Sunteți pe pagina 1din 21

JUEVES, 13 DE OCTUBRE DE 2016

Teoría de la clase ociosa, por Thorstein Veblen

Editorial Alianza. 429 páginas. 1ª edición de 1899, ésta es de


2014.
Traducción y prólogo de Carlos Mellizo

No estoy seguro de que, durante mis años de universidad como


estudiante de Empresariales, apareciera en algún momento el
nombre de Thorstein Veblen (Wisconsin, 1857 - California,
1929). Lo ha hecho, sin embargo, cuando he empezado a ser
profesor de Economía de Bachillerato Internacional en el
colegio en el que trabajo. En los manuales que uso para
prepararme las clases, en los temas sobre oferta y demanda, se
habla de los «bienes de Veblen», que son aquéllos en los que
empieza a subir la demanda cuando los precios superar un
determinado mínimo, porque sus compradores ven en ellos lo
que se califica como «valor snob». Así lo traduje yo del libro de
Bachillerato Internacional en inglés, y que, entiendo ahora,
Carlos Mellizo traduce como «consumo ostensible».

Yo hablaba de los bienes de Veblen en mis clases y en alguna


librería vi, sobre 2014, la reedición de Teoría de la clase
ociosa, con su encantadora portada retro, estilo en el que suele
incidir el acertado nuevo diseño de Alianza. La compré en la
Feria del Libro de Madrid de 2015, en la caseta de la Librería
Ecobook, especializada en economía.

Si el año pasado al acabar el curso académico leí la edición


extractada de El Capital de Karl Marx realizada por César
Rendueles, éste me apeteció acercarme a la Teoría de la
clase ociosa de Veblen.

Como viene siendo habitual, pasaré a realizar un resumen del


libro:

Prólogo de Carlos Mellizo


Según el comentarista económico Rick Tilman, Thorstein
Veblen «fue probablemente el economista y crítico social más
penetrante que los Estados Unidos ha producido.» (pág. 9)
Veblen nació en Wisconsin y fue el hijo de unos padres
noruegos emigrados a Estados Unidos.
«Para entonces (1884) ya ha adquirido una reputación de
persona non grata en los círculos académicos de su país y le
resulta imposible encontrar un puesto universitario.» (pág. 10-
11)
Veblen se casó con Ellen Rolfe y sus múltiples infidelidades,
que su mujer se encargaba de airear, hicieron que fuese
expulsado de varias universidades.
Se considera a Veblen el fundador de la llamada «economía
institucional», que analiza la evolución de las instituciones
económicas; así, según él, el sujeto económico no es el
individuo, sino el grupo o institución. La institución puede
establecer sus propias normas de comportamiento, que no han
de ajustarse necesariamente a una elección racional. Me
interesa esta idea: siempre me ha parecido que la supuesta
racionalidad de los agentes en los modelos de economía no
siempre estaba justificada.
Pág. 24 y 25: «El tono satírico que penetra las páginas de esta
Teoría de la clase ociosa implica, obviamente, una toma de
postura que en muchos aspectos puede ser entendida como una
extensión del pensamiento marxista». Esta idea me interesa: al
buscar información sobre el libro, antes de empezar a leerlo, leí
un comentario que consideraba que a pesar del tono de burla
del ensayo, Veblen defendía a la clase ociosa, y la consideraba
necesaria como modelo de comportamiento consumidor por el
resto de personas de la sociedad. Tras leer el libro, esta idea
comentada no me parece que aparezca en él.

Prefacio
Veblen comenta que su investigación «discurre por terrenos de
teoría económica y generalización etnológica.»

1. Introducción
La institución de la clase ociosa puede encontrarse en su
desarrollo más completo en los estadios más altos de la cultura
bárbara, como por ejemplo en la Europa y en el Japón feudales.
En estas sociedades hay una clara distinción de clases sociales.
La más alta habitualmente está exenta de los trabajos
industriales, y se dedica a los “empleos honorables”: el ejercicio
de las armas, o el sacerdotal; también al gobierno y a los
deportes. Estos son empleos que no pueden alcanzar las clases
bajas.

Veblen dice que cualquier tribu de indios de Norteamérica


puede tomarse como ejemplo de sus teorías. En estas tribus
existe una marcada diferencia de tareas entre hombres y
mujeres y esta distinción es de carácter odioso. Las mujeres
serán empleadas en las tareas útiles, que en la etapa siguiente
de la evolución social serán las “tareas industriales”.
«La gama de empleos industriales es una derivación de lo que
en la comunidad bárbara primitiva era el trabajo de las
mujeres.»
Veblen habla de un salvajismo primitivo en el que no hay una
jerarquía de clases económicas, y dice que esta fase de la
humanidad «constituye sólo una pequeña e insignificante
fracción de la raza humana.»
«La institución de una clase ociosa ha emergido gradualmente
durante la transición de un estado salvaje a un estado bárbaro».
Para que esto ocurra deben darse unas condiciones:
1) la comunidad debe poseer un hábito de vida predatorio
(guerra, caza o ambas cosas) 2) la subsistencia debe ser
alcanzada de manera relativamente fácil.
Las tareas dignas para la clase ociosa son aquella que se pueden
clasificarse como proezas; las indignas son aquellas
necesarias para la vida cotidiana.
«Las que se reconocen como características sobresalientes y
decisivas de una clase de actividades o de una clase social en
una etapa determinada de una cultura, no retendrán la misma
importancia relativa, a efectos de clasificación, en ninguna
etapa posterior.» (pág. 41). En la sociedad primitiva la división
de tareas entre dignas e indignas, entre proezas y lo que no son
proezas, coincide con la división de tareas de los sexos. La caza
y la lucha (actividades depredadoras) son propias de los
hombres. «En muchas tribus de cazadores el hombre no tiene
la obligación de traer a casa la presa cazada, sino que debe
mandar a su mujer a que ella realice esa tarea inferior» (pág.
47)
«El concepto de dignidad, valía u honor, tal y como son
aplicados a las personas o a la conducta, es de primordial
importancia para el desarrollo de las clases y en las distinciones
de clase.»
Veblen también apunta que el hombre tiene un sentido del
mérito de servir para algo o de ser eficaz y del demérito de la
futilidad, el despilfarro o la incapacidad. A esta actitud la llama
instinto de trabajo eficaz. Este instinto de hacer las cosas
bien se manifiesta en una comparación competitiva, odiosa,
entre personas. El instinto de hacer las cosas bien se manifiesta
en una demostración emuladora de fuerza. Para el
guerrero o el cazador el botín, los trofeos de caza o de guerra
son apreciados como pruebas de fuerza preeminente. Se
establecerán comparaciones odiosas entre un guerrero o
cazador y otro.
Mientras que las armas son honorables, el manejo de
herramientas o instrumentos de trabajo se ve como algo
inferior.
«Una cultura depredadora es impracticable en épocas
primitivas hasta que las armas evolucionan hasta un punto en
el que hacen del hombre un animal formidable» (pág. 52)

2. Emulación pecuniaria
«La emergencia de una clase ociosa coincide con el comienzo
de la propiedad.» (pág. 54). La diferenciación original de la que
surge la distinción entre una clase ociosa y una clase
trabajadora proviene de la división que se establece en la baja
edad bárbara entre el trabajo de los hombres y el de las mujeres.
«Apropiarse de mujeres es cosa que empieza de una manera
clara en las primeras épocas de la cultura bárbara.» La razón
original de su apropiación era la de su utilidad como trofeos. La
propiedad-matrimonio hace que surja un hogar con un jefe
masculino. Se produce una extensión de la esclavitud que
abarca a otros cautivos y subordinados además de las mujeres.
De la apropiación de las mujeres, el concepto de propiedad se
extiende a los productos de su trabajo; y así surge la
apropiación de cosas tanto como de personas. De este modo se
va instalándose un sistema consistente de propiedad de bienes.

Veblen apunta que algunos economistas consideran que la


lucha por la riqueza es algo que viene a ser en sustancia una
lucha por la subsistencia. Luego, en las fases del desarrollo
industrial, en vez de hablar de subsistencia se habla de
“competición por aumentar las comodidades de la vida”.
Veblen no está de acuerdo, él apunta: «El móvil que subyace en
la raíz de la propiedad es la emulación. (…) La propiedad
comenzó y llegó a convertirse en una institución humana por
razones que nada tienen que ver con el mínimo necesario para
subsistir. Desde el principio, el incentivo dominante fue la
distinción que establece diferencias odiosas entre los diversos
niveles de riqueza.» (pág. 58) La propiedad empezó siendo un
botín exhibido como trofeo capturado en el ataque victorioso.
La comparación odiosa en la etapa bárbara era la principal
utilidad de las cosas poseídas.
La fase del saqueo deja paso a una etapa posterior en la que se
produce una organización del trabajo sobre la base de la
propiedad privada (es decir, la posesión de esclavos). La
actividad industrial va desplazando a la depredadora de la vida
ordinaria, pero la acumulación de propiedad va tomando cada
vez más el lugar de los trofeos del triunfo depredador. La
acumulación de riqueza, en la sociedad industrial, es la base de
la reputación y la estima. La propiedad se convierte en la
prueba más fácilmente reconocible, diferente del hecho heroico
o sobresaliente, de haber alcanzado un estimable grado de
éxito. La riqueza adquirida por herencia se convierte en algo
incluso más honorable que la riqueza adquirida por propio
esfuerzo.
«Tan pronto como el hecho de tener propiedades se convierte
en la razón principal de la estima popular, también se convierte
en un requisito necesario para que tengamos eso que se llama
respeto por uno mismo.» «Por la naturaleza misma de la
cuestión, el deseo de riqueza difícilmente puede ser saciado en
ningún caso particular.», ya que el deseo de acumular riqueza
no es otro que el de destacar sobre el prójimo. «La lucha es
sustancialmente una lucha por la reputación sobre la base de
comparaciones odiosas, no es posible llegar a ningún logro que
sea verdaderamente definitivo.» La legitimidad del esfuerzo es
el de poder compararse favorablemente con otros hombres.

Así se define, entonces, el concepto de comparación


odiosa: «describe una comparación entre personas con la idea
de calificarlas en cuanto a su mérito o valía –en un sentido
estético o moral– concediéndoles y definiendo de este modo los
relativos grados de complacencia con que estas personas puede
legítimamente contemplarse a sí mismas y ser contempladas
por otros. Una comparación odiosa es un proceso de valoración
de personas con respecto a los bienes que poseen.» (pág. 66)

3. El ocio ostensible
Las clases bajas necesitan trabajar, y esto hace que el trabajo no
sea humillante para ellas. Acaban desarrollando un orgullo
emulativo en adquirir fama de trabajar bien. Para ellos la lucha
por el prestigio pecuniario se manifiesta en un aumento de
diligencia y sobriedad.

Para las clases bárbaras es un orgullo abstenerse de hacer


trabajos productivos: durante la etapa depredadora el trabajo
productivo se asociaba a la idea de sujeción a un amo.
«A fin de lograr la estima de los hombres, no basta simplemente
con poseer riqueza y poder. La riqueza y el poder deben ser
exhibidos.» En la etapa depredadora una vida de ocio es la
prueba más directa del poder pecuniario. Abstenerse de
trabajar es un requisito de la decencia.
Para Veblen, el término “ocioso” no implica indolencia o
pasividad; sino que habla de una manera no productiva de
consumir el tiempo. El ocio honorable es el ideal del caballero.
La ociosidad como ocupación tiene un estrecho parentesco con
la vida del realizador de hazañas. Los buenos modales, el
decoro o el comportamiento educado indican que se ha
disfrutado de un grado honorable de ociosidad. Los buenos
modales son una expresión de relaciones basadas en el status.
«El valor de los buenos modales radica en el hecho de que son
comprobante y garantía de que se ha vivido una vida ociosa.»
Si la base de la propiedad privada como institución es la
posesión de personas (mujeres, esclavos o siervos), la base del
sistema industrial es la esclavitud que trata a los seres humanos
como bienes muebles.
La idea de que la nobleza es transmisible hace que al adquirir
una mujer (según la concepción bárbara del mundo de la que
habla Veblen) ésta se sitúe por encima del esclavo común. A la
mujer se la exime de las tareas serviles como muestra de poder.
Igualmente será una muestra de poder rodearse de sirvientes
que cada vez hagan menos tareas útiles. La cultura bárbara ha
llegado a las figuras de “la dama” y “el lacayo”.
Estos lacayos o damas disfrutan del llamado ocio vicario. Así
surge una clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya
función es exhibir un ocio vicario dirigido a resaltar el prestigio
de la clase ociosa primaria. El siervo o la esposa han de mostrar
una disposición servil y deben conocer las tácticas de la
subordinación. «Si el trabajo del sirviente es indicación de que
al amo le faltan medios, ello anula el propósito fundamental de
su misión.»

4. El consumo ostensible
Una porción de la clase servil ha de asumir una nueva y
subsidiaria gama de obligaciones: el consumo vicario de
bienes.
En las primeras fases de la cultura depredadora, la función de
los varones es consumir lo que las mujeres producen.
En la etapa industrial la clase baja trabajadora sólo debe
consumir aquellas cosas que son necesarias para su
subsistencia; los lujos y las comodidades pertenecen a la clase
ociosa. La mujer debe consumir lo que es estrictamente
necesario para su mantenimiento, excepto en la medida en que
un consumo extraordinario puede contribuir a la comodidad o
buena reputación de su amo.
El caballero establece el canon de prestigio: el caballero ya no
es sólo el varón triunfal y agresivo, debe cultivar también sus
gustos. De aquí surgen los buenos modales. Los regalos y el dar
fiestas tienen la función de ser gastos ostensibles.
Existen caballeros sin fortuna que acaban siendo siervos de los
caballeros que pueden permitirse el ocio ostensible; los
primeros entran al servicio de estos últimos y sus tareas pueden
pasar a ser honrosas: Dama de Honor, Mayordomo de las
Caballerizas del Rey…
En la clase media-baja no hay pretensión de ocio por parte del
jefe de familia, pero procura que su esposa pueda disfrutar del
ocio vicario para preservar el buen nombre de la casa, imitando
la estructura social promovida por la clase ociosa.
Del desarrollo del ocio y el consumo ostensibles se desprende
que la utilidad de ambos reside en el elemento de derroche:
derroche de tiempo y esfuerzo o derroche de bienes.

En la sociedad moderna el consumo empieza a superar al ocio


como medio de mostrar decoro. Los medios de comunicación
exponen al individuo a muchos ojos que sólo pueden juzgarle
cuando ven su consumo de bienes. El consumo se convierte en
un elemento de mayor importancia en el nivel de vida de la
ciudad que en el campo.
«El ocio como medio de adquirir prestigio encuentra su origen
en la arcaica distinción entre ocupaciones nobles e innobles.
(…) La ociosidad es una manera de probar que se es rico.» La
ociosidad ha perdido terreno frente al consumo, pero este choca
contra el instinto de trabajo eficaz. Este instinto
predispone a los hombres a mirar favorablemente la eficacia
productiva y a censurar el despilfarro. «En la medida en que
entra en conflicto con la ley del gasto ostensible, el instinto de
trabajo eficaz no tanto se expresa en la insistencia en la utilidad
sustancial, como en un sentido permanente de cuán odioso y
estéticamente imposible resulta lo que es obviamente futil.»
Al leer este capítulo sobre el consumo ostensible y el instinto de
trabajo eficaz estaba pensando que las ideas de Veblen
entraban en conflicto con lo expuesto por Max Weber en La
ética protestante y el espíritu del capitalismo (un libro
al que tengo ganas de acercarme), por esto me parece relevante
resaltar el siguiente párrafo: «Mientras todo el trabajo continúa
siendo realizado exclusiva o habitualmente por esclavos, la
indignidad de todo esfuerzo productivo está demasiado
presente en la mente de los hombres y tiene demasiado poder
disuasivo como para permitir que el instinto de trabajo eficaz
tenga un verdadero efecto en la dirección de la utilidad
industrial. Pero cuando la etapa quasi-pacífica (de esclavitud y
status) pasa a la etapa pacífica del trabajo industrial (de
empleos asalariados y pagos en metálico), el instinto entra en
juego de manera más eficaz» (pág. 125)
La energía que antes había encontrado una salida en la
actividad depredadora se dirige ahora a un fin ostensiblemente
útil. El ocio ostensiblemente inútil se ha convertido en algo
censurable. Pero ese canon de prestigio que desestima todo
empleo de naturaleza productiva está todavía ahí. Se ha
producido un cambio no tanto en la sustancia como en la forma
en que la clase ociosa practica el ocio ostensible. Así se han
desarrollado las observancias corteses y deberes sociales de
una naturaleza ceremonial.
Aunque en el habla coloquial el término “derroche” implica una
censura, Veblen la usa para hablar de un gasto que no favorece
la vida humana. Así: «Nada debería incluirse bajo el epígrafe de
derroche ostentoso excepto aquellos gastos en los que se
incurre cuando se quiere hacer una comparación pecuniaria de
tipo odioso.»

5. El nivel pecuniario de la vida


Gastar más de lo necesario no se debe tanto a la idea de
consumo ostensible como al deseo de vivir de acuerdo al nivel
convencional de decoro.
El gasto honorable y ostensiblemente derrochador puede llegar
a ser más indispensable que el gasto que sirve para cubrir las
necesidades “inferiores”.
«Mientras que un retroceso es difícil, un nuevo avance en el
gasto ostentoso es relativamente fácil y llega a tener lugar casi
como algo natural.» El motivo es la emulación: cada clase
envidia y emula a la clase que está justo por encima de ella en
la escala social.

Si se concede tiempo, el radio de influencia de la clase ociosa en


el esquema de vida de la comunidad en cuestiones de forma y
detalle es grande. El derroche ostensible de la clase ociosa va
calando a las clases más bajas, templado en mayor o menor
medida por el instinto de trabajo eficaz.
«Dicho en el lenguaje de la teoría económica actual: aunque los
hombres se muestran reacios a reducir sus gastos en cualquier
dirección, se muestran más reacios a reducir sus gastos en unas
direcciones más que en otras.» Los artículos o formas de
consumo a los que el consumidor se aferra con la mayor
tenacidad son las llamadas “necesidades de la vida”. En
cualquier caso, la propensión a la emulación –a la comparación
odiosa– es un hábito antiguo y predominante para el hombre.
«Con la excepción del instinto de autoconservación, la
tendencia a la emulación es probablemente el más fuerte, más
despierto y más persistente de los motivos económicos
propiamente dichos.»
«Como la cada vez más eficiente productividad industrial hace
posible procurar los medios de vida con menos trabajo, las
energías de los miembros activos de la comunidad se dedican a
obtener más altos resultados en lo que se refiera a gasto
ostensible, en vez de procurar reducir la actividad a un ritmo
más cómodo.»
En contra de la opinión malthusiana, según Veblen el bajo
índice de natalidad de las clases sobre las que recae con mayor
fuerza la exigencia de gastar para mantener la reputación se
debe a la necesidad de realizar gastos ostensibles.

6. Normas pecuniarias del gusto


Se consume para actuar en conformidad con el uso establecido,
y se tiende al derroche ostensible.
Este párrafo me encanta: «El ladrón o estafador que ha hecho
una gran fortuna como resultado de su delito, tiene más
probabilidades de escapar de los rigores de la ley que el simple
ladronzuelo; y se le concede un cierto grado de prestigio por
haber aumentado su capital y por gastar de una manera
decorosa sus pertenencias tan irregularmente adquiridas.»
Ahora piensen en sus países, y elijan un ejemplo.
El canon del derroche ostensible es responsable de una gran
porción de lo que podríamos llamar consumo devoto; es
decir, el consumo de edificios sagrados, vestimentas y otros
bienes de la misma especie. Por muy pobre que sea una
comunidad, el santuario local está más adornado y exhibe un
mayor derroche de arquitectura que las casas en las que viven
los miembros de la congregación.
Veblen encuentra un paralelismo entre la figura del sacerdote y
la del lacayo. La misión del ejército de siervos de un dios (que
estaría formado por los sacerdotes) ha de dedicarse al ocio
vicario.

El gasto ostensible puede crear nuestros cánones de belleza: la


mayor satisfacción que se deriva del uso y contemplación de
productos costosos y supuestamente bellos es en gran medida
una satisfacción de nuestro sentido de lo caro, que se disfraza
bajo la máscara de lo bello. Veblen habla del uso de animales
domésticos como muestra de consumo ostensible y yo pienso
en los perros de raza de mi barrio y también en la novela
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip
K. Dick, que contiene esta idea. Según Veblen, el gato es una
mascota menos prestigiosa que los perros o los caballos porque
derrocha menos y su temperamento no servil (puesto que una
de las funciones del perro es la de actuar como siervo de su
dueño o señor) no sirve como muestra de ocio ostensible.

Según Veblen, el ideal de la belleza femenina cambia según sus


teorías: en el pasado las exigencias de la emulación requerían
esclavas robustas, pero después se requirió una muestra
ostensible de ocio vicario. Así se volvió atractivo, por ejemplo,
el talle ceñido en las mujeres occidentales y los pies deformados
de las mujeres chinas. Estos atributos convierten a la mujer en
una consumidora de ocio vicario incapacitada para el trabajo
práctico.

Según Veblen: «Las señales de costo superfluo en los bienes son


señales de valor.» Tengo la impresión de que los modelos
comerciales de empresas actuales como Ikea y Zara contradicen
esta idea, pero también me parece que la idea de Veblen se
puede adaptar a una nueva realidad: se convence a los
consumidores de que es lógico gastar poco en ropa y muebles
desechables y de este modo tener más dinero para hacer un
consumo ostensible en otros bienes, como los tecnológicos.

Según Veblen se prefiere lo artesanal, más imperfecto, frente lo


fabricado a máquina, más perfecto, por lo artesanal muestra de
forma más clara el gran costo superfluo de haberlo producido
así.

7. El vestido como expresión de la cultura pecuniaria


Para Veblen el gasto en el vestido es un gran ejemplo de su
teoría del derroche ostensible. El atavío está siempre a la vista
y ofrece a los observadores una indicación de nuestra situación
pecuniaria. Muchas personas se privan de comodidades y
necesidades para poder pagar la cantidad de consumo
derrochador en vestido que se considera decorosa.
Ningún atuendo es elegante o decente si muestra efectos del
trabajo manual por parte del usuario. El sombrero de copa, el
bastón, la ropa blanca impoluta… tienen valor que son
atuendos con los que no se puede realizar una actividad útil.
La falda de las mujeres es cara e impide a su usuaria realizar un
esfuerzo útil. El corsé sirve para reducir la vitalidad de la mujer,
y por tanto para impedirla realizar un trabajo útil.
El vestido además de ser ostensiblemente caro tiene que ser
también de última moda, lo que apuntala su condición
derrochadora. La ropa de la mujer, ostensiblemente inútil para
el trabajo, redunda en la idea de que la mujer es un adorno del
hombre, y actúa como consumidora vicaria.
Los ropajes del sacerdote inciden también en la idea de que éste
no debe realizar ningún esfuerzo útil.

8. Exención del trabajo industrial y conservadurismo


Las instituciones cambian según lo hacen las circunstancias.
Las instituciones –es decir, los hábitos mentales– bajo cuya
guía viven los hombres son heredadas de un pasado anterior.
Veblen define el término «conservadurismo» cuando señala
que las instituciones existentes ahora no se adaptan
exactamente a la situación de ahora. El reajuste de las
instituciones y las opiniones habituales a un medio alterado se
hace como respuesta a una presión exterior. La clase ociosa
suele estar más protegida ante los cambios en el medio y por
tanto adapta sus opiniones sobre lo que es justo y bueno más
tarde que el resto de la población, por tanto la clase ociosa es la
clase conservadora. «La función de la clase ociosa en la
evolución social consiste en retrasar el movimiento y en
conservar lo que es obsoleto.» Este conservadurismo ha llegado
a ser reconocido como signo de respetabilidad.
«Las personas rematadamente pobres, y todas aquellas
personas cuyas energías están enteramente absorbidas por la
lucha cotidiana por la existencia, son conservadoras porque no
pueden permitirse el esfuerzo de pensar en pasado mañana; de
igual manera, las personas que llevan una vida altamente
próspera son conservadoras porque tienen pocas
oportunidades de estar descontentas con la situación en la que
se encuentran actualmente.»
«El efecto que el interés pecuniario y los hábitos pecuniarios de
pensamiento tienen sobre el desarrollo de las instituciones
puede observarse en leyes y convenciones que tienden a
garantizar la seguridad de la propiedad y el cumplimiento de
los contratos.»

9. La conservación de rasgos arcaicos


La existencia de una clase ociosa se impone a los individuos por
educación, de forma coercitiva. La emulación pecuniaria y la
exención laboral son cánones de vida.
Los grupos étnicos actuales en Occidente son –según Veblen–
el dolicocéfalo-rubio, el braquicéfalo-moreno y el mediterráneo
(lo cierto es que aquí Veblen entra en una extraña deriva racista
que no sé si venía muy a cuento). Se desarrollan varios tipos de
caracteres: la variable pacífica o ante-depredadora y la variable
depredadora.
El hombre civilizado moderno tiende a reproducir la cultura
depredadora o quasi-depredadora.
El desarrollo social inicial es de tipo pacífico. La fase
depredadora surge después cuando la lucha por la existencia
pasa de la del grupo contra un medio no humano a luchar
contra un medio humano. El la cultura bárbara la característica
sobresaliente es una emulación y antagonismos incesantes
entre individuos. «Estar libre de escrúpulos, de compasión, de
honestidad y de respeto a la vida contribuye, dentro de ciertos
límites, a fomentar el éxito del individuo dentro de la cultura
pecuniaria.»

El buen funcionamiento de una comunidad industrial moderna


queda mejor garantizado allí donde no se dan, en principio, los
rasgos del hombre depredador. Pero hay oficios como el de
abogado que tienen gran prestigio porque el abogado se ocupa
sólo de los detalles del fraude depredador.
El acceso a la clase ociosa se produce mediante un continuo
proceso selectivo por medio del cual los individuos aptos para
la competición pecuniaria son separados de las clases
inferiores. En la antigüedad se podía llegar a la clase ociosa
mediante la “proeza”, ahora las actitudes son pecuniarias.
Este párrafo me parece muy bueno: «El tipo ideal de hombre
adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su falta de
escrúpulos a la hora de utilizar bienes y personas para sus
propios fines, y por su total falta de consideración hacia los
sentimientos y deseos de los demás, así como por no importarle
en absoluto las consecuencias indirectas de sus actos; pero se
diferencia de él en que posee un sentido más agudo del
estatus.»
«La tendencia de la vida pecuniaria es, en general, la de
conservar el temperamento bárbaro, pero poniendo el fraude y
la cautela, es decir, la habilidad administrativa, en lugar de esa
predilección por el daño físico que caracteriza al bárbaro
primitivo.»
El “hombre económico” cuyo interés es el egoísta y cuyo único
rasgo humano es la prudencia, es inútil para los propósitos de
la industria moderna. Ésta requiere que el trabajo que se realice
sea impersonal y no esté motivado por comparaciones odiosas.
Actualmente la clase ociosa actúa retrasando la adaptación de
la naturaleza humana a las exigencias de la vida industrial
moderna.

10. Supervivencias modernas de la proeza


Se da una continua criba selectiva del material humano que
integra la clase ociosa. Esta selección se produce sobre la base
de la aptitud para las empresas pecuniarias.
La más clara expresión de la naturaleza humana arcaica es la
propensión al belicismo. La clase ociosa comparte esta
mentalidad belicosa con los delincuentes de clase baja. Así el
“batirse en duelo” es una institución de la clase ociosa. Si el
hombre primitivo adquiría prestigio mediante la proeza, el
hombre moderno que vive en una sociedad en la que la guerra
y el pillaje son más extraños adquiere prestigio con el éxito en
los deportes: «El deporte cubre una gama de matices que van
desde el combate hostil hasta la astucia y la mallurrería.»
La proeza se encuentra en nuestra sociedad presente en la
guerra, en las ocupaciones pecuniarias y en los juegos y
deportes.
«Estos dos rasgos bárbaros, ferocidad y astucia, se funden para
constituir el ánimo o temperamento espiritual depredador. Son
expresiones de un hábito mental estrictamente egoísta. Ambos
rasgos son altamente útiles para la conveniencia individual en
una vida orientada a triunfar sobre los demás. Ambos tienen
también un alto valor estético. Ambos son fomentados por la
cultura pecuniaria. Pero ambos son igualmente inútiles para los
propósitos de la vida colectiva.»

11. La creencia en la suerte


La propensión a los juegos de azar es otra característica del
temperamento bárbaro. Además va en contra del carácter
industrial de una sociedad.
La suerte es una idea anterior a la cultura depredadora, es una
modalidad de la aprehensión animalista de las cosas.
En la página 314 encontramos una posible crítica a las ideas de
Adam Smith: pensar que la realidad está regida por una “mano
invisible” le parece a Veblen una idea puramente animista.
«El hábito animista tiene una cierta significación para la teoría
económica por otros motivos: 1) es un indicio bastante seguro
de la presencia, y hasta cierto punto incluso del grado de
potencia, de otros rasgos arcaicos que le acompañan y que son
de sustancial importancia económica; y 2) las consecuencias
materiales de ese código de conveniencias devotas a que da
origen el hábito animista en el desarrollo de un culto
antropomórfico son importantes de estas dos maneras: a) en
cuanto afectan el consumo de bienes de la comunidad y los
cánones que predominan en ella, tal y como ya hemos indicado
en un capítulo anterior, y b) induciendo y conservando un
cierto reconocimiento habitual de la relación con un superior,
fortaleciendo así el sentido corriente del status y la lealtad.»
«Los pueblos bárbaros que tienen un esquema de vida de
carácter depredador bien desarrollado también suelen estar
poseídos de un fuerte hábito animista predominante, un culto
antropomórfico bien formado y un vívido sentido del status.»

12. Observancias devota


«La supervivencia y eficacia de los cultos y el predominio de su
programa de observancias devotas están relacionados con la
institución de una clase ociosa.»
El temperamento deportista es de carácter animista. Desde el
punto de vista económico. El carácter deportivo se convierte
gradualmente en el carácter de un devoto religioso.
Otra curiosa idea que lanza Veblen sin más pruebas que las de
su imaginación: hay una relación entre el temperamento
deportivo y el de las clases delincuentes, ambas relacionadas
con un culto antropomórfico.
La vida industrial moderna es contraria al temperamento
devoto.
En teoría económica, el consumo de bienes y esfuerzo en el
servicio de una divinidad antropomórfica significa una
reducción de la vitalidad de la comunidad.
Hay un sorprendente paralelismo entre el consumo que se
realiza al servicio de una divinidad antropomorfa y el que se
lleva a cabo al servicio de un caballero ocioso.
«Entre los estudiosos de la vida criminal en las comunidades
europeas, es ya un lugar común el hecho de que las clases
criminales y disolutas se distinguen por ser, si acaso, más
devotas, y devotas de modo más ingenuo, que la media de la
población.»
«Las iglesias están perdiendo la simpatía de las clases artesanas
y la influencia que tenían sobre ellas.»
Según Veblen, para las personas que están en contacto directo
con los procesos industriales modernos la observancia devota
está en vías de desaparecer.

13. Supervivencia del interés generoso


«Ese residuo no odioso de la vida religiosa –el sentido de
comunión con el medio con el proceso vital genérico– así como
el impulso de caridad o sociabilidad, actúan de manera
dominante en la formación de los hábitos mentales de los
hombres para fines económicos.»
«La tendencia a fines que no sean los de establecer
comparaciones odiosas ha producido una multitud de
organizaciones cuyo propósito es alguna obra de caridad o de
mejora social.»
«Muchas obras que dan ostensible muestra de un espíritu
altruista y desinteresado se inician y se realizan
primordialmente con vistas a realzar la reputación y aun la
ganancia pecuniaria de sus promotores.»
«Bajo las circunstancias propias de la posición protegida en que
está situada la clase ociosa, parece, pues, haber una cierta
reversión a aquellos impulsos no-competitivos que caracterizan
la cultura salvaje anti-depredadora. La reversión comprende
tanto el sentido del trabajo eficaz como la proclividad a la
indolencia y al buen compañerismo.»

14. La educación superior como expresión de la


cultura pecuniaria
La clase ociosa ha ejercido una gran influencia sobre los hábitos
educativos.
El conocimiento en las sociedades primitivas era sobre
cuestiones rituales y ceremoniales. La educación comenzó
siendo un subproducto de la clase ociosa vicaria sacerdotal.
El uso de la toga y el birrete, las ceremonias de iniciación y
graduación… provienen de los rituales sacramentales.
Según la comunidad se hace más rica y su clientela empieza a
ser de clase ociosa se incide más en el ritual académico.
En las sociedades industriales modernas la mujer ha accedido
a la educación superior. En la sociedad bárbara la educación de
la mujer debería ir enfocada a conseguir una mejor realización
de los servicios domésticos y hacia conocimientos y destrezas
quasi-académicas y quasi-artísticas que caben bajo el
calificativo de ocio vicario.
Las universidades norteamericanas suelen estar asociadas a
órdenes religiosas.
En la universidad la clase ociosa adquiere conocimientos
jurídicos y políticos, además de administrativos. Son
conocimientos que han de guiar a la clase ociosa en su tarea
gubernamental, basados en los intereses de la propiedad.
En las universidades de la era industrial ha ido ganando terreno
el estudio de las ciencias. Sin embargo, el status para la clase
ociosa sigue estando en la adquisición de conocimientos
inútiles (por ejemplo, el estudio de lenguas muertas) y en el
desprecio hacia lo útil (por ejemplo, el estudio de ingenierías).

Conclusión personal
Teoría de la clase ociosa me ha parecido un libro bastante
original, que tiene que ver con la economía, pero también con
la antropología o la sociología, corrientes del pensamiento que
hacia finales del siglo XX cada vez ha sido más necesario incluir
en el debate económico.
Veblen contradice algunas de las ideas más clásicas de la teoría
económica, como la del supuesto del sujeto racional, poniendo
el foco de sus ideas en una interesante idea, la de la economía
institucional.
Tengo la impresión de que en este ensayo hay alguna pequeña
contradicción interna: a veces le cuesta salvar la dicotomía
entre la tendencia al ocio y al instinto del trabajo eficaz. Esto
hace que tenga más ganas ahora de leer La ética protestante
y el espíritu del capitalismo de Max Weber.
Quizás Veblen, que escribió su ensayo en los últimos años del
siglo XIX, tuvo demasiada fe en la evolución de la cultura
industrial y el retroceso de la cultura depredadora. Sus ideas
parecen dar fe de un mundo que se extingue, un mundo en el
que no va a haber, por ejemplo, una Primera y una Segunda
guerras mundiales. Y lo curioso es que precisamente su
existencia hace más vigentes las teorías de Veblen sobre los
residuos de la sociedad bárbara. Uno puede, por ejemplo,
pensar en el nazismo y relacionarlo perfectamente con la teoría
de este libro: la imposición bárbara sobre los demás, la hazaña
y el ensalzamiento del deporte, la figura del líder como dios
antropomórfico y el gasto en ocio y consumo ostensibles.
Jorge Luis Borges incluyó Teoría de la clase ociosa en su
Biblioteca personal, y existe un prólogo del libro escrito por él.
John Galbraith es otro admirador de Veblen.
Tengo la sensación de que Sigmund Freud leyó este ensayo
de Veblen. De hecho la forma de organizar los pensamientos en
Totem y tabú se asemeja un tanto a Teoría de la clase ociosa:
la investigación del hombre primitivo para explicar los
comportamientos del hombre moderno, y también los del joven
(o el niño, en el caso de Freud) en el adulto.
Existen muchos fenómenos del mundo actual que pueden
explicarse según la Teoría de la clase ociosa: si uno ve la
película Inside job tras leer a Veblen se dará cuenta de que
entre los ejecutivos de Wall Street predominaban las pulsiones
de la cultura bárbara depredadora, y el objetivo de la compra de
aviones privados, por ejemplo, no era otro que el del consumo
ostensible que establece comparaciones odiosas entre los
hombres.
Las fotos que colgamos en las redes sociales, mostrándonos en
la playa, en un restaurante o en una discoteca son muestras de
consumo ostensible, de la aceptación de los valores de la clase
ociosa.

S-ar putea să vă placă și