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Una condena política ejemplarizante

“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo. (…) Porque soy como el


árbol talado que retoño: aun tengo la vida” (Miguel Hernández)

El 11 de setiembre, un día después que empezó la Huelga 10-S, Carlos Andrés


fue aprehendido por la Fuerza Pública.

Pero, ¿quién es Carlos Andrés? Carlos Andrés es un trabajador de 27 años,


curtido por el sol del Caribe, con más de 8 años de laborar en las instalaciones de
Recope, en la localidad de Moín.

Carlos Andrés fue acusado por el Ministerio Público, quien el 27 de noviembre


último, fue sentenciado por el Tribunal de Flagrancia de Limón, por daño
agravado, contra una esfera de almacenamiento de gas de la planta de Moín,
cuyas circunstancias -por cierto, bastante contradictorias en el pronunciamiento
judicial-, se desarrollaron en el marco de la huelga nacional convocada por los
sindicatos, contra la ahora Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas.

Carlos Andrés fue condenado a 2 años de prisión, cuya sentencia le denegó el


beneficio de la ejecución condicional de la pena e inhabilitó para el ejercicio de
cualquier cargo público por un período de 10 años. Además, ordenó su prisión
preventiva por un plazo de 6 meses, mientras queda firme semejante gazapo
judicial.

La sentencia dictada contra Carlos Andrés, en un juicio sumario, está plagada de


yerros jurídicos y prejuicios ideológicos, fundada en especulaciones policiales,
ayunas de todo respaldo probatorio, que violentaron el debido proceso y el
derecho de defensa, a contrapelo del artículo 39, 40 y 41 de la Constitución
Política, artículo 8 de la Convención Americana de Derechos Humanos, en
relación con el artículo 60 del Código Penal y artículo 1, 3, 6, 10 del Código
Procesal Penal.
La historia nos demuestra que esta suerte de vicios procesales y de fondo, son
una constante en esta especie de procesos, que se transmutan en verdaderos
juicios políticos, en los que los jueces terminan subordinándose al linchamiento
mediático y político, que valga recordar que el propio Presidente de la República
demandó mano dura contra este trabajador de RECOPE, aplaudido hasta con las
orejas por los medios de comunicación colectiva que todos conocemos.

Pero, por otro lado, la denegación del beneficio de la ejecución condicional de la


pena y la imposición de la prisión preventiva, es totalmente ilegítima y
desproporcionada, una afrenta más al famélico Estado Social de Derecho,
sostenido apenas con respiración artificial.

El encarcelamiento arbitrario de Carlos Andrés no tiene fundamento legal, porque


se le impuso una pena inferior de tres años, quien tiene domicilio estable, trabajo
fijo, arraigo familiar y además, no tiene ningún antecedente penal.

La privación de libertad debe ser una medida excepcional, que en este asunto no
tiene justificación legítima la condena que se le impuso a Carlos Andrés y mucho
menos, la desproporcionada prisión preventiva.

La prisión degrada, estigmatiza, cuyas consecuencias sufre la familia de la


persona recluida. Carlos Andrés no se merece este infame vejamen.

Entonces, ¿qué razones privaron para negar a este humilde y joven trabajador el
beneficio de la ejecución condicional de la pena y ordenar su prisión preventiva?
No queda la menor duda que el interés que prevaleció fue, de una parte, castigar
injustamente la participación de un obrero en la lucha social, sin padrinos políticos
que recurran presurosos a su auxilio y de otra parte, mandar una inequívoca
advertencia contra las huelgas y la protesta social; es decir, una sentencia
ejemplarizante que pretende amedrentar a la ciudadanía, cada vez más
disconforme con las cosas que están pasando en este descarrilado país.
Desafortunadamente, la política criminal costarricense se viene decantando por un
uso excesivo de la prisión preventiva, reflejo de un Estado Policial que receta
cárcel y macana, como mecanismo reactivo de “resolución” de los conflictos
sociales que se van acumulando y agudizando en todo el territorio nacional, pero
que tarde o temprano serán incontenibles.

La familia de Carlos Andrés extrañará su tangible ausencia en la Noche de


Navidad. Su hijo, con el corazón partido, no renuncia a la esperanza de que en el
último minuto, se le cumpla el único sueño, que ahora más que nunca quiere se
haga realidad, para siempre.

Mientras tanto, en el Centro Penal Sandoval, donde está injustamente


encarcelado, pasarán por la mente de este muchacho tantos recuerdos de su
infancia, de juventud, aguijoneados por el fantasma de la Libertad, mientras sus
verdugos y carceleros montarán la juerga, hasta embriagar lo poco que les queda
de conciencia.

El encarcelamiento de Carlos Andrés no nos puede ser ajeno. Su libertad es una


responsabilidad moral, que tenemos quienes sentimos y pensamos que las cosas
no pueden seguir así, en la suiza centroamericana de la pura vida.

¡Libertad inmediata para Carlos Andrés¡

Manuel Hernández

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