanos debería centrarse en el amor,
es decir, en el perdón, la solidaridad, el respeto, la paz, la justicia, etc. Para entender a
ciencia cierta el mensaje de Jesús, es muy decidor el pasaje de la mujer adúltera:
Como podemos ver, este pasaje, prácticamente marca el punto de inflexión en la forma
de entender a Dios. Del Dios de la ley del judaísmo al Dios padre que ama perdona y
salva proclamado por el cristianismo. Con el tiempo, el desarrollo de este mensaje fue
estructurando lo que después se catalogó como la doctrina cristiana, doctrina que influyó
en la moral del cristianismo naciente, el de la Edad media y, de una u otra manera, en
la moral de los siguientes siglos hasta la actualidad.7
6
Iglesia viene del griego Ekklesia que significa asamblea, es decir, comunidad, grupo, congregación. No es una
construcción física. Al edificio que hoy se denomina Iglesia, realmente es el templo.
7
Es importante aclarar que no todos los que han creído en Cristo han desarrollado una misma moral cristiana. Desde
el surgimiento de la reforma protestante y con ella las miles de denominaciones cristianas, las ideas acerca de Jesús
como de su doctrina han sido muy diversas, esto dio como consecuencia que aparezcan muchas formas de entender
el cristianismo y por ende la moral cristiana.
30
fueron: san Agustín de Hipona en el siglo V quien se basó en la filosofía platónica y,
santo Tomás de Aquino en el siglo XII, quien se fundamentará en Aristóteles.
Nace en Tagaste, norte de África, en el año 354 d.C. y muere en el 430 d.C. A pesar de
que perteneció a la época romana, su aporte al pensamiento filosófico-teológico de la
época fue tan importante que influyó de manera notoria en gran parte de la Edad Media.
Muchos autores lo consideran el iniciador del pensamiento medieval, ya que su obra fue
realizada en los días en que Roma fue invadida por los bárbaros, llegando a ser
destruida definitivamente en el 476.
Para Agustín, la moral, es la vía a través de la cual el hombre puede regresar a su lugar
de origen, es decir a Dios -representado en la Ciudad de Dios-. Aquí se parte de una
condición inicial: el Hombre está extraviado de Dios debido a sus tentaciones egoístas.
Pero Dios no abandona al Hombre y le envía la sabiduría encarnada, es decir envía a
Jesús y también le concede su Gracia, ese don gratuito que le ayuda a fortalecer su
voluntad débil. De esta forma, nuestro autor expresa que los verdaderos contenidos de
la moral no son otros que las enseñanzas de Jesucristo, sintetizadas en el mandato de
“amar a Dios y al prójimo como a uno mismo” (Mt, 22, 37-39). Según san Agustín, la
única vía verdadera para llegar a la felicidad será seguir los planteamientos de
Jesucristo; considera también que es un camino que todos los hombres pueden seguir,
ya que no requiere el conocimiento racionalista propio de los filósofos. (Cortina Adela &
Martinez Emilio, 1998).
Es necesario responder que es imposible que la felicidad del hombre esté en las
riquezas. Al decir del filósofo en la Política, hay dos clases de riquezas, las
naturales y las artificiales. Las naturales son aquellas que sirven al hombre para
satisfacer sus necesidades naturales, como el alimento, la bebida, los vestidos,
los vehículos y las habitaciones y otras cosas semejantes. (…).
Pues bien, es evidente que la felicidad del hombre no puede consistir en las
riquezas naturales porque a éstas se las busca con otra finalidad ulterior, es decir,
para sostenimiento de la naturaleza del hombre y, por ello, no pueden ser fin
último del hombre sino que se ordenan al hombre como aun fin. De ahí que en el
orden de la naturaleza todas ellas están por debajo del hombre y hechas para el
hombre. (Tomas de Aquino, Art. 1)
De esta manera, nuestro autor indica que la felicidad completa del Hombre, solo será
posible en la vida después de la muerte, pero mientras llega esa vida, la felicidad que
más se le asemeja es la contemplación de la verdad.
Para reflexionar:
Como ejemplos de este giro hacia la ciencia tenemos a personajes como: Leonardo da
Vinci, quien no fue solo un gran pintor y escultor, sino que también se dedicó a las
ciencias; Nicolás Copérnico, quien desarrollo la teoría Heliocéntrica de carácter más
científico superando las especulaciones de Ptolomeo y Aristóteles; Paracelso desarrolló
tratamientos médicos de acuerdo a la especificidad de las enfermedades; Vesalio hizo
33
estudios de anatomía, mientras que Miguel Sevet descubrió la circulación de la sangre.
Otro factor que significó un giro radical en el entendimiento del bien y del mal, desde la
perspectiva religiosa, fue el surgimiento de la Reforma Protestante en 1517. Debido a la
influencia de Martín Lutero y en especial a la de Juan Calvino, el cristianismo fue
interpretado desde distintas perspectivas. Ya no hubo una sola versión oficial
promulgada por un magisterio, en este caso el magisterio de la Iglesia católica presidido
por el Papa, sino que cada persona o grupo pudo hacer su interpretación particular. Es
así como surgieron muchas denominaciones cristianas que, basándose en la Biblia,
desarrollaron sus propias concepciones de lo bueno y lo malo.
Cabe destacar un hecho evidente en la historia del pensamiento del occidente europeo.
Y es que, en los lugares en donde el cristianismo protestante era la religión mayoritaria,
fue en donde se intentó matar a Dios. Así tenemos a Marx, Nietzsche y Freud, llamados
por Paul Ricouer como los maestros de la sospecha, y por Mircea Eliade: los grandes
reduccionistas. Estos personajes desarrollaron sistemas filosóficos tendientes a
erradicar a Dios de la conciencia del Hombre. Este fenómeno no aparece mayormente
en lugares en donde la fe católica era la fe mayoritaria. Un ejemplo claro es el caso de
don Bosco. Mientras que en Alemania (Marx y Nietzsche) y Austria (Freud) tratan de
matar a Dios, en Italia, en los mismos días, don Bosco, en base a su fe religiosa,
realizaba una gran obra en favor de jóvenes inmigrantes sumidos en la pobreza y el
abandono. De esta forma, queda en evidencia que no necesariamente la religión es el
opio del pueblo como afirmaba Marx o que Dios había muerto como decía Nietzsche.
Es obvio que la religión puede ser tomada como un instrumento tanto de edificación
humana, como de destrucción humana, todo depende de la forma en que los líderes
religiosos encaminen las creencias y los preceptos que toda religión tiene (Acosta,
2018).
Basándose en la razón práctica, Kant entiende que todo Ser humano está consciente
de que debe cumplir ciertas reglas que le son incómodas, es decir, está consciente de
que debe obedecer ciertos imperativos categóricos, a pesar de que sus inclinaciones
naturales le indiquen lo contrario. Es así que, en Kant, el comportamiento Ético no
depende de los apetitos naturales sino del deber que reconocemos como criaturas
racionales. (Cortina Adela & Martinez Emilio, 1998). Para reconocer dicho deber, la
condición fundamental será la autonomía de la persona. De esta forma, el
comportamiento moral estará basado únicamente en la convicción personal y no en lo
puedan indicar entidades externas como: El estado, la Iglesia, la Cultura, etc. Cabe
indicar que, el hecho de que alguien base su comportamiento moral en preceptos ajenos
a la voluntad personal, Kant lo cataloga como heteronomía. De ahí que la propuesta
kantiana sea superar esta actitud heterónoma. Para lograr este objetivo el Hombre
deberá guiarse por su razón y voluntad, desarrollar su autonomía y guiarse por el Deber.
Esto implica que el querer hacer el bien, el tener una buena voluntad, debe
fundamentarse en el hombre mismo y no en cosas externas a él. (González Álvares,
2002).
Tanto la autonomía, como la buena voluntad y el deber, llevan a Kant (2007) a buscar
una forma para entender qué actos son morales y que actos no lo son. Buscará definir
qué es lo que debe guiar las acciones de los Seres humanos. En base a estas
motivaciones, desarrollará las tres formulaciones del Imperativo categórico:
Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne
ley universal”, (…) “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu
voluntad, ley universal de la naturaleza,” (…) “Obra de tal modo que uses la
humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre
como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio (pág. 42)
Como podemos observar, Kant no proporciona preceptos concretos, sino que propone
una forma para que cualquier persona esboce la máxima de su acción, es decir,
desarrolle la idea que ha de guiar su comportamiento. La condición fundamental es que
pueda convertirse en ley universal. No se trata de cualquier idea antojadiza, sino que
debe poder ser compartida por todo Ser humano.
De esta manera, conduce la ley moral por el concepto de supremo bien, como
objeto y fin de la razón pura práctica, a la religión, esto es, al conocimiento de
todos los deberes como mandatos divinos, no como sanciones, es decir, ordenes
arbitrarias y por sí mismas contingentes de una voluntad extraña, sino como leyes
esenciales de toda voluntad libre por sí misma, que sin embargo, tienen que ser
consideradas como mandatos del ser supremo, porque nosotros no podemos
esperar el supremo bien […] más que de una voluntad moralmente perfecta
(santa buena), y al mismo tiempo todopoderosa, y, por consiguiente, mediante
una concordancia con esa voluntad. (pág. 113)
Con lo dicho, Kant indica que la razón no conduce ni a la incredulidad religiosa ni a una
demostración científica de la existencia de Dios. Solo expresa la necesidad de dar
cabida a la esperanza de que Dios exista; en otras palabras, la razón nos permite afirmar
que Dios existe no como una certeza absoluta, sino como un postulado más de la Razón.
3.2. Utilitarismo
(…) lo que mueve a los hombres a obrar es la búsqueda del placer, pero
considera que todos tenemos unos sentimientos sociales, entre los que destaca
el de simpatía, que nos llevan a caer en la cuenta de que los demás también
desean alcanzar el mencionado placer. El fin de la moral es, por tanto, alcanzar
la máxima felicidad, es decir, el mayor para el mayor número de seres vivos. Por
tanto, ante cualquier elección, obrará correctamente desde el punto de vista moral
quien opte por la acción que proporcione «la mayor felicidad para el mayor
número». (Cortina Adela & Martinez Emilio, 1998, pág. 78 y 79)
36
Ya en 1764, Cesare Becaria formuló por primera vez el principio de utilidad, es decir: «la
máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas». A pesar de esto,
se considera a Jeremy Bentham y a John Stuart Mill como los creadores del utilitarismo.
(Cortina Adela & Martinez Emilio, 1998)
Inicialmente, Bentham propone que la mayor felicidad de todos puede ser un objetivo
universal, pero se da cuenta que los modos de ser feliz son diferentes para cada
individuo, razón por la cual podrían entrar en conflicto. De hecho, la felicidad de uno
podría ser la infelicidad de otro u otros. Estas son las razones por las que Bentham
considerará que el objetivo universal de toda legislación deberá ser: procurar el mayor
placer para el mayor número posible (Bentham, 1789). De esta manera el utilitarismo
busca conciliar el interés personal con el deber y el bienestar social.
Según Mill, el criterio para realizar el deber es muy subjetivo, esto se debe a que es en
la mente en donde se producen las acciones y conductas; de ahí que la obligación moral
no sea algo innato sino adquirido a pesar de que siga siendo algo natural. Es cierto que
la facultad moral no es parte de la naturaleza biológica del hombre, pero sí se deriva de
ella. Es por eso que, gracias a los sentimientos, es posible entender la felicidad general
como criterio moral. Sentimientos como el deseo de unión con el prójimo es tan natural
en el hombre que sería imposible eliminar los intereses de todos. Es por eso que el
interés colectivo se promueve a través de la cooperación gracias a la cual se pueden
alcanzar fines comunes. De esta manera, los intereses comunes se convierten en
intereses personales. Por tal razón Stuart Mill (1980) indica que “el hombre llega a tener
conciencia de sí mismo como un ser que por supuesto concede atención a los otros”
(pág. 65). Esto le lleva a pensar que la moral no es impuesta por la sociedad o la
educación, sino que surge del deseo de felicidad de todos y cada uno de los seres
humanos. (Vázquez, 2011)
En lo referente al principio de utilidad Mill indica que “la doctrina utilitarista establece que
la felicidad es deseable, y que es la única cosa deseable como fin; todas las cosas son
deseables sólo como medios para ese fin” (Mill, 1980, pág. 69). Este principio es
axiomático, su verdad es evidente por lo que no requiere de demostración. En este caso,
es evidente que todo ser humano desea la felicidad, es por eso que, dicho deseo, puede
convertirse en criterio moral y fin de la conducta. Y esto es así ya que, todo aquello que
el hombre desea: dinero, salud, bienes materiales, etc., son medios que comulgan con
el fin del utilitarismo, ya que “la felicidad no es una idea abstracta, sino un todo concreto;
37
y ésas son algunas de sus partes. Y el criterio utilitario lo sanciona y aprueba”. (Mill,
1980, pág. 73)
8
“Socialmente la época estaba marcada por la decadencia de la sociedad cristiano-burguesa alemana, con su moral
puritana llena de prejuicios; Nietzsche reaccionó contra la mediocridad y contra el convencionalismo de la moral
tradicional y su sistema de valores, porque son contranaturales y van contra la vida.” Tomado de:
www.juntadeandalucia.es
38
Otros factores sociales de la época fueron: la industrialización, los conflictos entre
burgueses y proletarios, el surgimiento de los nacionalismos, entre otros. En esta época
el proyecto racionalista de la Ilustración y la Modernidad empieza a caer en crisis. El
sueño de una sociedad fraternal, basada en la libertad e igualdad, desaparece, mientras
que Alemania se consolida como una nación. En este contexto surgirán también los
planteamientos de la voluntad de poder y el superhombre.
En cambio, según Nietzsche, los poderosos son escasos y solitarios, son una raza
superior con valores opuestos a los de los débiles. Su regla moral será desarrollarse
para alcanzar el poder y la grandeza. Quien pueda realizar el ideal del hombre poderoso,
llega a ser un superhombre (en alemán: übermensch). El superhombre es duro, sin
sentimientos, inmoral o amoral. Busca sus fines, no justifica nada, está más allá del bien
y del mal. Por esta razón, la moral judeo-cristiana será una moral de esclavos. (González
Álvares, 2002). En palabras de Nietzsche (2005) tenemos:
De esta manera, Nietzsche propondrá las tres fases de la moral: la del camello, la del
león y la del niño. El camello cargado de deberes, oprimido y agobiado por los deberes
que le impone la moral. El león que se revela y destruye la moral vigente. El niño que
vive de acuerdo a sus instintos, es inocente y no tiene moral 9, es el ideal del
9
“Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y
el león, por fin en niño [...] ¿Qué es pesado? así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y
quiere que se le cargue bien [...] ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la
propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? [...] Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el
espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más
solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar
su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere
convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién
es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? “Tú debes”, se llama el gran dragón.
39
superhombre. De esta forma el planteamiento Nietzscheano desemboca en un nihilismo
moral, propio de los poderosos, los dictadores, los empresarios, cuyo objetivo es triunfar
al precio que sea, guiados por el principio que ya lo expresaría Maquiavelo en el siglo
XVI: “el fin Justifica los medios”.
La ética marxista aparece a mediados del siglo XX, es desarrollada por los seguidores
de la corriente materialista, de la cual Karl Marx (1818-1883) es uno de sus grandes
representantes. El contexto económico y social en el que Marx desarrolla su filosofía es
el de la revolución industrial en la Alemania del siglo XIX, de hecho Marx es
contemporáneo a Nietzsche. En la generación del pensamiento de Marx, es importante
mencionar su oposición al capitalismo que, según Weber, surgió en base a la ética
producida por el cristianismo protestante, en especial el calvinista. Así tenemos que:
Los principios protestantes calvinistas son lo que Weber adopta en relación con
la génesis de éste nuevo sistema, es el calvinismo lo que da lugar a esta moral
capitalista, al espíritu en pro del progreso que se materializa, como consecuencia,
en acumulación de riqueza. Descarta el luteranismo en base a que éste no supera
el tradicionalismo del trabajo al encontrarse apoyado en el Antiguo Testamento,
negando la superioridad moral de la vida ascética (propia de los monásticos en
su tarea de glorificar a dios) y además revela la necesidad de obtener pan para
cada día, sí, pero no para todos. Sin embargo, el calvinismo en base los principios
de la predestinación más la necesidad de glorificar a dios, sí sienta las bases de
tal moral capitalista. Esta concepción religiosa, logra implantar en la mente la
necesidad de glorificar a dios, de organizar la vida social entorno a sus deseos,
encontrando como único modo de conseguirlo la dedicación a su profesión, pues
el trabajo es bueno en sí al margen del enriquecimiento personal, y es visto como
el éxito social deseado por dios. Este sacrificio no es perseguido por una
recompensa material, sino que es prueba de ser el elegido, de la predestinación
sobre la que no se puede influenciar en dios. (Duque, 2012, pág. 1)
Pero el espíritu del león dice “yo quiero” [...] Crear valores nuevos-tampoco el eón es aún capaz de hacerlo: más
crearse libertad para un nuevo crear, eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo
incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león [...] Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es
capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse
todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma,
un primer movimiento, un santo decir sí [...] Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu
se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño”. Nietzsche, Así habló Zaratustra.
40
tenía que resignarse a su suerte. Estas son las razones por las que Marx expresará que
“la religión es el opio del pueblo” y desarrollará una filosofía anti tea. De hecho
fundamentará su filosofía en la supuesta eternidad de la materia 10 creando el
materialismo dialectico. Como podemos observar en la introducción a la Crítica a la
Filosofía del Derecho de Hegel, Marx expresa:
(…)
Los elementos analizados fueron forjando la moral marxista. Además, el aporte social
e ideológico de Marx sirvió de base para las luchas de reivindicación de la clase
obrera de muchos pueblos del mundo. Es así como surgieron “sindicatos, grupos
políticos de izquierda, movimientos estudiantiles de protesta, pensamientos
liberacionistas, grupos defensores de los derechos humanos, movimientos de
conscientización popular.” (González Álvares, 2002, pág. 56)
Uno de los criterios que ayudaron a definir la ética marxista fue la praxis, siendo ésta
el criterio último de verdad. Para definir dicho criterio está: la acción, la producción, el
10
“La materia de nuestro universo ofrece un aspecto muy diverso, contrariamente a cómo ésta se presentaba en
sus orígenes. En el Big Bang solamente existía una masa de energía en donde todo era indiferenciado y confundido
en un volumen casi puntual pero, a medida que la temperatura baja y el universo se expande, aparecen nuevas
estructuras que darán lugar a la materia tal como la conocemos hoy en día. Las teorías más modernas apuntan al
hecho de que el origen de la materia y la energía es exterior al propio universo.” Pedro Vilarroig en:
http://www.ehu.eus/sem/macla_pdf/macla4_5/Macla4_5p15.pdf
11
Como es conocido, don Bosco creó el oratorio festivo, que no era más que un lugar de acogida para que los
jóvenes marginados de la época tuvieran un espacio seguro para recrearse y luego para aprender oficios como la
imprenta, la zapatería o la sastrería, oficios que les ayudaría a encontrar un trabajo digno, evitando así caer en la
delincuencia.
41
trabajo, la eficacia histórica, gracias a estos criterios se define la bondad moral. Es
así como Lenin, en su discurso pronunciado en el III Congreso de la Unión de
Juventudes Comunistas de Rusia el 2 de octubre de 1920 expresará:
¿En qué sentido negamos nosotros la moral?, ¿en qué sentido rechazamos la
moralidad?
Cabe indicar que el Papa León XIII, en medio de la convulsión social provocada por
la lucha de clases y los planteamientos marxistas, escribió la encíclica Rerum
Novarum. Aquí se dieron lineamientos tanto para obreros como para patronos. Su
42
contenido moral, era de avanzada ya que promovía la justicia, la igualdad y el respeto
para todos los actores sociales.
Como respuesta y crítica a la ética formal kantiana, aparecerá a inicios del siglo XX la
ética material de los valores. Inmerso en la corriente axiológica y utilizando el método
fenomenológico de Husserl, Max Scheler intentará superar lo que a su criterio considera
erróneo en la ética de Kant. De acuerdo a Scheler, el error de Kant fue considerar que,
en el momento de entender la realidad moral, el Ser humano sólo usa las facultades de
la razón y la sensibilidad. Dirá que eso es un error, ya que la naturaleza del Ser humano
no es solo sensible y racional, sino también emocional. A decir de Scheler, el Ser
Humano, gracias a la «intuición emocional» también puede entender a priori la realidad,
en este caso la realidad del valor. Es así como: preferir odiar, estimar, amar, no son
actos sensibles ni racionales, sino emocionales, a través de los cuales es posible captar
a priori, contenidos materiales no sensibles, es decir se pueden captar los valores
(Cortina Adela & Martinez Emilio, 1998).
Con este precedente, Scheler creará una teoría del valor propiamente dicha, es decir
creará la axiología. En base a dicha teoría, nuestro autor dirá que los valores son
cualidades dotadas de contenido, independientes de las cosas y de los estados de
ánimo del sujeto, más aún, indica que, gracias a los valores, será posible articular de
mejor manera el bien y el deber. (Cortina Adela & Martinez Emilio, 1998)
Con el análisis de los valores, Scheler desarrolla la axiología, es decir la teoría del valor
o estudio de los valores; la sustentará en tres principios: 1) Los valores son positivos y
negativos es decir tienen polaridad; 2) El valor y el deber se relacionan. La realización
de un antivalor pone en evidencia la necesidad –el deber- de realizar el valor; 3) Los
valores tienen jerarquía. Hay valores superiores e inferiores y son captados gracias a la
intuición emocional. De estos principios Scheler infiere que el bien moral consistirá en
43
la voluntad de realizar un valor moral superior en lugar de uno inferior. (Cortina Adela &
Martinez Emilio, 1998)
Esta propuesta ética pertenece al filósofo argentino Enrique Dussel y es la única que
aparece en el contexto latinoamericano. Relacionada estrechamente con la teología de
la liberación, aparece en Latinoamérica en la década de los sesentas. Esta ética surgirá
de la conciencia del estado de miseria y opresión en que se encontraba el pueblo
latinoamericano y muchos países del mal llamado tercer mundo. Como nos relata la
historia, en la época indicada, la pobreza en los pueblos de Latinoamérica era extrema
y era ocasionada por los grupos pudientes locales y la injerencia norteamericana en la
política y la economía de los países de centro y sur América. Como bien lo indica
Carolina Rojas (2013):
Hacia principios del siglo XX, era evidente el interés que Estados Unidos tenía en
el control total de los países de América Latina desde todo punto de vista: político,
económico y militar. Y era evidente, también, que dicho control sería ejercido de
una manera u otra. Así, en un discurso pronunciado en Nueva York en el año
1900, el (aún no) Presidente estadounidense, Theodore Roosevelt, utilizaría una
expresión para significar la clase de política exterior que debía ser aplicada a los
países latinos: “Speak softly, and carry a big stick” (“Habla suave, y lleva un gran
garrote”), insinuando que por medio de la fuerza (militar) la voluntad
estadounidense sería impuesta.
44
se cierran sobre sí mismos en un egoísmo radical, negando la posibilidad y el derecho
al desarrollo intelectual y material de los demás, en especial de las clases más
desposeídas o débiles. Para ejemplificar lo dicho, Dussel (1977) recurre al mito bíblico
de Caín y Abel:
El mito de Caín y Abel muestra simbólicamente una situación real, cuyo análisis
conducirá a una visión distinta del problema del mal. Caín es la totalidad y Abel
es el Otro. Lo que pasa es que Caín, por razones que aquí no interesan, mata a
Abel. ¡Vean como, de pronto, aparece el mal! El mal ya no es la determinación,
sino la eliminación de la alteridad; es justo lo contrario que para Hegel. Si el mal
es la determinación, el bien es la totalización; en tanto que si el mal es la
eliminación del Otro, entonces la totalidad cerrada es el mal y no el bien. (pág.
63)
Ante la Ética del poderoso que justifica las desigualdades económicas, sociales y
culturales, la Ética de la liberación propone a la práctica de la justicia como el indicativo
claro del bien moral. Aquí, la práctica de la justicia, no es más que reconocer los
derechos del oprimido y permitirle, no solo desarrollarse socialmente y
económicamente, sino, en esencia, dejarlo vivir. De esta forma podrá superarse la
totalidad cerrada y egocéntrica del poderoso. Como se puede ver, es necesario que
todos los actores sociales, se esfuercen por reconocer la dignidad humana del Otro,
especialmente de los más vulnerables. El hecho de hacerle justicia al Otro, de reconocer
su dignidad humana, es lo que Levinas –y de ahí lo toma Dussel- denomina alteridad.
Gracias a la alteridad, se descubre la realidad del Otro, pero no solo como un
descubrimiento fenoménico, sino moral, es un descubrimiento que me lleva a descubrir
que el Otro es aquel del cual Yo soy responsable.
Como conocemos, luego de las distintas crisis del racionalismo moderno, surgieron
varias corrientes de pensamiento aglutinadas en lo que se denominó la posmodernidad.
Así aparecieron entre otras, el pensamiento débil, el deconstruccionismo, el
hiperindividualismo, el giro lingüístico, el politeísmo axiológico, etc. Como bien lo
describe Fouce José (2000), estas corrientes fueron configurando un estado caótico en
cuanto al comportamiento moral, llegando incluso a proponer la muerte de la ética. Se
dijo que, todo aquello que se refiera a la moral era:
46
interpersonales, interinstitucionales y hasta interestatales, puedan ser llevadas a cabo
en base a valores universales dialógicamente legitimados.
Para desarrollar la propuesta indicada, Adela Cortina distingue los dos campos
fundamentales de la ética: justicia y felicidad. Aunque en la vida diaria justicia y felicidad
son dos caras de la misma moneda, es importante entender que todo aquello que se
refiere a la justicia, tiene la característica de exigible, no es opcional, hay cosas que todo
ser humano debe observar obligatoriamente en aras de construir una sociedad que
puede llamarse humana. Cosa muy distinta es la felicidad. Los ideales de felicidad
pueden sugerirse, aconsejarse, proponerse, pero nunca exigirse. Cada persona, libre y
voluntariamente elegirá la mejor manera de ser feliz. Ya sea desde la religión, el
agnosticismo o el ateísmo, cada ciudadano elegirá su modo de realización personal
(Cortina, 1994).
Finalmente se aborda la Ética civil propuesta por Adela Cortina. Esta autora toma en
cuenta que la sociedad actual es una sociedad por demás pluralista en lo político,
religioso, económico, moral, etc. Aquí conviven personas de distinta visión acerca de lo
que es la felicidad y las formas de alcanzarla. A aquello que permite a las personas ser
felices es lo que denomina máximos de felicidad. La otra dimensión del fenómeno moral
contemporáneo es la justicia. Todas las personas, sin importar sus opciones religiosas
o políticas, deben ser tratadas con justicia y respeto. Los valores que propenden a la
práctica de la justicia Adela Cortina los denomina mínimos de justicia. De ahí que una la
ética civil será una ética de la justicia, es decir una ética basada en los mínimos de
justicia que bien pueden ser compartidos por todos los que componen una sociedad
pluralista.
Preguntas de reflexión:
b) Indique el principio ético que sirve para desarrollar las políticas económicas de la
mayoría de estados actuales.
d) Indique las causas por las cuales en la Alemania del siglo XIX se intentó matar a Dios.
e) ¿la perspectiva ética latinoamericana en qué difiere con las demás éticas?
f) ¿Cuál es la diferencia entre los máximos y los mínimos según Adela Cortina?
49
UNIDAD III
ETICA Y PERSONA
1.- La vida.
Cuando Pascal expresaba que el hombre es más que el hombre no estaba haciendo
una tautología; la experiencia nos muestra que el misterio de la vida humana es
rompedor de límites y de que no somos capaces de abarcar su significado.
Cada vida humana tiene su identidad genética, responde a una singularidad biológica,
es humanamente individual, irrepetible, histórica, biográfica y co-biográfica y,
paradójicamente, presenta interioridad y apertura. En definitiva, es una vida personal.
Aproximarse a lo que supone ser persona es el punto clave para desarrollar una bioética
de la vida humana.
En este sentido, es importante la claridad con la que la Encíclica Evangelium vitae (Juan
Pablo II, 1995) delimita el término persona desde la teología cristiana: «criatura que
participa en la misma vida de Dios, y de la cual emana un reflejo de Dios mismo» (núms.
2 y 4). Esta descripción abarca y supera, desde la fe, los aspectos expresados por la
filosofía, que ha sabido describirlo también de modo atractivos: perfeccionador
perfeccionable (L. Polo), caña pensante (Pascal), inteligencia sentiente (Zubiri), polvo
enamorado (Quevedo) novedad radical, etc.
Con frecuencia, el enfoque ético de las cuestiones no se realiza desde la persona sino
que se hace desde el punto de vista exclusivo de la normativa, lo que conlleva reducir la
bioética a la regulación de los comportamientos o a la resolución de problemas límites.
Ambas soluciones no sólo achatan la libertad sino que generan un malvado
conductivismo, castrador del ser personal, supone un extraño rencor hacia la excelencia
y es, además, una falta de liberalidad.
Si con el prestigioso filósofo Paul Ricoeur asumimos que el símbolo da que pensar y
facilita decir la verdad, de la imagen descrita arranca la ética, en tanto que hombría de
bien.
Las distintas propuestas que se han elaborado acerca de la ética han dejado ideas,
orientaciones y principios válidos en mayor o menor grado. Sin embargo, parece que
existe una falla: esas propuestas han partido de conceptos fragmentarios de hombre y,
por ello, producen sistemas éticos en los cuales se sobredimensionan algunos valores y
deberes con detrimento de otros, lo cual trae consecuencias negativas para la
humanidad. A este respecto, sería bueno recordar los desastrosos efectos de esos
“ismos” que tanta sangre y vidas costaron a la humanidad en su pretensión de
establecerse como verdades absolutas desde una visión fragmentaria, exclusiva y a
veces excluyente de la persona humana.
Por lo demás, la ética integral no parte de cero sino que tiene sus raíces en los elementos
positivos de las distintas escuelas de pensamiento que conforman la herencia cultural.
51
Y de la misma manera que en metafísica otro gran principio es el de la acción
consecuente: el obrar sigue al ser o, lo que es lo mismo, cada ser obra de acuerdo con
su naturaleza, la ética o reflexión sobre la conducta humana debe partir de este otro
axioma: “obra en consonancia con lo que eres”; vive de tal manera que pongas en juego
y desarrolles todas las potencialidades y dimensiones que conforman la realidad
“íntegra” de tu ser.
Es ético lo que corresponde a tu ser, lo que esté en consonancia con lo que eres en toda
tu integralidad. Estos son los dos grandes principios de la ética integral: Conocer y
reconocer, de manera objetiva, lo que es el ser humano en toda su integridad y plenitud.
La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable. «La vida humana es
sagrada porque desde su inicio comporta la “acción creadora de Dios” y permanece
siempre en una especial relación con el Creador, su único À n. Sólo Dios es Señor de la
vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede
atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» (EV, 53). Por
ello todo atentado contra la vida del hombre es también un atentado contra la razón,
contra la justicia y constituye una grave ofensa a Dios. 12.
Lo anterior quiere decir que una definición real de hombre debe tener como base la
noción de persona con toda la grandeza y las características propias de ella. El hombre,
todo hombre, por el simple hecho de pertenecer a la especie humana, es persona y su
vocación y tarea a través de la existencia es realizarse como persona, es decir,
desarrollar todas sus dimensiones, valores y potencialidades y obtener su perfección
integral..
La dimensión ser en el mundo expresa el hecho real de que el hombre existe en medio
de un contexto físico-material con el cual mantiene una constante y múltiple interrelación
e incluye toda una extensa gama de valores y exigencias: somos parte del mundo físico,
12
Se utiliza el ejemplar de la Colección DOCUMENTOS de Ediciones Palabra, 1995
53
somos hijos y hermanos de la tierra, sus constructores y transformantes, sus usuarios y
administradores, sus guardianes y defensores. Esta realidad hace parte integral del
hombre y debe tenerse en cuenta en toda reflexión ética y en toda acción moral. Un
elemento importante de una conducta acorde con la ética será reconocer esta relación
con el mundo físico y lograr que en todos los actos se cultive una buena relación con el
mundo material. De este principio nacen las exigencias de la ecología, de la pertenencia
al medio físico, del derecho-deber del propio desarrollo económico, del adecuado uso y
goce de los bienes materiales, del respeto al desarrollo económico del otro, de la justa
distribución de la riqueza y del uso de la técnica, de la tecnología y la ciencia al servicio
del hombre y de la misma naturaleza. Estos ítems serán el objeto del capítulo tercero.
La dimensión inteligente, objeto del capítulo quinto, hace referencia a nuestra potencia
intelectiva por la cual percibimos a lo humano la realidad, la leemos por dentro, la
comprendemos, la valoramos, la intuimos y la imaginamos creativamente. El
reconocimiento de este gran poder despertará la estima por nosotros mismos y por los
demás y nos impulsará al creciente ejercicio de nuestra potencia intelectiva y al respeto
a la capacidad inteligente de los demás. Del reconocimiento de esta dimensión surgirá
la ética del amor a la verdad, de la expresión veraz, de la lucha contra la ignorancia y la
mentira, del diálogo, de la acción comunicativa, de los consensos razonables, de la
ciencia y de la tecnología.
La dimensión de libertad toma en cuenta la capacidad del libre albedrío con todas sus
implicaciones éticas de compromiso consigo mismo y con los demás, reconocimiento y
ejercicio de derechos y deberes, elección de oportunidades, aceptación de
responsabilidades, toma de decisiones ponderadas y selección prudente de medios y
fines.
Será necesaria, además, la discusión acerca de la relación entre la ética y la religión, los
campos propios de cada una, el mutuo respeto e independencia y las posibilidades de
mutua ayuda. Así como es discutible el cómo de la trascendencia, resulta indiscutible el
hecho de que el hombre lleva dentro de su ser, tomado en su sentido pleno, una
tendencia a “superarse a sí mismo” y que esa realidad le exige vivir todo su aquí y todo
su ahora en función de trascender ese aquí y ese ahora, tema que se trata en el capítulo
noveno.
Esta es la visión integral del hombre que se propone como base para establecer una
ética y una moral omnicomprensivas. Queda afirmado el carácter de persona del hombre
55
con las siete dimensiones humanas básicas reconocibles y cultivables por todos los
humanos. Ellas expresan todo lo que es el hombre y cualquier principio o código de ética
o normativa moral debe tenerlas en cuenta.
Para que un sistema de principios éticos sea válido debe cimentarse en el ser real e
íntegro del hombre. Una vez establecida la visión omnicomprensiva del hombre, sobre
ella se puede construir la verdadera ética: la que se basa en la toma de conciencia de
todo lo que es el hombre, coloca como meta realizarse plenamente desarrollando todo
su ser y sus posibilidades y para ello establece unos parámetros de vida congruentes.
La ética debe fundamentarse en todo lo que es el hombre y establecer sus principios en
función del desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres, lo cual nos introduce
en el tema actual de la ética mundial. La ética incluye la comprensión de todo el ser del
hombre, el establecimiento de las reglas de vida congruentes con ese ser integral y el
cumplimiento de ellas tendrá que llevarlo a la realización plena como persona, es decir,
a su perfección total o fin último.
2.- La familia
Uno de los temas en los que la filosofía y las ciencias humanas han profundizado más
en los últimos tiempos, en particular en el último siglo, es el de la igualdad fundamental
entre el hombre y la mujer. Los efectos positivos de naturaleza ética y política derivados
de esta mayor conciencia de su igualdad han sido numerosos, pero, como manifiestan
ciertas formas de feminismo extremo, no ha faltado quien ha llegado a conclusiones
indebidas, proponiendo un modelo de mujer que hace de ella un hombre de sexo diverso.
Por esta razón es elogiable el trabajo de aquellos estudiosos y especialistas que, desde
hace algunos años, buscan conocer cada vez mejor las diferencias y la
complementariedad existente entre los dos sexos. Nos será así posible tener una
percepción mucho más nítida y completa que la actual de las varias formas en las que
la colaboración entre hombres y mujeres, en los más diversos campos de la actividad
humana, puede ser determinante de una gran fecundidad y enriquecimiento recíprocos:
por ejemplo, en el ámbito de la política, del arte, de la docencia, de la sanidad, etc.
En cualquier caso, ya desde los mismos orígenes de la Humanidad se vivió una peculiar
forma de colaboración entre el hombre y la mujer, que ha permanecido esencialmente
56
inmutada a lo largo del tiempo y que destaca entre todas las demás tanto por su
formidable difusión como por su excelencia ética. Hacemos referencia a la familia que
está fundada y constituida medularmente por la vida en pareja. Este fenómeno, en una
primera aproximación, podría describirse sociológicamente como una forma de
asociación humana que nace de la libre decisión de un hombre y una mujer (en los
pueblos primitivos, normalmente de un hombre y dos o más mujeres) de conducir
establemente una vida (colmando recíprocamente la propia vida afectiva, habitando en
una misma casa, usando un mismo nombre, compartiendo muchas de sus cosas, etc.)
y que se encuentra esencialmente constituida por estas dos personas (la pareja), y
secundariamente —es decir, no necesariamente sino de forma derivada— por los
eventuales hijos nacidos como fruto de sus relaciones sexuales (Duch, 2009, pág. 78).
Por lo demás, esta peculiar forma de asociación humana puede asumir —y de hecho ha
asumido— conformaciones y finalidades muy distintas según las culturas, los momentos
históricos o la voluntad particular de la pareja. En este sentido, y hablando siempre
desde una perspectiva puramente sociológica, la familia fundada en el amor conyugal
(institucionalizado con el matrimonio) es una más entre las muchas variantes posibles
de la familia basada en la vida en pareja. Por el contrario, desde el punto de vista ético,
esta forma particular de unión entre el varón y la mujer, enriquecida normalmente con la
existencia de los hijos, ha sido considerada por el pensamiento clásico cristiano como la
única que pertenece al orden ideal de la vida buena, por lo que se distingue
esencialmente de todas las demás formas de familia nacidas del fenómeno genérico de
la vida en pareja.
La familia
Es frecuente escuchar entre expertos de las ciencias sociales que hay una profunda
fractura de los criterios y referencias fundamentales de la convivencia social, cuya
manifestación más evidente es la situación de fragilidad en la que están inmersas las
relaciones interpersonales. Dicha situación no es una crisis más, sino en su raíz es una
crisis del modo de vivir como seres humanos a comienzos de este siglo. Sería
apresurado y un tanto imprudente pensar que esto no tiene serias implicaciones en el
ámbito de la educación, especialmente desde el supuesto de que nuestro espacio y
tiempo vital reclama desde sí mismo nuevas reformulaciones.
De este modo, ofrecer ayuda a hombres y mujeres de hoy para la creación de ámbitos
humanizadores de la vida cotidiana es donde debería situarse lo específico de la
pedagogía como praxis de dominación de la contingencia (Duch, 2009)(Duch. Así pues,
saber a qué atenerse y hacer habitable nuestra vida es una de las cuestiones de mayor
interés pedagógico que lleva a la necesidad de un nuevo replanteamiento de la tarea de
educar para abrir horizontes que eviten la descolocación y la desestructuración de los
seres humanos en el interior de esta sociedad.
Precisamente, las coordenadas por las que discurren hoy las relaciones interpersonales
no son favorables a una vida más cordial y atenta a la demanda del otro, porque las
57
distintas esferas en las que discurre la vida humana se manifiestan como escenarios de
un fuerte individualismo y sin interés por todo lo que no sea la afirmación de sí mismo.
El otro es visto como un extraño, alguien que aparece fuera del ámbito propio poniendo
en cuestión nuestro equilibrio personal, lo cual favorece un clima de desencuentro e
indiferencia creciente en todos los ámbitos sociales. A consecuencia de esta situación,
no resulta extraño que se afirme hoy día que uno de los rasgos más negativos de nuestra
sociedad sea la pérdida de confianza, es decir, la creciente anonimización de la otra
persona y, como tal, un autodistanciamiento cada vez mayor de ella (SCHÜTZ, 1993).
Y, sin embargo, se añora una guía fiable que oriente nuestras elecciones, alguien a quien
le reconocemos autoridad porque nos ayuda a vivir de modo humano. Pero, como afirma
Bauman, “las autoridades están en pugna y ninguna de ellas parece tener el poder
suficiente para darnos el grado de seguridad que buscamos. En último término, no
confiamos en ninguna autoridad, al menos no por demasiado tiempo, y nos resulta
inevitable sentir desconfianza de cualquiera que proclama su infalibilidad” (Bauman,
2009, pág. 28). Tal vez, en un momento de desencanto cultural tan profundo como el
actual, no habría que olvidar que la desconfianza afecta directamente a la credibilidad
de las transmisiones, al qué y cómo educar hoy día, porque se percibe una tendencia
cada vez más acusada de que lo que transmiten las agencias educadoras a las nuevas
generaciones ya no es, como lo era antes, los puntos de referencia obligados de la vida
de las personas, sino que se ha convertido nada más en una opinión completamente
revisable.
Especial atención merece lo que ocurre en la vida familiar, porque se advierte otro
obstáculo, además de los mencionados, que está afectando negativamente a la
instalación humana de niños, y adolescentes en su vida cotidiana. Los cambios tan
frecuentes y, en ocasiones, tan traumáticos que están ocurriendo en la convivencia
familiar están repercutiendo negativamente en la tarea educadora de madres y de
padres. Tales cambios están produciendo la proliferación de comportamientos
contradictorios, la escasa implicación personal en el cuidado familiar o el poco tiempo
de dedicación a los hijos que, a fin de cuentas, suele acarrear un peligroso aumento de
su irresponsabilidad como educadores. A pesar de éstas y otras situaciones
problemáticas de las familias, hoy se piensa que la vida familiar es un espacio
privilegiado donde niños y adolescentes aprenden a priorizar valores morales que les
ayudarán a crecer como personas. La familia, con toda su diversidad y pluralidad de
convivencia, constituye la primera instalación de las nuevas generaciones en su tiempo
y en su espacio. Como escenario de acogida y de reconocimiento (Duch L. , 2004), es
el lugar donde se producen, antes que en otros lugares, las transmisiones más
influyentes, significativas y, probablemente, duraderas a lo largo de la vida de las
personas.
Los motivos para fundar una familia han cambiado en los últimos decenios. Mientras que
lo constitutivo de la familia ha sido la alianza interpersonal entre un hombre y una mujer
y que se proyecta en unos hijos (Blanco , Etica Integral, 2013), en los últimos tiempos
ocupa un lugar prevalente la relación sentimental y de compromiso de la pareja para
constituir una familia. Aunque ha dejado de saberse con claridad qué o quién constituye
una familia, son bastantes las familias que hoy se fundan en elecciones subjetivas. Lo
que ahora se busca en cualquier familia es la proximidad afectiva, el cuidado personal o
59
la vivencia cordial.. A nuestro juicio, familia es anhelo de estabilidad, de vínculos y de
responsabilidad; pero también es disponer de tiempo para la creación de oportunidades
vitales que hagan visible un estilo de vida compartido. La posibilidad de edificar una
comunidad familiar nos remite a una estructura que vaya más allá de la centralidad de
la vida en pareja, lo que supone apertura a crear experiencias para preservar lo valioso
de la vida en familia.
Resulta imposible pensar un hogar en donde el otro no pueda ser acogido. Para el hijo,
la experiencia de ser acogido significa receptividad, apoyo y confianza; es sentir la
presencia real de los adultos bajo la condición de padres y /o madres que se convierten
en orientación, acompañamiento y guía. En una palabra: cuidado. De extraordinaria
densidad antropológica y moral, el cuidado es una actitud de consideración y de acción
hacia el otro, que no actúa de modo tiránico, sino que incluye sentimientos de
preocupación, responsabilidad y afecto para atender a sus demandas. Es un sentimiento
“cargado de razón” que se resuelve en comportamientos de atención y solicitud. En el
espacio familiar en el que vivimos con un cierto grado de incertidumbre, donde las
consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer están más allá de lo previsible,
no tenemos más remedio que promover una conciencia de aprender a vivir en la
novedad y en la sorpresa para hacer un proyecto habitable de vida familiar. Y en tanto
que no somos autosuficientes, la vida familiar se constituye en una relación de
reciprocidad asimétrica, en un intercambio no calculado de dar y de recibir.
Ser atento al otro y dar una respuesta a su llamada es el modo en que la familia vive en
comunidad como espacio de alteridad. Vivir a-fuera de uno mismo, “dar-se”, se convierte
en criterio central de la educación familiar como responsabilidad. Pero la apertura al otro
no es algo extraño al modo de ser personal del padre o de la madre; es una característica
específica de ser y vivir como ser humano, porque “la persona se descubre en sí como
remitida a otros con los que está en conexión, en cuanto personas concretas que
realizan posibilidades que yo solo no realizo” (Domínguez, 2007, 5859). Por tanto,
partimos del supuesto de que ser padre o ser madre es alguien con la posibilidad de
proyectar al lado del otro otra forma de ser yo. Y esta posibilidad abre el espacio para el
otro-yo. El acontecimiento que sustenta a todos como miembros de una comunidad
familiar es compartir unos valores y construir un modo de ser persona. La familia es
comunidad abierta en su interior para el exterior y cada uno aprende a ser persona en
el seno de tal comunidad.
Pero este aprendizaje ocurre según la calidad de las relaciones interpersonales. En las
relaciones familiares, que se constituyen como una estructura de encuentro continuo, el
otro se presenta como alguien distinto y disimétrico. Por lo que la trama de la relación
familiar es de interpelación-respuesta. La familia es estructura de donación y de acogida
mutua, orientada a superar cualquier egoísmo. Y al acoger, la convivencia familiar se
convierte en apoyo incondicional, expresión de gratuidad. Por lo que el otro en la vida
familiar tiene primacía sobre el yo y me interpela. Siempre hay una demanda que hace
que mi vida en familia responda a su petición inapelable. La demanda del otro se
antepone a mi voluntad, de modo que no estoy obligado a actuar de modo moral porque
me lo imponga mi voluntad, sino por la aparición repentina del otro; en otros términos: la
presencia del otro que me interpela es la experiencia ética (Mèlich, 2010). Ante el otro,
distinto y asimétrico, sólo cabe una respuesta moral: el otro no puede serme indiferente,
sino que me impulsa y me dinamiza hacia él y para él. Así pues, el otro me obliga a
hacerme cargo de él, a ser responsable. Y esta responsabilidad se hace efectiva en la
vida familiar como donación. Dar de sí, ser don para otro es fundamento de la relación
interpersonal, brújula que marca el sentido de la comunidad familiar. Por eso, la donación
no puede ser interpretada como una acción enajenadora del yo en la que el otro inunda
mi ser, me priva de mi identidad personal, sino que es moral porque se trata de una
“donación del ser personal en su hacerse existencial, como opción personal
constituyente” (Domínguez, 2007, 98). Yo me hago persona en cuanto doy de mí al otro
que también se hace persona. Así pues, el sentido de donación moral, responsable, se
corresponde con lo que se experimenta en la vida cotidiana de la familia como cuidado
responsable de lo que el otro necesita para ayudarle a “salir” de sus situaciones de
vulnerabilidad (dolor, sufrimiento, fragilidad, etc.).
61
La praxis del cuidado de la que hablamos aquí no es deudora de una ética del cuidado,
promulgada por autores como Gilligan (1995) y Noddings (2002). La fundamentación de
esta praxis se ubica en y desde la ética de la alteridad, deudora de la filosofía de
Emmanuel Lévinas (1998). Algunos autores (Lavoie, Konnick y Blondeau, 2006)
argumentan que el discurso del cuidado, ampliamente admitido en el ámbito de la salud,
se acerca más al pensamiento de Lévinas. En efecto, si la relación con el otro es algo
que se me impone sin que pueda ignorarlo en tanto que se me presenta como indefenso
y vulnerable, el cuidado es la respuesta “responsable” a la llamada del otro que me
precede y de la que nadie puede responder en mi lugar (no-indiferencia frente al otro).
La presencia del otro vulnerable, precisamente porque es frágil y sufre, me hace
sentirme responsable de él, me debo a él, cuido de él en su singularidad. El cuidado del
que aquí hablamos no deriva de lo que yo me imponga a mí mismo, sino de la presencia
del otro en mi vida. Y esta aparición repentina es la que rompe mis planes y me obliga a
estar orientado y preocupado hacia el otro en aquello que lo humaniza desde su
condición de vulnerabilidad. Por eso, las consecuencias de esta opción ética exigen una
atención educativa respecto a los valores que tienen que realizarse no sólo a nivel de
individuo para que actúe de modo humano, sino también lo que hay que hacer para
humanizar las relaciones familiares (Minguez, 2011).
Así pues, ante la pregunta ¿Qué valores deben enseñar hoy las familias? no hay
respuesta unánime. Vivimos en una sociedad tan plural como diversa que existen
también plurales concepciones del mundo y del hombre, lo que hace superfluo cualquier
propuesta homogénea y uniforme de valores. Los datos obtenidos en recientes
investigaciones sobre la preferencia de valores en la educación de sus hijos por parte
de madres y padres reflejan resultados similares tanto en el ámbito nacional (Melich,
2010), Elzo, 2010), como también en el internacional. Se constata una tendencia a
transmitir valores relacionados con la convivencia (responsabilidad, respeto-tolerancia y
buenos modales), con la identidad personal (autoestima, obediencia, fuerza de voluntad
y vida saludable) y con una formación apropiada para una integración en la vida socio-
laboral. En contrapartida, madres y padres conceden poca importancia a la fe religiosa
y el espíritu de sacrificio como valores a transmitir en la educación de sus hijos. Con
62
todo, conceden bastante importancia a la familia como espacio vital común, a la calidad
de las relaciones interpersonales (confianza, diálogo y autorrealización), y a valores de
convivencia familiar (responsabilidad y solidaridad). Así pues, es posible plantear una
educación de los hijos en valores porque con ella la familia va creciendo, fortaleciendo
la identidad personal de cada uno de sus miembros y el sentido de pertenencia a una
comunidad. En definitiva, educar valores en la familia es un proceso de personalización
y de comunitarización. Se trata, por tanto, de la promoción de aquellos valores que
permita el descubrimiento de ser sí mismo abierto al encuentro con otros.
Si la familia es el lugar natural de la acogida, precisamente esta acogida surge del afecto
y de la admiración hacia el otro. Pero esta admiración no es tan sólo una fascinación
ante el nuevo ser (hijo/a), ni tampoco un solo sentirse seducido y movido por su
presencia. Acoger siempre es un acto responsable inherente a la misma condición de
educar. Para que la acogida en la familia sea una praxis educativa, esta debe ser una
praxis responsable, una acción ética. A diferencia de otras acciones que se limitan a una
coordinación efectiva en el ámbito familiar, la acción ética es la aceptación de
responsabilidades que se traducen en tareas de cuidado del otro como un modo de ser.
Así pues, el cuidar requiere de la comunicación interpersonal, del encuentro, del diálogo
y, al fin y al cabo, un ejercicio real de la compasión (Ortega & Minguez, 2010) .
¿En qué consisten las tareas de cuidado como acciones éticas en la vida familiar?
A juicio de Torralba (2006), tres elementos constituyen la naturaleza ética del cuidar: el
tacto, la escucha atenta y el sentido del humor. La cuestión del tacto es fundamental
para el ejercicio del cuidado en la vida familiar. En tanto que cuidar jamás es una simple
declaración formal, siempre es una acción presencial y próxima. Y la educación en
valores dentro de la familia no puede hacerse a distancia ni de modo virtual, sino que
siempre es circunstancial. Por eso, el tacto revela la proximidad al otro desde el respeto
y la atención. Pero este tacto no se reduce a que los padres manifiesten conductas
demasiado “blandas” porque pueden ser contraproducentes en la vida familiar, cuando
lo que se requiere es ser más directo y resoluto. El tacto puede ser firme y adecuado en
una situación concreta, pero no se entremete ni es agresivo en el sentido de dominación
explotadora y de control del otro. Por lo mismo, actuar con tacto es mostrar una
consideración afectuosa hacia lo singular, hacia la singularidad de cada situación y de
cada vida individual. En el ejercicio ético del cuidar, tener tacto no sólo se relaciona con
la sensibilidad humana, sino también con la capacidad de “saber estar” con el otro, con
ese otro concreto en su circunstancia particular. Se corre el peligro de actuar de modo
insensible cuando predomina un comportamiento poco atento a la situación concreta en
la que se halla el niño o el adolescente. El tacto pedagógico se asienta en una forma de
ver, de escuchar y de reaccionar ante alguien concreto y en una situación también
concreta. En el ámbito de las relaciones interpersonales que tanta importancia tienen
para la vida familiar, el saber estar en familia significa saber mostrar y saber callar, saber
retirarse en el momento adecuado y saber adoptar la posición física a la situación que
se está viviendo. Es saber lo que hay que hacer y lo que no en cada momento
determinado (Mamen, 1998) (Manen, 1998).
63
La escucha atenta es un modo de “saber estar” ante el otro de modo ético. Estar atento
al hijo no es sólo cuestión de tacto, sino también reflejo de nuestra capacidad de
escucha. No resulta fácil el ejercicio de la escucha atenta en la vida familiar cuando, al
menos, las madres y los padres están más atentos a sus propias argumentaciones y
fijaciones personales. Escuchar al hijo requiere una disposición de “vaciamiento
personal” para recibir lo que viene de fuera de mí. Aunque parezca extraño, tal
vaciamiento no se corresponde con una actitud ausente de mí ante él, sino de atender
a su demanda, a su relato autobiográfico, a lo que le ocurre aquí y ahora. Y para eso el
hijo necesita de un “oyente atento”, porque escuchar es un modo de ser que compromete
por completo. Antes que “hablador”, los padres deben adoptar el papel de “escuchador”
en la medida que se abren al otro y se dejan interrogar por lo que está fuera de ellos. No
es posible evitar la cerrazón y el solipsismo de muchos padres si no tienen respeto frente
a la voz que le llama, si no dan espacio a su hijo. Así pues, la escucha atenta es estar a
su entera disposición, ayudarle a superar sus situaciones personales, velar por él y
considerarle como sujeto de preocupación. Así como la escucha atenta requiere de
espacio para que el hijo sea, también reclama de tiempo para expresar sentimientos e
ideas. Uno de los problemas que viven con mayor preocupación madres y padres es el
tiempo dedicado a la conversación tranquila y sosegada en la familia. Cuando no se
dispone de tiempo para escuchar al otro entonces no existe vida familiar.
Desafortunadamente, la “gestión” del tiempo familiar en nuestra cultura se ha reducido
a la realización de rutinas y tareas domésticas, mientras que el tiempo de escuchar y de
hablar, de disponibilidad hacia el otro, generador de la relacionalidad familiar, se ha
relegado a un plano de menor importancia en favor de otros objetivos que pretenden la
rentabilidad económica como principal valor de la familia. En ocasiones, el diálogo
generador de la confianza y de la comunicación interpersonal queda bastante mermado
por un deficitario estilo dialogante que se reduce al esquema ‘pregunta-respuesta’. Así,
resulta habitual que ante las preguntas que lanzan los hijos a sus padres tienden a dar
una respuesta rápida y sencilla sin dar tiempo a que surja la experiencia de la curiosidad
y el asombro que les ha motivado a formular tales preguntas. Inmersos en una
mentalidad científico-tecnológica, madres y padres se apresuran en dar explicaciones
razonables a las preguntas de sus hijos y no se da lugar a “vivir” la pregunta. Hay
respuestas “científicas” en las que los adultos mantienen una distancia entre ellos
mismos y la explicación aportada; pero también hay otras respuestas “no científicas” en
donde hay implicación personal, cuyo contenido tiene bastante que ver con los
sentimientos, con la simpatía y la antipatía, con la necesidad a fin de cuentas de
establecer nexos comunicativos.
Por su parte, el sentido del humor abre posibilidades personales para desarrollar
acciones de cuidado ante situaciones tensas, desagradables o delicadas. Hay
momentos en la vida familiar que surgen situaciones en las que las relaciones entre
madres, padres e hijos se atascan y parecen irreversibles, incómodas e inseguras. Por
eso no resulta difícil de admitir que la convivencia con niños y adolescentes no está libre
de momentos agotadores o desesperantes. Pero el humor puede suavizar dichas
situaciones. El humor es especialmente eficaz cuando alguien tiene que hacer frente a
sus propias debilidades, deficiencias, fallos o fracasos. Realizar acciones de cuidado
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con sentido del humor no se identifica necesariamente con la ridiculización, la broma
pesada, el desprecio, la ironía o la burla provocadora. El humor está estrechamente
relacionado con la capacidad de poner distancia, de relativizar lo relativo y de absolutizar
lo absoluto. Se trata de un sentido más sutil que se corresponde con la habilidad para
liberar tensiones, restablecer las relaciones interpersonales y favorecer un clima
acogedor y abierto. El humor aumenta la atención hacia comportamientos valiosos de
respetotolerancia, a ver la relatividad de los problemas sin perder el sentido de los
valores. Más que algo espontáneo o genético, el humor es una disposición aprendida a
cuidar del otro. “Aprendemos a mirar la vida con sentido del humor cuando somos
capaces de ignorar las imperfecciones y fricciones que acompañan los acontecimientos
de la existencia diaria” (Manen, 1998, 209). El humor es cuidado del otro porque sabe
esperar sin desesperar nunca, que en el proceso de crecimiento personal del hijo hay
“turbulencias”, pero que las madres y los padres son una referencia de reconocimiento
y confianza ilimitada. Humor, por último, para asumir las limitaciones y carencias como
educadores que no desesperan porque no caen en la fácil lamentación de no saber
educar a sus hijos, sino que aprenden también con el hijo a ser madres y padres.
Por último, el cuidado responsable como forma de educar valores dentro de la vida
familiar se desenvuelve en la trama de la comunicación interpersonal. Ello significa que
la transmisión de valores se hace, ante todo, dándose uno mismo al otro. Lo que se
comunica al otro es uno mismo, lo que cada padre o madre es. Los valores se hacen
efectivos en la propia vida asumiendo compromisos, mostrando ilusiones o también
manifestando nuestra fragilidad como personas. Así, el diálogo se transmite en la vida
familiar en la medida en que se ofrece desde la coherencia de la propia conducta.
Desde esa argumentación, entendemos que la educación familiar va más ligada a una
pedagogía del testimonio. Y esta pedagogía, en coherencia con el planteamiento ético
levinasiano, está lejos de enseñar cualquier competencia técnica o suscitar la
implantación de programas de intervención sistemática en la vida familiar. El testimonio
es una forma de mostrar y de aprender los valores. Desde aquí apostamos por la
transmisión de valores morales a través del lenguaje narrativo que tiene en cuenta tanto
la singularidad de cada individuo como también su situación concreta. Ello supone una
ruptura con el lenguaje utilizado por las ciencias, por las tecnologías y por los imperativos
de la moral. El lenguaje del tacto, de la escucha atenta, del diálogo y de la comunicación
interpersonal, mencionado más arriba, apuesta por una educación como relación con el
otro que se da en un tiempo y que requiere disponer del tiempo necesario para el otro.
Tiempo que las familias necesitan para hacer posible, en términos arendtianos, el
65
nacimiento de una nueva criatura. Frente a la posibilidad de transmitir como verdad
definitiva lo que las ciencias y las técnicas creen como más decisivo para la calidad de
vida humana, la familia emerge como el espacio y el tiempo “protagonista” de un nuevo
comienzo, porque al educar a nuestros hijos decidimos si los amamos lo bastante como
para hacernos responsables de ellos, “para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a
sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo,
algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para
la tarea de renovar un mundo común” (Arendt, 1998, 208).
Esta tesis de la ética cristiana se encuentra en clara línea de continuidad con el mejor
pensamiento greco-romano sobre la amistad perfecta (pienso principalmente en
Aristóteles y Cicerón), así como con algunas de sus indicaciones acerca de la relación
que debería existir entre los cónyuges, y entre éstos y los eventuales hijos; aunque lo
subsana en algunos puntos importantes (por ejemplo, en lo relativo a la igualdad entre
el varón y la mujer), y lo desarrolla en otros (por ejemplo, subrayando la importancia que
la apertura a la procreación tiene para el mismo amor conyugal).
Todas éstas son, sin embargo, anticipaciones que no han sido todavía justificadas. Los
caminos que podrían seguirse para hacerlo, y para precisar y desarrollar su significado,
son varios. En nuestro caso la reflexión procederá partiendo de la observación y análisis
del fenómeno sociológico común —y éticamente ambiguo— de la «vida en pareja» y
proseguirá siguiendo, por así decirlo, el ritmo del deber-ser que a la pareja va marcando
la misma relación sexual (la Naturaleza).
¿En qué consisten exactamente estos valores sexuales? La respuesta a esta pregunta,
especialmente en nuestros días, no puede darse por descontada. Dos son las
observaciones que creo conveniente hacer al respecto.
Es casi innecesario notar que los valores sexuales están integrados por las
peculiaridades estrictamente somáticas del otro miembro de la pareja, las cuales son
percibidas como un bien tanto porque hacen posible el apagamiento de una forma
particular de apetito concupiscible (venéreo) como porque permiten satisfacer el deseo
que muchas personas tienen de procrear. Pero los valores sexuales son una realidad
mucho más rica y varia, que comprende también las características psicosomáticas
peculiares del otro sexo. Y no hay duda de que estos otros valores son tan determinantes
o más que los anteriores en la decisión de un varón y una mujer de «conducir
establemente una vida», en lugar de limitarse simplemente a entablar una serie de
relaciones sexuales aisladas o de breve duración. El conjunto de estas dimensiones
psicosomáticas y corporales que integran la sexualidad es más adecuadamente
señalado por los términos «masculinidad» y «feminidad», que evitan mejor el equívoco
reductivo que suele conllevar la expresión «valores sexuales».
El hecho de que una decisión tan delicada y grave como la de «vivir en pareja», y —
muchas veces— la de ser padres, haya alcanzado una difusión tan grande entre
personas pertenecientes a la más diversas culturas y tiempos pone de manifiesto un
dato que es de gran interés para quien se ocupa de la ciencia ética, es decir, para quien
trata de elaborar una reflexión sistemática sobre la vida buena o feliz. En efecto, dado
que todas las elecciones humanas están motivadas por el deseo de felicidad, lo que este
fenómeno pone en evidencia es que se trata de una forma de vida que la inmensa
mayoría de las personas —todas las que deciden «vivir en pareja»— considera
especialmente feliz. Se han hecho eco de esta común valoración, por ejemplo, las
distintas manifestaciones artísticas: en la literatura, en el teatro y el cine o en las
canciones, por ejemplo, la creación de una familia fundada en la «vida en pareja», tal
vez después de haber superado numerosas dificultades, se ha convertido en el arquetipo
de la felicidad humana (el final feliz del cuento). Por el contrario, la decisión de no «vivir
en pareja» se presenta ante nuestros ojos como un hecho excepcional, por lo que
reclama una justificación adecuada («no me he casado porque…»).
Sin embargo, esta opinión general es todavía demasiado vaga y ambigua para lo que
exige la ciencia ética: no nos permite concluir definitivamente, ni mucho menos, que toda
familia fundada en la «vida en pareja» responde a los requerimientos de la felicidad. La
68
experiencia misma atestigua lo mucho que resulta pertinente esta reserva: con el pasar
del tiempo, esta decisión puede ser causa —lo es, por desgracia, con frecuencia— de
los más fuertes disgustos y sufrimientos que un hombre o una mujer pueden llegar a
experimentar a lo largo de su existencia.
Y es que, como bien puso de manifiesto C. S. Lewis, entre los varios vínculos afectivos,
el de naturaleza sexual, cuando alcanza su máxima intensidad, es el más parecido a un
dios, y por ello mismo el más proclive a exigir de nosotros la adoración. De manera
espontánea, tiende a transformar nuestro estar enamorados en una especie de religión.
Sin embargo, lo que realmente se descubre cuando sus exigencias son maquinalmente
secundadas, cuando la inclinación erótica es venerada sin reservas e
incondicionalmente obedecida (al margen de los requerimientos del valor de persona
propio y ajeno), es que no se trata de un dios, sino de un demonio. Sin que nadie le haya
dado permiso, el afecto sexual nos promete y nos inclina a prometer todo y para
siempre… y, sin embargo, por todos lados resuenan los lamentos contra las
desilusiones, los engaños y la fugacidad del amor erótico.
Por eso, podemos concluir aquí en una primera aproximación ética a la cuestión, que la
«vida en pareja» ha de ser valorada positivamente, al igual que cualquier otro fenómeno
afectivo que acerque a las personas. Pero, al igual que cualquier otro tipo de vínculo
afectivo o sentimental, también el de naturaleza sexual manifiesta una cierta
ambivalencia ética. Casi todas sus características, insiste Lewis, puede ser bien
aprovechadas; pero pueden también ser mal aprovechadas: es un sentimiento que,
abandonado a sí mismo, libre de seguir su curso, puede abatir y degradar la vida del
hombre. Es cierto que sus denigradores, los antisentimentalistas, desconocen la riqueza
ética de este fenómeno afectivo y no han dicho al respecto toda la verdad; pero casi todo
lo que han dicho contra él responde a la verdad.
Un examen ético más riguroso y profundo de la «vida en pareja» nos llevará, en este
nuevo número, a descubrir cómo el amor conyugal —es decir, la afectividad sexual
completada con un amor proporcionado hacia el valor de persona del otro— constituye
el único camino para que el «vivir en pareja» sea sinónimo de vivir bien, felizmente. Una
vez alcanzada esta conclusión, estaremos en condiciones de entender en un nuevo
apartado (el número 4) por qué la institución del «matrimonio» tal y como la concibe el
pensamiento cristiano responde espléndidamente a las exigencias del amor conyugal;
es más, constituye cabalmente su primer grado de perfección.
Para que los vínculos afectivos interpersonales, sean del tipo que sean (sexuales o no),
desempeñen un papel positivo en la realización de la vida buena, se requiere que el
sujeto de tales afectos se esfuerce seriamente por completarlos con el amor hacia el
valor de persona de los demás. Si no lo hiciese, será inevitable que su querer se dirija
69
de manera cada vez más directa y exclusiva hacia los sentimientos que el prójimo
despierta en él, en lugar de hacerlo hacia el prójimo en sí mismo. Y si no rectificase la
intención, el sujeto irá adquiriendo esa «segunda naturaleza», típica de la persona
egoísta, que lleva a atribuir más importancia a los propios sentimientos que al valor de
persona de los otros, por lo que la «verdad» de los primeros (la satisfacción de la propia
sensualidad o del orgullo personal), y no el valor de las personas implicadas, será el
criterio decisivo cuando elija cómo comportarse. Por esta vía, llegará inevitablemente a
operar una instrumentalización de las personas con las que se relaciona, sea por motivos
de antipatía o de simpatía.
Ahora bien, estos dos últimos efectos superan ampliamente las posibilidades de la
afectividad sexual, ya que por sí sola no puede alcanzar la dignidad y el valor de persona
del cónyuge, realidad sólo accesible a la inteligencia. Esta forma de apetencia se
detiene, en el mejor de los casos, en las cualidades psicofísicas que determinan su
feminidad o masculinidad. Aunque sea cierto que estas cualidades se quieren en cuanto
pertenecientes a una determinada persona, ésta aparece como en un segundo plano,
como «alguien» definido sobre todo por las cualidades en cuestión.
Por esta razón, si la voluntad de los sujetos se limita a seguir la dirección indicada por
el afecto sexual, si no va más al fondo y trasciende el objeto del afecto, su amor recíproco
se referirá a los valores sexuales poseídos por el otro y no se dirigirá realmente a las
personas que poseen tales perfecciones. Un amor de este tipo será con frecuencia
fluctuante: los valores sexuales a los que se refiere de manera principal podrán
encontrarse sucesivamente en otra persona, y quizá en un versión «mejorada», por lo
que la sustitución de individuos no implicará ningún cambio sustancial en «lo» querido.
Cosa aún más decisiva: se tratará de un querer enfermo de subjetividad, incapaz de
crear una verdadera comunión con el otro, con su dignidad y valor de persona, y —por
eso mismo— con su identidad e insustituibilidad («con Romeo en cuanto Romeo y Julieta
en cuanto Julieta»). El «nosotros» y el «nuestro bien» a los que da lugar este amor que
no va más allá del objeto del afecto serán, objetivamente, sólo aparentes: se referirá a
«nuestros valores sexuales», en lugar de hacerlo «nosotros», y buscará «nuestro bien
sensible», en lugar de proponerse «nuestro bien». Tarde o temprano la pareja se dará
cuenta de que la comunión entre ellos era sólo un espejismo y se producirá en
consecuencia una dolorosa ruptura o, si la relación continúa, sobrevivirá como una triste
armonía de egoísmos («es bueno que continuemos juntos, pues yo amo los sentimientos
que tu feminidad suscita en mí, y tú los que mi masculinidad suscita en ti»).
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La integración de la afectividad sexual con el amor hacia la persona
¡Pobre del que está solo!. Sin embargo, ésta es la situación nativa del hombre, que sólo
de forma potencial y tendencialmente, como capacidad y anhelo más o menos
conscientes y fuertemente hostilizados por el egoísmo, es un ser social unido a los
demás por lazos de amistad.
Pues bien, como muy acertadamente observó V. Soloviev en su obra maestra sobre El
significado del amor (1892–1894) , para muchos hombres —para la inmensa mayoría—
, existe «una única fuerza capaz de extirpar de su interior y de raíz el egoísmo» que
encadena la aspiración a salir de sí mismos para entrar en comunión con los demás: el
amor interpersonal que sabe sacar provecho del enorme vigor que esta forma de
afectividad manifiesta a la hora de «transferir todo el interés vital del sujeto a la persona
querida, poniendo en ella, de forma casi omnicomprensiva, el centro de gravedad de su
vida personal».
Sin embargo —vale la pena insistir—, esta ayuda que proviene de la afectividad sexual
no suprime la exigencia de que el sujeto ponga un serio empeño intelectual y voluntario
por ir más allá el objeto específico de esta inclinación, de forma que la dignidad y el valor
de persona del otro se convierta en el objeto principal del amor recíproco y, por tanto,
en la regla esencial de sus relaciones. Será pues necesario, por decirlo usando la
terminología típica del pensamiento clásico cristiano, vivir la virtud de la castidad. La
esencia de esta virtud, explica por ejemplo K. Wojtyla hablando de las implicaciones de
la castidad en relación con cualquier persona, «consiste en no dejarse “distanciar” del
valor de la persona del otro, y en elevar a su nivel cualquier reacción causada por los
valores del cuerpo y del sexo. Este objetivo requiere un considerable esfuerzo interior y
espiritual, porque la afirmación del valor de la persona puede ser sólo fruto del espíritu.
Sin embargo, lejos de ser negativo y destructor, este esfuerzo es positivo y creador de
“lo interior”. No se trata de destruir en la conciencia los valores del cuerpo y del sexo,
rechazando su experiencia subconsciente, sino de realizar una integración permanente;
los valores del cuerpo y del sexo deben ser inseparables del valor de la persona.» (Amor
y responsabilidad).
§ Pero, ¿hasta qué punto será necesario llegar en el amor hacia el valor de persona del
sujeto del otro sexo cuando se quiere aprovechar toda la riqueza de la
complementariedad afectivo-sexual e iniciar así con él o con ella una «vida en pareja»
que sea efectivamente camino hacia la vida feliz? La respuesta a esta cuestión tan
trascendental se encuentra claramente contenida tanto en las «intuiciones y promesas»
que son características del enamoramiento sexual como —sobre todo— en el mensaje
objetivamente transmitido por el ejercicio mismo de la sexualidad somática,
especialmente mediante la unión por la que el hombre y la mujer «se hacen una sola
carne».
De todos modos, es el acto de unión carnal el que nos indica con mayor claridad y
objetividad que la voluntad de los sujetos debe apuntar hacia la creación de un amor de
amistad perfecto, estableciendo entre ellos una plena comunión; mientras que el
ejercicio de este acto paradigmático de la «vida en pareja» con un significado distinto se
configura objetivamente como una mentira que separa y aísla a las personas.
En efecto, la unión carnal se nos presenta objetivamente como una forma especialísima
de comunicación del amor. En primer lugar, por el contenido del mensaje que se
transmite: tanto los sentidos como la inteligencia lo perciben como signo natural de un
darse y recibir al otro en su singularidad e insustituibilidad, como una afirmación
recíproca de la promesa de que «nadie puede ni podrá ocupar tu puesto en mi vida»;
entre otras razones, también porque —cuando se vive sin «precauciones» que
desnaturalizan el gesto unitivo— pone las condiciones para que pueda ser generada una
nueva persona. Por otro lado, es singularísima la forma de transmisión de este mensaje:
a diferencia de lo que ocurre con las otras formas de comunicación entre los hombres,
con la unión sexual la persona pone al servicio de su afirmación la totalidad de los
recursos físicos y psíquicos que encuentra en su propio ser, a la vez que «activa» los
que encuentra en el ser del otro con el fin de que su mensaje sea ciertamente recibido.
Ahora bien, la primera condición para que este gesto exterior sea verdadero, tanto desde
el punto de vista semántico como ético, es que responda a una actitud interior de amor
proporcionada, conforme. En concreto, las personas que viven las manifestaciones
afectivas típicamente somático-sexuales deberían ir con la voluntad más allá de la
normal amistad y tender —por así decirlo— hacia la más perfecta de las amistades
perfectas. No pueden contentarse —y ello es particularmente cierto para el momento
culminante de la unión carnal— con un «te amo… bastante: con ciertas condiciones o
mientras no me pidas demasiado»; es necesario donarse intencionalmente al otro y
constituir mediante el don recíproco de las personas un «nosotros» único e insustituible.
72
Ciertamente, el sujeto puede errar al hablar el lenguaje sexual, al igual que al hablar
cualquier otra idioma; y también será semejante el resultado: al existir una discrepancia
entre lo que el sujeto quiere decir (subjetivamente) y lo que el sujeto dice
(objetivamente), se generará la típica situación de incomprensión y aislamiento de las
personas que trataban de comunicarse. Es más, dado que el lenguaje sexual se basa
más directamente que los otros lenguajes humanos en la estructura ontológica de la
persona, cuando se rebaja, aunque sólo sea un poco, el significado natural y radical de
la unión carnal, se entra en el terreno de las mentiras fatales para la vida buena de los
sujetos y de la sociedad misma que llegase a aceptar como normales estas mentiras.
En efecto, de forma progresiva el acto de unión sexual se banalizará, y el único punto
de referencia objetivo que permanecerá intacto para las partes y para la sociedad en su
conjunto (por ejemplo, a la hora de establecer y regular qué es una familia) será el acto
físico de «suscitar en el otro partner un cierto placer sexual, a la vez que éste lo suscita
en el primero».
El desarrollo de estas notas específicas del amor conyugal para conocer mejor sus
implicaciones éticas habrá de hacerse mirando a la existencia, a la realidad,
especialmente al ser del hombre y de la mujer. Se tratará, por tanto, de preguntarse:
¿cuáles son los aspectos o las dimensiones constitutivas del otro miembro de la pareja
que deben ser amados (y no excluidos o rechazados) en el amor conyugal?
El amor conyugal es, en su nivel más profundo, una relación de amistad entre un hombre
y una mujer que es llevada hasta el extremo del don recíproco de sus personas,
constituyendo así un «nosotros» único e insustituible. Desde el punto de vista
fenomenológico, este vivir en el «nosotros» se manifestará en el «desear continuamente
que el otro exista, en el vivir juntos y compartir las alegrías y los dolores —no
alegrándose más que por lo que alegra al otro—, en que se es como una sola alma y no
se puede vivir separado del otro, aunque esto exija morir juntos» (cf. Aristóteles, Ética
Eudemia VII, 6, acerca de las formas más perfectas de la amistad auténtica).
La mutua donación y el «nuestro bien» del que aquí se habla son —claro está— de
naturaleza intencional y, más precisamente ética. Son, efectivamente, una misión y una
responsabilidad que su amor ha querido hacer inseparables del propio «yo»: dando,
cada uno de los cónyuges, una orientación incondicional y definitiva a la propia libertad
73
en favor de la realización del «nosotros vivimos bien», en todas sus dimensiones
(materiales, culturales y religiosas). Sin embargo, se trata de una verdadera y propia
donación, ya que las personas cesan de alguna manera de pertenecerse exclusivamente
a sí mismas para pertenecer también al otro.
La perfección propia del amor conyugal es ciertamente compatible con los numerosos e
inevitables tropiezos y retrocesos de los cónyuges a la hora de construir, día tras día, el
«nosotros vivimos bien». Es incompatible, por el contrario, con un querer que se detenga
de entrada, como ideal al que tiende, a un nivel menos profundo de compromiso en favor
del bien del otro, ya sea porque se responsabiliza únicamente de algunas necesidades
particulares de su vida buena (como ocurre con la amistad «normal»: limitada, por
ejemplo, a algunas exigencias de compañía del otro, a la ayuda económica en los
momentos de dificultad, al perdón de sus errores, etc.), ya sea —hablando más en
general— porque se establece una condición temporal o de cualquier otro tipo a la propia
entrega. Estas limitaciones a priori del propio compromiso manifiestan sólo que los
sujetos no quieren llegar a constituir una plena comunión entre sus personas, una unión
con «Romeo» o con «Julieta» en cuanto tal, en su dignidad y valor de persona, sin trabas
ni restricciones y —por tanto— pase lo que pase en el futuro.
Al mismo tiempo, el amor conyugal impulsa a los miembros de la pareja a esforzarse por
instaurar, día tras día, el clima afectivo-sexual que sea más idóneo para la subsistencia
y el progresivo actualizarse del don recíproco de sus personas.
Entre las manifestaciones de afecto que contribuyen a crear ese clima revisten especial
importancia, como es lógico, las de naturaleza estrictamente sexual, en especial esa
unión física que —precisamente por su centralidad en el dinamismo del amor conyugal—
suele designarse como «el» acto conyugal. Por este motivo, la exclusión temporal o
definitiva de esta forma de expresión del propio afecto hacia el otro cónyuge requiere
una seria justificación ética, además del libre consentimiento de las dos partes.
La gran importancia que estos gestos afectivo-sexuales tienen para la existencia del
amor conyugal, así como su carácter de signos naturalmente privativos, es lo que ha
llevado al pensamiento clásico cristiano a juzgar, justamente, que la poligamia y —aún
más— la poliandria representan una gravísima dificultad a la hora de vivir bien esta
relación humana, mientras que la monogamia (unidad: uno con una) es con gran
diferencia la solución ideal.
Esta razón explica que así como el instinto estimula la fecundidad y la procreación en
todo el mundo viviente, en la relación amorosa personal no sólo entra en juego la
tendencia sexual y el sexo propiamente dicho, sino que, influye toda la dimensión
afectiva y afectuosa.
El hombre se encuentra siempre con estos horizontes: la experiencia del horizonte del
que viene, y la experiencia del horizonte hacia el que va. Ese encontrarse con el mundo
es un encontrarse con uno mismo, y es encontrarse en casa. Ahora bien, cuando alguien
puede decir «me encuentro conmigo», resulta que se encuentra ya en su vida; se
encuentra ya viviendo, se encuentra que ya es. Encontrarse con el mundo nos muestra
que es posible, incluso necesario, vivir con los otros, vivir por los otros, vivir para los
otros, de una forma tan necesaria, que si no estuvieran los otros ni podríamos ser.
Desde estas perspectivas, una acertada respuesta que resume todas las cuestiones es
cuando ante la pregunta ¿quién soy yo? se puede responder: soy alguien amado. Esta
aseveración no sólo tiene sentido sino que, mucho más importante y definitiva, es el
sentido de la vida. El mejor modo de encontrarse en casa es saberse amado y amar.
75
Estas reflexiones incluyen el concepto de subjetividad en la antropología, sin abandonar
el realismo metafísico. La persona no se presenta como un ejemplar de la humanidad,
sino que se capta en la experiencia individual, en su sentido relacional.
Tal importancia adquieren las relaciones amorosas que definen a las personas como
seres no sólo biológicos, no sólo biográficos, sino cobiográficos. Se establecen una serie
de correlaciones que forman la red de la identidad personal. Aunque este planteamiento
esté oscurecido en la sociedad occidental, es recuperable y constituye un punto de
partida adecuado para el estudio la sexualidad humana.
El corazón ama porque capta la verdad de las cosas, de las personas y, en la medida
que capta lo verdadero y lo quiere como tal, sus sentimientos son auténticos. A veces,
la persona no sabe o no quiere a cada realidad como tiene que ser querida, por lo que
surgen respuestas desafortunadas.
Aún partiendo de la base de que siempre hay sorpresas en el querer humano, nunca
podremos acotarlo ni agotarlo. Hay una pluralidad de dinamismos en la personas, que
entran en juego con los demás, y muy particularmente, de la dimensión sexual. Es
práctica la orientación realizada por C. S. Lewis que distingue en estas relaciones
amorosas entre el afecto, la amistad, el eros y la caridad. Será la caridad el amor con
mayúscula, el que sostiene y enriquece todos los demás porque ilumina la más auténtica
realización humana: la libertad de donar lo mejor de uno mismo, incluso más, la libertad
no sólo de dar y de dar lo mejor, sino de darse.
76
Con su innata sencillez y profundidad, la Beata Madre Teresa de Calcuta señaló en
repetidas ocasiones «en esos años de trabajo entre la gente, me he dado cuenta de que
no ser querido por nadie es la peor enfermedad que el ser humano puede padecer. Hoy
día tenemos medicinas para la lepra, la tuberculosis..., y los enfermos pueden curarse.
Pero no creo que jamás pueda curarse la enfermedad de la falta de cariño, sólo aliviada
por los que ponen unas manos dispuestas a servir y un corazón que ama».
Sólo cuando el amor se desarrolla hasta alcanzar la persona del otro, éste es para
siempre. Entra así en juego el nivel superior de la vida síquica del hombre, en el que se
involucran las facultades espirituales de la inteligencia y de la voluntad. Este nivel surge
cuando se percibe que la atracción sexual se refiere a una persona: es el valor de la
persona, que interpela en las características sexuales del cuerpo y en las reacciones
emotivas a la feminidad o masculinidad. Viene a darse la misma relación descrita
anteriormente como eros; la dimensión de la sexualidad, que reclama la responsabilidad
77
del hombre y de la mujer, aparece cuando el otro no es ya sólo un bien para mí, sino
que es querido en sí mismo y por sí mismo. Entonces, el amor no es ya sólo una
atracción hacia el otro como un bien para mi, sino que es entrega al otro por su bien, por
el valor que él es en sí.
Mientras que en los niveles tendenciales y psíquicos el otro se presentaba como valor
sólo en cuanto lo refería al apagamiento del deseo subjetivo, ahora el otro es un valor
en sí, que pide el obsequio de mi libertad. Existe por lo tanto una responsabilidad
personal respecto del propio comportamiento sexual, tal como señala el profesor
Rhonheimer, una responsabilidad que no se refiere exclusivamente a la procreación o
no procreación de la vida humana, sino una responsabilidad de la dimensión corporal
del amor humano como parte integrante de la plenitud personal de sentido de ese amor.
El valor personal del otro, una vez percibido, se me impone. Éste exige, también a costa
del sacrificio de las dimensiones instintivas y emocionales, la acogida y el respeto de
una verdad que no me pertenece. Remite a la necesidad de un silencio de mi deseo de
poseer, para poder escuchar al otro, para dejar que se revele en su verdad única e
irrepetible, que representan el don más singular y precioso del encuentro de amor.
Sólo si uno tiene una mirada limpia, que no reduce a la otra persona a objeto de placer
o de utilidad, es posible un verdadero encuentro con ella, en la que la alteridad es
respetada y es posible la sorpresa y la novedad continua.
El sexo aparece con frecuencia como un estafador que no cumple sus promesas, que
en demasiadas ocasiones prostituye los sentimientos humanos. Los valores del sexo,
como todo valor personal, no pueden contradecirse entre sí cuando siguen su
orientación natural, puesto que unos y otros están llamados a conjuntarse, como
exigencia ética de su unidad ontológica y constitutiva. Aceptar las leyes sexuales
humanas, rechazando los impulsos que la contrarían es una afirmación de la orientación
natural del sexo y no su represión; del mismo modo que al descubrir las leyes de la
materia, el hombre es capaz de grandes progresos técnicos, así el reconocimiento de
las leyes del espíritu, las leyes éticas y morales, elevan al hombre. Es un error pensar
que la dignidad de la conciencia se basa en la independencia de esas leyes, puesto que
la dignidad no viene anulada por la verdad, sino por la coerción.
78
sexualidad humana y además, se han llegado a identificar términos que rebajan el valor
de la persona, como lo es identificar fertilidad con fecundidad; o identificar procreación
con reproducción.
Quizás las tres posiciones más peligrosas son las siguientes: las que magnifican el sexo,
las que lo trivializan, y las que lo confunden. En todo caso, suponen la separación de la
sexualidad de la persona, algo no sólo no aceptable en el ámbito ético, sino que por la
constitución de la persona, tal como se ha explicado, hace imposible una felicidad
estable.
También por estos hechos, se puede hablar de un lenguaje del cuerpo, en el que la
sexualidad, tal como vamos exponiendo, es el don de sí, el don de la entera persona en
cuanto espíritu corpóreo, de modo que el sentido de la sexualidad está necesariamente
unido al amor interpersonal, al dinamismo de apertura y comunión entre los hombres.
79
Desde esta perspectiva, se pueden realizar distintas lecturas del significado del cuerpo.
La primera lectura es la diferenciación biológica entre hombre y mujer, que se muestra
en el carácter constitutivo de las diferencias sexuales; los denominados caracteres
primarios y secundarios de la biosexualidad. La pertenencia al sexo masculino o
femenino queda determinado, desde la concepción, por factores genéticos, gonádicos,
hormonales y morfológicos. En Biología se habla de sexo cromosómico (relacionado con
la dotación genética del individuo), de sexo gonádico y ductual (el sexo cromosómico
determina el desarrollo de las gónadas; el ductual son las características genitales
internas), y el sexo genital (características genitales externas). Pero la auténtica lectura
no es sólo biológica; aunque en un primer momento no se sepa muy bien por qué, todos
percibimos que es incorrecto referirse a un varón como simple macho, y a una mujer
como una simple hembra. Decir varón es más que decir macho, decir mujer es más que
señalar hembra. Cuando decimos que alguien es una mujer mostramos que estamos
ante una persona femenina, del mismo modo que en el caso del hombre es una persona
masculina. Esto nos conduce a la segunda lectura.
La tercera y definitiva lectura nos dice que la masculinidad y la feminidad son dos modos
de ser persona no opuestos, como mostraban los primeros mitos del mundo clásico, sino
dos modos distintos y complementarios que afectan constitutiva y esencialmente a los
dimensiones biofísica y psíquica de la corporeidad. No son roles culturales, sino un modo
específico, aunque en algunos casos sean similares, pero no en todos, de ser, de
pensar, de sentir, de estar y de actuar.
Es factible que la distribución de los roles sociales cambie, pero lo que no puede
pretenderse es que los varones y las mujeres realicen esas funciones estrictamente
como dimensión de su corporeidad.
El valor de la sexualidad
80
capacidad de reclamo de los afectos que se sienten en un momento determinado, ni un
acuerdo previo que pueda tomarse.
Toda unión amorosa tiene una parte existencial, tiende de suyo a unir cada vez más
íntimamente a los que se aman, y el resultado feliz se da cuando la propia vida, la propia
biografía, es la del otro, la de la otra.
La plenitud del amor humano es el amor oblativo. Es importante distinguirlo del amor
hedonista y del amor romántico1.
La persona comienza a estar toda ella referida al otro; ya no puede hacerse de esa
relación algo accidental o casual; aunque todas las acciones no sean conscientes, el
entramado que mantiene un amor personal, como se canta en las canciones de todas
las épocas y de todos los lugares, se refieren a un amor exclusivo, perpetuo, fecundo y
comprometido. La plenitud amorosa conlleva entitativamente exclusividad, perpetuidad,
fecundidad y compromiso.
Cabe afirmar tanto que el acto conyugal debe estar abierto a la vida, como que debe
responder al amor, a la unidad, pues la privación voluntaria arbitraria de uno de los dos
aspectos de la sexualidad –el conyugal o el procreativo– afectaría al otro e imposibilitaría
la realización sexual de la persona, el ejercicio satisfactorio de su condición masculina o
femenina. Rhonheimer apunta a una virtud moral que él denomina responsabilidad
creativa y que define como parte constitutiva de la castidad conyugal, como perfección
82
humana en la que se muestra de forma paradigmática y muy destacada la unidad
corporal-espiritual del hombre, responsable de la creación de la cultura de la vida, citada
en el capítulo anterior.
Enseñar los valores que comporta la ética de la sexualidad humana no es más que
mostrar el alfabeto de aquella escritura que está impresa en el corazón de la persona;
después, tal como se ha explicitado anteriormente, la lectura inteligente de la «escritura
del corazón» puede y tiene que ser llevada a cabo por cada uno ¿Quién, salvo cada cual
por sí mismo, puede aprender la «ciencia de la libertad»? Bien es cierto que la familia
constituye el ámbito adecuado para la formación de la conciencia, en el que se
experimenta y se aprende el amor, el servicio, las virtudes...; la familia es el foco que
irradia el significado de la sexualidad humana pues en todos sus estadios y estados se
puede aceptar que la vida humana es un regalo.
También hay que considerar que la ética sexual adecuada a la verdad de la persona
está igualmente distante de dos extremos: el rigorismo y el permisivismo.
El rigorismo tiene como ideal «un amor sin eros»; la sexualidad viene justificada sólo en
cuanto está orientada a la procreación. El elemento subjetivo del placer sexual o de la
afectividad es visto con sospecha. En el permisivismo el único fin de la sexualidad es el
placer subjetivo, la sexualidad es reducida de su nivel personal, y se impide una relación
estable de dedicación recíproca entre dos personas.
4.- Bioética
83
El objetivo de esta ciencia no es elaborar principios generales, sino aplicarlos a los
nuevos problemas que se ofrecen a la consideración de la acción humana en el reino de
la vida, dado los nuevos e inéditos contenidos que se presentan por el desarrollo de la
investigación. Se trata de una materia pluridisciplinar que cada vez más trata de
amparar, no sólo los problemas éticos relacionados con el hombre sano o enfermo, sino
también las relaciones que surgen con la familia, la comunidad, y los otros seres vivos,
que forman su entorno, y todo el ecosistema.
Se intuye que hay que adquirir una especie de sabiduría combinatoria en la que se
integre la diversidad del saber con la unidad esencial de lo humano; no puede olvidarse
que la riqueza de la argumentación ética supera los planteamientos técnicos, científicos
y racionales. Es simplista admitir que la eficacia técnica sea el argumento definitivo; lo
técnicamente posible no es, por esa sola razón, lo éticamente admitido.
El temple bioético abre un reto de confianza en el hombre del siglo XXI, en su capacidad
para la humildad intelectual y moral, en su capacidad para la tolerancia y la flexibilidad
e incluso para su habilidad negociadora.
Queda claro que se trata de una valoración de tipo ético, es decir, sobre la bondad o la
maldad del actuar humano concreto, que debe hacerse a la luz de un determinado
sistema de referencia. Sus contenidos los proporciona de un lado la Ética que actúa
como componente valorativo y, de otro, las ciencias de la vida, que aportan el elemento
material: Biología, Medicina, Psicología, Antropología, Sociología, Bioquímica,
Ingeniería, etc. La nueva disciplina surge de la interpretación racional de los hechos y
de las técnicas.
Esta variedad de objetivos también confirman la gran capacidad de dominio por parte
del hombre del mundo biológico, a partir de la segunda mitad del siglo XX, y su amplia y
profunda incidencia social.
84
Para complementar la reflexión ética acerca de nuestra corporalidad haremos un breve
acercamiento a algunos tópicos de bioética (clonación, eugenesia, reproducción humana
asistida, trasplantes, aborto y eutanasia) que en la actualidad son objeto de viva
discusión.
Clonación
La clonación humana reproductiva puede hacerse por corte gemelar o por enucleación.
La clonación humana por corte gemelar consiste en tomar el cigoto en sus primeros
estadios de desarrollo y cortar, partir o separar las dos, cuatro, seis y hasta ocho
unidades troncales que son células omnipotenciales capaces de dar origen cada una a
un individuo completo. De esta manera, por partición de células troncales, se puede
sacar de un cigoto dos, cuatro, seis o hasta ocho individuos. Se hizo una vez en EE.UU.
en 1993: se dejaron madurar los embriones pero no se prosiguió su desarrollo, porque
en realidad no se veía ningún avance científico ni de utilidad para la humanidad.
La reflexión teológica de las distintas religiones, la relexión filosófica y los datos más
seguros de la ciencia afirman el carácter humano de los embriones desde el primer
momento de la anfimixis y por tanto objetan la clonación humana:
Desde el punto de vista práctico el proceso de clonación humana por enucleación trae
el riesgo de matar miles de embriones (seres humanos); si se trata de reproducir grandes
personalidades la clonación solo reproduce el 12% del original, luego no vale la pena; y
cuando se clona un adulto el individuo clonado trae la edad del individuo origen así como
sus enfermedades, luego no es aconsejable.
Una buena opción descubierta últimamente es obtener las células madre, una vez
atendido el parto, a partir del cordón umbilical o de la placenta pues en ellos se encuentra
una buena cantidad de células multipotenciales. Ya hay bancos de estas células y es
una solución natural técnica y éticamente excelente.
Otras opciones que incluyen ciertas dificultades pero que se pueden seguir
perfeccionando son utilizar células adultas (diferenciadas) que puedan retrotraerse a
células troncales multipotenciales y la clonación de óvulos.
En esta plausible labor terapéutica hay que evitar, además, el peligro de la discriminación
pues, como explica Cely (1999), los pobres, al no tener acceso a esta nueva clase de
conocimientos y técnicas, serían víctimas de otra nueva discriminación: la genética.
Eugenesia
De manera genérica se designa con este nombre el trabajo científico de obtener la mejor
condición de los nacidos. Surgen aquí dos preguntas: ¿qué se entiende por nacido
mejor? y ¿con qué medios se realiza?
¿Qué es un “mejor nacido”? Una respuesta obvia es: quien traiga las mejores
condiciones genéticas para ser un humano de alta calidad. ¿Pero qué es un humano de
alta calidad? Lo corporal es solo un elemento y además lo genético es únicamente el
12%;el otro 88% es lo espiritual, lo cultural y las consecuencias del proceso social de
gestación; por tanto, la verdadera eugenesia no se obtiene con la sola manipulación de
los genes: deben tenerse en cuenta los demás valores de la persona que no dependen
de una terapia celular.
86
Y más adelante, en el 1,3, anota: “Se deben considerar lícitas las intervenciones sobre
el embrión humano, siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo
expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de
sus condiciones de salud o su supervivencia individual”. En el numeral 5 del mismo
capítulo expresa: “Es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados
como ‘material biológico’ disponible”. Y en el número 6 afirma: “Los intentos de intervenir
en el patrimonio cromosómico y genético que miran a la producción de seres humanos
seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas, son contrarias a la
dignidad del ser humano, a su integridad y a su identidad”. Por otro lado, como lo advertía
hace décadas Häring (2007, p.25), “la eugenesia no puede constituirse en un nuevo
factor de discriminación o exclusión de unas personas sobre otras”.
Por tanto, el trabajo de mejorar los nacimientos no puede matar embriones por
imperfecciones genéticas; no puede sacrificar un embrión para reemplazar el tejido
enfermo de un tercero; no puede modificar la estructura genética humana fundamental
ni fomentar nuevas formas de discriminación social entre los “mejorados” por eugenesia
y los “no mejorados”, fruto del nacimiento natural.
Trasplantes
Los trasplantes de órganos adultos que tienen por objeto mejorar la calidad de vida de
una persona enferma deben cumplir estos requisitos: a) Gratuidad y voluntariedad de la
donación (el proceso del trasplante tiene su costo pero el órgano trasplantado en sí no
puede ser comprado ni vendido); b) Si el trasplante es de vivo a vivo, los peligros y
riesgos físicos o psíquicos que sobrevengan al donante deben guardar proporción con
el bien que se busca para el destinatario; en ningún caso se puede disminuir de manera
fundamental la calidad de vida del donante; la persona debe velar por su integridad,
excepto cuando un sacrificio menor otorgue una mejoría mayor a otro; c) Si el trasplante
es de difunto a vivo, la operación de extracción de dichos órganos ni directa ni
indirectamente puede anticipar o acelerar la muerte del donante (de lo contrario habría
87
homicidio) y debe contar con la debida autorización voluntaria del donante en vida o de
sus legítimos representantes después de su deceso.
Aborto voluntario
Desde el instante de la concepción existe ya un ser vivo con ADN humano. Desde que
es solo una célula, su propio ADN dirige todo el programa de su desarrollo y crecimiento,
hasta el nacimiento y más allá. Las dudas del pasado a este respecto han sido
despejadas por la ciencia. Por tanto el aborto es un acto contra la vida humana, no
conforme con la ética.
La mujer tiene derecho sobre su cuerpo pero no sobre el cuerpo de otra persona como
lo es el embrión y mucho menos si lo que se quiere es matarlo. Cada persona, cada
mujer, goza de autonomía y libertad para tomar sus propias decisiones pero esa
autonomía y libertad tienen como marco ético la integridad de su cuerpo y la integridad
del otro, máxime si ese otro es un indefenso y dependiente de ella (embrión, feto o bebé).
¿Se justifica el aborto en caso de una mujer que ha sido violada? La violación es un
crimen execrable pero ese niño inocente no tiene por
qué pagarlo con su vida. El Estado, la sociedad civil y las organizaciones sociales y
religiosas tienen la obligación grave de brindar todo el apoyo físico, psicológico y
socioeconómico a la madre y al niño necesario para su supervivencia digna. Y si la
madre no está en capacidad de criarlo, puede darlo en adopción en pro de su bienestar
y el del bebé.
¿Es ético permitir que nazcan niños con graves malformaciones o deficiencias, o que
van a morir nada más nacer? La dignidad del ser humano es absoluta y no depende de
que tenga excelente o regular salud física o mental. La vida de un ser humano tanto
sano como enfermo merece respeto y cuidados. Es justo y necesario aplicarle a un
nasciturus todas las terapias posibles para curarlo, como se explicó al hablar de la
eugenesia, pero si no se pueden obviar las deficiencias genéticas que traiga, ese ser
humano tiene dignidad humana y no es lícito tomar el camino fácil de quitarle la vida.
Además, no se sabe cuánta grandeza humana traiga ese ser que tiene deficiencias
solamente en su 12% del componente genético y qué excelentes valores y actitudes
88
humanas pueda provocar su presencia en la sociedad. Es necesario superar la visión
fragmentaria materialista y elevarse a una visión integral del hombre.
Si se da una situación crítica en la cual estén en juego la vida de la madre y del niño, lo
ético no es matar al niño sino “optar por la vida” y realizar todos los esfuerzos médicos
y morales posibles para salvar a los dos. En el caso de que médicamente haya sido
imposible salvar las dos vidas, ello estaría dentro del proceso de la naturaleza y no
habría reato para nadie pues, hechos los esfuerzos posibles, rige el principio: “a lo
imposible, nadie está obligado”.
¿El no al aborto solo es creencia religiosa que no se puede imponer a los demás? Es
cierto que la teología de las distintas religiones, y en especial la del cristianismo,
rechazan el aborto, pero los argumentos de fondo se basan en datos científicos y en
argumentos racionales. Respetar la vida humana desde su inicio no es opinión o
creencia subjetiva, sino principio fundamental de una sana convencia humana.
Eutanasia
89
En ningún momento se puede desconocer la complejidad de estas cuestiones
(Baudouin, 1995) y los momentos de perplejidad que provocan los casos reales, en los
cuales debe quedar muy claro el gran principio que ha de guiar las conciencias: amar y
respetar el don de la vida en sí mismo y en los demás.
90
UNIDAD IV
ETICA SOCIAL
1.-Ética de la economía
La economía constituye uno de los ámbitos más importantes de la realidad social del
hombre. Por lo mismo, la ética económica es uno de los capítulos decisivos de la moral
social. En efecto, la relación del hombre con los llamados bienes económicos ha sido un
tema importante en la síntesis moral de todas las épocas. También en la nuestra
sentimos la necesidad de volver a formular las exigencias éticas en el campo de la
economía. Tarea difícil, dada la complejidad del mundo económico. Pero al mismo
tiempo, tarea imprescindible para aquellos grupos que pretendan poseer una ética social
no sólo formal, sino también de contenido.
Economía viene del griego: OIKOS = casa y NOMOS = ley, esto es ‘orden que se
observa en los ingresos y egresos de la casa’. La vida económica es el conjunto de
fenómenos e instituciones que se dirigen a satisfacer con bienes (satisfactores en la
terminología actual) las necesidades humanas. La conservación de la salud, de la vida,
el fomento de la cultura en sus múltiples manifestaciones (arte, ciencia, etc.) requieren
la posesión de bienes económicos.
Pero esta actividad no es algo aislado. El hombre no puede satisfacer sus necesidades
aisladamente, necesariamente entra en relación con otros semejantes apareciendo así
la dimensión social de la actividad económica. Esta se aprecia aún más por el hecho de
que la capacitación de cada individuo, favorece el aumento de los bienes económicos y
comporta al mismo tiempo la necesidad de entender y realizar su actividad económica
como prestación de servicios a la comunidad.
La actividad económica, cuando es objeto del saber positivo, adquiere una racionalidad
científico-técnica. Surge así la ciencia económica: un saber que, basándose en hechos
91
y análisis de las concatenaciones causales, establece leyes empíricas sobre la actividad
económica. A la ciencia económica le corresponde la combinación de los medios en
orden a conseguir la máxima eficiencia posible de los escasos recursos para satisfacer
las necesidades humanas. En cuanto ciencia, tiene sus leyes positivas en orden a la
maximalización de las finalidades directamente económicas.
Las leyes positivas de la economía no se cierran sobre el estricto orden del conocer.
Buscan la posibilidad de transformar la realidad económica. La ciencia de la economía
se traduce en tecnología. Surge así todo un complejo científico-tecnológico que analiza,
orienta y transforma la actividad económica humana.
La economía es por el hombre y para el hombre y nadie negará que al afirmar esto, nos
estamos moviendo en el plano de lo moral.
Esta es la referencia más decisiva de la ética en relación con la economía. El valor del
hombre constituye el origen y el objetivo de toda actividad económica. El valor de la
persona como horizonte referencial de la realidad económica constituye uno de los
puntos más claros de la visión ética en relación con la economía. Esta comprensión
humana de las realidades económicas imprime el característico sello de humanización
que lleva consigo el quehacer soda] auténtico, aunque no siempre haya deducido todas
las consecuencias morales y aunque no siempre las consecuencias morales
históricamente aportadas hayan sido correctamente deducidas.
93
Afirmar la igualdad de todos los hombres y la unidad de los mismos, es un enunciado
que todavía estamos muy lejos de practicar pero tiene su fuerza como pilar teórico y
existencial.
Una economía justa tiene que ser economía de necesidades, es una economía
configurada por la satisfacción de necesidades. Pero no toda economía de necesidades
es justa.
Si el tabú no puede ser criterio de moral, tampoco puede serlo el mito. En la economía
actual pueden ser contadas dos utopías míticas: La productividad sin límites y el lucro
sin freno.
La productividad es una de las leyes de la economía; pero esta ley se convierte con
frecuencia en un mito, en una obsesión sacrificante del hombre en su esencia. El paso
de la etapa preindustrial a la economía industrializada ha representado a la humanidad
un impresionante aumento económico. Se ha dejado la línea de la escasez y se ha
instalado en la línea de la abundancia y hasta de la opulencia. Esta realidad ha generado
un nuevo mito para el hombre actual: el mito de la productividad sin límites. La moral
económica no puede aceptar la productividad sin límites como criterio ético. Dejada la
economía a la fuerza ciega de la productividad, además de desencadenar
94
periódicamente crisis profundas, iría en contra de los valores básicos de la humanidad:
la dignidad absoluta del hombre, el interés socialmente compartido, la equidad en el
reparto de los bienes, etc. La productividad sin límites es la voracidad objetivada de los
sistemas económicos construidos sobre esta utopía mítica de la época actual.
Ya es un lugar común declarar que vivimos inmersos en una crisis ecológica. Se trata
de un complejo multilateral que incluye cuestiones éticas, psicológicas, sociológicas,
políticas, jurídicas, pedagógicas, científico-tecnológicas, económicas, urbanísticas, etc.
El hecho de que esté constituido por múltiples perspectivas significa que es difícil
delimitar el problema ambiental de forma completa. Lo que se llama crisis ambiental es
un conjunto de fenómenos que incluye no sólo el deterioro creciente del medio natural,
el agotamiento de los recursos naturales, la lluvia ácida y el deterioro de la capa de
ozono, la deforestación o desertización o sobreexplotación de los suelos, la pérdida
acelerada de biodiversidad, la contaminación continental, marina —y ahora también
espacial—, y otros problemas en la naturaleza; sino también son problemas ambientales
los desequilibrios Norte / Sur y la falta de acceso a los recursos de los países del Sur, la
explosión demográfica de los países menos desarrollados y el envejecimiento de la
población de los países ricos, el modelo consumista occidental que se quiere imitar, las
fuertes migraciones, la feminización de la pobreza, los conflictos, la violencia y las
guerras, y otros problemas hasta ahora considerados sociales y políticos13.
13
En este sentido tendría razón Nicolás Sosa al afirmar que crisis ecológica es una crisis civilizatoria. N. Sosa, “Ética
ecológica” en Los retos de la Ética aplicada, Iglesia Viva, Valencia, 1991, p. 84; V. Shiva, Tomorrow’s biodiversity,
Thames & Hudson, London, 2000, p. 127. En esta obra la autora nos invita a pensar que la conservación de la
biodiversidad nos ofrece una oportunidad de disminuir dos formas de colonización: la de la naturaleza y la de
otras culturas.
14
José Ferrater señala que en la época moderna se dan diferentes tipos de crisis: crisis de los pocos, de los
muchos y de todos. La crisis ecológica es un crisis de “los todos”, porque es cada ser que vive en sociedad el que
siente a la vez crisis real y la necesidad de superarla. Cf. J. Ferrater Mora, Las crisis humanas, Salvat, Navarra,
1985, p. 94. Alarmantes y catastróficos suelen ser los informes anuales del Club de Roma. A título de ejemplo: A.
King / B. Schneider, Informe del Consejo al Club de Roma. La Primera Revolución Mundial, Plaza y Janés, Barcelona,
1991; E. U. Von Weizsächer / L. H. Lovins / A. B. Lovins, Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos
naturales. Informe al club de Roma, Galaxia Gutemberg, Círculo de lectores, Barcelona, 1997.
96
con salida. Sin embargo, y por seguir con la metáfora, no es necesario incendiar todos
nuestros bosques, esquilmar nuestros recursos o generar una atmósfera irrespirable,
pues la conciencia de crisis es hoy toda una realidad.
Sin embargo, no todas las exigencias que provienen de la sociedad civil, en forma de
movimientos ecologistas o de partidos verdes, pueden ayudar a resolver el problema.
Existe una idea generalizada de que es la razón humana la que nos ha llevado a la crisis
ecológica, por eso no son pocos los ecologistas que proponen una “razón alternativa”
que, de tan alternativa que es, deviene en irracional. Así, encontramos en gran parte de
la literatura ecologista nuevos planteamientos, nuevos movimientos y nuevas
propuestas, etc. porque en lo viejo encuentran el problema. Rotura, discontinuidad,
fragmentación parecen los términos claves, pero esconden una visión reduccionista del
problema.
97
La respuesta dada a este desafío contemporáneo no será una respuesta más a
considerar junto a las otras, porque tomar en serio la crisis en ética significa buscar
razones y, con ellas, orientaciones normativas que muevan a actuar de un modo
ambientalmente correcto. Así, el modo de dar una respuesta desde la ética será inverso
al de los científicos que, primero, identifican los conflictos ambientales y después
descubren las causas de estos problemas con el fin de solucionarlas. Aquí no se trata
de reconstruir desde los problemas ambientales, sino desde los modos de pensamiento
que subyacen a nuestra visión del medio ambiente, que es lo mismo que decir de nuestro
decir y actuar ante nuestro entorno natural. No se trata de analizar las actuaciones
ambientales, sino de analizar las exigencias que actualmente tenemos con respecto al
medio ambiente.
Una vez aclarado el punto de partida, el trabajo no ha hecho más que comenzar, porque
el punto de llegada no es el acuerdo más o menos generalizado sobre tales exigencias
ambientales, sino el descubrimiento de las razones que conceden validez o legitimidad
a tales exigencias15. La ética, desde el giro lingüístico-pragmático, tiene como misión
dirigir la atención hacia las estructuras lingüísticas que hacen posible los procesos de
socialización y mostrar cómo esas estructuras contienen un núcleo universal, también
llamado punto de vista moral. Porque los imperativos hoy ya no vienen diferenciados por
su forma lógica, sino, por la fuente de la obligatoriedad, que es la exigencia de
universalidad16. Por eso este trabajo comenzará a explicitar las exigencias que
actualmente tenemos con respecto al medio ambiente, con el fin de descubrir en algunas
de ellas una dimensión moral, un núcleo universal que convertirá tales exigencias en
legítimas o válidas.
Emprender un trabajo de ética implica comenzar con una referencia casi obligada a
Aristóteles, concretamente a su definición de la ética como saber de lo práctico, es decir,
de aquellas cosas que siendo como son, pueden ser de otra manera. El significado a
pesar del tiempo sigue vigente, pues introduce una diferenciación de saberes marcada
por una distinción entre dos ámbitos de realidad: el ámbito del ser, del que se ocupan
las diferentes ciencias y la filosofía, y el ámbito del deber ser, sobre el que versan otros
saberes llamados prácticos, entre los que se encuentran además de la filosofía moral o
ética, la filosofía del derecho, la filosofía política y la filosofía de la religión.
Si el objetivo principal de este trabajo es presentar una propuesta de ética ecológica que
pueda dar respuesta a los principales problemas ambientales y sociales de nuestro
tiempo, después de la revisión de la definición aristotélica se plantean al menos dos
interrogantes: ¿Cómo es posible que la ética pueda pretender “hacerse cargo” de una
15
Cf. T. McCarthy, Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea,
Tecnos, Madrid, 1992, p. 29. Según este filósofo, una pretensión es válida no porque estemos de acuerdo, sino que
estamos de acuerdo porque tenemos razones para concederle validez.
16
Cf. D. García-Marzá, “Deber” en A. Cortina (dir.), 10 palabras claves en ética, Verbo divino, Navarra, 1994, pp.
87-88.
98
realidad tan natural —es decir más propio del ámbito del ser que del deber ser— como
es el medio ambiente? ¿Y por qué la ética tiene que posicionarse ante este asunto?
Ahora bien, explicitar la dimensión moral del medio ambiente y dar una respuesta a la
crisis ambiental es una tarea que parte de dos presupuestos: en primer lugar, una
definición amplia de medio ambiente que incluye consideraciones sociales, culturales y,
en definitiva, éticas, y que se irá completando a lo largo del trabajo a medida que se
aborden las diferentes perspectivas de la realidad ambiental. Y, en segundo lugar, un
posicionamiento crítico ante este ser y deber ser con el objetivo de “hacerse cargo” de
la crisis ambiental.
17
Cf. J. L. L. Aranguren, Ética, Alianza, Madrid, 1981, especialmente capítulo 7.
99
humana, pues en multitud de ámbitos, pero especialmente en el medioambiental, es
característica la existencia de vacíos jurídicos y políticos18.
Por todo ello, en mi opinión, la ética es necesaria como horizonte último de legitimidad
política, jurídica y también científica. Que es lo mismo que afirmar que es indispensable
el recurso a la racionalidad práctica —además de la científica-técnica— que es aquella
que establece los deberes que deben cumplirse para respetar los mínimos
incondicionales que hoy consideramos que delimitan lo justo e irrenunciable para una
vida digna. Y entre esos mínimos hoy se encuentra un medio ambiente sano, es decir,
un entorno que permita una vida con calidad. Con ello no se pretende afirmar que la
ética sea necesaria porque los demás saberes no pueden con ella; sino que la dimensión
moral está incorporada dentro de los demás saberes, como se tendrá ocasión de mostrar
en los dos siguientes capítulos.
El sentido último de este trabajo que se ocupa de nuestra responsabilidad por el medio
ambiente es una “pre-ocupación” por el ser humano. Como trabajo de ética, el punto de
partida de esta reflexión es el ser humano, único ser moral, porque a diferencia de los
animales no humanos, como decía Aranguren, nuestra vida está por hacer, no está
determinada. Y la ética se ocupa de esta moralidad que nos es esencial, porque
constituye como una especie de segunda naturaleza; segunda, pero naturaleza al fin y
al cabo. Por eso una búsqueda guía estas páginas: reflexionar sobre el sentido de la
humanidad, con la convicción previa de que es necesario, en este nuevo siglo, ampliar
lo que deba entenderse por este sentido, con el fin de incorporar otra “pre-ocupación”:
la del entorno natural19.
El camino se inicia con varios propósitos, entre ellos la búsqueda de formas de vida más
dignas, más humanas, más justas y, por tanto, más racionales. Para ello, se necesita
saber de qué sentido de humanidad se parte y cuál se desea, para después
fundamentarlo racionalmente. Un criterio de humanidad así formulado y fundamentado
puede convertirse en un criterio de racionalidad porque señala, partiendo de las
necesidades y de los intereses humanos, cuáles son los fines, los ideales racionales
para la humanidad, aquí se llamará el horizonte utópico.
Iniciar el camino de la búsqueda de un criterio que defina una vida digna para toda la
humanidad, conforma la tarea ética desde sus inicios, aunque no siempre se haya
buscado y encontrado en el mismo lugar. La ética clásica buscó dentro de lo que se
llama el paradigma ontológico, la ética moderna en el de la conciencia y la ética
18
Como afirma Adela Cortina, no estamos en una época postmoral, no bastan el derecho y la política para resolver
los conflictos humanos. Cf. A. Cortina, Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1992. Y, en mi opinión, como se tendrá
ocasión de justificar, mucho menos los actuales problemas ambientales.
19
Hans Jonas, un autor clave cuando se habla de responsabilidad medioambiental, afirma que la destrucción
ambiental es una muestra de una humanidad que se está suicidando. Cf. H. Jonas, Técnica, medicina y ética. La
práctica del principio de responsabilidad, Paidós, Barcelona, 1997, p. 11.
100
contemporánea indaga las posibilidades del criterio de humanidad en el discurso, pues
entiende que el fenómeno o hecho moral se encuentra en el lenguaje.
Hacer una apuesta por una mayor humanidad significa elaborar una propuesta que sirva,
además de para lograr una justicia efectiva, para que se puedan llevar a cabo proyectos
individuales y colectivos de vida buena, de vida felicitaria para toda la humanidad. El
problema es que en los propios seres humanos algunas de sus creencias y muchos de
sus conocimientos científico-tecnológicos están impidiendo que tales proyectos de
justicia y de vida buena puedan llevarse a cabo. Por eso, si el significado de justicia
constituía hasta hace bien poco lo reflejado en los derechos de la igualdad y los
derechos de la libertad, hoy se necesita ampliar el concepto de los derechos humanos,
bajo la convicción firme que guía este trabajo: no puede haber una sociedad justa, si no
existe justicia ambiental. Dicho de otro modo, es imprescindible un entorno natural
adecuado para poder llevar una vida humana con dignidad.
Se busca, por tanto, un criterio en el que esté representado toda la humanidad — todas
las generaciones, todas las culturas, todas las mujeres y todos los varones. En este caso
lo más importante del criterio no puede ser el contenido, sino la forma, porque se exige
que sea universalizable. Y como no se trata de saber qué hemos de hacer para ser
respetuosos con el medio ambiente, sino por qué debemos de hacerlo, también será
necesario fundamentar, es decir, aportar buenas razones. O dicho de otro modo, se trata
de averiguar qué es lo ecológicamente racional ofreciendo argumentos que pueden ser
universalmente aceptados.
La ética discursiva interpreta el punto de vista moral como un principio discursivo, según
el cual sólo pueden considerarse válidas aquellas normas que puedan obtener el
20
Cf. A. Piepper, Ética y moral, Crítica, Barcelona, 1990, p. 83.
101
consentimiento de todos los afectados posibles como participantes de un discurso
práctico21. Así el punto de vista moral consiste en un procedimiento para enjuiciar la
validez moral o justicia de las normas e instituciones. Se trata de un principio que puede
marcar cuándo algo conviene a la humanidad, porque está fundamentado en las
relaciones de reconocimiento recíproco que implica toda forma de vida configurada
comunicativamente22. Y ese algo conviene a la humanidad cuando puede ser justificado
desde el punto de vista de la consideración recíproca de todos los intereses en juego, o
dicho de otro modo, desde el punto de vista de aquello que es bueno para todos. Donde
“todos” hace referencia a toda la humanidad, porque “todos” los sujetos son
considerados como interlocutores válidos23.
En resumen, se busca un nuevo criterio de humanidad más adecuado para dar una
respuesta a la crisis ecológica, sin alejarnos, sino acercarnos, al ideal de seres humanos
que previamente se ha forjado. Un criterio de racionalidad con pretensión de
universalidad, que pueda servir de crítica desde donde enjuiciar la validez de nuestras
normas, juicios, acciones e instituciones humanas, porque necesitamos tal criterio para
distinguir qué formas de vida son más dignas, más racionales y, por tanto, más
humanas.
En un tema como éste es conveniente partir de una cautela conceptual que se irá
complicando a medida que se avance en el trabajo. No es el momento ahora de trazar
las diferencias que pudieran haber entre una ética ecológica y una ética ambiental, de
momento se utilizarán como sinónimas, sólo más adelante se intentará borrar los límites
imprecisos de estas denominaciones. La imprecisión en este ámbito puede explicarse
porque aunque la preocupación ecológica ha sido una constante la última mitad del siglo
XX, lo cierto es que la ética ecológica apenas hace unas décadas ha comenzado a ser
centro de reflexión en la teoría. Anteriormente el entorno natural como problema, cuando
existía, quedaba subsumido dentro de otros aspectos filosóficos.
Es cierto que se puede encontrar la expresión ética ecológica en las teorías de algunos
científicos. Pero entonces nos encontramos más con una propuesta ideológica que con
una ética auténtica, es decir, un modelo de pensamiento universalizable. Se trata de
propuestas con orientaciones individuales realizadas desde una racionalidad mermada,
de tipo místico, fundamentada sobre premisas premodernas, que por valorar en exceso
el medio ambiente olvida al ser humano y su dignidad, que es el único punto de partida
válido de la ética.
21
Cf. J. Habermas, Facticidad y validez, Trotta, Valladolid, 1998, p. 138.
22
Cf. D. García-Marzá, “Drets humans i democracia” en V. Martínez / I. Comins (eds.), Terra i drets. Els drets
humans i la pau a la fi del mil·leni, Agrupació Borrianenca de Cultura, Borriana, 1999, p. 79; J. Habermas,
Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985.
23
Cf. A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993; D. García-Marzá, Ética de la
justicia, Tecnos, Madrid, 1992.
102
El problema ambiental como otras cuestiones de ética aplicada —ética económica,
empresarial, bioética, etc.— ha obligado a replantear desde hace unas décadas la
pregunta sobre qué sea lo ético. Se pueden señalar, al menos, cuatro razones de por
qué es necesario una reflexión de ética ecológica.
Asimismo, porque también es necesario que se consideren nuestros deberes para con
las generaciones futuras. Es decir, se introduce la problemática de cómo dar cuenta de
las obligaciones con los que todavía no tienen derechos. Esta novedad implica repensar
conceptos como deber hacia el ámbito de lo indefinido o responsabilidad por seres
futuros con los que no mantenemos una relación de reciprocidad
Y, finalmente, porque el problema ambiental nos sitúa no ante una actividad — como
ocurre con el resto de las éticas aplicadas— sino con una vertiente presente en muchas
actividades humanas. Eso obliga a la teoría ética a reflexionar sobre cada uno de estos
ámbitos, porque es necesario tomar en consideración sus resultados y sus perspectivas.
Son diferentes las respuestas que se han dado a esta cuestión. Así por ejemplo, para
McCloskey y Passmore, dos autores claves por su preocupación ambiental, no hay
necesidad de una ética específicamente ecológica para dar cuenta de nuestras
obligaciones hacia la naturaleza. Para el primero, la responsabilidad hacia nuestro
entorno natural sigue dentro del ámbito de deberes y derechos morales y, por tanto,
puede ser explicado desde algunas teorías éticas; y de la misma opinión es Passmore,
103
para el cual la solución no viene de la renuncia a la difícil conquista que es nuestra
tradición racional24.
Como se ha visto más arriba, Habermas tampoco considera que sea necesaria, pero
por un motivo diferente. Aunque reconoce la necesidad de que la ética dé respuesta a
“las cuatro grandes cargas moral-políticas que pesan sobre nuestra existencia” —
hambre y miseria del Tercer Mundo, tortura y violaciones de la dignidad humana,
desempleo y desigual reparto de la riqueza social y del riesgo autodestructivo que
implica la carrera armamentística—, no cree que pueda ir más allá de las ciencias
históricas y sociales, pues, a su juicio, sólo desde una consideración materialista de
estos problemas se pueden alcanzar auténticas soluciones25.
Según una clasificación de Ferrater Mora existen dos modos de entender la ética
ecológica:26
El autor no está de acuerdo con ninguna de las dos por los siguientes motivos:
24
Cf. H. J. McCloskey, Ética y política de la ecología, FCE, Méjico, 1988; J. Passmore, La responsabilidad del
hombre frente a la naturaleza, Madrid, Alianza Universidad, 1978. Entre nosotros, por razones similares M.
Antonieta La Torre no encuentra necesario elaborar una ética para el entorno, cuando es suficiente con un estudio
de la conducta más adecuada para el uso del entorno. “No hay necesidad de nuevas normas éticas, porque posición
“instrumental” no significa interés ética generalista por lo particular.” Cf. M. A. La Torre, Ecología y moral,
Desclée de Brouwer, Bilbao, 1993, p. 144.
25
Cf. J. Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, op. cit., p. 33.
26
Cf. J. Ferrater Mora / P. Cohen, Ética aplicada, Alianza Editorial, Madrid, 1992, pp. 150 y ss.
104
frente a la primera, porque estas éticas se distinguen por la progresiva ampliación de la
comunidad moral, lo que implicaría que sólo la ética de mayor alcance tendría más
potencia para defender más y mejores razones para una ética ecológica; pero frente a
las segundas, Ferrater opina que suponer que la ética ecológica es la única ética posible
“equivale a cerrar los ojos a la complejidad y variedad de las cuestiones morales”. Por
eso propone una ética que ni tenga que subordinarse a otras, ni que éstas tengan que
subordinarse a ésta. No requieren del mismo fundamento y, aunque en ocasiones
compartan problemas comunes, no necesariamente se ha de dar una respuesta desde
una ética u otra27.
Por eso hay que continuar reflexionando sobre el estatuto de la ética ecológica.
Según su etimología, “político/a” es lo relativo a la polis, término con que los griegos
designan la “comunidad” más amplia, última, no englobada en otra posterior y superior,
resultado y condición de la plena realización humana. En cuanto miembro de la ciudad
se es polites. La constitución estructuras y jurídica de la polis es politeia (que puede
también, según los contextos, traducirse por ciudadanía, constitución, democracia). La
idea de polis entraña un sentido de plenitud convivencial que está ausente de los
términos latinos civitas, civis, civilis con que literal y respectivamente se traducen polis,
polites, politikós.
Sustantivado el término, “política” (“la” política) será el conjunto, orden o esfera de todas
las actividades e instituciones, saberes y haceres, que se refieren específicamente de
uno u otro modo a la polis. Con el término “política” se designa, en efecto, no sólo un
determinado tipo de realidad, sino también los saberes acerca de ésta (descriptivos y/o
prescriptivos, teóricos/prácticos, científico-positivos o filosóficos, ...). Por “política” se
entiende también tradicionalmente un “arte” (forma de saber práctico inmediato o simple
actuar prudencial de quien posee dotes especiales, más naturales que adquiridas, para
la dirección, gobernación o pastoreo de “hombres” en colectividad). Según otras
acepciones, usuales también en referencia a ámbitos ajenos a su sentido más propio,
“política” es, en general, un conjunto de supuestos, principios, medios, actividades con
que se organiza y dirige un grupo humano para la consecución de determinados
objetivos (“la política de nuestra empresa”); conjunto de criterios y objetivos, proyectos,
planes y programas de acción, global o sectorial, de agentes individuales o colectivos,
27
Cf. Ibíd., p. 156.
105
públicos (“la política fiscal del gobierno”), o privados (“la política de ventas de nuestra
Casa”). Y “con política” o “políticamente” se quiere decir, según el contexto, “con
cuidado”, “suavidad”, “cortesía”.
La ética determina, por medio de enunciados normativos, qué debe hacerse (a qué se
está obligado o, en general, qué debe ser). Esta determinación se realiza por dos vías:
mediante la formulación de principios generales y particulares, o mediante la elección
de un procedimiento ecuánime y generalmente aceptado, capaz de permitir una decisión
sobre cada acción éticamente relevante. Cabe una distinción entre los enunciados de la
ética: deontológicos y axiológicos. Los primeros se refieren al deber (por tanto se aplican
a una acción o a un agente en tanto que obligatoria u obligado). Los segundos se refieren
al valor ( se aplican a objetos o estados de cosas en tanto que objetivamente valiosos o
simplemente valiosos para alguien).
La ética política puede definirse etimológicamente como la ética propia del estado o la
organización social. En este sentido estaría constituida por las normas de acción que
efectivamente permiten la convivencia y la cooperación social y coordinan las acciones
individuales para fomentar el bienestar general. Por otro lado, desde un punto de vista
moderno podemos definir la ética política como la parte de la ética que se ocupa de los
principios o normas de acción que deben regir el comportamiento del político en su
calidad de gobernante o legislador, responsable, en última instancia, del bienestar y
seguridad de todos los miembros del estado.
Pero precisamente la tarea de la ética política es tratar de salvar ese abismo entre los
principios y la acción, entre el individuo y la comunidad política. El contenido de la ética
política, así como su alcance y el optimismo con que ha afrontado su cometido, han
variado históricamente, dependiendo de la concepción ética dominante. Por eso,
creemos que el mejor modo de abordar el carácter y contenido actual de una ética
política, e incluso su misma posibilidad, es recorrer las etapas históricas más
significativas de la relación entre ética y política, aunque sin perder de vista que nuestro
objetivo no es el mero análisis histórico, sino la mejor comprensión del momento actual
de esta relación. Con vistas a esta comprensión, nos centraremos en la comparación
entre el mundo antiguo y la modernidad, comparación que nos llevará a los problemas
contemporáneos y nos sugerirá la solución.
28
V Camps, El segundo Rawls, más cerca de Hegel, Daimon. Revista de Filosofía, nº 15, 1997, p. 64
107
2.- Concepciones sobre el poder
El primer autor que trata el problema del poder como una forma de intercambio mercantil
en la que las dos partes resultan beneficiadas es Hobbes. Los hombres se dan cuenta
de que en el estado natural, que es un estado de igualdad, no tienen seguridad ni
posibilidad de obtener ventajas colectivas. Motivados por el miedo a vivir en ese estado,
los individuos intercambian sus derechos por la seguridad. Con ello, el soberano obtiene
la obediencia de los súbditos siempre y cuando les proporcione seguridad. El contrato
social, si bien es político, es un mecanismo que nos permite sopesar las ventajas y las
desventajas de la obediencia, por un lado, y, por otro, del ejercicio del poder.
Según Talcott Parsons el poder en un sistema social se genera de la misma manera que
el bienestar en las organizaciones productivas de la economía. El paralelismo entre el
dinero y el poder se basa en el papel que desempeñan en sus respectivos subsistemas
sociales. El poder tiene una función en la política (subsistema por el que se logran
metas) paralela a la del dinero en la economía (subsistema adaptativo). La principal
función del dinero en la economía moderna es la de ser un medio circulante; es decir,
un medio estandarizado de intercambio en términos del cual el valor de los productos
puede ser valorado y comparado.
Por obligaciones vinculantes él entiende las condiciones por las que, tanto los que están
en el poder como los que lo reciben, se someten en virtud de su legitimidad; todo poder
implica un mandato y una relación de derechos y obligaciones.
Así como el dinero tiene valor en virtud de un acuerdo previo para su uso como un medio
de intercambio estandarizado, el poder es una capacidad para la consecución de metas
colectivas en virtud de un acuerdo entre los miembros de la sociedad para legitimar las
situaciones de liderazgo y establecer la posibilidad de que se desarrollen políticas
encaminadas al logro de las metas del sistema.
Parsons distingue dos canales situacionales principales a los que recurre un partido para
mandar a otro y dos modos intencionales de ejercer el control. Existe un canal por el que
se dan sanciones positivas: el ofrecimiento de ventajas si se cambia de opinión; y otro
108
por el que se dan sanciones negativas: la amenaza de desventajas si no se obedece.
También es posible recurrir a un canal intencional de sanciones positivas: se ofrecen
buenas razones por las que se debe obedecer; o a un canal intencional de sanciones
negativas: se acude a la idea de que se comete un error moral al no obedecer.
Brian Barry propone cuatro formas de ejercer el poder. La primera se refiere a lo que
Barry llama activar un compromiso previo. Por ejemplo, en la política las personas creen
en las leyes de su país, si se incorporara una nueva ley por el proceso llamado regla de
reconocimiento, las personas la obedecerían en virtud de la creencia pasada. El poder
se ejerce cuando las autoridades hacen que las personas obedezcan una política
particular en función de un compromiso de obedecer previo.
La tercera manera de ejercer el poder se refiere a la habilidad que tiene una persona,
recurriendo a la amenaza, al castigo o a la fuerza física, para que otra haga lo que en
principio no quería hacer. En este caso no se altera la preferencia del individuo por cierta
clase de acciones. El poder está relacionado con la posibilidad de que el Estado aplique
sanciones físicas a los gobernantes o restrinja sus alternativas.
La cuarta forma se refiere a la habilidad que tiene una persona para cambiar los
incentivos de otra. Para ello se puede prometer al otro que si lleva a cabo la acción en
cuestión obtendrá ganancias; aunque también se puede recurrir a amenazas y a
sanciones. En este caso la preferencia del individuo es modificada debido a las ventajas
o desventajas que acompañan a la acción que le ordenan. El poder es la capacidad que
tiene el Estado para modificar las expectativas de los ciudadanos haciéndoles ver las
recompensas que disfrutarán si obedecen o los castigos que sufrirán si dejan de hacerlo.
Para que el análisis económico del poder público sea exitoso debemos tomar en cuenta
cuatro factores: a) cuánto pierde el ciudadano si no obedece al Estado; b) cuánto gana
o pierde el ciudadano con su obediencia; c) cuánto gana o pierde el Estado por cumplir
sus amenazas en el caso de que los ciudadanos no obedezcan; d) cuánto pierde o gana
el Estado por habilitar los incentivos en el caso de que los ciudadanos sí obedezcan.
Bajo este enfoque, el poder público puede definirse, en primer lugar, como el costo de
oportunidad del Estado para ejercer la influencia en la conducta de los ciudadanos; en
otras palabras, el costo de oportunidad por usar su poder sobre los individuos. Esto es
lo que se llama el costo del poder del Estado sobre los ciudadanos. En segundo lugar,
109
el poder público se define como el costo de oportunidad de los ciudadanos para rechazar
lo que el Estado les impone.
Robert Dahl distingue cinco elementos constitutivos del fenómeno del poder:
- la base del poder: Los recursos que pueden ser usados para influir en la conducta
de los ciudadanos, como son los recursos económicos, las prerrogativas
constitucionales, las fuerzas militares, el prestigio popular, etc;
- los medios del poder; las acciones específicas con las que el Estado puede usar
los recursos para que los individuos cambien de parecer, como son las promesas,
las amenazas, los llamados públicos;
- el alcance del poder: el grupo de acciones específicas que el Estado logra, al
hacer uso del poder, que realicen los ciudadanos;
- la cantidad de poder: el incremento de la probabilidad de que los ciudadanos
lleven a cabo una acción específica debido a que el Estado usa los medios del
poder;
- la extensión del poder: el grupo de individuos sobre los que el Estado ejerce el
poder.
Para Rousseau, las condiciones de posibilidad del contrato social son la igualdad y la
libertad. El poder no implica cambiar la voluntad del otro sino la posibilidad de que todas
las voluntades se unan en una sola. Los miembros de la voluntad general no obedecen
sino que siguen las leyes que ellos mismos han promulgado.
110
tiene poder nos referimos a que está investido por un cierto número de personas para
actuar en su nombre. En el momento en que desaparece el grupo, origen del poder, éste
también desaparece.
Arendt nos dice que el poder es la esencia de todos los gobiernos y precede a todos los
fines sociales; lejos de ser un medio para alcanzar un fin, es la condición que permite a
un grupo pensar y actuar en términos de medios y de fines. El poder no necesita
justificación porque es inherente a la existencia de las comunidades políticas; surge
siempre que las personas actúan concertadamente. Lo opuesto al poder es la violencia
y ésta aparece cuando el poder se ve amenazado. Según Arendt, el desarrollo del poder
es un fin en sí mismo, se consolida y se incorpora a las instituciones políticas que le
aseguran a los individuos la posibilidad de llevar a cabo sus formas de vida. El poder
surge: a) para proteger la libertad; b) como resistencia contra las fuerzas que amenazan
la libertad política, y c) en las acciones revolucionarias que dan lugar a instituciones
liberales nuevas.
Habermas critica la idea del poder como consenso porque le parece que el poder nunca
ha sido la expresión de un consenso irrestricto. La comunicación restringida y las
ideologías ilusorias han servido, más bien, para legitimar el poder a través de
convicciones que, aunque sean subjetivamente libres de alguna restricción, se sustentan
en creencias falsas.
Para Habermas, el poder tiene una connotación negativa, es un bien por el que los
grupos políticos luchan y por el que aquellos que tienen el liderazgo manejan los asuntos
públicos. En la ética comunicativa los intereses particulares de los agentes, lejos de ser
sometidos a un proceso de intercambio, son sometidos a un proceso de universalización;
por esta razón se ha pensado que el imperativo de la ética habermasiana puede ser
expresado en los siguientes términos: «En lugar de considerar como válida para todos
los demás cualquier máxima que quieras ver convertida en ley universal, somete tu
máxima a la consideración de todos los demás con el fin de hacer valer discursivamente
su pretensión de universalidad.
Para Rawls, los hombres buscan la manera de vivir en una sociedad bien ordenada;
entendiendo por ella una sociedad en marcha, una asociación auto suficiente de seres
humanos que, como un Estado-nación, controla un territorio conexo. Para que esta
sociedad sea posible es necesario que los individuos, que elegirán los principios
reguladores de dicha sociedad, tengan las siguientes características: en primer lugar,
deben verse a sí mismos como seres dotados de un poder moral que los capacita para
tener una concepción del bien; también deben ser capaces de revisar y cambiar sus
concepciones con base en fundamentos racionales y razonables. En segundo lugar, los
111
ciudadanos deben ser personas libres en tanto son la fuente de la que surgen las
peticiones válidas. En tercer lugar, los individuos deben tener la capacidad de
responsabilizarse de los fines que persigan así como de la valorización que den a sus
peticiones.
Después de caracterizar de esta manera a las personas, Rawls las sitúa bajo el velo de
ignorancia, es decir, en una situación de incertidumbre que lleva a la elección de los
siguientes principios de la justicia:
Cada persona tiene derecho al más amplio espectro de libertades básicas compatible
con un esquema similar de libertades para todas las demás personas.
Las desigualdades económicas y sociales tienen que satisfacer dos condiciones: a) ser
para el mayor beneficio de los miembros menos favorecidos de la sociedad; y b) estar
adscritas a cargos y posiciones accesibles a todos en condiciones de equitativa igualdad
de oportunidades.
Los principios de justicia se relacionan con el poder ya que de ellos surgirán las
instituciones cuyos responsables tienen como límite del ejercicio del poder no sólo el
primer principio de la justicia sino también, por su compromiso con el segundo, la
obligación de redistribuirlo y de presentarlo como una oportunidad.
Por consenso traslapado, Rawls entiende una serie de valores compartidos que
permiten la convivencia de “todas las religiones razonables opuestas, las doctrinas
filosóficas y morales que tienen una probabilidad de persistir a través de las
generaciones y de tener un número considerable de seguidores en un régimen más o
menos constitucional”.
Su idea nos propone la existencia de unos acuerdos mínimos que deben compartir los
ciudadanos de un régimen democráticos para poder vivir en un sistema de tolerancia.
Dichos acuerdos son las condiciones necesarias para que se dé la tolerancia y, al mismo
tiempo, son el punto de partida para que progrese el equilibrio reflexivo.
La concepción teleológica del poder comparte con la visión deontológica la idea de que
la moralidad y la política son inseparables, pero retoma también el problema de las
manos sucias al adjudicar la bondad a los medios según el fin que se persiga. Esta tesis
se vincula, a su vez, con la idea del poder como conocimiento: aquel que conoce cuál
es el fin de la sociedad, conoce los mejores medios para llegar a él.
Para Platón, la política es una techné o una destreza similar a la especialización común
de la vida social, aunque infinitamente más difícil que cualquiera de ellas. Así como
podemos adquirir nuestros zapatos de un artesano hábil en la manufactura del calzado,
deberíamos recibir las leyes de un artesano hábil en el arte de gobernar. El orden político
tiene ciertos misterios que se refieren al conocimiento secreto que subyace en toda
112
profesión u oficio. En la actividad política debemos buscar a los que conocen sus
misterios y no a una multitud que los ignora. Posición en donde no habría una diferencia
entre la ética de la convicción y la ética de las consecuencias porque el que tiene la
responsabilidad del mando, conoce y puede prever las consecuencias de las acciones.
Para Weber, la ética no puede eludir el hecho de que para conseguir fines buenos hay
que contar con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad
e incluso la probabilidad de obtener consecuencias moralmente reprochables. Ninguna
ética del mundo puede resolver cuándo y en qué medida pueden ser sacrificados los
medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosos, en virtud de un fin
moralmente bueno.
La pregunta principal sobre las relaciones entre ética y política es: ¿el fin justifica los
medios? Esta pregunta ha tenido varias respuestas. Así, para Maquiavelo, el fin justifica
los medios. Esto significa que las acciones políticas no pueden ser juzgadas moralmente
como buenas o malas. Los medios no tienen un valor en sí mismos, éste les es otorgado
por los resultados que se obtienen con la acción. La originalidad de Maquiavelo radicaría
en sostener la doctrina de la doble moral: existe una moral para los soberanos y otra
moral para los súbditos:
Con respecto a las relaciones entre ética y política podemos distinguir tres posiciones:
a) integrismo ético, según el cual ética y política son dos realidades opuestas y, al tener
que elegir una de ellas, la elección ha de recaer en la ética; b) realismo político, según
el cual, en el caso de oposición entre moral y política, la elección debe recaer en la
política, sacrificando los principios éticos; c) postura sintética entre las dos realidades.
Una ética democrática debe preservar la convivencia de todos los valores presentes en
la sociedad (incluso de los minoritarios), pero fundamentalmente, debe ser capaz de
articular los tres valores fundamentales de la democracia: vida, libertad e igualdad.
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posible si la ética no proporcionase una puente entre el sentir social y los políticos, y, lo
que es más importante, una base aceptada desde la que argumentar, un punto de
referencia para ejercer ese control.
La ética política debe dar razones para la acción a cada agente político. Esto es,
convencer racionalmente a cada agente de la obligatoriedad de sus compromisos
políticos y de la inderogabilidad de los fines comunes. Así, una ética política debe
proveer razones (normas) gracias a las cuales el legislador se sienta íntimamente
comprometido con su tarea política y no renuncie a los fines socialmente determinados,
el súbdito encuentre justificada su obediencia a leyes justas a la vez que halle
argumentos para oponerse a las injustas, etc.
Derechos humanos, aquellos que el hombre posee por el mero hecho de serlo. Son
inherentes a la persona y se proclaman sagrados, inalienables, imprescriptibles, fuera
del alcance de cualquier poder político. Unas veces se considera que los derechos
humanos son plasmación de ideales iusnaturalistas (de derecho natural). Existe, sin
embargo, una escuela de pensamiento jurídico que, además de no apreciar dicha
implicación, sostiene la postura contraria. Para algunos, los derechos humanos son una
constante histórica, con clara raigambre en el mundo clásico; para otros, son fruto del
cristianismo y de la defensa que éste hace de la persona y su dignidad. Para los más,
los derechos humanos aparecen, como tales, en la edad moderna. Como hecho
histórico, esto es incontestable.
La edad media fue una época en la que primaron los derechos estamentales, propios
no de los hombres sin más, sino de los órdenes, de los estamentos en que se
configuraba y estructuraba la sociedad. De los derechos humanos empezó a hablarse
en tanto los vínculos estamentales se relajaron, y a medida que se consolidó el Estado
moderno. En sus orígenes surgieron frente a periodos de intolerancia —grupos
minoritarios, como los calvinistas franceses (hugonotes), que fueron perseguidos,
reclamaron la tolerancia y la libertad de conciencia— al compás de las guerras de
religión. Surgieron, en síntesis, de convulsiones colectivas.
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Los derechos humanos no implican una tensión entre particulares ni entre el ciudadano
y el Estado. Tienen un planteamiento inspirador filosófico, así como unas garantías
difíciles de aplicar cuando no son ilusorias. Se plasman, más adelante, en declaraciones
de derechos, que propician el tránsito de los derechos humanos a los derechos
fundamentales, dotados de garantías.
Se pueden diferenciar tres fases en este proceso. La declaración de derechos nace, por
regla general, como un conjunto de teorías filosóficas. Son universales por lo que al
contenido respecta y porque se refieren a cualquier hombre, abstracción hecha de
tiempo y lugar; son sobre todo muy limitadas en lo que a eficacia se refiere, al ser (como
mucho) propuestas para futuras e hipotéticas leyes. Más tarde y en algunas ocasiones,
las declaraciones de derechos llegan a plasmarse en las constituciones, con lo cual
ganan en concreción lo que pierden en universalidad, quedando protegidos como
verdaderos derechos subjetivos, pero sólo en el ámbito del Estado que los reconoce de
forma efectiva. No son así, en consecuencia, derechos del hombre, sino del ciudadano,
es decir, derechos del hombre en cuanto que derechos del ciudadano de un Estado
concreto.
Con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 comenzó una tercera fase
donde la afirmación de los citados derechos se quiere a un tiempo universal y positiva.
Universal, porque los destinatarios son todos los hombres y no tan sólo los ciudadanos
de uno u otro Estado. Positiva, porque se entiende que emprende un proceso, concluido
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el cual los derechos humanos no sólo serán proclamados, sino protegidos de un modo
material, incluso contra el propio Estado que los viole.
Los derechos humanos están constituidos por las exigencias fundamentales de las
personas, «naturales e inalienables», entre las que destacan el derecho a la vida, a la
integridad física, a la libertad de opinión y de fe, a las libertades políticas, económicas y
- sociales.
En estos textos se afirma siempre una «libertad de», que subraya la prioridad del
individuo frente a la afirmación progresiva del Estado moderno y de sus intrusiones
progresivas en la vida política y económica.
Así pues, en la actualidad la expresión «derechos humanos» pone de relieve una doble
serie de derechos: los derechos de libertad (libertad de y libertad para), tanto de los
individuos como de los pueblos, para que ningún tercero ponga obstáculos a los mismos,
y los derechos de solidaridad, es decir, el derecho de los individuos y de las
117
comunidades a verse ayudados por el propio Estado o por otros Estados en caso de
necesidad.
El papa Juan XXIII, además del derecho a la libertad religiosa, considerado como
fundamento y medida de todos los demás derechos, ha subrayado los derechos de los
trabajadores dentro de las profundas modificaciones tecnológicas que caracterizan a la
producción y a las empresas, en la Laborem exercens (horno} de 1981.
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de las comunidades a la libre iniciativa económica, dentro de un marco éticojurídico que
indique su sentido y sus límites, ha sido especialmente expuesto en la Centesimus
annuS de 1991, con ocasión del primer centenario de la Rerum Novarum de León XIII.
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