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La enunciación ‘basura’ como una práctica cultural de nuestro tiempo

Análisis de las condiciones materiales/simbólicas intrínsecas a la


concepción de ‘basura’ en la cultura occidental

Jordán Damián Duarte


Gonzalo Antonio Duque
María José Espinosa
Katherine Fernanda Espinoza

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Índice

Objetivos de la Investigación……………………………………………………. pág. 2


Relevancia del Tema………………………………………………………………pág. 3
Definición del Tema………………………………………………………………..pág. 5
Análisis de la expresión cultural contemporánea………………………………pág. 9
Conclusiones……………………………………………………………………….pág. 14
Anexos……………………………………………………………………………...pág. 16
Referencias………………………………………………………………………...pág. 23

Objetivos de la Investigación

1
● Identificar la enunciación del término ‘basura’ como una práctica cultural,
entendiendo el lenguaje y las relaciones que permite como una práctica cultural
situada.

● Relacionar dicha enunciación con otras prácticas culturales a la base, prácticas


inherentes a la cultura subyacente al modelo neoliberal.

● Relacionar el concepto con sujetos de comunidades específicas, entenderemos


aquí que no todas las comunidades que participan de las relaciones culturales bajo
este modelo necesariamente responden a la lógica de la categorización (en
específico de la valoración ‘basura’).

● Analizar la mentalidad occidental actual por medio de la presencia del concepto


‘basura’, es decir, mediante aquellas características que parecen propias del modelo
actual y de nuestros tiempos.

Relevancia del Tema

Hemos elegido este tema porque creemos es una discusión que merece darse y
urge, en efecto, que se dé. El desastre socioambiental actual está presente y se nos
viene encima, hoy en día es el campo de batalla tal vez más extenso que pueda

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llegar a darse, ya que incumbe a todas la personas que habitan la Tierra. De alguna
manera todos hemos sido reclutados, y es perentorio reconocer si por la postura que
causa esta crisis o por la postura que tajantemente critica dicha crisis. O,
ciertamente, por la tercera postura, la absurda neutralidad de la indiferencia, la
indignante pasividad de muchos.

En nuestros tiempos y a este lado del planeta lo que más nos está haciendo falta es
cuestionarnos nuestras propias prácticas cotidianas. Pero sabemos que el cambio no
lo lograremos solos y resulta perentorio convocar a la población en su conjunto.
Por ello dichas prácticas no solo deben empezar a implementarse sino además
deben convocar al resto a sumarse. Mediatizar estas posturas resulta ineluctable.

Es aquí que se entenderá la metodología que hemos escogido para el análisis:


merodear la problemática socioambiental desde el lenguaje, un método bastante
extendido en estos últimos tiempos, y es que pareciera ser razonable hacer transitar
una crítica certera desde donde enunciamos nuestras posturas. Un discurso viajando
a través de pocas pero contundentes palabras, a través de menudos signos y
símbolos que aúnan grandes segmentos de una población congregados en una
misma lucha.

Estos posicionamientos nos condujeron a querer ahondar en el tema desde tal


perspectiva. El impacto ambiental es enorme y esto es fácilmente evidenciable si nos
percatamos del nivel de deterioro que ha sufrido nuestro entorno (y nos referimos en
un sentido amplio, entendiendo ambiental también desde las relaciones
interpersonales). Y es que, tal vez, no sólo es el planeta el que se está deteriorando
continuamente, sino nosotros mismos, en conjunto con él, a causa de no tener una
real conciencia y cultura que se enfoque en proteger el mundo y a quienes lo habitan.

Como nos indicaría Gandhi: “Se puede vivir dos meses sin comida y dos semanas
sin agua, pero solo se pueden vivir unos minutos sin aire. La tierra no es una
herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. El amor es la
fuerza más grande del universo, y si en el planeta hay un caos medioambiental es
también porque falta amor por él. Hay suficiente en el mundo para cubrir las
necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer su codicia.”

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Nos interesa este tema porque se evidencia desde lo cotidiano; el hecho de tirar algo
al tacho de basura es ya una acción automatizada, un acto que parece casi un
impulso normalizado. Todo lo que llega a nuestras manos se torna rápidamente en
basura. Todo lo que está a nuestro alrededor de alguna manera carece de un valor
estable, incluso las personas pueden catalogarse como basura en cuanto no
representen un interés específico para nuestra gula depredadora de banalidades.

Lo cierto es que la sociedad está dividida en las posturas que anteriormente


mencionábamos. Lo perentorio aquí es investigar cuales son las implicancias de una
u otra postura y escoger el bando de manera informada. Recomendamos desde ya
empezar a leer-se y leer la realidad inmediatamente habitada.

Definición del tema

Lo que nos proponemos en esta investigación es merodear el concepto basura a la


vez que indagar en las condiciones en que se hace presente. En este sentido es que
comprenderemos la enunciación de este término como la expresión de una(s)
cultura(s) específica(s), es decir, la práctica cultural del nombrar como basura
determinados objetos -e inclusive sujetos-. Diremos que la enunciación del término
es una práctica cultural dado que en dicho concepto se alojan consideraciones
coherentes con otras determinadas prácticas culturales, es decir, se sistematizaría en

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una plataforma cultural mayor. A la vez que no sería coherente con otros sistemas
culturales que también serán mencionados.

Presentaremos estas prácticas culturales, diríase, siguiendo un orden cronológico-


histórico dado que están contenidas en etapas historiográficas reconocidas, sin
embargo, debemos destacar que todas estas etapas de alguna manera siguen
presentes actualmente en distintas realidades geopolíticas y culturales. La cultura ha
tomado distintos caminos -y esperamos no sigan una lógica lineal-.

“Está la conjetura de que en tiempos prístinos, previos a la revolución


agrícola que da pie al neolítico, el ser humano simplemente no había
creado el concepto basura, tal vez por innecesario. Las civilizaciones
nómadas, al estar en constante movimiento, no tenían más pertenencias
que aquellas que contribuían a su sustento y sobrevivencia. Podemos
pensar esto dado que en la actualidad aún sobreviven culturas que no
incursionaron en el sedentarismo ni la agricultura, ninguna de estas
sociedades (tribales por lo general) habrían desarrollado el término en
específico ni algún tipo de símil.” (Luna, 2003, p. 70)

Con el pasar de los años, descubrieron la agricultura como otra forma viable,
práctica y segura (en términos alimenticios) de poder subsistir en el medio, naciendo
así las sociedades sedentarias. En aquella era, todos los objetos eran bien
aprovechados y reutilizados hasta su degradación natural, contribuyendo
inconscientemente al cuidado de los materiales del ambiente -no diremos recursos,
dado que probablemente dicho concepto tampoco haya sido usado en tal época-.
Durante el periodo de la pre-industrialización, veremos que en medio de esta
sociedad rural:

“El consumo de energía era escaso y de origen animal o bestias de labor,


o vegetal (leña). No existían apenas vertidos a los ríos ni emisiones
contaminantes a la atmósfera. En los pueblos los objetos se hacían
duraderos, se reciclaban y rara vez se abandonaban. Todo se
aprovechaba. No había residuos, ni basureros, ni vertederos” (del Val,
2002, p.81).

Todo mantuvo un cauce relativamente estable en el tiempo -obviando los


enfrentamientos armados y guerras por el poder, claro-. De hecho, dicha estabilidad,

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al parecer progresiva en términos de acumulación, trajo consigo cambios
socioeconómicos que repercutirían en cambios estructurales profundos.

La llegada de la era industrial -fundada en un capitalismo en proceso de expansión-


condujo a la sociedad circundante de aquella época a verse envuelta en los cambios
estructurales provocados por la aceleración de los ritmos de producción.
Esta nueva manera de concebir la producción influirá directamente en el comienzo de
un proceso de migración campo-ciudad por parte de la población rural, esta última
incentivada por la búsqueda de una supuesta mejor calidad de vida y oportunidades.
Con ello vinieron a darse o agudizarse variadas problemáticas urbanas:
hacinamiento, proliferación de enfermedades, alta mortandad, segregación
socioeconómica, entre otras. No nos sorprenderá que los cúmulos de desechos
comenzaran a acrecentarse en zonas aledañas a estas grandes masas urbanas.

Es en esta etapa industrial que el fortalecimiento del sistema capitalista contribuía


lentamente a la instauración de la acumulación como un valor para la sociedad. La
población urbana es el principal epicentro de generación de residuos y desechos,
esto explicado a través de prácticas instauradas por medio del nuevo sistema
productivo implementado a raíz de la revolución industrial; la economía se vió
sostenida principalmente bajo los parámetros de los sectores económicos
secundarios y terciarios, ligados a la industria y la transformación de las materias
primas en productos elaborados, y la prestación de servicios a la sociedad,
respectivamente.

Debemos comenzar enunciando que el desarrollo de la industria como protagonista


en el ámbito socioeconómico contrajo la expansión de un sistema económicamente
capitalista, el cual se cierne sobre la relación entre la “acumulación de capital” y el
“trabajo” como medio para generar la riqueza. Esta será la base bajo la cual se
erigirá una nueva sociedad afín al neoliberalismo, provocando esto un vuelco
circunstancial en la producción económica y los procesos concernientes a este
ámbito del grupo humano.

El estar dentro de los márgenes del capitalismo -influido este por la revolución
industrial- condujo a que los procesos de producción se transformaran; era necesario
llevar a la práctica un sistema productivo eficiente, con bajos costos de producción y
que generara la mayor cantidad de riquezas posible. Esto repercutió de manera
significativa en cuanto a la progresiva aceleración de los procesos.

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No pasarían mucho tiempo para que llegase a asentarse una faceta más dura del
capitalismo, la economía neoliberal, dando pie a la consolidación de una sociedad del
consumo. La vida se torna en un constante estar consumiendo como valor indicativo
de nuestra calidad de vida, su masificación no traería más que un desenfrenado ciclo
de usar y desechar, una cadena ad infinitum de desvalorización de los bienes, todo
objeto de alguna manera es susceptible de ser catalogado como objeto útil solo hasta
minutos antes de empezar a considerarse basura, al parecer nada se salva, ni los
mismos sujetos.

Esto, claramente, converge en la implantación de una sociedad enfocada hacia el


consumo desproporcionado de bienes materiales, la increíblemente veloz
obsolescencia de estos en cuanto a su “vida útil” y su posterior descarte al empezar a
carecer de valor y funcionalidad para quien le haya adquirido.
Sin embargo, esta situación no se ha presentado siempre de la misma forma; más
bien ha tendido a evolucionar conforme al ‘progreso’ y desarrollo del sector
productivo, por lo que es necesario establecer un punto de partida y la comparación
entre su correspondiente “antes y después” respecto a la generación de basura por
parte del grupo humano.
No se entiende el neoliberalismo si no es junto a su par la globalización. Y la
globalización no se entiende si no es desde sus bases posibilitantes: el desarrollo de
las tecnologías y medios de producción, la consolidación de un mecanismo de
producción acelerada en masa, las amplias posibilidades de transportar bienes por
todo el planeta, el aumento de la capacidad de adquisición (aunque ficticia en
muchos casos) y los medios de comunicación que ya alcanzan una cobertura
masiva.

No es desdeñable el lugar que ocupan aquí las orientaciones del conocimiento


reinantes y es que precisamente consolidan y acrecientan el cúmulo de poder de
quienes detentan el poder. La academia por una parte como rostro del conocimiento
formal y validado científica y por tanto universalmente (ecología y política
hegemónica) y por otra la opinión pública, ampliamente modelada por los medios
masivos, los discursos de supuestos expertos y las corrientes de turno.
Veremos en la otra vereda otros movimientos desde las bases, procesos de
autoformación ecológica, de sustento comunitario y con pertinencia local, un
entramado de conocimientos empíricos a la vez que propulsión política y
consolidación de tejido social. También nos encontraremos con movimientos

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ecologistas, aunque puestos en duda, dada su ambigua posición y preferencia por
consignas más que por un manejo de conocimiento efectivo.

Vemos entonces el conocimiento desde dos posiciones distintas, por lo general


contrapuestas. El conocimiento hegemónico por un lado y el conocimiento rupturista-
local por el otro. ¿Qué significa que surjan este tipo de corrientes? Pues bien, las
características del neoliberalismo globalizado actual lo explican y es que parecieran
serle inherentes estas crisis de valores expresadas en valores culturales que tienden
a la diversificación.

Y es aquí que tiene lugar el lenguaje, ¿de qué maneras enunciamos nuestra
realidad? ¿qué significantes transitan por nuestros imaginarios al plantear la
existencia de aquello ‘basura’? ¿es el neoliberalismo el proceso que ha agudizado la
crisis socioambiental, no sólo por sus lógicas de
extracción/producción/distribución/mercado, sino además por los discursos que
necesariamente emanan de estas prácticas? ¿es, por tanto, ‘basura’ un término que
sintetiza los significantes de nuestra época actual?

Análisis de la práctica cultural:

Partimos nuestra investigación desde una constatación: el uso cotidiano de un


concepto, basura. Dicho concepto -creemos- no es tan ingenuo como pareciera. Su
uso se halla tan extendido que ya resulta difícil toparnos con alguno de sus símiles
(desechos, residuos). Constatamos, además, que su uso se ha tornado confuso,
pareciera pasar de ser un calificativo de las cosas -y entidades- a ser algo sustancial
en sí mismo.

Entendemos que trabajamos con un concepto que puede ser utilizado de muy
distintas maneras. El desafío aquí es lograr evidenciar las significaciones que
transitan en el uso que las personas dan al concepto. Entenderemos también que
cada uso dado al término en cuestión es en sí mismo una práctica cultural, su uso
irrestrictamente se halla situado. Dicho de otra manera, tanto dialecto como idiolecto
confluyen en los diversos usos que puedan darse de esta palabra. Cada palabra es
un trasvasije cultural.

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Ello, como ya hemos mencionado, determina la forma en que nos relacionamos con
el entorno y aquello que lo compone. Es confusa esa línea en que las cosas se
tornan o no basura según nuestras concepciones, observándose que la misma cosa
puede serlo para una persona y no para otra (para una comunidad y no para otra).
¿Qué habría de determinante en cada cultura que permite la normalización de las
cosas-basura o, por el contrario, la negativa a esta normalización? Podría la
respuesta a esta cuestionante tener cierta circularidad, entiéndase que, precisamente
esas maneras en que los sujetos se relacionan con su entorno son las que ocasionan
que el término siga expandiéndose.

Atisbamos que las condiciones actuales son las que aceleran la expansión de esta
concepción, la era neoliberal globalizada ha de tener características específicas para
que esto se desarrolle precisamente así. No es coincidencia que el nombrar basura a
algo defina un modo de habitar bastante peculiar y que esta época en Occidente nos
delimite un modo de habitar también bastante peculiar y generalizado.

Reconoceremos, en efecto, que designar algo como basura nos muestra los
sistemas de valoración propios (a la vez que compartidos). El concepto tendría cierta
inmanencia en la sociedad en que se usa. En una sociedad displicente con respecto
a las entidades del entorno, sean seres vivos, instituciones o bienes resulta lógico
que se pueda ‘basuriar’ (nombrar como basura) a estas mismas. La lógica del
mercado lo dictamina: zonas de sacrificio en que son basura quienes la habitan y que
se convierten en basura luego de que le extraen hasta el último gramo de recurso
valorable en el mercado; basura también en la producción, las externalidades tóxicas
se vierten como basura, se basurea también el entorno en el cual se vierten dichos
elementos; en el proceso de empaquetado seguimos viendo basura al utilizar
elementos que no tienen otro futuro más que el ser desechados; basura son
considerados aquellos consumidores en potencia, son vistos como mentes
moldeables hacia el puro fin de comprar y comprar; basura en la obsolescencia de
aquellos productos cuya fin es convertirse en basura para promover el incesante
proceso de consumo de basura y descarte; basura también los marginales de este
sistema, otras excrecencias que son empujados a la periferia; ¿qué podrá librarse de
ser catalogado basura?

Pareciera que el concepto trabaja a manera de categoría, suele repetirse: basura es


todo aquello carente de valor (o que ha perdido su valor). Esta es la constante que

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más nos ayudará en nuestro análisis, dado que, con esta máxima podemos
preguntarnos: ¿qué es aquello con valor para nuestra sociedad en nuestros tiempos?
Nos ha parecido interesante un texto en particular: “Identidades (de la) basura”, de
Gabriel Gatti. Quien pareciera haber tenido pretensiones similares a las nuestras
aunque con un claro tono tendencioso. Diríamos, que su análisis no parece querer
describir/explicar este fenómeno desde la materialidad que le corresponde,
evidenciado en las relaciones entre sujetos y basura, sino de una exégesis
orden/marginalidad/excrecencias -social(es)- claramente sesgado por algún afán
civilizatorio y una fe ciega en los procesos político-económicos masificados
actualmente.

Nos hemos planteado hacer un auténtico estudio garbológico, reivindicando el


término, en que no se mire la basura de reojo y con temor/asco -o derechamente no
se mire-, sino en que verdaderamente palpemos lo que significa ‘ser basura y
nombrar basura’. ¿Es consecuencia del contexto cultural en el que hemos sido
arrojados y sin más nos desenvolvemos?

Los autores Berger y Luckmann nos pueden ayudar con la respuesta, precisamente,
haciéndose la pregunta al negativo nos plantearán la imposibilidad de actuar desde la
pura subjetividad, siempre nuestro actuar está situado y por tanto, mediado y
permeado por las prácticas culturales en que se inscribe nuestro habitar.

“…es difícil concebir como tal a una <sociedad> que carece de un sistema
de valores -cualquiera sea su naturaleza- y de reservas de sentido
adaptadas a sus características. Todos nacemos y nos criamos dentro de
comunidades de vida (Lebensgemeinschaften) que además son -en
diversos grados- comunidades de sentido (Sinngemeinschaften). Lo
anterior quiere decir que incluso si se carece de una reserva de sentido
compartida universalmente, y adaptada a un sistema de valores único y
cerrado, pueden desarrollarse concordancias de sentido dentro de las
comunidades, o bien éstas pueden extraerse del depósito histórico de
sentido. Por ende, esos sentidos comunes pueden, desde luego, ser
transmitidos a los niños de manera relativamente coherente.” (Berger y
Luckmann, 1997, p. 45-46)

El lenguaje en el que somos y con el que nombramos sería, evidentemente, una


práctica cultural que coexiste con otras prácticas culturales y todo lo que ello pueda

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implicar. Destaquemos aquí: el cruce de las condiciones materiales y simbólicas que
subyace a toda comunidad de sentido. Por lo tanto no podríamos entender la
presencia -o ausencia- de un determinado concepto sino desde su presencia -o aún,
en posibilidad de presencia- en las necesidades expresivas de los sujetos de
determinadas realidades. Digamos, la palabra ‘basura’ existe en el lenguaje sólo si
existe en la realidad o al menos en el imaginario de que algo puede llegar a ser
considerado como tal, no requiere un objeto-basura, sino una intención de catalogar
algo como tal.

Dónde podríamos pesquisar estas intenciones sino desde nuestros hábitos, aquel
nivel directamente relacionado con nuestro actuar/entrar en relación con el entorno. Y
nuestros hábitos actuales, generalizando, son bastante cercanos a lo propio de estos
tiempos, entiéndase: marcados por una sociedad del consumo desenfrenado,
delimitados por políticas de producción acelerada y su ley de obsolescencia, una
marcada alienación o indiferencia con respecto a lo que sucede en otras
comunidades.

Son estos precisamente los lineamientos de la actualidad que, una vez globalizados
parecieran permear por todos los rincones sociales y mentales. Adscribiéndose de
esta manera generalizadamente a las maneras de actuar de la población y, por
supuesto, sus maneras de enunciar. Nos explicarán los autores:

“El individuo puede hacer complicadas conexiones lógicas e iniciar y


controlar secuencias diferenciadas de acción, sólo si él o ella es capaz de
hacer uso del acervo de experiencia disponible en el contexto social. De
hecho, elementos del sentido modelados por antiguas vertientes de la
acción social (las <tradiciones>) fluyen incluso en los niveles más bajos del
sentido de la experiencia individual. La tipificación, la clasificación, los
patrones experienciales y los esquemas de acción son elementos de los
acervos subjetivos de conocimiento, tomados en buena medida de los
acervos sociales de conocimiento.” (Berger y Luckmann, 1997, p. 34-35)

Es aquí que se entenderá la disputa por las orientaciones del conocimiento en el


medio social. La política hegemónica detenta el poder a través de múltiples
instituciones, entre ellas la academia, como espacio formal, objetivo y universal del
conocimiento, así como a través de los medios masivos de comunicación y por ende
la opinión pública, fragmentariamente informada o por lo general tendenciosamente

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informada. Aunque ciertamente, no podemos sub-conocer aquellos planteles
académicos, universitarios y otras instituciones que han permitido la proliferación de
conocimientos ecológicos altamente pertinentes a la realidad actual y a las regiones
en que se insertan los estudios (y en ocasiones programas de intervención).
Reconoceremos también espacios de resistencia que plantean y engendran a
distintas escalas orientaciones del conocimiento con renovados lineamientos,
veremos por ejemplo a la ecología de estudios locales y pertinentes, por lo general
comunitarios disputándole el conocimiento a las fieles servidoras de la academia (la
universidad y las escuelas). Por otra parte se verán a los movimientos ecologistas
disputándole la opinión pública a los medios de comunicación, aunque no siempre
resolviendo sus propias ambigüedades. Berger y Luckmann lo plantearán de la
siguiente forma:

“Como resultado general de todas estas actividades surge la estructura


histórica específica de los depósitos sociales de sentido. Dicha estructura
se caracteriza por la proporción que se da entre lo que es accesible a
todos los miembros de la sociedad, en la forma de un conocimiento
general, y el conocimiento de los especialistas, de acceso restringido. La
fracción del depósito de sentido que es conocimiento general constituye el
núcleo del sentido común cotidiano (Alltagsverstandes), mediante el cual el
individuo ha de hacer frente al entorno (Umwelt) natural y social de la
época. (…) La vida cotidiana (Alltag) de las sociedades modernas está
cada vez más moldeada por tales <importaciones>: los medios de
comunicación masivos difunden en forma popularizada el saber de los
expertos y la gente se apropia de fragmentos de dicha información y los
integra a su bagaje de experiencias.” (Berger y Luckmann, p. 38)

Reiteramos por tanto lo significativo que resulta el terreno mediático como campo en
disputa, así como los términos que por aquel circulen. Este es precisamente el
detalle que no debemos olvidar. En estos tiempos, la única manera de enfrentarse a
la lógica de la acumulación es a través de la lógica de la circulación, el concepto
basura podría significar el meollo de este conflicto.

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Conclusiones

Tras lo dicho podemos aseverar que el término ‘basura’ se nos aparece a modo de
categoría, y como toda categoría tiene pretensiones de orden y clasificación, cruzada
por tanto por los intereses de la hegemonía de turno. Nos hemos encontrado en un
texto de contrapsicología y género una asertiva frase acerca de las categorías, nos
dice que no podemos concebirlas sino desde sus “complicidades e implicancias
discursivas”, poniendo especial atención en las “exclusiones que generan, (sus)
pretensiones de validez y (los) presupuestos que ocultan.

La basura se nos presenta como una categoría que ha mutado a lo largo de la


historia. Pareciera haberse presentado como un hecho objetivo en un comienzo, la
basura está ahí, sin más, sin embargo fue tornándose coherente con la sociedad que
se estaba consolidando. ¿Cómo no habría basura en una sociedad que produce,
desde lo más intrínseco de su aparato, puras excrecencias? Es la tendencia esencial
del modelo imperante, liberar su centro de poder de las externalidades de su
producción, sea lo que sea, cueste lo que cueste. En un modelo segregacionista lo
más lógica es que las cosas/personas sean clasificadas según normas de valoración
y que estas normas fluctúen según los intereses del mismo aparato. Significativo es
que veamos un repliegue desde cierta parte de la sociedad, dichas comunidades en
resistencia son un efecto de la misma globalización, que se alimenta a la par que
distancia de los insumos del mercado neoliberal. Insumos que le han valido su actual
capacidad crítica y que se vería nutrida de los conocimientos ecológicos (bio-socio-
ecológicos diríase hoy) de sus propias comunidades de vida.

Podemos concluir además que el concepto basura, en efecto, sería un concepto en


constante reactualización. Desde ya reconocemos que su materialidad es variable,

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pero lo que en realidad le da su carácter mutable es el que las comunidades de una
sociedad como la actual pueden fijar su valoración donde les plazca. Toda
comunidad produce su propia basura, con características tan propias que rayan en lo
identitario. Toda sociedad gestiona sus riquezas, libres serán por tanto de
clasificarlas como patrimonio o como basura (nótese lo intercambiables que pueden
llegar a ser estos términos, precisamente por hallarse situados).
No resulta novedoso este planteamiento, bien lo identificarán los autores Berger y
Luckmann denominándolo pluralismo moderno, una especie de crisis de valores en
que coexisten comunidades de sentido con sistemas de valores propios. La basura
sería precisamente uno de estos valores, tal vez el más significativo, en cuánto
compartido por poblaciones más o menos significativas: “Una sociedad es
absolutamente inconcebible sin valores comunes e interpretaciones compartidas de
la realidad” (Berger y Luckmann, p.55-56), esperamos que el concepto basura no sea
el que siga compartiéndose.

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Glosario

● Basura: nos referimos a algo que carece de valor y de utilidad. Algo que nos
representamos como no necesario o inclusive como un estorbo. Diríamos, de
aquello que pretendemos desentendernos, posterior a su producción o consumo.

“Existen varias definiciones de basura, que varían entre países o incluso


dentro de los mismos. Los humanos llamamos basura a todo aquello que
desechamos porque deja de ser útil para nosotros. De manera formal, el
término basura se refiere a todos los residuos sólidos generados por los
humanos. Estos residuos son mayormente generados en áreas urbanas.
En cambio, en el área rural la gente tiende a reutilizar más.” (Banco
Mundial, 2012).

● Desechos y Residuos: Dentro de la denominación “basura” podemos distinguir las


categorías de “desechos” y “residuos”, donde los primeros corresponden a aquellos
restos que no serán reutilizados (dado que carecen de valor, utilidad o son
considerados “tóxicos”) y los segundos al resto de la basura que sí puede tener una
segunda vida, re-utilizándolos o reciclandolos.

“El término residuo comprende todo bien u objeto que se obtiene a la vez
que el producto principal, e incluye tanto los que han devenido
inaprovechables ("desechos"), como los que simplemente subsisten
después de cualquier tipo de proceso ("restos" o "residuos" propiamente
dichos)." (Campins Eritja, M., 1994).

● Cultura del descarte: prácticas sociales orientadas a desechar o descartar todo


aquello a lo que ya no encontramos utilidad, reemplazandolo por objetos “mejores,
más provechosos y nuevos”. Si adentramos más en la definición, podremos ver que
este concepto va más allá de lo simplemente material; alude incluso a la integridad

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de las personas (como por ejemplo a los ancianos, personas en situación de calle,
marginados) que son vistas como elementos necesarios de descartar de la sociedad.

“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar
el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de
la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea
noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea
una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar
más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley
del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como
consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven
excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera
al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar
y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se
promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de
la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su
misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se
está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los
excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’»” (Evangelii
gaudium 53, 2013, p.45)

● Sociedad de consumo: por medio de este término se describen a aquellas


sociedades con altas tasas y capacidad de producción de bienes y servicios; dentro
de este tipo de sociedad se buscará el fomento en cuanto a la tremenda importancia
de la adquisición de estos bienes de consumo como principal herramienta para
satisfacer las necesidades de los habitantes inmersos en ella. Esto dará paso al
surgimiento del “consumismo”.

“Todo el discurso sobre las necçesidades se basa en una antropología


ingenua: la de la propensión natural del ser humano a la felicidad. La
felicidad, inscrita en letras de fuego detrás de la más trivial publicidad de
unas vacaciones en las Canarias o de unas sales de baño, es la referencia
absoluta de la sociedad de consumo: es propiamente el equivalente de la
salvación.” (Baudrillard, 2009, p. 39)

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● Consumismo: Siendo esta una práctica nacida en el seno de la “sociedad de
consumo”, el consumismo corresponderá a aquella tendencia al consumo excesivo e
–incluso- innecesario de bienes y servicios. Herramientas como la publicidad y la
mercadotecnia lo han propulsado con éxito, logrando asentarse directamente en las
bases de nuestro entorno sociocultural y –dada su relación con la cultura del
descarte- generado profundos daños a nivel medioambiental.

“Además de tratarse de una economía del exceso y los desechos, el


consumismo es también, y justamente por esa razón, una economía del
engaño. Apuesta a la irracionalidad de los consumidores, y no a sus
decisiones bien informadas tomadas en frío; apuesta a despertar la
emoción consumista, y no a cultivar la razón.” (Bauman, 2007, p.72)

● Globalización: consiste en un proceso que afecta al mundo en una amplia gama


de niveles en cuanto a su desarrollo; la globalización es un proceso político,
económico, social, cultural y tecnológico de integración mundial, haciendo del mundo
un lugar “interconectado”. Significando una de las principales consecuencias de la
implementación del modelo capitalista y su expansión, el mundo globalizado rompe
con cualquier frontera espacial para dar paso a un “todo conectado”, una sociedad
unificada.

“Pero el proceso de globalización supone mucho más que eso, se trata de


un complejo proceso planetario y omnicomprensivo a través del cual el
globo terráqueo en su totalidad tiende a convertirse cada vez más en un
espacio interconectado –y de este modo unificado- por otro más continuo
que discreto, en virtud de múltiples y complejas interrelaciones, y ello no
solo desde el punto de vista económico, sino también social, político y
cultural.” (Mato, 2003, p. 30)

● Ecología: corresponde a una rama de la biología; es aquella ciencia que estudia la


relación existente entre los seres vivos y el medio ambiente en que habitan,
entendiendo por medio ambiente al conjunto de elementos físicos, químicos,
biológicos e incluso sociales capaces de causar efectos sobre dichos organismos y
sobre las actividades humanas.

“El término ecología se refiere al estudio de las interacciones de los


organismos entre sí y con su ambiente, o el estudio de la relación entre los

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organismos y su medio ambiente físico y biológico. El medio ambiente
físico incluye la luz y el calor o radiación solar, la humedad, el viento, el
oxígeno, el dióxido de carbono y los nutrientes del suelo, el agua y la
atmósfera. El medio ambiente biológico está formado por los organismos
vivos, principalmente plantas y animales.” (Sánchez; Pontes, 2010, p.8)

● Ecologismo: por medio de este concepto nos referimos a un movimiento de tipo


social que defiende la implementación de un modelo desarrollista que no
comprometa los recursos naturales ni las posibilidades de las futuras generaciones
de acceder a ellos; son partidarios de un desarrollo sostenible, basado en la
utilización de energías renovables y no contaminantes con el fin de proteger y
preservar al medio ambiente y la naturaleza.

“El movimiento ecologista surge como una respuesta a esta agresión,


como un intento de hacer que el hombre rectifique su conducta de falaz
dominio de la Naturaleza y de expoliación de sus recursos. El ecologismo
es un grito de esperanza con el objetivo de recuperar la felicidad perdida y
el verdadero sentido de la política. Sin la carga contracultural que el
ecologismo tuvo en sus inicios en los Estados Unidos, Francia o Gran
Bretaña, en el Estado español aparece como un fenómeno reciente
vinculado a las organizaciones populares, al movimiento libertario y a los
grupos de defensa del territorio.” (Simonnet, 2014, p.2)

● Aceleración de los ritmos productivos: aquí debemos tener presente que en el


contexto de la sociedad productiva actual, el concepto de velocidad está asociado
principalmente con el de progreso. En medio de esta situación, podemos ver cómo
esta aceleración en el ámbito de la producción está esencialmente conectado con la
sociedad de consumo y las prácticas culturales que esta misma ha desencadenado
en torno a “el consumir” y “ el descartar”. Consecuencia directa de esto corresponde
a la producción de productos desechables, baratos económicamente y con una vida
útil.

“(...) quiero postular que en la modernidad tardía la aceleración social se


ha transformado en un sistema que se impulsa a sí mismo , que ya no
necesita fuerzas propulsoras externas. Las tres categorías identificadas
con anterioridad- la aceleración tecnológica, la aceleración del cambio

18
social y la aceleración del ritmo de la vida- han pasado a transformarse en
un sistema de retroalimentación entrelazado, que se impulsa a sí mismo de
manera constante.” (Rosa, 2013, p. 50)

● Obsolescencia: estando relacionada directamente con la aceleración de los


procesos productivos, la obsolescencia hace referencia a cómo la vida útil de los
productos ofrecidos por la industria disminuye, esto en pos de apresurar el ciclo
“producción- consumo” para fomentar el desarrollo económico de los productores.

“Se puede entonces afirmar que la obsolescencia constituye un


determinante para el crecimiento económico ilimitado, que se soporta en el
paradigma del consumo dentro de la lógica del mercado y, por ende, en el
de la insatisfacción de los consumidores.” (Pacheco, 2016, p.14)

● Problemas socioambientales: concierne a todo aquel problema que surge en


nuestro entorno natural, repercutiendo a su vez a un nivel social, viéndose afectadas
las diversas comunidades inmersas en el medio. Problemáticas como la basura y la
contaminación son grandes ejemplos de tal concepto.

“En cuanto a cómo entendemos los problemas socio-ambientales, cabe


reseñar que algunos autores plantean distinciones entre problemas
ambientales y problemas socio-ambientales, haciendo referencia en el
primer caso a las cuestiones relativas al desgaste que están sufriendo los
recursos naturales y ampliándose esta cuestión en el segundo caso a la
incorporación de estas cuestiones a las comunidades directamente
afectadas por los impactos derivados de un determinado proyecto.”
(Moreno-Crespo, P.; Moreno-Fernández, O., 2015, p.76)

● Capitalismo: corresponde a un sistema socioeconómico que se fundamenta en la


relación existente entre acumulación de capital y trabajo como medio esencial en
cuanto a la generación de riquezas, además de defender la propiedad privada, la
competencia y la limitación del Estado en cuanto a su participación dentro de este
mismo. Seabrook (citado en Bauman, 2000) nos propone que: “En realidad, el
capitalismo no ha entregado los productos a la gente, sino más bien ha entregado la
gente a los productos; es decir que el carácter y la sensibilidad de las personas han
sido retrabajados y remodelados de tal manera de acomodarlos aproximadamente [...

19
] a los productos, experiencias y sensaciones [... ] cuya venta es lo único que da
forma y significado a nuestras vidas.”

Mapa conceptual

20
Referencias

21
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