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3/12/2017 Yo El Supremo visto por su autor y aproximaciones (*) - Edicion Impresa - ABC Color

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Su última novela Yo El Supremo ha comenzado a leerse en nuestro país, ha Harvard y por los Mayores
comenzado a ser revelada -como usted dice- en la cámara oscura de la Fabricantes. Únete ahora!
sensibilidad del lector . De seguro surgirán partidarios y opositores que los libros
polémicos y revulsivos como este suelen suscitar; sobre todo por estar ligado a una ins.world
de las figuras clave de nuestra historia, el Dictador Francia, un personaje a la vez
discutido, denostado y ensalzado. Al comienzo de este diálogo yo querría que usted
mismo explicase cuál es el vínculo o la relación que existe entre el personaje  
histórico y el personaje de su novela.
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-La relación entre el personaje histórico del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia
y el protagonista de la novela es la que existe entre la historia y el mito; es decir,
entre la realidad concreta y objetiva y el mundo de la imaginación, que a su modo es
otra realidad no menos válida que la primera, sólo que sus modos de expresión y sus
significaciones son diferentes.

La historia trabaja con documentos. Busca las pruebas testimoniales de tal o cual

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hecho, de tal o cual personaje. Tiene a la reconstrucción o por lo menos a la
interpretación de una época, de un proceso sociopolítico y cultural, de sus momentos
y figuras culminantes, lo más fielmente posible, en función de las constancias
documentales. Por lo tanto, la tarea del historiador es denotativa; es decir,
enunciativa, explicativa y, en el mejor de los casos, reveladora de las líneas de fuerza
de esas épocas y procesos cuyo sentido no es estático ni se congela en un solo
significado: no se da de una vez para siempre sino que es dinámico, dialéctico, si
usted quiere.

La tarea del narrador, en cambio, es connotativa. Tiende al relacionamiento de los


 
hechos, más allá y muchas veces prescindiendo y hasta rebelándose contra el
documento. Busca los signos reveladores de estos relacionamientos mediante las
alegorías y los símbolos connotando muchos sentidos a un mismo tiempo en un
haz de relaciones . Trata de instaurar una realidad mítica fundada en la
invención, en la fábula, que no pretende la distorsión de la verdad histórica sino una
revelación más profunda de los hechos, de los sentimientos y creencias colectivos.
Es esta especie de calidoscopio -que propone un sistema mítico o simbólico- la que
permite la visión de imágenes que se multiplican, entrecruzan, enriquecen y
concentran en el foco del mito. Es así como fueron elaborados los viejos textos
épicos y religiosos construidos sobre grandes mitos. De este modo es como los
narradores y poetas -aun los que se consideran más realistas- continúan hasta hoy
elaborando sus mundos de ficción cuya realidad imaginaria permite ver por espejo
en oscuro la realidad concreta.

En los mitos genuinos es donde se condensa y manifiesta con mayor fuerza y nitidez
la conciencia histórica y social de un pueblo; sobre todo en sociedades de estructura
primitiva y arcaica como nuestra sociedad mestiza.

Un espejo en oscuro

Un mito -sigue diciendo Roa Bastos- puede ser en apariencia un "espejo en oscuro",
pero su radiación es transparente y multiplicadora. La lectura histórica busca, por el
contrario, simplificar los hechos que de esta manera se tornan oscuros y pierden la
rica complejidad de vida y movimiento en que estuvieron insertados. Por ello el mito
está determinado por la naturaleza misma del lenguaje que es, en esencia, un sistema
de connotaciones y está generando constantemente nuevos sentidos y
significaciones. "Se diría que los universos mitológicos -dice Franz Boas- están
destinados a ser pulverizados apenas formados, para que de sus restos nazcan nuevos
universos".

El mito, como espejo roto, refleja en sus fragmentos nuevas imágenes reveladoras de
la riqueza y complejidad del mundo y de la vida. Por eso he utilizado ese
maravilloso versículo bíblico que expresa de un modo insuperable la mediación del
mito: Ver por espejo en oscuro los sentimientos, las creencias, los recuerdos y hasta
las premoniciones de una colectividad que se transmutan en una realidad
directamente vivida y sentida.

Historia y narrativa

- En una reunión con algunos de nuestros principales historiadores usted deslindó las
fronteras entre la historiografía y la narrativa y enunció los supuestos a partir de los
cuales elaboró su novela. No obstante eso, ¿cree usted posible que el lector
paraguayo, inmerso en la realidad y en la historia -que de algún modo están
fusionadas en su novela -pueda hacer esta distinción?

- En esa reunión con los historiadores yo traté de deslindar los respectivos campos de
la historiografía y la narrativa, y ellos se mostraron muy comprensivos con mis
puntos de vista.

Esta voluntad de comprensión por parte de los estudiosos de nuestra historia me


alentó muchísimo en lo que constituye una de las principales dificultades para el
narrador: la confusión frecuente en nuestro medio, de estas dos áreas de actividades
que se valen del lenguaje escrito pero cuyos métodos y objetivos son radicalmente
distintos. Los historiadores tratan de probar documentalmente los hechos. Los
narradores tratamos de re-probar los hechos míticamente, imaginariamente; es
decir, por una parte nos rebelamos, reprobamos, el documento escueto que sólo
muestra un fragmento de la verdad o de la realidad, y por otra, nos empeñamos en
volver a probar en re-presentar, la validez significativa de tales hechos en una
dimensión más profunda, nueva o inédita, desde otro ángulo, mediante distintas

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mediaciones.

En una sociedad como la nuestra, sometida a la tremenda presión de los hechos


históricos -la mayor parte de ellos adversos o traumáticos como, por ejemplo, la
guerra del 70-; nuestro encierro geopolítico, nuestro atraso sociocultural, etcétera, ha
proliferado, como no podía menos de suceder, la actividad historiográfica y ha
prevalecido sobre todos los otros campos de las conciencias del hombre, no
solamente sobre la literatura de ficción. Esto ha impedido como consecuencia
primera, la distinción de los géneros. La frecuentación casi exclusiva del ensayo de
carácter historiográfico o sociológico ha marcado fuertemente nuestros hábitos de
pensamiento y nuestros modos de lecturas. Creo que esta es precisamente una de las
causas, entre otras, que han dificultado el surgimiento de una actividad literaria
creativa, a tal punto que podemos decir que carecemos realmente de una literatura
novelesca, al menos en el sentido de un sistema organizado y coherente.

Como autor de narraciones imaginarias he tenido, en este aspecto, muchas


dificultades para la comprensión de mis obras, no ya al nivel del lector culto
únicamente -que habría podido establecer estos distingos- sino sobre todo al nivel
del lector medio.

Lluvia de críticas y censuras

Se me ha criticado y censurado -dice Roa Bastos-constantemente, por parte de unos


y otros, las falsedades; falsificaciones y distorsiones de la realidad, cuando
ellas habían sido deliberadamente deslizadas en el texto como pistas para el
lector con el propósito de orientarlo sobre el carácter imaginario o ficticio -mítico-
de la narración. No se captó o no se quiso comprender esta cantidad de
infracciones y transgresiones contra la realidad objetiva: cambios de nombres
de personajes, alteraciones toponímicas, superposición de hechos distintos y
distantes entre sí, etcétera.

Nadie tampoco captó o a nadie se le ocurrió intuir, al menos que yo sepa, ciertas
premoniciones subyacentes en algunos episodios imaginarios como, por ejemplo, el
del Cristo rebelde (de Hijo de Hombre ) que preanunciaban el cambio
histórico de la Iglesia con más de una década de anticipación, luego de Medellín,
donde se gestó el cambio de la Iglesia postconciliar con el surgimiento de una
teología y una praxis.

Es obvio que esta premonición no se debía en absoluto a una presunta capacidad


vaticinadora del novelista, a una profecía literaria , sino a la existencia de una
intuición colectiva condensada bajo el peso de la gran presión histórica. El mito
literario no hizo más que captar y expresar esta intuición colectiva que los propios
signos de la realidad social e institucional de la Iglesia preanunciaban claramente.
Como este, hay otros ejemplos similares en la misma novela Hijo de Hombre y
en mis obras anteriores que reflejan el carácter del trabajo o los modos de
producción de textos por narradores y poetas en el aprovechamiento de las
intuiciones y de los mitos colectivos.

Con respecto a Yo El Supremo temo que las dificultades para una lectura
desprejuiciada -en el buen sentido de la palabra- serán aun mucho mayores y, por
tanto, las consecuencias de impresión e intolerancia mucho más agudas e
indiscriminadas.

Una obra polémica

Usted ha leído el libro y convendrá conmigo -dice Roa Bastos- en que es una obra
polémica, cuestionadora de los valores establecidos; una de esas que parecieran
destinadas a producir alergias de todo tipo en los lectores. Le diría que cuento con
estas resistencias -para bien o para mal-; no sólo no me arredran sino que quizá las
he buscado deliberadamente. No he querido hacer un libro complaciente, una obra de
evasión o de entretenimiento para lectores ociosos, sino una obra de reflexión, de
crítica y de examen de conciencia para aquellos que hacen de la lectura un ejercicio
de ascesis y que están entrañablemente preocupados por los problemas y por el
destino de nuestro país. A ellos me he dirigido sin demandar por supuesto de
antemano su condescendencia ni su tolerancia, sino por el contrario, su rigor crítico.
Si este rigor crítico está regido por la ecuanimidad y la lucidez, mejor que mejor:
para el libro, para el compilador y para el lector.

Inmerso este lector en la historia y en la realidad que de algún modo están fusionadas

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en la novela, como usted bien dice, no puedo pretender que logre despegar
cómodamente esos dos universos que están imbricados uno en otro. Al lector
extranjero, que no se encuentra en esa situación, le resultará más fácil leer la novela
como una obra de imaginación, en la que la historia y los personajes históricos no
constituyen sino elementos de esta sola y única realidad imaginaria.

Por otra parte, mi fe en la capacidad de imaginación del lector es tan grande que, en
principio, me impide distinguir entre lector paraguayo y lector extranjero. Pienso que
hay una sola clase de lector, mediante el cual sobreviven los libros y son recreados
constantemente: el lector inteligente y sensible que hace de la lectura un acto de
vida. Para esta clase de lectores la naturaleza de un texto es una emoción que siente
en su esencia mítica, no algo que les permita reconstruir una época histórica
concebible en su superficie anecdótica solamente, sino también en lo que ella misma
tiene de mítico en la condensación de la experiencia colectiva.

No es una biografía novelada

- En los textos de presentación editorial se establece, entre otros conceptos, que Yo


El Supremo es una obra de imaginación creativa inspirada en los hechos reales
de la historia; no una mera biografía novelada; que se apoya en la fuerza simbólica
del mito para iluminar las dimensiones más secretas, los niveles más profundos de la
vida social . ¿Cuál es el concepto del mito como fuerza reveladora de la vida
social que, en su proyecto y en su sentir, orientó la elaboración de la novela?

- Aceptado el hecho de que Yo El Supremo es una obra de ficción inspirada en


los hechos concretos de la historia y no una mera biografía novelada, el concepto del
mito como fuerza reveladora de la vida social que orienta el proyecto y la
elaboración de la novela es en cierta manera el que acabamos de decir: plasmar en un
personaje mítico el cúmulo de los sentimientos y experiencias que ha condensado la
energía colectiva como fuerza reveladora de una intrahistoria social.

A mí me resulta difícil definir este concepto con relación a la novela de que


hablamos. Me encuentro muy cerca aún, impregnado profundamente por la fatigosa
experiencia de la elaboración del libro que me insumió cinco años de trabajos
forzados , diría con propiedad. Carezco de las perspectivas y del necesario
distanciamiento para juzgar esta obra, no ya como autor o compilador, sino incluso
como simple lector, sobre todo desde este complejo punto de vista.

El título y sus claves

- ¿De qué modo el título de la novela juega en esta relación entre la figura histórica y
el protagonista de la novela? Desdoblo aquí esta pregunta en dos: a) ¿Es realmente la
figura mítica del Doctor Francia, inspirada en el personaje histórico, el protagonista
de la novela?, y b) ¿Implica este título una clave significativa que permita interpretar
o descifrar de alguna manera el sentido profundo de la novela?

- La relación que el título de la novela establece entre el personaje histórico y el


personaje novelesco es justamente este nexo entre el yo individual y el él
colectivo. Yo-Supremo es El supremo porque está investido del poder
absoluto que la soberanía popular ha delegado en la persona del Dictador Perpetuo.
El título de la obra sólo revela su significado profundo con relación a la totalidad del
texto. Las reflexiones del Supremo acerca de esta relación YO/EL, son las que dan
este sentido del título y lo convierten en clave significativa.

Con respecto a su pregunta de si el Doctor Francia es el protagonista de la novela, no


cabe duda de que lo es, al menos como figura mítica central inspirada en el personaje
histórico. Mi proyecto de trabajo fue este; no sé si ha sido logrado. Esto lo juzgarán
los lectores.

Cómo nació Yo El Supremo y tomó forma el sueño despierto

- Para aclarar un poco más las cosas, ¿querría usted hablarnos de la génesis de esta
obra? ¿cuál fue su núcleo generador? ¿Cómo fue tomando forma el tema de eso que
usted denomina una especie de sueño despierto , de una obsesión casi onírica,
pesadillesca?

- No sabría explicarle con claridad el proceso íntimo en que se gestó o incubó este
proyecto narrativo. La génesis de las obras -más si pertenecen a la literatura de

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imaginación- por lo general suele ser oscura. Sólo sé decirle que la figura del Doctor
Francia, como núcleo generador de una narración, me rondó y tentó siempre
desde los comienzos de mi actividad literaria. Recordará usted que su figura aparece
ya en algunas de mis obras anteriores, especialmente en la primera parte de mi
novela Hijo de Hombre , en el relato de Macario, el anciano centenario que
representa la memoria viviente del pueblo.

Las palabras de Macario evocan y representan, es decir, vuelven a presentar el


recuerdo del Karai Guasu como una realidad directamente sentida. Lleva incluso su
apellido, Macario Francia y es presentado imaginariamente como hijo
mostrenco del Dictador Perpetuo, cuyo nombre, evocación o mito más se parecía
al color sombrío de una época y formaba su signo indeleble.

En mi hogar, en mi familia, como seguramente en casi todos los hogares paraguayos,


la hierática presencia del Karai Guasu era este color sombrío, esta marca inalterable
que, para bien o para mal, nos había sellado a todos. No era raro entonces que sí
figura mítica se me hubiera impuesto como una especie de esos sueños despiertos
que constituyen las obsesiones colectivas y en los cuales el durmiente puede contar o
narrar lo que sueña.

Tal vez de esta materia onírica, de esta actitud un poco sonámbula, se nutrió mi
antiguo y siempre demorado proyecto de escribir sobre el Doctor Francia una
narración imaginaria. Pero también sentía que un proyecto semejante desbordaba mis
limitaciones, consciente o inconscientemente, por las mismas razones incluso de que
hablábamos al comienzo: las dificultades que tenemos los paraguayos para deslindar
los campos específicos de la historiografía y de la literatura de imaginación.

Aparte de estos problemas, sospecho que la figura mítica del Doctor Francia
comporta para la sociedad paraguaya otros de sicología profunda acerca de los
cuales la antropología y la Sicología social podrían intentar estudios esclarecedores.

Me refiero concretamente a la figura del Padre que, a raíz de la tragedia del 70, debió
haber instaurado este mito de la carencia y, por tanto, de la necesidad de la presencia
paterna en el subconsciente de una sociedad mutilada traumáticamente de sus
hombres en una encrucijada de su historia; un trauma que continúa conflictuándola a
lo largo de un siglo.

(*) Resumen de la primera entrevista que otorgó Roa Bastos a poco tiempo de
haber aparecido Yo El Supremo en 1975.

(**) Vicepresidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.

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