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vii Infidelidades indígenas

P osiblemente unos de los rasgos más característicos de las poblaciones indí-


genas americanas es lo que, desde un punto de vista europeo y sin ningún
sesgo despectivo, podríamos llamar su “volubilidad”. Los indígenas muestran
un gran interés e incluso entusiasmo por las ideas que proceden de fuera; las
adoptan con facilidad, y muestran, de paso, una aparente infidelidad hacia
las “propias”; sin embargo, las adhesiones raramente duran; tarde o temprano
son abandonadas o sustituidas por otras, a veces parecidas, pero a menudo dis-
tintas e incluso opuestas. Reconocemos aquí el motivo de la “inconstancia
indígena” (Viveiros de Castro: 2002). Mucho de la relación indígena con las
ideas europeas y las prácticas a ellas asociadas parece estar guiado por esta
pauta extraña. Ideas, doctrinas, compromisos políticos, religiosos u otros —el
Dios verdadero, el desarrollo, la revolución, la ecología, la modernidad, los
derechos humanos— son tan pronto acogidos por los indios como súbitamen-
te abandonados. Un indígena que hasta hace unos días empleaba un lenguaje
maoísta, hoy da culto al Dios de los testigos de Jehová, y mañana abogará por
la recuperación de la cultura tradicional o viceversa. No es fácil precisar en qué
consiste exactamente este “modo de ser”, pero para quienes han tenido una re-
lación lo suficientemente prolongada con poblaciones indígenas —misioneros,
cooperantes, antropólogos, funcionarios, médicos, activistas políticos…— es
algo que resulta profundamente desconcertante.

Adhesiones transitorias
Tomemos como punto de partida el caso de las “conversiones” indígenas a nue-
vas iglesias u organizaciones religiosas, una elección que no es casual pues,
además de ser un fenómeno general en toda la América indígena, en ella se
revelan con especial claridad cuestiones relativas a nociones tales como el cam-
bio, la verdad o la identidad. Lo que sorprende en estas conversiones no es
tanto el heterogéneo mosaico de Iglesias que se encuentra en los pueblos in-
dígenas, sino, por una parte, la facilidad con la que los indígenas se convierten
a una religión, como, por otra, la transitoriedad de la adhesión. Tarde o tem-
prano —más temprano que tarde— los indígenas abandonan su Iglesia y se
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adscriben a una nueva. Más que un mosaico religioso, parece un caleidosco- esperanza. Más aún, la identificación con una Iglesia o comunidad religiosa es
pio. Un amigo tzeltal de Chiapas, por ejemplo, nació en una familia que “no tenía considerada como incompatible con la pertenencia a otras adscripciones reli-
religión” —según se designan a sí mismos quienes la etnografía denomina “tra- giosas, o la práctica de actividades rituales distintas. Por ejemplo, se evitan,
dicionalistas” o “costumbristas”—, pero de joven, y junto con otras familias, se pese la tentación, los tratamientos chamánicos tradicionales (aunque sin duda
hizo católico y llegó a ocupar ciertos puestos en la organización. Cuatro años existen “reincidencias”), y en algunos casos, como entre los neopentecostales,
después se adhirió a la Iglesia presbiteriana. Luego, tras migrar a la ciudad de se trata de no acudir al médico alópata que es tenido como un signo de ausen-
San Cristóbal, se unió a un grupo adventista. Pero volvió a beber alcohol y cia de auténtica fe, es decir, de duda en la capacidad de sanación directa de Dios.
durante varios años dejó “la religión”. Se hizo entonces de una organización Así pues, contra el lugar común etnológico de acuerdo con el cual las culturas
pentecostal, superó el alcoholismo y recuperó a su familia. Luego él, pero no indígenas tienden a producir rápidas síntesis religiosas, lo que se ha dado en
su familia, prácticamente abandonó su congregación para participar en una llamar “sincretismo”, en la práctica parece existir un escrupuloso respeto por las
organización política de izquierda radical en una región rural. La abandonó formas rituales canónicas de cada Iglesia.
después de enfrentarse a sus compañeros, y volvió entonces a la ciudad para Pero una vez que éstas son abandonadas, pareciera que se olvidara todo lo
trabajar en una organización gubernamental de recuperación de la cultura tra- que allí se aprendió. La experiencia apenas parece dejar huella en lo que los
dicional. Ahora tiene cerca de cuarenta años y medita adherirse a un grupo sociólogos llaman la “persona” religiosa. Se trata de una actitud muy diferente,
neopentecostal. Un itinerario así no tiene nada de excepcional en el panorama pues, del “eclecticismo” religioso característico de tantas otras poblaciones de
de las vidas indígenas contemporáneas. La frecuencia y facilidad de los cam- América Latina. En estos casos lo que cabe esperar es que se participe simultá-
bios es la nota predominante. Las conversiones se producen a menudo de neamente en varias Iglesias y agencias místicas de curación, como por ejemplo
manera colectiva y, a veces, masivamente: de la noche a la mañana un barrio, el catolicismo, el espiritismo y los cultos afroamericanos, que son empleados
una aldea, un municipio entero abandona una Iglesia y se adscribe a otra. con propósitos muy pragmáticos, y donde, por lo demás, con frecuencia las
(David Schneider [1995: 109-113] cuenta una anécdota de su trabajo de prácticas no se distinguen fácilmente y se mezclan barrocamente entre sí (cfr.
campo que, pese a desarrollarse en la isla de Yap, en el Pacífico, resulta chocan- Giobellina 1994, Ferrándiz 2004, Flores Martos 2004). Por el contrario, el mundo
temente familiar a la etnografía indígena americana. Cuando los nativos del indígena descubre una pauta consecutiva de aceptación exclusiva y abandono
poblado donde trabajaba supieron que era judío, le pidieron que les explicara posterior, sin que estos movimientos se vean acompañados de una crisis de
las costumbres de su religión. Schneider optó entonces por contarles durante conversión o renuncia. La suya es, por así decir, una fidelidad transitoria.
un día, y como pudo, ciertos aspectos, entre ellos las prescripciones dietéticas
kosher. Poco después, el misionero católico del lugar le recriminó que ahora los
Cuerpo, no doctrina
nativos no acudieran a su iglesia porque todos se habían convertido al judaís-
mo. Y en efecto, cumplían con las normas dietéticas que, al parecer, no eran Lo más interesante, sin embargo, es que estos cambios de adscripción religiosa
muy diferentes de las nativas tradicionales.) no se producen ni remotamente por razones de carácter doctrinario. No es la
Debo hacer un esfuerzo, sin embargo, por no dar la impresión de que se doctrina, el contenido de la predicación misionera, lo que interesa a los indíge-
trata de adhesiones fingidas, de identificaciones estratégicas por las cuales los nas. Ni tampoco son cuestiones de carácter doctrinario lo que distingue a ojos
indígenas se convertirían sólo nominalmente para obtener algún beneficio, indígenas una religión de otra. En su lugar, el atractivo reside en lo que cada
cualquiera, mientras seguirían voluntaria y conscientemente dando culto a sus Iglesia ofrece para vivir con salud y prosperidad, evitando el mal y la enferme-
“antiguos dioses”. Todo indica que los indígenas que se adhieren a una nueva dad, mediante una modificación parcial de los procedimientos de fabricación
iglesia tratan, en la medida de sus posibilidades, de ser miembros fieles y fer- y mantenimiento del cuerpo. Puesto que el alma representa el aspecto de la
vientes. Las nuevas filiaciones son vividas con un gran entusiasmo y verdadera persona dado desde el nacimiento y que no puede ser modificado en el curso de
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la vida, es el cuerpo aquello destinado a ser transformado. En una perspectiva es narrada como si se tratara de un itinerario geográfico, no de tentativas
indígena, la moralidad está depositada en el cuerpo, y el interés en las Iglesias fallidas, sino de acumulación de experiencias en las que se traba cierto cono-
estriba en su potencial capacidad de reconstruirlo. Preguntado por aquello que cimiento; un itinerario, sin embargo, sin una trayectoria fija, donde lo que
caracteriza su religión, un indígena no responderá hablando de aquello en lo parece más importante es el desplazamiento mismo.
que “cree” (esta religión afirma esto, aquélla lo otro); ni siquiera, necesariamente, En todo caso, ¿cabría esperar de alguien formado en la razón europea una
precisando las diferencias en las actividades litúrgicas. En su lugar mencionará respuesta que explicara de este modo los motivos de su cambio de filiación
fundamentalmente lo bien o relativamente bien que funciona su religión para religiosa o política? En las identificaciones religiosas indígenas hay, pues, una
curarse (no es que las otras no curen, pero lo hacen peor, y, probablemente, el vocación por conocer y entablar relaciones con los extranjeros y su mundo, lo
tratamiento resultará más caro), y, sobre todo, qué disciplina corporal y ali- cual no deja de ser un rasgo bien conocido de las culturas amerindias en gene-
menticia le impone su Iglesia: qué está permitido y prohibido comer y beber, ral. Lo decisivo es que el conocimiento y establecimiento de la relación con lo
con quién y en qué medida se pueden tener relaciones sexuales, cuánto dinero extranjero se base en una identificación provisional con el objeto de conoci-
hay que desembolsar a cambio de la pertenencia, etcétera. Uno de los rasgos miento, en una especie de mímesis. Es una actitud hacia el saber casi opuesta
más celebrados de las Iglesias neopentecostales es que son “muy calientes”: la de la occidental, donde para conocer se requiere de la distancia y la “perspec-
música y los cantos de sus celebraciones ponen al cuerpo en un estado de calor tiva”, lo cual requiere de la imparcialidad —no ser parte—, lo que permite
que, si bien tiene riesgos, le inmuniza contra las enfermedades. aceptar que lo que se describe existe independientemente de la percepción
Una vez más, este interés “corporal” por las nuevas Iglesias no debe interpre- personal. Para un antropólogo, pongamos por caso, “convertirse” a una religión
tarse —conforme a las motivaciones de nuestra economía política de la con el fin de estudiarla, es decir, identificarse con ella, no sólo perjudicaría su
persona— como producto de una mentalidad utilitarista o un tipo de “razón capacidad de comprenderla —lo cual es algo un poco distinto de “conocerla”—,
práctica” (Sahlins), al menos no exclusivamente. En la búsqueda de una nue- sino que, además, esta conversión circunstancial no podría considerarse en
va religión existe también una genuina curiosidad por conocer aquello que es rigor como tal. (Por supuesto, hay quienes se convierten como resultado de su
diferente, nuevo y procede del afuera (por más que esta curiosidad no sea sos- estudio, o la estudian porque forman parte previamente de ella, pero se trata de
tenida). En la medida en que es pensada como diferente —de hecho, la antítesis una actitud muy distinta). Mas, como enseguida veremos, para los indígenas,
del sí mismo indígena— la cultura europea y sus religiones, o sus doctrinas de identificarse no es creer en aquello con lo que uno se identifica.
manera más general, representan un valor que puede ser apropiado. Esto no En este punto podemos hacer un paréntesis para especular que, desde el
significa, sin embargo, que lo occidental sea necesariamente asimilado; más descubrimiento de América, europeos e indígenas han mostrado un interés
bien, es diferenciado, entre paréntesis, en el interior de la cultura indígena, sin opuesto por las novedades del otro continente. Si los europeos fueron rápi-
que se produzca una verdadera mezcla. En una ocasión en que pregunté en un damente seducidos por los productos americanos, en cambio demostraron
viaje en autobús a un indígena tzotzil la razón por la que cambiaba tan a me- muy poco interés, cuando no abierta repulsa, por las ideas indígenas. Los
nudo de religión, pues, según me había explicado, lo había hecho varias veces amerindios, por su parte, parecen exhibir una predilección inversa: una inten-
en los últimos años, me respondió: “por conocer”. Por “conocer” no se entiende sa curiosidad por las ideologías europeas, hasta el punto, como hemos visto,
una especie de sabiduría profunda (aquélla resultado de la revelación en los de aceptarlas con toda facilidad, pero, en cambio, bastante menos interés por
sueños), sino más bien una curiosidad pasajera, tal y como entre los indígenas los productos, cultivos y ganado del Viejo Mundo.
se habla de ir a pasear a la ciudad para “conocerla”, pese a que el viaje pueda Es muy conocida la avidez inaudita con que fueron adoptados y se exten-
representar una gran inversión de tiempo y recursos. Por lo demás, puede que dieron por toda Europa y el resto del Viejo Mundo productos como el tabaco,
el símil entre el “paseo” y la “conversión” a las religiones europeas no sea inade- la papa, el chocolate o el tomate. Incluso cabe pensar que su atractivo no residía
cuado, dado que, desde un punto de vista narrativo, la sucesión de conversiones únicamente en las virtudes del producto en sí, sino también en el hecho de que
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procediera de las Indias Occidentales. Es posible, por ejemplo, que parte de la A la inversa, todavía hoy los indígenas americanos procuran evitar los cul-
exaltación de los poderes medicinales del tabaco recientemente introducido en tivos europeos y especies de ganado —allí donde hay ovejas se usa su lana,
los huertos de España guardara relación con que éste se asociara a los indios, pero no se come la carne— probablemente porque consumir estos alimentos
el vicio, el pecado y el diablo. Para los europeos, por el contrario, las ideas in- tendría como consecuencia producir cuerpos y comportamientos europeos.
dígenas no son propiamente un pensamiento. En el siglo xvi no es que las ideas Poco después de la Conquista de México —en 1558— el líder nahua de un
indígenas estuvieran equivocadas, es que estaban directamente inspiradas por culto nativista advertía a otros indígenas:
el demonio, padre de la mentira; no merecían otro destino que el de ser erra-
dicadas: los juicios sobre el saber indígena sonaban con reprobación moral. Oigan ustedes: ¿Ya saben lo que andan diciendo nuestros abuelos? Cuando sea
Dicho de otro modo, las ideas indígenas —en el pasado como hoy— se pueden nuestra atadura de años, habrá completa oscuridad, bajarán los tzitzime, nos
describir o justificar, pero no son dignas de medirse con las nuestras, no están, comerán y habrá transformación. Los que se bautizaron, los que creyeron en
por así decir, en el mismo plano. Se comprende, pues, que los museos y libros Dios, se mudarán en otra cosa. El que come carne de vaca, en eso mismo se con-
escolares estén repletos de mapas de “lo que Europa debe a América” en los que vertirá; el que come carne de puerco, en eso mismo se convertirá; el que come
se contienen listados de plantas y otros productos viajando de Oeste a Este, carne de carnero, en eso mismo se convertirá y andará vestido de su zalea; el
pero en ellos no figuran saberes indígenas. Cuando trata precisamente de las que come carne de gallo, en eso mismo se convertirá (León-Portilla 1978: 155).
aportaciones de América a las civilizaciones del Antiguo Mundo, Lévi-Strauss
enumera en Raza e historia (2000: 65): Si en términos indígenas el cuerpo encarna aquello que come, se sigue que
se encarna en aquello que come. Así pues, el peligro de creer en Dios estriba en
En primer lugar la patata, el caucho, el tabaco y la coca (base de la moderna que el cuerpo acabará por transformarse en aquello que comen los cristianos:
anestesia) que, con nombres sin duda diversos, constituyen cuatro pilares de la convertirse es, literalmente, convertirse. No es raro que en las lenguas indígenas
cultura occidental. El maíz y el cacahuete que debían revolucionar la economía mesoamericanas se conserve la memoria de la procedencia europea de nume-
africana antes quizá de generalizarse en el régimen alimentario europeo. Después rosos productos añadiéndoles el epíteto “de Castilla”. En fin, cabe pensar, que,
el cacao, la vainilla, el tomate, la piña, el pimiento, varias especies de judías, al- desde un punto de vista indígena, las ideologías son un aspecto accesorio de la
godones y curcubitáceas. En fin, el cero, base de la aritmética e indirectamente cultura, mientras que los alimentos y otros objetos resultan fundamentales.
de las matemáticas modernas, era concebido y utilizado por los mayas por lo me- Esto no quiere decir que los indígenas no concedan importancia a las ideas
nos medio milenio antes de su descubrimiento por los sabios indios, de quienes europeas, pues como he sugerido anteriormente, los indios se toman muy en
Europa lo ha recibido por mediación de los árabes. Por esta razón, su calenda- serio las religiones. Pero los aspectos ideológicos ocupan un plano menor res-
rio era, en la misma época, más exacto que el del Antiguo Mundo. pecto de los corporales. En fin, un museo hecho por indígenas y para indígenas
y que estuviera dedicado a “lo que América debe al Viejo Mundo” sería un ca-
No hay duda en cuanto a la importancia de los productos —cosas— ame- tálogo de religiones, doctrinas políticas o filosofías morales —las cuales van y
ricanas. Pero la mención en este contexto de la invención del cero —una vienen—, pero no de cultivos o ganado, metales o ropa, y, seguramente, la rueda
idea— es más ambigua. Por más que los mayas lo descubrieran antes, Europa, no se encontraría en él.
tal y como precisa el autor, no lo tomó de ellos. Para los europeos, parece, el
verdadero pensamiento sólo puede viajar de Oriente a Occidente: la fuente
La dificultad de creer
metafísica de la humanidad se encuentra por donde sale el sol. No se me ocu-
rre ningún don, en el campo de la filosofía o de la religión, que Europa haya Volviendo a la cuestión de las conversiones religiosas, nos encontramos, pues,
aceptado de las culturas amerindias. con un interés por la transformación del cuerpo, no del alma, y con una adhesión
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religiosa intensa aunque transitoria, impulsada en parte por un genuino interés origen vasco en el pueblo guatemalteco de Panajachel, tras veintidós años
por conocer e incorporar fragmentos del mundo de fuera. Para nuestro sentido de ejercicio, parece haber alcanzado la última fase del ciclo cuando le explicó
común occidental todo esto puede parecer extraño. Damos por supuesto que en 1989 a la antropóloga Manuela Cantón (1988: 102) la razón por la que los
el cambio religioso es el resultado de una crisis en la que las creencias tradicio- indígenas se convertían al evangelismo: “porque los evangélicos aseguran que
nales se vuelven inservibles o al menos resultan insuficientes, y este cambio pueden curar a la gente, y el indígena es muy supersticioso y teme mucho las
supone en cierto modo también una traición, una infidelidad. Un cambio de enfermedades”; por otro lado “la naturaleza misma del indígena, que acos-
filiación religiosa o política equivale a un rechazo de la línea de descendencia y tumbra a sentirse líder, lee dos veces la Biblia y se siente capaz de abandonar
por tanto de los orígenes, es decir, de la identidad. Pero lo que nos muestra el el catolicismo y levantar su propia Iglesia... no tienen una fe profunda, son
mundo indígena americano es un tipo de cultura que impele a la conversión y veleidosos y muy independientes... sí, son fervorosos y muy piadosos, pero
reconversión incesante —a la alianza—, y que aquello que llamamos infideli- no llegan a Dios por amor sino por temor”; es así como “conectan rápidamen-
dad —la no identidad— es en realidad una parte integrante de su sí mismo, del te con estas sectas, que fomentan el miedo a Dios y las supersticiones que los
modo indígena de ser. indígenas tienen desde antiguo”. Para que los indígenas se conviertan en cris-
La historia de la relación entre indígenas y europeos, desde el siglo xvi tianos fieles deben dejar de ser indígenas, pero, paradójicamente, las misiones
hasta el presente, está recorrida por este modo. En lugar de resistirse a la pre- se interesan por los indígenas por el hecho de que lo son. Para los misioneros
dicación y la conversión, los indios se muestran atraídos por ella, pero este —como sospechan con toda razón los indígenas— sus almas poseen un valor
interés resulta incapaz de quedar impreso de una manera duradera. La relación especial.
entre misioneros e indígenas está guiada por una pauta bien conocida que se En un ensayo sobre la atracción en el siglo xvi de los indios tupinambas del
repite con pocas variaciones: primero, el deslumbramiento ante la atracción Brasil por la religión cristiana, Viveiros de Castro (2002) cita al jesuita Antonio
indígena por la nueva religión y el rapidísimo avance de las “conversiones”, de Vieira, quien, en cuestiones relativas a la doctrina de la fe, distingue dos
pues en muy breve tiempo son ganadas para la Iglesia miles o, como en el caso tipos de naciones. Unas que son naturalmente duras, tenaces y constantes; se
de la Nueva España, millones de almas de indígenas a menudo fervientes. defienden, se obstinan, argumentan, replican, incluso recurren a las armas;
Después —el lapso es variable, pero no suele ser muy largo—, la decepción mi- pero una vez que se han rendido y aceptan la fe, se mantienen en ella firmes y
sionera al constatar la “superficialidad” de la cristianización y la desafección de constantes. Son —dice Vieira— como estatuas de mármol, que, una vez termi-
los indios por la nueva religión, que desata las acusaciones de los religiosos nadas, no requieren de más trabajo. En cambio hay otras naciones, como los
sobre la flaqueza y veleidad del carácter indígena. Finalmente, la postura desen- indios del Brasil, que aceptan todo lo que se les dice con gran facilidad y
gañada y el intento de alcanzar con los indios un modus vivendi aceptable para docilidad, sin argumentar, sin dudar, sin resistir; pero son inconstantes e indi-
ambas partes, especialmente la de los misioneros. Es una pauta cíclica que ferentes a la fe. Son como estatuas de mirto, que, sin las tijeras de podar del
reaparece desde el siglo xvi. jardinero, pierden su nueva apariencia y vuelven a su brutalidad antigua y
Por ejemplo, el misionero jesuita Ricardo Falla parece encontrarse en esta natural. Según Vieira, la dificultad para la conversión no reside en unas creen-
primera fase de deslumbramiento cuando describe a sus conversos indígenas cias dogmáticas, sino en la ausencia de dogma: los tupinambas son incapaces
a la Acción Católica en la Guatemala de la década de 1960. Explica Falla (1975: de creer.
v) cómo la conversión de algunos quichés le hizo descubrir el “carácter de Esta dificultad para creer, o, más exactamente, esta indiferencia por “estar
totalidad” de la adhesión entre los conversos, y este carácter consistía en “la en lo cierto”, parece un aspecto clave para entender la relación de los indígenas
disposición a perder la vida, si era necesario, antes de cambiar de creencias”. (Es tanto con su cultura como con las “ideologías” europeas. La creencia se basa
muy posible, sin embargo, que estos mismos indios se convirtieran a alguna en prestar asentimiento firme a algo al considerarlo como una verdad indu-
Iglesia evangélica algún tiempo después). En cambio, un misionero católico de bitable. Pero los indígenas muestran tener muy poco gusto por la verdad o no
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necesitar esta noción. Ya hemos visto cómo las cuestiones doctrinarias no Considerando que el significado etimológico de “superstición” es “ser testigo”
despiertan ningún interés entre los conversos; pero más extravagante resulta o “sobrevivir”, quizá sea hora de recuperar el término —de manera semejante a
todavía que éstas se planteen en términos de certeza: la existencia de un Dios como en la actualidad, tras haber sido relegada por evolucionista y desconside-
verdadero (o falso), de una religión verdadera, de unas palabras verdaderas. rada, vuelve a emplearse la palabra “animismo” en un sentido no marcado—
No es que las otras religiones estén también en lo cierto, aunque sea sólo en y entender cómo los indígenas inventan ese concepto de “supervivencia”
parte, es que no hay verdad. (survival). En cierto modo, volvemos a donde comenzó la antropología
Si por religión entendemos un conjunto de creencias sobre lo sagrado, en la moderna, a Edward Burnett Tylor. La superstición (superstitio), explica Paul
certeza de lo sagrado, los indígenas no tienen propiamente una religión. En Veyne (1987: 211), es el equivalente latino del griego deisidaimonia, cuyo signi-
este sentido, no se encuentra en la cultura indígena una religión tradicional o ficado es “miedo a los dioses”. Miedo y no consuelo o seguridad o certidumbre,
“propia” capaz de suministrar un corpus de creencias dirigido a producir una que es el sentimiento que se supone debe infundir la religión. “Una religión
verdad, unas creencias susceptibles de mezclarse o ser sustituidas por otras. Sin —escribe Clifford Geertz (2000: 178)— sin interioridad, sin cierto sentimiento
duda los indígenas pueden adoptar nuevas religiones —lo hicieron con mayor de que la creencia importa, e importa muchísimo, que la fe sostiene, cura, recon-
o menor entusiasmo en el siglo xvi, y lo están haciendo en la actualidad— forta, soluciona los males, mejora la fortuna, asegura recompensas, explica,
pero también pueden vivir perfectamente sin religión. Puede decirse, de hecho, obliga, bendice, clarifica, reconcilia, regenera, redime o salva, difícilmente me-
que éste es el destino natural de las conceptualizaciones indígenas. Así pues, rece tal nombre”. Y en efecto, la “religión” tradicional indígena —incapaz de
cuando los tzeltales que no se han adherido a una de las nuevas Iglesias y en- provocar esos sentimientos, o de hacerlo, hasta donde se puede decir, de modo
tonces siguen la “tradición” se llaman a sí mismos tame ma ayukotik religion equívoco— no merece tal nombre. Se trata de algo distinto y, en mi opinión,
“quienes no tenemos religión”, o, quizá de manera más precisa, “quienes no mucho más interesante. En lugar de “sentimientos religiosos”, tenemos el miedo:
estamos en religión”, me parece que, están formulando una observación suma- el miedo y el vértigo de la relación con lo sagrado, con el Otro Lado de la exis-
mente pertinente, mucho más productiva, de hecho, que el supuesto de nuestra tencia, allí donde se encuentra la fuente del saber y de la incertidumbre. Nadie
antropología sobre el carácter universal del fenómeno religioso. puede decir que ser indígena sea algo fácil. Roy Wagner (1981: 88-89) llama a
Como observa Roy Wagner (1981: 30), reducir el significado de los modos esto “‘impredeciendo’ el mundo” (“unpredicting” the world): “Estas personas
de conceptualización exóticos a nuestros términos de creencia, dogma o certeza viven a través de sus cultos y entusiasmos, de modo tal que la vida es una suce-
equivale a presentarlos de manera reducida o literalizada. Evidentemente, la sión de expectativas y aventuras extraordinariamente cargadas”. “Impredecir”
sociología religiosa, al reconocer cualquier simbolización cultural como “re- es lo contrario de lo que hace la teología. Ese miedo es la forma más elemental
ligión” procuraba evitar la distinción entre auténticas religiones y simples de acceso al conocimiento, un conocimiento, sin embargo, no aprendido en for-
supersticiones, o etapas pobres y elementales de aquéllas. Pero al extender este ma de doctrina, escolásticamente, sino como una visión, una perspectiva súbita,
concepto excesivamente cargado de “religión”, y volverlo demasiado general, en la que alguien, de repente, conoce. Pero conocer no es encontrar la verdad.
también impulsaba a proyectar nuestra idea de él sobre los conceptos indíge-
nas. Debemos —para citar de nuevo a Wagner (1981: 30-31)— ser capaces de
Ni mito, ni logos
reproducir cómo otras culturas se inventan a sí mismas, o, de lo contrario, “nos
veremos forzados a la explícitamente falsa posición de crear ambigüedades Este desinterés por la verdad, la ausencia de una actitud teológica, encuentra
dentro de nuestros conceptos con el fin de probar la naturaleza precisa, clara, probablemente su paralelo en la manera de entender el lenguaje y la narrativa.
y estrictamente determinada de los conceptos de otras gentes, de inventarnos Como sabemos, la clasificación europea de los géneros narrativos está en bue-
sistemas que ellos no se inventan y llamarlos ‘cultura’”, o, podríamos añadir, de na medida organizada en torno a si aquello que cuentan es verdadero o ficticio:
llamarlos “religión”. la historia es verdadera, los mitos son ficción. Es conforme a este criterio, por
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ejemplo, que los españoles del siglo xvi juzgaron los relatos indígenas sobre Puede objetarse que esta contraposición entre indígenas y europeos se
su pasado, para concluir, desconcertados e irritados, que éstos mezclaban sin corresponde en el fondo con la distinción más general entre paganismo y cris-
ningún orden acontecimientos verdaderos o verosímiles (historia, como la tianismo —o, de manera más general, las religiones del Libro—, y es probable
historia bíblica, por ejemplo) con otros totalmente increíbles a los que llama- que haya algo de esto. La cuestión de la verdad, en efecto, figura como uno de los
ron fábulas —“una narración artificiosa, inventada para deleitar y entretener, rasgos que distinguen el mundo clásico del cristiano. Con todo, tengo la impre-
de cosas que ni son verdad ni sombra de ella”— y que son lo que ahora desig- sión que lo que diferencia uno de otro es más bien una cuestión de grado: la
namos como “mitos” (Gutiérrez Estévez 2001). verdad cristiana es absoluta y excluyente, mientras que las “paganas” en realidad
Pero la relación de los indígenas con su narrativa es muy diferente. Como son sólo verdades relativas o parciales, más o menos tolerantes. Después de to-
puede suponerse, la cuestión de si los relatos son verdaderos o no es una pre- do, la distinción entre el mito y la historia, entre un relato fantástico y uno
gunta desprovista de sentido. En lugar de organizar los géneros verbales en verdadero, es una distinción griega. Paul Veyne (1983) advierte que los historia-
términos de su grado de veredicción, el principal criterio taxonómico es el dores griegos de la época clásica admitían como verídicos algunos aspectos de
tiempo al que pertenecen. Y, en efecto, por todo el mundo indígena de México sus mitos, mientras que otros aspectos les resultaban inaceptables. Pausanias,
y Guatemala, ahora como en el pasado, los géneros verbales se dividen prin- por ejemplo, no creía una palabra de las leyendas que había recogido. Podía
cipalmente en “palabras antiguas” y “palabras nuevas” (Gossen 1974, León- aceptarse que Teseo hubiera existido, pero muchos dudaban que hubiera efec-
Portilla 1976). Las palabras nuevas son resultado de la invención humana; las tivamente luchado contra el Minotauro. Así pues, el historiador antiguo cree y
palabras antiguas, en contrapartida, son inmanentes, proceden del Otro a la vez duda de ciertos aspectos de la tradición. Ahora bien, “la duda viene
Mundo, y llegan a través de los sueños (o, al menos, hay que haber soñado después de la creencia” (Wittgenstein 2009: 678). Para poder dudar se necesita
un permiso de los espíritus para poder reproducirlas). Sin embargo, todas creer primero. La crisis de duda es en el fondo indisociable de un fundamento
ellas refieren hechos reales (real como opuesto a falso, no a ficticio), aunque, teológico. Puede que sólo las religiones monoteístas sean capaces de engendrar
por así decir, cada género posee un grado de realidad cualitativamente dis- una duda radical.
tinto. Las palabras antiguas —que relatan asuntos como la aparición del sol En cambio, algo hay en verdad singular en las culturas amerindias como
o el origen de los animales— reflejan un tipo de existencia virtual. Existen para que la verdad no es que sea relativa, sino que esté ausente como proble-
en un mundo sin coordenadas estables de tiempo, espacio e identidad, una ma, que no haya crédulos ni escépticos, que no puedan existir controversias
época / lugar anterior a la aparición del sol. Por extraños que resulten los religiosas o doctrinarias porque no hay una verdad susceptible de ser discuti-
personajes y sucesos del relato —y a los indígenas les resultan sumamente da. Tenemos un ejemplo de esto en los conocidos como Coloquios de los Doce,
extravagantes y a menudo cómicos— no dejan de ser existentes; es más, lo ex- cuando, inmediatamente después de la Conquista de México, los primeros do-
traño es que, procediendo del más allá, no fueran extraños. Lo virtual, como ce misioneros franciscanos emplazaron a los principales y sacerdotes mexicas
lo actual, es totalmente real en el sentido de que no se encuentra solamente a debatir sobre la verdadera religión. Las conversaciones fueron recogidas por
en el ámbito de lo posible. En el fondo, desde un punto de vista indígena, lo fray Bernardino de Sahagún en un tratado donde se contienen “todas las
verdaderamente importante es que el relato exista, que haya llegado hasta pláticas, confabulaciones y sermones que uvo entre los doce religiosos y los
nosotros. Pero esta realidad no guarda relación con la verdad: que posea exis- principales señores y sátrapas de los ydolos hasta que se rindieron a la fe de
tencia, que sea real, nada tiene que ver con que la narración sea verdadera o nuestro Señor Jesucristo y pidieron con gran insistencia ser bauptizados”
ficticia, verosímil o fantástica. Es en este sentido que podemos ver las conver- (Duverger 1993: 59). El desarrollo del coloquio presenta —con arreglo a la
siones y cambios religiosos indígenas, como en general su relación con las retórica del género de la controversia— un planteamiento, una lucha y, final-
ideologías europeas, como una continua actualización de virtualidades in- mente, una rendición a la verdad de uno de los contendientes, en este caso, por
memoriales. supuesto, los indios. No obstante, en un principio, los sacerdotes indígenas, si
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bien no rechazan el dios cristiano, tampoco parecen dispuestos a abandonar Varias otras vidas
a sus dioses: “y no nos parece cosa justa que las costumbres y los ritos que La imposibilidad de comprometerse con la “verdad” es lo que produce eso que
nuestros antepasados nos dejaron, tuvieron por buenos y nos guardaron, no- entendemos como infidelidad, o una fidelidad solamente transitoria. Esto difi-
sotros con liviandad los desamparamos y destruimos” (ibid. 70). (Por cierto culta enormemente la noción de identidad. Desde un punto de vista europeo,
que ésta es la razón de los indígenas contemporáneos que no desean conver- obsesionado por la identidad, estos continuos cambios indígenas de adhesión
tirse: las costumbres, no los argumentos religiosos y morales). Pero, a juzgar producen un extraño desconcierto, porque para nosotros lo indebido es no
por los escasos fragmentos que nos han llegado de los diálogos, en realidad los guardar fidelidad —aquello que asegura la identidad— a la familia, a la patria,
indios no oponen una verdadera resistencia argumentativa. Pocos días des- a nuestras ideas políticas, a nuestras convicciones religiosas, a lo que sea. Un
pués de haber comenzado el coloquio, los señores y “sátrapas” hablan a los cambio de adhesión es interpretado como una crisis y una transformación; la
doce franciscanos “dándoles a entender que estaban satisfechos de todo lo que conversión religiosa equivale, figurativamente, a la muerte de un ser anterior y
avían oydo, y que les agradava mucho la ley de nuestro señor Dios” (ibid. 86). el nacimiento de uno nuevo. Mantenernos fieles, en cambio, es mantenernos
Inmediatamente después, los principales se bautizaron y también “las muge- idénticos a nosotros mismos, a nuestra verdad, en el sentido en que un relato
res de los principales y se casaron después de aver bien examinado quales eran fiel es un relato verídico, y viceversa. En realidad, lo que una antropología in-
sus verdaderas mugeres”. En contraste, por ejemplo, con las controversias me- versa, una antropología indígena de los europeos, debiera procurar explicar es
dievales entre bizantinos y musulmanes, o entre cristianos y judíos, basadas a nuestra extraña exaltación de la identidad y de la lealtad, nuestra obstinación
menudo en el canon y los textos bíblicos (Trebolle Barrera 2007), en los por ser “nosotros mismos”, por permanecer esencialmente idénticos. Para los
Coloquios no hay en realidad ninguna clase de debate. No hay una verdadera indígenas, en cambio, la identidad no es un valor: viven alternándose y mu-
lucha por decidir algo: los indios se rinden demasiado pronto a la fe cristiana. dando, para vivir mejor, pero también —o quizá precisamente por eso— para
En el mejor de los casos, lo que se desprende del texto es una cierta tensión e probar batiendo nuevas posibilidades, como si la mismidad sólo pudiera sopor-
inquietud, en la que los indígenas parecen más bien estar amansando, domes- tarse en pequeñas dosis. Esa “conversión” provisional y continua raramente
ticando mediante buenas palabras (“con toda cortesía y urbanidad”) no los acaba por producir una transformación irreversible. Paradójicamente, uno de
argumentos teológicos de los frailes, sino a los frailes mismos. los efectos de esta labilidad indígena consiste precisamente en producir una
En otros lugares del mundo la predicación cristiana encontró en un primer subterránea continuidad que descubre la otra cara de la infidelidad: una forma
momento una fuerte resistencia local, pero a pesar de ello, o justamente por de persistencia cultural que explica también la extendida reputación de obsti-
ello, pasado cierto tiempo, allí donde la misión tuvo éxito éste fue un éxito nación y contumacia indígenas.
durable —cincelado en mármol, por seguir con la metáfora de Vieira. En cam- Esta diferente actitud hacia la “alteridad” se revela con nitidez en la incli-
bio, un buen indicio de esta desgana ideológica indígena es la escasez, por no nación indígena por experimentar lo que podríamos llamar los estados no
decir ausencia, de mártires aportados a la cosecha cristiana. Uno de los esca- ordinarios de identidad. La fascinación por los sueños y su interpretación,
sos ejemplos de fidelidad que pudo encontrar recientemente el Papa de Roma por ejemplo, pero también el consumo elaborado, metódico, pautado de sus-
para beatificar indígenas mexicanos es el de los llamados tres niños mártires tancias embriagantes y alucinógenas. Richard Evans Schultes y Weston La
de Tlaxcala, quienes convertidos al cristianismo entre 1527 y 1529 murieron Barre —un botánico y un antropólogo— fueron de los primeros en hacer notar
a manos de sus mayores por haber denunciado a las autoridades españolas los la asombrosa proliferación de alucinógenos en la América indígena. ¿Cómo
lugares en que éstos ocultaban a sus ídolos. “El mártir no defiende su vida sino explicar que los amerindios conocieran y utilizaran de ochenta a cien plantas
su causa, su fidelidad a Dios y a sus hermanos, y ésta se defiende muriendo”, psicoactivas y la gente del Viejo Continente no empleara más de ocho o diez,
afirma un encomio eclesiástico contemporáneo dedicado a la memoria de es- cuando, desde un punto estrictamente botánico, la flora de Eurasia es al me-
tas tres pobres criaturas. nos tan rica como la americana, y, además, los humanos llevaban viviendo
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millones de años en el Viejo Mundo pero sólo unos cuantos miles en América?
(Furst 1976: 2-3). Parece que los siberianos que cruzaron el estrecho de Bering
hace unos veinte mil años se dedicaron a cultivar refinadamente el arte de no
ser ellos mismos. Otro síntoma de este interés por experimentarse como otros,
ya sea individual o colectivamente, es el extraordinario desarrollo en las cultu-
ras indígenas de mundos imaginarios. Los seres humanos que los visitan con
toda facilidad y periódicamente “en espíritu” abandonan entonces las conven-
ciones de la vida ordinaria para adoptar allí la forma de vida de los animales,
los muertos y, lo que resulta especialmente interesante, de los europeos (cfr.
Pitarch 2012).
Si la cultura europea siente disgusto y sobre todo un miedo profundo por
las alteraciones de identidad que desencadenan ciertas sustancias hasta lle-
gar a prohibir sistemáticamente su consumo, u, hoy día, siente temor por las
confusiones de identidad que producen las comunidades virtuales del ciberes-
pacio, los indígenas americanos, en cambio, se complacen en constatar que el
yo habita otros lugares con otras identidades y en unas coordenadas de tiem-
po y espacio distintas e inestables. Si los indios se interesan en actualizar esos
distintos tipos de virtualidad no es para encontrar en ellos la verdad o su
auténtico yo, sino para multiplicar y experimentar los puntos de vista: “por
conocer”. Rimbaud expresa a la perfección este ideal indígena cuando escribe
“Me parecía que a cada ser se le deben varias otras vidas” (1972: 79). “Yo es
un otro”: la constatación poética en la que se ha querido ver el umbral de la
condición moderna, resulta sin embargo algo cotidianamente evidente,
prácticamente tautológico, a los indígenas americanos. Gentes “absolutamen-
te modernas”, que no se dejan engañar por la ilusión de la identidad, que no
han dejado de saber que no hay un “yo” que no sea ajeno a sí mismo. ◆◆

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