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Para ser capaces de responder a esa amplia y acuciante cuestión habría que hacer algunas
precisiones previas. Primero en términos geográficos, el Estado de Bienestar –como es bien
sabido- es una institución que existió fundamentalmente en Europa occidental, alcanzando
diversos niveles de cobertura y éxito en la protección del riesgo social en los países industriales. En
América Latina es engorroso hablar de Estado de Bienestar (como señala la autora Melisa
Campana) y más bien habría que referirse a la “constelaciones de prácticas que orientan y asignan
recursos” para la protección social que no siempre ha sido liderada por el Estado. Esto genera
importantes diferencias en tanto que no es lo mismo reconstruir o adaptar una serie de
instituciones (desmanteladas por el neoliberalismo) que tener la tarea crear dichas instituciones.
En segundo término, responder a esta pregunta (que por motivos de espacio e interés se centrará
en la situación latinoamericana) supone hacer una revisión de las posibilidades económicas,
políticas e históricas que viabilizan u obstaculizan el desarrollo de dicha institución (o
instituciones), tomando en consideración que tal como señala Laura Tavares, estos mecanismos
deben servir tanto para la protección social como para la reducción de la desigualdad social a
través de la redistribución en nuestras latitudes (a lo cual se puede esperar resistencias). En
términos económicos la oposición se ha encontrado siempre del lado del pensamiento del
liberalismo económico que plantea entre otros factores el alto costo del sostenimiento de dichas
instituciones, la ineficiencia (y corrupción) del Estado a la hora de gerenciarlas y los efectos
nocivos en la sociedad y el trabajo de una alta intensidad en los sistemas de protección. Dejando a
un lado estos planteamientos, Laura Tavares comenta las limitaciones, en términos de su coste y
aplicación técnica, que sirven como principales argumentos para oponerse a la cobertura universal
en la protección social. En primer lugar se encontraría el coste de dicha cobertura, sin embargo,
siguiendo a nuestra autora esta cobertura (al menos hasta la fecha donde pudo continuar ese
estudio) podía alcanzarse a costo relativamente bajo del PIB en una cierta cantidad de países
latinoamericanos (0,5% en Jamaica; 0,8 Bahamas; 2,9% en Venezuela; 5,4% en México y Brasil), en
otros parece efectivamente muy alto (Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Colombia).
Un segundo problema tiene que ver con los aportes que cada actor social da para la protección
dado el alto nivel de ocupación informal que se encuentra en la región. Tal como se señala en el
texto Tavares “La relación asalariada formalizada [tal como los países centrales, con la enorme
diferencia entre los mercados de trabajo e (sic.) esos países y los nuestros] ha sido la base sobre la
cual se construyeron las instituciones de seguridad social en la América Latina, constituyéndose,
por lo tanto, en uno de sus principales limitantes a su expansión y, sobre todo, a su
universalización”. Sin embargo, lo cierto también es que cuando se impone una mayor
contribuidor al empleador (lo cual ha dejado ocurrir desde los 80 debido a la ampliación del
sistema neoliberal en la región), en muchos casos eso termina por repercutir en el consumidor (es
decir, todos y todas por igual seamos empleados formales o no) dado que aumentan el costo del
producto para cubrir lo “perdido” en asegurar a los empleados. En este sentido todos terminamos
contribuyendo de forma directa o indirecta a sostener una protección universal (No obstante,
habría que pensar si la inflación generada por dicha situación no se convertiría en una limitante
tanto económica como política para su implementación).
Por último, la evasión es uno de los últimos elementos que más sobresalen a la hora de garantizar
la posibilidad de sostener una cobertura universal en la protección social. Sin embargo, si bien no
es mencionado, esto es principalmente un problema político, el esfuerzo que realiza el estado para
hacer seguimiento y tener leyes ajustadas que impidan, dificulten y persigan la evasión.
En conclusión, lo cierto es que la realización de una cobertura universal de protección social (más
que un Estado de Bienestar que como hemos visto es un concepto problemático) tiene diferentes
dificultades pero ninguna insalvable. No obstante las condiciones políticas e históricas
(principalmente en torno al desmantelamiento de dicha protección por parte de las políticas
neoliberales) lo hacen una tarea que demanda un gran esfuerzo. A esto debe sumarse el sistema
globalizado actual que dificulta la tarea de recaudar impuestos dada la enorme movilidad
empresarial y financiera (Habermas explicaba estas dificultades en su texto “Problemas de
legitimación del capitalismo tardío” que si bien está centrado en los efectos en las economías
centrales tiene efectos parecidos en la periferia).