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Presiones y repercusiones
en el campo de los estudios literarios coloniales chilenos
Resumen:
El texto gira en torno a la alta puntuación que le ha sido asignada a las ediciones filológicas
en el marco de los concursos FONDECYT de Iniciación 2016 y Regular 2017 del área de
Literatura, Lingüística y Filología. Primeramente se señala la importancia de este hecho
para los estudios literarios coloniales chilenos, luego se examinan las instancias que han
dado lugar a esta situación (publicaciones, proyectos de investigación, eventos académicos
y redes intelectuales) y finalmente se plantean algunas reflexiones en relación con las posi-
bles repercusiones que esto puede tener en el campo de los estudios coloniales, en particu-
lar qué oportunidades se abren y qué limitaciones se despliegan. Se concluye que la pre-
ponderancia otorgada a la edición filológica en los concursos del FONDECYT es resultado
de un proceso que tiene por lo menos quince años, el que implicó dimensiones tanto cuanti-
tativas como cualitativas y en el que el Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) ha
sido fundamental. Por otro lado, se propone que entre los efectos positivos se cuentan las
posibilidades de realizar más ediciones filológicas, formar más especialistas y realizar más
estudios críticos. Entre los efectos menos favorables, en tanto, se discute acerca de la so-
brevaloración y la sobrespecialización respecto de la filología y, a su vez, sobre la infrava-
loración que esto puede implicar para otros trabajos (no filológicos) y/u otras disciplinas.
1
1. Revaluación de la edición filológica
Según se indica en ellos, la “edición filológica en editorial con comité y evaluación exter-
na” tendrá un total de veinte puntos, mientras que la “edición filológica en editorial con
comité y evaluación interna” tendrá diez, aunque pudiendo optar —si entiendo bien— a un
“máximo [de] 20 puntos”. De un lado, esto implica que la edición filológica tendrá el doble
de puntos que durante los cinco años anteriores (de 2012 a 2016), cuando las “[e]diciones
filológicas en editoriales con referato externo” tenían un total de diez. De otro lado, implica
que la edición filológica pasa a tener el puntaje más alto dentro de los antedichos criterios
de evaluación (sitial que comparte con el “libro científico”). Ambos cambios son muy sig-
criterios de evaluación); y ello, a su vez, es una muestra de las presiones que los estudios
coloniales están ejerciendo sobre el campo más general de los estudios literarios (en este
caso puntual, sobre una institución no poco importante para los estudios literarios chilenos
como el FONDECYT).
1
Se pueden revisar en la siguiente dirección electrónica: http://www.conicyt.cl/fondecyt/grupos-de-
estudios/linguistica-literatura-y-filologia/criterios-de-evaluacion-curricular-concurso-iniciacion-en-
investigacion-2016-linguistica-literatura-y-filologia/ (visitado el 30 de junio de 2016).
2
Se pueden revisar en la siguiente dirección electrónica: http://www.conicyt.cl/fondecyt/grupos-de-
estudios/linguistica-literatura-y-filologia/criterios-de-evaluacion-curricular-concurso-regular-2017-
linguistica-literatura-y-filologia/ (visitado el 30 de junio de 2016).
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Al hablar de “presiones” me remito al concepto que Raymond Williams utiliza en
reductible a ella. Para el galés el proceso no es tan sencillo: si bien B puede estar limitada
por A, B puede ejercer presiones sobre esos límites, e incluso puede llegar a modificarlos.
En ese sentido, A no agota todas las posibilidades de B, sino que sólo le impone ciertos
límites. Al trasladar estos planteamientos al tema tratado acá, lo que tenemos, entonces, es
una muestra de las presiones que los estudios literarios coloniales chilenos están ejerciendo
sobre los límites que se han levantado para los estudios literarios chilenos en general (de
parte de instituciones, pero también de formaciones y tradiciones, para seguir con el léxico
williamsiano).
ahora un concepto de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (2011)? En el caso de los estudios
literarios locales, esa frontera (no siempre antagónica) la marca la preferencia por la litera-
de los siglos XIX, XX y XXI, lo que es entendible hasta cierto punto, pues gran parte de la
literatura colonial no derivó en tradiciones. Se dice “hasta cierto punto” porque, en primer
lugar, el corte entre la literatura colonial y la poscolonial se produjo no en relación con to-
das las prácticas literarias existentes, sino fundamentalmente respecto de la llamada litera-
tura culta. La literatura popular no se acabó ni en 1810, ni en 1818, ni en 1842; por el con-
trario, décimas, romances y contrapuntos, por mencionar sólo algunos ejemplos, siguieron
practicándose hasta llegar a conectarse con lo que hoy en día conocemos como lira popu-
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lar3. Y algo análogo podría decirse de las literaturas indígenas, cuyos cantos, narraciones y
cuando la literatura culta colonial fue la más damnificada en el paso a la república, en tanto
se modificaron géneros, temáticas, estilos y objetivos —lo que acredita el éxito del proyec-
desde fines del siglo XVIII no desapareció. Más bien fue redirigido o desplazado: de una
trucción de la nación. De modo que la ruptura entre las “letras” coloniales y poscoloniales
3
Como dice Antonio Acevedo Hernández: “El origen de la poesía popular de nuestros cantores debe buscarse
en los cantos traídos por los conquistadores y que fueron conducidos por la tradición oral hasta nuestros días”
(1933: 14-6).
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Tomando prestado un término de Jacques Rancière (2009), puede decirse que, en su discurso de inaugura-
ción de la Sociedad Literaria de Santiago (3 de mayo de 1842), la concepción de literatura que maneja José
Victorino Lastarria es la de una “poética de la expresión”. De hecho, parece ser bastante explícito en esto: “Se
dice que la literatura es la expresión de la sociedad, porque en efecto es el resorte que revela de una manera la
más explícita las necesidades morales e intelectuales de los pueblos, es el cuadro en que están consignadas las
ideas y pasiones, los gustos y, opiniones, la religión y las preocupaciones de toda una generación” (2011:
121). De ahí que descarte la pertinencia y/o utilidad de la literatura colonial, pues ésta fue expresión de una
sociedad que ya no existe y que era opuesta a la republicana: “nuestra nulidad literaria es tan completa en
aquellos tiempos, como lo fue la de nuestra existencia política” (123). Si bien rescata algunos nombres, como
los de Pedro de Oña, Alonso de Ovalle, Juan Ignacio Molina y Manuel Lacunza, es categórico en decir que
“sus producciones no son timbres de nuestra literatura, porque fueron indígenas de otro suelo y recibieron la
influencia de preceptos extraños” (123). Cabe señalar, en todo caso, que el proyecto de Lastarria no persigue
un quiebre total con las letras coloniales, no al menos en términos de orientación pública —como se lee en sus
palabras anteriormente citadas— ni en términos de la preceptiva del “buen gusto”: “… cuando os digo que
nuestra literatura debe fundarse en la independencia del genio, no es mi ánimo inspirar aversión por las reglas
del buen gusto, por aquellos preceptos que pueden considerarse como la expresión misma de la naturaleza, de
los cuales no es posible desviarse sin obrar contra la razón, contra la moral y contra todo lo que puede haber
de útil y progresivo en la literatura de un pueblo” (131).
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En su artículo “Figuras rivales del límite. Dispersión, transgresión, antagonismo e indiferencia”, Urs Stäheli
plantea una interesante crítica a la concepción laclausiana de discurso. Según Stäheli, no todo discurso se
construye a partir de una relación antagónica con un exterior discursivo, sino que también puede erigirse en
referencia a sí mismo: “las vinculaciones se vuelven posibles porque [los elementos discursivos] se refieren a
ellos mismos. Constituyen una cadena equivalencial que pone un límite a la negatividad del exterior. Lo im-
portante es no confundir la construcción de aquello que está más allá de los límites con un antagonismo”
(2008: 293. Cursivas en el original). En ese sentido, las diferencias externas al discurso le pueden resultar a
éste indiferentes o no amenazantes. En nuestro caso, se podría decir que, si bien el discurso de la literatura
chilena se construyó inicialmente en un sentido antagónico respecto de lo colonial (el “Discurso” de Lastarria
es un buen ejemplo de ello), hoy en día ese discurso no necesita marcar tal distinción para constituirse. De ahí
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En este contexto, entonces, no es irrelevante que la “edición filológica en editorial
con comité y evaluación externa” o “interna” venga a ser el criterio mejor evaluado dentro
de los concursos Iniciación en Investigación 2016 y Regular 2017 para Literatura, Lingüís-
tica y Filología, puesto que la mayoría de las ediciones filológicas que se han hecho —sino
todas— corresponden a textos coloniales. Esto indica que la presión que se está ejerciendo
sobre los límites de los estudios literarios chilenos no es menor y que los efectos derivados
de acá pueden ser de gran importancia tanto para éstos como para los propios estudios co-
loniales, especialmente porque esa presión ya es institucional. En ese sentido, lo que princi-
palmente me interesa desarrollar aquí son dos cosas. Por un lado, dar cuenta de las presio-
nes específicas que se han desplegado sobre el campo de los estudios literarios chilenos (al
las posibles repercusiones que esto puede tener para los estudios literarios coloniales loca-
les.
Respecto a lo primero, vale decir que las presiones se han ejercido fundamentalmen-
publicaciones uno de los fenómenos más importantes y potentes, ya que tanto los proyectos
como los eventos han tenido o tendrán —se espera— una salida editorial. Con todo, estas
que, para él, la literatura colonial se haya vuelto —valga el juego de palabras— una diferencia indiferente, no
amenazante de su existencia. Es más, en ocasiones incluso se ha propuesto integrar esta diferencia dentro del
propio discurso literario nacional. Es lo que hace, por ejemplo, José Toribio Medina en su Historia de la lite-
ratura colonial de Chile cuando sostiene que “[n]uestra literatura, en absoluto, apenas si tiene un monumento
digno de recordarse; pero estudiada en su conjunto, y siguiendo paso a paso su desarrollo, es fácil convencer-
se que por la marcha natural de las cosas iba adelantando sus ideas y encaminándolas por la senda de la
emancipación y del progreso” (1878: XCIV).
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prácticas no pueden ser las únicas a considerar, pues ellas mismas ponen en juego otra ins-
tancia gravitante: la existencia o constitución de redes intelectuales, que son las que, en el
fondo, han favorecido la realización de algunas de estas instancias o se han visto fortaleci-
das gracias a ellas6. De allí que una presentación por separado de cada una de tales instan-
cias sea poco acertada y que más conveniente sea entrecruzarlas en un relato (no necesa-
riamente lineal y causalista), dado que en la mayoría de los casos las unas no pueden enten-
embargo, ellas tienen una historia que se retrotrae por lo menos hasta 1969. En ese año, en
Santiago y con el apoyo del Instituto de Literatura Chilena —fundado y dirigido por César
Bunster desde 1960—, Mario Ferreccio Podestá publicó su edición crítica de la Histórica
relación del Reino de Chile (1646) de Alonso de Ovalle. Esta publicación abrió una colec-
ción proyectada por Bunster titulada “Biblioteca de Escritores Chilenos” (Rojas 1971: 133)
y dio inicio, además, “al proceso global de rescate filológico de obras patrimoniales chile-
nas que se ha venido desarrollando hasta hoy en el Seminario de Filología Hispánica” (Ar-
bea y Kordić 2008: 261). El Seminario fue fundado por el propio Ferreccio Podestá en
1967, asumiendo también su dirección, y —tal como señalan Arbea y Kordić— ha sido una
tado la mayoría de los trabajos que hoy circulan impresos. Si bien el Seminario se ha aso-
6
Una red es un conjunto dinámico de conexiones que privilegia la relación por sobre la determinación y que,
en ese sentido, se constituye a partir de tales conexiones, no por la mera suma de intelectuales que participan
en ella. De esta manera, la red intelectual no refiere a un ejercicio de influencias de unos sobre otros, sino a la
generación de distintas instancias (“discursos” prefiere decir Claudio Maíz desde una perspectiva crítica de la
figura autorial) que anudan la red y que, al mismo tiempo, van constituyendo a sus integrantes. De ahí que
Maíz rechace el “individualismo metodológico” —que ve aún latente en una propuesta como la de Eduardo
Devés-Valdés, quien, en una definición que no deja de ser atinente para este trabajo, comprende las redes
intelectuales como “un conjunto de personas ocupadas en la producción y difusión del conocimiento, que se
comunican en razón de su actividad profesional, a lo largo de los años” (Devés-Valdés 2007: 30)— y prefiera
concentrarse en los “discursos” (Maíz 2013: 19-24).
6
ciado con distintas instituciones y ha participado en distintas colecciones —lo que se mos-
trará a lo largo de estas páginas—, no cabe duda de que los principales responsables de
aquellos trabajos han sido el mismo Ferreccio y Raïssa Kordić, que se formó al alero suyo y
a quien ella reconoce como el “más grande maestro y forjador” de la filología patrimonial
chilena (Arbea y Kordić 2008: 259). Volviendo, ahora, a las ediciones propiamente tales,
debe señalarse que a la Histórica relación del Reino de Chile siguió la edición crítica, tam-
bién obra de Ferreccio Podestá, de las Cartas de relación de la conquista de Chile (1545-
Tras esta publicación de las Cartas de Valdivia sobrevino un largo paréntesis edito-
rial, hasta 1984, cuando aparecieron los dos primeros números de la colección Biblioteca
Antigua Chilena (BACh). Esta iniciativa fue apoyada por la Universidad de Concepción, a
través de su rector Guillermo Clericus, y por la Biblioteca Nacional, cuyo director era por
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De los trece números publicados en esta colección —que se extendió de 1969 a 1989—, la única edición
filológica fue la de Ferreccio Podestá; el resto fueron trabajos hechos por historiadores o investigadores litera-
rios, lo que se explica, en todo caso, porque el destinatario de la colección era un público no especializado. Es
posible que esta colección haya sido la continuación de la “Biblioteca de Escritores Chilenos” proyectada por
César Bunster, pues los primeros cuatro números, aparecidos todos en 1969, contaron con la asesoría del
Instituto de Literatura Chilena. La “presentación” hecha por Bunster a estos primeros números señalaba que el
objetivo de la colección era publicar “obras fundamentales de la literatura colonial del país”, las que ofrecían
“un animado reflejo de la vida nacional, sobre una época distante” (1969: 5). A ese respecto, no deja de ser
llamativo que, desde 1970, tanto esta presentación como el apoyo del Instituto de Literatura Chilena saliesen
de la colección —¿habrá tenido algo que ver la muerte de Bunster, que ocurrió justamente en julio de ese
año?— y que la nueva presentación potenciase la dimensión nacionalista, afirmando que “[l]a literatura colo-
nial constituye un patrimonio esencial de la nacionalidad, que es hoy día prácticamente desconocido” (1970:
5). De modo que la nacionalidad chilena se retrotraía a un tiempo anterior a la fundación misma de la nación,
anacronismo sobre el cual la historiografía ha llamado la atención respecto del caso hispanoamericano (véan-
se, por ejemplo: José Carlos Chiaramonte. “Fundamentos iusnaturalistas de los movimientos de independen-
cia”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 22 (segundo semestre
2000): 33-71; Tomás Pérez Vejo: “Un mito historiográfico: españoles realistas contra criollos insurgentes”.
Visiones y revisiones de la independencia americana. Realismo / Pensamiento conservador: ¿una identifica-
ción equivocada? Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez Gómez, eds. Salamanca: Ediciones Universidad
de Salamanca, 2014. Impreso. 77-93). Para finalizar, sólo resta indicar que, en 1991, Ferreccio Podestá publi-
có una nueva edición del epistolario valdiviano, esta vez con el título de Cartas de Don Pedro de Valdivia:
que tratan del descubrimiento y conquista de la Nueva Extremadura (Presentación de Juan Carlos Rodríguez
Ibarra. Prólogo e iconografía de Miguel Rojas Mix. Transcripción y notas de Mario Ferreccio Podestá. Barce-
lona: Lumen, 1991. Impreso).
7
entonces Enrique Campos Menéndez, proyecto al que luego adhirieron otras entidades na-
cionales e internacionales (como la UNESCO, que asistió la publicación del segundo núme-
y literatura, se propuso dos objetivos principales: por un lado, “ofrecer una decena de textos
primitivos y presentados con sujeción a las más estrictas normas textológicas, de modo de
entregar una lectura absolutamente fidedigna y confiable del discurso original”; y por otro,
mentales, de manera de otorgarles el rango comprobable de dato veraz” (1984: 7). Es decir,
este tipo de trabajo, en el entendido de que es fundamental para las labores de otras disci-
sociales (Arbea y Kordić 2008: 259). De aquí se sigue que la Biblioteca Antigua Chilena
puede tenerse por un precedente del actual reconocimiento institucional a la edición filoló-
gica.
Los directores originales de la colección fueron Mario Ferreccio Podestá, del Semi-
rial estuvo conformado inicialmente por Astrid Raby y Juan de Luigi 8. En 1984 se publica-
8
Ferreccio Podestá y Rodríguez Fernández se conocían desde hacía varias décadas. Ambos se titularon de
Profesores de Estado en Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, y en fechas próxi-
mas: el primero en 1955 y el segundo en 1958. En la misma institución, además, ambos se licenciaron en
Filología Románica: Ferreccio en 1963 y Rodríguez en fecha que aún desconozco, pero que no debe ser muy
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ron los dos primeros números de la BACh. El texto que abrió la colección fue el Purén in-
dómito (h. 1603) de Diego Arias de Saavedra, coeditado en Santiago por la Biblioteca Na-
preliminar de Mario Rodríguez y cuya edición crítica estuvo a cargo de Ferreccio Podestá,
quien precisamente, en el prólogo al volumen (1984: 74-86), estableció las normas fonogra-
lación autobiográfica (1708-1730) de Úrsula Suárez, cuya edición crítica también fue res-
ponsabilidad de Mario Ferreccio, aunque esta vez el estudio preliminar lo aportó el histo-
riador Armando de Ramón, por entonces profesor del Instituto de Historia de la Pontificia
distante a la anterior. Ambos, por último, se desempeñaron como ayudantes y profesores en la institución:
Ferreccio desde 1954 en adelante, llegando a fundar, en 1967, el ya mencionado Seminario de Filología His-
pánica; y Rodríguez desde 1958 hasta septiembre de 1973, pasando a trabajar, tras el cierre del Instituto Peda-
gógico producto del Golpe Militar, al Departamento de Español de la Universidad de Concepción (Arbea y
Kordić 2008: 259-60; Rodríguez 2014). De modo que Ferreccio y Rodríguez pudieron mantener variadas
relaciones: compañeros, ayudante-estudiante, profesor-alumno, colegas y amigos, vínculos profesionales y
afectivos que seguramente favorecieron la ideación y concreción del proyecto de la Biblioteca Antigua Chile.
Sin embargo, tales vínculos no han de haber sido suficientes para materializar la BACh; de ahí que fuese
necesario conseguir un apoyo institucional mayor, en este caso, de parte del rectorado de la Universidad de
Concepción y de la dirección de la Biblioteca Nacional, los que debieron financiar las labores de investiga-
ción y edición de los dos primeros números.
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Y que son las que se han mantenido hasta hoy. En el prólogo a El Ignacio de Cantabria, el mismo Ferreccio
dice que, en síntesis, estas normas “consisten en aplicar una estricta actualización a todos los aspectos gráfi-
cos que no reflejen, real o virtualmente, un rasgo sonoro diferencial” (1992: 35). Una descripción concisa de
estas normas puede leerse en el prólogo de Raïssa Kordić a su edición de Testamentos coloniales chilenos
(2005: 27-9), que constituye el sexto número de la colección. Antecedentes de las normas de la BACh son las
utilizadas por Ferreccio Podestá en sus ediciones de la Histórica relación del Reino de Chile (1970a: 39-41) y
las Cartas de relación de la conquista de Chile (1970b: 17-20).
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Pese a ser el segundo número, la Relación autobiográfica se imprimió antes que el Purén indómito. Según
el colofón de la primera, el libro se terminó de imprimir el 30 de mayo de 1984 (en los talleres de la Editorial
Universitaria), mientras que el colofón del segundo indica que éste acabó de imprimirse el 31 de diciembre de
ese mismo año (en los talleres de Editorial La Noria). En la publicación de la Relación autobiográfica volvie-
ron a participar como coeditores la Biblioteca Nacional, la Universidad de Concepción y el Seminario de
Filología Hispánica, entidades a las que se sumó la Academia Chilena de la Historia puesto que la edición se
hizo en adhesión a su cincuecentenario (1933-1983), y a ella contribuyeron los miembros de la “Comisión del
Cincuecentenario”: el jesuita Walter Hanisch, Horacio Aránguiz y el Secretario de la Academia, José Miguel
Barros. Si bien no se especifica cómo contribuyeron a la preparación del libro, estos datos son importantes
respecto del modo de configuración de la red en torno a la colección: se trata de una red que anuda no sólo a
intelectuales sino también a instituciones, a las cuales se recurre en gran medida para obtener un apoyo finan-
ciero que permita concretar las publicaciones (cabe recordar aquí el auspicio que UNESCO prestó a este se-
gundo volumen).
9
La citada presentación al primer volumen de la colección anunciaba que, a los dos
primeros números, debía seguir la edición de los textos de “Diego de Rosales, Francisco
bis, Pedro de Oña, Francisco Javier Ramírez y otros, cubriendo el amplio período que va de
1550 a 1810” (1984: 8). Este programa aún no ha podido ser desarrollado en su totalidad,
América” y del nacimiento de San Ignacio de Loyola, abordó la edición crítica de El Igna-
cio de Cantabria de Pedro de Oña (escrito aproximadamente entre 1623 y 1627 e impreso
en Sevilla en 1639), tarea que estuvo a cargo de Mario Ferreccio Podestá, Gloria Muñoz
coedición entre la Biblioteca Nacional (dirigida entonces por el historiador Sergio Villalo-
bos Rivera, quien, por cierto, escribió una presentación para el volumen), la Universidad de
dación Andes12. Según se indica en el mismo libro, además de apoyar su impresión, estas
ron permanentemente el procesamiento crítico del texto”; Sergio Villalobos, por su parte,
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La edición filológica fue labor de Ferreccio y Muñoz, en tanto que Rodríguez aparece firmando el estudio
preliminar. Gloria Muñoz Rigollet detentaba el título de Profesora de Estado en Castellano por la Universidad
de Chile (1969) y el grado de Licenciada en Letras por la Universidad de Concepción (1974), de donde se
infiere que probablemente estudió tanto con Ferreccio como con Rodríguez. En el momento de la edición de
El Ignacio de Cantabria se desempeñaba como profesora del Departamento de Español de la Universidad de
Concepción. Posteriormente participaría como coinvestigadora en el proyecto FONDECYT 1940007 “Edi-
ción crítica y nueva lectura de Cautiverio feliz (1673) de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán” (1994-
1997), dirigido por Ferreccio Podestá y que daría lugar al quinto número de la BACh. Estos datos pueden
cotejarse en la siguiente dirección electrónica: http://w1.conicyt.cl/bases/fondecyt/personas/4/9/4962.html
(visitada el 24 de julio de 2016).
12
Una reseña histórica sobre la Fundación Andes puede revisarse en la siguiente dirección electrónica:
http://diario.elmercurio.com/detalle/index.asp?id={1d2601c2-48c0-4217-b010-186d05bdd929} (visitada el 24
de julio de 2016).
10
“aplicó particular interés por reanudar la serie, interrumpida desde 1984”; y la Fundación
Andes, junto con el empresario Anacleto Angelini, “prestaron asistencia económica para el
proceso de investigación e impresión” (en Oña 1992: 6). Remarco este último punto, pues
para los números siguientes las fuentes de financiamiento comenzarán a variar. El dinero
para investigar e imprimir provendrá cada vez menos de instituciones universitarias, orga-
nismos internacionales, fundaciones o particulares y cada vez más de fondos públicos con-
lógica (CONICYT), y del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, dependiente
correspondiente al poema épico anónimo La guerra de Chile (h. 1610) y aparecido en 1996,
Lectura. La edición crítica de este número estuvo a cargo de Ferreccio Podestá y de Raïssa
colección, llegando a hacerse cargo de la misma en sus dos últimos volúmenes. La edición,
además, contó con dos estudios preliminares: uno de José Miguel Barros Franco, de la
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Esta situación no deja de ser importante, pues explica en parte la futura conexión con el Centro de Estudios
Indianos, en cuya colección Biblioteca Indiana se inscribirán los números seis y siete. Por otra parte, cabe
decir que el apoyo del FONDECYT hasta hoy sigue siendo vital para las ediciones filológicas.
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publicado en dos tomos en 2001. Esta publicación fue resultado del ya mencionado proyec-
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán” (1994-1997), que tuvo como investigador respon-
Alonso Martínez, Gloria Muñoz Rigollet, Mario Rodríguez Fernández y Gilberto Triviños.
versidad de Concepción, lo que denota que los lazos entre este organismo y el Seminario de
Filología Hispánica, dirigido por Ferreccio, se mantenían activos, e incluso se vieron po-
tenciados con la inclusión de Alonso y Triviños. Sin embargo, pese a esta larga lista de in-
telectuales integrados en la red en torno a la Biblioteca Antigua Chilena, los créditos por la
además, de directores de la colección; el estudio preliminar, en tanto, fue realizado por Ce-
domil Goić (Pontificia Universidad Católica de Chile). La publicación fue financiada nue-
vamente por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura y la impresión estuvo a cargo de
RIL editores, aunque en la portada del libro vuelve a figurar el nombre del Seminario de
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Kordić Riquelme ya había trabajado como coinvestigadora en un proyecto anterior dirigido por Ferreccio:
el FONDECYT N° 1920539 “Registro general de gentilicios nacionales de Chile (REGECHILE) (Interpreta-
ción y análisis de información. normativa nacional)” (1992-1993). Kordić se licenció en Lingüística Hispáni-
ca en la Universidad de Chile en 1990, lugar donde conoció a Ferreccio y fue formada profesionalmente por
él.
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Un dato importante es que la edición del Cautiverio feliz fue incluida dentro de la colección Biblioteca del
Bicentenario, cuyo primer número correspondió a la edición facsimilar del Compendio de la historia geográ-
fica, natural y civil del Reyno de Chile (1776, traducción de 1788) y del Compendio de la historia civil del
Reyno de Chile (1787, traducción de 1795), ambos de Juan Ignacio Molina (Santiago: Pehuén Editores, 2000).
En la misma colección se reeditaría luego (en 2003) la ya referida edición crítica de la Histórica relación del
Reino de Chile hecha por Ferreccio Podestá. En el primer volumen de la colección viene incluido un prólogo
de Ricardo Lagos, por entonces Presidente de la República, en donde establece los objetivos de la misma.
Para Lagos, la Biblioteca del Bicentenario se inscribe “en el gran proyecto común de llegar al Bicentenario
como un país plenamente desarrollado y democrático”, en razón de lo cual ella “pondrá a disposición de la
ciudadanía, y muy en particular de las nuevas generaciones, una visión plural y vigorosa de Chile desde diver-
sos campos del saber y diferentes perspectivas históricas” (2003: s.n.).
12
3. Presiones altas. El GRISO-CEI entra en escena
camente por Raïssa Kordić y que incorporó, nuevamente, un estudio preliminar de Cedomil
Goić. Al igual que en los dos números anteriores, el financiamiento para la investigación
de mujeres del siglo XVII: una mirada sobre la vida, la muerte y la situación y condición de
Además, su impresión, realizada en 2005, también fue financiada por el Consejo Nacional
del Libro y la Lectura, aunque esta vez sólo en parte. Y es aquí donde se manifiesta un
cambio importante respecto del desarrollo que había tenido la Biblioteca Antigua Chilena
hasta entonces, pues desde este momento la colección comenzó a vincularse con el Grupo
de Investigación Siglo de Oro (GRISO, Universidad de Navarra, dirigido por Ignacio Are-
del Banco Santander Central Hispano, cofinanció la publicación del libro de Kordić, el que
figuró, además, como quinto número de la colección Biblioteca Indiana. Colección que se
halla a cargo del Centro de Estudios Indianos (CEI, dirigido entonces por Ignacio Arellano
y Celsa García), órgano de investigación dependiente del GRISO, y que entre sus objetivos
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Barroco (S. XVIII)”16, lo que realiza en convenio con Editorial Iberoamericana-Vervuert
Este fue un hito relevante para la Biblioteca Antigua Chilena, en la medida en que la
red intelectual en torno suyo incorporó a un nuevo actor capaz de financiar e internacionali-
zar la colección. Pero también, y sobre todo, fue un hecho significativo para los estudios
cación de los Testamentos coloniales chilenos marcó el inicio de una serie de ediciones
relativas al Chile colonial dentro de la Biblioteca Indiana y dio cuenta de una relación con
GRISO-CEI que hasta el día de hoy se mantiene en el campo literario nacional, y que en
gran parte ha favorecido el ejercicio de presiones para revalorar las letras coloniales. De
esta manera, el séptimo número de la BACh, publicado en 2008, fue también el número
nueve de la Biblioteca Indiana, que en esta ocasión fue totalmente auspiciado por la Funda-
ción Universitaria de Navarra. Este título correspondió al Epistolario de sor Dolores Peña
de Lillo (1763-1769), cuya edición crítica ejecutó Raïssa Kordić en el marco de dos proyec-
tos: el FONDECYT N° 1010998 “Epistolario confesional de una monja chilena del siglo
16
Información disponible en la siguiente dirección electrónica: http://www.unav.edu/centro/griso/cei-pei
(visitada el 27 de julio de 2016).
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¿Cómo fue que el libro editado por Kordić llegó a ser incluido dentro de la Biblioteca Indiana? ¿Qué acto-
res gestionaron este hecho? Si bien en estos momentos me es difícil acreditar las relaciones interpersonales
que permitieron a Kordić publicar allí su libro, un actor importante, y que seguramente ayudó en el proceso,
fue el uso de criterios de edición similares por parte de la BACh y el GRISO-CEI. Al respecto, pueden com-
pararse las normas fonografemáticas empleadas por Ferreccio y Kordić en sus ediciones con los criterios
editoriales utilizados, por ejemplo, por Miguel Donoso (2010: 63-5) en su edición de la Historia de todas las
cosas que han acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado, de Alonso de Góngora Marmole-
jo. Considérese, además, lo que Ignacio Arellano entiende por modernización: “la actualización de toda grafía
que no tenga trascendencia fonética” (20), postura análoga al principio filológico seguido por Ferrecio Podes-
tá en el marco de la BACh.
14
Azúa— y su tesis doctoral, que dirigió Alberto Blecua en la Universidad Autónoma de
Barcelona.
El Epistolario constituye, hasta ahora, el último número del proyecto iniciado por
Ferreccio y Rodríguez y continuado por Kordić (y que es de esperar que prosiga). La vincu-
lación con el GRISO-CEI significó que, de ahí en más, la mayoría de las ediciones filológi-
vinculados a este órgano y/o a la Universidad de Navarra (UNAV) y sus posgrados en Filo-
logía y Literatura. Así, al libro de sor Dolores Peña y Lillo, siguió la edición de la Historia
de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado
(1572-1575) de Alonso de Góngora Marmolejo, la que fue publicada en 2010 como número
PUC —hoy, y desde 2011, investigador y profesor del Instituto de Literatura de la Univer-
sidad de los Andes— y quien había egresado del Doctorado en Filología Hispánica de la
UNAV en 2003. A esta publicación se puede agregar la reciente edición de la Sumaria re-
lación (1590) de Pedro Sarmiento de Gamboa, aparecida en 2015 como número cuarenta de
la Biblioteca Indiana. Edición que estuvo a cargo de Joaquín Zuleta, Doctor en Literatura
los Andes19.
18
Con el soporte financiero de la Fundación Universitaria de Navarra, el Banco Santander, la Fundación José
Nuez Martín y la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
19
Aunque no corresponde a una edición filológica, entre las publicaciones de la Biblioteca Indiana no puede
dejar de mencionarse el libro de Cedomil Goić Letras del Reino de Chile, publicado por Iberoamericana-
Vervuert en 2006 como número seis de la colección. Este libro compila una serie de artículos del autor escri-
tos entre 1970 y 2005, referidos a diversos textos de los siglos XVI y XVII chilenos (las cartas de Valdivia,
La Araucana de Ercilla, el Cautiverio feliz y los testamentos coloniales).
15
Entre las ediciones que están en preparación o que ya han sido realizadas como par-
les), se tienen varias cuyos responsables se conectan de una u otra forma al GRISO. Entre
de Jerónimo de Vivar. Edición crítica y relectura” (2008-2011), que tuvo por responsable a
Chile, hoy en la PUC) y a Manuel Contreras Seitz (Universidad Austral de Chile). En se-
Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile (1614), de Alonso González de Náje-
del historiador Rafael Gaune. Luego, el proyecto N° 1160968 “Estudio y edición crítica
Massmann (Universidad Andrés Bello) —quien estudió con Miguel Donoso durante su
posgrado doctoral en la Pontificia Universidad Católica de Chile—, y que tiene como coin-
la Historia general del reino de Chile. Flandes Indiano, de Diego de Rosales” (2016-2020).
Entre los proyectos posdoctorales cabe considerar, en primer lugar, el proyecto número
logía Hispánica por la Universidad de Navarra y asociado por este proyecto a la PUC. Un
dependientes de fondos públicos concursables, cabe añadir el proyecto de edición del poe-
(1740), el que ha sido desarrollado por Carlos Mata, secretario del GRISO y secretario del
gua Chilena y por especialistas ligados al GRISO, cabe destacar también el trabajo que ha
venido realizando Manuel Contreras Seitz desde la Universidad de los Lagos (Osorno) y la
Universidad Austral de Chile (Valdivia) —quien, en todo caso, igualmente se ha ido incor-
porando a la red integrada por el GRISO a través de algunos proyectos editoriales (como
tivo de constituir un corpus diacrónico del español de Chile, para lo cual ha transcrito y
textos públicos no oficiales21. El interés primordial por este tipo de textos responde a que en
ellos, precisamente por su condición no oficial y no literaria, es donde mejor puede reflejar-
20
El artículo aludido es “Notas para la edición crítica y anotación del poema Descripción de las grandezas de
la ciudad de Santiago de Chile (1740)” (Revista Chilena de Literatura 78 (abril 2011): 91-111).
21
“En este sentido, dentro del marco informal, podremos distinguir aquellos que se hallen en los textos priva-
dos, correspondiente a cartas, testamentos propios, confesiones, etc.; así como los enmarcados dentro de los
textos públicos no oficiales, como actas, declaraciones, juicios, inventarios de bienes, cartas poder, de com-
pra-venta, etc. Esto nos permitirá distinguirlos —y compararlos— con aquellos textos manuscritos oficiales,
tales como reales cédulas, pregones, mercedes, etc.” (2002-2003: 391). Cabe decir que el programa de inves-
tigación de Contreras Seitz se formula, justamente, a partir de la falta de estudios diacrónicos del español en
Chile (2002-2003: 378). En ese sentido, se destaca la gestación del Corpus Diacrónico del Español de Chile
(CorDECh), que el lingüista ha ido constituyendo a partir de los proyectos FONDECYT N° 1040072 “Prag-
mática histórica del español de Chile. Textualidades y contextos en el español de Chile del período colonial”
(2004-2007) y N° 1100722 “Memoria documental en textos chilenos del período colonial. Transcripción y
edición de manuscritos de los siglos XVI al XVIII” (2010-2012).
17
se el uso cotidiano de la lengua pues “en este último tipo de discursos el redactor tiende a
preocuparse más por el contenido de tales documentos y mucho menos de la forma” (2008:
66). De ahí, además, su preocupación por realizar ediciones paleográficas de los documen-
tos coloniales, pues estima que sólo de esa manera podremos “acercarnos a la documenta-
paleografía pero también la diplomática y la lingüística del corpus, posibilitando con ello la
Por ejemplo, el proyecto “La cotidianeidad en la sociedad chilena del período colonial. Tes-
timonios y documentos de los siglos XVI y XVII” (2002-2004), financiado por la Univer-
sidad de los Lagos, entre cuyos resultados se cuenta el artículo “La paleografía en la inves-
del español de Chile. Textualidades y contextos en el español de Chile del período colo-
libro Ilegibilidad y cotidianeidad (2005) y los artículos “Como editar textos coloniales”
del período colonial. Transcripción y edición de manuscritos de los siglos XVI al XVIII”
(2010-2012), cuyos coinvestigadores fueron Ricardo Molina Verdejo y Maura Salvo Epu-
período colonial (siglos XVI y XVII)”, ambos del año 2013, y la más importante: los tres
volúmenes de documentación de los siglos XVI, XVII y XVIII reunidos en el libro Memo-
ria documental en textos chilenos del período colonial (Saarbrücken: Editorial Académica
quista espiritual del Reino de Chile: una edición en capas del menologio jesuita de Diego
objetivos, una edición gráfica, una paleográfica, una crítica —siguiendo los criterios de la
BACh— y una modernizada del texto de Rosales22. Este proyecto liga, o al menos acerca, a
Contreras con el GRISO, pues su publicación tendrá lugar dentro de la colección “El Paraí-
cuyo consejo editorial se encuentra Ignacio Arellano (la dirección está a cargo de Manuel
dad Autónoma de San Luis Potosí) y que apuesta por una modernización gráfica siguiendo
los criterios editoriales del Grupo PROLOPE (Grupo de Investigación sobre Lope de Vega,
22
Una descripción general del proyecto puede revisarse en la siguiente dirección electrónica:
https://www.academia.edu/8905037/DIEGO_DE_ROSALES_CONQUISTA_ESPIRITUAL_DEL_REINO_
DE_CHILE2 (visitada el 3 de agosto de 2016).
23
El texto Libros desde el Paraíso. Ediciones de textos indianos (Coord. Manuel Pérez. Madrid/Frankfurt:
Iberoamericana/Vervuert, 2016) reúne una presentación de once de los dieciséis proyectos editoriales con los
que se iniciará la colección.
24
“En suma, las ediciones que compondrán la colección “El Paraíso en el Nuevo Mundo” presentarán sus
textos modernizados ortográficamente, considerando la dimensión histórica de la lengua y el propósito supe-
rior de respetar el sentido del texto, y no el estado original de la escritura; de modo que se modernizará la
19
Es importante tomar nota de esta colección, pues su gestación da cuenta de un pro-
grama editorial de amplio alcance y en el que el GRISO aparece muy involucrado. Esto
México —de hecho, es patrocinada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CO-
NACYT) de ese país—, el año 2015 se dio inicio, en el otro extremo del continente, a la
colección “Letras del Reino de Chile”. Esta colección es publicada por Editorial Universita-
ria y tiene como editor general a Miguel Donoso, como secretario a Joaquín Zuleta y entre
su consejo asesor se cuentan algunos especialistas ya mencionados acá, como Ignacio Are-
llano, Andrés Eichmann, Rafael Gaune, Raïssa Kordić, Cedomil Goić y Stefanie Mass-
mann. La colección se venía trabajando desde 2014 y en 2015 vio aparecer su primer núme-
ro: la segunda edición corregida de la Historia de todas las cosas que han acaecido en el
Reino de Chile y de los que lo han gobernado de Alonso de Góngora Marmolejo25. El tra-
bajo filológico estuvo a cargo, como es de suponer, de Miguel Donoso26. En cuanto a sus
ortografía, la acentuación, el uso de mayúsculas, la puntuación, al tiempo que se desatarán todas las abreviatu-
ras. No obstante, se procurará también un equilibrio fundado en el criterio de pertinencia fonológica para la
modernización; es decir, se respetarán aquellos elementos gráficos que expresen valores fonológicos y cuya
modernización acusaría cambios en el significado, con especial cuidado en los grupos cultos (-sc-, -pt-, etc.)
y, por supuesto, con especial cuidado también para con los elementos líricos incardinados a decisiones gráfi-
cas del autor” (Pérez 2016: 26). Respecto al grado de vinculación de Contreras con el GRISO, cabría sopesar-
lo a la luz del valor que Ignacio Arellano asigna a la paleografía: “En realidad la reproducción paleográfica no
surge de un criterio científico sino de una carencia técnica: es la manera más “fiel” de reproducir un texto en
una época que no dispone de otros medios. Insistir en ella en la era de la fotografía digital es completamente
irracional” (Arellano 2012: 20).
25
Según lo informa Arturo Matte Infante, gerente general de Editorial Universitaria, ya se estaría trabajando
en la reedición de cuatro títulos más. Información disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=168934 (visitada el 30 de julio de 2016).
26
Lo novedoso de esta edición es la declaración que figura en la portada del libro: “La publicación de esta
obra fue evaluada por el Comité Editorial de la Editorial Universitaria y revisada por pares evaluadores espe-
cialistas en la materia, propuestos por Consejeros Editoriales de las distinta disciplinas” (2015: 5).
20
… una colección de textos coloniales, indianos o virreinales escritos por au-
tores nacidos en Chile, o que vivieron en Chile, o bien que tienen como tema
central el reino de Chile, en el periodo comprendido entre 1520, año del des-
No deja de ser significativo que la colección replique el título del ya citado libro de
Cedomil Goić, que justamente fue publicado como sexto número de la Biblioteca Indiana.
Claro que la conexión no es simplemente onomástica, ya que las fechas que contempla la
colección de Editorial Universitaria son casi las mismas que indica Goić en la introducción
a su libro, donde afirma que “[l]a cronología de las Letras del Reino de Chile comprende
todo aquello que se haya escrito en el largo tiempo —tres siglos— que corre entre 1520 y
1820” (2006: 10). E incluso podría pensarse que la colección quiere hacerse eco de la aper-
tura textual que Goić propone en su libro27, pues anuncia la incorporación de géneros diver-
sos y no siempre contemplados en las colecciones coloniales. En suma, “Letras del Reino
de Chile” se presenta como un hito relevante en el contexto de las ediciones coloniales chi-
de trazar un arco temporal y textual lo suficientemente amplio como para dar cabida a dis-
27
Dice allí: “Letras del reino de Chile viene a ser todo lo que en lengua escrita u oral trata del país” (2006: 8).
21
Hasta acá se han aludido extensamente las publicaciones, los proyectos investigati-
vos y las redes constituidas alrededor de estas instancias, sin embargo, cabe hacer mención
igualmente de los eventos académicos que se han gestado en los últimos trece años, los que
han estado vinculados de una u otra forma a aquellas instancias y que también han servido
para ejercer presiones a favor de las ediciones filológicas y para demostrar, una vez más, la
por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y el GRISO, el que tuvo lugar en Val-
paraíso en noviembre de 2003 y cuyas ponencias fueron recopiladas más tarde en el libro
Temas del Barroco Hispánico (Ignacio Arellano y Eduardo Godoy, eds. Madrid/Frankfurt:
bajo el alero de Ignacio Arellano, Eduardo Godoy (Universidad de Chile) y Hugo Rolando
Cortés (Universidad de Valparaíso). Este congreso fue realizado en junio de 2007 en Valpa-
raíso y publicó sus actas al año siguiente en el libro homónimo Rebeldes y aventureros: del
Viejo al Nuevo Mundo (Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa eds. Ma-
nal ¡Ay mísero de mí! El cautiverio en la literatura del Nuevo Mundo: de las crónicas de
28
Es de resaltar que este libro inauguró la colección Biblioteca Indiana. A él aportaron con estudios Joaquín
Álvarez, Ignacio Arellano, Antonio Cortijo, Andrés Eichmann, Juan Manuel Escudero, Celsa García, Eduardo
Godoy, Nora González, Margaret Greer, Marco Huesbe, Carlos Mata, Andrés Morales, Carlos Orlando Ná-
llim, Tiziana Palmiero y Guillermo Marchant, José Pascual Buxó, Carlos Seoane, Romolo Trebbi y Jesús
Usunáriz.
29
Esta publicación correspondió al número 12 de la colección Biblioteca Indiana. El libro incorporó trabajos
de Ignacio Arellano, Andrés Cáceres, Julián Díez, Miguel Donoso, Eduardo Godoy, Guillermo Gotschlich,
Mariela Insúa, Antonio Lorente, Alfredo Matus, Carlos Mata, Andrés Morales, José Promis, Lygia Rodrigues,
Nicasio Salvador y Eduardo Thomas.
22
Indias a la época moderna”, coorganizado por el GRISO y la Pontifica Universidad Católi-
tiago en junio de 2009. Congreso que vio aparecer sus actas dos años más tarde en el libro
El cautiverio en la literatura del Nuevo Mundo (Miguel Donoso, Mariela Insúa y Carlos
editores declararon que “[l]a celebración de este encuentro evidencia la estrecha relación
Católica de Chile, con la que desarrolla desde hace ya varios años proyectos de investiga-
ción en conjunto, centrados sobre todo en el territorio de las crónicas de Indias” (8). Son
importantes estas palabras ya que no sólo reconocen la relación entre el GRISO y la PUC,
cuarto evento a citar es el “Congreso Internacional La guerra en los textos del Siglo de Oro:
de los Andes en octubre de 2012 en Santiago y cuyas actas se publicaron en 2013 en el ter-
cer número extraordinario de la revista Taller de Letras, coordinado y editado por Miguel
30
Número 27 de la Biblioteca Indiana. El volumen incluyó artículos de Eduardo Barraza, Vania Barraza,
Sarissa Carneiro, Miguel Donoso, Andrés Eichmann, Eduardo Godoy, Cedomil Goić, Carlos González y
Hugo Rosati, Mariela Insúa, Stefanie Massmann, Carlos Mata, Lygia Rodrigues, Osvaldo Rodríguez, Maca-
rena Sánchez, Olaya Sanfuentes, Silvia Tieffemberg y Miguel Zugasti.
31
El índice del número puede revisarse en http://dialnet.unirioja.es/revista/18176/A/2013 (visitada el 15 de
julio de 2016). En la introducción al volumen, Miguel Donoso insiste en la importancia del GRISO para los
estudios coloniales chilenos e hispanoamericanos, resaltando también la labor del CEI a través de la Bibliote-
ca Indiana: “Es conocida la importancia que el GRISO ha marcado en los últimos años en los estudios y edi-
ciones de obras del Siglo de Oro español, y no lo es menos el prestigio que ha ganado en el área de los estu-
dios y ediciones de textos coloniales, del cual es justamente reflejo la Biblioteca Indiana que publica Editorial
Iberoamericana-Vervuert, la cual se empina ya en torno al volumen 40 de la colección, con notables aportes
en el campo de los estudios coloniales y ediciones críticas, varias de las cuales han sido dedicadas a la litera-
tura chilena de esa época” (2013: 9). El número incluyó trabajos de Ignacio Arellano, Eduardo Barraza y
Hernán Delgado, Moisés Castillo, Sebastián Contreras, Miguel Donoso, J. Enrique Duarte, David García,
Carlos González y Hugo Rosati, Mariela Insúa, Stefanie Massmann y Rocío Rodríguez, Carlos Mata, Alejan-
23
menina en la América virreinal” (noviembre de 2014), coorganizado nuevamente por GRI-
dios Indianos (CEI) y el Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA). Las actas de este con-
greso fueron editadas por Miguel Donoso Rodríguez en el libro Mujer y literatura femenina
A esta serie de eventos cabe agregar —ya para ir terminando con este largo recuento
de presiones— dos números especiales de revistas. En primer lugar, el primer número ex-
fue coordinado por Miguel Donoso y que, según él mismo informa en la introducción al
volumen, fue posible “gracias a la iniciativa del GRISO” (2012: 7)33. En segundo lugar, el
número 85 (2013) de la Revista Chilena de Literatura, cuyo tema fue “Europa y América
colonial: transmigraciones y diálogos”, el que fue coordinado por Sarissa Carneiro en con-
dro Miranda, Javier de Navascués, Blanca Oteíza, Hugo Hernán Ramírez, Patricio Serrano, Silvia Tieffem-
berg, Martina Vinatea y María Inés Zaldívar.
32
El Instituto de Estudios Auriseculares (http://ideauriseculares.com/) tiene a su cargo la publicación de la
revista Hipogrifo (http://www.revistahipogrifo.com/index.php/hipogrifo) y de las colecciones “Peregrina” y
“Batihoja”. Dentro de esta última es que se incluyó el libro señalado, el que incorporó trabajos de Laura Paz,
Silvia Tieffemberg, Olimpia García, Nehad Bebars, Jéssica Castro, Rodrigo Faúndez, Stefanie Massmann y
Rocío Rodríguez, Joaquín Zuleta, Margarita Valencia, Juventina Salgado, Maribel Espinosa, Sofía Miranda,
Leonardo Sancho, Mariela Insúa, Silvia Alarcón, Martina Vinatea, Catherine Burdick, Miguel Donoso, David
García, Miguel Gómez, Javiera Lorenzini, Braulio Fernández-Biggs y María Quiroz.
33
Donoso añade a lo dicho: “Es conocida la importancia que este grupo de investigación ha marcado en los
últimos años en los estudios y ediciones de obras del Siglo de Oro español. No lo es menos el prestigio que
empieza a ganar en el área de los estudios y ediciones de textos coloniales, de lo cual es justamente reflejo el
Centro de Estudios Indianos de la misma universidad [Universidad de Navarra] y especialmente la Biblioteca
Indiana que publica Editorial Iberoamericana-Vervuert, la cual se aproxima ya al volumen 30 de la colección,
con notables aportes en el campo de los estudios coloniales y ediciones críticas, varias de las cuales han sido
dedicadas a la literatura colonial chilena. Esto explica el que varios trabajos que aquí se presentan correspon-
dan a investigadores del GRISO” (7). En el volumen participaron Ignacio Arellano, Álvaro Baraibar, Miguel
Donoso, J. Enrique Duarte, Blanca Oteíza, Andrés Eichmann, Judith Farré, Mariela Insúa, Pilar Latasa, Raúl
Marrero-Fente, Stefanie Massmann, Carlos Mata, María Inés Zaldívar, Silvia Tieffemberg, Javiera Jaque y
Sebastián Schoennenbeck. El número de la revista puede leerse completo en la siguiente dirección electróni-
ca: http://letras.uc.cl/html/6_publicaciones/pdf_revistas/taller/TALLER_LETRAS_NE1.pdf (visitada el 30 de
julio de 2016).
34
El número contó con aportes de Luis Íñigo-Madrigal, João Adolfo Hansen, Sarissa Carneiro, Ignacio Are-
llano, Esperanza López, Álvaro Baraibar, Jesús Usunáriz, Carlos Mata, Mariela Insúa, Nieves Pena, Alcir
24
Los datos aportados hasta acá permiten distinguir dos grandes etapas en la historia
de las ediciones filológicas de textos coloniales chilenos. Una primera etapa que puede fe-
charse entre 1967 (año de fundación del Seminario de Filología Hispánica) y 2001 (año de
publicación del Cautiverio feliz) y en la que resalta el trabajo de Mario Ferreccio Podestá,
quien desde el antedicho Seminario proyectó y ejecutó una serie de ediciones críticas, pri-
teca Antigua Chilena. Si bien esta etapa dobla en años a la segunda, las publicaciones no
fueron ni tan constantes ni tan numerosas; las mismas fechas de edición dejar ver lagunas
temporales entre unas y otras: 1969, 1970, 1984, 1992, 1996 y 200135. Por su parte, la se-
gunda etapa puede fijarse desde 2003 (año de realización del “Congreso Internacional Te-
mas del Barroco Hispánico”) hasta la actualidad —proyectándose varios años más—, y ella
lacionados con este grupo en la generación y/o financiación de congresos (cinco), libros
compilatorios (cuatro, y cinco si incluimos Letras del Reino de Chile de Goić), números
especiales de revistas (tres) y, sobre todo, ediciones filológicas, que cabe contabilizar apar-
te. Éstas suman ya cuatro publicaciones, una reedición y siete ediciones en preparación 36, a
textos coloniales.
Claro que el peso del GRISO no ha sido meramente cuantitativo. Las mismas ins-
Pécora, Carmen de Mora, Roberto Amigo, Bernat Castany, Javiera Lorenzini y Victoriano Roncero. Los ar-
tículos pueden leerse en el siguiente enlace: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_issuetoc&pid=0718-
229520130003&lng=es&nrm=iso (visitado el 25 de julio de 2016).
35
Cabe matizar estas palabras señalando que las lagunas aludidas se explican por lo “demorada” y “cautelosa”
que es la crítica textual, como el mismo Ferreccio Podestá lo hace ver (“Comentario” 133).
36
En la lista no se incluyen los libros de Manuel Contreras Seitz Ilegibilidad y cotidianeidad (2005) y Memo-
ria documental en textos chilenos del período colonial (2013).
25
activación de una red intelectual en cuya formación no poca incidencia han tenido los
miembros del grupo o los especialistas ligados a él: han organizado congresos, han coordi-
(principalmente en la colección Biblioteca Indiana). Tales instancias son las que han ido
anudando la red, y en ese proceso descuellan principalmente los nombres de Ignacio Are-
llano y Miguel Donoso. En particular este último, pues, desde la Pontificia Universidad
Católica de Chile primero y desde la Universidad de los Andes después, ha gestionado va-
rios de esos eventos, constituyéndose por tanto en un actor central en la relación entre el
terios comunes, que se ven potenciados a través de las antedichas instancias, como concep-
ciones compartidas respecto del trabajo filológico. Entre éstas pueden considerarse: la prio-
punto de partida necesario para el estudio literario38, y el consenso sobre determinados cri-
terios fonografemáticos (como quedó señalado más arriba). De ahí que sea significativo el
hecho de que Miguel Donoso haya recibido una formación filológica en la Universidad de
Navarra, pues eso favoreció la articulación con el GRISO; y de ahí, también, el que una
especialista como Raïssa Kordić, que se formó en la primera etapa al alero de Ferreccio
Podestá, haya podido integrarse en la segunda, pues los criterios textológicos de la BACh
37
Raïssa Kordić —siguiendo también a Ferreccio Podestá (1991)— ha insistido bastante sobre este punto,
especialmente al contrastar las ediciones hechas por filólogos con las ediciones hechas por historiadores y
bibliófilos, a las que califica de “catastróficas” (2006: 194. Nota 12), propias de la “impericia filológica”
(2007) y carentes de cualquier valor reconstructivo (2010: 284). Pese a ello, considera necesario un trabajo
interdisciplinario en la edición de textos coloniales, principalmente porque la filología chilena es más lingüís-
tica que histórica o literaria (2007; 2015: 9).
38
En la introducción al primer número extraordinario de Taller de Letras, Miguel Donoso concuerda con
Ignacio Arellano respecto de “la importancia que el trabajo filológico tiene como punto de partida para cual-
quier estudio literario sobre la Colonia” (2012: 7).
26
convergían con los del GRISO-CEI. En suma, lo que aquí se plantea es que ha sido durante
esta segunda etapa que se ha presionado más efectivamente sobre los límites de los estudios
literarios chilenos en pro de reconocer el valor de la edición filológica, presiones que han
sido tanto cuantitativas (el número de actividades lo demuestra) como cualitativas (eviden-
ciadas por la formación de una red intelectual y la promoción de ciertas concepciones sobre
el trabajo filológico).
Si en los apartados anteriores fue necesario recurrir a una gran cantidad de datos, en
esta última sección lo que corresponde, más bien, es inferir y aun especular. Porque la pre-
gunta que cabe responder ahora es la pregunta por las repercusiones que la revaluación de
las ediciones filológicas de textos coloniales puede tener en el marco de los estudios litera-
rios coloniales locales, cuestión difícil de determinar con plena certeza en estos momentos.
Por ende, al tener que pensar más en posibilidades que en certidumbres, lo más pertinente
es sondear las oportunidades que tal revaluación abre. Y no sólo eso, pues así como se pue-
den activar oportunidades, también se pueden producir limitaciones. De modo que, al ha-
Las principales oportunidades que se abren tienen que ver con la generación de nue-
vas ediciones filológicas. De partida, por un asunto práctico, pues, si la “edición filológica
en editorial con comité y evaluación externa” o “interna” constituye el mejor puntaje dentro
gular 2017 Lingüística, Literatura y Filología” del FONDECYT, parece obvio que habrá un
27
mayor interés por producir este tipo de ediciones con tal de lograr una alta puntuación en
ciones filológicas puede verse estimulada no sólo por un interés práctico. También puede
cuanto se valore el hecho de que la edición filológica asegura el trabajo con la versión con-
fiable de un texto. En ese sentido, lo que podría suscitarse —y que en parte ya se da— es
una toma de conciencia respecto de la necesidad del trabajo y de la edición filológicos, es-
pecialmente entre quienes nos dedicamos a estudiar la literatura colonial (en su sentido más
Ahora bien, la asunción del valor y la necesidad de la edición filológica puede des-
que con los nuevos criterios del FONDECYT se estimule la producción de nuevas edicio-
nes filológicas de textos coloniales, es muy probable, entonces, que resulte necesario contar
con más especialistas capaces de cumplir con ese propósito. Por lo demás, el número de
filólogos existentes en Chile no parece ser muy elevado. De una parte, esto puede ser un
39
Aunque creo que más entre los primeros que entre los segundos. En primer lugar, en los “Criterios de Eva-
luación Curricular Concurso Regular 2017” para el área de Historia no se habla de “edición filológica” sino
que de “edición crítica”, y a ésta se le asignan sólo tres puntos; por ende, difícilmente los historiadores asu-
man como una exigencia el trabajar con textos editados filológicamente. En segundo lugar, la prueba tangible
de esta prescindencia o no necesidad de la filología es que los documentos que se han publicado en los últi-
mos años no están transcritos de esa forma (por ejemplo: Los parlamentos hispano-mapuches, 1593-1803:
textos fundamentales. José Manuel Zavala, ed. Temuco, Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2015.
Impreso; Jaime Valenzuela Márquez. Fiesta, rito y política. Del Chile borbónico al republicano. Santiago de
Chile, DIBAM/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2014. Impreso; Carolina González Undurraga.
Esclavos y esclavas demandando justicia. Chile 1740-1823. Documentación judicial por carta de libertad y
papel de venta. Santiago de Chile: Universitaria, 2014. Impreso; María Ximena Urbina. Fuentes para la his-
toria de la Patagonia Occidental en el periodo colonial. Primera parte: siglos XVI y XVII. Valparaíso: Edi-
ciones Universitarias de Valparaíso, 2014. Impreso). Por último, hasta cierto punto resulta comprensible que
la disciplina histórica prescinda de la filología, pues mientras ésta se aboca usualmente a la edición de textos
largos (poemas épicos, crónicas, epistolarios, etc.), la historia debe sumar a ellos el trabajo con documentos
mucho más breves y de distinta naturaleza. Por lo tanto, si los historiadores tuviesen que trabajar con textos
editados filológicamente, probablemente gran parte de sus investigaciones se verían retrasadas o aplazadas,
pues —como reconocía Ferreccio Podestá— la crítica textual resulta “demorada” y “cautelosa”. Por supuesto,
esto no significa que la filología, y también la paleografía, no puedan trabajar conjuntamente con la historia.
Todo lo contrario, debería estimularse esta reunión de esfuerzos y la conformación de equipos de trabajo.
28
estímulo para que quienes nos desempeñamos en el campo de los estudios literarios comen-
especializados, tomando en cuenta que ello implicaría invertir una gran cantidad de tiempo
“la tiranía del paper” —y de los fondos de investigación, podría añadirse— seguramente
tación a desarrollar en tiempos más acotados que los de un posgrado. Otra opción es la con-
formación de equipos de trabajo que cuenten con un especialista en filología, quien podría
nunca deja de ser precaria y frágil— no somos los únicos que podríamos especializarnos. El
estímulo a las ediciones filológicas puede ser una muy buena oportunidad para gestionar
sus mallas curriculares, de modo de formar nuevos especialistas capaces de realizar nuevas
ediciones41. Así, además, a los estudiantes se les ofrecería una salida concreta en términos
de investigación, e inclusive se les podría presentar una salida laboral. Ahora, todo esto
exigiría al menos dos condiciones. Primero, la existencia de especialistas que pudieran ha-
cerse cargo de estos programas de estudio, por lo que su aplicación no podría hacerse en el
40
Dedicar tiempo a un posgrado podría, por ejemplo, poner en riesgo la mantención de un puesto de trabajo,
particularmente en el caso de quienes ya cuentan con un doctorado.
41
Vale destacar, en este sentido, el Diploma de Extensión Estudios Documentales de la Colonia Chilena, que
desde el año 2008 dirige Raïssa Kordić en la Universidad de Chile, programa que se propone transformar en
un posgrado. Información disponible en el siguiente enlace:
http://www.filosofia.uchile.cl/cursos/117729/diploma-de-extension-estudios-documentales-de-la-colonia-
chilena (visitado el 5 de septiembre de 2016).
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corto plazo en cualquier lugar. Segundo, la generación de equipos de trabajo y de proyectos
momento, las ediciones filológicas realizadas han correspondido al ámbito más bien litera-
rio —con la consabida indefinición que este término tiene para el periodo colonial. Esto es,
autobiográfico y/o novelesco y el epistolario (Kordić 2006: 192-4). El trabajo conjunto con
Raïssa Kordić en Testamentos coloniales chilenos y por Manuel Contreras Seitz en sus nu-
tender hacia una amplitud temporal, puesto que hasta ahora se ha privilegiado mayormente
el trabajo con textos de los siglos XVI y XVII y con aquellos ligados a tradiciones literarias
del XVIII y el XIX, ligados, muchos de ellos, a tradiciones literarias o corrientes de pensa-
Ahora bien, independientemente del hecho de que se logre ejecutar nuevas ediciones
y formar nuevos especialistas, no se puede desconocer que, con las ediciones ya realizadas
y con las que se encuentran en preparación, se está efectuando un gran aporte al campo de
los estudios coloniales chilenos. No sólo porque se pone a disposición del público especia-
por esta literatura. Se podría suponer que la disponibilidad textual facilitaría abordajes ya
del trabajo filológico sería el desarrollo de más estudios sobre los mismos textos editados42.
Más ediciones, más especialistas y más estudios: ésas son algunas de las oportuni-
ediciones no filológicas de textos coloniales, que justamente son las que existen en mayor
número y se hallan más accesibles (en formato digital, por ejemplo), y que hoy ya no son
del FONDECYT. Por una parte, dudar de su confiabilidad puede retrasar investigaciones ya
en curso, e inclusive suscitar dudas respecto a resultados ya obtenidos. Por otra, su descon-
sideración entre los criterios del FONDECYT puede desincentivar o frenar la ejecución de
ediciones no filológicas. Pese a ello, estas mismas situaciones pueden funcionar como in-
centivos para la formación de nuevos especialistas. Por lo pronto, guste o disguste, hay que
asumir que no se puede esperar a que un texto esté editado filológicamente para recién co-
esfuerzo similar, en principio ambas no se evaluarían de la misma forma. Podrá ser cierta la
42
Con todo, cabe ser cautos en este punto, pues muchas veces los nuevos estudios que se elaboran son resul-
tados de los mismos proyectos de edición de los textos. Cabría revisar cuántos nuevos trabajos se han publi-
cado tras la aparición de ediciones filológicas y quiénes han sido sus autores.
43
Literalmente, podríamos morir esperando. Según los cálculos de Manuel Contreras Seitz, sólo para trans-
cribir —ni siquiera editar o anotar— una cantidad de 5536400 fojas existentes en el Archivo Nacional de
Santiago —que corresponden sólo a algunos fondos—, se necesitaría un tiempo mínimo de 211 años (2013a:
72-3).
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aseveración de Ignacio Arellano en cuanto a la “irracionalidad” de la reproducción paleo-
gráfica en la era de la fotografía digital, pero sólo para algunos casos, como los documentos
dieciochescos, cuya grafía es más parecida a la nuestra. Sin embargo, documentos del siglo
XVII y sobre todo del XVI, aun cuando medie la mejor digitalización posible, se manten-
drían igual de ilegibles para quienes no somos expertos en filología o paleografía. Más per-
tinente sería plantear la discusión en términos de por qué una edición filológica es mejor
que una paleográfica, aunque la validez de este debate también sería cuestionable. Recor-
demos que la labor paleográfica de Manuel Contreras Seitz tiene el objetivo de estudiar
ladas aquí. En consecuencia, lo que conviene es llamar la atención respecto a que la reva-
de ser así, los estudios literarios coloniales se verían más inhibidos que promovidos, más
la edición paleográfica debe ser juzgada según los criterios aplicados a la edición filológica,
cular Concurso Regular 2017 Lingüística, Literatura y Filología”. Puede llegar a aceptarse
que de aquí en más la edición filológica adquiera una mayor valía, pero no parece correcto
44
Quizá hablar de “edición paleográfica” resulte contradictorio en tanto esta disciplina no se incluye explíci-
tamente en el área de “Lingüística, Literatura y Filología”; ello explicaría la omisión. Aun así, me parece
importante hacer notar esta indistinción.
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ni justo desconocer trabajos no filológicos que también constituyen aportes relevantes para
arriba, los especialistas capaces de realizar una edición filológica hoy en día son pocos, por
filológica también parece haber implícita una indefinición respecto a lo que es una “edición
crítica”: mientras que para los filólogos la edición crítica es una edición más disciplinar, o
sea, la edición filológica misma, para los investigadores en literatura la edición crítica tien-
de a asociarse a un análisis más interdisciplinario. En ese sentido, hay que tomar con cierta
del trabajo interdisciplinario a la hora de abordar el estudio de textos coloniales (algo im-
45
Pienso, por ejemplo, en el caso de la edición del Manifiesto apologético de los daños de la esclavitud del
Reino de Chile (1670) del jesuita Diego Rosales, que realizó el historiador Andrés Prieto y que fue publicada
en 2013 por Editorial Catalonia. Si bien no se trata de una edición filológica, la transcripción modernizada
facilita la lectura, y el conjunto de notas, además del informado y crítico estudio introductorio, contextualizan
muy bien el texto y permiten comprender las implicancias de las prácticas esclavistas en la formación de la
sociedad colonial chilena. Al respecto, puede revisarse la reseña de Bryan Green a la edición de Prieto (Taller
de Letras 54 (primer semestre 2014): 213-219).
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plícito en su propuesta de “dignificar los estudios humanísticos chilenos”). De otro, sin
embargo, puede decirse que la complementación que demanda entre “historiadores, filólo-
gos, lingüistas y literatos” implica una distinción disciplinaria que, al menos en el caso de
rios no constituyen una disciplina, como desde ya varios años se viene reconociendo (Cu-
ller 2000: 29-40). Por el contrario, éstos pueden recurrir a diversas disciplinas o saberes
para encarar el análisis de un texto o de un conjunto de textos. Con esto, por supuesto, no se
apunta a renegar del trabajo en equipo. Lo que se sostiene, por una parte, es que la crítica
literaria no puede asimilarse a la crítica filológica; por otra, se propone tomar en cuenta que
las cuales se conecta un texto —como parece ser el caso en los análisis hechos por filólo-
gos46—, sino que también pueden abordar aspectos “menos” literarios, como las distintas
relaciones de poder en las cuales se inscribió, los efectos que generó, los afectos que explo-
tó, etc. De este modo, puede resultar conveniente, entonces, distinguir y valorar diferencia-
cipio importante para establecer criterios de evaluación distintivos frente a otras áreas (que
tienden a priorizar criterios de utilidad y relevancia), conviene resguardar que esos criterios
no acaben por homogeneizarse y/o por homogeneizar disciplinas o campos de estudio disí-
de la edición filológica y, por tanto, de la filología, sería interesante poner en relación este
46
Lo que, por cierto, de ninguna manera implica desconocer la relevancia de estas aproximaciones, necesarias
en el caso de textos producidos en relaciones coloniales de poder.
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acontecimiento con otras propuestas formuladas desde el ámbito de los estudios literarios,
“archifilología” de Raúl Antelo, que apuesta por la actualización del pasado y el entrecru-
Un último punto sobre el cual quiero reparar dice relación con la exigencia de que
las ediciones filológicas se realicen “en editorial con comité y evaluación” (externa o inter-
na). En primer lugar, el hecho de que deban ejecutarse en editoriales da cuenta del privile-
gio del formato libro por sobre cualquier otro formato. Por una parte, esto se puede enten-
der como algo positivo en cuanto atiende a un reclamo largamente formulado desde las
Humanidades: la valoración del libro y no sólo del paper o artículo de investigación49. Sin
embargo, por otra parte la medida deja sin reconocimiento a las ediciones filológicas que se
hayan publicado en revistas, a menos —supongo— que éstas sean consideradas como edi-
toriales, que sean dependientes de editoriales o que las ediciones se incluyan en la sección
caso pasarían a ser evaluadas no como ediciones filológicas sino como artículos propiamen-
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“La verdadera lectura es una lectura activa; supone adentrarse en los procesos de lenguaje que de hecho se
desarrollan en las palabras y revelar lo que pueda estar oculto, incompleto, enmascarado o distorsionado en el
texto al que nos enfrentamos. Así pues, según esta concepción del lenguaje las palabras no son indicadores o
significantes pasivos que sustituyan a alguna realidad superior; son, por el contrario, un elemento constitutivo
esencial de la propia realidad” (2006: 83).
48
“La tarea de una archifilología no asume el método histórico de forma acrítica, sino que se cuestiona acerca
de las políticas del tiempo e incisivamente se pregunta si alguna de ellas no ha sido cómplice quizás en la
destrucción de valores culturales. El objeto de lo que podríamos llamar una archifilología no es pues la repre-
sentación de algo ya dado, sino la idea o el gesto crítico que nos permitan barajar y dar de nuevo, porque
nunca se repite lo pasado, sino que sólo se accede a aquello que de ese pasado camina hacia el futuro. No se
afirma ni la unidad de objeto disciplinario, ni su inmovilización temporal: espacios y tiempos heterogéneos no
cesan de cruzarse, confrontarse, encabalgarse o amalgamarse en una lectura archifilológica. Prestar atención a
esas constelaciones de elementos, configuraciones de sentido o encabalgamientos de valores implica recono-
cer que dichas constelaciones, configuraciones y encabalgamientos están regidos por el con, por la articula-
ción, más que por una esencia autónoma, pretendidamente común o compartida” (2016: 162-3).
49
En rigor, los seis criterios de evaluación curricular del FONDECYT se reparten entre artículos (3) y libros-
capítulos de libros (3).
35
te tales). En segundo lugar, el hecho de que las editoriales deban contar “con comité y eva-
luación” externo o interno también puede resultar restrictivo, pues no cualquier editorial
tiene la posibilidad de financiar evaluaciones. Además, con ello se coarta la opción de efec-
dos científicos a la hora de evaluar (Loyola, en línea). Inclusive, con este tipo de medidas
editorial con comité y evaluación interna”, para la cual sólo se pide “adjuntar certificado de
aprobación del Comité Científico o Editorial”. ¿Cuántas especificaciones debe contener ese
certificado? ¿Cómo se acredita que cada uno de los miembros del comité científico o edito-
asignada a las ediciones filológicas, y de seguro algunas de las cosas comentadas acá po-
drán reelaborarse y discutirse. Ojalá pueda ser así. Por lo pronto, mi interés no ha sido otro
que reparar en un hecho significativo para los estudios literarios coloniales y llamar la aten-
ción tanto sobre las oportunidades que este hecho abre como sobre las limitaciones que
momento particularmente sensible para las Humanidades: cuando se reclama una justa va-
loración suya (y de las Artes) a nivel público y educacional y cuando se pone en el tapete el
36
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