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En este Tema se debe dar razón de que el hombre es faber. Es más, es el único
ser que trabaja. Estamos, pues, ante un asunto netamente humano. En efecto, Dios
propiamente no trabaja (actúa, pero no trabaja); tampoco las acciones de los ángeles se
pueden considerar trabajo (sus actos son inmanentes, no son acciones transitivas); y
tampoco los animales en sentido estricto desarrollan un trabajo, porque con las acciones
que desarrollan ellos mismos no pueden mejorar o empeorar como animales1. El hombre
cualquier hombre, en cambio, mejora o empeora trabajando y, también, dejando de
trabajar2.
1 Así, el buey que ara no mejora como buey, como tampoco el mulo que carga mejora como mulo; ni el
caballo de carreras es más caballo que ese otro en estado salvaje, ni la cacatúa que sabe andar en patinete ha
desarrollado más que las demás lo esencial de su especie.
2 No es sólo un problema de vagancia, sino el que afecta, por ejemplo, a los jubilados. En efecto, si éstos
han crecido según virtud durante tantos años de su vida precisamente al trabajar, al dejar de hacerlo, deben
ocuparse de otras actividades para que su crecimiento virtuoso siga en aumento.
3 CORREAS, G., op. cit., 294.
4 Cfr. POLO, L., “Conocimiento y trabajo”, en Cuadernos Empresa y Humanismo, Pamplona, 8 (1988),
45-49; “El hombre en la empresa: trabajo y retribución”, Cuadernos de Empresa y Humanismo, 32 (1990), 27-
35; MELENDO, T., La índole personal del trabajo humano, Ibidem, n. 21; NAVARRO, M., Trabajo, cuestión
clave, Madrid, Palabra, 1990; BUTTIGLIONE, R., El hombre y el trabajo, Madrid, Encuentro, 1984.
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el ser humano da mucho más de lo que recibe; a nivel de esencia, irrestictamente más; y a
nivel de acto de ser personal, por mucho que dé no se gasta. La persona es dar. Ahí tenemos
otro de los radicales personales. Se introduce el tema del trabajo para que, a través de él,
que es una manifestación esencial (y habitual en todo hombre), podamos encaminarnos a
conocer esa peculiar nota distintiva del núcleo personal humano, del ser, que es donante,
oferente (del que se tratará directamente en el Capítulo 16).
Para exponer la índole del trabajo es preciso, pues, ver el nexo de conexión de lo
que el hombre hace con él mismo como persona. En efecto, al ejercer cualquier acción
externa, nosotros no somos inmunes a las repercusiones de ella en nosotros. Uno mejora o
empeora por dentro al actuar externamente, al desempeñar cualquier trabajo. El crecer
intrínseco queda referido a la inteligencia y a la voluntad; y tal crecimiento –como se
recordará del Tema 7–, son los hábitos y virtudes respectivamente. ¿Cuándo se produce
ese crecimiento? Con lo que se puede llamar el “primer trabajo”. Además, este trabajo
puede darse sin transformación ninguna de la realidad física, aunque acompaña siempre a
nuestras actuaciones si éstas se dan. Este primer trabajo también es una donación, pues con
él la persona humana perfecciona su propia esencia.
5 El hombre no es origen de la Naturaleza. Por tanto, tampoco su dueño último. El hombre no es origen
de su naturaleza. Por consiguiente, tampoco su dueño último. El autor de ambas es Dios, y por Él merecen
respeto ambas realidades.
6 POLO, L., Ética socrática y moral cristiana, julio 1994, pro manuscripto, 14.
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dirían los clásicos–. La elevación como persona sólo es “tarea o trabajo” reservado a Dios.
Por tanto, el primer trabajo de la persona humana es perfeccionar inmanentemente su
esencia, aquello de su disposición que es intrínseco7. El trabajo es, por tanto, manifestación
del dar personal, porque es un aportar actividad a lo que antes carecía de ella, y en primer
lugar, es aquel dar perfeccionante que cada uno otorga a sus facultades superiores.
El que el hombre esté hecho para trabajar según el conocido texto del Génesis, es
una buena descripción de la naturaleza y esencia humanas, no de la persona, y significa
que el hombre debe dar, aportar perfección a la realidad perfeccionándose él mismo. La
primera realidad perfectible es, como se ha dicho, su esencia, y derivadamente su
naturaleza. Por eso el hombre que no trabaja miente como hombre, es decir, se
deshumaniza. Esa mentira es un autoengaño. La ausencia voluntaria de laboriosidad es la
mentira más básica –ontológica, diría un filósofo–, que atañe al hombre respecto de su
esencia. La segunda mentira a ese nivel es el trabajar mal, la chapuza, porque con ella el
hombre en vez de perfeccionarse a sí mismo se envilece.
2. Tipos de trabajo
7 A esto obedece seguramente la distinción entre trabajo subjetivo y trabajo objetivo que establece JUAN
PABLO II: “el trabajo es un bien para el hombre -es un bien de su humanidad- porque mediante el trabajo el
hombre no sólo trasforma la naturaleza adaptándola a sus propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo
como hombre, es más, en cierta medida se hace más hombre”, Laborem exercens, n. 9, 3. Por lo demás,
advierte el Papa sin trabajo no hay familia “ya que ésta exige los medios de subsistencia que el hombre
adquiere normalmente mediante el trabajo”, Ibid., n. 10. 2.
8 El lenguaje es “un descenso del conocimiento hacia la práctica. Y en este sentido es instrumental”,
POLO, L., “Ser y comunicación”, en Filosofía de la comunicación, Pamplona, Eunsa, 1986, 70. Por eso, “tiene
sentido decir que el lenguaje humano es efectivamente pragmático, o que hay que construirlo. El lenguaje es
del orden de la poiesis. De manera que sin una voluntad de comunicación no hay lenguaje”, Ibid.
3
También inhabilita al lenguaje el uso de éste para criticar, difamar, gritar, mostrar
superioridad, etc., porque en esa tesitura quien escucha tiende a dejar de hacerlo, y sin
escucha de nada sirve hablar. Los historiadores se han percatado de que el trato cordial
mutuo entre presidentes de naciones con idearios muy distintos e incluso opuestos, siempre
ha conseguido buenos resultados. En cambio, el uso de un lenguaje político que se ceba en
el vituperio personal de otros representantes estatales, de líderes políticos de otros partidos,
etc. no contribuye a nada positivo y entorpece a quien así enjuicia a los demás. Eso sucede
no sólo porque quien se deja atar por ese lazo cede al vicio, sino también porque esas
críticas miran más al pasado y al presente que al futuro, pero si el hombre es un ser de
proyectos… hay que buscar proyectos en común. ¿Y si los demás no quieren? Respetar su
libertad, porque así aseguramos también que respeten la nuestra.
Todo hombre aporta más que recibe a lo largo de su vida: también los niños y los
ancianos. En efecto, los niños, con su cariño, sencillez, etc., nos ofrecen la posibilidad de
que los demás ganemos más por dentro, que mejoremos en nuestro saber y querer, en lo
que se ha llamado el primer trabajo. Los ancianos también nos permiten crecer en ese
ámbito, no sólo con su ejemplo, experiencia, consejo, etc., sino también en la oferta que
nos brindan para que les ayudemos. También los jóvenes y maduros, con su vida y su
trabajo, aportan más que consumen. ¿Y los que sólo buscan lo suyo y poco aportan? “A
mocedad ociosa, vejez trabajosa”9, decía el refrán; y aunque su vejez no fuese trabajosa,
será lamentable, porque tarde o temprano se verá con las manos (internas y externas) vacías
de buenas obras. A ese lamento personal el cristianismo añade un acento de especial
gravedad, porque afirma que al final de esta vida uno será juzgado según sus obras10.
240-252.
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El hombre puede tratar a nivel de manifestaciones con el mundo y también con
las demás personas. Ello es así porque en su persona es coexistente con el mundo y con las
demás personas. En efecto, la acción laboral tiene como fuente que la persona humana es
un ser coexistente con el cosmos. La acción social tiene su raíz en que la persona es en su
interior coexistencia con las demás personas. Suele reiterarse que el hombre es social por
naturaleza. Pero puede añadirse que la esencia de cada persona (de cada acto de ser) se
abre esencialmente a dos tipos distintos de esencias: la esencia del universo y la esencia de
las demás personas. Respecto de la esencia del universo, la esencia humana se corresponde
por medio de la praxis productiva, el trabajo. Con relación a la esencia de las demás
personas en sociedad, la esencia de cada persona se corresponde, sobre todo, por medio de
la praxis lingüística. A su vez, ambas se deben subordinar a la praxis ética.
Cada hombre es en su intimidad una coexistencia con el mundo y con los demás.
Por eso en el plano manifestativo el hombre es un ser social por naturaleza (más aún, por
esencia). Ello indica en el plano de las manifestaciones que un hombre sin trabajo y sin
trato con los demás se empobrece, porque deja de perfeccionarse al mejorar el mundo, y
deja de aprender de la riqueza inagotable que da cada persona por medio de sus acciones.
Para aprender debe aceptar las condiciones de la naturaleza física, y también las acciones
positivas de los demás. Y para aceptarlas, uno debe aceptar previa y personalmente al
mundo y a los demás (a éstos, como personas). Si no los acepta, se pierde el sentido de la
coexistencia. Y si éste sentido se desvanece, se imposibilita la acción laboral e
interpersonal en el plano social o manifestativo12. ¿Y si no aceptan nuestro trabajo a pesar
de que esté bien hecho? ¡Qué le vamos a hacer! No somos monedas de euros al alza que a
todos parecen gustar.
12 Por eso, en las relaciones que se denominan de gobierno, cuando el que habla o manda no aprende de
su interlocutor o de quien obedece, la política se convierte en economía, pues no se mira a la perfección
intrínseca que cada uno puede lograr de su relación con los demás, esto es, el mejoramiento de los que hablan
y escuchan, sino que se terminan buscando intereses extrínsecos materiales, y por ello, lucrativos.
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última instancia, aceptándolo o no”13. Obviamente, estos destinatarios no son todos iguales,
sino distintos realmente; por ello, los inferiores se deben supeditar al superior.
El estudio favorece los hábitos de la inteligencia, que son diversos, puesto que
las parcelas de la realidad a conocer también lo son. Los hábitos son más o menos altos en
la medida de los temas que se conozcan, es decir, son jerárquicos. La voluntad mejora a
través del trabajo, pues merced a él adquiere virtudes referentes a uno mismo y también a
los demás, esto es, virtudes sociales. Estudio y trabajo son, pues, dos realidades humanas
de las cuales el hombre no debe prescindir, porque sin ellas se deshumaniza, ya que sin
ellas no llega a disponer. Lo más alto de lo que se adquiere son los hábitos de la inteligencia
y las virtudes de la voluntad. De ahí que el estudio amoroso de la verdad, y el trabajo
constante, en el que intervienen la inteligencia como la voluntad, sean para el hombre
sumamente convenientes. Daremos sólo lo que sepamos, y lo daremos según el querer con
que apreciemos las realidades conocidas.
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Tras la adquisición del saber hay que trasmitirlo, y lograrlo de modo que sean
asequibles a los demás, en breve tiempo, aquellos descubrimientos nuestros que nos hayan
llevado gran número de horas de investigación o de saber acumulado tras darles vueltas a
las experiencias de nuestra vida. El que sabe no se cansa de aprender; tampoco de dar, pero
no trivializa lo dado, porque el don es aquello en que se ha empleado una persona y aquello
que va destinado a personas. Por eso la despersonalización del trabajo es deplorable.
16 PÉREZ LÓPEZ, J. A., Teoría de la motivación en la empresa, glosado por POLO, L., “El hombre en la
empresa: Trabajo y retribución”, Cuadernos de Empresa y Humanismo, Universidad de los Andes, 1, 27-35.
17 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, l. X, cap. 7, 1177 b 4-5.
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vida como un don de Dios, dormir supone una muestra de confianza y abandono en sus
manos. Durante la vigilia estos últimos realizan su trabajo del mejor modo que pueden y
está en su mano, y luego: ¡Dios añadirá! Un hombre se explica la índole del dormir humano
porque sabe que Dios existe.
El acto de ser del hombre es persona, y el ser personal no está hecho para
cansarse, pero si abdica de sí aparece un cansancio muy agudo. Lo que más cansa al ser
personal humano es su progresiva pérdida, que se manifiesta en forma de tristeza. La
persona que acepta su ser no necesita descansar porque es descanso. Descanso a ese nivel
es paz. Paz, que es íntima e incomprensible sin trato con Dios18. Tampoco es apropiado
decir que Dios descanse, a menos que se diga metafóricamente, sino que es descanso
eterno. Si Dios es personal y es descanso, también la persona humana debe serlo al menos
en proyecto, puesto que es imagen suya. Si la persona humana no está diseñada para
cansarse, y es claro que algunos no se cansan de ser personas, ¿por qué la naturaleza
humana no sólo se cansa sino que además muere? Porque no ésta suficientemente unida a
la persona humana. ¿No sería más lógico que lo estuviera? Sin duda alguna. Entonces, ¿por
qué no lo está? Porque su unión con ella está herida. ¿Por qué se ha producido tal herida?
Por ninguna razón, sino precisamente por falta de ella19.
En rigor, todo descanso adquiere un sentido distinto en cada quién según cómo
éste se sepa o no, más o menos, la persona que es. Para un cristiano, por ejemplo, el
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descanso dominical está mucho más lleno de sentido divino que para quién no lo es.
Admite, a su vez, que el descanso final, el del Cielo, sólo es para aquellos que han sabido
descansar en esta tierra. No para quienes quieren descansar, puesto que eso lo persiguen la
mayoría, sino para los que saben descansar de acuerdo con el ser distinto e irrepetible que
cada uno es. Pero esto no es sólo cristiano, pues todo hombre está abierto a Dios. Por el
contrario, para quien prescinda de Dios, por el contrario, no sabrá descansar según uno es,
puesto que desconocerá su intimidad y el sentido radical de su propio ser y de su vida, que
sólo Dios puede manifestarle, sino que descansará según él quiera o se le antoje. ¿El mejor
descanso? Estar a solas con el mejor Amigo: estar a solas con Dios. En suma, saber
descansar en esta vida no sólo es una necesidad para el cuerpo, sino que es pregustar o
comprender que en la vida personal no cabe cansancio, y que uno está llamado a ser
descanso eternamente feliz.
4. ¿Cultura o “culturalismo”?
20 Cfr. POLO, L., Derecho de propiedad y la cultura humana, Urio, 1964, pro manuscripto. CHOZA, J., La
realización del hombre en la cultura, Madrid, Rialp, 1990; LLANO, A., Ciencia y cultura al servicio del hombre,
Madrid, Dossat, 1982; GÓMEZ PÉREZ, R., Raíces de la cultura, Madrid, Dossat, 1983; El desafío cultural,
Madrid, B.A.C., 1983.
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Notas intrínsecas de la cultura son la multiplicidad inagotable de productos
factibles y el carácter no definitivo de ellos. En efecto, podemos fabricar, por ejemplo, un
bolígrafo o un ordenador, o cualquier otro artilugio para escribir, pero ninguno de ellos es
culminar. Todos son posibles y ninguno es una posibilidad última. Todo lo que nos han
legado nuestros antepasados que se ha recogido en la historia, es un cúmulo de
posibilidades abiertas al futuro, a ser nuevamente desarrolladas por el trabajo humano, o a
ser olvidadas unas para dar sólo cauce a otras. Ahora bien, sobre ninguno de esos inventos
o artilugios pesa la prohibición de un ulterior desarrollo o transformación. En conclusión,
la cultura es incapaz de culminación. Si el hombre esperara a culminar como hombre
cediendo toda su confianza a lo cultural se frustraría, puesto que ésta no cierra y, además,
por perfecta que sea, no llena los anhelos del corazón humano. La ética es superior a la
cultura. Con todo, tampoco el hombre puede culminar éticamente, porque la virtud carece
de término perfectivo, pues siempre se puede ser más virtuoso, es decir, crecer según virtud.
Por eso la ética es para la persona, no la persona para la ética. Quien es culminar es la
persona humana, y no desde sí.
21 Los de ciudad suelen decir de la gente del campo que no son tan cultos como ellos, que carecen de
sentimientos delicados, etc., Pero, precisamente por eso, “no se molestan ni ofenden por cosas que a nosotros
nos molestan mucho, pero tengo entendido que son muy virtuosos. Hay quien se conforma con eso, y en realidad
debemos alegrarnos de que no les afecten las pequeñeces que tanto nos alteran a nosotros”, DICKENS, Ch.,
David Copperfield, Barcelona, Ed. Juventud, 1962, 190.
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El hombre no es un producto. Con ello no se trata de refutar las “opiniones
culturales” de nadie, sino de ampliar perspectivas sobre lo humano. Descubrir que el
hombre es el origen y el fin de la cultura no es una “opinión cultural”. La base humana de
la cultura es la razón, pero no cualquier uso de ella, sino su uso práctico. El hombre hace
porque sabe hacer. El saber es previo y condición de posibilidad de todo hacer. El saber
práctico no es un saber desvinculado de la acción, sino el saber, que si bien es previo al
hacer como un boceto de la acción, acompaña a la acción misma. Antes que el artilugio
real formamos el objeto pensado. Sin objeto pensado, sin idea, no cabe actividad fabril
ninguna. Los medievales denominaban hábito de arte a este tipo de saber, y lo
consideraban como una perfección cognoscitiva intrínseca de la inteligencia en su uso
práctico, adquirida por ésta facultad por medio de repetición de actos cognoscitivos
regulativos de las actividades productivas. Este saber permite introducir el objeto pensado,
la idea, en la acción productiva configurándola. De este modo el actuar humano es con
sentido, porque es regido por el pensamiento. No es que primero se piense y después se
actúe, pues no por saber teóricamente cómo se debe actuar necesariamente se actúa luego
bien. Tampoco se trata de que primero se actúe y luego se piense, es decir, proceder por
ensayo y error, tesis pragmatista y de algunos científicos experimentales. Se trata más bien
de que el pensamiento atraviese de sentido la acción.
Cabe pensar sin actuar, es decir, cabe pensar por pensar, por saber. También cabe
el pensar derivado o extendido a la acción, ayudándola, posibilitándola. El pensar es
posibilitante del hacer. Cabe también lamentablemente en demasía hacer cosas sin
pensar demasiado, y también cabe hacer algo (tomar alcohol, dogras, ver TV, etc.) para
inhibir el pensar, y con él la decisión. Cuando eso último sucede, las acciones casi siempre
dan lugar a pésimos resultados. Otro motivo más para evitar la fusión pragmática entre
acción y pensamiento. También por ello el hombre no es un producto cultural o del trabajo,
como postulaba Marx, precisamente porque el pensar es previo al hacer, aunque luego lo
acompañe atravesándolo de sentido y, asimismo, lo siga.
Lo cultural no sustituye a lo natural del universo sino que lo desarrolla. Por eso,
y por ser un fruto humano, como dice un novelista, a veces es superior a los bienes de la
naturaleza: “mira ese jacarandá del jardín: hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana,
cuando se muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse
de él. En cambio, si lo hubiera pintado un gran artista, viviría eternamente”22. Desarrollar
lo natural del cosmos perfeccionándolo se consigue a través del trabajo y de la técnica.
Perfeccionar lo esencial del hombre, como se ha dicho, se realiza por medio de los hábitos
y de las virtudes. Ahora es menester unir las dos tesis de este modo: sin hábitos y virtudes
la cultura es imposible, y el fin de la cultura es crecer en hábitos y virtudes. Con todo, cabe
notar que la segunda parte de esa tesis no resplandece en demasía en nuestro ámbito social.
22 CASONA, A., Los árboles mueren de pie, Madrid, Espasa Calpe, 1991, 159.
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Los hábitos y las virtudes son un modo de poseer superior a la cultura, porque
éstos poseen nuestros actos, mientras que con la cultura se poseen productos, y obviamente
un acto inmaterial es superior a una realidad física. Por eso los hábitos y las virtudes no se
reducen a cultura, y son, además, el puente entre la persona y lo cultural. No sólo eso, pues
si bien son origen o condición de posibilidad de lo cultural, también son su fin. En efecto,
el orden entre los diversos modos de posesión está en subordinar los inferiores a los
superiores: lo cultural a lo ético; la praxis productiva a la praxis ética. Y toda praxis a la
persona humana, que más que poseer es ser.
Prescindir de los bienes de la cultura por una concepción naturalista del hombre
conlleva el empobrecimiento humano (recuérdese el modo de vida de Diógenes Laercio),
porque los hallazgos culturales acordes con el mejoramiento de la vida natural, temporal,
humana son medios para que a través de ellos el hombre se acerque más y mejor a su fin.
Los medios tomados en su conjunto son imprescindibles para acceder al fin, pero no son
necesarios éstos o los otros. Es imprescindible que usemos medios, porque el hombre no es
un ángel, y a pesar de que los medios son medios, sin ellos no se alcanza el fin. Esos medios
pueden ser unos u otros, pero sin medios no se logra el fin. No obstante, no todos los medios
acercan por igual al fin: unos más, otros menos, y aun otros entorpecen la consecución del
fin, y ello más por culpa de quien usa mal de los medios o los toma como fin, que por culpa
de los medios. Los medios, además, constituyen entre sí un entramado ordenado. Eso es
claro, por ejemplo, en las profesiones. Todas son suficientemente distintas si bien todas
tienen que ver entre sí, de modo que si nos faltaran, por ejemplo, las enfermeras, o los
médicos, o los farmacéuticos, o los carpinteros, etc., el colapso social sería inevitable.
Por tanto, si bien es verdad que la cultura no cierra, que no hay una última
manifestación cultural, también hay que tener en cuenta que es conveniente adoptar
aquellas posibilidades culturales abiertas que sean más acordes con el mejoramiento
humano y, a la par, rechazar las que lo impiden. En cualquier caso, no conviene olvidar que
esos condicionamientos culturales ayudan o impiden crecer en humanidad, es decir, ayudan
(no determinan) a educir perfección de la naturaleza y esencia humanas, pero no
perfeccionan a la persona como persona, que está por encima de su naturaleza y esencia;
también de los productos culturales, pues puede con ellos. La cultura recibida de las
generaciones que nos han precedido, si es verdaderamente humana, es decir, si favorece el
crecimiento del hombre, no debe ser rechazada. Se recoge en una tradición abierta a nuevas
posibilidades. Ya no tenemos que partir de cero en todo. No hace falta volver a descubrir
el motor a reacción, por ejemplo. Esta tradición se condensa y recoge en la historia. Todas
esas manifestaciones retenidas abren nuevas posibilidades factivas (no meramente lógicas
u ontológicas, sino posibilidades de acción) que fraguan nuevos productos que no culminan
jamás.
El fin del hombre no reside en la cultura, pero tampoco en la historia, puesto que
entonces no tendría fin, culminación, ya que la historia no culmina desde sí. La culminación
12
del hombre en la historia, si se da, sólo puede ser posthistórica. Ahora bien, si no se diera,
la historia sería absurda. Pero si no es absurda, existe la providencia, y ello indica que Dios
interviene en la historia, y que lo puede hacer de modo pleno23. El fin del hombre no es
cultural o histórico, porque la cultura y la historia dependen del ser del hombre y no al
revés. Es el hombre el que abre unas posibilidades y cierra otras, el que encauza la historia
por unos derroteros u otros, puesto que es libre. La cultura y la historia dependen de la
libertad que cada hombre es, no al revés. Si el hombre es un ser de proyectos, ¿por qué se
interesa por la historia? Porque es “fuente de la prudencia humana la historia y la
experiencia”24. En efecto, la historia nos enseña a vivir mejor, a aprender la lección, a no
caer en los mismos errores; en una palabra, a ser más prudentes. Y es claro que la prudencia
mira al futuro.
5. La técnica y el arte
Es verdad que de los tres únicos tipos posibles de actividades prácticas, ética,
política y técnica, es precisamente ésta última la que está más desarrollada, pues la ética
está famélica, y la política está en aprietos debido a la falta de fundamentos del orden
internacional, y en muchos casos también del nacional, a la incapacidad y la corrupción de
sus representantes, etc. A pesar de ser eso cierto, el mito del progreso se está derrumbando
por diversos factores, como por ejemplo, la ecología, la llamada postmodernidad, etc. La
visión que hoy se tiene de cifrar todas las esperanzas en lo técnico o en lo científico es para
unos más pesimista que antaño, para la mayoría, más moderada y realista.
La técnica no está equilibrada con las demás disciplinas, tanto teóricas como
prácticas, pues intenta subordinarlas todas a sus intereses. En efecto, los avances teóricos
físicomatemáticos, por ejemplo, están en función de la construcción de nuevos aparatos
con fines pragmáticos (ej. la aeronáutica, la telemática, etc.). A su vez, la ética aparece
subsumida en la técnica, de tal modo que se intenta llegar a considerar como bueno lo que
la técnica permita (ej. la fecundación in vitro, la clonación, etc.). También la política se
subordina hoy a la técnica, y por ello viene a ser socialmente aprobado, o relevante, lo que
la tecnología permita (ej. la manipulación de células embrionarias, etc.).
23Cfr. POLO, L., “Dios en la historia: la Providencia”, Pamplona, 1995, pro manuscripto.
24Sentencias político-filosófico-teológicas (en el legado de A. Pérez, F. de Quevedo y otros, Barcelona,
Anthropos, 1999, II Parte, n. 754, 167.
25 Cfr. DESSAUER, F., Discusión sobre la técnica, Madrid, Rialp, 1964.
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catástrofe, pues se sustituye lo bueno por lo útil26. En el fondo, la tecnología está al servicio
de lo útil, pero lo útil, pese a ser un bien, no es el bien más alto. Si se considera que es el
mejor bien, aparece el tecnologismo o la tecnocracia. Estas concepciones son erróneas. En
efecto, aquello a lo que se subordina lo útil es mayor bien que lo útil. Lo útil es del ámbito
del interés, si bien el interés se busca con vistas de otra cosa, no por sí mismo. El interés
por el interés carece de interés. Además, buscar la utilidad al margen de la verdad es un sin
sentido. El uso de determinadas tecnologías (ej. la producción de drogas sintéticas como
divertimento, de armas bioquímicas de destrucción masiva, etc.) es negativo para el hombre
y para el mundo. Esto indica que es pertinente sustituirlas por otras.
26 Cfr. HÖFFNER, J., Problemas éticos de la época industrial, Madrid, Rialp, 1962.
27 TOMÁS DE AQUINO, Suma, Teológica, I ps., q. 5, a. 4, ad 1. Para el de Aquino la belleza se convierte
con el bien (“sunt idem in subiecto…tamen rationes differunt”, In de Div. Nom., c. 4, l. 5; “pulchrum convertitur
cum bono”, Ibid., c. 4, l. 22).
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Conocemos esa redundancia ínsita en nuestras facultades y en eso radica el sentimiento.
Como veremos en el último Capítulo, los sentimientos no son exclusivos de las facultades
humanas, sino propios también de los hábitos innatos y de los radicales del coacto de ser
personal (ambos asuntos, hábitos y rasgos radicales, se estudiarán en la próxima sección).
Por eso es pertinente distinguir entre sentimientos sensibles, estados de ánimo de las
facultades superiores, afectos que siguen a los hábitos innatos, y sobre todo, de afectos del
espíritu, que son los más altos. En cualquier caso, parece que la belleza está aunada a
nuestra carga sentimental.
Si lo que precede no es una tesis descabellada, se puede explicar por qué la belleza
física sea más bien un propio femenino, porque la carga sentimental en la mujer es mucho
más acusada que la del varón. La mujer parece mejor diseñada para conocer más la belleza
sensible porque su capacidad de conocerla (sentimientos sensibles) es superior. Con todo,
esto está en el plano de la naturaleza humana. Sin embargo, como se ha adelantado, no
toda belleza es sensible. La de la esencia humana no lo es, y la de la persona tampoco. De
modo que esos niveles superiores de belleza serán captados mejor por quienes (varones o
mujeres) dispongan de virtudes más activas, de mejor sindéresis y, sobre todo, por quienes
sean un espíritu más puro.
6. La economía y la empresa
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Sin libertad personal decíamos es imposible la ética. En este Tema hay que
añadir que sin libertad tampoco cabe el trabajo, y que sin él, es imposible la economía. Por
ello, las ciencias empresariales son ciencias humanas. No lo serían si las leyes económicas
no estuvieran subordinadas a la libertad humana. En rigor la economía depende de la
decisión humana. Se trata, pues, de ver que el hombre es un "ser económico" desde su raíz,
de cómo lo es, y para que lo es. Se pretende buscar, por consiguiente, la dimensión profunda
del ser humano que posibilita la economía, la esclarece y la canaliza. Dirigimos, pues, la
mirada a esas manifestaciones en la esencia del hombre, visto éste como ser económico,
para adentrarnos en su intimidad personal de donde aquéllas nacen.
Las reglas de la economía dicen cuál es el mejor modo de emplear los recursos
para la realización de un proyecto normalmente se reducen a esto: “mínimo gasto, máximo
rendimiento”, partiendo de que ese proyecto se ha previsto y decidido de antemano. Sin
razón práctica no cabe descubrir alternativas, y sin ellas no caben las leyes económicas.
Ahora bien, como la razón práctica debe subordinarse a la voluntad recta, la economía
depende de decisiones, porque decidir es de la voluntad. Como la rectitud de la voluntad
es un tema ético, la economía depende de la ética. Del diverso modo de asignar recursos a
determinados proyectos surgen los precios, y en consecuencia, el dinero. Ello indica que
el economista depende del que propone objetivos. Este último suele ser el empresario. De
ahí la importancia capital de que los empresarios aprendan a valorar y a decidir sobre los
diversos objetivos prácticos. Ese saber práctico no es económico, sino en primer lugar
saber y en segundo lugar ética.
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fiable con los demás, de esperanza respecto del futuro, pues el disoluto centra la mirada en
el presente, porque el placer se da en él. Ahora bien, no hay economía posible sin trabajo,
confianza, cooperación y apertura al futuro. En este sentido, el conservadurismo es
antieconómico (sirva de ejemplo la vieja URSS, los regímenes dictatoriales, etc., y de
contraejemplo, el crecimiento económico de USA). Además, el crecimiento económico se
produce cuanta más ilusión y confianza se pone en los diversos trabajos.
Si sólo pudiésemos poseer según este modo, si sólo poseyésemos cosas exteriores
adscritas al cuerpo, habría que darle la razón al materialismo, pero si los demás modos de
poseer son posibles y superiores, porque las tenencias son más íntimas, mejores, y menos
susceptibles de pérdidas, –y todo ello, como hemos visto, es posible al hombre–, habrá que
considerar al materialismo como la mayor reducción antropológica posible en este campo.
Ahora bien, la posesión corporeopráctica no es nada despreciable, puesto que también ella
28 Cfr. SIMON, J., Discursos pronunciados en la investidura del Grado de Doctor "Honoris Causa", Prof.
Douwe D. Breimer (Farmacia), Emmo. y Revmo. Sr. Card. Joseph Ratzinger (Teología), Prof. Julián L. Simón
(Economía), Universidad de Navarra, Pamplona, 31 de enero de 1998; El último recurso, versión española de
Casas Torres J.M., Madrid, Dossat, 1986.
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nos distingue de los demás seres, ya que los animales, en rigor, no poseen, los ángeles no
poseen según el cuerpo, puesto que no son corporales, y Dios no tiene, sino que es.
29 POLO, L., “Tener y dar”, en Estudios sobre la "Laborem Exercens", Madrid, B.A.C, 1987, 206,
reeditado en Sobre la existencia cristiana, Pamplona, Eunsa, 1996.
30 “Una empresa es la promoción de la actividad humana, en tanto que la actividad humana es productora”,
POLO, L., “Hacia un mundo más humano”, en La persona humana y su crecimiento, Pamplona, Eunsa, 1996,
58.
31 “El mercado es lo propiamente económico, lo que estudian los economistas (precios, competencia,
comercio interior y exterior, cómo se vende, cómo se compra, etc.)”, POLO, L., La empresa frente al liberalismo
y al socialismo, Universidad de Piura, Perú, 1985.
32 POLO, L., Ibid..
18
dedican recientemente los institutos universitarios de empresa y humanismo. ¿La empresa
es un asunto de reglas o leyes económicas? No; es un asunto humano, y por ello,
antropológico. De manera que una antropología que no tenga en cuenta que el hombre es
un ser oeconomicus y que la clave de ello es la empresa no es completa.
Por otra parte, la empresa y la política también están relacionadas. Ambas son
sedes de poder, y a ambas debe caracterizar la unidad en el poder, pues un poder en el que
no se da unidad en el gobierno es un poder problemático; un poder que se toma a sí como
problema, en vez de ser precisamente lo contrario: el solucionador de los problemas. El
logro de esto, no obstante, lo tiene más fácil la empresa que la política a gran escala, pues
por definición la empresa es un proyecto unitario, nacido de una comunidad de fines. En
cambio, la política tal como hoy se presenta, debido a la mentalidad partidista, es un
equilibrio de poderes más que una unidad en el poder. Además, la empresa es susceptible
de delegar el poder mucho más y mejor entre sus miembros, de tal manera que logre la
responsabilidad e iniciativa de sus trabajadores, indispensable para la buena marcha de la
empresa, asunto más arduo en la política, cuya distribución del poder entre sus
componentes no es fácil. En esto es la empresa quien puede dar lecciones en el futuro a los
gobernantes.
Por su parte, lo que caracteriza a un buen trabajador es, como su nombre indica,
trabajar mucho y bien. No sólo es cuestión de talento o de oportunidades, sino de trabajo
libre y responsable33. Sin libertad la economía es precaria. La esclavitud de todas las épocas
ratifica este aserto, una de cuyas últimas muestras nos la brinda el comunismo. Sin
embargo, la empresa no la forman sólo los dirigentes ni sólo los trabajadores, sino unos y
otros aunados bajo un fin común. Si ambos, capitán y jugadores, no son conscientes de que
juegan en el mismo equipo para ganar en humanidad y económicamente, la empresa fracasa
como tal. Por eso el futuro del trabajo en la empresa no hay que cifrarlo en la tecnología,
que no pasa de ser un medio, sino en la intercomunicación, en el diálogo, en la organización
entre empresarios y trabajadores que las nuevas tecnologías exigen.
33 “El talento y las oportunidades son los lados de la escalera que todos los hombres deben ascender, pero
los peldaños sólo pueden formarse con afán, sinceridad y trabajo serio y honrado. Las reglas de oro de mi vida
han sido siempre no poner nunca la mano en cosa alguna en que no pudiera poner mi ser entero, y no despreciar
nunca mi trabajo, fuere el que fuere”, DICKENS, Ch., David Copperfield, Barcelona, Ed. Juventud, 1962, 380-
1.
19
Un empresario se debe parecer más a un maestro que a un jefe. No es superfluo
reparar en la distinción entre ambas nociones. La autoridad del maestro se debe a su sólida
formación, que le hace estar seguro del modo de trabajar. La del jefe, en cambio, es prestada
y se ampara en la jerarquía de los puestos de mando. El primero es capaz de sacar de sus
subordinados el mejor trabajo, mientras que el segundo no suscita tal crecimiento. El
primero se satisface cuando sus inferiores le rebasan en algún saber, mientras que el
segundo ve con recelo ese crecimiento, y si se llega a dar, le acarrea inseguridad
defendiéndose de él con la autoafirmación. El primero transmite ilusión; por eso conforma
equipos de trabajo y suele hacer escuela. El segundo, en cambio, se rodea de personas que
no estén ni unidas entre sí ni con él para que no le hagan sombra. El primero corrige en
proporción a la falta, razonadamente y no de modo humillante. El segundo, por su parte,
suele corregir con pérdida de control, humillando, despidiendo, lo cual fomenta un clima
de chismorrería y maledicencia. El maestro no utiliza su status en su vida de relación, es
decir, tiende a ser asequible, sencillo, cordial, comprende y disculpa, tiende a ser amigo de
sus trabajadores. El jefe, lo contrario, pues pretende su propio encumbramiento y para no
perder su status, su actitud es defensiva respecto de los demás. El primero favorece la
libertad y la responsabilidad personales. El segundo, en cambio, uniforma.
Según lo sentado más arriba, es pobre el que no saca partido de sus capacidades.
De modo que tanto los que la sociedad llama ricos como los que denomina pobres pueden
encuadrarse dentro de un estado lamentable de miseria humana, si esas personas no dan de
sí lo que pueden y deben dar34. Si bien todos los hombres deben dar, puesto que son sociales
por naturaleza35, el dar de cada quién es distinto. Pretender a ese nivel el igualitarismo es
la mayor injusticia, aquélla que exige y da por igual a personas desiguales. Los hombres
son socialmente desiguales, y los trabajos en que se emplean también son distintos. La
justicia no es exigir y dar a todos lo mismo, sino en hacerlo de modo que las desigualdades
sean ventajosas para todos. Justicia es dar a cada uno lo suyo, pero no “lo mismo”, que es
la mayor injusticia36. Y “lo suyo” de cada quién de ninguna manera se reduce sólo a lo
34 Por esto señala POLO, L., que rico no se contrapone a pobre y viceversa. Cfr. “Ricos y pobres. Igualdad
y desigualdad”, en La vertiente humana del trabajo en la empresa, Madrid, Rialp, 1990, 75-143.
35 El hombre es social por naturaleza porque es familiar. Sin sociedad no hay posibilidad de vínculo
contractual. La división del trabajo es tan primaria como la sociedad misma. En efecto, esta división se da en
primer lugar en la familia y luego se extiende a la sociedad. En la familia todos aportan, hay coordinación y
colaboración, pero no igualitarismo, porque no todos saben cocinar salsa de champiñones, o arreglar el
automóvil, o planchar las camisas, etc. El igualitarismo rompe la familia. Si es social, destruye la familia y la
sociedad.
36 Por eso el comunismo, y no pocas veces el socialismo, hacen imposible la justicia conmutativa. Por otra
parte, si bien el capitalismo puede respetar la justicia conmutativa, no garantiza con ello la justicia social, de
modo que la desigualdad vigente se vuelve injusta. Dar, ofrecer, lo suyo de cada quien cuando se trata de una
sociedad entera es mucho más que dar a un grupo o a particulares, por eso, la justicia distributiva es superior a
20
económico. Si se cae en esta cortedad de miras, la riqueza y la pobreza materiales son
inevitables.
Muchos son los que se preguntan, la mayoría de los cuales son los que lo padecen,
por qué existe el subdesarrollo37. La respuesta, si somos coherentes con lo establecido, no
puede ser más que ésta: se debe a una oferta débil y desordenada. La oferta mediocre es
debida siempre a una falta de capacitación y desorden laboral. Junto a ello hay agravantes
como, por ejemplo, la omisión de la justicia distributiva por parte de las minorías dirigentes
del país (ej. países del Este de Europa, africanos, asiáticos, latinos, etc.). La raíz de este
error reside en que las personas no dan de sí lo que pueden dar; no se trabaja en serio y
ordenadamente. ¿Cómo salir del subdesarrollo? La salida de la penosa situación de los
países subdesarrollados pasa por la educación, por la enseñanza, por el formar a la juventud
en vistas a la confección del bien común, no del bien particular, y eso desde la infancia y
durante muchas décadas. En consecuencia, un gobierno de un país en esa penosa situación
que no invierte lo necesario en educación es un gobierno que no está a la altura de las
circunstancias; es un gobierno del que se puede decir que desconoce qué sea el bien común.
Ahora bien, como la cumbre de la educación es la universidad, y dado que ésta en esos
países no dispone de recursos suficientes para superar el estado de mediocridad que padece,
es absolutamente necesaria la ayuda de la empresa privada.
De modo similar, cabe preguntar también ¿por qué se han venido abajo los
grandes imperios, los países más desarrollados en una determinada época (Egipto, Grecia,
Roma, España, Francia, Inglaterra, Alemania, etc.)? Al leer con calma la historia de la
humanidad uno se siente tentado a darle la razón a ese clásico adagio que reza así: “Más
reinos padecieron y se perdieron por falta de hombres que de dinero”38. O de otra manera
no menos clásica: “Ganar amigos es dar dinero a logro y sembrar en regadío. La vida se
puede aventurar para conservar un amigo y la hacienda se ha de dar para no cobrar un
enemigo”39. Primero las personas, luego la producción. Si se invierte formando hombres
capaces, el país sale adelante. Las personas son superiores a las cosas. Se debe invertir en
cosas para que crezcan las personas, no al revés. La inversión en armas, por ejemplo, no ha
creado lazos de unión sino de enemistad, y ha constituido siempre un agujero negro para
las economías nacionales.
la conmutativa. También por eso, el político corrupto es el más injusto de los hombres, porque la clave de su
labor debe ser ofrecer a todos, no acaparar de todos.
37 El subdesarrollo es la desorganización en la división del trabajo. Los países en tal régimen lo sufren
porque trabajan poco y desorganizadamente. Cfr. POLO, L., “Hacia un mundo más humano”, en La persona
humana y su crecimiento, Pamplona, Eunsa, 1996, 55.
38 Sentencias político-filosófico-teológicas (en el legado de A. Pérez, F. de Quevedo y otros), Barcelona,
21
En la formación de las personas la clave son las virtudes. Ya se ha aludido
repetidamente a una de ellas, la veracidad. Los economistas advierten que cuando no hay
trasparencia en la política de un país la economía decrece. Para recuperar el crecimiento
económico, además de no mentir políticamente, hay que restaurar la empresa, porque ésta
es su base, y para fortalecer la empresa hay que fomentar la formación de sus componentes,
porque ésta depende de aquélla. A su vez, para promover la instrucción de los trabajadores,
hay que fortalecer la familia, porque ésta es base de la empresa. Es, por tanto, dudoso que
en los países subdesarrollados, en los que está mal la economía, esté bien la familia. Es
manifiesto que en ellos está mal la empresa y la educación en todos sus órdenes, pero ¿no
será que la familia adolece del vínculo que le permite ser tal? Recuérdese que Aristóteles
fundamenta la economía en la familia. ¿No será que el fundamento de la familia en tales
lugares no es el amor que permite dar y aceptar, sino el sentimentalismo u otros nexos no
vinculantes personal y responsablemente? Pero ¿acaso está bien la familia en los países
desarrollados? Podría estar, sin duda, mejor. Pero su nivel económico es indicio de que la
vida familiar, en general, parece estar mejor en éstos que en los países subdesarrollados.
Cuando en la familia se acepta de veras, los hijos dan más. A mayor dar, mayor riqueza.
8. El sentido de la propiedad
Además, es manifiesto que el hombre no sólo puede sacar partido ordenado del
mundo en vistas a su propio beneficio, sino que puede hacerlo en vistas al beneficio de los
demás. No es que necesariamente esté obligado a ello, pero es evidente que lo puede hacer
libremente. Ahora bien, lo que favorece la libertad es de mayor valía que la necesidad
natural. Al hombre le va bien, le perfecciona, tener posesiones conjuntamente con los
demás. El tener entre los hombres es mutuo (ej. uno no construye aviones comerciales,
autopistas, restaurantes, etc., sólo para sí, sino para tener viajes, celebraciones, etc., con los
demás). La vivienda, en este sentido es un modo de tenercon la familia. El idioma, un
modo de tenercon propio de un pueblo, de una nación, de varias, etc. Las costumbres, un
modo de tenercon una raza, sociedad, etc.
Todas las cosas que el hombre posee dicen relación unas con otras, como
considerábamos más arriba. También advertíamos que ese nexo de imbricada dependencia,
bien descrito como plexo41 por Heidegger en Ser y Tiempo42, es mucho más notorio en las
cosas artificiales que en las naturales, pues fabricamos unos artefactos en vistas de otros
(ej. el automóvil dice relación con la carretera, las señales de tráfico, el garaje, el taller
mecánico, la bomba de gasolina, etc.). Por eso mismo, la propiedad privada no puede ser
absoluta, porque si la absolutizamos, esos asuntos poseídos dejan de ser medios y se
convierten en fines. Al dejar de ser medios deterioran el plexo y provocan disfunciones. Es
41 Plexo es el conjunto de bienes mediales, pragmáticos, interrelacionados entre sí. Se puede distinguir
entre una sintaxis pragmática y una semántica pragmática. La primera es la conexión de medios entre sí. La
segunda es la comprensión del plexo medial. Cfr. FRANQUET, M.J., “Sobre el hacer humano: la posibilidad
factiva”, en Anuario Filosófico, XXIX, (1996) 2, 556.
42 Cfr. HEIDEGGER, M., Ser y tiempo, ed. española traducida por GAOS, J., México, FCE., 1989, & 15, 82.
22
buena la propiedad privada, y es buena la propiedad común, pero ni una ni otra son
absolutas.
En una sociedad en la que uno se apropie, incluso por robo, hasta de la respiración
ajena, es difícil entender este punto. Pero uno debe darse cuenta de que al poseer en
exclusividad de unos medios los degrada, puesto que ya no sirven para más; su utilidad
queda acotada. El que sólo busca el bien privado no favorece el bien común e, ipso facto,
los medios apropiados rinden menos, pues rinden sólo para uno, no para los demás que
puedan usarlos de modo correcto. Las sociedades más cultas son a la vez aquéllas en las
que el bien común les cubre las espaldas. Sin embargo, esta tesis sin educación es
difícilmente inteligible y asimilable.
Suele decirse que el avaro no disfruta ni de sus propios bienes a causa de sus
desmedidas preocupaciones con que los mira, y también es claro que no disfruta del bien
común porque no es copartícipe de él. Respecto de él le invade la envidia, que en palabras
de Tomás de Aquino es la tristeza respecto del bien ajeno; un vicio tan absurdo que al
cuerdo D. Quijote le hizo exclamar: “¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las
virtudes! Todos los vicios, Sancho traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la
envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias”45. No parece, pues, que la naturaleza
humana esté hecha para poseer exclusivamente bienes económicos y para poseerlos en
exclusiva.
23
personal que uno es, que por ser puro ofrecimiento lleva a darse. Ser enteramente generoso
es destinar libremente el ser que uno es al Amor. No serlo, es no querer destinarse; es
guardarse, asunto que es también libre, aunque propio de una libertad raquítica, es decir,
carente de entera apertura y de respuesta íntegra. Con esa actitud, como se ve, la propia
libertad personal se encoge, se queda sin un para concorde con ella.
“Nadie da lo que no tiene” suele repetirse. Pero, en rigor, uno siempre puede
dar porque es dar. Ese es nuestro ser nuclear, un dar que es personal, y que, por eso, no se
agota dando, como no se agota el amor de un esposo a su esposa por mucho que dé. Por
eso, ese otro modo de dar que es nuestro trabajo está en perfecto parangón con el dar
personal que uno es y también con el Dar divino, pues tampoco su Dar se empobrece tanto
al crear como al elevar a las criaturas. En este sentido se puede entender la cooperación
humana en la creación divina.
Por tanto, la peor desgracia que le puede suceder a un hombre es que Dios no lo
acepte. Dios no puede aceptar a un hombre como persona cuando éste ha abdicado de su
ser personal. La negativa divina a aceptar a un hombre no parte, pues, de Dios, sino que
depende de que cada hombre no se acepte a sí mismo como quién es. En efecto, si un
hombre no se acepta, no se entrega, y si no se entrega, Dios no lo puede aceptar. Sólo se da
como persona quien se acepta como quién es. Del mismo modo, sólo se da a alguien con
sus obras si se reconoce y se acepta como dar. La segunda desgracia, que sigue a la
precedente, estriba en que Dios no acepte las obras de un hombre. No las acepta porque
son malas, es decir, carentes de sentido humano. No todas las obras son “iguales”; unas
tienen más sentido que otras. En consecuencia, Dios acepta más unas que otras. Por eso, a
Dios no se le pueden ofrecer chapuzas, sencillamente porque, por carentes de sentido, él,
que es la Verdad completa, no las puede aceptar.
***
Si Dios no acepta a la persona humana como tal, ésta pierde su sentido. Perder el
sentido personal acarrea la progresiva pérdida del carácter personal. Es como ir dejando
paulatinamente de ser persona, que en el fondo es lo que tal hombre deseaba cuando
libremente cerraba sus ojos a su intimidad y a su trascendencia, cuando uno libremente se
guardaba y eludía la donación enteriza de su ser. Dios, que no se contradice jamás, y que
durante toda la vida histórica del hombre siempre respetó la libertad tan pobre de esa
criatura que, por miedo a su libertad, no se jugó enteramente su libertad de destino a la
suprema felicidad, sino que la guardó egoístamente en un pañuelo y la enterró bajo tierra,
al final de la vida humana, Dios sigue respetándola. ¿Qué significa que Dios respete post
mortem esa libertad humana tan mostrenca? Que quien libremente no quiso nunca ser la
persona que estaba llamada a ser y ahora tampoco lo quiere, Dios acepta que no lo sea. ¿Y
que le pasa entonces a ese hombre? Que pierde progresivamente sin posibilidad de
recuperarlo aquello que nunca aceptó ni buscó: su sentido personal. De modo que tal
24
hombre tras vivir sin sentido personal durante la vida presente, se encuentra sin sentido
personal definitiva y permanentemente.
Por el contrario, ser aceptada por Dios significa para la persona humana, sin dejar
de ser la persona humana que se es, ser elevada como persona, es decir, divinizarse. La
clave de la vida natural es el crecimiento; la de la personal, la elevación. La "economía" de
la salvación estriba en la progresiva elevación de la persona humana. La elevación se ha
dado a lo largo de la historia y se da a lo largo de la vida de cada persona humana. En la
otra vida, la teología habla de glorificación. ¿Qué añade la glorificación a la elevación si
ésta ya es una divinización? Puede significar esto: que Dios se da a la criatura personal de
modo pleno tal cual ésta puede aceptar a Dios, no tal cual Dios puede ser aceptado. En
suma, este Tema nos permite describir al hombre como "ser trabajador", "ser lúdico", "ser
cultural", "ser técnico y artístico", "ser económico", como "ser oferente" y, sobre todo,
como "ser aceptable por los demás y por Dios".
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