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Michelle Bigenho
Traducción de Rose Marie Vargas J. ··
l. Introducción
* Este artículo ha sido sometido a varias revi siones. En todos los casos, las críticas y sugerencias de nu-
merosos colegas fueron para mí muy provechosas: Rossana Ba1rngán, John Borneman, Pamela Calla,
Billie Jean lsbell, Elizabeth Jiménez, Tom Kruse, Silvia Rivera y Mary Roldán . Con todo, asumo la
responsabilidad de todo lo aquí argumentado, al igual que sobre posibles errores o flaquezas.
** Rose Marie Vargas es boliviana y reside en La Paz, Bolivia.
*** Traducc ión " literal" del término nation-ness, para mantenerme fiel al sentido que le confiere la autora
(N . de la T.)
Eric Hobsbawm hace referencia a "nacionalismo" (1990: 78). Bendict Anderson enmarca este argu-
mento en términos de " naci<Ín -icidad'" (nation-ness) ( 1991: 3).
2 Ver el trabajo de John Borneman ( 1992b), quien analiza este plantea miento, al igual que su descom-
posición en la Alemania contemporánea.
J A menudo se descubren juicios de valor en los argumentos acerca de la posmodernidad en América
Latina. Así, Jean Paul Guevara arguye, por ejemplo, la existencia de lo posmoderno en este continente
señalando que: "no podemos ser posmodernos en medio del hambre, la miseria y la necesidad de lu-
char por la vida de un pueblo oprimido"; Guevara relega lo posmoderno a creaciones de la imagina-
ción de las elites. e n su soledad y vacío existencial. al haberse agotado los paradigmas positivistas ( 1993:
11-19). Desde una perspectiva distinta, José Ignacio López Soria concluye con un "credo" posmoderno.
en artículos "aceptados por quienes se consideran posmodernos" ( 1992: 328).
4 En líneas similares. Néstor García Cancl ini sostiene que el posmoderni smo no es una etapa que reem-
plaza al moderni smo. sino un a form a de problematizar los e1Tados vínculos creados e n el afán moder-
no de excl uir o ir más allá de las " trad ic iones" ( 1992: 23).
Entrecomillado mío (N. de la T.) .
La narrativa brinda el marco de análisis apropiado para el estudio de las diversas re-
presentaciones de las naciones bolivianas. La forma nanativa atribuye "continuidad de suje-
to" a la historia de las naciones (Balibar 1991 :86). Herramienta tanto de antropólogos como
de histo1iadores, la fo1ma naITativa confiere significado a hechos que de otra manera resultarían
disparatados o porciones vacías de información (Brooks 1984: 1O; Bruner 1986: 147). Al urdir
la trama de los acontecimientos, la narrativa crea una historia, una referencia metafórica a un
todo imaginado para el cual tenemos únicamente el conocimiento de las partes' . En cierto
sentido, este artículo profundiza en un doble concepto de lo imaginado: ¿cómo imaginan Bolivia
los autores y cómo se constituyen en miembros parciales de una comunidad nacional? ¿cómo
se imaginan los bolivianos la comunidad por medio de la nación-icidad? Justifico el empleo
de la narrativa histórica como base de este argumento, pese a la limitación de los datos basados
en textos, pues las tramas de la nanativa constituyen una ventana a la "ciencia de la imagina-
ción" (Bruner 1986: 141) y, en última instancia, porque éste es un análisis de la "comunidad
o comunidades imaginadas" de Bolivia (ver Anderson 1991: 6).
Aunque comienzo analizando la narrativa de diversos documentos, tengo ante mí va-
rios ''estratos" de narrativa: las nanativas estatales imperantes, las contranarrativas, los tropos
que parten de experiencias personales y la narrativa propia de las ciencias sociales. Del trabajo
de John Bomeman en Alemania utilizo el concepto de tropo basado en experiencias individuales
y en la nanativa imperante. Según Borneman, tanto el estado (por medio de las leyes) como
las personas (a través de sus autobiografías) "narrativizan" las experiencias de nación . Es posible
que una comparación de ambas brinde importantes pautas en torno a ''sujetos significativos"
de nación -en otras palabras, ¿como se vive la nación-icidad en la vida cotidiana? (1992b:
47; 1992a: 30). Estos relatos sobre Bolivia brindan ejemplos de una narrativa estatal imperante
- aparentemente contradictoria con los tropos de vivencias individuales- y de las contranairntivas
que ellos, como bolivianos, elaboran. El concepto de contranmrntiva de nación no descai1a la
nación-icidad, simplemente propone bases alternativas para su organización.
Si bien la narrativa boliviana de nación (objeto de estudio del presente artículo) no
representa una postura posnacional en la formación de identidades , hay quienes sugieren al
menos otras dos contranarrativas opcionales a la narrativa imperante de soberanía territorial
en torno a una población homogénea. Las características del fin de las metanarrativas , las
concepciones diferentes de espacio, el privilegio de la diferencia, y el surgimiento de una política
de grupos y étnias relacionan estas contranmrntivas bolivianas con el presente predominio
cultural de lo posmoderno en todo el mundo (ver Jameson 1991 :4). Una contranarrativa bo-
liviana de nación, dependiente de la "memoria larga" (ver Rivera 1986), privilegia la identi-
dad que parte de la organización de espacios heterogéneos discontinuos. Como la de Clifford
Geertz en Negara ( 1980:23) esta no es una narrativa de mTiba hacia abajo, sino de abajo hacia
arriba y desequilibra constantemente la narrativa imperante del estado-nación estable. Esta
contranarrativa desestabiliza justamente aquellos elementos que supuestamente constituyen la
5 Para el concepto de trama recuITo a diversos documentos. Trama es la producción de un todu que
genera significado. Sobre su construcción ver Hayden While ( 1987: 9) y ( 1978: 81 - 100) James
Fernández desmrnlla el concepto de retorno al todo deseado como una de "las misiones de la
metáfora" (1986: 50).
Una historia es una narración o relato que representa el pasado. Muchos de los autores
de estos libros se dicen escritores de la "otra" historia. (Albó, Bamadas 1990: 9; Ranaboldo
1987: 18; Rivera 1986: vii), lo cual equivale a afirmar implícitamente que son múltiples las
historias que se pueden escribir y que siempre hay preferencia por una, a expensas de las
demás. Al señalar que "un acontecimiento histórico no está más sobreentendido que cualquier
otro", Claude Levi Strauss subraya el aspecto de ficción que posee la historia: "es el historia-
dor o agente de la historia quien le da forma, por abstracción, y como si estuviera bajo la
amenaza de una regresión ilimitada" ( 1966: 257). El historiador selecciona los acontecimien-
tos que va a incluir u omitir y, con los elementos elegidos para el relato, procede a urdir la
trama. Esto le confiere al mismo tiempo una ilusión de continuidad y la comodidad de una
trama, extraída de la convención literaria que le es familiar (White 1978: 81-100; White 1987:
9-10). Puesto que los hechos aislados cobran sentido con referencia a un todo (trama), el enfoque
de la historia cambia, de los "hechos" propiamente dichos, a la elección de una trama relacionada
con la historicidad del propio autor.
Las tramas y héroes de las "Bolivias" de estos documentos sirven para ilustrar el
proceso de autoformación de la identidad, tal como lo imagina el narrador. La trama es
importante como un "todo inteligible" y el principio organizativo fundamental de la narrativa
(Brooks 1984:50). Muchas veces sobreentendidos en la estructura específica de la trama, los
héroes son útiles para descubrir importantes pautas sobre la posición de sujeto de los propios
narradores . Como libros publicados en lengua española -en su mayoría bolivianos-, su
lectura crea puntos de referencia comunes de la Bolivia imaginada por los bolivianos. Me
refiero a la formación de una comunidad intelectual interesada en la lectura de los mismos
libros. Cuando de realizar un estudio sobre Bolivia se trata, se podría cuestionar la pertenen-
cia a una comunidad que asume que todos sus miembros saben leer y escribir. Empero, como
parte de los mecanismos de la sociedad, estos volúmenes cobran significados icónicos que
no necesariamente dependen de su lectura. Esto es probablemente lo que ocurrió con Pueblo
Enfermo, de Alcides Arguedas ( 1991 [ 1909]). Lo pluri-multi constituye asimismo un
ejemplo contemporáneo de que la lectura del libro no es indispensable para captar su sig-
6 Balibar aborda estos dos elementos, como parte de la ilusión de nación creada a través de la mmativ a
del "sujeto continuo".
nificado icónico, el cual fue rápidamente difundido en los afiches impresos de la portada del
libro ; diseñada por el artista gráfico Alejandro Salazar, es un colorido mosaico que repre-
senta a los diferentes pueblos bolivianos. Por último, el método escrito se justifica en la
med ida en que los imaginarios de esta comunidad intelectual co nfluyen y actúan
dialécticamente con otros imaginarios de Bolivia; y también en la medida en que algunos
de ell os muestran su coincidencia con una comunidad marginada de lo estri ctame nte acadé-
mico, ya sea por la posición que la autora le da al sujeto (Ranaboldo 1987), la posici ón de
sujeto que se otorga ell a misma (Rivera 1986), o la expectativa que ponen los autores en sus
lectores (Albó, Barnadas: 1990).
Si el historiador opta por la forma narrati va en la representac ión histórica, cada narra-
ción es a fin de cuentas una historia diferente. Empleando una narrativa que hace énfasis en la
hi storia documentada en publicac iones, las elites han construido e impuesto hi storias nac iona-
li stas a diversos grupos. Como opción representativa, la narrativa es al mismo tiempo una
altern ativa política, ya sea para reforzar a un grupo en el poder, para oponerse a la naintiva de
los que están en el poder utilizando un discurso alternativo, o para man ipulai· los elementos
de la narrativa imperante y debilitarla.
Directa o indirectamente, estos autores han abordado el concepto de construcción de
las nac ionalidades bolivianas identificando al sujeto en té1minos de etnicidad, clase y/o colonia
exp lotada. En el primer relato de René Zavaleta, la nan·ativa imperante es la de nación como
víctima (1990: 39). La Bolivia de René Zavaleta es un sujeto "d iscernido", cercado, circuns-
crito y relegado a un estado sometido (ver Smith 1988). Bolivia es una víc tima del imperia-
li smo y, por su invariable condición de semicolonia, está atrofiada en su evolución hac ia un
estado-nación moderno. La única forma de asumir la pos ición de estado- nación, que le corres-
ponde por naturaleza, es a través de un sociali smo liderado por el proletariado minero, lo cual
-en su opinión- es un proyecto del marx ismo clásico ( 1990: 121 ). El proyecto nacionalista no
se contradice con la revolución internacional porque: "si hay una revolución en Latinoamérica,
es la que existe a través de estas revoluciones provinciales y ésta es también la forma en que
se pronuncia acá la revolución mundial" (Zavaleta 1990: 160).
Inconcluso por su muerte en 1984 , el último relato de René Zavaleta, en Lo nacional-
popular en Bolivia , experimenta considerables alteraciones a medida que el autor adopta una
postura más crítica respecto del marxismo ortodoxo7 • Aquí, los campesinos son los héroes
innombrados que sí poseen una historia propia como clase ( 1986: 14 ). Bolivia no ha podido
consolidarse como estado-nación, con base democrático representativa, porque para esto re-
quiere una homogeneidad que no existe en este país, y porque no ha logrado establecer un eje
territori al ( 1986: 19-20). Es más, René Zavaleta identifi ca la con tradicci ón presente en el
capitalismo multinac ional -dentro del sistema mundial organizado a partir de estados-nacio-
nes soberanos- para concluir, que hoy por hoy, es virtualmente imposible conformar un esta-
do-nación (1986: 163-164).
7 Lui s Anteza na J. analiza la evolución de los esc ritos de este importa nte pensador bo li viano ( 199 1).
Iden ti fica tres pe1íodos: nacionalismo de izquierda, en Bolivia : el desarrollo w 11ciencia nacio11al ( 1967):
marxi smo o rtodoxo en El Poder Dual (11974] 1987); marxi smo crítico en " Las masas en Nov iembre"
( 1986) y Ln Nacional- popular en Boli via ( 1986) .
8 Este documento fue publicado por primera vez en 1982 como La Cara Campesina de Nuestra Histo-
ria. En posteriores ediciones se utiliza "indio". Albó se ha referido más específicamente a la recupe-
ración del empleo discursivo del vocablo "indio": en los países andinos. en contraposición a los dis-
cursos homogeneizadores ( 1991: 299-366) .
El concepto de dos naciones tiene su raíz en el sistema tributario colonial. Los indios
debían pagar una suma global por toda la comunidad y era el kuraqa quien organizaba su cobro
(Albó, Barnadas 1990:55). Si bien los que estaban bajo su jurisdicción pagaban tributo a la
Corona, no ocunía lo mismo con los encomenderos, quienes aportaban para el párroco local ,
la municipalidad u otros gastos (Albó, Barnadas 1990:67). En este primer encuentro, para el
desarrollo del concepto de dos naciones, resultaba significativo el hecho de que se cobrara
tributo a las com unidades como entes colectivos de indios y no como a sujetos individuales de
la colonia española 9 .
Xavier Albó y Josep Barnadas van más lejos en su narrativa de las dos guerras
independentistas iniciadas por ambas naciones bolivianas: la primera, los levantamientos étnicos
liderizados por Tupac Amaru y Tupac Katari a fines del siglo XVIII; y la segunda, un movi-
miento exclusivo de los criollos a principios del siglo XIX para evitar una reedición -quizás
más ex itosa- de la ronda de movimientos de base, que antes habían protagonizado aymaras y
quechuas (Albó, Barnadas 1990: 130-1 3 1).
Con la independencia política de España en 1825, Bolívar reestructuró el sistema tri-
butario indígena sólo en el papel (Albó, Barnadas 1990: 119). Sucre intentó introducir un nuevo
cambio en el sistema tributario con un impuesto individual a la propiedad. Sin embargo, el
sistema de tributo indígena se instituyó nuevamente debido al pronto estado de bancairnta
económica en que quedó sumido el aparato gubernamental, (Albó, Barnadas 1990: 130-131 ).
Estas experiencias de cobrar un tributo exclusivo a la población "indígena", en la épo-
ca de la Colonia y principios del período republicano, remarcan pe1manentemente el concepto
de dos naciones, el cual aún prevalece en hechos más recientes de la historia boliviana. Así lo
demuestra la fotografía conjunta que , durante la importantísima Primera Conferencia Indígena
Nacional celebrada en 1945, se tomó al líder indígena Rumisonqo (Luis Ramos Quevedo) y
a Gualberto Villairnel, entonces "Presidente" de Bolivia. A nivel popular, la fotografía repre-
sentaba a los presidentes de dos Bolivias: una de indios y otra de q'arasw (Rivera 1986: 64;
Ranaboldo 1987: 83).
La presencia del concepto de dos naciones también se refleja en las actitudes hacia el
mestizo . La noción de cultura mest iza -como la denominada "Raza Cósmica" de José
Vasconcelos- se convirtió en la consigna para forjar la nación mexicana después de la.Revolu-
ción . Pos teriormente -pese a que sus obras literarias lo contradicen-, en sus trabajos
antropológicos, José María Arguedas exalta el mestizaje y lo sugiere como el modelo que Perú
debería seguir ( 1975) 11 • El estado revolucionario boliviano de 1952 también propuso un pro-
yecto homogeneizador del mestizaje, pero en Bolivia no fue recibido con el mismo entusiasmo.
El término mestizo cobra el significado de lo impuro, de lo contaminado. Por ello, una
de las formas que eligieron políticos y líderes campesinos para restar autenticidad a la figura
de Antonio Alvarez fue acusarlo de mestizo (Ranaboldo 1987:87). La prensa lo describía como
"mesti zo peligroso" en sus titulares, y sus adversarios lo presentaban como falso y por lo tanto
inhábil para as umir una posición de liderazgo en el movimiento campesino. Obsérvese aquí la
9 En su análi sis histórico de la formación de la frontera entre España y Francia, Peter Sahlins también
documentó la tributación de las co munid ades como unidades, para el sigl o XVIII, en el caso de
Roussi llon en la Cerdeña francesa (1991: 83 ).
1O Literalmente significa pelado y generalmen te se utiliza para referirse a crioll os o mestizos de ciudades
o aldeas andinas (Rivera 1986: 224).
11 La posición de Arguedas sobre el encuentro del mundo occidental y el andino es claramente negativa
en sus trabajos literarios. Esto se debe en parte a los diferentes contextos en que se sitúan sus novelas
y trabajos antropológicos: los primeros. generalmente en el sur peruano. donde el sistema de hacienda
predominó antes de la Reforma Agraria: y el segundo, en el Perú central , donde no había haciendas
(Flores Galindo 1992: 18-2 1).
12 Esta es la interpretación común de muchos autores, con excepción de Thomas Abercrombie, que ex -
trañamente argumenta que el "indigenismo" encontró su fuerza política en el MNR, partido que asu-
mió el poder en 1952 ( 1992: 298).
t:l Silvia Rivera argumenta sobre estos punt0s exp li cando por qué la Reforma Agraria se consideraría
exitosa en los valles de Cochabamba, y constituye una agresión étnica en partes de Potosí, Oruro y
valles altos de Cochabamba (1993: 74-89) .
14 Esta interpretación de sincretismo, que enfati za lo híbrido en lugar de la fusión de resultados, es nrgu -
mentada en términos generales por Juan Ansión en " Ideo logía y Cu ltura" (n.d.). y William Rowe y
Vivían Schelling en Memorv and Modernitr: Popular Culture in Lmin Alllerica ( 1991: 64). Para su
aplicación al proceso de sincretismo religioso. ver Thérese Bouysse-Cassagne y Olivia Harris, " Pacha:
en torno al pensamiento ayrnara" ( 1987: 49) y Michelle Bigenho, "Co ntratos co n Dios, pactos co n el
diablo, la perspectiva religiosa de músicos y danzantes migrantes lucaninos en Lima" (n.d.). Xavier
Albó utiliza esta especie de " unión de identidades independientes en referencia a la cultura ayrnara".
Ver " La paradoja aymara: comunitaria e individualista"( 1976: 30). Por último, e n el tejido conocido
como k'isa; Verónica Cereceda aborda un estética andina corno un arcoiri s. k'isa sigue la lógica de la
" mús perfecta unión donde, s in e mbargo. se co nserva só lidame nte cada identidad" ( 1987: 2 13 ).
bolivianos a esta acusación de esencializar lo andino diciendo : que "es una obsesión de los
antropólogos gringos y que no tiene nada que ver con nosotros"? Los elementos que Javier
Medina incorpora -tinku, pacha, control vertical de los pisos ecológicos, reciprocidad ,
complementariedad de opuestos- están comúnmente presentes en los estudios andinos. En
suma, la propuesta de Javier Medina a favor del tinku y en contra del mestizaje
-csencializándolo o no- introduce un nuevo giro en este estar consciente de la existencia de
dos naciones en Bolivia.
Las narrativas de la nación dual están más concentradas en el Otro andino de las áreas
altas e ignoran la realidad étnica de las tietTas bajas bolivianas. La prospectiva histórica
traslada el Otro de la nación dual boliviana (el otro boliviano y el otro extranjero o no
boliviano) a múltiples Otros de múltiples naciones bolivianas. Esta transposición de lo dual
o lo múltiple se hizo patente en el momento en que los pueblos de las tierras bajas de Bolivia
comenzaron a expresar sus intereses a través de organizaciones como la Confederación
Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), la Central de Pueblos Indígenas del Beni (CPIB)
y la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG). A pesar de sus muchas diferencias, entre los
pueblos indígenas de las tierras bajas y aquellos de las alturas, se inicia una búsqueda de
intereses comunes. La revuelta ... refleja este cambio, al referirse a lo pluricultural de las
"Bolivias" oriental y occidental y al encuentro de Corquemaya entre ambas en 1990 ( 1991:
24, 35, 43).
Lo pluri-multi cobra un cariz más filosófico cuando se pregunta cómo lograr igualdad
ciudadana en Bolivia sin borrar la diferencia (1993: 9) y señala que el lado positivo del
posmodemismo es su reconocimiento de la diferencia ( 1993: 15 ). Privilegiar la diferencia y la
otredad pluralista tiene en definitiva un potencial positivo. Con todo, hay quienes sostienen
que no es algo que necesariamente deba idealizarse:
En muchos argumentos acerca del sincretismo. el poder permanece ausente o bien se trata de una manera
tan dogmática que parece ridícula. Puesto que me estoy refiriendo a un poder basado en un capital
simbólico. quizás sea más apropiado un enfoque foucaultiano para evitar la rigidez de un concepto
excluyente de poder (es decir, para evitar la lóg ica según la cual, ganancia de uno necesariamente sig-
nifica la pérdida de otro). Los símbolos son infinitos en sus significados y el capital simbólico resul -
tante de su manipulación también posee un potencial infinito. Por lo tanto. sin ignorar la verdadera
situación económica de los pueblos oprimidos. el debate sobre el sincretismo debe incluir una referen-
cia al poder simbólico. pero sin caer en un interminable círculo de dos alternativas, según el cual el
pueblo estaría vencido o al borde de la revolución . Si bien hay tiempos de revolución y momentos de
derrota, las expresiones culturales sincréticas y su capital simbólico también reflejan el toma y dame
cotidiano de las luchas por el poder. Ver Piene Bourdieu ( 1977) que también se refiere al capital sim-
bólico. James Scott brinda una perspectiva polémica acerca de la expresión cultural de las luchas co-
tidianas por el poder ( 1990).
"Sobre los mestizos, está claro que ellos tendrán que reconocer que son minorías y
deberán reconocer que existe un poder mayoritario, que se tiene que expresar en los
órganos de decisión y poder. .. Esto implica que quienes lo reconozcan deberán asumir
el participar en procesos donde son los Aymaras, Qichwas, Guaranís, Moxeños, etc.,
quienes deberán tener la mayoría de esos órganos de decisión y poder". ( 1991 :48)
" 'El multiculturalismo ' es , por una parte, un vano reconocimiento de que las culturas
han perdido sus ataduras a lugares fijos y, por otra, un intento de someter esta plura-
lidad de culturas al marco de una identidad nacional" . ( 1992:7)
nuclear fijo (M urra 1975 ) en los Andes , el espacio debe concebirse en términos de una
compenetración discontinua sobre un eje vertical. Por lo tanto , no es probable que se constru-
yan identidades basadas en el control territorial con tiguo sobre un eje horizontal. En los Andes ,
esto daría lugar a una confrontación directa entre el concepto de espacio y el principio de so-
beranía territorial, adoptados por los estados- naciones modernos .
En contraste directo con la noción de soberanía local - que as ume el control sobre un
área homogénea delimitada, sobre algo estable y conoc ido (Harvey 1989: 254)-, en las zonas
altas la autoridad sobre el espacio asume una heterogeneidad de lugar, con referencia constante
a un núcleo. La soberanía territorial de la nación boliviana procura establecer fronteras fijas
de lugar horizontal y evitar la natu raleza ambigua del espac io ve11ical. En contrapos ición a
ell o, la nac ión que funciona según este principio de la espacio centricidad busca y prospera
dentro de la naturaleza ambigua del espacio. Como " lugar experimentado", el espacio está
compuesto por fronteras no definidas y elementos móviles ; en tanto que lugar es sinónimo de
estabi lidad y de la imposibilidad de una coex istencia de dos elementos en una mi sma ubica-
ción (De Certeau 1988: 117).
Para la nación hori zontal o territorial, el hecho de que Bolivia haya ten ido que enfrentar
permanentemente problemas de ocupación de su lugar oficialmente delimitado es un serio
dilema. Esa nación y esas preocupaciones condujeron a Bolivia a la Guerra del Pacífico, a
fines del siglo XIX, y a la Guerra del C haco, a principios del XX. Ambas contiendas culmi -
naron en pérdidas territoriales. Si el motivo económ ico de la contienda bélica del siglo XIX
fueron los nitratos que poseía; en e l siglo XX se disputaron sus yacimientos de petróleo. La
guerra del Chaco se peleó e n tierras supuestamente ricas en petróleo, pero virtualmente
deshabitadas y desconocidas (Albó, Barnadas 1990; 182 ). Para la nación territorial o para la
oligarquía, la Guerra del Chaco significó la oportunidad de reforzar su fantasía territorial de la
nación-icidad, por medio de una confrontación "internacional" con el Paraguay. Para esta guerra
territorial se reclutó a miembros de la Otra nación. Antonio Alvarez sostiene que se ame nazaba
a los campesinos con despojarl os de sus lieITas si desertaban (Ranaboldo 1987 :61 ). La derrota
en esta guerra significó asimismo la deslegitimación de la oli garquía y el fracaso de la hege-
monía liberal posterior a 1899.
En un campo de batalla com ún - un rincón del suelo imaginario de una Bolivia terri-
torial- coi ncid ieron por primera vez diversos miembros de la Otra nación y forjaron lo que se
podría considerar una incipiente "comunidad imaginada''. Para la mayoría de los autores , la
Guerra del C haco fue un momento cruc ial para las subsiguientes mov ilizac iones campesinas
de este siglo. Antonio Alvarez recalca la relación entre su experiencia en la Guerra del Chaco,
los grupos veteranos y la organi zación de los campesinos (Ranaboldo 1987: 65). Para Sil via
Rivera, la Guerra del Chaco eleva la concienci a del indígena, en un rígido marco de injustic ias
soc iales donde, como nunca antes , "el pueblo" empi eza a formar parte de la narrativa política
de Bolivia ( 1986:45-48). Ese momento histórico se expresa en el surgimiento de movimientos
obreros y campesinos, así como en la fo mrnción de una clase media comercial. En la Guerra
del Chaco, la Otra nación compartió un a ex perienc ia comú n, que luego cobraría forma
metafórica al convertirse en narrativa -<letenninando posteriormente que la Otra naci ón sea
imaginable para sí mi sma en relativo aislamiento. En esta experiencia de lucha por los intereses
de una nación territorio céntrica, la nación espacio cé ntrica no opta aún por una priorización
del territorio.
Debo advertir que el arg umento que voy a desarrollar acerca de una Bolivia espacio
céntrica versus otra territorio céntrica, no necesariamente se traduce en un provincialismo en
con traposic ión a un cosmopolitismo. La espacio centricidad no necesariamente implica privi-
legiar la identidad local. Comenzaré con el ejemplo de Antonio Alvarez, el hijo "natural" de
un Kallawaya. La población Kallawaya es un grupo quechua hablante, que vive en la región
del Lago Titicaca, rodeado por aymaras. La vocación del hombre Kallawaya es la de médico
itinerante, cuya fama y viajes se extienden a lo largo de Norte y Sud-América. Cuando era
niño, Antonio Alvarez acompañaba a su padre en sus viajes curativos; con él fue hasta México
en Norteamérica y Rosario, Argentina en Sudamérica. (Ranaboldo 1987:50). Antonio Alvarez
continuó realizando estos viajes, ya con más edad, al retomar la profesión de Kallawaya, lue-
go de su época de líder campesino ( 1987:256). Su condición de hombre cosmopolita se destaca
en la fluidez con que habla el español , el aymara y el quechua.
¿Es Antonio Alvarez una excepción? Lo es de alguna manera. Pero, las limitaciones a
una regla específica sólo se conocen analizando los casos excepcionales (Bourdieu 1977). Así,
en la década del 70, Antonio Alvarez participó en el movimiento boliviano por la recuperación
de una salida al mar -un movimiento que a mi parecer es relativamente poco importante para
la contranarrativa de la nación espacio céntrica. La frontera y acceso al mar son menos impor-
tantes para la nación que organiza sus identidades en términos de compenetración de los espa-
cios heterogéneos discontinuos . La reivindicación marítima recuerda la demanda de límites
"naturales", impuestos por el "destino" de una nación . En este sentido, el mar debería ser la
frontera occidental "natural" de Bolivia, como parte de su derecho nacional de acceder al océa-
no Pacífico. Sin duda, los intereses de los involucrados definen la idea de "naturalidad" de
cualquier frontera 1x.
El derecho de Bolivia a una salida al mar, inculcado a sus ciudadanos a través de la
escuela (Pamela Calla, comunicación personal 1993) está, en realidad, imbuido de intereses
económicos, de un sentido de pérdida territorial , y de la humillación sufrida en la Guerra del
Pacífico. El tema de la salida al mar desvía la atención de las contradicciones locales e inter-
nas y es útil como consigna, en una nación construida para oponerse a una contradicción
externa 19 • Es interesante constatar que, en su "libro de texto", Xavier Albó y Josep Bamadas
dedican un solo párrafo al tema de la Guerra del Pacífico y muchísimo más a los intereses de
la oligarquía y al hecho de que remataron el litoral boliviano ( 1990: 142). En su última narrativa,
René Zavaleta Mercado se refiere al derecho de Bolivia a una salida al mar, señalando que es
un fetiche convertido en el chivo expiatorio ideológico para explicar la inferioridad nacional
( 1986:24). Además, René Zavaleta propone la opción de la salida al mar dentro de la lógica
del control de los pisos verticales; se pregunta por qué la gente no luchó por su territorio, y en
su propia respuesta, sugiere que había dos conceptos muy diferentes de espacio en juego: uno
- - - - ----- -
18 Por ejemplo. los geógrafos de los Pirineos del siglo XVII definían las fronteras " naturales" en térmi-
nos de bmTeras, en tanto que los estrategas militares las definían en términos de lugares de paso (Sahlins
1991 : 42).
19 Lui s Antezana desa1rnlla este punto en su explicación del episteme ideológico que había predominado
en la po líti ca boliviana de 1935 a 1979 y cristalizada en 1952 ( 1983). Se refiere a este ep isteme con dos
letras. "NR" por Nocio11al Revolucionario, y documenta su existencia en las clases dominantes de todo
el espectro ideológico boliviano. El lema de la salida al mar era un mecanismo más dentro del NR (75).
oligarca, que él caracteriza como regional y menos ·'nacional " en su naturaleza, y otro andino
que, á la Murra, determina una unidad concebida a través ele la reciprocidad teJTitorial (Zavaleta
1986: 27-30).
En la actualidad, la salida al mar le concierne a la nación derinida territorialmente, y
no ele manera muy especial a la otra nación. Esto explica en parte la falta ele respuesta a los
esfuerzos ele Antonio Alvarez, que encargó a sus hij os coser banderas bolivianas, para luego
distribuirlas, junto con casetes instructivos , a los campesinos ele regiones subpob laclas de la
frontera con Chile (Ranaboldo 1987: 274). En este sentido, Antonio Alvarez relata:
"Yo hablé en la concentración y les elije que los bolivianos estamos durmiendo, esta-
mos dejando las fronteras en manos ele los extranjeros ... " (1987: 275 ).
Aun cuando éste es un tema que concierne a la nación territorial , Antonio Alvarez se
da cuenta que los campesinos no se movilizan , y seguramente no se movili zarán a corto plazo,
en torno al tema ele la salida al mar (1987:275).
Antonio Alvarez es una excepción en muchos sentidos, pero existen otros elementos
que demuestran que mi argumento en torno a la espacio centriciclad no es realmente tan pro-
vinciano. Dentro ele la lógica del control vertical ele pisos ecológicos, el campesino atraviesa
una gran cantidad de espacio vertical para el cultivo de una variedad de productos agrícolas.
Durante mi trabajo preliminar de campo, reali zado en el Sur de Potosí, comprendí que los
campesinos también recoJTen distancias relativamente significativas para participar en festivales
rituales y, muchas veces, para trocar productos con agricultores ele diferentes zonas ecológicas.
Como se demuestra en diversas narrativas de los Andes, la lógica del control vertical
es un indicio ele la continuidad ele este tipo ele organización del espac io. A lo largo ele varios
períodos históricos , la conceptualización diferenciada del espacio ha impedido la hegemonía
conceptual ele Bolivia, basada en un lugar tenitorial horizontal. Aunque el control vertical del
espacio fue desbaratado por la política colonial ele las reducciones (Dollfus 1981 :95 ), los viajes
verticales y regionales continuaron trastornando la narrativa ele lo indio y ele lo no indio,
impuesta por la Colonia (Saignes 1987: 143). Como sostiene Seemin Qayum, la perspectiva
indígena de la geografía -que une espacio ritual y productivo- impidió a los criollos del siglo
XIX y principios del siglo XX imponer el te1Titorio nacional imaginado: un proyecto concebido
a través de la construcción de un ferrocarril ( 1993: 109-121 ). En la actualidad, la travesía de
los migrantes, entre el valle y la puna hacia el Chapare e inclusive hacia la ciudad, se puede
concebir como continuidad de la lógica de desarrollar acceso a múltiples pisos ecológicos
(ver Harris, Albó 1984:102; Archonclo 1992: 13).
John MutTa aplica metafóricamente los términos "islas'' y "archipiélagos" para referir-
se a esta lógica de la organización vertical del espacio ( 1975: 61 ). La narrativa de nación
construida en tales términos favorece la metáfora sohre la metonimia y el asíndeton (la omi-
sión ele las conjunciones) sobre el sinécdoque. Así como la metonimia está subordinada a la
proximidad , la metáfora lo está a la similitud percibida de experiencias en diferentes ámbi tos
(Fernández 1986: 453; White 1978: 72). La narrativa territorial horizontal de nación está
supeditada a la metonimia en la contigüidad de un territorio soberano , e n tanto que la nairn-
tiva espacial vertical da lugar a asociaciones metafóricas. El asíndeton:
20 El o\'llu. como una unidad organizativa y base socioeconómica de la cultura andina. es una comunidad
fundamentada en nexos de parentesco dentro <le un espacio geográfico . Aunque ésta es la definición
clásica que genera lmente se atribuye a a_vllu . e n e l uso práctico, su significado es mucho más amplio.
Co mo indica claramente e l libro de Cat heri nc Allen. el avllu se co nvie rte e n un a referenc ia relativa de
la identidad. que cons ide ra a la familia inmediata. a co m.unidad. o a caserío, dependiendo del contexto
en e l qu e es e mpl eado el té rmino ( 1988 ).
21 David Har vey arguye que e n la tributació n <le la ti e na hay una te nde nc ia a definir espac ios co n coor-
de nadas rijas ( 1989: 254)
13 1- 137) ha seguido prevalec ie ndo e n es feras de confrontación lega l, la gente ut ili zó fuentes
tanto escritas com o orales para reconstrui r la hist oria de sus ide ntidades. Así como registros
manuscritos sobre la persistencia del uso de la palabra "tribu" tu vo un e fecto ad verso para los
Mashp ee norteamericanos en su proceso legal (ver C lillord 1988: 277- 346) , en el si glo XIX
los ay maras de Bolivi a aprovecharon la vent,\ja de estos mi smos "esc rit os". Los leg isl adores
de la Ley de Exvinculación de 1874 no se imag inaron que las comunidades pudi esen poseer
títul os de propiedad pri vada, ex pedidos con anteri oridad (Ri vera 1986 : 30). El empe ño de
muchos caciques del altiplano en la búsqueda de documentos, e n los archi vos de Lima y Sucrc,
c ulminó con la obte nción de copi as legali zadas de los títulos comunarios de tierra, emitidos
du rante la prime ra época de la Coloni a (Ri ve ra 1986: 3 1). La referenc ia de los ay maras a
manuscritos, e n sus confrontac iones con el mundo español y cri oll o, no s ig nifica que hubieran
dej ado de lado la memoria larga, basada e n las tradicio nes orales (Ri vera 1986).
La "primera refom1 a agrari a" (Pl att 1982) e nfre ntó res istencia, pues se co nsideró un
atentado infringido por la nación de te1Titori o ho ri zo ntal contra la organi zac ió n vertical del
espac io de Otra nación. Apelando a la "mem ori a larga", a fin es de l siglo X IX se prod uj o la
trascendental re belió n lideri zada por Zárate Willka. Silvia Rivera destaca esta rebelión -c uy os
pro tago nistas actuaron "como un a nac ión de ntro de otra nac ión"-como la últim a rebeli ón
construida solamente en términos de lo indíge na ( 1986 : 16) . La Otra nac ión reacc iona contra
la inipos ició n de un lugar fij o con una rebe li ó n directa y la apropi ac ión de la "economía de lo
escrito" siempre que pueda sacar provec ho de ella.
En la Refom1 a Ag raria de 1953 e ncontram os un intento más rec ie nte, po r parte de la
nac ión de territorio hori zontal, de violar la organi zación ve rtical del espacio de la Otra nación.
Para comprende r el contexto de esta ley y de la Revolución de 1952 es necesari o e nte nder la
estructura de tierras de aquel tiempo. En la Co loni a, la hacie nda surgió como un medi o utili -
zado por la elite para organi zar la producció n de alime ntos - fo rmul ado á la Til// 2 , para
"arrebatar viole ntamente" los alimentos del campes ino- a fin de alimentar a una crec iente
población urbana asentada en torno a los centros mineros (ver Albó, Barnadas 1990:61 ). Durante
el período inmediatam ente ante rior a la Gue rra del Chaco, los hace ndados come nzaro n a
despojar a los campesinos de sus tierras y su ausencia du rante la contie nda bélica fue apro-
vec hada por éstos para e xtremar estos abusos (Arze 1987 : 13 1- 132).
La g uerra del Chaco marcó la inminente muerte de la oligarquía go bernante o "rosca",
que había gobernado Bolivia desde el siglo pasado en función de los intereses de los tres barones
del estaño . L a producció n de este mineral e nfre ntó una dura crisis, ori ginada en la fluctu ac ió n
de los precios mundiales y en un descenso de la producción nac io nal. El mov im iento obrero
tambié n se radicalizó después de la guerra y, e n 1946, sancionó una propuesta clave : la Tesis
de Pulacayo . Con una oligarqu ía de bilitada, la m ov ilizac ión de los campesin os , colonos de
hac iend as y mineros desembocó en una in swTección general, que e n 1952, c ulminó con el
control del aparato estatal por parte del Mov imie nto Nac ionali sta Re volucionario (MNR)2 3 .
22 Co ncentrándose en el caso europeo , Charl es Ti ll y hace del con tro l ele los alimentos la ve nt ana a través
de la cua l observa la formació n de l estado ( 1975).
23 James Dunkerlcy ofrece un resumen detall ado de las situaciones y hechos que condujeron a la insu-
rrecc ió n de 1952 ( 1987 : 15-43 ).
24 Las relaciones contemporáneas entre grupos de las áreas altas y bajas de Bolivia y sus diferentes esti-
los de acc ión política constituirían un fascinante tema de estudio, especialmente en el contexto actual.
en el cual muchos pueblos de las áreas altas, que antes trabajaban en las minas, están migrando a las
Por último, con la Ley de Participación Popular, el presente gobierno ele Gonzalo
Sánchez de Lazada está intentando institucionalizar, una vez más, el territorio horizontal. Para
ser incluida en la distribución de los fondos municipales, la gente debe registrarse en grupos
ele vecinos u Organizaciones Territoriales de Base (OTBs). Este proceso estimula la elabora-
ción de estatutos y mapas para definir la relación ele un grupo con un territorio exclusivo o
específico 25, asumiendo así, hasta cierto punto, una continuidad y homogeneidad territorial
muchas veces inexistente . A título de otorgar poder al pueblo y participación en e l proceso ele
toma de decisiones, con la Participación Popular el gobierno está tratando ele reemplazar una
organización vertical del espacio, que aún escapa a su propia lógica del territorio horizontal.
Actualmente, la nación territorio céntrica impone su lógica ele organización a fin de evitar la
escurridiza naturaleza ele la espacio centriciclad predominante en las áreas altas.
zonas bajas. Alvarez capta nuestro interés en este tema, en sus referencias a una "mujer tribu salvaje'·
a quien conoció en un Congreso Indígena en La Paz. Según Alvarez, cuando llegó a La Paz vestida
con ropa nativa, le entregaron una pollera para que se vista con ropa "apropiada" para el frío ele altura:
luego le pusieron el nombre ele Juana Pinto Antezana (Ranaboldo 1987: 106). Alvarez expresa su pre-
ocupación por los niños que tuvo con esta "mujer tribu" , temeroso ele que pudieran crecer ··salvajes" ,
bajo el cuidado ele su madre (Ranabolclo 1987: 137). No es probable que estas actitudes surjan en el
tipo de reuniones que produjeron u, revuelw de las nacionalidades. pero eso no significa que hayan
dejado de existir. Tales actitudes podrían constituir una indicación de las barreras reales frent e a la
unidad, entre las "naciones" bolivianas, por un objetivo común.
25 El artículo 4, I se refiere al reconocimiento oficial de las OTBs en relación a un territorio rural. El Arti-
culo 6. I subraya el reconocimiento exclusivo ele una sola 0TB dentro ele "una unidad territorial" . Según
un acuerdo COB-gobierno en l 995. la sigla "OTB" ha sido borrada de la implementación ele la ley. Sin
embargo, se ha seguido utilizando en la práctica o, en algunos casos. ha sido sustituida por otras.
de unidad de esta sociedad ( 1986: 84-88). Comparando la primera narrativa de René Zavaleta
M. con su narrativa final , observamos que comenzó a considerar la dinámica de la política
étnica en Bolivia, al descubrir que la historia de su país no puede explicarse únicamente en
ténninos de clase.
Durante el primer gobierno del MNR aún predominaba la política de clases. Si el fracaso
del MNR se debe en parte a su propuesta de homogeneización de Bolivia, parte de ésta se
fundamentaba en el privilegio de la política de clases sobre la de etnicidad. El Estado de 1952
no pretendía que ambas repúblicas se mantuvieran dentro de las fronteras de un marco dual.
En esta ocasión, lo que impulsó los proyectos del MNR fueron el crisol, una gran familia feliz
y la visión utópica del mestizaje. Detrás del proyecto del mestizaje estaba la aspiración de
hacer de Bolivia "un paraíso ilusorio de igualdad ciudadana" (Rivera 1986:63). La Reforma
Agraria y la sindicalización de los campesinos ha sido uno de los medios más efectivos para
el logro de sus metas. La pretensión estatal de una sola identidad boliviana era homogeneizadora
por naturaleza y, en la práctica, se definía con el criterio de un frente campesino unido.
El MNR llegó al poder con el apoyo de mineros, campesinos y de una clase media
urbana. Empero, el fervor de la movilización popular cambió el curso de los acontecimientos,
cuando el aparato estatal comenzó a controlar y a manipular los movimientos sindicales cam-
pesinos desde arriba. La nacionalización de las minas fue sólo un cambio de patrón, que en
este caso era el estado. Como señala Benedict Anderson , para los líderes revolucionarios es
difícil evitar la herencia de la estructura estatal de sus predecesores ( 1991: 161)
En la mayoría de los textos representativos objeto de escrutinio, el relato más genera-
lizado es el del campesino elevado a la conciencia de clase, posteriormente utilizado corno
instrumento político y finalmente captado por los que están en el poder; quienes obedecen las
directrices ya sea de Washington o de Moscú . Las experiencias, vividas por el propio Antonio
Alvarez, se expresan en la antipatía que le inspira Lechín (líder de la Central Obrera Boliviana,
COB)2fi, así como en la idea de organizar a los campesinos para la lucha de clases (Ranaboldo
1987: 133, 143 )27 • Antonio Alvarez acabó por desilusionarse del movimiento sindical campe-
sino, que jamás condujo a la Revolución Agraria que él proponía corno necesaria (Ranaboldo
1987: 151 ). Sus palabras traen nuevamente a colación discursos de etnicidad:
"Todos tenían su tesis, quién era stalinista, quién trotskista, quién fascista, algunos
copiaban las doctrinas políticas de otros países mientras nosotros estábamos con nuestra
idea de Pachamama, Pachakamaj y Pachakuna." (Ranaboldo 1987:165)
26 El testimonio de Enrique Encinas brinda una perspectiva similar sobre Lechín (1989).
27 Cuando Xavier Albó y Olivia HmTis publicaron su texto sobre campesinos y mineros en el Norte de
Potosí (Monteras y guardatojos: campesinos y mineros en el Norte de Potosí ( 1984), Filemón Escobar
los tildó de antimineros. Para abrir el debate. CIPCA publicó entonces parte del testimonio de Filemón
Escobar. que más tarde sería prese ntado en su integridad por HISBOL (Escobar 1984).
Historia Universal, debilitados con el surgimiento de historias nacionalistas que aún nos ob-
sesionan (ver Mink 1978:143, 139).
Aunque Silvia Rivera privilegia la etnicidad como la clave de su narrativa, aparente-
mente es la única en identificar las complejidades y ambigüedades tanto de clase como de
etnia en la historia boliviana reciente. Desde el principio aclara estar consciente del uso de los
términos "campesino" e "indio". Utiliza el primero en casos históricos donde predominan
demandas de clase y se encubren las fricciones interétnicas; el segundo, cuando la identidad
no está necesariamente asociada a un modelo ocupacional o lugar de residencia detenninado
(Rivera 1986:2). Es interesante observar que, a lo largo de esta disrupción analítica, su enfo-
que de la etnicidad no depende de un nexo con un "lugar de origen" geográfico común.
La ola de organización política consciente en torno a la identidad aymara en La Paz, se
remonta a la década de 1960, en que las aspiraciones de una nueva generación de migrantes -
hijos de la revolución- se vio frustrada porque la ciudad ele La Paz les ofrecía muy pocas opor-
tunidades. En este contexto nació el katarismo (tomando el nombre de Tupac Katari , el líder de
las rebeliones del siglo XVIII) como una expresión de la identidad aymara -ideología étnica
expresada en el nombre que lleva su organización, en sus héroes y en su propia bandera, la
wiphala (ver Albó 1991: 312). Silvia Rivera documentó el surgimiento ele esta agrupación
política y señala que el katarismo comenzó como una subcultura urbana, que poseía un centro
cultural propio, desde donde se organizaban sus fiestas tradicionales y se emitían programas de
radio en lengua aymara ( 1986: 1 19). En 1971, por ejemplo, el Centro Campesino Tupac Katari
conformado por "residentes" en La Paz compró un espacio en una radio local para emitir en
aymara, editó su propio periódico, y creó un mercado "campesino" (Rivera 1986: 120). Las
fuerzas consideradas más homogeneizadoras en un sistema capitalista-medios de comunicación
y mercados-, son precisamente los espacios en los cuales los kataristas se esforzaron por construir
su identidad. Es más, las bases que sustentaban la identidad aymara katarista no dependían
necesariamente de una relación con territorio, sino más bien de la aplicación de una memoria
larga, que tenía que ver con movimientos indígenas de la época colonial (Rivera, 1986: 158).
Tanto Silvia Rivera como Xavier Albó se refieren a las limitaciones de la identidad
aymara, unida en el katarismo. En general, los kataristas que residen únicamente en la ciudad
son quienes más reacios se han mostrado a aceptar alianzas y a relacionarse con organizacio-
nes de clase, especialmente en cuanto se refiere a la sindicalización de los campesinos. Por
otra parte, las alianzas de clase y etnia se hicieron absolutamente necesarias para quienes tenían
un pie en la ciudad y otro en el campo. Desde 1978 hubo al menos dos importantes facciones
kataristas que, a su vez, estaban en proceso de subdivisión: el Movimiento Indio Tupac Katari
(MITKA) adherido a una identidad étnica aymara; y el Movimiento Revolucionario Tupaj
Katari (MRTK), que logró de mediar entre la identidad de clase y la étnica en la Confedera-
ción Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Este movimiento se
había inspirado en gran medida en la declaración ideológica de esa organización sindical, en
torno a la necesidad de enfrentar los problemas con "dos ojos", un enfoque que presta igual
atención a clase y a identidad étnica: el "ojo" de una clase campesina explotada junto a los
demás trabajadores, y el "ojo" de la "nación" oprimida junto al resto de las "naciones" boli-
vianas (ver Albó 1991: 313-314).
El poder que suponían los "dos ojos" de los kataristas ha disminuido desde entonces,
debido a ciertas divisiones en el movimiento y a un alejamiento definitivo del problema de clase,
en favor del étnico. Víctor Hugo Cárdenas sacrificó uno de los ojos kataristas al unirse al cartel
presidencial de Gonzalo Sánchez de Lozada del MNR, cuya plataforma tenía como base el eje,
mundialmente en boga, de lo pluricultural28 . Si bien esta alianza política sorprendió a muchos
bolivianos, desde hace ya algún tiempo otros partidos políticos han estado jugando esta carta.
Este es el caso de "Conciencia de Patria" (CONDEPA), centralizada en La Paz y lidetizada por
el "compadre" Carlos Palenque, al igual que de "Unión Cívica Solidaridad" (UCS) que estaba
liderada por el rey de la cerveza, Max Femández29 . Si CONDEPA utiliza los sistemas simbó-
licos andinos en sus discursos, Max Femández (con su estilo muy particular), apelaba a la
etnicidad. A diferencia de los kataristas, CONDEPA y UCS emplean la etnicidad de manera
más utilitaria, pues su discurso recutTe asimismo al deseo de movilidad social, con el criollo
dominante como su modelo (Albó 1993: 20-22; ver también Archondo 1991 ).
Los kataristas prosperaron gracias a su capacidad de mantener una autonomía relativa
respecto de la manipulación del movimiento sindical por parte del estado y partidos políticos. Lo
han logrado forjando una identidad particular que es a la vez aymara y campesina (Rivera 1986:
146-151 ). La receptividad hacia los movimientos sindicales en el Norte de Potosí y Cochabamba
contrasta directamente con esto 30 En el Norte de Potosí fueron recibidos como un intento más,
por parte de fuerzas exógenas, de eliminar la estructura del ayllu. En Cochabamba, en cambio,
la falta de una movilización en torno a la identidad quechua brindó al estado el contexto necesario
para el control casi total del sindicalismo campesino (Rivera 1986: 101-2).
Silvia Rivera explica la diferencia entre lo alcanzado por los kataristas y movimientos
sindicales de Cochabamba. En el primer caso, los diferentes contextos históricos han contri-
buido a la articulación de una memoria supuestamente larga de los aymaras, con referencia a
sus luchas indígenas coloniales; la memoria colectiva corta de los quechuas, en el segundo, se
refiere únicamente a sus experiencias de movilización en 1952 ( 1986: 5). Le falta poco para
sugerir que algo fundamentalmente distinto de la cultura aymara -en oposición a la quechua-
hizo posible la organización más autónoma de los kataristas. Retomando el ejemplo de Antonio
Alvarez, una vez más como excepción para demostrar las limitaciones y complejidades que no
admiten reglas, él también se refiere a la memoria larga de las luchas coloniales.
" ... para los campesinos no había justicia y entonces decidí hacer algo en la historia
como Tupak Katari y Tupak Amaru ... " (Ranaboldo 1987: 23)
28 Xavier Albó aborda esta interesante alianza. su relevancia en relación a las tendencias mundiales. y
sus repercusiones para los kataristas (1993).
29 Max Fernández falleció e n un accidente aéreo en 1995.
30 Silvia Rivera idcntiíica los diferentes conceptos de democracia y modelos conflictivos de ciudadanía
en el caso del norte de Potosí; relaciona las ONGs de los 80 con una continuació n de los numerosos
agentes externos que han impuesto un modelo de ciudadanía en directa confrontación con los princi-
pios organi zat ivos de los ayllus del área ( 1990).
31 Thomas Abercrombie desarrolla esta crítica a través de ejemplos en Oruro ( 199 1).
de los pueblos de las áreas bajas de Bolivia. La idea de la existencia de muchas naciones
dentro un estado-nación boliviano es sugerida en el uso de una bandera propia y la referencia
a héroes propios por parte de los kataristas. La idea de múltiples naciones cobra una fonna
más concreta en la propuesta fo1mulada por la CSUTCB en 1984, a favor de una Ley Agraria
Fundamental, que el Parlamento no ha discutido fo1malmente "por temor a crear un Estado
dentro del Estado"; al convocar una asamblea general de nacionalidades dentro del estado
boliviano, la CSUTCB aboga por un modelo de estado multinacional (ver Albó 1991: 300).
No obstante, como ya dije, algunas de estas demandas multinacionales siguen enraizadas en
el dualismo de lo indígena y lo no indígena.
La noción de múltiples naciones bolivianas fue fo1malmente propuesta por la CSUTCB ,
pero los proyectos posteriores a la propuesta están pennanentemente imbuidos de conceptos
de etnicidad en pugna: son "naciones", como prefieren los aymaras, o son "pueblos indíge-
nas" como prefieren los pueblos del oriente. En las naffativas de La Revuelta ... y Lo Pluri-multi,
la etnicidad es central y ninguna desarrolla idea alguna sobre la coexistencia entre una política
de clases y otra de etnicidades. No sólo se observa un "retorno del indio", á La Albó, sino que
su discurso en la historia boliviana contemporánea está desplazando al de clase.
Para Fredric Jameson, la política de grupos y etnicidades funciona dentro de la ideolo-
gía del pluralismo, conciliado a través de la democracia, los medios de comunicación y el
mercado:
" .. .que los grupos pequeños son, de hecho, el sustituto de una clase trabajadora en
extinción, hace que la nueva micropolítica esté disponible para celebraciones más obs-
cenas del pluralismo capitalista contemporáneo y de la democracia: el sistema se
congratula a sí mismo por producir cantidades aún mayores de sujetos que
estructuralmente no pueden obtener empleo". (1991: 319-320)
de La Paz. Se podría pensar que los programas de radio, emitidos en lengua aymara en las
madrugadas paceñas, marcan el paso del tiempo homogéneo vacío de la misma manera que la
lectura del periódico. No obstante, está comprobado que el "ritual" de escuchar la radio por
las mañanas es fundamental para la fonnación de una identidad aymara-boliviana diferencia-
da (Albó, Greaves, Sandoval 1983: 113-122; Albó 1991: 331 ).
El tiempo del residente aymara en La Paz sigue, hasta cierto punto, dominado por el
ciclo anual de las fiestas rituales, tanto en La Paz como en sus pueblos de origen. Cuando
visitan su pueblo, por la fiesta del santo patrón, las mujeres guardan sus vestidos y lucen sus
mejores polleras; en tanto que los hombres lucen reloj y un ejemplar del periódico del día
anterior como muestra de su nueva identidad urbana (Albó, Greaves, Sandoval 1993:31-36).
El reloj y el periódico siguen siendo, en cierto sentido, símbolos icónicos del tiempo homogé-
neo vacío, un signo de algo que se relaciona con ese Otro tiempo y esa Otra nación , pero que
no lo integra del todo, o lo integra solamente en los tém1inos propios del aymara.
El ciclo temporal, ligado a las fiestas , no es de ninguna manera exclusivo de las pobla-
ciones campesinas. Las importantes fiestas urbanas del Señor del Gran Poder en La Paz, el
Carnaval en Oruro, la fiesta de Urkupiña en Cochabamba, y la de los Ch'utillos en Potosí, son
portadoras de expresiones culturales de una enonne complejidad étnica y de clase. En este sen-
tido, la narrativa que se opone al tiempo homogéneo vacío puede ser una de las contranarrativas
de nación más difundidas en Bolivia, al penetrar múltiples etnicidades y clases sociales.
Si el lugar territorial fijo se vale de "estrategias", el espacio ambiguo lo hace de "tác-
ticas" dependientes del tiempo; y está subordinado al tiempo precisamente porque no controla
lugares fijos (De Certeau 1988: xix). La nación espacio céntrica depende de su propia adap-
tación del tiempo, en relación al tiempo homogéneo vacío de la nación territorio céntrica -
asumiendo y reconvirtiendo el tiempo, de acuerdo a su propio uso. En el mejor de los casos,
para esta otra nación, el sistema de fiestas brinda el contexto en el cual desplegar tácticas de-
pendientes del tiempo y así mantener el control sobre el espacio heterogéneo; y, en el peor
caso, utiliza tácticas empleadas en la lógica ritual de la fiesta a fin de impedir un control im-
puesto sobre lugares fijos imaginados dentro del tiempo homogéneo vacío.
La contranarrativa boliviana de la organización vertical de espacio conduce, entonces ,
a una narrativa de identidades étnicas heterogéneas y a un eclipsamiento del tiempo homogé-
neo vacío. Javier Medina opina que, si Bolivia pretende imaginarse a sí misma en lo irreal , es
mejor que lo haga retomando el predominio de este paradigma andino y no de lo irreal del
estado-nación territorialmente soberano (1992: 136).
Como probablemente él mismo admitiría, Javier Medina se ha dejado llevar por la
imaginación. Pero, su ideal de los modos andinos recordados, rememorados y revividos es
respaldado por otros autores. Así, Silvia Rivera, que tiene los pies más puestos sobre la tiern1,
subraya la importancia de una ética común en la piedra angular del katarismo , la ética basada
en el lema inca de: ama sua, ama llulla, ama q 'ella (no robes, no mientas, no seas flojo) ( 1986:
155). Además, no deja de ser significativo que Antonio Alvarez se refiera a una revolución
agraria -en última instancia la organización agraria del espacio o pacha-, en relación a las
deidades andinas Pachamama y Pachakamaj.
La sugerencia de Javier Medina tiene mucho que ver con la tradición de "recupera-
ción" y "reciclamiento", sin un regreso utópico al pasado (García Canclini 1992b; ver tam-
bién Yúdice 1992:18). Como señala Néstor García Canclini:
"Es así como la reconversión desafía la suposición según la cual la base de la identidad
cultural es un patrimonio, y este patrimonio está compuesto por la ocupación de un
territorio y coleccionar obras y monumentos". ( l 992b:32)
"No es la diversidad cultural per se lo que debería interesar a los antropólogos, sino el
significado político que los contextos y relaciones políticas específicas confieren a la
diferencia cultural''-12 •
32 La autora hace esta afirmación en el con1exto de un artículo que establece las diferencias entre dis-
cursos sobre racismo y los recientes discursos de la derecha política europea contra los inmigrantes
(1995: 1-24).
la nación boliviana. Con la terminología de De Certeau (1988: 126-128) estas narrativas re-
chazan el concepto de frontera como aquello que distingue el interior del exterior y prefieren
la ambigüedad de los " puentes" que conectan los lugares heterogéneos en imaginarios
desterritorializados de una comunidad boliviana.
Michelle Bigenho
265 McGraw
Ithaca, NY 14853
mb30@cornell.edu
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