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ALFRED NORTH WHITEHEAD

E D 1 T O H 1 A L L O S A DA, S. A.
BUENOS AIRES
íNDICE

l.-Orígenes de la ciencia moderna 13


n .-Las matemáticas como elemento de la historia del
pensamiento 34
IIL-El siglo elel genio 55
IV.-El siglo XVIII 75
V.-La r eacción romántica 96
VL-El úglo XIX 120
VIT.-La relatividad 141
VIlL- La teoría del qua ntum 159
IX.-Ciencia y filosofía 169
X.- Abstl'acción . 191
XL-Dios 210
XIT.-Religión y ciencia . 218
XIIL-Requisitos del progreso social 233

253
ALFRED NOR TH WHI TEH EAD

LA CI EN CI A
y EL

MU ND O MO DE RN O

EDIT O.R)A L LOS A D A, S. A.


BUEN OS AIRE S
Título del odginal inglés :
SCIENCE AND TITE MODERN W ORLD
Traducci6n directa de los tres primeros capítulos por
MARINA RUIZ LAGO;
de los restantes por
J . RO VIRA ARMENGOL
Queda hecho el depósito qua
previene la ley núm. 11.723
Copyright by Editorial Losada, S. A.
Buenos Aires, 1949

PR I NTED I N ARGENT I NA

Acabaelo de imprimir 1 c1ía 18 ele julio de 1949. Talleres gráficos


de Sebastián ele Amorrol'tu e hijos, Luca 2227, Buenos Aires.
PREFACIO

El p1'esente libro contiene el e~tudio de varios aspectos


de la cultura occidental durante los tres siglos pasados, en
cuanto ha 1'ecibido el influjo del desa1'rollo de la cienc'ia,
Ha guiado este estudio la convicción de que la mentalidad
de una época surge de la visión del munilo dominar¡,te en
los sectOTes educados de las comunidades en c1¿estión, P1¿e-
de existir 1nás de uno de estos esquemas, conf01'me a las di-
visiones c'ult'Umles, Los dive1'sos intereses humanos que su-
gie;'en cosmologías y 1'eciben S1¿ influjo son la ciencia, la esté-
tica, la ética y la religión, En toda edad cada uno de esos
t ernas sugie1'e una visión del mundo, En la medida en que
un misrno conjunto de gentes está gob ernado por todos es-
tos inte1'eses o por más de uno de ellos, S1¿ visión efectiva
será el prod1wto totfLl de esas f1¿entes, Pero cada edad tie-
ne su preocupación dominante, y durante los tres siglos en
cuestión, la cosmología derivada de la ciencia se ha afinnaelo,
a expensas de puntos ele vista más antiguos y de otros orí-
genes, Los h01nb1'es pneden se1' twn provincianos en el tiern-
po como en el espacio, PodC1nos p1'egttntarnos si la mental'i-
dad cienlt ífica del mttndo mode1"no en el pasado 1'eciente no
es un ejemplo triunfante de tal limitación prov'inciana,
La filosofía, en una de sus funciones, es la C1'ítica de las
cosmología.s, St¿ función es armoni~ar, 1'efonnm' y justificar
intuic'iones divergentes en cuanto a la naturaleza de las co-
sas, D ebe insistir en el escrurtinio de las ideas últimas y en
conservar todas las pruebas C11ando confecciona nuestro es-

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quema cosmológico. Su tm-em es hacer explícito y, en lo
posible, eficaz, un p?'oceso que por lo demás se ejecuta in-
conscientemente, sin pruebas mcionales,
Pensando en todo esto, me gUa?'dé de introducir muchos
detalles abstrusos con respecto al adelanto científico. Lo
que se necesita y lo que he tmtado de haCe?' es estudiar
con sirnpQ,¡tía l.J,s princilJales ideas vistas por dentro. Si lo
que pienso so bre la función de la filosofía es con'ecto, eS' la
más importante de todas las ta?'eas intelectuales, Constnlye
catedmles antes de que los obreros hayan movido 1¿na pie-
dm y Zas dest?'uye antes de que los elementos hayan des-
gastooo sus arcos. Es el a1'quitecto de los edificios del espí-
ritu y también su destmctor: lo espiritual p?'ecede a lo ma-
t e11,al. La filosofía tmbaja lentarmmte. Los pensamientos
due1'?nen dumnte edades entems cuando casi de imp1'oviso
la humanidad se encuentm con que se han enca?'nmdo en
instituciones.
E l lib1'O consiste principal1nen,t e en una serie de ocho con-
ferencias Lowell, prom¿nciadas en feb1'ero de 1925, Esas con-
ferencias, ligem1nente desa1'?'ollac!Jas, y subdividida 1¿nQ¡ de
ellas en los capítulos VII y VIII, se Í1n]Jrimen tal como han
sido pronunciadas. Pe1'O he agregado algún material adicio-
nal, de modo de completar]' el pensamiento d el lib1'O en una
escala que no admitía ese cuno de confe1'encias. De este
material nuevo, el capítulo II -"Las nwtemát-icas como
elemento en la historia del pensamiento"- fué pronunciada
como conferencia en la Socied,a,cl matemática de la Unive1'Si-
dad de Broton, Providence, Rhode Island; y el capítulo X II
-"Religión y ciencia"- fué una conferencia pronunciada
en la PhillipS' ,B rooks House en Harvard, y se publica?'á en
el número de agosto del Atlantic Monthly de este' año
(1925). Los capítuloS' X y XI - "Abstmcción" y "Dios"-
son a<g1'egados que aparecen ahom por p11,1nera vez . Pero
el libro 1'ep1'esenta un hilo de pensa171,iento; la utilización an-
terior de pa1'te de su contenido es asunto secundario.
N o he tenido oportunidad de referirme detalladamente en
el texto a la obm de Lloyd ]jt[01'gan, Emergent Evolution ni
a la de Alexander, Space, Time and Deity. Será evidente
para los lectores q1.¿e los he hallado muy ricos en sugeren-

la
cías, D ebo mucho,. en especial, a la gran obm de Alexamder,
E l pTopósito general del presente libro me impide ?'econocer
en detalle las distintas fuentes de infor1/W¡ción o de ideas ,
El libro es producto de pensamientos y lecturaS' de míos pa-
sados y no los empTendí p?'eviendo que había de utilizarlos
pan'a este fin, Por eso me sería ahora il1~posible refm'i?'me
en detalle' a ?nis fuentes, aun cuando fuera conveniente,
Pe?'o no lo es: los hechos que nos si?'ven de base son sen-
cillos y bien conocidos , En lo filosófico, se ha excluído PO?'
ente1'O toda consideración epistemológica, Sería imposible
discutir ese punto sin trastomar todo el equilibrio de la
obra, La clave del libm es el sentido de ext1'Q,ordinaria im-
portanda de una filosofía prevalente,
Debo las mayores gracias a mi colega Mr, Raphael De-
mos por haber leído las pnwbas y PO?' hab erme sugm'ido
muchas mejoms de expresión,
HARVARD UNIVERSITY.
29 de junio de 1925,

11
CAPÍTULO 1

ORíGENES DE LA CIENCIA MODERNA

La marcha de la civilización no es del todo un derrotero


unifo rme hacia cosas 'm ejores. Quizá tenga ese aspecto si lo
figuramo s en escala suficientemente grande. Pero una vi-
sión tan grande oscurece los detalles en los cuales se basa
toda nuestra comprensión del proceso. L as épocas nuevas
emergen casi de improviso si miramos los miles de años a
través de lo s cuales se ext iende la histori a completa. Las
razas apartadas toman repentinamente su lugar en la co-
rriente principal de los hechos; los descubrimientos tecnoló-
gicos transforman el m ecanismo de la v ida humana; un arte
primitivo flor ece rápidamente h asta satisfacer por completo
determinada ansia estética; grandes reli giones en cruzadas
juveniles esparcen a través de los pueblos la paz del cielo y
la espada del Señor.
El siglo XVI de nuestra era vió el desgal'l'ami ento de la
cristiandad de Occid ente y el surgimiento de la ciencia mo-
derna. Fué una época de ferm entación. Nada se hallaba
establecido, aunque mucho se abría -nu evos m undos y nue-
vas ideas-o En ciencia podemos elegir a Copél'l1ico y a Vesa-
lio como fi guras representativas : tipifican la nueva cosmo-
logía y el énfasis que pone la ciencia en la observación di-
r ect a . Giordano Bruno fué el mártir, aunque la causa por
la cual padeció no fué la ciencia sino la especulación ima-
ginativa libre. Su muerte, en el año 1600, introdujo el pri-
mer siglo de la ciencia moderna en el sentido estricto de
la palabra. En su ejecución hubo u n simbolismo incons-

13
ciente, pues el carácter del pensamiento científico que le
sucedió ha desconfiado de este tipo de especulación gene-
ral. La Reforma, pese a toda su importancia, puede con-
siderarse como un conflicto doméstico entre las razas de
Europa. Hasta la cristiandad de Oriente la contemplaba
con profunda despreocupación. Además, semejantes desga-
rramientos no son fenómenos nuevos en la historia del cris-
tianismo ni de otras r eligiones. Cuando proyectamos esta
gran r evolución sobre la historia entera de la iglesia cris-
tiana no podemos considerar que introduce un nuevo prin-
cipio en la vida humana. Buena o mala, fué una gran t¡·ans-
formación r eligiosa; p ero no fué el advenimiento de la re-
ligión. Ni pretendió serlo. Los reformistas mantenían que
no hacían sino res taurar lo que había sido puesto en olvido .
Muy distinto es lo que suced e con el surgimiento de la
ciencia moderna. Contrasta en todo sentido con el movi-
miento religioso contemporáneo. La Reforma fué un levan-
tamiento popular; por siglo y m edio corrió la sangre de Euro-
pa. Los comienzos del movimiento científico se limitaron
a una minoría entre la aristocracia intelectual. En una ge-
n eración que vió la guerra de los Treinta Años y recordaba
la actuación del Duque de Alba en Flandes, lo peor que
sucedió a los hombres de ciencia fué que Galileo sufrió una
prisión decorosa y suave reprimen da, y que murió tranqui-
lamente en su cama, La forma en que se ha recordado la
persecución de Galileo es un tributo a los tranquilos comien-
zos del más íntimo cambio de visión que la raza humana ha-
ya experimentado. D esde el nacimiento de un niño en un
pesebre, no hay quizá suceso tan grande que se haya rea-
lizado con t an poco ruido.
La tesis que estas conferencias ilustrarán es que ese tran-
quilo crecimiento de la ciencia ha cambiado prácticamente
el color de nuestra mentalidad de tal manera que están
ahora muy difundidas en el mundo educado, maneras de
pensar que en épocas anteriores eran excepcionales. Ese nue-
vo colorido de los modos de pensar ha proseguido lentamen-
te durante muchas edades entre los pueblos de Europa. Al
fin redundó en el desarrollo rápido de la ciencia; y por ese
medio se ha robustecido gracias a su más obvia aplicación .

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La nueva mentalidad es más importante todavía que la
nueva ciencia y la nueva tecnología. Ha alterado las pre-
misas metafísicas y el contenido imaginativo de nuestra
mente tanto, que los viejos estímulos provocan una respues-
ta nueva. Quizá mi metáfora de un color nuevo es dema-
siado fuerte. Pienso en un mínimo cambio de tono que
basta sin embargo para causar la mayor diferencia. Una
frase de una carta del adorable genio que fu é William Ja-
mes ilustra exactamente lo qu e quiero decir. Cuando estaba
acabando su gran tratado, P1-incipios de psicología, es-
cribió a su h ermano Henry James: "Tengo que forjar
cada frase en las narices de hechos irreducibles y obsti-
nados."
E l nuevo matiz de la mente moderna es un interés vehe-
ment e y apasionado por la relación entre los principios ge-
nerales y los h echos irr ducibles y obstinados. En todo el
mundo y en t odos los tiempos han existido hombres prácti-
cos absorbidos en "hechos irreducibles y obstinados"; en
todo el mundo y en todos los tiempos han existido hombres
de t emperamento filosófico que se absorbieron en la trama
de los principios generales . L a unión del interés apasiona-
do por los hechos de detalle con idéntica devoción a la gene-
ralización abstracta es lo nuevo de nuest ra sociedad actual.
Antes había aparecido esporádicamente, como por azar . E se
equilibrio d la m ente se ha convertido ahora en parte de
la tradición que impregna al pensamiento culto. Es la sal
que sazona la vid a. La principal tarea de las universidades
es trasmitir esa t radición como una herencia vastamente
difundida de generación en generación.
Otro contraste que destaca la ciencia d entre los movi-
mientos europeos de los siglos XVI y XVII es su universali-
dad . La ciencia moderna nació en Europa, pero su hogar
es tod o el mundo. En los dos últimos siglos los modos oc-
cidentales han atacado larga y confusamente la civiliza-
ción asiática. Los sabios del Este han meditado y medi-
tan sobre cuál puede ser la norma secreta de vida capaz
de pasar de Oest e a Este sin destruir frívolamente su pro-
pia herencia que con tanta razón aprecian. Cada vez re-
sulta más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al

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Este sin vacilar es su ciencia y su V1SlOn científica. Ambas
son transferibles de región a región, y de raza a raza, don-
dequiera exista una sociedad racional.
En este curso de conferencias no discutiré los detalles del
descubrimiento científico. Constituye mi tema cómo entró
en vigor un estado de ánimo en el mundo mod erno, su vast a
generalización y su impacto sobre otras fuerzas espirituales.
Hay dos maneras de leer historia: hacia adelante y hacia
atrás. En la historia del pensamiento necesitamos los dos
métodos. Un clima de opinión -para emplear la feliz frase
de un escritor del siglo XVII- requiere para ser comprendi-
do la consideración de sus antecedentes y de sus resultados.
En consecuencia, consideraré algunos de los antecedentes
de cómo h emos abordado modernamente la investigación de
la naturaleza.
En primer lugar, no puede haber ciencia viva si no se ha-
lla difundida la convicción instintiva de la existencia de un
orden de cosas y, en particular, dc un orden de la rtIf1,turaleza.
He usado de intento la palabra inSitintiva. N o importa lo
que los hombres dicen con sus palabras mientras sus activi-
dades est én dirigidas por instintos fijo s. En última instan-
cia, las palabras pueden destruir los instintos. P ero hasta
que tal cosa no suceda, no entran en cuenta. Esa observa-
"t ción es importante en la historia del pensamiento científico.
Porque encontraremos que desde los tiempos de Hume, la
moda en fi losofía científica ha sido negar el racionalismo
de la ciencia. Esa conclusión se encuentra a flor de piel en
la filosofía de Hume. Tom€mos por ejemplo, el siguiente
pasaje de la sección IV de su Ensayo sob7'e el entendirniento
humano:
En una palabra, pues, todo efecto es un suceso distinto de su
causa. Por consiguiente, no puede ser descubiedo en la causa ;
y su prim era invención o concepción, a priori} debe ser comp leca-
mente arbitraria.

Si la causa en sí mi sma no revela información sobre el


efecto, de manera que su primera concepción debe ser ente-
ramente arbitraria, se infiere de inmediato que la ciencia
es imposible, salvo en el sentido de establecer conexiones

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.mteramente a1'bitrarias, que no están garantizadas por na-
da intrínseco a la naturaleza de las causas o de los efectos.
Por lo general alguna variante de l~ fil? sofía de Hume. ha
predominado entre los hombres de CIenCIa. Pero la fe CIen-
tífica se ha puesto a la altura de las circunstancias, y ha
allanado tácitamente la montaña filo sófica.
Ante tan extraña contradicción del p ensamiento científico,
e S de primera importancia considerar los antecedentes dc
una fe inexorable a la aspiración hacia un racionalismo
coherente. Tenemos que rastrear, pues, el nacimiento de
la fe instintiva en que existe un orden de la naturaleza
que se puede descubrir en cualquier suceso particular.
Naturalmente todos participamos en t al fe, y creemos
por eso que la causa de la fe es nuestra aprehensión de su
verdad. Pero la formación de una idea general -tal como
la idea del orden de la naturaleza- y la concepción de su
importancia y la observación de cómo se ejemplifica en
diversas ocasiones, no son en modo alguno consecuencias
necesarias de la verdad de la idea en cuestión. Suceden h e-
chos familiar es y la humanidad no se preocupa de ellos. Se
requiere una mentalidad muy poco común para emprender
el análisis de lo obvio. D e ahí que quiero considerar las
etapas en las cuales se hizo explícito est e análisis hasta
imprimirse por último indeleblemente en todo espíritu edu-
cado de la E uropa occidental.
Es evidente que los principales h echos de la vida se re-
piten con harta insist encia como para que deje de notar-
Ios el hombre menos racional; aun antes del despuntar de
la razón quedaron grabados en los instintos de los ani-
males. No es n ecesario estudiar en detalle la circunstancia
de que, a grandes rasgos, ciertos hechos generales de la
naturaleza se repiten, y de que nuestra misma naturaleza
se ha adaptado a tales repeticiones.
Pero existe un hecho complementario, igualmente verda-
dero e igualmente evidente: en realidad, nada se repite ja-
más en su exacto detalle. No hay dos días ni dos inviernos
idénticos. Lo desaparecido desaparece para siempre. De
ahí que la filo sofía práctica de la humanidad ha consistido
en esperar las grandes repeticiones y en aceptar los detalles,

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como si emanaran del seno inescrutable de las cosas, más
allá del campo de la razón. El hombre espera que el sol
se levante, pero el viento sopla donde se le antoja.
Cierto es que desde la civilización griega clásica en ade-
lant e han existido hombres y aun grupos de hombres que
se han situado más allá de la aceptación de un irraciona-
lismo último. Estos hombres han tratado de explicar to-
dos los fenóm nos como el resultado de un orden d e cosas
que se extiende a cada detalle . G'enios como Aristót eles,
o Arquímedes o Roger Bacon debieron nacer con la
mentalidad enteramente científica que sostiene instintiva-
mente que todas las cosas grandes y p equeñas pueden
concebirse como ejemplos de los principios generales rei-
nantes en todo el orden natural.
Pero hasta el final de la Edad Media el público general
educado no sintió esa convicción íntima y ese interés mi-
nucioso en t al idea hasta el punto de que condujera a un
contingente continuo de hombres con la capacidad y opor-
tunidad adecuadas para mantener una busca coordinada y
descubrir esos prinúpios hipotéticos. La gent e o bien du-
daba de la existencia de tal es principios o bien dudaba
de la probabilidad de encontrarlos, o no se interesaba en
pensar en ellos, o no recordaba su import ancia práctica
una vez que los hallaba. Cualquiera fuese la razón, la
búsqueda fué floj a, si tenemos en cuent a las oportunida-
des de una alta civilización y la longitud del tiempo en
cuestión. ¿Por qué se apretó el paso de rep ente en los
siglos XVI y XVII? Al termin ar la Edad M edia se presenta
una nueva m entalidad. La invención estimuló el p ensa-
miento, el p ensami ento avivó la especulación física, los
manuscritos griegos revelaron lo que h abían descubierto
los antiguos. Por último, aunque en el año 1500 Europa
sab ía meno s que Arquímed es, que murió en el !i!1!i! antes
de Cristo, con todo, en el año 1700 estaban escritos los
Principia de N ewton, y el mundo había r ecorrido buen
trecho hacia la época moderna.
Han existido grandes civilizaciones durante las cuales el
equilibrio mental requ erido por la ciencia ha aparecido sólo
por momentos y ha producido los más débiles resultados.

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Por ejemplo, cuanto más conocemos del arte chino, de la
literatura china y de la filosofía práctica china, más admi-
ramos las cumbres a que llegó esta civilización. Durante
miles de años hubo en China hombres agudos y doctos que
consagraron pacientemente sus vidas al estudio . Si t enemos
en cuenta el tiempo y la población, China forma el más
grande volumen de civilización que ha visto el mundo. No
hay motivo para dudar de la capacidad intrínseca individual
de los chinos para la investigación científica. y sin embar-
go la ciencia china es prácticamente despreciable. N o hay
motivo para creer que la China abandonada a sí misma,
hubiera producido jamás ningún progreso científico. Lo
mismo puede decirse de la India. Además, si los persas hu-
bieran esclavizado a los griegos, no existe cau a definida
para presumir que la ciencia hubiera florecido en Europa.
Los romanos no demostraron especial originalidad en ese
terreno. Aun así, los griegos, aunque fund aron el movi-
miento, no lo sostuvieron con el coneentrado interés que ha
demostrado Europa. No aludo a las Íl]timas generaciones
de los pueblos europeos a ambos lados del océano; entiendo
la Europa menor de la época de la Reforma, desgarrad a y
todo por las guerras y las disputas religiosas. Consideremos
el mundo mediterráneo oriental, desde Sicilia hasta el Asia
M enor, durante el período de unos 1400 años que va desde
la muerte de Arquímedes hasta la invasión de los tártaro s.
H ubo guerras y revoluci ones y grandes cambios de religión:
pero no mucho más graves que las guerras que en los si-
glos XVI y XVII asolaron toda E uropa. Había una civiliza-
ción grande y rica, pagana, cristiana y mahometana. En
ese período mu cho se agregó a la ciencia. Pero en conj unto
el progreso fué lento y vacilante; y, excepto en matemáti-
cas, los hombres del RenacirrUento partieron prácticamente
de la posición que había alcanzado Arquímedes . Se reali zó
algún progreso en medicina y en astronomía. Pero el avan-
ce total rué muy p equeño comparado con el éxito maravi-
lloso del siglo XVII. Compárese por ejemplo el progreso
del conocimiento científico desde el año 1560, inmediata-
mente antes del nacimiento de Galileo y de Kepler, hasta
el año 1700, cuando N ewton estaba en la cumbre de su

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fama, con el progreso en el período antiguo ya mencionado,
exactamente diez veces más largo.
No obstante, Grecia fué la madre de Europa, y a Grecia
tenemos que volver la mirada para hallar el origen de
nuestras ideas modernas. Todos sabemos que en las már-
genes orientales del lVIcditerráneo hubo una escuela muy
floreciente de filósofos jonios, profundamente interesados en
teorías sobre la naturaleza. Sus ideas se han trasmitido has-
ta nosotros, enriquecidas por el genio de P latón y de Aris-
tóteles. Pero, con excepción de Aristóteles (y la excepción
no es pequeña) esa escuela de pensamiento no había llegado
a la mentalidad científica completa. En cierto modo era
superior. E l genio griego era f¡]o sófico, lúcido y lógico. Los
hombres de ese grupo planteabrm ante todo interrogaciones
filosóficas. ¿Qué es el substrato de la naturaleza? ¿Es fue-
go, tierra, agua, alguna combinación de dos de ellos o de
los tres? ¿O es un simple flui r no reducible a ningún mate-
rial estático? Las matemáticas les interesaban extraordi-
nariamente. Hallaron su generalidad, analizaron sus premi-
sas, e hicieron notables descubrimientos de teoremas, me-
diante una rígida adhesión al razonamiento deductivo. Su
mente estaba impregnada de una ávida generalidad. Pedían
ideas claras y audaces y un raciocinio est ricto a partir de
ellas. Todo lo cual era excelente; era genial; era el trabajo
preparatorio ideal. Pero no era ciencia como la entendemos
hoy. La paciencia de la observación menuda no era todavía
ni con mucho tan prominente. E l genio de ellos no era t an
apto para el estado de expectativa confusa de la imagina-
ció n que precede a la generalización inductiva eficaz. Eran
pensadores lúcidos y razon adores audaces.
Claro es que huho excepciones, y de primera línea: por
ejemplo, Aristóteles y Arquímedes. Como ejemplo de ob-
servación paciente t enemos también a los astrónomos. Po-
seían lucid ez matemática a propósito de las estrellas y es-
taban fasC'Ínados por la pequeña banda numerable de pla-
netas fugitivos.
Toda filosofía está matizada por algún secreto fondo de
imaginación que nunca emerge explícitamente en sus ca--
denas de razonamiento. La visión griega de la naturaleza,

20
por lo menos esa cosmología que trasmitieron a edades pos-
teriores, era esencialmente dramática. No por eso es nece-
sariamente errónea, pero su dramatismo era excesivo. Con-
cibió, así, la naturaleza articulada como una obra de arte
dramático para ejemplificar ideas generales convergentes a
un fin. Diferenció la naturaleza para proporcionar a cada
cosa su fin adecuado. El centro del universo existía como
fin del movimiento para las cosas pesadas, y las esferas ce-
lestes, como fin del movimiento para las cosas cuya natu-
raleza las lleva hacia arriba. Las esferas celest es existían
para las cosas impasibles e ingenerabl es, las regiones infe-
riores, para las cosas pasibles y generables. La naturaleza
era un drama en el cual cada cosa desempeñaba su papel.
No digo qu e Ari stóteles se hubiese adherido a es ta con-
cepción sin rigurosas r eservas, sin reservas análogas, a de-
cir verdad, a las que no sotros mismos haríamos. Pero tal
fué la concepción que el pensamiento griego posterior extra- \
jo de Aristóteles y legó a la Edad Media. El efecto de ese
escenario imaginativo de la naturaleza consistió en sofocar
el espíritu histórico: pues, siendo el fin lo que parecía acla-
rarlo todo, ¿para qué inquiet arse por el comienzo? La R e-
forma y el movimiento científico fu eron dos aspectos de la
rebelión histórica que constituyó el movimiento intelectual
dominante del tardío R enacimiento. El llamado a los oríge-
nes del cristianismo, y el llamado de Francis Bacon a las
causas eficientes contra las causas finales fu eron dos aspec-
tos de una misma corriente de pensamiento. También por
esta razón Galileo y sus adversarios estaban en pugna irre-
mediable, como se puede ver en su Diálogo de los dos má-
jXimos sistemas del universo.
Galileo porfía a más y mejor sobre cómo suceden las cosas,
mientras sus adversarios tenían una teoría completa acer-
ca de por qué suceden. D esgraciadamente las dos t eorías
no producían los mismos resultados. Galileo insiste en "he-
chos irreducibles y obstinados", y Simplicio, su contrin-
cante, presenta razones completamente atisfactorias, por lo
menos para él mismo. E s grave error concebir esa rebelión
histórica como un llamado a la razón. Por el contrario, fué
de todo punto un movimiento antiintelectualista. Fué el

21
retorno a la contemplación de los h echos brutos, y se basó
en una r etirada desde el racionalismo inflexible del pensa-
,miento m edieval. Al sentar esta afirmación no hago más
que resumir lo que declaraban en esa época los partidarios
del anti guo régimen. Por ejemplo, en el libro cuarto de la
Hist01'ia d el Concilio de T1'ento del P. Pablo Sarpi, se encon-
trará que en 1551 los legados del P apa que presidían el
Concilio, ordenaron:

Que los teólogos debían confirmar sus opiniones con la Sagra-


da E scritur a, las tradiciones de los Ap óstoles, los concilios sagra-
dos y ap robados, y las constituciones y autoridades de los Santos
Padres ; que debían ser breves, evitar cuestiones superfluas e inúti-
les, y disputas p erversas, .. E sa orden no agradó a los t eólogos
italianos, quienes dij eron que era una novedad, y una condena
de la teología de las escuelas, la cual emplea la razón en todas las
dificultades ; y que por ella no era p ermitido proceder como Santo
Tomás, San BuenaventUl'a y otros f amosos doctor es.

Es imposible no simpatizar con estos t eólogos italianos,


que mantenían la causa p erdida del racionalismo desenfre-
nado . Todo el mundo los abandonó. Los protestantes esta-
ban en franca rebelión contra ellos. E l P apado no los
apoyó, y los obi spos del Concilio no podían entenderlos si-
quiera. Pues pocas fras es más abajo de la cita anterior,
leemos:

Aunque muchos se quejaron aquí del Decreto, poco les valió,


p orque generalmente los P adres [es decir, los obispos] deseaban
oír gente que hablase en términos inteligibles, no abstrusamente,
como en el caso de la Justificación y otros ya tratados.

¡Pobres m edi evalistas retrasados! Cuando empleaban la


razón no eran siquiera inteligibles para los poderosos de la
época. P asarán siglos antes de que los hechos obstinados
sean reducibles por la razón , y entre t anto el péndulo oscila
lenta y p esadament e 9.1 extremo del método hi stórico.
Cuarenta y tres afto s después de que los t eólogos italia-
nos hubieron r edactado est e m emorial, Richard Hooker, en
sus famosas L eyes d e gobicT7LO eclesiást ico, formula exacta-

22
mente la misma queja acerca de sus adversarios puritanos 1.
E! pensamiento equilibrado de Hooker -del cual deriva la
apelación de "el juicioso Hooker"- y su estilo difuso hacen
sus escritos singularmente inadecuados para ser resumidos
con una cita breve y oportuna. Pero en la sección indicada
enrostra a sus contrincantes su m enosp?'ecio de la razón; y
en apoyo de su propia actitud se refiere decididamente al
"más grande de los t eólogos escolásticos", designación con la
cual presumo que se refiere a Santo Tomás de Aquino.
El Gobierno eclesiástico de Hooker se publicó inmediata-
mente a ntes del Concilio de T?'ento de Sarpi. Las dos obras
fueron, pues, completamente independientes una de la otra.
Pero tanto Jos teólogos italianos de 1551 como Hooker al fi-
nal del mismo siglo dan testimonio de la t endencia antirra-
cionalista de sus tiempos, y en ese sentido oponen su pro -
pia época a la de la escolástica.
La reacción fué sin duda un correctivo muy necesario del
imprudente racionalismo de la Edad Media. P ero las reac-
ciones se van a los extremos . Por eso, aunque un resultado
de tal reacción fué el nacimiento de la ciencia moderna, de-
bemos recordar con todo, que la ciencia heredó así la t en-
dencia de pensamiento a la cual debe su origen.
El efecto del drama griego fué múltiple en cuanto a las
distintas formas en que afectó indirectamente el p ensamien-
to medieval. Los apóstoles de la imaginación científica tal
como existe hoy día son los grandes trágicos de la antigua
Atenas, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Su visión del desti-
no, que, inexorable e indiferente, impulsa un acontecimien-
to trágico a su inevitable desenlace, es la visión propia de
la ciencia. El destino de la tragedia griega se convierte en
el orden natural del p ensamiento moderno. E l interés ab-
sorbente por acontecimientos heroicos part iculares, como
ejemplo y verificación del funcionamiento del destino , rea-
parece en nuestra época como concentración d e interés en
los experimentos cruciales. Tuve la su erte de presenciar la
reunión de la Royal Society de Londres, cuando el astróno-
mo real de Inglaterra anunció que las placas fotográficas del

1 Cf. Libro IU, sección VIII.

23
famoso eclipse, según la medición de sus colegas, del Obser-
vatorio de Greenwich, habían verificado la predicción de
Einstein de que los rayos luminosos se en curvan al pasar
por la proximidad del sol. Toda la atmósfera de intenso
interés era exactamente la del drama griego : nosotros éra-
mos el coro que comentaba el dictado del destino, tal como
se revelaba en el desarrollo de un incidente supremo. Había
calidad dramática hasta en la escenografía: el ceremonial
acostumbrado, y en el fondo cl retrato de N ewton, para
recordarnos que la más grande de las generalizaciones cien-
tíficas había de recibir ahora, después de más de dos siglos,
su primera modificación. N o faltaba tampoco interés per-
sonal: una gran aventura de pensamiento llegaba al fin
salva a puerto.
Permítaseme r ecordar aquí que la esencia de la tragedia
no es el infortunio. Estriba en la solemnidad del funciona-
miento inexorable de las cosas. La inevitabilidad del destino
sólo puede ilustrarse en términos de vida humana mediante
acontecimientos que de hecho implican infortunio. Pues
sólo por ellos el dTama puede hacer evidente la futilidad
de toda huída. Esa inevitabilidad inexorable penetra el
pensamiento científico. Las leyes de la física son los dicta-
dos del destino.
La concepción del orden moral en la tragedia griega no
fué por cierto descubrimiento de los dramaturgos. Debió
pasar del pensamiento general serio de la época a la tra-
dición literaria. Pero al hallar su espléndida expresión, ahon-
dó la corriente de pensamiento de donde surgió. El espec-
táculo del orden moral quedó grabado en la imaginación de
la civilización clásica.
Vinieron los tiempos de la decadencia de esa gran socie-
dad; Europa pasó a la Edad Media. D esapareció la influen-
cia directa de la literatura griega. Pero el concepto de orden
moral y de orden de la naturaleza quedó preservado dentro
de la filosofía estoica. Por ejemplo, Lecky en su Historia
de la moral europea dice: "Séneca sostiene que Dios ha
determinado todas las cosas por una inexorable ley del
destino que Él ha gictado, pero a la cual Él mismo obe-
dece." Pero la forma más efectiva en que los estoicos in-

24
fluyeron sobre la mentalidad de la Edad Media fué el
sentido difuso de orden que surgía del derecho romano.
Para citar nuevamente a Lecky : "La legislación romana
era doblemente hija de la filosofía. En primer lugar se
formó de acuerdo con el modelo filo sófico, pues, en lugar
de ser un simple sistema empírico ajustado a las exigen-
cias existentes de la sociedad, establecía principios abs-
tractos de derecho a los cuales trataba de conformarse; y,
en segundo lugar, dichos principios estaban directamente
tomados del estoicismo." A pesar de la anarquía que de
hecho reinó en grandes regiones de Europa después de la
caída del Imperio, el sentido de orden legal estuvo siem-
pre pl'esente en los recuerdos tradicionales de las pobla-
ciones que habían formado parte de Roma. La Iglesia de
Occidente, además, se mantenía como la encarnación viva
de las tradiciones del gobierno imperial.
Es importante observar que la huella legal grabada en la
civilización de la Edad M edia no revistió la forma de unos
cuantos sabios preceptos r eguladores de la conducta. Fué·
la concepción de un definido sist ema articulado que define
la legalidad de la estructura detallada del organismo social
y de la forma detallada en que debe funcionar. No había
nada vago. No se trataba de máximas admirables, sino de un
procedimiento definido para poner las cosas en su orden y
mantenerlas asÍ. La Edad Media constituyó una larga ejer-
citación del intelecto de la Europa occidental en el sentido
del orden. Hubo quizá cierta deficiencia en cuanto a la
práctica. P ero ni por un momento la idea perdió su vigor.
Fué ante todo una época de p ensamiento ordenado, com-
pletamente racionalista. La anarquía misma aguzaba el
sentido de un sist ema coherent e, de la misma manera que
la anarquía de la Europa moderna ha estimulado la visión
intelectual de una Liga de las Naciones.
Pero para la ciencia se precisa algo más que un sentido
general del orden de las cosas. No se necesita más que una
frase para señalar cómo el hábito de pensamiento definido
y exacto se implantó en la mente europea gracias al largo
dominio de la lógica y la t eología escolásticas. El hábito se
mantuvo después que la filo sofía fué repudiada: el pre-

25
cioso hábito de buscar un punto exacto y asirse a él, una
vez hallado. Galileo debe a Aristóteles más de lo que aso-
ma a la superficie de sus Diálogos: le debe su claro enten-
dimiento y su espíritu analítico.
No creo, sin embargo, haber destacado todavía la con-
tribución más grande del medievalismo a la formación del
movimiento científico. Me refiero a la fe inexpugnable en
que cada h echo particular puede relacionarse con sus an-
t ecedentes en forma perfectamente definida, ejemplifican-
do los principios generales. Sin esa fe, las increíbl~s faenas
de los hombres de ciencia no t endrían esperanza . Esa con-
vicción instintiva, vívidamente presente ante la imagina-
ción, es la fuerza motriz de la búsqueda, la convicción de
que hay un secreto y que es posible descubrirlo. ¿Cómo ha
llegado a implantarse con tal fuerza esta convicción en el
espíritu europeo?
Si comparamos ese tipo de pensamiento de E uropa con
la actitud que han observado otras civilizaciones cuando
han sido abandonadas a sí mismas, parece que su origen
tiene una sola fuente. Debe provenir de la insist encia me-
dieval en el racionalismo de Dios, concebido con la ener-
gía personal de Jehová y con el racionalismo de un filó sofo
griego . Cada detalle estaba vigilado y ordenado : la in-
vestigación de la naturaleza sólo podía ir a parar en la
justificación de la fe en el racionalismo. Téngase presente
que no hablo del credo explícito de algunos individuos.
Me refiero a la marca que imprimió en el espíritu euro-
peo la fe inconlestada de varios siglos. Entiendo con ello
el tipo instintivo de pensamiento y no un simple credo
verbal.
Asia concibió a Dios como un ser o demasiado arbitrario
o demasiado impersonal para que tales ideas ejercieran gran
efecto en los hábitos instintivos de la mente. Cualquier
hecho determinado podía deberse al fiat de un déspota irra-
cional, o podía surgir de algún origen impersonal e ines-
crutable. No existía la confianza que inspira el racionalismo
inteligente de un ser personal. N o argüire que la confianza
de Europa en la escrutabilidad de la naturaleza estaba jus-
tificada lógicamente hasta por su propia t eología. M i pro-

26
blema es entender cómo SurglO. Mi explicación es que la
fe en la posibilidad de la ciencia, engendrada con anterio-
ridad a la teoría científica moderna, es un derivado incons-
ciente de la teología medieval.
Pero la ciencia no es simplemente el resultado de fe ins-
tintiva. Requiere t ambién un interés activo en los hechos
sencillos de la vida, por ellos mismos.
La limitación "por ellos mismos" es importante. La pri-
mera fase de la Edad Media fué una edad de simbolismo,
de amplias ideas y de técnica primitiva. Poco había que
hacer con la naturaleza como no fuera extraer penosamente
de ella los medios de vida. Quedaban por explorar los rei-
nos del p ensamientv, los reinos de la filo sofía y de la t eo-
logía. El arte primitivo podía simbolizar las ideas que
llenaban todas las mentes reflexivas. La primera fase del
arte medieval posee un hechizo obsesivo sin par; realza su
propia calidad intrínseca el hecho de que su mensaje, que
t endía más allá de la propia justificación del arte por sus
realizaciones estéticas, era el simbolismo de las cosas que
exist en tras la naturaleza. En esta fase simbólica. el arte
medieval se ejerció en la naturaleza como en su medio, pero
apuntaba a otro mundo.
Para comprender el contraste entre los primeros tiempos
de la Edad Media y la atmósfera que requiere la actividad
científica, deberíamos comparar el siglo VI y el siglo XVI en
Italia. En ambos siglos el genio italiano echaba los cimien-
tos de una nueva era. La historia de los t res siglos que
preceden el primer período, a pesar de la promesa del futuro
introducida por el nacimiento del cristianismo estaba abru-
madoramente impregnada del sentido de la decadencia de
la civilización. En cada generación se ha perdido algo.
Cuando leemos los documentos nos acecha la sombra de la
barbarie inminente. Hay grandes hombres y admirables
realizaciones en la acción y en el pensamiento. Pero su
efecto total no es más que detener por un corto intervalo
la decadencia general. En lo que toca a Italia, durante el
siglo sexto estamos en el extremo más bajo de la curva.
Pero en ese siglo cada acción echa el cimiento para el tre-
mendo surgir de la nueva civilización europea. En el fondo,

27
el imperio bizantino, bajo el gobierno de Justiniano, deter-
minó en tres formas el carácter de los primeros tiempos de
la Eda d Media en la Europa occidental. En primer lugar,
sus ejércitos, al mando de Belisario y Narses, despejaron a
Italia de la dominación gótica. De esa manera quedó libre
el tablado para el ejercicio del antiguo genio italiano en
crear organizaciones protectoras de ideales de actividad cul-
tural. Es imposible no simpatizar con los godos: sin em-
bargo, no puede dudarse de que mil años de papado fueron
infinitamente más valiosos para Europa que t odos los efec-
tos que hubieran podido derivar de un reino gótico bien
establecido en Italia.
En segundo lu gar, la codificación del derecho romano es-
tableció el ideal de legalidad que dominó el pensamiento
sociológico de Europa durante los siglos siguientes . La ley
es a la vez una maquinaria de gobierno y una condición
que r estringe el gobierno . El derecho canónico de la Igle-
sia y el derecho civil del Estado deben a los juristas de
Justiniano la influencia que tuvieron en el desarrollo de
Europa. E stablecieron en el espíritu occidental el ideal de
que una autoridad debía ser a la vez legal y mantenedora
de la ley y debía mostrar en sí misma un sist ema de orga-
nización razonablemente montado . El siglo VI en Italia re-
veló por primera vez cómo el contacto con el imperio bizan-
tino favoreció la impresión de esas ideas.
En t ercer lugar, en las esferas no políticas del arte y el
saber, Constantinopla presentaba un nivel de obra reali-
zada que, en parte por el impulso de la imitación directa, y
en parte por la inspiración indirecta que surgía del mero
conocimiento de la exist encia de tales h echos, actuó en la
cultura de Occidente como un estímulo perpetuo. La sa-
biduría de los bizantinos tal como existía en la imaginación
de la primera fase de la mentalidad medieval, y la sabidu-
ría de los egipcios tal como existía en la imaginación de los
griegos primitivos, desempeñaron papeles análogos. Proba-
blemente el conocimiento real de esas sabidurías se ext endió
en uno y otro caso a cuanto convenía a los pueblos recep-
tores. Conocían lo suficiente como para conocer a qué cla-
se de nivel se puede llegar, pero no lo bast ante como para

28
sentirse maniatados por modos de pensar estáticos y tradi-
cionales. Por eso, ambos pueblos adelantaron por su propia
cuenta y aventajaron a sus modelos. Ninguna explicación
del nacimiento de la mentalidad científica europea puede
dejar de notar la influencia de fondo de la civilización bi-
zantina. En el siglo VI se produce una crisis en la historia
de las relaciones entre Bizancio y el Occidente; debe compa-
rarse esa crisis con la influencia de la literatura griega en el
pensamiento europeo durante los siglos xv y XVI. Los dos
hombres sobresalientes que en la Italia del siglo VI echaron
los cimientos del futuro fu eron San B enito y San Gregario
Magno: teniéndolos en cuenta podemos ver de inmediato
que el acceso a la mentalidad científica a que habían llega-
do los griegos estaba completamente en ruinas. Estamos en
el cero grado de la t emperatura científica. P ero la obra de
toda la vida de San Gregario Magno y de San Benito apor-
tó elementos para la reconstrucción de Europa, los cuales
determinaron que la reconstrucción, en el momento de lle-
varse a cabo, incluyera una mentalidad científica más efec-
tiva que la del mundo antiguo. Los griegos eran demasiado
t eóricos. P ara ellos, la ciencia era una rama de la filosofía.
San Gregario Magno y San Benito eran hombres prácticos,
que percibían bien la importancia de las cosas corrientes;
y combinaron el t emperamento práctico con sus actividades
religiosas y culturales. D ebemo s en especial a San B enito
el que los monasterios fueran hogares de agricultores prác-
ticos, así como hogares de santos, artistas y sabios. La
alianza de la ciencia y de la t écnica, mediante la cual el
sab er se mantiene en contacto con los hechos irr educibles
y obstinados, debe mucho a la t endencia práctica de los pri-
meros benedictinos. La ciencia moderna deriva de Roma
tanto como de Grecia, y esa herencia romana explica su
adelanto en una energía de pensamiento que se mantiene
en contacto inmediato con el mundo de los hechos.
Pero la influencia de ese contacto entre los monasterios y
los hechos de la naturaleza se mostró primero en el arte.
El surgir del naturalismo al final de la Edad Media fué para
la mentalidad europea la entrada del último ingrediente ne-
cesario para que surgiera la ciencia. Fué el surgir del inte-

29
l'és en objetos naturales y en acontecimientos naturales, por
ellos mismos. El follaje natural de una comarca fué escul-
pido en lugares apartados de los edificios tardíos, simple-
mente para demostrar el placer en esos objetos familiares.
La atmósfera entera de cada arte demostraba cierta alegría
directa en aprehender las cosas que nos rodean. Los artífi-
ces que ejecutaron la escultura decorativa de los últimos
tiempos de la Edad Media, Giotto, Chaucer, Wordsworth,
Walt Whitman y, en la actualidad, el poeta de Nueva In-
glaterra Robert Frost, están todos emparentados en este
sentido. Los simples h echos inmediatos son los temas de
interés, y reaparecen en el pensamiento de la ciencia como
los "hechos in:educibles y obstinados".
El espíritu de Europa estaba preparado ahora para su
nueva aventura de p ensamiento. Es innecesario contar en
detalle los diversos incidentes que señalaron el nacimiento
de la ciencia: el crecimiento de la riqueza y del tiempo dis-
t ponible; la expansión de las universidades; la invención de
la imprenta; la toma de Constantinopla; Copérnico; Vasco
de Gama; Colón; el telescopio. El suelo, el clima, las semi-
llas existían; crecían los bosques. La ciencia no se ha des-
embarazado nunca de la huella de su origen, cuando la
histórica rebelión del Renacimiento tardío . Continuó siendo
ante todo un movimiento antirracionalista basado en una
fe ingenua. Todo el raciocinio que ha necesitado lo ha t o-
mado de las matemáticas, una reliquia sobreviviente del
racionalismo griego, que sigue el méto do deductivo. La
ciencia rechaza a la filosofía. En otras palabras, nunca ha
cuidado de justificar su fe o de explicar su sentido, y ha
permanecido blandamente indiferente a su refutación, obra
de Hume.
Claro es que la histórica reb elión estaba enteramente
justificada. Era deseada. Era una necesidad absoluta para
el espíritu sano. El mundo necesitaba siglos de contempla-
ción de los hechos irreducibles y obstinados. Es difícil
para el hombre hacer muchas cosas a un tiempo, y en eso
se vió después de la orgía racionalista de la Edad Media.
Era una reacción muy juiciosa; pero no era una prot esta
en apoyo de la razón.

30
Hay no obstante, un cast igo dIvino que acecha a los que
deliberadamente esquivan las sendas del conocimiento. El
clamor de Oliver Cromwell resuena a través de las edades :
"Hermanos míos, os lo suplico por las entrañas de Cristo,
pensad qu e podéis estar quivocados."
E l progreso de la ciencia ha llegado a un momento cru-
cial. Las bases estables de la física se han debilitado:
también por primera vez la fisiología se yergue como un
cuerpo real de conocimiento y no como un montón de so-
bras . Las antiguas 'b ases del pensamiento científico se
están volviendo ininteligibles . El tiempo, el espacio, la
materia, lo mat erial, el éter, la electricidad, mecanicismo,
organismo, configuración, estructura, modelo, función, t odo
requiere reinterpretación. ¿Para qué hablar de una explica-
ción mecanicista cuando no sabemos qué es lo que se en-
tiende por mecánica ?
La verdad es que la ciencia comenzó su calTera moderna
apropiándose ideas derivadas del lado más débil de las
filosofías de los sucesores de Aristóteles. En algunos sen-
tidos la elección fué feliz. Permitió que el conocimiento
del siglo XVII, en cuanto a fí sica y química, pudiera formu-
larse del modo completo que p erduró hasta nuestros días.
Pero el progreso de la biología y de la psicología quedó
reprimido por la aceptación nada crítica de afirmaciones
no del tod o verídicas. Si la ciencia no ha de degenerar en
una mescol anza de hipótesis ad hoo, debe volverse filo-
sófica y debe emprender una crítica completa de sus pro-
pias bases.
En las conferencias siguientes de este curso rastrearé los
éxitos y los fracasos de las determinadas concepciones cos-
mológicas con las cuales se ha r evestido el intelecto europeo
en los tres últ imos siglos. Los climas generales de opinión
persisten durante p eríodos de unas dos o tres generaciones,
es decir, durante perío dos de sesenta a cien años. Hay t am-
bién ondas de pensamiento más cortas que se mueven en
la superficie del movimiento periódico . Por consiguiente,
hallaremos en la visión europea transformaciones que mo-
difican lentamente los siglos siguientes. No obst ante, a
través de todo el período p ersiste la cosmología científica

31
fija que presupone como h echo último una materia prima
irreducible, o material, extendida en el espacio en un flujo
de configuraciones. En sí mismo semejante material carece
de sensibilidad, de 'valor y de finalidad. Hace simplemente
lo que hace, siguiendo una rutina fija impuesta por rela-
ciones externas que no brotan de la naturaleza de su ser.
Llamo a esta presuposición "materialismo científico". Es
una presuposición que rechazaré por ser enteramente inade-
cuada para la situación científica a que hemos llegado
ahora. No es errónea, si se interpreta correctamente. Si
nos limitarnos a ciertos tipos de hechos, abstraídos de las
circunstancias completas en que OCUlTen, la presuposición
materialista los expresa a la perfección. Pero cuando pasa-
rnos más allá de la abstracción, ya por uil uso más sutil
de nuestros sentidos, ya en demanda de significado y de
coherencia de pensamiento, el esquema se hace pedazos de
inmediato. La estrecha eficacia del esquema era cabalmente
la causa de su extraordinario éxito metodológico. Porque
dirigió la atención hacia los grupos de hechos que en el
estado de conocimiento que existía entonces, necesitaban
investigación.
El éxito del esquema ha afectado adversamente las diver-
sas corrientes del p ensamiento europeo. La rebelión histó-
rica fué antirracionalista porque el racionalismo de los esco-
lásticos requería una rigurosa corrección mediante el
contacto de los hechos brutos. Pero la renovación de la
Pilosofía en las manos de D escartes y de sus sucesores estuvo
completamente configurada en su desanollo por aceptar la
cosmología científica al pie de la letra. El éxito de sus ideas
últimas confirmó a los hombres de ciencia en su negativa
a modificarlas de resultas de investigar su racionalismo.
Toda filo sofía se veía obligada a engullirlas enteras. El
ejemplo de la ciencia afectó también a otros dominios del
pensamiento. De este modo se ha exagerado la rebelión
histórica hasta llegar a excluir la filosofía de su papel pro-
pio: el de armonizar las diversas abstracciones del pensa-
mIento metodológico. El pensamiento es abstracto; el uso
intolerante de abstracciones es el vicio máximo del inte-
lecto, "icio que no se corrige del todo con recurrir a la

32
experiencia concreta. Porque, al fin de cuentas, sól? n~­
cesitamos atender a los aspectos de nuestra expel'lenCJa
concreta que caen dentro de un limitado esquema. Hay
dos métodos para purificar las ideas. Uno de ellos es la
observación imparcial por medio de los sentidos del cuer-
po. Pero observar es elegir. De ahí que sea difícil tras-
cender un esquema de abstracción cuyo éxito es suficien-
t emente amplio . El otro método consiste en comparar los
diversos esquemas de abstracción que est án bien estable-
cidos en nuestros distintos tipos de experiencia . Esa com-
paración t oma la forma de respuesta a las exigencias de
los t eólogos italianos escolásticos que mencionaba Pablo
Sarpi. Lo que ellos p edían era que se usara la razón. La
fe en la razón es la confianza de que las naturalezas últi-
mas de las cosas se hallan reunidas en una armonía que
excluye la pura y simple arbitrariedad. Es la fe de que
en la raíz de las cosas no encontraremos caprichoso miste-
rio y nada más. La fe en el orden de la naturaleza que ha
permitido el desarrollo de la ciencia es un ejemplo parti-
cular de una fe más honda, que no puede justificarse por
ninguna generalización inductiva. Brota del examen di-
r ecto de la naturaleza de las cosas, t al como se revela en
nuestra propia experiencia presente e inmediata. No es
posible separarnos de nuestra propia sombra. Sentir esta
fe es saber que al ser nosotros mismos somos más qu e nos-
otros mismos; es saber que nuestra experiencia, aun siendo
confusa y fragmentaria, sondea las mayores honduras de
la realidad; es saber que los detalles separados, sólo para
que sean ellos mismos, deb en encontrarse dentro de un
sist ema de cosas; es saber que tal sistema incluye la ar-
monía del racionalismo lógico, y la armonía de la reali-
zación estética; es saber que, mientras la armonía de la
lógica pende sobre el universo como una férrea necesidad,
la armonía estética se le aparece como ideal vivo que mo-
dela el fluir general en su progreso discontinuo hacia más
finos y sutiles resultados.

33
CAPÍTULO II

LAS MATEMÁTICAS COMO ELEMENTO DE LA


H ISTORIA DEL PENSAMIENTO

La ciencia de las matemáticas puras, en su desarrollo


moderno puede afirmar que es la creación más original del
espíritu humano. También la música puede pretender este
título. P ero dejanao a un lado a todos los rivales, conside-
raremos los fundamentos en los que las matemáticas pue-
den apoyar su pretensión. La originalidad de las mat emá-
ticas consiste en que en la ciencia matemática se señalan
conexiones entre las cosas que, aparte la .acción de la razón
humana, son extraordinariamente poco evidentes. Así, las
ideas que se encuentran ahora en la mente de los matemá-
ticos contemporáneos, están muy lejos de toda noción que
pueda derivar inmediatamente por percepción de los senti-
dos; a menos, por cierto, de ser percepción estimulada y
guiada por conocimiento matemático precedente. Esta es
la t esis que paso a ilustrar.
Supóngase que proyectamos nuestra imaginación muchos
miles de años atrás y procuremos comprender la simpleza
mental que caracterizaba hasta los mayores entendimien-
tos de esas sociedades primitivas. Ideas abstractas que para
nosotros son inmediat amente evidentes sólo debieron ser
para ellos materia de la más oscura aprehensión. Tome-
mos, por ejemplo, el problema del número. Nosotros pen-
samos el número "cinco" como apli cable a grupos apropia-
dos de entidad es cualesqui era -aplicable a cinco peces, a
cinco niños, a cinco manzanas, a cinco días-. Así, al consi-

34
derar las relaciones del nllmero "cinco" con el número "tres"
pensamos en dos grupos de cosas: una con cinco miembros
y la otra con tres. P ero nos abstraemos totalmente de toda
consideración de entidades particulares y hasta de to da
clase particular de entidades que entran a formar parte del
conjunto de cada uno de los dos grupos. P ensamos sola-
mente en las relaciones entre los dos grupos, que son com-
pletamente independientes de las esencias individuales de
cualquiera de los miembros de uno u otro grupo . Lo cual
constituye una verdadera hazaña de abstracción: siglos de-
bieron pasar antes de que el género humano se elevase
a tamaña altura. Durant e un largo p eríodo, se compararon
sin duda los grupos de peces entre sí con respecto a su
multiplicidad, y los grupos de días entre sí. P ero el primer
hombre que notó la analogía entre un grupo de siete p eces
y un grupo de siete días marcó un adelanto notable en la
historia del pensamiento. Fué el primer hombre que abrigó
un concepto perteneciente a la ciencia de las matemáticas
puras. En ese momento debió ser imposible para él
adivinar la complejidad y la sutileza de esas ideas matemá-
ticas abstractas que aguardaban descubrimiento. Ni pudo
haber adivinado que esas nociones ejercerían amplio he-
chizo en cada una de las generaciones venideras. E xiste una
tradición literaria equivocada que representa el amor a las
matemáticas como una monomanía limitada a unos pocos
excéntricos en cada generación. Sea como fuere, hubiera
sido imposible anticipar el placer derivable de un t ipo de
pensamiento abstracto que no t enía contraparte en la socie-
dad de entonces. En tercer lugar, el t remendo efecto futuro
del conocimiento matemático sobre la vida del hombre, so-
bre sus ocupaciones diarias, sobre sus pensamientos habi-
tuales, sobre la organización de la sociedad, debió ocul-
tarse más todavía a la previsión de esos pensadores primi-
tivos. Aun hoyes muy vacilante la comprensión del ver-
dadero lugar de las matemáticas como elemento de la his-
toria del pensamiento. No llegaré a decir que trazar una
historia del pensamiento sin estudio profundo de las ideas
matemáticas de las épocas sucesivas es como omitir a Ham-
Jet del drama que lleva su nombre. Sería pedir demasiado.

35
Pero sin duda es análogo a suprimir el papel de Ofelia. El
símil es singularmente exacto, porque Ofelia es ent eramen- '
te esencial en el drama, es encantadora -y un poco loca-o
Concedamos que el estudio de las matemáticas es una di-
vina locura del espíritu humano, un refugio contra el aco-
sar punzante de los hechos contingentes.
Cuando p ensamos en las matemáticas, tenemos en la
mente una ciencia dedicada a la investigación del número,
de la cantidad, de la geometría y, en los tiempos modernos,
una ciencia que incluye también la investigación de los
conceptos más ab stractos todavía de orden, y de los tipos
análogos de relaciones puramente lógicas. El toque de las
matemáticas es que en ellas nos hemos desembarazado
siempre de los casos particulares y aun de toda especie
particular de entidad. De manera que, por ejemplo, no
hay verdades matemáticas que se apliquen solamente a
los p eces o solamente a las piedras o solamente a los colo-
res. Mientras nos ocupamos de matemáticas puras esta-
mos en el reino de la abstracción completa y absoluta.
Todo lo que afirmamos es que la razón insiste cn admitir
que si determinadas entidades cualesquiera guardan de-
terminadas r elaciones que satisfacen tales o cuales con-
diciones puramente abstractas, deben guardar entonces
otras relaciones que satisfagan otras condiciones puramen-
t e abstractas.
Pensamos que las matemáticas pertenecen a la esfera de
la abstracción completa de todo caso particular del obj eto
de que se ocupa. Tal concepción de las matemáticas está
t an lejos de ser evidente que podemos cerciorarnos fácil-
m ente de que ni aun ahora la entiende la generalidad . Por
ejemplo, se suele creer que la certeza de las matemáticas
es una razón de la cert eza de nuestro conocimiento geomé-
trico del espacio del universo fí sico. Lo cual es una ilusión
que ha viciado mucho de la filosofía del pasado y algo de
la del presente. El problema de la geometría es una prueba
bastante convincente. Hay ciertas series alternadas de con-
diciones puramente abstractas posibles para la relación de
grupos de entidades no especificadas, que llamaré condicio-
nes geométricas. Les doy este nombre a causa de su analo-

36
gía general con las condiciones que creemos rigen con res-
. pecto a las relaciones geométricas particulares de las cosas
que observamos en nuestra percepción directa de la natu-
raleza. En lo que concierne a nuestras observaciones, no
somos lo bastante esmerados para estar seguros de las con-
diciones exactas que regulan las cosas con las que trope-
zamos en la naturaleza. Pero mediante una leve extensión
de hipótesis podemos identificar esas condiciones observadas
con alguna serie de las condiciones geométricas puramente
abstractas. Al proceder así, hacemos una determinación
particular del grupo de entidades no especificadas que son
las cosas relacionadas en la ciencia abstracta. En las mate-
máticas puras de las relaciones geométricas decimos que si
cualesquiera entidades de un grupo gozan de cualesquiera
relaciones entre los miembros, que satisfacen esta serie de
condiciones geométricas abstractas, entonces tales o cuales
nuevas condiciones abstractas también deben regir en tales
relaciones. Pero cuando llegamos al espacio fí sico, decimos
que cierto grupo determinadamente observado de entidades
físicas goza de ciertas relaciones determinadamente obser-
vadas entre sus miembros, las cuales satisfacen la serie indi-
cada de condiciones geométricas abstractas. Concluímos
de ahí que las nuevas relaciones que, según inferíamos, re·
gían en cualquier caso de este tipo, deb en regir por consi·
guiente en este caso pa11ticular.
La certeza de las matemáticas depende de su completa
generalidad abstracta. Pero no podemos estar seguros a
priori de que tenemos razón en creer que las entidades ob-
servadas en el universo concreto forman un ejemplo parti-
cular de lo que cae bajo nuestro razonamiento general.
Veamos otro ejemplo, tomado de la aritmética. Es una
verdad abstracta general de las matemáticas puras que todo
grupo de cuarenta entidades puede subdividirse en dos
grupos de veinte entidades. Por consiguiente, es justificada
nuestra conclusión de que un grupo particular de manzanas
que, según creemos, contiene cuarenta miembros, puede
subdividirse en dos grupos de manzanas, cada uno de los
cuales contiene veinte miembros. P ero siempre queda la
posibilidad de que hayamos contado mal el grupo grande;

37
de manera que, en la práctica, cuando llegamos a subdivi-
"dirlo, hallaremos que uno de los dos montones tiene una
manzana de más o de menos.
De ahí que, al criticar una argumentación basada en la
aplicación de las matemáticas a hechos concretos particula-
res, hay siempre tres procesos que debemos distinguir cla-
ramente. En primer lu gar, debemos examinar el razona-
miento puramente matemático para cerciorarnos de que
no contiene simples errores-faltas de lógica accidentales
debidas a una falla mental. Cualquier matemático sabe
por triste experiencia que al comenzar a elaborar una cadena
de razonamicnto cs muy fácil cometer un leve error que,
sin embargo, tiene la mayor importancia. Pero cuando
una página de matemáticas ha sido revisada y ha estado
sometida durante algún tiempo al mundo de los expertos,
la probabilidad de error accidental es casi despreciable. El
proceso inmediato consiste en verificar tod as las condicio-
nes abstractas cuya validez .hemos supuesto, o sea, es la
determinación de las premisas abstractas de las cuales parte
el razonamiento matemático, materia de considerable difi-
cultad. En tiempos pasados se cometieron inadvertencias
muy notables que fueron aceptadas por generaciones de los
más grandes matemáticos. E l principal peligro es el de la
inadvertencia, esto es, introducir tácitamente alguna condi-
ción que nos resulta natural suponer, pero que de hecho
no siempre es necesariamente válida. En esta materia hay
otra inadvertencia opuesta que no causa error sino sola-
mente falta de simplificación. Es muy fácil pensar que se
precisa postular un número de condiciones mayor que el
verdadero . En otras palabras, podemos pensar que es ne-
cesario algún postulado abstracto cuando en realidad lo
podemos probar mediante los otros postulados que ya te-
nemos entre manos. Los únicos efectos de este exceso de
postulados abstractos consisten en disminuir nuestro pla-
cer estético en el razonamiento matemático, y en darnos
más trabajo cuando llegamos al tercer proceso de crítica.
E l tercer proceso de crítica es la verificación de que nues-
tros postulados abstractos son válidos en el caso particular
en cuestión. Con respecto a este proceso de verificación

38
para el caso particular es donde nacen todas las dificultades.
En algunos casos sencillos, tales como el recuento de cua-
renta manzanas, podemos con un poco de cuidado llegar a
la certeza práctica. Pero en general, con ejemplos más com-
plejos, nunca podemos alcanzar la certeza completa. Se han
escrito miles y miles de libros sobre este t ema. Es el cam-
po de batalla de las filo sofí as rivales. Implica dos proble-
mas distintos. Existen determinadas cosas particulares que
hemos observado y debemos cerciorarnos de que las rela-
ciones entre esas cosas obedecen de veras a determinadas
y precisas condiciones abstractas. Hay aquí mucho lugar
para el error. Los métodos científicos de observación exacta
son todos recursos para limitar esas conclusiones erróneas
que conciernen directamente a los hechos concretos. Pero
surge otro problema . Las cosas directamente observadas
son casi siempre nada más que muestras. Queremos llegar
a la conclusión de que las condiciones abstractas, válidas
para las muestras, también son válidas para todas las otras
entidades que, por tal o cual razón, nos parecen pertenecer
a la misma clase. Ese proceso de razonamiento de la
muestra a la especie entera es la inducción. La teoría de la I
inducción es la desesperación de la filo sofía y, no obstante,
todas nuestras actividades se basan en ella. Como quiera
que sea, al criticar una conclusión matemática sobre un
hecho concreto particular, las verdaderas dificultades con-
sisten en hallar los supuesto s abstractos implícitos y en
apreciar las pruebas en favor de su aplicabilidad al caso
particular en cuestión.
Sucede muchas veces que al criticar un libro o un artículo
erudito de matemáticas aplicadas, toda la dificultad está
en el primer capítulo y hasta en la primera página. Por-
que en el comienzo mismo es donde probablemente hallare-
mos que el autor se equivoca en sus supuestos. Además, la
dificultad no está en lo que el autor dice sino en lo que no
dice. Tampoco está en lo que sabe que ha admitido, sino en lo
que ha admitido inconscientemente. No ponemos en duda
la honradez del autor. Criticamos su perspicacia. Toda ge-
neración critica los supuestos inconscientes admitidos por
sus padres. Puede asentir a ellos, pero los t rae a la luz.

39
La historia. dcl desarrollo de la lengua ilust ra ese punto.
Es una historia de análisis progresivo de las ideas. El
latín y el griego eran lenguas de flexión, e3 decir, expresa-
ban un complejo de ideas no analizado, mediante la simple
modificación de una palabra; mientras en inglés, por ejem-
plo, empleamos preposiciones y verbos auxiliares para traer
a la luz todo el manojo de ideas implícitas. Para algunas
formas de arte literario -aunque no siempre- la absor-
ción compacta de ideas auxiliares dentro de la palabra prin-
cipal, puede ser una ventaja. Pero en una lengua como la
inglesa, hay una ganancia abrumadora en claridad. La ma-
yor claridad no es sino la exhibición en forma más completa
de las divel'sas abstracciones implícitas en la idea compleja
que es el sentido de la frase.
Por comparación con la lengua, podemos ver ahora cuál
es la) función de pensamiento que llevan a cabo las mate-
máticas puras. Es una tentativa resuelta de lanzarse total-
mente en dirección al análisis completo, de manera de se-
parar los elementos pertenecientes a los simples hechos
concretos, de las condic'ones puramente abstractas a las
cuales ejemplifican.
El hábito de t al análisis ilumina cada acto del funcio-
namiento de la mente humana. Primeramente destaca, al
aislarla, la apreciación estética directa del contenido de la
experiencia. Esa apreciación directa importa la aprehen-
sión de lo que la experiencia es en sí misma en su. esencia
particular y propia, incluyendo sus valores concretos inme-
diatos. Es ésa una cuestión de experiencia directa que de-
pende de la sutileza de los sentidos. Tenemos además la
abstracción de las entidades particulares implícitas, consi-
deradas en sí mismas y aparte la determinada ocasión de
experiencia en que las aprehendemos entonces. Y por últi-
mo tenemos la aprehensión de las condiciones absoluta-
mente generales, satisfechas por las relaciones particulares
de esas entidades en cuanto a aquella experiencia. Las con-
diciones logran . generalidad porque se las puede expresar
sin referencia a las relaciones particulares o a esas cosas
particulares relacionadas que acontecen en tal ocasión par-
ticular de experiencia. Son condiciones que podrían ser

40
válidas para una variedad infinita de otras ocasiones que
implicaran otras entidades y otras relaciones entre ellas.
Así, esas condiciones son perfectamente generales porque
no se refieren a una ocasión particular, ni a entidades par-
ticulares (como verde, azul, árboles) que entran en una
cantidad de ocasiones, ni a relaciones particulares entre ta-
les entidades.
N o obstante, se ha de hacer una limitación a la generalidad
de las matemáticas; es una restricción que se aplica igual-
mente a todos los asertos generales. No puede formularse
ningún aserto, salvo uno solo, con respecto a cualquier
ocasión lejana que no entra en relación con la ocasión inme-
diata de modo de formar un elemento constitutivo de la
esencia de esa ocasión inmediata. Por "ocasión inmedia-
ta" entiendo la ocasión que contiene como ingrediente el
acto individual de juicio en cuestión. E l único aserto ex-
ceptuado es: si hay algo que no está en relación, nuestra
ignorancia respecto de ese algo es completa. Por "igno-
rancia" entiendo aquí ignorancia; por eso no es posible
aconsejar cómo esperarlo, ni cómo tratarlo en la "práctica"
o de cualquier otra manera. O conocemos algo de la oca-
sión lejana por conocimiento que es en sí mismo elemento
de la ocasión inmediata, o no sabremos nada. De ahí que,
todo el universo abierto para cada variedad de exper'en-
cia, es un universo en el cual cada detalle entra en rela-
ción propia con la ocasión inmediata. La generalidad de
las matemáticas es la generalidad más completa compa-
tible con la comunidad de ocasiones que constituye nues-
tra situación metafísica.
Ha de l1otarse, además, que las entidades particulares
requieren esas condiciones generales para ingresar en cual-
quier ocasión; pero las mismas condiciones gen erales pue-
den ser requeridas por muchos tipos de entidades parti-
culares. E l hecho de que las condiciones generales trascien-
dan cualquier serie de entidades particulares es la razón
de que entre en las matemáticas y en la lógica matemá-
tica la noción de "variable". Mediante el empleo de esa
noción se investigan las condiciones generales sin especi-
ficación alguna de entidades particulares. E l hecho de que

41
las entidades particulares no hacen al caso no ha sido com-
prendido generalmente: aSÍ, la propiedad de tener forma
las formas, por ejemplo, la forma circular, la esférica y la
cúbica, tales como aparecen en la experiencia real, no entran
en el razonamiento geométrico.
El ejercicio de la razón lógica se ocupa siempre de esas
condiciones absolutamente generales . En su · sentido más
lato, el descubrimiento de las matemáticas es el descubri-
miento de que la totalidad de esas condiciones abstractas
generales, que son coincidentemente aplicables a las rela-
ciones entre las entidades de una ocasión cualquiera, están
a su vez relacionadas entre sí a la manera de una est ruc-
tura con clave. Tal estructura de relaciones entre condi-
ciones abstractas generales se impone tanto en la realidad
externa como en nuestras representaciones abstractas de
ella, por la necesidad general de que cada cosa sea preci-
samente su propio ser, con su propia manera individual de
diferir de todo lo demás. Lo cual no es sino la necesidad de
la lógica abstracta, que es el supuesto implícito en el hecho
mismo de la exist encia interrelacionada, tal como se revela
en cada ocasión inmediata de experiencia.
I.. a clave de las estructuras quiere decir que, de una serie
elegid~. de esas condiciones generales, ejemplificadas en
cualquier ocasión, puede inferirse por puro ejercicio de
lógica abstracta, una estructura que implique una infinita
variedad de otras condiciones semejantes. Cualquier serie
elegida de este tipo se llama serie de postulados o premisas
de donde parte el razonamiento . E l razonamiento no es
sino la exhibición de toda la estructura de condiciones ge-
nerales implícitas en la estructura derivada de los postula-
dos escogidos.
La armonía de la razón lógica, que adivina la estructura
completa contenida en los postulados, es la propiedad esté-
tica más general que surge del simple hecho de la coexis-
tencia en la unidad de una ocasión. Donde quiera haya
uni dad de ocasión queda establecida por eso una relación
estética entre las condiciones generales contenidas en esa
ocasión. Esa relación estética es lo adivinado en el ejerci-
cio de la razón. Todo lo que cae dentro de esa relación se

42
ejemplifica por consiguiente en esa ocaSlOn, todo lo que
queda fuera de esa relación queda excluído, por consiguiente,
de ejemplificarse en esa ocasión. La estructura completa
de las condiciones generales así ejemplificada está determi-
n ada por cualquiera de las muchas series escogidas de esas
condiciones. E sas series qu e obran como claves son series
de postulados equivalentes. La armonía razonable de ser,
requerida para la uni dad de una ocasión compleja junto con
la realización completa (en esa ocasión) de todo lo conte-
nido en su armonía lógica es el artículo primero de la doc-
trina metafísica. Quiere decir que para las cosas estar jun-
tas implica estar razonablemente juntas. Lo cual quiere
decir que el p ensamiento puede pen etrar en cada ocasión
concreta, de manera que, abarcando las condiciones que
sirven d e clave, todo el complejo de su estructura de con-
diciones queda abierto ante él. O sea : con tal de que sepa-
mos algo absolutamente general acerca de los elementos en
cualquier ocasión, podemos saber entonces un número infi-
nito de otros conceptos igu almente generales que también
deb en ejemplificarse en esa misma ocasión. La armonía
lógica cont enida en la u nidad de una ocasión es a la vez
exclusiva e inclusiva. La ocasión debe excluir lo inarmó-
nico y debe incluir lo armónico.
Pitágoras fué el primer hombre que tuvo idea del alcance
pleno de ese principio general. Vivió en el siglo VI antes de
la era vulgar. Le conocemos fragmentariamente. Pero sa-
b emos algunos puntos que establecen su grandeza en la
historia del p ensamiento. Pitágoras insistió en la impor-
t ancia de la máxima generalidad en el razonamiento, y
adivinó la importancia del número como ayuda para la
construcción de cualquier representación de las condicio-
nes contenidas en el orden de la naturaleza. Sabemos
t ambién que estudió geometría, y descubrió la prueba ge-
neral del notable t eorema sobre triá ngulos rect ángulos.
La for mación de la cofradía pitagórica, y los misteriosos
rumores acerca de sus ritos e influencia, proporcionan algu-
nas pruebas de que P itágoras adivinó, aunque confusa-
mente, la posible importancia de las matemáticas en la
formación de la ciencia. En el t erreno filosófico inició una

43
discusión que desde entonces ha agitado SIempr e a los
pensadores. Pitágoras preguntaba: "¿Cuál es la situación
ele las entidades matemáticas, los números por ejemplo, en
el r eino de las cosas?" Por ejemplo, el número "dos" está
exento en cierto sentido del flujo del tiempo y de la nece-
sidad de la posición en el espacio . Sin embargo, está conte-
nido en el mundo real. Las mismas consideraciones se
aplican a las nociones geométricas -a la forma circular,
por ejemplo-o Se dice que P itágoras enseñó q ue las entida-
des matemáticas, como los números y las formas, eran la
sustancia última de la cual están hechas las entidades rea-
les de nuestra experiencia perceptiva. Formulada tan escue-
tamente, la idea parece tosca y a decir verdad, necia. Pero
sin duda, Pitágoras había acertado con una noción filosó-
fica de considerable importancia; noción que tenía una lar-
ga historia, que ha movido el espíritu humano y que hasta
ha p enetrado en la teología cristiana. Unos mil años sepa-
ran el credó atanasiano de Pitágoras, y unos dos mil cua-
trocientos años separan a Pitágoras de Hegel. Pero, pese
a toda esa distancia de tiempo, tanto la importancia del
número definido en la constitución de la naturaleza divi-
na, como el concepto del mundo real como exhibición del
desarrollo de una idea, pueden remontarse al modo de
pensar que Pitágoras puso en movimiento.
La importancia de un pensador individual debe algo al
azar, porque depende del destino que t endrán sus ideas en
el espíritu de sus sucesores. En este sentido, Pitágoras fué
afortun ado. Sus especulaciones filo sóficas nos han llegado
a través de la mente de Platón. El mundo platónico de las
ideas es la forma refinada, revisada, de la doctrina pitagó-
rica de que el número constituye la base del mundo real.
Como lo s griegos representaban los números con combina-
ciones de puntos, las nociones de número y de configura-
ción geométrica estaban menos separadas que entre nos-
otros. Sin duda, Pitágoras incluyó también la propiedad
de t ener forma las formas, que es una entidad matemática
impura. Así, hoy día, cuando Einstein y su secuaces pro-
claman que h echos fí sicos tales como la gravitación deben
int erpretarse como exhibiciones de peculiaridades locales

44
de propiedades espacio-temporales siguen la pura tradición
pitagórica. En cierto scntido, Platón y Pitágoras están más
cerca de la ciencia física moderna que Aristóteles. Los dos
primeros eran matemáticos, mientras que Aristóteles era
hijo de un médico, aunque naturalmente no por eso igno-
rara las matcmáticas. El consejo práctico que se puede to-
mar de Pitágoras es medir, y expresar así la cualidad en
t érminos de cantidad numéricamente determinada. Pero
las ciencias biológicas entonces y hasta nuestros propios
tiempos han sido más que nada clasificatorias. De ahí que
Aristóteles con su lógica d staca la clasificación. La po-
pularidad de la lógica aristotélica retardó el adelanto de la
ciencia física en toda la Edad Media. Con sólo que los
escolásticos hubi eran medido en lugar de clasificar ¡cuán-
to hubieran podido aprender!
La clasificación es una posada a medio camino entre la
concret ez inmediata de la cosa individual y la abstracción
completa de las nociones matemáticas. Las especies toman
en cuenta el carácter específico, y los géneros el carácter
genérico. Pero en el procedimiento de relacionar nociones
matemáticas con h echos naturales, por medio de recuentos,
medicion es, y por medio de relaciones geométricas y tipos
de orden, la contemplación racional se eleva de las abstrac-
ciones incompletas contenidas en determinadas especies y
géneros, a las abstracciones completas de las matemáticas.
La clasificación es necesaria. Pero, a menos de poder pro-
gresar de la clasificación a las matemáticas, su razona-
m iento no nos llevará lejos.
Entre la época que se extiende desde Pitágoras hasta
Platón y la época comprendida en el siglo XVII del m undo
moderno, pasaron cerca de dos mil años. En ese largo inter-
valo las matemáticas habían dado inmensos pasos. La geo-
metría había granjeado el estudio de las secciones cónicas y
de la trigonometría; el método de la reducción al absurdo
casi h abía anticipado el cálculo integral; y sobre t odo, el
pensamiento asiático había contribuído con la notación arit-
mética y el álgebra de los árabes. Pero el progreso seguía
directivas técnicas. Las matemáticas, como elemento for-
mativo en el desarrollo de la filosofía, nunca se restablecic-

45
ron de la deposición sufrida a manos de Aristóteles. Algu-
nas de las antiguas ideas derivadas de la época pitagóri-
co-platónica permanecían y las podemos rastrear entre las
influencias platónicas que formaron el primer período de
evolución de la teología cristiana. Pero la filosofía no recibió
nueva inspiración del constante avance de las ciencias ma-
t emáticas. En el siglo XVII la influencia de Aristóteles estaba
en su grado más bajo; y las matemáticas recobraron la im-
portancia de su período anterior. Era una edad de grandes
físicos y de grandes filósofos, y tanto físicos como filósofos
eran matemáticos. Debe exceptuarse a John Locke, aunque
fué grande la influencia que ejerció sobre él el círculo de
Newton en la Royal Society. En la época de Galileo, Des-
cartes, Spinoza, Newton y Leibniz las matemáticas constitu-
yeron una influencia de pr'mera magnitud en la formación
de las ideas filosóficas . Pero las matemáticas que asumie-
ron entonces el primer lugar eran una ciencia muy dist inta
de las matemáticas de la época anterior. Habían ganado en
generalidad y habían iniciado su marcha moderna, casi in-
creíble, de acumular más y más sutilezas de generalización ;
y de hallar a cada aumento de complejidad, alguna nueva
aplicación para la ciencia física o para el pensamiento filo-
sófico. La notación arábiga había provisto a la ciencia de
una eficacia técnica casi perfecta en el manejo de los núme-
ros . Semejante alivio en la lucha con los det alles aritmé-
ticos (como la ilustra la aritmética egipcia de 1600 antes
de la era vulgar) dió lugar a un desarrollo que había sido
ya débilmente anticipado en las matemáticas griegas de los
últimos tiempos. Entró en escena el álgebra, generalización
de la aritmética. De la misma manera que la noción de
número hace abstracción de la referencia a cualquier serie
particular de entidades, así en álgebra se hace abstracción
de la noción de cualesquiera números particulares. Así co-
mo el número "5" se refiere imparcialmente a cualquier gru-
po de cinco entidades, así también el álgebra emplea las
letras para referirse imparcialmente a cualquier número,
con la condición de que cada letra se ha de referir siempre
al mismo número en un mismo contexto de su empleo.
Primeramente se emplearon las letras en ecuaciones, que

46
son métodos de hacer complicadas preguntas de aritmética.
En este t erreno, las letras que representaban números reci-
bieron el nombre de "incógnitas". P ero las ecuaciones sugi-
rieron pronto una nueva idea: la de una función de uno o
más símbolos generales consistentes en letras que represen-
t aran cualesquiera números. En ese empleo las letras alge-
braicas se llaman los "argumentos" de la función, o algunas
veces, las "variables". Entonces, por ejemplo, si un ángulo
está figurado por una letra algebraica, que representa su
medida numérica en t érminos de una unidad dada, esta nue-
va álgebra absorbe la trigonometría. E l álgebra se convier-
te así en una ciencia general de análisis en la cual conside-
ramos las propiedades de varias funciones de argumento s
indeterminados. Por último, las funciones particulares, t ales
como las funciones t rigonométricas, las logarít micas y las al-
gebraicas, se generalizan dentro de la idea de "cualquier fun-
ción". Una generalización demasiado amplia lleva a la pura
esterilidad. La generalización amplia, limitada por una par-
ticularidad feliz, es la concepción fecunda. Por ejemplo, la
idea de cualquier función 00ntinua, mediante la cual se in-
troduce la limitación de la continuidad, es la idea fecunda
que ha llevado a la mayor parte de las aplicaciones impor-
tantes. Ese surgir del análisis algebraico coincidió con el
descubrimiento cart esiano de la geometría analítica, y luego
con la invención del cálculo infinitesimal por N ewton y
Leibniz. En verdad, si Pitágoras hubiera podido prever el
resultado del modo de pensar que él había puesto en mo-
vimiento, se habría sentido plenamente justificado en su
cofradía y la fascinación de sus misteriosos ritos.
Quiero señalar ahora que el predominio de la idea de fun-
ción en la esfera abstracta de las matemáticas se vió r efle-
jado en el orden de la naturaleza bajo el aspecto de leyes de
la naturaleza expresadas matemáticamente. Sin este pro-
greso de las matemáticas, el desarrollo científico del siglo
XVII hubiera sido imposible. Las matemáticas proporcio-
naron la base del pensamiento imaginativo con que los hom-
bres de ciencia abordaron la observación de la naturaleza,
Galileo presentó fórmulas. Desearles presentó fórmulas,
Huyghens presentó fórmulas, N ewton presentó fórmulas.

47
Como ejemplo particular del efecto del desarrollo abs-
t racto de las matemáticas sobre la ciencia de aquellos tiem-
pos, consideremos la noción de periodicidad. Las repeticio-
nes generales de las cosas ·son sobrado evidentes en la
experiencia común. Se repiten los días, las fases lunares,
las estaciones del año; los cuerpos que giran vuelven a sus
posiciones primitivas, se rE1piten los latidos del corazón;
los movimientos respiratorios. En todas partes nos encon-
tramos con la repetición . Sin la repetición sería imposible
el conocimiento; porque no podríamos referir nada a nuestra
experiencia pasada. Sin cierta regularidad de repetición
tampoco sería posible la medida. En nuestra experiencia,
al lograr la idea de exactitud, la repetición es fundamental.
E n los siglos XVI y XVII, la t eoría de la perio dicidad
asumió un lugar fundamental en la ciencia. Kepler adivinó
una ley que relacionaba los ejes mayores de las órbitas pla-
netarias con los períodos en los cuales los planetas describen
respectivamente sus órbitas; Galileo observó la vibración pe-
riódica del péndulo; Newton explicó que el sonido se debía
a la perturbación del aire producida por el pasaje de ondas
periódicas de condensación y rarefacción; Huyghens explicó
que la luz se debía a ondas transversales de vibración de
un éter sutil; Mersenne relacionó el período de la vibración
de una cuerda de violín con su densidad, tensión y longitud.
El nacimiento de la fí sica moderna dependió de la aplicación
de la idea abstracta de periodicidad a una diversidad de
ejemplos concretos. Lo cual hubiera sido imposible si los
mat emáticos no hubieran elaborado ya en abstracto las di-
versas ideas abstractas que se apiñan alrededor de las no -
ciones de periodicidad. La ciencia de la t rigonometría se
elevó desde el estudio de las relaciones entre los ángulos de
un triángulo rectángulo a las proporciones entre los lados
y la hipotenusa del triángulo. Luego, bajo la influencia de
una ciencia matemática recientemente descubierta, el aná-
lisis de las funciones se extendió hasta convertirse en el
estudio de las simples funciones p eriódicas abstractas que
esas proporciones ejemplifican. Así, la trigonometría se
hizo completamente abstracta, y al hacerse abstracta se
hizo útil. Iluminó la analogía fundamental que existe entre

4B
series de fenómenos fí sicos absolutament e diversos; y al
mismo tiempo proporcionó las armas m ediante las cuales
cualquier serie de est e tipo podía analizar sus distintos ras-
gos y relacionarlos unos con otros 1 .
N ada es más impon ente que el h echo de que cuanto más
se retiraban las matemáticas a las altas r egiones de pensa-
miento cada vez más abstracto, volvían a la tierra con un
correspondiente aumento de importancia para el análisis
de los hechos concretos. La historia de la ciencia del siglo
XVII aparece como un su eño v ívido de Platón o de Pitá-
goras. En cuanto a esa característica, el siglo XVII no fué
más que el precursor de lo s que le siguieron.
Queda ahora establecida de lleno la paradoja de que las
abstracciones máximas son las verdaderas armas para con-
trolar nuestro pensamiento sobre hechos concretos. Como re-
sultado del predominio de los matemáticos en el siglo XVII,
el siglo XVIII tuvo naturalmente mentalidad matemática,
más especialmente donde prevalecía la influencia francesa .
. Debe exceptu arse el empirismo inglés, derivado de Locke.
Fuera de Francia, en Kant es en quien m ejor se ve la in-
flu encia directa de N ewton en la fi losofía, y no en Hume.
En el siglo XIX, la influencia general de las matemáticas
amenguó. El romanticismo en literatura y el movimiento
idealista en filosofía no fu eron productos de m entes mate-
máticas. Aun dentro de la ciencia, el incremento de la geo-
logía, de la zoología y de las ciencias biológicas en general,
estuvo absolutamente inconexo en cada caso con t oda r efe-
rencia a las matemáticas. L a gran conmoción científica del
siglo fué la t eoría de la evolución de Darwin. De ahí que
los matemáticos quedaron en segundo plano en lo que con-
cierne al pensamiento general de la época. P ero ello no quie-
re decir que las matemáticas se descuid aran o que dejaran
de ejercer influen cia. Durante el siglo XIX las matemáticas
puras progresaron casi tanto como durante todos los siglos
anteriores, de Pitágoras en adelante . Claro es que el pra-
l P ara un examen más detallado de la natural eza y función
. de las matemáticas puras, véase mi I nt1'oduction to Mathe matics
[Introducción a las matemáticas]. Home University Library, Wi-
l1iam & NOl'gate, Londres.

49
greso fué más fácil porque la técnica se había perfeccionado.
Pero aun concediendo todo esto , el cambio operado en las
mat emáticas entre los años 1800 y 1900 es muy notable. Si
incluímos los cien años anteriores y tomamos los dos siglos
que preceden a nuest ros tiempo s, casi est amos t entados de
fechar la fun dación de las mat emáticas en el último cuarto,
más o menos, del siglo XVII. E l período de descubrimiento
de los elementos se extiende de Pitágoras a Descart es, N ew-
ton y Leibniz, y la ciencia desarrollada ha sido creada du-
rante los últimos doscientos cincuenta años. No es esto
alarde de la superioridad del genio del mundo moderno, pues
es más difícil descubrir los elementos de una ciencia que
desarrollarla.
A t ravés de todo el siglo XIX , la influencia de la ciencia
se ejerció en la dinámica y en la fí sica y de ahí, por deri-
vación, en la ingeniería y en la qu ímica. D ifícil es exagerar
la influencia indirecta que tuvo sobre la vida del hombre por
medio de esas ciencias. P ero no hub o influ encia directa de
las mat emáticas sobre el pensamiento general de la época.
Al pasar revista a este rápido bosquej o de la influencia de
las matemáticas en la historia europea, vemos que tuvo dos
grandes períodos de influencia directa sobre el pensamiento
general, y que ambos duraron alrededor de doscientos año s.
El primer p eríodo fué el t recho de Pitágoras a Platón, cuan-
do la posibilidad de la ciencia y su caráct er general apareció
por vez primera ante los pensadores de Grecia. E l segundo
período comprendió los siglos XVII y X VIII de nuest ra época.
moderna. Ambos períodos t uvieron ciertas caractel'!sticas co-
munes. En el primero y en el último las categorías generales
de pensamiento en muchas esferas de interés humano, esta-
ban en estado de desintegración. En la época de P itágoras
el paganismo inconsciente, con su ropaje t radicional de her-
mosa liturgia y ritos mágicos pasaba a una nueva fase bajo
dos influencias : las ondas de entusiasmo religioso que bus-
caban la luz directa en la hondura secreta del ser, y en el
polo opuesto, el despertar del pensamiento crítico analítico
que sondeaba frío y desapasionado los significados últimos.
En ambas influencias, t an diversas en su resultado, hubo un
element o común, una despierta curiosidad, y un movimiento

50
hacia la r econstrucción de las sendas tradicionales. Los
misterios paganos pueden compararse a la reacción puritana
y a la reacción católica; el interés científico crítico era idén-
tico en las dos épocas aunque con diferencias menores de
considerable importancia.
En cada edad, las primeras etapas correspondieron a
períodos de prosperidad creciente y de oportunidades nu e-
vas. En ese sentido diferían del período de decadencia gra-
dual de los siglos II y JlI, cuando el cristianismo avanzaba
a la conquista del mundo romano. Sólo en un período afor-
tunado, como en sus oportunidades para desprenderse de la
presión inmediata de las circunstancias y en su ávida curio-
sidad, el espíritu de la época puede emprender una revisión
directa de esas abstracciones finales que permanecen ocultas
bajo los conceptos más concretos de los cuales arranca el
pensamiento serio de una época. En los raros períodos en
que tal tarea puede emprenderse, las matemáticas son muy
oportunas para la filosofía. Porque las matemáticas son la
ciencia de las abstracciones más completas a que puede
llegar la mente del hombre.
El paralelo entre las dos épocas no debe exagerarse. El
mundo moderno es más vasto y más complejo que la antigua
civilización que floreció en las playas del Mediterráneo, y
más también que el de la Emopa que envió a Colón y a
los apóstoles puritanos a través del océano. No podemos
explicar ahora nuestra época por una fórmula sencilla que
llega a prevalecer y luego quedará arrumbada durante mil
años. Así, el eclipse momentáneo de la mentalidad mate-
máti ca desde los tiempos de Rousseau en adelante p arece
ya tocar a su fin. Entramos en una era de reconstrucción
en la religión, en la ciencia y en el pensamiento político .
Tales eras, si quicren evitar la mera oscilación ignorante
entre los extremos, han de buscar la verdad en sus honduras
últimas. No puede darse la visión de tal hondura de verdad
lejos de una filosofía que t enga muy en cuenta esas abs-
tracciones últimas, cuyas interconexiones se ocupa de ex-
plorar la ciencia matemática.
Para explicar exactamente cómo las matemáticas están
ganando importancia general en el presente, tomemos como

51
punto de partida una perplejidad científica particular y
consideremos las nociones a las cuales nos lleva naturalmen-
t e alguna t ent ativa de desenmarañar sus dificultades. En
la actualid ad la fí sica se halla perturbada por la t eoría de los
cuantos. No necesito explicar ahora 1 en qué consiste t al
t eoría a los que no están familiarizados ya con ella. El caso
es que uno de los métodos de explicación más promisorios
debe suponer que el electrón no at raviesa continuamente su
senda en el espacio. La idea opuesta, en cuanto a su modo
de existir, es que aparece en una serie de posiciones discon-
tinuas en el espacio que ocupa durante duraciones sucesivas
de tiempo. E s como si un automóvil que marchase a una
velocidad media de cinco kilómetros por hora por un cami-
no no atravesase continuamente el camino, sino que apa-
r eciese sucesivament e en los sucesivos mojones, permane-
ciendo dos minutos en cada mojón.
E n primer lugar se requiere el empleo puramente técnico
de las matemáticas para determinar si esta concepción ex-
plica de veras las muchas caract erísticas difíciles de com-
prender de la teoría de los cuant os. Si la idea sobrevive a
la prueba, indudablemente los fí sicos la adoptarán. H asta
est e momento no es sino una cu estión que las mat emáticas
y la física decidirán entre ellas, sobre la base de cálculos
mat emáticos y de observaciones físicas .
Pero ahora el problema pasa a los filósofo s. La existencia
discontinua en el espacio, así at ribuí da a los electrones, es
muy distinta de la existencia continua de las entidades ma-
t eriales que acostumbramos a admit ir como evidente. El
electrón parece haber tomado el carácter que algunos han
asignado a los mahatmas del Tibet. E sos electrones, con sus
protones correlativos, son concebidos ahora como las enti-
dades fun damentales que componen los cuerpo s mat eriales
de la experiencia común. De ahí qu e si se admite tal expli-
cación, hemos de rever t odas nuestras nociones sobre el ca-
rácter último de la existencia material. Porque cuando p e-
netramos en esas entid ades finales se nos revela esta
sorprendente discontinuidad de la exist encia espacial.

1 eL capítulo VIII.

52
No hay dificultad en explicar la paradoja si consentimos
en aplicar a la duración en apariencia constante e indiferen-
ciada de la materia los mi smos principios que se aceptan
ahora para el sonido y para la luz. Una nota que suena
continuamente se explica como el resultado de las vibra-
ciones del aire; un color constante se explica como resultado
de las vibraciones del éter. Si explicamos la duración cons-
t ante de la materia con el mismo principio, concebiremos
cada elemento primordial como un flujo y r eflujo de una
energía o actividad básica. Supongamos que nos adherimos
a la idea física de energía: cada elemento primordial será
entonces un sistema organizado de una corriente vibratoria
de energía. Por consiguiente, habrá un período definido
asociado con cada elemento; y dentro de ese período el sis-
t ema de la corriente oscilará de un máximo estacionario a
otro máximo estacionario -o, para adoptar una metáfora
tomada de las mareas oceánicas-, el sistema oscilará de una
pleamar a otra pleamar. En cualquier momento dado, ese
sistema, que forma el elemento primordial, no es nada. Para
manifestarse requiere su período completo. En forma aná-
loga, una nota musical no es nada en un instante dado, pero
requiere también su período completo para manifestarse.
Por eso, al preguntar dónde está el elemento primordial,
debemos fijarnos en su posición media en el centro de cada
período. Si dividimos el tiempo en elementos más peque-
ños, el sistema vibrat orio como entidad electrónica DO existe.
La t rayectoria espacial de semejante entida d vibratoria
-en que la entidad está constituída por las vibraciones-
debe representarse por una serie de posiciones separadas
en el espacio, en forma análoga al automóvil que encon-
tramos en mojones sucesivos pero nunca en medio de ellos.
Debemos preguntar primero si hay alguna prueba para
asociar la teoría de los cuantos con la vibración. La respues-
ta es inmediata y afirmativa. Toda la teoría gira alrededor
de la energía radiante del átomo, y está Íntimamente aso-
ciada con los períodos de los sistemas de ondas radiantes.
Parece, pues, que la hipótesis de la existencia esencialmente
vibratoria es el modo más promisorio de explicar la parado-
ja de la órbita discontinua.

53
En segundo lu gar, un nuevo problema se plantea ante
los filósofos y los fí sicos, si sostenemos la hipótesis de que
los elementos últimos de la mat eria son en esencia vibrato-
rios. Quiero decir con ello que aparte de ser un sist ema p erió-
dico tal elemento no existi ría . Con esa hipótesis t enemos
que preguntar cuáles son los ingredient es que forman el
organismo vibratorio. Ya nos hemos librado de la mat eria
con su apariencia de duración indiferenciada. Apart e cierta
compulsión metafísica no hay motivo para proporcionar una
sustancia más sutil, en r eemplazo de la materia que hemos
desechado con nuestras explicaciones. Ahora el terreno está
abierto para introducir algu na nueva doctrina de organi-
cismo que pueda sustituir a la del mat erialismo, con la cual,
desde el siglo XVII la ciencia ensilló a la filosofía . Ha de
recordarse que la energía de los físicos es evidentement e
una abstracción . E l h echo concreto, que es el organicismo,
debe ser una expresión completa del caráct er de un acon-
tecimiento real. Tal desplazamiento del mat erialismo cien-
tífico, si a lguna vez se realiza, no podrá menos de t ener im-
portantes consecuencias en todo dominio de pensamient o.
Para t erminar, nuestra última reflexión debe ser que h e-
mos llegado, al fin, a una versión de la doelrina del viejo
P itágoras, de quien partieron las matemáticas y la fí sica
matemática. Pitágoras descubrió la importancia de manejar
abstracciones y, en particular, prestó atención al número en
cuanto caracterizaba la periodicidad de las notas musica-
les. La importancia de la idea abstracta de periodicidad
estuvo así presente en el comienzo mismo de las matemá-
t icas y de la filosofía europeas.
En el siglo XVII, el nacimiento de la ciencia moderna re-
quirió una nueva matemática, mejor equipada para anali-
zar las características de la existencia vibrat oria. Y ahora,
en el siglo xx, hallamos que los fí sicos se ocupan en gran
medida en analizar la periodicidad de los átomos. En ver-
dad, P itágoras, al fundar la filosofía y las matemáticas euro-
peas, las dotó con la más feliz de las adivinaciones felices
- ¿o fué una llamarada de genio divino que penet ró la na-
turaleza recóndita de las cosas?

54
CAPÍTUI.O III

EL SIGLO DEL GENIO

Los capítulos anteriores han sido dedicados a las con di-


cio~es previas que prepararon el te:rreno para la eclosión
ci.Últífica del siglo XVII . Han rast reado los diversos elemen-
t ós de pensamiento y de creencia inst intiva, desde su pri-
mera eflorescencia en la civilización clásica del m undo anti-
guo, a través de las transformaciones que exp erimenta ron
en la Edad Media, hasta la rebelión histórica del siglo XVI.
Tres factores principales detuvieron nuestra atención : el
nacimiento de las mat emáticas, la creencia instintiva en un
orden detallado de la naturaleza, y el desenfrenado raciona-
lismo del p ensamiento en los últimos tiempos de la Edad
Media. Por ese racionali smo entiendo la creencia de que
la principal vía de acceso a la verdad era el análisis meta-
fí sico de la naturaleza de las cosas que determinaría así
cómo las cosas funcion aban y actuaban. La reb elión histó-
rica fué el ab andono definitivo de ese método a favor del
estudio de los hechos empíricos de antecedentes y conse-
cuencias. En religión, significó el llamado a los orígenes del
cristianismo; y en ciencia, el llamado al experimento y al
método del razonamiento induct ivo.
Una caracterización breve y bastante exacta d e la vida
intelectual de las razas europ eas durante los dos siglos y
cuarto que siguieron h asta nuestra propia edad, es que vi-
vieron del capital acumulado de ideas que les proporcionó
el genio del siglo XVII. Los hombres de esa época hereda-
ron un fermento de ideas concomitantes de la rebelión his-

/
tórica del siglo XVI, y legaron sistemas formales de pensa-
miento para cada aspecto de la vida humana. Es el único
siglo que consecuentemente y en toda la esfera de las acti-
vidades humanas presentó genio intelectual adecuado a la
magnitud de las circunstancias. El poblado escenario de
esos cien años está indicado por las coincidencias que mar-
can sus anales literarios. En su despun tar, el Adelanto del
saber de Bacon y el Quijote , publicados en el mismo año
(1605), como si la época se introduj ese con una doble ojea-
da, hacia atrás y hacia adelante. La primera edición in
qtw,rto del Hamlet apareció en el año anterior, y una edi-
ción con ligeras variantes, en el mismo . Por último, Sha-
kespeare y Cervantes muri eron el mismo año, 1616. En la
primavera de ese año, se cree que Harvey explicó por pri-
mera vez su t eoría de la circulación de la sangre en un cur-
so de conferencias pronunciadas ant e el Colegio de Médi-
cos de Londres. N ewton nació el año en que murió Galileo
(1642), exactamente cien años después de la publicación
de la obra de Copérnico, R evoluoiones de los cuerpos celeS'-
t es. Sólo un año antes Descartes publicó sus Meditaciones, y
dos años más tarde, sus Principios de filosofía. En verdad,
el siglo no tenía tiempo de separar armoniosamente los
notables acontecimientos relativos a sus hombres de genio.
No puedo lanzarme ahora a historiar las varias etapas de
adelanto intelectual contenidas dentro de esta época. Es un
tema demasiado amplio para una sola conferencia, y oscu-
recería las ideas que me propongo desarrollar. Bastará el
simple catálogo aproximativo de varios nombres de perso-
nalidades que publicaron obra importante dentro de los
límites de esa época: Francís Bacon, Harvey, Kepler, Gali-
leo, D escartes, Pascal, Huyghens, Boyle, N ewton, Locke,
Spínoza, Leibniz. Limité la lista al sagrado número de doce,
demasiado corto para pod r ser verdaderamente represen-
tativo. Por ejemplo, figura en ella un solo italiano, cuando
Italia pudo haber llenado la lista con sus propias filas. Har-
vey es el único biólogo; además, hay demasiados ingleses.
El último defecto se debe en parte a que el conferenciante
es inglés y se dirige a un público que comparte con él ese
Eiiglo inglés. Si fu era holandés, habría demasiados holan-

56
deses; si italiano, demasiados italianos; y si francés, dema-
siados franceses. La malhadada Guerra de los Treinta Años
devastaba Alemania; pero todos los demás países vuelven
los ojos a este siglo como a una época que presenció algu-
na culminación de su genio. Fué, sin duda, un gran período
del pensamiento inglés, como más tarde lo inculcó Voltaire
a F rancia.
La omisión de los fisiólogos, con excepción de Harvey,
también requiere explicación . Como es natural, hubo dentro
de est e siglo, grandes progresos en biología, asociados prin-
cipalmente con Italia y con la Universidad de Padua. P ero
mi propósito es bosquejar el panorama fi losófico derivado
de la ciencia y presupuesto por ella, y apreciar algunos de
sus efectos en el clima general de cada época. Ahora bien,
la filosofía científica de esa época estuvo dominada por la
física; de t al modo que es la expresión más evidente, en
términos de ideas generales, del estado del conocimiento
filosófico de esa época y de los dos siglos siguientes. A decir
verdad, esos conceptos son muy inapropiados para la biolo-
gía, y le plantean un problema insoluble: el de la materia,
vida y organismo, con el cual se debaten ahora los biólogos.
P ero la ciencia de los organismos vivos sólo ahora está lle-
gando a un desarrollo adecuado como para imponer su con-
cepción a la filo sofía. Los últimos cincuenta años antes de
nuestros tiempos han presenciado infructuosas tentativas de
imponer nociones biológicas sobre el materialismo del siglo
XVII. Cualquiera sea la apreciación de tal éxito, lo cierto es
que las ideas básicas del siglo XVII derivaron de la escuela
de pensamiento que produjo a Galileo, a Huyghens y a
Newton, y no de los fisiólogos de Padua. Un problema de
pensamiento no resuelto, en cuanto deriva de este período,
debe formularse así: dadas las onfiguraciones de la ma-
teria con locomoción en el espacio, tal como la asignan las
leyes físicas, explicar los organismos vivos.
M i examen de esa época recibirá la mejor introducción
con una cita de Francis Bacon, que constituye el comienzo
de la sección (o "Siglo") IX de su Histo7ia natural: me re-
fiero a su Silva sílvan"UTn. Las memorias contemporáneas
que escribió su capellán, doctor Rawley, cuentan que la obra

57
fué compuesta en los último s cinco años de su vida, de
modo que debe datarse entre 16~O y 16~6. La cita dice así:

Es verdad que todos los cuerpos de ~malquier especie, aunque


no tienen sensibilidad, poseen no obstante percepción; porque
cuando se aplica un cuerpo a otro, hay una especie de elección
que acoge lo que es agradable y excluye o expulsa lo que es des-
agradable; y aunque el cuerpo altere o sea alterado, la percepción
p recede siempre a la ()peración, pues si no, todos los cuerpos
serían semej antes. Y a veces, esa percepción, en algunas clases
de cuerpos, es mucho más sutil que la sensibilidad; de manera
que la sensibilidad es pobre cosa comparada con ella; vemos que
un termómetro hallará la menor diferencia del tiempo atmosfé-
rico en frío o en calor, cuando nosotros no la hallamos. y esa
p ercepción se produce a veces a distancia, 16 mismo que al toque;
como cuando el imán atrae el hierro, o la llama atrae la nafta de
Babilonia, alejada un buen trecho. Por consiguiente, es tema de
una nobilísima investigación analizar las percepciones más suti-
les, pu es es otra llave para abril' la naturaleza, lo mismo que la
sensibilidad, y a veces mejor. Y además, es el medio más impor-
tante de la adivinación natural, porque lo que en esas percepcio-
nes aparece p rimero, en los grandes efectos viene mucho después.

Hay muchos puntos interesantes cn esta cita, al gunos de


los cuales cobrarán relieve en las conferencias siguientes.
En primer lugar, nótese la forma cuidadosa en que Bacon
distingue entre percepción o acción de percatarse, por una
parte, y sensibil·idad o conocimiento experimental, por la
otra. A est e respecto, Bacon está fu era de la orientación
física que acabó por dominar el siglo. Más t arde se llegó a
pensar en una materia pasiva en que las fu erzas operaban
exteriormente. Creo qu e el modo de pensar de Bacon ex-
presaba una verdad más fundamental que los conceptos
materialistas que se formulaban entonces como adecuados
para la fí sica. Estamos ahora tan acostumbrados a la ac-
titud materialista ante las cosas, que ha arraigado en nues-
tros escritos por obra del genio del siglo XVII, que no sin
dificultad entendemos la posibilidad de abordar de otra
manera el problema de la naturaleza .
En el caso especial de la cita que acabo de hacer, todo el
pasaje y el contexto en que está engarzado están comple-

58
tamente penetrados por el método experimental, es decir,
por la atención a los "hechos irreducibles y obstinados", y
por el método inductivo de inferir leyes generales. Otro
problema no r esuelto que nos ha legado el siglo X VII es la
justificación racional del método inductivo . E l haber ad-
vertido explícitamente la antítesis entre el racionalismo de-
ductivo de los escolásticos y los métodos inductivos de ob-
servación de los modernos debe atribuirse principalmente a
Bacon; aunque, como es natural, estaba implícito en el es-
píritu de Galileo y de todos los hombres de ciencia de aque-
llos tiempos. Pero Bacon fué uno de los primeros entre
todo el grupo y tuvo también la intuición más directa de
la cabal trascendencia de la revolución intelectual que se
estaba realizando. Quizá el hombre que más completamen-
te se anticipó a Bacon y a todo el punto de vista moderno,
fué el artista Leonardo da Vinci, que vivió casi exactamen-
te un siglo antes de Bacon. Leonardo ilustró también la
teoría que expuse en mi última conferencia, de que el na-
cimiento del arte naturalista fué un elemento important e
en la formación de nuestra mentalidad científica. A decir
verdad, Leonardo fué más hombre de ciencia que Bacon.
E! ejercicio del arte naturalista está más emparen ado con
el de la física, química y biología que el ejercicio de la ju-
risprudencia. Todos recordamos el dicho del contemporá-
neo de Bacon, Harvey, el descubridor de la circulación de
la sangre, según el cual Bacon "escribió sobre ciencia como
un Lord Canciller". P ero en el comienzo del p eríodo mo-
derno, Leonardo y Bacon se hallan juntos como ejemplo
de las varias corrientes que se han combinado para formar
el mundo moderno, o sea, mentalidad jurídica y los hábitos
de observación paciente de los artistas naturalistas.
En el pasaje de Bacon que he citado no hay mención
explícita del método del razonamiento inductivo. No nece-
sito probar con ninguna cita que la insist encia en la impor-
t ancia de ese método y en la importancia de los secretos de
la naturaleza así descubiertos para el bienestar de la hu-
manidad, era uno de los principales temas a los que se con-
sagró Bacon en sus escritos. La inducción resultó un pro-
ceso algo más complejo de lo que preveía Bacon, quien

59
abrigaba la creencia de que con suficiente esmero en la
reunión de ej emplos, la ley general se desprendería por sí
sola. Sabemos ahora, y probablemente Harvey sabía en-
tonces, que es ésa una explicación muy insuficiente de los
procesos que acaban en generalizaciones científicas. Pero
h echas todas las r estricciones necesarias, Bacon es siempre
uno de los grandes constructores que crearon la mentalidad
del mundo mod erno.
Las dificultades especiales que promueve la inducción,
aparecieron en el siglo XVIII, como resultado de la crítica
de Hume. P ero Bacon fué uno de los profetas de la r e-
belión histórica, que abandonó el método del racionalismo
constante, y se lanzó al otro extremo, basando todo cono-
cimiento fecundo en la inferencia de casos particulares en
el pasado a casos particulares del futuro. No quiero poner
en duda la validez de la inducción cuando ha sido debida-
mente cuidada. Lo que quiero decir es que la dificilísima
tarea de aplicar la razón para inferir las características ge-
nerales del caso inmediato, t al como se nos ofrece en el
conocimiento directo, es un preliminar necesario, si hemos de
justificar la inducción; a menos, sin duda, de contentarnos
con basarla en nuestro vago instinto de que, naturalmente,
está perfectamente bien. O bien el caso inmediato tiene
algo que proporciona conocimiento del pasado y del futu-
ro, o bien est amo s reducidos al escepticismo extremo en lo
tocante a la memoria y a la inducción. N unca se subrayará
bastante el h echo de que la clave del proceso de la induc-
ción, t al como se la emplea en la ciencia o en la vida común,
se ha de hallar en la comprensión correcta del caso inmedia-
to de conocimiento en toda su concret ez. Con respecto a
nuestro capt ar el carácter de esos casos en su concretez, po_
see importancia crítica el desarrollo moderno de la fi siolo-
gía y de la psicología . Ilustraré est e punto en las conferen-
cias siguientes. Nos encontramos en insolubles dificultades
cuando sustit uímos el caso concreto por un mero abstracto
en el cual sólo consideramo s obj etos materiales en un flujo
de configuraciones en el tiempo y en el espacio. Es bien
evidente que tales objetos sólo pueden decirnos que están
donde están.

60
Por consiguiente deb emos recurrir al método de la teo-
logía escolástica que explicaban los medievalistas italianos
a quienes cité en la primera conferencia. Debemos obser-
var el caso inmediato, y emplear la m zón para obtener una
descripción general de su naturaleza. La inducción presu-
pone la metafísica. En otras palabras, descansa en un ra-
cionalismo previo. No podemos justificar racionalmente
nuestro apelar a la historia hasta que la metafí sica no nos
asegure que existe una historia a la cual apelar; de igual
manera nuestras conjeturas sobre el futuro presuponen
cierta base de conocimiento de que existe un futuro ya so-
metido a algunas determinaciones. La dificultad está en dar
sentido a cualquiera de esas ideas. Si no lo logramos, la in-
ducción no t endrá sentido.
Se observará que yo no sost engo que la inducción es en
su esencia un derivado de las leyes generales. E s la adi-
vinación de algunas características de un futuro par ticular,
que palte de las característ icas conocidas de un pasado
particular. La admisión más amplia de leyes generales vá-
lidas para todas las ocasiones conocibles parece un agregado
muy poco seguro como p ara añadirlo a ese limitado conoci-
miento. Todo lo que podemos pedir de la ocasión presente
es que determine una comunidad particular de ocasiones
que en ciertos aspectos se limitan mutuamente por estar
incluídas dent.ro de la misma comunidad . E sa comunidad
de ocasiones considerada en la ciencia física es el conjunto
de acontecimientos que ensamblan uno con otro -por
decirlo así- en un espacio-tiempo común, de manera que
podemos trazar las transiciones del uno al otro. Por eso, nos
referimos al espacio-tiempo común indicado en nuestra oca-
sión inmediata de conocimiento. E l razonamiento inductivo
procede de una ocasión particular a la comunidad particu-
lar de ocasiones, y de la comunidad particular a relaciones
entre las ocasiones particulares dentro de la comunidad.
Hasta haber tomado en cuenta otros conceptos científicos,
es imposible llevar el examen de la inducción más allá de
esta conclusión preliminar.
E l t ercer punto que hemos de notar acerca de la cita de
Bacon es el carácter puramente cualitativo de los aseltos

61
contenidos en eIJa. En ese sentido. Bacon no percibió en
absoluto el tono que se hallaba tras el éxito de la ciencia
del siglo XVII. La ciencia estaba volviéndose y ha p erma-
necido esencialmente cuantitativa. Búsquense elementos
mensurables entre los fenómenos, y búsquense luego rela-
ciones entre esas medidas de cantidades físicas. Bacon des-
conoce tal regla científica. Por ejemplo, en la cita dada, ha-
bla. de acción a distancia, p ero piensa cualitativa, no cuan-
t itativamente. No podemos exigir que se anticipara a su
contemporáneo más joven, Galileo, ni a su distante sucesor,
N ewton. Pero no sugiere que se debería proceder a la bús-
queda de cantidades. Quizá le extraviaran las doctrinas ló-
gicas corrientes derivadas de Aristóteles; porque, en efecto,
semejantes doctrinas decían al físico: "clasifica", cuando
debían decir : "mide".
Al acabar el siglo la física estaba establecida sobre una
satisfactoria base de medida. N ewton dió la exposición fi-
nal y adecuada. Se vió que el elemento común de m asa
mensurable caracterizaba todos los cuerpos en dist int as
cantidades. Cuerpos que son apar entemente idénticos en
sustancia, forma y ta.maño tienen muy aproximadamente la
misma forma: cuanto más cercana la identidad, más próxi-
ma la igualdad. La fuerza que actúa sobre un cuerpo, por
contacto o por acción a distancia, se definió como igual a
la masa del cuerpo multiplicada por la tasa de cambio de
la velocidad del cuerpo, en cuanto la tasa de cambio es
producida por esa fuerza . D e esa manera se percibe la fuer-
za por su efecto sobre el movimiento del cuerpo. Surge
ahora el problema de si esa concepción de la magnitud de
una fuerza conduce al descubrimiento de simples leyes cuan-
titativas que implican la determinación alternativa de fuer-
zas por circunstancias de la configuración de las sustancias
y de sus caracteres físicos . La concepción newtoniana ha
t enido un éxito brillante al sobrevivir a esa prueba a lo
largo de todo el período moderno . Su primer triunfo fué
la ley de la gravitación. Su triunfo acumulativo ha sido
todo el desarrollo de la astronomía dinámica, de la inge-
niería y de la física.
El t ema de la formación de las tres leyes de movimiento

62
y de la ley de la gravitación merece examen crítico. Todo
el desarrollo del p ensamiento ocupó exactamente dos gene-
raciones. Comenzó con Galileo y acabó con los Principia de
N ewton; y N ewton nació el año en que moría Galileo. La
vida de D escartes y la de Huyghens caen t ambién dentro
del período ocupado por esas grandes figuras t erminales.
El r esultado de los trabajos combinados de esos cuatro
hombres tiene cierto derecho a ser considerado como el
triunfo intelectual individual más grand e que ha realizado
la humanidad. Al apreciar su magnitud debemo s conside-
rar lo complet o de su alcance. Construye para nosotros
una visión del universo material y nos permite calcular el
más pequeño detalle de un hecho particular. Galileo fué el
primero en acertar con la manera exacta de pensar. Obser-
vó que el punto crítico a que había que llegar no era el
movimiento de los cuerpos sino los cambios de sus movi-
mi ento s. El descubrimiento de Galileo está form ulado en
la primera ley del movimient o de Newton : "Todo cuerpo
continúa en su estado de reposo o de movimiento uniform e
en línea recta a menos de hallarse obligado a cambiar ese
estado."
Esa fórmula contiene el repudio de una creencia que ha-
bía obstruído el progreso de la física durante dos mil años.
Trata también de un concepto fundamental, esencial a la
t eoría científica: me refiero al concepto de un sistema ideal-
mente aislado. E sa conc epción encarna un carácter funda-
mental de las cosas, sin el cual sería imposible la ciencia, y
hasta cualquier conocimiento por parte de entendimient os
finitos. El sist ema "aislado" no s un sistema solipsista,
fu era del cual existiría el no ser. Está aislado en el interior
del universo . Lo qu e quiere decir que hay verdades con-
cernientes a este sistema que sólo requieren la referencia
al resto de las cosas por medio de un esquema uniforme
y sist emático de relaciones. Así, al concebirse un sist ema
aislado no se lo concibe como sustancialment e independien-
te del resto de las cosas sino como libre de depender fort ui-
ta y contingentemente de cosas particulares dentro del res-
to del universo. Además esa libertad de la dependencia
fortuita sólo se requiere con respecto a ciertas caract erÍsti-

63
cas abstractas que se refieren al sistema aislado, y no con
respecto al sistema en su plena concretez.
La primera ley del movimiento pregunta qué se ha de
decir de un sistema dinámicamente aislado en lo tocante
a su movimiento como un todo, abstracción hecha de su
orientación y de la di SI osición interna de sus partes. Aris-
tóteles dijo que debíamos concebir tal sistema en reposo.
Galileo agregó que el estado de reposo es sólo un caso par-
ticular, y que el aserto general es: "ya en estado de reposo
o de movimiento uniforme en línea recta". De acuerdo con
esto, un aristotélico concebiría las fuerzas resultantes de la
reacción de cuerpos extraños como cuantitativamente men-
surables en términos de la velocidad que mantienen, y es-
tán determinados en su dirección por la dirección de esa
velocidad; mientras un discípulo de Galileo prestaría aten-
ción a la magnitud de la aceleración y a su dirección. El
contraste entre Kepler y Newton ilustra esa diferencia. Los
dos especularon sobre las fuerzas que mantienen a los pla-
netas en sus órbitas. Kepler buscaba las fuerzas tangen-
ciales que hacían avanzar a los planetas, mientras Newton
buscaba las fu erzas radiales que separaban las direcciones
de los movimientos de los planetas.
En lugar de insistir en el error cometido por Aristóteles,
es más provechoso subrayar qué justificación t enía, si con-
sideramos los hechos evidentes de nuestra experiencia. To-
dos los movimientos que entran en nuestra experiencia co-
tidiana normal cesan si no están evidentemente mantenidos
por el exterior. En apariencia, pues, el empirista resuelto
debe aplicar su atención al problema de cómo se mantiene
el movimiento . Tocamos aquí uno de los peligros del em-
pirismo falto ele imaginación. El siglo XVII presenta otro
ejemplo del mismo peligro y, lo que menos se hubiera di-
cho, N ewton cayó en él. Huyghens había formulado su
teoría ondulatoria el e la luz, teoría que no lograba explicar
los hechos más evidentes de la experiencia corriente, o sea,
que las sombras proyectadas por objetos interpuestos están
limitadas por rayos rectilíneos. De ahí que N ewton rechaza-
ra esa teoría y adoptara la teoría corpuscular que explica
por completo las sombras. Desde entonces ambas teorías

64
han t enido sus períodos de triunfos. En el momento actual
el mundo científico está en busca de una combinación de
las dos. E sos ejemplos ilustrap el peligro de n egarse a sos-
t ener una idea porque no logre explicar uno de los h echo s
más evident es de la materia en cuestión. Si p 'estamos at en-
ción a las novedades de p ensamiento de nuestros días, ha-
bremos observado que casi t odas las ideas verdaderamente
nuevas presentan ciertos visos de necedad cuando se las
expone por primera vez.
Para volver a las leyes del movimiento: puede notarse
que en el siglo XVII no se adujo razón alguna en pro de la
posición de Galileo, como posición di stinta de la aristotéli-
ca. Era un hecho último. Cuando en el curso de estas
conferencias lleguemos al período moderno, veremos que
la teoría de la relatividad, ilumina complet amente el pro-
blema, pero sólo r eordenando todas nuestras ideas sobre
espacio y ti empo.
Tocó a N wton dirigir la at ención a la masa como canti-
dad fí sica inherente a la naturaleza de un cuerpo material.
La masa permanecía durante t odos los cambios de movi-
miento . Pero la pru eba de la permanencia de la masa a
través de las transformaciones químicas debió aguardar
a Lavoisier, un siglo más tard e. La tarea inmediata de
N ewton consistió en hallar una estimación de la magnitud
de la fu erza ext raña en t érminos de la masa del cuerpo y
de su aceleración. En ello tuvo suerte, pues, desde el punto
de vista de un matemático, la ley más sencilla posible -el
producto de las dos- r esultó. t ener éxito. La teoría moder-
na de la relatividad modifica e a sencillez extrema. Pero,
por fortuna para la ci encia, no eran conocidos ni siquicra
posibles entonces los delicados experimentos de la física
de hoy. Por consigui ente, 1 mundo logró los dos siglos
que necesit aba para digerir las leyes de N ewton.
T eniendo en cuenta tal triunfo ¿podemos extrañarnos de
que los hombres de ciencia establecieran sus principios úl-
timos sobre base materiali ta, y desde entonces dejaran de
inquietarse por la filosofía? Comprenderemos su modo de
pensar si entendemos exactam nte qué es esa base y qué
dificultades finales encierra. Cuando critiquéis la filosofía

65
de una época no dirijáis princ ipalmente vuestra at ención a
las posiciones intelectuales que sus expositores creen nece-
sario defender explícitamente. Habrá ciertas premisas fun-
damentales presupuestas inconscientemente por los partida-
rios de todos los diversos sistemas dentro de la misma épo-
ca. T ales premisas parecen tan evidentes que la gente no
sabe lo que presupone porque jamás se les ha ocurrido otra
manera de plantearse las cosas. Con esas premisas es po-
sible cierto número limitado de sistemas filosóficos, y tal
grupo de sistemas constituye la filosofía de la época.
Una premisa de este género es la base de toda la filoso-
fía de la naturaleza durante el período moderno. Está con-
t enida en la concepción que, según se supone, expresa el
aspecto más concreto de la naturaleza. Los filósofos jónicos
preguntaron: ¿de qué está hecha la naturaleza? La res-
puesta está expresada en t erminas de sustancia, o mat eria
o material -el nombre particular elegido no interesa-
que tiene la propiedad de' simple ubicación. Por simple ubi-
cación entiendo una característica importante, que se re-
fiere igualmente al espacio y al tiempo, y ot ras caracterís-
ticas menos importa ntes que son diversas, conforme al
espacio o al tiempo.
La característica común a espacio y tiempo es que puede
decirse que el material está aquí en el espacio y aquí en el
tiempo o aquí en el espacio-tiempo, en un sentido perfecta-
mente definido que para su explicación no requiere ninguna
referencia a otras regiones del espacio-tiempo. Lo más cu-
rioso es que el carácter de simple ubicación es válido, ya
consideremos que una región de espacio-t iempo está deter-
minada absoluta o ya relativamente. Porque si una región
es simplemente una manera de indicar cierto conjunto de
relaciones con otras entidades, entonces esa característica
que llamo simple ubicación consiste en que puede decirse
que el material ti ene precisamente esas relaciones de posi-
ción con otras entidades sin requerir para su explicación
ninguna referencia a otras regiones constituídas por aná-
logas relaciones de posición con las mismas entidades. E n
efecto, así que establecemos, de cualquier modo que sea, lo
que entendemos por un lugar . determinado en el espacio-

66
tiempo, podemos formular adecuadamente la relación entre
un cuerpo material particular y el espacio-tiempo, diciendo
que está precisamente allí, en ese lugar y, en lo que toca
a la simple ubicación, es t odo cuanto hay que decir.
No obstante, debemos dar algunas explicaciones secunda-
rias que introducen las características de menor importan-
cia que ya he mencionado. En primer lugar, en lo que res-
pecta al tiempo, si el material ha existido durante cualquier
período, ha existido también durante cualquier trecho de
ese período. En otras palabras, la división del t iempo no
divide el material. En segundo lugar, en lo que respecta al
espacio, la división del volumen divide ~l material. Por
consiguiente, si el material existe en todo un volumen, será
menos el material distribuí do en una mitad de ese volumen.
De esta propiedad surge nuestra noción de densidad en un
punto del espacio . Todo el que habla de densidad no asi-
mila tiempo y espacio hasta el punto que qu errían muy
precipitadamente algunos extremistas de la escuela mod er-
na. Porque, con respecto al material, la división del tiempo
funciona en forma totalment e diferente de la división del
espacio .
Además, el hecho de que el material es indiferente a la
división del tiempo lleva a la conclusión de que el lapso per-
tenece a los accidentes antes que a la esencia del material. E l
material es plenament e material en cualquier sub -período,
por breve que sea. Así, el pasaje del tiempo no tiene nada
que ver con el carácter del material. E l material es igual-
mente material en un momento. AqUÍ concebimos un mo-
mento como exist ente en sí mismo, sin pasaje, ya que el
pasaj e t emporal es la sucesión de momentos.
Por consiguiente, la respu esta que el siglo XVII dió a la
antigua pregunta de los pensadores jónicos, "¿de qué está
hecho el mundo?" decía que el mundo es una sucesión de
configuraciones instantáneas de materia -o de material, si
deseamos incluir sustancia más sutil que la materia común,
el éter, por ejemplo.
No podcmos extrañarnos de que la ciencia qu edara sa-
ti sfecha con ese supuesto acerca de los elementos funda-
mentales de la naturaleza. Las grand es fuerzas de la na-

67
t uraleza, tales como la gravitación, estaban ent eramente
det erminadas por las configuraciones de las masas. Así, las
confi guraciones det erminaron sus propios cambios, de mane-
ra que el círculo del p ensamiento científico estaba com-
pletamente cerrado. Esa es la famosa teoría mecanicista
de la naturaleza que ha reinado como soberana desde el
siglo XVII. Es el credo ortodoxo de la ciencia fí sica. Por
añadidura, el credo se justificaba por la prueba pragmáti-
ca : fu ncionaba . Los físicos no se int eresaron más en la
filosofía. Subrayaron el antirracionalismo de la rebelión
histórica. P ero las dificult ades de la t eoría del mecanicis-
mo materialista aparecieron muy pronto . La hist oria del
pensamiento de los siglos XVIII y XIX está gobernada por el
h echo de que el mundo se ha apod era do de una idea gene-
ral con la cual y sin la cual no podía vivir.
Contra la simple ubicación de configuraciones materia-
les inst antáneas ha protest ado Bergson, en cuanto con-
cierne al tiempo y en cuanto se la toma como hecho fun-
damental de la naturaleza concreta. La llama la deforma-
ción de la naturaleza debida a la " espacialización" int elec-
tual de las cosas. E stoy de acuerdo con la protesta de
Bergson; p ero no estoy de acuerdo en qu e esa deformación
es un vicio necesario de la apreh ensión int electual de la
naturaleza. E n las conferencias siguient es trataré de de-
most rar que la espacialización es la expresión de hechos
más concretos bajo el ropaj e de conclusiones lógicas muy
abstractas. Hay un error; pero es simplement e el error ac-
cidental de confundir lo abst racto con lo concreto. E s un
ejemplo de lo que llamaré "falacia de la concretez fu era de
lugar", que es motivo de gran confusión en filosofía. N o
es necesario que el intelecto caiga en la t rampa, aunque en
ese caso ha habido gran t end encia a caer.
Resulta evidente de inmediato qu e el concepto de la sim-
ple ubicación ha de crear grandes dificultades a la induc-
ción. Porque si en la ubicación de configuraciones de ma-
t eria en un trecho de tiempo no hay referencia inherente a
ningún o t.ro tiempo, al pasado ni al futuro, síguese inmedia-
t amente que en un período cualquiera la nat uraleza no se
refiere a la naturaleza en otro p eríodo cualquiera. Por lo

68
tanto, la inducción no se basa en nada que pueda obser-
yarse como inherente a la naturaleza. Así, no podemos re-
currir a la naturaleza para just ificar nuestra creencia en
una ley tal como la ley de la gravitación. En otras pala-
bras, el orden de la naturaleza no puede justificarse por la
simple observación de la naturaleza. Porque en el h echo
actual no hay nada que se refiera inherentemente al pasado
o al futuro . Parecería, por consiguiente, que la memoria,
no menos que la inducción, no lograra hallar ju stificación
alguna dentro ' de la naturaleza misma.
Me he ad elantado al curso del pensamiento ulterior y he
estado repitiendo la argumentación de Hume. Ese modo de
pensar se desprende tan inmediatamente de la considera-
ción de la simple ubicación que para considerarlo no pode-
mos aguardar al siglo XVIII. Lo único extraño es que, de
hecho, el mundo aguardó hasta Hume, antes de notar la
dificultad. También ilustra el antirracionalismo del públi-
co científico el hecho de que cuando apareció Hume sólo
fueron las consecuencias religiosas de su filosofía las que
atraj eron la atención. Ello se debió a que el clero era por
principio racionalista, mientras los hombres de ciencia se
contentaban con la simple fe en larden de la naturaleza.
Hume ' mismo observa, sin duda sarcásticamente: "Nues-
tra santa r eligión se funda en la fe." Esa actit ud satis-
facía a la Royal Society pero no a la Iglesia. También
satisfacía a Hume, y ha satisfecho a los empiristas que le
siguieron.
Hay otro supuesto que debemos colocar junto a la teoría
de simple ubicación. Me refi ero a las dos categorías corre-
lativas de sustancia y cualidad. Con todo, hay una dife-
rencia. Hubo diferentes teorías acerca de la descripción
adecuada de la condición del espacio. P ero cualquiera fu ese
la condición, nadie dudaba de que la conexión con el espa-
cio de que gozan las entidades es la de simple ubicación.
Podemos expresar esto en pocas palabras diciendo que se
admitía tácitamente que el espacio es el lugar de las sim-
ples ubicaciones. Todo lo que está en el espacio está s-i1n-
plicitet en alguna porción det erminada del espacio. Pero
con respecto a la sustancia y a la cualidad, las mentes rec-

69
trices del siglo XVII estaban decididamente perplejas; aun-
que con su genio habitual, construyeron en seguida una
t eoría adecuada para sus propósitos inmediatos.
Es claro que la sustancia y la cualidad, lo mismo que la
simple ubicación, son las ideas más naturales del esp íritu
humano. Es la forma en que pensamos las cosas, y sin esas
formas de pensar no podemos tener nuestras ideas prontas
para uso diario. No cabe duda. Lo único que podemos
preguntar es: "¿Cuán concretamente estamos pensando
cuando consideramos la naturaleza en esas concepciones ?"
Quiero indicar que nos estamos regalando con ediciones
simplificadas de los hechos inmediatos. Cuando examine-
mos los elementos primarías de esas ediciones simplificadas,
hallaremos que en verdad sólo pueden justificarse como
complicadas construcciones lógicas que poseen un alto gra-
do de abstracción. Claro que, por tratarse de un punto de
psicología individual, llegamos a esas ideas por el método
rápid o y grosero de suprimir los detalles que nos parecen
impertinentes. Pero cuando tratamos de justificar esa su-
presión de lo impertinent e, nos encont ramos con que, si
bien quedan entidades correspondientes a las entidades de
que hablamos, t aJes entidades poseen sin embargo un alto
grado de abstracción.
Sostengo, pues, que la sustancia y la cualidad proporcio-
nan otro ejemplo de la falacia de la concretez fuera de lu-
gar. Consideremos cómo surgen las ideas de sustancia y
cualidad. Observamos un objeto como una entidad dotada
de ciertas características. Por ejemplo, observamos un
cuerpo; hay en él algo que notamos. Es quizá duro, azul,
r edondo, ruidoso. Observamos algo que posee esas cualida-
des; aparte de ellas no observamos nada absolutamente.
Por consiguiente la entidad es el sustrato o sustancia de la
cual predicamos cualidades. Algunas de las cualidades son
esenciales, de modo que fuera de ellas, la entidad no sería
ella misma; mientras otras cualidades son accidentales y
cambiant es. Con respecto a los cuerpos materiales, las cua-
lidades de tener cierta masa cuantitativa y de simple ubica-
ción en alguna parte, sostenía John Locke al terminar el
siglo XVII, son cualidades esenciales. Naturalmente, la

70
ubicación era cambiante, y la inmutabilidr
era sino un hecho experimental para ciert
Hasta aquÍ todo va bien. P ero cuand,
azul, tenemos que enfrentarnos con una
primer lugar, el cuerpo puede no ser
doso. Ya lo hemos admitido con nues'
lidades accidentales, que por el mom
como adecuada. P ero en segundo lu
ñaló una verdadera dificultad . Los grandes
ron teorías de la trasmisión de la luz y del sonido,
en su visión materialista de la naturaleza. Había dos hip
tesis sobre la luz: o bien era transmitida por ondas vibra-
torias de un éter material, o - según Newton- era h 'ans-
mitida por el movimiento de corpúsculos increíblemente
pequeños de alguna materia útil. Todos sabemos que la
t eoría ondulatoria de Huygh ens prevaleció durante el siglo
XIX y que, en la época actual, los físicos tratan de explicar
algunas circunstancias oscuras r eferentes a la radiación
combinando las dos teorías. Pero sea cual fu ere la teoría
elegida, no existe la luz o el color como h echo de la natu-
raleza exterior. Hay simplemente movimiento del material.
De igual modo, cuando la luz penetra en los ojos y hiere la
retina, no hay sino movimiento del material. Luego que-
dan afectados los nervios y el cerebro, yeso no es tampoco
más que movimiento del material. El mismo tipo de razo-
namiento vale para el sonido con sólo substituir las ondas
del éter por las del aire, y el ojo por el oído.
Preguntamos, pues, en qué sentido "color azul" y "ser
ruidoso" son cualidades del cuerpo. Por un razonamiento
análogo, preguntamos también en qué sentido el perfume
cs una cualidad de la rosa.
Galileo consideró este problema e indicó inmediatamen-
te que, aparte de los ojos, del oído y de la nariz, no existi-
rían colores, sonidos ni olores. D escartes y Locke constru-
yeron la teoría de las cualidades primarias y secundarias.
Por ejemplo, Descartes, en su Meditación Sexta, dice: "Yen
verdad, pues siento distintas clases de colores, olores, sa-
bores, sonidos, calor, dureza, etc., concluyo con justicia,
que hay en los cuerpos de los cuales proceden todas estas

71
~as percepciones de los sentidos, algunas diversidades
. responden a ellas, si bien quizá esas diversidades no se
J parecen en nada . . . "
E n su s Principios- de filosofía dice también : "que por
nuest ros sent idos no conocemos nada de los objetos exte-
riores más allá de su figura [o situación l , t amaño y movi-
miento".
Locke, que escribe con conocimiento de la dinámica de
N ewton, sitúa la masa entre 11:\ S cualidades primarias de los
cuerpos. En una palabra : formula una t eoría de las cuali-
dades primarias y secund arias de acuerdo con el estado de
la ciencia fí sica a fin es del siglo XVII. Las cualidades pri-
marias son las cualidades esenciales de las sustancias cuyas
r elaciones espacio-t emporales constit uyen la naturaleza. La
regularidad de esas relaciones constituye el orden de la na-
turaleza. Los acontecimientos de la naturaleza son aprehen-
dido s de alguna manera por mentes asociadas con cuerpos
vivos. En prim er lugar la apreh ensión mental surge de los
acontecimientos que suceden en ciertas part es del cuerpo
correspondiente, de los acontecimientos del cerebro, por
ejemplo . P ero al aprehender, la m en t e experimenta también
sensaciones que, en rigor, son únicam ente cualidades de
ella. La mente proyecta esas sensacion es en forma tal que
revisten cuerpos adecuados que se encuentran en la natu-
raleza exterior . Así, percibimos los cuerpos como si poseye-
ran cualidades que en realidad no les pertenecen, cualidades
que son, de hecho, pura creación de la mente. Así, la natu-
raleza cobra el prestigio que en verdad debiéramos reservar
para nosot ros mismos: la rosa por su perfume, el ruiseñor
por su canto y el sol por su esplendor. Los poetas se han
equivocado de m edio a m edio. D eb erían dirigir sus poesías
a sí mismos, y deberían convertirlas en odas de felicitación
por la excelencia de la m ente humana. La naturaleza es
t rist e cosa, sin sonidos, sin olores, sin colores; es simplemen-
t e el 1'0 dar aprisa de la materia, sin fin y sin sentido.
Por más que lo disimulemos, ést e es el resultado prác-
tico de la filo sofía científica característica que cerró el
siglo XVII.
En primer lugar debemos notar su pasmosa eficacia como

72
sistema de con ceptos para la organizaclOn de la investiga-
ción científica. En este sentido es plenamente digna del
genio del siglo qu e la produj o. Desde entonces se ha man-
t enido firme como principio rector de los estudios cientí-
ficos. Reina todavía. Todas las universidades del mundo se
organizan de acuerdo con ella. N o se ha sugerido otro sis-
t ema de organizar la prosecución de la verdad científica.
No sólo reina, sino que no conoce rival.
Y, con todo, es absolutamente increíble. Esa con cepción
del universo está encuadrada sin duda en t érminos de ele-
vadas abstracciones; la paradoja sólo surge porque h emos
confundido nuestra abstracción con realidades concretas.
Ningún bosquejo de las realizaciones d el pensamiento
científico en este siglo, por gen eral que sea, puede omitir
el adelanto de las matemáticas. Aquí, como en lo demás, se
reveló el genio de la época. Tres grandes franceses, D escar-
t es, Desargues y Pascal, iniciaron el período moderno de la
geometría. Otro francés, Fermat, estableció los fundam en-
t os del análisis moderno, y poco le faltó para llevar a la
perfección los métodos del cálculo diferencial. N ewton y
Leibniz fu eron los que crearon el cálculo diferencial cOlno
método práctico del razonamiento matemático . Cuando aca-
bó el siglo, las mat emáticas como instrumento de aplicación
para los problemas fí sicos estaban bien establecidas, en con-
diciones semejantes a su adelanto actual. Las modernas ma-
t emáticas puras, excepto la geometría, estaban en su infan-
cia, y no h abían dado señales del asombroso crecimiento que
h abían de tener en el siglo XIX. Pero el físico matemático
había aparecido, trayendo con él el tipo de mentalidad que
había de dominar el mundo científico en el siglo siguiente.
Había de ser la era del "Análisis victorioso".
E l siglo XVII h abía producido por fin un esquema de
pensamiento científico trazado por los matemáticos, para
uso de los matemático s. La gran característica del espíritu
matemático es su capacidad de manejar abstracciones; y de
ext raer de ellas cadenas de razonamiento netas y demostra-
tivas, enteramente satisfactorias siempre que esas abstrac-
ciones sean el objeto en que qu eremos pensar. E l enorme
éxito de las abstracciones científicas que en una mano pre-

73
sentan la rru~teria con su simple ~¿bicacíón en el espacio y
en el tiempo, y en 1:1 otra el espíritu que percibe, sufre y
razona, pero DO interviene, le ha impuesto a la filosofía la
tarea de aceptarlas como la expresión más completa de la
realidad.
Con ello la filo sofía moderna se ha venido abajo. Ha osci-
lado en forma compleja entre tres extremos: los dualistas,
que aceptan materia y espíritu en un mismo pie de igual-
dad, y las dos variedades de monistas: los que ponen el
espíritu dentro de la materia, y los que ponen la materia
dentro del espíritu. Pero estos juegos de manos con las abs-
tracciones nunca pueden superar la confusión inherente in-
troducida por atribuir la concretez fuera de lugar al esque-
ma científico del siglo XVII .

74
CAPÍTULO IV

EL SIGLO XVIII

Si es lícito hacer una comparación entre los ambient es


intelectuales de épocas diferentes, puede decirse que el siglo
XVIII fué en Europa la perfecta antítesis de la Edad Media.
Esa comparación se hace más gráfica si se tiene en cuenta
la diferencia que hay entre la catedral de Chartres y los sa-
lones de París, en los que D'Alemb ert platicaba con Vol-
taire. La Edad Media se halla obsesionada por el deseo dc
racionalizar lo infinito: los hombres del siglo XVIII racio-
nalizaban la vida social de los grupos humanos modernos y
basaban sus teorías sociológicas haciendo apelación a los
hechos de la naturaleza. D e esos dos períodos, el primero
fué la edad de la fe basada en la razón; el segundo, dejó
tranquilos a los perros dormidos: fué la edad de la razón
basada en la fe. Para aclarar mi idea: San Anselmo se ha-
bría sentido sumamente turbado si no hubiese logrado en-
contrar un argumento convincente para demostrar la exis-
t encia de Dios, y en ese argumento basab a su edificio de
la fe, a diferencia de Hume que apoyaba en su fe en el orden
de la naturaleza su Disse",tation on Natural History oi Re-
ligion. Al establecer un parangón entre esas épocas. bueno
será recordar que la razón puede equivocarse y la fe colo-
carse en un t erreno que no le corresponda.
En el capítulo anterior p erfilamos la evolución que du-
rante el siglo XVIII se operó en el esquema de las ideas cien-
tíficas que desde entonces han dominado en el pensamiento.
Ese esquema implica un dualismo fundamental: la materia,

75
por una parte, y el espíritu, por otra. Entre ambos se hallan
los conceptos de vida, organismo, función, realidad instan-
tánea interacción orden de la naturaleza, el conjunto de
los c~ales constitu~e el talón de Aquil es de todo el sistema.
He de manifestar también mi convicción da que si deseá-
ramos obtener una expresión más fundamental del carácter
concreto del hecho natural, el elemento de ese esqu ema que
primeramente habríamos de someter a crítica, sería el con-
cepto de locación simple. Por consiguiente, en at ención a la
importancia que esta idea a umirá en estas consideraciones,
voy a insistir en el significado que at ribuyo a esta frase. D e-
cir que una porción de materia tiene locación sim1J1e sig-
nifica que al expresar sus relaciones espacio-temporales, es
correcto afirmar que está donde está, en una región defi-
nida del espacio y a través de una duración definida del
tiempo, haciendo caso omiso de toda r eferencia esencial de
las r elaciones que con otras regiones del espacio o con otras
duraciones del tiempo pueda tener esa porción de materia.
Por otra part e, est e concepto de locación simple es inde-
pendiente de la controversia entre las opiniones absolutista
y relativist a acerca del espacio y del tiempo. Con tal de que
cualquier teoría del espacio, o del tiempo, atribuya un signifi-
cado, absoluto o relativo, a la idea de una región definida
del espacio o de una duración definida del tiempo, la idea
de locación simple tiene un significado p erfectamente defi-
nido. E sta idea es el propio fundamento del esquema que
de la naturaleza se hizo el siglo XVII; sin ella, ese esquema
no es susceptible de ser expresado. Alegaré que ent re los
elementos primarios de la naturaleza tal como son apre-
hendidos en nuestra experiencia inmediata., 110 hay ni uno
solo que posea este carácter de locación simple; ello no au-
tOl·iza a concluir, sin embargo, que la ciencia del siglo XVII
fu ese simplemente errónea. Yo sostengo que por un proceso
de abst racción constructiva podemos llegar a ab stracciones
que sean porciones de mat eria localizadas simplemente y a
otras abstracciones que sean los espíritus que fi guran en el
esquema científico. Por consiguiente, el verdadero error es
un ejemplo de lo que yo h e calificado de Hla falacia de la
concret ez fuera de lugar".

76
La ventaja de concentrar la atención en un grupo defi-
nido de abstracciones estriba en que con ello es posible li-
mitar nuest ros pensamientos a cosas nítidamente definidas,
con relaciones nítidamente definidas. Por consiguiente, si
t enemos un entrenamiento lógico, podremos deducir multi-
tud de conclusiones con respecto a las r elaciones existentes
entre esos ent es ab stractos. A mayor abundamiento, si las
abstracciones están bien fundad as, es decir, si no prescin-
den de todo lo que es importante en la experiencia, el pen-
samiento científico que se limite a esas ab stracciones llega-
rá a multitud de verdades importantes r elativas a nuestra
experiencia ele la naturaleza. Todos conocemos esos t em-
peramentos de pronunciadas aristas, que se mantienen in-
mutablemente encerrados en duro caparazón de abstraccio
nes. Nos sujetan a sus abstracciones por el mero imperio de
su personalidad.
El inconveniente de prest ar exclusiva atención a un gru-
po de abstracciones, por bi en fund adas que estén, es que,
según la índole del caso, se ha prescindido de las demás co-
sas . En la medida en que las cosas excluídas sean impor-
tantes en la experiencia, nuestros modos de pensamiento
resultarán inapropiados para ocuparnos de ellas. No pode-
mos pensar sin abstracciones; por consiguiente, es de la más
alta importancia poner la mayor atención en someter a crí-
tica nuestros ?nodos de abstracciones. Es en este punto que
la filosofía encuentra el lugar indicado para ser esencial
para el progreso saludable de la sociedad. E s la crítica de
las abstracciones. Una civilización incapaz de salirse de sm
abstracciones corrientes, está condenada a la esterilidad al
cabo de un período, muy limitado, de progreso. Una escue-
la activa de filo sofía es absolutamente tan importante para
la locomoción de las ideas como para la locomoción del
combustible pueda serlo una escuela activa de ingenieros fe-
rroviarios.
Ocurre a veces que el servicio prestado por la filo sofía
qu€da t otalmente oscurecido por el éxito asombro so de
un esquema de abst racciones que exprese los intereses domi-
nantes de una época. E s exactamente lo que sucedió du-
rante el siglo XVIII. L es philosophes no eran filó sofos.

77
E ran hombres de genio, de cabeza clara y agudos, que se
valieron d el grupo de abstracciones científicas d el siglo
XVI! . para analizar el universo sin límites. Su triunfo, en
or den al círculo de ideas principalmente interesante para
sus coet áneos, fué abrumador; cuanto no encajaba en su
esquema, era postergado, ridiculizado o puesto en cuaren-
tena. Su aversión hacia la arquitectura gótica refleja su
poca simpatía por las p erspectivas confusas. Era la edad de
la razón, de la razón sana, viril, egregia; pero de una razón
que sólo tenía un ojo y condenada por ello a percibir de u n
modo deficiente el relieve de las cosas. Nunca apreciaremos
bastante lo que debemos a aquellos grandes hombres. D u-
rante u na milíada Europa había sido presa de visionarios
intolerantes e intolerables. El buen sentido del siglo XVIII,
su captación de los hechos evidentes del sufrimient o hu-
mano y de las n ecesidades evidentes de la naturaleza hu-
mana, obraron sobre el mundo a modo de b año de limpieza.
Voltaire tiene el mérito de haber odiado la injusticia, de
haber odiado la crueldad, de haber odiado la opresión ab -
surda y de haber odiado la superchería. Y, además, al verlo,
sabía que era todo eso. En esas supremas virtudes, era un
hijo genuino de su siglo, de su mejor aspecto . Pero no sólo
de pan vive el hombre, y menos puede vivir únicamente
de desinfectantes. La época tenía sus limit aciones; pero sin
rendir todo el tributo merecido a sus triunfos positivos nun-
ca podremos comprender la pasión con que son defendidas
todavía, especialmente en las escuelas de la ciencia, algu-
nas de sus principales posiciones. E l esquema de conceptos
del siglo XVII demostraba ser un instrumento de investi-
gación perfecto.
Este triunfo del materialismo se operó principalmente en
las ciencias de la dinámica, física y química racionales. En
cuanto a la dinámica y a la física, el progreso se logró en
forma de desarrollos directos ele las ideas principales de la
época precedente. Nada nuevo se creó en este sentido pero
se llevó a cabo un inmenso desarrollo de det alle. Casos es-
peciales fu eron aclarados. Era como si el mismo cielo se hu-
biese puesto al descubierto en una pantalla fija. En la se-
gunda mitad del siglo, Lavoisier fundó virtualmente la quí-

78
mica en las bases en que actualmente se apoya, introdu-
ciendo en ella el principio de que en ninguna transformación
química se pierde o gana nada de materia. Ese fué el úl-
timo éxito del p ensamiento materialista, que en definitiva
no revelara ser una espada de dos filos. Ya no le faltaba a
la ciencia química más que la teoría atómica, que se for-
muló al siglo siguiente.
En est e siglo, la idea de la explicación mecánica de todos
los procesos de la naturaleza se había consolidado finalmen-
te en un dogma de la ciencia. La idea se impuso en toda la
línea gracias a una serie casi milagrosa de triunfos logrados
por los fí sicos mat emáticos, que culminaron en la Mécani-
que Analytique de Lagrange, publicada en 1787. Los Prin-
cipia, de Newton habían aparecido en 1687, de su erte que
entre ambos libros mediaba exactamente un lapso de un
siglo. E ste siglo constituye el primer período de la física
matemática de tipo moderno. La publicación, en 1873, de
la obra Elect7icity and 111agnetism, de Clerk Maxwell, ciena
el segundo p eríodo. Cada una de esas tres obras abrió nue-
vos horizontes al pensamiento e influyó en todo cuanto vino
después de ellas.
Cuando se examinan los varios asuntos a que la humani-
dad consagró su pensamiento sistemático, es imposible que
no sorprenda la desigual distribución de aptitud entre los
distintos campos. En casi todas las materias hay unos po-
cos nombres que sobresalen. Se requiere genialidad para
crear una materia que constituya un nuevo asunto para el
pensamiento. P ero con muchos asuntos se da el caso de que
después de un buen principio, de importancia esencial para
la ocasión que lo motivó, el desarrollo subsiguiente ofrezca
una serie decreciente de t anteos, de suert e que el conjunto
de la materia va perdiendo poco a po.co su imperio sobre
la evolución del pensamiento. Muy distinto fué lo que su-
cedió con la física matemática. Cuanto más se estudia esa
materia tanto más asombro causan los casi increíbles t riun-
fos del entendimiento que r evela. Los grandes fí sicos ma-
t emáticos del siglo XVIII y de unos pocos primeros años
del XIX, en su mayoría franceses, constituyen una mues-
tra de eso: Maup ertuis, Clairaut, D'Alembert, Lagrange,

79
Laplace, Fourier, Carnot, constituyen una serie de nombres
t al que cada uno de ellos trae a la mente el recuerdo de un
t riunfo de primera importancia. E l hecho de que Carlyle,
en su calidad de portavoz del período romántico subsiguien-
t e, calificara irónicamente a aquel periodo de Edad del Aná-
lisis Victorioso, y se burlara de Maupertuis llamándole
"magnífico caballero de perruca empolvada", revela única-
mente la estrechez de miras de los románticos cuyas ideas
proclamaba.
Es imposible exponer de un modo inteligible en pocas pa-
labras y sin tecnicismos los detalles de los progresos h echos
por esta escuela. Sin embargo, intentaré explicar el punto
principal de un triunfo debido conjuntamente a Maupertuis
y Lagrange. Sus resultados, unidos a algunos métodos ma-
t emáticos subsiguientes debido s a Gauss y Riemann, los dos
grandes matemáticos alemanes de la primera mitad del si-
glo XIX, han demostrado recientemente que eran la labor
preparatoria necesaria para las nuevas ideas que Herz y
Einstein habían de introducir en la física matemática. Tam-
bién inspiraron algunas de las mejores ideas del tratado de
Clerk Maxwell, ya mencionado en este capítulo.
Su aspiración era descubrir algo más fundamental y más
general que las leyes newtonianas del movimiento exami-
nadas en el capítulo precedente. Querían encontrar algu-
nas ideas más amplias, y, en el caso de Lagrange, algunos
modos más generales de exposición matemática. Era una
empresa ambiciosa, y el éxito les acompañó plenamente en
ella. Maupertuis vivió en la primera mitad del siglo XIX,
y la época de activid ad de Lagrange cae en la segunda mi-
tad de dicho siglo. Encontramos n Maup ertuis un resa-
bio de la época teológica que precedió a su nacimiento. Par-
tió de la id ea de C}1,le toda 1:1 marcha de una partícula de
materia entre dos límites cua1.esquiera, tenía que realizar
alguna perfección digna de la providencia divina. Dos pun-
tos de interés hay en ese principio motor. En primer lugar,
ilustra la tesis que formulé en el primer capítulo de que el
modo en que la iglesia medioeval había imprimido en Eu-
ropa la idea de la providencia detallada de un dios perso-
nal racional, fué uno de los factor es que dió lugar a la con-

80
fianza en el orden de la naturaleza. E n segundo lugar, aun-
que en la actualidad est emos todos convencidos de que
esos modos de pensamiento no son de utilidad directa en las
investigaciones científicas de detalle, el éxito de Maupertuis
en ese caso particular revela que casi cualquier idea que
nos saque de nuestras abstracciones corrientes es mejor que
nada. En el caso de que nos ocupamos, lo que la idea en
cuestión le hizo a Maupertuis fué conducirle a indagar qué
propiedad gcneral de la marcha en conjunto podía ser de-
ducida de las leyes newtonianas del movimiento . No cabe
duda de que era éste un procedimiento muy cuerdo, y todos
lo hemos de reconocer cualesquiera que sean nuestras ideas
t eológicas. Su idea general le indujo t ambién a concebir que
la propiedad encontrada sería un factor cuantitat ivo, de
suerte que toda ligera desviación de la marcha la incre-
mentaría. Partiendo de esta suposición, generalizó la pri-
mera ley del movimi ento newtoniana. Como una partícula
aislada toma el camino más corto con velocidad uniforme,
Maupertuis conjeturó que una partícula que se moviera a
través de un campo ¿ e fu erzas, r ealizaría el m enor importe
posible de alguna cantidad. D escubrió cuál era esa cantidad
y la calificó de acción integral entre los límites de tiempo
considerados. En nuestra t erminología moderna es la suma
a través de sucesivos p equ eños lapsos de la diferencia
entre las energías cinét icas y potenciales de la partícula
en cada uno de los instantes sucesivos. Esta acción,
por lo tanto, tiene que ver con el intercambio entre la ener-
gía procedente del movimiento y la energía derivada de la
posición. Maupertuis descubrió el famo so teorema de la
acción mínima; sin embargo, est e investigador no es de la
misma primera categoría que Lagran ge. En sus manos y en
las de sus sucesores inmediatos, su principio no adquirió
importancia dominante. Lagrange planteó la misma cuestión
sobre una base más amplia, de suerte que su solución resul-
tó decisiva para el procedimiento actual del desarrollo de la
dinámica. Su principio de la acción virtual, ap]jcado a sis-
t emas en movimiento, es, en efecto, el principio de Mauper-
tuis concebido como aplicado en cada uno de los instantes
de la marcha del sist ema. P ero Lagrange vió más lejos que

81
Maupertuis. Advirtió que había obtenido un método de
formular verdades dinámicas de un modo perfectamente
indiferente a los métodos particulares de mensuración em-
pleados para fijar las posiciones de las varias partes del sis-
tema. Por consiguiente, llegó a deducir ecuaciones de mo-
vimiento igualmente aplicables cualesquiera que fu esen las
mensuraciones cuantitativas hechas, con la sola condición
de que fuesen adecuadas a posiciones fijas. La belleza y casi
divina simplicidad de esas ecuaciones es tal que esas fór-
mulas son dignas de equipararse a aqu ellos símbolos miste-
riosos que en tiempos antiguos se empleaban directamente
para indicar la Razón Suprema en la base de todas las co-
sas. Más tarde, Herz -descubridor de las ondas electro-
magnéticas- asentó la mecánica en la idea de que toda par-
tícula atraviesa el camino más corto que se le ofrece en las
circunstancias que le obligan a moverse, y, por último, Eins-
tein, usando las teorías geométricas de Gauss y Riemann,
mostró que esas circunstancias podían construirse como si
estuviesen implicadas en el mismo carácter del espacio-tiem-
po . T al es, en sus líneas generales escuetas, la historia de la
dinámica desde Galileo a Einstein.
Entre tanto, otros investigadores -Galvani y Volta-
habían hecho otros descubrimientos en el sector de la elec-
tricidad, y las ciencias biológicas reunían sus materiales, pe-
ro esperando, aún, la aparición de ideas dominantes. Tam-
bién la psic:oiogía había comenzado a emanciparse de su
dependencia con respecto a la filo sofía general. El desari'o-
110 independiente de la psicología fué el resultado final de su
postulación por John Lodee a modo de crítica de los abusos
de la metafísica. Todas las ciencias que se ocupaban de la
vida se encontraban aún en una fase de observación ele-
mental, en la que predominaban la clasificación y la des-
cripción directa. Hasta ese punto, el esquema de las abstrac-
ciones era apropiado a tal estado de cosas.
En los dominios de la práctica, de la edad que produjo
gobernantes ilustrados como el emperador José de la casa
de Habsburgo, Federico el Grande, Walpole, el gran Lord
Chatham, George Washington, no puede decirse qu e hu-
biese sido un fracaso, sobre todo si se t iene en cuenta que,

82
además de esos gobernantes, nos dió el gobierno de gabinete
parlamentario en Inglaterra, el régimen presidencial federal
de los Estados Unidos y los principios humanitarios de la Re-
volución Francesa. E n el sector de la técnica produjo la má-
quina de vapor y con ello inauguró una nueva era en la civi-
lización. Indudablemente, el siglo XVIII fué un éxito en el or-
den práctico. Si le hubiésemos preguntado a uno de sus más
sensatos y genuinos predeccsores, que tuvo ocasión de pre-
senciar sus inicios -nos ref rimos a John Locke-, qué es-
peraba de esa edad, difícilmente habría puesto sus espe-
ranzas en un nivel más alto que el alcanzado por sus po-
sitivos éxitos.
Para exponer una crítica del esquema científico del siglo
XVIII, tenemos que comenzar dando la razón principal de
que descartemos el idealismo del siglo XIX -nos referimos
al idealismo filosófico que encuentra el último significado
de la realidad en la mentali dad plenamente cognitiva-o En
el caso del idealismo absoluto, el mundo de la naturaleza
es pura y simplemente un mundo de las ideas, diferencián-
dose de algún modo la unidad de lo absoluto; en el caso del
idealismo pluralista, que implica mentalidades monádicas,
este mundo es la máxima medida común de las varias ideas
que diferencian las varias unidades mentales de las varias
mónadas. Pero, como quiera que lo tomemos, esas escuelas
idealistas fracasaron notoriamente en su ensayo de enlazar
de algún modo orgánico el hecho de la naturaleza con sus
filosofías idealistas. E n 10 que concierne a lo que se dirá en
esta obra, nuestro punto de vista habrá de ser en definitiva
realista o idealista. Mi opinión es que se r equiere una fase
ulterior de realismo provisional en que se r ehaga el esquema
científico, fundándose en el concepto último de organismo.
En líneas generales, mi procedimiento consiste en partir
del análisis de la condición del reposo y del tiempo, o, dicho
en t erminología moderna, de la condición del espacio-tiem-
po. De cada uno de ésos hay dos caracteres. Las cosas
están separadas por el espacio y lo están por el tiempo;
pero también están juntas en el espacio y asimismo en el
tiempo, aun cuando no sean cont emporáneas. Calificaré a
esos caracteres de carácter separativ o y carácter pre-

83
hensivo del espaelo-tiempo. Pero todavía hay un tcrcer ca-
rácter d l espacio-tiempo . Todo cuanto está en el espacio
recibe una limitación definida de alguna manera, de suerte
que en cierto sentido ti ene precisamente la forma que tiene
y no otra, es decir, que en cierto sentido está en est e sitio y
no en otro. E s lo que yo califico de carácter modal del es-
pacio-tiempo . E s evidente que, tomado por sí mismo, el ca-
rácter modal da lugar a la idea de locación simple. Pero cs
necesario asociarlo con los caracteres separativo y prehensivo .
Para simplificar la idea, hablaremos en primer lugar del
espacio únicamente, haciendo después ext ensivo el mi smo
tratamiento al tiempo.
El volumen es el elemento más concreto de espacio. Pero
el carácter separativo de espacio analiza un volumen en
subvolúmenes y así hasta el infinito . Por consiguiente, to-
mando ai slad amente el carácter separativo, inferiríamos que
un volumen es una mera multiplicidad de elementos caren-
t es de volumen, o sea, me hecho, de puntos. Pero el hecho
último de la experi encia es la unidad de volumen; por ejem-
plo, el espacio voluminoso de esta sala. Como mera multi-
plicidad de puntos, esta sala es una construcción de la ima-
ginación lógica.
Por consiguiente, el hecho primordial es la unidad pre-
hensiva del volumen, y esta unidad está atenuada o limi-
t ada por las unidades separadas de las innumerables partes
contenid as. T enemos una unidad prehensiva, que sin em-
bargo es considerada aparte como un agregado de partes
contenidas. P ero la unidad prehensiva del volumen no es
la unidad de un mero agregado lógico de partes. Las partes
forman un agregado ordenado, en el sentido de que cada
una de las partes es algo desde el punto de vista de cual-
qui era de las otras partes, y, por lo tanto, t ambién desde el
mismo punto de vista, cualquiera de las otras partes es algo
en relación con ella . Así, si A, B y C son volúmenes de es-
pacio, B tiene un aspecto desde el punto de vista de A, y
lo propio le ocurre a e, y asimismo a la relación de B y C.
Este aspecto de B desde A, es de la esencia A. Los volúme-
nes de espacio no tienen existencia independient e. Son sólo
entes en el conjunto de la totalidad; no puede separárselos

84
de su ambiente sin destruir su misma esencia. Por consi-
guiente, diremos que el aspecto de B desde A es el moclo en
que B entra en la composición de A. El carácter modal del
espacio consiste en que la unidad prehensiva de A es la pre-
hensión en unidad de los aspectos de todos los demás vo-
lúmenes desde el punto de vista de A. La forma de un volu-
men es la fórmula de la cual puede ser derivada la totalidad
de sus aspectos. Así, la forma de un volumen es más abs-
tracta que sus aspectos. Es evidente que podemos emplear
cllenguaje de Leibniz y decir que todo volumen refleja en sí
todo otro volumen en el espacio .
Unas consideraciones exactamente análogas rezan con res-
pecto a las duraciones en el tiempo . Un instante de tiempo,
sin duración, es una construcción lógica imaginaria . Tam-
bién toda duración de tiempo refleja en sí todas las dura-
ciones t emporales.
P ero de dos modos hemos introducido una simplicidad
falsa. En primer lugar, tendríamos que hab er enlazado es-
pacio y tiempo y orientado nuestra expli cación en el sen-
tido de las regiones cuatridimensionales de espacio-tiempo.
Nada tenemos que añadir por vía de explicación. En nues-
tra mente, sustituyamos por esas regiones cuatridimensio-
nales los volúmenes espaciales de las explicaciones prece-
dentes.
En segundo lugar, mi explicación incurrió, a su vez, en
un círculo vicioso. En efecto, según lo dicho la unidad pre-
hensiva de la región A consiste en la unificación prehensiva
de las presencias modales de otras regiones en A. Esta di-
ficultad se presenta porque en realídad el espacio-tiempo no
puede ser considerado como un ente subsistente por sí mis-
mo. Es una abstracción, y para explicarla se requiere refe-
rirse a aquello de que ha sido extraída. Espacio-tiempo es
la especificación de ciertos caracteres ssenerales de acaeci-
mi entos y de su ordenación r ecíproca. E ste recurrir al hecho
concreto nos lleva al siglo XVIII, y hasta al XVII, a Fran-
cis Bacon. Tenemos que examinar la marcha seguida en
esas épocas por la crítica del esquema científico imperante.
Ninguna época es homogénea; cualquiera que sea la nota
atribuída como dominante a un período considerable, siem-

85
pre será posible señalar hombres, y grandes hombres, per-
tenecientes a la misma época, que se presentan como anta-
gónicos al tono de su edad. Así ocurre si n duda alguna en el
siglo XVIII. Por ejemplo, los nombres de John Wesley y
de Rousseau habrán acudido a la imaginación de u st edes
cuando diseñaba yo el carácter de esa época. Pero no deseo
hablar de ellos ni de otros. El hombre cuyas ideas quiero
examinar con cierta detención es el obispo Berkeley. En el
mero comienzo de esa época formuló todas las críticas debi-
das, por lo menos en principio. Sería inexacto decir que no
hizo efecto alguno. Era un hombre famoso. La viuda de
Jorge Ir fué una de las pocas reinas, ne todos los países,
dotada del suficiente buen sentido y prudencia para fo-
mentar la cultura con discreción; de ahí que Berkeley fuese
nombrado obispo en unos tiempos en que los obispos de la
Gran Bretaña eran hombres relativamente mucho más
grandes que en la actualidad . Además, y esto es una cir-
cunstancia mucho más importante que su promoción a obis-
po, Hume le estudió y desarrolló un aspecto de su filosofía
de un modo que quizás habría enturbiado el espíritu del
gran prelado. Luego Kant estudió a Hume. Por lo tanto,
sería notoriament e absurdo decir que Berkeley no ejerció
influjo alguno durante ese siglo. Pero, lo que viene a ser lo
mismo, dejó de trazar rumbos a la corrient e principal del
pensamiento científico, pues ésta se movió como si él lllm-
ca hubiese escrito. Su éxito general la hizo impermeable a
toda crítica, ya entonces y en lo sucesivo. E l mundo de la
ciencia se sintió siempre perfectamente satisfecho con sus
ab stracciones. Surten efecto, yeso le basta.
El punto que tenemos ante nosotros es que ese campo
científico del pensamiento, resulta ahora, en el siglo xx, de-
masiado estrecho para los hechos concretos que se le pre-
sentan para ser analizados. Eso es cierto incluso en la fí sica
y más especialmente urgente en las ciencias biológicas. De
esta suerte, para entender las dificultades del pensamiento
científico moderno y t ambién sus reacciones sobre el mun-
do moderno, necesitaríamos tener en nuestra mente alguna
concepción de un campo de abstracción más amplio, un
análisis más concreto, que se hallara más cerca de lo com-

86
plet amente concreto de nuestra experiencia intuitiva. Seme-
jante análisis encontraría en sí mismo un lugar para los
conceptos de mat eria y espíritu a modo de ab stracciones en
t érminos de los cuales pueda interpretarse mucha de nuest ra
experiencia física. Es para la búsqueda de esa b ase más
amplia para el pensamiento científico que resulta tan im-
portante Berkeley. Se present a con su crítica inmediatamen-
te después de qu e las escuelas de Newton y Locke hubieron
completado la obra de éstos, poniendo de relieve con toda
exactitud los puntos débiles que éstas habían dejado. N o me
propongo examinar el idealismo subj etivo derivado de ese
pensador, ni las escuelas que se han formado siguiendo las
inspiraciones de Hume y K ant r espect ivamente. M i t esis
será que -cualquiera que sea la met afísica final que ust e-
des adopt en-o hay otra línea de desarrollo que arranca de
Berkeley y que señala el análisis que estamos buscando .
A Berkeley le pasó inadvertido, debido en parte al supra-in t e-
lectualismo de los filósofos y en parte a qu e se precipitó a re-
currir a un idealismo con su obj etividad fundada en la idea de
Dios. R ecuerden u st edes que ya afirmé ·que la llave del pro-
blema está en la idea de locación simple. Berkeley, en efecto,
critica est a idea. T ambién él plantea la cuestión: ¿qué en-
t endemos por cosas comprobadas en el mundo de la natu-
raleza?
E n las secciones 23 y 24 de sus Principles of Human
Knowledge da Berkeley su respuesta a esta .ú ltima cuestión.
Vaya citar algunas frases sacadas de esas secciones :
....
\.

23. Pero, dice usted, segu!'amente nada hay más fácil p ara
mí que imaginar , por ej emp lo, árboles en un p arque o libros en
un armario, sin que nadie los p erciba. Y yo le contesto: us ted
puede, nada lo impide; p ero dígame, por f avor, si t odo eso es
algo más que fl'aguar se en su mente ciertas ideas que usted
llama libros y árboles, y al propio tiempo abstenerse de fo rj ar
la idea de alguien que los p erciba ...

Cuando nos esforzamos en concebir la exist encia de


cuerpos ext ernos, no hacemos más que contemplar nuest ras
propias ideas. P ero el alma, no advirtiéndose' a sí misma,
cae en el error de creer que puede concebir y efectivamente

87
concibe cuerpos que existen sin ser pensados o fu era del
espíritu, a pesar de que al propio tiempo son apreh endidos
por él o existen en él ...
24. Resulta bien notorio, después de la última indagación de
nueatros pensamientos, conocer si nos es posible comprender qué
se entiende por existencia ab solttta de objotos sensibles en sí, o
s'i n el espír·itu. Para mí es evidente que esas palabras indican una
contradicción dh'ecta o nada en absoluto .. .
Además, hay un pasaje muy notable en la sección 10 del
IV diálogo del Alciph7'On de Berkeley. Lo cité ya, con mayor
extensión, en mis Principles oi Natuml Knowledge:
E ufranor. - Dime, Akifrón, bPuedes distinguir las puertas,
ventanas y almenas de ese mismo castillo 7
Alcifrón. - No. A esta distancia parece sólo una torrecilla
r edonda.
E ufranor. - Pero yo, que estuve allí, sé que no es una torre-
cilla redonda, sino un gran edificio cuadrado con almenas y to-
rreones que al parecer no ves tú.
Alcifrón. - ~ Qué pretendes deducir de ello 7
Eufranor.'-- Quiero inferir que el objeto que tú percibes es-
tricta y p r opiamente por la vista no es esa cosa situada a unas
millas de distancia.
A lcifrón . - ¿ y por qué 1
Etif1·o,nor. - Porque un pequeño obj eto redondo es una cosa
y un gran obj eto cuadrado es otra cosa. ¡,No es a ti. 7 ...
Otros ejemplos análogos relativos a un planeta y a una
nube se citan luego en el diálogo, y el pasaje concluye así:
E7,t franor. - ¡, No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo,
ni el planeta, ni la nube que tú ves aquí, son esas cosas reales que
tú supones que existen a distancia 7
En el primer pasaje ya citado, se hace patente que Ber-
keley adopta una interpretación idealista extrema. Para él
es el espíritu la única realidad absoluta, y la unidad de la
naturaleza es la unidad de las ideas en el espíritu de Dios.
Por mi parte, pienso que la solución que Berkeley da del
problema metafísico, suscita dificultades no menores que las
que él señala como resultantes de una interpretación rea-
. lista o del esquema científico. H ay, sin embargo, otra línea

88
posiblc de pensamiento, quc nos permite adoptar cualquier
actitud de realismo provisional y ensanchar el esquema cien-
tífico de una manera útil a la misma ciencia.
Recurro al pasaje de la Natural Hist01'Y de Francis Ba-
~~, citado ya en la conferencia anterior:
Es cierto que todos los cuerpos, cualesquiera que sean, aunque
no tengan sentido, tienen p ercepción .. . y tanto si el cuerpo es
alterante como si es alterado, siempre una percepción precede
a la operación ; p ues de otra suerte todos los cuerpos serían
iguales entre sí. ..
También en la conferencia anterior interpreté percepción
(tal como la usa Bacon) en la acepción de darse cuenta del
carácter esencial de la cosa percibida, y sentido como signi-
ficando cognición. Sin duda nos damos cuenta de cosas de
que en aquel momento no tenemos cognición explícita. En
. efecto, podemos t ener memoria cognitiva del darse cuenta,
sin hab er t enido una cognición contemporánea. T ambién ,
como señala Bacon en su aserción, " ... p ues de otra suerte
todos los cuerpos serían iguales entre sí", hay evidentemente
algún elemento de carácter esencial del que nos damos
cuenta, es decir, algo en que se funda la diversidad y no la
mera diversidad lógica escueta.
La palabra penibir en su acepción corriente está dema-
siado impregnada de la idea de aprehensión cognitiva, y lo
propio le ocurre a la palabra aprehensión, incluso emplea-
da sin el adjetivo cognitiva. Yo usaré la palabra prehen-
sión en el sentido de aprehensión incognitiva, entendiendo
por ella la aprehensión que puede o no ser cognitiva. Pues "
bien. tomemos la última observación de Eufranor:
"¿No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo, ni el
planeta, ni la nube, q~¿e tú ves aquí, son esas cosas reales
quc tú supones que existen a distancia?" Por consiguiente,
hay una prehensión, aquí en este lugar, de cosas que t ienen
una referencia a otros lugares.
Volvamos, ahora, a las sentencias de Bcrkeley citadas de
. sus Principles oi Hu~n Knowledge. Sostiene ese autor que
lo que constituye la reali zación de entes naturales es el ser
percibidos dentro de la unidad del espíritu.
P odemos substituir el concepto y decir que la realización

89
sea una reunión de cosas en la unidad de una prehensión, y
que, por consiguiente, lo realizado es la prehensión y no las
cosas. E sta unidad de una prehensión se define como un
aquí y un ahora, y las cosas de esta suert e reunidas en la
unidad capt ada tienen referencia esenci al a otros sitios y a
otros tiempos. Yo sustituyo el espíritu de Berkeley por un
p 'oceso de unificación prehensiva. Para poder hacer inteli-
gible est e concepto de la realización progresiva de acaeci-
mientos naturales se requiere considerable expansión, y con-
frontación con sus implicaciones efectivas en términos de
experi encia concreta. E sa será la tarea de las conferencias
siguientes. En primer lugar, obsérvese que la idea de loca-
ción simple ha desaparecido. Las cosas que se han captado
en una unidad realizada, aquÍ y ahora, no son simplemente
el castillo, la nube y el planeta en sí mismos, sino el cas-
tillo, la nube y el planeta desde el punto de vista, en espa-
cio y tiempo, de la unificación prehensiva. Dicho con otras
palabras : es la p erspectiva del castillo situado allí desde el
punto de vista de la unificación aquí. Son, por consiguiente,
aspectos del castillo, de la nube y del planeta lo que se cap-
ta en unidad aquí. R ecuérdese que la idea de perspectivas
es perfectamente familiar en filosofía. F ué introducida por
Leibniz, en la noción de sus mónadas que refl ejan las pers-
pectivas del universo. La noción que uso es la misma, con
la sola diferencia de que atempero sus mónadas a los acae-
cimientos unificados en espacio y tiempo. En algunos as-
pectos, hay mayor analogía con los modos de Spinoza; por
esta razón empleo los t érminos ?nodo y ?nodal. En ana-
logía con Spinoza, su sustancia única es para mí la subya-
cente actividad ' de realización individualizándose en una
conectada pluralidad de modos. ASÍ, hecho concreto es pro-
ceso. Su análisis primario está en la subyacente actividad de
prehensión y en acaecimientos prehensivos realizados. To-
do acaecimiento es una cuestión de h echo individual proce-
dente de una individualización de la actividad subyacente.
P ero individualización no~ significa independencia sustancial.
Un ente que advertimos en la percepción de los sentidos,
es el t érmino de nuestro acto de percepción. Calificaré a
tal ente de objeto-delrsentid.o. P or ejemplo, verde de un

90
determinado matiz .es un objeto-deI-sentido, y lo propio
cabe decir de un sonido de una calidad e intensidad defi-
nidas, de un olor defülido y de una definida cualidad de
tact o. La manera en que semejante ente es referido a es-
pacio durante un definido lapso, es compleja. D iré que un
objeto-del-sentido t iene ingreso en el espacio-tiempo. La
percepción cognitiva de un objeto-deI-sentido es el advertir
la unificación prehensiva (en un punto de vista A ) de varios
modos de varios objetos-deI-sentido, entre ellos el objeto-
del-sentido en cuestión. El punto de vista A es, desde luego,
una región de espacio-tiempo, es decir, un volumen de espa-
cio a través de una duración de tiempo . Pero t ratán-
do se de un ente, este punto de vista es una unidad de
experiencia realizada. Un modo de un objeto-deI-sentido
en A (a fuer de abstraído del objeto-del-sentido cuya
conexión con A es condicionada por el modo) es el as-
pecto que desde A tiene cualquier otra región B . Así, el
objeto-del-sentido está presente en A con el modo de loca-
ción en B . Así, SI verde es el objeto-deI-sentido en cuestión,
verde no está simplemente en A donde es percibido, ni está
simplemente en B donde es percibido como localizado, sino
que está presente en A con el modo de locación .en B . Nada
de especialmente misterioso hay en esto . Ustedes no han
hecho más que mirar un espejo y ver en él la imagen de al-
gunas hojas verdes situadas detrás de ustedes. Para uste-
des, en A habrá verde, y no verde simplement e en A don-
de ust edes estén. E l verde en A será verde con el modo de
t ener locación en la imagen de la hoja detrás del espejo.
E ntonces, vuélvanse ustedes y mil'en la hoja. Ahora p er-
ciben ust edes el verde de igual manera que hacían antes,
salvo que ahora el verde tiene el modo de ser localizado en
la hoja real. E stoy describiendo simplemente lo que percibi-
mos: advertimos el verde en calidad de uno de los elemen-
tos de una unificación pl'ehensiva de objetos-deI-sentido;
todo objeto-del-sentido, entre ellos el verd e, tiene su modo
particular, ue es expresable como locación en otro sitio
cualquiera. Hay varios tipos de locación modal. Por ejem-
plo, el sonido tiene volumen : llena una sala, y lo propio
ocurre a veces con el color difuso. Pero la locación modal de

91

-
un color puede ser la de ser el límite remoto de un volumen,
como, por ejemplo, los colores pintados en las paredes de
una habitación. Así, primordialmente, espacio-t iempo es el
habitáculo de la ingresión modal de obj etos-del-sentido .
E sta es la razón de que espacio y tiempo (si para simplifi-
car los desunimos) sean dados en sus totalidades. En efec-
to, todo volumen de espacio, o todo lapso, incluye en su
esencia asp ectos de todos los volúmenes de espacio, o
de todos los lapsos. Las dificultades de la filosofía con res-
pecto a espacio y tiempo se fundan en el error de conside-
rarlos primariamente como los habitáculos de locaciones
simples. La percepción es pura y simplemente la cognición
de la unificación prehensiva, o, para decirlo más brevemente,
la percepción es la cognición de la prehensión. El mundo
r eal es una multitud de preh ensiones, y una "prehensión"
es una "ocasión prehensiva", y úna ocasión preh ensiva es
el ent e finito más concreto, concebido como lo que es en sí
y por sí y no como resultado de su aspecto en la esencia de
otra ocasión semejante. La unificación prehensiva puede de-
cirse que tiene locación simple en su volumen A. Pero eso
sería una mera tautología, pues espacio y tiempo son simple-
mente abstracciones de la totalidad de unificaciones pre-
hensivas que se moldean recíprocament e. ASÍ, una prehen-
sión tiene locación simple en el volumen A, al igual que
aquella en que el rostro de una persQna coincide con la
sonrisa que lo anima. Hasta el punto a que hemos llegado,
tiene más sentido decir que un acto de percepción tiene
locación simple, ya que puede ser concebido como estando
simplemente en la prehensión captada.
En estas condiciones, se comprenden en la naturaleza más
entes que los meros obj et os-deI-sentido. Pero t eniendo en
cuenta la necesidad de la revisión consiguient e a un punto
de vista más completo, podemos formular nuestra contes-
tación a la cuestión de Berkeley como relativa al carácter
de la realidad que haya de atribuir a la naturaleza. El
afirma que es la realidad de las ideas en el espíritu. Una
metafísica completa, que haya llegado a alguna no ción de
espíritu y a alguna noción de ideas, acaso pueda adoptar
en definitIva esa opinión. Para el objeto de estas confe-

92
rencias es innecesario plantear esa cuestión fundamental.
Podemos darnos por satisfechos con un rcali smo provisional
en que la naturaleza sea concebida como un complejo de
unificaciones prehensivas. Espacio y ti empo ofrecen el es-
quema general de las relaciones, conectadas, de esas pre-
hensiones. No es posible separar ninguna de ellas de esa
contextura. Sin embargo, cada una de ellas dentro de su
contextura tiene toda la realidad atribuída a todo el com-
plejo, y, viceversa, la totalidad tiene la misma realidad que
cada una de las prehensiones, puesto que cada preh ensión
unifica las modalidades que desde su punto de vista deben
ser atribuídas a toda parte del conjunto. Una preh ensión
es un proceso de unificación . Por consiguiente, la natura-
leza es un proceso de desarrollo expansivo, n ecesariamente
transicional, de preh ensión a prehensión. Lo logrado se
deja, en consecuencia, atrás, pero se retiene también como
t eniendo a su vez aspectos ,de sí mismo presentes a prehen-
siones situadas más allá de ello.
Así, la naturaleza es una estructura de procesos en evolu-
ción. La realidad es el proceso . Es un absurdo preguntar
si el color rojo es real. El color rojo es un ingrediente en el
proceso de realización. Las realidad es de la naturaleza son
las preh ensiones que se op eran en la naturaleza, es decir,
los acaecimi entos de la naturaleza.
Ahora, habiendo rebajado de esp acio y tiempo el matiz
de locación simple, podemos abandonar el incómodo tér-
mino "prehensión". Ese término fué introducido para sig-
nificar la unidad esencial de un acaecimiento, es decir, el
acaecimiento como unidad y no como mero agregado de
partes o de ingredientes. Es n ecesario comprender que
espacio-tiempo no es otra cosa que un sist ema de poner
en unidad es conjuntos de agregados. Pero la palabra acae-
ci7l1,iento signifif!a precisamente una de estas unidades espa-
cio-temporales. Por consiguiente, puede ser usado, en vez
del término "prehensión", para designar la cosa prehendida.
Un acaecimiento tiene contemporán eos. E so signific'a
que un acaecimi ento refleja en sí los modos de sus contem-
poráneos en calidad de despliegue de realización inmediata.
Un acaecimiento tIene un pasado. Eso significa que un

93
acaecimiento refleja en sí los modos de sus predecesores, en
calidad de recuerdos que se hallan fundidos en su propio
contenido. Un acaecimiento tiene un futuro. Eso significa
que un acaecimiento refleja en sí aspectos tales como los
que el futuro retrotrae al presente, o, dicho con otras pa-
labras, como el presente ha determinado como concernien-
tes al futuro. Así, un acaecimiento tiene anticipación:
El alma profética
Del amplio mundo soñando en cosas venideras. (CVIl.)

Estas conclusiones son esenciales para toda forma de rea-


lismo, puesto que en el mundo hay, para nuestro conoci-
miento, recuerdo del pasado, inminencia de realización, e
indicación de cosas venideras.
En este esbozo de un análisis más concreto que el del
esquema científico del pensamiento, he tomado como punto
de partida nuestro propio campo psicológico tal como se
presenta a nuestro conocimiento. Lo tomo por lo que pre-
tende ser : el autoconocimiento de nuestro acaecimiento cor-
póreo. Me refiero al acaecimiento total, y no a la inspec-
ción de los detalles del cuerpo . Este autoconocimiento
descubre una unificación prehensiva de presencias modales
de entes detrás de él. Hago una generalización apelando al
principio de que este total acaecimiento corpóreo se halla
en el mismo nivel que los demás acaecimientos, salvo en
el caso de una complejidad y estabilidad insólitas de mode-
los inherentes. La fuerza de la t eoría del mecanismo mate-
rialista ha sido la exigencia de que no se abran arbitraria-
mente brechas en la naturaleza, eludiendo así lo inseguro
de las hipótesis explicativas. Acepto ese pl'incipio. Pero si
partimos de los h echos inmediatos de nuestra experiencia
psicológica, como seguramente haría un empirista, nos ve-
mos abocados en seguida a la concepción orgánica de la
naturaleza, cuya descripción ha sido comenzada en esta
conferencia.
El derecto del esquema científico del siglo XVIII es que no
proporciona ninguno de los elementos que componen las
experiencias psicológicas inmediatas de la humanidad. Tam-
poco proporciona ni un rasgo elemental de la unidad orgá-

94
nica de un conjunto, del cual puedan emerger las unidades
orgánicas de los electrones, protones, moléculas y cuerpos
vivos. Según ese esquema, en la naturaleza de las cosas no
hay razón que justifique que las porciones de materia hayan
de t ener entre sí ninguna clase de relaciones fí sicas. Acep -
temos que no nos cabe esperar que descubramos que las
leyes de la naturaleza hayan de ser necesarias. Pero pode-
mos tener la esperanza de ver que es necesario que haya
un orden de la naturaleza. E l concepto de orden de la
naturaleza va unido al concepto de la naturaleza conside-
rada como habitáculo de organismos en proceso de desa-
rrollo.
Nota. - En relación con la última parte de este capítulo,
es interesante lo que dice D escartes en su Réplica a l¡as
objeciones . . . a las Meditaciones: "De ahí que la id ea del
Sol sea el mismo Sol existiendo en el espíritu, aunque no
de un modo material, como existe en el cielo, sino objetiva-
mente, es decir, en la manera en que los obj etos suelen
existir en el espírit u, y este modo de existencia es real-
mente mucho menos p erfecto que aquel en que las cosas
existen fuera del espíritu, pero no por esto es m era nada,
como ya he dicho." (Réplica a Objeciones 1, según Haldane
y Ross, vol. II, p . 10.) Encuentro difícil reconciliar esta
t eoría de las ideas (que yo suscribo) con otras part es de
la filo sofía cartesiana.

95
CAPÍTULO V

LA REAC CIÓN ROMÁNT I CA

En mi última conferencia he descrito la influencÍa que


en el siglo X VIII ejerció el esquema angosto y deficiente de
los conceptos científicos que ese siglo había heredado del
precedente. E st e esquema era producto de una mentalidad
que sentía profunda simpatía por la t eología agustiniana . .
El protestantismo calvinista y el jansenismo católico pre-
sentaban al hombre como ineludiblemente abocado a coope-
rar con la gracia irresistible; el coetáneo esquema de la
ciencia presentaba al hombre como ineludiblemente abocado
a cooperar con el mecanismo irresistible de la naturaleza.
El mecanismo de Dios y el mecanismo de la materia eran
las prodigiosas conclusiones de la met afísica limitada y del
claro entendimiento lógico. T ambién el siglo XVII t enía
genio y puso claridad en el mundo del pensamiento con-
fuso. El siglo XVIII continuó la obra de aclaración con
implacable actividad. El esquema científico ha durado más
que el t eológico. La humanidad perdió pronto su interés
por la gracia irresistible, pero advirtió rápidamente los pro-
vechosos in genio ,> debidos a la ciencia. Además, en el
último cuarto del siglo X VIII, George Berkcley lanzó toda
su crítica filo sófica contra el conjunto de la base del sist ema.
N o logró alterar el rumbo de la corriente dominante en el
pensamiento. En mi última conferencia desarrollé una línea
el e argumentación paralela, que condueiría a un sist ema de
pensamiento basando la naturaleza en el concepto de orga-
ni smo y no en el de materia. En esta conferencia, me pro-
pongo examinar en primer lugar cómo el pensamiento hu-

96
mano educado en ]0 concrcto ha enfocado esta oposición
entre m ecanismo y organismo. Fué en la lit eratura donde
los atisbos de lo concreto por la humanid ad encontraron
una expresión . Por consiguiente, deb emos buscar en la
literatura, especialmente en sus forma s más concret as, a
sab er la poesía y el drama, si abrigamos la esp eranza de
descubrir los p ensamientos Íntimos de una generación.
Pronto veremos que los pueblos de Occidente revelaron
en vastas proporciones un rasgo peculiar que la opinión
vulgar supone más genuinamente característico de los chi-
nos. Se manifiesta a m enu do sorpresa de qu e un chino
pueda ser de dos reli giones : confucionista en unas ocasio-
nes y budista en otras . Si esto puede decirse d e China, es
cosa que ignoro; tampoco puedo decir que, en caso de ser
cierto, resulten realmente incompatibles las dos actitudes
para ello r equ eridas. Pero no puede caber la menor duda
de que un hecho análogo se presenta ciertamente en Occi-
dente, y que las dos actitudes resultan incompatibles en
esta parte del mundo . Un r eali smo científico b asado en el
mecanicismo, se asocia a la creencia firme de que el mundo
de los hombres y de los animales está compuesto por orga-
ni smos que se determinan por sí mismos. Esta incompati-
bilidad radical en que descansa el p ensamiento moderno,
entra por mucho en lo que t iene de p erpleja y confu sa
nuestra civilización . Sería ir demasiado lejos afirmar que
distrae al pensamiento . Lo debilita por razón de la incom-
patibilidad que le acecha en el fondo. Al fin y al cabo, los
hombres de la Edad Media andaban detrás de una perfec-
ción de la que casi h emos olvidado la exi tencia. Se plan-
teaban el ideal del logro de una armonía del entendimiento .
. Nosotros nos damos p or satisfechos con una ordenación
superficial de diversos puntos de partida arbitrarios . Por
ejemplo, las empresas ll evadas a cabo por la energía ind i-
vidualista de los puebl os europeos, prcsuponen acciones
físicas enderezadas a causas fin ales. P ero la ciencia emplea-
da para su desarrollo se basa en una filo sofía que afirma
que la causación fí sica es suprema, y qu e desconecta d el
último fin la causa fí sica. No ti ene mucho éxito el insistir
sobre la absoluta contradicción en ello implicada. Pero ésta

97
es un hecho, aunque se pretenda disimularla con frases.
Desde luego, en el siglo XVIII encontramos el famoso argu-
mento de Paley de que ese mecanismo presupone un Dios
que sea el autor de la naturaleza. Pero ya antes de que
Paley diera al argumento su forma final, Hume había dicho
muy sagazmente que el Dios que queremos encontrar, será
la clase de Dios que hizo ese mecanismo. Para decirlo en
otras palabras: ese mecanismo presupone, a lo más, un
mecánico, y no un mecánico cualquiera sino su mecánico.
E l único modo de suavizar el mecanismo es descubrir que
no es mecanismo.
Saliendo del campo de la teología apologética para aden-
trarnos en el de la literatura corriente, encontramos, como
cabía esperar, que la perspectiva científica es pura y sim-
plemente ignorada en ella. Por lo que cabe deducir de la
masa de la literatura, la ciencia debió pasar inavertida.
Hasta hace muy poco casi to(1os los escritores estuvieron
muy enterados de la literatura clásica y de la renacentista,
mientras que a la mayor parte de ellos no les interesaba
la filo sofía ni la ciencia, hallándose predispuesto su espíritu
a hacer caso omiso de ellas.
Algunas exeepciones tiene esa rotundn. afirmación, y sin
movernos del campo de la literatura inglesa, esas excep-
ciones afectan a algunos de los nombres más grandiosos;
además, el influjo indirecto de la ciencia fué considerable.
Una luz ladeada sobre esa perturbadora incompatibilidad
en que se debate el pensamiento moderno, se obtiene exa-
minando algunos de aquellos grandes poemas serios de la
literatura inglesa cuya tónica general les imprime carácter
didáctico . Los poemas que interesan al efecto son Paradise
Lost de Milion, Essay on Man de P ope, Excursion de
Wordsworth e In Me7noria7n de Tennyson. A p esar de que
escribía después de la Restauración, Milton es el portavoz
del asp ecto teológico de la primera parte de ese siglo, no
afectada aún por el influjo del materialismo científico . El
poema de Pope refleja el efecto que en la mentalidad popu-
lar tuvieron los sesenta años siguientes, inclu yendo en ellos
el primer período de triunfo asegurado del movimiento cien-
tífico. Wordsworth expresa en todo su ser una reacción

98
consciente contra la mentalidad del siglo XVIII, mentalidad que
no significa otra cosa que la aceptación de las ideas científicas
en su valor facial íntegro. Wordsworth no estaba ofuscado
por ninguna clase de antagonismo intelectual; lo que le
movía era una repulsión moral. Tenía la impresión de que
algo había sido perdido, y que en lo p erdido se comprendía
todo lo más importante. T ennyson es el exponente de los
ensayos que el movimiento romántico decreciente del se-
gundo cuarto del siglo XIX hizo para llegar a un arreglo con
la ciencia. Hacia esa época los dos elementos del pensamien-
to moderno habían puesto de r lieve su discrepancia funda-
mental en sus interpretaciones divergentes del curso de la
naturaleza y de la vida del hombre. Tennyson se nos pre-
senta en ese poema como una muestra p erfecta de aquella
perturbación a que ya aludí. Hay visiones opuestas del
mundo, y todas ellas exigen ser aceptadas invocando intui-
ciones definitivas a las que parece imposible sustraerse.
Tennyson va directamente al corazón de la dificultad. Es
el problema del mecanismo lo que le aterra,
"Las estrellas", murmura ella, "corren ciegamente".
Este verso afirma vigorosamente todo el problema filo-
sófico implícito en el poema. Toda molécula corre ciega-
mente. E l cuerpo humano es una colección de moléculas .
Por lo tanto, el cuerpo humano corre ciegamente, y, por
ende, no puede haber responsabilidad individual por las
acciones del cuerpo. Una vez aceptado que la molécula
está determinada d finitivamente para ser lo que es, con
independencia de toda determinación por razón del orga-
nismo total del cuerpo, y si admitimos, además, que el
ciego correr está establecido por leyes mecánicas generales,
no hay manera de eludir esta conclusión. P ero las expe-
riencias mentales son derivativas de las acciones del cuerpo,
incluyendo entre aquéllas, desde luego, su conducta inter-
na. Por consiguiente, la sola función del espíritu es tener
por lo menos algunas de sus experiencias efectuadas por él,
incorporándoles otras tales como las que pueden ofrecérsele
independientemente de los movimientos, internos y exter-
nos, del cuerpo.

99
Hay, pues, dos t eorías posibles con respecto al espíritu.
O bien podemos negar que ést e sea capaz de proporcionar
por sí mi smo ninguna experiencia como no sean las que
le ofrece el cu erpo, o bien podemos admitir que sí puede
proporcionarlas.
Si nos negamos a admitir las experi encias adicionales, se
desvanece entonces toda responsabilidad moral individual.
Si las admitimos, cntonces un ser humano puede ser res-
ponsable por el estado de su espíritu aunque no tenga res-
ponsabilidad por las acciones de su cuerpo. E l desfalleci-
mi ento el el pensamiento en 1 mundo moderno se ilustra
por m edio del modo en que esa salida franca es aludida por
T enllj'son en su poema. Algo hay escondido en el fondo,
un esqueleto en la desp ensa. T ennyson enfoca casi t odos
los problemas religiosos y científicos, p ero pone buen cuida-
do en no tocar ése más qu e con pasajeras alusiones.
P r ecisamente este problema se estaba debatiendo en la
época en que el poema se compuso. J ohn Stuart M ill sos-
tenía su doctrina del det erminismo. En esta doct rin a, las
voliciones están determinadas por motivos, y los motivos
son expresables en t érminos de condiciones antecedent es,
entre las que se incluyen t anto estado s del espíritu como
del cuerpo.
Huelga decir que esta doctrina no ofrece salida alguna
del dilema planteado por un mecanismo radical, puesto que
si la volición afecta el estado del cuerpo, entonces las molé-
culas del cuerpo no corren ciegament e. Y si la volición no
afecta el est ad o del cuerpo, el espíritu sigue abandonado
en su incómoda posición.
La t esis de M ill goza de general aceptación, especial-
m ente entre los hombres de ciencia, como si de al gún modo
nos p ermitiera aceptar la doctrina e:¡ctrema del mecani-
cismo materialista y, sin embargo, atenuara sus consecu en-
cias increíbles. P ero esa posibilidad no se confirma. O las
moléculas corporales corren ciegament e, o no. Si corren
ciegament e, los estados ment ales carecen de interés para la
discusión de las acciones corporales.
H e expuesto de un modo conciso los argument os, porque
en verdad la solución es muy simple. La discusión prolon-

100
gada contribuiría sólo a complicar la cuestión. La cuestión
relativa a la condición metafísica de las moléculas, no es la
que se plantea en est e caso. La afirmación de que sean
meras formulae no afecta a la argumentación, pues es de
presumir que las f01'mulae signifiquen algo. Si no signifi-
can nada, toda la doctrina mecanicista resulta t ambién sin
sentido, y huelga la cuestión. L a forma tradicional de eludir
la dificultad -que no sea el simple recurso de hacer caso
omiso de ella- es apelar a alguna modalidad de lo que
actualmente se califica de "vitalismo". Esta doctrina es en
realidad una transacción. D a libre paso al mecanismo a
través del conjunto de la naturaleza inanimada, pero sostiene
que el mecanicismo sufre alteraciones parciales dentro de los
cuerpos vivos. Tengo la impresión de que esa t eoría es un
compromiso insatisfactorio. La brecha entre la materia
viva y la muerta es demasiado vaga y problemática para
soportar el peso de tan arbitraria presunción, que implica
un dualismo esencial en alguna parte.
La doctrina que sust ento es que todo el concepto de
materialismo se aplica sólo a entes muy abstractos, a pro-
ductos de elucubración lógica. Los entes consistentes con-
cretos son organismos, de suerte que el plan del conjunto
afecta a los mismos caracteres de los diversos organismos
subordinados que entran en él. En el caso de un animal,
los estados mentales entran en el plan del organismo t otal,
modificando así los planes de los sucesivos organismos sub-
ordinados hasta llegar a los últimos organismos más peque-
ños, tales como los electrones. Así, un electrón dentro de
un cuerpo vivo es diferente de un electrón situado fuera de
él, debido al plan del cuerpo. El electrón corre ciegamente
ya dentro ya fuera del cuerpo; pero dentro del cuerpo corre
de acuerdo con su carácter dentro del cuerpo, es decir, de
acuerdo con el plan general del cuerpo, y este plan incluye
el estado mental. P ero el principio de modificación es per-
fectamente general en toda la naturaleza y no consti uye
una propiedad peculiar de los cuerpos vivos. En las confe-
rencias siguient es se explicará que esta doctrina implica el
abandono del materialismo científico tradicional, y su sus-
titución por una doctrina alternativa del organismo.
101
No voy a discutir el determinismo de Mill porque cae
fu era del margen de estas conferencias. La discusión pre-
cedente se proponía garantizar que el determinismo o el
libre alb edrío tuvieran cierta aplicabilidad, no obstaculizada
por el mecanicismo materialista o por el vitalismo ecléctico.
D esignaré como meoonicisrno o1'gánico la t eoría sustentada
en estas conferencias. En esta teoría, las moléculas pueden
correr ciegamente de acue~'do con las leyes generales, pero
difieren en sus caracteres intrínsecos según los planes orgá-
nicos generales de las situaciones en que se encuentran.
La discrepancia entre el mecanicismo materialista de la
ciencia y las intuiciones morales presupuestas en los asuntos
concretos de la vida, sólo gradualmente fué asumiendo su
verdadera importancia con el paso de los siglos. Los dife-
rentes tonos de las sucesivas épocas a que pertenecen los ya
mencionados poemas, se hallan notablement e reflejados en
los pasajes con que éstos comienzan. Milton t ermina su
introducción con la plegaria
Que a la altura de este gran argumento
Pueda yo afirmar la eterna Providencia,
y justificar los caminos de Dios a los hombres.
Si hubiésemos de juzgar por lo que dicen de Milton mu-
chos escritores modernos, creeríamos que el Paradise Lost
y el Pamdise Regained fueron escritos como una seri e de
ensayos en verso libre. En realidad no era tal la opinión
que Milton tenía de su propia obra. "Justificar los caminos
de Dios a los hombres" era en mucho su principal obj eto.
A la misma idea recurre en el Samson A gonistes:
Justos son los caminos de Dios
y justificables a los hombres.
Subrayamos la gran cantidad de confianza segura, no
perturbada por la avalancha científica que se aproximaba.
La verdadera fecha de publicación del Paradise Lost cae
exactamente poco antes de comenzar la última. Es el canto
del cisne de un mundo pasado que vivía en una certidumbre
no ent urbiada.
Una comparación entre el Essay on Man de Pope y el

102
Paradise Lost revela el cambio de tono operado en el pen-
samie nto inglés en los cincuenta o sesenta años que separan
la época de Milton de la de Pope. Milton dirige su poema
a Dios, mientras que Pope lo hace a Lord Bolin gbroke :
Despierta, mi San J uan, deja todas las cosas mezquinas
A la baja ambición y al orgullo de los xeyes.
Discurramos libremente (pues la vida poco más pueele
proporcionar
Que dar una oj eada a nuestro alrededor y morir )
Sobre toda esta escena elel hombre;
j Formidable laberinto ! pero no sin plan.

Comparemos esa arrogante afirmación de P ope: " ¡For-


midable laberinto! pero no sin plan", con la de Milton:
Justos son los caminos de Dios
y justificables a los hombres.
P ero el verdadero punto que hay que advertir, es que
Pope, lo mismo que Milton, no se hallaba perturbado por
la gran p erplejidad que asalta al mundo moderno. La met a
que perseg uía Milton era detenerse en los caminos de Dios
en t ratos con el hombre. Dos generaciones después, encon-
traremos a Pope con la misma confianza de que los ilustra-
dos métodos de la ciencia moderna proporcionan un plan
adecuado como mapa del "formidable labérinto",
La Exctw'sion de Wordsworth es el próximo poema inglés
sobre el mismo asunto. Un prefacio en prosa nos dice que
es un fragmento de una obra más extensa proyectada, y lo
describe como "poema filo sófico que contiene opiniones so-
bre el hombre, la naturaleza y la sociedad".
D e un modo bien característico, el poema comienza con
est e veJ'w:
Era verano, y el sol estaba muy alto.

Así, la reacción romántica no partía r..i de Dios ni de


Lord Bolingbroke, sino de la naturaleza. Registramos en
est e caso una reacción consciente contra todo el tono del
siglo XVIII. Ese siglo se aproximaba a la naturaleza con el

103
análisis ab stracto de la ciencia, mientras que Wordsworth
opone a las abst racciones cicntíficas S11 cabal experiencia
concreta.
Una generación de recuperación .religiosa y progreso cien-
tífico vivió entre la Excursion y el In Memonam de Tenny-
son. Los poetas anteriores habían r esuelto la perplejidad
haciendo caso omiso de ella. En consecu encia, su poema
comienza así:
Fuerte Hijo de Dios, inmortal Amor,
Al que nosotros, que no hemos visto Tu faz,
Por f e, y sólo por fe, abrazamos,
Creyendo donde probar no podemos.

La nota de perplej idad ha sido suprimida de repent e. El


siglo X IX fué un siglo perplejo, en un sentido en que no po-
dría decirse de ninguno de sus predecesores dentro del
período moderno . En los tiempos anteriores había campos
opuesto s, con acérrimas divergencias en cuestiones que ellos
tenían por fund amentales . P ero, salvo unos pocos casos
aislados, ningún campo estaba seguro de sus convicciones.
La importancia del poema de T ennyson estriba en el hecho
de que expresara exact amente el carácter de su p eríodo.
Todo individuo estaba dividido contra sí mismo. En los
tiempos anteriores, los pensadores profundos eran los que
pensaban claramente: Descart es, Spinoza, Locke, Leibniz.
Sabían exactamente qué opinaban, y lo decían. En el siglo
X IX, alguno s de los más profundos pensadores entre los
t eólogos y filósofos eran pensadores confusos. Doctrinas
incompatibles requerían a un tiempo su adhesión, y sus es-
fu erzos por concilial'las desembocaban irremediablemente en
lo confuso.
Matthew Arnold, más aún que Tennyson, fué el poeta
que expresó ese estado de ánimo de turbación individual
tan caract erístico de ese siglo. Compárense con el In Me-
m07'iam los versos que cierran el Dove1' Beach de Arnold:

y aquí estamos como en un llano tenebroso


Arrastrados p or confusas alarmas de luchas y arrebatos,
Donde de noche se baten ejércitos ignotos.

104
En su Apologia pm Vita Sua señala el cardenal N ewman
como peculiaridad de P usey, el gran prelado anglicano, que
"no le asaltaban perplejidades int electuales". E n esto recuer-
da Pusey a Mi lton, P ope y "\Vordsworth, en contrast e con
T ennysol1, Clough, M atthew Arnold y el propio N ewman.
Por lo que a la literatura inglesa respect a, encontramos
- digámoslo desde ahora- entre los paladines de la re-
acción románti ca que acompañó y sucedió a la época de la
R cvolución Francesa, la crítica más interesante de las ideas
de la ciencia. Los más profundos pensadores de esa escuela
en la literatura in glesa fu eron Coleridge, Wordsworth y
Shelley. Keat s es un ejemplo de literato no contaminado
por la ciencia. Podemos prescindir elel ensayo de Coleridge
en un estudio de tipo francamente filo sófi co. Ej erció un
influjo sobre su propia generación; pero en estas conferen-
cias me propongo mencionar solamente los elementos del
pensamiento elel pasado que sub sisten para t oelos los tiem-
pos. I ncluso con esa limitación, sólo nos es posible ocupar-
nos de algunos el e ellos. Para nuestro objeto, la importan-
cia de Coleridge se limita únicamente al influjo que ejerció
sobre Worelsworth. Worelsworth y Shelley sí tuvieron una
acción perdurable.
Wordswort h est aba apasionadamente absorbido en la
naturaleza. D e Spinoza se ha dicho que est aba embriagado
de D ios; de Wordsworth podría decirse con la misma razón
que est aba embriagado de naturaleza. Pero era un hombre
reflexivo, culto, con intereses filo sóficos, y cuerdo hast a llegar
a extremo s ele prosaísmo. P or añadidura, era un genio. Su
t estimonio se desvirtúa por su repugnancia hacia la ciencia.
T odos recordamos su desdén por el desgraciado a quien un
t anto destempladamente acusa de distraerse en la tumba de
su madre dedicándose a coleccionar especímenes botánicos.
Un sinfín de pasaj es podrían citarse de él, en que semejante
aversión se pone de manifiesto. E n este respecto su p ensa-
miento característico puede r esumirse en esta frase: "Ase-
sinamos para disecar."
~En est e último pasaje pone al descubiert.o la base intelec-
tual de su crítica de la ciencia. Le reprocha a la ciencia que
se absorba en abstracciones. Su t ema constant.e es que los

105
h echos importantes de la naturaleza se su.straen al método
científico. Por consiguiente, es importante preguntarse qué
encontraba Wordsworth en la naturaleza que no obtuviera
expresión en la ciencia. Pongo esta cuestión en interés de
la ciencia misma, pues una de las posiciones principales de
estas conferencias es una protesta contra la idea de que
las abstracciones de la ciencia sean irreformables e inalte-
rables. Ahor-a bien, en modo alguno pu ede decirse de
Wordsworth que en lo que concierne a la materia inorgánica
se entregue a merced de la ciencia y de que se haga fu erte
en la fe de que en el organismo vivo haya algún elemento
que la ciencia no pueda analizar. Bien es verdad que re-
conoce una cosa que nadie pone en duda: que en cierto sen-
tido las cosas vivas son diferentes de las inanimadas. Pero
no es ésa su tesis principal. Lo que le obsesiona es la pre-
sencia meditabunda de los cerros. Su tema es la naturaleza
in solido, es decir, se encariña con esa misteriosa presencia
de cosas ambientes, que se impone en todo elemento sepa-
rado que nosotros consideramos individual por sí mismo.
Capta siempre el conjunto de la naturaleza como implicado
en la tonalidad de la instancia particular. Es por eso que
se sonríe con los narcisos y encuentra en la prímula "pen_
samientos demasiado profundos para lágrimas".
E l poema más grande de Wordsworth, que aventaja en
mucho a todos los demás, es el libro primero de The Prelude,
embebido de la obsesionante presencia de la naturaleza.
Una serie de pasajes magníficos, demasiado largos para ci-
tarlos, expresa esta idea. D esde luego, Wordsworth es un
poeta que escribe un poema; no se propone lanzar afirma-
ciones filosóficas. P ero difícilmente cabría expresar con ma-
yor claridad un sentimiento de la naturaleza que ofreciera
un engranaje de unidades preh ensivas, impregnadas cada
una de ellas con presencias modales de las demás :
j Vosotras, presencias de la Naturaleza en el cielo
y sobl'e la tierra! j Vosotras, Visiones de las colinas!
j y Almas de lugares solitarios ! bpuedo concebir
Que fu era una esperanza vulgar la vuestra cuando em-
pleabais vosotras
'l'al ministerio, cuando vosotras durante largos años
106
Asaltándome así en mis infantiles depor tes,
En cuevas y árboles, en los bosques y colinas,
I mprimíais s bl'e todas las formas los caracteres
Del p eligr o o del deseo: y así hacíais que
La sup erficie de toda la tierra
Con triunfo y deleite, con esper anza y temor,
Como un mar trabajara? . .

Mi propódo a l citar así a WOl'dsworth es hacer ver que


olvidamos cuán forzada y paradójica es la visión de la na-
turaleza que la ciencia moderna impone a nuest ros p ensa-
miento s. Wordsworth, desde las alturas del genio, expresa
los hechos concr etos de nuest ra aprehensión, hechos que
aparecen desfi gurad os en el análisis científico. ¿No cabe
la posibilidad de que los conceptos estereotipados de la cien-
cia sean solamente váli dos dentro de muy estrechos límites,
acaso demasiado estr echos incluso para "la misma ciencia ?
La postura de Shelley ante la ciencia constituye el polo
opuesto a la de Wordsworth. Estaba enamorado de ella y
nunca se cansa de 0xpresar en poesía las ideas que le sugiere.
P ara él, simboliza la alegría, la paz y la iluminación. Lo
que las colinas fueran para la juventud de 'Wordsworth,
lo fué un laboratorio químico para Shelley. Es de lamentar
que los críticos de éste hayan tenido en su propia mentali-
dad tan poco de Shelley, pues tienden a tratar como una
casual singularidad de la naturaleza de Shelley lo que de
h echo era parte integrante de la principal estructura de su
espíritu y que por doquiera rezuma en su poesía . Si
Shelley hubiese nacido cien años después, el siglo xx habría
tenido un N ewton en el campo de la química.
Para poder apreciar el valor del t estimonio de Shelley es
de importancia aquilat ar esta absorción de su espírit u en
las Id eas científicas . Un sinfín de pasajes líricos nos ilustran
acerca de este particular; pero vaya elegir sólo un p oema:
el cuarto acto de su Prometheus Unbound . La T ierra y la
Luna platican en el lenguaje de la ciencia exacta. Los ex-
perimentos fí sicos guían la imaginación del poeta. P or
ej emplo, la exclamación de la Tierra :
i La vaporosa exultación de no estar limitada !

107
es la trascripción poética de "la fu erza expansiva de los
gases", como se diría en la terminología de las obras cientÍ-
ficas. Tomemos, además, la estancia de la Tierra:
Hilo al lado de mi pirámide de noche,
Que apunta a los cielos - soñando deleite,
Murmurando triunfal alegría en mi sueño encantado;
Como un joven suspirando vanamente arrullado en sueños
ele amor,
Acostaelo a la sombra de su belleza,
Que alrededor de su descanso custodia un a guardia de
lu z y calor.
Esta estancia sólo pudo ser escrita por alguien que en su
panorama Íntimo tuviera presente un diagrama geométrico
definido; un diagrama como el que a menudo me ha tocado
presentar en las clases de matemáticas. Como prueba, ob-
sérvese esp ecialmente el último verso que expresa ·en poé-
tica imagen la luz rodeando la pirámide de la noche. Esta
idea no se le podría ocurrir a nadie sin el diagrama. Pero
todo el poema, y los demás suyos, está tachonado de rasgos
de este tipo.
Ahora bien, a p esar de toda su simpatía por la ciencia y
de estar absorbido en las ideas de ésta, nada podía hacer
el poeta con la doctrina de las cualidades secundarias, fun-
damental para los conceptos de la ciencia, puesto que la
naturaleza de Shelley conserva su belleza y su color. La na-
turaleza de Shelley es en su esencia una naturaleza de orga-
nismo s que funcion an con todo el contenido de nuestra ex-
periencia perceptual. Estamos tan acostumbrados a hacer
caso omiso de la implicación de la doctrina científica orto-
doxa, que resulta difícil poner de manifiesto la crítica im-
plicada sobre ella en este caso. Si algui en hubiese podido
tratarla seriamente, Shelley lo habría hecho así.
fA mayor abundamiento, SheUey coincide en un todo con
Wordsworth en cuanto a lo entreverado de la Presencia en
la naturaleza. Véase la estancia con que comienza ~ u poe-
ma titulado M ont Blane:
El universo perenne ele las Cosas
Se desliza por el espíritu, y hace rodar sus raudas olas,

108
I

Ora oscuras - ora brillantes - ora reflej ando melancolía-


Ora imprimiendo esplendor, donde de secretos manantiales
La fuente del p ensamiento humano vierte su tributo
De aguas - con un sonido sólo a medias suyo,
1'al como el que a menudo toma un débil riachuelo
En los agrestes bosques, en medio de las montañas solo,
Donde a su alrededor cascadas p ara siempre se desprenden,
Donde bosques y vientos contienen, y un dilatado río
Sobre sUs rocas sin cesar prorrumpe y se abalanza.
Shelley escribió estos versos con referencia explícita a
alguna forma de idealismo: kantiano, b erkeleyano o pla-
tónico. P ero como quiera que se le califique, t enemo s en
eUos un t estimonio insistente de una unificación prehensi-
va como constitutiva del mi smo ser de la naturaleza.
Berkeley, Wordsworth y Shelley son exponentes de la
negativa instintiva a aceptar el materialismo abstracto de
la ciencia.
En el tratamient o de la naturaleza existe cntre Words-
wort h y Shelley, una diferencia interesante, en la que se
plant ean las cuestiones exactas sobre las cuales h emos lo-
grado pensar. Shelley piensa en la naturaleza como algo
que cambia, se disu elve y transforma, como tocada por un
hechizo. I ,as hojas vuelan ante el viento oest e
Como espíritus huyendo de un hechicero.
En su poema The Cloud es la transformación del agua
lo que excita su imaginación. El asunto del poema cs el
cambio dc las cosas, infinito, eterno, falaz:
Yo cambio p ero no puedo morir.
E ste es un aspecto de la naturaleza: su cambio falaz, un
cambio que no puede expresarse simplemente por loco-
moción, sino un cambio del carácter íntimo. Es esto lo
que acentúa Shelley: el cambio de lo que no puede perecer.
Wordswort h había nacido entre colinas; colinas por lo
común nudas de árboles, presentando por ende el m ínimo
cambio con las estaciones. E staba impresionado por las
enormes permanencias de la naturaleza. Para él, es el cam-
bio un incident e que se proyecta de un fondo de durabilidad,

109
Rompiendo el silencio de los mares
Entre las más remotas Hébridas.

Todo esquema para el análisis de la naturaleza tiene que


enfrentarse con estos dos h echos: cambio y durabilidad.
Hay aún un t ercer h echo que debe plantearse aquél : la
etemalidad, como lo designaría yo . La montaña continúa.
Pero cuando el paso de las edades se la haya llevado, se
habrá ido. Si sale una réplica, es, sin embargo, una nueva
montaña. Un color es eterno. Ronda el tiempo como un
espectro . Viene y se va. Pero a dondequiera que vaya
es el mismo color. No subsiste ni vive. Aparece cuando se
le necesita. La montaña tiene con el tiempo y el espacio
una relación diferente de la que tiene el color. En la conferen-
cia anterior examiné principalmente la relación que con el es-
pacio-tiempo tienen las cosas eternas en el sentido que yo
doy a esa palabra. Era indispensable hacerlo así antes de
pasar al estudio de las cosas que duran.
Importa, pues, recapitular las bases de nuestro procedi-
miento. Yo sostengo que la filo sofía es la crítica de las
{ abstracciones. Su función es doble: primero, armonizarlas
asignándoles su verdadera condición relativa en cuanto
abstracciones, y segundo, completadas por comparación di-
recta con intuiciones del universo más concretas, fomentan-
do así la formación de esquemas de pensamiento más com-
pletos. Es con respecto a esa comparación que t iene tanta
importancia el testimonio de los grandes poetas. Su sub-
sistencia es una prueba de que expresan intuiciones pro-
fund as de la humanidad que llegan a la entraña de lo uni-
versal en el hecho concreto. La filo sofía no es una ciencia
más con su pequeño esquema de abstracciones, dedicada
a seguir trabajando en él para perfeccionarlo y ampliarlo.
Es un reconocimiento de las ciencias, teniendo como obje-
tos especiales armonizadas y completarlas. Para esta tarea
aporta no sólo el testimonio de las ciencias especiales sino
además su propia apelación a la experiencia concreta. Coteja
las ciencias con el hecho concreto.
La literatura del siglo XIX, especialmente la literatura
inglesa poética, es un t estimonio de la divergencia entre

110
las intuiciones estéticas de la humanidad y el mecanicismo
de la ciencia. Shelley nos pone vivamente ante nosotros la
falacia de los objetos eternos del sentido en cuanto acechan
el cambio que afecta a los organismos que les sirven de
base. vVord sworth es el poeta de la naturaleza en cuanto
campo de permanencias durabl es que llevan consigo un
mensaje de formidable significado. Además, los objetos
eternos son para él,
La luz que nunca fué, por mar o en tierra.
Ambos, Shelley y vVordswOlth, ofrecen marcadamente el
t estimonio de que la naturaleza no puede divorciarse de
sus valores estéticos, y de que esos valores surgen., ~n ?-lg~
sentido, de la presencia me.ditabu.nda del conj ~Dre
cada una de sus diversas partes. Así, debemos a los poetas
la doctrina de que una filosofía de la naturaleza debe ocu-
parse por lo menos de estas cinco nociones: cambio, valor,
objetos eternos, durabilidad, organismo, interconexión.
Vemos, pues, que el movimiento literario del romanti-
cismo de principios del siglo XIX, exactamente en la misma
medida que cien años antes el movimiento de idealismo
filosófico de Berkeley, se nicga a quedar confinado dentro
de los conceptos materialistas de la teoría científica orto-
doxa. Sabemos, además, que cuando en estas conferencias
lleguemos al siglo XX, encontraremos un movimiento en
la misma ciencia t endiente a reorganizarse en sus concep-
tos, movimiento dirigido en lo sucesivo por su propio des-
anoHo intrínseco.
Sin embargo, es imposible seguir adela nte mientras no
hayamos dejado sentado si esa reconfiguración de ideas
ha de ser llevada a cabo sobre una base objetivista o sobre
una base subj etivista. Por base subjetivista entiendo yo la
creencia en que la naturaleza de nuestra experiencia inme-
diata es el resultado t angible de las peculiaridades per-
ceptivas del suj eto que tiene esa experiencia. En otras pa-
labras: estimo que según esa teoría lo percibido no es una
visión parcial de un complejo de cosas generalmente inde-
pendiente de ese acto de cognición, sino que es simplemente
la expresión de las peculiaridades individuales del acto cog-

111
nitivo. En consecuencia, lo común a la multiplicidad de
actos cognitivos es el raciocinio conectado con ellos. Así,
aunque hay un mundo común de pensamiento asociado con
nuestras p ercepciones sensibles, no hay un mundo común
en el que pueda pensarse. Aquello en que pensamos es un
mundo conceptual común indiferent emente aplicado a nues-
tras experiencias individuales que son estrictamente per-
sonales para nosotros mismos. Semejante mundo conceptual
encuentra su expresión completa en las ecuaciones de la ma-
temática aplicada. Esta es la postura subjetivista extrema.
Hay, desde luego, la posición intermedia de los que creen ·que
nuestra experiencia perceptual nos habla realmente de un
mundo objetivo común, p ero que las cosas percibidas son
simplemente el resultado para no sotros de este mundo y no
elementos en sí del mismo mundo común.
Hay, también, la posición objetivista. E ste credo consi-
dera que los elementos efectivos percibidos por nuestros
sentidos son en sí los elementos de un mundo común, y que
ese mundo es un complejo de cosas, incluyendo positiva-
mente nuestros actos de cognición, pero yendo más allá
de ellos . Por consiguiente, según ese punto de vista, las
cosas experimentadas deben ser distinguidas de nuestro co-
nocimiento de ellas. Hasta donde haya dependencia, las
cosas allanan el camino para la cognición, más que vice-
vena. Pero el punto esencial es que las cosas efectivas ex-
perimentadas figuran en el mundo común por depender
del suj eto cognoscente. El objetivista sostiene que las cosas
experimentadas y el suj eto cognoscente figuran por igual
en el mundo común. En estas conferencias estoy trazan-
do los perfiles de lo a mi juicio esencial de una filoso-
fía adaptada a las exigencias de la ciencia y a la expe-
riencia concreta de la humanidad. Prescindiendo de la crÍ-
tica detallada de las dificultades suscitadas por el subje-
tivismo en cualquiera de sus formas, mis razones amplias
para desconfiar de él son en número de tres : una razón
surge del interrogatorio directo de nuestra experiencia per-
ceptiva. D e este interrogatorio resulta que estamos dentTO
de un mundo de colores, sonidos y otros objetos-deI-senti-
do, referidos en espacio y tiempo a objetos durables tales

112
como piedras, árboles y cuerpos humanos. Parec-e que nos-
otros mismos somos elementos de este mundo en el mismo
sentido en que lo son las demás cosas que percibimos. P ero
el subjetivisk't, incluso el subjetivista ecléctico moderado,
pr t ende qu e este mundo, así descrito, depende de nos-
otros, de un modo que choca directamente con nuestra ex-
periencia ingenua. Yo sostengo que es en definitiva a la
experiencia ingenua a la que apelamos. y es por eso que
I
yo doy tanta importancia al testimonio de la poesía. Mi
opinión es que en nuestra experiencia sensibl-e conocemos
fuera de nuestra propia personalidad y más allá de ella; en
cambio, el subjetivista sostiene que en -esa experiencia sólo
conocemos de nuestra personalidad. Incluso el subjetivista
ecléctico coloca nu estra personalidad entTe el mundo que
conocemos y el mundo común por él admitido. El mundo
qu-e conocemos es, para él, la <;onstricción interna de nues-
tra personalidad bajo la tensión del mundo común situado
a sus espaldas.
Mi segunda razón para desconfiar del subjet.ivismo se
basa en el contenido particular de la experiencia. Nuestro
conocimiento histórico nos habla de edades pasadas -en que,
en cuanto alcanzamos a ver, no existía en la tierra ser vivo
alguno . Además, nos habla de innumerables sistemas astra-
les cuya historia de detalle queda fu era de nuestro alcance.
No tenemos qu e movernos de la Luna ni de la Tierra. ¿Qué
pasa. en las entrañas de la Tierra y en el lado que la Luna
DO presenta nunca a nuestra vista? Nuestras percepciones
nos inducen a suponer que algo ocurre en las estrellas, algo
dentro de la Tierra, algo en aquel lado de la Luna. Nos
dicen, también, que en edades remotas ocurrían cosas. Pero
todas esas cosas que parece ocurrían con seguridad, nos
son desconocidas en sus detalles o bien las reconstruímos a
base de pruebas inferenciales. En vista de este contenido
de nuestra experiencia personal, es difícil creer que el mun-
do de la experiencia sea una atributo de nuestra propia
personalidad.
Mi tercera razón se basa en el instinto de acción. Exac-
tamente igual que la percepción sensible parece dar cono-
cimiento de lo que está fu era de la individualidad, la acción

113
parece provenir de un instinto de autotrascendencia. La
actividad pasa más allá de sí hacia el mundo trascendente
conocido. Es en este punto donde tienen importancia los fi-
nes últimos, pues no hay actividad provocada desde fu era
que salga al mundo velado del subjetivista ecléctico. H ay
actividad dirigida a determinados fin es del mundo conoci-
do, y, sin embargo, hay actividad que trasciende de sí y ac-
tividad dentro del mundo conocido . Síguese de ello que, en
cuanto conocido, el mundo trasciende del suj eto que es
cognoscente de él.
La posición subjetivista ha sido popular entre los que
han sido inducidos a dar una interpretación filo sófica a las
recientes teorías de la relatividad en la ciencia fí sica. Pa-
rece que las opiniones en cuestión se expresan de un modo
cómodo suponiendo que el mundo de los sentidos depende
del percipiente individual. D esde luego, salvo aquellos que
se dan por satisfecho s considerando que forman todo el
universo, solitarios en medio de la na da, todos pugnan por
trazarse un camino que les conduzca de nu evo a alguna
clase de posición objetivista. Yo no concibo cómo un mun-
do común de pensamiento pueda ser est ablecido sin contar
con un mundo común del sentido. No vaya discutir est e
punto en detalle, pero a falta de una trascendencia del p en-
samiento, o de una trascendencia del mundo de los sentidos,
resulta difícil ver cómo el subj etivista logre desvestirse de
su solipsismo. Tampoco parece que el subj etivista ecléctico
haya de sacar auxilio alguno de su mundo desconocido que
tiene en el fondo.
La distinción entre realismo e idealismo no coincide con
la de objetivismo y subj etivismo, pues tanto los realistas
como los idealistas pueden partir de un punto de vista ob-
jetivo; ambos pueden aceptar que el mundo revelado en
la percepción sensible es un mundo común, que trasciende
el percipiente individual. P ero el idealista objetivo, cuando
se pone a analizar qué implica la realidad de este mundo,
encuentra que la mentalidad cognitiva está de algún modo
intrincadamente comprometida en todo detalle. El realista
niega esta postura. En consecuencia, estas dos clases de ob-
jetivistas no se separan hasta haber llegado al problema

114
~ltimo de la metafísica. Hay un gran trecho que recorren
Juntos. En ello me fundaba en mi última conferencia para
decir que adoptaba una postura de r ealismo provisional.
La postura objetivista fué adulterada en el pasado por la
presunta necesidad de aceptar el materialismo científico
clásico con su doctrina de la locación simple. E sta necesitó
la doctrina de las cualidades primarias y secundarias. Así,
las cualid ades secundarias, tales como los objetos-del-sen-
tido, son tratadas a base de principios subj etivos . Es, ésta,
un a :posición inestable que resulta presa fácil para una crítica
subjetivista.
Para incluir las cualidades secundarias en el mundo co-
mún, se requiere una reorganización muy radical de nues-
tro concepto fundamental. E s un hecho evidente de expe-
riencia que nuestras aprehensiones del mundo exterior
dependen en absoluto de acaecimientos que ocurren en el
cuerpo hum ano . Efectuan do n su cuerpo las maniobras
apropiadas, puede un hombre ser puesto en condicioncs de
percibir, o de no p ercibir, casi todo lo que se qui era. Hay
personas que se expresan como si los cuerpos, los cerebros
y los nervios fueran las únicas cosas reales en un mundo
completamente imaginario. Dicho con otras palabras : tra-
tan los cuerpos con principios objetivistas y el resto del
mundo con principios sub jetivistas. E sto no es lícito, cspc-
cialmente si tenemos presente que aquello cuyo testimonio
está en litigio es la p ercepción que del cuerpo de otra per-
sona tien e el experimentador.
Pero t enemos que admitir que el cuerpo es el organismo
cuyos estados regulan nuestro conocimiento del mundo. La
unid ad del campo perceptual tiene que ser, por consiguien-
t e, una uni dad de la experiencia corporal. Al percatarnos
de la experiencia corporal, t enemos que percatarnos, por
ende, de los aspectos de todo el mundo espacio-temporal cn
cuanto reflejados dentro de la vida corporal. Esta es la
solución que daba al problema en mi conferencia última.
No voy a repetirme ahora, salvo para r ecordar que mi t eo-
ría implica el total abandono de la noción de que la loca-
ción simple es el modo primario en que las cosas están
implicadas en el espacio-tiempo. En cierto sentido, todas

115
las cosas están en t odos los lugares en todos los tiempos,
puesto que toda locación implica un aspecto de sí misma en
toda otra locación. Así, t odo punto de vist a espacio-tem-
poral refleja el mundo.
Si pretendemos imaginar esta doctrin a en los t érminos
de nuestras opiniones convencionales de espacio y tiempo,
que presuponen locación simple, resulta una gran paradoja.
Pero si la concebimos en términos de nuest ra experiencia
ingenua, es una mera trascripción de h echos obvios. Es-
tamos en un lugar determinado percibiend o cosas. Nuestra
percepción se opera en el lugar en que estamos y depende
por completo de cómo funcione nuestro cuerpo . Pero este
funcionar del cuerpo en un lugar, presenta a nuestro conoci-
miento un aspecto del ambiente distante, desvaneciéndose
en el conocimiento general de que hay cosas más allá. Si
aquel conocimiento lo contiene de un mundo trascendente,
ello será porque el acaecimient o que es la vida corporal,
unifique en sí aspectos del universo .
Es ésta una doctrina que concuerda en grado sumo con
la expresión viva de la experiencia personal, como la que
encontramos en la poesía de la naturaleza de escritores
imaginativos tales como Wordsworth y Shelley. Las pre-
sencias meditabundas, inmediatas, de las cosas, constitu-
yen una obsesión para Wordsworth. Lo que la t eoría hace
positivamente es desviar la mentalidad cognitiva de ser el
sustrato necesario de la unidad de la experiencia. Esa
unidad es colocada entonces en la unidad de un acaeci-
miento. Acompañando a esta unidad, puede hab er o no
cognición .
En este punto volvemos a la gran cu estión que nos plan-
teaba el examen del testimonio aportado por la sagacidad
poética de Wordsworth y Shelley. Esta cuestión única
se ha transformado en un grupo de cuest iones. ¿Qué son
cosas duraderas, a diferencia de los objetos eternos, tales
como color y forma? ¿Cómo son posibles ? ¿Cuál es su
condición y significación en el universo ? A esto se añade :
¿Cuál es la condición de la estabilidad duradera del orden
de la naturaleza? Hay una contestación sumaria que re-
fiere la naturaleza a alguna realidad mayor situada fuera

116
de ella. E sta realidad se presenta n la historia del pensa-
miento con distintos nombres: el Absoluto, Brahma, el Or-
den de los Cielos, Dios. El delinear la verdad m etafísica
final, no es cosa de esta conferencia. :Mi t esis es que cons-
tituye una gran renuncia de la racionalidad a hacer valer
sus derechos toda conclusión sumaria que se salga de nues-
t ra convicción de la existencia de semejante orden de la
naturaleza para lanzarse a la cómoda suposición de quc hay
una realidad última a la que, de algún modo in explicado,
hay que acudir para subsanar la perplejidad. Tenemos que
buscar si en su propio ser la naturaleza no se muestra como
explicación de sí misma. Por este camino cabe, a mi jui-
cio, que la mera comprobación de lo que las cosas son, con-
tenga elementos explicativos de por qué las cosas. Es de
esperar que tales elementos nos lleven a profundidades si-
tuadas fuera de cuanto podemos captar con una clara
aprehensión. En un sentido, toda explicación tiene que t er-
minar en definitiva en una arbitrariedad, y mi aspiración
es que la arbitrariedad última de lo positivamente dado, de
que parte nuestra formulación, revele los mismos princi-
pios g'enerales de la realidad, qu e columbramos confusamen-
te como extendiéndose hacia r egiones situadas más allá de
nuestras facultades explícitas de discernimiento . La natu-
raleza se presenta como ejemplificación de una filo sofía de
la evolución de organismos suj eta a det erminadas cond i-
ciones. Ejemplos de esas condiciones son las dimensiones de
espacio, las leyes de la naturaleza, los entes continuos de-
t erminados, tales como átomos y electron s, que ejempli-
fican estas leyes. Pero la misma naturaleza de esos entes,
la propia naturaleza de su spacialidad y temporalidad , re-
velaría la arbitrariedad de sas condicion s a fu er de resul-
tado de una evolución más amplia más allá de la naturaleza
mi sma, y dentro de la cual la naturaleza no es más que
un modo limitado.
Un hecho presente por doquiera, inherente al mismo
carácter de lo real, es la transición de las cosas, el paso de
una a otra. Est e paso no s una mera seriación lineal de
entes discriminados. Aunque fijemo s un ente determi11ado,
hay siempre una determinación ás angosta de al go que

117
está presupuesto en nuestra primera elección. Además, hay
siempre una determinación más amplia hacia la que por
transición más allá de sí misma deriva nuest ra primera elec-
ción. E l aspecto general de la naturaleza es el de una ex-
pansividad en evolución. Estas unidades, a las que yo lla-
mo acaecimientos, son la emergencia de algo a la realidad.
¿Cómo h emos de caracterizar el algo que así emerge ? El
nombre de acaecimiento dado a semejant e unidad, ll ama
la atención hacia la transitoriedad inherente, combinada
con la unidad efectiva. P ero esa palabra ab stract a no puede
ser suficiente para caracterizar lo que en sí mismo sea el he-
cho de la realidad de un acaecimiento . Poco hay que pensar
para ver que ninguna idea puede ser suficiente por sí sola,
pues toda idea que encuentre su significación en cada acaeci-
miento, debe r epresentar por necesidad algo que contribuya
a lo que es realización en sí mismo, y, por lo tanto, ninguna
palabra puede ser adecuada. Pero, a la inversa, ninguna
cosa puede ser descartada. Teniendo presente la versión
poética de nuestra experiencia concreta, vemos inmediata-
mente que el elemento de valor, de ser valioso, de t ener va-
lor, de ser fin en sí mismo, de ser algo que es por sí mismo,
no puede ser omitido en ninguna relación de un acaecimien-
to en su calidad del algo real más concreto. "Valor" es la
palabra que empleo para designar la realidad intrínseca de
un acaecimi~nto. Valor es un elemento que penetra por do-
quiera la visión poética de la naturaleza. No t enemos que
hacer más que transferir a la misma contextura de la rea-
lización en sí ese valor que t an fácilmente reconocemos en
el ordcn de la vida humana. Este es el secreto del culto de
WOl.: dsworth a la naturaleza. Por consigni nte, realización
es en sí el adquirir valor. P ero nada hay que sea mero va-
lor. Valor es el resultado de la limitación . E l ente defini-
damente finito es el modo elegido en que toma forma aque-
lla adquisición; aparte de semejante formarse en ente indi-
vidual de h echo, no hay ninguna otra adquisición. La mera
fusión de todo lo que es, sería la nada de lo indefinido .
La salvación de la realidad está en sus entes, obstinados,
irreducibles, efectivos, limitados a no ser otros que ellos
mIsmos. Ni la ciencia, ni el arte, ni la acción creadora, pue-

118
den salirse de sus hechos obstinados, irreducibles, limita-
dos. La durabilidad de las cosas ti ene su significación en
la autorretención de lo que se impone por sí mismo, a modo
de adquisición definida. Lo que dura es limitado. obst ruc-
tivo, intolerante, y modifica el ambiente con sus propios as-
pectos. Pero no es auto suficiente. Los asp ectos de todas
las cosas figuran en su misma naturaleza . E s sólo él mismo
en cuanto junta hacia su propia limitación el conjunto más
amplio en que él mismo se encuentra. Y, a la inversa, es
sólo él mismo a condición de que imprima sus aspectos a
ese mismo ambiente en que él se encuentra. El problema
de la evolución es el desarrollo de armonías durables de
formas de valor durabl es, que se elevan a más altas adqui-
siciones de cosas aj enas a ellas. La adquisición estética está
engarzada en la contextura de la realización. La durabili-
dad de un ente representa la adquisición de un éxito esté-
tico limitado, aunque mirando más allá de sus efectos ex-
t ernos r epresente un fracaso est ético. Incluso dentro de sí
mismo, puede representar el conflicto entre un éxito infe-
rior y un fracaso más elevado. E l conflicto e.s el presagio
del estallido.
El examen ulterior de la naturaleza de los obj etos dura-
bles y de las condiciones que requieren, será de entidad
para el estudio de la doctrina de la evolución, dominante
en la segunda mitad del siglo X IX. El punto que en esta
conferencia he intentado poner en claro es que la poesía
con que la restauración romántica sentía la naturaleza, era
una protesta en defensa de la concepción orgánica de la na-
turaleza, y también una protesta contra la idea de que el
valor pudiera ser excluíclo de la esencia ele la r ealidad. En
éste de sus aspectos, el movimiento romántico puede ser
considerado como un retorno a la protesta de Berkeley
formulada cien años antes. La reacción romántica era una
protesta en defensa del valor.

119
CAPÍTULO VI

EL SIGLO XIX

Mi conferencia anterior fué dedicada a la comp aración


cnt re la poesía de la n aturaleza del movimient o romántico
inglés y la filosofí a cient ífica materialist a h eredada del si-
glo XVIII. Señaló la divergencia absoluta de esos dos mo-
vimient os de pensamiento . La conferen cia continuó tam-
bién la empresa de t razar una filosofía objetivista capaz de
salvar el abismo entre la ciencia y aquella int uición fu nda-
mental de la especie humana qu e encuentra su expresión
en la poesía y su ejemplificación práctica en los presupu es-
tos de la vida cotidiana . Pasado el siglo XIX, decayó el
movimiento romántico. No se extinguió totalmente, pero
perdió su clara unidad de río desbordante, y se dispersó
en varios estuarios al ponerse en contacto con otros intere-
ses humanos. La fe del siglo pl"OvenÍa de tres fuen t es : una
de ellas era el movimiento romántico, acusado en la rest au-
ración religiosa, en el art e y en las aspiraciones políticas;
otra fuente, el avance creciente de la ciencia abriendo nue-
vos cauces al pensamiento, y la t ercera fu ente, los progresos
de la t écnica qu e cambiaron t otalmente las condiciones de
la vida humana.
Cada una de est as fuentes de fe t iene su origen en el
período precedente. La misma R evolución Francesa fué el
primer hi jo del romanticismo en la forma en que lo matizó
Rousseau. J ames Watt obtuvo la patente para su máquina
de vapor en 1769. El progreso científico fué la gloria de
Francia y de la influencia fra ncesa, a t ravés de ese mismo
siglo.

] 20
Además, precisamente durante ese período anterior, las
corrientes interferían, se juntaban y chocaban entre sÍ; pero
no fué hasta el siglo X IX que el triple movimiento llegó a
ese pleno desarrollo y equilibrio p eculiar, característicos de
los sesenta años que siguieron a la bat alla de Waterloo .
Lo genuino y nuevo del siglo, a diferencia de todos los
anteriores, es su técnica, y no sólo la introducción de al-
gunos grand es inventos por separado. Es imposible no ad-
vertir que haLía algo más que eso. Por ejemplo, la escritura
fué un invento más grand e que la máquina de vapor. P ero
al seguir la trayectoria continua del desarrollo de la escri-
tura, encontramos una diferencia inmensa en comparación
con la de la máquina de vapor. Huelga decir que importa
descartar ciertos precedentes de uno y otro invento espo-
rádicos y de escasa importancia, concentrando nuestra aten-
ción en los períodos en que efectivamente se elaboraron.
En lo que se refif!re a la proporción del tiempo, resulta ab-
solutamente dispar, pues el desarrollo de la máquina de
vapor requirió unos cien años, mientras que el p eríodo de
formación de la escritura abarca unos mil años. Además,
cuando por último la escritura se hubo divulgado, el mundo
no esperaba que el próximo paso fu era a darlo la t écnica.
El proceso del cambio fué lento, inconsciente e inesp erado.
En el siglo XIX el proceso se precipitó, y la gente t en ía
conciencia de él y lo aguardaba. La primera mitad del siglo
fué el período en que por vez primera se estableció y se sin-
t ió con satisfacción esta nueva actitud h acia el cambio.
Fué un período de p eculiar esp eranza, en el mismo sentido
en que sesenta o setenta años después advertimos una nota
de desilusión o, por lo m enos, de ansiedad. )
E l invento más grande del si glo XIX fué el invent o del
método del invento. Un método nuevo llegaba a la vida.
Para entender nuestra época, es imposible hacer caso omiso
de ninrruno de los detalles del cambio, t ales como ferroca-
rriles, telégrafos, radio, máquinas de hilar, tintes sintéticos.
Tenemos que concentrarnos en el método mismo; ésa {ué
la vercladera novedad qu e destrozó los fundamento s de la
civilización anterior. La profecía de Francis Bacon se ha-
bía cumplido, y el hombre, que en tiempos soñara llegar a

121
ser algo poco inferior a los ángeles, se avino a convertirse
en servidor y ministro de la naturaleza. Queda aún por
ver si es posible que el mismo actor desempeñe ambos pa-
peles.
Todo el cambio surgió de la nueva información científi-
ca. La ciencia, concebida no tanto en sus principios como
en sus r esultados, es un notorio almacén de ideas para su
utilización; pero si queremo s en tender 10 que sucedió du-
rante ese siglo, la imagen de la mina nos servirá mejor que
la del almacén. Por otra part e, es un gran error pensar que
la pura idea científica es el invento requerido, de suerte
que sólo tiene que ser captada y utilizada. Entre una cosa
y otra media un intenso p eríodo de proyectos imaginativos .
Un factor del nuevo método fué precisamente el descubri-
miento de cómo p8día lanzarse un puente que salvara el
precipicio entre las ideas científicas y el producto defini-
tivo. E s un proceso de at aque disciplinado de suc·esivas di-
ficultades.
Las posibilidades de la técnica moderna fu eron práctica-
mente realizadas por vez primera en Inglaterra gracias a la
energía ele una clase media próspera. Por lo tanto, es de
este punto que arranca la revolución industrial. Pero fue-
ron los alemanes los que realmente pusieron en práctica los
métodos gracias a los cuales fu é posible llegar a los fil ones
más profundos de la mina de la ciencia. Fué obra suya la
abolición de los métodos azaro sos de la erudición. En sus
escu elas y universidades t écnicas, el progreso no tenía que
aguardar al genio ocasional o al pensamiento afortunado
fortuito. Sus hazañas en el campo de la erudición durante
cl siglo XIX les valieron la admiración del mundo. La dis-
ciplina del conocimiento se aplica más allá de la t écnica a
la ciencia pura y más allá de ésta a la erudición general.
R epresenta el cambio del amat eur al profesional.
F ueron siempre hombres que consagraron su vida a re-
gion es del pensamiento definidas. De un modo especial, ju-
risconsultos y clérigos de las iglesias cristianas constituyen
ej emplos claros de semejante especialización. P ero la plena
realización consciente del poder del profesionalismo en el co-
no cimiento en todos sus campos y del camino para producir

122
los profesionales y de la importancia del conocimiento pam.
el progreso de la técnica, y de los mét odos por medio de los
cuales el conocimiento abstracto puede ser conectado con la
técnica, y de las infinitas posibilidad es del progreso técnico;
la realización de todas esas cosas fué lograda por vez pri-
mera de un modo completo en el siglo X IX, y entre los di-
versos países, principalmente cn Alemania.
En el pasado el hombre vivía en carreta de bueyes; en
el futuro vivirá en aeroplano , y el cambio de v elocidad va
acompañado de una difercncia de cualidad.
No siempre resultó totalmente una ganancia la tran sfor-
mación del campo del conocimiento de esta suerte obteni-
da; por lo menos, exist en en ell a peli gros implícitos, aun-
que es innegable que ha habido un incremento de eficien-
cia. R eservo para mi próxima conferencia el estudio de los
diversos efectos que la nueva situación ha originado en la
vida social. De momento bast e la observación de qu e est a
situación nueva de progreso disciplinado, es la sede en que
se desarrolló el pensamiento del siglo.
En el período que estudiamos, cuatro grandes ideas nue-
vas fueron introducidas en la ciencia t eorética. D esde lue-
go, es posible aducir bu enas razones para ampliar mi lista
mucho más allá del número cuatro . P ero yo me det engo en
ideas que, tomadas en su significación más amplia, son
vital es para los ensayos modernos de reconstruir los fun-
damentos de la ci encia fí sica.
Dos de esas ideas son antitéticas y voy a examinarlas
conjuntamente. No nos ocupamos de los detalles sino de
las influencias últimas sobre el p ensamiento. Una de esas
ideas es la de un campo de actividad física ocupando todo
el espac.io, incluso allí dond e existe un vacío notorio. Esta
noción se les ocurrió a varios p ensadores y en formas dis-
tintas. R ecordemos el axioma medio eval de que a la natu-
raleza le repugna el vacío . P or otra parte, los torbellinos
de Descartes parecieron en una ocasión -en el siglo X VI I -
quedar establecidos como postulado científico. N ewton
creía que. la gravitación era causada por algo que ocurría
en un medio. P ero, en conjunto, nada se hizo con estas ideas
en el siglo XVIII. E l paso de la luz era explicado a la ma-

123
nera de N ewton, por la evaSIOn de corpúsculos diminutos
que, naturalmente, dejaban espacio para un vacío. Los fÍ-
sicos matemáticos estaban demasiado ocupados en deducir
las consecuencias de la t eoría de la gravitación para preocu-
parse por las causas, y t ampoco habrían sabido dónde bus-
car si la cuestión les hubiese interesado. Se trataba de es-
peculaciones, pero su importancia no era grande. P or con-
siguient e, al comenzar el siglo XIX no t enía lugar efectivo
en la ciencia la noción de fenómenos físicos que ocuparan
todo el espacio. Esta noción se agitó de dos distintas fuen-
tes. La t eoría ondulatoria de la luz triunfó gracias a 1'ho-
mas Young y a Fresnel. Este pretende que a través del
espacio tiene que hab er algo que pueda ondular. En con-
secuencia, se presentó al ét er como una especie de materia
sutil que todo lo invade. Por otra parte, en manos de Clerk
Maxwell, la t eoría del electromagnetismo asumió finalmen-
te una forma en la que se- pretendía que a través de todo
el espacio t enía que haber fenómenos electromagnéticos. La
teoría completa de Maxwell no quedó formada hasta la oc-
tava década del siglo XIX; pero había sido preparada por
varios grandes hombres: Ampere, Oersted, Faraday. De
acuerdo con el panorama materialista a la sazón imperante,
esos fenómenos electromagnéticos r equerían, a su vez, una
materia en que ocurrieran. De esta suerte se volvió a echar
mano del ét er. E ntonces Maxwell demost ró, como primicia
de su teoría, que las ondas de luz eran simplement e ondas
de sus fenómenos electromagnéticos. Y así, la teoría del
electromagnetismo absorbió la de la luz. Era una gran sim-
plificación, y nadie duda de su verdad. Pero tuvo un efecto
desafortunado en cuanto concernía al mat erialismo, pues
mientras una clase absolutamente simple de éter elástico
bastaba para la luz tomada en sí misma, el éter electromag-
nético había de estar dotado precisamente de aquellas pro-
piedades necesarias para la producción de los fenómenos
electromagnéticos. De hecho, pasó a ser una mera denomina-
ción para la materia que se pretende sirve de soport e a esos
fenómenos. Si no nos decidimos a sostener la t eoría meta-
física que nos hace postular un ét er semejant e, podemos
descartarlo, puesto que carece de vida independiente.

124
De esta suerte fueron establecidas en la octava década
del pasado siglo algunas ciencias físicas principales, asen-
tándose sobre una base que presuponía la idea de continui-
dad. Por otro lado, la idea de atomicidad había sido intro-
ducida por John Dalton, completando la labor de Lavoisier
en orden a la fund ación ele la química. Esta es la segunda
gran noción. La materia ordinaria era concebida como ató-
mica: los efectos electromagnéticos fu eron concebidos como
surgiendo de un campo continuo.
No existía contradicción. En primer lugar, las nociones
son antitéticas; pero, prescindiendo de incorporaciones con-
cretas, no son lógicamente contradictorias. En segundo lu-
gar, fueron aplicadas a distintos sectores científicos: una
a la química y la otra al electromagnetismo. Y, hasta aho-
ra, no se han registrado más que muy vagos síntomas ele
colisión entre ambas.
La noción de la materia como atómica tiene una larga
historia. D emócrito y Lucrecio acuden en seguida a nues-
tra mente. Cuando hablo de estas ideas como nuevas, quie-
ro decir sólo 7"elativa?nente nuevas, habida cuenta del ajus-
te de ideas que formó la base eficiente de la ciencia durante
el siglo XVIII . Al examinar la historia del pensamiento, es
necesario distinguir las corrientes reales, determinantes de
un período de pensamientos inoperantes sostenidos de un
modo casual. En el iglo xvrll, toda persona cu1tivada leía
a Lucrecio y compartía sus ideas acerca de los átomos; pero
John Dalton las hizo eficientes en la corriente de la ciencia,
y en esta función de eficiencia era la atomicidad una idea
nueva.
E l influjo de la atomicidad no se limitó a la química. La
célula viva es para la biología lo que el electrón y el pro-
tón son para la física. Prescindiendo de células y de agre-
gados de células, no hay fenómenos biológicos. La t eoría ele
la célula fué introducida n la biología simultáneamente con
la t eoría atómica de D alton, pero independientemente de
ésta. Las dos t eorías son ejemplificaciones independien-
tes de la misma idea de "atomismo". La teoría de la cé-
lula biológica fué un desarrollo gradual, y una simple lista
ele fechas y nombres pone ele relieve el hecho de que las

125
ciencias biológicas, como esquemas efectivos de pensamien-
to, tienen escuetamente cien años de antigüedad. Bich&t
elaboró en 1801 una teoría del t ejido; Johannes Müller des-
cribió en 1835 las "células" y demostró hechos relativos a su
naturaleza y relaciones; Schleiden en 1838 y Schwann en
1839 establecieron, por último, su carácter fundamental. Por
lo tanto, hasta 1840 tanto la biología como la química se
apoyaron en una base atómica. El triunfo final del atomismo
tuvo que aguardar a que llegaran los electrones a fines de
siglo. La importancia del fondo imaginativo se pone de re-
lieve con el h echo de que casi medio siglo después de que
Dalton hiciera su obra, otro químico, Louis Pasteur, llevó
estas mi smas ideas de atomicidad mucho más lejos aún en
la región de la biología. La teoría de la célula y la obra de
Pasteur eran en muchos aspectos más revolucionarias que
la de Dalton, pues introducían la noción de organismo en
el mundo de los seres infinitamente pequeños. Ha habido
una t endencia a tratar el átomo como ente último, suscep-
tible solamente de relaciones exteriores. E sta postura in-
t electual se vino abajo bajo el influjo de la ley periódica de
Mendeleef. Pero Pasteur mostró la importancia decisiva de
la idea de organismo en la fase de la magnitud infinitesimal.
Los astrónomos nos habían mostrado cuán grande es el
universo . Los químicos y biólogos nos enseñaron cuán pe-
queño es. En la práctica científica moderna existe una fa-
mosa norma de longitud; es más bien pequeña: para obte-
nerla hay que dividir un centímetro en cien millones de
partes, y tomar cada una de ellas. Los organismos de Pas-
t ear eran bastante más grand es que esa longitud. Comparán-
dolos con los átomos, sabemos que hay organismos para
los cuales semejantes distancias resultan incómodamente
grandes.
Las dos restantes ideas nuevas que hay que adscrib ir a
la época, se halla,n rclacilmadas, ambas, con la noción de
transición o cambio . Son la doctrina de la conservación de
la energía y la doctrina de la evolución.
La doctrina de la energía tiene que ver con la noción
de la permanencia cuantitativa a través del cambio; la
doctrina de la evolución, con el nacimiento de nuevos orga-

126
nismos como resultado del azar. La tcoría ele la cnercrÍa se
asienta en los dominios de la fi jca. La de la evoluci6n en
los de la biología principalment e, aunque ya antes había si-
do tomada de paso por Kant y Laplace en relación con la
formación de soles y planetas.
La acción convergentc del nu evo poder para el progrcso
científico, resultante dc estas cuatro ideas, transformó el
período central del siglo en una orgía ele túmfo científico.
Hombres de clara visión, de la Jase de los que tan clara-
mente se equivocan, proclamaron entonccs qu e los secretos
del universo físico qu edaban fin almente descubiertos. Bas-
ta sólo hacer caso omiso de todo lo que se resist e a entrar
en nuestros cuadros, para que nuestros poderes de expli-
cación resulten ilimitados. Por otra parte, hombres de ideas
confusas, incrementaban su propia confusión colocándose
en las posiciones más indefendibles. El dogmatismo instruí-
do, asociado a la preterición de los hechos cruciales, sufrió
una grave derrota a manos de los paladines científicos de
las nuevas rutas. Así, a la excitación producida por la re-
volución técnica, vino a sumarse la debida a las perspec-
tivas descubiertas por la t eoría científica. Se hallaban a un
tiempo en proceso de tran sformación las bases materiales
y las espiritual es de la vida social. Cuando el siglo ll egó a
su último cuarto, sus tres fuentes de inspiración (la román-
tica, la t écnica y la científica) habían consumado su obra.
Entonces, casi súbitamentc, se produjo una pausa, y en
sus últimos veinte años t erminó el siglo con una de las fa -
ses más deslucidas que desde la época de la primera cru-
zada registra la historia del pensamiento; era un eco del
siglo XVIII, pero le faltaba un Voltaire y la gracia impúdi-
ca de los aristócratas fr anceses. E l período era eficiente,
deslucido y perplejo. Celebraba el triunfo del hombre pro-
fesional.
P ero volvi ndo la mirada hacia ese período de pausa, po-
demos advertir signos de cambio. E n primer lu gar, las con-
diciones modernas de la investigación sist emática impiden
un estancamiento absoluto. En todas las rama de la cien-
cia hubo un progreso efectivo, y además rápido, aunque dc
algún modo limitado estrictamente dentro del círculo dc

127
ideas aceptadas por cada rama. Fué una época de ortodoxia
científica llena de éxitos, sin que viniera a turbarla un ex-
ceso en materia de pensar más allá de las convenciones.
En segundo lugar, podemos ver actualmente que se ha-
llaba en peligro el prestigio del materialismo científico co-
mo esqu ema de p ensamiento para el u so de la ciencia. La
conservación de la energía proporcionaba un nuevo tipo de
permane_ncia cuantitativa. Bien es v erdad que la energía
podía ser construída a modo de algo subsidiario a la ma-
t eria. Pero, sea como fu ere, la noción de masa iba p erdiendo
su preeminencia exclusiva de cantidad p ermanente final
única. :M ás adelante, encontramos invertidas las relaciones
de masa y energía, de su erte que ahora masa pasó a ser la
d enominación de una cantidad de en ergía considerada en
relación con alguno de sus efectos dinámicos. Esta tenden-
cia del pensamiento conduce a la noción de energía como
fundamental, posición de la que desplazó a la materia. Pero
energía es simplemente la denominación del aspecto cuanti-
t ativo de una estructura de acaecimientos; dicho con pocas
palabras: depende de la noción del funcionamiento de un
organismo. Es la cuestión siguiente: ¿podemos definir un
orgaIÚsmo sin recurrir al concepto de materia en locación
simple? Más adelante tendremos que estudiar más detalla-
damente este punto.
L a misma relegación de la materia al fondo se da en re-
lación con los campos electromagnéticos. La teoría moderna
pr{!supone acaecimientos en ese campo divorciados de la
dependencia inmediata de la mat eria. Es corriente prever
un éter como sustrato. Pero el éter no entra realmente en
la teoría. Así, la materia pierde de nuevo su posición fun-
damental. Además, el átomo se transforma a su vez en or-
ganismo, Y"l por último, la teoría de la evolución no es otra
cosa que el análisis de las condiciones para la formación
y subsistencia de varios tipos de organismos. Realmente, uno
de los h echos más significativos de este último período es el
progreso de las ciencias biológicas. Estas son esencialmente
ciencias relativas a organismos. Durante la época en cues-
tión, y en realidad también en los momentos actuales, el
prestigio de la forma científica más p erfecta, pertenece a

] 28
las ciencias físicas. En consecuencia, la biología r emeda la
man era de la física. Es ortodoxo sostener que no hay en
biología nada que no sea mecanismo físico en circunstan-
cias un tanto más complejas.
Una dificultad de esta postura es la confusión presente en
cuanto a los conceptos básicos de la ciencia fí sica. La misma
dificultad afecta también a la doctrina opuesta del vita- '
lismo, puesto que en esta última t eoría se acepta el hecho
del mecanicismo - quiero decir del mecanicismo basado en el
materialismo- , añadiéndose un control vital para explicar
las acciones de los cuerpos vivos. No se acaba de entender
demasiado clarament e que las distintas leyes físicas, que
parecen ser de aplicación a la conducta de los átomos, no
resulten mutuamente compatibles en la forma en que se las
enuncia en la actualidad . La apelación al mecarucismo en de-
fensa de la biología fué en sus orígenes una apelación a
los conceptos fí sicos dotados de bien acreditada consisten-
cia propia en cuant o expresivos de la base de t odos los fe-
nómenos naturales. Pero en la actualidad no hay semejante
sist ema de conceptos.
La ciencia está adoptando un nuevo aspecto que no es
puramente fí sico ni puramente biológico. Se está transfor- (
mando en estudio del organismo . La biología es el estudio
del organismo más grande, a diferencia de la física, que lo
es del más pequeño. Hay ot ra diferencia entre las dos divi-
siones de la ciencia. Los organismos de la biología incluyen
como ingredientes los más pequeños organismos de la física;
pero hasta el momento presente no hay pruebas de qu e los
más pequeños de los organismos físicos pu edan ser analiza-
dos en calidad de organi smos component es. Puede qu e sea
así, pero, en todo caso, nos encontramos ant e la cuestión de
si no hay organismos primarios no susceptibles de ulterior
análisis. Parece sumamente improbable que haya un retorno
infinito en la naturaleza. Por consiguiente, una t eoría de la
ciencia que deseche el materialismo, t iene que r esolver la
cuestión relativa al carácter d esos entes primarios. Sobre
esta base sólo puede haber una contestación. Tenemos que
partir del acaecimiento como unid ad últ ima del fenómeno
natural. Un acaecimiento ti ne que ver con todo lo que

129
r

existe, y en particular con todos los demás acaecimientos.


Este entrelazamiento de acaecimientos es producido por
los aspectos de aquellos obj etos eternos, t ales como colores,
sonidos, olores, caracteres geométricos, requeridos por la na-
turaleza y que no emergen de ella. Un objeto eterno, seme-
jante será un ingrediente de un acaecimiento en el sentido, o
aspecto, de que califique a otro acaecimiento. Hay una reci-
procidad de aspectos y hay módulos de aspectos. Todo acae-
cimiento corresponde a dos de esos módulos, a saber: el mó-
dulo de los aspectos de otros acaecimientos que capta en su
propia unidad, y los módulos de sus aspectos que otros acae-
cimientos a su vez captan en sus unidades respectivas. Por
consiguiente, una filosofía no materialísta de la naturaleza
tiene que identificar a un organismo primario como siendo
la emergencia de algún módulo particular en cuanto cap-
tado en la unidad de un acaecimiento real. Semejante mó-
dulo incluirá también los aspectos del acaecimiento en cues-
tión, en cuanto captados en otros acaecimientos, con lo cual
esos otros acaecimientos r eciben una modificación o parcial
determinación. Existe, pues, una realidad intrínseca y otra
extrínseca de un acaecimiento, a saber: el acaecimiento tal
como está en su propia prehensión, y el acaecimiento tal
como está en la prehensión de otros acaecimientos. El con-
cepto de un organismo incluye, en consecuencia, el concepto
de interacción de organismos. Las ideas científicas Ol'dina-
rias de trasmisión y continuidad son, relativamente hablan-
do, detalles relativos a los caracteres, empíricamente obser-
vados, de estos modelos a través del espacio y del tiempo.
La t esis aquí sostenida es que las relaciones de un acaeci-
miento son internas en cuanto se refiere al acaecimiento
mismo; es decir, que son constitutivas de lo que en sí mismo
es el acaecimiento.
En la conferencia anterior llegamos también a la noción
de que un acaecimiento efectivo es un acierto por sí mismo,
una captación de diversos entes en un valor por razón de su
coexistencia real en ese modelo, con exclusión de otros en-
t es. No se trata de la mera coexistencia lógica de cosas sim-
plemente diversas, pues en tal caso, modificando el dicho
de Bacon, "todos los objetos eternos serían idénticos entre

130
sí". Esta realidad significa que todas y cada una de las
esencias intrínsecas, es decir, lo que todos y cada uno de los
objetos eternos son en sí, adquier n importancia para el va-
lor singular limitado emergente en la modalidad del acae-
cimiento. P ero los valores difieren en importancia. ASÍ,
aunque todo acaecimiento sea necesario para la comunidad
de los acaecimientos, el peso de su contribución está de-
t erminado por algo intrínseco n sí. Nos corresponde exa-
minar ahora cuál sea esa propiedad. La observación empí-
rica enseña que es ésta la propiedad qúe podemos llamar
indiferentemente 1'etención, dumbilidad o reitemción. Esta
propiedad se añade a la r ecup eración -en defensa del valor
en medio de las t ransformaciones de la realidad- de la
auto-identidad, de la que di sfrutan también los objetos
eternos primarios. La reiteración de una forma particular
(o formación) de valor dentro de un acaecilniento se pro-
duce cuando el acaecimiento como conjunto r epite alguna
forma ya ofrecida por cada una de una sucesión de sus par-
tes. Así, de cualquier modo que analicemos el acaecimi ento
a tenor del flujo de sus partes a través del tiempo, se en-
cuentra siempre ante nosotros la cosa-por-sÍ-misma. D e esta
suerte, el acaecimiento, en su propia realidad intrínseca, re-
fleja en sí mismo, en cuanto derivado de sus propias partes,
aspectos del mismo valor hecho módulo que el que realiza
en su entidad completa. Se reali za, pues, a sí mismo bajo la
modalidad de un ente individual durable, con una rustoria-
de-vida contenida dentro de él mismo. A mayor abunda-
miento, la realidad extrínseca de semejante acaecimiento, en
cuanto reflejada en otros acaecimientos, toma esta misma
forma de una individualidad durable, con la sola particula-
ridad de que en este caso la individualidad es implantada
a modo de reiteración de aspect os de ella misma en los acae-
cimientos aj enos que componen el ambient e.
La duración temporal total de semejante acaecimiento,
soporte de un módulo reiterado, constituye su presente es-
pecioso. D entro de este presente especioso el acaecimient o
se realiza a sí mismo a modo de totalidad, y al hacerlo así
también se realiza en cuanto agrupamiento conjunto de un
número de aspectos de sus propias partes temporales. E l

131
módulo que se realiza en el acaecimiento total es siempre
el mismo, presentándose por cada una de estas partes por
medio de un aspecto de cada una de ellas captada en la
coexistencia del acaecimiento total. Además, la anterior his-
toria-de-la-vida del mismo módulo, es presentada, p or sus
aspectos, en este acaecimiento total. E xist e, pues, en este
acaecimiento, un recuerdo de la historia-de-la-vida antece-
dente de su propio módulo dominante, como habiendo for-
mado un elemento de valor en su propio ambient e ant ece-
dente. Esta prehensión concret a, desde dentro, de la his-
toria-de-la-vida de un h echo durable, es analizable en dos
abstracciones, una de las cuales es el ente durable que surgió
como realidad, que había de ser tenida en cuenta por otras
cosas, y la otra es la encarnación individualizada de la
subyacente energía de r ealización.
El estudio del fluir general de acaecimientos introduce en
estos análisis una energía eterna subyacente en cuya natura-
leza está un enfoque del reino de todos los objetos eternos.
Semejante enfoque es el fundamento de los p ensamientos
individualizados que emergen como aspectos-pensamientos
captados dentro de la historia-de-la-vida de los mó dulos
durables más sutiles y más complejos. También en la natu-
raleza de la actividad eterna tiene que haber un enfoque
de todos los valores alcanzables a base de una coexistencia
real de los objetos eternos, en cuanto contemplados en si-
tuaciones ideales. Esas situaciones ideales, aparte de toda
realidad, están desprovistas de valor intrínseco, pero son
valorables como factores en perspectiva. La prehensión in-
dividualizada en acaecimientos individuales de aspectos de
estas situaciones ideales, toma la forma de p ensamientos in -
dividualizados, y en calidad de tal tiene valor intrínseco .
Así, el valor surge al existir ahora una coexistencia real de
los aspectos ideales, en cuanto ideados, con los aspectos rea-
les, en cuanto se hallan en vías de acaecer. P or consiguiente,
ningún yalor puede ser adscrito a la actividad subyacente en
cuanto divorciada de los acaecimientos positivos elel mundo
real.
Por último, recapitulando esta marcha del pensamiento, :a
actividad subyacente, en cuanto concebida aparte del h echo

132
de la realización, t iene tres tipos de enfoque, que son: pri-
mero, el enfoque de los objetos eternos; segundo, el enfo-
que de las posibilidades de valor con respecto a la síntesis
de los objetos eternos, y, por último, el enfoque de las rea-
lidades posit ivas que tienen que figurar en la situación to-
tal susceptible de lograrse por la adición de lo futuro. Pero
{)n abstracción de lo positivo, la actividad eterna está di-
vorciada del valor. Porque lo positivo es el valor. La per-
cepción individual dimanante de objetos durables variará
en su profundidad y amplitud individuales según el modo
en que el módulo domine su propia ruta. Puede representar
la más leve ondulación a modo de nota diferencial del sus-
trato general de energía; o, en el otro extremo, puede ele-
varse a pensamiento consciente, incluyendo en él el acto,
anterior a la conciencia de sí mismo, de examinar a fondo
las posibilidades de valor inherentes en varias situaciones
de coexistencia ideal. Los casos intermedios agruparán al-
rededor de la percepción individual a modo de enfoque (sin
auto-conciencia) de esa singular posibilidad inmediata de
consecución que ofrece la más cerrada analogía con su pa-
sado inmediato, el relativo a los aspectos actuales que se
presentan para la prehensión. Las leyes de la física repre-
sentan el ajuste armónico de desarrollo que resulta de este
principio úni co de determinación . Así, la dinámica está do-
minada por un principio de acción mínima, cuyo c::U'ácter
detallado debe aprenderse por observación.
Las entidades materiales atómicas estudiadas en la cien-
cia física, son simplemente estas entidades durables indi-
viduales, concebidas en abstracción de todo cuanto no con-
cierna a su mutuo juego de determinarse recíprocamente
sus rutas históricas de su historia-de-la-vida. E sos entes es-
tán formados en parte por la herencia de aspectos de su
propio pasado; pero t ambién están formados en parte por
los aspectos de otros acaecimientos que integran sus ambien-
t es. Las leyes de la fí sica son las que declaran cómo rcac~
cionan mutuamente entre sí los entes. Para la física son
arbitrarias esas leyes, puesto que esa ciencia ha prescindido
de lo que los entes son en si. Hcmos visto que este hecho de
lo que los ent es sean en sí, se presta a modificación por los

133
ámbientes de éstos. Por consiguiente, la suposición de que no
hay que buscar modificación de estas leyes en ambientes
que tengan cualquier diferencia patente con respecto a los
ambientes para los cuales las leyes han sido observadas, es
muy insegura. Los entes físicos pueden ser modificados de
maneras muy esenciales, en cuanto a estas leyes se refiere.
-Es posible incluso que sean desarrolladas en individualida-
.des de tipos más fundamentales, con más amplia encarna-
ción de enfoque. Tal enfoque pu ede llegar a la reali zación
de un pesaje de valores alternativos haciendo uso de una
facultad de elegir fuera de las leyes físicas, y susceptible
de expresión únicamente en t érminos de propósito . Aparte
de semejantes posibilidades remotas, queda una deducción
inmediata de que un ente individual cuya propia historia-
de-la-vida es una parte dentro de la historia-de-la-vida de
algún módulo más grande, más profundo y más completo,
es susceptible de tener aspectos de ese módulo más grande
que domina su propio ser, y de experimentar modificaciones
de ese módulo más grande reflejadas en aquél como modifi-
caciones de su propio ser. Esta es la teoría del mecanicismo
orgánico.
Según esta t eoría, la evolución de las leyes de la natura-
leza es concomitante a la evolución del módulo durable,
puesto que el estado general del universo, tal como actual-
mente es, determina en parte las mismas esencias de los
entes cuyos modos de funcionamiento expresan estas leyes.
El principio general es que en un nuevo ambi ente hay una
evolución de los antiguos entes hacia formas nuevas.
Este trazado rápido de una teoría Íntegramente orgánica
de la naturaleza nos permite entender los principales re-
quisitos de la doctrina de la evolución. La labor principal
proseguida durante esa pausa de fin es del siglo XIX, fué la
absorción de esta doctrina como guía de la metodología de
todas las ramas de la ciencia. Con una ceguera, impuesta casi
a modo de castigo expiatorio de una reflexión precipitada,
superficial, muchos pensadores religiosos se opusieron a la
nueva doctrina, cuando, en realidad, una filosofía íntegra-
mente evolucionista es incompatible con el materialismo.
La materia originaria de que parte una filosofía materialista,

134
es incapaz de evolución. Esta materia es en sí la última
sustancia. En la teoría materialista, la evolución queda re-
legada al papel de ser otra palabra para la descripción de los
cambios de las relaciones exteriores entre porciones de mate-
ria. Nada hay para evolucionar, ya que una serie de rela-
ciones externas es tan buena como cualquier otra serie de
relaciones externas. Puede hab er simplemente cambio, pero
sin propósito ni progreso. Y, sin embargo, toda la t esis de
la doctrina moderna es la evolución de los organismos com-
plejos a partir de estados antecedentes de organismos menos
complejos. La doctrina proclama, de esta suerte, que una
concepción de organismo es fundamental para la naturaleza.
Requiere también una actividad subyacente -una actividad
sustancial- que se exprese en encarnaciones individuales
y que evolucione en logros de organismo. El organismo es
una unidad de valor emergente, una fusión real de los ca-
racteres de los objetos eternos, emergiendo por sí mismos.
ASÍ, en el proceso de analizar el carácter de la naturaleza
en sí, el!.contramos que la emergencia de organismos depen-
de de una actividad selectiva afín al propósito. La tesis es
que los organismos durables son ahora el resultado de la
evolución, y que, fuera de estos organismos, nada más hay
que dure. En la teoría materialista hay materia -como
los cuerpos o la electricidad- que perdura. En la orgánica,
las únicas durabilidades son las estructuras de actividad, y
las estructuras son evolutivas.
Las cosas durables son, pues, resultado de un proceso
temporal, mientras que las eternas son los elementos reque-
ridos por la misma esencia del proceso. Podemos dar una
definición precisa de durabilidad del modo siguiente: Sea A
un acaecimiento penetrado por un módulo estructural dura-
ble. Entonces A puede ser subdividido exhaustivamente en
una sucesión temporal de acaecimientos. Sea B una parte
cualquiera , de A, obtenida sacando cualquiera de los acaeci-
mientos pertenecientes a una serie que así subdivide a A.
Entonces el módulo durable es un módulo de aspectos den-
tro del módulo completo prehendido en la unidad de A,
y es también un módulo dentro del módulo completo pre-
hendido en la unidad de todo sector t emporal de A, tal co-

135
mo B. Por ejemplo, una molécula es un módulo exhibido en
un acaecimiento de un minuto, y de todo segundo de ese
minuto. Es obvio que semejante módulo durable puede ser
de mayor o menor importancia. Puede expresar algún h e-
cho insignificante que conecte las actividades subyacentes
así individualizadas; o puede expresar alguna conexión muy
estrecha. Si el módulo que dura es simplemente derivado
de los diferentes aspectos del ambiente ext erno reflejado en
los puntos de vista de las diversas partes, entonces la du-
rabilidad es un hecho extrínseco de escasa importancia; p ero
si el módulo durable se deriva totalmente de los aspectos
directos de las varias secciones t emporales del acaecimiento
en cuestIón, entonces la durabilidad es un hecho intrínseco
importante. Expresa una cierta unidad de carácter que une
las actividades individualizadas subyacentes. Hay entonces
un objeto durable con cierta unidad para sí y para el resto
de la naturaleza. Usemos el término "durabilidad física" pa-
ra expresar la durabilidad de este tipo. Entonces, durabili-
dad física es el proceso de inherir continuamente cierta iden-
tidad de carácter trasmitida a través de una ruta histórica
de acaecimientos. Este carácter pertenece a toda la ruta, y a
todo acaecimiento de la ruta. Esta es la propiedad exacta de
la materia. Si ha existido durante diez minutos, existió du-
rante cada minuto de aquellos diez y durante cada uno de
los segundos de todo minuto. Unicamente tomando la 1na-
teria como lo fundamental, esta propiedad de durabilidad
es un hecho arbitrario en la base del orden de la naturaleza;
pero si tomamos el organis1no como fundamental, esta pro-
piedad es el resultado de la evolución.
A primera vista parece que un objeto físico, con su pro-
ceso de herencia de sí mismo, fuese independiente del am-
biente. Pero esa conclusión no está justificada. En efecto,
sean B y e dos secciones sucesivas en la vida de un objeto
tal que e suceda a B. Entonces el módulo durable en e es
heredado de B, y de otras partes antecedentes análogas de
su vida. Es trasmitido a e a través de B. Pero lo trasmitido
a e es el módulo completo de los aspectos derivados de un
acaecimiento tal como B. Estos módulos completos inclu-
yen el influjo del ambiente sobre B, y sobre las demás par-

136
tes antecedentes de la vida del objeto. Así, los aspectos com-
pletos de la vida antecedente son h eredados como el mó-
dulo parcial que dura a través de todos los varios períodos
de la vida. De esta suerte, un ambiente favorable es esen-
cial para el mantenimient o de un objeto físico.
La naturaleza, tal como la conocemos, comprende enor-
mes permanencias. H ay las permanencias de la vida ordi-
naria. Las moléculas contenidas en las rocas más anti-
guas conocidas por los geólogos, pueden hab er existido sin
cambio durante más de mil millones de años, no sólo sin
haber cambiado en sÍ, sino, además, tampoco en sus dispo-
siciones relativas entre sÍ. E n aquel lapso el número de pul-
saciones de una molécula que vibrara con la frecuenci a de
la luz amarilla del sodio, sería aproximadamente de 16,3
X 10 22 = 163.000 X (10 6 ) 3. H asta hace poco tiempo, un áto-
mo era indestructible aparent emente. Ahora lo sabemo s me-
jor. P ero el átomo indestructible ha sido sucedido por el
electrón aparentemente indestructible y por el protón in-
destructible.
Otro h echo que necesita explicación es la gran seme-
janza de estos objetos prácticament e indestructibles. To-
dos los electrones son muy semcjantcs entre sÍ. No scrÍa
lícito ir más allá de lo demostrado y decir que son idén-
ticos; en t odo caso, nuestros poderes de observación no des-
cubren diferencias de ninguna clase. D e un modo análogo,
todos los núcleos de hidrógeno son parejos. Ad emás, nota-
mos el gran número de esos objetos análogos. Los hay a
montan s. P ar ece como si cierta similaridad resultara con-
dición favorable para la durabilidad . T ambién el buen sen-
tido sugiere esta conclusión. Para que puedan supervivir, es
necesario que los organismos trabajen conjuntamente.
En consecuencia, la llave para el mecanismo de la evolu-
ción es la necesidad, para la volución, de un ambiente pro-
picio, conjuntam nte con la evolución de todo tipo especí-
fico de organismos durables de gran permanencia. Todo ob-
jeto físico que por su influjo deteriora su ambiente, comete
un suicidio.
Uno de los modos más simples de desarrollar un ambiente
favorable concomitantemente al desarrollo del organismo

137
individual, es que el influjo de cada organismo sea. favor~ble
a la durabilidad de los demás organismos del mIsmo tIpO.
Si, además, el organismo favorece también el desarrollo de
otros organismos del mismo tipo, habremos obtenido en-
tonces un mecanismo de evolución adecuado para producir
el estado observado de grandes multitudes de entes análo-
gos, con elevada capacidad de durabilidad, puesto que el
ambiente se desarrolla automáticamente con la especie, y
ésta con el ambiente.
La primera cuestión que debemos plantearnos es si hay
alguna prueba directa de semejante mecanismo de la evo-
lución de organismos durables. En la naturaleza examinada,
conviene recordar que no sólo hay organismos básicos cu-
yos ingredientes sean simplemente aspectos de objetos eter-
nos; hay también organismos de organismos. Supongamos
por un momento ·y para mayor simplicidad, aunque no ten-
gamos ninguna prueba de ello, que los electrones y los nú-
cleos de hidrógeno sean esos organismos básicos. Entonces
los átomos, y las moléculas, son organismos de un tipo más
elevado, que representan, además, una unidad orgánica de-
finida compacta. Pero cuando llegamos a agregados más
grandes de materia, la unidad orgánica se desvanece hacia
el fondo. Resulta ser sólo opaca y elemental. Existe, pero el
módulo es vago e indeciso. Es un mero agregado de efec-
tos. Cuando llegamos a los seres vivos, reaparece lo definido
del módulo, y el carácter orgánico vuelve a recuperar la
prominencia. En consecuencia, las leyes características de la
materia inorgánica son principalmente los promedios esta-
dísticos resultantes de agregados confusos. Distan tanto de
arrojar luz sobre la naturaleza última de las cosas que os-
curecen y obliteran los caracteres individuales de los orga-
nismos individuales. Si deseamos arrojar luz sobre los he-
chos que se refieren a los organismos, tenemos que estudiar
las moléculas y electrones individuales o los seres vivos in-
dividuales. Entre unos y otros encontramos una confusión
relativa. En este caso, la dificultad de estudiar la molécula
estriba en que conozcamos tan poca cosa de su historia-de-
la-vida. Es imposible tener a un individuo en continua ob-
servación. En general, nos ocupamos de ellos en grandes

138
agreg~dos. Por lo que a los individuos se refiere, un gran
expenmentador proyccta a veces con dificultad una luz vi-
vÍsima sobre uno de ellos, y observa justamente un tipo de
cfecto instantáneo. Por consiguiente, la historia del funcio-
nami ento de las moléculas individuales, o de los electrones,
está en gran parte escondida a nuestras miradas.
Pero tratándose de seres vivos, podemos seguir la histo-
ria de los individuos. En este caso encontramos exactamente
el mecanismo que a tal objeto se requiere. En primer lugar,
hay la propagación de la especie por individuos de la misma
especie. Hay también la preparación cuidadosa del ambiente
propicio para la persistencia de la familia, de la raza, o la
producción de semilla en el fruto.
Es evidente, sin embargo, que he explicado en términos
que resultan demasiado simples el mecanismo evolucionista.
Encontramos asociadas especies de cosas vivas, que se pro-
porcionan mutuamente un ambiente propicio . Así, exacta-
mente igual que los miembros de la misma especie se ayu-
dan mutuamente, se ayudan también entre sí los miembros
de las especies asociadas. Encontramos el hecho rudimen-
tario de la asociación en la existencia de las dos esp cies:
electrones y núcleos de hidrógeno. La simplicidad de la
asociación dual y la aparente ausencia de competencia pro-
ccdente de otras especies antagónicas, contribuyen a la for-
midable persistencia que encontramos entre ellos.
Hay, pues, dos lados de la maquinaria implicados en el
desarrollo de la naturaleza. Por un lado, hay un ambiente
dado con organismos que se adaptan a él. El materialismo
científico de la época en cuestión insiste en este aspecto.
Parti endo de este punto de vista, hay una cantidad de mate-
ria dada, y sólo un número limitado de organismos pueden
aprovecharse de ella. El caráctcr de dado del ambiente lo
domina todo. Por consiguiente, las últimas palabras de la
ciencia parecían ser la "lucha por la existencia", y la "selec-
ción natural" . Las obras del propio Darwin serán ejemplares
para todos los tiempos por su negativa a ir más allá de la
evidencia directa, y su cuidadosa ponderación de todas las
hipótesis posibles. P ero esas virtudes no resplandecen con
la misma claridad en sus sucesores y menos aún en los de

139
su campo. La imaginación de los sociólogos y publicistas eu-
ropeos quedó empañada por la at ención exclusiva a este
aspecto de los intereses en conflicto. Prevaleció la idea de
que era una nota de sano realismo intelectual el descartar
las consideraciones éticas en la determinación de la gestión
de los intereses comerciales y nacionales.
El otro aspecto de la maquinaria evolutiva, el aspecto
de que se ha hecho caso omiso, es el expresado por la pala-
bra c1·eatividad. Los organismos pueden crear su propio
ambiente. Para este objeto, el organismo aislado es poco
menos que impotente. Para reunir las fuerzas adecuadas se
requieren sociedades de organismos cooperantes. P ero con
esa cooperación y en proporción al esfuerzo invertido, el
ambiente tiene una maleabilidad que altera todo el aspec-
to ético de la evolución.
En los tiempos actuales y en los inmediatamente prece-
dentes impera un estado de perplejidad espiritual. La ma-
yor maleabilidad del ambient.e para la humanidad, como
resultado de los progresos de la t écnica científica, se viene
interpretando en términos de hábitos de pensamiento que
encuentran su justificación en la t eoría de un ambiente
fijo. ,' .. ; 1:1:' 1
El enigma del universo no es t an simple. Hay el aspecto'
ele permanencia en que un determinado tipo de adquisición
es repetido interminablemente por lo que es en sí, y hay el
aspecto de transición a otras cosas, que pu de ser de valor
superior Jo mismo que de valor inferior. Hay también sus
aspectos de lucha y de colaboración amistosa. Pero las
quimeras románticas no están más cerca de la política real
de lo que lo está el altruÍsmo romántico ,

140
,

CAPÍTULO VII

LA RELATIVIDAD

En las anteriores conferencias de este curso h emos exa-


minado las condiciones preced ntes que condujeron al mo-
vimiento científico, y seguimos la marcha del pensamiento
desde el siglo XVII al XIX. En ese último siglo la historia se
dispersa en tres partes en cuanto cabe agruparla alrededor
de la ciencia. Estas divisiones son: el contacto entre el
movimiento romántico y la ciencia, el desarrollo de la t éc-
nica y de la física en la primera parte del siglo y, por último,
la teoría de la evolución combinada con el adelanto general
de las cien cias b iológicas.
La nota domin ante de todo ese período de tres siglos es
que la doctrina del materialismo proporcionaba una base
adecuada para los conceptos d e la ciencia. Era una tesis
prácticamente in discutida. Si se n ecesitaban undulaciones,
se ofrecía el éter para que realizara las funciones de una
materia undulatoria. Para poner de relieve toda la suposi-
ción así implicada, he trazado las líneas generales de una
doctrina alternativa de la teoría orgánica de la nat uraleza.
En la última conferencia se hizo destacar que los desarro-
llos biológicos, la do ctrina de la evolución, la doctrina de
la energía y las teorías mol culares socavaron rápidamente
el prestigio del materialismo ortodoxo. Pero h ast a termi-
nado el siglo nadie había sacado t al conclusión. El ma t e-
rialismo mantenía su plena soberanía.
La nota de la época presente es que con r especto a la
materia, al espacio, al tiempo y a la energía se h an obser-

141
vado fenómenos tan complejos que se ha desvanecido la
simple seO'uridad de las antiguas suposiciones ortodoxas.
Huelga de~ir que no pueden quedar como las dejara Newton
ni siquiera como las dejara Clerk Maxwell. Es de todo punto
necesaria una reorganización. La nueva situación del pen-
samiento de nuestros días surge del h echo de que la teoría
científica va más allá del sentido común. El ajuste here-
dado por el siglo XVIII constituía un triunfo del sentido
común organizado. Se había desembarazado de las fanta-
sías medievales y de los torbellinos cartesianos. En su re-
sultado último había dado rienda suelta a sus t endencias
antirracionalistas derivadas de la r evolución histórica del
período de la R eforma. Se fundaba en lo que todo hombre
de buen sentido podía ver con sus propios ojos, o con un
microscopio de mediana potencia. M edía las cosas que noto-
riamente habían de medirse y generalizaba las que notoria-
mente habían de generalizarse. Por ej emplo, generali zaba
las concepciones ordinarias de peso y solidez. El siglo XVIII
se había inaugurado con la confianza tranquila de que en
último extremo se había emancipado del absurdo. En la
actualidad nos encontramos en el polo opuesto del pensa-
miento. Sólo Dios sabe si lo que parece un absurdo, no po-
drá ser demostrado mañana como verdad. Hemos vuelto a
algunas de las entonaciones de los primeros tiempos del si-
glo X I X , aunque en un nivel imaginativo superior.
La razón de que nos encontremos en un nivel imaginativo
superior estriba no en que t engamos una imaginación más
refinada, sino en que poseemos mejores instrumentos. El
acontecimiento más importante ocurrido en la ciencia du-
rante los últimos cuarenta años, ha sido el progreso de sus
obj etos instrumentales. Este progreso ha sido debido en
parte a unos pocos hombres geniales, t ales como Michelson
y los ópticos alemanes. E s debido también al progreso del
proceso técnico de la manufactura, especialmente en el
sector de la metalurgia. El inventor tiene actualmente a
su disposición multitud de materiales de propiedades físi-
cas diferentes. D e esta suerte puede contar con que ob-
tendrá el material que desee, y éste puede darle margen a
las formas que desea, dentro de muy estrechos límites de

142
tolerancia. Estos instrumentos han puesto al pensamiento
en un nu evo nivel. Un instrumento nuevo actúa a modo
de viaje por el extranjero, pues presenta las cosas en com-
binaciones insólitas. E l beneficio obtenido es más que una
mera adición : es una transformación. Los adelantos en la
ingeniosidad experimental son quizás debidos también a la
mayor proporción de medios nacionales que en la actuali-
dad se consagran a las investigaciones científicas. En todo
caso, cualquiera que sea la causa, los experimentos sutiles
e ingeniosos han abundado dentro de la pasada generación,
y el resultado de ello ha sido que una gran cantidad de
informaciones se ha acumulado en regiones de la naturaleza
muy alejadas de la experiencia ordinaria de los hombres.
Dos famosos experimentos -uno ideado por Galileo en
los comienzos del movimiento científico, y otro por Michel-
son con la ayuda de su famo so interferómetro, realizado
por vez primera en 1881 y repetido en 1887 y 1905- ilus-
tran las aserciones que acabo de hacer. Galileo dejó caer
desde lo alto de la t orre inclinada de Pisa objetos pesados,
y demostró que cuerpos de pesos diferentes, soltados simul-
táneamente, llegarían juntos al suelo. En cuanto a habilidad
de experimentación y a perfección del instrumental emplea-
do, est e experimento podía hab erse hecho perfectamente
dentro de los cinco mil años anteriores. Las ideas impli-
cadas se referían simplemente a peso y velocidad de movi-
miento, ideas familiares en la vida ordinaria. Todo este
grupo de ideas pudo haber sido corriente entre los alle-
gad os del rey M inos de Creta cuando desde las altas mu-
rallas que se erguían en la costa dejaban caer piedras al
mar. No nos es posible demostrar muy detalladamente
que la ciencia se iniciara con la organización de experien-
cias ordinarias. F ué de este modo qu e confluyó tan pron-
t ament e con los criterios antirracionalistas de la reb elión
histórica. No fué indagando los sentidos últimos. Se limitó
a investigar las conexiones reguladoras de la sucesión de
fenómenos notorios.
El experimento de Michelson no pudo ser efectuado antes
del tiempo en que lo fué. Para él se requería el progreso
general de la técnica y el genio de Michelson. Se refiere

143
a la determinación del movimiento de la Tierra a través
del éter, y supone que la luz consta de ondas de vibración
que avanzan de un modo fijo a través del éter en todas
direcciones. También, desde luego, que la Tierra se mueve
a t ravés del éter y el aparato de Michelson con la Tierra.
En el centro del aparato un rayo de luz se divide de suerte
que una mitad del rayo va en una dirección a lo largo del
aparato durante una distancia dada, r eflejándose luego ha-
cia el centro por un espejo que hay en el aparato. La otra
mitad del rayo recal'l'e la misma , distancia a través del apa-
rato en una dirección que corta en ángulo recto el rayo
anterior y reflejándose también luego en el cent ro . Estos
rayos r eunidos se reflejan entonces en una pantalla en el
aparato. Tomando las precauciones necesarias, se verán
fajas de interferencia, a saber, bandas de oscuridad donde
las crestas de las ondas de uno de los rayos hayan ocupado
las depresiones de los demás rayos, debidas a una escasa
diferencia en las longitudes de trayectoria de los dos me-
dios rayos, hasta ciertas partes de las pantallas. Estas dife-
r encias de longitud resultarán afectadas por el movimiento
de la Tierra, puesto que lo que cuenta son las longitudes
de trayectoria en el éter. Así, dado que el aparato se mueve
con la Tierra, la trayectoria de un medio rayo resultará
alterada por el movimiento de un modo diferente que la
trayectoria del otro medio rayo. Imaginémonos a nosotros
mismos moviéndonos en un vagón de ferrocarril, primero a
lo largo del tren y luego a través del tren, y fijémonos en
nuestra trayectoria en la marcha del ferrocarril, que en
est a comparación corresponde al éter. En este momento,
el movimiento de la Tierra es muy lento comparado con el
de la luz. ASÍ, en esta analogía t enemos que concebir al
tren casi como parado y a nosotros mismos como mo-
viéndonos muy rápidamente.
En el experimento, este efecto del movimiento de la Tie-
rra afectaría a las posiciones de las fajas de interferencia
sobre la pantalla. Además, si se hace girar el aparato, por
un ángulo recto, el efecto del movimiento de la Tierra sobre
los dos medios rayos será intercambiado, y trasmudadas
las posiciones de las fajas de interferencia. Podemos cal-

144
cular el pequ eño cambio que resultaría como consecuencia
del movimiento de la Tierra ah'ededor del Sol. Además, hay
que añadir a este efecto el debido al movimiento del Sol a
través del éter. La exactitud del instrumento puede ser
aquilatada, y probarse que estos efectos de desviación son
lo bastante grandes para que aquél los registre. Pero el
caso es que nada se observó . No se produjo desplaza-
miento al dar vuelta al instrumento.
La conclusión es que la Tierra se halla siempre estaci -
naria en el ét er o que hay algo equivocado en los principios
fundamentales en que se basa la interpretación del expe-
rimento , Huelga decir que en este experimento nos halla-
mos muy lejos de los juegos e ideas de los hijos del r ey de
Minos. Las ideas de un éter, de ondas en él, del movimiento
de la Tierra a través del éter y del interferómetro de Mi-
chelson, están muy alejadas de la experiencia ordinaria.
Pero por, remotas que estén, son simples y evidentes com-
paradas con la explicación aceptada para el resultado
frustrado del experimento.
Esta explicación se b asa en que las ideas de espacio y
tiempo empleadas en la ciencia están concebidas con exce-
sivo simplismo y necesitan ser modificadas. Esta conclu-
sión constituye un desafío directo al sentido común, porque
la ciencia anterior h abía alambicado solamente sobre las
concepciones ordinarias de la gente corriente. Semejante
reorganización radical de las ideas no habría sido adopt ada
si no hubiese contado también con el apoyo de varias otras
experiencias que no es necesario examinar aquí. Alguna
forma de la teoría de la relatividad parece ser el camino
mis simple para explicar un gran número de hechos que
dc no hacerlo así requerirían cada uno de ellos una explica-
ciól1. ad hoc. Esta t eoría, por consiguiente, no cuenta sim-
plemente con los experimentos que dieron lugar a ella.
E t punto central de la explicación es que todo instru-
mento, t al como el aparato usado por Michelson en su expe-
rimento, regi stra n ecesariamente la velocidad de la luz como
t eniendo una sola velocidad definida con respecto a él.
Quiero decir que un interferómetro en un cometa y un
interfel'ómetro en la Tierra darían necesariamente la velo-

145
cidad de la luz, con respecto a sí mismos, como teniendo el
mismo valor. Esto es una paradoja notoria, puesto que la
luz se mueve a través del ét er con una velocidad definida.
E n consecuencia, de dos cuerpos, el cometa y la Tierra,
que se muevan a través del éter con velocidades desiguales,
cabría esperar que tuvieran velocidades diferentes con res-
pecto a rayos de luz. Examinemos, por ejemplo, dos auto-
móviles en una carret era, corriendo respectivamente a diez
y v einte millas por hora, que sean pasados por otro auto-
móvil a cincuenta millas por hora. El automóvil rápido
pasará a uno de los otros dos a la velocidad r elativa de
cuarenta millas por hora, y al otro a razón de treinta millas
por hora. Por lo que hace a la luz, se alegará que sust itu-
yendo al automóvil rápido por un rayo de luz, la velocidad
de la luz a lo largo de la carretera sería exactamente la
mi sma que su velocidad con relación a cualquiera de los
dos automóviles que pasa. La velocidad de la lu z es inmen-
samente grande, pues es de unos trescientos mil kilómetros
por segundo. Nuestras concepciones del espacio y del tiem-
po deben ser tales que precisamente esta velocidad tenga
est e carácter peculiar. D e ahí se sigue que todas nuestras
nociones de velocidad relativa necesitan ser objeto de nuevo
est udio. P ero estas nociones son el resultado inmediato
de nuestras nociones habituales relativas a espacio y tiempo.
Esto no s hace volver al punto de vista de que algo ha sido
pasado por alto en las exposiciones corrientes de lo que
entendemos por espacio y de lo que entendemos por ti empo.
Pues bien, nuestra suposición fundamental corriente es
que hay un significado único que deba darse al espacio y
un significado úni co que deba darse al t iempo, de suerte
que cualquiera que sea el significado que se dé a las rela-
ciones espaciales con respecto al instrumento situado en la
Tierra, el mismo significado deberá darse a ellas con r es-
pecto al instrumento situado sobre el cometa, y el mismo
significado a un instrumento situado en cualquier ot ra
parte del éter. Esto es lo que niega la t eoría de la relati-
vidad. Por lo qu e hace al espacio, no hay dificultad en
aceptar esta negativa si pensamos en los hechos notorios del
movimiento relativo. Pero incluso en este caso el cambio

146
de significado tiene que ir más allá de lo que el sentido
común sancional'Ía. Además, la misma exigencia se plantea
para el tiempo, de suerte que la calendación relativa de
acaecimiento s y los lapsos entre ellos, han de ser compu-
tados como diferentes por un instrumento situado en la
Tierra, por otro situado en el cometa y por otro instru-
mento en el resto del éter. Es una violencia mayor que
se le hace a nuestra credulidad. No necesitamos probar
más esta cuestión que la conclusión de que para la Tierra
y para el cometa, espacialidad y t emporalidad han de t ener
significados diferentes cuando diferentes sean las condicio-
nes, tales como las que se dan en la Tierra y en el cometa.
Por consiguiente, la velocidad tiene significados diferentes
para los dos cuerpos. Así, la suposición científica moderna
es que cualquier cosa que t enga la velocidad de la luz con
referencia a cualquier significación de espacio y tiempo, la
misma velocidad tiene según cualquier otra significación de
espacio y tiempo.
Es un golpe rudo para el materialismo científico clásico,
que presupone un in stante actual definido, en el cual todas
las cosas son simultáneamente reales. En la teoría mo-
derna no existe semejante instante actual único. Pode-
mos encontrar un significado para la noción de instante
simultáneo a través de toda la naturaleza, pero será un
significado diferente para difer entes concepciones de la
temporalidad .
Ha habido una tendencia a dar una interpretación sub-
jetivista extrema a esta nueva doctrina. Lo digo en el
sentido de que la relat ividad de espacio y tiempo ha sido
construí da como si fu era dependiente de la elección del
observador. Es perfectamente legítimo traer a colación
al observador, si facilita las explicaciones; pero es el cuerpo
del observador lo que reclamamos, no su espíritu. Incluso
este cuerpo es útil solamente como un ejemplo de una
forma de aparato muy familiar. En conjunto, es mejor
concentrar la atención en el interferómetro de M ichelson y
dejar fu era del cuadro el cuerpo y el espíritu de Michelson.
La cuestión es saber por qué el interferómetro tenía fajas
negras en su pantalla y por qué estas fajas no se desviaban

147
ligeramente a medida que el instrumento giraba. La nueva
relatividad asocia espacio y t iempo con una intimidad hasta
ahora inusitada, y presupone que su separación en el hecho
concreto puede obtenerse por modos alternativos de abs-
tracción dotados de significados alternativos. Pero todo mo-
do de abstracción dirige la atención hacia algo que está en
la naturaleza, y con este motivo lo aisla con el objeto de
contemplarlo . E l hecho pertinente para el experimento es la
aplica.bilidad del interferómetro a uno solo entre los varios
sistemas alternativos de estas relaciones espacio-temporales
existentes entre entes naturales.
Lo que ahona debemos p edirle a la filo sofía es que de la
condición del espacio y del tiempo en la naturaleza nos
dé una interpretación tal que deje margen a la posibilidad de
significados alternativos. Estas conferencias no están indi-
cadas para descender a detalles; pero nada impide que
señalemos dónde hay que buscar el origen de la discrimi-
nación entre espacio y tiempo. Yo presupongo la t eoría
orgánica de la naturaleza, que h e esbozado como base de
un obj etivismo radical.
Un acaecimiento es la captación en unidad de un módulo
de aspectos. La efectividad de un acaecimiento más allá
de sí mismo, surge de los aspectos de él que pasan a formar
las unidades prehendidas de otros acaecimientos. Salvo tra-
tándose de los aspectos sistemáticos de la figura geomé-
trica, esta efectividad es trivial si el módulo reflejado se
enlaza simplemente con el acaecimiento como conjunto. Si
el módulo persist e a través de las partes sucesivas del
acaecimiento, y se presenta también en el conjunto, de
suerte que el acaecimiento sea la historia-de-la-vida del
módulo, entonces, en virtud de ese módulo durable, el acae-
cimiento gana en efectividad externa, puesto que su propia
efectividad es reforzada por los aspectos análogos de todas
sus partes sucesivas. E l acaecimiento constituye un valor
modélico con una durabilidad inherente a través de sus
propias partes, y por razón de esta durabilidad inherente
el acaecimiento es de importancia para las modificaciones
de su ambient e.
Es en esta durabilidad del módulo qu e el tiempo se

148
distingue del espacio. El módulo es cspacialmente ahom.
y esta dcterminación t emporal constituye su relación con
cada acaecimiento parcial, porque está reproducida en esta
s,:cesión ~empora! de estas partes spaciales de su propia
vIda. QUIero decIr que esta regla particular de orden tem-
poral p ermite que el módulo se r produzca en cada desvia-
ción temporal de su historia. Por decirlo así, todo obj eto
durable descubre en la naturaleza y requiere de la natura-
leza un principio qu e discrimine espacio y tiempo. Este
principio podría existir aparte d 1 hecho de un módulo
durable; pero sería lat ente y trivial. Así, la importancia
del espacio como opuesto al tiempo y la del tiempo como
opuesto al espacio, se ha acrecentado con el desarrollo de
los organismos durables. Los objetos durables tienen el
significado de una diferenciación entre espacio y tiempo en
orden a los módulos que entran como elementos integran-
t es en acaecimientos, y, a la inversa, la diferenciación entre
espacio y tiempo en los módulos que entran como elementos
integrantes en acaecimientos, expresa la tolerancia de la co-
munidad de acaecimientos para obj eto s durables. Podría
haber comunidad si n objetos, p ero no obj etos durables sin
la com midad y su peculiar tolerancia para ellos.
Es de todo punto necesario no dar a este extremo una
interprdación errónea. Durabilidad significa que un mó-
dulo que se presenta en la prehensión de un acaecimiento,
se p 'esenta también en aquellas de sus partes que están
discriminadas por cierta regla. N o es verdad que toda
parte del acaecimiento entero responda al mismo módulo
que el conjunto; por ejemplo, examinando el módulo cor-
poral total presentado por un cuerpo humano durante un
minuto, uno de sus pulgares durante ese mismo minuto
es parte del acaecimiento corporal conjunto, pero el módulo
de esa parte es el módulo del pulgar y no el de todo el
cuerpo. Así, pues, la durabilidad requiere una regla defi-
nida para obtener las partes. E n el ejemplo ant erior sa-
bemos de inmediato cuál es la regla: hay que tomar la
vida de todo el cuerpo durant e toda porción de ese mismo
minuto; por ejemplo, durante un segundo o una décima de
segundo. Dicho con otras palabras : el significado de la

149
durabilidad presupone un significado para el lapso dentro del
continuo espacio-temporal.
Se plantea ahora la cuestión de si todos los obj etos dura-
bles ost entan el mismo principio de diferenciación ent re
espacio y tiempo, o incluso de si en diferentes fases de su
propia bistoria-de-Ia-vida un objeto no variará en su dis-
criminación espacio-temporal. Hasta hace muy pocos años,
todo el mundo suponía sin vacilar que sólo podía descu-
brirse un principio como ése; en consecuencia, el tiempo
t endría exactamente el mismo significado con respecto a la
durabilidad tratándose de un objeto que t ratándose de la
durabili dad de otro objeto, resultando, por consiguiente,
que las relaciones espaciales t endrían un significado único .
Pero ahora parece que la efectividad observada de losobje-
tos sólo pued e e 'plicarse suponiendo que objetos en estado
de movimiento entre sí, utilizan, para su durabilidad, sig-
nificados de espacio y tiempo no idénticos de un obj et o a
otro . Todo obj eto durable debe ser concebido como en
reposo en su propio espacio, y en movimient o por cualquier
espacio definido, de un modo que no es el inherent e a su
durabilidad particular. Si dos objetos se encuentran ent re
sí en posición de reposo, utilizan los mismos significados
de espacio y de t iempo a los efectos de expresar su dura-
bilidad, pero si están en movimiento relativo sus respecti-
vos espacios y tiempos son diferentes. D e ahí se sigue que
si podemos concebir un cuerpo en una fase de su hi storia-
de-la-vida como hallándose en movimiento con relación a
sí mismo en otra fase, entonces el cuerpo utilizará en
estas dos fases diferentes significados de espacio, y, corre-
lativamente, diferentes significados de tiempo.
E n una fi losofía orgánica de la naturaleza nada hay que
decidir entre las hipótesis antiguas de la unicidad de la
discriminación de t iempo y las nuevas hipótesis de su
multiplicidad. Es puramente una cuestión de evidencia
obtenida de observaciones l.
En una conferencia anterior dij e que un aCaeCImIento
tiene coetáneos. Es una cuestión interesante la de saber si,

1 Cf. mis Princl:ples o[ Natut"al Knowledge, secc. 52: 3.

150
a base de la nueva hipótesis, puede ser hecha esa afirma-
ción sin la cualificación de una r eferencia a un sistema de-
finido de espacio-tiempo. Es posible hacerlo así, cn el sen-
tido de que en uno 1¿ ot1'O sistema de tiempo los dos
acaecimientos son simult áneos. En otros sistemas de tiem-
po, los dos acaecimientos coetáneos no serán simnltáneos,
¡aunque coincidan. Análogamente, un acaecimiento prece-
derá a otro sin calificación si en todo sist ema de tiempo se
da esa preccdencia. Es evident e que si partimos de un
acaecimiento dado A , otros acaecimientos en general están
divididos en dos series, a saber: los que sin calificación son
coetáneos de A y los qu e preccden o suceden a A. Pero
habrá un a serie dejada fuera, a sab er: los acaecimientos que
enlazan las dos series. T enemos ah í un caso crítico. Re-
cOl·demo s que tenemos un caso crítico de que deb emos dar
razón, a saber : la velocidad teórica de la luz in vacuo 1 .
Recordemos también que la utilización de sistemas espacio-
t emporales difercntes significa el movimiento r elativo de los
objetos. Si anali zamos esta relación crítica de una serie
especial de acaecimientos con cualquier acaecimiento dado
A, encontramos la explicación de la velocidad crítica que
int eresamos . Presc;ndo de detalles. Es cvidente que la cxac-
tit ud de la afirmación debe mostrarse con la exposición
de puntos, líneas e in stantes. Además, que el origen de la geo-
mctrÍa debe ser sometido a examen; por ejemplo, la men-
suración de las longit udes, la rectitud de las líneas, la lisura
de los planos y la perpendicularidad. Guiándome por la teo-
ría de la abstracción ext ensiva, emprendí en obras anteriores
la t area de desarroll ar estas investigaciones; pero para est as
conferencias resultaría de un carácter excesivamen t e t écnico.
Si no pudiese atribuirse ningún significado definido a las
relaciones de distancia, es evidente que la ley de gravitación
necesit aría ser formulada en otros t érminos, puesto que la
fórmula que expresa esa leyes que dos partículas se atraen
entre sí en proporción directa al producto de sus masas e
inversa al cuadrado de sus distancias. E ste enunciado pre-

1 No se trata de la velocidad de la luz en un campo gravi-


tacional o en un medio de moléculas y electrones.

151
supone tácitamente que existe un signific ado definido que
debe atribuirse al instante en que se examina la atracción,
y también que debe asignarse un significado definido a
distancia. Pero distancia es una noción puramente espacial,
de suerte que en la nueva doctrina hay un número indefini-
do de tales significados, según sean los sistemas espacio-tem-
porales que adoptemos. Si por lo que afecta a su relación
mutua dos partículas se hallan en reposo, podemos aceptar
como buenos los sistemas de espacio-tiempo que respectiva-
mente utilicen. D esgraciadamente, esta sugerencia nada nos
indica en cuanto al procedimiento que debamos seguir cuan-
do no se hallen en repo so, por lo que afecta a su relación mu-
tua. PDr consiguiente, es necesario formular de nuevo la
ley de forma que no presuponga ningún sistema particular
de espacio-tiempo. Es lo que hizo E instein. Naturalmente,
el resultado es más complicado, pues introdujo en la fí sica
matemática métodos de la matemática pura que hacen a la
fórmula independiente de los sistemas particulares de espa-
cio-tiempo adoptados. La nueva fórmula presenta varios
pequeños efectos que no figuran en la ley de Newton, aun-
que en los efectos mayores la ley de E instein coincide con
la de Newton. Pues bien, estos efectos extra de la ley de
Einstein sirven para explicar irregularidades de la órbita
del planeta Mercurio que resultaban inexplicables con la
ley de Newton. Ello constituye una circunstancia de peso
en favor de la nueva teoría. Es sumamente notable que
haya más de una fórmula alternativa -basada en la nueva
t eoría de los sistemas de espacio-tiempo múltiples- que
tiene la propiedad de abarcar la ley de Newton y, además,
de explicar las peculiaridades del movimiento de Mercurio .
El único método de elegir entre aquéllas es aguardar a una
demostración experimental relativa a aquellos efectos en
que esas fórmulas difieren. Probablemente la naturaleza
sea absolutamente indiferente a las preferencias estéticas
de los matemáticos.
Nos queda por añadir solamente que Einstein rechazaría
probablemente la t eoría de los sistemas múltiples de espa-
cio-tiempo que he venido exponiendo en estas conferencias,
porque acaso interprete su fórmula en t érminos de contor-

152
siones de espacio-tiempo que alteren la t eoría de invaria-
bilidad para las propiedades de la. medición, y en t érminos
de tiempos propios para cada ruta histórica. Su modo de
formulación tiene la ventaja de la gran simplicidad mate-
mática, y sólo permite una ley de gravitación, excluyendo
las alternativas. Pero en cuanto a mí, no veo que pueda
reconciliarse con los hechos dados de nuestra experiencia
en materia de simultaneidad ni con el ajust e espacial. Exis-
t en, además, otras dificultad es de carácter más abstracto.
La teoría de la relación entre acaecimientos, a que hemos
llegado en este punto, se basa en primer lugar en la doctrina
de que el estar relacionado un acaecimiento lo constituyen
todas las relaciones internas, en cuanto ese estar r elacionado
afecte a ese acaecimiento, aunque no de un modo necesario
en cuanto afecte a otros Telata. Por ejemplo, los objetos
externos de esta suerte implicados, son referidos de un modo
externo a acaecimientos. Este interno estar r elacionado
es la razón de que un acaecimiento pueda ser encontrado
únicamente en el lugar preciso en que está y del modo en
que está; es decir, precisamente una serie de relaciones
definida, puesto que t oda relación figura en la esencia del
acaecimiento, de suerte que, fuera de esa relación, el acaeci-
miento no sería el mi smo. E sto es lo que significa la con-
cepción misma de relaciones internas. En realidad, lo co-
rriente y hasta universal ha sido sost ener que las r elaciones
espacio-temporales son externas. Es la doctrina impugnada
en estas conferencias.
La concepción del estar relacionado internamente, implica
el análisis del acaecimiento en dos factores, uno de los cua-
les es la actividad subyacente de individualización y el otro
el complejo de aspectos - es decir, el complejo de relaciones
internas en cuanto figura en la esencia del acaecimiento
dado- unificados por esa actividad individualizad ora. Di-
cho con otras palabras: el concepto de relaciones internas
requiere el concepto de sustancia en cuanto actividad
sintetizadora de las relaciones que det erminan su carácter
emergente. El acaecimiento es lo que es, a causa de la uni-
ficación en sí de una multipli cidad de relaciones. E l es-
quema general de estas relacion s mutuas es una abs"trac-

153
ció n que presupone que cada acaecimiento es un ente inde-
pendiente, y como no es así, se plantea la cuestión acerca de
qué remanente de estas relaciones formativas se úeja enton-
ces con el carácter de relaciones externas. Expresado de est e
modo imparcial, el esquema ele relaciones pasa a ser el es-
quema de un complejo de acaecimientos diversamente re-
feridos como conj untos a partes y a modo de partes aso-
ciadas dentro de uno u otro conjunto singular. Incluso en
tal caso, la relación interna se impone a nuestra atención,
puesto que evidentemente la parte es constitutiva del todo.
Además, un acaecimiento aislado que haya perdido su con-
dición en cualquier complejo de acaecimientos, es igualmen-
te excluí do por la misma naturaleza de un acaecimiento .
De esta suerte, el carácter interno de la relación se muestra
realmente a través de este esquema imparcial de relaciones
externas abstractas.
Pero esta presentación del universo r eal como ext ensivo
y divisible, ha dejado fuera la d:stinción entre espacio y
ti empo. De hecho, ha dejado fuera el proceso de realiza-
ción, que es el ajuste de las actividades sintéticas en virtud
del cual los varios acaecimientos pasan a ser realizados.
Este ajuste s el ajuste de las sustancias activas subya-
centes, y en él se presentan estas sustancias como las in-
dividualizaciones o modos de la sustancia única de Spino-
za. Es est e ajuste lo que introduce el proceso t emporal.
Así, en algún sentido, el tiempo, en su carácter de ajuste
del proceso de realización sintética, se extiende más allá del
continuo espacio-temporal de la nat uraleza 1. En este sen-
tido no es necesario que ese proceso temporal esté constituído
por una serie singular de sucesión lineal. Por consiguiente, pa-
ra satisfacer la demanda actual de hipót esis científicas, pre-
sentamos la hipótesis metafísica de que no es ést e el caso. Lo
que suponemos (basándonos en la observación directa) es,
sin embargo, que cse proceso temporal de realización puede
ser analizado en un grupo de procesos seriales lineales .
Cada una de estas series lineales es un sistema de espa-
cio-tiempo. Para apoyar esta suposición de procesos seria-

1 Cf. mi Concept oi Nat2we) cap. 1II.

154
les definidos, citaremos: 10, la presentación inmediata por
los sentidos de un universo extenso más allá de nosotros y
simultánea?nente a nosotros; ~o, la aprehensión intelectual
de un significado para la cuestión relativa a qué es lo que
está sucediendo en este mismo 'mOmento en regiones situa-
das más allá del alcance de nuestros sentidos, y 39 , el aná-
lisis de lo implicado en la durabilidad de objetos emergen-
t es. Esta durabilidad de objetos implica el despliegu e de un
módulo en cuanto realizado ahora. E ste despliegue lo es de
un módulo en cuanto inherente a un acaecimiento, pero
t ambién en cuanto presenta un desviamiento temporal de
la naturaleza en cuanto imprime aspectos a objetos eternos
(o, lo que da lo mismo, de objetos eternos en cuanto im-
primen aspectos a acaecimientos) . E l módulo es espacia··
lizado en una duración t otal en beneficio del acaecimiento
en cuya ·esencia fi gura el módulo. El acaecimiento es parte
de la duración, esto es, parte de lo exhibido en los aspectos
inherentes en él mismo, y, a la inversa, la duración es el
total de la naturaleza simultáneamente al acaecimiento, en-
tendido en ese sentido de simultaneidad. De esta suerte, al
realizarse a sí mismo, un acaecimiento despliega un módulo,
y este módulo requiere una duración definida, que se de-
termina por un significado de simultaneidad definido. Ca-
da uno de esos significados de simultaneidad refiere el
módulo así desplegado a un sistema definido de espacio-tiem-
po. La realidad de los sistemas de espacio-tiempo está cons-
tituída por la realización del módulo; pero es inherente al
esquema general de los acaecimientos como constitutivo de
su idoneidad para el proceso temporal de realización.
Adviértase que el módulo requiere una duración que im-
plique un lapso definido y no simplemente un mOIJ:U:!nto
instantáneo. Tal momento es más abstracto, en cuanto
denota m eran~nte cierta relación de contigüidad entre los
acaecimientos concretos. De esta suerte una duración es
espacializada, entendiéndose por "espacial izada" que la du-
ración es el campo para el módulo realizado constitutivo
del carácter del acaecimiento. En cuanto campo del módulo
realizado en la "actualización" de uno de los acaecimientos
que contiene, una duración es una época, es decir, una

155
parada. Durabilidad es la repetición del módulo en acaeci-
mientos sucesivos. Siendo así, la durabilidad requiere una
sucesión de duraciones, cada una de las cuales exhiba el
módulo. En este extremo "tiempo" ha sido separado de
"extensión" y de la "divisibilidad" que se desprende del
carácter de espacio-teIll(poral propio de la extensión. Por
consiguiente, no debemos arriesgarnos a concebir el tiempo
como otra forma de extensividad. El tiempo es mera su-
cesión de duraciones epocales. Pero los entes que ,en este
orden de cosas se suceden entre sí, son duraciones. La
duración es lo que se requiere para la realización de un
módulo en el acaecimiento dado. Así, pues, la divisibilidad
y la extensividad están dentro de la duración dada . La
duración epocal no es realizada vicL sus partes divisibles su-
cesivas, antes bien dada con sus partes . De este modo. la
obj eción que Zenón hubiera podido hacer a la validez con-
junta de dos pasajes de la Crítica de la Razón Pura de
Kant, se solventaría abandonando el primero de esos pasajes .
Me r fiero a los pasajes de la sección "De los axiomas de in-
tuición": el primero de la subsección sobre Cantidad Exten-
siva y el último de la subsección sobre Cantidad Intensiva,
donde se recapitulan las consideraciones relativas a la canti-
dad en general, lo mismo extensiva que intensiva. El primer
pasaj e dice así 1:
"Llamo extensiva a la cantidad en que la representación del
conjunto r esulta posible por medio de la representación de sus
partes, estando) pOI' cons'igtti.ente, precedida por ésta 2. No me
puedo representar ninguna línea, por pequeña que sea, sin tra-
zármela en ,el pensamiento, es decir, sin presentarme todas sus
partes, una tras otra, como partiendo de un punto dado, y así,
antes que nada, trazando su intuición. Lo mismo reza para toda
porción de tiempo, incluso la más pequeña. No puedo pensar
más que en su progr,esión suoosiva de un momento a otro, para
producir así al final, por todas las porciones de tiempo, y su
adición, una cantidad de tiempo definida."

1 Traducción de Mil MÜLLER.

:) Lo subrayado es mío, tanto en este pasaje como en el


segundo.

156
El segundo pasaje dice así:
Esta propiedad peculiar de las cantid ades, de que ninguna parte
de ellas es la par te más pequeña posible (no hay parte indivisi-
ble) , se llama continuidad. Tiempo y espacio son qt¿anta conti-
nua, porque no hay ninguna parte de ellos que no esté encerrada
entre límites (puntos y momentos); ninguna parte de ellos deja
ele ser, a su vez, un espacio o un ti.empo. El espacio consta sola-
mente de espaciosj el tiempo, de tiempos. Los puntos y los mo-
ment,os son sólo limites, meros lugares de limitación, y en cuanto lu-
gares presuponen siempt'e' aquellas intuiciones que se supone limi-
tan o determinan . Meros lugares o partes que pudieran darse antes
°
de espacio tiempo, nunca p odrían componerse en esp acio o tiempo.
Estoy completamente de acu erdo con el segundo extracto
si "tiempo y espacio" es el continuo ext ensivo; p ero este
pasaje no se concilia con el anterior. En efecto, Zenón obje-
taría qu e imp]jca un círculo vicioso. Toda parte de tiempo
implica alguna pequ eña parte de sí mi smo , y así sucesi-
vamente. Por otra parte, esta serie retrotrae en definitiva
a la nada, puesto que el momento inicial carece de duración
y señala simplemen te la relación de continuid ad con un
t iempo anterior. Si hubiésemos de aceptar los dos pasajes,
el tiempo sería imposible. Por mi parte, acept o el segundo
pasaje, p ero rechazo el primero . R ealización es el h acerse
del tiempo en el campo de la extensión; extensión, el com-
plejo de acaecimientos qua sus posibilidades. En la reali-
zación, la pot encialidad pasa a ser "actualidad". Pero el
módulo potencial requiere una duración, y la duración tiene
que hacerse p atente como un todo epocal, por m edio de la
realización del módulo. De esta suerte, tiempo es la suce-
sión de elementos en sí d ivisibles y contiguos . Al hacerse
t emporal, una duración causa por ende realización con res-
pecto a algún obj eto durable. Temporalización es realiza-
ción. Temporalización no es otro proceso continuo. Es
una sucesión atómica. A SÍ , el tiempo es atómico (esto es,
epocal) , a un que 10 t emporali zado sea divisible. Esta doc-
trina es consecuencia de la de los acaecimientos, y de la
naturaleza de los objetos durables. En el capítulo próximo
estudiaremos su aplicabilidad a la teoría del quantum de
la ciencia reciente .

157
Importa notar que esta doctl'Ína del carácter epocal del
tiempo no depende de la doctrina moderna de la relatividad,
sino que se sostiene igualmente -y hasta en realidad más
simplemente- si se abandona esa doctrina. Depende del
análisis del carácter intrínseco de un acaecimiento, conside-
rable como el ente finito más concreto.
Haciendo un nuevo examen de esta argumentación, nó-
t ese, en primer lugar, que la segunda cita de Kant en qu e
se basa, no dep ende de ninguna doctrina peculiar de Kant.
El segundo de estos pasajes está de acu erdo con P latón
contra Aristóteles 1 . En segundo lugar, la argumenta-
ción supone que Zenón no insistió lo bastante en su argu-
mento. Habría debido esgrimirlo contra la noción en sí de
tiempo corriente, y no contra el movimiento, que implica
relaciones de tiempo y espacio, ya que lo que deviene tiene
duración. P em ninguna duración puede llegar a ser a menos
que una duración más pequeña (parte de la anterior) lo
haya logrado anteriormente (primera afirmación de Kant).
El mi smo argumento reza con respecto a esta duración más
pequeña y así sucesivamente. Por otra parte, el callejón
sin salida de estas duraciones converge a la nada, y pre-
cisamente a la opinión de Aristóteles de que no hay primer
momento . Según eso, el tiempo sería una noción irra-
cional. En tercer lugar, en la teoría epocal se resuelve la
objeción de Zenón ya que concibe la t emporalización como
la realización de un organismo completo . Este organismo es
un acaecimiento que mantiene en su esencia sus relaciones
espacio-temporales (a la vez dentro de sí mismo y más allá
de sí mismo) a través del continuo espacio-temporal.

1 Cf. T. L. H:EATH, Euclid in Gl·ee7c, Cambo Univ. Press.

158
CAPÍTULO VIII

LA TEORíA DEL QUANTUM

)La teoría de la relatividad ha ll amado justamente gran


parte de la atención pública. Pero, pese a toda su importan-
cia, no ha sido el tema que haya absorbido principalmente
el interés reciente de los físicos, posición que sin la menor
duda corresponde a la t eoría del quantum. E l punto' inte-
resante de est a t eoría es que según ella algunos efectos que
parecen esencialmente capaces de incremento o disminución
graduales, en realidad sólo por medio de ciertos saltos defi-
nidos pueden aumentar o disminuir. Es como si pudiéramos
andar a razón de tres millas por hora o de cuatro, pero no
de tres y media.
Los efecto s en cuestión afectan a la radiación de la luz
desde una molécula excitada por alguna colisión . La luz
consta de ondas de vibración en el campo electro-magnético .
D espués de que una onda complet a ha pasado un punto
dado, todo lo que se encuentra en ese punto recupera su
estado original y se dispone a recibir la próxima onda que
sigue. Imaginémonos las olas del mar y cont emos las olas
sucesivas de cresta a cresta. E l número de olas que pasa
por un punto dado por segundo, se ll ama frecuencia de ese
sistema de ondas. Un sistema de ondas de luz de frecuencia
definida, corresponde a un color definido en el espectro.
Ahora bien, una molécula que es excitada, vibra con cierto
número de frecuencias definidas. Dicho con otras palabras:
hay una serie definida de modos de vibración de la molécu-
la, y cada uno de los modos de vibración tiene una frecuen-

159
cia defin:da. Cada modo de vibración puede poner en mo-
vimIento en el campo electromagnético ondas de su propia
frecuencia . Estas ondas se llevan la energía de la vibración,
de suerte que por último (cuando esas olas se han produ-
cido) la molécula pierde la energía de su excitación y las
ondas cesan. Así, una molécula puede irradiar luz de cier-
tos colores definidos, es decir, de ciertas frecuencias de-
finidas.
Cabría pensar que cada modo de vibración podría ser
excitado en cualquier intensidad, de suerte que la energía
desprendida por la luz de esa frecuencia, podría ser de cual-
quier cantidad. Pu es no es asÍ. Parece haber ciertas canti-
dades mínimas de energía no susceptibles de ser subdividi-
das. El caso podría compararse al del ciudadano de los
Estados Unidos que al pagar sus deudas en monedas de su
país, no puede subdividir un céntimo como correpondería
para cierta subdivisión ínfima de los bienes obtenidos . El
céntimo corresponde a la cantidad mínima de la energía
d e luz, y los bienes obtenidos corresponden a la energía de
la causa excitante. O bien esta causa es lo bastante fu erte
para lograr la emisión de un céntimo de energía o deja de
lograr la emisión de energía de ninguna clase. En todo caso,
la molécula emitirá solamente un número entero de cénti-
mos de energía. Hay otra peculiaridad que podemos aclarar
haciendo salir a escena a un inglés. Este paga sus deudas
en monedas inglesas, y su unidad más pequeña es un ocha-
vo, de diferente valor que el céntimo. En efecto, el ochavo
es aproximadamente medio céntimo, con una aproximación
calculada muy por encima. En la molécula, diferentes mo-
dos de vibración ti enen frecuencias diferentes. Comparemos
cada modo con una nación: un modo corresponde a los
Estados Unidos y otro a Inglaterra. Uno de lo s modos
sólo puede irradiar su energía en un número entero de
céntimos, de su ert e que un céntimo de energía es la canti-
dad mínima que puede pagar; en cambio, el otro modo
sólo puede irradiar su energía en un número ent ero de ocha-
vos, de suerte que un ochavo de energía es la cantidad
mínima que puede pagar. Igualmente, puede encontrarse
una regla que nos diga el valor relativo del céntimo de

160
energía de uno de los
modo s con respecto
en erg ía del otr o modo al
. Es ta regla es de un ochavo de
pueril: tod a mo ne da a simplicidad
mí nim a de en erg ía tie
tri cta mente proporcion ne un va lor es-
ado a la frecuencia
modo. A base de est a pro pia de ese
reg
los céntimos, la frecu en la, y co mp ara nd o los ochavos con
cia de un no rte am eri ca
xim ad am en te doble qu no sería apro-
e la del inglés . Di ch o
labras: el no rteam eri co
cano ha ría ap rox im ad n otr as pa -
nú mero de cosas po r am en te doble
seg un do qu e el inglés
de ustedes si esto co . De jo a juicio
rre sp on de al ca rác ter
am ba s naciones. Po r
otr a pa rte , sugiero qu adrrlitido de
los dos extremos del e ca
espectro solar tie ne sus da uno de
A veces necesita mo s excelencias.
lu z roj a; a veces, vio
Es pe ro que no ha br á leta.
es lo qu e la teo ría del sido mu y difícil co mp
ren de r qu é
qu an tum afirma ace rca
culas . La pe rpl eji da d de las molé-
sur
teo ría en el cu ad ro cie ge cu an do int en tam os enca jar la
ntífico corriente de lo
la moléc ula o áto mo . qu e oc urr e en
Ha sido la base de la
los acontecimientos de teo ría ma ter ial ist a la idea de qu e
la na tur ale za deben ser
en el sen tid o de la loc explicados
omoción de la ma ter ia.
con ese principio, las De acuerdo
on da s de luz se explicar
tido de la locomoción ían en el sen-
de un éte r ma ter ial ,
cimien tos int ernos de y los aco nte -
un a molécula son e-s:pli
el sentido de la locom cados ah ora en
oc ión de pa rte s ma ter
Po r lo qu e hace a las ial
on da s de luz, el éte r ma es sep ara da s.
rel ega do a un a posición ter
ind ete rm ina da en el fon ial ha sido
veces se ha bla de él. do, y rar as
Pe
cu an to a su aplicación ro el principio sigue inconcu so en
al
qu e un áto mo de hidróg áto mo . Po r ejemp lo, se supone
eno ne utr o co ns ta po r
dos masas de ma ter ia: lo menos de
ma ter ial llamado electr un a, el núcleo, int egr ad o po r un
ici
singular que es electr ici dad posit iva , y otr a, un ele ctr ón
da d ne ga tiv a. El núcle
nos de ser complejo o rev ela sig-
y de ser subdiv isible
pequeñas, un as de ele en masas má s
ctricidad po sit iva y otr
La suposición es qu e cu as electrónicas.
alquier vibración que
el áto mo debe ser atr se pro du zc a en
ibu
algun a porción de ma ída a la locomoción vib rat ori a de
ter
dificultad con la t eor ía ial, separable de la res tan te. La
del qu an tum es qu e ac
ep tan do est a
161
hipótesis, t endríamos que representar el átomo como ofre-
ciendo un número limitado de estrías definidas que serían
los único s conductos por los cuales podría operarse la vibra-
ción, mientras que la t eoría clásica no ofrece ninguna clase
de est rías como ésas. La t eoría del quantum necesita tran-
vías con un número limitado de rutas, y el cuadro cientí-
fico presenta caballos galopando por praderas. De ahí re-
sulta que la doctrina física del átomo haya venido a dar
en un estado que sugiere muy intensamente los epiciclos de
la astronomía antes de Copérnico.
En la teoría orgánica de la naturaleza, hay dos clases de
vibraciones qu e difieren radicalmente entre sí: por una par-
t e, locomoción vibratoria, y, por otra, deformación orgánica
vibratoria, y las condiciones para los dos tipos de cambios,
son de carácter distinto . Dicho con otras palabras: hay
locomoción vibratoria de un módulo dado, como un todo,
y hay cambio vibratorio de módulo.
Un organi smo completo es lo que en la t eoría orgánica
corresponde a un fragmento de materia en la t eoría mate-
rialista . H abrá un género primario, que comprenda un nú-
mero de especies de organismos, de suerte que todo orga-
nismo primali10 JY,eTteneciente a una esp ecie del género
primario, no sea susceptible de descomponerse en organis-
mos subordinados. Yo llamaré primado a todo organismo
del género primario. Puede haber diferentes especies de
primados.
Conviene t ener presente que nos estamos ocupando de
las abstracciones de la física. Por consiguiente, no nos
preocupa lo que en sí sea un primado, en cuanto módulo ob-
t enido de la prehensión de los aspectos concretos, ni nos fija-
mos en lo que un primado sea para su ambiente, con res-
p ecto a sus aspectos concretos prehendidos en él. Si
pensamos en estos diversos aspectos es solamente en cuanto
sus efecto s sobre los módulos y sobre la locomoción son
suscept ibles de expresión en t érminos espacio-t emporales.
En consecuencia, en el lenguaje de la física, los aspectos
de un primado son simplemente sus contribuciones al campo
electromagnético. De hecho, esto es exactamente lo que
sabemos de los electrones y protones. Para no sotros, un

162
electrÓn es simpl
emente el módul
ambiente, en cu o
an to esos aspect de sus asp ectos en su
campo el ec tro m ag os so n de aplic
nético . ación al
A ho ra bi en, al ex
qu e el movimient am in ar la t eoría de
o la re la tiv id ad , vi
plem en te qu e su re la tiv o de dos pr im ad os signific mos
s a sim-
espacio-tiempo di mód ulos orgánico s ut ili zan sist
stintos. Si dos pr emas de
po so m ut ua m en te im ad os no sigue
n en re-
en su relaci ón m o no es tá n en un movimiento
ut ua, po r lo m en un ifo rm e
sistema espacio- os uno de ellos ca
tem po ra l intríns m bi a su
m ie nt o expresan eco. Las leyes
la s condiciones del movi-
espacio-tiempo se en qu e es to s ca
ef mbios de
moción vibr at or ia ectúan. La s condiciones pa ra la
se fu nd an en estas leye loco-
movimient o. s generales del
Pe ro es po sib le
susceptibles de ha qu e ci er ta s especies de pr im ad
ce os sean
a efec tu ar ca m bi rse añ icos en condiciones qu e la
os de sis te m as s
especies experimen de espacio-tiempo lleven
ta ría n sólo un a . Es as
bi lid ad si hu bi es la rg a exte nsión
en logrado form de du ra -
bl e en tre pr im ad ar un a asociación
os de diferentes fa vo ra -
es ta asociación especies, de suer
la te nd en ci a al t e qu e en
neut ra liz ad a po r de
el am bi en te de rr um ba m ient o qu ed ar a
imaginar qu e el la asociación . Po
nú de m os
nú m ero de primad cl eo atómico es té compuesto de
os de diferent es un gr an
chos pr imados de especies, y acaso
de m u-
ción sea t al qu e la m is m a especie, y qu e to da la
favorezca la es ta asocia -
se m ejan t e asocia bi
ción es el qu e of lidad. U n ejemplo de
núcleo posi tivo
con electrones ne rece la asociación de un
át om o ne ut ro. El gativos pa ra ob
te ne
co nt ra un campo át om o neut ro es, en este caso, es r un
eléc tr ico qu e de cudado
cambios en el sist
ema de espacio-tie ot ro modo pr od uc irí a
Pu es bi en, los re mpo del át om o .
id ea qu e es tá m quisitos de la fís ica llevan a suge
uy en consonanci rir un a
orgánica. La ex a
pondré en form con la t eo rí a filo sófica
nu es tra t eo ría or a de cu es tión:
gá ¿es qu e
na da po r la te or nica de la du ra bi lid ad ha sido
ía m at er ia lis ta po co nt am i-
cusión qu e du ra bi r cu an to su po ne
lid sin dis-
ferencia da a tr av ad tie ne qu e significar id en tid
és de la hi st oria ad in di-
Aca so alguien ad -d
vi rti ó qu e (e n un e-Ia-vida en cuestión?
ca pí tu lo an te rio r)
usé
163
el vocablo "reiteración" como smOUlmo de "durabilidad".
Huelga decir que su significado no es totalmente sinónimo,
pero ahora quisiera sugerir que en lo que difiere de dU1·a-
bilidacl, TeiteTación se aproxima más a lo que requiere la
teoría orgánica. La diferencia es muy similar a la que había
entre los galileanos y los aristotélicos: Aristóteles deC'.Ía
"reposo", donde Galileo añadía "o movimiento uniforme en
una línea recta.". Así, en la t eoría orgánica, un módulo no
necesita persistir en una identidad indiferenciada a través
del tiempo. El módulo puede serlo esencialmente de con-
trastes estéticos que requieran un lapso para su despliegue.
Un tono es un ejemplo de semejant e módulo. Así, la durabi-
lidad del módulo significa ahora la reiteración de su su-
cesión de contrast es. E sta resulta notoriamente la concep-
ción más general de durabilidad en la t eoría orgánica, y
"reiteración" es quizá la palabra qu e la expresa de un
modo más directo. P ero cuando trasladamos esta noción
a las abstracciones de la fí sica, se convierte de inmediato
en la noción t écnica de "vibración". E sta vibración no es
la locomoción vibratoria: es la vibración de la deformación
orgánica. E n la fí sica moderna hay ciertos indicios de que
se necesitan entes vibratorios para la función de orga-
nismos corpusculares en la base del campo .físico. Esos cor-
púsculos serían los descubiertos como proyectados desde
los núcleos de 105 átomos, que entonces se disuelven en
ondas de luz. Cabe suponer que semejante cuerpo cor-
puscular no tiene gran es tabilidad de persist encia cuando
está aislado . Por consiguiente, un ambiente desfavorable
que lleve a cambios rápidos en su propio sistema de espacio-
tiempo, es decir, un ambiente que se lance a aceleraciones
violentas, hace que los corpúsculos se pulvericen y disuel-
van en ondas de luz del mismo período de vibración.
Un protón, y quizá un electrón, sería una asociación de
tales primados sup erpuestos entre sí, con sus frecuencias
y sus dimensiones espaciales dispu estas de tal suerte que
promovieran la estabilidad del organismo complejo cuando
fu ese lanzado a la aceleración de la locomoción. Las con-
diciones para la estabilidad darían las asociaciones de p erío-
dos posibles para los protones. La expulsión de un primado

164
vendría de un salto que llevase al protón bien a instalarse
en una asociación alternativa, bien a generar un nuevo pri-
mado con el auxilio de la energía recibida.
Un primado debe asociarse a una frecuencia definida d
deformación orgánica vibratoria, de suerte que cuando se
derrumbe se di suelva en ondas de luz de la misma frecuen-
cia, que entonces se lleven toda su energía promedia. Es
sumamente fácil (como hipó tesis particular) imaginar vi-
braciones estacionarias del campo electromagnético de fre-
cuencia defin ida, dirigidas radialmente a y desde un centro
que de acuerdo con las leyes electromagnéticas aceptadas,
constaría de un núcleo esférico vibratorio ajustado a una
serie de condiciones, y de un campo externo vibratorio
ajustado a otra serie de condiciones. Esto es un ejemplo
ele deformación orgánica vibratoria. Además (a base de
esta hipótesis particular), hay dos modos de determinar las
condiciones subsidiarias que satisfagan los requisitos ordi-
narios de la fí sica matemática. Según uno de esos modos,
la energía total satisfaría la condición del quantum, de
su ert e que consta de un número ent ero de unidades o cén-
timos tales qu e el céntimo de cnergía de cualquier primado
sea proporcional a su frecucncia. No h e elaborado las
condiciones para la estabilidad o para una asociación st a-
ble; sino que he mencionado la hipótesis particular a base
de presentar un ejemplo de que la teoría orgánica de la
naturaleza ofrece posibilidades de someter a un nuevo estu-
dio las leyes físicas últimas no accesibles a la teoría mate-
r ialista opuesta.
En esta hipótesis particular de los primados vibratorios,
se supone que las ecuaciones de Maxwell son valederas para
todo el espacio, incluso p ara el interior de un protón. Ex-
presan las leyes que rigen la producción vibratoria y la
absorción de la energía . E l proceso total para cada primado
desemboca en un promedio determinado de energía caracte-
rístico del primado y proporcional a su masa. D h echo,
la energía es la masa. Hay corrientes radiales vibratorias
de energía, lo mismo con primado que sin él. Dentro del
primado, hay distrihuciones vibratorias de densidad eléc-
t rica. Para la teoría materialista, esa densidad registra la

165
presencia de materia; para l~ teorí~ orgánica ?e la vibra-
ción, registra la producción vlbratona de energ~a. Esa pro-
ducción se halla circunscrita al interior del pnmado.
Toda ciencia tiene qu e partir de algunas supo siciones re-
lativas al último análisis de los h echos de que se ocupa.
Estas suposiciones están justificadas en parte por su adap-
tac ión a los tipos de fenómenos de que directamente t ene-
mos conciencia, y en parte por su idoneidad para representar
con cierta generalidad los h echos observados, a falta de
suposiciones ad hoc. La t eoría general de la vibración de
los primados por mí esbozada, se da simplemente como
ejemplo de la clase de posibilidades que la t eoría orgánica
deja abiertas para la ciencia física. Lo esencial es que
añade la posibilidad de deformación orgánica a la de simple
locomoción. Las ondas de luz constituyen un gran ejem-
plo de deformación orgánica.
E n toda época las suposiciones de una ciencia ofrecen
caminos cuando presentan síntomas del estado epicíclico
de que la astron omía fué rescatada en el siglo XVI. La
ciencia física actual presenta síntomas semejantes. Para
vo ver a examinar sus fundamentos necesita recurrir a una
visi 'n más concreta del carácter de las cosas reales y con-
cebir sus nociones fu ndamentales como abstracciones deri-
vadas de su intuición directa. Es de este mod o que abarca
las posibilidades generales de revisión que se le ofrecen.
Las discontinuidades introducidas por la teoría del quan-
t um exigen que los conceptos físicos sean revisados para
que puedan t enerlas en cuenta. E n particular, se ha seña-
lado que es indispensable formular alguna teoría de la
existencia discontinua. Lo que sé pide de semejante teoría
es qu e una órbita de un electrón pueda ser considerada
com un a serie de posiciones separadas y no como una
línea continua.
La t eoría de un primado o de un módulo vibratorio, ante-
riormente expuesta, junto con la di st inción entre t empo-
ralidad y ext ensividad obtenida en el capítulo anterior,
produce exactamente este r esultado. Recuérdese que la
continuidad del complejo de acaecimientos surge de las
relaciones de extensividad ; en cambio, la temporalidad

166
surge de la realización en un acaecimiento-sujeto de un
módulo que para su despliegue requiere que el conjunto de
una duración sea espacializado (es decir, parado), a fu er
de dado por sus aspectos en el acaecimiento. Así, la reali-
zación procede vía una sucesión de duraciones epocales, y
la transición continua, es decir, la deformación orgánica,
está dentro de la duración ya dada. La deformación orgá-
nica vibratoria es, de hecho, la reiteración del módulo. Un
período completo define la duración requerida para el
módulo completo . Así, el primado se realiza atómicament e
en una sucesión de duraciones, debiendo ser medida cada
duración de un máximo a otro. Por consiguiente, hasta
donde un primado haya de tenerse por entidad tot al dura-
ble, debe ser asignado sucesivamente a estas duraciones.
Si es considerado como una cosa, su órbita ha de ser pre-
sentada di agramáticamente por una serie de puntos sepa-
rados. Así, la locomoción del primado es discontinua en el
espacio y en el ti empo. Si vamos por debajo de los quanta
de tiempo, que son los períodos vibratorios sucesivos del
primado, encontraremos una sucesión de campos electro-
magnéticos vibratorios, cada uno de los cuales permanece
estacionario en el espacio-tiempo de su propia duración.
Cada uno de esos campos presenta un solo período com-
pleto de la vibración electromagnética que constituye el
primado. E sta vibración no debe ser imaginada como el
resultadó de la realidad; es lo que el primado es en una de
sus realizaciones discontinuas. Por otra parte, las dura-
ciones sucesivas en que el primado se realiza, son contiguas,
siguiéndose de ello que la historia-de-Ia-vida del primado
puede ser presentada como siendo el desarrollo continuo de
fenómenos en el campo electromagnético. Pero estos fenó-
menos pasan a realizarse en cuanto bloques atómicos ente-
ros que ocupan período s de tiempo definidos.
No es necesario pensar que el tiempo sea atómico en el
sentido de que todos los módulos hayan de ser realizados en
las mismas duraciones sucesivas. En primer lugar, incluso
si los p eríodos fueran los mismos en el caso de do s prima-
dos, las duraciones de realización podrían no ser las mis-
mas. Dicho con otras palabras : los dos primados pueden

167
estar fuera de fase. Por otra parte, si los períodos son
diferentes, el atomismo de cualquier duración de un pri-
mado está necesariamente subdividido por los momentos
límites de las duraciones del otro primado.
Las leyes de la locomoción de los primados expresan en
qué condiciones todo primado cambiará su sistema de
espacio-tiempo.
Es innecesario llevar más allá esta concepción. La jus-
tificación del concepto de existencia vibratoria tiene que
ser puramente experimental. E l punto ilustrado por est e
ejemplo es que la opinión cosmológica que hemos adoptado,
se compagina perfectamente con los requisitos de discon-
tinuid ad reclamados por parte de la fí sica. Además, si se
adopta este concepto de t emporalización a modo de reali-
zación sucesiva de duraciones epocales, se obvia la objeción
de Zenón. La forma particular qu e hemo s dado en estas
conferencias a esta concepción, lo ha sido puramente con
ese propósito de ilustración y requiere por necesidad un
ulterior estudio antes de que pueda ser adaptada a los re-
w ltado s de la fí sica experimental.

168
CAPÍTULO I X

CIENCIA Y FILOSOFíA

En la presente conferencia me propongo examinar algu-


nas reacciones de la ciencia ante la corriente del pensa-
miento filosófico durante los siglos modernos objeto de
nuestro estudio. No pretendo encerrar en los límites de una
conferencia la historia de la filosofía moderna. Me limitaré
a comentar algunos contactos entre la ciencia y la filo sofía,
siempre que caigan dentro del esquema de pensamiento que
estas conferencias se proponen desarrollar. Por esta razón
se hará caso omiso de todo el gran movimiento idealista
alemán, puesto que en realidad no tuvo con la ciencia de
su época contactos directos que determinaran una modifi-
cación recíproca de sus concepciones respectivas. Kant,
filó sofo de que arranca ese movimiento, estaba saturado de
física newtoniana y de las ideas de los grandes fí sicos fran-
ceses -como, por ejemplo, Clairaut 1 _, que desarrollaban
las ideas de Newton. Pero los filósofos que desarrollaron
el pensamiento kantiano o que lo transformaron en hege-

1 efs. el testimonio curioso de las lecturas científicas de Kant


en Crítica de la Bazón Pt¡ra, Analítica Trascendental y Segunda
Analogía de la E xperiencia, en que se refiere al fenómeno de la
acción capilar. Se trata de un ejemplo ilustrativo innecesariamente
complicado; para ello le habría bastado perfectamente un libro
quieto sobre una mesa. Pero se trata de una cuestión que por vez
primera había estudiado concienzudamente Clairaut en un apén-
dice a su Figtwa de la Tierra; Kant había leído ese apéndice y se
haJaba a la sazón inte:lsamente obsesionado por esa lectura.

169
lianismo carecían de la base de conocimiento científico
que tení~ Kant, o no advirtieron. que Kant ~abría sid~ U?
OTan físico si la filosofía no hubIese absorbIdo sus pnl1Cl-
b
pales energías.
Los orígenes de la filo sofía moderna son análogos a los de
la ciencia y coetáneos a ellos. La marcha general de su
desarrollo arranca del siglo XVII, corriendo en parte a car-
go de los mi smos hombres que establecieron los principios
científicos. E st e trazado de objetivos venía tras de un
período de transición que se remontaba al siglo xv. De
hecho había en la mentalidad europea un movimient o ge-
n eral que arrastraba en su corriente tanto la religión como
la ciencia y la filosofía. Para caracterizarlo en pocas pala-
bras puede decirse qu e consistía en acudir directamente a
las fuentes originales de inspiración griega por parte de
hombres cuya configuración espiritual se derivaba de la
h erencia recibida de la Edad Media. Por lo tanto, no se
trataba de un resurgimiento del espíritu griego. Las épocas
muertas no resucitan. Los principios de estética y de razón
que animaran a la civilización griega, adoptaron otra indu-
mentaria en una mentalidad moderna. Entre amb as men-
talidades había otras religiones, otros sist emas jurídicos,
otras anarquías y otras herencias raciales que separaban lo
vivo de lo mu erto.
La filosofía es particularmente sensible a tales diferen-
cias, puesto que cabe hacer una réplica de una estatua anti-
gua, pero no es posible una réplica de un estado de espíritu
antiguo . No cabe en ello una aproximación mayor que la
de una farsa con respecto a la vida real. Habrá a lo sumo
una comprensión del pasado, pero siempre existe una dife-
rencia entre las reacciones que los mismos estímulos provo-
carán en antiguos y mod ernos.
En el caso particular de la filo sofía, la diferencia de tona-
lidad aparece ya en la superficie. En contraste con la acti-
tud objetiva de los antiguos, la filosofía moderna tiene un
r esabio subj etivista. Idéntico cambio deb e verse en la reli-
gión. En la hi storia primitiva de la iglesia cristiana, el
interés teológico se concentraba en discusiones acerca de la
naturaleza de D;os, el significado de la Encarnación y los

170
pronósticos apocalípticos sobre el destino final del mundo.
En la época de la Reforma, la Iglesia estaba atomizándose
como r esultado de las disensiones provocadas por las expe-
riencias individuales en materia de justificación. E l sujeto
individual de experiencia ha ocupado el lugar del drama
t otal de la realidad entera. Lutero preguntaba: "¿Cómo
me justifico?"; los filósofo s modernos se planteaban la cues-
tión : "¿Cómo tengo conocimiento?" El acento cae en el
suj eto de la experiencia . E ste cambio de postura es obra
del cristianismo en su aspecto pastoral de administrar la
comunidad de los creyentes, pues siglo tras siglo insistió
en el valor infinito del alma humana individual, y con ello
añadió al egotismo instintivo de los apetitos físicos un sen-
timiento instintivo de justificación de un egotismo de pers-
pectivas intelectuales. Todo ser humano es el guardián na-
hual de su propia importancia. No cabe la menor duda de
que esta dirección moderna de la atención subraya verda-
des de la más alta importancia; por ejemplo, en el campo
de la vida práctica, ha abolido la esclavitud y ha grabado
cn la imaginación popular los derechos primarios del género
humano.
En su Discu?'so del Método y en sus ~Meditaciones, Des-
cartes pone de manifiesto con gran claridad las concepcio-
nes generales que desde entonces han infIuído en la filoso-
fía moderna. Hay un sujeto que recibe experiencia: en el
D'iscurso este 'sujeto es mencionado siempre en primera
persona, es decir, como siendo el propio D escartes. D escar-
t es parte de sí mismo como siendo una mentalidad que
en virtud de su conciencia de sus propias representaciones
inherentes de los sentidos y del pensamiento, es por ende
consciente de su propia existencia como ente unitario . La
historia subsiguient e de la filosofía se mueve alrededor de
la formulación cartesiana el el dato primario. E l mundo
antiguo tomaba sus posiciones ante el drama del universo;
el mod erno, ante e drama Íntimo del alma. En sus !fledi-
t aciones, Descartes funda expresamente su drama Íntimo
en la posibilidad de error, Cabe que no haya correspon-
dencia con el hecho obj etivo, y, de ser así, tiene que haber
un alma con actividades, cuya realidad sea puramente de-

171
rivativa de sí misma. Véase, por ejemplo, ese pasaJe de
Meditación 1[1:
P ero se me dirá que estas presentaciones son falsas y que es-
toy soñando. Supongamos que así sea. E n todo caso es cierto
que me parece ver la luz, oír un ruido y sentir calor; esto no
puede ser f also, y esto es propiamente lo que en mí se llama
sentir, que no es otra cosa que pensar. Partiendo de esto, co-
mienzo a saber lo que soy, con alguna claridad y precisión ma-
yores que hasta ahora.
O también en la Meditación III:
.. . puesto que, ,como hice observar antes, aunque quizá fuera
de mí nada s-ean absolutamente las cosas que percibo o imagino,
tengo, sin embargo, la seguridad de que esos modos de concien-
cia que yo llam¡o p er cepciones e imaginaciones, existen en mí
en cuan to son modos de conciencia.
El obj etivismo de los mundos medioeval y antiguo había
pasado a la ciencia. En ella la naturaleza era concebida en
sí misma, con sus propias reacciones mutuas. Bajo el recien-
t e influjo de la relatividad, ha habido una t endencia a formu-
laciones subj etivistas; p ero, prescindiendo de esta excepción
reciente, la naturaleza se ha visto formular sus leyes, en el
pensamiento científico, sin la menor referencia a una de-
pendencia de los observadores individuales. Sin embargo,
entre las actitudes anteriores y las poster:ores frente a la
ciencia hay una diferencia: el antirracionalismo de los mo-
dernos se ha opuesto a toda tentativa de armonizar los
conceptos últimos de la ciencia con ideas sacadas de un
examen más concreto del conjunto de la realidad. La ma-
teria, el espacio, el tiempo, las diversas leyes relativas a la
transición de configuraciones de la materia, se toman como
hechos t enaces últimos que se resisten a todo tratamiento.
El result ado de esta animosidad contra la filosofía ha
sido tan lamentable para ésta como para la ciencia. En
esta conferencia nos ocupamos de la filosofía. Los filó-
sofos son racionalistas. Se proponen ir más allá de los
h echos irreducibles y t enaces: desean explicar a la luz de
principios universales las refer encias mutuas ent re los va-
l Citado según la traducción de Veitch.

172
rios detalles que fi guran en e1 fluir de' las cosas. Además,
buscan principios con el propósito de elimin ar arbitrarieda-
des cr[l,sas; así, cualquiera que sea la parte de un h echo
supuesta o dada, la existencia de las cosas restantes tiene
que conciliarse con ciertos requi sitos de racionalidad. Exi-
gen un sentido. Así lo dice este pasaje de Enrique Sid-
gwick 1:
La aspiración primaria de la filosofía es unificar completa-
mente, poner en coherencia clara, todos los campos del saber
racional, y esa aspiración no puede ser r,ealizada por ninguna
filosofía que deje fuera de su p anorama el importante cuerpo de
juicios y raciocinios que forman el objeto de la ética.
Por lo tanto, los prejuicios que por la historia sienten las
ciencias físicas y sociales, con su negativa a raciocinar por
debajo de algún mecanismo último, ha desviado a la filo-
sofía de los cauces efectivos de la vida mod erna. y así
ha perdido su genuina función de crítica constante de
las formulaciones parciales, retirándose a la esfera subj eti-
vista del espíritu por hab er sido expulsada por la ciencia
de la esfera objetivista de la materia. ASÍ, la evolución del
pensamiento en el siglo XVII obró en el mismo sentido que
la exaltaci ón de la personalidad individual, derivada de la
Edad Media. Ya vimos cómo Descartes se situaba ante su
propio último espíritu, del que su filosofía le da seguridad,
y cómo preguntaba por sus relaciones con la materia última
-ejemplificada, en la segunda Meditación, por el cuerpo hu-
mano y un puñado de cera- supuesta por la ciencia de ese
pensador. Es como la vara de Aarón y las serpi ntes de los
encantadores, y la única cuestión que se le plantea a la
filosofía es la de saber quién se tragará a quién o si, como
Descartes creía, podrán vivir felices juntos. En esta co-
rriente de pensamiento deben encontrarse Locke, Berkeley,
Hume y Kant. Dos grandes nombres quedan fuera de esta
li sta: Spinoza y Leibniz. Pero hay cierto aislamiento de
ambos con respecto a su influjo filo sófico en cuanto se re-
fiere a la ciencia, como si se hubiesen extraviado hacia
extremos situados más allá de los límites de la filo sofía se-
1 Cf. Enrique Sidgwick, .A Memoir, apéndice.

173
gura : Spinoza por haber insistido en mas antiguos modos
de pensamiento y L eibniz por la novedad de sus mónadas.
Es curioso el paralelismo que presenta la historia de la
filo sofía comparada con la de la ciencia. Lo mismo para
la una que para la otra, el siglo XVII levantó el escenario
en que habían de moverse los dos siguientes. Pero en el
siglo xx comienza un nuevo acto . Es una exageración atri-
buir a una obra o autor determinados todo un cambio ge-
neral en el clima del p ensamiento. No cabe duda de que
Descartes no hizo más que expresar de un modo definido
y en forma decisiva lo que estaba ya en -el aire de su época.
De un modo análogo, para atribuir a William James la inau-
guración de un escenario nuevo en la filosofía habría que
prescindir de otras influencias existentes en su tiempo. P ero
incluso admitiéndolo así, sigue teniendo cierta razón el pa-
rangón de su ensayo Does Consciousness Exist, publicado
en 1904, con el Discu1'sO del Método, publicado en 1637.
James despeja la escena suprimiendo los atavíos anti guos,
o, mejor dicho, cambió por completo su iluminación. To-
memos, por ejemplo, estas dos frases de su ensayo:
Negar crasamente que la "conciencia" existe, p arece en vista
de ello- pues existen positivamente "pensamientos" innegables-
tan absurdo que me temo que algunos lectores no quieran se-
guirme mis allá. Perrnítaseme, pues, declarar inmediatamente
que yo entiendo negar simplemente que esa palabra indique un
ente, insistiendo, en cambio, con el mayor empeño en que indica
una función.
El materialismo científico y el ego cartesiano eran desa-
fiados igualmente al mismo tiempo: uno por la ciencia y
el otro por la filosofía, como representada por James con
sus antecedentes 'psicológicos, y este doble reto señala el fin
de un período que había durado unos d05cientos cincuenta
años. Es notorio que "materia" y "conciencia" expresan
algo tan evidente en la experiencia ordinaria que ninguna
filo sofía necesita proporcionar cosas que respondan a sus
respectivos significados. Pero el caso es que tanto respecto
de la una como respecto de la otra el siglo XVII había adop-
tado un criterio inficionado con un presupuesto actualmente
puesto en tela de juicio. J ames niega que la conciencia sea

174
un ente, pero admite qu e es una fu nción. La discriminación
entre ente y fun ción es, n consecuencia, vital para enten-
der el reto que J ames lanza cont ra los anteriores modos
de pensamiento. E n el ensayo en cuestión, se razona ple-
namente el carácter que James asigna a la conciencia, aun-
que no dejan de ser ambiguas las explicaciones acerca de lo
que entiende él por ente, noción que se niega a aplicar a la
conciencia. E n el pasaje que viene inmediatamente a con-
tinuación del ya citado, dice lo siguiente :
No existe, a mi juicio, una materia o cualidad de ser originaria,
que dif iera de aquella de que están hechos los objetos matel'Íalcs
y de la cual están hechos nuestros p ensamientos; pero hay una
función en la exp eriencia que llevan a cabo los p ensamientos, y
para cuyo desempeño se invoca esta cualidad de ser. Esa fun-
ción es el conocer. La "conciencia" se supone necesaria para
explicar el hecho de que las cosas no sólo son, sino que son
r eferidas, conocidas.
P or lo t anto , J am es ni ega qu e la conciencia sea una "ma-
t eria" (" stuff").
El t érmino "ente", e incluso el de "materia", no nos acaba
de decir todo lo que esconde. La noción de " ente" es tan
general que cabe t omarla en el sentido de cuanto puede
ser objeto del pensamiento. No es posible pensar la mera
nada, y el algo susceptible de ser objeto del pensamiento
puede ser calificado de en t e. En est e sentido, una fu nción
es un ente. Huelga decir que no es ést e el sentido que ten ía
presente James.
D e conformidad con la teoría orgánica de la natur aleza ,
que hc intentado desarrollar en estas conferencias, voy a
interpretar a J am es. para el objeto que persigo, como ha-
bi endo negado precisamente lo que D escart es afirma en su
Discurso y en sus Meditaciones . D escartes distingue dos
especies de entes: materia y alma. L a esencia de la mat eria
es la ext ensión espacial; la del alma, su cogitación, en el
cabal sentido que D escartes asigna a la palabra cogitare;
por ejemplo, en la sección 53 de la parte 1 de sus PTincipios
de Filosofía, enuncia :
Que de toda sustancia hay un atl'ibuto principal, como pe>:lsar
del espíritu y extensión del cuerpo.

175
En la sección precedent e (52), afirma Descartes:
Por sustancia no podemos concebir otra cosa qu e una cosa que
exista de tal modo que para su existencia no necesite de nada que
no sea ella misma.
Más adelante, continúa Dcscartes:
Por ejemplo, porque toda sustancia que deja de durar deja
también de existir, la duración no es distinta de la sustancia salvo
en el pensamiento; . ..
De todo ello concluímos que, para Descartes, esp íritus y
cu erpos existen de tal su erte que no n ecesitan de otra cosa
que de sí mismos individualmente (exceptuando sólo a Dios,
por ser el fund amento de todas las cosas); que tanto los es-
píritus como los cuerpos duran, porque sin duración deja-
rían de existir; que la extensión espacial es el atributo de los
cuerpos, y la cogitación el atributo esencial de los esp íritus.
Nunca se ensalzará demasiado la genialidad de que da
muestras D escartes en el conjunto de las secciones de sus
P1"incipios que se ocupan de estas cuestiones. Es una obra
digna del siglo en que fu é escrita y de la claridad del inte-
lecto francés. En su distinción entre tiem po y duración, en
su modo de fundar el tiempo en el movimiento y en la
Íntima relación que establece entre materia y extensión,
adelantó Descartes, dentro de los límites en que ello era
posible en su época, las concepciones modernas sugeridas
por la doctrina de la relatividad o por algunos aspectos de
la doctrina de B ergson acerca de la generación de las cosas.
P ero los principios fundamentales están formulados de suer-
t e que presuponen sustapcias dotadas de existencia in de-
pendiente con locación simple en la comunidad de dura-
ciones t empomles, y, en el caso de los cuerpos, con l<:lcación
simple en la comunidad de las extensiones espaciales. Esos
principios conducían directamente a la teoría de una natu-
raleza materialista, mecanicista, examinada por espíritus
cogitantes. Finalizado el siglo XVII, la ciencia tomó posesión
de la n aturaleza materialista y la filo sofía de los espíritus
cogitantes. Algunas escuelas de filosofía admitieron un dua-
lismo último, y las distintas escuelas idealistas proclamaron
que la naturaleza era pura y simplemente el ejemplo princi-

Jífi
pal de las cogitaciones de los espíritus. P ero todas las escue-
las admitieron el análisis cartesiano de los últimos elemen-
tos de la naturaleza. E xcluyo de estas afirmaciones a Spinoza
y a L eibniz en cuanto a la corriente principal de la filosofía
mod erna que siguió la ruta trazada por D escartes; pero
huelga decir que fu eron influídos por él, al igual que ellos,
por su parte, influyeron en otros filósofos . Me fijo principal-
mente en los contactos efectivos entre la ciencia y la filosofía.
La división de compe tenCÍ'is en tre la ciencia y la filo sofía
no era asunto fáci l de arreglar, y de hecho pone de mani-
~icsto la cnd eblcz de t odo el presupuesto amañado en que se
basaba. Nos damos cuenta de que la naturaleza es un
jucgo entrelazado de cuerpos, colores, sonidos, olores, sabo-
res, tactos y o tras varias sensaciones corporales, desplega-
das como en el espacio, en módulos de separación mutua a
base de volúmenes int erpuestos, y de forllk't individual. Ade-
más, el todo es un fluir, que cambia con el correr del tiempo.
Esta totalidad sistemática se nos ofrece como un complejo
de cosas. Pero el dualismo del siglo XVII lo secesionó sin
parar en mientes. El mundo objetivo de la ciencia estaba
confinado a la m era materia espacial con locación simple,
acatando reglas definidas relativas a su locomoción. E l
mundo subjetivo le la filosofía se adueñó de los colores,
sonidos, olores, sabores, tactos y sensaciones corporales a
modo d elcmentos integrantes del contenido subjetivo ele
las cogitaciones ele los espíritus individuales . Los dos mun-
dos participaban en el fiui r general; pero el tiempo, en cuan-
t o medido, es asignado por Dcscart es a las cogitaciones elel
espíritu del observador. Huelga decir que este esquema
adolece ele una endeblez fatal. Las cogitaciones de la mente
se presentan ante la mente, en calidad de soportes de entes
tales como colores, por ejemplo, a modo de t errnini de
la contemplación. P ero, al fin y al cabo, en esta t eoría no
son más que m ero .tjuar elel espíritu. En consecuencia, el
espíritu parece estar limitado a su propio peculiar mundo
de cogitaciones. La conformación de sujeto-obj eto de la
experiencia se hall a en su integridad dentro de la ment e
como Ulla de las pasiones p eculiares ele ésta. Esta conclu-
sión sacada de los data de D escartes, es el punto de partida
desde el cual desarrollan sus sistemas Berkeley, Hume y
Kant. Y, antes de ellos, fué el punto en que Locke se con-
centró, considerándolo como la cuestión vital. Así, la cues-
tión de cómo cualquier conocimiento se obtiene del mundo
verdaderamente obj etivo de la ciencia, pasa a ser problema
de primera magnitud. Descartes afirma que el cuerpo obje-
tivo es percibido por el intelecto. Dice así (Meditación 1I):
Tengo que admitir, por consiguiente, que ni siquiera puedo
comprender por imaginación qué es el trozo de cera, y que es el
espíritu solo que lo p ercibe. H ablo de un trozo en particular,
pues para la cera en general, esto es aún más evidente. Pero
¿ qué es el trozo de cera que únicamente por el espíritu puede ser
percibido ~ . .. La p ercepción de él no es ni un acto de visión, ni
de tacto, ni de imaginación, y nunca fué ninguna de estas cosas
aunque anteriormente haya podido parecerlo, sino simplemente una
intttición (insp ectio) del espíritu ...
Hay que t ener presente que la palabra latina inspectio
tal como se usa clásicamente va asociada. a la noción de teo-
ría en cuanto opuesta a práctica.
Ahora vemos claramente ante nosotros las dos grandes
preocupaciones de la filosofía moderna. E l estudio del espí-
ritu se divid e en psicología, o estudio de las funciones men-
tales consideradas en sí y en sus relaciones mutuas, y en
epistemología, o t eoría del conocimiento de un mundo obje-
tivo común. Dicho con otras palabras: hay el estudio dé
las cogitaciones qua pasiones del espíritu y su estudio qua
llevando a una inspección (intuición) de un mundo obje-
tivo. E s una división muy incómoda, que da lugar a una
serie de complicaciones cuyo estudio ha dado mucho que
hacer a los siglos que nos separan de aquel pensador.
Mientras los hombres pensaron en términos de nociones
físicas el mundo obj etivo y de espiritualidad el mundo
subjetivo, el planteamiento del problema en la forma en
que lo había h echo Descartes, bastaba ¡;omo punto de par-
tida. P ero el equilibrio ha sido alterado por el ascenso de
la fisiología. En el siglo XVII se pasó del estudio de la física
al de la filosofía. Hacia fines del siglo XIX se pas6, princi-
palmente en Alemania, del estudio de la fisiología al de la
psicología. El cambio de tono fué decisivo. Desde luego,

178
en el período anterior había sido t enida plenamente en
cuenta la intervencIón del cuerpo humano; por ejemplo, por
D escartes en la parte V del Discu7'SO del Método. Pero no
se había desanollado el instinto psicológico . Al estudiar el
cuerpo humano, Descartes pensaba con la mentalidad de
un fí sico; en cambio, los psicólogos modernos revisten la de
los fi siólogos médicos. La trayectoria de William Jam es
es un ejemplo de est e cambio de punto de vista. También
él poseía el talento claro e incisivo capaz de plantear de
un solo golpe la esencia del asunto.
Ahora se ve claramente la razón de que yo h aya puesto
en estrecho parangón a D escartes y William J ames. Nin-
guno de estos dos filó sofos t erminó una época con una
solución final de un problema. Su gran mérito es dd tipo
opuesto. Cada uno de ellos abre una época por su clara for-
mulación de los términos en que de un modo provechoso
podía el pensamiento expresarse en sectores particulares del
conocimiento, uno de ellos para el siglo xvn y el otro para
el xx. En este respecto, t anto uno como otro pueden con-
siderarse como polos opuestos a Santo Tomás de Aquino,
que expresó la culminación del escolasticismo aristotélico.
En más de un aspecto ni Descartes ni James fueron los fi-
lósofo s más característicos de su respectiva época. Yo atri-
buiría más bien esa posición a Locke y Bergson, respectiva-
mente, por lo menos en lo que se refiere a sus relaciones
con la ciencia de su tiempo . Locke desarrolló las líneas de
p ensamiento que mantuvieron a la filosofía al ritmo de la
época; por ej emplo, acentuó las invocaciones a la psicolo-
gía. Inauguró el período, que hizo época, de investigacio-
nes sobre problemas palpitantes de objetivo limitado. I ndu-
dablemente, al hacerlo así, le inculcó a la filo sofía algo del
antirracionalismo de la ciencia. P ero la verdadera cimenta-
ción de una metodología fructífera estriba en partir de aque-
llos postulados claros que deben ser tenidos como últ imos
en cuanto afecta a la ocasión en cuestión. La crítica de
esos postulados metodológicos se reserva así para otra opor-
tunidad. Locke descubrió que la situación filo sófica legada
por D escartes implicaba los problemas de la epistemología
y de la psicología.

170
Bergson introdujo en la filosofía las concepciones orgá-
nicas de la ciencia fisiológica, apartándose del modo más
completo posible del materialismo estático del siglo XVII. SU
protesta contra la espacialización lo es contra el prurito de
tomar la concepción newtoniana de la naturaleza como si
no fuera otra cosa que una elevada abst racción. Su pre-
tcndido anti-intelectualismo debe ser interpretado en este
sentido. En algunos aspectos acude a Descartes; pero no lo
hace sin acompañarse instintivamente del apoyo de la bio-
logía moderna.
Hay otro motivo que justifica esta asociación de Loclee
y Bcrgson. En Locke debe buscarse el germen de una teo-
ría orgánica de la naturaleza. E l profesor Gibson 1, el
más reciente expositor de Locke, afirma que la manera de
Locke de concebir la identidad de la autoconciencia "como
la de un organismo vivo, implica un auténtico trascender
de la visión mecánica de la naturaleza y del espíritu, impli-
cada en la t eoría de la composición". Pero conviene adver-
tir qu e, en primer lugar, Ladee se mueve indeciso en esa
postura, y, en segundo lugar, cosa aun más importante, que
sólo aplica su idea a la auto-conciencia . La act itud fi sioló-
gica no se había afianzado aún. El efecto ele la fisiología
fué postergar al espíritu ante la naturaleza. E l neurólogo
sigue primero el efecto de fas estímulos a 10 largo de los
nervios corporales, luego la integración en los centros ner-
viosos y por último el surgimiento de una referencia pro-
yectiva más allá del cuerpo con una eficacia motriz resul-
tante en una excitación nerviosa reanudada. En bioquímica,
se descubre el delicado ajuste de la composición química
de las partes para la preservación del organismo entero .
Así, la cognición mental es vista a modo de experiencia re-
flectiva de una totalidad, manifestando para sí lo que en
ella está a modo de fenómeno singular unitario. Esta uni-
dad es la integración del conjunto de sus acontecimientos
parciales, pero no es su adición numérica. Corno un acaeci-
miento, t iene su unidad propia. Esta unidad total, consi-

1 Cf. su obra Loc7ce's Thcory of Knowleclge anil its Histo-


rical Bela'ions. Cambridge UJ;liv. Press, 1917.

180
derada como ente por sí, es la prehensión en unidad de
los aspectos modulados del universo de acaecimientos. Su
conocimiento de sí misma, surge de su propia aplicabilidad
a las cosas cuyos aspectos pI' hende. Conocc el mundo como
un sistema de aplicabilidad mutua, y de esta suerte se ve a
sí mi sma como reflejada en otras cosas. Entre estas otras
c~ sas figuran muy especialmente las varias partes de su pro-
pJO cuerpo.
Es importante distinguir el módulo corporal, que dura, del
acaecimiento corporal, penetrado por el módulo durabl-e, y
de las partes del acaecimiento corporal. Las partes del acac-
cimiento corporal son penetradas, a su vez, por sus propios
lnódulos durables, que constituyen elementos en el módulo
durable. Las partes del cuerpo son realmente porciones del
ambiente del acaecimiento corporal total, pero de tal suerte
relacionadas que sus aspectos mutuos, cada uno de ellos
en el otro, son peculia m ente efectivos en la modificación
del módulo de cada uno de ellos . E sto proviene del carácter
Íntimo de la relación del todo con la parte. Así, el cuerpo
es una pOl'ción del ambiente para la parte, y ésta una por~
ción del ambiente para el cuerpo; sólo ellos son particular-
mente sensibIes, cada uno a las modificaciones del otro. Esta
sensibilidad está dispuesta de suerte que la parte se aj Ista
para preservar la estabilidad del módulo del cuerpo. Es un
ejemplo particular del ambiente propicio que protege al orga-
nismo. La r elación de la parte al todo tiene la reciprocidad
cspecial asociada a la no ción de organismo, -en que la parte
está para el todo; pero esta relación impera en toda la natu-
raleza, sin que se inicie en el caso especial de los organismos
más elevados.
A mayor abundamiento, examinando la cuestión como si
se tratara de un asunto de química, no hay necesida d de
interpr-etar las acciones de cada molécula en un cuerpo vivo
a base de su referencia particular exclusiva al módulo del
organismo vivo completo . E s cierto que toda molécula es
afectada por el aspecto de su módulo en cuanto reflejado
en ella, de suerte que es de otra manera de como habría
sido si hubiese estado colocada en otro lugar. De igual
modo, en algunas circunstancias puede un electrón ser esfé-

181
rico y en otras un volumen de forma oval. Este procedi-
miento de enfocar el problema, por 10 que a la ciencia se
refi er e, consiste simplemente en preguntar si las moléculas
presentan en los cuerpos vivos propiedades no observables
en medio de contornos inorgánicos. De igual modo, en un
campo magnético presentIJ, el hierro maleable propiedades
que sólo latentes tiene en otros sitios. Las rápidas acciones
de auto-preservación de los cuerpos vivos -y también nues-
tra experiencia de las acciones físicas de nuestros cuerpos
obedeciendo las determinaciones de nuestra voluntad- su-
giere la modificación de las moléculas en el cuerpo como
resultado del módulo total. Parece posible que haya leyes
fí sicas que expresen la modificación de los últimos organis-
mos básicos cuando forman parte de organismos más eleva-
dos con adecuada compacidad de módulo. Sin embargo, es-
taría en p erfecta consonancia con la acción empíricamente
observada, de los ambientes, que fuesen negligibles los efec-
tos directos de los aspectos entre el cuerpo entero y sus
partes. Esperaríamos una transmisión. De este modo, la
modificación del módulo total se transmitiría por medio de
una serie de modificaciones de una serie descendente de par-
t es, de suerte que finalmente la modificación de la célula
cambie su aspecto en la molécula, efectuando así una alte-
ración correspondiente en la molécula o en algún ente
más sutil. Así, la cuestión que se plantea a la fisiolo gía
es la de la física de las moléculas en células de diferentes
caracteres.
Ahora podemos ver las relaciones entre la psicología, la fi-
siología y la física. E l campo reservado a la psicología es pu-
ramente el acaecimiento considerado desde su propio punto
de vista. La unidad de este campo es la unidad de acaeci-
miento . P ero es el acaecimiento en cuanto ente y no el acae-
cimiento en cuanto suma de partes. Las relaciones de las
partes, entre sí y con el todo, son sus aspectos, el que cada
un a tiene para las demás. Para un observador ext erno, un
cuerpo es un agregado de los aspectos que para él tiene
el cuerpo en cuanto conjunto, y t ambién del cuerpo en
cuanto suma de partes. Para el observador externo, son do-
minantes, por lo menos para la cognición, los aspectos de la

182
forma y de los obj etos-deI-sentido. Pero también tenemos
que admitir la posibilidad de que descubramos en nosotros
aspectos de las mentalidades de organismos superiorcs. La
pretensión de que la cognición de mentalidades ajenas tenga
que efectuarse necesariamente por medio de inferencias in-
directas de los a:spectos de la forma y de los objetos-deI-sen-
tido, aparece como totalmente infundada a tenor de esta
filo sofía del organismo . El principio fundamental es que
cualquier cosa que emerja a "actualidad", implanta sus as-
pectos en todo acaecimiento individual.
A mayor abundamiento, incluso para la auto cognición,
los asp ectos de las partes de nuestros propios cuerpos to-
man en parte la forma de aspectos de la forma y de los
objetos-del-sentido. Pero esa parte del acaecimiento corpo-
ral, con respecto al cual es asociada la mentalidad cognitiva,
es para sí el campo psicológico unitario . Sus ingredientes
no se refieren al acaecimiento mismo, sino que son aspectos
de lo que está más allá de ese acaecimiento. Así, el cono-
cimiento de sí mismo, inherente al acaecimiento corporal,
es el conocimiento de sí mismo en cuanto unidad compleja
cuyos ingredientes abarcan toda la realidad más allá de él,
restringida por la limitación de sus módulos de aspectos .
Así, nos conocemos como una función de unificación de una
pluralidad de cosas que son ajenas a nosotros. La cognición
descubre un acaecimiento como siendo una actividad, como
organizando una coexistencia r eal de cosas ajenas. Pero este
campo psicológico no depende de su cognición, de suerte
que este campo sigue siendo un acaecimiento unitario en
cuanto abstraído de su autocognición.
En consecuencia, conciencia será la función del conocer.
Pero lo conocido es ya una prehensión de aspectos del uni-
verso real único. Estos aspectos lo son de otros acaecimien-
tos en cuanto se modifican mutuamente. cada uno a los
demás; en el módulo de los aspectos, se hallan en su módulo
de estar mutuamente relacionados.
Los datos originarios en términos de los cuales el módulo
construye, son los aspectos de las formas, de 'los objetos-
del-sentido y de otros objetos eternos cuya autoidentidad
no es dependiente del fluü' de las cosas. Dondequiera que

183
esos objetos tengan acceso al fluir general, interpretan acae-
cimientos, cada uno a los demás. En este caso están en el
percipiente; pero, siendo percibidos por él, le proporcionan
algo del fluir total que está más allá de él. La relación de
sujeto-objeto tiene su ,origen en el doble papel de estos
objetos et ernos. Son modificaciones del suj eto, pero sólo
en su carácter de aspectos de otros sujetos que se incor-
poran a la comunidad del universo .. Así, ningún sujeto
individual puede tener r ealidad independiente, puesto que
es una prehensión de aspectos limitados de sujetos aje-
nos a él.
La frase técnica sujeto-obj eto es un mal término para la
situación fundamental puesta de manifiesto en la expel'Íen-
cia. Es verdadero trasunto del "sujeto-predicado" aristoté-
lico . Presupone ya la doctrina metafísica de sujetos diver-
sos calificados por sus predicados privativos. Esta es la
doctrina de los sujetos con mundos de experiencia priva-
tivos. D e aceptarla no hay modo de escapar al solipsismo.
I~o esencial es que la frase "sujeto-objeto" indica un ente
fundamental subyacente a los objetos. Así, los "objetos",
de t al suerte concebidos, son simplemente los espíritus de
los predicados .aristotélicos. La situación primaria puesta
al descubierto en la experiencia cognitiva es "objeto-ego
en m edio de obj etos". Lo digo en el sentido de que el hecho
primario es un mundo imparcial trascendente al "aquí-
ahora" que señala al objeto-ego, y trascendente al "ahora"
que es el mundo espacial de realización simultánea. Es
un mundo t ambién que incluye la "actualización" del pa-
. sado y la limitada potencialidad del futuro, junto con el
mundo completo de la potencialidad abstracta, el reino de
los obj etos eternos, que trasciende el curso positivo de rea-
lización, y halla ejemplificación en él y en comparación con
él. El objeto-ego, en cuanto aquí-ahora de la conciencia,
es consciente de su esencia experiente como constit uída por
su estar internamente relacionada con el mundo de las rea-
lidades y con el de las ideas . Pero, estando así constituído,
el obj eto-ego se halla dentro del mundo de las realidades
y se presenta como un organismo que reclama el ingreso de
ideas para el designio de esta su condición entre las reali-

184
dad es. D ebemos guardar para otra ocasión el tratamiento
de esta cuestión de la conciencia.
El punto que importa dilucidar a los efectos del presente
estudio, es que una filo sofía de la naturaleza en cuanto or-
gánica, tiene que partir del extremo opuesto a ese requisito
de una filosofía materialista. El punt o de partida del ma-
terialismo son las sust ancias de existencia independiente:
materia y espíritu. L a mat eria sufre modificaciones de sus
relaciones ext ernas de locomoción, y el spíritu las sufre
de sus objetos contemplados. E n esta teoría materialista
hay dos clases de sustancias independientes, calificada cada
una de ellas por sus propias pasiones. El punto de partida
del org:micismo es el análisis del proceso concerniente a la
realización de acaecimientos dispuestos en una comunidad
entrelazada. El acaecimiento cs la unidad dé lo real de las
cosas. E l módulo durable emergente es la est abilización
dellogl'o emergente para que ll egue a ser un hecho que re-
t enga su identidad a través del proceso. Adviértase que la
durabilidad no es primariamente la propiedad de durar
más allá de sí mismo , sino la de durar dentro de sí mismo.
Quiero decir que la durabilidad es la propiedad de encon-
trar reproducido su módulo en las partes t emporales del
acaecimiento total. E s en est e sentido que un acaecimiento
total lleva un módulo durable. H ay un valor intrínseco
idéntico para el todo y para su sucesión de part.es. Cog-
nición es el emerger - en alguna medida de realidad indivi-
dualizada- del sustrato general de activi dad, ponderando
ante sí la posibilirlad , la " actualidad" y el designio.
E s igualmente po ible llegar a esta concepción orgánica
elel mundo partiendo de las nociones fundamentales de la
fí sica moderna en vez de hacerlo, como en los párrafo s pre-
cedentes, de la psicología y de la fisiología. y en realidad
fué por este camino que llegué a mis convicciones debido
a mis propios estudios de matemática y de fí sica mat emá-
tica. La fí sica matemáti ca presupone, en primer lu gar, un
campo de actividad elect romagnético que nena el espacio y
el tiempo. Las leyes qu e condicionan este campo no son
otra cosa que las condiciones observadas por la ac tividad
general del fluir del mundo , tal como ést e se individualiza

185
en los acaecimientos. En física, es una abstracción. La
ciencia hace caso omiso de lo que una cosa sea en sí. Sus
entes son estudiados meramente con respecto a su realidad
extrínseca, es decir con respecto a los aspectos que en otras
cosas tienen. Pero la ab stracción llega aún más allá, pues
lo único que cuenta son los asp ectos en otras cosas en
cuanto modificativos de las especificaciones espacio-tempo-
rales de las historias-de-la-vida de esas otras cosas. La rea-
lidad intrínseca del observador es tenida en cuenta: me re-
fiero a lo que el observador invoca para sí; por ejemplo, el
hecho de que vea azulo rojo, figura en las aserciones cien-
tíficas, pero en r ealidad no el rojo qu e el observador ve: lo
que cuenta es simplemente la mera diversidad de las expe-
riencias de rojo del observador con respecto a todas sus de-
más experiencias. Por consiguient e, el carácter intrínseco
del observador sólo es de aplicación en orden a fijar la indi-
vidualidad autoidéntica de los entes físicos. Estos entes
son considerados sólo como factores que fijan las rutas en
el espac:o y en el tiempo de las historias-de-la-vida de los
ent es durables.
La t erminología de la fí sica se deriva de las ideas mate-
rialistas del siglo XVII; p ero yo encuentro que con todo y su
extrema abstracción, lo que realmente presupone es la teo-
ría orgánica de los aspectos tal como nosotros la hemos
expuesto anteriormente. E xaminemos, en primer lugar,
cualquier acaecimient o en el espacio vacío, significando en
este caso la palabra "vacío", desprovisto de electrones o
protones 11 otra forma cualquiera de carga eléctrica. Un
acaecimiento como ése tiene tres funciones en la fí sica : pri-
m era : es la escena efectiva de una contingencia de energía,
ya como habitáculo de ésta, ya como lugar de una corriente
particular de energía; sea como fu ere, en esta función la ener-
gía está allí, bien como localizada en el espacio durante
el tiempo en cuestión, bien corriendo por el espacio. Se-
gunda: el acaecimiento es un eslabón necesario en el mó-
dulo de transmi sión, por medio del cual el carácter de todo
acontecimiento recibe alguna modificación proveniente del
carácter de cualquier otro acaecimiento. T ercera: el acae-
cimiento es el repositorio de una posibilidad en orden a lo

186
que le ocurriría a una carga eléctrica, sea por vía de defor-
mación o de locomoción, si se diera el caso de que estuviese
allí.
Si modificamos nuestra suposición fij ándonos en un
acaecimiento que incluya en sí una porción de la historia-
de-Ia-vida de una carga eléctrica, entonces subsiste aún el
análisis de sus tres funciones, excepto que la posibilidad
implicada en la tercera se ha transformado ahora en "actua-
lidad". En esta sustitución de posibilidad por "actualidad"
obtenemos la distinción entre acaecimientos vacíos y acae-
cimientos ocupados.
Volviendo a los acaecimientos vacíos, t amos en ellos
la falta de la individualidad del contenido intrínseco. F ij án-
donos en la primera fun ción de un acaecimiento vacío, la
de ser un habilt áculo de energía, notamos que no hay dis-
criminación de una porción individual de energía sobre si
está ubicada localmente o constituye un elemento de la
corriente. Hay simplemente una determinación cuantitativa
de actividad, sin individualización de la actividad misma.
E sta falta de individualización resulta aun más patente en
las funci ones segunda y tercera. Un acaecimiento vacío
es alguna cosa en sí, pero no logra realizar una individuali-
dad de contenido que sea estable. Por lo que a su contenido
se refi ere, el acaecimiento vacío es un elemento realizado
en un esquema general de actividad organizada.
Alguna calificación se requiere cuando el acaecimiento
vacío está en la escena de la transmisión de un tren defi-
nido de repetidas formas de ondas. Hay ahora un módulo
definido que sigue siendo p ermanente en el acaecimiento.
Pero es individualidad sin el menor dejo de originalidad,
puesto que es meramente una permanencia proveniente ex-
clusivamente de la implicación de un acaecimiento en un
esquema de modulación más amplio.
Pasando ahora al examen de un acaecimiento ocupado,
el electrón tiene una individualidad determinada. Puede se-
gUÍrsele a través de una variedad de acaecimientos en el
curso de su historia-de-la-vida. Una colección de electrones
junto con las análogas cargas de electricidad positiva, forma
un cuerpo tal como los que ordinariament e percibimos. El

187
cuerpo más simple de esta clase es una molécula, y una
serie de moléculas forma un trozo de materia ordinaria,
como una silla o una piedra. ASÍ, una carga de electricidad
es la marca de la individualidad de contenido, en calidad
dc añadida a la individllalid!J,d de un aca,ecimiento en sÍ.
Esta individualidad de contenido es el punto fuerte de la
doctrina materialista.
Sin embargo, es susceptible de ser igualmente bien expli-
cado a base de la teoría del organicismo. Si nos fijamos en
la función de la carga eléctrica, observamos que su papel
es marcar la originación de un módulo que es transmitido
por el espacio y el tiempo . E s la llave de algún módulo
particular. Por ejemplo: el campo de fuerzas de to do acae-
cimiento debe interpretarse prestando atención a las con-
tingencias de los electrones y protones, y lo propio cabe de-
cir de las corrientes y distribuciones de energía. Además,
las ondas eléctricas se originan en las contingencias vlbra-
tarias de estas cargas. Así, el módulo transmitido debe
ser concebid.o con el fluir de aspectos a través del espacio
y del tiempo, derivado ele la historia-de-la-vida de la carga
atómica. La individualización de la carga surge por una
conjunción de dos caracteres: en primer lugar, por la con-
tinuada identidad de su modo de funcionar como llave para
la determinación de una difusión de módulo, y, en segundo
lugar, por la unidad y continuidad de su historja-de-Ia-vida.
Podemos concluir, por consiguiente, que la teoría orgá-
nica representa directamente lo que la física supone efec-
tivamente acerca de sus entes últimos. Advertimos también
la completa futilidad de estos entes si se les concibe como
individuos plenamente concretos. Por lo que a la física
se refiere, su ocupación se agota en moverse entre sí, y fuera
de esta función carecen de realidad. Para la física muy par-
ticularmente, no existe realidad intrínseca.
Es evidente que la fundamentación de la filosofía en el
presupuesto de organismo debe retrotraerse a IJeibniz1 • Sus
mónadas son para él los entes últimamente reales. Pero

'1 Cí. Bertrand RusselI, The Philosophy of Leibniz, como


sugerencia de esta línea de pensamiento.

188
retuvo las sustancias cartesianas con sus pasiones califica-
tivas, como igualmente expresivas, a su juicio, de la carac-
terización fiI1al de las cosas reales. Por consiguiente, se-
gún él, no hay r ealidad concreta de las relaciones internas.
En consecuencia, maneja dos puntos de vista distintos.
Uno de eHos era que el ente real final es una actividad orga-
nizadora que funde ingredientes en una unidad, de suerte
que esta unidad es la realidad. E l otro punto de vista es
que los entes r eales finales son sustancias soportes de cua-
lidades. El primer punto de vista depende de que se acep-
t en relaciones internas que mantengan unida a toda la rea-
lidad. El segundo es incompatible con la r ealidad de seme-
jantes relaciones. Para combinar estos dos puntos de vist a,
sus mónadas estuvieron, por ello, desprovistas de venta-
nas, y sus pasiones se limitaban a refl ejar el un iverso por
el ajuste divino de una armonía preestablecida. Este siste-
ma presupone, pues, un agregado de entes independientes.
No distingue el acaecimiento en cuanto unidad de expe-
riencia, del organismo durable en cuanto estabilización
suya en importancia, ni del organismo cognitivo en cuan-
to expresivo de una condición más completa de indivi-
dualización. Tampoco admite las relaciones de varios tér-
minos, que relacionen de diversos modos con acaecimiento s
dístintos los datos de los sentidos. Estas relaciones de
varios t érminos son virtualmente las p erspectivas que ad-
mite Leibniz, pero sólo con la condición de que sean
puramente cualidades de las mónadas organizadoras. La
dificultad surge realmente de la aceptación indiscutible de
la noción de locación simple como fundamental para es-
pacio y tiempo, y de la aceptación de la noción de sustan-
cia individual independiente como fundamental para un
ente real. El único camino que le quedaba abierto a L eibniz
era, pues, el mismo que luego tomó Bcrkeley (en una inter-
pretación corriente de su significado) , a saber: una invoca-
ción a un Deus ex machina capaz de elevarse por encima de
las dificultades de la metafísica.
Del mismo modo que Descartes introdujera la tradición
del pensamiento que mantuvo la filo sofía subsiguiente en
algún grado de contact o con el movimiento científico, in-

189
trodujo Leibniz la tradición alternativa de que los entes,
que son las últimas cosas reales, son en algún sentido pro-
cedimientos de organización. Esta tradición ha sido la pie-
dra fundamental de las grandes realizaciones de la filo sofía
alemana. Kant refleja las dos tradiciones, que en él se
hallan superpuestas. A pesar de ser él un hombre de ciencia,
las escuelas que de él arrancan sólo muy débil influjo ejer-
cieron en la mentalidad del mundo científico. Les estaba
reservada a las escuelas filosóficas de nuestro siglo la misión
de hacer confluir las dos corrientes en una expresión d el
cuadro del mundo derivado de la ciencia, poniendo con ello
término al divorcio de la ciencia con respec to a las afirma-
ciones de nuestras experiencias estéticas y éticas.

190
CAPÍTULO X

ABSTRACCIÓN

En los capítulos anteriores examiné las r eacciones del


movimiento científico ante los problemas más profundos de
que se habían ocupado los pensadores modernos. Ningún
hombre, colectividad humana limitada ni época son capaces
de pensarlo todo de una vez. D e ahí que para entresacar
los distintos impactos de la ciencia en el pensamiento, haya
sido necesario tratar el asunto históricamente. En esta re-
t rospección he t enido presente que el resultado último o de
toda la historia es la disolución pat ente del cómodo esquema
del materialismo científico dominante en el curso de los t res
siglos a que hemos dedicado nuestra atención. En conse-
cu ellcia, han sido puestas de relieve diversas escuelas de crí-
tica de las opiniones dominantes, y he int entado esbozar
una doct rina cosmológica ant ernativa 10 suficientemente
amplia para abarcar 10 fundamental a un tiempo para la
ciencia y para sus crít icas. En este esquema alternativo,
la noción de materia, en cuanto fundamental, ha sido susti-
t uída por la de síntesis orgánica. Pero para llegar a ésta
hemos partido siempre del estudio de las dificultades po-
sitivas del pensamiento científico y de las peculiares perple-
jidades que sugiere.
E n este capítulo, y en el inmediatamente sub siguiente,
vaya olvidar los problemas p eculiares de la ciencia moderna,
para colocarme en el punto de vista de un estudio desapa-
sionado de la naturaleza de las cosas, antes de lanzarme
a cualquier investigación esp ecial relativa a sus detalles. Es

191
la postura calificada de "metafísica" . Por consiguiente, los
lectores que encuentren pesada la m etafí sica, incluso en
do ~ capítulos ligeros, harán bien en prescindir de ellos y pa-
sar directamente al capítulo sobre "Reli gión y ciencia" ,
que r esume el t ema del impacto de la ciencia en el pensa-
miento moderno .
E stos capít ulos metafí sicos son puramente descriptivos.
Su justificación debe buscarse (1) en nuest ro conocimiento
directo de las ocasiones reales de que se compone nuest ra
experiencia inmediata; (n) en el éxito de éstas en la t area
de ofrecer una base para armonizar nuest ros relatos sist e-
matizados de diversos t ipos de experi encia, y (m) en su
éxito en proporcionar los conceptos en t érminos de los cua-
les puede fOli arse una epist emología. Por (m) entiendo que
un relato del caráct er general de lo que conocemo s, debe
ponernos en con diciones de formular un relato de cómo es
posible el conocimiento a modo de anexo dentro de las cosas
conoci das.
En cualquier ocasión de cognición, lo conocido es una
ocasión real de experiencia, en cuanto diversificada1 m e-
diante referencia a un reino de entes que trascienden esa
or;asión inmediata en que ti enen conexiones aná logas o
diferentes con otras ocasiones de experiencia. Por ejemplo,
un matiz definido de roj o puede, en la ocasión inmediat a,
ser implicado con la forma de esfericidad de algún modo
definid o. P ero ese matiz de rojo y esa forma esférica se
present an como trascendiendo esa ocasión en que ninguno
de los dos ti cne otras relaciones con otras ocasiones . Ade-
más, prescindi endo de la presencia r eal de las mismas cosas
en otras ocasiones, toda ocasión real está puest a dentro de
un reino de entes interconectados alternat ivos. E st e reino
se pone al descubierto por todas las proposiciones falsas que
quepa formular de ant emano para significar esa ocasión.
Es el r eino de las sugcrencias alternativas cuyo asidero en
la "actualidad" trasciende t oda ocasión real. La aplica-
bilidad real de las proposiciones falsas a toda ocasión "ac-
tual" es descubierta por el arte, por la poesía y por la crítica

1 er. mis P1'inciples 01 Natum l Knowleclge) cap, v) secc. 13.

192
referente a ideales. Es el fund amento de la posición meta-
física qu e yo sust ento, de que el entendimi ento de la "ac_
tualidad" requi ere una refer encia a la idealidad. Los dos
reinos son intrínsecamente inherentes a la situación meta-
física total. La verdad de que alguna proposición respecto
de una ocasión real sea falsa, puede expresar la verdad vital
referente a un acierto estético . E xpresa la " gran negativa"
que es su característica primaria. Un acaecimiento es de-
cisivo en proporción a la importancia que t engan (para él)
sus proposiciones falsas: su aplicabilidad al acaecimiento
no puede disociarse de lo que el acaecimiento es en sí por
vía de logro. E sto s entes trascendentes han sido calificados
de "universales". Prefi ero usar el t érmino "objeto s et ernos"
para emanciparme de presupuesto s adher:idos al t érmino
antcrior a causa de su prolongada historia filosófica. Los
objetos eternos son, pu es, en su nat uraleza, ab stractos. En-
tiendo por "abstracto" qu e lo que un obj eto et erno es en
sí -es decir, su esencia- , es comprensible sin referencia
a alguna ocasión particular de experiencia. Ser abstracto
es trascender las ocasiones concret as particular.es del acon-
t ecer real. P ero trascender una ocasión real no significa es-
üLr desconectado de ella. Por el contrario, yo sostengo que
todo obj eto et erno tiene su genuina cOl1-exión propia con
cada una de tales ocasiones, calificada por mí de su modo de
ingreso en esa ocasión. ASÍ, un obj to et erno debe ser
comprendido por el conocimiento de (1) su individualidad
particular; (n) sus r elaciones generales con otros obj etos
eternos en cuanto susceptibles de realización en ocasiones
reales, y (m) el principio general que expresa su ingreso
en ocasiones reales particulares.
E stos tres título s expresan dos principios. El primer
principio es qUE: todo obj eto et erno es un individuo que,
en su prop.ia manera p eculiar, es lo que es. Esta individuali-
dad particular es la esencia individual del obj eto, y no puede
ser descrita de otro modo que como siendo ella misma.
Así, la esencia . individual es simplemente la e encia con si-
derada con respecto a su unicidad. Además, la esencia de
un obj eto eterno es simplemente el obj eto et erno conside-
rado como añadiendo su propia contribución única a toda

193
ocasIOn real. Esta cont 'ibución única es idéntica para to-
das esas ocasiones con r especto al hecho de que en todos
los modos de ingreso el objeto es precisamente su mismo
idéntico . Pero varía de una ocasión a otra con respecto a
las diferencias de sus modos de ingreso. Así, la condición
metafísica de un objeto eterno es la de una posibilidad pa-
ra una realidad. Toda ocasión real es definida con relación
a su carácter por la manera en que esas posibilidades son
"actualizadas" para esa ocasión. Así, "actualización" es
una selección entre posibilidades, o, para decirlo más exac-
tamente, una selección que se resuelve en una gradación
de posibilidades con respecto a su realización en esa oca-
sión. Esta conclusión nos lleva al segundo principio meta-
fí sico : un objeto eterno, considerado como un ente abstracto,
no puede ser divorciado de su referencia a otros objetos
dernos ni de su referem:ia a la "actualidad" en general;
aunque esté desconectado de sus modos reales de ingreso
en ocasiones reales definidas. Este principio se expresa con
la afirmación de que todo objeto eterno tiene una "ésen-
cia relacional". Esta esencia relacional determina cómo
es posible para el objeto el tener ingreso en ocaSIOnes
reales.
Dicho con otras palabras: si A es un objeto eterno, lo
que A es en sí implica la condición de A en el universo,
y A no puede ser divorciado de esta condición. En la esen-
cia de A se halla un estar determinado en cuanto a las rela-
ciones de A con otros objetos eternos, y un no estar deter-
minado en cuanto a las relaciones de A con ocasiones reales.
Dado que las relaciones de A con otros objetos eternos se
hallan determinadamente en la esencia de A, se sigue que
son r elaciones internas. Quiero decir con esto que estas re-
laciones son constitutivas de A, puesto que un ente que
esté en relaciones internas carece de ser como ente que no
esté en estas relaciones. Dicho con otras palabras: una vez
con relaciones internas, siempre con relaciones internas.
Las relaciones internas de A forman en su conjunto la sig-
nificación de A.
Por otra parte, un ente no puede estar en relaciones ex-
ternas a menos que en su esencia haya un estar indeter-

194
minado que le haga susceptible de sufrir esas relaciones
externas. El significado del término "posibilidad" en cuanto
aplicado a A es simplemente que en la esencia de A se halla
una capacidad de sufrir relaciones con ocasiones reales.
Las relaciones de A con una ocasión real son simplemente
cómo las relaciones eternas de A con otros objetos eter-
nos están escalonadas con r especto a su r ealización en esa
ocasión.
Así, el principio general que expresa el ingreso de A en la
ocasión real particular a, es el estar indeterminado que se
halla en la esencia de A con respecto a su in greso en a,
y es el estar det erminado que se halla en la esencia de a con
respecto al ingreso de A en a. Así, la prehensión sinté-
tica que es a, es la solución del estar indet erminado
de A en el est ar determinado de a . D e ahí que la re-
lación entre A y a sea ext erna con respecto a A e in-
t erna con respecto a a. Toda ocasión real a es la solución
de todas las modalidades en ingresiones categóricas reales:
verdad y falsedad ocupan el sitio de la posibilidad. E l in-
greso completo de A en a es expresado por todas las propo-
siciones verdaderas que hay sobre A y a, y t ambién -puede
ser- sobre otras cosas.
El determinado estar r elacionado del ob jeto eterno 11 con
cualquier otro obj eto et erno es cómo A est á, sist emática-
mente y por la necesidad de su naturaleza, relacionado con
todo otro objeto eterno. E se estar relacionado representa
una posibilidad de r ealización. P ero una relación es un
hecho que afecta a todos los relata implicados, y no puede
ser aislado como si sólo implicara a uno de los relat a. P or
consiguiente, hay un h echo general de est ar relacionado
mutuamente de un modo sist emático, que es inherente al
carácter de la posibilidad. El reino de los obj etos et ernos
está descrito en propiedad como un "reino" porque todo
obj eto eterno tiene su condición en este complejo sistemá-
tico general de estar r elacionado mutuamente.
En cuanto al ingreso de A en una ocasión real a,
las relaciones mutuas de A con otros obj etos eternos, en
esta forma escalonada de realización, r equieren para su ex-
presión una referencia a la condición de A y de los demás

195
objetos eternos de la relación espacio-temporal. Además,
est a condición no puede s l' expresada (a este propósito)
sin una referencia a la condición de a y de otras ocasiones
real es de la misma relación espacio-temporal. Por consi-
guiente, la relación espacio-temporal en cuyos términos ha
de ser expresada la marcha efectiva de los acaecimiento s,
no es más que una limitación selectiva dentro de las rela-
ciones sist emáticas generales entre los obj etos eternos. En-
tiendo por "limitación", en cuanto aplicada al continuo es-
pacio-temporal, las determinacion es de circunstancias de
h echo, tales como las tres dimensiones del espacio y las cua-
tro dimensiones del continuo espacio-temporal, inherentes a
la marcha efectiva de los acaecimientos pero que se pre-
sentan como arbitrarias con respecto a una posibilidad más
abstracta. El estudio de est as limitaciones generalils en la
base de las cosas reales, en cuanto distinta de la limitación
peculiar de cada ocasión real, será reanudado más plena-
mcnt e en el capítulo dedi cado a "Dios".
Por otra parte la condición de toda posibilidad con rela-
ción a la "actualidad" requiere una referencia a este conti-
nuo espacio-temporal. En todo estudio particular de una
posibilidad, cabe concebir que cste continuo sea trascendi-
do . Pero siempre que haya una referencia definida a la
"actualidad", se r equiere el cómo definido de trascendencia
de ese continuo espacio-temporal. Así, primariamente, el
continuo espacio-temporal es un lugar de posibilidad rela-
cional, elegido de entre el reino más general de la relación
sist emática. Este lu gar limitado de posibilidad relacional,
expresa una limitación de posibilidad inherente al sistema
general del proceso de realización. Cualquier posibilidad
que sea coherente en general con se sistema, cae dentro de
esta limitación. Además, cuanto abstraídamente sea posible
en relación con el curso general de los acaecimientos -en
cuanto distinto de las limitaciones particulares provocadas
por ocasiones particulares-, llena el continuo espacio-tem-
poral en tod a situación espacial alternativa y en todos los
t iempos alternativos.
Fundamentalmente, el continuo espacio-temporal es el
sistema general de estar relacionadas todas las posibilidades,

196
siempre que ese sist ema esté limitado por su aplicabilidad
a la "actualidad", puesto que posibilidad es aquello en que
cabe un logro, haciendo caso omiso de si este logro llega a
producirse.
Ya h emo s in sistido en que una ocasión real debe ser
concebida a modo de limitación, y qu est e p.roceso de li-
mitación puede ser caracterÍzado siempre como una gra-
dación. E sta característica de una ocasión real (a, por
ejemplo) requiere ulterior dilucidación: un est ar in deter-
minado se halla en la esencia de todo objeto eterno (A, por
ejemplo). La ocasión real a sintetiza en sí todo obj eto
eterno, y, haciéndolo así, incluye el estar r elacionado corn-
l)leto de A con resp ecto a todo otro obj eto eterno o serie de
obj etos eternos. E sta síntesis es una limitación de realiza-
ción aunque no de contenido . Toda r elació'n mantiene su
auto-identidad inherente. P ro grados de entrada en esta
síntesis son inherent es a toda ocasión real, tal como a. Es-
t os grados só lo pueden ser expresados como aplicabilidad
de valor. Esta aplicabilidad de valor varía -al comparar
ocasiones diferentes- de grado desde la inclusión de la
esencia individual de A a fuer de elemento en la síntesis
estética (en algún grado de inclusión) hasta el grado Ínfimo
que es la exclusión de la esencia individual de A a título
de elem ento de la síntesis e tética. Mientras esté en este
grado ínfimo, toda relación determinada de A es un mero
ingrediente de la ocasión con respecto al determinado có-
mo esta relación sea una alternativa incumplida, no pro-
porcionando ningún valor estético, salvo el de constituir
un elemento del sustrato sist emático de contenido incum-
plido. En un grado más elevado, puede qu edar incumplido,
pero ser de aplicabilidad estéticamente.
Así, concebido simplemente con resp ecto a sus relaciones
con otros obj etos eternos, A es "A concebido como no-s'ien-
do", en donde "no siendo" significa "abstraído del hecho de-
t erminado de inclusiones en acaecimientos reales y de exclu-
siones de tales acaecimientos". Por otra parte, "A en cuanto
no-siendo con respecto a una ocasión definida a' significa
que en todas sus relaciones det erminadas A est á excluído de
a. Además, "A en cuanto siendo con respecto a a" significa

197
que en algunas de sus relaciones determinadas .4_ est á incluÍ-
do en a. P ero puede no haber _ninguna ocasión que incluya
a A en todas sus relaciones determinadas, puesto que al-
gunas de estas relaciones son contrarias. Así, en atención a
las relaciones excluídas, A será A no-siendo en a, incluso
si en atención a otras r elaciones A sea A siendo en a. En
este sentido, toda ocasión es una síntesis de siendo y no-
siendo . Además, aunque algunos objetos eternos estén sinte-
tizados en una ocasión simplemente quá no-siendo, todo ob-
jeto eterno sintetizado qná siendo es sintetizado t ambién qua
no-siendo. "Siendo" significa en estc caso " individualmente
efectivo en la síntesis est ética". La "síntesis estética" es,
pues, la "síntesis experiente" vista como autocreativa, con
las limitaciones que le impone su estar relacionada con todas
las demás ocasiones reales. D e esta suerte llegamos a la con-
clusión -que ya habíamos enunciado anteriormente- de
que el hecho general de la prehensión sintética de todos los
objetos eternos en todas las ocasiones, ostenta el doble as-
pecto del indetcrminado estar relacionado de todo objeto
con ocasiones en general y de su determinado estar relacio-
nado con cada ocasión particular. E sta afirmación com-
pendia el r elato de cómo son posibles las relaciones exter-
nas. Pero este relato depende de que el continuo espacio-
t emporal se emancipe de su mera implicación en ocasiones
reales -según la explicación usual- y de que sea presen-
tado en su proveniencia de la naturaleza general de la po-
sibilidad abstracta, en cuanto limitada por el carácter ge-
neral de la marcha efectiva de los acaecimientos.
La dificultad que plantean las relaciones internas es la
de explicar cómo es posible cualquier verdad particular.
Hasta donde haya relaciones internas, cualquier cosa debe-
rá depender de cualquier otra cosa. Pero si tal es el caso,
no podremos saber de cualquier cosa hasta que no sepamos
igualmente de cualquier otra cosa. En apariencia, por con-
siguiente, nos encontramos sometidos a la necesidad de de-
cirlo todo de una vez. Esta presunta necesidad es notoria-
mente falsa. En consecuencia, nos corresponde explicar
cómo puede hab er relaciones internas en vista de que ad-
mitimos verdades finitas.

198
Puesto que las ocasiones r eales son selecciones del reino
de las posibilidades, la explicación última de cómo las oca-
siones reales tienen el carácter general que tienen, debe bus-
carse en un análisis del carácter general del reino de la posi-
bilidad.
El carácter analítico del reino de los objetos eternos es
la primera verdad metafísica que le concierne. Por este ca-
rácter ent endemos que la condición de todo objeto et erno
A en este reino es susceptible de análisis hasta un número
indefinido de relaciones subordinadas de alcance limitado.
Por ejemplo, si 'B y e son otros dos objetos eternos, hay
entonces alguna relación perfectamente definida R (A, B,
C) que implica solamente A, B, C, para no requerir la men-
ción de otros obj etos eternos definidos en la calidad de
relata. Desde luego, la relación R (A, B, C) puede abarcar
relaciones subordinadas que sean, a su vez, objetos eter-
nos, y la propia R (A , B, C) es también un obj eto eterno.
También habrá otras relaciones que en el mismo sentido
abarquen solamente A, B, C. Nos corresponde examinar
ahora cómo, habida cuenta del interno estar relacionados
de los objetos et ernos, es posible esta relación limitada
R (A, B, O).
La razón de la existencia de relaciones finitas en el reino
de los objetos et ernos, es que las relaciones de estos obje-
tos entre ellos son enteramente inselectivas y sistemática-
mente completas. E stamos estudiando la posibilidad, de
suerte que toda relación que sea posible se encuentra por
ende en el reino de la posibilidad. Todas estas relaciones
de cada uno de los objetos et ernos se funda en la condición
perfectamente definida de ese objeto en cuestión en cuanto
re-latum en el esquema general de la relación. Esta condi-
ción definida es lo que yo h e calificado de "esencia relacio-
nal" del obj eto . E sta esencia relacional es determinable por
referencia a ese solo objeto y no requiere r eferencia a lguna
a ningún otro obj eto, salvo aquellos específicament e impli-
, cados en la esencia individual de aquel objeto cuando esa
esencia es compleja (como vamos a explicar inmediatamen-
t e). El significado de las palabras "todo" y "algún" dima-
na de este principio; es decir, el significado de la "varia-

lfJ9
ble" en lógica. Todo el princlplO estriba en que una
particular determinación puede ser hecha del cómo de al-
guna relación definida de un obj eto eterno definido A con
un nLlmero definido n de otros objetos eternos, sin ninguna
determinación de los otros n obj etos, Xl, X 2 , ••• X,,, salvo
que cada uno de ellos t enga la condición requerida para
desempeñar su parte resp ectiva en esa r elación múltiple.
Este principio depende del hecho de que la ese11cia relacional
de un obj eto et erno no es única para ese objeto. La mera
esencia relacional de todo obj eto et erno determina el esque-
ma uniforme completo de las esencias relacionales, puesto
que todo obj eto se halla internamente en todas. sus posi-
bles relaciones. Así, el reino de la posibilidad proporciona
un esquema de relaciones uniforme entre series de obje-
tos eternos, y todos los obj etos eternos se hallan en tales
r elaciones hasta donde lo p ermite la condición de cada
uno.
Por consiguiente, las relaciones (en estado de posibili-
dad) no abarcan las esencias individuales de los objetos
eternos, sino que implican ctwlesquiera objetos eternos a
título de relata, a condición de que estos relata tengan las
esencias relacionales requeridas. (Es esta salvedad la que,
automáticamente y según la naturaleza del caso, restrin ge el
"cualesquiera" de la frase "cualesquiera obj etos eternos".)
Este principio es el principio d 1 Aislamiento d,e los Obje-
tos Ete?'7ws en el reino de la posibilidad. Los obj etos eter-
nos están aislados porque sus r elaciones en cuanto posibi-
lidades son susceptibles de expresión sin referencia a sus
respectivas esencias individuales. A diferencia del reino de
la posibilidad, la inclusión de obj etos eternos dentro de
una ocasión real significa que con respecto a alguna de sus
posibles relaciones hay una coexistencia de sus esencias indi-
viduales. E sta coexistencia realizada es el logro de un valor
emergente definido -o configurado- por el definido estar re-
lacionado eternamente con respecto al cual se logra la coexis-
tencia real. Así, el estar r elacionado eternamente es la
forma -el f r 5 o s - , la ocasión real em ergente es el valor
s~¿peryeoto o informado; el valor, en cuanto abstraído de to-
do superyecto particular, es la mat eria abstracta -la v}.7J-

200
común a todas las ocasiones r<::ales, y la actividad sintética
qu e prehende la posibilidad sin valor en el valor informado
superyacente, es la actividad sustanóal. Esta; actividad
sustancial es la que es omitida en todo análisis de los
factores estáticos de la situación metafísica. Los elementos
analizados de la situación son los atributos de la actividad
sustancial.
La dificu ltad inherente al concepto de r elacionefj int er-
nas finitas entre objetos eternos, es obviada de este suerte
por medio de dos principios metafísicos: (r) el de que las
r elaciones de todo objeto eterno A, consideradas como cons-
titutivas de A, abarcan simplemente otros objetos et emos
a t ítulo de meros relata sin l' ferencia a sus esencias indi-
viduales, y (rr) el de que la divi sibilidad de la relación ge-
neral de A en una multiplicidad de relaciones finitas de A
se halla, por consiguiente, en la esencia de ese obj eto eter-
no. Es evidente que el segundo principio dep ende del
l

primero. Entender A es ent ender el cómo de un esquema


general de relación. Este esquema de relación no r equiere
para ser comprendido la unicidad individual de los demás
1'elata. Este esquema se revela t ambién susceptible de ser
analizado en una multiplicidad de relaciones limitadas que
ti enen su individualidad propia, y, sin emb argo, presupone
al propio tiempo la relación total dentro de la posibilidad.
Con respecto a la "actualidad", hay, en primer lugar, la
limitación general de las relaciones, que reduce est e esquema
general ilimitado al esquema espacio-temporal cuatridimen-
sional. Este esquema espacio-temporal es, por decirlo así,
la máxima medida común de los esquemas de relación (en
cuanto limitados por la "actualidad") inherente a todos los
objetos eternos. E sto quiere decir que el cómo relaciones
selec tas de un objeto et erno (A) sean realizadas en toda
ocasión real, es explicable siempre a base de expresar la
condición de A con respecto a st esquema espacio-tempo-
ral y expresando en este esquema la relación de la ocasión
real con otras ocasiones reales. Una relac ión finita definida
que abarque los obj to s eternos definidos de una serie li-
mitada de tales obj etos, es, a su vez, un objeto eterno: es
esos objetos eternos en cuanto en esa r elación. Calificaré

201
de "complejo" a un objeto eterno de esta Índole. Los ob-
jetos eternos que son los relata en un objeto eterno com-
plejo, serán calificados de "componentes" de ese objeto
eterno . Además, si algunos de estos relata son, a su vez,
complejos, sus component es serán designados con la frase
"componentes derivativos" del objeto complejo original.
Por otra parte, los componentes de componentes derivati-
vos serán llamados t ambién componentes derivativos del
objeto original. D e esta suerte, la complejidad de un obje-
to eterno significa que es analizable en una relación de ob-
jetos eternos componentes. Además, el análisis del esqu ema
general del estar relacionados los objetos eternos significa
su exhibición a modo de multiplicidad de objetos eternos
complejos. Un objeto eterno tal como un definido matiz
de verde, no susceptible de ser analizado en una relación
de componentes, será llamado "simple".
Ahora estamos en condiciones de explicar cómo el ca-
rácter analít ico del reino de los objetos et ernos permite un
análisis de ese reino en grados.
En el grado Ínfimo de los objetos et ernos hay que situar
aquellos objetos cuyas esencias individuales son simples.
Este es el grado ccro dc complejidad. A continuación exa-
minamos t oda serie de esos objetos, finita o infinita, en
cuanto al número de sus miembros. Examinemos, por ejem-
plo, la serie de tres objetos eternos, A, B, C, ninguno de los
cuales es complejo. Designemos por R (A, B, CY' algún po-
sible estar relacionados de A, B, C. Para tomar un ejemplo
simple: A, B, C, pueden ser tres colores definidos con el
estar relacionadas espacio-temporalmente entre sí tres caras
de un tetraedro regular dondequiera y en cualquier tiem-
po. Entonces R (A, B, C) es otro objeto eterno del grado
complejo Ínfimo. Análogamente, hay objetos et ernos de
grados sucesivamente más elevados. Con r especto a todo
objeto eterno complejo S (DI, ... D 2 ), los objetos eter-
nos DI, ... D", cuyas esencias individuales son constitu-
tivas de la esencia individual de S (DI, ., . D n ), se califican
de componentes de S (DI> ... D,,). Es evidente que el gra-
do de complejidad que haya de atribuirse a S (DI, .. . D,,)
debe ser tomado como un grado más alto que el grado más

202
elevado de complejidad susceptible de encontrarse entre sus
componentes.
Existe, pues, un análisis del reino de la posibilidad en
objetos et ernos simples y en varios grados de objetos eter-
nos complejos. Un objeto eterno complejo es una situación
abstracta. Hay un doble sentido de "abstracción", con
respecto a la abstracción de objetos et ernos definidos, esto
es, abstracción no matemática. Hay una abstracción de
"actualidad" y una abstracción de posibilidad. Por ejem-
plo, A y R (A, B, C) son, las dos, abst racciones del reino
de la posibilidad. Obsérvese que R (A , B, C) significa R
(A, B, C) en todas sus r elaciones. P ero este significado
de R (11, B, C) excluye otras relaciones en qu e pueda figu-
rar A. De ahí que 11 t al como está en R (A., B , C) sea más
abstracto que A simplemente. Así, al pasar del grado de
los objetos eterllOS simples a grados de complejidad cada
vez más elevados, nos entregamos a grados más altos de
ab stracción desde el reino de la posibilidad.
Ahora estamos en condiciones de concebir las fases su-
cesivas de un progreso definido hacia algún asignado modo
de abstracción desde el reino de la posibilidad, que impli-
que un progreso (en el pensamiento) a través de sucesivos
grados de complejidad creciente. Llamaré " jerarquía abs-
tractiva" a cada una de esas rutas de progreso. Toda je-
rarquía abstractiva, finita o infinita, se basa en algún grupo
definido de obj etos eternos simples. E ste grupo será cali-
ficado de "base" de la jerarquía. Así, la base de una je-
rarquía abstractiva es una serie de obj etos de complejidad
cero. La definición formal de una jerarquía abstractiva es
como sigue:
Una "jerarquía abstractiva basada en g" -designan-
do 9 un grupo de objetos et ernos simples-, es una serie de
objetos eternos que reúne las condiciones siguientes:
(1) los miembros de 9 pertenecen a ella, y son los únicos
objetos eternos simples de la jerarquía;
(u) los componentes de todo obj eto eterno complejo de
la jerarquía son también miembros de la jerarquía, y
(nI) toda serie de objetos eternos pertenecientes a la je-
raquía, tanto si son todos del mismo grado como si difieren

203
entre sí en materia de grado, están conjuntamente entre
los componentes o componentes derivativos de por lo menos
un obj eto eterno que pertenece también a la jerarquía.
Importa advertir que los componentes de un objeto eter-
DO son necesariamente de un grado de complejidad inferior
a éste. Por consiguiente, todo miernlbro de una jerarquía
como ésa, que sea del primer grado de complejidad, sólo
puede t ener como componentes mi embros del grupo g, y
todo miembro del segundo grado sólo puede ten er como
componentes miembros del primer grado, y así sucesiva-
m ente para los grados más elevados.
La t ercera condición que debe reunir una jerarquía abs-
tractiva es la que llamaremo s condición de conexidad. Así,
una jerarquía ::tbstractiva surge de su base, incluye todo
grado sucesivo desde su base, bien a modo de avance pro-
gresivo indefinido, bien hacia su grado máximo, y está "co-
nectada" por la reaparición (en un grado más elevado) de
toda serie de sus miembros pert enecientes a grados infe-
riOl·es, en la función de una serie de componentes o com-
ponentes derivativos de por lo menos un miembro de la
Jerarquía.
Una jerarquía ab stractiva se llama "finita" si se detie-
ne en un grado de complejidad finito, e "infinita" si abarca
miembros pertenecientes resp ectivamente a todos los gra-
dos de complejidad.
Conviene observar que la base de una jerarquía abs-
tractiva puede contener cualquier número de miembros, fi-
nitos o infinitos . Además, la infinitud del número de miem-
bros de la base nada ti ene que ver con la cuestión acerca
de si la jerarquía es finita o infinita.
Una jerarquía ab stracti va finita poseerá, por definición,
un grado de complejidad máximo. Es característico de este
grado que nin gún miembro de él sea componente de otro
obj eto et erno perteneciente a algún grado de la jerarquía.
T ambién es evidente que este grado de complejidad máxima
ti ene que poseer sólo un miembro, pues de otra suerte no
se sati sfaría la condición de conexidad. A la inversa, todo
obj eto et erno complejo define una jerarquía abstractiva fi-
nita que debe ser deseu bierta por un proceso de análisis.

204
Este objeto eterno complejo de que partimos será llamado
el "vértice" de la jerarquía abstractiva: es el único miem-
bro del grado de máxima complejidad. En la primera fase
del análisis obtenemos los componentes del vértice. Estos
componentes pueden s r de diversa complejidad, pero entre
ellos tiene que haber por lo menos un miembro cuya com-
plejidad sea de un grado más bajo que el del vértice. Un
grado que sea un grado más bajo que el de un objeto et er-
no dado, se ll amará "grado próximo" a ese objeto . Toma-
mos entonces los component es del vértice que pertenezcan
a su grado próximo, y como segunda fas e los analizamos
en sus componentes. Entre estos componentes tiene que
haberlos que pertenezcan al grado próximo a los obj etos así
analizados. Añádase a ellos los componentes del vértice qu e
pertenezcan también a est e grado de "segunda aproxima-
ción" desde el vértice, y, en la t ercera fase, analicemos como
antes. Encontramos, así, obj etos pertenecientes al grado de
tercera aproximación desde el vértice, y añadimos a ellos
los componentes pertenecientes a este grado, que han sido
dejados de las precedentes fases de análisis. Continuamos
de este modo por Tases sucesivas hasta que llegamos al
grado de los objetos simples. Este grado forma la base de la
jerarquía.
Hay que advertir que al ocuparnos de jerarquías esta-
mos por entero dentro del reino de la posibilidad. Por con-
siguiente, los objetos eternos están desprovistos de co exis-
t encia real: sigu n permaneciendo dentro de su "aisla-
miento".
El instrumento lógico usado por Al'istóteles para el
análisis del hecho real en elementos más abstracto s, era el
de clasificación en especie y géneros. E ste instrumento
tiene su aplicación de incontrovertible importancia para la
ciencia en las fases preparatorias de ésta. P ero su uso en
la descripción metafísica falsea la verdadera visión de la
situación metafí sica. El uso del término "universal" se ha-
lla íntimamente asociado a este análisis aristotélico; de
poco tiempo a esta p~rte el t érmino ha ad quirido un sentido
más lato, pero sigue sugiriendo ese análisis clasificatorio, y
es por esta razón que lo he evitado.

205
En toda ocasión real a, habrá un grupo g de objetos eter-
nos simples que son ingredient es de ese grupo del modo
más concreto posible. Esta ingrediencia completa en una
ocasión, de suerte que p ermita la más completa fusión de
la esencia individual con otros objetos eternos en la forma-
ción de la ocasión emergente individual, es evidentemente
sui géneris y no puede ser definida en t érminos de ninguna
otra cosa. P ero ti ene su característica peculiar necesaria-
mente inherent e a ella. Esta característica es que hay una
jerarquía abstractiva infinita basada en g y tal que todos
sus miembros están implicados igualmente en esta inclusión
completa en a.
La existencia de semejante jerarquía abstl"activa infi-
nita es lo que se significa con la aserción de que es imposi-
ble complet ar por medio de conceptos la descripción de una
ocasión real. Calificaré de "jerarquía asociada de a" a esta
jerarquía abstractiva infinita asociada a a. Es también lo
qu e se significa con la noción estar conectada una ocasión
real. Este estar conectada una ocasión real, es necesario
para su unid ad sintética y para su int eligibilidad. Hay una
jerarquía de conceptos conectada aplicable a la ocasión, e
incluye conceptos de todos los grados de complejidad. Ade-
más, en la ocasión real, las esencias individuales de los
objetos eternos implicados en estos conceptos complejos, lo-
gran una síntesis estética, productiva de la ocasión a modo
de experiencia por sí misma. Esta jerarquía asociada es la
figura, módulo o forma de la ocasión en cuanto esta oca-
sión está constituída por lo que figura en su plena reali-
zación.
Alguna confusión de p ensamiento se ha causado por el
h echo de que la abstracción de la posibilidad se extravíe
hacia la dirección opuesta, a una abstracción de la "actua-
li dad", por lo que se refiere al grado de abstracción. En
efecto, es evident e que al describir una ocasión real a, es-
tamos más cerca del h echo concreto total cuando describi-
mos predicando de él algún miembro de su jerarquía aso-
ciada, que sea un alto grado de complejidad. Entonces
decimos más de a . Así con un alto grado de complejidad
nos aproximamos más a la concretez plena de a, mientras

206
con un grado bajo nos apartamos de ella. En consecuencia,
los objetos eternos simples representan el extremo de una
abstracción de una ocasión real; en cambio, los objetos eter-
nos simples representan el mínimum de abstracción del reino
áe la posibilidad. Habrá que convenir, pues, a mi juicio,
que cuando se habla de un alto grado de abstracción, lo
que de ordinario se entiende es la abstracción del reino de
la posibilidad; dicho con otras palabras : construcción ló-
gica elaborada.
Hasta aquí me he limitado a estudiar una ocasión real
desde el lado de su plena concretez. E s el lado de la ocasión
en virtud del cual es un acaecimiento de la naturaleza.
Pero un acaecimiento natural es, en est e sentido del t érmi-
no, únicamente una abstracción de una ocasión real com-
pleta. Una ocasión completa abarca lo que en la experiencia
cognitiva toma la forma de recuerdo, anticipación, imagi-
nación y pensamiento. E stos element os de una ocasión
experiente son, pues, modos de inclusión de obj etos eternos
complejos en la prehensión sintética, a modo de elementos
del valor emergent e. Difieren de la concrct ez de la inclusión
plena. En un sentido es inexplicable esa diferencia, puesto
que todo modo de inclusión es sui géneris, no susceptible de
ser explicado en t érminos de ninguna otra cosa. Pero hay
una diferencia común que distingue estos modos de inclu-
sión de la illgl'esión concreta plena que ha sido estudiada.
Esta diferencia es la nuleza. Entiendo por "rudeza" que lo
r ecordado, anticipado, imaginado o pensado, se agota en un
concepto complejo finito . En cada caso hay un obj eto et er-
no finito pl'ehendido dentro de la ocasión a modo de vértice
de una jerarquía finita. E ste il'rumpir de una ilimitabilidad
real es lo que en t oda ocasión señala lo acotado mentalmen-
t e de lo que pertenece al acaecimiento fí sico a que se refie-
r e el funcionamiento mental.
En general parece hab er alguna pérdida de vivacidad
en la aprehensión de los obj etos et ernos afectados; por
ejemplo, Hume habla de "copias vagas". P ero esta vague-
dad parece ser un fundamento de diferenciación muy insegu-
ro. No pocas veces cosas realizadas en el pensamiento están
dotadas de mayor vivacidad que las mismas cosas en la

207
experiencia física en que no se presta atención. Pero las
cosas apreh endid as en calidad de mentales están siempre su-
jetas a la condición de que nos det engamos cua.ndo intente-
mos explorar en sus relaciones realizadas grados de compleji-
dad siempre más elevados. Siempre encontramos que hemos
pensado exactamente -sea lo que fu ere- pero no en más.
Hay una limitación que rebasa el concepto finito de grados
más elevados de complejidad ilimitable.
Así, una' ocasión real es una prehensión de una jerarquía
infinita (su jerarquía asociada) junto con varias jerarquías
finitas. La síntesis en la ocasión de la jerarquía infinita es
según su modo específico de realización, y la de las jerar-
quías finitas según los otros varios modos específicos de
realización. Hay un principio m etafí sico esencial para la
coherencia racional de este relato del carácter general de
una ocasión experiente. Es el principio que yo califico de
"Traslucid ez de la Realización", entendiendo por ello que
todo objeto et erno es exactamente él mi smo en cualquier
modo de l' alización en que est é incluído . No puede haber
falseami ento de la esencia individual sin que con ello se
produzca un obj eto eterno diferente. En la esencia de todo
obj eto eterno exist e una indet ermi nación que expresa su
tolerabilidad indiferente por cualquier modo de ingreso en
cualquier ocasión real. Así, en la experiencia cognitiva, pue-
de haber la cognición del mismo objeto et erno que en la
misma ocasión que tiene ingreso con implicación en más de
un grado de r ealización. Así, la traslucidez de realización
y la posible multiplicidad de modos de ingreso en la mi sma
ocasión, forman , conjuntaluente, el fundamento de la t eo-
ría de la correspondencia de la verdad.
En est e r elato de una ocasión real en términos de su co-
nexión con el reino de los objet os et ernos, h emos retrocedi-
do a la marcha de nuestro pensamiento en el capítulo
segundo, en que examinábamos la naturaleza de las ma-
t emáticas. La idea atribuíd a a Pitágoras debe ser amplia-
da, y puesta en primer plano como capítulo primero de la
m etafísica. E l capítulo próximo tratará del hecho enigmá-
tico de que hay un curso real de acaecimientos que en sí es
un hecho limitado, en que, metafísicamente hablando, po-

208
Gna haber sido de otra manera. Pero se omiten otras
investigaciones metafísicas -por ejemplo: epistemológi-
cas-, y la clasificación de algunos elementos en el mundo
insondable del campo de la posibilidad. Este último tema
lleva a la metafísica a la vista de los temas especiales de
las diversas ciencias.

209
CAPÍTULO XI

DIOS

Aristóteles consid eró necesario completar su metafí sica


con la introducción de un Primer Motor: Dios. Por dos
razon es es éste un hecho important e en la historia de la
metafísica. En primer lugar, si a alguien queremos otorgar
la posición del más grande de todos los metafísicos, nuestra
elección habrá de recaer en Aristóteles, por la genialidad de
su visión profunda, por el bagaje general de su conocimien-
to y por el estímulo ejercido por su metafí sica en todos los
t iempos. En segundo lugar, su xamen de esta cuestión
m etafísica est aba absolutamcn Le desprovisto de apasiona-
miento, y fu é él el últ imo metafísico europeo de primera
magnitud de quien quepa hacer este juicio. Después de
Aristóteles, los int ereses éticos y reli giosos comenzaron a
influir las conclusiones metafísicas. D ispersados los ju díos,
primero por su voluntad y luego obligados a ello, surgió la
escuela judaica de Alejandl'ía . Luego vino el crist ianismo,
seguido muy de cerca por el mahometanisnw. Los dioses
griegos que rodeaban a Aristóteles eran entes metafísicos
subordinados, p erfectamente dentro de la naturaleza. Por
consiguiente, en la cuestión de su Primer Motor, carecía
de mot ivo, salvo el de seguir el rumbo metafísico de su pen-
samiento a dondequiera qu e ést e le llevase. No le condujo
muy lejos por la senda de idear un Dios utilizable para fi-
nes religiosos. P uede ponerse en duda que ninguna meta-
física propiamente general pueda nunca, sin la introduc-
ción ilícita de consideraciones de otra índole, ll egar mucho

210
más allá que Ari st ót eles. P ero su conclusión representa, sí,
un primer paso sin el cual ningún test imonjo apoyado en
una b ase eA}lerien cial más precisa pu ede servir de mucho
al configurar la conccpción, pu esto que nada, d entro de un
tipo de experiencia cualquiera, pu ede informarno s p ara con -
fi gura.r nuestras ideas de cualquier ente qu e esté en la base
de la.s cosas reales, a m enos que el carácter general de las
cosas requiera que haya un ente semejante.
L a frase Primer M otor nos revela que el pensamient o de
Aristót eles era cau t ivo de los det alles de una física errón ea
y de una cosmología errónea . En la fí sica de Aristóteles se
requ erían causas especiales para sost ener los movimi entos
de las cosas materiales . E st as podían encajar p erfectam ente
en su sist ema con la con dición de qu e los movimientos cós-
micos generales pudieran ser sost enidos, pues en t al caso, en
relación con el sistema de acción general, toda cosa habría
sido dot ada de su fin verdadero. D e ah í la necesidad de
un Primer lVlotor qu e sost enga los movimient os de las es-
feras de que depende el ajust e de las cosas . Hoy desecha-
mos la fí sica de Ari stóteles y la cosmología aristotélica, de
suerte que queda francamente en crisis la forma exact a del
argumento mencionado . P ero si nuest ra metafí sica gene-
ral fuese de alglÍn modo similar a la esbozada n el capítulo
ant erior, se plantea un problema m et afí sico análogo que
sólo de un modo análogo pu ede resolverse. E n lugar del
Dios de Aristótel es como Prim er Motor, n ecesitamos un
Dios como Principio de Con creción. E sta t esis sólo puede
ser comprobada estudian do la implicación gen eral del cur-
so de las ocasion es r eal s, es decir, del proceso de reali-
zación.
Concebimos la "actu ali lad" como en relación esencial con
alguna posibilidad insond abl e. Los objet os et ernos dan for-
ma a las ocasion es r eales con módulos hierát icos, incluíd os y
excluídos en toda variedad de discriminación . Otra visión de
la misma verdad es que t oda ocasión real es una limitación
impuesta a la posibilidad, y que en virtud de esta limit a -
ción surge el valor particular de ese conjunt o configurado
de cosas. D e est e modo expresamos cómo una ocasión sin-
gular deb e ser vist a en t'rminos de posibi lidad, y cómo la

211
posibilidad debe ser vista en términos de una ocaSlOn real
singular. Pero no hay ocasiones singulares en el sentido de
ocasiones aisladas. La "actualidad" es por doquiera coexis-
t en cia : coexistencia de objetos eternos de ot ra suert e aislados,
y coexistencia de t odas las ocasiones reales . M i t area en est e
cap ítulo es describll' la unidad de las ocasiones reales. E l
capítulo anterior concentró su interés en lo abstracto; el
presente se ocupa de lo concreto, es decir, de lo que se ha
generado conjuntam ente.
Examinemos una ocasión a: h emos de enumerar cómo
otras ocasiones reales están en a, en el sentido de que sus
relaciones con a son constitutivas de la esencia de a. Ade-
más, de momento, excluyo la experiencia cognitiva. La
contestación complet a a esta cuestión es que las relaciones
entre ocasiones reales son tan insondeables en su variedad
de tipos como lo son las que hay entre los obj etos eternos
en el reino de la ab stracción. Pero hay tipos fundamentales
de esas relaciones en t érminos de las cuales puede encon-
trar su descripción el complejo íntegro .
R equisito previo para entender estos tipos de ent rada (de
una ocasión en la esencia de otra) es advertir que están
implicados en los modos de realización de las jerarquías
ab stractivas, ya examinados en el capítulo anterior. Las
relaciones espacio-t emporales implicadas en estas jerarquías
como r ealizadas en a, tienen todas una definición en térmi-
no s de a y de las ocasiones que ent ran en a. Así, las oca-
siones entrantes imprimen sus aspectos a las jerarquías, con-
virtiendo de esta suerte en determinaciones categóricas a
las' modalidades espacio-temporales, y las jerarquías im-
primen su s formas a las ocasiones de ser entrantes sólo en
estas formas . Así, del mismo modo (como vimos en el ca-
pítulo ant erior) que t oda ocasión es una síntesis de todos
los obj et os eternos con la limitación de las gradaciones de
"actualidad", t ambién toda ocasión efl una síntesis de to-
das las ocasiones con la limitación de las gradaciones de t i-
pos de entrada. T oda ocasión sintetiza la totalidad de
contenido con su propia limitación de modo.
Con respecto a estos t ipos de relación interna entre a
y otras ocasiones, estas otras ocasiones (en cuanto consti-

212
tutivas de a) pueden ser clasificadas de varios modos alter.
nativos. Todos éstos se ocupan de diferentes definiciones
de pasado, presente y futuro. Ha sido corriente en la filo-
sofía suponer que estas varias definiciones tienen que ser
necesariamente equivalentes. E l actual estado de opinión
imperante en la ciencia física revela de un modo terminante
que esta suposición carece de justificación metafísica, aun
cuando pueda considerarse que cualquier discriminación de
este tipo sea innecesaria para la ciencia física. De esta cues-
tión hemos tratado ya en el capítulo dedicado a la Relati-
vidad. Pero la t eoría fí sica de la relatividad afecta sólo
al linde de las varias teorías metafísicament e sustenta-
bles. Es de interés para mi argumentación insistir en ht li-
bertad irrestricta dentro de la cual lo real es una determina-
ción categórica única.
Toda ocasión real se presenta a modo de proceso: es un
devenir. Al revelarse así, se coloca como una entre otras
ocasiones múltiples, sin las cuales ella no podría ser. Se
define, pues, a sí misma, como un logro individual particular
que enfoca en su modo limitado un reino ilimitado de objetos
eterno s.
Cualquier ocasión a procede de otras ocasiones que co-
lectivamente forman su pasado. Despliega por sí otras oca-
siones que colectivamente constituyen su 1J1·esente. Es con
respecto a su jerarquía asociada, en cuanto desplegada en
este presente inmediato, que una ocasión encuentra su pro-
pia originalidad. Es este despliegue lo que constituye su
propia contribución a la producción de la "actualidad".
Puede ser condicion ada, incluso completamente det ermi-
nada por el pasado de que procede. Pero su despliegue en
el presente en esas condiciones es lo que emerge directa-
m nte de su actividad prehensiva. La ocasión a contiene,
pues, en sí, una indeterminación en forma de un futuro, do-
tado de determinación parcial por razón de su inclusión en
Ct, y está t ambién en una relación espacio-temporal COD
Ct y con las ocasiones reales del pasado de Ct y del presen-
te de a.
Este futuro es una síntesis en a de objetos eternos como
no-siendo y como r equiriendo el paso de a a otras in di vi-

213
dualizaciones (con determinadas relaciones espacio-tempo-
rales con a) en que no-ser deviene ser.
Hay también en a lo que en el capítulo anterior califiqué
de r eali zación "ruda" de los obj etos et ernos finitos. Esta
r ealización ruda requiere o bien una referencia de los obje-
tos básicos de la jerarquía finita a det erminad as ocasiones
otras que a (en cuanto sus situaciones en el pasado, el pre-
sente y el futuro) , o requiere una realización de estos ob-
jEtos eternos en determinadas relaciones, pero bajo el as-
pecto de exención de inclusión en el esquema espacio-tem-
poral de estar relacionadas ocasiones real es. Esta síntesis
ruda de obj etos eternos en toda ocasión es la inclusión en
la "actualidad" del carácter analítico del reino de la et er-
nidad. Esta inclusión tiene aquellas gradacion es de "actua-
lidad" limitadas que caracterizan a toda ocasión por razón
de su limitación esencial. E s extensión realizada de estar
l:elacionadas et ernamente las ocasiones reales m~s allá de
su mutuo est ar relacionadas; lo que prehende en toda oca-
sión el alcance íntegro del estar relacionado et ernamente.
Llamo a esta ruda realización "enfoque graduado" que t o-
da ocasión prehende en su síntesis. E st e enfoque graduado
es cómo lo r eal incluye lo que (en un sent ido) es no-ser,
a modo de factor positivo en su propio logro . E s la fuente
de error, de verdad, de arte y de religión. Por él, el hecho
es confrontado con las alternativas.
E st e concepto general, de un acaecimiento en cuanto pro-
ceso cuyo resultado es un conjunto de experiencia, se mien-
t a al análisis de un acaecimiento en (r) activid ad sustan-
cial; (n) potencialidad s condicionales que exist en para la
síntesis, y (m) el r esultado logrado de la síntesis. La unidad
de todas las ocasiones reales impide el análisis de las acti-
vidades sustancial es en entes independientes. Toda activi-
dad individual no es más que el modo en que la actividad
general es individualizada por las condiciones impuestas. E l
atisbo que entra en la sínt esis es también un carácter que
condiciona la actividad sintetizadora. La actividad gene-
ral no es un ente en el sentido en que lo son las ocasiones
o los objetos et ernos. Es un caráct er metafí sico general
subyacente a todas las ocasiones, en un modo particular pa-

214
ra cada ocasión. Nada haya qu e pueda ser comparado: es
la sustancia infinita una de Spinoza. Sus atributos son su
carácter de individualización en una multiplicidad de mo-
dos, y el reino de los objetos etemos diversam nte sinteti-
zados en estos modos. Así, la posibilidad et erna y la dife-
renciación modal en multiplicidad individual son los atri-
butos de la sustancia una. De h echo, todo elemento gene-
ral de la situación metafí sica es un atributo de la actividad
sustancial.
Otro elem ento aún de la situación metafí sica se pone de
manifiesto con la consideración de que el atributo general
de la modalidad es .limitado . Este elemento debe alinearse
como un atributo de la actividad sustancial. En su natu-
raleza todo modo es limitado, de suert e que no es otros
modos. P ero, fuera de estas limitaciones de particulares, la
individualización m odal general está limitada de dos ma-
neras: en primer lu gar, es un curso real de acaecimientos,
que podría ser de otra forma en atención a la posibilidad
et.erna, p ero que es ese curso. Esta limitación toma tres
forma s: (1) las relaciones lógicas especiales a las que tie-
nen que conformarse todos los acaecimientos; (n) la selec-
ción de relaciones a las que positivamente se conforman
los acaecimientos, y (m) la particularidad que inficiona el
curso aun dentro de estas relaciones generales de lógica y
causación. Así, esta primera limitación lo es de selección
ant cedent e. Por lo que a la sit uación metafísica general
se refiere, cabe que haya habido un pluralismo modal in-
discriminado además de la limitación lógica o de otra ín-
dole. P ero entonces no pudo haber habido estos modos,
porqu e cada modo representa una síntesis de "actualidades"
que están limitadas para responder a una norma. En este
punto llegamos al segundo tipo de limitación . L a restric-
ción es el precio del valor. No pu de haber valor sin prece-
dentes normas de valor, para discriminar la aceptación o
r epudio de lo qu e se hall a ante el modo de activid ad que
decide. Así, hay entre los valores una limitación antece-
dente que da lu gar a contrarios, a valores y a oposiciones.
Según esta argumentación el hecho de que aquí haya un
proceso de ocasiones actuales y el de que estas ocasiones

215
sean la emergencia de valores que requieren esa limitación,
exigen por un igual que el CUl'SO de los acaecimientos se
desarrolle en medio de una limitación antecedente compues-
ta de cond iciones, particularización y normas de valor.
Así, a tít ulo de elemento ulterior en la situación metafí-
sica, se requiere un principio de limitación. Es necesario al-
gún cómo particular, y alguna particularización en el qllé
de las cuestiones de hecho. La única alternativa que per-
mita eludir esta admisión, es negar la realidad de las oca-
siones reales. Su aparente limitación irracional debe ser
tomada como prueba de ilusión y nos vemos obligados a
buscar la realidad detrás del escenario. De desechar esta
alternativa de detrás de la escena, hemos de aducir un mo-
tivo de la limitación que se presenta entre los atributos de
la actividad sustancial. Este atributo proporciona la limi-
tación para la cual ningún motivo puede ser invocado .
Dios es la última limitación, y Su existencia es la irraciona-
lidad última . En efecto, ninguna razón puede darse preci-
samente de esa limitación que está en Su naturaleza impo-
ner. Dios no es concreto, pero É l es el fundamento de la
"actualidad" concreta. Ninguna razón puede invocarse pa-
ra la natUl'aleza de Dios, puesto que esa naturaleza es la
razón de la racionalidad.
El punto que conviene retener en esta argument ación es
que lo metafísicamente indeterminado necesita ser, sin em-
bargo, categóricamente determinado. Hemos llegado al lí-
mite de la racionalidad. En efecto, hay una limitación ca-
tegórica que no proviene de ninguna razón metafísica. Hay
una necesidad metafísica de un principio de determinación,
pero no puede haber razón metafísica para lo determinado.
Si hubiese tal razón, no sería necesario otro principio ulte-
rior, puesto que la metafísica habría procurado ya la de-
t erminación. El principio general del empirismo depende
de la doctrina de que hay un principio de concreción no
descubrible por la razón ab stracta. Lo que más allá pueda
conocerse de Dios, debe buscarse en la región de las expe-
riencias particulares y descansar, por ende, en un a base em-
pírica. Profundas son las diferencias que han dividido al
género humano en cuanto a la interpretación de estas ex-

216
periencias. Distintos son los nombres dados en cada caso:
J ehová, Alá, Brahma, Padre de los Cielos, Ordenador de los
Cielos, Causa Primera, Ser Supremo, Fortuna. Cada nom-
bre corresponde a un sistema de pensamiento derivado de
la experiencia de los que lo usaron.
Entre los filó sofos medioevales y modernos, ansiosos por
establecer la significación religiosa de Dios, se ha impuesto
la lamentable costumbre de prodigarle atenciones metafísi-
cas. Ha sido concebido como el fundamento de la situación
metafísica qu e es su última actividad. De aceptar esta con-
cepción, no puede hab er otra alternativa que la de ver en
Él la causa de todo el mallo mismo que la de todo el bien,
pues en t al caso es el autor supremo del drama y a É l hay
que imputar tanto las deficiencias como los éxitos . Si se
le concibe como causa suprema de las limitaciones, está en
Su misma naturaleza el separar el Bien del Mal y el asen-
t ar a la Razón como "soberana dentro de sus dominios".

217
CAPÍTULO XII

RELIGIÓN Y CIENCIA

La dificultad para abordar la cuestión de las r elaciones


entre reli gión y ciencia estriba en que su elucidación re-
quiere qu e tengamos en nuestra ment e alguna idea clara
sobre 10 que ent endemos por cualquiera de los dos términos:
"religión" y "ciencia". Por otra parte, me propongo hablar
del modo más general posibl e, dejando en segundo plano
toda comparación de credos particulares, sean éstos cien-
tífico s o religioso s. Es n ecesario que entendamos el tipo
de conexión que existe entre las dos esferas y luego sacar
algunas conclusiones definidas con respecto a la situa-
ción existente ante la que en la actualid ad se encuentra
el mundo.
E l conflicto entre religión y ciencia es lo que de un modo
natural acude a nuestra mente cuando pensamos en esta
cuestión. Parece como si durante el último medio siglo los
r esultados de la ciencia y las creencias de la religión hubie-
sen llegado a una posición de franco divorcio, de la qu e
no hubiese manera de escapar como no fuese abandonando
las claras enseñanzas de la ciencia o las claras enseñanzas de
la religión. Esta conclusión ha sido propugnada por apolo-
gistas de uno y otro lado . No por todos .ellos, desde luego,
pero sí por aquellos temperamentos radicales que toda con-
troversia pon e de relieve.
La aflicción de los espíritus sensibles, el amor a la ver-
dad y la conciencia de lo importante del proceso, reclaman
imperiosamente nuestra más sincera simpatía. Si tenemos

218
tU cuenta lo que para la especie humana es la religión, y lo

que es la ciencia, no habrá exageración en decir que el cur-


so futuro de la historia depende de lo que esta generación
decida en orden a las relaciones entre ambas esferas. T e-
n emos en ellas las dos fu erzas generales más poderosas
(prescindiendo de los m eros impulsos de los diversos sen-
tidos) que influyen en los hombres, y parecen estar dis-
puestas una contra la otra: la fuerza de nuestras intui-
ciones religio sas y la fu erza de nuestro impulso a la obser-
vación exacta y a la deducción lógica.
Un gran político inglés recomendaba en una ocasión a
sus compatriotas que hicieran uso de mapas en gran escala,
como m edio de prevenirse contra las alarmas, los pánicos
y la falsa interpret ación general de las verdaderas relaciones
entre las naciones. De igual modo , al tratar de los anta-
gonismos entre los elem entos permanentes de la naturaleza
h umana, bueno será proyectar nu estra hi storia en amplia
e cala y emancipamos de nuestra absorción inmediata en los
conflictos del presente. H aciéndolo así, descubrimos inme-
diatamente dos grandes hechos. En primer lugar, siempre
hubo un conflicto entre religión y ciencia, y, en segundo
lugar, tanto la religión como la ciencia se encontraron siem-
pre en estado de continuo desarrollo . En los primeros días
del cristian ismo, existía entre los cristianos la idea general
de que el mundo se aproximaba a su fin, que se produciría
en la generación a la sazón en vida. Sólo inferencias indi-
rectas podemos hacer en cuanto al grado de dogmatismo
con que esa creencia era proclamada; p ero lo cierto es que
se hallaba ampliamente difundida y que constituía una
parte impresionante de la doctrina religiosa popular. La
creencia resultó ser errónea, y la doctrina cristiana se adaptó
al cambio. Además, en la Iglesia primitiva los teólogos
individuales deducian con suma confianza de la Biblia opi-
niones relativas a la naturaleza del universo fí sico. En el
año 535 después de J . C . un monje llamado Cosmas 1 escri-
bió un libro con el título de Topognl¡fía c?'istiana. Era un

1 eL Lecky, The Rise ancl I nfluence of Rationalism in Eu-


9'op e, cap. III.

219
hombre que había viajado mucho, habiendo visitado la
India y Etiopía; por último, vivió en un monasterio de
Alejandría, a la sazón, gran centro de cultura. Basándose
en el sentido directo de los textos bíblicos interpretados
literalmente por él, negaba en esta obra la existencia de los
antípodas, y afirmaba que el mundo era un paralelogramo
plano de longitud doble con respecto a su largo.
En el siglo XVII la doctrina del movimiento de la Tierra
fué condenada por un tribunal católico. Hace un centenar
de años que la extensión de tiempo reclamada por la cien-
cia geológica inquietaba a la gente religiosa, tanto a los pro-
testantes como a los católicos. Y en la actualidad tenemos
una piedra de escándalo análoga en la doctrina de la evo-
lución. Hemos tomado sólo unos cuantos ejemplos para
ilustrar un hecho general.
Pero todas nuestras ideas se colocarían en una perspec-
tiva errónea si creyéramos que estas reiteradas inquietudes
se limitaban a las contradicciones entre la religión y la cien-
cia, y que en estas controversias siempre se equivocaba
la religión y siempre tenía razón la ciencia. Los verdaderos
hechos del caso son mucho más complejos y se resisten a
ser compendiados en estos términos simples .
La misma teología presenta exactamente igual carácter
de desarrollo gradual, proveniente de un aspecto del con-
flicto entre sus propias ideas. Este hecho es un lugar común
para los teólogos, pero a menudo ha quedado oscurecido
en el ardor de las controversias. N o pretendo exagerar mí
caso; me limitaré, pues, a los escritores de la iglesia cató-
lica. En el siglo XVII, un jesuíta culto, el Padre Petavius,
mostró que los teólogos de los tres primeros siglos del cris-
tianismo hacían uso de frases y proposiciones que a partir
del siglo v habrían sido condenadas como heréticas . Tam-
bién el Cardenal Newman dedicó un tratado al estudio del
desarrollo de la doctrina. Escribió su obra antes de llegar
a ser un gran prelado de la iglesia católica romana, pero
jamás se retractó de lo afirmado en su obra, continuamente
reeditada.
La ciencia es más variable aún que la teología. Ningún
hombre de ciencia podría suscribir sin modificaciones las

220
tesis de Galileo ni las de N ewton, nI siquiera las que él
mismo tuvo hace diez años.
En ambas esferas del pensamiento se han operado adicio-
nes, distinciones y modificaciones, de suerte que en la actua-
lidad, incluso cuando una misma aserción pudiera hacerse
en nuestros días como se hacía hace quinientos o mil años,
se la formula con restricciones o ampliaciones de sentido
no t en idas en cuenta en una época anterior. Los lógicos
nos dicen que una proposición debe ser verdadera o falsa y
que no hay t érmino medio. Pero en la práctica, podemos
saber que una proposición expresa una verdad important e,
p ero que está suj eta a limitaciones y modificaciones que de
momento p ermanecen ignoradas. Es condición general de
nuestro conocimiento el h echo de que insist entemente nos
demos cuenta de verdades importantes, y, sin embargo,
de que las únicas formulaciones de estas verdades que
estamos en condiciones de hacer, presuponen un punto de
vista general de concepciones que pueden ser susceptibles
de modificación. Vaya citar dos ejemplos, los dos tomados
de la ciencia: Galileo decía que la Tierra se movía y que
el Sol estaba fijo; la Inquisición sost enía que la Tierra esta-
ba fija y que el Sol se movía; pues bien, los astrónomos
n ewtonianos, adoptando una t eoría absoluta del espacio,
dij eron que se movían ambos, la T ierra y el Sol. y ahora
decimos que cualquiera de estas tres afirmaciones es igual-
ment e verdadera, a condición de que hayamos precisado
el sentido que cada cual dé a "reposo" y "movimiento" en
la forma requerida por la aserción que se formule. E n la
fecha de la disputa de Galileo con la Inquisición, el modo
que Galileo empleaba para afirmar los h echo s, era, sin duda
alguna, el procedimiento fructífero para los intereses de la
investigación científica. Pero, en sí, no era más verdadero
que la formulación de la Inquisición. Lo que ocurría es
que en aquellos tiempo s nadie había p ensado en los con-
ceptos modernos de movimi ento relativo, de suerte que las
aserciones se formulaban sin tener en cuenta las modifi-
caciones requeridas para su más perfecta verdad. Sin emb ar-
go, esta cuestión de los movimientos de la Tierra y del Sol
expresa un hecho r eal en el universo, y todas las partes

221
han logrado sostener importantes verdades relativas a ella.
Pero con el conocimiento propio ele nuestro s tiempos, se ha
puesto de manifiesto la inconsistencia de aquellas verdad es.
Voy a dar, además, otro ejemplo tomado del estado de la
ciencia física moderna. D esde la época de Newton y de
Huyghens en el siglo XVII ha habido dos teorías acerca de
la naturaleza fí sica de la luz. La t eoría ele Newton era
que un rayo de luz consta de una corriente ele partículas
muy pequeñas -corpúsculos-, y que tenemos la sensación
ele la luz cuando estos corpúsculos dan en la retina ele
nuestros ojos. La t eoría de Huyghens era que la luz consta
de ondas muy pequeñas vibrando en un éter que todo lo
penetra, y que estas ondas se transmiten a lo largo de un
rayo de luz. Las dos teorías son contradictorias. En el
siglo XVIII se creyó la teoría de N ewton; en el XIX, la de
I-Iuyghens. E n la actualidad hay un gran grupo de fenó-
menos que sólo cabe explicar a base de la t eoría unelula-
toria, y otro que sólo puede serlo a base ele la corpuscular.
Los hombres de ciencia tienen que dejarlo así y aguardar
al futUTo con la esperanza de llegar a una visión más amplia
que reconcilie ambas teorías.
E stos mismos principios aplicaríamos nosotros a las cues-
tiones en que hay discrepancia entre la ciencia y la reli-
gión . No creeríamos en naela en cualquier esfera del pen-
samiento que no nos pareciera acreditado por sólidas razo-
nes basadas en la investigación crítica de nosotros m ismos
o de autoridaeles competentes. Pero suponiendo que haya-
mos tomado honestamente esta precaución, el hecho de que
entre las dos se plantee un conflicto en puntos de detalle
en que interfieren, no habría de llevarnos precipitadamente
a abandonar doctrinas de las que t enemos sólido testimo-
nio. Puede que estemos más interesados en una serie de
doctrinas que en otra. Pero si algún sentido tenemos
de la p erspectiva y ele la historia del pensamiento, aguar-
daremos y nos abstendremos de formular mutuos ana-
temas.
D ebemos aguardar, pero no de un modo pasivo ni con
desconfianza. E l conflicto es un síntoma de que hay ver-
dades más amplias y perspectivas más sutiles dentro de

222
las cuales dehe ser encontrada una reconciliación de un a reli-
gión más profunda y un a iencia más sut il.
En un sentido, por lo tanto, el conflicto entre ciencia y
religión es un asunto de po a monta que ha sido indebida-
m ente exagerado . Una mera contradicción lógica no puede
indicar en sí más que la necesidad de algunos reajustes,
posiblement e de un carácter muy secundario para ambas
partes. T engamos en cuenta los aspectos ampliamente dife-
rentes de los acaecimientos de que se ocupan la religión
y la ciencia respectivamente. La ciencia trata de las con-
diciones generales observadas para regular los fenómenos
fí icos; la religión, en cambio, se encierra en la cont empla-
ción de los valores estéticos y morales. Por una parte, t e-
nemos una ley de gravitación; por otra la contemplación
de la belleza de la santidad. Lo que una parte ve, la otra
lo mide, y viceversa.
Examinemos, por jemplo, las vidas de John Wesley
y de San Francisco d Asís. Para la ¡encia -física, tendre-
mos en estas vidas simpl mente ejemplos ordinarios del
juego de los principios de la química fi iológica, y de la
dinámica de las reacciones nerviosas; para la reli gión, vidas
del más profundo significado en la historia del mundo.
¿Puede sorprendernos que, a falta de una formulación per-
fecta y completa de los principios de la ciencia y de los
principios de la religión que hayan de aplicarse a estos casos
específicos, existan discr.epancias en los relatos de estas vi-
das efectuados desde estos puntos de vista divergentes ?
Scría un milagro qu e no ocurriera así.
Constituiría, sin embargo, una interpretación errónea de
este extremo la idea de que no necesitamos pr eocuparnos
por el conflicto entre la ciencia y la religión. En un a edad
intelectual puede no existir un interés activo que ponga de
lado toda esperanza de una vi ión de la armonía de la ver-
dad. Transigir con la discrepancia es at entatorio a la inge-
nuidad y a la pulcritud moral. Corresponde al respeLo del
intelecto por sí mismo que r esiga todo los nudos del pen-
sami nto hasta desenmarañ arlos totalmente. Si reprimimos
este impulso no cabrá que de una meditación endeble sa-
quemos religión n i ciencia. La cu stión importante es: ¿con

223
qué espíritu vamos a enfocar la solución? En este punto
llegamos a algo absolutamente esencial.
Un conflicto ent re doctrinas no es un desastre: antes bien
una oportunidad. Aclararé mi pensamiento a base de algu-
nos ejemplo s t omados de la ciencia. El p eso de un átomo
de nitrógeno era perfect am ente conocido. Además, era una
doctrina científica inconcusa que el p eso medio de esos
átomos sería siempre el mi smo en cualquier masa que se
examinara. D os experiment adores, el último Lord Rayleigh
y el último Sir William Ramsay, encontraron que podía
obtenerse nitrógeno de dos modos diferentes, ambos igual-
mente idóneos para tal obj eto, observando siempre que
había una ligera diferencia p ersistente entre los pesos me-
dios de los átomos en cada caso. Se plantea entonces la
cuestión: ¿habría sido prudente que estos investigadores se
desalentaran a causa de est e confli cto entre la t eoría quí-
mica y la observación científica ? Supongamos que por una
razón u otra la doctrin a química hubiese sido altamente
apreciada en algunas regiones como fundam ento de su orden
social, ¿habría sido cuerdo, habría sido honesto, habría sido
moral, el prohibir que se revelara el hecho de que los expe-
rimentos arrojaban resultados discordantes? 0, por otra par-
te, ¿hubieran debido proclamar Sir William Ramsay y Lord
R ayleigh que la t eoría química había demostrado ser un
engaño ahora h echo pat ente? Vemos inmediatamente que
cualquiera de est os dos procedimientos habría sido un mé-
todo de enfocar la solución con un espíritu totalmente erró-
n eo. Lo que hicieron R ayleigh y R amsay fué lo siguiente:
advirtieron de inmediato que habían dado en una línea de
investigación susceptible de descubrir alguna sutilidad de
la t eoría química que hasta entonces se había sustraído a
la observación. La discrepancia no constituía un desastre:
era una oportunidad de ensanchar los límites del conoci-
miento químico . Todos sabemos cómo t erminó la historia:
por último se descubrió el argón, elemento químico nuevo
que m ezclado con el nit rógeno se había mantenido oculto.
P ero la hist oria t iene una moraleja que constituye mi 3e-
gunda ilustración. Est e descubrimiento llamó la atención
sobre la importancia de observar exact amente las p equeñas

224
diferencias observadas en las sustancias químicas obtenidas
con métodos diferentes. vtras investigaciones fu eron em-
prendidas con la más cuidadosa exactitud posible. Por úl-
timo, otro fí sico, F. W . Aston, investigador del Cavendish
Laboratory de Cambridge (Inglaterra), descubrió que pre-
cisamente ese mismo elemento podía asumir dos o más
formas distintas, llamadas isótopos, y que la ley de la cons-
tancia del peso atómico medio se mantiene en cada una de
estas formas, aunque con li geras diferencias en los distintos
i ótopos. La investigación determinó un gran adelanto en
la autoridad de la teoría química, cuya importancia trascen-
dió del descubrimiento del argón n que se había originado .
La moraleja de estos ca os es bien notoria, y dejo a los
oyentes que la apliquen al caso de la r eligión y de la ciencia.
En la lógica formal, una contradicción es un síntoma de
fracaso, mientras que en la evolución del saber real acusa
el primer paso en el progreso hacia la victoria. Esta es una
razón de mucho peso en favor de la más amplia tolerancia
hacia las opiniones discrepantes. D e una vez para siempre
este deber de tolerancia quedó compendiado en la frase
"¡Que crezcan ambas hasta la cosecha!" La renuencia de
Jos cristianos a obrar de acuerdo con este precepto, de la
más alta autoridad, constituye uno de los casos peregrinos
de la historia religiosa. Pero todavía no h emos agotado el
examen del temple moral requerido para la indagación de
la verdad. Hay atajos que sólo conducen a un éxito ilusorio.
Es bastante fácil encontrar una t eoría lógicamente armó-
nica y con importantes aplicaciones a la r egión del hecho,
con la condición de qu e transijamos en hacer caso omiso de
la mitad de nuestra evidencia. Todas las edades producen
gentes de claro entendimiento lógico y de loable sagacidad
para captar la importancia de alguna esfera de la expe-
ri encia humana, que laboran o reciben de otros ti empos
un esquema de pensamiento que se adapta p erfectamente
a las experiencias que atraen su interés. E sa gente se mues-
tra propicia a hacer caso omiso o a prescindir de la expli-
cación de todo testimonio susc ptible de enturbiar su esque-
ma a base de ejemplos contradictorio . Lo que no pueden
encajar ,en su sistema, es para ellos ab surdo . Una determi-

225
naclOn inquebrantable de traer a colación la totalidad de
los testimonios, es el único método de ponerse a cubierto de
los extremos fluctuantes de la opinión en boga. Aunque
el consejo parezca fácil de seguir, tanto más difícil resulta
en la práctica.
Una de las razones de esta dificultad consiste en que no
es posible que pensemos primero y obremos después. Desde
el momento de nacer estamos inmersos en la acción, en la
que sólo por medio del p ensamiento podemos orientarnos
de un modo adecuado. Por consiguiente, nos vemos obli-
gados a adoptar en cieltas esferas de la experiencia las ideas
que parecen regir dentro de esas esferas. Es absolutamente
necesario confiar en ideas que se muestran adecuadas de
un modo general, aunque sepamos que hay sutilidades y
distingos más allá de nuestro alcance. Además, haciendo
abstracción de las necesidades de la acción, ni siquiera n05
es posible mantener presente a nuestro espíritu la totali-
dad de la evidencia como no sea en forma de doctrinas
sólo incompletamente armonizadas. N o podemos pensar en
términos de una multiplicidad de detalle indefinida; nues-
tra evidencia sólo puede adquirir su genuina importancia si
aparece ante nosotros ordenada por ideas generales. Estas
ideas las heredamos; constituyen la tradición de nuestra ci-
vilización. Esas ideas tradicionales nunca son estáticas.
O se diluyen en fórmulas hueras o adquieren mayor auto-
ridad gracias a nuevas luces sacadas de una aprehensión
más alambicada. Se transforman por el acicate de la razón
crítica, por el t estimonio vivo de la experiencia emotiva y
por la fría certidumbre de la percepción científica. Un
hecho es cierto: que no podemos conservarlas inmóviles.
Ninguna generación puede reproducir meramente las pasa-
das. Podemos conservar la vida en un fluir de forma, o la
forma en medio de la marea de la vida; lo que no podemos
es encerrar permanentemente la misma vida en los mismos
moldes.
El estado actual de la religión en los pueblos de Europa
ilustra la afirmación que acabo de exponer. Los fenómenos
están mezclados. Se han producido reacciones y resurrec-
ciones . Pero en conjunto, durante varias generaciones, ha

226
habido una decadencia g neral de la influencia r eligiosa en
la civilización europea. Toda resunección alcanza una cota
menos elevada que su predecesor, y todo período de letargo
desciende a un grado más de postración. La curva pro-
media acusa un descenso continuo de la entonación reli-
giosa. En alguno s países es más elevado que en otros el
interés por la religión, p ero incluso en los países en que
más elevado es el interés r eligioso, ést e sigue bajando con
el paso de cada generación. La religi.ón tiende a degenerar
en una fórmula razonab le con que embellecer una vida aco-
modada. Un gran movimiento histórico en esta escala es
resultante de la convergencia de distintas causas . Quisiera
sugerir dos de ellas que caen dentro de los límites de la
materia examinada en este capítulo .
En primer lugar, durante más de dos siglos la reHgión
se ha manterudo a la defensiva y hasta podríamos decir que
en una defensiva débil. E st e período lo ha sido dE' progreso
intelectual sin precedentes. D e esta suerte se han produ-
cido para el pensamiento una serie de situaciones nuevas.
Cada una de esas situaciones ha encont rado impreparados
a los pensadores religiosos. Algo que ha sido proclamado
como vital, fué modificado o interpretado de otro modo des-
pués de luchas, inquietudes y anatemas. La siguiente ge-
neración de apologistas religiosos felicit::tba entonces al mun-
do religioso del conocimiento más profundo que se había
logrado. El resultado de la repetición continua de esta re-
tirada nada brillante, ha acabado por destruir casi por com-
pleto la autoridad intelectual de los pensadores religiosos.
En contraste con ello, cuando Darwin o Einstein procla-
maban teorías que modificaban nuestras ideas, ello cons-
tituía un triunfo para la ciencia. No se nos ocurre decir
que ello implica asimismo una derrota para la ciencia por el
hecho de que sus antiguas ideas hayan sido desechadas,
pues sabemos que el conocimiento científico ha dado otro
paso más adelante.
La religión no recuperará su antigua autoridad como no
se sitúe ante el cambio con el mismo espíritu con que lo
hace la ciencia. Sus principios pueden ser et.ernos, pero la
expresión de esos principios r equiere continuo desarrollo.

227
E sta evolución de la religión estriba en lo esencial en que sus
propias ideas se emancipen de concepciones adventicias en-
garzadas en ella a C'lusa de la expresión de sus propias ideas
en términos del cuadro imaginativo del mundo for jado en
épocas anteriores. Si la religión logra desprenderse de las
cadenas de la ciencia imperfecta, ello redundará en su b e-
neficio . Realza su propio genuino mensaje. E l punto esen-
Icial que deberá tenerse presente es que normalmente un
avance en la ciencia revelará que las aserciones de las dis-
tintas religiones requieren alguna clase de modificación.
Puede que se las haya de interpretar con mayor amplitud
o simplemente explicarlas, pero puede también que hayan
de ser formuladas de nuevo. Si la religión es una recta
expresión de la verdad, esta modificación pondrá sólo de
manifiesto con mayor exactitud el punto concreto que sea
de importancia. Este proceso es una ganancia. En conse-
cuencia, hasta donde toda religión tenga algún contacto
con los hechos físicos, es d esperar que el punto de vista
de esos hechos sea continuamente modificado a la par de
los -adelantos de la ciencia. De est e modo, la p ertinencia
exacta de estos hechos para el pensamiento religioso resul-
tará cada vez más clara. E l progreso de la ciencia debe
t ener como resultado la incesante codificación del pensa-
miento religioso, sacando de ello gran beneficio la religión.
Las controversias religiosas de los siglos XVI y XVII deja-
ron a los teólogos en un estado de ánimo sumamente la-
mentable. Su postura era siempre de ataque y de defensa.
Se retrataban a sí mismos como la guarnición de un fuerte
cercado por fuerzas enemigas. Todos esos cuadros no r efle-
jan más que verdades a medias. Es por ello que son t an
populares. Pero resultan peligrosos. E ste retrato particular,
daba pábulo a un belicoso espíritu partidista, realment e
r evelador en última instancia de una falta de' fe. No se
atrevían a modificar porque rehuían la tarea de liberar su
m ensaje espiritual ele las asociaciones de una imaginación
particular.
Vaya expli carme con un ejemplo. En los primeros tiem-
pos m eelioevales, el Cielo estaba en el firmamento y el
Infierno en el sub suelo; los volcanes eran las fauces del

228
Infierno. No pretendo que estas creencias figuraran en las
formulaciones oficiales, pero sí en la forma en que la ima-
ginación popular entendía las doctrinas generales del Cielo
y del Infierno. Estas concepciones eran lo que cada cual
pensaba que implicaba la doctrina de la vida futura. Figu-
raban en las explicaciones de los expositores influyentes de
la fe cristiana. Por ejemplo, aparecen en los Diálogos del
papa Gregario el Magno 1, personaje cuya elevada posición
oficial no le cede más que a la magnitud de los servicios
que prestó a la humanidad. No me refiero a cuáles hayan
de ser nuestras creencias en orden a la vida futura; pero,
cualquiera que sea la doctrina verdadera, en este ejemplo
la disputa entre la ciencia y la religión, al rebajar la Tierra
a la condición de planeta de segunda categoría enlazado a
un Sol de segunda categoría, ha redundado grandemente en
beneficio de la espiritualidad de la religión disipando estas
fantasías medioevales.
Otro modo de contemplar esta cuestión de la evolución
del pensamiento religioso es advertir que toda forma de
aserción verbal expu esta al mundo durante algún tiempo,
revela ambigüedades y a menudo esas ambigüedades repug-
nan a la verdadera enjundia del significado. El sentido
efectivo con que una doctrina haya sido sostenida en el
pasado, no puede ser detern1inado por el mero análisis lógico
de las aserciones verbales, h echas sin pensar en los ardides
de la lógica. Para el esquema del pensamiento hay que
t ener en cuenta la acción total de la naturaleza humana.
Esta reacción es de un carácter mixto, en el que entran ele-
mentos de emoción provenientes de lo inferior de nuestra
naturaleza. Es en este caso que la crítica impersonal de la
ciencia y de la filo sofía vien e en ayuda de la evolución re-
ligiosa. Ejemplos y más ejemplos podrían darse de esta fuer-
za motriz en desanolIo. Por ejemplo, las dificultades ló-
gicas inherentes a la doctrina de la purificación moral de
la naturaleza humana por obra de la religión, escindieron
al cristianismo desde los días de P elagio y San Agustín,

1 Cf. GREGOROVIUS, Histo1·ia de Roma en la Edad :Media,


libro llI, cap.III.

229
es decir, desde principios del siglo v. Los ecos de esta con-
troversia resuenan aún en la teología.
Hasta aquí, mi punto de vista ha sido el siguiente : que
la rdigión es la expresión de un tipo de exp eriencias fun da-
mentales de la especie humana; que el pensamiento religioso
se desarrolla ganando en exactitud de expresión, liberado
de imaginerías adventicias, y que la int eracción entre re-
ligión y ciencia es uno de los grandes factores suscept ibles
de promover este desarrollo.
LIego ahora a mi segunda razón de que el interés por la
r eligión haya decrecido en los tiempos modernos. Esta razón
se enlaza con la última cuestión planteada por mí en las
primeras frases de este libro. Necesitamos saber qué enten-
demos por religión. Al presentar sus contestaciones a esta
pregunta las iglesias han puesto en primer plano aspectos
de la religión expresados en términos que o bien son idóneos
para las reaccio::1es emocionales de t iempos pretérit os o
están encaminados a excitar intereses emocionales moder-
nos desprovistos de carácter religioso. Con la primera frase
quiero decir que la llamada de la religión se dirige en parte
a excitar ese t emor instintivo hacia la cólera de un t irano,
ínsito en las desdichadas poblaciones de los despóticos im-
perios de la Antigüedad, y en particular el temor hacia un
déspota arbitrario omnipotente sito detrás de las fuerzas
ignotas de la naturaleza. Esta apelación al instinto predis-
puesto de rudo t emor, va p erdiendo su fuerza. Carece en
absoluto de respuesta directa, porque la ciencia moderna y
las modernas condiciones de la vida nos han enseñado a
hacer frente a las ocasiones de apreh ensión con un análisis
crítico de sus causas y condiciones. La religión es la r eac-
ción de la naturaleza humana en su búsqueda de Dios. La
presentación de Dios con el aspecto de poder, despierta
todos los instintos modernos de reacción crítica. Esto es
fatal, pues la religión fracasa a menos que sus posiciones
principales se impongan sin reservas a nuestro asentimiento.
En este respec to, la terminología antigua difiere de la psi-
cología de las civilizaciones modernas . Este cambio de
psicología es debido en gran parte a la ciencia, y ha sido
uno de los modos principales en que el adelanto de la cien-

230
cia ha debilitado el sostenimiento de las antiguas formas
religiosas de expresión. El motivo no-religioso que ha p e-
netrado en el p ensamient o religioso moderno, es el deseo
de una organización conveni ente de la sociedad moderna.
La religión ha sido presentada como idónea para ordenar
la vida. Sus aspiraciones se basaron en su función como
sanción de la conducta recta. Además, el objetivo de una
conducta recta degenera rápidamente en la formación de
r elacioDes sociales placenteras. T enemos en est e caso una
sutil degradación de las ideas religiosas, subsiguiente a su
purificación gradual bajo el influjo de intuiciones éticas
más veh ementes. La conducta es un producto accesorio de
la religión; un producto accesorio inevitable, p ero no el
punt o principal. Todos los grandes educadores reli giosos se
han indignado cont ra la presentación de la religión como
mera sanción de las reglas de la conducta. San Pablo denun-
ció la Ley y los predicadores puritanos hablaban de los as-
querosos andraj os de la rectitud. La insist encia en las reglas
de conducta inicia el descenso del fervor religioso. Por enci-
ma y más allá de t odas las cosas, la vida religiosa no es una
búsqueda de conveniencias. Me corresponde ahora sentar,
con t odo el cuidado, lo que a mi juicio es el caráct er esen-
cial del espíritu r eligioso.
R eligión es la visión de algo que está más allá, det rás y
dentro del fluir pasajero de las cosas inmediatas, algo que
es real y sin embargo espera ser realizado, algo que es remo-
t a posibilidad y sin embargo el más grande de los hechos
actuales, algo que da sentido a todo lo que pasa y sin
embargo se sustrae a la aprehensión, algo cuya posesión
es el bien último y sin embargo está fuera de todo alcance,
algo que es el ideal último y búsqueda sin esperanzas.
La reacción inmediata de la naturaleza humana ante
la visión religiosa es la adoración. La religión apareció en
la experiencia humana mezclada con las más' burdas fan-
t asías de la imaginación bárbara, Gradualmente, lent a-
mente, persistentement e, la visión r eaparece en la historia
en una forma más noble y con una expresión más clara, Es
el único elemento de la experiencia humana que de un
modo persistente acusa una t endencia ascendente. Se des-

231
vanece para r eaparecer luego. Pcro cuando recup era su
fu erza, reaparece con acrecentada riqueza y pureza de con-
tenido. El hecho de la visión religio sa y su historia de p er-
sistente expansión, es nuestro único motivo de optimismo.
Haciendo abstracción de Ha, la vida humana es un con-
flicto de goces ocasionales proyectando sus destellos sobre
una masa de dolor y miseria, una bagatela de experiencia
transitoria.
L a visión no reclama más que adoración, y la adoración
es una renuncia al afán de asimilación, reclamado con la
fuerza motriz del amor mutuo . La visión nunca domina.
Siempre está presente, y tiene el poder del amor presen-
t ando un objetivo cuyo logro es la armonía eterna. Ese
orden t al como lo encontramos en la naturaleza nunca es
una fu erza; se presenta como el único ajuste armónico de
detalle complejo. El mal es la fuerza motriz bruta del obje-
tivo fragm entario, haciendo caso omiso de la visión eterna.
E l mal es dominador, y retrasa o lastima. El poder de D ios
es la adoración que Él inspira. Es fuerte la religión que en
su ritual y en sus modo s de pensamiento evoca una apre- I

hensión de la vi ión prevaleciente. La adoración de Dios


no es una regla de segur' dad: es una aventura del espíri-
tu, un lanzarse en pos de lo inasequible . La muert e de la
religión viene con la represión de la alta esperanza de aven-
tura.

232
OAPÍTULO XIII

REQUISITOS DEL PRO RESO SOCIAL

El objeto de estas conferencias ha sido analizar las reac-


ciones de la ciencia en la formación de ese fondo de ideas
instintivas que controlan las actividades de sucesivas gene-
raciones. Semejante fondo toma la forma de ciert a filoso-
fía vaga a modo de última palabra sobre las cocas, cuando
todo está dicho. Los tres siglos que constituyen la época
de la ciencia moderna, se agitaron alrededor de las ideas
de Dios, esp'[ritu, materia, y también de las de espacio y
tiempo por su carácter de expresivas de la localización sim-
ple de la materia. En conjunto la filosofía ha insistido en
el espíritu, y ello le ha hecho perder el contacto con la cien-
cia durante los dos siglos últimos. Pero está recuperando
de nuevo su antigua importancia gracias al apogeo de la
psicología y de su alianza con la fisiología. Además, esta
r ehabilitación de la filosofía ha sido facilitada por el fracaso
reciente de la formul ación que el siglo XVII hiciera de los
principios de la fí sica. P ero hasta que esa crisis se produjo,
la ciencia se asentaba con seguridad sobre los conceptos de
materia, espacio, tiempo y, posteriormente, de energía. Ha-
bía tambi én leyes naturales arbitrarias que regían la loco-
moción. Eran observadas empíricamente, pero por alguna
razón oscura se sabía que eran universales. Quienquiera
que en t eoría o en la práctica las desacatara, era condenado
con implacable vigor. Esta posición adoptada por los hom-
bres de ciencia era puramente gratuita si cabe otorgarles
el crédito de creer en sus propias afirmaciones, pues su fi-

233
losofía corriente no logró justificar de ningún modo a su-
posición de que el conocimiento inmediato inherente a t oda
ocasión presente arroje alguna lu z sobre su pasado o sobre
su futuro.
He t razado también una filosofía alternativa de la cien-
cia, en la cual el o1'ganis7Iw ocupa el lugar de la mateT'ia.
A este obj eto, el espíritu implicado en la t eoría materialista
se resuelve en una función del organismo. Luego el campo

~
PSiCOIógiCO revela lo que en sí es un acaecimiento. Nuestro
acaecimiento corporal es un tipo inusitadamente complejo
de organismo y, en consecuencia, incluye la cognición. Ade-
más, espacio y tiempo, en su significado más concreto, pa-
san a ser el lugar de los acaecimientos. Un organismo es
la realización de una figura de valor definida. L a emergen-
cia de algún valor real depende de la limitación que excluye
luces cruzadas neutralizadoras. Así, un acaecimiento es una
cuestión de hecho que por razón de su limitación es un
valor en sí, aunque por su misma naturaleza r equiere todo
el universo para ser lo que es.
La importancia depende de la durabilidad. Durabilidad
es la retención en el tiempo de un logro de valor. Lo que
dura es la identidad de módulo, autoheredada. La dura-
bilidad r equiere un ambiente favorable. Toda la ciencia se
agita en torno de esta cuestión de los organismos duraderos.
La influencia general de la ciencia en el momento ac-
tual puede ser analizada bajo los epígrafes siguientes: Con-
cepciones Generales con respecto al Universo, Aplicaciones
Técn.Ícas, Profesionalismo en el Conocimiento, Influencia
de las Doctrinas Biológicas en los Motivos de la Conducta.
En las conferencias anteriores intenté dar un atisbo de es-
t os puntos. Entra dentro de los fines de esta conf.erencia
final el estudiar la reacción de la ciencia ante algunos pro-
blemas que se plantean a las sociedades civilizadas.
Las concepciones generales introducidas por la ciencia
en el pensamiento moderno no pueden separarse de la si-
tuación filosófica tal como la expresó Descartes. Me r efiero
a la suposición de que los cuerpos y los espíritus son sus-
tancias individuales independientes, cada una de las cuales
exige por derecho propio sin n ecesidad de la menor refe-

234
rencia de una de ell as a la ot ra. Semejante concepcJOn
estaba muy de acu erdo con el individualismo resultante de
la educación moral de la Edad Media. P ero aunque eso
explique la fácil aceptación de la idea, la derivación en
sí se basa en una confusión, muy natural p ero no por ello
menos desafortunada. La educación moral acentuó el valor
intrínseco de! ente individual. E sta acentuación puso en
primer plano del pensamiento las nociones de individuo y
de sus experiencias. E s en este punto donde comienza la
confusión. E l valor individual emergente de cada ente, se
transforma en existencia sust ancial independiente de cada
ente, que es una noción muy di stint a.
No pretendo decir que Descartes consumara esta transi-
ción lógica -o, mejor dicho, ilógica- en forma de racio-
cinio explícito. Lejos de ello. Lo que hizo fué, en primer
lugar, concentrarse en sus propias experiencias conscientes,
como si fueran h echos dentro del mundo independiente de
su propia mente. Lo que le induj o a especular de esta
suerte fué la acentuación corriente del valor individual de
su yo total. Implícitament e transformó est e valor indivi-
dual emergente, inherente al mismo hecho de su propia
realidad, en un mundo de pasiones privado, o de modos, de
sustancia independiente.
Además, la independencia asignada a las sustancias
corpóreas, las expulsaba en bloque del reino de los valores.
D egeneraron en un mecanismo ent erament e desprovisto de
valores, salvo como sugestivo de una ingenuidad ext erna.
Los cielos habían perdido la gloria de Dios. Este estado de
ánimo se pone de manifiesto en la repugnancia del protes-
t antismo por los efectos est éticos dependientes de un me-
dio material, considerando que induciría a atribuir un valor
a lo que en sí carece de él. Est a r epugnancia había llegado
ya a su pleno apogeo anteriorment e a D escartes. Por con-
siguiente, la doctrina científica cartesiana de las porciones
de materia desprovistas de valor intrínseco, era meramente
una formulación en t6rminos explícitos de una doctrina ya
corriente antes de su admisión en el pensamiento científico
o en la filosofía cartesiana. P robablemente esta doctrina
estaba latente en la filo sofía escolástica, pero no fué lleva-

235
da a sus consecuencias hasta que se encontró con la men-
talidad del Norte de Europa en el siglo XVI. Sin embargo,
la ciencia, tal como la dotó Descartes, confirió estabilidad
y categoría intelectual a un punto de vista que ha tenido
efectos muy het erogéneos sobre los presupuestos morales
de las colectividades modernas. Sus buenos efectos provi-
nieron de su eficiencia como método para las investigacio-
nes científicas dentro de las limitadas regiones que a la sa-
zón mejor se prestaban a ser exploradas. D e ello resultó
una ilustración general del espíritu europeo que se lib eró de
las nebulosidades atávicas depositadas en él por el histeris-
mo de las épocas bárbaras. Estos efectos fueron sumamente
benéficos, y ello se vió con toda claridad en el siglo XVIII .
Pero en el siglo XIX, cuando la sociedad se estaba trans-
formando hacia el sistema fabril, los malos efectos de estas
doctrinas fueron muy fatales. La doctrina de los espíritus
como sustancias independientes, condujo directamente no
sólo a mundos de experiencia privados, sino también a mun-
dos de moral privados. Las intuiciones moral es pueden ser
sostenidas para su aplicación exclusiva al mundo estricta-
mente privado de la experiencia psicológica. Por consi-
guiente, el respeto de sí mismo, y el afán de sacar el mayor
provecho posible de las posibilidades propias de cada uno,
labrar.on de consuno la moralidad eficient e de los dirigen -
tes entre los industriales de aquel período. El mundo oc-
cidental está sufriendo en la actualidad las consecuencias
de los horizontes morales limitados de las generaciones an-
teriores.
Además, la suposición de la absoluta carencia de valor
de la simple materia, determinó una falta de respeto por
el tratamiento de la belleza natural o artística. Precisa-
mente en los momentos en que la urbanización del mundo
occidental estaba entrando en su fase de rápido desarrollo
y cuando se requería la más primorosa y cuidadosa conside-
ración de las cualidades estéticas del nuevo ambient e ma-
terial, se hallaba en su apogeo la doctrina de la trivialidad
de esas ideas. En los países industriales más avanzados el
arte era tratado como una frivolidad. Un ejemplo elo cuen-
te de esta mentalidad de mediados del siglo XIX debe ver-

236
se en Londres, donde la maravillosa belleza del estuario del
Támesis serpenteando a t ravés de la ciudad, r esulta torpe-
mente desvirtuada por el puente del ferrocarril Charing
Cross, construido con olvido total de los valores estéticos.
Hay dos males: por una parte, el olvido de la verdadera
i'elación de todo organismo con su ambiente, y, por otra, el
hábito de hacer caso omi so del valor intrínseco del ambien-
t e, que habría de ser tenido en cuenta por su peso en t odo
estudio r elativo a los fines últimos.
Otro gran hecho a que debe hacer frente el mundo mo-
derno es el hallazgo del método de adiest rar a los profesio-
nales que se especializan en determinadas r egiones del pen-
samiento, acrecentando con ello el caudal de conocimientos
dentro de los límit es r espectivos de su materia. Como con-
secuencia del éxito de esta profesionalización del saber, es
necesario t ener presentes dos puntos en los que nuestra
época actual se distingue de las pasadas. En primer lugar,
la cantidad de progreso es tal que un ser humano individual
de longevidad ordinaria deb erá encararse con sit uaciones
nuevas para las que no encontrará paralelo alguno en el
pasado . La persona fija para funciones fij as, que en las
anteriores sociedades era considerada como un tan gran don
de Dios, será un peligro público para el futuro. En segundo
lugar, el profesionalismo moderno del saber actúa en sen-
tido contrario en cuanto concierne a la esfera intelectual. El
químico mod erno está abocado a t ener escasos conocimien-
tos de zoología, más escasos aún acerca del drama de la época
de la reina I sabel y a ignorar t otalmente los principios del
ritmo en la versificación inglesa. Es probablemente seguro
que olvide sus conocimientos de historia antigua. Estoy ha-
blando, desde luego, de tendencias generales; no que los
químicos sean peores que los ingenieros, que los mat emá-
ticos o que los estudiantes de let ras . El sab er efectivo es
saber profesional, apoyado en una familiaridad limitada con
materias útiles consideradas como auxiliares para ese saber.
Esta sit uación t iene su s p eligros. Produce espíritus en-
cerrados en casillas. Cada profesión hace progresos, p ero
se trata de progresos encerrados en su propia casilla. Pues
bien, estar espiritualmente en una casilla es vivir contem-

237
pIando una det erminada serie de abstracciones. La casilla
impide extenderse por el país, y la abstracción abstrae de
algo a lo que ya no se presta ulterior atención. Y no hay
ninguna casilla de abstracciones que sea adecuada para la
comprensión de la vida humana. ASÍ, en el mundo moderno,
el celibato de las clases instru~d as de la Edad M edia, ha
sido sustituído por un celibato del intelecto, divorciado de
la contemplación concreta de los h echos completos. Y aun-
que nadie sea exclusivamente un mat emático o un jurista,
ya que la gente vive también fu era de sus profesiones u
ocupaciones, lo cierto es que el pensamiento serio queda
encerrado en una casilla. E l resto de la vida es tratado de
un modo superficial, con las cat egorías de pensamiento im-
perfectas que se derivan de una profesión.
Los p eligros provenientes de est e asp ecto del profesiona-
lismo, son grandes. particularmente en nuestras sociedades
democráticas. La fuerza directriz de la razón se debilita.
Los intelectos dirigentes carecen de equilibrio. Ven esta
o aquella serie de circun stancias, pero no las dos a un tiem-
po. La misión de coordinación se deja para aquellos que no
tuvieron energías o carácter suficiente para triunfar en una
carrera definida. Dicho COI I pocas palabras: las funcion es
especializadas de la comuni ad son realizadas mejor y de
un modo cada vez más p erleccionado, mientras que la di-
rección generalizada adolece de falta de visión. A medida
que se progresa en materia de det alle, tanto mayor resulta
el peligro producido por la insuficiencia de coordinación.
Esta crítica de la vida moderna ri ge para todos sus as-
pectos, cualquiera que sea el sentido con que interpretemos
el concepto de comunidad. Lo mi smo da que por él enten-
damos una nación, una ciudad, un distrito, una institución,
una familia e incluso un individuo. H ay un desarrollo de
las ab stracciones particulares y una reducción de la apre-
ciación concreta. El conjunt o se pierde en uno de sus
asp ectos. Para mi t esis no es necesario que sostenga que
nuestro talento de dirección, ya sea en los individuos ya
en las comunidades, es menor ahora que en tiempos pasa-
dos. Quizás haya mejorado ligeramente. Pero el nuevo rit-
mo del progreso r equiere mayal' talento de dirección si se

238
quieren impedir desastres. Lo cierto es que los descubri-
mientos del siglo XIX nos lanzaron por la senda del pro-
fesionalismo, de suerte que nos h emos quedado sin expan-
sión de sabiduría y necesitándola mucho más.
La sabiduría es el frut o de un desarrollo equilibrado.
Es este crecimiento equilibrado de la individualidad lo que
debería ser misión de la educación garantizar. Los descu-
brimientos más útiles del futuro inmediato serán los que
fomenten el cumplimiento de esa misión sin detrimento del
profesionalismo intelectual necesario .
Mi propia crítica de nuestros métodos educativos tradi-
cionales es que se ocupan excesivamente del análisis inte-
lectual y de la adquisición de información formularizada.
Quiero decir que descuidamos el alentar los hábitos de
apreciar concretamente los hechos individuales en su plena
confluencia de valores emergent es, limitándonos a acentuar
las formulaciones abstractas que prescinden de est a acción
recíproca de valores diversos.
En todos los países es objeto de estudio el problema de
equilibrar la educación general y la especializada. No me
es posible hablar con conocimiento de causa de todos los
países; en estas condiciones sólo puedo hacerlo del mío . Sé
que en él existe entre los profesionales de la educación un
profundo disgusto por las prácticas que se observan. Ade-
más, dista mucho de estar r esuelta la adaptación de todo el
sistema a las necesidades de una comunidad democrática.
No creo que el secreto de la solución se halle en t érminos
de una antítesis entre lo consumado de un saber especia-
lizado y un conocimiento general de caráct er más super-
ficial. El contrapeso que equiliLre la radi calidad del en-
trenamiento intelectual especializado, deb e ser de índole
diametralmente diferente al conocimiento analítico pura-
mente intelectual. Toda nuestra educación consiste en la )
actualidad en la combinación de un estudio exhaustivo de
unas pocas abstracciones con un estudio superfi cial de un
mayor número de ab stracciones. Somos h arto exclusiva-
mente teóricos en nuestra rutina docente. La preparación
gen eral debería t ender a explicar nu estras aprehensiones
concretas y satisfacer el afán de la juventud de hacer algo .

239
También en esto debería haber algún análisis, pero sólo ]0
necesario para ilustrar los medios de pensar en diversas
esferas. En el Paraíso Terrenal vió Adán a los animales an-
t es de darles nombres, mientras que en el sistema tradicio-
nal los niños conocen los nombres de los animales antes de
ver a éstos.
No hay ninguna solución exclusiva fácil para las difi-
cultades prácticas de la educación. Sin embargo, podemos
guiarnos a base de cierta simplicidad en su teoría general.
El estudiante debe concentrarse dentro de un campo limita-
do. Esa concentración debe comprender todas las nociones
prácticas e intelectuales requeridas para esa concentración.
Es el procedimiento que suele adoptarse, y, por lo que res-
pecta a él, más bien me inclinaría precisamente a aumentar
las facilid ades de concentración que a disminuirlas. Con
la concentración están asociados ciertos estudios subsidia-
rios, tales como los lenguaj es para la ciencia. Semejante
esquema de preparación profesional tendría que encaminarse
a un fin claro, apropiado al temperamento del estudiante.
No es necesario presentar las modalidades especiales de estas
afirmaciones. Esa preparación debe tener -huelga decil'lo-
la amplitud requerida por su finalidad. Pero su plan no debe
complicarse en atención a otros fines. Esta preparación pro-
fesionalno puede afectar más que a un lado ele la educación.
Su centro de gravedad está en el intelecto, y su arma prin-
cipal es el libro impreso. El centro de gravedad del otro
lado de la formación debe estar en la intuición sin un di-
vorcio analítico del ambiente total. Su objeto es la apre-
-.....h ensión inmediata con el mínimum de análisis desentraña-
doro E l tipo de generalidad que se necesita sobre todo, es
la apreciación de la variedad del valor. Me r efiero a una
educación estética. Hay algo entre los valores toscamente
especializados del hombre meramente práctico y los valo-
r es delicadamente especializados del puro estudiante. Los
dos tipos han p erdido algo, un algo que no se recupera por
la simple adición de las dos series de valores. Lo que se
necesita es una apreciación de la infinita variedad de valo-
res vivos logrados por un organismo en su ambiente propio.
Aunque entendamos todo lo relativo al Sol y todo lo relativo

240
puede que se nos siga escapando lo radiante de la puesta
del Sol. N o hay sucedáneo de la percepción directa del lo-
¡
a la atmósfera y todo lo r elativo a la rotación de la T ierra,

gro concreto de una cosa en su "actualid ad" . N ecesitamos


el hecho concreto con una luz alta proyectada sobre lo que
tiene enjundia para su preciosidad.
Me refiero al art e y a la educación est ét ica. P ero es
arte en un sentido tan general de la expresión que me re-
sisto a designarlo con est e nombre. El arte es un ejemplo
especial. Lo que necesitamos es poner al descubierto nues-
tros hábitos de aprehensión est ética. Según la doctrina me-
tafísica que he venido exponiendo, hacerlo así equivale a
acrecentar la profu ndidad de la individualidad. E l análisis
de la realidad indica los do s factores, la actIvidad emer-
giendo a valor estético individualizado . Así, pues, el valor
emergente es la medida de la individualización de la acti-
I
vidad. T enemos que fomentar la iniciativa creadora lleván-
dala al mantenimiento de valores obj etivos. No obtendre-
mas la aprehensión sin la iniciativa, ni la iniciativa sin la
I
apreh ensión. En cuanto nos dirij amos hacia lo concreto, no
podremos excluir la acción. La sensibilidad sin impulso se
llama decadencia, y el impulso sin sensibilidad, brutalidad.
E mpleo la palabra "sensibilidad" en su sentido más gene-
ral, de suert e qu e incluya la aprehensión de lo que está
más allá de uno mismo, es decir, sensibilidad para todos los
hechos del caso. Así, en el sentido general que preconizo,
"art e" es toda selección por medio de la cual los hechos
concret os son di spuestos de t al modo que p ermitan Ír po-
niendo la atención en los valores particulares r ealizables
por ellos . P or ejemplo, la mera disposición del cuerpo hu-
mano y de la vist a para lograr una buena vista de una
puesta de sol, es una simple forma de selección art ís-
t i.ca. E l hábito del arte es el hábito de gozar de valores
VIVO S.
P ero, en este sentido, el arte abarca más que puestas de
sol. Una fábrica, con su maquinaria, su comunidad de obre-
ros, su servicio social para la población general, su depen-
dencia de un genio organizador y planeador, sus potencia-
lidades como fuente de riqueza para los t enedores de sus

241
acciones, es un organi smo que ofrece una multitud de va-
lores vivos. Lo que necesitamos educar es el hábito de
aprehender semejant e organismo en lo que tiene de com-
pleto . Puede decirse muy bien que la ciencia de la econo-
mía política, tal como se estudió en el primer período que
siguió a la muerte de Adam Smith (1790) , hizo más daño
que bien. D estruyó muchos engaños económicos y enseñó
cómo hay que pensar acerca de la revolución económica a
la sazón en auge. Pero remachó en los hombres cierta serie
de abstracciones que resultó desastro sa por sus efectos so-
bre la mentalidad moderna. D eshumanizó la industria. Este
es sólo uno de tantos ejemplos de un peligro general inhe-
rente a la ciencia moderna. Su procedimiento metodológico
es exclusivo e intolerante, y con razón. Fi ja su atención
en un grupo de ab st racciones definido, dejando de lado todo
lo demás, y recoge todas las mi gajas de información y teo-
ría que sean de interés para lo que constituye su obj eto.
Este método t riunfa con la condición de que las ab strac-
ciones sean juiciosas. Pero aun triunfando, su triunfo es
limitado . Y si se olvida de esos límites viene a dar en
equivocaciones desastrosas. El antil:racionalismo de la cien-
,,/ cia está just ificado en parte, como defensa de su m eto dolo-
gía útil; pero en parte es mero prejuicio . El profesionalismo
moderno es la preparación de los espíritus para que se
adapten a la metodología. La rebelión histórica del siglo
XVII y la anterior reacción hacia el naturalismo, fu eron
ejemplos de salirse de las abstracciones que cautivaron a la
sociedad eclucada de la Edad Media. E st a edad primitiva
tuvo un ideal de racionalismo, p ero no logró realizarlo, pues
dejó de advertir que la metodología del razonar r equiere las
limitaciones implicadas en lo ab stracto. En consecuencia, el
verdadero racionalismo tiene que salir siempre de sí mismo
r ecurriendo a lo concreto en busca de inspiración. Un ra-
cionalismo que se encierre en sí mismo es en efecto una
forma de antirracionalismo. Significa un detenerse arbi-
trariament e en una serie particular de abstracciones. E st e
fué el caso de la ciencia.
H ay dos principios inherentes a la misma naturaleza de
las cosas, y que se r epiten en algunas encarnaciones par-

242
ticulares cualquiera que sea el campo que exploremos: el
espíritu del cambio y el espíritu de conservación. Nada
real puede hab er sin los dos. El mero cambio sin conser-
vación es un pasar de la nada a la nada. Su integración
final produce un mero no-ente transitorio. La mera con-
servación sin cambio no puede conservarse, pues, al fin y al
cabo, hay u n fluir de circunstancia, y la lozanía del ser se
desvanece con la mera repetición. El carácter de la realidad
existente se compone de organismos durables a través el
fluir de las cosas . E l tipo bajo de organismo ha logrado una
autoidentidad que domina toda su vida física . Electrones,
moléculas, cristales, perten ecen a este tipo . Presentan una
identidad sólida y completa. En los tipos más elevados, en
que aparece la vida, hay una mayor complejidad. Así, aun-
qu e haya un módulo complejo, durable, se ha r efugiado en
más profund os scondrijos del hecho total. En lID sentido,
la autoidentidad de un ser humano es más abstracta que
la de un cristal. Es la vida del espíritu. Se relaciona más Il
bien con la individualización de la actividad creadora, de .'
suert e que las circunstancias cambiantes recibidas del am-
bient e son diferenciadas de la personalidad viva y conce-
bidas como formando su campo p ercibido. En realidad, el
campo de percep ción y 1 espíritu percipiente son abstrac-
ciones que en concreto se combinan en los acaecimientos
corporales sucesivos. El campo psicológico, en cuanto res-
tringido a los objetos-deI-sentido y a las emociones pasa-
jeras, es la permanencia mínima, simplemente rescatada
de la no-entidad del mero cambio, y el espíritu es la má-
xim a permanencia, que Íl ade aquel campo completo cuya
duración es el alma viva Pero el alma se marchitaría sin
la fertilización de sus ex! eriencias pasaj eras . E l secreto de
los organismos superiores está n sus dos grados de per-
manencias. Por estos medios la lozanía del ambiente es
absorbida en la p ermanencia del alma. E l ambiente cam-
biante deja de ser, por razón de su variedad, un enemigo de
la duración del organismo. E l módulo del organismo supe-
rior se ha retirado en los escondrijos de la actividad indi-
vidu alizada. Se ha transformado en un modo uniforme
de ocuparse de las circunstancias, y este modo sólo se for-

243
talece si tiene una variedad propia de circunstancias de
que ocuparse.
Esta fertilización del alma es la razón de la necesidad
del arte. Un valor estático, por serio e importante que sea,
acaba por ser indurable por su atenadora monotonía de
duración. El alma reclama a grandes voces su redención
\ hacia el cambio. Sufre la agonía de la claustrofobia. Las
transiciones de humor, ingenio, irreverencia, juego, sueño y
) -sobre todo- de arte, son necesarias para ella. El gran
arte es la disposición del ambiente de modo que le propor-
cione al alma valores vivos aunque transitorios. Los seres
humanos reclaman algo que les absorba por algún tiempo,
algo que les saque de la rutina en que pueden quedar en-
candilados. P ero no podemos subdividir la vida, como no
sea en el análisis abstracto del pensamiento. Por consi-
guiente, el gran arte es más que un r emozamiento transito-
rio. Es algo que se añade a la riqueza permanente de la
autoadquisición del alma. Se justifica a un tiempo por su
goce inmediato y también por su disciplina del más íntimo
ser. Su disciplina no es distinta del goce más que por razón
de él. Transforma el alma en la realización permanente de
valores que se extiende más allá de su yo anterior. Este
elemento de transición en el arte se pone de manifiesto por
la inquietud patent e en su historia. Una época llega a sa-
turarse con las obras maestras de cualquier estilo. Algo
¡ nuevo precisa ser descubierto. El ser humano es variable.
Sin embargo, hay un equilibrio en las cosas. El mero cam-
\ bio antes de haber llegado a un logro adecuado, en calidad
o en cantidad, es destructivo de la grandeza. Pero difícil-
mente podrá exagerarse la importancia de un arte vivo que
cambia y sin embargo deja su marca permanente.
- Por lo que concierne a las necesidades estéticas de la so-
( ciedad civilizada, las reacciones de la ciencia han resultado
desafortunadas en este sentido . Su base materialista ha di-
rigido la atención a las cosas como opuestas a los valores.
La antítesis es falsa si se toma en un sentido concreto, p ero
es válida en el nivel ordinario del pensamiento abstracto.
E sta acentuación dislocada confluyó con las abstracciones
de la economía política, que de h echo son las abstracciones

244
en cuyos t érminos se llevan los asunto s comerciales. ASÍ,
todo pensamiento relativo a la organización social se ex-
presó en t érminos de cosas materiales y de capital. Los va-
lores últimos eran excluídos. Se les hacía una cortés re-
verencia y se les entregaba al clero para que los guardara
para los domingos. Un credo de moralidad en la compe-
t encia por los negocios se había desarrollado, en algunos as-
fÍ.
pectos con notable elevación, pero absolutamente despro-
visto de consideración hacia el valor de la vida humana.
Los obreros eran considerados como meros instrumentos,
obtenidos del mercado del trabajo. A la pregunta de Dios
contestaban los hombres como Caín: "¿Acaso soy yo el
guardián de mi hermano?", y cometían el crimen de Caín.
T al era la atmósfera en que se llevó a cabo la revolución
industrial en Inglaterra, y en gran part e t ambién en otros
países. La historia intestin a de I nglat erra durante el úl-
timo medio siglo ha consistido en un esfu erzo lento y do-
loroso para deshacer los males forjado s en la primera fase
de la nueva época. Puede que la civilización nunca se re-
cupere del mal clima que rodeó la introducción del maqui-
nismo. Este clima invadió todo el sist ema comercial de las
razas adelantadas del N arte de Europa. En parte fué re-
sultado de errores estéti cos del protest antismo y en parte
consecuencia del materialismo científico; en parte r esultado
de la codicia de la especie humana y en part e r esultado de
las abstracciones de la economía política. Una ilustración
de mi punto de vista puede encontrarse en el ensayo de
Macaulay criticando los Colloquies on S ocie-ty de Southey,
escrito en 1830. Y Macaulay era un ejemplo muy genuino
de los hombres que vivían en la época, o en todas las épo-
cas. Era un genio, tenía buen corazón, intenciones hones-
tas y afán de reforma. E l t exto dice así:
"Se nos dice que nuestra edad ha inventado atrocidades que su-
peran cuanto nuestros p adres hubier an p odido imaginar ; que la
sociedad ha sido llevada a llll estado comparado con el cual la ex-
terminación resultaría una b endición; y todo porque las viviendas
de los hiladores de algodón son desnudas y r ectangulares. Mi ster
Southey ha descubierto un medio -nos cliüe- que permite com-
p arar los efectos de la f abricación y de la agricultur a. ~ Cu ál es

245
este medio ~ Subirse a un cerro, contemplar la casa de campo y
la factoría y ver cuál es la más agradable."
:Parece que Southey había dicho muchas tonterías en su
libro; pero por lo que se refiere a este extl:acto, podría jus-
t ificar perfectamente su alegato si volviera a la tierra des-
pués de un lapso de casi un siglo . Los males de la primera
época de industrialización han pasado actualmente a formar
parte dd dominio público. El punto en que sigo insistiendo
es la ceguera empedernida con que, incluso los mejores hom-
bres de la época, consideraban la importancia de la estética
en la vida de una nación. No creo qu·e hasta ahora ha-
yamos llegado ni siquiera aproximadamente a la estimación
debida. Una causa de eficacia sustancial que contribuyó a
producir este error desastroso, fué el credo científico de que
la materia en movimiento es la única realidad concreta de
la naturaleza, de suerte que los valores estéticos constituÍ-
rían un aditamento adventicio que no viene a propósito .
Hay otro aspecto de este cuaru'o de las posibilidades de
decadencia. En el momento actual se agita una discusión
acerca del porvenir de la civilización en las nu evas circuns-
t ancias de rápido adelanto en la ciencia y en la técnica. Los
males del futuro han sido diagnost icados de distintos mo-
dos: la pérdida de la fe religiosa, el u so malicioso del poder
material, la degradación consiguiente a una cuota diferen-
cial de natalidad favorable a tipo de humanidad inferio-
res, la suspensión de la fuerza estétíca creadora. No cabe
duda de que todos ésos son males peligrosos y amenazado-
res. Pero no son una novedad . Desde los albores de la his-
toria la humanidad ha venido perdiendo su fe religiosa, ha
sufrido siempre del uso malicioso del poder material, ha
sufrido siempre de la infecundidad de sus mejores tipos in-
telectuales y siempre ha registrado la decadencia periódica
del arte . En el 'einado del monarca egipcio Tutankhamón
se desencadenó una lu cha religiosa desesperada entre los
mod ernistas y los fundamentalistas; las pinturas de las ca-
vernas ofrecen una fase de delicada p erfección estética sus-
tituída luego por un período de relativa vulgaridad; los
j efes religiosos, los grandes pensadores, los grandes poetas
y autores, toda la casta sacerdotal de la Edad Media, fu e-

246
ron notoriamente estériles; por último, si en la actualidad
contemplamos lo que ocurrió en el pasado sin hacer caso
de las exposiciones novelescas de democracias, aristocracias,
reyes, generales, ejércitos y comerciantes, veremos que el
poder material fué ejercido gen eralmente a ciegas, con por-
fía y egoísmo y no pocas veces con brutal maldad. Y, a
pesar de t odo, la humanidad ha progresado. Incluso si to-
mamos un t enue oasis de especial excelencia, el tipo de hom-
bre moderno que más probabilidades habría t enido de ser
feliz en la Grecia clásica en el mejor período de ésta, h abría
sido seguramente (como ahora) un boxeador mediano p ro-
fesional de peso pesado, y no un est udiante ordinario de
griego de Oxford o de una universidad alemana. De segu -
ro que la principal utilidad del estudiante de Oxford h abría
sido su capacidad para escribir una oda ensalzando al bo-
xeador. Nada puede ser más nocivo para un espíritu decaí-
do en orden al cumplimi nto de sus deberes en la actuali-
dad que el concentrar la atención en los puntos de excelen-
cia del pasado comparados con los defectos promedios de
nuestros días.
P ero, ál fin y al cabo, ha habido verdaderos períodos de
decadencia, y en la época actual, como en otras, la sociedad
está en decadencia, siendo necesario hacer algo para reac-
cionar. Los profesionales no constituyen una novedad en el
mundo. Sin embargo, los profesionales del pasado estaban
agrupados en castas que no progresaban. El caso es que
en la actualidad el profesionalismo ha sido asociado al pro-
greso. E l mundo se encuentra ahora ante un sistema que
se desarrolla por sí mismo y que él no puede deten r. Esta
situa~ión ofrece -sus ventajas y sus peligros. Es evidente
que las ganancias de poder material ofrecen también oca-
siones para una mejora de la sociedad. Si la humanidad sa-
b e aprovechar la ocasión, tendrá frente a sí una edad de
oro de creatividad benefactora. Pero el poder material en
sí es neutral éticamente. Puede actual' igualmente en la
dirección errónea. No s trata actualmente de producir
grandes hombres sino de producir grandes sociedades. La
gran so ciedad encontrará los hombres para las ocasiones. La
filosofía materialista acentuó la importancia de la cantidad

247
de materia dada, y de ahí, por derivación, la naturaleza del
ambiente dada. D e esta suerte actuó del modo más des-
afortunado sobre la conciencia social de la humanidad, pues
puso casi exclusivamente su atención en el aspecto de la
lucha por la existencia en un ambiente fijo. En una gran
ext ensión el ambiente es fijo y en esa ext ensión hay una
lucha por la exist encia. La cuestlón es quién será el eli-
minado. En la medida en que seamos educadores, hemos de
tener ideas claras sobre est e punto, pues det ermina el tipo
que hay que producir y la ética práctica que deb e inculcarse.
P ero durante los tres últimos siglos la concentración ex-
clusiva de la atención hacia este aspecto de las cosas, ha
sido un desastre de primera magnitud. Las consignas del
siglo X I X fu eron: la lucha por la existencia, la competen-
cia, la lucha de clases, la rivalidad comercial entre las na-
ciones, la guerra militar. La lucha por la existencia ha sido
interpretada como un evangelio de odio. La conclusión to-
tal que haya de sacarse de una filosofí a de la evolución es,
por fortuna, de un carácter más equilibrado. Los organis-
mos victoriosos modifican su ambient e. Son ,victoriosos los
organismos que modifican su ambient e para ayudarse mu-
tuamente. Ejemplos de esta ley se encuentran en vasta es-
cala en la naturaleza. Por ejemplo, los indios de América
del Norte aceptaron su ambiente, y ello tuvo como resultado
que una población poco densa lograra simplemente mante-
nerse en todo el continente. Cuando las razas europeas lle-
garon a ese mismo continente, siguieron una política opues-
ta. D esde un principio cooperaron en la modificación de su
ambiente. El resultado fué que una población veinte veces
mayor que la india ocupe actualmente el mismo territorio, a
pesar de lo cual el continente todavía no está lleno. Ade-
más, hay asociaciones de especies distintas que cooperan
mutuamente. E sta diferenciación de especies se presenta en
los ent es físicos más simples, tales como la asociación entre
electrones y núcleos positivos, y lo propio ocurre en todo
el reino de la naturaleza animada. Los árboles de las selvas
del Brasil dependen de la asociación de varias especies de
organismos, cada uno de los cuales depende mutuamente
de las demás especies. Un árbol aislado depende por sí de

248
todos los cambios adversos de las circunstancias variables.
El viento le impedirá crecer; las variaciones de la tempera-
tura perjudican el desarrollo de sus hojas; las lluvias des-
nudan su suelo; sus hojas son arrastradas y no pueden con-
tribuir a la fertilización de su suelo. Podemos obtener es-
pecímenes de hermosos árboles ya sea en circunstancias
excepcionales, ya con la intervención del cultivo por parte
del hombre. Pero en la naturaleza el modo normal de pTOS-
peral' los árboles es su asociación en un bosque. Es posi-
ble que cada uno de los árboles pierda algo de su perfec-
ción de crecimiento individual, pero, en cambio, se ayudan
mutuamente a conservar las condiciones de subsistencia.
El suelo se conserva y está al abrigo, y los microbios nece-
sarios para su fertilidad no son agostados por el sol, ni ex-
terminados por la escarcha, ni arrastrados por las lluvias.
Un bosque es el triunfo de la organización de especies mu-
tuamente dependientes. A mayor abundamiento, una es-
pecie de microbios que mata a un bosqu e se da muerte a
sí mi sma. Por otra parte, los dos sexos presentan la misma
ventaja de diferenciación. En la historia del mundo, el
premio no ha sido para las especies que se han especiali-
zado en Jos métodos de viol encia, ni siquiera en las arma-
duras defensivas. De hecho, la naturaleza comenzó produ-
ciendo animales encerrados en duras conchas que les prote-
gieran contra los males de la vida. También hizo ensayos
en materia de tamaños. Pero los animales pequeños, sin
caparazón externo, de sangre caliente, sensibles y vigilan-
tes, expulsaron de la faz de la tierra a esos monstruos.
Además, no son los tigres y los leones las especies victorio-
sas. En el uso pronto de la fuerza hay algo que frustra su
propio objeto. Su principal inconveniente es que carece de
cooperación. Todo organismo necesita un ambiente de ami-
gos, en parte para que le protejan contra cambios violen-
tos, en parte para que le ayuden cuando lo necesita. El
Evangelio de la Fuerza es incompatible con una vida social.
Entiendo por fuen;a el antC1Jgonismo en su sentido más ge-
neral.
Casi igualmente peligroso es el Evangelio de la Unifor-
midad. Las diferencias entre las naciones y razas de la es-

249
p ecie humana son necesarias para mantener las condiciones
en que es posible un más alto desarrollo. Un factor prin-
cipal en la marcha ascendente de la vida animal ha sido
su capacidad de migración. Es quizás por esta razón que
les fué mal a los monstruos protegidos por fuertes capara-
zones. No podían t rasladarse. T enían qu e adaptarse o pe-
r ecer . La especie humana se trasladó de los árb oles a las
llanuras, de las llanuras a las costas del mar, de unos climas
a otros, de unos continentes a otros, y de uno s hábitos de
vida a ot ros hábitos de vida. Cuando el hombre deja de
trasladarse, cesa su ascenso en la escala del ser. El tras-
lado físico es siempre importante, p ero más lo es aún la
facultad de las av enturas esp irituales del hombre: aven-
turas del p ensamiento, del sentimiento apasionado, de la
exp eriencia estética. Una diversificación entre las comuni-
dad es humanas es esencial para la aportación de in-::entivo
y de mat erial para la odisea del espíritu humano. N .lciones
distintas de hábitos diferentes no son enemigas: son bendi-
ciones. Los hombres necesitan que su s vecinos sean \10 sufi-
cientemente afines para que les entiendan , lo suficientemen-
t e diferentes para llamar su atención y lo suficientemente
grandes para imponer admiración. Sin embargo, no pode-
mos esperar que tengan todas las virtudes. P recisamente
habríamos de darnos por satisfechos con qu e haya algo lo
bastant e singular para que resulte interesante.
La ciencia moderna ha impuesto a la humanidad la nece-
sidad de trasladarse. Su p ensamiento progresivo y su t éc-
nica progresiva han hecho del paso por el tiempo, de gene-
ración en generación, una verdadera migración hacia mares
de aventura no r egistrados en los mapas. E l beneficio ge-
nuino del t rasladarse estriba en que es peligroso y requiere
habilidad para sortear los escollos. Nuest ra esperanza, está,
por lo t anto, en que el porvenir nos descubra peligro s. L e
t oca al futuro ser p eligroso, y una de las virtud es de la
ciencia es que pertreche al fu t uro para realizar su misión.
L as clases medias prósperas que gobernaron en el siglo XIX ,
atribuyeron un valor excesivo a la placidez de la existen-
CIa. Se resistieron a encarar las necesidades de reforma so-
cial impuestas por el sist ema industl'Íal nuevo, y ahora se

250
rehuyen a enfrentar las necesidades de reforma intelectual
impuestas por el nu evo saber. El pesimismo de la clase me-
dia en cuanto al porvenir del mundo, proviene de una con-
fusión entre civilización y seguridad. En el futuro inme-
diato habrá menos seguridad que en el pasado inmediato,
menos estabilidad. N o cabe duda de que cierto grado de
inestabilidad resulta incompatible con la civilización, pero,
en conjunto, las grandes edades han sido edades inestables.
En estas conferencias he pretendido dar un relato de una
gran aventura por la región del pensamiento. En ella par-
ticiparon todas las razas del Occidente de Europa. Se desa-
n'olló con la lentitud de un movimiento de masas . Medio si-
glo es su unid ad de tiempo. E ste relato es la epopeya de un
episodio de la manifestación de la razón. D ice cómo una
dirección palticular de la razón aparece en una raza gra-
cias a la larga preparación de épocas precedentes, cómo
después de su nacimiento se desarrolla gradualmente su
materia principal, cómo logra sus triunfos, cómo su influjo
mold ea las mismas fu entes de la acción del género humano,
y, por último, cómo en su momento de triunfo supremo se
r evelan sus limitaciones y reclaman un nuevo ejercicio de
la imaginación creadora. La moral eja del relato es el poder
dE' la razón, su influjo decisivo en la vida de la humanidad.
Los grandes conqui stadores, de Alejandro a César y de Cé-
sar a Napoleón, ejerci eron un influjo profundo en la vida de
las generaciones subsiguientes; pero el e .ecto total de este
influjo queda reducido a lo insignificante si se compara con
la t ransformación total de los hábitos y de la mentalidad hu-
manos provocada por la larga trayectoria de los hombres
de pensamiento desde Tales hasta nuestros días, hombres
desprovi stos de poder individualmente, pero que en defini-
tiva fueron quienes gobernaron el mundo.

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íNDICE

l.-Orígenes de la ciencia moderna 13


n .-Las matemáticas como elemento de la historia del
pensamiento 34
IIL-El siglo elel genio 55
IV.-El siglo XVIII 75
V.-La r eacción romántica 96
VL-El úglo XIX 120
VIT.-La relatividad 141
VIlL- La teoría del qua ntum 159
IX.-Ciencia y filosofía 169
X.- Abstl'acción . 191
XL-Dios 210
XIT.-Religión y ciencia . 218
XIIL-Requisitos del progreso social 233

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