Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
A Andrés, J
\ûy
COLECaoN: ESPEJO DE MEXICO ÌQ
DERECHOS RESERVADOS
ISBN: 968-406-305-9
220 In ri I
de los setenta y principios de los ochenta estimuló las tendencias " u n i s e x "
en la moda, la eventual vuelta al pelo largo, que ocurrió a mediados de
los ochenta; la popularización del uso del arete, ya visible en muchos jipis,
entre los chavos; y, sobre todo, la aparición de una novela fuera de serie,
El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, que ganó el premio
Grijalbo, se vendió muchísimo, se convirtió en clásico gay en México y en
Estados Unidos; y por si fuera poco además inició una briosa corriente
literaria con temática homosesexual a fines de los setenta y principios de
los ochenta con obras como En jirones, del mismo Zapata; Las púberes
canéforas, de José Joaquín Blanco; Utopía gay, de Carlos Rafael Calva;
Octavio, de Jorge Arturo Ojeda; o Primer plano, de Raiil Rodríguez Cetina.
El movimiento gay, en todo caso, pronto enfrentaría una temible ofensiva
cuando, a principios de la década, en todo m u n d o se esparció la paranoia
contra el sida (síndrome de inmunodeñciencia adquirida) que un principio
pareció dirigido directamente contra los homosexuales, pues se dijo y
repitió que éstos eran los más proclives al contagio a través del coito anal
(después saheron con que no, los heterosexuales también podían padecer
la horrenda enfermedad y los besos prolongados, ya no se diga el viejo
coito, también eran vía regia para el contagio). El pánico de adquirir el
sida ciertamente fue muy oportuno para los gobiernos ansiosos de contra-
rrestar las tomas de conciencia de los años sesenta, y funcionó, parcial-
mente, para contener la revolución sexual y la hberación homosexual. Con
la histeria antidrogas, que incluía la abominación del tabaco, se contuvo,
hasta cierto punto, la expresión de las necesidades dionisiacas de la sociedad,
pero la lucha contra las drogas, además de proporcionar los espléndidos
villanos que fueron los narcotraficantes, nunca se llevó a fondo, pues ade-
más de que incontables buenas conciencias se hallaban coludidas, no se
quiso eliminar del todo la posibihdad de contar con esas válvulas de escape.
A partir de la segunda mitad de los años setenta, en México, como en
el primer mundo, se vivieron cUmas anímicos de progresiva oscuridad. Desde
los mismos sesenta toda muestra de inconformidad política, económica y
cultural había sido combatida tenazmente, pero a partir de los sesenta fue
prioritario preservar el funcionamiento del sistema, y como la autocrítica,
con su correspondiente acción correctiva, sólo se dio en los casos extremos
e inevitables, más bien se llevaron a cabo espectaculares campañas para
hacer ver que "las utopías habían m u e r t o " . Claro que por utopía se en-
tendió todo aquello que pretendiese cambiar la naturaleza explotadora, re-
presiva e inmadura del sistema; también es cierto que al certificar la
defunción de algo que estaba bien vivo, de esa forma se empezaba a matarlo.
Tratar de invertir un gran esfuerzo para acabar con las esperanzas de
cambios profundos, que por lo demás en buena medida estaban hstos o
eran concretables, fue catastrófico para la salud mental de la sociedad, de
allí que se incrementaran las tendencias a la evasión de la reaüdad vía dro-
gas como la cocaína, el alcohol, los tranquilizantes o los estimulantes;
sin embargo, la evasión de la reaUdad también se propiciaba a través de A fines de los setenta Luis Zapata publicó el clásico gay El vampiro de la col
222
muchos medios de difusión, especialmente la televisión, de la publicidad,
de entretenimientos insustanciales y que estragaban el gusto, y del cultivo del
conformismo y el desinterés por todo aquello que imphcase la posibilidad
de tomas de conciencia.
Ya no se creía tanto en las iglesias, ni en el gobierno, ni mucho menos
en la pohcía, pero tampoco en los comerciantes, los industriales o los fi
nancieros, ni en las leyes, ni en el ejército, ni en muchas viejas costumbres
y tradiciones. El sistema seguía desmoronándose y la explotación conti
nuaba cada vez más cínica, al igual que el espíritu de lucro desmedido y
las formas represivas. T o d o esto se tradujo en una pérdida de metas vita
les, en una cancelación de ideales: esa fue la muerte de las utopías, y con
ella se abrió una nueva era. Desde principios de los setenta el cine, la música
y la literatura dieron cuenta de la popularización del demonio, de nuevos
espectros y monstruos, de archiasesinos patológicos, policías fascistoides,
sexo sin erotismo, violencia sin límite, nueva barbarie y fetichización de
la tecnología. Era visible que, entre otras cosas, ya no había una relación
saludable con el lado oscuro de la naturaleza h u m a n a . P o r supuesto, esto
era contrastado en buena medida por el auge que se daba en la cukura y
por la creciente conciencia social que se traducían en la formación, consi
derablemente rápida, de una sociedad civil.
Los punks dieron la más tajante y terrible muestra de estos estados de
ánimo. A fines de los setenta, en México lo más cercano a los punks fue
ron las bandas, constituidas por jóvenes y jovencitos de las zonas más
pobres de la Ciudad de México, que fueron conocidos como chavos ban
da. La más célebre de la primera época fueron los Sex Panchitos, terror
de las colonias Santa Fe y Tacubaya. Se contaba que en los principios ha
bía tres cabecillas que se llamaban Francisco, quienes echaron a andar la
racha de violaciones, por lo que pronto se habló de la banda de los Sex
Panchitos, que asaltaba las fiestas del rumbo y a r m a b a batallas campales
con cadenas, desarmadores, navajas, botellas y ocasionales pistolas. El ejer
cicio de la violencia se agudizó y los Sex Panchitos hacían bombas con ma
terial plástico y líquido para incendiar viviendas y gente. Se metían en las
escuelas y raptaban jovencitas, las hacían inhalar cemento, y después
las violaban. Como los preparatorianos, también secuestraban autobuses y
saqueaban bebidas alcohólicas, cigarros y cemento. En poco tiempo se ha
bían hecho célebres y eran personajes infaltables en los pasquines pohcia-
les hiperamarillistas como Alarma, Alerta o el viejo Magazine de Policía. **En
pocos meses se ganaron la fama a p u l s o " , se decía.
A fines del sexenio, la policía y los agentes de la D I P D iniciaron redadas
bárbaras e intensas y apresaron a cientos de Sex Panchitos, que fueron acu
sados de asalto, r o b o , violación y asociación dehctuosa. Varios de los je
fes fueron a la cárcel, pero para entonces la leyenda de los Panchitos era-
tal que en el caló juvenil surgió la expresión " n o hacer p a n c h o s " : no cau
sar problemas. Pronto habían surgido nuevas bandas, como los Vagos, los
Bucks, los Bomberos, los Verdugos, las Tías, las Tropi y las Capadoras.
224