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CEDULA

EXAMEN DE GRADO
11 DE DICIEMBRE DE 2018
OSCAR DEL VILLAR GARCÍA
“LA LIBRE COMPETENCIA”

I. Introducción

El mercado no es un fenómeno espontaneo, pero es el derecho el que establece las


condiciones mínimas para que opere el intercambio de bienes y servicios: la garantía de
la propiedad y de los contratos, la sanción del fraude y de la mala fe, la fundamentación
del justo precio y la tutela de los derechos.

La libre competencia es uno de los elementos que disciplinan la justicia del mercado,
o dicho en otras palabras, forma parte de las condiciones mínimas de su operatividad.

¿Qué se entiende por economía?

Nos referimos principalmente a la actividad de satisfacer las necesidades de los


hombres. Como los medios para satisfacer las necesidades humanas son siempre escasos
(al menos en términos relativos), la definición canónica de economía apunta a ese hecho
esencial: al modo en que la sociedad gestiona sus recursos.

Con la influencia del neocapitalismo en las últimas décadas se ha tergiversado la


esencia de la economía, desvinculando la gestión de los recursos de las necesidades de la
población. Lo que busca afanosamente es la acumulación piramidal de utilidades en
escenarios especulativos e inestables del mundo financiero. Sin embargo debemos
entender que los fines esenciales de la economía, como actividad humana, permanece en
pie. El fin ordinario: cómo dar un uso alternativo y eficiente a los recursos para satisfacer
las necesidades humanas. El fin extraordinario como financiar las grandes obras de la
civilización.

¿Qué se entiende por mercado?

Es necesario precisar qué es el mercado. La primera imagen que tenemos del mercado
es la de un lugar acotado físicamente donde las personas se reúnen para comprar y vender.
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Hoy esta imagen es más amplia y equivale a “cualquier situación en la que se realizan
intercambio”. Basta que se produzca una relación de intercambio, lo que puede darse entre
sujetos presentes, virtuales o potenciales.

En estos intercambios o transacciones ya no se regatean precios como en las ferias o


mercadillos tradicionales. Tampoco los bienes se ofrecen directamente de productores a
consumidores. Todo se ha vuelto más complejo: un buen número de intermediarios
integran hoy el mercado: de extractores o productores a distribuidores, de distribuidores a
minoristas, de minoristas a consumidores.

En un sentido estático, el mercado es un espacio. En un sentido dinámico, es una


relación de intercambio. Con estos dos elementos se ha definido el mercado como “el
espacio para el intercambio, en el que se realizan las transacciones y se determinan los
precios”. Es esto nos surge la pregunta:

¿Por qué el mercado debe existir en función de la económica y no al revés?

El mercado debe existir en función de la economía (eficiente y justa) y no al revés. Hay


varias razones para avalar esta tesis, especialmente comprensible desde el ángulo jurídico:

A. El lugar que ocupa el mercado en la economía general es determinado por el


derecho a través de la constitución económica y la legislación especializada, no solo por
las fuerzas fácticas de las circunstancias económicas.
B. La lógica del mercado no puede extenderse universalmente al radio de la
actividad estatal.
C. Los criterios de justicia o de vida buena admiten excluir total o parcialmente
ciertas categorías de bienes del mecanismo del mercado como asignatario exclusivo de
recursos. De ahí la distinción entre bienes no comerciales, bienes comerciales y bienes
mixtos
D. Economía de mercado no equivale a sociedad de mercado. Esta última se
caracteriza por que el mercado adopta en el seno de la sociedad una función ya no principal
sino total en la asignación de bienes y servicios. Todo se vende, todo se transa.

En conclusión hay que sostener que el mercado está al servicio de la economía, y no a


la inversa. El mecanismo del mercado se adopta para satisfacer de un modo eficiente las

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necesidades humanas. Pero el derecho es el que garantiza que el mercado sea justo a través
de diversos institutos (respeto por la libertad de empresa, libre competencia, derechos del
consumidor, etc.) Lo esencial es que la economía sea eficiente y justa.

¿La libre competencia existe en función del mercado?

Si, el mercado existe en función de la economía (eficiente y justa), la libre competencia


existe en función del mercado.

Desde el ángulo del derecho económico, la libre competencia es un instituto jurídico


que asegura la justicia del mercado, sin afectar su eficiencia. La libre competencia mira
al mercado en su globalidad.

¿La libre competencia asegura el correcto uso de la economía de mercado?

La libre competencia nace de la mano del “librecambismo” el cual se entiende como


la liberad absoluta de movimientos económicos.

La actividad productiva y comercial era más individual que asociativa, lo que trababa
la iniciativa del individuo.

La competencia se volvía difícil en amplísimas zonas de la economía. Pero el sistema


tenía grandes ventajas. Primero, la estabilidad económica. Segundo, que todo este afán
ordenancista estaba pensado, para lograr una armónica distribución de funciones y evitar
el abuso del débil garantizando el correcto empleo de los bienes de este mundo.

Hoy se entiende creer que la libre competencia ha sido el único modelo aceptable en
las relaciones de intercambio, había cuanta del fracaso de la planificación central del
socialismo clásico.

El modelo de economía subordinada favorece la libre iniciativa económica de


titularidad asociativa más que individual al interior de sistemas relativamente cerrados,
con competencia subordinada, pues la cooperación tiende superponerse a la rivalidad y la
asistencia recíproca al beneficio individual. A la economía “subordinada” se opone la
economía “independiente”.

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Es posible, por tanto, pensar en la libre competencia en marcos diferentes: restringida
en la economía subordinada pre- moderna, disciplinada en la economía social de mercado
y emancipada en la economía liberal. En esta economía emancipada ¿asegura la libre
competencia el correcto uso de la economía de mercado? Esta es la gran interrogante
teniendo en cuenta que la mentalidad económica liberal reivindica el mercado
competitivo como principal axial de intercambios económicos. Esta interrogante produce
una paradoja y una utopía

A. La paradoja de la libre competencia

La libre competencia fue concebida siguiendo las líneas fundamentales del


pensamiento económico y moral de Adam Smith, quien concibió la economía como un
fenómeno autónomo e independiente, regido por leyes naturales objetivamente aislables,
como la física o la química. El motor que rige a la económica es el interés propio, la
apariencia de bienes materiales, que dejada a si misma produce la utilidad del conjunto.
El mecanismo del interés propio es la oferta y la demanda, única ley con real vigencia
para determinar las relaciones económicas. Todo interés que intente intervenir en el curso
de este juego de intereses es anti- natural.

El estado debe proteger la iniciativa económica sin trabas a fin de que todos los
ciudadanos se enriquezcan a partir de la igual libertad económica garantizada por la
constitución como diríamos hoy.

En la realidad de la moderna economía dominante los atributos del mercado perfecto


no existen y la legislación aspira sensatamente a una estructura de competencia suficiente,
cada vez más difícil. La opacidad del mercado, las barreras de entrada y salida, y el abuso
de la posición dominante son fenómenos frecuentes en la economía contemporánea, de
ahí el activo papel de la jurisprudencia de la libre competencia en el señalamiento de
límites.

No es verdad, por tanto, que “la mejor ley económica es la que suprime todas las leyes
económicas existentes” el derecho de defensa de la libre competencia nace precisamente
para resolver esta paradoja: la libertad económica, deja a sí misma, entregada a los
intereses utilitarios de cada individuo, corre el riesgo de demoler sus propios cimientos.

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B. La utopía de la mano invisible competitiva

En la escuela económica clásica o neoclásica la persecución de los intereses o planes


individuales de cada agente económico produce un resultado común; el beneficio de todos.

El problema es que su modelo predictivo depende de un conjunto de factores que son


muy difíciles de obtener en las complejas economías contemporáneas. Solo unos pocos
podrían ofrecer aquel conjunto de factores.

De la mano invisible queda poco, pues se parte de la base que en los mercados
contemporáneos un numero exiguo de empresas tienen una posición dominante, una
posición de poderío económico que les permite individual o grupalmente comportarse con
relativa independencia del resto de los agente del mercado (competidores, clientes,
consumidores). Lo que tiene una influencia en los precios a diferencia de los sujetos de la
competencia perfecta, hoy en día se puede influir determinantemente sobre el precio de
uno o más productos, o decidir el precio que aplican a su propia producción, para estos
agentes económicos, los precios ya no son un dato extrínseco que provee al mercado con
una mano invisible, sino un dato que están en condiciones de fijar en mayor o menor
medida según sus propios planes de beneficio individual.

La injusticia anti- competitiva.

Si la libre competencia existe en función del mercado y el mercado en función de la


economía, hay que constatar, en la actualidad, la emergencia de graves injusticias por parte
de los agentes del mercado competitivo.

La legislación de la libre competencia protege un bien jurídico susceptible de ser


determinado. El problema radica en determinar cuál es este.

Domingo Valdés se ha detenido en la cuestión. Sostiene que el bien jurídico tutelado


por la legislación de la libre competencia no es ni la autonomía privada para competir, ni
la igualdad entre los competidores, ni la protección de ciertos agentes económicos (pymes,
consumidores) ni siquiera la eficiencia económica (como único criterio rector) o la libre
formación de los precios. El bien jurídico tutelado es la libertad para competir, esto es,
la libertad para ingresar, explorar y salir de los mercados relevantes.

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Sin embargo, el injusto jurídico pasa a ser valorado únicamente en función de las
necesidades objetivas del mercado competitivo. La libre competencia seria justa cuando
da la posibilidad actual o potencial de concurrir en el mercado relevante.

Actualmente Chile posea una situación desmejorada a doble título: alta concentración
económica y alta concentración de poder de mercado.

Una legislación que integra la libre competencia debería tipificar estos injustos dentro
de las figuras de explotación abusiva de posición dominante.

Más allá de la inclusión de todas estas figuras jurídicas, se avizoran, en materia de libre
competencia, riesgos específicos provenientes de la concentración del poder a nivel
global.

II. El Derecho de la libre competencia en Chile

La legislación de la libre competencia en Chile ha tenido un desenvolvimiento


ambivalente. Su origen se encuentra en la ley N° 13.305 (1959) fruto de la misión klein –
Saks. Su evolución recorre dos modelos económicos distintos: uno signado por el
desarrollismo estatal: (1959 -1973); el otro marcado por la retracción del estado y la
liberalización de los mercados, del capital y del trabajo (1973 al presente).

Sin embargo, se considera en sí misma, la legislación de libre competencia. Ha crecido


de un modo orgánico, tanto en lo cuantitativo (cantidad de regulación) como en lo
cualitativo (calidad de regulación).

Empero, el crecimiento es bastante relativo si se le mide con el derecho comparado,


particularmente el norteamericano y el europeo. Hasta la reforma de la ley N° 20.945
(Agosto del 2016) nuestra legislación adolece de un permanente atraso.

En la historia del Chile Republicano, puede reconocerse los siguientes periodos:

1. Periodo ante-legislativo (1810- 1959)

En esta etapa no hay una legislación específica sobre libre competencia

2. Periodo seminal: vigencia de la ley N° 13. 305 (1959 -1973)

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En 1955 el gobierno Chileno, propuso una reforma estructural a la economíco,
específicamente la liberalización del comercio exterior y una legislación anti- monopolio.
Su eco lo encuentra en el título V de la ley N° 13.305 (art. 172 a 182) denominado
“normas para fomentar la libre competencia industrial y comercial”.

La ley Nº 13.305 tiene ventajas y defectos:

a) Prohíbe la concesión de monopolios industriales y comerciales a los


particulares (art. 172)
b) Permite, como excepción, el otorgamiento legal de monopolios a instituciones
del estado (art. 182)
c) Describe (art. 173) las conductas atentatorias contra la libre competencia,
particularmente los actos monopólicos de usanza en Chile.
d) Establece sanciones penales, multas de hasta 10% del capital de giro, y en caso
de reincidencia, la cancelación de la personalidad jurídica.
e) Crea la comisión Antimonopolios, con facultades para conocer y resolver los
ilícitos anti-competitivos.

La ley Nro. 15.142 del 22 de enero de 1963, agrega el cargo de fiscal, quien instruye
las investigaciones ordenadas por la comisión y actúa como acusador público
representando el interés general de la colectividad.

3. Periodo de impulso necesario: vigencia del primer DL Nº 211

A partir del 11 de septiembre de 1973, se abandona los supuestos del estado


desarrollista y se establecen las bases de la económica de mercado. adopta al mercado
como nuevo eje coordinador e introducir competencia como base del desarrollo
económico

El DL N° 211 se dicta dentro de un contexto peculiar: la necesidad de acabar con la


estructura productiva de carácter monopólico del país, impide el libre juego del mercado
y el desarrollo de una economía competitiva. De ahí el título que lleva la ley: “Fija
normas para la defensa de la libre competencia”

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El DFL N° 211 (1973- 1990) tiene ventajas y defectos:

a) Refuerza la legislación y la institucionalidad diseñada por la ley 13. 305 esta


vez dentro de un sistema económico acorde con ellas, se sustituye la comisión anti-
monopolios por la comisión resolutoria (art. 17). Y se refuerza la función del fiscal, con
la creación de una fiscalía de la defensa de la libre competencia autónoma e independiente
con amplias atribuciones investigativas, persecutorias, informativas y ejecutorias.
b) Se describen y ejemplifican las conductas anti- competitivas de manera
genérica, lo que denota una técnica legislativa insuficiente.
c) La ley establece sanciones penales para quienes “tiendan a impedir la libre
competencia en la producción o en el comercio interno y externo”, aumentando las penas
en casos de artículos y servicios esenciales.
d) Se extiende la prohibición de conceder monopolios a privados en las
actividades extractivas y de servicios.
e) Se relativiza la excepción de conceder monopolios a instituciones del estado,
que ahora, procede por vía administrativa, previo informe de la comisión resolutoria.

Entre los años 1973 y 1990, el peso operativo de la defensa de la libre competencia
queda en manos de la fiscalía, que se fortalece en términos relativos, pues sus recursos
económicos y administrativos continúan siendo insuficientes y escasas las herramientas
fuertes para investigar.

4. Periodo de desenvolvimiento jurídico y retroceso competitivo (1990 -2003)

Durante este periodo, la legislación no entrega instrumentos para vigilar los mercados
en su integridad ni para investigar, perseguir y sancionar eficazmente los ilícitos más
graves contra la libre competencia. Respecto de la colusión, no existe descripción típica
de la figura; tampoco la fiscalía cuenta con atribuciones “fuertes” para perseguirla,
básicamente se limita a requerir información. El monto máximo de las multas tiene, en
general, un nulo efecto disuasivo.

La comisión resolutoria no puede dedicarle tiempo suficiente al ejercicio de sus


atribuciones: trabaja ad honorem, sesiona solo una vez por semana y no cuenta con apoyo
técnico propio. La fiscalía nacional económica (FNE) no tiene recursos profesionales

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administrativos ni económicos para observar con suficiencia los mercados en función de
los peligros a la libre competencia.

El 19 de mayo de 1999, se dicta la ley N°19.610, para fortalecer las atribuciones de la


fiscalía. En el mensaje se reconoce que es un paso significativo pero “aún insuficiente”.
Es mérito del texto dar relieve al bien jurídico específico de la legislación en la materia:
lo que se busca proteger siempre y directamente no es el derecho del consumidor ni la
libertad del vendedor sino la libre competencia.

Para asegurar la independencia de la FNE, se le otorga la calidad de servicio público


descentralizado, con personalidad jurídica y patrimonio propio.

Como conclusión, puede decirse que el periodo 1990- 2003 muestra características
dispares según la dimensión analizada. En el ámbito legislativo, la ley 19.610 representa
un avance en el fortalecimiento de la FNE.

5. Periodo de retracción y avance (2003 – 2016)

El periodo se inicia con la publicación de la ley 19.911, del 14 de noviembre del 2003,
que crea el Tribunal de Defensa de la libre competencia e impone otros avances. Se
observan ventajas y defectos:

a) La ley establece cuál es su objetivo, precisando el bien jurídico protegido “la


libre competencia en los mercados” (art. 1y 2) técnicamente en un enunciado
satisfactorio, sobre todo porque desde el ángulo del derecho subjetivo implica asegurar el
derecho de toda persona a competir en el mercado, a realizar libremente actividades
empresariales competitivas. Sin embargo esta definición, sufre una interpretación errada,
al excluir de ámbito de la libre competencia la consideración del bienestar de los
consumidores.
b) La ley sustituye a las comisiones por un único órgano con facultades
jurisdiccionales, el tribunal de defensa de la libre competencia (TDLC), encargado de
“prevenir, corregir y sancionar los atentados a la libre competencia” con una composición,
organización y funcionamiento profesional, remunerado y permanente. La FNE se
redefine más claramente como un órgano de fiscalización, investigación y acusación. Pero
débil en sus facultades.

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c) Se establece una norma de descripción amplia y genérica de los ilícitos anti-
competitivos, con una tipificación específica y concreta de las conductas anti- competitiva
más recurrente: acuerdos y prácticas colusorias, abuso de posición dominante, practicas
predatorias y de competencia desleal. Desde el ángulo técnico- jurídico, hay una mejora
sustancial respecto de las genéricas descripciones legales que le han precedido. Pero no
son figuras completamente satisfactorias, en la medida en que dejan espacios para la
impunidad anti-competitiva:
 La colusión no se considera un ilícito per se.
 Las prácticas predatorias quedan condicionadas directamente a la obtención
de poder de dominio.
 La inclusión de la competencia desleal es meritoria, dada la ausencia en la
época de una legislación especial.
 Es una grave omisión de la ley no incluir, entre las prácticas ilícitas, las
operaciones de concentración, particularmente las horizontales y las “conglomérales”.
d) En materia de sanciones, se eliminan las penales, por “estimar que resulta
incompatible actualmente con el complejo escenario en que se desenvuelven los agentes
económicos, y la experiencia internacional.”
e) Respecto de las multas, se perfeccionan los criterios de aplicación (art. 17 k)
y se incrementa su monto máximo (de diez mil hasta veinte mil UTA). Pero aplicadas a la
gran empresa aún se muestran débiles en sus efectos disuasivos.

Algunos de los déficits subsistentes a la ley 19.911 son subsanados el 2009. Se dicta
entonces la ley N° 20.361(13 de junio) que perfecciona la institucionalidad del TDLC e
intensifica las facultades de la FNE. Las modificaciones son, en general positivas:

a. La nueva ley establece una serie de normas para fortalecer la independencia


del TDLC, como incompatibilidad, prohibiciones, inhabilidades, etc.
b. Vigoriza las atribuciones de la FNE.
c. Introduce la llamada “delación compensada” de acuerdos a los requisitos y
condiciones establecidos en el art. 39 bis. El objetivo de la figura es obtener antecedentes
directos que conduzcan a la acreditación de las prácticas colusorias y la determinación de
los responsables.

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d. Otorga un grado fuerte de disuasión al aumentar el monto máximo de las
multas a 30.000 UTA.
e. Mejora la descripción de la colusión exigiendo que por medio de ella “se
confiera” poder de mercado, recogiendo la interpretación del TDLC a la redacción
anterior, que demandaba el “abuso”.

Durante esta etapa, la legislación e institucionalidad de la libre competencia ha


avanzado más que ninguna otra. Pero en términos relativos, sigue siendo débil ante las
evidencias de un mercado altamente concentrado y las sospechas fundadas de prácticas
colusorias en variadas zonas de la economía.

Ante esta realidad, la eliminación de las sanciones penales constituye un grave


retroceso. También la premisa olímpica de que “no se puede hablar de peligro” ante el
fenómeno de las concentraciones, porque “en sí mismas” no son perniciosas”.

6. Periodo de madurez (2016 en adelante)

El 19 de agosto del 2016 se dicta la ley N° 20.945, que Perfecciona el sistema de


defensa de la libre competencia. La evaluación de esta ley es altamente positiva a nivel
normativo, sin perjuicio de lo que la experiencia jurídica venga a constatar.

a. La ley redefine la colusión de acuerdo a los estándares del derecho comparado.


Las practicas colusorias se consideran un ilícito per se, por su objeto. Con esto se incluye
por primera vez en la normativa chilena, una regla esencial para fortalecer la política de
persecución contra los carteles duros.
b. Se establece un sistema integral de control de las operaciones de
concentración con medidas preventivas, correctivas y prohibitivas, que incluye, por
primera vez en la legislación chilena, un control obligatorio y la tipificación de conductas
ilícitas.
La intervención ex antes de operaciones de concentración tiene por objeto evitar que
estas debiliten la estructura competitiva de los mercados en los que forman parte las
empresas implicadas.

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La ley 20.945 faculta a la FNE para dictar la normativa específica, lo que a nuestro
juicio podría afectar la certeza jurídica de los agentes económicos, por la posibilidad de
variación recurrente por parte del mismo órgano al que corresponde mantener el control.
c. la ley establece un sistema sancionatorio con disuasión fuerte. Se funda en tres
pilares básicos:
 En primer lugar, las sanciones administrativas.
 En segundo lugar, la sanción civil. Procede la indemnización de perjuicios por
los daños causados por la infracción, siendo el TDLC el órgano competente para
conocerla. (Art. 30)
 En tercer lugar, se impone sanciones penales para los casos de prácticas
colusorias señaladas en el artículo 62 inciso primero, acompañada de la pena accesoria de
inhabilitación temporal absoluta. Se limita la exención de responsabilidad penal en caso
de delación compensada de acuerdo al art. 39 bis. Asimismo se castiga la ocultación de
información o la entrega de información falsa (art. 39h)

Las reformas legales en comento modernizan la institucionalidad de la libre


competencia de acuerdo a los parámetros del derecho comparado. Su operatividad va a
depender, una vez más de la labor de la FNE y del oportuno discernimiento del TDLC.

III. La Jurisprudencia.

La libertad económica está unida, por un lazo esencial, al mercado. Precisamente el


libre ejercicio de este derecho en el mercado impone la promoción y defensa de la libre
competencia.

La relación entre libertad económica y la libre competencia puede ser objeto de varios
enfoques complementarios. El más usual es el que considera la legislación de la libre
competencia como un límite “externo” al ejercicio del derecho: la libertad de unos esta
siempre limitada por la libertad de otros. La defensa de la competencia garantiza, en este
sentido, la coexistencia armónica de todas las libertades en ejercicio.

También hay que destacar el carácter tutelar de la libre competencia. En primer lugar,
porque es un elemento esencial para el desarrollo de la libertad empresarial en una
económica de mercado. Asegura que el poder económico se descentralice en diversos

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agentes, impidiendo que uno de ellos tenga fuerza suficiente para imponerse y condicionar
la libertad de los otros.

Más sustancialmente, la libre competencia canaliza el ejercicio de las libertades


individuales o sociales en materia económica, haciendo posible su realización en beneficio
de todos, y no solo de los más poderosos.

Para definir si una actividad es económica, a efectos de resguardar la libre competencia,


hay que atenerse, ha sostenido el tribunal de defensa de la libre competencia (TDLC) “a
la naturaleza misma de la actividad y no a la de quien la realiza” por lo que todo agente
económico, de derecho público o de derecho privado, con o sin fines de lucro, que
concurra individual o colectivamente a un mercado como oferente o demandante de bienes
y servicios, puede ser sujeto de una infracción.

El TDLC ha definido el bien jurídico protegido en términos objetivos. Pero también


se ha indicado que la libre competencia es un bien sistémico, que no excluye el beneficio
de los distintos agentes económicos que participan en el mercado. Así en el caso
“farmacias” (2012) se sostuvo que la libre competencia supone rivalidad, lucha
competitiva, en pos de la “eficiencia” pero también de la “libertad de elección para el
consumidor y el productor” y de la “libertad de empresa”.

La competencia supone rivalidad, pero no siempre y en cualquier circunstancia,


ausencia de cooperación.

La Corte Suprema también se ha pronunciado sobre el bien jurídico de la libre


competencia, destacando el bien objetivo del conjunto. Asimismo, ha subrayado el
carácter sistémico, exigiendo una competencia no solo “suficiente” si no que “elevada”,
en beneficio de todos los agentes económicos: “La libre competencia comprende
principalmente los derechos y libertades de los productores de bienes y servicios, pero
sin desconocer el interés colectivo de los consumidores y el intereses público del estado
de conservar un mercado altamente competitivo”. En este sentido el derecho a la libre
competencia “no es absoluto” y tiene como límite la dignidad humana y la subsidiariedad
solidaria.

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En un giro notable, el máximo tribunal ha resaltado últimamente el interés de los
consumidores, sacando del polvo una vieja doctrina de la Comisión Resolutiva. Los
consumidores no pueden “Ser privados de los beneficios de la competencia”.

La Corte Suprema también ha resaltado los vínculos de concurrencia entre libre


empresa y mercado competitivo: “el sistema jurídico de la libre competencia intenta
resguardar el mercado y proponer a una sana competencia entre quienes desarrollan
actividades económicas, permitiendo que se conjuguen diferentes leyes del mercado,
entre ellas la libre iniciativa en materia económica, en que el precio de los bienes y
servicios queda fijado por la ley de la oferta y la demanda, con miras a que la sociedad
pueda obtener equilibrio entre la mejor calidad y los menores precios posibles de los
bienes y servicios transables comercialmente, con la justa ganancia de los actores del
mercado”.

Como síntesis, en sede de libre competencia, puede afirmarse que el ejercicio legítimo
de la libertad de empresa supone un ajuste entre el interés particular del empresario, los
derechos económicos de terceros y el bien común económico que impone la libre
competencia. A partir de ahí, debe sostenerse la tesis del vínculo esencial entre la libertad
de empresa y el marco jurídico económico de la competencia real, libre y suficiente, con
los matices de principios exigidos por la subordinación de la competencia al mercado y
del mercado a la economía no crematística.

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