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31/Octubre/2018
El propio latín tenía ya el germen de la diferenciación dialectal debido a causas
Tíber por todo el territorio que formó la Romania y su sobreposición a las lenguas de los
pueblos sometidos, creó para el quinto siglo de nuestra era considerables diferencias
Mientras Roma permitió que a la unidad política correspondiese una unidad lingüística, las
variedades del latín no pasaron de diferencias regionales que apenas se pueden entrever.
Pero en cuanto este solo centro político fue substituido por otros aglomerados, cada uno de
estos inició una atracción hacia sí mismo de la que resultó el nuevo mundo lingüístico
neolatino.
medieval. Pero en tanto que podemos identificar con suficiente certeza los mas antiguos
testimonios de cada una de las variedades, debemos limitarnos a examinar los escritos, los
del aspecto hablado de cada lengua neolatina en su período de origen muchas veces es
imposible.
más lenguas cuando son continuación de una sola lengua más antigua.
Pero una cosa es demostrar la afinidad de dos o más lenguas y otra establecer una
se tienen de las relaciones reciprocas entre las diferentes variedades. Aun si nos basamos
trazar límites claros entre las lenguas afines, un confín seguro solamente se tendrá entre
variedades neolatinas en cuatro grandes grupos a su vez subdivididos en más, cada uno
con sus características peculiares; y dónde el Dalmático representaría un “puente” entre los
grupos Balcánico e Itálico, así como el Catalán haría lo propio entre el Galo y el Ibérico.
Por lo demás, la transición entre un grupo y otro es gradual y la diferencia entre “lengua”
y “dialecto” es un problema más bien histórico y político que científico. Procediendo de este
complejo y difícilmente podría ser zanjado, pues los apectos en los que se puede analizar
la situación no sólo son varios sino que rara vez corresponden a modelos lineares, es decir,
si hablamos de un aspecto histórico externo nos hallaremos con lo que sabe todo historiador:
no son uno sino varios factores los que se desarrollan y éstos pueden resultar difíciles de
seguir. Así por ejemplo, resultará algo soso clasificar las variantes según su pertenencia a
tal o cual provincia romana, pues ni éstas fueron las mismas a lo largo de la existencia de
una unidad política romana, ni, en todo caso, tuvieron el mismo destino al fragmentarse. Lo
ello, que por sí sólo no es poco, se aúnan dos cosas: por un lado, un contacto entre los
pertenencia de éstas. Este contacto, además, rara vez fue interrumpido de manera total y
lado, más lamentable, tenemos la persistente carencia de evidencia en uno u otro sentido,
respuesta natural a la ruptura cultural que para empezar originó las propias lenguas
romances.
delimitado muy bien el objetivo con el que se pretende realizar está acción, ser consciente
del alcance de los resultados y, de preferencia, enfocarlo sólo a un aspecto. Creo que sólo
así, aún si no es sólo mediante el criterio de filiación, resultarían útiles estos estudios
generar una clasificación absoluta, y aún creo que es importante no asumir a priori que ésta
es posible.
En cuanto al texto en sí, si bien Tagliavini da mejor noticia sobre las diversas variedades
romances, en contraste con los textos anteriores, y quizás incluso da un trato menos
propia idiosincrasia dándole un tratamiento meticuloso a los casos francés e italiano (y que
pueden llegar a niveles absurdos en el caso del último) mientras trata con superficialidad
En este sentido, creo que resulta más útil la visión de Alonso de ir separando los grupos
que hace Tagliavini. Tampoco deja de ser interesante las descripciones tipológicas que hace
de cada grupo, aunque igualmente creo que peca de inconsistencia al hacerlo. Todas estas
cuestiones, sin embargo, creo que en el fondo son dispensables debido a la intención
tarea.