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COLECaoN: ESPEJO DE MEXICO ÌQ

Dirección editorial: Homero Gayosso A. y Jaime Aljure B.


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Diseño de cubierta: Gerardo Islas yHi
Ilustración de portada: Murales del Restaurante Prendes, de
la ciudad de México (foto: Víctor Bernal)
Ilustraciones interiores: Archivo Editorial
Planeta y Archivo General de la Nación
Fotografía del autor: Luz María Mejía

DERECHOS RESERVADOS

® 1992, José Agustín


® 1992, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.
Grupo Editorial Planeta de México
Avenida Insurgentes Sur nüm. 1162
Col. Del Valle
Delcg. Benito Juárez, 03100
México, D.F.

ISBN: 968-406-305-9

Primera reimpresión: abril de 1993

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de


la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o
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eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de
fotocopia, sin permiso previo del editor.

Impreso y hecho en Mexico-Printed and made in Mexico

Impreso en los talleres de: Offset Libra, S.A., Francisco


I. Madero, nüm. 3 1 , Col. San Miguel Iztacalco, México,
D.F., Esta edición consta de 10,000 ejemplares
Abril de 1993
Hacia fines de la década, la liberación femenina era un hecho, y una
buena cantidad de hombres era procHve al complejo de culpa y a no inter-
ferir, si no es que a ayudar, a las feministas; varios grupos se habían orga-
nizado ya; circulaban, poco a poco, las publicaciones, se emprendían
estudios, se daban cursos, se escribían ponencias, se organizaban discusio-
nes, mesas redondas, conferencias. En la política y en los campos profe-
sionales también era una realidad creciente la presencia y la actividad de
las mujeres. A fines del sexenio, tuvo lugar un congreso de escritoras
que dejó constatar la consoHdación del movimiento de liberación femeni-
na, y hubo desde posiciones ultra radicales (**no necesitamos a los hom-
bres para n a d a " , **Los hombres son una subcategoría"), hasta las voces
de las mujeres que no eran cuadros profesionales del feminismo pero
que lo apoyaban con sabiduría y buen humor, como el Colectivo de la
Rosa Mustia, compuesto por Elena Poniatowska, Silvia MoUna y María
Luisa Puga.
En todo caso, aunque no se extinguió, el machismo fue severamente cues-
tionado y diluyó su virulencia en alguna medida. Las luchas de las muje-
res, por supuesto, han generado profundos cambios culturales que aún están Manifestación feminista a favor del aborto.
en proceso y que son difíciles de prever en su totalidad.
El movimiento feminista siempre fue fuertemente respaldado por los ho-
mosexuales, que en la década de los setenta también lograron organizarse
y constituir un **movimiento g a y ' ' , o de Hberación homosexual, en Méxi-
co. C o m o los movimientos de mujeres y jóvenes, en los años sesenta mu-
chos grupos marginados obtuvieron conciencia de su condición, y con ello
fuerza para iniciar luchas en defensa de sus derechos. La llamada " h b e r a -
ción sexual" por fuerza tuvo que incluir la afirmación de los grupos de
individuos con inclinaciones sexuales **no mayoritarias", como era el ca-
so de los homosexuales, que prefirieron utilizar el coloquiaiismo estaduni-
dense **gay", para contrarrestar las posibles resonancias peyorativas del
término **homosexuaHdad", y para, en cierta forma, ostentar sus influen-
cias. Hacia mediados de la década de los setenta ya existían organizacio- Naturalmente, el femi-
nes gay, que además tuvieron la conciencia y la sensibilidad de ligarse a nismo fue tema para los
moneros como Rocha.
las luchas populares de izquierda, por lo que recibieron el apoyo de buena
parte de la izquierda, de Rosario. Ibarra de Piedra y del Partido Revolu-
cionario de los Trabajadores ( P R T ) .
A partir de ese momento se hicieron comunes los mítines y las manifes-
taciones de homosexuales, algunas de ellas bastante coloridas y por lo ge-
neral aguerridas, pues los grupos gay, entrenados a través de discrimina-
ciones agresivas y abusivas, siempre supieron luchar.
Sin embargo, la tenacidad del movimiento gay no ha podido vencer
del todo los prejuicios ancestrales y si bien obtuvo conquistas decisivas y
ejerció influencias sumamente profundas, buena parte de la homosexuali-
dad siguió enfrentándose a la discriminación, a los vejámenes y a chistes
viles por parte de las autoridades, los patrones, y buena parte de la socie-
dad. Los avances, no obstante, fueron notables, y el '*auge g a y " de fines

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de los setenta y principios de los ochenta estimuló las tendencias " u n i s e x "
en la moda, la eventual vuelta al pelo largo, que ocurrió a mediados de
los ochenta; la popularización del uso del arete, ya visible en muchos jipis,
entre los chavos; y, sobre todo, la aparición de una novela fuera de serie,
El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, que ganó el premio
Grijalbo, se vendió muchísimo, se convirtió en clásico gay en México y en
Estados Unidos; y por si fuera poco además inició una briosa corriente
literaria con temática homosesexual a fines de los setenta y principios de
los ochenta con obras como En jirones, del mismo Zapata; Las púberes
canéforas, de José Joaquín Blanco; Utopía gay, de Carlos Rafael Calva;
Octavio, de Jorge Arturo Ojeda; o Primer plano, de Raiil Rodríguez Cetina.
El movimiento gay, en todo caso, pronto enfrentaría una temible ofensiva
cuando, a principios de la década, en todo m u n d o se esparció la paranoia
contra el sida (síndrome de inmunodeñciencia adquirida) que un principio
pareció dirigido directamente contra los homosexuales, pues se dijo y
repitió que éstos eran los más proclives al contagio a través del coito anal
(después saheron con que no, los heterosexuales también podían padecer
la horrenda enfermedad y los besos prolongados, ya no se diga el viejo
coito, también eran vía regia para el contagio). El pánico de adquirir el
sida ciertamente fue muy oportuno para los gobiernos ansiosos de contra-
rrestar las tomas de conciencia de los años sesenta, y funcionó, parcial-
mente, para contener la revolución sexual y la hberación homosexual. Con
la histeria antidrogas, que incluía la abominación del tabaco, se contuvo,
hasta cierto punto, la expresión de las necesidades dionisiacas de la sociedad,
pero la lucha contra las drogas, además de proporcionar los espléndidos
villanos que fueron los narcotraficantes, nunca se llevó a fondo, pues ade-
más de que incontables buenas conciencias se hallaban coludidas, no se
quiso eliminar del todo la posibihdad de contar con esas válvulas de escape.
A partir de la segunda mitad de los años setenta, en México, como en
el primer mundo, se vivieron cUmas anímicos de progresiva oscuridad. Desde
los mismos sesenta toda muestra de inconformidad política, económica y
cultural había sido combatida tenazmente, pero a partir de los sesenta fue
prioritario preservar el funcionamiento del sistema, y como la autocrítica,
con su correspondiente acción correctiva, sólo se dio en los casos extremos
e inevitables, más bien se llevaron a cabo espectaculares campañas para
hacer ver que "las utopías habían m u e r t o " . Claro que por utopía se en-
tendió todo aquello que pretendiese cambiar la naturaleza explotadora, re-
presiva e inmadura del sistema; también es cierto que al certificar la
defunción de algo que estaba bien vivo, de esa forma se empezaba a matarlo.
Tratar de invertir un gran esfuerzo para acabar con las esperanzas de
cambios profundos, que por lo demás en buena medida estaban hstos o
eran concretables, fue catastrófico para la salud mental de la sociedad, de
allí que se incrementaran las tendencias a la evasión de la reaüdad vía dro-
gas como la cocaína, el alcohol, los tranquilizantes o los estimulantes;
sin embargo, la evasión de la reaUdad también se propiciaba a través de A fines de los setenta Luis Zapata publicó el clásico gay El vampiro de la col

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muchos medios de difusión, especialmente la televisión, de la publicidad,
de entretenimientos insustanciales y que estragaban el gusto, y del cultivo del
conformismo y el desinterés por todo aquello que imphcase la posibilidad
de tomas de conciencia.
Ya no se creía tanto en las iglesias, ni en el gobierno, ni mucho menos
en la pohcía, pero tampoco en los comerciantes, los industriales o los fi­
nancieros, ni en las leyes, ni en el ejército, ni en muchas viejas costumbres
y tradiciones. El sistema seguía desmoronándose y la explotación conti­
nuaba cada vez más cínica, al igual que el espíritu de lucro desmedido y
las formas represivas. T o d o esto se tradujo en una pérdida de metas vita­
les, en una cancelación de ideales: esa fue la muerte de las utopías, y con
ella se abrió una nueva era. Desde principios de los setenta el cine, la música
y la literatura dieron cuenta de la popularización del demonio, de nuevos
espectros y monstruos, de archiasesinos patológicos, policías fascistoides,
sexo sin erotismo, violencia sin límite, nueva barbarie y fetichización de
la tecnología. Era visible que, entre otras cosas, ya no había una relación
saludable con el lado oscuro de la naturaleza h u m a n a . P o r supuesto, esto
era contrastado en buena medida por el auge que se daba en la cukura y
por la creciente conciencia social que se traducían en la formación, consi­
derablemente rápida, de una sociedad civil.
Los punks dieron la más tajante y terrible muestra de estos estados de
ánimo. A fines de los setenta, en México lo más cercano a los punks fue­
ron las bandas, constituidas por jóvenes y jovencitos de las zonas más
pobres de la Ciudad de México, que fueron conocidos como chavos ban­
da. La más célebre de la primera época fueron los Sex Panchitos, terror
de las colonias Santa Fe y Tacubaya. Se contaba que en los principios ha­
bía tres cabecillas que se llamaban Francisco, quienes echaron a andar la
racha de violaciones, por lo que pronto se habló de la banda de los Sex
Panchitos, que asaltaba las fiestas del rumbo y a r m a b a batallas campales
con cadenas, desarmadores, navajas, botellas y ocasionales pistolas. El ejer­
cicio de la violencia se agudizó y los Sex Panchitos hacían bombas con ma­
terial plástico y líquido para incendiar viviendas y gente. Se metían en las
escuelas y raptaban jovencitas, las hacían inhalar cemento, y después
las violaban. Como los preparatorianos, también secuestraban autobuses y
saqueaban bebidas alcohólicas, cigarros y cemento. En poco tiempo se ha­
bían hecho célebres y eran personajes infaltables en los pasquines pohcia-
les hiperamarillistas como Alarma, Alerta o el viejo Magazine de Policía. **En
pocos meses se ganaron la fama a p u l s o " , se decía.
A fines del sexenio, la policía y los agentes de la D I P D iniciaron redadas
bárbaras e intensas y apresaron a cientos de Sex Panchitos, que fueron acu­
sados de asalto, r o b o , violación y asociación dehctuosa. Varios de los je­
fes fueron a la cárcel, pero para entonces la leyenda de los Panchitos era-
tal que en el caló juvenil surgió la expresión " n o hacer p a n c h o s " : no cau­
sar problemas. Pronto habían surgido nuevas bandas, como los Vagos, los
Bucks, los Bomberos, los Verdugos, las Tías, las Tropi y las Capadoras.

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