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Lo primero que se impone al escribir sobre un tema como éste es dejar claro desde
dónde se escribe. Porque en un mundo como el nuestro el lugar donde uno está situado
influye en la óptica con que se abordan los problemas de conjunto.
El logos o discurso racional debe aspirar a una validez universal. Pero cuando se trata
del Dios-con-nosotros, si este logos no traduce una experiencia viva se hace
especulación vacía e inútil. Y la experiencia del Dios de los pobres es diferente según
desde donde se la viva, si desde dentro o desde fuera del mundo de los pobres; así como
la experiencia del Señor de la Iglesia varía si se vive desde una curia nordeuropea o
una comunidad de base popular latinoamericana.
En mi caso escribo desde una barriada obrera de Santiago de Chile y esto significa que
lo hago desde un país de la América Latina subdesarrollada. Situados en este "Tercer
Mundo" de pueblos pobres debemos precisar en seguida de qué tipo de Iglesia se trata.
Porque si la pregunta: ¿qué función cumplen o pueden cumplir los pobres en la Iglesia?
es inseparable de esta otra: ¿respecto de quiénes o de qué sectores de la Iglesia cumplen
o pueden cumplir los pobres esa función?, las respuestas serán distintas según en qué
tipo de Iglesia se encuentren los pobres.
Si se trata de una Iglesia de tipo autóctono los mismos pobres constituirán allí el sujeto
activo de la Iglesia. En este caso, los pobres no solo recibirán de la Iglesia sino que
serán Iglesia; una Iglesia que se re-crea en la situación de este pueblo pobre y con los
valores de su cultura. Allí los pobres, constituidos en Iglesia de base pueden cumplir
una, función de primera, importancia respecto a los no-pobres de la misma Iglesia local
y del mundo: función de denuncia profética del materialismo, de las injusticias y
segregaciones, y función de anuncio evangélico, de vivencia de la fraternidad cristiana y
de compromiso en una historia de liberación.
Debemos analizar más cómo los pobres en la Iglesia han llegado a encontrarse en
situación de cumplir este papel.
RONALDO MUÑOZ
Llegamos así a la coexistencia de dos modelos de Iglesia que se caracterizan por el tipo
de relación de la misma con los pobres y la función de éstos en ella. No son dos Iglesias
sino dos sectores de la misma Iglesia con dos enfoques eclesiológicos diferentes.
Por una parte la Iglesia "gran institución", con centro sociológico y cultural en los
sectores y países ricos; que valora la disciplina, busca cohesión funcional; organiza la
ayuda a los pobres, tiene poder para negociar con las autoridades y ejercer cierta presión
sobre ellas, enseña con autoridad su doctrina, puede usar los medios de comunicación
social.
Por otra parte la Iglesia "red de comunicaciones", con centro sociológico y cultural en el
mundo de los pobres que valora más la fraternidad, busca mayor corresponsabilidad,
promueve la solidaridad, denuncia proféticamente la injusticia para concienciar a los
pobres de su dignidad y alimentar la esperanza de un mundo diferente; que busca, dar
testimonio del evangelio en y desde los pobres sólo con el contacto directo de personas
y grupos.
En la Iglesia como gran institución, ésta aparece relacionada con el "mundo" partiendo
de su cúspide: sectores pudientes y Estado. Las relaciones de la Iglesia con el pueblo
reproducen algo de la centralización y el paternalismo que caracterizan en América
Latina la relación entre cúspide y base dentro de cada nación: es una Iglesia que enseña,
prescribe, entrega bienes y servicios "para" los pobres.
RONALDO MUÑOZ
Se explica que la reacción de los sectores pudientes y del Estado frente a la Iglesia como
red de comunidades en el pueblo reproduzca la tolerancia distante así como la represión
ante toda organización popular que implique conciencia de la opresión y acción
reivindicativa.
Si hablamos de dos modelos de una sola Iglesia, es esencial que hablemos también de la
articulación e interacción entre estos dos niveles. Y tenemos que hacerlo en una
perspectiva histórica que destaque la renovación posconciliar Latinoamericana. El
surgimiento y maduración de una "red de comunidades" no ha podido hacerse sin
modificar la actitud de la Iglesia como "gran institución". Esto es importante para
nuestro tema porque condiciona el que la función activa de los pobres en la Iglesia se
ejerza más allá de los sectores populares de nuestros países y se proyecte en la Iglesia
universal.
Con esta experiencia histórica Latinoamericana podemos decir que para que los pobres
cumplan en la Iglesia una renovación evangélica deben confluir tres factores: los valores
de los pobres, comunidades cristianas como fermento y la gran institución eclesial al
servicio de las comunidades.
Y estos mismos pueblos tienen una conciencia vaga pero profunda de ser amados de
Dios y llamados a una comunión con El en que lo que cuenta es el amor de los
hermanos y la igual dignidad de los hijos. Esta conciencia fraternal y de libertad se sitúa
en la tradición bíblica de la alianza del Dios Salvador con su pueblo oprimido, alianza
que llega hasta la cruz. Reconocemos esta conciencia en prácticas colectivas del pueblo
-tanto en fiestas religiosas, como en luchas laborales y solidarias- aunque algunas
parezcan alejadas de la ortodoxia cristiana. Es una vivencia ambigua y una praxis
imperfecta que en la situación de opresión bloquea el dinamismo histórico de la fe
cristiana para la liberación y la construcción de una sociedad justa y fraternal.
Por otro lado las comunidades cristianas sólo pueden surgir con la convocación y apoyo
de pastores enviados desde los centros o naciones donde la Iglesia tiene conciencia más
institucionalizada de la tradición. Sólo por mediación de esta "gran institución", la
experiencia y la misión profético-sacramental de las comunidades populares pueden
superar la dispersión y marginalidad de los pobres para evangelizar también a los
pudientes y transformar las estructuras socioeconómicas y políticas que imperan en las
naciones, los continentes y en el mundo entero. Pero la Iglesia "gran institución" sólo
puede apoyar, vincular, proyectar a las comunidades populares en la medida. en que se
comprometa con la misión de éstas y se deje cuestionar y renovar por su experiencia
evangélica.
RONALDO MUÑOZ
Para terminar quisiera subrayar dos aspectos sustanciales del mensaje que los pobres -
cumpliendo las condiciones explicadas- aportan a la Iglesia y a su testimonio en el
mundo: fraternidad y esperanza.