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El Inquisidor Gregor Eisenhorn y su viejo amigo Harlon

Nayl rumian acerca de la naturaleza de los dioses y los


hombres, a medida que investigan el sombrio destino de
un grupo de arqueólogos en un mundo antiguo.
Dan Abnett

Nacido para nosotros


Warhammer 40000. Adviento 2012 1

ePub r1.0
epublector 19.05.14
Título original: Born Unto Us
Dan Abnett, 2012
Traducción: ICEMANts

Editor digital: epublector


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Si he aprendido una cosa en mi carrera como inquisidor
devoto del Santo Ordos, es que siempre hay algo de
verdad en el corazón de una historia. No importa lo
extravagante de la idea, lo remoto del mito, ni a qué
distancia tenga el origen la historia, algo de indeleble
verdad siempre se encuentra al comienzo de la historia.
Recuerdo que, en los viejos tiempos, cuando yo era
apenas un novicio, cuando era simplemente un
interrogador y aún distaba mucho de ser el inquisidor
Eisenhorn, me maravillase sobre las extrañas maravillas
que estaba obligado a examinar en los viejos libros, en el
parpadeo de las placas de datos, en los antiquísimos y
casi desintegrados pergaminos. Eran a menudo leyendas
del pasado remoto, historias de maravillas, como yo creía
entonces, con mi salvaje imaginación. Eran cuentos,
estaba seguro, diseñados para entretener a los jóvenes o a
los crédulos, cuentos de emociones, de milagros,
asombros y terrores, todos ellos construidos
prácticamente de la nada, la mayoría pura invención.
Luego me enteré de la verdad y la vi. Experimenté.
Descubrí que el universo que habitamos es un lugar más
oscuro y extraño, más sombrío y mucho más peligroso,
increíblemente más extravagante que cualquier cosa que la
imaginación humana puede fabricar. Seres inmortales
deambulan por las estrellas. Entidades primordiales están
al acecho en la espesura sombría del espacio. Demonios
hundidos en los malévolos océanos de la disformidad. No
hay historia, ni maravilloso cuento, ni mito, ni cuento de
hada, que no esté de alguna manera dependiendo de un
grano de verdad, como toda perla depende de un grano de
arena. Un buen inquisidor necesita aprender bien esto y
estar seguro de ello o siempre se sorprenderá cuando la
verdad emerja.
Recuerdo Koradrum. Recuerdo el frío viento que
salía de los grandes desfiladeros del norte, con sus
pequeños pueblos y asentamientos, cerrados contra el
paso del invierno. Me acuerdo de su solitaria estrella
vigilante, que colgaba en el velado cielo malva, tan fría y
brillante como la ambición de un político. Fue un
presagio, dijeron los lugareños, una señal, una
advertencia de los dioses de la llegada de algún gran
acontecimiento. La estrella no había estado allí el año
anterior.
Por supuesto, sabía que a partir de los avisos de
navegación celestial distribuido por la Armada Imperial,
que la velada estrella del sector Scarus A-476-Gamma
Haruspex había madurado a supernova diez años antes y
el flash de su centelleante desaparición finalmente había
llegado a Koradrum. Sin embargo, los locales se aferraron
a sus historias. Un nacimiento dijeron, presagia el
nacimiento de un gran ser. Un líder nacerá para nosotros,
me insistieron. Él será un dios con la forma de un hombre.
Ha dormido en la muerte durante miles de años, pero
resucitara. Él volverá a la vida. Él nos librará de todo
mal.
Harlon Nayl estaba conmigo. Incluso en aquellos
días, había visto su parte de cosas extrañas también. Sabía
del abracadabra y la jerigonza, sabía que ambos podían
ocultar el torpe rastro de una verdad. Sin embargo, esta
vez se burló.
—Solo son esclavos de sus supersticiones —gruñó,
tratando de corregir la potencia del motor de un Cargo-8
con los dedos entumecidos por el frío—. Una estrella en
el cielo ¿anunciando un libertador? ¿Una resurrección y un
nacimiento?… Por favor…
Había leído los avisos de navegación celestial
también. Su cinismo era comprensible. Una gran
proporción de la población Imperial común vive en un
estado de sorprendente ignorancia. A menudo es más
seguro de esa manera. Dejamos mantener sus tradiciones
de demonios, dioses y ángeles, sin cuestionar sus paganas
creencias, porque es más fácil después amamantar su
cordura, si admitimos que existen los demonios, los
dioses y los ángeles.
—Permanece con la mente abierta, Harlon —le
aconsejé—. Las leyendas de este lugar son muy profundas
y antiguas.
—Por eso Lenhema vino aquí a excavar.
Creo que le ofrecí una elaboración amigable, de los
saberes esenciales que describí, al inicio de este relato.
Él lo soportó estoicamente.
Darred Lenhema era uno de los arqueólogos más
admirados del sector. Se especializó en los restos
humanos desde los tiempos más remotos, desde la época
de las primeras expansiones, antes de que cayera la Vieja
Noche sobre nosotros. Él había estado desaparecido
durante más de dos años.
Una vez que llegamos a las colinas, encontramos el
sitio donde su equipo había sido visto por última vez. Una
extensa área había sido despejada y una entrada había
sido excavada en una estructura horadando el montículo.
Había una gran cantidad de equipo por ahí, pero ni una
sola señal de vida.
—La leyenda popular aquí, es muy vieja, Nayl —
observé, cuando hicimos nuestro camino por el túnel de
excavación apenas iluminado por luz artificial—. Una de
la más antigua de todo el sector. Y posiblemente, de todo
el espacio humano, fue una de las más importantes y
significativas para nuestros lejanos ancestros antes de
Vieja Noche.
—¿El regreso de un rey? —preguntó Nayl—. ¿Un
dios-hombre renacido para redimirnos?
—Correcto. Dominaba la cultura de Terra entre M0 y
finales del M5, sin duda, es anterior a ese período.
Muchas religiones fueron fundadas en base a ella,
incluidas las más prominentes de la época. Un dios en
forma humana, inmortal e inefable, nacido para guiarnos a
la salvación.
—Es un poco tarde —gruñó Nayl—. Ya tenemos un
perfecto Dios-Emperador.
Nayl tenía su arma desenfundada. Su cinismo era
igualado por su cautela.
Encontramos la cámara enterrada en lo más
profundo. La habían abierto con taladros, maquinas
cortadoras y trituradoras los operarios del equipo de
Lenhema, aunque no había ninguna señal de él, ni de su
equipo humano. La cámara había estado sellada desde un
tiempo inimaginable.
Nayl gritó una advertencia, pero yo ya lo había visto.
Algo en verdad había nacido, renacido de hecho,
después de un período de muerte sin medida. Era un dios
con forma humanoide, su resurrección de un sueño sin
vida, acertadamente auspiciada por la estrella.
No era un redentor, no para gente como nosotros, de
todos modos.
Las historias no habían sido del todo correctas. Los
mitos están llenos de mentiras, pero un grano de verdad
siempre surge en el corazón de la misma.
Nayl comenzó a disparar. Desenfunde mi arma
personal.
El rey Necrón se levantó de entren los cuerpos de
Lenhema y su equipo. Y se volvió para saludarnos.
El Sargento Leonen Kyarus de los Puños Imperiales,
despierta al lado de un Rhino ardiendo, sus Hermanos
desaparecidos. Una misteriosa voz lo llama, pero, ¿va a
conducirlo a la salvación o a la condenación?
Ray Harrison

Ataduras
Warhammer 40000. Adviento 2012 2

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epublector 19.05.14
Título original: Binding
Ray Harrison, 2012
Traducción: ICEMANts

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Leonen Kyarus escuchó el crepitar de las llamas y abrió
los ojos. El cielo presionaba por encima de él.
El cielo.
Kyarus se arrastró hasta estar sentado y vio la
devastación que le rodeaba. El casco del laico Rhino
estaba críticamente abierto, perchas de metal retorcidas se
alzaban hacia arriba como la punta de los dedos. El metal
gimió cuando los incendios se apoderaron de él, sellos y
juntas se rompieron o estallaron con el calor. Emblemas
de Ceramita partidos, cuarteados y agrietados como carne
chamuscada.
Kyarus maldijo en voz baja e hizo ademán de
afirmarse sobre sus pies, cuando empezó a deslizarse.
Trató de cambiar su peso apoyándose en la otra mano e
hizo una mueca.
Su mano había desaparecido desde la muñeca.
Mirando el muñón de carne y hueso irregular, Kyarus
maldijo de nuevo.
Estaba sorprendido por lo mucho que le molestaba.
—¿Hermano?
Kyarus miró hacia arriba. La voz venía de algún
lugar fuera del transporte destrozado. Era poco más que
un susurro entre gárgaras.
—¿Hermano? —repitió la voz.
—¿Sí? —gritó Kyarus—. Sí. Estoy vivo. ¿Quién
habla?
Hubo una pausa antes de que la voz sin cuerpo
volviera a hablar.
—¿Hermano?
Kyarus se lanzó a sí mismo hacia arriba, poniéndose
en pie. Su dañada armadura chilló y gimió mientras se
movía, saltaron chispas en las articulaciones. Un trueno,
lo suficientemente alto como para dividir el cielo sonó,
mientras él se arrastraba fuera de los restos destrozados
del Rhino.
Se agachó y cogió un trozo de metal retorcido que
había sido expulsado del afligido blindado. Todavía
estaba caliente por el fuego.
Kyarus murmuró una breve bendición, cerrando el
apretado puño alrededor de la metálica astilla. El
vehículo había servido el capítulo más tiempo que él
mismo. Puso respetuosamente la astilla en una bolsa que
llevaba al cinto.
—¿Hermano? —persistió la voz. Parecía venir de
todas partes y de ninguna.
Kyarus desenvainó su espada con el pesado roce de
metal contra metal.
Trató de recordar los minutos antes de la explosión.
Había habido otros con él. Sin embargo, cuando se
despertó entre los escombros, estaba solo.
—¿Dónde estás? —murmuró Kyarus mirando hacia
la oscuridad.
Por un momento, se sintió inseguro. Eso lo hizo
enojar.
—¿Hermano? —dijo la voz de nuevo, como un
susurro en su oído.
—¿Marius? ¿Damanios? —gritó Kyarus, los nombres
de sus Hermanos, hacia la oscuridad.
Silencio.
La oscuridad se deslizó más cerca. Kyarus apenas
podía volver a ver el cielo.
—Yo, soy el Hermano Sargento Leonen Kyarus de
los Puños Imperiales —gruñó—. ¡Muéstrate!
Nada. La oscuridad mantuvo su paz.
Kyarus maldijo entre dientes. Saboreó hierro.
Durante unos minutos, simplemente se quedó allí,
esperando, con la espada en alto. Jugó con la conexión de
canales vox de su escuadra, Kyarus hacia clics en su
camino a través de las frecuencias. Estática siseando le
respondió. Estática siseando con un trasfondo de algo
más.
Como un canto.
Kyarus cortó el enlace vox con un gruñido y se alejó
aún más en la oscuridad. La oscuridad había llegado a ser
tan estrecha, que rápidamente se perdió de vista el
cadáver del Rhino e incluso con la ayuda de su yelmo,
tenía problemas para mantener un rumbo constante.
Después de casi diez minutos encontró el esqueleto
de un edificio. Se alzaba en la penumbra estigia, ventanas
vacías le miraron. La entrada eran unas fauces abiertas,
las fauces de una bestia. En su interior, el corazón le
ardía. El brillo de un fuego iluminaba el pasaje
abovedado y el viento trajo el hedor. Olía a cordita y a
emanaciones de promethium. Olía familiar.
Tan pronto como dio un paso más allá del umbral,
oyó la voz de nuevo.
—¿Hermano?
Era aún más irregular y ronca que antes, un graznido
ronco que se oía entre los huesos de la construcción, de
algún lugar por encima.
En el interior, una escalera de caracol le llevó hacia
arriba, alrededor de colapsadas secciones del techo y
debajo de las abiertas bocas, heridas dejadas por la
artillería. Dejó huellas de sus botas en la escalera,
pisando a través de algo negro y viscoso.
La escalera terminaba en un enorme conjunto de
puertas de madera. A diferencia del resto del edificio,
estas se mantuvieron intactas, como si lo que había roto el
edificio las hubiera evitado deliberadamente.
La voz procedía de más allá de las puertas.
Las solidas puertas se abrieron cuando Kyarus puso
todo su peso en contra de ellas, empujándolas a su manera
hacia la cámara más allá. El techo había desaparecido, las
columnas que lo sostuvieron eran ahora arruinados
obeliscos.
En el centro de la cámara, un oscuro pilar de piedra,
veteado en rojo le llamo la atención.
Encadenado al pilar había un cuerpo, con la ceramita
amarilla maltratada.
Damanios.
Kyarus maldijo y se acercó.
—¿Hermano? —dijo Kyarus—. ¿Estás… —Su voz
se desvaneció mientras se acercaba al pilar. Podía verlo
mejor ahora.
Damanios estaba muerto.
Rígido, mostrando un terrorífico rictus, con los
brazos extendidos, la mandíbula de Damanios colgaba
suelta, mostrando una hilera de dientes rotos. Y aún así, él
habló con una voz, que no era suya.
La oscuridad se desvaneció como una marea
menguante y Kyarus realmente lo vio.
Damanios no era más que una marioneta.
Enrollado alrededor de la columna había una
abominación. Su cuerpo al ser iluminado brillaba
mostrando colores como el petróleo en el agua, recubierto
con terrones enmarañados de plumas carcomidas. Tenía un
cuello largo y desgarbado donde reposaba una bulbosa
cabeza, con límpidos ojos, completamente desprovistos
de pupilas. La parpadeante luz disforme sangraba hacia la
criatura desde el pilar. La piedra no era de mármol
veteado en rojo, como él había pensado, era un abismo, un
negro sin fondo, recubierto con la esencia de la criatura.
—Estas atado aquí, retenido —murmuro Kyarus con
la pesada voz de la comprensión.
Al pie del pilar estaban sus perdidos Hermanos,
rotos y desmadejados. Hundidos ojos muertos le
acechaban, en pieles estiradas sobre alterados huesos.
Eran cascaras, con la vida drenada.
—Los necesitabas… —dijo Kyarus. Su aliento
empañó en el aire. Gruñó, dándose cuenta de por qué se
había sentido atraído por este lugar.
—Bastardo —gritó Kyarus hacia la criatura.
La grotesca garra de la criatura, de largos dedos
agarró la parte superior de la cabeza de Damanios,
cavando sus uñas en el cuero cabelludo. La sangre
envolvía la frente de los Marines Espaciales muertos
como una sangrienta corona. A medida que una uña se
movió, los ruidos de una risa salieron de la garganta de
Damanios, aunque su mandíbula estaba floja e inmóvil.
—¿Hermano? —El tono de la voz era burlona.
—Pagarás por esto, abominación —gruñó Kyarus.
La cosa respiró con dificultad y castañeo su
quitinoso pico. Dio a conocer su asentimiento, moviendo
afirmativamente la cabeza del cadáver, bajo deslizándose
por el pilar, hasta que toco el suelo de la cámara. Le miró
con las profundidades abisales de sus ojos.
—No puede esperar sobrevivir a esto, Leonen
Kyarus de los Puños Imperiales.
Kyarus asintió con gravedad.
—Tal vez —replicó y escupiendo sangre en el suelo
agrego—, pero la supervivencia, no era lo que tenía en
mente.
Los aspirantes que han superado las pruebas de los Lobos
Espaciales pasan a formar parte del Capítulo y forjan
grandes hazañas en la batalla. Pero… ¿Qué hay de
aquellos que tropiezan en el camino? Uno de esos siervos
ejerce sus funciones mientras contempla la recompensa
del fracaso.
Chris Wraight

La recompensa del fracaso


Warhammer 40000. Adviento 2012 4

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epublector 19.05.14
Título original: Failure’s Rewards
Chris Wraight, 2012
Traducción: ICEMANts

Editor digital: epublector


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No recuerdo bien las cosas. A veces vuelven a mí. A
veces, en los peores días, no me acuerdo de mi propio
nombre.
Lo recuerdo ahora mismo, soy Tarolf. He sido Tarolf
desde que nací y note el sol del mundo brillado sobre mí.
No sé cuándo fue eso. Hace mucho tiempo, supongo. Más
tiempo de lo que algunos hombres viven.
Cuando pienso así, recuerdo el hielo. Me encantaba
el hielo. Me encantó la forma en que se quebraba y crujía
cuando corría. Todavía puedo oler las pieles que llevaba
sobre mis hombros. Aún me pongo las pieles sobre los
hombros, pero huelen a cenizas. Mis hombros han
cambiado también, son del doble del tamaño que tenían.
Me parezco a un monstruo que ahora sí que es recibido de
vuelta del hielo. Asustaría al mismo Dos-huesos y a Ulfar
si me vieran de nuevo.
¿Quiénes son, Dos-huesos y Ulfar? No estoy seguro
ya. Deben ser muertos. O tal vez no eran más que sueños.
Yo sueño con el hielo, la forma en que brillaba húmedo
cuando el sol era feroz, así que tal vez todo no sean más
que sueños.
Ahora miro hacia abajo, lo que estoy haciendo. Lo sé
todo sobre esto. Soy bueno en mi trabajo. Cuando estoy
trabajando, no sueño, olvido, justo hago mi trabajo. Puro.
Con cuidado. Eso es lo que el sacerdote me recuerda y
ayuda.
Ahueco en forma de taza la pieza sagrada de la
armadura sin terminar en mi palma. Es pesada, como un
trozo de roca, a pesar de que en mis grandes manos no se
ve tan pesado. No puedo recordar de qué está hecho.
Tiene un nombre, yo solía ser capaz de decirlo, pero
ahora nunca puedo recordar cuál es. No es acero, ni roca,
ni ninguna piedra de la chimenea. Yo sólo lo llamo la
pieza. Los otros saben lo que quiero decir.
Así que esto es lo que hago. Uso el yunque. Tomo la
pieza y la sujeto abajo en las abrazaderas. Tiro fuerte del
cuero y lo tenso, algunas veces la pieza abolla los bordes
de hierro, pero no se puede dañar la pieza en sí, es más
dura que el granito. Entonces aliso cera sobre la
superficie, una gruesa capa, yo uso guantes para la
protección contra los ácidos y las quemaduras. Me toma
mucho tiempo hacer bien esto. Una vez me tomó dos días
antes de que estuviera perfectamente hecho. Cuando la
superficie queda lisa y suave me gusta verlo en la luz del
fuego. Es suave como la piel. No es mi piel. Es más
parecido a la piel de una chica. Me acuerdo de la piel de
las niñas, de todos modos.
Entonces tomo el punzón de grabado y trabajo. Yo
trabajo siempre con cuidado. Puede tomar semanas. A
veces meses. No siempre sé realmente cuanto tiempo,
porque el mismo trabajo me absorbe, aquí no hay sol ni
luna, sólo el fuego, el calor y los hombres que van y
vienen. Nunca me miran, a menos que quiera que me traiga
una nueva pieza o que lleve una acabada. Yo no los miro
mucho. Estoy feliz con mi trabajo.
Para terminar uso el punzón fino, afilado como un
anzuelo. Penetrará su piel si tengo un desliz, incluso la
mía. Me inclino apretando mis ojos lo más cerca que
puedo conseguir, golpeando suavemente la cera. Tap, tap,
tap. El sonido es reconfortante. Esto me recuerda que
estoy trabajando, nunca pienso en el hielo o en el sol
cuando tengo trabajo.
Pueden pasar meses antes de que termine. Si cometo
un error empiezo de nuevo. No pueden haber errores en la
pieza terminada, uno sólo, incluso el más pequeño y la
magia será débil. Una vez tuve que empezar desde el
principio, devolviendo la pieza al corazón de la forja y a
los Sacerdotes en la profundidad de la montaña. Me
golpearon por eso, pero yo sabía que había hecho lo
correcto, incluso mientras la sangre me corría por la
espalda.
Si no hubiera fallado, si hubiera llegado a ser lo que
yo había soñado ser, no habría querido llevar una
armadura que tuviera el mínimo error. Pienso en lo que
sucedió y quiero ser el mejor, aunque yo nunca lo pondré
ser, no como yo deseaba ser, hace ya mucho tiempo.
Así que yo trabajo la cera y hago las sagradas
imágenes, trazo las antiguas líneas, las curvas y los nudos.
Hago sierpes, cabezas de lobo y alas de pato. Yo no hago
las runas. Sólo los sacerdotes hacen las runas, unen
poderosa magia cuando lo hacen. Me gustaría verlos hacer
eso, ver cómo esas formas queman y se unen a la
armadura, pero sé que es secreto por una razón.
Cuando las formas están hechas a través de la cera,
saco el ácido. Lo traigo en el caldero y lo derramo sobre
la pieza en el banco de trabajo. Silba como serpientes
mientras quema. Tengo que tener cuidado, demasiado
acido y la pieza se arruinará, demasiada poco y se
perderán detalles. Tengo que darme prisa entonces,
aplicar la pasta neutralizadora antes de que se disuelva en
el yunque y haga el hierro débil.
Se derramo ácido sobre mi mano una vez. Me quemó
a través del guante. Es por eso que tengo tres dedos de mi
mano izquierda, pero tengo la suerte de tallar las formas
con la derecha y todavía puedo servir. Soy más cuidadoso
de lo que era antes. Fue una buena lección.
Cuando el ácido desaparece, cojo la pieza del banco
de trabajo y retiro toda la cera de la superficie de la
pieza. Pulo la superficie con lana de acero enjuagada con
agua. Luego derramo aceite sobre ella, viendo como corre
por las líneas que he hecho. A veces sostengo la pieza
hacia arriba, girándola a la luz del fuego, para ver bien lo
que he hecho. Sé que cuando hago esto va a ser la última
vez que lo veo y ese pensamiento a veces hace enfermar
mi estómago.
Tomo un paño y envuelvo la pieza con cuidado.
Camino hacia el sacerdote y me arrodillo ante él,
ofreciéndola hacia arriba con la cabeza inclinada. Él lo
inspecciona. Puede inspeccionarlo, a veces, durante una
hora. A veces me lo devuelve. La mayoría de las veces lo
coge. Eso hace que me sienta orgulloso. Ahora que he
estado haciendo esto por mucho tiempo, normalmente lo
coge. Me he convertido en útil, en muchas ocasiones hace
que la enfermedad desaparezca.
La última vez que la ofrecí, vi montar la pieza que
había hecho. Fue la única vez que he visto lo que sucedía
con ella. Se agruparon en torno a un guerrero del cielo,
con el pelo rojo como el fuego y la piel lisa. Llevaba el
resto de su armadura, era nueva y sin marcar. Sólo faltaba
la pieza para completar el montaje. El sacerdote se lo
llevó a él y a unos tecno-esclavos que la perforaron.
Empezaron a fijarla en su rodilla, entre los platos más
grandes de su pierna izquierda. Eso completaba la
armadura.
Debería haberme ido entonces. Sabía que debería
haberme ido. Pero me quedé por un momento. Vi al
guerrero del cielo de pie allí, me acordé de cuando hice
las pruebas y lo cerca que estuve. Recordé que habían
hecho mi cuerpo más fuerte. Me acordé de lo doloroso
que fue cuando fallé y como pensé que iba a morir. Eso
hizo que mi estómago enfermara de nuevo. Recordé que
había querido morir, me hubiera gustado que me hubieran
dejado.
Pero entonces, el Guerrero del Cielo me miró, vio
que había hecho la pieza y asintió con la cabeza, una sola
vez. Entonces volvió su rostro lejos de mí y continuaron
con la fijación de la pieza. El sacerdote me vio parado
allí y me llevo de vuelta a las fraguas. Me llevo al yunque
y me dio una nueva pieza para trabajar, una sin ninguna
marca.
Así que ahora miro hacia abajo a lo que estoy
haciendo. Lo sé todo sobre eso. Soy bueno en mi trabajo.
Cuando estoy trabajando, no sueño, olvido, solo hago mi
trabajo. Puro. Con cuidado. Eso es lo que el sacerdote me
recuerda y ayuda.
Todavía me pongo enfermo a veces. A veces no
duermo o peor, recuerdo las cosas que quiero olvidar.
Pero tengo un sueño que me gusta. Veo a los
Guerreros del Cielo en el mar de las estrellas. Los veo
luchando. Los veo vistiendo su armadura. Algunos de
ellos llevan las marcas que hice. Como todo lo que llevan,
las marcas son perfectas. Miles como yo hemos trabajado
en las fraguas, en el tallado y la elaboración. Los
Guerreros del Cielo no lo saben. Ellos no tienen que
saberlo. Es suficiente con que les sirva.
Cuando me despierto de ese sueño, estoy contento.
Todavía me acuerdo que una vez falle, pero también
recuerdo que todavía puedo servir. Esa es la recompensa,
todavía sirvo.
No sé cuánto tiempo he estado aquí, entre la
oscuridad y las llamas. No sé cuánto tiempo me quedaré
aquí. Tal vez para siempre. Tal vez hasta el final de los
tiempos.
No recuerdo bien las cosas. Soy Tarolf y una vez me
encantó el hielo.
Me gustaría poder luchar. Eso era con lo que yo
soñaba.
Pero los Guerreros del Cielo ya lo hacen y lo hacen
muy bien, entonces recuerdo que yo les ayudo. A veces
siento eso… y a mí me basta.
Enfrascado en batalla con letales enemigos, un
bibliotecario de los Desgarradores de Carne exprime todo
su poder para deslizarse entre instantes y poner fin a sus
enemigos. Pero algo más se esconde entre los latidos de
sus corazones.
Andy Smillie

El desafio
Warhammer 40000. Adviento 2012 5

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epublector 19.05.14
Título original: The Quickening
Andy Smillie, 2012
Traducción: ICEMANts

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Yo soy uno y ellos muchos. Pero perduraré.
La proyectil se cierne amenazadoramente, mientras
empuja hacia mi cabeza, lento, como si viajara a través
del agua. Me vuelvo hacia un lado y siento el calor de la
cálida camisa blindada al pasar, raspa más allá de la
carne de mi mejilla. Medio paso y la cuchilla formada a
partir de mis rebanadas de rabia, corta a través del brazo
del tirador, esquilándolo a la altura del codo. Él es uno de
los culpables de la traición de Spheris. Sus mentirosas
lenguas son el arquitecto de la anarquía que envuelve al
mundo. Gruño. Los innumerables rostros trabajados en su
barroca placa pectoral, de su armadura se ensanchan de
angustia cuando el golpe de revés parte su yelmo. Me
muevo más allá de él, mientras su cadáver comienza a
caerse.
Sin armadura, los peones humanos del archienemigo
me creían presa fácil. Su orgullo me concedió el acceso a
su santuario más interno, una hazaña que mil guerreros
armados no podrían haber logrado. No soy un cordero
para ser sacrificado en el altar de un dios oscuro, sin
embargo. Soy una bestia dos veces maldecido. Soy
Balthiel, Bibliotecario de los Desgarradores de Carne.
Los otros ya están en movimiento, caras
enroscándose en gruñidos, armas inclinándose hacia mí.
Si yo no sostuviera este abrazo del tiempo, ralentizándolo,
me matarían. Proyectiles auto-explosivos serían clavados
en mi cuerpo, arruinándolo cuando al detonar arrancaran
porciones de mi carne. Estaría muerto en momentos. Pero
no estoy limitado por la leyes temporales normales, mis
dones me permiten apartarme de las tres docenas de
traidores hacinados a mi alrededor.
Thump… Thump…
Escucho el latido de sus corazones apenas latiendo
por el abrazo temporal, con el sonido de la sangre
escurriéndose a través de ellos. Como un sol convertido
en nova, con un manto de rabia incandescente, me
concentro en su sangre para calentarla hasta quemarla,
intentando hervirla en sus venas. Acabo con ellos con un
pensamiento. Los traidores explotar en una lluvia de
sangre derramada saliendo ráfagas de fluido arterial de
sus cuerpos. Sus armas se derraman en el suelo, al igual
que las marchitas hojas de árboles moribundos. Una nube
de siseantes gotas de sangre se desvía hacia mí, como una
ráfaga de macabros copos de nieve. Disfruto de su tacto
mientras prosigo hacia delante, abriendo la boca para
poder saborearlos.
Durante semanas, he estado desesperado por poder
matarlos. El dolor del recuerdo ha sido como una aguja en
mi mente, una picazón como una sed que el agua no va a
saciar. La tripulación de la ‘Wayward Lance’, el buque
comerciante que me sacó de Spheris, del pueblo por el
que me he movido a través de las filas de este aquelarre
traicionero, negándome bocados prohibidos, una victoria
que la indulgencia no permitiría. Me regocijo en esta
versión, el cobrizo cálido sabor de la sangre recién
derramada me conduce al éxtasis.
El cadáver de Morchan se retuerce mientras paso a
su lado. El psíquico bastardo era el único que podría
haber adivinado mi verdadera naturaleza, pero su
advertencia murió en sus labios cuando llamé a mis dones,
tirando de mí fuera del tiempo mientras el intentaba entrar
en mi mente. Sin la fuerza para seguirme en el futuro o
arraigarse a si mismo en el presente, la mente de Morchan
fue destrozada, con el cuerpo vuelto del revés por el
cambio psíquico temporal.
Sólo quedaba el Gobernador Kadi Aren. Su
debilidad había costado la vida a millones de personas.
Él es la razón por la que este hoy aquí. Gotas de sudor
comienzan a formarse en su frente, mientras sufre el
choque de encontrarse solo ante mí, se conviertes en
autentico terror. Me gusta su pánico. Su arma se carga
para el disparo. Un halo azul bordea la boca del arma
mientras tensa el gatillo. Yo gruño. Él está demasiado
lejos. El tiempo se está poniendo al día conmigo. No lo
voy a alcanzar. Lanzando la mano hacia él, canalizo mi
rabia en disparos de relámpago carmesí. Surgen arcos de
mis dedos extendidos, desollando la distancia hasta las
placas de su armadura ablativa con joyas incrustadas,
atravesándola por las juntas hasta la carne. Un grito se
extiende por su boca mientras los zarcillos eldritch pelan
la carne de sus huesos y queman su alma. Las brasas del
cadáver de Aren parpadean por un momento antes de
desaparecer. Jadeo, salivando, incrementando mi pulso en
un crescendo que truena cuando bebo el contragolpe
psíquico de su muerte.
El tiempo real tira de mí y me obliga a descansar,
jadeando. Mis enemigos yacen muertos a mi alrededor,
pero la batalla no ha terminado todavía.
He abusado de mis dones. Usando demasiado tiempo
del immaterium.
Oscuro humo se eleva de mi piel en oleadas. El
estruendo de la batalla distante es ahogado por el
chirriante sonido de hambrientas garras.
—Por su sangre fui hecho —comienzo el catecismo
cuando viene el dolor.
Un millar de voces susurrantes amenazan con hundir
mi mente. Las criaturas, demonios, pesadillas hechas
carne, roen en los bordes de mi conciencia. Lenguas de
susurros como la seda, vanas promesas y falsas verdades.
Mi carne está en ruinas, imperfecta, sin embargo, es todo
lo que piden a cambio del fin de todo dolor.
—Por su sangre estoy blindado.
Sangre, esta vez la mía, brota y se extiende desde la
boca y la nariz.
Me tenso contra la oscuridad que envuelve mi mente,
sintiendo como mis huesos se rompen mientras el esfuerzo
envía mi cuerpo a sufrir espasmos.
—Por su sangre voy a triunfar.
Siento que las criaturas de la disformidad rugen de
angustia mientras mi férrea voluntad los empuja lejos,
blindando mi alma contra su toque.
Sofoco un grito mientras un dolor punzante divide mi
piel, destrozándola de la misma manera que un temblor
alancearía a través de la tierra. Me dejo caer sobre los
adoquines manchados de sangre. Mis ojos se cierran
mientras la membrana An-sus me lleva al coma, confiando
en la gracia de Sanguinius y en que mis Hermanos me
encontrarán antes de que los demonios regresen.
Yo soy uno y ellos muchos. Pero perduraré.
En el Planeta de los Hechiceros, Ahzek Ahriman conspira
con otro de los Mil Hijos mientras establecen los planes
para su mayor obra.
Graham McNeill

Polvo
Warhammer 40000. Adviento 2012 5

ePub r1.0
epublector 20.05.14
Título original: Dust
Graham McNeill, 2012
Traducción: ICEMANts

Editor digital: epublector


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No quiero hacer esto, pero Hegazha no me deja otra
opción. Pensó que había ocultado su cambio ante mí, pero
es poco lo que ahora se puede ocultar de la vista de Ahzek
Ahriman. Muy pocos de nosotros se permiten el lujo de
tener secretos, pero tengo que mantener el mío si he de
seguir este peligroso camino a su lógica conclusión.
Pone del revés un escritorio forjado de pura voluntad
y lo estrella contra mí con la fuerza de un LandRaider. El
impacto es feroz y me golpea con fuerza contra la pared
de la suntuosa torre. Sin mi armadura me habrían roto en
pedazos. En cambio no estoy más que aturdido. Yo
debería haber sabido que él rechazaría mi oferta, no
necesitaba la presciencia del Corvidae para saberlo, al
igual que todos los seres vivos, lucharía hasta el más
pequeño atisbo de vida.
Sin embargo, aún sabiendo que el ataque iba a venir,
no fue suficiente para evitarlo.
Extiendo mi brazo ante un ardiente rayo de luz
multicolor disparado hacia mi cabeza. Hegazha es Pavoni,
nunca podrán resistirse a un florecimiento de la
exuberancia de sus mágicas artes. Las luz se curva a mi
alrededor, las paredes de la torre se rompen en una lluvia
explosiva de etéreos bloques que se disuelven en la nada,
cuando caen.
Hegazha era un hombre hermoso, un guerrero cuyo
semblante era uno de los muy pocos a quienes Hathor
Maat alguna vez, permitió acercarse a su propio
resplandor. Las estatuas de su imagen se alineaban en las
avenidas que se acercaban a la Plaza Oculum y más de
una mujer mortal de Prospero se quitó la vida porque no
podía tenerlo.
No era hermoso ahora.
Su rostro se retorció con ganas de matarme.
Esta fracturado por la ira, pero debajo de esa cólera,
está el miedo.
Horrible, un miedo terrible y totalmente
comprensible.
Me levanto a mi mismo de entre los restos de su
desintegrado escritorio, mientras él viene a mí con sus
enguantadas manos extendidas. Mis Heqa de protección
personal surgen desde abajo y el aire entre nosotros vibra
con fuerza. La parte superior de la torre de Hegazha
despega con un grito en auge y florece en una ráfaga de
relámpagos. Él se tambalea y enfurece ante la destrucción
infligida a su guarida fabulosamente forjada, una
construcción psíquica de increíble belleza y de gran genio
artístico. Es una afrenta destruir una creación tan perfecta,
pero no tengo tiempo para disfrutar de la vanidad.
Tales pirotecnias no deberían pasar desapercibidas,
pero tal es el volumen de éter que cobra el mismo aire en
este lugar con la energía, que espero pase desapercibido
para la mayoría. Otros sabrán lo que ha sucedido aquí,
pero Magnus, meditando en la majestad de la llama
encendida de la Torre de Obsidiana, ni levantará sus ojos
del gran libro que se encuentra sin abrir, delante de él.
Las vidas de aquellos que una vez se dedicaron a él,
no tienen ningún significado para el Primarca ahora. Yo
lloro al ver como hemos caído tan bajo, pero no hay
mucho donde elegir, si alguna vez vamos a restaurarnos a
nosotros mismos, para así poder demostrar que teníamos
razón y los lobos estaban equivocados.
—No me tomaras para tu gran trabajo —me promete
Hegazha.
—Lo haré —le digo.
—¿No lo entiendes, Ahzek? —dice, rompiendo los
guantes de seda de sus manos—. ¡El cambio de la carne
no ha de ser motivo de temor, debemos abrazarlo! He sido
bendecido, no maldecido.
Sus manos son de color negro y escamadas, con la
piel serpentina, tiene vestigiales plumas multicolores
sobresaliendo de la carne transformada. Me enferma
verlo, tan orgulloso de su cuerpo mal formado y mutado,
no puedo ocultar la repugnancia en mi cara. Hago un
barrido con mi poder personal, dándole en un lado de su
cabeza. Se tambalea, la sangre rielando mientras sale de
la escisión de su dividida piel, el aire devora con avidez
su potencial.
La sangre tiene poder aquí.
Las religiones más primitivas de la Vieja Tierra
sabían de la energía que la sangre poseía, la fuerza
primordial que lleva esa chispa de vitalidad a todo el
cuerpo. Los seguidores de Mitra y Cibeles lo sabían, el
culto del crucificado lo sabía, los locos que alimentaban a
sus víctimas en la creencia de que las haría inmortal,
también sabían algo de su poder.
Incluso viajando en un cuerpo sutil, la sangre es el
ancla que dibuja un alma de regreso a su jaula de carne.
Sin ella, no puede haber vida. Sin sangre y un corazón
fuerte para bombearla, no hay más que el polvo de la
tumba, el terror de la no existencia.
La belleza de la sangre de Hegazha casi me cuesta la
vida.
Salta hacia mí, desgarrando con las manos mi
servoarmadura. Aunque Hegazha ha evitado durante
mucho tiempo el uso de las servoarmadura de energía, hay
gran fuerza en ellas. Fuerza sobrenatural, como en las
bestias, los malditos Wulfen que nos llevaron a este
mundo de pesadilla. Su enloquecida carga choca conmigo
y caemos de la torre, dos seres de poder y magia
encerrados juntos en un mortal abrazo, como el
emparejamiento de los pájaros en un picado de
apareamiento.
—Mi Gran Obra nos salvará —le digo, luchando
para mantener las manos con garras como navajas lejos de
mi garganta.
—¡Yo no necesito ser salvado! —Ruge Hegazha,
mientras los vientos aethericos aúllan alrededor de
nosotros.
Hay miles de metros de caída hasta la irregular
piedra negra de este mundo, pero no tengo miedo. Ya sé
que voy a sobrevivir a esta caída. Golpeo a Hegazha en la
cara, más de sus moscas de radiante sangre nos
acompañan como guirnaldas en nuestro descenso, como
gotas nacaradas de cambiante fuego. El quid de este
momento tiene un gran potencial, las corrientes del éter y
los habitantes invisibles que existen entre las grietas del
universo se reúnen en anticipación a su resolución.
Ellos sienten la liberación de energía que la muerte
de Hegazha traerá.
Pero van a ser decepcionados, porque aún no deseo
matarlo.
El terreno se precipita hacia nosotros, pero antes de
que nos precipitamos a la destrucción, una fuerza
aplastante nos envuelve y protege nuestra caída. No del
todo, sin embargo, el impacto todavía vacía de aire mi
pecho. Me alzo sobre mis pies, listo para continuar la
lucha, pero no hay necesidad de más violencia. Hegazha
esta inmóvil, congelado a mis pies, en el acto de saltar
con sus garras extendidas. Detrás de él, su torre empieza a
desmoronarse, la disformidad y la trama de la energía
psíquica empleada en su creación, caen en la disolución
ya que su creador no puede mantenerla.
—Es necesario trabajar en el aumento de la
enumeración correcta para el rumiante trabajo —digo—.
Voy a asumir las consecuencias de esa caída por algún
tiempo.
Hathor Maat emerge de las agujas de negra roca que
rodean la disuelta torre de Hegazha.
—Phosis T’kar siempre fue el mejor en el rumiante
trabajo —dice encogiendose de hombros.
El rostro de Hathor Maat es perfectamente simétrico,
impecable y maravilloso.
Desea con verdadero fervor que siga siendo así y por
lo tanto era el más fácil de convencer para unirse a mi
cábala.
—¿No vino voluntariamente, entonces? —dice.
—No, de hecho no lo hizo —y agrego—: Pero él fue
tocado por el poder de la disformidad y voy a aprender
mucho de él antes de morir. Llevarlo a mi torre y ponerlo
con los otros, hay poco tiempo y no hay los suficientes de
nosotros para correr el riesgo de perderlo también a él.
—¿De verdad crees que puedes parar esto? —
pregunta Hathor Maat, la desesperación de la súplica en
su voz, me pone enfermo. Si él representa lo que quedará
de nuestra Legión cuando tenga éxito, entonces lloro por
lo que nos depara el futuro.
—La rúbrica va a funcionar —le digo—. Es
necesario.
Table of Contents
Nacido para nosotros by Dan Abnett
Cubierta
Nacido para nosotros
Ataduras by Ray Harrison
Cubierta
Ataduras
La recompensa del fracaso by Chris Wraight
Cubierta
La recompensa del fracaso
El desafio by Andy Smillie
Cubierta
El desafio
Polvo by Graham McNeill
Cubierta
Polvo

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