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Tomad el mundo tal cual es y dejar que a la buena de dios vaya, adonde mejor l

e parezca. En vano os consumiréis estudiando; nadie aprende más de lo que puede apre
nder y hombre diestro es aquel que sabe aprovechar la ocasión oportuna.
Mefistófeles

TRECE CIEGOS

Capitulo uno

Rubia, no excesivamente alta, de piel clara y vista al perfil, levantaba


su cabellera como el último acto de un cisne, mientras peinaba su rubia y larga ca
bellera, ante los ojos de nadie, para pintarle una sonrisa al diablo aproximadam
ente mil años. Sus ojos jamás los vio mi mundo, sino que se los trago, la cola de la
ropa que no vestía, se desnudo perfil. Casi apoyada en mi lavamanos, del que fue
nuestro cuarto de baño y tanta la insistencia y el vicio de ese espejo, que sin t
entar la salud de los míos, salió ya vestida como por hechicería, y se despidió para no
volver jamás. La siguiente mujer que entró en ese cuarto de baño, venía acompañada y tras
mirarse en lo que se suponía un espejo ahogado y luego de peinarse, ambas mujeres
a solas, en mi cuarto de baño, tuvieron el detalle de besarse descaradamente en m
i salón y salieron, para no volver jamás. La siguiente mujer que entró en mi casa, ven
ia con dos amigas. Se sentaron en mi sofá, el tiempo suficiente, como para contar,
ante mis ojos un millón de suspiros, luego bajando las escaleras, mientras se des
pedían gritando la primera, ¡no creas ni en tu propia sombra¡ la otra gritó, ¡yo si te qui
ero¡ y la última acompañaba gritando, ¡¿porque eres así conmigo?¡ Desde ese día no las volv
uchar, aunque mi casa termino siendo una especie de revuelto de algo que se enti
ende como caos y desde hace un tiempo, peleo con mis cosas, mi espejo, por el en
orme enredo en el que me quede.
Así empiezo la dialéctica, que me enfrentó a mi psicoanalista, Jaquelin, quien n
o se resignaba a entender, que quizás mi método era la forma más simple de terminar, c
on esas extrañas visitas y no ser eso que ella creyó ver en mi y yo rechace. Si me p
idió que guardase una foto de su persona y que estuviese seguro, que siempre estaría
en mí. No fue necesario entablar discusión sobre las tarifas profesionales, quizás po
r temor a terminar en la cocina. Soy un joven casi maduro, que se perdió en algun
a esquina virtual, de una oscura calle. Como único detalle pendiente, del que adol
ecía, es de un trece por ciento de perdida de visión en uno de los ojos. Así que si al
guien como usted, lee esta resumida, involuntaria y obligada confesión, que me dej
aron las mujeres que han pasado por mi casa, podréis compartir conmigo, algo de la
ceguera necesaria, en un mundo que se desvanece a medida que se imprime, así que
trataré de que no falte detalle, de todas esas mujeres, que habitan en mi cuarto b
año en lo que me quedó de vida. Diálogos absolutamente robados y espacios como páginas,
que robo a mi tiempo y a todo ser juicioso, que no tiene sombra. Así que todo lo q
ue señalo, se refiere a hechos reales, en alguna parte que no paga impuestos, sola
mente mucha comida, vida nocturna y eso que todos deseamos, dormir para siempre
como vampiros, con derecho a conducir. Solo tengo que dar una pequeña vuelta a es
te relato y puedo verlas, tomando el sol o viéndolas dormir. Pero para ser justos,
diré que mi primera amante o exenta de juicios previos, por su generosidad, veni
a a mi cama, hambrienta, venía casi todas las mañanas y se quedaba una hora, que me
duraba casi todo el día. Una de esas mañanas, sin mas compromiso, se despidió con una
nota, escrita en un libro, que compró y dedico, escribiendo “aunque el mundo se des
truya, siempre seré tuya”. Alegre y risueña, casi infantil, fue quizás la primera mujer,
que hizo mi voluntad. No dejó sólo esos perfumes que buscas como sustituto y que no
quedan más que en el recuerdo. Tanto mi poder y tanta la seguridad que veía en mi,
un hombre joven y con pocos deseos de dejarla marcada, que era pedir y pedir. Ca
sada con un hombre joven y según las palabras de una mujer de estas tierras, joven
y poca cosa. Pero honestamente, nunca pensé en su mundo paralelo, pues esa hora q
ue compartíamos, María era mía y no había mas cosa pura y viva, que los calambres que pa
decía cada mañana, en un rito de dolores previos a la fatiga amorosa. Secretamente,
María corría cada mañana ansiosa en verme, ansiosa quizás según dejo entrever, poder separ
arse de su amante y joven marido. Más alta que baja, delgada, pelo largo y piel bl
anca con dos pechos hermosos y no demasiado grandes, dejo impresa su perfume en
mi guardilla, en las dos habitaciones y un salón, que poseía solo una silla. La habi
tación de paredes lisas y ventanas de madera, eran mudos testigos en esta oscura y
fría o desangelada habitación, con dos colchones en el suelo. Ya desnudos, se senta
ba encima mío, toda desnuda y entre alegre y excitada, mientras le sujetaba el pel
o, para ver solo ese cuerpo terso y bien formado. Quizás deba expresar mejor la s
ensación, que traía Maria. Ella risueña y nerviosa, escribía a solas cuentos secretos, h
istorias de jóvenes amantes que se seducían dentro de su mente. Ella los plasmaba en
ardorosas líneas, que guardaba en secreto. Así fue nuestro encuentro, como la pluma
de un escritor de cuentos de amantes, de esos que leemos en el autobús o en el me
tro. Y si había un culpable, ese era yo, pues casi sin llegar a ser clienta mía, fui
seducido por una profunda pasión e inocencia, en la mente de una mujer que ya sabía
lo suficiente como para tentar al destino, pues nunca había engañado al marido. Has
ta una temprana mañana, pues habíamos hablado pocas veces, por teléfono y sin aun cono
cernos, ella se acerco a mi oficina, sin yo saberlo y tras una interminable espe
ra, sentada en su coche, se bajo, quizás con la garganta seca, toda nerviosa y ans
iosa, para entrar y casi abalanzarse sobre mí. Fue solo entrar y ardiente como nin
guna, sin excesos, empezamos a besarnos y a caminar al único espacio íntimo de la su
cursal, el cuarto de baño. Ahí a solas, tomo su deseo y merecido premio, mientras re
corría mi cuerpo con sus manos, sin dejar de besarme. A los pocos segundos, ya se
arrodillaba para darle rienda suelta a su fantasía, mi deseo también. Casi agresiva
pero dulce, y tan evidente mi preocupación, por no dejar abandonada la sala, que
instintivamente, la tuve que parar y citarnos en casa mía.

Así, consentía nuestra fatalidad con la más dulce sonrisa. En ese mismo momento,
empecé a descubrir a la mujer que firmaría mi epitafio. “Aunque el mundo se destruya,
siempre seré tuya”. Nos citamos a la mañana siguiente en mi apartamento y aun hoy son
río al recordar su discreto acento andaluz, su natural y alegre sonrisa, su largo
y rubio cabello o su hermoso y blanco desnudo. ¿Me tiraras de los pelos? me decía. Y
empezamos, entre las cartas que debía traerme cada día que nos veíamos, como condición
mía. Breves y sinceros, relatos de cómo se levantaba por las noches y a escondidas,
en su cuarto de baño, se moría susurrando mi nombre, entre dos amores, que loca la t
enían. Gabriel, Gabriel, releía a la mañana siguiente y si, así empezamos realmente una
correspondencia que no terminaba, más que en los límites de sus ansias y anhelos, ca
si como rotos, pero que suspiraban desenfrenados por unas mañanas y tratar de comp
lacer a su señoría, su fantasía soñada, un relato vivo solo para ella, donde no había ni m
aldad ni perversión, nada que olvidar. Una mañana cerca de la oficina, tomando ese c
afé matutino, que deja amarga la boca, fui atendido por una morena y tanta mi codi
cia de amores que a la mañana siguiente, sin saber nada de ella, mi cómplice y joven
amante, tuvo el encargo de seducirla, para que fuésemos tres.

No fue como cuando un joven vasco español, jefe en un hotel y otras cosas ma
s, quien me pregunto si había estado con dos mujeres, a lo que respondí, negativame
nte, quedando comprometido para cumplir ese deseo no cumplido. Fue en un selecto
club, piscina, jacuzzy en la habitación, amen de dos enormes camas redondas y esp
ejos en el techo. Luego de beber varias botellas de champaña, subimos los cinco a
la habitación, donde estuve cambiando de rubia en rubia, sin cerrar mis ojos por d
os horas. El motivo de recordar, es lo que ocurrió antes, cuando coincidimos la c
ompañía de la otra cama, quien como deseo carnal, se arrodillo frente a mi preguntándo
me si tenía un preservativo, a lo que respondí negativamente. No hubo espacio para n
ada, ella no era mía o no debía, o no se podía. Si me puso un regalo en la tapa de la
cisterna y la verdad, todo pareció más agradable. No olvido su cara, mientras atendía
su servicio, mirando como me agitaba con las mías. Fue ahí, cunado le hice un gesto
para estar con ella, pero no podía, entre límites invisibles y el efecto de varias b
otellas bebidas, lo hizo imposible. María no sufría de límites, sufría por complacer, el
límite de mis deseos, que eran órdenes para ella, deseos que compartíamos como jóvenes
amantes. Ella si se cambió de cama, si la sedujo y fuimos tres una mañana en la mism
a cama virginal. Virginal, pues éramos cuerpos jóvenes y ansiosos de besos y caricia
s, mas que de sórdidos placeres. María cantaba descaradamente, mi limón, limonero, ha
go siempre lo que quiero y reía. Hasta una mañana que dejo de venir, la última, donde
se animó a despedirse, pues el paso siguiente, yo no lo podía dar. El camino del amo
r era mi carcelera y el amor no tiene sombras y no esta y todo lo posee y la ans
iedad por descubrirla, me lanzo la última frase casi como sentencia. Salió por la pu
erta y casi bajando la escalera, se le escapo un, ¿y ahora que como? Y riéndose, par
a no mirar algo que la obligaba a olvidar. Yo apenas empezaba ser conciente de q
ue todos estos irreverentes nuevos empezaron a entrar en mi casa como vientos fu
rtivos, que luego se transformaron en las sombras de mis paredes, que escarbo co
n atención y humildad por si se cela algún familiar encamado de alguna necesidad ino
ficiosa.

Así como el primer día que quedé en libertad, tras compartir con Maria, mis prim
eras semanas en este departamento aguardillado. Una cuarta planta sin ascensor,
rodeado de ventanas de finos cristales, tan antiguos, que de forma estoica sopor
taban el paso de los años. Frente a mi las paredes, que deseaban no ser desnudadas
, me obligaban a tomarme un tiempo, antes de cambiar el color de la pintura, ya
que antes, según me advirtió María, había vivido un pintor. Con lo cual, mis paredes obl
igadas a quedarse como estaban. No imaginaba yo, que terminaría viviendo en una di
námica principalmente femenina, con el encargo de relatar la historia de estas pri
ncipales, en espacial por el futuro encargo de una de ellas, en un contexto histór
ico y con la suficiente distancia, dada la espera solicitada y por el estilo y l
a temporalidad. Así tendría ocasión de interpretarlas ordenadamente resumiendo los tie
mpos y sobre todo mis personales recursos, de los que ajeno aun, se dan como te
soros inmaduros, que además por ser una exposición englobada en un guión, limitado por
el ahorro de recursos, y más hablando de amantes, novias, relatando lo que ocurr
ió, en voces encubiertas en lo referente al escritor, quedo postergado a un segund
o plano, quizás como aval por ser éste, un termino más aséptico, al relatar el contexto
casual de esos mundos, en los que yo mismo quedé apartado de esta historia mía. Cosa
amena por lo demás incluso, permitiéndome esa distancia obligada, referir solo eso
que aparentemente quedó como tarea de la maquina de escribir, que son los hechos,
que son los ojos de ellas, quienes la leerán. El psicoanalista está fijo en la comid
a, por lo que se refiere a estas desastrosas y tristes condiciones, en las que e
mpieza el personaje principal, en su casa transitoria, en una ciudad perdida, en
alguna frontera, en este cementerio de extrañas circunstancias, amen de mi propia
realidad, la que tuve que tomar como una obligada espera o gran desafío a los aco
ntecimientos futuros. Con lo que haciendo un esfuerzo temporal y después de seis
meses y un día de noches y sueños, empecé a involucrarme lentamente, sin siquiera pret
ender, escarbar en los jardines prohibidos, pues ya había explorado, en mis años ant
eriores, que correspondían a épocas de mis memorias estudiantiles. Así que reservo un
deber con todos los referidos en este relato, con la más rigurosa de las reservas,
no sea que algún sepulturero fenicio, pretenda enmendar alguna falta con su amo.
Pues ahora con la distancia de la realidad de este nicho humano, desempeño como me
ro asistente de vuestros sentidos, en un período que es relativo y además referente
a hechos comunes, a una lista de mujeres que cedieron sus intenciones, derechos
y privilegios de su propiedad, el día que entraron en mi casa. Así que robando por s
ueño lo que la noche profita a mi sombra, poseo sus pensamientos, he incluso su sa
ngre con la mayor implicación posible, la muerte. Sin olvidar vuestra apetencia de
aventuras y deseos, que se relatan además casi fielmente en todos los casos, sea
que no coincida ésta con su señoría, que relata desde su pobreza y soledad la ansiada
libertad, que todas estas persiguen en cada esquina como si de meadas de fieras
en celo, sin obligaciones a entendimiento y que rondan las calles de estos inoce
ntes viajantes.
Capitulo dos
Mi juventud no se esfumó ante farolas y copas de vino, sino en los ojos de l
os mismos deseos, y anhelos de mi familia. Con esta realidad refiero mi acaudala
da desdicha. Podría decir que soy acaudalado académicamente, acaudalado en amigos, a
caudalado en años, acaudalado en lo laboral y en mujeres. De origen europeo, nacid
o en tierras lejanas, criado en una isla o burbuja rodeada de aguas, mares, mont
añas, e inundado en palabras vivas. Quizás hasta los veintitrés, el día que perdí la vista
de forma violenta, la perdí de a poco, hasta conservar un trece por ciento, que d
isimulo como si me habitase un demonio, testigo de sus propias culpas.

Nadie conoce mi ceguera, vivo alejado de todos, pues las deudas mías, no so
n por obligación tributaria, las mías. Se suman en miradas y sensaciones de nunca ja
más. Este argumento, que linda con la muerte en oros, fue la despedida inocente de
l que fue mi último amor primaveral. He de reconocer que me posee una ceguera, q
ue me guía como cartas esculpidas en el infierno. El trece, la muerte que precede
a la vida. Quizás me atrevería a asegurar que la muerte es muy galena, mira pero no
toca, tocaran la sangre, los gusanos o los escarabajos o quizás el sueño eterno, per
o ella no. La conduce el caos, la locura, los sueños y el deseo, el miedo o quizás l
a curiosidad. Para mi la muerte me vino a despertar, quizás una mañana de domingo, m
ientras curioseaba un gran charco de sangre, de la tarde anterior, donde alguien
debió ser atropellado. Tras mirar ese obsceno pero fresco recuerdo y dispuesto r
egresar a mis infantiles deseos y al querer cruzar la calle, fui envestido por u
n enorme coche americano conducido por un soldado, que como hipnotizado por mi m
irada, torció el volante en una amplia calle y se dirigió directo a hacia dos niños pr
eparados para cruzar la calle, para finalmente arremeter contra una acequia de u
n metro de profundidad, mientras sonaban ruidos y escándalo y saltaban piezas. Rec
uerdo haberme levantado, recuerdo haber levantado a mi hermano, recuerdo que no
teníamos ni despeinado el pelo, pero la bicicleta que sosteníamos frente a ambos, qu
edo bastante retorcida. Imagínense a la muerte si tuviese que estar esperándonos, es
perando a dos gemelos o mellizos de trece, a espaldas de ese repulsivo charco, p
ara recoger dos cuerpos más. Quizas la muerte, se pasea esperando almas, no cuerpo
s y es quizás ahí, cuando despertamos en el limbo, confundidos o no. Quien sabe. Qui
zás me disculpen sus señorías, si me he visto en caras ajenas. Pero en este dilema me
centro pues, la vida y la muerte suelen estar unidas por el amor, tanto así que s
i un niño de trece muere, deseara saberse salvado o victima de algún trance pernicio
so, so excusa de un fin o necesidad como un robo de entrañas. Así, descubrí estas cosa
s. En una esquina ensangrentada por un anónimo charco, y las vidas de dos hermano
s mellizos o gemelos de trece. Sería sensato suponer que la muerte debe haber qued
ado confundida. O miremos con los ojos de la muerte en uno de los dos otra vez,
pero con siete años. Jugando a la pelota, corre uno a buscarla treinta metros y al
recogerla no puede dejar de poner sus ojos en un señor que baja de un escarabajo
rojo, que lleva su placa cubierta con un paño color naranja y que al seguir camin
ando, ve como ese señor, tiene su miembro totalmente erectazo, grande y rosado y q
ue esta como absorto en otro mundo, no dice nada, mientras miro inconcientemente
, al pasar frente al escarabajo rojo, para alcanzar ver un cuerpo de colegiala
acurrucada en el asiento trasero. Sin más que esa foto que guardar y sin daños emoci
onales, la muerte si queda impresa en esos inocentes instantes, que son algo más q
ue los ojos de ese chico que fue a recoger una pelota. O si viajamos mas en vues
tros sentidos, ponemos a esos dos hermanos, con cinco años, en un gran jardín de una
gran casa a orillas del embarcadero y uno se cae al río, empujado por el otro. ¿Es
la maldad o el dolor de algo anterior? Por último retrocedamos a los cuatro y me s
ituare solo frente a mi padre en otra casa con jardín, donde atesore mi primer rec
uerdo. Señalo esto, pues casi mil años después, sentí, que la vida empezó a devolverme lo
que no era mío. Fui tomando conciencia en la medida que voy siendo guiado por tres
musas, que son miles. Es ahí que me veo como inocente, pues si la vida me condujo
, fui yo quien se resistió, pero ella siempre gana, gana el inconciente como si fu
ese una maquina, pues dicen ya que el conciente de un niño de cuatro, no tiene mem
oria, casi no procesa nada, que recuerda dios. O un adulto por mucho que procese
cincuenta, jamás será nada más que él y sus circunstancias medidas en su comportamiento
, mientras la vida o inconciente o ánima o alma, procesa once millones de ese eter
no segundo. Tomar una decisión comparativamente, nos llevaría cuatro años. Así se imprim
irá esta, como la vida de otros

Reseña que sale como escupida de el libro de los muertos, me deja muy cerca
de creer, que no somos mas que eso que llevamos con orgullo, de generaciones e
n generaciones, el apellido de alguien, que realmente es casi nada, que está siend
o conducido, para ser juzgado por sus actos, de toda una serie de vidas simultan
eas, que básicamente, resumen el más preciado de los bienes, no morir nunca, por der
echo divino, en un plano o tiempo que sirve para conducir o mantener, eso que no
s habita, la inmortalidad. Es ahí cuando relato esta historia de terceras, no como
la muerte, sino como trece ciegos, que no están, pero que habitan en los ojos de
vuestras mercedes, sin dolores, mas que los deseos, de incluso relatar, los mas
ajenos que propios, de tiempos pasados, para permitir el sueño temprano de la noch
e, para quizás iluminar alguna alma de hermosos ojos y bello cuerpo, para verla do
rmir, y quizás ser amada incluso bajo los hechizos de mi fugas sombra nocturna,
incluso no estando presente. O quizás estar preparados para cuando nos veamos al o
tro lado del río, cuando, debas hablar con el barquero y dejarlo dormir contigo un
tiempo eterno, ese que se queda con todos, para seguirnos la pista y así reconoce
r la mano de dios, entre las sombras de la luz cegadora y a así conseguir, tener e
so, que tanto se desea
Capitulo tres
Por esas fechas, ya no me encontraba en los calendarios de ningún joven de m
ediana educación, trataba de escapar de los años que se suceden en las páginas siguien
tes, donde ya no tuve tiempo de nada, mas que compartir estas, en este encierro
del infierno, que sepultarían mi futuro, pasado, incluido las monedas, pues me su
mí en una realidad, que me tuvo suficientemente limitado, como para casi no encont
rar salida dentro de una realidad plausible. Así que trataré de resumir los aconteci
mientos, que son relevantes y tratar de cuantificar, lo que era mío y lo que estab
a siendo causado por algún exceso mió, que fuese como consecuencia de algún acto, que
se relacione con algún experimento laboral o simplemente causa de la que debía de se
r considerado como un mal menor, en toda esta situación, siendo además extranjero, c
osa no fácil, pues lograr que mis anhelos se concretasen, se hizo insoportable. Así
que siendo breve y seco, refiero una introducción anímica y situacional, antes de en
vilecerme con todos los personajes, que se adhieren a estas zorras del infierno,
que desean trascender en este relato.
Por lo demás, lo inicio en una situación de pobreza limite como voluntario de
este infierno, pues los límites habían hecho mella en mi situación física, incluso habie
ndo tenido que optar, como realidad social, recurrir a los servicios sociales, q
ue se encargaron por un período, el allanar, mi integración en la sociedad local, la
que además se hizo eterna, pues nunca dejo entrever, algún atisbo de finalización. P
or lo que tuve que armarme de paciencia y comprensión ante una serie de hechos, qu
e en estas tierras de antiguas fe cristiana, que no iba a poner en duda, sino ma
s bien obligarme a tomar una postura enfermiza, por las absolutamente extrañas, ci
rcunstancias compartidas, por lo que decidí por optar por realizar una cura de alg
una enfermedad, contraída en estos límites de tierras africanas. Fiebres que sufríamos
como consecuencia de la ansiedad diaria, que sabía, se daban en situaciones límites
, algo así como esos síndromes inespecíficos, que solo se relacionan a períodos de guerr
as o migraciones. Así que mi cotidiana vida se enmarco en caminar hasta ese comedo
r, siempre por los minutos indispensables de verme comido, para volver a la coti
dianidad de la vida colectiva, que además estaba inserta en un ambiente de constan
tes viajeros, que bajaban de grandes buques fantasmas que atracaban casi todo el
año, dando una curiosa imagen a esta, enrarecida ciudad, que secretamente, es con
ocida por tener además, una tradición de constantes viajeros, que no tardan en redes
cubrir, lo que puede ser una primera referencia, de las llanuras que se extiende
n, desde la puerta de Europa, hasta el antiguo oriente.

Pues con este referente, enfrentaba ya hace meses retener el motivo de mi


permanencia aquí, la que podría haber seguido como la vida de otro trabajador especi
alizado, pero que lentamente fui siendo engullido por la historia y las costumbr
es, como si solo se tratase de una permanente cena, cena que preferí alargar, desd
e que empecé a hacer uso de los mismos servicios, que mi persona atraía. Mi insólita s
ituación, que quizás era meramente tangencial, pues no era el prototipo de inmigrant
e o transeúnte, iniciado ya el siglo veintiuno. Pero que realmente no era más que un
mero número en el calendario, salvo por la sensación de estar rodeado permanentemen
te de personajes que se representan con la fuerza de épocas, en las que la propied
ad de nuestras cabezas, podía pasar a manos de cualquiera, en cualquier momento. A
men de esta monotonía histórica, en la que la pobreza, e inmigración, presente aquí mism
o, dejaron reflejar nada mas que tediosas actividades, que encerraban solo venal
idades o absurdas ideas de ser una especie de doncella retenida, por algún sultán, d
e quien sabe que desierto occidental. Comparto habitualmente por estas fechas, c
on amigos, que parecen no tener tiempo ni historia y que con un latín post modern
o, mantenemos una comunicación, como si todos fuésemos prisioneros de alguna guerra
en Turquía. Todos estos pensamientos se mezclaban casi imperceptiblemente, cuando
decidí, salir de casa, pues debía entrar en la rutina que sostenía esta dialéctica exist
encial.

Decidí ir a revisar mi correo electrónico, ya que no eran muy generosos con lo


s ordenadores disponibles, en la biblioteca que frecuentaba y no deseaba esperar
mucho más de lo necesario. Era una mañana primaveral, fresca y de cielos despejados
. Junto al vuelo de golondrinas, al levantar la vista, las que serían mi mejor com
pañía. Ellas siempre presentes como pequeños milagros, quizás sabedoras de mi habitual r
utina, que por extraño que fuera, eran mi mejor reloj. El entorno que veían mis ojos
, no indicaba nada nuevo, así que una vez terminado mi tiempo y después de responder
un mezquino correo, intente destinar el mínimo de tiempo a la rutina diaria, para
centrar mi atención, en corregir un escrito a medio escribir, que iba desarrollan
do, a medida que transcurrían las semanas. Con este pequeño rito de costumbres munda
nas, que se hacen más imprescindibles en tiempos de espera, destiné unas horas a ord
enar la estructura de la heroína, que tenia por derecho, algo así como un exceso de
privilegios, ya que como verán ustedes, esta situación casi infernal, que se me esca
paba de las manos, no es sólo un sueño. Esta mi heroína, venida de Europa se cuela des
de esta página, que casi se funde, en el final como condición de su autora, que dese
a que sea totalmente anónima. Esto me tiene completamente alejado de mi vida cotid
iana, pues desde la propuesta de relatar en casi tercera persona, los sueños compa
rtidos, que también siento por ella. Por lo que deberé además, mantener en anonimato,
por el tiempo en el que me sumerjo en este transe, que no indicará mas que en el
servidor, la real aventura, que resulta el dejar este libro abierto y que como d
espués de una breve siesta, parezca lo que abiertamente, fueron sueños reales de Jul
ieta. Que se refieren a una noche obscura, quizás en la calle más fea, vestida con l
as peores ropas. Que fue el espejito, que se rompió, en los ojos que mucho tiempo
después, fueron los míos.

Capitulo cuatro
Tenía menos de veinte, cumplidos los dieciocho y a pesar de su belleza, la l
uz que la iluminaba, reflejaba ser como una pequeña lámpara, donde se reflejaban los
espejuelos que estaban incrustados, en esos celestes y ajustados pantalones. De
pelo rubio y ojos claros, en cunclillas, en una esquina, donde mi ceguera, abrió
la puerta número trece de este hotel invisible. Bajando yo de la compañía elegida, tra
s semanas de esperas y ahora, entre insensible y confundido, se enseñó ante nadie, l
a sombra ajena, pues ya buscaba cenar una hamburguesa con patatas fritas, acompaña
da de una coca cola muy fría.

Sin pensamientos y sin deseos tras mi visita concertada, en un cuarto am


plio, donde una morena con prisas, me daba a entender, que Eros, no esperaría a sa
ciarme, que debía terminar, mientras iba siendo devorado por una serpiente, que a
poyada en el cabecero, desnuda y con una iluminación tenue, tragaba sus deseos aje
nos y furtivos, de forma cruel e interesada. Mi poco deseo de entablar recursos,
le dio, el motivo para cobrarse y dejarme escapar. Bajando las escaleras, sin a
rrepentimientos, pero vacío, camine ya de noche, por viejas calles, apenas ilumina
das y solo invadidas de putas negras y chulos, salidos de algún rito satánico. Quizás
en una de esas esquinas, fue donde giré la cabeza inconcientemente, para detectar
el engaño de una hermosa joven en cunclillas, casi en medio de la calle, con mi cu
erpo y esos deseos de alimentarme de mejor forma, cuando sin ser llamado y sin d
eseos en la sangre, más que en la mirada oculta, volví sobre mi y me afrente a ese e
spejismo, conducido por algo mas que mis ojos o mis planes nocturnos. Reaccioné co
mo si hubiese interrumpido algún pensamiento. Mientras intentaba no tropezar conmi
go mismo. Como mirando de reojo mi reloj y con la mente puesta en las patatas y
la coca cola, deje de envanecerme mirando sus reflejos y opte de forma instintiv
a, cambiar de rumbo y volver con algo en las manos, que no fuese un preservativo
usado en mi mente. Me acerque a un Burguer King a comprar una flor y conservar
algo más digno de mí, pues ya la noche era demasiado larga. Así, contemplando la calle
que se desaparecía a mis espaldas, fui a retirar dinero al cajero más cercano, para
restringir mi ansiedad. Retiré parte del dinero que tenía disponible para emergenci
as. Y sin saberlo, ya estaba siendo victima de mi inocencia o de la deseada cegu
era, pues no era conciente aun, que este acto se transformaría en una de las condi
ciones, que posteriormente recordaría, como esos detalles que son absolutamente inút
iles, teniendo realmente tan pocas posibilidades de sostener los vicios diurnos
o nocturnos de esa esquina o de cualquiera y no tentar mi suerte, con inútiles ex
cusas, por lo que comprándole una bolsa de patatas, para no ser un cliente, regres
e por esa oscura calle, sereno y con mi secreto, como erróneo derecho a poder sedu
cir la noche, y sacarla a pasear. A pesar de todo no pude resistirme a probar l
a tarjeta de presentación, no pude resistirme ante mi inocente egoísmo o quizás poseído
ya, por mis antiguos instintos sobre una mujer que penetra la piel, de la que s
olo deseas quedar bañado en su aroma. Pues refiero los hechos mas de esta noche, d
e esta mi frescura, que no es mas que una sutil aventura histriónica, que rechaza
toda comparación, pero que se funde en esta paralela, que se excava al iniciar la
noche, incluso respetando la rutina del escritor, quien ha de diseccionar las pe
sadas emociones, mientras realiza un trabajo de terceros, que saben efectivament
e, lo que queda sellado en cada letra de el tiempo, que transcurre en una palabr
a, susurrada con un soplo de aliento. Por lo que sin ansiedades al ir desmadejan
do esta calle de abril, retengo esta imagen.
Con mis dedos y mis labios tocados por la sal prohibida y a la sombra de u
na farola perdida, cegado por viejos edificios de corte árabe, y la calle desierta
, salvo lentos coches que la recorrían lujuriosamente, buscando en miradas, para
dejarse vencer en ese ambiente lúgubre, con la única intención de retener imágenes. En
ese instante, también la aborde, ofreciéndole compartir su tiempo con esa manosead
a bolsa de patatas fritas. Sonriendo irónicamente, como criticando o intuyendo mis
deseos y mi estrategia y, como censurando la previa cata, alargó la mano y probó un
a. Tras una breve pausa y lo poco habitual de la situación, intente ganar tiempo c
on la excusa del dinero, por digamos, su compañía. El dinero esa noche no era más que
un medio para poder alargar el tiempo de aquella noche. Si tu no tiene dinero, p
oder volver mañana dijo, seguro yo estar aquí mañana. ¿A que hora? Si, venir a las doce,
yo estar aquí. OK, mañana yo vendré a las doce con una coca cola y una bolsa de patat
as fritas. Pero por cierto, dime ¿cuánto es el servicio? Treinta euros chupar y foll
ar. OK Mostrando un desinterés y suficiencia, quedé como confundido entre amistad, a
tracción mutua o belleza exuberante para estas tierras. Pero no podía envanecerme, e
ra una chica de la calle, era solo eso y nunca sería otra cosa. Sin insistir en mi
ordenamiento mental y sin esperar un segundo más, me retire entusiasmado ante alg
o que mareaba. Acompañado con un último hasta mañana, correspondido por su relajada s
onrisa, se quedo ahí, en cunclillas, en esa esquina de mujeres de negra piel y poc
a ropa, en compañía de otra chica, que entre apoyada en una persiana o media dormida
, hacia de compañía.
Capitulo cinco
Ella no tuvo prisa por sacarme el dinero, quizás ni arrepentimiento de no ha
ber insistido más. Tenía la extraña sensación de sentirse única y como esperando a que pas
e la noche, algo le ilumino la mirada. Quizás el destino le reservaba una sorpresa
mañana a media noche, con este despistado transeúnte o quizás algo más como cada noche
que aguantaba la fría humedad. Julieta estaba fría de espera y aquella noche solo te
nía la compañía de una calle, la interminable espera para ir a dormir todo el día. Por l
o que después de terminar de comerse la bolsa de patatas, se quedo pensando en su
encuentro, que cambiase su destino y aliviase esa extraña sensación, de saberse que
no esta sola. Yo en mi apartamento ya, solo con el deseo de reflejar esa noche
en mi amplio sueño, como compromiso con un tiempo ajeno. Ordenar la noche antes d
e velar la cama ajena, encendiendo unas velas, para golpear a oscuras mi antigua
maquina de escribir. Resumir la sensación de mi ultimo capitulo y hacerle justici
a al tiempo, pues ya entre rutina y fantasía, se mezclaban los tiempos, por lo que
dedique mi mayor interés en dejar impreso un folio para que mis ciegos ojos, refl
ejasen mi paseo de la mano de algo que definiría como la mano de la noche mas bell
a, quedando impresa así. El mismo destino, como pago del cielo se mostró esa misma
noche, en una foto de otro mundo, en una oscura esquina. Rodeadas de putas neg
ras, sentadas en la calle más triste, se presentaron ante mí, sin haberse insinuado
, la soledad y la pobreza. Tan bien pintada, tan grande el misterio, que me lo l
levé a casa. Delgadas, delegadas como en pasarelas, blancas, muy blancas, de panta
lones blancos y celestes y altos tacones. Dos rubias, en cuclillas en esa esquin
a, vestidas como princesas que se esconden, se mostraban ante mí, vestidas con sus
peores ropas. Era más soportable, que lo que el mundo me mostraba. Donde situars
e, ¿quien era el dueño de mi sueño?

Capitulo seis
Así con esa mirada superficial, es fácil caer en las tenues y sensuales redes
como cualquier transeúnte, buscando compañía. Pero tenía unos orígenes de formación, que se
sostenían en sólidos principios morales, que incluso evitarían inconcientemente un con
tacto tan superficial, salvo por mi extraña coincidencia. Han transcurrido muchos
años, desde esa noche y aun cuando estudio los bocetos, escritos de una anónima rela
tora, retengo mas que un deseo sensual, por lo que relatar esto, es casi formali
dad. Años ya en una ciudad que se caía en aburrimiento. Una ciudad española, musulmana
, que no fue fácil abordar. Una ciudad que escapaba a casi cualquier estructura mo
derna. Y como escuchando el viento, en un mundo, como en un abrir y cerrar de o
jos, que intentan retener una imagen, pero perdiendo más tiempo del que se destina
a ese momento, tiempo destinado a viajeros habituados como marinos o prostitut
as, que siempre están disponibles, como talante de navegantes eternos.

Volvía de comer y subiendo por mis escaleras, una vecina me preguntaba por s
i teníamos animales; y sabiendo ella, perfectamente que tengo la costumbre de acom
pañarme de animales exóticos y domésticos, me miraba recriminando mentalmente, mis poc
as ganas de darle alguna pista, sobre mi opinión sobre cualquier aspecto, ya que e
staba decidida a mantenerme en esa categoría de joven extranjero, de pocas palabra
s y pocas compañías locales. Salvo por mi música a veces en exceso fuerte. Su curiosid
ad de saber de cuales serían mis sueños, en el inmueble, que ella habitaba también, f
ui siempre el último recurso. Conciente ella de que estos extranjeros, disponen h
abitualmente de recursos limitados, lo que la hacía parecer habitualmente, una muj
er viaja y amargada. Con ese recibimiento, me entregué a mis pensamientos, que est
aban bastante enfrentados con la dialéctica y la costumbre, pues no tenía referencia
en mi pasado, incluido los años viviendo en el extranjero, durante largos períodos
de mi vida. Además en mi mente rondaba el desencuentro amoroso de mi noche anterio
r, la página nombrada que deseba ser escrita. El otro tanto de inquilinos, no tenían
costumbre de entablar dialéctica por el tema de las cercanías. Era preferible entab
lar una charla con el vendedor de periódicos, que con tu casera. Tema difícil de dig
erir, pues es habitual, en estas tierras, gritarse todas las cosas, desde el pat
io interior, por lo que no terminas más que conociendo los dolores de las partes.

En esta realidad que mi personaje, trataba de esconder, de trascender del


calendario, y me transporta otra vez a esta ciudad, donde mis ojos aun se fundían
en una cotidianidad conocida, cuando dieron las campanadas de media noche, cua
ndo ya me enfilaba a mi cita con una mujer, que sabía más que mi sombra y yo juntos.
Solo me preocupaba si estaría esperando, algo bastante poco probable, además creí que
la impresión que le cause no dejo mucho a la imaginación. Un cigarrillo que se me t
erminaba en la boca y tratando de no develar demasiado la intención, que me sostenía
. Pero no tuve la necesidad de forzar mucho la necesidad, Estaba ahí, en cunclilla
s, en la misma esquina, con la luz de la noche anterior. Ahora en compañía de una ch
ica alta, rubio claro y muy delgada, que la acompañaba. Al intuir mi cercanía, cruz
amos la mirada y dio unos pasos hacia mí, con una clara confirmación de mi visita co
ncertada, en la que ambos sabíamos que no teníamos tiempo para conversar. Por lo que
realmente deje que mis instintos guiaran mi cita. ¿Tienes el dinero? Si. Al tomar
lo en su mano me pidió que la acompañase, sin decir nada mas, nos acercamos a un hos
tal de una estrella. Sin luz, en un amplio portal y esperando que abriesen la pu
erta, recuerdo una cómplice sonrisa. Tomo mi mano y guió mis pasos, por una amplia y
antigua escalera hasta llegar a la primera planta, donde un hombre en camiseta,
mal afeitado y de pocas palabras, abrió la puerta de una pequeña habitación, iluminad
a por una pequeña lámpara, que reflejaba casi la misma luz, que entraba por una prec
iosa ventana. El cuarto con dos camas en paralelo y un lavamanos empotrado en un
a pared, fueron los testigos, protegidos por esa tenue y agradable claridad. No
decíamos nada, su idioma nativo, estaba demasiado cercano a mi expresión verbal, per
o si se comportaba de forma natural, mientras yo sin ojos ni ardientes deseos po
r ver su hermoso cuerpo desnudo, centré mi vista en la ventana, aun de píe. Casi com
o ausente por segundos, y al girar mi cara, la vi. Desnuda y en ropa interior, m
ientras doblaba toda su ropa, motivada por algo que nunca llegué a comprender. Que
sentido tendría doblar la ropa, de forma tan concienzuda, Yo asentí, quitándome mis p
antalones y mi camiseta, para ponerlas sobre la otra cama. Ella ya desnuda en la
otra, ajena a la motivación intima de mis deseos, soltó un ¿follamos? Solo ante sus p
equeños, pero bien formados pechos, su cuerpo desnudo, su mayoría de edad, el alma q
ue me acompañaban, y conmovido por su belleza, enfrentados en una cama pequeña, par
a ser sobresaltados por los golpes en la puerta de forma violenta. Reaccionó alert
ada por pensamientos ajenos. Si tú quiere mi compañía debe pagar dinero al hombre o pr
oblems. Si claro. Saque un billete y ella entreabriendo la puerta, le dijo solo
diez minutos. El supuesto señor que velaba por cronometrar el tiempo, quedó en el pa
sado. Julieta con su alegre y natural sonrisa y prestancia, el arte de una jov
en cortesana, sin saberlo me permitió retener una imagen, sintiéndome transportado a
un mundo exótico, en el que se tenía derecho a mirar y no disfrutar de los deseos,
sino mas bien contar segundos, que se perdían en toda su realidad. Nos levantamos
como si todo transcurriera con prisas, acercándose al lavamanos y como una gata, s
e sentó apoyando un pie en el suelo y a espaldas al espejo que no había, se orino,
como la recuerdo, delgada, espigada y fresca, orinando, casi contagiarme las gan
as, que retuve al no haber un aseo disponible. Como la vieron mis ojos, desnuda,
rubia y de cuerpo blanco, como un destello, que aun retengo, se bajaba el telón,
implorándome para que me vistiese, en este acto no consumado. Tu vestir, tu vestir
, por favor tu rápido, decía con su acento ruso. Ya me veía acosado por el gorila de e
sta habitación. No tenía más que seguirla con mis ojos, para finalmente, recorrer el p
asillo y enfrentar la escalera casi a oscuras, para finalmente, salir a esa esqu
ina nuevamente.

Aun en los treinta, tentando mi muerte, pero joven e inocente en mi conoci


miento de la noche, no tuve en ese momento, mas que una sensación de ser víctima de
sus victimarios o ser victima de mis aprensiones, en lo referente a una entrega
carnal. Por lo demás, transformarme en cliente de una cortesana, había sido para has
ta entonces una negación de mi mundo personal, pues representaba, la negación del am
or. Regrese a casa a dormir si cabe. Ella regresó a su rutina, deseando saber, si
tendría tiempo de saber, quien había sido su visita, ese romance mordido bajo la lun
a. Las calles para ella ya estaban llenas de señores, junto a varias mujeres negra
s, que se reían entre ellas, regateando precios en un extraño lenguaje de gestos y g
ritos, cuando llego uno de esos coches que siempre dan problemas. Caros y llenos
de sorpresas. Un deportivo que se detiene en la esquina casi como predestinado
para que Julieta, se levantase y como abordándolo por asalto, le saluda con un hol
a guapetón, ¿quiere follar? Ya en el semáforo, y como compañía, dejando sola una vez más a
u clientela cautiva, desapareciendo por la avenida al final del puerto, mirando
con cierta desconfianza a su secuestrador. Solo llevaba tres semanas en este mun
do, victima de algo de su pasado, algo que conocía ella, lagrimas y dolor de la in
justicia de un centro de rehabilitación a la que sus padres pagaron una estancia s
egura, de la cual termino fugándose. Escapar y entrar en el único camino al que la v
endieron en esta ciudad. Con su mente concentrada en su trabajo, ajena a lo que
representaba, no temía la noche mas oscura, temía por la seguridad de su querida ami
ga y compañera, que se perdía de corazón en corazón de sus jóvenes amantes, como queriendo
escapar de cualquier pasado, que la llevase a su isla y pudiese dormir sola y
no tentar al dueño de la sombra que velaba todas las noches, sin ser Julieta conci
ente aun de las estrellas que dan mil noches mas, escondidas en solo veinte años.
Escondiendo su atractivo como mejor sabía, fumaba un cigarrillo tras otro, con esa
rara identidad, que rodea la noche o el día de una ciudad anónima, sin tener la pos
ibilidad de conocerla, y con cierta nostalgia, habiendo traspasado ambas, las in
ocentes barreras invisibles, sin considerar que no era un país para sueños. Dos días
después, estábamos compartiendo vivienda los tres. Dos habitaciones, dos camas, un
salón común, la cocina y el cuarto de baño, fueron testigos, de que nunca dormimos jun
tos, que permití, seguir su destino como si fuese un observador, de un mundo que d
esconocía y que ellas, me ocultaban cuando se encerraban, al cerrar la puerta del
que fue algo mas que un cuarto de aseo. Cómplice e inocente, tarde mucho tiempo en
conocer el secreto que se escondía detrás de esa puerta blanca. Trabajando toda la
noche, regresaban de mañana, cansadas y casi como rutina, se sentaban a conversar
con nadie, quien las esperaba, para compartir unos minutos de vida, la vida de
mis ojos, que eran los encargados de volverlas a la realidad. El encargo de no s
e quien, que nunca rechace, pues como cómplice de su tragedia, me transforme en un
ser imprescindible, mantenerlas vivas. Lo que más hecho de menos, eran los minuto
s en que éramos tres en el gran sofá del salón, pues a las pocas semanas y tras compr
obar que no era lujuria carnal lo que me animaba, empezamos a conversar algo en
un español muy elemental. Por un tiempo eran libres y como si fuese un hermano com
petían por limpiar mi espalda como si aseasen la sombra mía, algo que nunca llegué a d
efinir bien. Sacha, se sentaba sobre mi espalda en ropa interior y delicadamente
, iba recorriendo aparentemente con sus delicados dedos, alguna impureza. Ella a
espaldas mías, y con una aguja, recorría, sin que me diera cuenta, cada rincón, sin q
ue yo notara la diferencia. Incluso, cuando me percate de su arte con las agujas
, me decía. No aguja, tranqui y continuaba, escondiendo esa herramienta quirúrgica c
omo acto de brujería. Julieta, quien nunca dejó de ser menos o eso quiso demostrar,
subida, también a mi espalda, y carente de cualquier utensilio, mas que sus afilad
as uñas, me hacia gritar su nombre cada pocos segundos !Julieta¡ El arte de dejar su
s marcas en la espalda de nunca supe quien. Primero una y luego la otra, antes d
e que se entregasen al sueño de todo un día para despertar, ya entrada la noche. Com
o extraño ese tiempo en el que estábamos vivos y enteros, inocentes del final de es
tas tres condenas, que nunca dejamos de cumplir.

Aun trabajando de director de una sucursal, me centraba en la consecución


de mis objetivos diurnos, hasta que por injusticias laborales, siendo según argume
ntaron, el mejor pagado, resulte ser el mas ruin de los empleados, paseándome de a
bogado en abogado, buceando justicia. Argumento para ser definitivamente, absorb
ido por estas sombras de mis llanuras, donde como decía antes, no se pagan pecados
. Debería olvidar, si debería olvidar, pero mi primera noche, velando a escondidas
las noches, donde yo mismo, sobrevolé, Julieta, con el pelo suelto, y besando en l
a mejilla a un alto joven de color, a las puertas de ese hostal, donde busqué el a
mor más doloroso, mientras Sasha conversaba con un cliente, subida en un coche de
placas extranjeras, y como pago del cielo, ambas me descubren, mientras nos desn
udamos mutuamente a los ojos, como si hubiese descubierto sus secretos. Se hizo
un espacio donde el tiempo se detuvo, como dando tiempo a una respuesta que fues
e digerible para todos. Julieta, se encaminó hacia mí, mientras Sasha casi como intu
yendo mi shock, se apresuró a intervenir. Julieta se enfrentó a mi sombra y fruncien
do su ceño. ¡Como tu venir aquí, tú nunca debes venir a la calle donde trabajar¡ Conmovido
, desolado y sin saber como reaccionar ante la realidad, no dije nada. Julieta,
tiró el resto de un cigarrillo que fumaba, y solo atiné a regresar por el mismo cami
no que había recorrido. Cuando giré mi cabeza instintivamente, vi a Sasha abrazando
a juliette. Enfermo de asco y dolor, el dolor ajeno empezó a invadirme, junto con
las lágrimas, que rara vez solían aparecer en mi cara. Camine lento ajeno a las mira
das, caminé, con el dolor de la sociedad, el dolor mió, el dolor de cristo, viendo c
omo dos jóvenes, se morían en esa esquina sin testigos, sin remedio. Solo y asolado
por tanto dolor ajeno solo atine en mi estado de shock a caminar como hipnotizad
o hasta las puertas de la catedral, donde llore y llore desconsolado, sin testig
os como el dolor que me invadía, dejando una marca más, en esa antigua y hermosa bóved
a de dios, de cerradas puertas, sorda de tanto repicar de campanas y ciega de ta
ntos pecados escondidos. A oscuras y sin testigos, me quedé el tiempo suficiente c
omo para confirmar que dios estaba impedido y que mi única opción era cuidar los res
tos del universo que vieron mis ojos y sellaron mis lágrimas. Regresando ya y como
acto inconciente, me llevé a casa un gran pino que adornaba una calle. Un enorme
tiesto imposible de levantar, que alce y subí las cuatro plantas, después de llevarl
o varias calles. Siguieron pasando las semanas y los mese y ya fue una rutina el
velar las calles, para que me viesen y supiesen que no andaban solas. Ellas, se
encargaron de vestirme como demonio a mis espaldas y me transforme en ese chulo
, que incluso se escondió unos meses en el dolor que poseía a Julieta. La droga más d
ura tapaba, la droga más cruel, el desamor, la insensibilidad y la condena de las
sombras de los ojos que evitan mirar en las esquinas de las hijas del dios al qu
e estamos entregados. Como negando que todos estamos conectados por un ombligo c
omún, seguí sus pasos y trabaje, para alimentarlas a escondidas, pues jamás tenían diner
o y nunca vi, a ningún chulo que no fuese yo y jamás les pedí dinero. Parecían no ser d
e aquí. Casi no probaban bocado, no se compraban ropa, y las duchas eran casi forz
adas. Trabajar toda la noche y dormir todo el día, solo interrumpido por casi la r
utina de velar por la espalda de nadie, escondidas en sabores ajenos, que no gua
rdaban, sino, atesoraban.

Secretamente yo mismo no pude evitar caer en mi propia trampa de amor, pue


s el altruismo es imposible y jugamos los tres al gato y al ratón en el gran sofá d
el salón. De la espalda a las caricias superficiales, el deseo fue también algo que
permitió esta realidad. Sasha cómplice del secreto amor que sentía por Julieta, pero c
on la libertad que imperaba en casa, donde no éramos presa ni de la lujuria, ni de
placeres pasajeros, liberaban mis deseos, siempre dentro de sus limites. Me tra
nsforme en una especie de hermano menor, que debía ser atendido también, una famili
a con reglas y una moral establecida por las circunstancias. No habíamos elegido e
sta situación ninguno de los tres. Solo velábamos por mantener cierta estabilidad, l
a que ellas impusieron y la que yo pude sostener. Sasha ¿quieres besarme?, si y me
besaba como me gustaba que lo hiciera. Era algo que solía hacer a escondidas de J
ulieta, pues sabía que ella lo permitía pero no dejaba que nadie fuera mejor amante
que ella. Muchas veces fueron las que fuimos interrumpidos, para ser devorado po
r sensaciones irrepetibles. Mas que besos, me dejaba marcado, pues como sus uñas e
n mi espalda, su boca entre mis piernas, arrodillada frente a mi, me hacían viajar
por un cuerpo desconocido para mi. Así alejaba los escondidos sentimientos de Sas
ha, entre imposibles deseos, sostenidos en mis ocultos sentimientos hacia ella.
Cuando pedía mas cual enamorado, incluso deseando comprar su cuerpo a cualquier p
recio, desnuda y bajo mi cuerpo, como una piedra, me daba a entender que en este
rincón del mundo ella no entregaba su amor a ningún precio, por lo que nunca conocí s
u amor carnal. Hasta una tarde de verano, meses después, cuando intentando alejar
mis pensamientos sobre una joven que conocí de forma casual, paseando por la ciuda
d. Sabedoras ya de mi atracción por esa mujer, urdieron un plan. Mi secreto y cau
tivo amor pasajero que se dedicaba a los tatuajes o mejor dicho, diseñaba máquinas d
e tatuaje y creaba diseños imposibles, como los que me enseñó en el portal del edifici
o, en un cuerpo que me enamoro, se llamaba Sofía. Luchaba por dejar un antiguo vic
io, y lo contenía rechazando tener que compartir el destino de mis compañeras, vivie
ndo en una habitación de una prostituta local. Se escondía de todos sus fantasmas, e
stando cerca de su horca, para no olvidarse de el límite que se había impuesto. No m
uy alta, de pelo crespo y una graciosa cara, la encontraba cada mañana o tarde, to
cando una pequeña flauta en las puertas de una iglesia, que le llenaba de monedas
en pocos minutos. Enamorada ella de mi y yo de ella, no la toque, pues mis compr
omisos siempre han sido consecuentes, pero si le dije que me habría podido compart
ir mi casa con ella. Una noche sonó a la una de la mañana un ¡Gabriel¡ ¡Gabriel¡ La excusa
e diez euros, que me había pedido prestados para comprar eso que no deseaba compra
r, sirvieron motivo para la última vez que la vi pensando en mi. Sasha sabedora de
mi necesidad de amor verdadero y conciente del límite de nuestra amistad y su nec
esidad de exclusividad asumida por los tres, me preparo el más puro de los venenos
o perfumes de amor, para alimentar a nadie. Al día siguiente, después de regresar d
e trabajar, me propuso intercambiar dinero por la compañía de Julieta. En apariencia
sería inútil pues conocía los límites de la piedra, de ese amor imposible, en esta dime
nsión, que ya compartíamos más de un año. Gabriel, quieres hacerme el amor esta tarde co
nmigo. ¿Por qué? Tú sabes. Me vas a engañar otra vez y no me apetece, No deseaba ser vic
tima de ella. Gabriel confía en mí, te are feliz, de verdad. En ese momento Sasha co
mo celestina del infierno, me entusiasmó como a un niño con un caramelo y al asomarm
e a la habitación donde estaba recostada Julieta, alegre y mas bella que nunca. En
tre confundido y desconfiado, me acerque, mientras Sasha, cerraba la puerta a mi
s espaldas, gritando al cerrarla, ¡puta¡ Fue en esa habitación, donde aprendí su amor, l
a pasión, sus besos, su vientre húmedo y calido, de ese encuentro no consumado, en l
a esquina donde la vi, hace tanto tiempo atrás. Encima suyo y besándonos y gimiendo
, se desnudo para mi, enseñando algo irrepetible de contener, como el calor y el r
oce de su tesoro mas preciado. Gabriel ¿esto esa lo que tu querías? Si. Semanas desp
ués me encontré con Sofía y estaba irreconocible. Muy arreglada y deshidratada, delgad
a y como ausente. No pude evitar mirar sus manos, dedos delgados y largos con gr
uesas venas que afloraban entre joyas como desfigurando veinte años mas. Un mister
io que se quedó en el olvido como muchas cosas más.

Capitulo siete
Siguieron transcurriendo los días y las noches, que solía recorrer a solas po
r esas abandonadas calles de esta ciudad enrarecida entre odios y cordialidades
obligadas. Tierras que aun resuenan a califatos de otra época, pero que anclada a
orillas del mediterráneo, exhibe una placa, que la señala como la puerta de Europa,
invadida de extranjeros y gentes que deambulan y consiguen escapar a su destino,
envileciéndose o regresando a sus países, por voluntad propia o expulsados por la
mano que vigila las calles. De esa manera, una mañana, no regresaron a casa ni Jul
ieta, ni Sasha. Las encontré detenidas en la cárcel destinada a expatriar a los extr
anjeros. Veinte días que se hicieron interminables, veinte visitas para mantenerla
s ligadas a lo único que sostenía lo que les quedaba de vida. No serían los barrotes,
la condena que borraría las marcas de ambas. Las heridas que cada vez que Julieta
regresaba, marcas que fueron llenando sus piernas de profundas marcas, como muda
s testigos de la negación a ser eso por la que la deseaban juzgar. Lento ritual, q
ue veían mis ojos, de cómo rompía serenamente brazos y piernas con dolorosas marcas, a
ntes de pasar al cuarto de baño, y peinar lentamente su rubio y hermoso cabello,
para volver a la calle. Reflejo que miraba a escondidas, viendo como se transfor
maba en la más deseada de las piedras. Reflejo que terminaba en profundas marcas d
e un universo que guardó el espejo y su reflejo en mis ciegos ojos. La primera vis
ita, tras una larga espera y tras verificar mi vínculo con ellas, Julieta primero,
luego Sasha, apareciendo escoltadas por la policía, cubiertas por delgadas mantas
que Julieta, arrastraba como capa. ¡Julieta¡ no arrastres la manta le gritaba, mien
tras se acercaba a la pequeña sala. Solo una vez enseño su risa de adolescente reneg
ada y conciente, ajena a los barrotes que la aprisionaban, Así era ella, libre e i
nocente, sin culpas de esta curva del destino. Alegres de vernos y tras ver a la
s dos, regrese todos los días. Solo en mi piso, desolado como doliente enamorado y
al borde del dolor mas cruel, golpearon a la puerta y gritaron ¡sorpresa¡ No solo r
egresaron ellas, venían acompañadas de otras tres chicas. Alegres y fuera de si, me
presentaron y cenamos todos juntos esa noche. Tres chicas jóvenes que solo tenían la
opción de viajar a otro país, donde no ser acosadas. Tras compartir esos días, como e
spectador de ritos ajenos a mis sentidos, prepararon su equipaje y viajaron a ir
landa del norte. Nosotros quedamos otra vez solos ante el destino.

Tanta la confusión y tantos los años de mi propia vida, ajena a cualquier deta
lle compartido, pero como secreto y antes de cumplir los cuarenta, me toco rendi
r cuentas a mi pasado. Julieta y Sasha, tras su detención, dedicaron las veinticua
tro horas a trabajar. Fue la más horrible de las carnicerías, verlas ser acosadas po
r hombres jóvenes, viejos, negros, mujeres. Verlas como dejaban de ser las niñas que
conocí, ya hace más de un año. Como muestra del dolor ajeno y como presente a su padr
e, había comprado un Montecristo, para que lo mordiera en privado, cuando viera lo
que quedaba de su hija. Puro que mordí yo a su titulo, pues ya no había más que esper
ar. El final. Y deteniéndome en este punto, para ir a por más velas, para continuar
escribiendo y así poder centrarme en lo que no es de este mundo. Pues estas velas,
que me dejaba una mujer, que custodiaba la ermita de legionarios y de sueños inmo
rtales de la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte. Fueron los que iban a velar e
n mi caso, la buena muerte que, no se reflejaba en la cotidianidad de lo que co
mpartía en esta ciudad. Se refería a la cruz que había cargado recién cumplido los veint
itrés. Invisible y aterradora, mi buena muerte, me poseyó en la juventud, me invadió l
os sentidos y puso precio a mi alma. Una carrera de minutos, meses, veranos, cu
mpleaños no cumplidos y de miles de kilómetros, para escapar, de la sombra que se em
peñó en dejarme totalmente solo y a oscuras, poseído por lo que en este universo, no t
enía más solución que asumir la rendición. Había decidido desde hacía muchos años atrás, no
otro más de eso innombrable, que no consiguen ser y estar o si fuese necesario, po
der dormir para siempre, al otro lado del espejo. Una tarde de domingo, a solas,
ordenando unos poemas y no sin cierta ansiedad, de algo que no deseaba, sin tri
stezas en exceso, me conseguí un cóctel mortal. Estirado en la alfombra del salón y si
n aviso previo, me prepare a trascender, para encontrarme con esos sueños y deseos
, que había acumulado en todos estos años de inútil espera. Como trece o como muerte q
ue precede a la vida, no fui testigo de gritos ni llantos, pues simplemente, me
fui o escape sin pretenderlo, a la vida de los dedos que escriben esta la presen
te, en este espejo viviente. Con velas consumidas y sin estar, desperté al terce
r día, mi miércoles de resurrección, durmiendo mi sueño eterno, junto a Julieta y Sasha,
las que dormidas una a cada lado mío, velando la muerte de nadie. Sin poder pedir
auxilio, y como acto de brujería, mis dos delincuentes juveniles y un sereno peca
dor, desperté en un plano, donde ya no reconocí a nadie. Como mudo testigo o por la
suma de mis actos, fui reinsertado como recitaba antes, en esta segunda o enésima
vida, para vengar o hacer justicia de tanta crueldad, amen de las cruces que lle
ve desde la más temprana edad. Sin recuerdos del sueño, note el cambio en mí. Algo mur
ió y algo renació en lo mas profundo de lo indefinible, pero manteniendo lo que me a
ferró a mi mundo primero,

Inocente del festín de la muerte, desperté o mejor dicho, empecé a despertar y tarde o
tardare mas de mil años en conseguirlo, pero dejando la huella, para que me relat
en en otro plano, y lloro en ojos de otros, lo que ya no está. La ausencia de todo
y la existencia de todo, en eso que llaman multiuniversos paralelos, asomando l
a pluma para devolverme eso que causo tanto dolor a quienes ya no están, destellan
do en la mente del compromiso de la autora de este relato, de este espacio que t
iene números y colores, en el que me censuro, pues las letras, relatan lo contado
o vividos, por los amores y las penas de miles de horas compartidas con el autor
, y de la eternidad de quienes se amaron entre lluvias y el frió de los huesos can
sados, oyendo y viendo, algo que también va conmigo, pues aun duermen los tres.
Capitulo ocho
Quizás debería relatar todos los cambios que padeció Gabriel, cada dolor, calambre, pe
sadillas o como hubo de aprender a caminar entre los espejos y saber defenderse
del mal ajeno. Conseguir caminar guiándose, por lo que siempre lo guió, la belleza,
el amor o la injusticia, cosa que es imposible aprender, por lo que seguramente,
seguirá a merced de todos, pero armado de la sangre que ella derramo, sobre su pi
el desnuda, para que lo proteja. Pues antes de trascender, a solas y escondidas,
tomando una de las jeringuillas de Julieta, mezclo su sangre en sus venas, para
asegurarse, de que no solo sería testigo de su dolor, sino que se lo llevo para s
iempre consigo.
Capitulo nueve
Por un tiempo siguieron viviendo juntos los tres, hasta que Sacha volvió a ser det
enida y finalmente repatriada. No podría ser justo con ella, sin reconocer el amor
que sentía por ella. Si en casa hubo limites, los puso ella, tanto así que su respo
nsabilidad nunca tuvo límites. La dependencia o necesidad de volver a consumir su
dosis, o el inyectarla en el cuello, cuando Julieta, ya no podía, era responsabili
dad de Sasha o simplemente, entrar al dormitorio y ver como dormía con una pierna
encima de Julieta, como custodia de los sueños. Ahí, la última vez que la vio, entre g
ruesos barrotes, se abrazo al cuello llorando, recordándole. ¡Yo si te quiero¡ Estaba
hermosa, alta y con buena cara. Le partió en corazón verla partir, pero agradecido d
e no volver a ver lo que sus ojos vieron, cuando caminaba por la calle, como zom
bi, marcando el limite del infierno, y aun no cumplía los veinte tres. Cuando pien
sa el ella, suele comprar, eso que daba hambre en cualquier parte. Nata montada,
bañada en azúcar. Si recuerdo y extiendo el tiempo y meto la mano donde estoy autor
izado y la veo llegar delgada, meterse en mi cama y desconociendo la causa, y se
ntir la humedad al notar como mojaba las sabanas de orina y quedarme junto a ell
a, sintiendo el terror de algo que debía recordar. Y no fue la noche, fueron las
mil y una, como trece ciegos dormidos, que nunca dieron la hora, que había de ser
esculpido en el segundero, del infierno ya gastado. Ella hubo de enfrentarse to
dos los días, como guardiana y guerrera de alguien, que no permitiría nunca no dar s
u propia hora, luchando frente a frente y como dos gigantes, para poner su sello
, el limite, de la justicia que nunca llego, en medio de la peor carnicería que pu
de imaginar. Ahora seríamos solo dos
Capitulo diez
Ya nunca mas reconocí a Julieta, ni su risa, ni su sueño, que no volvió disfrutar. Sol
o pelear y pelear hasta la extenuación. Solo dejando espacio para las habituales h
eridas, que su delgado cuerpo acumulaba, pero que ya no eran de este mundo. Así el
deje a ella y su locura, la condena que nunca busco.

Si es pertinente señalar, que mientras Gabriel, sufría las molestias habituales, las
que no le dejaban defender su nombre y las motivaciones o las circunstancias de
tanta locura, que una vecina, amiga de una cuñada madrileña, entrada en maldad y en
vidia, que casualmente vivía en la primera planta, alimentó a una mujer, para ponerl
e coto a esta familia, denunciándolo, de robo con fuerza, mientras estaba en casa
con Julieta, y conversando con una de sus cuñadas en el extranjero. Esa excusa abr
ió las puertas del infierno, que nos mantendrán siempre lejos, pues vinieron a por e
l y tras obligarlo a confesar y siendo trasladado a los calabozos de la localida
d, fue sorpresivamente liberado y al llegar a casa, encontró a Julieta, cometiendo
el ultimo acto que un ser podría cometer, cuando buscaba no morir nunca. Y siguie
ndo en boca ajena, me la encontré, estirada en la cocina, sangrando por la nariz,
victima de una sobredosis, clamando al cielo como lo había hecho yo. La loba que n
unca dejo de defender sus cosas, se revelo como un ángel del infierno, para dejar
claro, que ella no lo iba a permitir. Luego de esto ambos cambiamos a mas y qui
zás a mejor, pero vagando como aprendices de vampiros, en lo relativo a aprender a
estar y no mirar. Creo recordar que dejó, sin terminar de escribir, un nombre, en
un trozo de papel. Roman… Rusa de origen y escondida con sus peores ropas como la
primera noche que la vi, de familia acaudalada, de finos modales y caros gustos
, dejó esa como epitafio. Yo regresando de tanta locura, como siempre, terminé vivie
ndo como custodio de un profesor de música, la mejor excusa, para olvidar, lo que
nunca ocurrió. Me centre en mi, en el, y pasaron años de aislamiento, preparando la
reaparición. Años donde ya sin familia, amigos, fui responsable y victima también de l
os tiempos, hasta que finalmente, tras estudios, miles de horas, donde deje, lo
que me quedaba de visión, forzando la espalda, para esculpir un ángel.
Para concluir he de incluir, los que fueron sus primeros pasos, tras salir a la
luz blanca, por primera vez. Pues ya totalmente transformado, escondido por el p
aso de otros lo vi, en brazos de una hermosa sonrisa de cincuenta y tres, mientr
as rompía barreras, amando y seduciendo la noche, sin ser conciente que lo confun
dían con otro, pero, así aprendiendo de nuevo, se agotaba desnudo y sin dormir, una,
dos, diez y mas veces, cada noche, para escapar como si lo poseyese, un especie
de animal salvaje, que no podía ser retenido, cual unicornio de un bosque encanta
do, que lo secuestraba, pasada la media noche. Luego vino otra joven mujer, que
haciendo todo lo posible para retenerlo, sin besarlo y sin entregarse, más que pro
metiendo lo imposible, lo atrajo a su casa, para escapar al día siguiente. Finalme
nte, ya casi centrandome otra vez en el mismo, se encontró frente a la tercera muj
er en un año, que creyó, seria la definitiva. Pero es más que eso.

Es la maldición de todas las que vengan después o una condena por estar con ella.
Esculpida en el mas allá, rubia, delgada, criada en la capital del reino, en la c
alle mas cara y según dice ella, a espaldas suyas, hace mucho tiempo le esperaba,
mientras Mari, se desnuda de todos sus hechizos, para dar con el hombre o el cadáv
er, y escapar. Así se dejo seducir y amar, incluso reconocer, la parte de su refle
jo, cuando una tarde grito, con el mismo acento de Julieta, ¡Gabriel¡ Gabriel. Dice
desear tener mucho dinero, ser más bonita la próxima vez. Gabriel la prefiere como l
a dueña del mundo, la ofrenda del reino o el mismo demonio vestida de verde. Quiza
s sería más específico, transcribiendo su última carta que le escribió Gabriel. La muerte,
un ángel, un coche gris plata en la mañana mas abandonada de este invierno. Sentada
ella, sentado el. El motor detenido y circulando por calles grises, con ese ref
lejo invernal. Ella en silencio casi conteniendo una sonrisa tan natural, que re
velaba el ambiente o misterio, que envolvió, ese paseo con la rosa mística, después de
haber dormido con ella, después de haberla visto volar vestida de piel. Rubia mel
ena y cuerpo blanco, que escondía una mujer alta y serena, que se entrego dos noch
es y que ahora reía, entre miradas, entre veneno, entre sudores y bao, que empañaban
los cristales. Vuelvo a poner el BMW en movimiento, que ésta mañana, solo circula p
or los laberintos, de la cornisa del amor, sembrando este santo instante, para p
rotegernos de cualquier mal deseo, para que solo haya espacio, para vivir esta m
añana. Arrastrados en una carroza tirada por ciento quince caballos, para morir so
stenidos por la mano divina y ser perdonados, por el tiempo que no era nuestro.
Tanta la humedad y tanto el rocío, que

Lentamente, como empujados por mágicos caballos, nos desplazamos, por el no querer
despertar, recorriendo los últimos metros, esquivando el tráfico, pasando inadvert
idos, muy lento, invadidos por miles de miradas, que se cruzan, mientras nos des
pedimos sin sombra. La alfombra de la ciudad, deja entrever una rubia y encendid
a melena y el peor de sus hechizos, un cerebro de otro mundo, que arremetía contra
todo ser mortal, algo más que mi sentencia color rosa, pues antes de llegar, mi
pálido rostro, vestido de pesadilla, percibió, el precio de mi paseo, el roció de mi a
spiración angelical, preparándome para olvidar y no poder evitar contener mi dolor.
Empezando a reordenar, pesando el precio del amor, la certera muerte del amor pr
imero, el olvido, la ceguera, despertando de este viaje, donde partí como niño, de e
ste sueño que se aleja también, de toda mirada, para ver descender, mi estandarte, r
osa en mano, gritándome, Gabriel aquí no puedo besarte. Como ultimo aliento del conj
uro de mi compañera, se desaparece tras los cristales de la gran pecera. Yo muero
como suspendido por mi dolor, inconciente, como asaltado en el cielo, sufriendo
la furia de la separación y a pesar de mis pesadillas, de verla reírse, verla desnud
arse, la veo caminando por las calles, subida, en paradas escondidas, envenenada
de su magia, para poder volver a viajar los dos otra vez como mortales, para c
aminar despiertos de pesadillas, de hechizos, de brujos, brujas, hechiceras y ma
gos, que se sumaron en abrazos, se casaron a escondidas, para sellar el camino d
e la coronación de una virgen, la atalaya de mi sentencia, el espacio para dormir
con ella, espalda con espalda, como niños de trece, mientras sigo despertando de l
os vapores de esta mañana sombría, donde el galope de docenas de caballos y los azot
es, que reciben mis nuevos sentidos, me han hecho escupir y gemir el veneno. Y
como Romeo no está Julieta, no la oigo, no la siento, no la veo. No esta mas que
como fiebres del precio por verla, para morir, pues quizás no pueda o no deba y si
n saberlo y sin despertar, me muero por ella, envenenado del único hechizo, que no
s protegió, por verla y verme. Sin previo aviso, como sentencia de un camino que n
o esta escrito, en un mundo donde mis ojos no escuchan las muertas palabras, com
o cinco de copas, solo con el espacio de tu vientre, me confundo envenenado de d
olor, mientras termino de despertar, caminando seguro y entero, por un bosque e
ncantado, con un futuro, que nunca imagine, cargado como demonio justiciero, po
r no poder ver mas que la maldad, la envidia, los celos, de todos los espejos ro
tos. Mientras Gabriel cuida eso que es su nuevo arte, enseñar el amor robado en l
o que siempre será, la joya que traje del cielo, para sostener los restos, amarra
do a ese palo mayor, que conduce el ultimo viaje, entre dos ejércitos que no se pe
rdonan, intentando no ser alcanzado.

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