Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Sombras”: la exhumación de
un libro más vigente y
terrible de lo que parece
Recuerdo de niños de gris y rapados, escritores valientes, y el asombroso
diálogo entre un SS y un prisionero célebre
Compartir en Facebook
Compartir en Twitter
“Nazis en las Sombras – Siete historias secretas” (Atlántida), por
Alfredo Serra
En estos días se han cumplido diez años de la publicación del libro Nazis en
las Sombras – Siete historias secretas, editado por Atlántida y la AMIA.
Fue escrito a partir de mis investigaciones y seguimiento de tres criminales de
guerra. Tres monstruos del infierno desatado por Hitler y su Tercer Reich.
Walter Kutschmann
Lo desenmascaré en julio de 1975, pero recién una década después, ante la
presión internacional, fue detenido. Internado en el hospital Fernández, murió
de un ataque al corazón el 30 de agosto de 1986.
Impune…
Impune…
Por una triste razón, y a pesar del medio centenar de periodistas europeos
que intentaban entrevistarlo, fui el único al que recibió: sus primeros pasos de
refugiado los dio en Buenos Aires y bajo el germanófilo manto de protección
del gobierno peronista.
Klaus Altmann, leyendo en su celda
El reportaje fue tan exitoso como aterrador. Un nazi de pies a cabeza, SS
(cuerpo de elite), defendiendo sus crímenes, alabando a Hitler, y añorando el
retorno de las águilas y las cruces gamadas.
Casi impune…
El aniversario citado –esos diez años del libro–me impulsa, además de la
breve reseña de los tres criminales, a reflotar de esas páginas un tríptico
nada arbitrario. Un lejano recuerdo de mi niñez, una valiente actitud –con
insólito final– de grandes escritores nuestros, y el último capítulo de un
documento acusador para todo tiempo: el libro Los Asesinos están entre
Nosotros, de Simon Wiesenthal, cuya edición francesa tuvo la generosidad
de dedicarme.
En 1946, las gorras de los generales nativos eran anchas, duras y altas,
altísimas. En 1946, los cascos de los soldados nativos cubrían toda la frente y
toda la nuca. En el primer caso, no por estética. En el segundo, no por celosa
protección. Eran así porque también las gorras y los cascos nazis eran así. Y
miente el que diga lo contrario: en aquellos años, la germanitis, los
germanófilos y los tercerreichistas pululaban en cada esquina de Buenos
Aires, de la vasta llanura, del inhóspito sur…
Ellos no hablaban como nosotros, no eran como nosotros. Por eso, cuando
llegaba la hora de Religión, alguna temida autoridad de la escuela los invitaba
a pasar a otro ámbito (el helado patio, casi siempre) con palabras hirientes:
–Los judíos, afuera.
Esta mínima historia no merece más suspenso: lo dice todo. Ellos, "los del
asilo" (otro mote que circulaba entre los maestros), eran huérfanos judíos
refugiados. Sus padres habían muerto en los campos de exterminio. Eran
víctimas del Holocausto: palabra y espanto que aprendí mucho después. Los
habían torturado y asesinado los Mengele, los Roschmann, los Kutschmann,
los Bormann, los Schwammberger: muchos de los que vivieron, impunes y
hasta la vejez, en la Argentina de Perón. Y así los trataba el sistema
educativo criollo…