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Lee el siguiente extracto de La metamorfosis de Franz Kafka y realiza las

actividades señaladas:

“Gregorio se acercó lentamente a la puerta con la ayuda de la silla, allí la soltó, se


arrojó contra la puerta, se mantuvo erguido sobre ella (…). A continuación comenzó a
girar con la boca la llave, que estaba dentro de la cerradura. Por desgracia, no parecía
tener dientes propiamente dichos -¿con qué iba a agarrar la llave?-, pero, por el
contrario, las mandíbulas eran, desde luego, muy poderosas. Con su ayuda puso la llave,
efectivamente, en movimiento, y no se daba cuenta de que, sin duda, se estaba
causando algún daño, porque un líquido parduzco le salía de la boca, chorreaba por la
llave y goteaba hasta el suelo.

- Escuchen ustedes -dijo el apoderado en la habitación contigua- está dando la


vuelta a la llave.

(…) El sonido agudo de la cerradura, que se abrió por fin, despertó del todo a
Gregorio. Respirando profundamente dijo para sus adentros: «No he necesitado al
cerrajero», y apoyó la cabeza sobre el picaporte para abrir la puerta del todo.

Como tuvo que abrir la puerta de esta forma, ésta estaba ya bastante abierta y
todavía no se le veía. En primer lugar tenía que darse lentamente la vuelta sobre sí
mismo, alrededor de la hoja de la puerta, y ello con mucho cuidado si no quería caer
torpemente de espaldas (…). Todavía estaba absorto en llevar a cabo aquel difícil
movimiento y no tenía tiempo de prestar atención a otra cosa, cuando escuchó al
apoderado lanzar en voz alta un «¡Oh!» que sonó como un silbido del viento, y en ese
momento vio también cómo aquél, que era el más cercano a la puerta, se tapaba con la
mano la boca abierta y retrocedía lentamente como si le empujase una fuerza invisible
que actuaba regularmente. La madre -a pesar de la presencia del apoderado, estaba allí
con los cabellos desenredados y levantados hacia arriba- miró en primer lugar al padre
con las manos juntas, dio a continuación dos pasos hacia Gregorio y, con el rostro
completamente oculto en su pecho, cayó al suelo en medio de sus faldas, que quedaron
extendidas a su alrededor. El padre cerró el puño con expresión amenazadora, como si
quisiera empujar de nuevo a Gregorio a su habitación, miró inseguro a su alrededor por
el cuarto de estar, después se tapó los ojos con las manos y lloró de tal forma que su
robusto pecho se estremecía por el llanto.

Gregorio no entró, pues, en la habitación, sino que se apoyó en la parte intermedia


de la hoja de la puerta que permanecía cerrada, de modo que sólo podía verse la mitad
de su cuerpo y sobre él la cabeza, inclinada a un lado, con la cual miraba hacia los demás
(…). Todavía caía la lluvia, pero sólo a grandes gotas que eran lanzadas hacia abajo
aisladamente sobre la tierra (…). Justamente en la pared de enfrente había una
fotografía de Gregorio, de la época de su servicio militar, que le representaba con
uniforme de teniente, y cómo, con la mano sobre la espada, sonriendo
despreocupadamente, exigía respeto para su actitud y su uniforme. La puerta del
vestíbulo estaba abierta y se podía ver el rellano de la escalera y el comienzo de la
misma, que conducían hacia abajo.

-Bueno- dijo Gregorio, y era completamente consciente de que era el único que
había conservado la tranquilidad-, me vestiré inmediatamente, empaquetaré el
muestrario y saldré de viaje. ¿Quieren dejarme marchar? Bueno, señor apoderado, ya
ve usted que no soy obstinado y me gusta trabajar, viajar es fatigoso, pero no podría
vivir sin viajar. (…) En un momento dado puede uno ser incapaz de trabajar, pero
después llega el momento preciso de acordarse de los servicios prestados y de pensar
que después, una vez superado el obstáculo, uno trabajará, con toda seguridad, con
más celo y concentración. Yo le debo mucho al jefe, bien lo sabe usted. Por otra parte,
tengo a mi cuidado a mis padres y a mi hermana. Estoy en un aprieto, pero saldré de
él. Pero no me lo haga usted más difícil de lo que ya es. ¡Póngase de mi parte en el
almacén! Ya sé que no se quiere bien al viajante. Se piensa que gana un montón de
dinero y se da la gran vida. (…) Señor apoderado, no se marche usted sin haberme dicho
una palabra que me demuestre que, al menos en una pequeña parte, me da usted la
razón.

Pero el apoderado ya se había dado la vuelta a las primeras palabras de Gregorio,


y por encima del hombro, que se movía convulsivamente, miraba hacia Gregorio
poniendo los labios en forma de morro, y mientras Gregorio hablaba no estuvo quieto ni
un momento, sino que, sin perderle de vista, se iba deslizando hacia la puerta, pero muy
lentamente, como si existiese una prohibición secreta de abandonar la habitación. (…)
Ya en el vestíbulo, extendió la mano derecha lejos de sí y en dirección a la escalera,
como si allí le esperase realmente una salvación sobrenatural.

Gregorio comprendió que de ningún modo debía dejar marchar al apoderado en


este estado de ánimo, si es que no quería ver extremadamente amenazado su trabajo
en el almacén. Los padres no entendían todo esto demasiado bien: durante todos estos
largos años habían llegado al convencimiento de que Gregorio estaba colocado en este
almacén para el resto de su vida, y además, con las preocupaciones actuales, tenían
tanto que hacer, que habían perdido toda previsión. Pero Gregorio poseía esa previsión.
El apoderado tenía que ser retenido, tranquilizado, persuadido y, finalmente, atraído. ¡El
futuro de Gregorio y de su familia dependía de ello! ¡Si hubiese estado aquí la hermana!
Ella era lista; (…) seguro que el apoderado, ese aficionado a las mujeres, se hubiese
dejado llevar por ella; ella habría cerrado la puerta principal y en el vestíbulo le hubiese
disuadido de su miedo”.

REINER STACH: "EL FRACASO HUNDIÓ A KAFKA"

Reiner Stach pasó 18 años reconstruyendo el puzzle que constituía hasta la fecha
la personalidad de uno de los autores más brillantes y a la vez más dolorosamente
crípticos del siglo XX, y el resultado es Kafka (Edición Acantilado), una biografía que se
lee como un tratado decidido a despejar todas las incógnitas de un hombre que lo dejó
todo por la literatura y sintió que nunca había estado a la altura.
LAURA FERNÁNDEZ | 25/11/2016

La vida de Franz Kafka, funcionario de seguros y escritor judío de Praga, duró 40


años y 11 meses. Aparte de sus estancias en Alemania -sobre todo, viajes de fin de
semana-, Kafka pasó 45 días en el extranjero. Conoció Berlín, Múnich, Zúrich, París,
Milán, Venecia, Verona, Viena y Budapest. Vio el mar tres veces. Fue testigo de una
guerra mundial. Y nunca se casó, aunque estuvo prometido tres veces: dos con la
empleada berlinesa Felice Bauer, una con la secretaria praguense Julie Wohryzek. Como
escritor, Franz Kafka dejó unos 40 textos completos en prosa. En total, unas 350 páginas
que él consideró 'definitivas'. El resto, unas 3.400, no lo eran. Eran diarios, fragmentos,
y tres novelas incompletas. Según lo que dejó escrito en su testamento, su amigo Max
Brod, que, por momentos, envidió terriblemente el talento de Kafka, debía quemarlas,
deshacerse de ellas. Pero Max desobedeció, y las salvó, no una, sino dos veces. "Las
salvó no quemándolas", dice Reiner Stach, el hombre que ha dedicado 18 años a
reconstruir hasta el último de los pasos que dio el autor de La metamorfosis, "y las salvó
sacándolas de Praga cuando llegaron los nazis", añade.

(…)

Pregunta. ¿Por qué no quiso casarse, por ejemplo?

Respuesta. "Porque no podía. Él creía que ser un hombre de familia no era


compatible con ser escritor. Y escribir le gustaba demasiado. No quería abandonar la
escritura pero a la vez le aterraba envecejer solo. Le aterraba que su vida fuera como la
vida de su tío español, al que a menudo preguntaba cómo era eso de volver a casa por
la noche, a la pensión, y que no hubiera nadie esperándole, nadie más que otros
huéspedes, y su tío le contestaba que era triste, que se decía, entonces, para qué todo,
pero también decía que durante el día no pensaba en ello porque no dejaba de trabajar",
explica. Hay cientos de anécdotas, cientos de conversaciones, cientos de cartas, o
pedazos de ellas, en Kafka, y junto a ellas, la Historia, con mayúsculas, abriéndose
camino, destruyéndolo todo.

P.- ¿Qué cree que ha aportado la narrativa de Kafka a la literatura


universal?
R.- Sobre todo, precisión. Hasta entonces, la sensación era que la precisión, en
literatura, era cosa de la lírica, de la poesía. La idea de que cada palabra era necesaria
y había sido colocada en el lugar preciso. Pero en su narrativa es así. Flaubert había
dicho que la prosa podía ser perfecta, y la de Kafka lo demuestra. Y a la vez, inventó
nuevas formas narrativas. El narrador de Kafka, narra como si fuera una cámara. Sólo
cuenta aquello que el protagonista está viendo. Eso produce un efecto aspiradora en el
lector, que hace que se identifique automáticamente con el protagonista. Inventa una
técnica narrativa cinematográfica que ha sido de gran influencia en la literatura mundial.

(…)

P.- Su relación con el padre está en el centro de su narrativa, y tiene


especial relevancia no ya en La carta al padre sino también en La metamorfosis,
¿ha llegado a descubrir qué pasó entre ellos?

R.- Hubo mucho silencio entre su padre y él. Cuando era niño, el padre gritaba y
él obedecía. Luego, cuando él hacía algo que no entendía, el padre ironizaba al respecto.
Y luego llegó el gran silencio. Su padre nunca entendió que no quisiese ayudarles en la
empresa, que prefiriese pasarse los días encerrado en su habitación, escribiendo. Decía:
'Te he pagado la carrera de Derecho, ¿por qué no nos ayudas? ¿De qué van a servirte
los libros?'. Kafka siempre fue un incomprendido en su casa.

P.- Daba la sensación de que en sus escritos se empequeñecía -como en


La metamorfosis, que se convirtió en un insecto- pero que en ese
empequeñecerse, estaba su fuerza.

R.- Sí. Lo del insecto es interesante. Pensemos que el protagonista de La


metamorfosis es un adulto que vive con sus padres. Es como una mascota, un animal
doméstico. No forma parte de la familia, pero la observa. Así se sentía él en su casa.
Llegó a decirle a un conocido que era una historia terrible, porque para él era la historia
de su vida. Era un outsider en su propia familia. Por eso se describía a menudo como un
animal en sus historias. Es alguien que observa a las personas, pero desde fuera, no
formando parte de su mundo. Y respecto a lo de empequeñecerse, era así. Cuando tú
mismo te haces pequeño, nadie puede atacarte. En una ocasión en la discutió con Felice,
ella le escribió diciéndole que debía odiarla y él dijo: 'No te odio, aunque me juzgaste, y
lo hiciste con acritud, pero no te odio porque yo soy mi propio juez, y me juzgo con más
acritud de la que tú me juzgarás nunca. Sé exactamente lo que me pasa, no hace falta
que me lo diga nadie'. Se declara culpable pero logra mantener su autoestima intacta.
Dice, la culpa la constato y la asumo porque me conozco mejor que nadie. Se
empequeñece para mantener su posición, no deja que otros le destruyan. Eso lo había
aprendido de niño. La diferencia de poder era tan grande en su casa que se decía:
'Puedes hacer conmigo lo que quieras -le decía a su padre- pero en mi cabeza, yo soy el
dueño'.

(…)

P.- Y aunque renunció a casarse por la escritura, tampoco ésta acabó de


funcionar y nunca pudo dedicarse por entero a ella, ¿cree que se sintió un
fracasado? Escribe usted que a su muerte dejó tras de sí un campo de ruinas.

R.- Sí, Kafka se sintió un fracasado. Fue incapaz de terminar grandes obras. Y
había sacrificado tanto. Al final de su vida, escribió: 'Lo he abandonado todo, las
mujeres, los viajes, todo por la escritura, ¿y cuál es el resultado?'. No es de extrañar
que se sintiera fracasado. Y que se deprimiera. Y que le pidiera a Max Brod que lo
quemara todo. Estaba completamente deprimido cuando escribió su testamento. Creía
que todo había sido para nada, y que era absurdo salvar aquello. Suena a suicidio. Un
suicidio literario. Por un lado era un perfeccionista, y por otro, estaba desesperado. El
fracaso lo había hundido.

Referencias

Ciudad Seva. La metamorfosis (extracto). Recuperado de:


https://ciudadseva.com/texto/la-metamorfosis/

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