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111 D.P.R. 647 (1981) PUEBLO V.

RIOS NOGUERAS

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO


EL PUEBLO DE PUERTO RICO, peticionario
vs.
HENRY RIOS NOGUERAS, acusado y recurrido
Núm. O-81-310
111 D.P.R. 647
30 de octubre de 1981

PETICIÓN DE CERTIORARI para revisar una RESOLUCIÓN de Elpidio Batista Ortiz, J.


(San Juan), que declara inadmisible el testimonio anterior de un testigo no disponible por voz
de un fiscal como testigo. Se expide el auto y se revoca la resolución recurrida.

APOSTILLA
1. REGLAS DE EVIDENCIA--DISPOSICIONES GENERALES--REGLAS DE
EVIDENCIA--EN GENERAL.
El fin último de las Reglas de Evidencia es el descubrimiento de la verdad en todos los
procedimientos judiciales.
2. ID.--PRUEBA DE REFERENCIA--NO DISPONIBILIDAD DEL TESTIGO--
DECLARANTE “NO DISPONIBLE COMO TESTIGO”--EVIDENCIA ADMISIBLE POR
EXCEPCIÓN--EXCEPCIONES RECONOCIDAS--TESTIMONIO ANTERIOR.
Para que sea admisible en un juicio criminal el testimonio anterior de un testigo no disponible
para el mismo--en este caso, testimonio vertido en una vista preliminar celebrada al amparo
de la Regla 23 de Procedimiento Criminal--es necesario que se satisfagan los siguientes
requisitos: (a) que la vista en la cual declaró anteriormente el testigo tenga carácter judicial,
de modo que sus procedimientos puedan relatarse o citarse como lo actuado ante un tribunal;
(b) que el testigo haya declarado en dicha vista bajo juramento; (c) que el acusado haya
tenido asistencia de abogado en dicha vista; y (d ) que el acusado haya tenido oportunidad de
contrainterrogar al testigo.
3. ID.--ID.--ID.--ID.--ID.--ID.--ID.
Cuando el método utiliza para presentar en evidencia el testimonio anterior de un testigo no
disponible para declarar en un juicio es la reproducción oral de su testimonio por voz de otro
testigo--en este caso, un fiscal que estuvo presente y vio y escuchó el testimonio prestado por
el testigo en la ocasión anterior--entonces la declaración del testigo presente que lo escuchó
es suficiente si de modo sustancial reproduce los hechos esenciales en la declaración del
testigo ausente del juicio.
4. ID.--TESTIGOS--CREDIBILIDAD E IMPUGNACIÓN--IMPUGNACIÓN DE LA
CREDIBILIDAD--EN GENERAL.
El testimonio y prueba de referenci de un testigo que reproduce en forma oral la declaración
anterior de otro testigo no disponible para el juicio, está sujeto a impugnación de la
credibilidad del declarante bajo las especiales disposiciones de la Regla 67 de Evidencia.

Héctor Colón Cruz, Procurador General, y Américo Serra, Procurador General Auxiliar,
abogados del peticionario.
Carmen Ana Rodríguez Maldonado, Mario A. Rodríguez y Rafael Santiago Becerra, de
la Sociedad para Asistencia Legal, abogados del recurrido.

OPINIÓN DEL JUEZ DÍAZ CRUZ


En el curso de la investigación de la muerte violenta de Miguel A. Fernández Hardouín,
ocurrida el 22 julio, 1978 el testigo Francisco Lassen Sánchez prestó declaración ante el fiscal
Sr. Wilfredo Rodríguez Figueroa en la que en síntesis expuso bajo juramento:1 Que mientras
tomaba un refresco en el negocio del Greco frente al caserío donde vivía, vio allí al recurrido
Henry y a uno conocido por “Papo”, cuando se acercó uno del mismo residencial conocido
como “El Esgollao” e increpó a Papo y a Henry diciéndoles: “Bueno, qué pasa con ustedes,
van a estar toda la noche para hacer una tontería como esa, o es que con ustedes ya no se
puede contar para nada.” Que Henry (el recurrido) le contestó “que estaba bien, que se iban
ahora”. Regresó el testigo a su apartamento pero salió otra vez a comprar un sandwich y un
refresco en “Cecilia”s” para su esposa, y estando allí vio llegar en dos ocasiones a Papo y
Henry (el recurrido) en una guagua blanca; que el testigo se juntó con ellos cuando éstos se
dirigieron al apartamento de Henry en el mismo residencial para “curarse”2 y allí le aguantó
la goma a Henry (Ríos Nogueras) y le preguntó para dónde iban a lo que (el recurrido)
contestó “que iban por ahí a arreglar un asunto que tenían, o sea, un negocio”; que el testigo
se ofreció a acompañarlos y se montó en la parte de atrás de la guagua separada del frente
por una tela metálica, Papo tomó el guía y Henry se sentó a su lado; vio un bulto en el asiento
delantero, cubierto por dos patas de pantalón; que la guagua tomó una ruta errática hasta que
en determinado momento el testigo se percató de que perseguían un automóvil, y cuando
llegaron a un final de calle en el área de Urb. El [P649] Remanso “Henry le dijo a Papo que
se parara, y ahí mientras le decía párate, párate, estaba sacando un rifle que tenía en el bulto
que yo ví, y ahí se viró en dirección hacia afuera y puso el rifle en la ventana de la guagua y
ahí mismo comenzó a disparar. . . . Inmediatamente después de los disparos, Henry le dijo a
Papo, embolla, embolla y ahí arrancaron la guagua. Cuando Papo arrancó la guagua, pues ahí
yo veo que Henry se bajó y recogió los casquillos y los tiró hacia afuera de la guagua. De ahí
cogimos una ruta y salimos frente a los almacenes Sears de Cupey”. Que el ataque a tiros
tuvo lugar a las 10:00 de la noche; que en ese momento nadie se bajó de la guagua y que
Henry disparó desde su asiento en el vehículo muchas veces; “[s]e volvió loco disparando”.
Que al regreso el testigo preguntó “qué pasó, que por qué ellos estaban disparando [y] Henry
me contestó que me olvidara de eso, que ellos sabían lo que ellos estaban haciendo”.
Con este testimonio de Lassen Sánchez en juicio, el conductor de la guagua conocido por
Papo y cuyo nombre es Alfonso Luis Otero Alejandro fue convicto de asesinato en primer
grado e infracción de los Arts. 5 y 8A, Ley de Armas, sentencia que este Tribunal
confirmó per curiam el 20 junio, 1980. Pueblo v. Otero Alejandro, 110 D.P.R. 34 (1980).
Antes del juicio el testigo Lassen había declarado en iguales términos en la vista preliminar
del caso contra- Otero Alejandro, alias Papo, y en ambas ocasiones fue contrainterrogado por
la defensa de éste. También fue contrainterrogado en la vista preliminar de este caso, llevado
separadamente, por la defensa de Henry Ríos Nogueras imputado autor directo del crimen y
aquí recurrido. Al llamarse para juicio el caso contra este segundo acusado, el ministerio
público anunció que no podría presentar su testigo esencial Lassen Sánchez pues lo habían
asesinado el día antes en la Cárcel Regional de Bayamón, donde se le había recluido en
sumaria por cargos de tentativa de apropiación ilegal agravada y desacato al tribunal.
Solicitó [P650] el Pueblo de Puerto Rico que en sustitución de dicho testimonio directo, no
disponible por la más radical causa de imposibilidad de comparecer, que es la muerte, se
admita como prueba de referencia el relato de ese testimonio según vertido en la vista
preliminar, por el Fiscal Sr. Wilfredo Rodríguez Figueroa, desde un principio a cargo de la
investigación de este caso y quien había oído la invariable declaración del testigo occiso en
no menos de cuatro ocasiones: en la temprana etapa de investigación en que tomó declaración
jurada al testigo en Fiscalía; en la vista preliminar de la acusación contra Otero Alejandro
alias Papo; en el juicio seguido a éste; y en la vista preliminar de la acusación contra el
imputado de disparar RíosNogueras, aquí recurrido, en cuyas tres últimas instancias también
presenció y escuchó dicho fiscal el contrainterrogatorio de los abogados defensores de uno y
otro acusado. Ofreció también el ministerio público la transcripción del testimonio de Lassen
en el juicio de Otero Alejandro. Para resolver sobre admisibilidad de este testimonio de
referencia, en el Tribunal Superior hubo vista que tomó los días 31 octubre, y 3, 5 y 6
noviembre, 1980.3 En la vista el Fiscal Rodríguez Figueroa reprodujo en sus propias
palabras la declaración de Lassen Sánchez en la vista preliminar contra el actual acusado
Henry Ríos Nogueras, tanto en el directo como en el contrainterrogatorio a que se había
sometido al testigo Lassen. El fiscal no tomó notas del examen directo que él mismo condujo
y al reproducir dicha parte del testimonio dependió de su recuerdo; para relatar lo declarado
por Lassen en el contrainterrogatorio, el fiscal utilizó las notas que había tomado mientras la
defensa repreguntaba. El Pueblo introdujo en evidencia esas notas, la transcripción del
testimonio de Lassen Sánchez en el juicio contra Otero Alejandro y la declaración jurada que
dicho testigo prestó ante el fiscal [P651] Rodríguez Figueroa al inicio de la investigación el
24 julio, 1978.
En 9 febrero, 1981 la sala de instancia dictó resolución en la que niega admisión en el juicio
del testimonio de Lassen Sánchez en vista preliminar, según reproducido por el fiscal.
Calificó el testimonio del fiscal como falto de confiabilidad porque “lo que se intenta
presentar como lo manifestado por el testigo en la vista preliminar son unas notas incompletas
y el recuerdo móas o menos impreciso del fiscal”. (Resolución pág. 21.)4 Concluye que sólo
sería admisible un récord taquigráfico o grabado de la vista preliminar, que no lo hay.
Asimismo excluyó como inadmisible en el juicio, la transcripción del testimonio de Lassen
Sánchez en el caso del acusado ya convicto Otero Alejandro, por no haber sido el
recurrido Ríos Nogueras parte en aquel juicio, y por tanto no haber tenido oportunidad de
contrainterrogar, a pesar de que la defensa de Otero contrainterrogó “con un interés y motivo
similar”5 al de Ríos, y ambos respondían a idéntica acusación por asesinato.
Al recurrir El Puebo en certiorari, el 4 junio, 1981 dictamos la siguiente resolución:
Se paralizan los procedimientos en instancia por el tiempo que tome la decisión de este
recurso.
El acusado recurrido tendrá de término hasta el 26 junio, 1981 para mostrar causa por la que
no deba anularse la resolución de 9 febrero, 1981 de la Sala de San Juan, que denegó la
admisión en evidencia del testimonio de Francisco Lassen Sánchez, principal testigo de cargo
fallecido, por voz del fiscal Sr. Wilfredo Rodríguez Figueroa.
El escrito contestación de la Sociedad para Asistencia Legal, que lleva la representación del
acusado reitera los [P652] razonamientos del juez de instancia, mas extiende la razón de
inadmisibilidad con argumento de que la vista preliminar y el juicio tienen distinto propósito;
que el contrainterrogatorio en una y otra etapa no es igual pues hay una diferencia en interés
o motivo entre la vista y el juicio.
Hemos examinado la transcripción de la declaración del Fiscal Rodríguez Figueroa,
compresiva del testimonio en vista preliminar del testigo fallecido Lassen Sánchez, y la
encontramos coincidente, más allá de sus elementos esenciales o substanciales con la extensa
declaración jurada prestada por el testigo Lasen en fiscalía sobre los hechos del día de autos,
22 julio, 1978, y que hemos esbozado al principio de esta opinión. Al referirse al
contrainterrogatorio, el fiscal declara que Lassen Sánchez ratificó los conocidos hechos
esenciales del caso. El fiscal presentó nueve carillas de nota por él tomadas de las
contestaciones del testigo Lassen en repregunta (T.E., págs. 52 a 63) que ponen de manifiesto
lo minucioso del examen a que la defensa sometió a Lassen.
En cuanto concierne a este caso, ordena la Regla 64 de Evidencia:
(B) Cuando el declarante no está disponible como testigo, es admisible como excepción a la
regla de prueba de referencia:
(1) Testimonio anterior : Un testimonio dado como testigo en otra vista o una deposición
tomada conforme a derecho del mismo u otro procedimiento, si es ofrecido contra una
persona que en la ocasión en que se hizo la declaración ofreció la misma para su beneficio o
tuvo la oportunidad de contrainterrogar al declarante con un interés y motivo similar al que
tiene en la vista.
[1] Esta regla, en sí una excepción a la prueba de referencia, responde al propósito general
de propiciar el acceso de la verdad a las salas de justicia, quitando obstáculos procesales que
en ocasiones crecen como barreras de inmunidad y derrotan el juicio justo. Ese fin aflora en
la Regla 2 de Evidencia que ordena: “Las disposiciones de [P653] estas reglas se
interpretarán flexiblemente y de forma que garanticen una solución justa, rápida y económica
a cualquier problema evidenciario. El fin último de estas reglas es el descubrimiento de la
verdad en todos los procedimientos judiciales”; y en la aseveración de este Tribunal: “En
todo proceso adjudicativo, sea de naturaleza judicial, administrativa o de cualquier índole,
debe prevalecer el propósito de hallar la verdad y hacer justicia a las partes. Las reglas
procesales y en particular las de evidencia, persiguen viabilizar ese propósito; no
obstaculizarlo.” J.R.T. v. Aut. de Comunicaciones, 110 D.P.R. 879 (1981).
No sólo consideraciones de política pública, sino necesidad de abrir cauce a una justicia
práctica, han impuesto el reconocimiento de excepciones y con ello la extensión de
confiabilidad a la declaración en peligro de muerte (Regla 64(B)(2) de Evidencia);6 y
declaraciones de co-conspiradores ( Pueblo v. Lebrón López, 96 D.P.R. 274, 282-288
(1968); El Pueblo v. Díaz et al., 22 D.P.R. 191, 205 y ss. (1915)), en las que el objetivo
central de hacer justicia, canalizado por la vía práctica, prescinde, aun de toda semblanza de
derecho de confrontación.
La excepción que hace admisible el testimonio anterior no llega tan lejos en el
desplazamiento de aquel fundamental derecho porque encarna en su naturaleza la realidad de
que la persona contra quien se produce “ofreció la misma para su beneficio o tuvo la
oportunidad de contrainterrogar al declarante con un interés y motivo similar al que tiene en
la vista”. Regla 64(B)(1) ante.
[2] La vista en que se rindió el testimonio original puede ser la vista preliminar ordenada por
la Regla 23 de Procedimiento Criminal, siempre que satisfaga los requisitos cumplidos en
este caso: 1) que la vista tenga carácter [P654] judicial, de modo que sus procedimientos
puedan relatarse o citarse como lo actuado ante un tribunal; 2) que el testigo haya estado bajo
juramento; 3) que el acusado tuviera asistencia de abogado; y 4) que haya tenido oportunidad
de contrainterrogar. Cf. California v. Green, 399 U.S. 149 (1970).
[3] Es por demás estricta la norma de admisibilidad bajo la cual la sala de instancia evaluó el
testimonio del Fiscal Rodríguez Figueroa. Cuando el método usado por razón de necesidad
para introducir en el juicio el testimonio anterior vertido en la vista preliminar es el de
reproducción oral, la declaración de un testigo presente que lo escuchó, es suficiente si de
modo substancial reproduce los hechos esenciales en la declaración del testigo ausente del
juicio. Las autoridades aprueban este método:
El testimonio anterior puede probarse por lo menos de cuatro modos diferentes: (1) por la
declaración de un observador presente en la anterior vista, quien deberá dejar al Tribunal
satisfecho de que puede recordar el sentido o substancia de lo que dijo el testigo, aún cuando
no pueda recordar las palabras exactas; (2) por la declaración de un observador directo que
ha refrescado su memoria con un memorando como las notas de un taquígrafo, o la
transcripción; (3) el récord taquigráfico oficial que tenga condición de récord público, o las
notas de un observador del juicio si llena requisitos de memoria preservada en forma escrita.
Estos métodos alternos de prueba están disponibles, pues lo que se intenta probar es el
testimonio anterior y no la transcripción oficial, y por tanto no se aplica la regla de mejor
evidencia. Weinstein‘s Evidence, United States Rules, 1979 págs. 805-56 a 804-57 en
comentario de la Regla 804(b)(1) que corresponde a la nuestra Regla 64(B)(1).7
El testigo Fiscal Rodríguez Figueroa por cuya voz se ofrece llevar al jurado el testimonio
altamente incriminatorio [P655] de Lassen Sánchez, no es mero observador directo o de
primera mano.8 La confiabilidad de su declaración está ampliamente avalada por su estrecho
contacto con dicho testimonio desde que Lassen declaró ante él en Fiscalía; cuyo recuerdo
ha estado preservado y reiteradamente renovado por la intervención de dicho fiscal en dos
vistas preliminares (la de Otero Alejandro y la del apelado); así como en el juicio del primero
en que obtuvo la convicción, en todas cuyas instancias condujo el interrogatorio de Lassen.
Esa familiaridad con el testimonio de Lassen le han permitido al testigo Rodríguez Figueroa
reproducirlo con notable integridad, en su esencia y substancia y tanto la parte de examen
directo como la de repregunta, conclusión a que llegamos luego de examinar la transcripción
de la declaración de dicho fiscal en la vista sobre admisibilidad. (T.E., págs. 42 a 136.)
Considerando admisible como evidencia en el juicio la tantas veces referida declaración, es
innecesario resolver sobre la admisibilidad de la transcripción de lo declarado por Lassen
Sánchez en el juicio de Otero Alejandro,9 [P656] en cuya ocasión fue también
contrainterrogado por la defensa, con un interés o motivo similar al del apelado; y si la
objeción de que el derecho de confrontación en estas circunstancias ha de ejercitarse por el
propio acusado, cede a la realidad de que en todo caso habrá más confrontación que en las
declaraciones en peligro de muerte y las de coconspiradores las cuales se admiten sin
contrainterrogatorio ni confrontación alguna.
El legítimo propósito de la nueva Regla 64 de Evidencia de impedir un fracaso de la justicia
debe implementarse a plenitud, ya despejado el cauce que sin vulnerar el debido proceso,
rechace la impunidad otorgada por el azar o la arbitrariedad.
No hay necesidad de llegar a tales extremos, pues el caso de autos es el típico de Regla
64(B)(1): el declarante no está disponible como testigo y su testimonio se ofrece contra un
acusado que tuvo la oportunidad de contrainterrogar a aquél: “con un interés y motivo similar
al que tiene en la vista.”
[4] Finalmente, el testimonio y prueba de referencia [P657] que se admitirá en el juicio del
recurrido está sujeto a impugnación de la credibilidad del declarante bajo las especiales
disposiciones de la Regla 67 de Evidencia. Tal recurso, frente a los elementos de
confiabilidad en la reproducción del testimonio anterior que hemos escrutado, ofrece al
juzgador de hechos una base satisfactoria para evaluar su veracidad.
El Juez Asociado Señor Irizarry Yunqué concurre en el resultado. El Juez Asociado Señor
Martín no intervino.

Se expedirá el auto, se anulará la resolución recurrida y se remitirá el caso a


instancia para continuación de procedimientos compatibles.

NOTAS AL CALCE DE LA OPINIÓN


1. Luego de hechas las advertencias Miranda, toda vez que se le tenía como co-autor del crimen. El
testigo alcanzó instrucción de cuarto año de escuela superior.
2. Inyección de droga.
3. El legajo contiene una transcripción de la vista, de 149 páginas.
4. El primer reparo del juez es que el fiscal declarante “es incapaz de recordar si al testigo se le
hicieron preguntas sobre la importancia de la obligación de decir la verdad”. (Resolución pág. 23.)
Surge del récord que el testigo, con escolaridad de cuarto año de escuela superior, declaró bajo
juramento.
5. Regla 64(B)(1) de Evidencia.
6. La declaración del moribundo reclama viejas credenciales constitucionales. Mattox v. United
States, 156 U.S. 237, 243; 39 L.Ed. 409 (1895); Kirby v. United States, 174 U.S. 47, 61; 43 L.Ed.
890 (1899); Pointer v. Texas, 380 U.S. 400, 407; 13 L.Ed.2d 923 (1965).
7. Igual criterio sustentan Louisell and Mueller, Federal Evidence, 1980, Vol. 4, Sec. 487, págs. 1079-
1080; McCormick, Law of Evidence, 2da ed. (1972), Sec. 260, págs. 624-625; Jones, Evidence, 6ta
ed., (1972), Vol. 2, Sec. 9:29, pág. 245; Underhill’s Criminal Evidence, 5ta ed., Vol. 2, Sec. 426, pág.
1089.
8. Como no es de esperarse que en todos los casos de muerte o ausencia de juicio de un testigo
esencial, pueda sustituirlo otro con las cualificaciones e indicios de confiabilidad del citado fiscal,
debe hacerse un esfuerzo por dotar las vistas preliminares de medios que faciliten la transcripción
oficial (récord) de sus procedimientos, al menos donde alguna de las partes depende de un testigo
esencial. Como alternativa, puede la parte tomar su propia grabación o récord que le sirva para
refrescar memoria al observador que más tarde relataría el testimonio anterior.
9. La admisión descansa en la no disponibilidad del testigo y la oportunidad de contrainterrogar.
Toda vez que el testimonio previo se dijo bajo juramento y con oportunidad de contrainterrogar, la
única ausente de las condiciones ideales para prestación de testimonio es la presencia del declarante
y opositor (evidencia de comportamiento), elemento que falta en todas las excepciones de prueba de
referencia, inferiores a éste en que aun el examen directo y redirecto por la parte que lo ofrece puede
tomarse como equivalente al contrainterrogatorio de un testigo de la parte contraria. Falknor, Former
Testimony and the Uniform Rules: A Comment, 38 NYU L. Rev. 561, n. 1; McCormick, op. cit, Sec.
231, pág. 483; 5 Wigmore, Evidence § 1389, pág. 120.
La admisibilidad no está limitada a testimonio previo en juicio anterior en el mismo caso, requiriendo
solamente substancial identidad de cuestiones como medio de asegurar que la anterior confrontación
con el testigo sería equivalente a la actual si hubiera la misma oportunidad. Tampoco está la
admisibilidad atada a mutualidad entre partes si la falta de identidad entre ellas no afecta el motivo
para contrainterrogar y desarrollar el testimonio. En reiterado símil con la declaración del moribundo,
admisible no obstante omitir por completo el derecho de confrontación, el Prof. Falknor reconoce
igual admisibilidad al testimonio anterior aun cuando la confrontación e interrogatorio no se produjera
por el propio acusado, sino por otro en similar situación. Falknor, op. cit., n. 1. Anotaciones del
Comité Asesor del Tribunal Supremo de los E.E.U.U. sobre Reglas de Evidencia, 20 U.S. Supreme
Court Digest, L.Ed., pág. 516 y ss.
McCormick expone igual criterio:
El requisito [de oportunidad para contrainterrogar] debe reformularse no como uno mecánico de
identidad o aun de identidad substancial de cuestiones, sino como requisito de que las cuestiones en
el primer procedimiento, y en consecuencia el propósito para el cual se ofreció entonces dicho
testimonio, necesariamente fue tal que el opositor actual (u otra persona con similar interés) tuvo
motivo apropiado para comprobar en contrainterrogatorio la credibilidad del testimonio que ahora se
ofrece. Op. cit., § 257, págs. 621-622.
Los comentarios a la Regla 64 (Evidencia) del Secretariado de la Conferencia Judicial siguen la
misma interpretación liberal al expresar:
La única razón para no admitir el testimonio anterior sería el hacer comparecer al declarante a ofrecer
su testimonio en el caso presente; pero el declarante no está disponible como testigo. Así, pues, el
testimonio anterior puede ser relativo a un procedimiento en que ni las partes ni el asunto son los
mismos del caso posterior en que se ofrece en evidencia dicho testimonio. Como se trata de
“testimonio” anterior, éste tiene las garantías mínimas de un testimonio en corte o por medio de
deposición hecha bajo juramento y con sujeción a contrainterrogatorio.
140 D.P.R. 225 (1996) PUEBLO V. FIGUEROA GARRIGA
EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

EL PUEBLO DE PUERTO RICO, recurrido,


v.
JORGE LUIS FIGUEROA GARRIGA, acusado y peticionario.

Número: CE-94-917
Resuelto: 8 de marzo de 1996

1. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y


DEFENSAS--DELITOS ESTATUTARIOS--PRINCIPIO DE LEGALIDAD.
El Art. 8 del Código Penal de Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec. 3031, establece que
no se instará una acción penal contra persona alguna por un hecho que no esté
expresamente definido por la ley como delito, ni se impondrán penas o medidas de
seguridad que la ley no hubiese establecido previamente. No se podrán crear por
analogía delitos, penas ni medidas de seguridad.

2. ÍD.--ÍD.--DELITOS--EN GENERAL.
El Art. 9 del Código Penal de Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec. 3041, establece
que delito es un acto cometido u omitido en violación de alguna ley que lo prohíba
u ordene, aparejando, al ser probado, alguna pena o medida de seguridad.

3. ÍD.--ÍD.--DELITOS ESTATUTARIOS--PRINCIPIO DE LEGALIDAD.


El principio de legalidad garantiza a los ciudadanos que serán castigados
penalmente por hechos que la ley, de antemano, haya definido o establecido como
delito y, que en caso de ser convictos por la comisión de un delito no podrán ser
sancionados, sino con las penas o medidas de seguridad previamente establecidas
para los hechos delictivos por los que resultaron convictos. Es por ello que los
tribunales no poseen autoridad para considerar como constitutivos de delito hechos
distintos a los consignados en la ley, ni imponer sanciones no previstas en ella.

4. DELITOS CONTRA LA ADMINISTRACIÓN DE LA


JUSTICIA--FUGA--PRECEPTOS ESTATUTARIOS.
Conforme a la enmienda realizada al Art. 232 del Código Penal de Puerto Rico, 33
L.P.R.A. sec. 4428, mediante la Ley Núm. 7 de 12 de enero de 1995, se establece
que cometerá el delito de fuga aquella persona que se evade mientras está sometida
a tratamiento y rehabilitación en un programa de desvío, según la Regla 247.1 de
Procedimiento Criminal, 34 L.P.R.A. Ap. II, y el Art. 404(b) de la Ley de
Sustancias Controladas de Puerto Rico, 24 L.P.R.A. sec. 2404.
5. DERECHO PENAL--CASTIGO Y PREVENCIÓN DE
DELITO--ALCANCE Y EXTENSIÓN DE LA PENA--EN GENERAL.
El Art. 4 del Código Penal de Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec. 3202, establece que la
pena de reclusión consiste en la privación de la libertad en la institución adecuada
durante el tiempo señalado en la sentencia. La institución a la que se refiere dicho
artículo es una institución carcelaria o penal de la Administración de Corrección
de Puerto Rico y no aquellas de rehabilitación como los Hogares Crea, Inc., etc.

6. DELITOS CONTRA LA ADMINISTRACIÓN DE LA


JUSTICIA--FUGA--NATURALEZA Y FUNDAMENTO--EN GENERAL.
La esencia del delito de fuga la constituye la evasión o fuga de la persona de la
custodia legal a la cual se encontraba sometido.

7. DERECHO PENAL--CASTIGO Y PREVENCIÓN DE


DELITO--ALCANCE Y EXTENSIÓN DE LA PENA--SENTENCIA
SUSPENDIDA.
La decisión de concederle a un convicto de delito los beneficios de una probatoria
al amparo de la Ley de Sentencia Suspendida va dirigida a concederle a esa persona
el privilegio de poder cumplir con la sentencia que le fue impuesta fuera de una
institución carcelaria o en la libre comunidad. Ello sujeto a las condiciones que
tenga a bien imponer el tribunal sentenciador. (Pueblo v. Vega Vélez,
125:703, seguido.)

PETICIÓN DE CERTIORARI para revisar una RESOLUCIÓN de Frank


Rodríguez García, J. (Ponce), que declara sin lugar cierta moción presentada por
la defensa, al amparo de la Regla 64(p) de Procedimiento Criminal, 34 L.P.R.A.
Ap. II, mediante la cual solicita la desestimación del pliego acusatorio presentado
contra el peticionario por el delito de fuga. Confirmada.

Pedro Delgado Hernández, Procurador General, abogado del Pueblo; Melba D.


Ayala Ortiz, abogada del peticionario.

EL JUEZ ASOCIADO SEÑOR REBOLLO LÓPEZ EMITIÓ LA OPINIÓN


DEL TRIBUNAL.

El Ministerio Fiscal radicó, contra Jorge Luis Figueroa Garriga, un pliego


acusatorio ante el entonces Tribunal Superior de Puerto Rico, Sala de Ponce,
mediante el cual le imputó a éste la supuesta comisión de un delito de escalamiento
en primer grado.[1] Llamado el caso para juicio en su fondo, las partes le
informaron al tribunal de instancia que habían llegado a una “alegación pre
acordada”, conforme la cual el imputado mencionado estaba en disposición de
hacer una alegación de culpabilidad por el delito grave de “recibo de bienes
hurtados”, esto es, una infracción al Art. 168 del Código Penal de Puerto
Rico.[2] Las partes le recomendaron al tribunal una sentencia de tres (3) años de
presidio, a ser cumplida la misma bajo el régimen de la Ley de Sentencia
Suspendida. Aceptada por el tribunal de instancia la referida alegación
preacordada, y hecha por el imputado de delito la alegación de culpabilidad
pactada, éste fue referido a la oficina de oficiales probatorios para la realización de
la correspondiente investigación e informe al tribunal de instancia.

Llegado el día señalado para la imposición de la sentencia, y conforme ello surge


de la "minuta” que recoge los procedimientos acaecidos en dicho día, el foro de
instancia sentenció al acusado a cumplir, en probatoria, una sentencia de tres (3)
años de presidio. Como parte de las "condiciones especiales” de la sentencia
suspendida que le fuera concedida, al referido imputado se le impuso la obligación
de ingresar, con el propósito de recibir tratamiento para su adicción a las drogas,
en el Centro Cristiano Jehová Nissi durante un período mínimo de dos (2) años,
transcurrido el cual, si dicho Centro certificaba su "liberación” de la adicción, el
imputado podría retornar a la libre comunidad durante el último, y tercer, año de
la sentencia.

Procede que se enfatice el hecho de que, estando el imputado todavía confinado en


una institución penal el día en que se dictó la antes señalada sentencia, el tribunal
de instancia dispuso que, el día que fuera éste excarcelado de la institución penal,
“un representante del Centro Cristiano Jehová Nissi recogerá a dicho convicto en
la Institución Penal y lo llevará a dicho Centro”. Apéndice, Exhibit II, pág. 2.

A esos fines, el 24 de mayo de 1994, la Administración de Corrección, en


cumplimiento de la sentencia impuesta por el foro de instancia, emitió un
“certificado de libertad”, o excarcelación, con el propósito de que el imputado
fuera puesto en libertad para ser llevado por el representante del antes mencionado
Centro al mismo. Durante el transcurso del viaje, de la institución penal de donde
había sido excarcelado al Centro Jehová Nissi en compañía del representante del
mismo, el imputado de delito abandonó el vehículo en el cual era transportado,
siendo detenido poco tiempo después por agentes de la Policía de Puerto Rico.

En vista de los hechos anteriormente reseñados, el Ministerio Fiscal no sólo


procedió a radicar ante el tribunal de instancia la correspondiente moción en
solicitud de revocación de la sentencia suspendida que le había sido concedida al
convicto-probando sino que procedió a radicar una denuncia contra éste por el
delito de "fuga”, esto es, una infracción al Art. 232 del Código Penal de Puerto
Rico.[3] Celebrada la vista preliminar en cuanto al delito de fuga imputado, y
habiéndose determinado causa probable para acusar en la misma, el Ministerio
Fiscal radicó ante el mencionado foro de instancia el correspondiente pliego
acusatorio por el delito de "fuga”.

La representación legal del imputado procedió, entonces, a radicar ante el foro de


instancia una moción al amparo de las disposiciones de la Regla 64(p) de
Procedimiento Criminal, 34 L.P.R.A. Ap. II, sosteniendo en la misma que no se
había determinado causa probable, a nivel de vista preliminar, con arreglo a la ley
y a derecho. Alegó la defensa en dicha moción, en síntesis y en lo pertinente, que
ello era así por cuanto los hechos a los que hemos hecho
referencia no configuraban ni constituían un delito de fuga por cuanto, al momento
de abandonar el auto en que era transportado, el imputado ni estaba en “detención
preventiva”,ni en "reclusión”, ni estaba sometido a una "medida de seguridad de
internación”. Conforme la posición de la defensa, a su representado únicamente
podía imputársele una violación a una de las condiciones especiales de la sentencia
suspendida que le había sido concedida; esto es, que a lo sumo lo procedente en
derecho lo era la revocación de la probatoria concedídale al imputado.[4]

Habiéndose opuesto el Ministerio Público a dicha moción desestimatoria, el


tribunal de instancia denegó la misma. En la resolución que, a esos efectos,
emitiera el foro de instancia, el mismo expresó, en síntesis y en lo pertinente, que
el imputado efectivamente había incurrido en hecho constitutivo del delito de fuga
por cuanto, al momento de abandonar el vehículo en que era transportado, el
imputado "estaba sometido a una 'medida de reclusión' ".

Inconforme, acudió Jorge Luis Figueroa Garriga, vía certiorari, ante este Tribunal
en revisión de la referida resolución, imputándole al foro de instancia haber errado:

“...Al negarse a desestimar un pliego acusatorio por el delito de fuga, bajo


la Regla 64(P) de procedimiento criminal, por el fundamento de que el
peticionario estaba sometido legalmente a reclusión para fines del estatuto de
fuga, aun cuando dicho peticionario se encontraba disfrutando del privilegio de
una sentencia suspendida. en virtud del principio de legalidad, al no
configurarse los elementos del delito de fuga y al no estar tipificada la conducta
imputada, procedía la desestimación de dicho pliego acusatorio.” Petición
de certiorari, pág. 4.

Expedimos el auto de certiorari radicado. Estando en condiciones de resolver el


recurso radicado, procedemos a así hacerlo. Procede revocar la resolución
recurrida; veamos por qué.
I

Establece el Art. 8 del vigente Código Penal de Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec.
3031, que:

“No se instará acción penal contra persona alguna por un hecho que no
esté expresamente definido por la ley como delito, ni se impondrán penas o
medidas de seguridad que la ley no hubiere previamente establecido.

No se podrán crear por analogía delitos, penas, ni medidas de


seguridad.” (Énfasis suplido.)

Por otro lado, el Art. 9 del referido Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3041,
establece que:

“Delito es un acto cometido u omitido en violación de alguna ley que lo


prohíbe u ordena, aparejando, al ser probado, alguna pena o medida de
seguridad.” (Énfasis suplido.)

Como podemos notar, en estas dos (2) disposiciones legales --en especial, el
transcrito artículo 8-- queda consagrado el precepto o "principio de legalidad” en
nuestra jurisdicción; el cual le garantiza a los ciudadanos de este País que no serán
penalmente castigados sino por hechos que la ley, de antemano, ha definido o
establecido como delito y, en adición, que en caso de ser convictos por la comisión
de un delito, no podrán ser sancionados sino con las penas o medidas de seguridad
previamente establecidas para los hechos delictivos por los que resultaron
convictos. Es por ello que los tribunales no poseen autoridad para considerar
como constitutivos de delito hechos distintos a los consignados en la
ley, ni imponer sanciones no previstas en la misma. Pueblo v. Ríos Nogueras, 114
D.P.R. 256, 260 (1983).

Ahí, precisamente, se encuentra el obstáculo insalvable al que se confronta la


acción del Ministerio Fiscal al acusar del delito de "fuga” al peticionario Figueroa
Garriga en relación con los hechos específicos del presente caso.

Para la fecha de los hechos, alegadamente delictivos, que se le imputan al


peticionario del epígrafe,[5] establecía el citado Art. 232 del Código Penal, 33
L.P.R.A. sec. 4428, que:
“Toda persona sometida legalmente a detención preventiva, a reclusión o
medida de seguridad de internación, que se fugare será sancionada conforme a
las siguientes penas:

(a) Si estuviere en detención preventiva será sancionada con pena de reclusión


que no excederá de seis meses.

(b) Si estuviere cumpliendo sentencia firme o en trámite de apelación por un


delito menos grave, será sancionada con pena de reclusión que no excederá de
seis meses.

(c) Si estuviere cumpliendo sentencia firme o en trámite de apelación por un


delito grave, será sancionada con pena de reclusión por un término fijo de seis
(6) años. De mediar circunstancias agravantes, la pena fija establecida podrá
ser aumentada hasta un máximo de diez (10) años; de mediar circunstancias
atenuantes, podrá ser reducida hasta un mínimo de cuatro (4) años.

Esta pena será en adición a la sentencia que se le impusiere por el otro


delito o a la que estuviere cumpliendo, según fuere el caso. Disponiéndose que no
será concurrentemente con ninguna otra.” (Énfasis suplido.)

Una somera lectura de la transcrita disposición legal es todo lo que se necesita para
poder uno percatarse del hecho que la misma contemplaba únicamente tres (3)
situaciones en las cuales una persona podía cometer el delito de fuga, a saber:
mientras estaba sometida legalmente: (1) a "detención preventiva”, (2) a
"reclusión”, y (3) a "medida de seguridad de internación”.

A la luz de los hechos particulares del presente caso podemos descartar, de


entrada, las situaciones referentes a "detención preventiva” y a la "medida de
seguridad de internación”. Como es sabido, la "detención preventiva” se refiere al
período prejuicio; esto es, al período de tiempo en el cual el acusado se encuentra,
por razón de no haber podido prestar la fianza impuesta, "sumariado” en espera de
que se le celebre el correspondiente proceso criminal. Por otro lado, las "medidas
de seguridad de internación” se refieren a los casos de los delincuentes habituales,
compulsivos, sexuales peligrosos, incapacidad mental, etc. Véase D.
Nevares-Muñiz, Código Penal de Puerto Rico: revisado y comentado, San Juan,
Ed. Rev. C. Abo. P.R., 1986, pág. 391.

Consciente de, y conforme con, lo anteriormente expresado, el Procurador General


de Puerto Rico expresa, en lo pertinente, que:
“La posición del Pueblo es que la conducta imputada al peticionario está
incluida en la figura delictiva de fuga --Artículo 232 del Código Penal-- en la
modalidad de persona sometida legalmente a reclusión que evade la custodia
del Estado. Ya el peticionario había sido sentenciado a término de reclusión de
tres años, aunque con el beneficio de una sentencia suspendida sujeta a
condiciones, incluyendo el tratamiento en el Centro Cristiano. La conducta del
peticionario constituye una evasión a la sentencia de reclusión, aunque hubiera
sentencia suspendida....” [6] (Énfasis suplido.)

No le asiste la razón. En primer lugar, no podemos perder de vista la


definición que nos brinda el propio Código Penal de lo que es "la pena de
reclusión”. Establece el Art. 40 del referido Código, 33 L.P.R.A. sec. 3202, que:

“La pena de reclusión consiste en la privación de la libertad en la


institución adecuada durante el tiempo señalado en la sentencia.” (Énfasis
suplido.)

La "institución” a la que se refiere la citada disposición legal es, obviamente, una


institución carcelaria o penal de la Administración de Corrección de Puerto Rico
y, ciertamente, no a una de las localidades en las que opera, y lleva a cabo su
trabajo de rehabilitación, el Centro Cristiano Jehová Nissi o los Hogares Crea, etc.

Por otro lado, hemos resuelto que la esencia del delito de fuga lo constituye la
evasión o fuga, por parte de la persona, de la "custodia legal” a la cual éste estaba
sometido. Véase Rivera v. Delgado, 82 D.P.R. 692, 695 (1961). Como hemos
visto, el peticionario Figueroa Garriga no estaba bajo “custodia legal” al momento
de abandonar el vehículo en el cual estaba siendo transportado al referido Centro
Cristiano Jehová Nissi.[7] De hecho, había sido excarcelado de la institución penal
en la cual se encontraba recluido y entregado a unos funcionarios de dicho Centro,
esto es, a una persona o ciudadano privado que laboraba para el mismo. La
decisión de concederle a un convicto de delito los beneficios de una probatoria, al
amparo de las disposiciones de la Ley de Sentencia Suspendida,[8] significa, por
definición, la concesión a esta persona del privilegio de poder cumplir la sentencia
que le fuera impuesta fuera de una institución carcelaria, o en la libre comunidad,
sujeto ello a las condiciones que tenga a bien imponer el tribunal
sentenciador. Pueblo v. Ortega Santiago, 125 D.P.R. 203 (1990); Pueblo v. Vega
Vélez, 125 D.P.R. 188 (1990);Pueblo v. Ortiz Martínez, 123 D.P.R. 820
(1989); Vázquez v. Caraballo, 114 D.P.R. 272 (1983).

En resumen, no estando el peticionario Figueroa Garriga --al momento de


abandonar el vehículo de motor en el que era transportado al Centro Cristiano
Jehová Nissi-- ni en "detención preventiva”, ni sometido legalmente a
“reclusión”, ni sujeto a "medida de seguridad de internación”, éste no cometió el
delito de fuga, esto es, no infringió las disposiciones del citado Art. 232 del Código
Penal de Puerto Rico. Éste sí incurrió en una violación de una de las condiciones
especiales de la sentencia suspendida que le había sido concedida, la cual violación
constituye suficiente razón para que le sea revocada la misma.

Como podemos notar, la conducta en que incurrió el peticionario Figueroa Garriga


no queda impune; la misma conlleva o acarreaconsecuencias serias para él, esto
es, la revocación de la probatoria y su reclusión en una institución penal por el
período de años impuestos en la sentencia dictada. La Asamblea Legislativa --al
enmendar el citado Art. 232 del Código Penal en 1955 con el propósito de
"definir”, adicionalmente, como fuga aquellas situaciones en que una persona se
evade mientras está sometida a tratamiento o rehabilitación "en un programa de
desvío o bajo el Artículo 404(b) de la Ley de Sustancias Controladas”, situaciones
en que no se ha dictado sentencia-- pudo haber incluido la situación hoy ante
nuestra consideración. No lo hizo; obviamente entendió que era suficiente castigo
la revocación de la sentencia suspendida. Este Tribunal no puede hacer delictiva,
por fíat judicial, dicha situación. El principio de legalidad lo impide.

Siendo ello así, la determinación de causa probable que se hiciera contra el


peticionario del epígrafe, a nivel de vista preliminar, no fue hecha conforme a la
ley y al derecho; razón por la cual procede decretar la desestimación del pliego
acusatorio que, por el delito de fuga, contra él se radicara ante el foro de instancia;
ello por imperativo del principio de legalidad.

Se dictará sentencia de conformidad.

El Juez Asociado Señor Hernández Denton emitió una opinión de


conformidad. El Juez Asociado Señor Negrón García emitió una opinión
disidente, a la cual se unió el Juez Asociado Señor Fuster Berlingeri.

---------------------
Opinión de conformidad emitida por el Juez Asociado Señor Hernández
Denton.

Estamos conformes con la opinión del Tribunal. A la luz del principio de


legalidad, la decisión interpreta correctamente el Art. 232 del Código Penal, 33
L.P.R.A. sec. 4428, al concluir que el señor Figueroa Garrido no cometió el delito
de fuga cuando, después de su excarcelación, evadió la custodia del empleado que
lo conducía al Centro Cristiano Jehová Nissi para recibir tratamiento contra su
adicción. De lo contrario, por fíat judicial enmendaríamos el Código Penal para
considerar como elementos constitutivos del delito de fuga unos hechos que no
fueron originalmente cubiertos por el estatuto.

Al adjudicar la controversia de autos recordemos que el principio de legalidad


prohíbe al Estado instar una acción penal por hechos que no hayan sido
expresamente declarados como punibles por la ley. El Art. 8 del Código Penal de
Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec. 3044, incorpora esta protección en nuestro Derecho
Penal. Entre otras garantías, el principio de legalidad impone un cierto grado de
precisión de la ley penal y prohíbe la interpretación analógica, en cuanto
perjudique al acusado (analogía in malam partem). Véase S. Mir Puig, Derecho
Penal: Parte General 95 (1995). En cuanto a lo que el principio exige al
legislador, expresa Bacigalupo:

Las exigencias referentes al Parlamento tienen por objeto reducir al máximo


razonable la posibilidad de decisión personal de los tribunales en la configuración
concreta del hecho que se prohíbe. (Énfasis suprimido.) E. Bacigalupo, Manual
de Derecho Penal, Bogotá, Ed. Temis, 1989, pág. 34.

Por virtud de este principio, el ámbito exegético del juez al interpretar la ley penal
se encuentra limitado por la interpretación restrictiva y por el sentido literal del
texto legal. Hemos reiterado que "los estatutos penales deben interpretarse
restrictivamente en cuanto a lo que desfavorezca al acusado, y liberalmente en
cuanto a lo que lo favorezca”. Pueblo v. Sierra Rodríguez, 137 D.P.R. 903, 908
(1995). Véanse: Pueblo v. Arandes de Celis, 120 D.P.R. 530, 538 (1988); Mari
Bras v. Alcaide, 100 D.P.R. 506, 516 (1972).

Con el principio de legalidad presente, nos enfrentamos a la controversia de este


caso: si según el Art. 232 del Código Penal, supra, el imputado Figueroa Garriga
era una persona sometida legalmente a reclusión al momento en que evadió la
custodia del empleado que le conducía al Centro Cristiano Jehová Nissi.

Para que se configure el delito de fuga, ante los hechos de este caso, tendríamos
que concluir que Figueroa Garriga, mientras disfrutaba del privilegio de libertad a
prueba, en efecto se encontraba "en reclusión”, en vista de que una condición para
el disfrute de dicho beneficio era ingresar al centro de tratamiento. No podemos
suscribir tal conclusión.
Por definición, la sentencia suspendida tiene como propósito que la persona
sentenciada quede en libertad a prueba. 34 L.P.R.A. sec. 1027. Este privilegio se
concede discrecionalmente y sólo en aquellos casos cuando el legislador ha
expresado que existe una justificación para evitar que el convicto sea encarcelado
en una institución penal. Pueblo v. Pacheco Torres, 128 D.P.R. 586 (1991). Sobre
dicho mecanismo hemos expresado:

La concesión de una sentencia suspendida a un convicto de delito "evita los efectos


negativos en el individuo que la reclusión frecuentemente produce, minimiza el
impacto de la reclusión sobre los dependientes y familiares del convicto, preserva
la libertad del delincuente sin sacrificar el interés social en la prevención y
corrección del crimen, y promueve afirmativamente la rehabilitación del
delincuente al permitirle mantener contactos sociales normales pero condicionados
en la comunidad. Pueblo v. Vega Vélez, 125 D.P.R. 188, 195 (1990).

Una vez se concede la sentencia suspendida, por definición, el reo no se halla


"recluido”, por el contrario logra su libertad, aunque esté limitada por las
condiciones fijadas. Dicho privilegio se fundamenta precisamente en la confianza
del Estado en que no es necesario que el probando sea recluido en una institución
penal. Por ello, como requisito para su concesión, la ley exige que el juez
sentenciador tenga ante sí un informe rendido por el Administrador de Corrección
"después de este último haber practicado una investigación minuciosa de los
antecedentes de familia e historial social de la persona sentenciada, y que, del
contenido de ese informe, pueda dicho juez sentenciador concluir que ningún
aspecto de la vida de esa persona evidencia la necesidad de que se le recluya en
alguna de las instituciones penales de Puerto Rico". (Énfasis suplido.) 34
L.P.R.A. sec. 1027(3).

Aunque las condiciones de la sentencia suspendida impongan una restricción a la


libertad, su propósito no es la reclusión en sí. En el caso de autos, el propósito de
que Figueroa Garriga ingresara al Centro Cristiano era únicamente procurar su
rehabilitación. Precisamente por eso fue excarcelado de la institución penal y
entregado a unos funcionarios del Centro Cristiano Jehová Nissi para que
comenzara su tratamiento de rehabilitación.

A la luz del lenguaje de la Ley de Sentencia Suspendida, debe entenderse que


dichas restricciones (condiciones) no caen bajo el concepto "reclusión”, según es
utilizado en el Código Penal. Por esa razón la opinión mayoritaria con gran acierto
afirma que “la decisión de concederle a un convicto de delito los beneficios de una
probatoria, al amparo de las disposiciones de la Ley de Sentencia Suspendida,
significa, por definición, la concesión a esta persona del privilegio de poder
cumplir la sentencia que le fuera impuesta fuera de una institución carcelaria, o en
la libre comunidad, sujeto ello a las condiciones que tenga a bien imponer el
tribunal sentenciador”. (Énfasis en el original y escolio omitido.) Opinión
mayoritaria, pág. 234. Otra interpretación implicaría la creación de un delito por
analogía, esto en violación del principio de legalidad.

Debe recordarse que el tribunal sentenciador puede revocar la libertad a prueba del
convicto "en cualquier momento en que a su juicio la libertad a prueba ... fuere
incompatible con la debida seguridad de la comunidad o con el propósito de
rehabilitación del delincuente”, y recluirlo por el término total impuesto en la
sentencia. 34 L.P.R.A. sec. 1029. Es claro que el período que transcurre el
convicto en probatoria, aunque se halle internado en un centro de rehabilitación,
no es equivalente a la reclusión en una institución penal, ya que de revocarse la
probatoria, el tiempo transcurrido no se le acredita como tiempo cumplido en
reclusión. Al revocar, el tribunal sentenciador puede ordenar la reclusión del
probando por el tiempo completo original de la sentencia o su
remanente. Martínez Torres v. Amaro Pérez, 116 D.P.R. 717 (1985).

En el caso de autos, tampoco estamos ante la imposición de una pena de reclusión


como condición previa de la concesión de una sentencia suspendida. En tales
casos, se recluye al convicto en una institución penal durante parte del término
total de la sentencia impuesta. Pueblo v. Vega Vélez, supra. Al cumplir la
condición previa de reclusión y concedida la sentencia suspendida, el convicto
queda excarcelado en libertad a prueba. En Vega Vélez aclaramos que en aquellos
casos cuando el probando sea recluido como condición de la sentencia suspendida,
hasta tanto se legisle, dicha reclusión no podrá exceder del término de un año. Íd.,
pág. 203.

En el caso de epígrafe, el foro de instancia sentenció al acusado a tres (3) años de


presidio que serían cumplidos en probatoria. Como condición, el imputado debía
ingresar al Centro Cristiano Jehová Nissi para recibir tratamiento contra su
adicción a drogas por un período mínimo de dos (2) años. Transcurridos los dos
(2) años, si el Centro certificaba su "liberación” de la adicción, el imputado era
libre para retornar a la libre comunidad durante el tercer año de su
sentencia. Resulta claro que los dos (2) años en el Centro no eran un término de
reclusión previa, como condición a la concesión de la probatoria. El ingreso al
Centro, en el contexto de los hechos, era una condición que debía
cumplirse durante la libertad a prueba que ya se había concedido y por lo cual
había sido excarcelado de la institución penal donde estaba recluido. Aunque los
actos de Figueroa Garriga conllevan la revocación de la libertad a prueba, no
procede la imposición de sanciones penales por unos hechos que no estaban
previstos en el delito de fuga.

Del lenguaje y los propósitos de la Ley de Sentencia Suspendida surge con claridad
que mientras se disfruta de libertad a prueba, el incumplimiento de las condiciones
restrictivas de la libertad no configura el delito de fuga.[9] Por virtud del principio
de legalidad, en los casos de incumplimiento de las condiciones de la probatoria
debe concluirse que actualmente en nuestro orden penal existe una atipicidad.

Como correctamente concluye la opinión del Tribunal, la consecuencia punitiva


en dichos casos de incumplimiento se limita a la revocación del privilegio de
libertad a prueba y no a la acusación por el delito de fuga. Cualquier otra
interpretación sería contraria al principio de legalidad.

--------------------
Opinión disidente del Juez Asociado Señor Negrón García, a la cual se une el
Juez Asociado Señor Fuster Berlingeri.

La interpretación judicial tiene, por naturaleza, una evolución ínsita para cada una
de las distintas épocas. B.J. Cardozo, La naturaleza de la función judicial, Buenos
Aires, Ed. Arayú, 1955, págs. 62-65.

Según esta perspectiva, al examinar el ámbito del delito de fuga no podemos


adjudicarle a las palabras "sometida legalmente y reclusión” un significado
inusual, extraordinario o raro que conlleve un enfoque restrictivo distinto del
visualizado por la Asamblea Legislativa.

En esencia, la tesis mayoritaria descansa en la premisa de que el convicto Jorge L.


Figueroa Garriga "no estaba bajo 'custodia legal' al momento de abandonar el
vehículo” en que era trasladado de una institución penal al Centro Cristiano Jehová
Nissi para tratamiento contra su adicción a drogas y, por ende, no cometió el delito
de fuga tipificado en el Art. 232 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4428. No
podemos suscribir tal tesis.

II

De entrada, en materia de interpretación penal la regla dorada nos la suministra el


Art. 6 de dicho cuerpo, al señalar que las "palabras y frases se interpretarán según
el contexto y el significado sancionado por el uso común y corriente”. 33 L.P.R.A.
sec. 3021. El Art. 232 del Código Penal, vigente al momento de la fuga de
Figueroa Garriga, disponía, en lo pertinente, que “toda persona sometida
legalmente a detención preventiva, a reclusión o medida de seguridad de
internación, que se fugare será sancionada conforme a las siguientes
penas”. (Énfasis suplido.) 33 L.P.R.A. sec. 4428.

En ocasión de interpretar el artículo antecesor, Art. 152 del Código Penal, 33


L.P.R.A. sec. 509, habíamos resuelto que “comete pues el delito de fuga la persona
que se escapa de un sitio, como una cárcel, donde se encuentra bajo custodia
legal. La fuga de la custodia legal más bien que de un sitio de confinamiento, es
lo que constituye la esencia del delito”. (Énfasis suplido.) Rivera v. Delgado, 82
D.P.R. 692, 695 (1961).

Con razón se ha dicho que “el objeto jurídico de protección tutelar en este artículo
es el respeto que se merece el Estado cuando impone límites a la libertad de sus
ciudadanos por razón de haber resultado convictos”. D. Nevares-Muñiz, Código
Penal de Puerto Rico: revisado y comentado, San Juan, Ed. Inst. Desarrollo del
Derecho, 1993, pág. 366.

De otra parte, el Art. 40 del mismo Código Penal reconoce que “la pena
de reclusión consiste en la privación de la libertad en la institución
adecuada". (Énfasis suplido.) 33 L.P.R.A. sec. 3202. El elemento característico
de dicha pena, en comparación con otras, es que conlleva una “restricción de la
libertad física”. Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 67.

En recta hermenéutica, toda interpretación debe validar el propósito que tuvo el


Legislador --Rivera Maldonado v. Autoridad sobre Hogares, 87 D.P.R. 453, 456
(1963)-- y evitar una interpretación libérrima que conduzca a resultados
absurdos. Pacheco v. Vargas, Alcaide 120 D.P.R. 404, 409 (1988). Aunque los
estatutos penales deben interpretarse restrictivamente, ello " 'no exige que a las
palabras de un estatuto deba dárseles un significado más limitado o que deba
hacerse caso omiso de la evidente intención del legislador' ". Pacheco v. Vargas,
Alcaide, supra, pág. 410, citando con aprobación a Pueblo v. Mantilla, 71 D.P.R.
36, 44 (1950);Pueblo v. Hernández Colón, 118 D.P.R. 891, 903 (1987).

Desde este punto de vista, notamos que la frase "sometida legalmente” equivale a
expresar bajo "custodia legal”. Este último concepto, familiar en nuestra
casuística sobre el delito de fuga, aparece en la versión original del Art. 2 de la Ley
de Sentencia Suspendida --Ley Núm. 259 de 3 de abril de 1946, según enmendado
por la Ley Núm. 33 de 27 de julio de 1993 (34 L.P.R.A. sec. 1042). Allí se reitera
el principio de que toda persona, a quien se le conceda una sentencia suspendida y
libertad a prueba, quedará "bajo la custodia legal del tribunal hasta la exposición
del período fijado en su sentencia”. Art. 1(3) de la ley, 34 L.P.R.A. sec. 1027(3).

Por otro lado, distinto del sentir mayoritario, el término "institución”, según el
texto del Art. 40 del Código Penal, supra, no se refiere exclusivamente a las
instituciones carcelarias operadas por el Estado. Al calificar dicho término con el
adjetivo de "adecuada”, el Legislador dejó abierta la posibilidad de que la pena de
reclusión pudiese ser cumplida en otras instituciones. De ahí, que la pena de
reclusión, entendida como restricción de la libertad, no depende de la clasificación
de la institución en la cual se haya internado al convicto.

El juez no puede ser ajeno a las transformaciones sociales, científicas y


jurídicas. La Ley vive y se desarrolla en ambientes que cambian y evolucionan,
y si no queremos estarla reformando de un modo frecuente, preciso es que la
adaptemos, como su propia voluntad permite, a las nuevas necesidades de la
época. L. Jiménez de Asúa, La ley y el delito: principios de derecho penal, 5ta
ed., Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1967, pág. 119.

III

Aplicada esta normativa a los hechos ante nos, forzoso es concluir que Figueroa
Garriga, en efecto, cometió el delito de fuga. Originalmente el tribunal de
instancia lo sentenció a tres (3) años de "presidio”, que serían cumplidos según el
régimen de sentencia suspendida. Como condición, permanecería ingresado dos
(2) años en el Centro Cristiano Jehová Nissi, donde recibiría tratamiento contra la
adicción a drogas. Únicamente, si al transcurrir dicho período el Centro Cristiano
certificaba su rehabilitación, podría retornar a la comunidad y cumplir su último y
tercer año de la sentencia.

Para la fiel ejecución de esa sentencia, la Administración de Corrección emitió el


"Certificado de Libertad”, que es un documentorutinario y cuyo único propósito
fue autorizar su egreso de la institución penal y ser trasladado al referido centro
cristiano. Difícilmente el estado de libertad, del cual gozaba el convicto Figueroa
Garriga en virtud de ese certificado, se equipara, siquiera remotamente, con la
libertad de la cual goza un ciudadano común. La opinión mayoritaria le adjudica
al término y documento "Certificado de Libertad” unas consecuencias de libertad
absoluta incorrectas. Figueroa Garriga fue excarcelado exclusivamente para ser
trasladado a cumplir la sentencia impuesta en otra institución adecuada.

El susodicho certificado sólo tuvo el efecto de transferir su custodia de la


responsabilidad de la Administración de Corrección hacia el personal del Centro
Cristiano Jehová Nissi. No concebimos cómo la mayoría puede concluir que, en
el trayecto de un lugar a otro, Figueroa Garriga estaba en un limbo o estado de
ambivalencia jurídica, en virtud del cual, era un "hombre libre” y podía, en
consecuencia, fugarse sin incurrir en conducta delictiva.

El principio de legalidad, consagrado en el Art. 8 del Código Penal, 33 L.P.R.A.


sec. 3031, no le favorece. La lectura integral de los artículos el delito de fuga y las
penas de reclusión refleja que con su huida infringió los preceptos
citados. Tampoco se trata de crear un delito por analogía; el delito está tipificado
y, según visto, su conducta fue considerada por el Legislador aun al adoptar una
interpretación restrictiva.

En resumen, en su sentencia, el tribunal de instancia dispuso la forma y el modo


para continuar cumpliendo con esta sentencia en el Centro Cristiano Jehová
Nissi. El mero traslado del penal a esa institución privada no extinguió la pena de
reclusión impuesta. Figueroa Garriga sabía que en ambos lugares --en la
institución penal y en el referido centro-- su libertad de movimiento estaba
restringida. Para todos los fines legales conocía que continuaba
recluso. Conscientemente abandonó el vehículo durante el trayecto. Al escapar y
burlar la custodia legal bajo la que se encontraba, evadió la autoridad del Tribunal
y del Estado sobre su persona y cometió el delito de fuga. Su huída revela una
clara intención de ignorar el cumplimiento de la sentencia y de reintegrarse
clandestinamente a la libre comunidad.

[1]
33 L.P.R.A. sec. 4276.
[2]
33 L.P.R.A. sec. 4274.
[3]
33 L.P.R.A. sec. 4428.
[4]
Procede que se señale el hecho de que la sentencia suspendida de tres (3) años que le fuera
concedida al imputado en el caso de "recibo de bienes hurtados” efectivamente le fue revocada a éste
por el tribunal de instancia.

[5]
El citado Art. 232 del Código Penal fue enmendado --mediante la Ley Núm. 7 de 12 de enero de
1995-- para adicionarle dos (2) nuevos incisos. Conforme a la enmienda realizada, ahora
adicionalmente comete el delito de fuga aquella persona que se evade mientras está sometido a
tratamiento y rehabilitación "en un programa de desvío”, bajo la Regla 247.1 de Procedimiento
Criminal, 34 L.P.R.A. Ap. II, o bajo el Art. 404(b) de la Ley de Sustancias Controladas de Puerto
Rico, 24 L.P.R.A. sec. 2404.
[6]
Informe del Procurador General, pág. 10.
[7]
Distinta es la situación, a manera de ejemplo, en que un confinado se evade mientras está siendo
transportado de la institución penal en que extingue su sentencia a un tribunal, para el acto de juicio, o
a un hospital, para recibir tratamiento, etc. En estas situaciones, el confinado al así actuar comete el
delito de fuga por razón de encontrarse bajo “custodia legal” al momento de evadirse.
[8]
Ley Núm. 259 de 3 de abril de 1946, según enmendada, 34 L.P.R.A. secs. 1026-1029.
[9]
Otros modelos penales excluyen expresamente la evasión en casos de probatoria como modalidad
del delito de fuga. El Model Penal Code, por ejemplo, establece que el delito de fuga se comete al
evadirse ilegalmente de official detention. American Law Institute, Model Penal Code and
Comentaries Parte II, Sec. 242.6 (1980). Este mismo artículo aclara que “official detention does not
include supervision of probation or parole, or constrain incidental to release on bail”. Íd.
119 D.P.R. 482 (1987) PUEBLO V. DE JESUS COLON

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

EL PUEBLO DE PUERTO RICO, apelado


vs.
ANDRES DE JESUS COLON, acusado y apelante
Núm. CR-86-13
119 D.P.R. 482
2 de octubre de 1987

SENTENCIA de Enrique A. Jordán Musa , J. (Caguas), que condena al acusado por el


delito de mutilación, le impone una pena de cuatro años en probatoria y pena de restitución
de cinco mil dólares. Se revoca la sentencia apelada y se absuelve al acusado .

APOSTILLA
1. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y DEFENSAS--
INTENCIÓN CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA UN ACTO--El delito de
mutilación, según tipificado en nuestro Código Penal, para que se consuma requiere los
elementos de ilegalidad y malicia.
2. PALABRAS Y FRASES-- Malicia .--El término malicia , según definido en el propio
Código Penal, significa la comisión de un acto dañoso, intencionalmente, sin justa causa o
excusa y la consciente naturaleza del mismo. Es pues una forma de intención que requiere
ausencia de justa causa y consciencia de la naturaleza delictiva del acto.
3. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y DEFENSAS--
INTENCIÓN CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA UN ACTO--La malicia
que constituye elemento del delito de mutilación en todas las modalidades, puede probarse
mediante una intención específica de mutilar o una intención general a ser inferida de la
naturaleza de las lesiones resultantes de los actos intencionales del acusado.
4. ID.--ID.--MALICIA PREMEDITADA--La malicia premeditada no es un elemento
esencial del delito de mutilación y no se requiere prueba de premeditación o deliberación.
5. ID.--ID.--INTENCIÓN CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA UN ACTO-
-La malicia puede deducirse de la conducta del acusado y las circunstancias que rodean la
comisión del delito, ya que para fines del delito de mutilación, malicia es sinónimo del
propósito o designio de causar daño. Uno de los objetivos del legislador al definir este delito
fue evitar la brutalidad alarmante en los encuentros y ataques personales, y de ahí que se
presuma la malicia de la atrocidad del acto en sí, que entre otros casos se deduce de la
naturaleza del instrumento o medio utilizado para la agresión.
6. ID.--ID.--ID--Para efectos del delito de mutilación, la jurisprudencia indica que la
intención maliciosa y criminal se infiere de la manera con que se intenta cometer un acto
ilegal con el propósito de perjudicar a otro. Dicha intención se manifiesta por las
circunstancias relacionadas con el delito. La ley supone que toda persona intenta las
consecuencias naturales de sus actos, por lo que cuando el daño corporal es resultado de la
conducta ilegal de una persona, se presupone su intención a menos que ésta demuestre lo
contrario.
7. ID.--ID.--ID--El Tribunal Supremo resuelve que para configurar el delito de mutilación
mientras se conduce un vehículo de motor tiene que alegarse y probarse que el acto fue
intencional. Si la prueba demuestra que el acto fue negligente no procede una convicción por
el delito de mutilación.

Wilfredo Padilla Soto, abogado del apelante.


Rafael Ortiz Carrión, Procurador General y Anabele Rodríguez, Procuradora General
Auxiliar, abogados de El Pueblo.

OPINION DEL JUEZ ORTIZ


Andrés De Jesús Colón, el acusado en el caso de epígrafe, apela de la sentencia dictada en su
contra por el Tribunal Superior, Sala de Caguas, donde se le encontró culpable del delito de
mutilación el 10 de febrero de 1986 y se le impuso una pena de cuatro años en probatoria y
pena de restitución de cinco mil dólares ($5,000).
[P484] Los hechos que motivan esta convicción se desarrollaron en la Carr. Núm. 30 del
Municipio de Juncos, el 23 de noviembre de 1984 a las 6:00 A.M., mientras el apelante, Sr.
Andrés De Jesús Colón se dirigía a su trabajo. El apelante transitaba por el carril izquierdo
de dos para discurrir en la misma y al percatarse que había un automóvil que bloqueaba su
carril, cambió al carril derecho y allí impactó por la parte de atrás el auto marca Champ que
era empujado por la parte trasera por el Sr. Enrique Rabell Cortés, quien quedó atrapado entre
ambos autos. El apelante y el Sr. Mario Diadone Gómez sacaron al señor Rabell de entre el
auto del apelante y del auto Champ que pertenecía al señor Diadone. El señor Rabell fue
llevado al Hospital Regional de Caguas y de allí se le transfirió al Centro Médico de Río
Piedras donde, debido a la severidad de las heridas sufridas en las piernas, las mismas
tuvieron que ser amputadas.
El auto que obstaculizaba el carril izquierdo de la carretera pertenecía al señor Rabell, quien
se había visto involucrado en un accidente con el auto del señor Diadone, momentos antes
de que fuera impactado por el apelante.
Plantea como cuestión de derecho el apelante que: ”Incidió el Honorable Tribunal de
Instancia al evaluar la suficiencia de la prueba, dictar un fallo de culpabilidad y aplicar el
derecho.“ Solicitud de Apelación, pág. 2.
El apelante fue convicto por el delito de mutilación, el cual está tipificado en el Art. 96 del
Código Penal de Puerto Rico, 33 L.P.R.A. sec. 4033, como sigue:
Toda persona que ilegal y maliciosamente privara a otra de un miembro de su cuerpo, o lo
mutilare, desfigurare o inutilizare, o le cortare o mutilare la lengua, sacare un ojo, sacare
[ sic ] la nariz, oreja o labio, desfigurare su rostro o alterare permanentemente la apariencia
de su rostro o inutilizare permanentemente su capacidad para oír, ver o hablar, será
sancionada con pena de reclusión por un término [P485] fijo de doce (12) años. De mediar
circunstancias agravantes, la pena fija establecida podrá ser aumentada hasta un máximo de
quince (15) años; de mediar circunstancias atenuantes, podrá ser reducida hasta un mínimo
de ocho (8) años. El tribunal podrá imponer la pena de restitución en adición a la pena de
reclusión establecida, o ambas penas. (Énfasis nuestro.)
[1--3] El delito de mutilación según tipificado en nuestro Código Penal requiere los
elementos de ilegalidad y malicia para que se consuma el mismo. El término malicia según
definido en el propio Código Penal en el Art. 7 inciso (19), 33 L.P.R.A. sec. 3022(19),
significa ”la comisión de un acto dañoso, intencionalmente, sin justa causa o excusa y la
consciente naturaleza del mismo“. ”Es pues, una forma de intención que requiere ausencia
de justa causa y consciencia de la naturaleza delictiva del acto. La misma es elemento
constitutivo de algunos delitos, e. g . asesinato (Art. 82), mutilación (Art. 96), difamación
(Art. 118).“ D. Nevares-Muñiz, Derecho Penal Puertorriqueño: Parte General , San Juan,
Ed. Inst. Desarrollo del Derecho, 1983, pág. 162. ”La malicia, que constituye elemento del
delito de mutilación en todas las modalidades, puede probarse mediante una intención
específica de mutilar o una intención general a ser inferida de la naturaleza de las lesiones
resultantes de los actos intencionales del acusado. Pueblo v. Castañón Pérez , 114 D.P.R.
532 , 540 (1983).“ D. Nevares-Muñiz, Código Penal de Puerto Rico, Revisado y
comentado , San Juan, Rev. C. Abo. P.R., 1986, pág. 171.
[4--5] En Pueblo v. Cordero , 82 D.P.R. 379 (1961), se planteó el problema del elemento de
la malicia utilizado en el delito de mutilación y allí se dijo que la malicia premeditada no era
un elemento esencial del delito y no se requiere prueba de premeditación o deliberación, al
citar los casos de People v. Wright 29 P.240 (Cal. 1892) y [P486] Boulding v. State 177
P.2d 152 (Okla. 1947). Dispone Pueblo v. Cordero , supra, pág. 382, además, que ”la
malicia puede deducirse de la conducta del acusado y las circunstancias que rodean la
comisión del delito, ya que para estos fines malicia es sinónimo del propósito o designio de
causar daño. ... Uno de los objetivos del legislador al definir este delito fue evitar la brutalidad
alarmante en los encuentros y ataques personales, y de ahí que se presuma la malicia de la
atrocidad del acto en sí , que entre otros casos se deduce de la naturaleza del instrumento o
medio utilizado para la agresión“. (Escolios omitidos y énfasis nuestro.)
En el voto separado del Juez Asociado Señor Irizarry Yunqué en Pueblo v. Castañón Pérez
, supra, pág. 545, se menciona el grado de malicia requerido en el delito de mutilación y
compara con la imprudencia crasa o temeraria establecida en el Art. 87 del Código Penal, 33
L.P.R.A. sec. 4006,1 y señala que:
Como puede verse de la lectura de ambos textos, causar la muerte de una persona al conducir
un vehículo de motor, mediando ”imprudencia crasa o temeraria“, y privar a una persona de
un miembro de su cuerpo de manera ”ilegal y maliciosamente“ son ambos delitos graves,
pero el legislador concibe que el segundo es más grave que el primero pues, mientras
establece una pena de tres años de prisión para el primero, señala una pena tres veces mayor-
-nueve años de prisión--para el segundo. Nadie concebiría que, tomado en abstracto, privar
a una persona de un miembro de su cuerpo sea más grave desde el punto de vista del Código
Penal que [P487] privarla de la vida. El derecho a la vida es uno de los derechos
fundamentales reconocidos por nuestra Constitución. Carta de Derechos, Art. II, Sec. 7.
La única explicación que le encuentra el Juez Irizarry Yunqué a la diferencia en las penas
establecidas en estos delitos es que ”[o]bviamente ’imprudencia crasa o temeraria‘ y
“malicia’ no son sinónimos. Así, quien lance un vehículo de motor contra un grupo de
personas ‘ ilegal y maliciosamente ’ y con dicho acto cause la muerte de una de dichas
personas comete el delito de asesinato tipificado en el Art. 82 (33 L.P.R.A. sec. 4001). Si con
dicho acto priva a una de dichas personas de un miembro de su cuerpo, comete mutilación”.
(Escolios omitidos y énfasis nuestro.) Pueblo v. Castañón Pérez , supra, pág. 545.
Los tratadistas LaFave y Scott ilustran con unas situaciones de hecho el estado mental que se
requiere para imputarle a una persona la comisión del delito de mutilación. 2 Entre las
situaciones de hechos que discuten, está una muy parecida al caso ante nuestra consideración.
(d) The mental element required for mayhem can not be quite so exactly stated. (1) Of course,
one who (without justification) intends a specific injury of the mayhem type, and who
accomplishes that exact injury, is guilty, as where A with a knife intentionally cuts of B‘s
left ear. However, (2) one may intend one sort of mayhem-injury and achieve another sort,
as where A, swinging his axe at B’s right hand with intent to sever it, misses that hand but
cuts off B‘s left hand or leg or puts out an eye. Or (3) one may intend bodily injury but not
have in mind any mayhem type of injury; thus A intentionally knocks down B who, to A’s
surprise, falls against a root and loses an ear. Progressing further down the road leading from
greater fault to lesser fault, one encounters the situations of the person who (4) recklessly
or [P488] negligently or (5) in the commission (or attempted commission) of an unlawful
act causes another to suffer an unintended injury of the mayhem type--as where A, by
reckless driving, or by driving on the wrong side of the road in violation of statute or
ordinance, runs his car against motorist B, inflicting injuries so severe that B requires
the amputation of his leg or suffers the loss of his eyesight .
The answer in these situations depends to a great extent upon the wording of the mayhem
statute. If the statute punishes one who “unlawfully” or “maliciously” dismembers or
disfigures, then one is guilty in situation (3) above, i.e., where he intentionally injures
another, thereby unintentionally causing an injury of the mayhem type. On the other hand, a
statute of the modern type punishing one who, “with intent to disable or disfigure another,”
successfully disables or disfigures him is not violated by one with such an indefinite state of
mind; this statute would require the mental element involved in situation (2) above--i.e., an
intent to maim, though not necessarily to cause the specific maiming injury actually
inflicted. As to the states of mind referred to in situations (4) and (5) above--involving
reckless or unlawful conduct by the defendant--it seems quite clear that mayhem is not
committed under these circumstances, in the absence of some special wording in the
mayhem statute . (Escolios omitidos y énfasis nuestro.) W. R. LaFave y A. W.
Scott, Substantive Criminal Law , Minnesota, West Pub. Co., 1986, Vol. II, Sec. 7.17(d),
págs. 322--324.
Como podemos observar en las situaciones de hecho cuatro (4) y cinco (5), donde inclusive
el ejemplo prevé una situación donde se guía imprudentemente, elemento que no está
presente en el caso ante nos, los tratadistas sostienen que bajo un estatuto como el nuestro,
no se configura el delito de mutilación.
En Pueblo v. Castañón Pérez , supra, decidimos que la intención que requiere el Art. 96 del
Código Penal en el delito de mutilación es la general definida en el Art. 15 inciso (b) del
Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3062(b). Dicho artículo dispone:
[P489] (b) Cuando el resultado sin ser querido ha sido previsto o pudo ser previsto por la
persona como consecuencia natural o probable de su acción u omisión.
La doctora Nevares-Muñiz en su obra de Derecho Penal Puertorriqueño, op. cit ., pág. 158,
señala que:
El concepto de intención general del ordenamiento puertorriqueño no requiere prueba
específica respecto a la intención, como en los casos de intención específica, sino que el
comportamiento sea tal que demuestre una intención general de cometer el acto tipificado
como delito. Tal intención se determinará de las circunstancias generales que rodean la
conducta. El criterio determinante es si el resultado delictivo fue una consecuencia natural o
probable de los actos del acusado. La persona se responsabiliza por el resultado de su
conducta, aunque no lo haya querido, siempre que aquél sea previsible. El criterio de
previsión a utilizar será el del hombreujer prudente y razonable, sin importar lo que el sujeto
particular previó.3
Sobre la intención general la posición en el common law en materia criminal es la siguiente:
“that a person is ‘presumed to intend the natural and probable consequences of his acts’ ...
the so-called presumption of intent does not impose upon the accused any duty to produce
evidence. Rather, it merely means that the fact-finder may (but need not) conclude under
those circumstances that A intended to kill B. Thus the matter is reduced to an inference (or
‘ permissive presumption’) rather than a true presumption of the mandatory sort”. (Énfasis
nuestro.) LaFave y Scott, op. cit . Vol. I, pág. 316.
[P490] [6] “A tales efectos, la jurisprudencia indica que la intención maliciosa y criminal se
infiere de la manera con que se intenta cometer un acto ilegal con el propósito de perjudicar
a otro. Dicha intención se manifiesta por las circunstancias relacionadas con el delito. La ley
supone que toda persona intenta las consecuencias naturales de sus actos, por lo que cuando
el daño corporal es resultado de la conducta ilegal de una persona, se presupone su intención
a menos que ésta demuestre lo contrario. Pueblo v. Astacio , 23 D.P.R. 842
(1916); Pueblo v. De León 102 D.P.R. 446 (1974).” Nevares-Muñiz, Derecho Penal
Puertorriqueño, op. cit ., pág. 158.
[7] Resolvemos que configurar el delito de mutilación mientras se conduce un vehículo de
motor tiene que alegarse y probarse que el acto fue intencional. Si la prueba demuestra que
el acto fue negligente4 no procede una convicción por el delito de mutilación.
Según las normas establecidas en cuanto a la intención requerida en el delito de mutilación y
cómo se puede inferir la misma al diferenciar los hechos del caso de autos de los hechos que
motivaron la decisión del caso de Pueblo v. Castañón Pérez , supra, es inescapable concluir
que el apelante no tuvo la intención que se requiere para cometer el delito de mutilación.
En Pueblo v. Castañón Pérez , supra, pág. 541, concluimos que se cometió el delito de
mutilación, ya que se podía inferir claramente de las circunstancias particulares de ese caso
la intención del Art. 15(b) del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3062(b), ya que:
La prueba presentada por el Estado en el caso de autos señala al recurrido conductor de la
lancha operándola a [P491] marcha veloz en una playa concurrida por bañistas, en zona llana
de baño, de s[ó]lo 6 pies de hondura. Ocurrido el encuentro de lancha y bañista que tuvo
como consecuencia la pérdida por cercenamiento del brazo izquierdo de Kaufer Medina,
surge la figura prima facie de delito intencional de mutilación que define el Art. 15(b) del
Código Penal: un resultado que sin ser querido pudo ser previsto por el recurrido piloto como
consecuencia natural y probable de su acción. La previsibilidad del grave daño al bañista
inducida por la consciencia del riesgo que conlleva navegar a 50 m.p.h. en zona de sólo 6
pies de profundidad donde había numerosas personas en el agua, en nuestro medio debe ser
además preocupación constante de los deportistas de lancha por las frecuentes protestas
públicas de bañistas contra la penetración de embarcaciones al agua llana que es propiamente
zona de baño y natación. La forma y lugar en que el recurrido conducía su lancha, según las
determinaciones del juzgador, constituía no s[ó]lo base de previsibilidad del accidente
catastrófico, y sí además, conducta de alta peligrosidad, notoria y repudiada en nuestros
balnearios . (Énfasis nuestro.)
De las circunstancias del caso de Pueblo v. Castañón Pérez , supra, se podía prever que se
le ocasionaría daño a algún bañista. No así del caso de autos. La intención requerida en el
delito de mutilación no se podía determinar de las circunstancias generales que rodearon la
conducta del apelante. El Sr. Andrés De Jesús Colón tomó las debidas precauciones ante el
estado de la carretera por donde transitaba, ya que había neblina y la visión era pobre;
mientras se dirigía hacia su trabajo se vio involucrado en un lamentable accidente, el cual no
pudo evitar. Se trata aquí de un ciudadano que se dirigía a su trabajo y al encontrarse que el
carril por donde transitaba estaba obstruido, su reacción fue cambiar de carril para no chocar,
con la mala suerte de que el otro carril también lo estaba y se produjo el accidente. El
apelante, según la prueba presentada, no iba ni al máximo de velocidad permitida
por [P492] ley en ese tipo de carretera. Aun si se presume, según los hechos de este caso,
que el apelante fuera negligente, no surge que tuviera la intención requerida por el Art. 15(b)
del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3062(b), ya que el resultado no pudo ser previsto como
consecuencia natural o probable de su acción y, sobre todo, no se puede inferir el elemento
de la malicia que está tipificado en el delito de mutilación.
No se nos escapa la realidad de que la norma aquí seguida afecta negativamente el derecho
del Estado a procesar por la vía penal a aquellos conductores que por su imprudencia y
negligencia causen serias lesiones corporales a víctimas inocentes. Pero, precisamente, por
ser un proceso penal tenemos que atenernos al principio de legalidad. Corresponde a la
Legislatura y al Ejecutivo tomar las medidas pertinentes en protección de las víctimas.
El Juez Asociado Señor Rebollo López concurre en el resultado sin opinión escrita.
Se revocará la sentencia y se absolverá al acusado.

NOTAS AL CALCE DE LA OPINION


1. “Cuando en la muerte ocasionada por una persona al conducir un vehículo de motor mediare
imprudencia crasa o temeraria, se impondrá pena de reclusión por un término fijo de tres (3) años. De
mediar circunstancias agravantes, la pena fija establecida podrá ser aumentada hasta un máximo de
cinco (5) años; de mediar circunstancias atenuantes, podrá ser reducida hasta un mínimo de dos (2)
años.
“La imprudencia crasa o temeraria es aquella de tal naturaleza que demuestre un absoluto
menosprecio de la seguridad de los demás bajo circunstancias que probablemente produzcan daños a
éstos y no significa una mera falta de cuidado.“ 33 L.P.R.A. sec. 4006.
2. W. R. LaFave y A. W. Scott, Substantive Criminal Law , Minnesota, West Pub. Co., 1986, Vol. II,
Sec. 7.17(d), págs. 322--324.
3. Pueblo v. Castañón Pérez , 114 D.P.R. 532 , 547 (1983); G. J. Brau, A Dog Much Confused: The
Definition of Intention and Art. 5(B) of the Penal Code of Puerto Rico, 54 Rev. Jur. U.P.R. 55--56
(1985).
4. La negligencia que daría lugar a una convicción por homicidio involuntario, cuando la víctima
fallece.

125 D.P.R. 365 (1990) PUEBLO V. RUIZ RAMOS

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

EL PUEBLO DE PUERTO RICO, apelado


v.
JUAN A. RUIZ RAMOS, FÉLIX SEDA TROCHE, HIRAM FORESTIER
ESTERICH, RONALD B. BLASINI RIVERA, EDGAR RAMIREZ
VILLARILL, NELSON GONZALEZ CRESPO, ARNALDO VARELA
ROSARIO, OSVALDO H. VILOMAR INFANTE y JOAQUIN RAMOS
GIRAU,
acusados y apelantes.

Número: CR-86-6

Resuelto: 31 de enero de 1990

1. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y


DEFENSA-- INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA
UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
Para determinar si existe responsabilidad penal de una persona por un acto
delictivo hay que recurrir al Art. 14 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3061, que
establece las formas de culpabilidad: intención y negligencia criminal. La
presencia de intención o negligencia criminal completa la configuración de los
elementos constitutivos del delito.

2. ID.--ID.--ID.--ID.
No hay responsabilidad penal por la muerte de una persona en ausencia de toda
intención o negligencia criminal de algún imputado; tal ausencia convierte la
muerte en un accidente desgraciado.

3. ID.--ID.--LA CULPABILIDAD--CULPABILIDAD MENTAL.


En el derecho anglosajón --common law-- los tipos principales de culpabilidad
mental son: (1) intención; (2) conocimiento; (3) imprudencia, y (4) negligencia.

4. ID.--ID.--INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA


UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
En el derecho anglosajón --common law-- la negligencia requerida para
responsabilizar penalmente a una persona es mayor que aquella que se requiere en
una acción en daños y perjuicios, pues usualmente se requiere un mayor riesgo de
causar daño o que se conozca o se pudiese prever el daño causado. La negligencia
criminal se refiere a una desviación crasa del estándar de cuidado que un hombre
prudente y razonable ejercería si se encontrara en la situación del acusado.

5. ID.--ID.--LA CULPABILIDAD--EN GENERAL.


En el derecho anglosajón --common law-- la imprudencia, como forma de
culpabilidad, se reserva para aquellos casos donde además de existir un riesgo
mayor de causar daño el actor tenía la obligación de haberlo previsto. Se utiliza un
estándar subjetivo: el actor conocía el resultado de su acción o sabía que no conocía
si la acción era o no riesgosa, que de hecho lo era.

6. ID.--ID.--INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA


UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
En el derecho anglosajón --common law-- la imprudencia y la negligencia tienen
algo en común: cada una requiere un tipo de conducta que representa una
desviación crasa del estándar de cuidado de un hombre prudente y razonable.

7. ID.--ID.--LA CULPABILIDAD--EN GENERAL.


En la tradición civilista las formas de culpabilidad criminal se dividen en el dolo y
la culpa. El dolo, la forma de culpabilidad más grave, a su vez se clasifica en dolo
eventual y dolo directo.
8. PALABRAS Y FRASES.
Dolo eventual. En la tradición civilista el dolo eventual se refiere a cuando el
agente se representa como un posible resultado dañoso. No obstante, tal
representación no renuncia a la ejecución del hecho aceptando sus consecuencias.

9. ID.
La culpa. En la tradición civilista la culpa es aquella desviación de una conducta
esperada del hombre prudente y razonable en las circunstancias particulares del
caso. Existe culpa cuando, obrando sin intención y sin la debida diligencia, se causa
un resultado dañoso previsible y penado por ley.

10. DAÑOS Y PERJUICIOS--PRINCIPIOS GENERALES--NATURALEZA Y


FUNDAMENTOS--ACTOS NEGLIGENTES O CULPOSOS--EN GENERAL.
Según la tradición civilista, para que haya culpa es necesario que: (1) exista una
acción no intencional y voluntaria; (2) la persona haya realizado el acto sin la
prudencia requerida al hombre prudente y razonable en situaciones similares, y (3)
el resultado dañoso haya podido ser previsto por la persona que actúa.

11. ID.--ID.--ID.--ID.--ID.
En la tradición civilista se reconocen cuatro (4) modalidades de la culpa: (1)
imprudencia; (2) negligencia; (3) impericia, y (4) inobservancia de reglamentos y
leyes.

12. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y


DEFENSAS-- INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA
UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
En la tradición civilista se distingue entre imprudencia y negligencia. La
imprudencia se refiere a realizar un acto que no corresponde a la conducta que
exhibiría el hombre prudente y razonable; supone una actuación positiva, y se
refiere al obrar irreflexivamente, sin precaución ni cautela. En contraste, la
negligencia supone un no hacer y equivale a un descuido; es la omisión sin la
atención requerida en casos similares.

13. ID.--ID.--ID.--ID.
Cuando se condena a una persona bajo la modalidad de omisión negligente se le
castiga por tolerar o no actuar en ocasiones en que está obligado por ley a actuar si
quiere ser considerado por el ordenamiento como una persona razonable, madura
y responsable de sus actos.
14. PROFESIONES Y OFICIOS--IMPERICIA PROFESIONAL--EN
GENERAL.
La modalidad de la culpa conocida por impericia se refiere a cuando no se realiza
un oficio, profesión u ocupación con la debida prudencia.

15. ID.--ID.--ID.
No debe confundirse la impericia con la imprudencia y la negligencia. El acto
imperito puede involucrar tantas acciones negligentes como acciones imprudentes
si se mira desde un estricto punto de vista, como denota claramente el ejemplo de
un médico que acepta hacer una operación para la cual no está preparado. Lo que
distingue a la impericia de la negligencia y de la imprudencia es que se produce un
acto culposo bajo la forma de un oficio, profesión u ocupación para la cual se
presupone preparado al individuo.

16. DAÑOS Y PERJUICIOS--PRINCIPIOS GENERALES--NATURALEZA Y


FUNDAMENTOS--ACTOS NEGLIGENTES O CULPOSOS--EN GENERAL.
El incumplimiento de reglamentos es una modalidad de la culpa. Generalmente se
ve en los casos de reglamentos que tienden a la seguridad y a la normal convivencia
de las personas.

17. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y


DEFENSAS-- INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA
UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
Aun con orígenes distintos, tanto el Derecho anglosajón como el Derecho Civil --
en su desarrollo contemporáneo-- han establecido la diferencia entre la negligencia
requerida para una convicción penal y la necesaria para una acción de daños y
perjuicios. Se requiere un grado mayor de negligencia en la esfera penal que en la
civil.

18. ID.--ID.--ID.--EN GENERAL.


La definición de intención en el Código Penal de Puerto Rico -- Art. 15 (33
L.P.R.A. sec. 3062)-- proviene del Derecho anglosajón, particularmente en la
doctrina de versari in re illicita (que toda persona es responsable por las
consecuencias naturales y probables de sus actos).

19. ID.--ID.--ID.--ID.
Es erróneo sostener que la intención en el Código Penal de Puerto Rico -- Art. 15
(33 L.P.R.A. sec. 3062)-- equivale al dolo civilista, pues no hay correspondencia
exacta entre los grados de intención requeridos en nuestro ordenamiento y las
categorías de dolo de la tradición civilista.
20. ID.--ID.--LA CULPA--MODALIDADES.
Las categorías de culpa establecidas en el Art. 16 del Código Penal, 33 L.P.R.A.
sec. 3063, siguen las modalidades de la tradición civilista.

21. ID.--ID.--INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA


UN ACTO-- NEGLIGENCIA CRIMINAL.
Nuestro Derecho Penal requiere un grado mayor de negligencia para sostener una
convicción que la necesaria bajo el Art. 1802 del Código Civil, 31 L.P.R.A. sec.
5141, para una acción de daños y perjuicios.

22. ASESINATO Y HOMICIDIO--EL HOMICIDIO--EN GENERAL.


El Art. 86 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4005, establece dos (2) modalidades
de homicidio involuntario: (1) muerte como resultado de un acto u omisión
negligente, y (2) muerte como resultado de un acto constitutivo de delito menos
grave.

23. ID.--ID.--ELEMENTOS DEL HOMICIO INVOLUNTARIO.


El homicidio involuntario bajo la modalidad de negligencia solamente requiere que
se haya causado la muerte de un ser humano mediante un acto u omisión
negligente. La forma de culpabilidad requerida es la negligencia criminal --bajo
alguna de las modalidades delineadas por la tradición civilista-- y no la intención
general.

24. DERECHO PENAL--PARTICIPES EN LOS CRIMENES--PERSONAS QUE


PARTICIPAN CON OTRAS EN LA COMISION DE DELITOS.
Varias personas pueden ser acusadas conjuntamente como coautores --actuando en
conjunto por común concierto y acuerdo-- del delito de homicidio involuntario
cuando, sin querer el resultado (muerte), éste se produce en virtud de negligencia.

25. ID.--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y DEFENSAS--


INTENCION CRIMINAL O MALICIA CON QUE SE EJECUTA UN ACTO--
EN GENERAL.
Normalmente, el común concierto y acuerdo se refiere a los delitos que requieren
intención como la forma de culpabilidad o intención específica como elemento
subjetivo en el tipo. Sin embargo, puede darse también el común concierto y
acuerdo en delitos de negligencia.

26. ASESINATO Y HOMICIDIO--EL HOMICIDIO--EN GENERAL.


Puede imputarse a varias personas el delito de homicidio involuntario en su
modalidad de negligencia por haber actuado en común concierto y acuerdo para
realizar ciertos actos que resultan en la muerte de una persona.

27. DERECHO PENAL--PARTICIPES EN LOS CRIMENES--COMPLICES--


EN GENERAL.
El Art. 35 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3172, incluye al cómplice como
coautor y por ello no es necesaria una alegación de común concierto y acuerdo
para imputar a varias personas un mismo resultado delictivo producto de
negligencia criminal. Puede haber codelincuencia o coautoría en actos negligentes
que producen un resultado delictivo.

28. ASESINATO Y HOMICIDIO--EL HOMICIDIO--ELEMENTOS DEL


HOMICIDIO INVOLUNTARIO.
Incurren en homicidio involuntario los directores de una actividad que, al ser
realizada negligentemente, resulta en la muerte de una persona. Ese es el caso de
la muerte de una persona durante los actos de iniciación de una organización
producida por la negligencia de los organizadores de la actividad.

29. DERECHO PENAL--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y


DEFENSAS-- DEFENSAS DE LOS ACUSADOS--ERROR DE HECHO.
El 'error' de hecho al que se alude en el Art. 19 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec.
3092, como causa de exclusión de responsabilidad tiene que ser esencial e
invencible.

30. ID.--ID.--ID.--ID.
Un error es esencial cuando puede clasificarse como error sobre el tipo o error de
prohibición. El error sobre el tipo es aquel que recae sobre los elementos
constitutivos del delito. El error de prohibición se refiere a una creencia equivocada
de que se está actuando conforme con la ley o una causa de justificación que en
realidad no existía.

31. ID.--ID.--ID.--ID.
Es invencible el error cuando no hubiera podido evitarse a pesar de las diligencias
empleadas por el actor que se comporta como una persona prudente y razonable.
En cambio, el error es vencible y no exime de responsabilidad penal del delito que
se cometa si la persona hubiera podido evitar el resultado de haber ejercido la
debida diligencia.

32. ID.--ID.--ID.--ID.
En casos de delitos por negligencia, la defensa de error de hecho no está disponible
si precisamente la esencia de la negligencia consiste en no percatarse del error o la
falta de previsión. Es decir, el actor no es consciente del riesgo aunque debería
serlo. Esa falta de conciencia se desvía de lo que un hombre prudente y razonable
hubiera previsto.

33. ID.--ID.--ID.--EN GENERAL.


Generalmente, la defensa de consentimiento de la víctima no está disponible en la
esfera criminal. Sólo está disponible si la ausencia de tal consentimiento es un
elemento del delito.

34. ID.--ID.--ID.--ID.
Al cometer un delito se atenta contra el orden público establecido más allá del
perjuicio a la víctima; por ello no procede la defensa de consentimiento de la
víctima bajo la teoría de que la misma autorizó el daño resultante.

35. ID.--ID.--ID.--ID.
En casos de lesiones sufridas en los deportes, se ha permitido la defensa de
consentimiento cuando: (1) la persona afectada es capaz de prestar consentimiento
válido; (2) lo hace voluntaria e inteligentemente; (3) la actividad es lícita, y (4) se
siguen las normas establecidas para el deporte.

36. ID.--ID.--ID.--ID.
En las jurisdicciones norteamericanas, donde se ha estatuido el hazing como delito,
los tribunales han concluido que no puede levantarse el consentimiento como
defensa.

37. ID.--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y RESPONSABILIDAD


POR LOS MISMOS--EN GENERAL.
Nuestro ordenamiento penal no señala el consentimiento como una de las causas
de exclusión de responsabilidad. Sin embargo, es aceptada cuando el delito en
cuestión requiere la falta de consentimiento como uno de sus elementos
constitutivos.

38. ID.--NATURALEZA Y ELEMENTOS DE DELITO Y DEFENSAS--


DEFENSAS DE LOS ACUSADOS--EN GENERAL.
La defensa de consentimiento no está disponible para una acusación por homicidio
involuntario por negligencia, salvo situaciones particulares de muerte en el curso
de los deportes. Tal defensa es inaplicable a un caso de muerte producida como
resultado de los ejercicios de iniciación de una organización estudiantil.
39. REGLAS DE EVIDENCIA--ADMISIBILIDAD Y PERTINENCIA--EN
GENERAL-- EN GENERAL.
Son admisibles las fotografías como parte de la prueba documental, especialmente
cuando corroboran el testimonio de los testigos presentados en relación con el
lugar de los hechos.

40. ID.--ID.--ID.--ID.
Al considerar la admisibilidad de fotografías del cadáver de la víctima en casos
por jurado, no puede atribuirse al Jurado una sensibilidad extrema; el hecho de que
una fotografía pueda impresionar desfavorablemente al Jurado no justifica su
exclusión.

41. CORTES--CORTES DE JURISDICCION APELATIVA--CORTES


ESTATALES-- TRIBUNAL SUPREMO--FUNCION REVISORA--
CUESTIONES RELATIVAS A LA PRUEBA.
De ordinario, el Tribunal Supremo no ha de intervenir con la apreciación de la
prueba y el veredicto condenatorio del Jurado en ausencia de pasión, prejuicio o
error manifiesto. Los jurados están en la mejor condición de aquilatar la prueba,
pues gozan de la oportunidad de ver y escuchar directamente a los testigos. (Pueblo
v. Pellot Pérez, 121:791, seguido.)

SENTENCIA de Pierre Vivoni, J. (Mayagüez), que declara culpable a los acusados


del delito de homicidio involutario. Confirmada.

Harry N. Padilla Martínez, abogado de los apelantes; Rafael Ortiz Carrión,


Procurador General, Norma Cotti Cruz, Subprocuradora General, y Josefa A.
Román García, Procuradora General Auxiliar, abogados de El Pueblo.

EL JUEZ ASOCIADO SEÑOR HERNÁNDEZ DENTON EMITIÓ LA


OPINIÓN DEL TRIBUNAL.

Nueve (9) cadetes de la fraternidad militar Las Panteras, integrada exclusivamente


por miembros del Reserve Officers Training Corps (R.O.T.C.), apelan el veredicto
de culpabilidad rendido por jurado por homicidio involuntario debido a la muerte
de un aspirante durante una iniciación que dirigieron los acusados.

La apelación nos permite examinar algunas de las controversias jurídicas que han
surgido de esta tragedia que conmovió la población estudiantil del Recinto
Universitario de Mayagüez en el año 1983. Examinados los testimonios y la prueba
presentada durante el juicio, confirmamos la sentencia.
I

El 26 de diciembre de 1983 Arnaldo Mercado Pérez, David Cordero y Otilio


Santiago, estudiantes universitarios del Recinto Universitario de Mayagüez
(R.U.M.), se reunieron en casa de este último, a las 11:45 A.M., porque a eso de
la 1:00 P.M. debían partir hacia el R.U.M. para encontrarse con los acusados
quienes fungían de cadetes de Las Panteras (Panthers Military Society), fraternidad
universitaria integrada por miembors del R.O.T.C. Ese día comenzaba la última
parte de la iniciación de los tres (3) finalistas que habían aprobado las pruebas de
resistencia física y ejercicios militares en dos (2) campamentos
anteriores:[1] Arnaldo Mercado, Otilio Santiago y David Cordero.

Aunque no había una autorización escrita de las autoridades universitarias ni había


un oficial del R.O.T.C. a cargo de la supervisión general, el último campamento se
celebraría desde el 26 hasta el 30 de diciembre de 1983 en Guajataca. E.N.P., pág.
78. Tampoco se les había informado a los tres (3) aspirantes los detalles de la
iniciación ni le habían requerido certificados médicos para acreditar sus
condiciones físicas antes de las pruebas.

Los tres (3) aspirantes llegaron puntualmente al estacionamiento donde los


acusados los habían citado. Estaban vestidos con fatiga militar y camiseta. Arnaldo
Mercado era el único que tenía una camiseta blanca. Allí se encontraban también
los acusados siguientes: Joaquín Ramos Girau, quien ocupaba el cargo de
Commander de la organización Las Panteras, Félix Seda Troche, Hirám Forestier
Esterich, Osvaldo H. Vilomar Infante, Juan A. Ruiz Ramos y Ronald B. Blasini
Rivera, aquí apelantes. El supervisor de Las Panteras, el capitán Rosado, no estaba
presente ni asistió a la actividad. Sin embargo, la norma dentro del Air Force
R.O.T.C. era que el supervisor de grupo asistiera a todas las actividades oficiales
de este cuerpo. E.N.P., pág. 79.

Al comenzar el campamento, los acusados ordenaron a los aspirantes que


desplegaran el equipo requerido para la iniciación; un pistol belt, una mochila
donde cargarían el equipo, una cantimplora, una pala, una soga, unos guantes, un
par adicional de botas, un puñal, una brújula, un jabón, una pasta dental, un cepillo
de dientes, un equipo para afeitarse, un equipo para brillar las botas, un poncho,
ropa interior, un espejo, fósforos, unas linternas, unas medias, camisetas, ropa de
fatiga y un sleeping bag. Todo el equipo pesaba alrededor de treinta y cinco (35)
libras. Se les prohibió que llevaran comida en la mochila.

Luego de la inspección del equipo, Seda llamó a los aspirantes y los llevó detrás
de un edificio donde, como parte del ritual, los recortó. El recorte de Mercado fue
distinto al de los demás, bien pegado con una línea por el medio, 'como si le
hubieran afeitado esa parte'. E.N.P., pág. 4. Luego del recorte, los acusados le
dieron algunas clases de técnicas militares a los aspirantes e hicieron ejercicios.
También prepararon unas mochilas pequeñas donde cargarían las cantimploras y
las libretas requeridas. Además, llevaban réplicas de rifles M-16 (dummies).

Los aspirantes estuvieron desde la 1:00 P.M. hasta las 9:00 P.M. en el
estacionamiento del R.O.T.C. haciendo ejercicios. Durante ese período de tiempo
no les proveyeron comida ni les suministraron bebida. A esa hora de la noche se
dirigieron hacia Moca en una guagua Dodge 'Pick Up' propiedad de Joaquín Ramos
Girau. Llegaron hasta el colmado Mr. Special en Moca y allí comenzó la primera
parte del campamento: una caminata de veinte (20) millas hasta Guajataca.

Al llegar al lugar, Ramos Girau les ordenó que descansaran por diez (10) minutos.
Pasado el tiempo se inició la caminata. Durante la caminata los aspirantes cargaron
en sus mochilas todo el equipo requerido para el campamento. Los aspirantes
estaban acompañados por Forestier, Ramos Girau, Seda y Ruiz. Ramos Girau iba
en una guagua y Seda en un Nissan Sentra escoltando a los aspirantes.

Al comenzar la caminata, Blasini le dio la orden a los aspirantes de que


comenzaran a correr. A través de toda la jornada se repitió el mismo patrón.
Caminaban un tramo y corrían otro. Pero la mayor parte del tiempo corrían. Luego
de recorrer un tramo considerable de la caminata, Mercado se cayó. E.N.P., pág.
31. Estaba cansado y no quería continuar. Su amigo y compañero aspirante Otilio
Santiago lo animó para que continuara. Sin embargo, no pudo ayudarlo a
levantarse porque uno de los acusados, Ruiz, no se lo permitió. Más adelante
Cordero se cayó y Santiago y Mercado lo ayudaron a levantarse.

Continuó su curso la caminata y, mucho antes de llegar al pueblo de San Sebastián,


Mercado se volvió a caer. Lucía cansado y abatido. En esta ocasión Cordero y
Santiago lo ayudaron y le dieron agua. No se les permitió descansar ni tampoco
fueron auxiliados por los acusados que los escoltaban en vehículos.

Después de caminar casi toda la noche, el grupo llegó al pueblo de San Sebastián
en horas de la madrugada del 27 de diciembre. Se les ordenó descansar media hora
para luego continuar, pero no se les permitió ingerir bebidas ni comer.

Una vecina del lugar, la testigo Ramona Ramos, declaró que en la madrugada de
27 de diciembre, al regresar con su esposo y unos amigos de una parranda, vio un
grupo de hombres con rifles que traían a una persona vestida de militar con una
boina roja 'como amarrado que cayó al piso'. E.N.P., pág. 48. A ella le dio tanto
miedo que no permitió que su esposo detuviera el carro y averiguara qué ocurría.

Claudio González Pérez, amigo y vecino de la señora Ramos, corroboró la


declaración de ésta y añadió que el muchacho que cayó al piso 'estaba como
mongo, no se podía levantar y los demás lo levantaban por la camisa '. Declaró que
'notó que uno le daba con el pie y los otros parados mirando y otros lo levantaban
como una soga'. Pensó que se trataba de 'una pandilla agrediendo a alguien'.
Añadió que lo más que le llamó la atención fue 'las condiciones del muchacho que
estaba en el piso y el trato que le estaban dando '. E.N.P., págs. 50-51.

José Angel López, otro de los vecinos que andaba en la parranda, testificó
esencialmente lo mismo que los demás y añadió que el muchacho que se
tambaleaba se podía diferenciar porque 'llevaba una t-shirt blanca'. E.N.P., pág. 53.
Este testigo, luego de observar la escena, decidió regresar al lugar donde los había
visto e investigar qué ocurría. Ruperto Borrero y Rosendo Mejías, vecinos que
andaban en la parranda, decidieron acompañarlo. Cuando se acercaron al grupo de
cadetes, uno de éstos les ordenó 'vamos, circulen, circulen, que aquí no ha pasado
nada, este tipo está cansado '. E.N.P., pág. 55.

Al iniciarse nuevamente la caminata, los aspirantes se ayudaron entre sí a ponerse


el equipo. Mercado lucía extenuado y, luego de transcurrido mil (1,000) metros,
volvió a caerse en la orilla de la carretera.

Llegaron a una tiendita localizada entre una planta de la Autoridad de Energía


Eléctrica y Guajataca. Estaba cerrada. Mercado estaba tan cansado que no pudo
quitarse el equipo solo y fue ayudado por sus compañeros. Se acostaron a dormir
en ese lugar. Era el martes 27 de diciembre en la madrugada y no habían ingerido
ningún tipo de alimento desde el 26 de diciembre al mediodía.

Poco tiempo después, Ramos Girau despertó a los aspirantes para continuar la
caminata. Mercado lucía particularmente mal. Tampoco pudo engancharse el
equipo, por lo que fue ayudado por los demás aspirantes. Al oir las órdenes de
Ramos Girau y Seda, los tres (3) aspirantes comenzaron a correr. Luego de haber
corrido una 'distancia relativamente corta' (E.N.P., pág. 9), Mercado se cayó por
cuarta vez. Se levantó y continuaron la caminata hasta llegar a la entrada del área
del campamento. Allí, Mercado cayó por quinta vez y se levantó por sí mismo
agarrándose de las ramas de árboles que encontró a su alrededor.

Félix Seda, otro de los cadetes acusados, los esperaba en el campamento. Al llegar
se les ordenó acostarse a dormir sin haber comido nada. Era la mañana de 27 de
diciembre cuando se acostaron y fueron despertados por Seda alrededor de las 9:00
A.M. Éste les ordenó hacer push-ups porque Mercado, quien tenía el turno de
vigilancia, se había quedado dormido. Al terminar la ronda de push-ups, Seda les
ordenó que prepararan un albergue para dormir durante la noche.

Luego de veinticuatro (24) horas de ejercicios físicos fuertes, recibieron su primera


porción de comida: una lata de spaguetti, un jugo de tomate grande para los tres
(3), una barrita de Milky Way y agua para cada uno. Cordero y Santiago comieron
todos los alimentos. Mercado, sin embargo, vomitó luego de tomar el jugo de
tomate y no pudo continuar comiendo. Sin embargo, no fue atendido por los
acusados que estaban presentes. Tampoco ofrecieron llevarlo a recibir atención
médica.

Finalizado el almuerzo, los aspirantes se dirigieron hacia el área del campamento.


Allí les instruyeron sobre el funcionamiento de una brújula, la formación de
perímetro y los patrols. Seda y Ramos Girau fueron los instructores. Las clases
terminaron en la noche y luego de éstas se dirigieron al refugio donde siempre tenía
que estar uno de los aspirantes haciendo guardia. La primera le tocó a Mercado,
luego a Santiago y por último a Cordero.

El 28 de diciembre, bien temprano en la mañana, Ramos Girau los despertó y les


dio instrucciones para que hicieran una serie de ejercicios por una hora. Mercado
apenas podía hacer los ejercicios. E.N.P., pág. 10. Al mediodía le dieron una
porción de comida idéntica a la del día anterior. Al concluir el almuerzo, reposaron
por media hora y comenzaron las clases de combate de cuerpo a cuerpo ofrecidas
por Vilomar. Santiago fue el voluntario. Luego de ofrecida la demostración, los
aspirantes practicaron entre sí.

En horas de la tarde se dirigieron al área donde realizarían el cruce de río (river


crossing). El ejercicio consistía en cruzar el río por encima de una soga que iba de
un extremo a otro. La distancia entre uno y otro extremo era aproximadamente de
cuarenta (40) pies. En el camino hacia el lugar, los aspirantes tenían que cargar el
equipo en sus espaldas. En ese momento Mercado estaba tan cansado y se estaba
cayendo con tanta frecuencia que Santiago lo cargó en sus espaldas por
instrucciones de Seda. All llegar al área señalada, Mercado pidió permiso para
descansar. Se le permitió y éste se quitó las botas y se acostó cerca de unos árboles.

Durante el ejercicio, Blasini estaba en el área donde se debía comenzar, mientras


Seda y Vilomar se encontraban en un tubo de goma en el agua por si alguno de los
aspirantes caía. Cordero y Santiago tardaron alrededor de cuarenta y cinco (45)
minutos en completar el ejercicio. Cuando llegó el turno de Mercado, éste estaba
tan débil que tuvo que ser ayudado por sus demás compañeros para que pudiera
llegar al lugar donde debía comenzar. Se le puso un cinturón con unas sogas como
medida de seguridad. Mercado apenas se movía, constantemente se caía y en
ocasiones se viraba la soga. Santiago y Cordero halaban la soga para ayudarlo a
cruzar. Eran las seis (6) de la tarde cuando terminó, luego de haber transcurrido
dos (2) horas quince (15) minutos desde que inició el ejercicio. Al llegar al otro
extremo donde finalizaba el cruce del río, no se pudo bajar y quedó colgado. En
ese lugar había una roca grande; Mercado resbaló, cayó contra la roca y se hirió en
la cabeza. Nadie le revisó el golpe ni fue llevado al hospital o a un médico.

Andrés Ramos Quiles y Angel Luis Quiles Vélez, residentes del área
del campamento, declararon que observaron cuando Arnaldo Mercado cruzaba el
río. Testificaron que escucharon cómo los miembros del staff le gritaban para que
se diera prisa y cómo bajaban la soga hasta que éste introducía la cabeza en el agua
para que 'cogiera el impulso'. Además, testificaron que cuando terminó el ejercicio
y Mercado se cayó le dijeron 'que parecía una nena' y 'entonces el alto lo levantó y
lo jamaquió por el brazo derecho y le dió con la mano por la espalda, le dio duro
porque se escuchó un ruido fuerte'. Le dijo, además, 'que tenía que subir gateando
hasta la guagua' y 'que era una nena'. E.N.P., pág. 64. Tanta indignación causó la
escena descrita en los testigos que éstos, antes de irse, le gritaron 'abusadores' a los
acusados que estaban presentes. Uno de ellos contestó 'echen pa'ca pa'que prueben'.
E.N.P., pág. 68. Agregaron los testigos que los cadetes acusados golpearon a
Mercado mientras éste intentaba hacer los ejercicios ordenados. El testimonio de
ambos testigos fue corroborado por Orlando Hernández Ramos y por Ramón
Nieves Lebrón, quienes se encontraban cerca del lugar de los hechos y quienes
también observaron toda la escena narrada por Andrés Ramos y Luis Quiles.
Testificaron que oyeron cuando los acusados le proferían a Mercado palabras
obscenas. E.N.P., pág. 64.

Luego el grupo regresó al campamento. Como el lugar se encontraba a milla y


media del campamento y Mercado no podía caminar, Cordero y Santiago lo
cargaron todo el trayecto. Al llegar al campamento, nuevamente montaron guardia.
En esta ocasión, Santiago inició la guardia y le siguió Mercado.

Ya en la noche de 28 de diciembre llamaron a los aspirantes a hacer una


emboscada. Al dirigirse a la misión encomendada, Mercado cayó cayó por una
cuesta, rodó y nuevamente se golpeó la cabeza. Seda, Cordero y Santiago lo
levantaron del piso. Al percatarse de la herida, Seda le aplicó una crema, pero no
lo llevaron al hospital ni a un médico para que atendiera su herida. Debido a su
condición, Mercado fue excusado de los ejercicios de esa noche. Al finalizar se
fueron a dormir, iniciando nuevamente el turno de vigilancia sin haber ingerido
ningún tipo de alimento.

En la mañana de 29 de diciembre se les ordenó que cargaran unos troncos para


preparar una fogata esa noche. Estos eran de tres (3) a seis (6) pies de largo y su
peso variaba desde las treinta (30) hasta las sesenta y cinco (65) libras. La distancia
a recorrer con los troncos al hombro era de quince (15) pies. Los aspirantes
estuvieron cargando troncos durante toda la mañana. Al mediodía les dieron la
misma ración de alimentos de los días anteriores. Mercado apenas pudo cargar los
troncos. Intentó hacerlo, pero no tenía fuerzas y terminó arrastrando los más
pequeños. Los aspirantes terminaron de cargar los troncos a las seis (6) de la tarde.
Luego de esto, participaron en otra misión y Ramos Girau les contó una historia
sobre una pantera y una civilización. Mientras Ramos Girau contaba la historia,
Mercado tenía que apoyarse sobre los hombros de Cordero y Santiago porque no
podía mantenerse en pie.

Terminada la historia, pasaron a la última fase de la iniciación: la fogata y la quema


de boinas. Los acusados encendieron la fogata que habían preparado los aspirantes
y que tenía una altura de quince (15) pies y un ancho de ocho (8) pies. El propósito
de ésta era quemar la boina roja que usaban los aspirantes durante su
entrenamiento, ya que al convertirse en Panteras se les entregaría una boina azul.

Santiago fue el primero en someterse al ritual de la quema de boinas. Éste testificó


que el sofocón de la fogata se sentía de ocho (8) a diez (10) pies de distancia. Luego
le tocó el turno a Mercado. Según testificó Cordero, éste parecía que no sentía el
calor del fuego a tal punto 'que tuvo que halarlo para que no se cayera de frente en
la fogata'. E.N.P., pág. 39. Al acercarse a poner su boina en la fogata se la trajo
encendida en sus manos y sufrió quemaduras de segundo grado. E.N.P., pág. 109.
Ningún miembro del staff le revisó la mano. Tampoco le llevaron en ese momento
a recibir atención médica.

Terminada esa actividad, las nuevas Panteras saludaron a los acusados e hicieron
una serie de push-ups. Mercado se quejó del dolor de la quemadura de la mano,
pero no fue atendido por los acusados. Luego tuvieron una celebración con
sandwiches y golosinas. Ya era la madrugada de 30 de diciembre. Se acostaron a
dormir hasta temprano en la mañana, cuando Mercado no pudo ayudarles a recoger
la basura por lo mal que estaba. Santiago observó cuando éste nuevamente vomitó
un líquido verde y le avisó a Ruiz. Todo lo que hicieron por él fue prepararle jugo
de china.

Al concluir el campamento, Mercado tuvo que ser cargado en una camilla hasta el
carro de Forestier. Durante el camino de regreso comentó que tenía ganas de orinar
pero no podía. En el camino Mercado pidió agua y la consiguieron en un negocio.
Luego fue llevado a casa de Santiago porque en su casa no había nadie. Al llegar
a casa de éste tuvo que ser cargado hasta una de las habitaciones de la casa porque
no podía sostenerse. Inmediatamente el grupo abandonó la residencia dejando a
Mercado con Santiago. Ni aún en ese momento solicitaron ayuda médica para
atender a su compañero.

De la exposición narrativa de la prueba no surge cómo llegó la mamá de Mercado


a casa de Santiago. No obstante, ésta al ver a su hijo en las condiciones que se
encontraba decidió llamar a su esposo y pedirle que fuera a casa de Santiago. Tan
pronto el padre de Mercado vio a su hijo decidió llevarlo a la Clínica Dr. Perea en
Mayagüez.

Allí lo atendió en sala de emergencia el Dr. Orlando A. Campos, quien declaró que
Mercado 'se encontraba un poco abandonado, desorientado con una apariencia de
estar maltrecho; que estaba en mala condición de salud y daba la impresión de
encontrarse deshidratado y habiendo recibido lesiones físicas; que procedió a
examinarlo físicamente y le encontró raspaduras en el cuerpo, y una en la frente
media de la cabeza, otra en el lateral derecho; también le notó ciertas lesiones,
raspaduras con secreciones con sanguaza sucia; que tenía los ojos hundidos, fosa
oral seca, escasa y pegajosa; que tenía una deshidratación severa' y 'que tenía una
mano hinchada en la que tenía una raspadura con sanguaza y pús'. En la piel de los
brazos tenía 'múltiples raspaduras'; tenía 'un hematoma en el área tibial izquierda
y la piel de los dedos presentaba hongos'. E.N.P., págs. 88-90.

El doctor Campos, al evaluar el estado en que se encontraba Arnaldo Mercado,


decidió consultar al Dr. Rafael Justiniano, cirujano general. El examen practicado
por éste reveló que Mercado tenía un neumotórax y enfisema subcutáneo.[2]

Luego de que varios médicos y especialistas lo vieran y se le sometiera a diferentes


tratamientos, el doctor Weber, nefrólogo, recomendó su traslado al Hospital de la
Concepción para tratarlo de paro renal. Desgraciadamente, todos los esfuerzos
fueron en vano y Arnaldo Mercado murió el 5 de enero de 1984 a consecuencia de
una broncopulmonía bilateral aguda y fallo renal, posiblemente secundario a
ejercicios exhaustivos que le causaron una rabdomiólisis (destrucción del músculo
esqueletal). E.N.P., pág. 110.

Por estos hechos el Ministerio Público presentó acusaciones por homicidio


involuntario contra los aquí apelantes. Éstas leían de la manera siguiente:
Los referidos acusados JUAN ALBERTO RAMOS RUIZ, FELIX SEDA
TROCHE, HIRAM FORESTIER ESTERRICH, RONALD G. BLASINI
RIVERA, EDGAR RAMIREZ VILLARIL, NELSON GONZALEZ CARRERO,
ARNALDO VARELA ROSARIO, OSVALDO H. VILOMAR INFANTE,
JOAQUIN RAMOS GIRAU, AHMED CARRION RIVERA y con otras personas,
allá en y durante los días del 26 al 30 de diciembre de 1983 en MAYAGUEZ y
SAN SEBASTIAN, Puerto Rico, siendo parte de los actos cometidos en la
jurisdicción del Tribunal Superior de Puerto Rico, Sala de Mayagüez, actuando en
concierto y común acuerdo, actuando ilegal y negligentemente crearon una
situación de peligro a la vida e integridad física del ser humano ARNALDO
MERCADO PEREZ, ya que previo acuerdo, actuando ilegalmente le agredieron,
produciéndole múltiples abrasiones y hematomas, y actuando negligentemente no
le proveyeron alimentos suficientes, no le permitieron descanso adecuado, le
crearon y le sometieron a pruebas físicas exageradas, abusivas, contínuas y
extenuantes que le produjeron quemaduras en segundo grado, un estado de
deshidratación extremo, un paro renal crónico, estando su condición física y
fisiológica en un proceso de deterioro acelerado, fácilmente detectable y
presenciado por los referidos acusados, sin que estos le brindaran la debida
atención, actos que fueron la causa directa de su muerte.

Este hecho es contrario a la ley para tal caso prevista y a la paz y dignidad de 'El
Pueblo de Puerto Rico'.

Terminado el juicio, el Jurado rindió veredicto de culpabilidad por homicidio


involuntario. Se les impuso sentencia de un (1) año y tres (3) meses de reclusión a
todos, excepto a Joaquín Ramos Girau, el comandante del grupo, que fue
sentenciado a dos (2) años. En vista de que no tenían antecedentes penales y
considerando el historial social de cada uno, el tribunal les concedió los beneficios
de una sentencia suspendida.

Inconformes con este dictamen, apelan ante nos alegando, en síntesis, la comisión
de cinco (5) errores:

1. Cometió error el tribunal al interpretar que los Arts. 14, 16 y 86 del Código
Penal, 33 L.P.R.A. secs. 3061, 3063 y 4005, permiten el que se acuse a varias
personas de dar muerte a un ser humano mediante negligencia y que se establezca
un nexo a base de las figuras de mutuo y común acuerdo.

2. No se instruyó al Jurado sobre las defensas de error de hecho y consentimiento.


3. No procedía la admisión de fotografías del lugar de los hechos y del cadáver de
la víctima.

4. No se estableció la culpabilidad más allá de duda razonable.

5. No se declaró con lugar una moción de absolución perentoria luego de


establecerse que la evidencia presentada por el Fiscal no era constitutiva del delito
de homicidio involuntario.[3] Luego de haber examinado cuidadosamente los autos
originales del caso, la exposición narrativa de la prueba y los alegatos de las partes,
procede la confirmación de la sentencia.

II

[1-2] Para poder determinar si existe responsabilidad penal de una persona por un
acto delictivo hay que acudir al Art. 14 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3061,
que establece como formas de culpabilidad la intención o negligencia
criminal.[4] La presencia de intención o negligencia criminal completa la
configuración de los elementos constitutivos del delito. La ausencia de éstas
convierte la muerte en un accidente desgraciado.

[3] En el common law, la responsabilidad criminal de una persona se configura


cuando concurren el actus reus (la realización de la actividad delictiva) y el mens
rea (el elemento mental, que se puede manifestar como intención, conocimiento,
imprudencia o negligencia). 'Es difícil generalizar sobre el elemento mental de un
delito; ya que varía de delito a delito, y puede incluso variar en un mismo delito de
un elemento físico a otro . . . . Los tipos principales de culpabilidad mental son (1)
intención, (2) conocimiento, (3) imprudencia, y (4) negligencia.' W.R. LaFave y
A.W. Scott, Handbook on Criminal Law, citado en D. Nevares-Muñiz, Derecho
Penal Puertorriqueño: Parte General, Hato Rey, Ed. Inst. Desarrollo del Derecho,
1983, pág. 154.

Tradicionalmente, el conocimiento ha formado parte de la definición de 'intencion'.


aQuel que conoce las consecuencias de sus actos y las desea, o que pudo preverlas
aun cuando no las desea, tiene la intención criminal requerida. El hecho de que no
exista una distinción clara y tajante entre intención y conocimiento no tiene
consecuencias prácticas mayores, porque 'usualmente hay una buena razón para
imponer responsabilidad si el acusado deseaba el resultado o solamente lo había
previsto'. W.R. LaFave y A.W. Scott, Handbook on Criminal Law, Minnesota,
West Publishing Co., 1972, pág. 197.
[4] En el common law, la negligencia requerida para responsabilizar penalmente a
una persona es mayor que aquella que se requiere en una acción en daños y
perjuicios. Usualmente se exige un mayor riesgo de causar daño o que se conozca
o se pudiese prever el riesgo causado. La negligencia se ha definido como una
desviación crasa del estándar de cuidado que un hombre prudente y razonable
ejercería si se encontrara en la situación del acusado. R.M. Perkins y R.N. Boyce,
Criminal Law, 3ra ed., Nueva York, The Foundation Press, 1982, pág. 848.

[5-6] La imprudencia se reserva para aquellos casos donde, además de existir un


mayor riesgo de causar daño, el actor tenía la obligación de haberlo previsto. En
estos casos utilizamos un estándar subjetivo, el actor conocía el resultado de su
acción o 'sabía que no conocía si la acción era o no riesgosa y de hecho lo era'.
LaFave y Scott, op. cit., pág. 213. Sin embargo, la imprudencia y la negligencia
tienen algo en común. 'Cada una requiere un tipo de conducta que representa una
desviación crasa del estándar de cuidado de un hombre prudente y razonable.'
Perkins y Boyce, op. cit., pág. 850.

[7] Por otro lado, en la tradición civilista las formas de culpabilidad se dividen en
el dolo y la culpa. El dolo, la forma de culpabilidad más grave, a su vez se clasifica
en dolo eventual y en dolo directo.

[8] El dolo es eventual 'cuando el agente se representa como un posible resultado


dañoso y no obstante tal representación no renuncia a la ejecución del hecho,
aceptando sus consecuencias'. E. Cuello Calón, Derecho Penal, 18va ed.,
Barcelona, Ed. Bosch, 1980, T. 1, Vol. 1, pág. 444.

En el dolo directo 'existe la representación que eleva a un deseo expreso de efectuar


el acto, queriendo la producción de los resultados. En este caso se configura una
voluntad totalmente comprometida con los actos delictivos realizados'. Nevares-
Muñiz, op. cit., pág. 144.

[9] La culpa es aquella desviación de una conducta esperada del hombre prudente
y razonable en las circunstancias particulares del caso. 'El derecho le sanciona la
ligereza, descuido, pereza, o torpeza con la cual actúa el sujeto en el discurrir de
sus actividades normales.' Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 146. Cuello Calón, op. cit.,
pág. 466, establece que existe culpa 'cuando obrando sin intención y sin la debida
diligencia se causa un resultado dañoso, previsible y penado por ley'.

[10] Para que exista culpa es necesario: (1) que exista una acción no intencional y
voluntaria, (2) que la persona haya realizado el acto sin la prudencia requerida al
hombre prudente y razonable en situaciones similares, y (3) que el resultado
dañoso haya podido ser previsto por la persona que actúa. Nevares-Muñiz, op. cit.,
págs. 146-147; Cuello Calón, op. cit., págs. 466-467.

[11] Sin embargo, la culpa no se da en términos tan abstractos, sino que se


manifiesta en cuatro (4) modalidades: imprudencia, negligencia, impericia e
inobservancia de reglamentos y leyes.

[12] Se ha definido la imprudencia como la realización de un acto que no


corresponde a la conducta que exhibiría el hombre prudente y razonable. 'La
imprudencia supone una actividad positiva, se refiere al obrar irreflexiblemente sin
precaución ni cautela.' Cuello Calón, op. cit., pág. 474.

[13] En contraste, la negligencia supone un no hacer; equivale a descuido. Es la


omisión sin la atención requerida en casos similares. Al condenar a una persona
bajo la modalidad de omisión negligente se le castiga 'por un tolerar o un no actuar
en ocasiones en que está obligado por la ley a actuar si quiere ser considerado por
el ordenamiento como una persona razonable, madura y responsable de sus actos'.
Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 148.

[14-15] La sociedad ha establecido una presunción respecto a la habilidad que


tienen algunos profesionales que han recibido adiestramiento especializado al
efecto. Si no se realiza el oficio, profesión u ocupación con la debida prudencia se
estará bajo la modalidad de impericia. 'Es necesario señalar que no debe
confundirse la impericia con las modalidades anteriormente descritas de la
imprudencia y la negligencia: el acto imperito puede involucrar tanto acciones
negligentes como acciones imprudentes, si se mira desde un estricto punto de vista,
como se denota claramente del ejemplo de un médico que acepta hacer una
operación para la cual no está preparado. Lo que distingue a la impericia de las
modalidades arriba mencionadas es que se produce un acto culposo bajo la forma
de un oficio, profesión u ocupación para la cual se presupone preparado al
individuo'. Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 149. Pueblo v. Rivera Rivera, 123 D.P.R.
739 (1989).

[16] Otra modalidad de la culpa es aquella conocida como incumplimiento de


reglamentos. Generalmente se ve en los casos de reglamentos que tienden a la
seguridad y a la normal convivencia de las personas. Cuello Calón, op. cit., pág.
473.

[17] Hemos visto que aun con orígenes distintos, tanto el derecho anglosajón como
el derecho civil, en su desarrollo contemporáneo, han establecido la diferencia
existente entre la negligencia requerida para lograr una convicción penal y aquella
necesaria para una acción de daños y perjuicios. Se ha reconocido que el grado de
negligencia requerida en casos de naturaleza penal es mayor que el exigido cuando
se trata de acciones civiles. Perkins y Boyce, op. cit., págs. 840-849; J. Santos Briz,
La Responsabilidad Civil, 3rd ed., Madrid, Ed. Montecorvo, 1981, págs. 80-87; S.
Soler, Derecho Penal Argentino, Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina,
1956, T. II, págs. 138-142.

Luego de esta exposición doctrinal sobre las formas de culpabilidad en el derecho


angloamericano y la tradición civilista, pasemos a considerar la situación en
nuestro ordenamiento penal.

III

[18] Nuestra definición de 'intención' proviene del common law. Como bien señala
la profesora Nevares-Muñiz, '[p]ara explicar la intención general descrita en el
artículo 15, C.P., no puede acudirse a la doctrina civilista, sino a la del common
law, donde tiene su origen y en particular al principio de versari in re illicita, según
evolucionó en la doctrina de que toda persona es responsable por las consecuencias
naturales y probables de sus actos '. Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 158.

[19] De hecho, es erróneo pensar que nuestra intención equivale al dolo civilista
porque no hay una correspondencia exacta entre los grados de intención requeridos
en nuestro ordenamiento y las categorías de dolo de la tradición civilista.

'[L]a identificación entre dolo directo y eventual por un lado, y la intención


específica y general . . . por el otro, no siempre es correcta, ya que la
sistematización del derecho civilista podía dar como resultado el que delitos
realizados con dolo directo fuesen clasificados como delitos de intención general
por el ordenamiento puertorriqueño.' Nevares-Muñiz, op. cit., pág. 145.

[20] Sin embargo, hemos adoptado las categorías de culpa delineadas por la
tradición civilista. Nuestro Art. 16 del Código Penal establece la negligencia
criminal cuando se 'ha producido un resultado delictuoso sin quererlo, por
imprudencia o descuido, o falta de circunspección o impericia o por inobservancia
de la ley'. 33 L.P.R.A. sec. 3063. De manera que 'la negligencia puertorriqueña con
sus modalidades de imprudencia[,] descuido, impericia, falta de atención o
inobservancia de leyes y reglamentos equivale a la culpa civilista'. Nevares-Muñiz,
op. cit., pág. 149.

[21] Sin embargo, en nuestro derecho penal se requiere un grado mayor de


negligencia para sostener una convicción que la necesaria bajo el Art. 1802 del
Código Civil, 31 L.P.R.A. sec. 5141. Pueblo v. Rivera Rivera, supra; Pueblo v.
Rodríguez, 47 D.P.R. 600 (1934); Pueblo v. Rodríguez, 70 D.P.R. 23, 29 (1949);
Pueblo v. López, 77 D.P.R. 607 (1954). Véase, también, D. Nevares-Muñiz,
Código Penal de Puerto Rico: revisado y comentado, San Juan, Ed. Rev. C. Abo.
P.R., 1986, pág. 31.

En el caso de autos los apelantes nos señalan que nuestro ordenamiento penal no
permite que a varias personas se les acuse de dar muerte a un ser humano mediante
negligencia. Argumentan que de una interpretación integral de los Arts. 14, 16 y
86 del Código Penal, 33 L.P.R.A. secs. 3061, 3063 y 4005, se infiere que no puede
existir común concierto y acuerdo para cometer delitos de negligencia. No tienen
razón.

[22] El Art. 86 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4005, dispone que:

Toda persona que obrando con negligencia o que al realizar un acto ilegal que no
constituyere delito grave, ocasionara la muerte a otra, será sancionada con pena de
reclusión por un término fijo de un (1) año y ocho (8) meses.

Se ha interpretado que bajo la segunda modalidad debe tratarse de un acto


considerado como delito menos grave. Manual de instrucciones al jurado,
aprobado por el Tribunal Supremo de Puerto Rico, 27 de marzo de 1980, pág. 128.
Bajo la primera modalidad, la muerte debe ser el resultado de un acto u omisión
negligente.

[23-24] Un análisis desapasionado y objetivo de los artículos señalados revela lo


erróneo del planteamiento de los apelantes. El homicidio involuntario bajo la
modalidad de negligencia solamente requiere que se haya causado la muerte a un
ser humano mediante un acto u omisión negligente. Es decir, la forma de
culpabilidad requerida es la negligencia criminal, bajo alguna de las modalidades
delineadas por la tradición civilista, y no la intención general. En el caso ante nos
las modalidades aplicables son la imprudencia y el descuido o falta de
circunspección. Es un dejar de hacer aquello exigido al hombre prudente y
razonable en circunstancias similares. Sin embargo, esta forma de culpabilidad no
excluye que varias personas actuando en conjunto, sin querer el resultado de su
acto negligente, causen la muerte a una persona.

[25] Normalmente el común concierto y acuerdo se refiere a aquellos delitos que


requieren la intención general como forma de culpabilidad o aquella intención
específica que contienen algunos delitos en nuestro Código Penal. La alegación de
común concierto y acuerdo es necesaria para implicar a coautores del delito que
no han participado activamente en la comisión del mismo. Sin embargo, esto no
excluye de su ámbito el común concierto y acuerdo en delitos por negligencia.

[26] En Estados Unidos se ha establecido que hay la posibilidad de que exista un


común concierto y acuerdo para delitos de negligencia por la existencia de
diferentes grados de responsabilidad: cómplices, autores y conspiradores. Aunque
los tribunales no han sido consistentes al referirse al asunto,[5] lo cierto es que
puede existir un acuerdo bajo la modalidad de homicidio involuntario al realizar
un acto negligente aunque no bajo la modalidad de acto ilegal.[6] Véase W.R.
LaFave y A.W. Scott, Substantive Criminal Law, Minnesota, West Publising Co.,
1986, Vol. 2, Sec. 6.7, págs. 149-152.

A igual determinación han llegado otros tratadistas. Bajo el concepto de 'culpa


civilista' se ha sostenido que:

. . . [E]n estas infracciones es posible una cierta cooperación, por ejemplo, en el


caso de dos personas que manejan imprudentemente un arma cargada que se
dispara y hiere a un tercero; o cuando el viajero induce al conductor del automóvil
a lanzarlo a una velocidad vertiginosa, en ambos casos uno coopera a la acción del
otro, pero no al resultado, pues en esta clase de delitos es esencial que el resultado
no sea querido. Cuello Calón, op. cit., T. I, Vol. 2, pág. 664.

Jiménez de Asúa, al enfrentarse al problema, establece que:

El problema de la culpabilidad plantea un asunto sobremanera importante y


debatido: la complicidad en la culpa. A menudo se citan ejemplos de aparente
codelincuencia en los actos negligentes: El que maneja el automóvil es excitado
por el amigo que lleva junto a sí, para que corra y adelante el coche que se ve en
lontananza. Si se atropella al campesino que cruza la carretera se dirá que ha habido
entre el conductor y el viajero una codelincuencia, porque ésta exige, no el acuerdo
para el acto, sino para la actuación del resultado típicamente injusto. El que
aconseja correr y el que empuja con su pie el acelerador sólo están de acuerdo en
la velocidad. Ahora bien; la esencia de la culpa está en la negligencia y no en el
resultado, y en tal sentido no hay nada que se oponga en muchos Códigos penales
a la participación en la culpa como, en cambio, impedía la tentativa en esa especie
de la culpabilidad. La instigación, sobre todo, parece posible . . . . L. Jiménez de
Asúa, La ley y el delito: principios de Derecho Penal, 5ta ed., Buenos Aires, Ed.
Sudamericana, 1967, pág. 505.

[27] En Puerto Rico no ha sido necesaria la alegación de común concierto y


acuerdo cuando se cometen delitos cuya forma de culpabilidad requerida es la
negligencia criminal debido a que nuestro Código Penal incluyó en su Art. 35 a los
cómplices como coautores. Éste categoriza como coautores a:

(a) Los que toman parte directa en la comisión del delito.

(b) Los que fuerzan, provocan, instigan, inducen o ayudan a otra persona a cometer
el delito.

(c) Los que se valen de una persona inimputable para cometer el delito.

(d) Los que con posterioridad a la comisión del delito ayudaren a los que tomaron
parte directa en la comisión del delito en cumplimiento de una promesa anterior a
dicha ejecución.

(e) Los que cooperaren de cualquier otro modo en la comisión del delito. 33
L.P.R.A. sec. 3172.

Por lo tanto, cualquier persona que haya incitado a la realización de un acto


negligente que conlleva responsabilidad penal será coautor del mismo.

En el caso ante nos el común concierto y acuerdo se refiere a la planificación y


anuencia de todos los acusados, miembros del grupo directivo de Las Panteras,
para realizar las actividades programadas para el campamento de iniciación. La
legitimidad de Las Panteras como una organización afiliada al Air Force R.O.T.C.
y del campamento celebrado no es determinante en este caso, pues se trata de
homicidio involuntario bajo la modalidad de acto negligente. Recuérdese que el
acto negligente es en sus inicios un acto legal, pues si se tratara de un acto ilegal
aplicaría la segunda modalidad del delito.

Como parte de su argumento, los apelantes señalan que 'el término del concierto y
común acuerdo equivale a la conspiración que reconoce el derecho penal'. Alegato
de los apelantes, pág. 38. Argumentan que este tipo de conducta requiere los
elementos de intención y conocimiento. A falta de éstos, en el caso ante nos, la
acusación no imputa delito.

De ninguna manera la acusación puede referirse a un común concierto y acuerdo


para ocasionar la muerte a Arnaldo Mercado, como sugieren los apelantes. Adoptar
esa tesis equivaldría a establecer la intención criminal requerida en el asesinato en
segundo grado. Recuérdese que en delitos de negligencia el resultado no puede ser
querido. No podemos aceptar los argumentos de los apelantes. De otro modo,
estaríamos permitiendo que personas que ayudaron a la comisión del delito evadan
su responsabilidad por un mero tecnicismo.

[28] Los acusados participaron y supervisaron esta iniciación y estaban obligados


a actuar frente a la situación ocasionada por sus propios actos. La prueba del
Ministerio Público estableció, más allá de duda razonable, que la víctima murió a
consecuencia del daño físico que sufrió durante la brutal iniciación realizada por
los apelantes. La negligencia crasa de los acusados al actuar con total menosprecio
de la seguridad, la dignidad y la vida de Arnaldo Mercado fue la causa de su
muerte. Mercado no fue adecuadamente alimentado, tampoco se le suministró los
líquidos requeridos por su cuerpo ni se le permitió descansar el tiempo requerido,
y tuvo que someterse a ejercicios físicos extenuantes. Además, desfiló prueba a los
efectos de que en algunos momentos del campamento Arnaldo Mercado fue
agredido por los acusados, miembros del cuerpo directivo de Las Panteras. Durante
la cadena de actos negligentes que le causaron la muerte al joven Mercado siempre
estuvo presente por lo menos uno de los acusados. En ningún momento los
supervisores le brindaron los primeros auxilios que requerían sus lesiones.
Tampoco lo llevaron a recibir la atención médica que necesitaba. Aún al concluir
la iniciación, lo cargaron en camilla y lo dejaron gravemente enfermo en la casa
de uno de los cadetes. De modo que aun cuando partiéramos de la premisa
equivocada y concluyéramos que no existe común concierto y acuerdo en delitos
de negligencia, lo cierto es que quedó demostrado por la evidencia desfilada la
responsabilidad individual de cada acusado. Todos son igualmente responsables
por la muerte de Arnaldo Mercado.

IV

Como segundo señalamiento de error los apelantes presentan el que no se haya


impartido al Jurado instrucciones sobre la defensa de error de hecho y
consentimiento.

[29] El Art. 19 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3092, establece que '[n]o incurre
en responsabilidad la persona cuya acción u omisión respondiere a un error
esencial de hecho que justifique la ausencia de toda intención o negligencia'. Para
que cobre vigencia esta causa de exclusión de responsabilidad el error de hecho
tiene que ser esencial e invencible.

[30] Un error es esencial cuando puede clasificarse como error sobre el tipo o error
de prohibición. El error sobre el tipo es aquel que recae sobre los elementos
constitutivos del delito. El error de prohibición se refiere a una creencia equivocada
de que se está actuando conforme con la ley o a una causa de justificación que en
realidad no existía. La profesora Nevares-Muñiz nos ilustra con los ejemplos
siguientes:

Si A le dispara a B creyendo que está muerto, cuando en realidad no lo está, se


trata de un error esencial, ya que el que la víctima sea una persona viva es un
elemento constitutivo del delito de asesinato. Aquí es error sobre el tipo. En
cambio, sería un error esencial pero de prohibición, si C le dispara a D bajo el
pensamiento equivocado de que D le va a agredir, excediéndose en la agresión,
cuando en efecto no era necesario. Este último se conoce como una legítima
defensa putativa. Nevares-Muñiz, Derecho Penal Puertorriqueño: Parte General,
op. cit., pág. 178.

[31] Es invencible el error 'cuando no hubiera podido evitarse a pesar de las


diligencias empleadas por el actor, que se comporta como una persona prudente y
razonable. En cambio, el error sería vencible, y no exime de responsabilidad penal
del delito que se cometa, si la persona hubiera podido evitar el resultado, de haber
ejercido la debida diligencia'. Nevares-Muñiz, Código Penal de Puerto Rico:
revisado y comentado, op. cit., pág. 35.

Alegan los apelantes que 'no serían responsables penalmente si al ver a Arnaldo
Mercado en su desempeño en la caminata y en el resto del campamento, éstos
estaban bajo la creencia honesta y razonable de que éste lo que estaba era cansado,
al igual que los otros dos cadetes, aunque un poco más que éstos, y desconocían
por completo que éste presentara una condición de salud de cuidado caracterizada
por un fallo renal debido a rabdiomólisis '. Alegato de los apelantes, pág. 28. Parece
que los apelantes olvidan que sus propios actos negligentes (falta de alimentación,
de cuidado, de descanso y el someterlo a extenuantes ejercicios físicos) fueron la
causa de la muerte. La creencia de que Arnaldo Mercado solamente estaba cansado
no justificaba los actos negligentes de los apelantes. De manera que no se trata de
un error de tipo, donde está ausente un elemento constitutivo del delito. Tampoco
es un error de prohibición, donde genuinamente el actor piensa que está actuando
correctamente, ni es un error invencible porque con la debida diligencia hubiesen
podido evitar el resultado.

[32] En casos de delitos de negligencia la defensa de error de hecho no está


disponible si precisamente la esencia de la negligencia consiste en no percatarse
del error o en la falta de previsión. Es decir, el actor no es consciente del riesgo
aunque debería serlo. Esa falta de conciencia se desvía de lo que un hombre
prudente y razonable hubiera previsto. Véanse: Williams v. State, 680 S.W.2d 570
(Tex. App. 13 Dist. 1984);[7] Perkins y Boyce, op. cit., pág. 1049. En el caso ante
nos levantar la defensa es un contrasentido. No procedía que se impartieran
instrucciones a esos efectos.

Los apelantes solicitaron que se instruyera al Jurado de la forma siguiente: '[s]i las
damas y caballeros del jurado entendiesen por el resultado de la prueba que las
actividades llevadas a cabo por Arnaldo Mercado Pérez durante el campamento
celebrado en los días 26 al 30 de diciembre de 1983, fueron efectuados (sic) por
éste voluntariamente, o si tuviesen duda razonable y fundada, sobre si ello fue así
o no, será vuestro deber rendir un veredicto de no culpable'. Alegato de los
apelantes, pág. 25.

La petición de la referida instrucción se funda en que las actividades realizadas por


ellos constituían ejercicios físicos fuertes análogos a deportes y que, por lo tanto,
procedía la defensa de consentimiento. Argumentan que este es un caso claro para
aplicar la excepción a la norma general reconocida en casos de deportes o
ejercicios físicos fuertes.

[33-34] Generalmente la defensa de consentimiento no está disponible en casos de


naturaleza criminal. Solamente procede si un elemento constitutivo del delito es la
ausencia del consentimiento. LaFave y Scott, Substantive Criminal Law, op. cit.,
págs. 687-689. La razón aducida para la referida norma es que la comisión de un
delito va más allá del perjuicio específico causado. Al cometer un delito se atenta
contra el orden público establecido, de modo que no procede que el propio
perjudicado autorice el daño infligido. Id.

[35] Sin embargo, se ha creado una excepción cuando se trata de lesiones sufridas
en deportes. En estos casos se ha permitido levantar la defensa de consentimiento
cuando

(1) la persona afectada es capaz de prestar consentimiento válido;


(2) la persona presta consentimiento válido voluntaria e inteligentemente;
(3) la actividad es lícita, y
(4) se siguen las normas establecidas para el deporte.

Si no se cumplen con todos los requisitos, el consentimiento no será eximente de


responsabilidad. LaFave y Scott, op. cit.; 2 Wharton's Criminal Law Sec. 151, pág.
232 (1978). Véanse, además: J. Hallowell y R. Meshbesher, Sports Violence and
the Criminal Law, 13 (Núm. 1) Trial 26 (1977); G. Flakne y A. Caplan, Sports
Violence and the Prosecution, 13 (Núm. 1) Trial 33 (1977).
[36] En las jurisdicciones norteamericanas donde se ha estatuido el hazing[8] como
delito, los tribunales han concluido que no puede levantarse el consentimiento
como defensa. People v. Lenti, 260 N.Y.S.2d 284 (1965);[9] Bartell v. State, 82
N.W. 142 (Wis. 1900).

A igual conclusión se ha llegado en los países con una tradición civilista. Por regla
general, el consentimiento de la víctima no es defensa, salvo que la falta de
consentimiento sea elemento del delito. Cuello Calón, op. cit., págs. 406-407.

En casos de lesiones causadas en deportes y muerte por razón de ejercicios


deportivos violentos se ha concluido que:

Cuando no se obre con la debida prudencia y cautela que suponen la observancia


de las reglas lícitas del deporte, puede existir un delito de lesiones (o de homicidio)
por imprudencia, a menos que el ejercicio deportivo se utilice como medio de
encubrir una voluntad criminal encaminada a causar un mal corporal (o la muerte),
en cuyo caso el culpable respondería de un delito doloso. Cuello Calón, op. cit., T.
II, Vol. 2, pág. 558. Véase, además, J.M. Rodríguez Devesa, Derecho Penal
Español: Parte Especial, 9na ed., Madrid, Imprenta Artes Gráficas Carasa, 1983,
págs. 144 y 149.

Acertadamente, Puig Peña concluye que:

Maggiore, con razón, sostiene que la vida y la integridad corporal son bienes
indisponibles; ello aparte de que es indudablemente cierto que ningún jugador
quiere morir o ser herido; luego el consentimiento es irrelevante o inoperante. En
el Derecho español esta tesis [la del consentimiento de la víctima] es insostenible
. . . . F. Puig Peña, Derecho Penal: Parte Especial, Madrid, Ed. Rev. Der. Privado,
1964, T. IV, pág. 24.

Además, no sólo existe responsabilidad penal en los jugadores, 'sino en los


organizadores que no tomaron las precauciones debidas . . .'. Puig Peña, op. cit.,
págs. 25-26.

[37] Nuestro ordenamiento penal sigue las pautas establecidas tanto en las
jurisdicciones federales como en la tradición civilista y no considera el
consentimiento como una de las causas de exclusión de responsabilidad. Sin
embargo, es aceptada cuando el delito en cuestión requiere la falta de
consentimiento como un elemento constitutivo de éste. Nevares-Muñiz, Derecho
Penal Puertorriqueño: Parte General, op. cit., pág. 229. Si el delito queda tipificado
independientemente de la existencia del consentimiento, no procede la defensa.
Pueblo v. Avilés, 54 D.P.R. 292 (1939); Pueblo v. Vargas Ramírez, 84 D.P.R. 225
(1961); Cooperativa Cafeteros de P.R. v. Tribunal Superior, 76 D.P.R. 352 (1954).

En su ilustrada comparecencia, el Procurador General correctamente afirma que


en el caso de autos el delito imputado (homicidio involuntario) no requiere como
un elemento constitutivo que exista ausencia de consentimiento. Se configura el
delito cuando se ocasiona la muerte a una persona 'mediante la realización de un
acto negligente', independientemente de que haya habido consentimiento. Nadie
puede consentir válidamente a actos que atentan contra su integridad física.
Permitir lo contrario sería una burla a las normas de sana convivencia social de
nuestra civilización.

[38] Aun cuando se considere que las actividades realizadas por los apelantes son
deportes o actividades análogas, en el caso de autos no procede que el
consentimiento sea considerado como defensa. Al aplicar los criterios expuestos
anteriormente, concluimos que aunque Arnaldo Mercado inicialmente prestó su
consentimiento voluntaria e inteligentemente y que la actividad era lícita,[10] se
excedieron en su ejecución al no proveer una alimentación básica durante la
iniciación, al requerirle una serie de ejercicios que pusieron en peligro su vida y al
negarle el descanso requerido por las actividades de la funesta iniciación. Mercado
no pudo haber prestado un consentimiento válido para someterse a los excesos de
un ritual sádico- masoquista que viola la dignidad del ser humano y que le ocasionó
la muerte al comienzo de sus estudios universitarios.

VI

Los apelantes señalan que la admisión de fotografías del lugar donde se celebró el
campamento y del cadáver de Arnaldo Mercado fue un error substancial que
conlleva la revocación de la sentencia. Alegan que las mismas produjeron
desorientación, confusión y prejuicio indebido en el ánimo del Jurado y que no
reflejaban fielmente la condición en que se encontraba Arnaldo Mercado al
finalizar el campamento.

[39] Reiteradamente hemos validado la admisión de fotografías como parte de la


prueba documental, especialmente cuando corroboran el testimonio de los testigos
presentados. Pueblo v. Márquez, 67 D.P.R. 326 (1947); Pueblo v. Torres, 75
D.P.R. 231 (1953); Pueblo v. Fournier, 80 D.P.R. 390 (1958). En el caso ante nos,
las fotografías del lugar donde se celebró el campamento corroboran partes
esenciales de los testimonios presentados. Era necesaria su admisión para que el
Jurado tuviera un cuadro fáctico completo.
[40] Los apelantes nos llaman la atención al hecho de que las fotografías del
cadáver de Arnaldo Mercado fueron tomadas el 5 de enero, después de varios días
de finalizado el campamento, y que por lo tanto no son un reflejo fiel de las
condiciones en que éste se encontraba el 30 de diciembre. No obstante, dichas
fotografías eran el único medio gráfico disponible para que el Jurado visualizara
lo narrado por los doctores Campos y Justiniano, quienes atendieron a Arnaldo en
la sala de emergencia. En las fotos se podía apreciar la magnitud de las heridas
sufridas, las quemaduras y la condición general en que se encontraba Arnaldo
Mercado. Los jurados conocían perfectamente cuándo había finalizado el
campamento y cuándo se tomaron las fotografías, por lo tanto estaban en posición
de aquilatar la prueba presentada. Tampoco había transcurrido tanto tiempo como
para que las fotos presentaran una imagen distorsionada de lo ocurrido.
Recordemos que al Jurado no podemos atribuirle una sensibilidad extrema y el
mero hecho de que una fotografía pueda impresionar desfavorablemente al Jurado
no justifica su exclusión. Pueblo v. Rivera Romero, 83 D.P.R. 471 (1961).

Por último, el argumento de que no se probó la culpabilidad más allá de duda


razonable es totalmente inmeritorio. El Jurado es el más indicado para otorgar
credibilidad y dirimir conflictos de prueba. Son éstos quienes normalmente están
en mejor condición de aquilatar la prueba, pues gozan de la oportunidad de ver y
escuchar directamente a los testigos. Pueblo v. Pellot Pérez, 121 D.P.R. 791
(1988).

[41] En el caso ante nos, éstos creyeron la prueba presentada. Tanto la prueba
documental como testifical convenció al Jurado de que los apelantes fueron
negligentes y que dicha negligencia fue la causa de la muerte de Arnaldo Mercado.
'[D]e ordinario, no intervendremos con el veredicto condenatorio emitido por un
jurado . . . en 'ausencia de pasión, prejuicio o error manifiesto' en la apreciación
que de la prueba realizaron los mismos. ' Pueblo v. Cabán Torres, 117 D.P.R. 645,
654 (1986). Véanse: Pueblo v. Rivero, Lugo y Almodóvar, 121 D.P.R. 454 (1988);
Pueblo v. Rivera Rodríguez, 123 D.P.R. 467 (1989).

Se confirmará la sentencia recurrida.

La Juez Asociada Señora Naveira de Rodón concurre con el resultado sin opinión
escrita. El Juez Asociado Señor Alonso Alonso no intervino.

[1]
Al inicio de cada semestre académico, Las Panteras ofrecían una orientación general sobre
los requisitos y propósitos del grupo universitario. Luego de asistir a esta orientación,
Arnaldo Mercado decidió ingresar a Las Panteras. Igual determinación hizo Otilio Santiago,
amigo de Mercado desde la infancia, David Cordero y alrededor de veintitrés (23) estudiantes
más del Recinto Universitario de Mayagüez (R.U.M.). Para convertirse en miembro de Las
Panteras era necesario aprobar tres (3) campamentos ofrecidos a lo largo del semestre y asistir
diariamente a las sesiones de ejercicios físicos. Inicialmente los aspirantes tenían que pasar
una prueba de resistencia física. Al aprobar ésta se le entregaba una boina roja que los
identificaba como posibles Panteras, 'Panthers Trainee'. No se les requería un certificado
médico antes de comenzar la prueba de resistencia física ni antes de asistir a los
campamentos. Luego de aprobada la primera prueba, asistían diariamente al lugar destinado
en el R.U.M. donde hacían ejercicios por una hora. De los 25 estudiantes que inicialmente
aspiraban pertenecer al grupo, solamente quince (15) aprobaron la prueba de resistencia
física. De esos quince (15), solamente diez (10) lograron aprobar los exámenes sobre
ejercicios físicos y acudieron al primer campamento.

El primer campamento se celebró en Quebradillas. En éste no se podía ingerir comida ni


bebida alguna. Se les enseñó a los aspirantes a subir y a bajar montes. El segundo
campamento trataba sobre la sobrevivencia. Aquí se les enseñó a ingerir lagartijos, sangre de
animales y un sinnúmero de frutas y vegetación silvestre. Los tres (3) aspirantes aprobaron
satisfactoriamente éste y continuaron su preparación para el campamento final.
[2]
Un neumotórax es una enfermedad producida por la entrada del aire exterior o del aire
pulmonar en la cavidad de la pleura.

El enfisema es un '[t]rastorno pulmonar caracterizado por hiperdistensión y destrucción de


los espacios aéreos pulmonares '. Diccionario de términos científicos y técnicos, Barcelona,
Ed. McGraw-Hill, 1981, Vol. 2, pág. 742.
[3]
Los apelantes señalaron como fundamentos para que se acogiera la moción de absolución
perentoria presentada en el tribunal de instancia lo siguiente:

'(a) la actividad desplegada por ellos (los apelantes), el occiso y los otros dos estudiantes . . .
era una voluntaria, legal y de acondicionamiento físico, por lo que ellos no podían ser
responsables por el lamentable fallecimiento del segundo; (b) que en los delitos de
negligencia no existe el elemento de mutuo y común acuerdo . . ., y (c) que la evidencia que
presentó el ministerio público era insuficiente para sostener una convicción por el delito
imputado.' Alegato del apelante, pág. 15. Debido a que estos señalamientos están contenidos
dentro de los demás errores, no los discutiremos por separado.
[4]
Dicho artículo establece:

'Nadie podrá ser sancionado por una acción u omisión que la ley provee como delito si la
misma no se realiza con intención o negligencia criminal.

'La intención o la negligencia se manifiestan por las circunstancias relacionadas con el delito,
la capacidad mental y las manifestaciones y conducta de la persona.--Código Penal, 1974,
art. 14.' 33 L.P.R.A. sec. 3061.
[5]
Véanse, por ejemplo: State v. Di Lorenzo, 83 A.2d 479 (Conn. 1951); People v. Turner,
336 N.W.2d 217 (Mich. App. 1983); State v. McVay, 132 A. 436 (RI 1926).
[6]
Bajo la modalidad de acto ilegal no es necesario el común concierto y acuerdo porque
cualquier participación en un acto ilegal constitutivo de delito menos grave convierte a la
persona en coautor del delito y, por lo tanto, de la muerte directamente relacionada en la
comisión de ese delito.
[7]
En este caso el acusado cambiaba el pañal a un bebé. Cuando fue a limpiarlo, decidió
meterlo a la bañera y dejó el chorro de agua caliente corriendo, lo que causó serias
quemaduras al bebé. El tribunal, al rechazar la defensa de error de hecho planteada, se
pronunció de la manera siguiente:

'Una persona que actúa a base de una creencia fundamentada negligentemente que resulta
errónea, actúa negligentemente. Es ilógico que proceda esta defensa en un acto de negligencia
criminal porque el error de hecho está comprendido en la definición de negligencia criminal.
La negligencia criminal se manifiesta en la creación de un riesgo inadvertidamente; no
requiere del juzgador que determine si el actor debía estar consciente del riesgo . . . . La
conducta del apelante se mide contra una norma objetiva, aquella del hombre prudente y
razonable. Por lo tanto, por su propia naturaleza, la defensa de error de hecho es incongruente
con la definición de negligencia criminal.' (Traducción nuestra.) Williams v. State, 680
S.W.2d 570, 579 (Tex. App. 13 Dist. 1984).
[8]
El diccionario define hazing como: '[h]acer a uno víctima de petardos, chanzas o
chascos.' Velázquez, Dictionary of the Spanish and English Languages, Nueva York,
Ed. Appleton, 1973, pág. 296.
[9]
El tribunal se expresó de la manera siguiente:

'Los actos realizados por los fraternos no van a ser condonados por este Tribunal. De hecho,
este Tribunal se engrandece cuando revela que su conciencia está perturbada por la conducta
que han exhibido los acusados y los miembros de la fraternidad; su conducta en el trato dado
a sus contemporáneos solamente puede ser caracterizada como sadista, inmoral y bárbara.
Los peligros inherentes en los procedimientos y prácticas de 'hazing' no se pueden eliminar
a menos que la sociedad, en cooperación cercana con los administradores escolares,
desarrollen políticas y actividades que demuestren que se ha tomado consciencia del daño y
un deseo de eliminarlo. Inicialmente, debe existir un esfuerzo comunitario para que la
legislatura apruebe una ley lo suficientemente clara para que se conozcan los actos prohibidos
por ésta y para que exista una notificación adecuada de las actividades criminales prohibidas
por el estatuto.' (Traducción nuestra.) People v. Lenti, 260 N.Y.S.2d 284, 288 (1965).
[10]
La licitud de la actividad no fue probada. Debía haber una autorización escrita para
celebrar el campamento. En este caso, dicha autorización no existía. Solamente había una
petición verbal hecha al capitán Rosado.
123 D.P.R. 434 (1989) PUEBLO V. BONILLA ORTIZ
EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO
EL PUEBLO DE PUERTO RICO, apelado
vs.
GERMAN BONILLA ORTIZ, acusado y apelante
Núm. CR-88-6
123 D.P.R. 434
17 de marzo de 1989

SENTENCIA de Luis A. Pieraldi Cappa, J. (Ponce), que declara culpable al acusado por
el delito de tentativa de asesinato y le impone diez (10) años de reclusión. Revocada y se
devuelve el caso al tribunal de instancia para la celebración de un nuevo proceso.

APOSTILLA
1. JUICIO--EN GENERAL--INSTRUCCIONES AL JURADO--EN GENERAL
La Regla 137 de Procedimiento Criminal, 34 L.P.R.A. Ap. II, expone entre otras cosas en
qué momento y el tipo de instrucciones que un tribunal debe hacerle a un Jurado en un juicio.
2. DERECHO CONSTITUCIONAL--DEBIDO PROCEDIMIENTO DE LEY--PROCESOS
POR DELITOS U OFENSAS--DERECHO A JUICIO POR JURADO
El Art. II, Sec. 11, Const. E.L.A., L.P.R.A., Tomo 1, garantiza el derecho a juicio por jurado
a toda persona que sea acusada de la comisión de un delito grave.
3. JURADOS--JURADO--NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN DE JURADOS--
DERECHOS Y DEBERES--JUZGADOR DE HECHOS
El Jurado actúa como el juzgador de los hechos. Ello significa que es el Jurado el que
determina no sólo si el imputado es culpable o inocente, sino también el delito o grado del
mismo por el cual éste debe responder. Para que un Jurado pueda desempeñar y llevar a cabo
tan delicada función, los miembros del mismo --que de ordinario son completamente legos
en la materia--deben ser instruidos adecuadamente sobre el derecho aplicable por el
magistrado que preside el proceso.
4. JUICIO--EN GENERAL--INSTRUCCIONES AL JURADO--NECESIDAD Y
MATERIA DE LAS MISMAS
El Tribunal Supremo ha establecido que el ordenamiento jurídico puertorriqueño tiene como
principio rector que las instrucciones al Jurado deben cubrir --si la prueba lo justifica--no
sólo los elementos de delitos inferiores al delito imputado o comprendido dentro de éste, sino
también los elementos esenciales de las defensas levantadas por el acusado, así como los
puntos de derecho que bajo cualquier teoría razonable puedan estar presentes en las
deliberaciones, aunque la prueba de defensa sea débil, inconsistente o de dudosa credibilidad.
Corresponde a un Jurado y no a un tribunal rendir un veredicto conforme a la ley y a los
hechos del caso, según aquél aquilate la prueba y determine los hechos. (Pueblo v. González
Colón, 110:812, seguido.)
5. ASESINATO Y HOMICIDIO--ASESINATO--TENTATIVA--EN GENERAL
Conforme las disposiciones de los Arts. 26 y 82 del Código Penal, 33 L.P.R.A. 3121 y 4001
, comete el delito de tentativa de asesinato aquel que realiza acciones o incurre en omisiones
inequívocamente dirigidas a causar la muerte, con malicia premeditada, de un ser humano.
6. ACOMETIMIENTO Y AGRESIÓN--DELITOS--NATURALEZA Y ELEMENTOS--EN
GENERAL
Conforme al Art. 94 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4031, es culpable de delito de
agresión toda persona que empleare fuerza o violencia contra otra para causarle daño a ésta.
7. ID.--ID.--GRADOS O CLASES--AGRESIÓN AGRAVADA--EN GENERAL
El Art. 95 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4032 --luego de la enmienda que sufriera en el
año 1983--considera el delito de agresión agravada en dos (2) modalidades diferentes, esto
es, como delito menos grave y como delito grave.
8. ID.--ID.--ID.--ID.--DELITO MENOS GRAVE
El Art. 95 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4032, establece, entre otras cosas, el delito de
agresión agravada en su modalidad de delito menos grave.
9. ID.--ID.--ID. --ID.--DELITO GRAVE
El Art. 95 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4032, establece, entre otras cosas, el delito de
agresión agravada en su modalidad de delito grave.
10. ID.--ID.--NATURALEZA Y ELEMENTOS--INTENCIÓN CRIMINAL
La diferencia fundamental entre el delito de agresión y la tentativa de asesinato radica en la
intención con que se cometen los hechos imputados. Esto es, en el primero sólo hay la
intención de causar daño, mientras que en el segundo se requiere la intención de matar.
11. ID.--ID.--ID.--EN GENERAL
El delito de agresión está comprendido dentro del delito mayor de tentativa de asesinato.
12. REGLAS DE EVIDENCIA--DISPOSICIONES GENERALES--EVIDENCIA--
EVALUACION DE LA PRUEBA--PRINCIPIOS A SEGUIR--PESO DE LA PRUEBA
La determinación de si la prueba presentada demuestra o no la comisión de determinado
delito --lo cual es cuestión de hecho--compete exclusivamente al juzgador de los hechos.
13. JUICIO--EN GENERAL--INSTRUCCIONES AL JURADO--EN GENERAL
Un magistrado que rehusa impartir al Jurado las instrucciones que la prueba presentada
justifica brindar no sólo usurpa la función de dicho juzgador de hechos, sino que causa una
innecesaria erogación de fondos públicos y dilata la solución de los casos, ya que su actuación
de ordinario acarrea que se anulen los procedimientos habidos y la consiguiente celebración
de un nuevo juicio.

Norberto Colón Rodríguez, abogado del apelante.


Rafael Ortiz Carrión, Procurador General, Norma Cotti Cruz, Subprocuradora
General, Miriam Alvarez Archilla y Carlos M. Vergne Vargas, Procuradores
Generales Auxiliares, abogados de El Pueblo.

OPINIÓN DEL JUEZ REBOLLO LÓPEZ


El apelante Germán Bonilla Ortiz solicita la revisión de una sentencia de diez (10) años de
reclusión que le fuera impuesta por el Tribunal Superior de Puerto Rico, Sala de Ponce, luego
de que el Jurado que intervino en el proceso como juzgador de los hechos rindiera un
veredicto de culpabilidad por el delito imputado de tentativa de asesinato. En el recurso de
apelación que radicara le imputa al tribunal de instancia, como único señalamiento, haber
errado:
. . . al no dar al jurado instrucciones sobre el delito de agresión agravada
en sus dos (2) modalidades, privando así al acusado a [P437] su derecho de
que todas las cuestiones de hecho fueran decididas por los jueces de hecho
constituyendo ello una violación al derecho a juicio por jurado que tiene el
acusado. Alegato del acusado-apelante, pág. 6.
Le asiste la razón al apelante. Procede la revocación de la sentencia apelada y devolver el
caso al foro de instancia para la celebración de un nuevo proceso. Veamos por qué.

I
Como correctamente expresa el Procurador General de Puerto Rico en su alegato, los hechos
básicos del caso no están en controversia. La prueba de cargo fue a los efectos de que en la
mañana de 24 de abril de 1987 el perjudicado Ernesto Calderón Figueroa fue agredido en el
pueblo de Villalba por el apelante Bonilla Ortiz, quien le propinó dos (2) fuertes golpes en el
área de la cabeza con un “bate de jugar pelota”. La gravedad de las heridas recibidas por
Calderón Figueroa con motivo de la referida agresión tampoco está en controversia. Dicho
ciudadano sufrió una fractura en la base del cráneo, teniendo que ser recluido durante un
período de cinco (5) días en una institución hospitalaria del área de Ponce, Puerto Rico.
El apelante testificó en su propia defensa. Aceptó haber agredido con el bate a Calderón
Figueroa. Adujo que lo agredió debido al temor que tuvo en ese momento de que iba a ser
atacado por el perjudicado con motivo de unas diferencias que habían tenido como
consecuencia de unos comentarios, de tipo racista, que Calderón Figueroa había hecho con
anterioridad a ese momento y en ese día en específico. A esos efectos, declaró el apelante
que “le dió [sic] porque temió ser atacado por el perjudicado. Que cuando lo vió[sic] caer,
no le siguió dando en el piso. . . . Que cuando lo vió [sic] en el piso él se retiró del
perjudicado. . .”. (Énfasis suplido.)1
[P438] [1] Terminado el desfile de la prueba, y luego de que los abogados de las partes
hubieran consumido sus respectivos turnos de informes al Jurado, la representación legal del
apelante solicitó del tribunal sentenciador que, conforme lo dispuesto por la Regla 137 de
Procedimiento Criminal,2 instruyera a los señores del Jurado sobre el delito de tentativa de
homicidio, el de agresión agravada en sus dos (2) modalidades y sobre defensa propia. El
tribunal de instancia accedió a transmitir al Jurado las instrucciones sobre el delito de
tentativa de homicidio y defensa propia; negó la instrucción solicitada sobre el delito de
agresión agravada.

II
[2-3] La Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico garantiza el derecho a juicio
por jurado a toda persona que, como el aquí apelante, sea acusada de la comisión [P439] de
un delito grave.3 Dentro de este esquema, el Jurado actúa como el “juzgador de los hechos”.
Ello significa que es el Jurado el que determina no sólo si el imputado es culpable o inocente,
sino que también el delito, o grado del mismo, por el cual éste debe responder. Pueblo v.
Cruz Correa, 121 D.P.R. 270 (1988).
[4] Para que el Jurado pueda desempeñar y llevar a cabo tan delicada función, los miembros
del mismo --que de ordinario son completamente legos en la materia-- deben ser instruidos
adecuadamente sobre el derecho aplicable por el magistrado que preside el
proceso. Este Tribunal ha establecido, como principio rector en materia de instrucciones al
Jurado, que:
Nuestro ordenamiento tiene como principio rector que las instrucciones
al jurado deben cubrir, si la prueba lo justifica, no sólo los elementos de
delitos inferiores al delito imputado o comprendido dentro de éste, sino
también los elementos esenciales de las defensas levantadas por el acusado,
así como los puntos de derecho que bajo cualquier teoría razonable pueden
estar presentes en las deliberaciones, aunque la prueba de defensa sea
débil, inconsistente o de dudosa credibilidad. Pueblo v. Prados García, 99
D.P.R. 384 (1970); Pueblo v. Tufino Cruz, 96 D.P.R. 225
(1968); Pueblo v. Burgos, 76 D.P.R. 199 (1954);

Pueblo v. Serbiá, 75 D.P.R. 394 (1953); Pueblo v. Méndez, 74 D.P.R. 913


(1953); Pueblo v. Galarza, 71 D.P.R. 557 (1950). Ello es así porque corresponde al
jurado y no al tribunal rendir un veredicto conforme a la ley y los hechos del caso, según
aquél aquilate la prueba y determine los hechos. (Énfasis suplido.)4

III
[5-6] Conforme las disposiciones de los Arts. 26 y 82 del Código Penal, 33 L.P.R.A. secs.
3121 y 4001 , comete el delito [P440] de tentativa de asesinato aquel que “realiza acciones
o incurre en omisiones inequívocamente dirigidas a” causar la muerte, con malicia
premeditada, de un ser humano. Por otro lado, es culpable del delito de agresión “toda
persona que empleare fuerza o violencia contra otra para causarle daño” a ésta. Art. 94 del
Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4031.
[7-9] El Art. 95 del referido Código Penal5 --luego de la enmienda que sufriera en 1983--
6
contempla la agresión agravada en dos (2) modalidades, esto es, como delito menos
grave y como delito grave. Dicho Art. 95 establece que:
La agresión se considera agravada aparejando pena de reclusión por un
término que no excederá de seis (6) meses o multa máxima de quinientos
(500) dólares o ambas penas a discreción del tribunal, si se cometiere con la
concurrencia de cualquiera de las siguientes circunstancias:
(a) Cuando se cometa en la persona de un funcionario público en el
cumplimiento de sus deberes, o como consecuencia de éstos, en caso de
saberse o haberse hecho saber a la persona que cometiere el hecho que la
persona agredida era un funcionario público o en su presencia.
(b) Cuando se cometiere en un tribunal de justicia o en cualquier sitio
dedicado al culto o a las prácticas religiosas o en algún lugar donde se hallaren
reunidas varias personas con fines lícitos.
(c) Cuando se cometiere por una persona robusta en la de un anciano o
decrépito.
(d) Cuando se cometiere por un varón adulto en la persona de una mujer
o niño, o por una mujer adulta en la de un niño menor de 16 años de edad.
(e) Cuando se cometiere con la intención de inferir grave daño
corporal.
(f) Cuando se cometiere por un funcionario público so color de autoridad
y sin causa legítima.

[P441] (g) Cuando se cometiere por una o más personas haciendo uso de
ventaja indebida.

Se considerará la agresión agravada como delito grave aparejando


pena de reclusión por un término fijo de 3 años:
(a) Cuando la persona entre en la morada de una persona y cometiere allí
la agresión.
(b) Cuando se infiere grave daño corporal a la persona agredida.
(c) Cuando se cometiere con armas mortíferas en circunstancias que
no revistiesen la intención de matar o mutilar.
De mediar circunstancias agravantes la pena fija establecida podrá ser
aumentada hasta un máximo de cinco (5) años; de mediar circunstancias
atenuantes podrá ser reducida hasta un mínimo de dos (2) años.
El tribunal podrá imponer la pena de restitución en adición a la pena de
reclusión establecida, o ambas penas. (Énfasis suplido.) 33 L.P.R.A. sec.
4032.

[10-11] Debe mantenerse presente, por otro lado, que la “diferencia básica” entre el delito de
“agresión” y el de tentativa de asesinato radica en la “intención” con que se cometen los
hechos imputados --esto es, en el primero sólo hay la “intención de causar daño”, mientras
que en el segundo se requiere la “intención de matar”--y que el delito de agresión está
comprendido dentro del delito mayor de tentativa de asesinato. Véase Pueblo v. Montoya
Montoya, 95 D.P.R. 703, 706, 707 (1968).

IV
A la luz de todo lo anteriormente reseñado, somos del criterio que resulta claro que en el
presente caso el tribunal de instancia venía en la obligación de transmitir a los señores del
Jurado la instrucción solicitada por la defensa sobre el delito de agresión agravada en las dos
(2) modalidades que contempla el referido Art. 95 del Código Penal.
No existe prueba en el récord que demuestre que el apelante “verbalizara” la intención con
que cometió los hechos. Siendo ello así, y constituyendo la “intención” un estado
subjetivo, [P442] el Jurado venía en la obligación y necesidad de inferir de los hechos que
determinara probada la “intención” con que éste actuó. No hay duda que ese “juzgador”
podía, como una de las alternativas, llegar a la conclusión de que el apelante efectivamente
había tenido la intención de matar al perjudicado. Ello podía ser inferido del hecho de que
utilizó un bate --el cual puede ser considerado en estas circunstancias como un “arma
mortífera”, Pueblo v. Rodríguez Ocaña, 88 D.P.R. 335, 338 (1963)--y de que le golpeó en
dos (2) ocasiones en un área vulnerable del cuerpo, como lo es la cabeza de un ser humano.
Por otro lado, ese juzgador de los hechos podía, como otra alternativa igualmente
válida, descartar que el apelante actuó impulsado por la intención de matar al perjudicado --
basado, entre otros, en el hecho de que tan pronto éste cayó al suelo el apelante
inmediatamente dejó de golpearlo, retirándose de su lado--y resolver que era culpable del
delito de agresión agravada en cualquiera de sus dos (2) modalidades.7
[12-13] No sabemos a qué conclusión nosotros, como juzgadores de los hechos en instancia,
hubiéramos llegado. Sí sabemos, sin embargo, que esa decisión le correspondía a ese
juzgador de los hechos una vez fuera correctamente instruido sobre el derecho aplicable
por el juez que presidió el proceso. La determinación de si la prueba presentada demuestra
o no la comisión de determinado delito --lo cual es una “cuestión de hecho”--compete
exclusivamente al juzgador de los hechos. El magistrado que rehusa impartir al Jurado las
instrucciones que la prueba presentada justifica brindar no sólo usurpa la función de
dicho juzgador de hechos, [P443] sino que causa una innecesaria erogación de fondos
públicos y dilación en la solución de los casos, ya que su actuación de ordinario acarrea la
anulación de los procedimientos habidos y la consiguiente celebración de un nuevo juicio.
El presente caso constituye un ejemplo de ello. La situación aquí claramente requería que se
instruyera al Jurado sobre el delito de agresión agravada en sus dos (2) modalidades,
irrespectivamente de cuán débil fuera la prueba presentada a esos efectos. Pueblo v. González
Colón, 110 D.P.R. 812, 815 (1981).
Por las razones antes expresadas, procede revocar la sentencia emitida en el presente caso
por el Tribunal Superior de Puerto Rico, Sala de Ponce, y devolver el mismo a dicho
foro para la celebración de un nuevo juicio.
El Juez Asociado Señor Hernández Denton concurre con el resultado sin opinión escrita.
Se dictará sentencia de conformidad.

NOTAS AL CALCE DE LA OPINIÓN


1 Exposición narrativa de la prueba, pág. 6.
2 “ REGLA 137. JUICIO; INSTRUCCIONES
”Terminados los informes, el tribunal deberá instruir al jurado haciendo un resumen de la
evidencia y exponiendo todas las cuestiones de derecho necesarias para la información del
jurado. Por estipulación de las partes, hecha inmediatamente antes de empezar las
instrucciones y aprobada por el tribunal, se podrá omitir hacer el resumen de la evidencia.
Todas las instrucciones serán verbales a menos que las partes consintieren otra cosa.
Cualquiera de las partes podrá presentar al tribunal una petición escrita de que se den
determinadas instrucciones, al terminar el desfile de la prueba, o anteriormente si el tribunal
razonablemente así lo ordena. Deberá servirse copia de dicha petición a la parte contraria. El
tribunal podrá aceptar o rechazar cualquiera o todas dichas peticiones, anotando debidamente
su decisión en cada una, e informará a las partes de su decisión antes de que éstas informen
al jurado. Ninguna de las partes podrá señalar como error cualquier porción de las
instrucciones u omisión en las mismas a menos que planteare su objeción a ellas o solicitare
instrucciones adicionales antes de retirarse el jurado a deliberar, exponiendo claramente los
motivos de su impugnación, o de su solicitud. Se le proveerá oportunidad para formular éstas
fuera de la presencia del jurado. El tribunal procederá entonces a resolver la cuestión,
haciendo constar su resolución en el expediente o trasmitiendo cualquier instrucción
adicional que estimare pertinente. Al terminar las instrucciones el tribunal nombrará al
presidente del jurado y ordenará que el jurado se retire a deliberar. En sus deliberaciones y
veredicto el jurado vendrá obligado a aceptar y aplicar la ley según la exponga el tribunal en
sus instrucciones .“ (Énfasis suplido.) 34 L.P.R.A. Ap. II.
3 Véase Art. II, Sec. 11, Const. E.L.A., L.P.R.A., Tomo 1.
4 Pueblo v. González Colón, 110 D.P.R. 812, 815 (1981).
5 33 L.P.R.A. sec. 4032.
6 Ley Núm. 10 de 16 de septiembre de 1983 (1983 Leyes de Puerto Rico 388).
7 Esto es, en la modalidad de menos grave si era que entendía probado el inciso (e) en dicha
modalidad, o en la de delito grave si consideraba establecidos cualquiera, o los dos, de los
incisos (b) y (c) de la referida modalidad.
109 D.P.R. 126 (1979) PUEBLO V. CABALLERO RODRÍGUEZ

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO


EL PUEBLO DE PUERTO RICO, demandante y apelado
vs.
HÉCTOR A. CABALLERO RODRIGUEZ, acusado y apelante
Núm. CR-78-50
109 D.P.R. 126
17 de octubre de 1979

SENTENCIAS de Juan Marcano Ortiz, J. (Humacao) condenando al acusado por el delito


de asesinato en primer grado e infracciones a los Arts. 6 y 8 de la Ley de
Armas. Confirmadas.

APOSTILLA
1. DERECHO PENAL--FALLO, SENTENCIA Y AUTO DE PRISION FINAL--
PRONUNCIAMIENTO DE SENTENCIA--EN GENERAL--En esta jurisdicción--Art. 4 del
Código Penal--si la ley vigente al momento de cometerse un delito fuere distinta de la que
rige al momento de dictarse la sentencia, se aplicará la más benigna.
2. ASESINATO Y HOMICIDIO--ASESINATO--EMBRIAGUEZ--US DE DROGAS Y
BEBIDAS ALCOHÓLICAS--INCAPACIDAD MENTAL TEMPORERA--REDUCCIÓN
DEL GRADO DEL DELITO--A tenor con lo dispuesto en el Art. 33 del Código Penal, la
voluntaria embriaguez o intoxicación por drogas, sustancias narcóticas, estimulantes o
deprimentes, o sustancias similares no exime de responsabilidad criminal a una persona que
comete un delito aun cuando, a los fines de determinar fin, motivo o intención, dicho artículo
preceptúa que el juzgador podrá tomar en consideración el hecho de que el acusado se hallaba
ebrio o intoxicado al cometer el delito.
3. DERECHO PENAL--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y
RESPONSABILIDAD POR LOS MISMOS--INTOXICACION CON DROGAS O
SUSTANCIAS NARCÓTICAS-- REDUCCIÓN DEL DELITO--Examinados los hechos del
presente caso, el Tribunal Supremo concluye que a tenor con el Art. 33 del Código Penal la
prueba de defensa sobre la intoxicación del acusado por razón de haberse fumado un
cigarrillo de marihuana no justifica la reducción del delito de asesinato de primero a segundo
grado como tampoco justifica intervenir con la apreciación que de tal defensa hizo el jurado
luego de haber sido instruido debidamente.

Heyda Vigil McClin, de la Sociedad para Asistencia Legal, abogada del apelante.
Héctor A. Colón Cruz, Procurador General, y Ricardo Alegría Pons, Procurador
General Auxiliar, abogados de El Pueblo.

OPINIÓN EMITIDA POR EL JUEZ SR. RIGAU


El apelante, quien conducía un vehículo de motor, dio muerte de tres tiros al policía Héctor
M. Maldonado Berley, al éste detenerlo por no haber aquél obedecido una señal de “Pare”
existente en la carretera de Naguabo a la entrada de la carretera de Juncos.
El policía vestía uniforme y su única actuación consistió en tocar la sirena de su carro, bajarse
del mismo, acercarse al carro del apelante y darle los buenos días. Acto seguido el apelante
le hizo los tres disparos al policía e inmediatamente huyó en el carro que conducía.
El matador iba acompañado de tres personas llamadas Héctor Benítez, Juan Ramón Ortiz y
Amarylis Flores. Los últimos dos prestaron testimonio como testigos de
cargo. [P128] Miguel Angel Pérez González, quien viajaba en otro vehículo, presenció los
hechos, identificó al apelante, llevó el policía al hospital y también prestó testimonio de
cargo.
Un jurado encontró al apelante culpable de asesinato en primer grado y de portación ilegal
de armas. El tribunal lo encontró culpable de posesión ilegal de armas. Fue sentenciado a
cumplir sentencias consecutivas de reclusión perpetua, de tres a cinco años de presidio y de
6 meses de cárcel, respectivamente.
La única cuestión que el apelante plantea en apelación es que el veredicto del jurado sobre el
asesinato debió ser de segundo grado y no de primer grado. Alega que la prueba aportada por
los testigos demostró que él estaba bajo los efectos de marihuana al matar al policía.
A la fecha del delito, el 16 de junio de 1974, estaba en vigor el anterior Código Penal, el cual
en su Art. 41, 33 L.P.R.A. sec. 87, disponía como sigue:
“Ningún acto cometido por una persona en estado de voluntaria embriaguez es menos
criminal por haberse cometido en tal estado. Pero siempre que la existencia real de algún fin,
motivo o intento determinado fuere elemento indispensable para constituir alguna clase o
grado de delito especial, el jurado podrá tomar en consideración el hecho de que el acusado
se hallaba entonces ebrio, al determinar el fin, motivo o intento con que cometió el acto.”
(Énfasis nuestro.)
[1] Se observará que el citado artículo no menciona el efecto de drogas prohibidas como
factor que podrá tomarse en consideración por el juzgador de los hechos en la determinación
de si estuvo presente en el ánimo del acusado determinado fin, motivo o intento que fuere
indispensable para la comisión del delito imputado. Aunque los hechos y el juicio tuvieron
lugar durante la vigencia del anterior Código Penal, la sentencia se dictó el 4 de febrero de
1975, estando ya en vigor el presente Código Penal, pues éste comenzó a regir en 22 de enero
de 1975. Código Penal de 1974, Art. 284, 33. L.P.R.A. sec. 4628.
[P129] El apartado segundo del Art. 4 del vigente Código Penal dispone que “Si la ley
vigente al tiempo de cometerse el delito fuere distinta de la que exista al imponerse la
sentencia, se aplicará siempre la más benigna.” 33 L.P.R.A. sec. 3004.
Es preciso entonces, examinar el texto de la disposición del vigente Código Penal que
equivale al citado Art. 41 del Código anterior. Dicha disposición está contenida en el Art. 33
del Código Penal de 1974, 33 L.P.R.A. sec. 3155, que lee como sigue:
“La voluntaria embriaguez o la voluntaria intoxicación por drogas, sustancias narcóticas,
estimulantes o deprimentes, o sustancias similares no exime de responsabilidad criminal.
Pero siempre que la existencia real de algún fin, motivo o intención determinados fuere
elemento indispensable para constituir alguna clase o grado de delito especial el juzgador
podrá tomar en consideración el hecho de que el acusado se hallaba entonces ebrio o
intoxicado, al determinar el fin, motivo o intención con que cometió el delito.”
[2] El nuevo artículo dispone que la voluntaria embriaguez o la voluntaria intoxicación por
drogas, sustancias narcóticas, estimulantes o deprimentes, o sustancias similares no exime de
responsabilidad criminal pero, al igual que disponía el Art. 41 del Código anterior, preceptúa
que el juzgador podrá tomar en consideración el hecho de que el acusado se hallaba ebrio o
intoxicado al cometer el delito, a los fines de determinar fin, motivo o intención.
Por entender que la disposición vigente--el Art. 33 del Código actual--es más benigna que el
Art. 41 del Código anterior y en obediencia al citado Art. 4 del Código vigente, a ella nos
atendremos.
La aplicación del citado Art. 33 no presenta problema en este caso. El tribunal dio
instrucciones al jurado respecto a cuándo procede la reducción del grado del delito de
asesinato en primer grado a asesinato en segundo grado cuando el juzgador entiende que la
capacidad del apelante para premeditar y deliberar se había disminuido como consecuencia
de haber ingerido drogas o de haber fumado marihuana. [P130] Luego, el jurado fue
instruido al efecto, estuvo consciente de la situación y al rendir un veredicto de asesinato en
primer grado no creyó que el grado de intoxicación, si lo hubo, era tal que justificaba la
reducción del grado del delito.
[3] Aparte de que no debemos intervenir con esa apreciación del juzgador, a quien
correspondía hacerla, Pueblo v. Méndez Ramos,108 D.P.R. 59 (1978), la prueba sobre el
uso de marihuana en el caso de autos no justifica la reducción del delito de primero a segundo
grado y por el contrario es jurídicamente suficiente para sostener el veredicto.
Sobre el uso de la marihuana la prueba sólo estableció que poco antes de cometer el asesinato,
el apelante había compartido un cigarrillo de marihuana con sus compañeros de viaje. No
hay prueba de que eso produjese intoxicación alguna a los que compartieron dicho cigarrillo
con el apelante y la alegación del apelante en ese sentido no está justificada por la prueba. La
misma fue exigua en cuanto a alguna posible intoxicación y por el contrario la deliberación
necesaria para establecer el asesinato en primer grado se puede deducir de los hechos y de
un comentario hecho por el propio apelante, quien después de herir mortalmente al policía
dijo: “[E]l guardia se creía que me iba a dar el Tichet [sic] número tal, pero el que le había
dado el Tichet [sic] había sido él como regalo de padres.” Además, hizo manifestaciones
indicativas de que a quien debió pegarle los tiros fue al conductor de otro vehículo que
obstaculizó su fuga.
En dos casos recientes hemos tenido que ver con situaciones parecidas y al aquí confirmar la
sentencia apelada no establecemos conflicto alguno con dichos dos casos. En el
primero, Pueblo v. Belmonte Colón, 106 D.P.R. 82 (1977), rehusamos rebajar a homicidio
un veredicto de asesinato en segundo grado, el cual confirmamos. Allí la tesis de la defensa
fue al efecto de que el apelante ingirió bebidas alcohólicas mientras tomaba una droga para
adelgazar y que dichas drogas menoscabaron en tal grado sus facultades que no podía formar
la intención de matar con malicia premeditada, [P131] elemento indispensable en el delito
de asesinato en segundo grado, y que por tal razón debía ser declarado culpable de homicidio
voluntario. Rechazamos el planteamiento. Confirmamos la apreciación que de esas
circunstancias hizo el juzgador y añadimos que la evidencia para establecer el estado mental
que justifique la reducción del delito debía ser aportada por peritos médicos y sicólogos. En
el caso de autos no se plantea esta cuestión y, como hemos visto, hemos encontrado que la
prueba justifica la apreciación que hizo el jurado luego de haber sido instruido al efecto.
En un caso posterior, Pueblo v. Méndez Ramos, supra, confirmamos una sentencia de
asesinato en primer grado. Allí el apelante planteó que había tomado licor en apreciable
cantidad. En dicho caso expresamos que “La mera prueba de embriaguez no es suficiente ni
para exonerar ni para rebajar la calificación del delito.” Añadimos que la embriaguez
voluntaria (a los efectos de rebajar la calificación del delito) tiene que ser de tal grado que
inhiba en el acusado su facultad mental para formar la intención específica requerida por la
ley para la comisión de un delito en el cual se requiera tal intención específica. La
determinación de ese hecho, dijimos, es para ser hecha por el jurado o por el tribunal
juzgador. Concluimos en dicho caso de Méndez Ramos que “La prueba creída por el tribunal
a quo estableció cumplidamente que el apelante actuó intencionalmente y con pleno
conocimiento de lo que hacía. No estamos justificados en creer lo que el Juez sentenciador
no creyó, y concluir que el apelante estuviera en tal estado de embriaguez que se justifique
rebajar la calificación del delito de que fue convicto.”
Se confirmará la sentencia apelada.
El Juez Asociado Señor Negrón García no intervino.

Se confirmará la sentencia apelada.

116 D.P.R. 917 (1986) PUEBLO V. MARCANO PÉREZ

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

EL PUEBLO DE PUERTO RICO, apelado


vs.
DIONISIO MARCANO PÉREZ, acusado y apelante
Núm. CR-83-63
116 D.P.R. 917
15 de enero de 1986

SENTENCIA de Angel S. Martínez Del Valle, J. (Carolina), que condena al acusado por
los delitos de robo e infracción a la Ley de Armas. Revocada.
APOSTILLA
1. DERECHO PENAL--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y
RESPONSABILIDAD POR LOS MISMOS--LOCURA DE ACUSADOS--EN GENERAL.
La determinación de inimputabilidad por razón de incapacidad mental--bajo el Art. 30 del
Código Penal--puede ser el resultado de defectos en la capacidad de la persona, tanto a nivel
cognoscitivo como volitivo.
2. ID.--ID.--ID.--ID.
A tenor con el Art. 30 del Código Penal, para una determinación de inimputabilidad la
carencia en la capacidad del imputado no tiene que ser total. Sólo es necesario demostrar que
la persona no cuenta con capacidad suficiente para comprender la criminalidad de sus actos
o de conformar éstos al mandato de la ley.
3. ID.--ID.--ID.--ID.
La ley presume la cordura del acusado. Por ello el fiscal no tiene que presentar prueba sobre
su capacidad mental para delinquir. No obstante, de presentarse prueba suficiente que
establezca duda razonable sobre la cordura del acusado al momento de los hechos, la
mencionada presunción queda rebatida.
4. ID.--ID.--ID.--ID.
La prueba para rebatir la presunción de cordura del acusado puede ser presentada por éste o
surgir de la ofrecida por el Pueblo para establecer su caso.
5. ID.--ID.--ID.--ID.
Una vez rebatida la presunción de cordura del acusado, recae sobre el Ministerio Fiscal el
peso de presentar prueba que demuestre más allá de duda razonable la capacidad mental del
imputado al momento de los hechos. La prueba requerida a estos fines es aquella que
establezca en la conciencia del juzgador la certeza moral y firme convicción sobre su
imputabilidad.
6. ID.--ID.--ID.--ID.
El mero hecho de que la defensa presente prueba pericial para rebatir la presunción de sanidad
mental del acusado, no le impone de manera absoluta al Ministerio Fiscal la obligación de
también ofrecer prueba pericial para refutar la de la defensa.
7. REGLAS DE EVIDENCIA--OPINIONES Y TESTIMONIO PERICIAL--TESTIMONIO
PERICIAL--EN GENERAL.
El juzgador de los hechos no está obligado a aceptar las conclusiones de un perito.
8. DERECHO PENAL--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y
RESPONSABILIDAD POR LOS MISMOS--LOCURA DE ACUSADOS--EN GENERAL.
Una vez rebatida la presunción de cordura de un acusado, la carga de la prueba del Ministerio
Fiscal para probar la imputabilidad del acusado consiste en aquella prueba, sea o no pericial,
o una combinación de ambas, que demuestre más allá de duda razonable la cordura del
acusado. La naturaleza y cantidad de la prueba que ha de presentar el Pueblo para contradecir
la traída por la defensa para establecer la inimputabilidad dependerá de la contundencia y
robustez de esta última.
9. ID.--ID.--ID.--ID.
Para ayudar al juzgador a determinar la condición mental del acusado, tanto el Ministerio
Público como la defensa pueden hacer uso de testigos legos. El testimonio de éstos puede ser
descriptivo de los hechos percibidos o en forma de opiniones o inferencias siempre que
cumpla con la Regla 51 de Evidencia y que las inferencias u opiniones incluidas estén
racionalmente basadas en la percepción del testigo y que sean de ayuda para el mejor
entendimiento de su declaración o para la determinación de un hecho en controversia.
10. REGLAS DE EVIDENCIA--ADMISIBILIDAD Y PERTINENCIA--EN GENERAL--
EN GENERAL.
La jurisprudencia del Tribunal Supremo en cuanto a la admisibilidad de testimonio en forma
de opiniones o inferencias por un testigo lego ha sido muy liberal y permite un variado tipo
de declaraciones.
11. DERECHO PENAL--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y
RESPONSABILIDAD POR LOS MISMOS--LOCURA DE ACUSADOS--EN GENERAL.
Cuando se plantea la defensa de locura, la determinación final sobre la capacidad mental del
acusado es una cuestión de hecho a ser dilucidada por el juzgador de éstos. Tal dictamen no
está inmune a error y está sujeto a ser revisado por el Tribunal Supremo.
12. REGLAS DE EVIDENCIA--OPINIONES Y TESTIMONIO PERICIAL--
TESTIMONIO PERICIAL--EN GENERAL.
La presentación de prueba pericial convincente y robusta por la defensa para rebatir la
presunción de cordura del acusado, puede tener el efecto de obligar al fiscal a presentar
prueba pericial para establecer más allá de duda razonable la imputabilidad del acusado.
13. ID.--ID.--ID.--ID.
El Ministerio Fiscal debe utilizar adecuadamente los recursos de peritaje que tiene
disponibles el Estado para ayudar a los tribunales en la determinación sobre la capacidad
mental del acusado.
14. DERECHO PENAL--CAPACIDAD PARA COMETER DELITOS Y
RESPONSABILIDAD POR LOS MISMOS--LOCURA DE ACUSADOS--EN GENERAL.
La determinación de un tribunal de instancia de que el acusado es imputable bajo el Art. 30
del Código Penal, constituye error de derecho que acarrea la revocación de una convicción
cuando no representa el balance más racional y justiciero de la cuestión.
Dina Orlando, abogada del apelante; Américo Serra, Procurador General Interino,
Miguel A. Santana Bagur, Procurador General Auxiliar, abogados de El Pueblo.

OPINIÓN DEL JUEZ: HERNÁNDEZ DENTON


El Sr. Dionisio Marcano apeló una convicción por tribunal de derecho donde alega que una
vez creada una duda razonable de que el acusado no estaba en su sano juicio cuando cometió
los actos imputados, el Ministerio Público no probó más allá de duda razonable que estaba
cuerdo. Resolvemos que se [P920] cometió el error imputado y revocamos la sentencia del
ilustrado foro de instancia.

I
Dionisio Marcano Pérez, el acusado apelante, resultó convicto por tribunal de derecho, de
cuatro cargos por el delito de robo,1 dos infracciones al Art. 6, dos infracciones al Art. 8, una
infracción al Art. 8A y una infracción al Art. 32, todos de la Ley de Armas. 2 El tribunal de
instancia lo sentenció a cumplir concurrentemente penas de reclusión de veinte años en cada
uno de los cargos por robo, cinco años por cada una de las infracciones al Art. 6, cinco años
por cada una de las infracciones al Art. 8A y seis meses por la infracción al Art. 32.
La prueba de cargo consistió en el testimonio del Lic. Osvaldo Villanueva Díaz, del Lic.
Carlos H. Dapena, del Sr. Luis Alberto Figueroa y de la Srta. Yolanda Acevedo Hernández,
todos perjudicados en el caso, y del agente Francisco Miranda. Sus testimonios establecieron
la siguiente cronología de eventos: El 29 de abril de 1982 los licenciados Villanueva Díaz y
Dapena se encontraban en su oficina, la cual compartían en aquel entonces con el licenciado
Segal. Les acompañaban la señorita Acevedo y el señor Figueroa. A eso de las 4:00 p.m. se
presentó el acusado apelante, junto a otra persona no identificada, y procuró al licenciado
Segal, quien no se encontraba en esos momentos. El acusado, quien estaba pulcramente
vestido y lucía una apariencia acicalada, informó que necesitaba ver al licenciado Segal para
pagarle un dinero, ya que éste lo iba a representar legalmente en una vista preliminar que se
iba a celebrar en su contra por un caso de tentativa de asesinato. En el momento en que el
licenciado Villanueva Díaz solicitó que le permitiera ver la denuncia en su contra, el
acusado [P921] extrajo de un maletín un revólver Magnum calibre 357, a la vez que su
acompañante sacó una carabina calibre 30-30 de no más de quince pulgadas de largo.
Luego de preguntar por artículos de valor y dinero, se apropió de un reloj y dinero en efectivo
del licenciado Villanueva, de un revólver calibre 38 y dinero en efectivo del licenciado
Dapena, de la cartera y prendas de la señorita Acevedo y de prendas y dinero en efectivo del
señor Figueroa. En el caso particular de la señorita Acevedo, el acusado le preguntó si una
prenda era auténtica o de fantasía. También inquirió por el teléfono interior, el cual procedió
a desactivar. Cortó además las líneas de todos los teléfonos. Al marcharse, el acusado les
ordenó a todas sus víctimas que se tiraran al piso y contaran hasta cien, advirtiéndoles que
iba a poner un artefacto explosivo en la puerta de la oficina, el cual estallaría si abrían ésta
antes de finalizar el conteo determinado. Toda la operación efectuada por el acusado y su
acompañante duró de quince a treinta minutos.
El Ministerio Público presentó prueba directa para demostrar la cordura del acusado,
mediante testimonio de las víctimas. Sobre el proceder del acusado en el transcurso de los
hechos arriba relatados, los testigos declararon que pudieron observar que él daba las órdenes,
no estaba nervioso y se encontraba calmado, coherente, orientado y alerta; que se notaba
consciente de lo que estaba haciendo. Referente a su conducta al momento de ser arrestado
y trasladado desde su hogar al cuartel de la Policía, el agente Miranda testificó que se
comportó tranquilamente todo el tiempo y que durante el viaje conversaba de manera normal
e hilvanaba ideas.
Por su parte, el acusado, quien no contradijo la prueba del Ministerio Fiscal, alegó que era
inimputable por razón de incapacidad mental. A tales fines, presentó su propio testimonio y
el de su psiquiatra, el Dr. Miguel A. Cubano.
El doctor Cubano, quien al momento del juicio le brindaba servicios profesionales al acusado
como parte del programa [P922] conocido por Fee Basis que ofrece la Administración de
Veteranos, declaró que desde 1975 ó 1976 trataba al acusado cuando éste fue ingresado a
distintas instituciones para enfermos mentales, Hospital de Psiquiatría Forense y Penal y el
Hospital Nuestra Señora de los Angeles.
El doctor Cubano diagnosticó que por varios años el acusado había padecido de esquizofrenia
paranoide crónica. Después de una extensa orientación al tribunal sobre esta enfermedad, el
doctor Cubano testificó que el 13 de abril de 1982, dieciséis días antes de los hechos, el
acusado apelante visitó sus oficinas. Fue acompañado de su padre y le dijo que se sentía bien.
Posteriormente, el 17 de mayo de 1982, diecinueve días después de los hechos, el acusado
volvió a visitar al doctor Cubano. En el informe escrito sobre tal visita, el doctor hizo las
siguientes observaciones: “Viene a cita en el día de hoy acompañado de un Oficial de
Custodia. Nuevamente está en la Cárcel. Tiene unas ideas de referencia y persecución muy
delirantes. Cuando pasaba frente al radio dice: Voz le enviaba vibraciones místicas. El es un
enviado. La Ley no es justicia. Muy verborrecio. Mezcla con ensalada de palabras. Está
psicótico circunstancial. Está en Bayamón.” (Pág. 38, transcripción del testimonio del doctor
Cubano.)
Explicó el doctor Cubano que la esquizofrenia es una enfermedad que afecta el sistema
nervioso. Esta consiste en un trastorno en el cual hay o puede haber alteraciones en el
pensamiento, la conducta, la forma de relacionarse y de visualizar la realidad, y el cuidado
personal. Entre los distintos tipos de esquizofrenia se encuentra la que padece el acusado, o
sea, la paranoide. Esta se encuentra presente cuando se dan uno o varios de los siguientes
síntomas: (1) delirios de persecución; (2) delirios de grandeza; (3) delirios de celos, y (4)
alucinaciones, las cuales pueden ser de persecución yo de grandeza.
Indicó que en el caso del acusado apelante, éste ha exhibido las cuatro características de la
esquizofrenia paranoide: [P923] en ocasiones ha tenido ideas de persecución, o sea, que la
gente está en su contra y le quieren hacer daño; ha exhibido ideas de grandiosidad al creer
que es un enviado de Dios y que sus actos están controlados u ordenados por algo superior
al hombre; también ha sufrido de alucinaciones auditivas en las que él escucha voces que le
ordenan realizar ciertos actos.
Explicó el doctor Cubano que un brote psicótico ocurre cuando los síntomas de la enfermedad
que padece el acusado se presentan de forma más aguda. Para que haya psicosis, además de
los síntomas de ansiedad, tensión, hostilidad o retraimiento, el enfermo tiene que estar
alucinado. Por tal razón, en ese momento se le considera que está divorciado de la realidad.
No obstante, una persona puede estar psicótica y no demostrarlo a los demás. En
contraposición, el estado de remisión ocurre cuando el paciente ha mejorado y los síntomas
disminuyen en intensidad. Véase American Psychiatric Association, Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders, 3ra ed., Washington, D.C., APA, 1980.
A preguntas directas del abogado de la defensa, el doctor Cubano expresó que la conducta
de una persona con un padecimiento de esquizofrenia paranoide crónica podría verse afectada
hasta el punto de no poder discernir sobre la naturaleza de sus actos y perder todo control
sobre ellos.
En cuanto a los actos delictivos imputados al acusado Marcano, el doctor Cubano expresó:
“Por el expediente que vemos de él, esta es una persona que ha estado sumamente enferma
por años. Su condición en lugar de mejorar, pues, es lo de esperar, ha ido deteriorando
continuamente. Estos delirios y estas alucinaciones en este tipo de pacientes se van haciendo
más crónicos, más frecuentes, y ya a la altura que está Dionisio, a pesar de que es un hombre
joven, pues prácticamente dominan su vida y dominan su pensamiento. O sea, que cualquier
acto que él cometa en un momento dado es como consecuencia de esa enfermedad.” (T.E.,
pág. 42.) Sobre el proceder del acusado el día de los hechos, el doctor Cubano
testificó [P924] que éste no era inconsistente con su condición mental y, por tanto, su
conducta por sí sola no estableció que comprendiera la criminalidad de sus actos o poder
conformar éstos al mandato de la ley.
Por último, el doctor Cubano explicó que una persona puede estar acicalada y encontrarse
psicótica. De igual manera, una persona puede estar toda desaliñada y encontrarse en un
estado mental normal.
Al ser contrainterrogado por el fiscal, el doctor Cubano explicó que una persona que está
alucinando, no necesariamente tiene que estar diciendo disparates o ser incoherente en sus
pensamientos. O sea, que se puede estar psicótico y no demostrarlo al comportarse
normalmente ante los demás. Explicó que un esquizofrénico paranoide puede tener
momentos en que distinga entre el bien y el mal y sea responsable de sus actos. No obstante,
en un caso de la cronicidad del acusado tales momentos son muy pocos y cortos de duración
ya que el pensamiento delirante le ocupa la mayor parte del tiempo.
Por último, testificó el acusado, quien relató cómo percibía los hechos que se le imputaban.
A estos efectos expresó que desde hace tiempo era vigilado por los fiscales y la ley. Al
intensificarse la vigilancia, cuando se disponían a atacarlo a él y a su familia, se le ordenó
que se armara para una posible guerra. Narró una serie de procedimientos por los cuales pasó.
Le dieron el nombre de Imaim; que lo buscara con la seña 666, la cual encontró; que estaba
usando una oficina en la misma calle de Radio Voz, transmitiendo y programando al pueblo
con ultra sonido. Se refirió a esas personas en la oficina donde ocurrieron los hechos como
el enemigo, a excepción de Yolanda--la testigo Acevedo Hernández--de quien dijo era
inocente. Explicó que pidió hacerse invisible dos veces y en dos ocasiones se materializó.
Citó al Exodo 25 en que Jehová ordenó a Moisés que tomara oro, plata y cobre, lo cual ellos
recogieron para ofrendárselo a Imaim, y que luego lo ofrendaron [P925] al mar. Dijo que la
única ley es la de la luz y a la ley del hombre se refirió siempre como la antigua ley.
Al ser repreguntado por el fiscal, indicó que él no tenía un Magnum, sino una VZ1 israelí,
una subametralladora “de las que usamos los comandos.” Expresó que entendió lo que
dijeron los testigos y al irlos nombrando el fiscal, calificó al licenciado Dapena como
inocente. De su compañero indicó que era un comando, o célula, y que no lo ha vuelto a ver.
También dijo que sabía dónde estaba, que estaba en prisión, de qué se le acusaba y de la
fianza que se le impuso. Reconoció al licenciado Segal entre el público que se encontraba en
la sala y de forma alterada preguntó qué hacía él ahí.

II

La controversia jurídica en este caso está limitada a determinar cuánta prueba tiene que
ofrecer el Ministerio Público para probar más allá de duda razonable que el delito fue
cometido por el acusado en su sano juicio cuando la defensa ha ofrecido suficiente prueba
pericial sobre su incapacidad mental para impugnar la presunción de cordura.
A pesar de la complejidad del problema de salud mental, corresponde a los tribunales hacer
determinaciones sobre la inimputabilidad de un acusado por incapacidad mental en casos
como éste. La psiquiatría moderna y el desarrollo de drogas y medicamentos ha resultado en
una evolución impresionante en el tratamiento del paciente mental y en su eventual
rehabilitación. Estos cambios han afectado positivamente la administración de la justicia
criminal, no solamente en el procesamiento sino también en las fases de rehabilitación y
tratamiento de confinados. La psiquiatría moderna y el desarrollo de drogas y medicamentos
han hecho que evolucionen rápidamente los conocimientos sobre los problemas e
impedimentos mentales y el tratamiento tanto del retardado mental como del paciente con
otras incapacidades. Estos desarrollos han tenido un efecto profundo en la administración de
la [P926] justicia criminal que se enfrenta al problema de qué hacer con incapacitados
mentales que han cometido crímenes, pero que mediante tratamiento puede restaurárseles su
sanidad mental. A. Gómez, El sistema de justicia criminal y el sistema de salud
mental,Informe preparado para la Conferencia Judicial de 1983. El problema para los
tribunales se complica porque todavía no tenemos suficiente información sobre la mente
humana para poder predecir la peligrosidad de una persona y hay posiciones conflictivas
sobre la percepción del problema entre los psiquiatras.
La evolución de la psiquiatría moderna también ha afectado profundamente las
determinaciones sobre la inimputabilidad de los incapacitados mentales y las medidas de
seguridad post sentencia cuando prevalece esta defensa. Uno de los problemas más difíciles
que siempre ha confrontado el Derecho penal es la formulación de la defensa de
inimputabilidad. A través de la historia las cortes han adoptado diversos criterios para
determinar la locura, comenzando con la distinción entre los locos, los furiosos y los
desmemoriados del Derecho romano y el antiguo Derecho español; luego la Regla
M‘Naghten y recientemente la del Instituto Americano de Derecho ( American Law
Institute ). Véase D. Nevares-Muñiz, Derecho Penal Puertorriqueño--Parte
General,Hato Rey, Ed. Inst. Desarrollo del Derecho, 1983, págs. 235--243.
III

El Art. 30 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3152, establece que no es imputable de delito
aquel que al momento de los hechos, a causa de enfermedad o defecto mental, careciere de
capacidad suficiente para comprender la criminalidad de sus actos o para conducirse de
acuerdo al mandato de la ley. Esta disposición proviene de la Sec. 4.01 del Código Penal
Modelo del Instituto Americano de Derecho (Model Penal Code--American Law Institute
). En la nota explicativa a la misma se dispone:
[P927] To be held irresponsible, the individual must, as a result of a mental disease or defect,
either lack substantial capacity to appreciate the criminality [wrongfulness] of his conduct or
lack substantial capacity to conform his conduct to legal requirements. The standard does not
require a total lack of capacity, only that capacity be insubstantial. An individual’s failure to
appreciate the criminality of his conduct may consist in a lack of awareness of what he is
doing or a misapprehension of material circumstances, or a failure to apprehend the
significance of his actions in some deeper sense. Wrongfulness is suggested as a possible
alternative to criminality, though it is recognized that few cases are likely to arise in which
the variation will be determinative. An individual is also not responsible if a mental disease
or defect causes him to lack substantial capacity to conform his conduct to the requirements
of the law. This part of the standard explicitly reaches volitional incapacities.
[1--2] Surge de lo anterior que la determinación de inimputabilidad por razón de incapacidad
mental puede ser el resultado de defectos en la capacidad de la persona, tanto a nivel
cognoscitivo como volitivo. También resulta importante destacar que la carencia en la
capacidad del imputado no tiene que ser total. Sólo es necesario demostrar que la persona no
cuenta con capacidad suficiente para comprender la criminalidad de sus actos o de conformar
éstos al mandato de la ley. Véase Nevares-Muñiz, op. cit . págs. 235--245.
[3--5] Con respecto a la capacidad mental del imputado, hemos resuelto que la ley presume
la cordura de éste. Siendo así, el fiscal no está en la obligación de presentar prueba sobre su
capacidad mental para delinquir. No obstante, de presentarse prueba suficiente que establezca
duda razonable sobre la cordura del acusado al momento de los hechos, la mencionada
presunción queda rebatida. La prueba a tales efectos puede ser presentada por el acusado o
surgir de la ofrecida por el Pueblo para establecer su caso. Una vez rebatida la presunción de
cordura, recae sobre el Ministerio Fiscal el peso de presentar prueba que demuestre más allá
de duda razonable [P928] la capacidad mental del imputado al momento de los
hechos. Pueblo v. Alsina, 79 D.P.R. 46 , 60 (1956); Pueblo v. Rivera Raquel, 95 D.P.R.
564 , 569 (1967); Molina v. Jefe Penitenciaría, 96 D.P.R. 191 , 198
(1968); Pueblo v. Colón Morales,100 D.P.R. 40 , 43 (1971); Pueblo v. Reyes
Acevedo, 100 D.P.R. 703 , 709 (1972). La prueba requerida a estos fines es aquella que
establezca en la conciencia del juzgador la certeza moral y firme convicción sobre su
imputabilidad. Pueblo v. Dávila Alonso, 85 D.P.R. 450 , 453
(1962); Pueblo v. Carrasquillo Carrasquillo, 102 D.P.R. 545 (1974).
[6--8] Es de rigor señalar que el mero hecho de que se presente prueba pericial para rebatir
la presunción de sanidad mental no le impone de manera absoluta al Ministerio Fiscal la
obligación de también ofrecer prueba pericial para refutar la de la defensa. 3 Conocida es la
regla que establece que el juzgador de hechos no está obligado a aceptar las conclusiones de
un perito. Pueblo v. Bonelli , 19 D.P.R. 75 (1913); Pueblo v. Dones, 56 D.P.R. 211, 222
(1940); Pueblo v. Sánchez, 79 D.P.R. 116 , 121 (1956); Velázquez v. Ponce Asphalt , 113
D.P.R. 39 , 48 (1982). Es suficiente en derecho aquella prueba de cargo, sea o no pericial o
una combinación de ambas, que demuestre más allá de duda razonable la cordura del
acusado. La naturaleza y cantidad de la prueba que ha de presentar el Pueblo para contradecir
la traída por la defensa para establecer la inimputabilidad, dependerá de la contundencia y
robustez de esta última.
[P929] [9-10] Para ayudar al juzgador a determinar la condición mental del acusado, tanto
el Ministerio Público como la defensa pueden hacer uso de testigos legos. El testimonio de
éstos puede ser descriptivo sobre los hechos percibidos o “en forma de opiniones o
inferencias” siempre que “estén racionalmente basadas en la percepción del testigo y que
sean de ayuda para el mejor entendimiento de su declaración o para la determinación de un
hecho en controversia.” Regla 51 de Evidencia. En cuanto a la admisibilidad de este último
tipo de testimonios--opiniones o inferencias inmediatas--la jurisprudencia de este Tribunal
ha sido muy liberal al permitir un variado tipo de declaraciones. Véase E. L. Chiesa, Práctica
Procesal Puertorriqueña, San Juan, Pubs. J.T.S., 1985, Evidencia--Vol. I, págs. 235--237,
y casos allí citados.4

IV
[11] Cuando se plantea la defensa de locura, la determinación final sobre la capacidad mental
del acusado es una cuestión de hecho a ser dilucidada por el juzgador de
éstos. Pueblo v. Sánchez, supra, pág. 122; Pueblo v. López Rivera, 109 D.P.R. 160 , 167
(1979). No obstante, ello no significa que tal dictamen esté inmune de error y, por ende, fuera
del alcance de nuestra facultad revisora. Pueblo v. Pagán Díaz, 111 D.P.R. 608, 621 (1981).
Sobre este particular, en Pueblo v. Carrasquillo Carrasquillo, supra, págs. 551--552,
expresamos:
[P930] Hemos dicho en repetidas ocasiones que los juzgadores de hechos nos merecen
respeto y confiabilidad en la apreciación imparcial de la prueba. Pueblo v. Rosario
Cintrón, 102 D.P.R. 82 (1974); Pueblo v. Nevárez Virella, 101 D.P.R. 11
(1973); Pueblov. Rodríguez Hernández, 91 D.P.R. 183 , 203 (1964). Con ello no podemos
significar que los juzgadores de hechos no se equivoquen. De ahí en que en muchos casos no
hemos vacilado en dejar sin efecto un fallo condenatorio cuando un análisis de la prueba que
tuvo ante sí el tribunal sentenciador nos deja serias dudas, razonables y fundadas, sobre la
culpabilidad del acusado. Pueblo v. Meléndez Rolón, 100 D.P.R. 734
(1972); Pueblo v. Rivera Arroyo, 100 D.P.R. 46 (1971); Pueblo v. Torres Rolón, 99
D.P.R. 970 (1971); Pueblo v. Rodríguez González, 99 D.P.R. 904
(1971); Pueblo v. Bonilla Medina, 99 D.P.R. 128 (1970); Pueblov. Cruz, 58 D.P.R. 33
(1941); Pueblo v. Viana, 41 D.P.R. 413 (1930).
Hasta tanto se disponga de un método infalible para averiguar sin lugar a dudas dónde está
la verdad, su determinación tendrá que ser una cuestión de conciencia. Ese deber de
conciencia no para en el fallo del tribunal sentenciador. Nosotros también tenemos derecho
a tenerla tranquila.
En el caso de autos se estableció mediante prueba pericial no refutada que el acusado venía
padeciendo desde hace varios años de una esquizofrenia paranoide crónica.5 Expresó el
perito psiquiatra que una persona que sufra de tal padecimiento y que en un momento dado
incurra en conducta constitutiva de delito bajo los efectos de un brote psicótico carece de la
capacidad suficiente para conformar su conducta al mandato de la ley o comprender la
legalidad de la misma.
Concluyó el doctor Cubano, quien al momento de los hechos venía tratando profesionalmente
al acusado por casi siete años, que dada la severidad de su padecimiento mental, éste carecía
de la suficiente capacidad mental para poder ser considerado imputable de delito al momento
de los hechos. Al [P931] apelante, quien actuaba bajo los efectos de alucinaciones y delirios
que le inducían a pensar que recibía órdenes supremas que no podía desobedecer y que sus
ejecutorias no eran incorrectas, le era imposible conformar sus actos al mandato de la ley y
comprender la criminalidad de los mismos.
Una vez quedó controvertida la presunción de sanidad mental del acusado por la anterior
prueba y su propio testimonio, recayó sobre el Pueblo la obligación de establecer más allá de
duda razonable su imputabilidad. El fiscal pretendió descargar tal deber mediante prueba no
pericial consistente en el testimonio de los perjudicados en el presente caso. Como estas
personas no conocían íntimamente y por suficiente tiempo al acusado no podían emitir un
juicio informado sobre su estado mental. Su testimonio se limitó a describir la conducta del
acusado según la observaron ellos. Ninguno ofreció información sobre su estado mental.
Luego de un detenido análisis de toda la prueba que tuvo ante sí el tribunal sentenciador,
concluimos que el Pueblo no demostró más allá de duda razonable la capacidad mental del
apelante para responder criminalmente por los actos imputados. Aun cuando aceptamos que
prueba sobre el comportamiento y el proceder de un imputado al momento de los hechos
podría ser suficiente para establecer su cordura, consideramos que en el caso de autos no lo
fue así. Máxime, cuando la prueba pericial no controvertida estableció que la conducta
desplegada por el acusado al momento de perpetrarse el robo es del todo compatible con su
condición emocional, que le hace inimputable, por lo que, no obstante tal proceder, el
acusado no tenía la capacidad suficiente para comprender la legalidad de sus actos o
conformar los mismos al mandato de la ley.
El acusado apelante presentó prueba convincente sobre su inimputabilidad, la cual estuvo
basada en testimonio pericial, su propio testimonio y un extenso historial clínico psiquiátrico.
El Pueblo, por su parte, pretendió establecer la capacidad mental del acusado mediante
prueba que resultó ser [P932] insuficiente a la luz de la ofrecida por la defensa. Los efectos
de esta última no se vieron disminuidos por el poco impacto que pudo haber tenido aquélla
sobre ésta.
[12] Consideramos que dada la contundencia con que la inimputabilidad del acusado quedó
demostrada, se requería la presentación de prueba más robusta por parte del Ministerio Fiscal
para establecer su caso. El Estado tenía que presentar testimonio pericial que demostrara que
al momento de los hechos el acusado no estaba alucinado y que dado su historial médico el
paciente tenía la capacidad de comprender la criminalidad de sus actos o de conformar éstos
al mandato de la ley.
[13--14] Nos sorprende que aunque el Ministerio Fiscal sabía que el acusado había planteado
la defensa de locura desde la vista preliminar, no hubo la preparación necesaria para refutar
la prueba pericial del acusado. El fiscal se limitó a utilizar testigos legos y a contrainterrogar
brevemente al perito del acusado. En el futuro el Ministerio Fiscal debe utilizar
adecuadamente los recursos de peritaje que tiene disponibles el Estado para ayudar a los
tribunales en la determinación sobre la capacidad mental de un acusado. Examinada la prueba
testifical desfilada, la determinación del tribunal apelado sobre la capacidad mental del
acusado al momento de los hechos no representa el balance más racional y justiciero, por lo
que erró como cuestión de derecho al imponer responsabilidad criminal al apelante sin que
se estableciese la misma más allá de duda razonable. Pueblo v. Serrano Nieves, 93 D.P.R.
56 , 60 (1966); Pueblo v. Carrasquillo Carrasquillo, supra, pág. 552; Pueblo v. Pagán
Díaz, supra, pág. 621.
Por los fundamentos expuestos, se dictará sentencia revocatoria y se absolverá al acusado
apelante. Este continuará recluido bajo la custodia del Alcaide de la Cárcel y el tribunal
de instancia dará cumplimiento a lo dispuesto en los Arts. 66 al 70 del Código Penal, 33
L.P.R.A. secs. 3351 a 3371, de [P933] conformidad con la Ley Núm. 61 de 5 de julio de
1985 que establece el procedimiento para la imposición de la medida de seguridad del
incapacitado mental.
El Juez Asociado Señor Irizarry Yunqué emitió voto particular uniéndose a la opinión del
Tribunal. El Juez Presidente Señor Pons Núñez está conforme con la opinión del Tribunal y,
además, se une al voto particular del Juez Asociado Señor Irizarry Yunqué. El Juez Asociado
Señor Negrón García disiente con opinión. El Juez Asociado Señor Rebollo López no
intervino.
Opinion disidente del Juez Negrón García
“Los jueces no debemos, después de todo, ser tan inocentes como para creer declaraciones
[o teorías] que nadie más creería.” Pueblov. Luciano Arroyo, 83 D.P.R. 573 , 582 (1961).
A la luz de un análisis crítico e integral de la prueba testifical y documental presentada
entendemos--al igual que el ilustrado tribunal sentenciador--que el Ministerio Fiscal
estableció más allá de duda razonable la comisión de los hechos imputados al apelante
Dionisio Marcano Pérez, y su capacidad legal para comprender la criminalidad de esos actos.
Su tesis en contrario, refrendada en la opinión de este Tribunal, aparte de que no mereció
crédito, se basa en dos premisas erróneas: (1) que la determinación sobre la capacidad mental-
-procesal y fácticamente--fue rebatida, y (2) que tal condición sólo puede demostrarse
mediante testimonio pericial. Nada más lejos de la realidad. Veamos.
I
Nuestro ordenamiento jurídico se apuntala en la presunción de capacidad
mental. Pueblo v. Colón Morales, 100 D.P.R. 40 , 43 (1971); Pueblo v. Rivera Raquel, 95
D.P.R. 564, 569 (1967); Pueblo v. Alsina, 79 D.P.R. 46 , 60 (1956). [P934] Como excepción
a ese principio nuestras normas procesales y sustantivas contemplan la condición de
alienación mental como razón de inimputabilidad.
En lo pertinente, el Art. 30 del Código Penal reza:
No es imputable el que en el momento del hecho, a causa de enfermedad o defecto mental,
careciere de capacidad suficiente para comprender la criminalidad del acto o para conducirse
de acuerdo con el mandato de ley. 33 L.P.R.A. sec. 3152.
A tal efecto si se presenta prueba suficiente generadora de una duda razonable en torno a la
capacidad mental de un acusado, incumbe entonces al Ministerio Público establecer su sano
juicio. Pueblo v. Reyes Acevedo, 100 D.P.R. 703 (1972); Molina v. Jefe Penitenciaría, 96
D.P.R. 191 (1968); Pueblo v. Alsina, supra. Ahora bien, la incapacidad mental, como
eximente de responsabilidad, es una cuestión fáctica. Su “determinación final corresponde al
juzgador de hechos, bien sea juez o jurado.” Pueblo v. López Rivera,109 D.P.R. 160 , 167
(1979); Pueblo v. Sánchez, 79 D.P.R. 116 , 122 (1956).
Para dirimir probatoriamente esa controversia son admisibles las opiniones de testigos legos
y peritos. Pueblo v. Báez, 67 D.P.R. 301, 303 (1947); Sucn. Gómez v. Colón, 63 D.P.R.
104, 105 (1944). Véanse H. B. Rothblatt, Defense and the Direct and Cross-Examination
of the Psychiatric Witness, compilado en C. H. Wecht, Legal Medicine Annual: Nineteen
Seventy-One, Nueva York, Appleton-Century-Crafts, 1971, págs. 301, 319--320;
2 Underhill‘s Criminal Evidence Sec. 457, págs. 1147--1148 (1956); 1 Wharton’s
Criminal Evidence Sec. 222, págs. 470--475 (1966); 3 Wharton‘s, op. cit ., Sec. 609, págs.
175--177 (1972); Competency of Testimony of Nonexperts on Question of Sanity or
Insanity in Criminal Cases, 72 A.L.R. 579 (1931); State v. Brown, 676 P.2d 757--761
(Kan. 1984); State v. Smith, 310 S.E.2d 320, 324 (N.C. 1984); Curry v. State, 611 S.W.2d
745, 747--748 (Ark. 1981).
[P935] La Regla 51 de Evidencia recoge este enfoque y permite, aun cuando un testigo no
estuviere declarando como perito, su declaración en forma de opiniones o inferencias pero
limitada a aquellas que “estén racionalmente basadas en la percepción del testigo y que
sean de ayuda para el mejor entendimiento de su declaración o para la determinación de
un hecho en controversia.” (Énfasis suplido.)
Aclarado este extremo, debemos recordar la regla elemental de que la opinión pericial no
obliga al juzgador. Un tribunal puede rechazar las conclusiones de un
perito. Pueblo v. Dones, 56 D.P.R. 211, 222 (1940); Pueblo v. Sánchez, supra, pág. 121.
Basado en todas las declaraciones de testigos oculares sobre la conducta y comportamiento
de un acusado al momento de los hechos, el juez puede arribar a sus propias conclusiones
respecto a si éste estaba bajo la influencia incapacitante de una enfermedad mental. “Ha de
tenerse presente, por estas razones, tanto para el médico como para el jurista que intenten la
aplicación de lo patológico a lo jurídico, que ha de quedar en todo caso reservada al juez la
última resolución, en forma de sentencia, sobre las conclusiones del primero.” W.
Weygandt, Psiquiatría Forense, 2da ed., México, Ed. Nacional, 1967, pág. 15.

II
En virtud de estos principios analicemos la prueba. Primeramente no debe haber duda
respecto a la veracidad de la aportada por el Ministerio Fiscal. Esta consistió en los
testimonios1 de Osvaldo Villanueva Díaz, Carlos H. Dapena, Luis A. Figueroa, Yolanda
Acevedo Hernández y Francisco [P936] Miranda. La misma fue aquilatada y creída por el
tribunal sentenciador. En ningún momento ha sido cuestionada ante nos. Dicho de otro modo,
se acepta que el apelante Marcano Pérez observó la siguiente conducta al cometer los delitos:
El 29 de abril de 1982 los licenciados Villanueva Díaz y Dapena se encontraban en su oficina,
la cual compartían en aquel entonces con el licenciado Segal. Los acompañaban la señorita
Acevedo y el señor Figueroa. A eso de las 4:00 p.m. se presentó el acusado apelante, junto
a otra persona no identificada, y procuró al licenciado Segal, quien no se encontraba en
esos momentos. El acusado, quien estaba pulcramente vestido y lucía una apariencia
acicalada, informó que necesitaba ver al licenciado Segal para pagarle un dinero, ya que
éste lo iba a representar legalmente en una vista preliminar que se iba a celebrar en su contra
por un caso de tentativa de asesinato. En el momento en que el licenciado Villanueva Díaz
le solicitó que le permitiera ver la denuncia en su contra, el acusado extrajo de un maletín un
revólver Magnum calibre 357, a la vez que su acompañante sacó una carabinacalibre 30-
30 de no más de quince pulgadas de largo.
Luego de preguntar por artículos de valor y dinero, se apropió de un reloj y dinero en
efectivo del licenciado Villanueva, de un revólver calibre 38 y dinero en efectivo del
licenciado Dapena, de la cartera y prendas de la señorita Acevedo y prendas y dinero en
efectivo del señor Figueroa. En el caso particular de la señorita Acevedo, el acusado le
preguntó si una prenda era auténtica o de fantasía. También inquirió por el teléfono
interior, el cual procedió a desactivar. Cortó además las líneas de todos los teléfonos. Al
marcharse, el acusado les ordenó a todas sus víctimas que se tiraran al piso y contasen
hasta cien, advirtiéndoles que iba a poner un artefacto explosivo en la puerta de la oficina,
el cual estallaría si abrían ésta antes de finalizar el conteo determinado. Toda la operación
efectuada por el acusado y su acompañante duró de quince a treinta minutos....
. . . los testigos declararon que pudieron observar que él [acusado] daba las órdenes, no
estaba nervioso y se encontraba calmado, coherente, orientado y alerta; que se
notaba [P937] consciente de lo que estaba haciendo. Referente a su conducta al momento
de ser arrestado y trasladado desde su hogar al cuartel de la Policía, el agente Miranda
testificó que se comportó tranquilamente todo el tiempo y que durante el viaje
conversaba de manera normal e hilvanaba ideas. (Énfasis suplido.)
Insistimos en que esta prueba no fue impugnada. En apoyo de la defensa de insanidad se
presentó el testimonio del psiquiatra Dr. Miguel A. Cubano. En síntesis, éste atestó que desde
el año 1976 trataba al apelante Marcano Pérez por un padecimiento de esquizofrenia
paranoide crónica. Explicó los trastornos que esa condición generaba, a saber, alteraciones
en: (1) el pensamiento; (2) la conducta; (3) forma de relacionarse, y (4) forma de visualizar
la realidad. Indicó que esa conducta alteraba las relaciones familiares, con su comunidad y
afectaba su cuido personal. La enfermedad podía variar diferentes procesos psicológicos
como son el contenido y la forma de pensamiento, la percepción, el afecto, la relación con el
mundo exterior y también alterar la conducta de movimientos, o la conducta psicomotriz.
Específicamente declaró que Marcano Pérez tenía con frecuencia “ideas de referencia y de
persecución, de que la gente está en contra de él, que le quieren hacer daño”; también, ideas
de “grandiosidad” y de alucinaciones auditivas. Se refirió a los récords médicos del Hospital
de Veteranos y del Hospital de Psiquiatría presentados en evidencia.
En cuanto a los delitos imputados, el doctor Cubano expuso que lo vio dos semanas antes de
que los cometiera, el 13 de abril de 1982. En esa entrevista Marcano Pérez le dijo que se
sentía bien. Le recetó una serie de medicamentos. Sobre el aspecto crucial de su capacidad,
opinó que su comportamiento delictivo era compatible con su condición mental. Según su
criterio, del mismo no podía establecerse que comprendiera la criminalidad de los actos.
Sabía que Marcano Pérez fue usuario de marihuana. Desconocía que antes de estas
acusaciones había sido sentenciado por robo armado por hechos acaecidos [P938] el 12 de
mayo de 1977. Aclaró que una persona como él, con diagnóstico previo de esquizofrenia
paranoide crónica puede, en remisión de síntomas, distinguir entre el bien y el mal. Esa
lucidez puede variar en tiempo, en su caso, entre media a tres cuartos de hora. Admitió que
la enfermedad que padecía Marcano Pérez “no exime la culpa.”2 Además, que con
tratamiento continuo podía llevar una vida normal, inclusive la familiar y mantener el vínculo
matrimonial y relaciones paterno-filiales. Atestó que Marcano Pérez, después de los hechos,
mientras estuvo en la cárcel, empeoró, estaba con ideas de persecución y se mostraba muy
“verborrecio.”
Finalmente, el apelante Marcano Pérez declaró. Su testimonio durante el juicio (17 meses
más tarde), fue en torno a que su conducta respondió a un delirio de persecución y alucinación
basado en que los fiscales lo vigilaban. Recibió órdenes de armarse para una guerra. Le dieron
el nombre de Imaim y que lo buscara con la seña 666, la cual encontró; que
estaban [P939] usando una oficina en la misma calle de Radio Voz, transmitiendo y
programando al pueblo con ultra sonido. En su relato se refirió a las personas en esa oficina
como el enemigo a excepción de Yolanda, la secretaria, de quien dijo era inocente. Pidió
hacerse invisible dos veces y en dos ocasiones se materializó. Citó al Exodo 25 en que Jehová
ordenó a Moisés que tomara oro, plata, cobre, etc. y que ellos lo recogieron para ofrendárselo
a Imaim, y que luego se lo ofrendó al mar; la tierra, el mar, en su día quiere lo que es de ella,
que le pertenece, que salió de sus entrañas. Dijo que la única ley es la ley de la luz, a la ley
del hombre se refería siempre como la antigua ley.
En el contrainterrogatorio dijo que él no tenía un Magnum sino una VZ1 israelí,
subametralladora de las que usamos los comandos. Dijo que entendió lo que dijeron los
testigos. Al irlos nombrando el fiscal calificó al licenciado Dapena como inocente. De su
compañero dijo que era un comando, o célula, y que no le ha vuelto a ver.

III
De la prueba de la defensa antes relacionada, independientemente del poco valor probatorio
que le adjudicó el foro de instancia, según el testimonio del doctor Cubano, es innegable el
historial clínico de esquizofrenia paranoide crónica del apelante Marcano Pérez. Sin
embargo, tal como dicho galeno admitió, esa condición, en remisión de síntomas y a
intervalos, le permitía a éste distinguir la criminalidad de sus actos y por ende no lo exime
de culpa.
Sobre este extremo, la prueba no contradicha del Ministerio Fiscal demostró reiterada y
satisfactoriamente al momento de los hechos una conducta compatible con la presunción de
sanidad mental. Primeramente, Marcano Pérez demostró una conducta normal e inteligente.
Estaba pulcramente vestido y con apariencia acicalada. Tenía escondida un arma de fuego,
que sacó oportunamente y usó de manera efectiva. [P940] Indagó y desactivó los teléfonos
interiores y los exteriores. Inquirió y selectivamente se apropió de un revólver, prendas
legítimas y dinero en efectivo. Estuvo calmado, coherente, orientado y alerta. Durante el robo
y huida sus órdenes fueron precisas y exactas.
Segundo, el doctor Cubano no estuvo presente en sala cuando se desfiló la prueba testifical
del Ministerio Fiscal. Aunque como perito--conforme las Reglas 56 y 58 de Evidencia--ésto
no sería impedimento para opinar válidamente a base de una “pregunta hipotética” formulada
con arreglo a la prueba antes aportada, según su propia admisión, ello le “habría ayudado
quizás a tener un mejor cuadro de la persona [del acusado].” La situación tiende a debilitar
seriamente el valor probatorio de su testimonio. Notamos que la pregunta central relativa a
la capacidad mental del acusado,3 en la cual el doctor Cubano fundó su opinión, no contenía
todos los detalles y datos esenciales sobre el comportamiento [P941] observado por los
testigos de cargo durante la comisión de los delitos. En esta etapa apelativa tales lagunas
fácticas son insubsanables.
Tercero, en teoría, su proceder dista mucho de ser el de un esquizofrénico paranoide crónico,
dominado por una de las siguientes tendencias: (1) delirio de persecución; (2) delirio de
grandeza; (3) delirio de celos, y (4) alucinaciones de persecución o grandeza. Weygant, op.
cit., págs. 349--350; R. R. Tilleard-Cole y J. Marks, The Fundamentals of Psicological
Medicine, Inglaterra, M.T.P., 1975, pág. 192.
Cuarto, su comportamiento al perpetrar los delitos, también contrasta con su récord clínico.
Este refleja que durante las fases activas, su enfermedad se manifestaba siempre por
agresividad, alucinaciones, ansiedad, ideas de persecución, desviación en espacio y tiempo,
ideas suicidas, desaliño, tensión, incoherencia y hablador, Repetimos, durante el robo no
exhibió ninguna de estas características que objetivamente podrían servir de signos visibles
para un diagnóstico acorde a una patología real eximente.
Quinto, la forma en que fueron ejecutados los delitos dista mucho de su versión alucinante
de génesis divina y bíblica. Denota que toda la operación fue consciente y previamente
planificada. Resulta interesante notar el alto grado de conocimiento previo del apelante
Marcano Pérez sobre la oficina del licenciado Segal. Al llegar a ésta lo procuró
específicamente. Dio como excusa falsa que iba a pagarle un dinero para que lo representara
en una vista preliminar en un caso en su contra por tentativa de asesinato. Curiosamente en
ningún momento verbalizó en torno a la supuesta encomienda bíblica que recibiera. Tampoco
se identificó como enviado de Dios ni actuó con rareza, extravagancia, anormalidad o de
manera excéntrica. Aun cuando su encargo divino cubría recoger “oro, plata y cobre” para
ofrendárselo a Imaim, el único dato objetivo relacionado con esta alegada alucinación--
convenientemente traído--fue la sustracción de las prendas de oro [P942] genuino y dinero
en efectivo. Adviértase que descartó los otros metales carentes de valor: plata y cobre.
Sexto, en el fascinante mundo de la mente, la psicogénesis del robo patológico ha sido objeto
de estudio. Con respecto a las ramificaciones del delito por impulso, ideación anormal
(pueril, delirante), perturbación física (hambre y toxicomanía) u obsesión impulsiva, se
acepta, en “general [que] el delito tiene ya caracteres en sí mismo que lo denuncian como un
acto psicológico. En ese sentido son significativos ciertos datos: su instantaneidad, su
ausencia de plan o su plan anormal, su falta de precauciones, la inutilidad de lo robado. La
actitud del autor durante y después del hecho suele ya revelar al enfermo; la reiteración del
mismo tipo de robo, ya sea por la forma de actuar o por el objeto robado, es a menudo un
signo de valor.” N. Rojas, Medicina Legal, 8va ed., Buenos Aires, El Ateneo, 1984, pág.
411.
Finalmente, existen dos detalles cruciales que militan contra la proposición de que Marcano
Pérez no conocía la criminalidad de los actos o no podía comportarse de acuerdo al mandato
de ley. El primero, que realizó los delitos en unión a un cómplice. Buscó ayuda para robar
un arma, dinero y prendas de valor eficiente y selectivamente. Su compañero lo siguió
fielmente y ejecutó satisfactoriamente sus instrucciones. Adoptó racionalmente un sinnúmero
de precauciones. Y segundo, durante su comisión, en un momento dado preguntó si una
prenda era legítima o de fantasía. El dato es un importante indicador. Paradójicamente,
¿cómo aceptar que fue capaz de diferenciar entre una joya buena o de fantasía, y no
comprender la criminalidad de sus actos? Véase Pueblo v. Rivera Raquel, 95 D.P.R. 564 ,
570 (1967).
Recapitulando, todos los indicadores objetivos de la prueba del Ministerio Fiscal dejaron
establecida claramente la imputabilidad del apelante Marcano Pérez. La prueba de la defensa
no la afectó. En lo pertinente, el testimonio del doctor Cubano no puso en entredicho la
presunción de capacidad. Por [P943] el contrario, en lo que atañe al período crítico cercano-
-antes, durante y después del robo--esa prueba tiende a corroborar que estaba en remisión de
síntomas. A tal efecto, hemos de enfatizar que dos semanas antes le comunicó al psiquiatra
que “se sentía bien.” Dicho galeno atestó que su enfermedad no le eximía de culpa. En su
correcta perspectiva y alcance, su testimonio sólo se refirió a una probabilidad de que no
pudiera distinguir entre el bien y el mal. Pueblo v. Rivera Raquel, supra. Al ser arrestado,
y antes de ser ingresado en la cárcel, se comportó tranquilamente, conversaba normalmente
e hilvanaba sus ideas.
En fiel juridicidad, carecemos de fundamentos válidos para revocar.4 La apreciación del
estado mental del apelante Marcano Pérez al cometer los hechos fue objeto de evaluación y
apreciación directa por el tribunal sentenciador. Este rechazó y no dio crédito a la defensa de
locura. A nosotros tampoco nos convence. Pueblo v. López Rivera, 109 D.P.R. 160, 165
(1979). En apelación debemos respetar el dictamen de instancia y confirmar la
sentencia. Pueblo v. Rovira Ramos, 116 D.P.R. 945 (1986).

Voto particular emitido por el Juez Asociado Señor Irizarry Yunqué al cual se une el
Juez Presidente Señor Pons Núñez.
He dado mi conformidad a la opinión del Tribunal no obstante los argumentos de la ponencia
disidente. Por ello me parece necesario que deje constancia de la razón de mi voto.
[P944] No podemos pasar por alto que las actuaciones del apelante durante la comisión de
los actos delictivos que nos ocupan impresionan como los de una persona cuerda, y en pleno
control de sí mismo. Así lo concluiría un lego. Y así les impresionó a los testigos de cargo y
al juez sentenciador. Ese modo de actuar del apelante es también la base de la ponencia
disidente.
Empero, al pasar juicio sobre el estado mental de una persona, aunque se trate de una cuestión
de hecho, se está en terreno especializado del campo de la psiquiatría. Un lego puede ser
fácilmente inducido a error. Y en este caso, las explicaciones dadas por el psiquiatra Dr.
Miguel A. Cubano, quien trataba al apelante desde el 1975 ó 1976, no habiendo sido
contradichas se oponen como muralla infranqueable a que la aquilatación del testimonio de
los legos lleve al convencimiento por sobre esa muralla, es decir, por sobre la duda razonable
y más allá de ella, de que el apelante era responsable criminalmente de lo que hacía.
Baste reproducir las siguientes palabras del doctor Cubano (T.E., pág. 42):
Por el expediente que vemos de él, esta es una persona que ha estado sumamente enferma
por años. Su condición en lugar de mejorar, pues, es lo de esperar, ha ido deteriorando
continuamente. Estos delirios y estas alucinaciones en este tipo de pacientes se van haciendo
más crónicos, más frecuentes, y ya a la altura que está Dionisio, a pesar de que es un hombre
joven, pues prácticamente dominan su vida y dominan su pensamiento. O sea, que cualquier
acto que él cometa en un momento dado es como consecuencia de esa enfermedad.
Como señala la opinión del Tribunal, ante tan tajante explicación el Ministerio Público no
debió descansar únicamente en los testimonios legos. Pudo y debió consultar peritos
psiquiátricos. El fiscal tenía que probar más allá de duda razonable que el apelante estaba
cuerdo. A mi juicio no descargó esa responsabilidad.
NOTAS AL CALCE DE LA OPINIÓN
1. Art. 173 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4279.
2 .25 L.P.R.A. secs. 416, 418, 418 a y 442, respectivamente.
3. Véanse Wright v. United States, 250 F.2d 4 (D.C. Cir. 1957); Brock v. United States, 387 F.2d 254
(5to Cir. 1967); United States v. Shackelford, 494 F.2d 67 (9no Cir. 1974); United States v. Coleman,
501 F.2d 342 (10mo Cir. 1974); United States v. Dube, 520 F.2d 250 (1er Cir. 1975); State v. Cano,
436 P.2d 586 (Ariz. 1968); State v. Davis, 158 Conn. 341, 260 A.2d 587 (Super. Ct. 1969); People v.
Harrington, 22 Ill.App. 3d 938, 317 N.E.2d 161 (Appell. Ct. 1974); People v. Woodworth, 366
N.Y.S.2d 707 (Sup. Ct. 1975); Com. v. Needly , 444 A.2d 1199 (Pa.Super. 1982).
4. En Estados Unidos algunos tribunales han permitido que testigos legos ofrezcan su opinión sobre
el estado mental de un acusado si se demuestra que conocían tan íntimamente y por suficiente tiempo
a la persona que podía emitir un juicio informado. III Wharton’s Criminal Evidence Sec. 609, pág.
175 (1972); United States v. Segna, 555 F.2d 226 (9no Cir. 1977); State v. Brown, 676 P.2d 757
(Kan. 1984); State v. Smith, 310 S.E.2d 320 (N.C. 1984); Curry v. State, 611 S.W.2d 745
(Ark. 1981). Sin embargo, en este caso no hay una controversia sobre la admisibilidad de opiniones
de testigos legos, ya que los testimonios de las víctimas se limitaron a observaciones sobre su
conducta durante el robo que duró quince minutos.
5. El testimonio pericial vertido a estos efectos fue confirmado por extensa prueba documental.
NOTAS AL CALCE DE LA OPINION DISIDENTE
1. Las apreciaciones y conclusiones de estos testigos no pueden tomarse livianamente. Uno de ellos,
el licenciado Villanueva, declaró sobre su preparación académica. Aprobó durante su bachillerato un
curso de Psicología Anormal en la Facultad de Ciencias Sociales, U.P.R. Además expuso sus
experiencias profesionales en casos de insanidad mental como fiscal y abogado de defensa,
incluyendo sus observaciones derivadas de innumerables visitas a pacientes en hospitales de
psiquiatría.
2. “P. O sea, en otras palabras, lo que yo quiero decir es que una persona sea quien sea y tenga cien
por ciento de incapacidad de Veteranos, por defecto mental o que s[ea] esquizofrénic[a] paranoide,
no tiene una licencia o un pasaporte para cometer cualquier tipo de acto delictivo y entonces
automáticamente se le aplica la defensa de incapacidad mental. Eso no es así, no.
“R. No, a las personas....
“P. Por que entonces, entonces la justicia lo que tendría que hacer sería no perseguirlo, no acusarlo
[sic ] a nadie.
“R. No.
“P. ¿Usted me entiende la pregunta?
“R. Sí, yo lo entiendo a usted. La enfermedad yo pienso que no exime la culpa. Lo que pasa es
que tenemos que tener otras varas para medir, y esta persona que está enferma pero que es
culpable, pues hay que proteger la sociedad también, pero hay que protegerlos a ellos también.
“P. Sí, la sociedad y a ellos también.
“R. Y a ellos, o sea, que la protección tiene que ser de ambas partes. Yo, mi recomendación
siempre es de [sic ] que las personas se les ponga en un tratamiento hasta que haya remisión real
y más duradera, verdad. O sea, que se les obligue a seguir un tratamiento. Porque generalmente
el problema con los pacientes, en general verdad, no s[ó]lo Veteranos sino en todos, es que en
cuanto se sienten un poquito mejor abandonan el tratamiento o no lo siguen con la misma
intensidad.” (T.E., págs. 60--61.)
3. “P. Doctor, en este procedimiento desfiló evidencia en el sentido de que el paciente se introdujo en
unas oficinas de unos abogados, eh, conversó primero con las personas que estaban en, eh, la
recepcionista o la secretaria. Dijo que era un cliente de uno de los abogados. Eh, le dijeron que el
abogado no estaba, pues, dijo que lo podía atender otro abogado. Estuvo conversando con los demás
abogados, luego extrajo una, un arma, igual lo hizo otra persona que estaba con él. Esas personas
fueron encañonadas[,] se les quitó, se les despojó de sus prendas y tuvieron que entregar los bienes
materiales que tenían, etc. Y según uno de los testimonios de una de las personas, él salió al salón de
espera y cerró una puerta y luego regresó, y luego se le dio órdenes de que contaran hasta cien antes
de salir y salieron de allí. Este, eso en esencia es la evidencia que... los hechos según la evidencia que
ha desfilado, lo que han declarado los testigos. Yo le pregunto si esas actuaciones, según a grandes
rasgos le he explicado, ¿para usted como psiquiatra indicarían o son indicativas de que este paciente
en ese momento que estaba cometiendo esos actos, conocía la naturaleza criminal de esos actos y
podía discernir en que esos actos eran contrario a la ley? ¿Si esos actos en sí son indicativos de que
conocía que esos actos eran contrario a la ley?
“R. No, porque si él estaba actuando en ese momento por órdenes de unos delirios y de unas
alucinaciones, él puede hacer todos esos gestos y cosas que usted ha explicado y sin embargo, eh,
desconocer desde el punto de vista legal la importancia de los....” (T.E., págs. 45--46.)
4. Nuestro dictamen no niega el historial clínico previo de esquizofrenia paranoide crónica de
Marcano Pérez. Simplemente reconoce que se demostró más allá de duda razonable capacidad “para
comprender la criminalidad del acto” al momento de cometerlo. La prueba de cargo corroborada por
la pericial, establece que estaba en remisión de síntomas.
Por lo tanto, la ejecución de la sentencia sería sin menoscabo del tratamiento que su condición, en
cualesquiera de sus fases ameritara en el futuro, mediante coordinación entre el Hospital de Veteranos
y la Administración de Corrección según recomienda el propio doctor Cubano.
115 D.P.R. 113 (1984) PUEBLO V. LEBRÓN MORALES

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

EL PUEBLO DE PUERTO RICO, apelado


vs.
PEDRO LEBRÓN MORALES, acusado y apelante
Núm. CR-83-31
115 D.P.R. 113
22 de febrero de 1984

SENTENCIA de Charles E. Figueroa Álvarez, J. (Carolina), que condena al acusado por


infracción a la Ley de Sustancias Controladas. Revocada.

Jorge Arroyo Fernández, abogado del apelante.


Miguel Pagán, Subprocurador General, y Lourdes del C. Rodríguez, Procuradora
General Auxiliar, abogados de El Pueblo.

SENTENCIA
El apelante Pedro Lebrón Morales fue acusado de posesión con la intención de distribuir
ilegalmente heroína en común y de mutuo acuerdo con José A. Silva Claudio. Por tribunal
de Derecho, fue convicto y sentenciado a 15 años en cada uno de los dos cargos a ser
cumplidos concurrentemente. Apunta para sostener su apelación, que la prueba
fue [P114] insuficiente, que no se estableció más allá de duda razonable la comisión de un
acto delictivo.
Lebrón Morales conoció a José A. Silva Claudio dos semanas antes de los hechos delictivos
en un bar en el pueblo de Vega Alta y había compartido con él en varias jugadas de billar.
Hacía un mes que había llegado de Chicago donde vivía desde el 1967. Se quedaba en
Yabucoa, pero iba a ver una amiga a Vega Alta de nombre Zenaida de quien no recordaba el
apellido. Mientras jugaban billar, Silva Claudio le informó que ese día se disponía a viajar a
Nueva York y que iba a obtener el boleto correspondiente. El apelante le pidió que obtuviera
otro para él y que se lo pagaría en la tarde. Silva Claudio así lo hizo y Lebrón Morales le
pagó $91 por el boleto.
La testigo Ediltrudis Romero Rodríguez, oficial del Departamento de Agricultura Federal
adscrita al Aeropuerto Internacional de Isla Verde, declaró que vio por cerca de 3 minutos
mientras José A. Silva Claudio y Pedro Lebrón Morales caminaban como amigos y se
dirigían hasta el lugar donde ella efectuaba inspecciones a los
equipajes. Morales Lebrón traía en sus manos un garment--bag y una maleta color marrón
de tamaño mediano, mientras que José A. Silva Claudio cargaba una maleta marrón pequeña
y un abrigo blanco dentro de un plástico transparente. José A. Silva Claudio tomó las dos
maletas y procedió a abrirlas. Primero la oficial de agricultura inspeccionó la maleta pequeña
y cuando Silva Claudio iba a cerrarla notó unas medias adentro que parecía que contenían
guayabas. Silva Claudio le dijo que allí no había nada y se sintió molesto con la inspección
y al comenzar a inspeccionar las medias desapareció del lugar. La oficial federal Romero
Rodríguez preguntó a Lebrón Morales por Silva Claudio, mas respondió que no lo conocía,
que había llegado solo. Procedió a abrir las medias y encontró unos sobres plásticos, tres con
polvo marrón y uno con polvo blanco que, posteriormente, luego de análisis químico,
resultaron ser heroína y cocaína. Lebrón [P115] Morales permaneció en el lugar. Dio a
inspeccionar su bulto garment--bag al que la oficial de aduanas colocó un sello y se llevó el
abrigo blanco. La oficial de agricultura procedió a llamar a la Policía. Las maletas eran de un
mismo juego, en la más pequeña se encontró una licencia con el nombre de Silva Claudio y
su dirección de Chicago. Luego la oficial de aduanas, cuando acompañaba a los policías, vio
en un tablón de edictos del aeropuerto una fotografía en una requisitoria de prófugo que
correspondía a José A. Silva Claudio.
La Policía detuvo a Lebrón Morales dentro del avión. Cuando se le preguntó por José A.
Silva Claudio manifestó que lo conocía, pero al preguntársele sobre las maletas informó que
no eran de él, que viajaba sin maletas. Una vez arrestado se le ocupó $6,893.91 en efectivo
en rollos de 20 y 10 dólares. Morales Lebrón declaró que trajo $10,000 a Puerto Rico para
comprar un negocio, y que repartió cerca de $3,000 entre sus familiares al no adquirir
ninguno. El juez Balbino Colón Martínez no determinó causa probable. En vista preliminar
en alzada el juez Angel F. Rossy García sí determinó causa.
Se nos plantea si la prueba fue suficiente para encontrar culpable al
apelante Morales Lebrón de algún acto delictivo más allá de duda razonable en común y en
concierto con José A. Silva Claudio. El apelante alega, además, como error, la denegación
de una moción de supresión de evidencia fundamentada en la ilegalidad del registro. No
entraremos a considerar este segundo plateamiento toda vez que el caso puede ser resuelto
por alegación de insuficiencia de la prueba.
La prueba sostiene la conclusión de que las dos maletas color marrón eran un sólo juego
perteneciente a José A. Silva Claudio. Cuando se registraban las maletas, el apelante aunque
reaccionó negando conocer al dueño del equipaje, no huyó del lugar y se dirigió a abordar el
avión donde fue localizado y arrestado por la Policía. Se comportó como una persona que
ignoraba lo que contenían las maletas y que se sabía inocente de un delito.
[P116] Son coautores de un delito entre otros los que planifican o cooperan de cualquier
modo en su comisión. Art. 35 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3172; Pueblo v. Ortiz, 104
D.P.R. 115 (1975); Pueblo v. Lucret Quiñones, 111 D.P.R. 716 (1981). La cooperación o
planificación implica participación intencional en la empresa delictiva. Compárese
con Pueblo v. Stevenson Colón,113 D.P.R. 634 (1982). Véase, Galarza
Soto v. E.L.A., 109 D.P.R. 179 (1979). Y hay que demostrar la cooperación o planificación
más allá de duda razonable. Pueblo v. Carrasquillo Carrasquillo, 102 D.P.R. 545 (1974).
Aunque parte de la prueba que tuvo ante sí el juzgador de instancia arroja sospecha sobre la
culpabilidad del apelante, es forzoso concluir que es razonable abrigar dudas sobre si actuó
en concierto y de común acuerdo con Silva Claudio. Recuérdese que si bien llegaron juntos
al aeropuerto, el apelante cargaba la maleta más grande y Silva Claudio la más pequeña en
la que se encontró el contrabando y fue Silva Claudio el que abrió la maleta para la
inspección. Su actuación denotaba que sabía lo que estaba oculto en las medias y por eso
desapareció del sitio. El apelante permaneció en el lugar, esperó a que registraran su bulto y
abordó el avión. Y ciertamente, tener encima una cantidad sustancial de dinero no suple la
prueba que hace falta para conectar al apelante con la comisón del delito imputado. Parece
inescapable concluir que no puede prevalecer la sentencia condenatoria.
Se revoca la sentencia dictada por el Tribunal Superior, Sala de Carolina.
Así lo pronunció y manda el Tribunal y certifica la señora Secretaria.
El Juez Asociado Señor Torres Rigual disintió. El Juez Asociado Señor Negrón García
disintió en opinión separada a la cual se une el Juez Asociado Señor Rebollo López.
Lady Alfonso de Cumpiano
Secretaria General

[P117] Opinión disidente del Juez Asociado Señor Negrón García a la cual se une el
Juez Asociado Señor Rebollo López.
Una lectura y análisis de la Exposición Narrativa de la Prueba refleja la culpabilidad del
apelante Lebrón Morales más allá de duda razonable, según lo determinó el tribunal de
instancia.
Las circunstancias de “amistad” desarrollada con José A. Silva Claudio; la decisión
instantánea de acompañarlo a Chicago; la confianza en encargarle que le comprara su pasaje
de regreso; la llegada simultánea de ambos al aeropuerto; la identidad en el juego de maletas;
el testimonio claro de la funcionaria de aduanas que los vió acercarse juntos hacia el área de
inspección; la falsedad del apelante al negar que conocía a su acompañante y que vinieron
juntos; su pérdida de memoria sobre hechos esenciales--tales como no recordar el nombre de
los distintos hoteles donde se hospedó en Vega Baja; que no hizo gestiones para comprar el
negocio de barra para lo cual vino, sobrándole $6,893.91 en efectivo, como no recordar
tampoco el barrio, kilómetro y hectómetro de la carretera donde vive su madre, a quien vino
a visitar y con quien vivió durante su estadía--constituyen elementos valorativos que
destruyen todo viso de veracidad.
Esa falta de legitimidad testimonial no puede suplirse a base de la premisa inarticulada en la
sentencia de que al permanecer y no huir, es una conducta demostrativa de que desconocía
el contenido ilícito de drogas en la otra maleta. “Ciertamente debemos evitar caer en la
superficialidad de atribuirle a toda mente y conducta humana presunciones de un proceder
automático. Hay delincuentes que realizan el acto delictivo a plena luz del día, sin ocultarse,
y otros de manera contraria. Ante determinado reclamo policial pueden responder de distintas
maneras: unos huyen; otros permanecen serenos con la mayor naturalidad ; otros se
desprenden, a como dé lugar, del material delictivo; otros [P118] espontáneamente admiten
sin reservas sus actuaciones; etc. La dinámica de la conducta delictiva, aunque diferente en
sus protagonistas, medios y en un sinnúmero de circunstancias, presenta en el fondo
características básicas comunes. Lo importante es detectar cuándo esas discrepancias,
producto de las diferencias humanas, están presentes en determinada actuación. Con esta
perspectiva en mente es que hemos evaluado el testimonio de los agentes en este
caso.” (Énfasis suplido.) Pueblo v. Espinet Pagán, 112 D.P.R. 531, 536--537 (1982).
1998 DTS 094 PUEBLO V. LEÓN CORTIJO 1998TSPR094

En el Tribunal Supremo de Puerto Rico

EL PUEBLO DE PUERTO RICO


Demandante-Peticionaria
V.
JULIA LEON CORTIJO
Demandada-Recurrida
CERTIORARI
98TSPR94
Número del Caso: CE-94-106
146 DPR 394 (1998)
146 D.P.R. 394 (1998)
1998 JTS 99

Abogados Parte Peticionaria: HON. CARLOS LUGO FIOL, PROCURADOR


GENERAL
LCDA. ROSE MARY CORCHADO LORENT, PROCURADORA GENERAL
AUXILIAR
Abogados Parte Recurrida: LCDO. RUBEN CEREZO HERNANDEZ
Tribunal de Instancia: Superior, Sala de San Juan
Juez del Tribunal de Primera Instancia: HON. JOSE A. TORRES CARABALLO
Fecha: 6/30/1998

Materia: Penal, Absolución Perentoria

ADVERTENCIA

Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está
sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación
oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un
servicio público a la comunidad.

SENTENCIA
San Juan, Puerto Rico a 30 de junio de 1998

El 30 de enero de 1992, cuatro jóvenes fueron asesinados y sus cuerpos


encontrados en la carretera #1, Sector La Muda de Guaynabo. Por estos hechos
delictivos se presentaron acusaciones contra José Raúl Trinidad y Lester Tomás
Hernández Cátala por asesinato y otros delitos, y contra la recurrida,
Julia León Cortijo, por el delito de encubrimiento.

Una vez concluida la presentación de la prueba de cargo, la defensa solicitó


la absolución perentoria de la acusada, moción que fue declarada sin lugar. Dejado
el caso en manos del jurado, éste encontró a León Cortijo culpable del delito de
encubrimiento. Acto seguido, la defensa reprodujo la moción de absolución
perentoria, antes de que se dictara sentencia. En esta ocasión, el Tribunal Superior,
Sala de San Juan, declaró con lugar la moción, dejando sin efecto el veredicto de
culpabilidad rendido por el jurado.

Luego del examen y analisis de la prueba presentada en este caso, la


mayoría de los integerantes de este Tribunal concluyen que la resolución de la cual
se recurre debe ser confirmada. En vista de ello se dicta sentencia confirmando la
resolución del antiguo Tribunal Superior de Puerto Rico, Sala de San Juan, por la
cual decretó la absolución perentoria de la recurrida Julia León Cortijo al amparo
de la Regla 135 de las de Procedimiento Criminal vigentes.

Así lo pronunció, manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal


Supremo. El Juez Presidente señor Andréu García emitió una opinión de
conformidad, a la cual se han unido la Juez Asociada señora Naveira de Rodón y
el Juez Asociado señor Hernández Denton. Los Jueces Asociados señores Fuster
Berlingeri y Corrada del Río concurren sin opinión escrita. Los Jueces Asociados
señores Negrón García y Rebollo López han emitido sendas opiniones disidentes.

Isabel Llompart Zeno

Secretaria del Tribunal Supremo

Opinión de conformidad emitida por el Juez Presidente señor Andréu García,


a la cual se unen la Juez Asociada señora Naveira de Rodón y el Juez Asociado
señor Hernández Denton

En San Juan, Puerto Rico a 30 de junio de 1998

El 30 de enero de 1992, cuatro jóvenes fueron asesinados y sus cuerpos


encontrados en la carretera #1, Sector La Muda de Guaynabo. Por estos hechos
delictivos se presentaron acusaciones contra José Raúl Trinidad y Lester Tomás
Hernández Cátala por asesinato y otros delitos, y contra la recurrida,
Julia León Cortijo, por el delito de encubrimiento.

Una vez concluida la presentación de la prueba de cargo, la defensa solicitó


la absolución perentoria de la acusada, moción que fue declarada sin lugar. Dejado
el caso en manos del jurado, éste encontró a León Cortijo culpable del delito de
encubrimiento. Acto seguido, la defensa reprodujo la moción de absolución
perentoria, antes de que se dictara sentencia. En esta ocasión, el Tribunal Superior,
Sala de San Juan, declaró con lugar la moción, dejando sin efecto el veredicto de
culpabilidad rendido por el jurado.

Inconforme, el Ministerio Público solicita la revisión de la resolución


emitida por el Hon. José A. Torres Caraballo, mediante la cual absolvió
perentoriamente a la recurrida. Expedido el auto de Certiorari, el Tribunal ha
dictado sentencia en el día de hoy confirmando dicha resolución. A continuación
expondremos las razones por las cuales estamos conformes con la sentencia
dictada.

Procede una moción de absolución perentoria cuando la prueba presentada


en el juicio "fuere insuficiente para sostener una convicción", según lo dispuesto
en la R. 135 de Procedimiento Criminal. Esta regla establece, en lo pertinente, que:

El tribunal a instancia propia o a instancia de un acusado decretará su


absolución perentoria en uno o varios cargos de la acusación o denuncia
luego de practicada la prueba de una o de ambas partes si la misma fuere
insuficiente para sostener una convicción por ese cargo o cargos. 34
L.P.R.A. Ap. II, R. 135 (1991).

Recientemente, en Pueblo v. Colón Burgos, opinión y sentencia emitida el


12 de abril de 1996, 96 J.T.S. 52, tuvimos la oportunidad de abundar sobre el
alcance y los propósitos de la moción de absolución perentoria. En esa ocasión
aclaramos que existe suficiencia de prueba, en materia de absolución perentoria,
cuando un jurado razonable, adoptando la prueba de cargo, podría hallar culpable
al acusado más allá de duda razonable.

Para llegar a esta determinación de suficiencia se requiere, en primer lugar,


que el tribunal se cerciore de que el Ministerio Público haya aducido prueba,
directa o circunstancial, de todos los elementos del delito imputado. Ahora bien,
destacamos que el Estado no puede derrotar una moción de absolución perentoria
con tan sólo aducir el menor indicio de cualquier prueba de cargo.

Para poner al jurado en posición de deliberar sobre la culpabilidad de un


acusado, también se requiere que la prueba de cargo sea susceptible de ser creída,
esto es que, como cuestión de derecho, permite ser sometida a un análisis de
credibilidad.

En fin, la absolución perentoria lo que persigue es evitar que un ciudadano


sea convicto sin el rigor que nuestro ordenamiento exige, una vez el tribunal se
convence de que la prueba no puede rebasar las dudas que necesariamente habría
de tener una persona razonable sobre la culpabilidad del acusado.

Aclarados estos principios, corresponde inicialmente definir los elementos


del delito de encubrimiento, para luego examinar si, como aduce el Ministerio
Público, la prueba presentada en el juicio cumple con el grado de suficiencia
requerido para derrotar una moción de absolución perentoria; o sea, si se desfiló
prueba de todos los elementos del delito, susceptible de ser creída, con la que el
jurado podía encontrar a la recurrida culpable más allá de duda razonable.

II

El encubrimiento se encuentra definido en el artículo 36 del Código


Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3173 (1983),1 y tipificado como delito en el artículo
236, 33 L.P.R.A. sec. 4432 (1983), el cual dispone que incurre en el delito de
encubrimiento "[t]oda persona que con conocimiento de la ejecución de un delito
ocultare al responsable del mismo o procurare la desaparición, alteración u
ocultación de prueba para eludir la acción de la justicia".

Como delito contra la función judicial, el delito de encubrimiento persigue


sancionar la conducta intencional específica de todo sujeto que ayuda a una
persona que ha delinquido a eludir la acción de la justicia. Pueblo v. Vargas, 120
D.P.R. 404, 413 (1988). El acto antijurídico se puede concretizar en cualquiera de
sus dos modalidades, ya sea al ocultar al responsable del delito o al procurar la
desaparición, alteración u ocultación de la prueba. No podemos perder de vista que
para que una persona responda por el delito de encubrimiento debe haber conocido
la comisión del delito con posterioridad a su ocurrencia. De lo contrario, si hubiese
acordado previamente su participación, su responsabilidad criminal no sería en
calidad de encubridor, sino de coautor.

En síntesis, para que se configure el delito de encubrimiento es necesario


que el sujeto (1) tenga conocimiento de la comisión de un delito con posterioridad
a su ocurrencia; (2) oculte al autor del delito, o procure la desaparición, alteración
u ocultación de la evidencia; (3) con el propósito de ayudar al autor del delito a
eludir la acción de la justicia. Dora Neváres Muñiz, Derecho Penal Puertorriqueño,
Parte General 300 (1983).

III

El Ministerio Público presentó tres testigos para probar los cargos por
encubrimiento. En primer lugar, testificó Pedro Reynoso Esquilín, único
sobreviviente de la masacre. Este describió como él, junto a sus compañeros,
robaron a punta de revólver un vehículo de motor, marca Honda Accord (T.E., 25
de octubre de 1993, págs. 15-17), y que luego se encontraron con Mario Jorge
deLeón, hijo de la recurrida, por lo que decidieron llevar el vehículo a casa de
Mario para desmantelarlo. (Id. pág. 22). Declaró que una vez comenzaron a
desmantelar el vehículo, Mario y su grupo abrieron fuego contra el grupo que había
robado el automóvil. (Id. pág. 24). Narró la forma en que brincó una verja
adyacente a la marquesina, pudiendo así escapar y sobrevivir la masacre. (Id. pág.
25).

Describió como Julia León Cortijo se asomó desde un lugar cercano a la


marquesina unos cinco (5) minutos antes de iniciada la balacera. (T.E., 25 de
octubre de 1993, pág. 27 & 26 de octubre de 1993, pág. 108). Que al ésta
preguntarle a su hijo lo que sucedía, éste le ordenó que entrara a la casa y ella así
lo hizo. (T.E., 25 de octubre de 1993, pág. 27).

Como segundo testigo de cargo declaró Angel L. Negrón Meléndez, agente


del C.I.C. que investigó el crimen y diligenció una orden de allanamiento a la casa
de Mario, donde se levantó considerable evidencia (T.E., 27 de octubre de 1993,
págs. 57-64) y se descubrió que las paredes de la marquesina habían sido cubiertas
recientemente con masilla para ocultar los impactos de bala. (Id.pág. 60). Aclaró
que León Cortijo vivía en la casa contigua a la casa de Mario (Id. pág. 55) y que
fue en la residencia de la recurrida donde consiguió la llave para entrar en casa de
Mario. (Id. págs. 56-57). Expuso que citó a la recurrida a una entrevista informal,
a la cual compareció en compañía de su hija. Que al preguntarle sobre los hechos
bajo investigación, ésta declaró que no sabía nada ni había escuchado nada.
(Id. pág. 65).2

Por último, el Ministerio Público presentó el testimonio de Lester Tomás


Hernández Cátala, testigo ocular quien hizo alegación de culpabilidad por los
hechos de este caso. (T.E., 28 de octubre de 1993, pág. 234). Declaró haber visto
a León Cortijoasomarse a la marquesina minutos antes de los disparos. (Id. pág.
286). Narró como después de la matanza colocaron los cadáveres en el interior del
Honda Accord. (Id. págs. 230-31). Atestiguó, además, haber observado a Rosita,
hermana de Mario e hija de la recurrida, limpiar la marquesina con una manguera
y que León Cortijo se encontraba dentro de la casa mientras esto ocurría. (Id. pág.
232).

IV

Según surge de la prueba de cargo presentada, el caso del Ministerio


Público se cimenta, primordialmente, sobre el testimonio del agente Negrón
Meléndez, a los efectos de que al entrevistar a la recurrida ésta aseguró no saber ni
haber escuchado nada; y sobre el testimonio de Hernández Cátala, quien declaró
que la recurrida se encontraba dentro de la casa de Mario mientras su hija limpiaba
la marquesina con una manguera. Debemos aclarar que, contrario a la contención
del Ministerio Público en su alegato, Hernández Cátala no testificó haber visto a
la recurrida limpiar la marquesina con su hija, sino que la situó dentro de la
residencia mientras esto ocurría.

Confiriéndole entero crédito a la prueba de cargo, de donde se podría


deducir que la recurrida algo conocía de los sucesos delictivos en cuestión, procede
examinar si el meramente negar conocimiento de los hechos al agente Negrón
Meléndez configura, sin más, el delito de encubrimiento.

De entrada, debemos reconocer que, conforme a su sentido gramatical, el


verbo ocultar reviste dos acepciones, una positiva y otra negativa u omisiva. La
modalidad positiva consiste en realizar una acción dirigida a esconder, tapar o
disfrazar, mientras que la acepción negativa se conforma cuando se omite decir lo
que se sabe. Gonzalo Rodriguez Mourullo, I Curso de Derecho Penal 926 (1976);
Pilar Gómez Pavón, El Encubrimiento 84-85 (1988); Carlos Creus, II Derecho
Penal 352-53 (1988).

Ahora bien, Gómez Pavón nos aclara que si bien "gramaticalmente ocultar
puede revestir las dos formas antes indicadas, conviene analizar si esto es posible
dentro" del estatuto penal. Gómez Pavón, supra, a la pág. 85. En este contexto,
Rodríguez Mourullo señala que "[p]ara que la omisión sea penalmente relevante y
pueda fundamentar una responsabilidad a título de encubrimiento, será preciso que
sobre el sujeto pese un específico deber jurídico de obrar". Rodríguez Mourullo,
supra, a la pág. 927. En igual sentido se expresa Gómez Pavón al señalar que "la
omisión podrá considerarse como forma de ocultación siempre que un previo deber
jurídico imponga una determinada actividad". Refiérase a Gómez Pavón, supra, a
la pág. 85; Eugenio Cuello Colón, II Derecho Penal Tomo I, 672 (1981); Federico
Puig Peña, 2 Derecho Penal 292 (1959); Cándido Conde-Pumpido
Ferreiro, Encubrimiento y Receptación 258-62 (1955); Carlos Creus, supra. Véase
además, M. Cherif Bassiouni, Substantive Criminal Law165-66 (1978).

Nuestro Derecho Penal no reconoce como conducta punible la omisión de


dar cuenta a las autoridades públicas de un delito cuando se adviene en
conocimiento de su comisión. Por consiguiente, en vista de que en Puerto Rico no
existe un deber específico de obrar, no es posible incurrir en encubrimiento por
conducta omisiva, o sea, por guardar silencio sobre conducta delictiva conocida.

Recordemos que el principio de legalidad proscribe instar acción penal


contra persona alguna por hechos que no estén expresamente definidos como
delito, al igual que prohíbe la creación de delitos, penas o medidas de seguridad
por analogía. Art. 8 del Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 3031 (1983). Esto no
excluye que, en ciertas circunstancias y bajo juramento, una persona pueda ser
compelida a divulgar información sobre un delito, sujeto a lo provisto en el Código
Penal en torno al delito de perjurio. 33 L.P.R.A. sec. 4421 (1983).

Como establecimos previamente, para incurrir en el delito de


encubrimiento debe mediar la intención específica de ayudar al autor de un delito
a eludir la acción de la justicia. En vista de su naturaleza específica, para configurar
este elemento se requieren actos de los cuales se pueda inferir claramente el
propósito de asistir a un sujeto en evadir la justicia.

A diferencia de los casos de desaparición o alteración de la prueba, actos


afirmativos donde es palpable la intención de asistir al autor del delito, el ámbito
de los interrogatorios plantea una situación particular que requiere de un examen
cuidadoso del testimonio ofrecido para evaluar si de la manifestación se puede
deducir esta intención específica. En este contexto, la intención se puede inferir de
declaraciones donde de modo afirmativo se presenta una coartada engañosa o se
ofrece información falsa para despistar o desviar la atención de las autoridades o
para confundir la investigación. Sin embargo, cuando en un interrogatorio se
niega, sin más, conocimiento sobre unos hechos delictivos, que se suponen
conocidos, no se conforma el acto afirmativo que intima el delito de
encubrimiento. La conducta pasiva, consistente en la mera negación de
conocimiento, no es suficiente para demostrar esta intención específica de ayudar
al autor del delito a evadir la justicia.

A estos efectos coincide la Dra. Neváres Muñiz al señalar que para


demostrar la intención de un ciudadano de ayudar al responsable de un delito a
eludir la acción de la justicia, no basta con que el sujeto no haya informado a las
autoridades la comisión de un delito o el nombre del presunto autor, cuando éste
se conoce. Es necesaria la ejecución de actos adicionales como "ayudar al autor
del delito principal a escapar, participar en actos dirigidos a desaparecer la
evidencia, ..., dar información falsa a las autoridades con el propósito de confundir
la investigación". Dora Neváres Muñiz, Código Penal de Puerto Rico, Revisado y
Comentado 377 (1995) (Énfasis suplido).

No podemos ignorar que como corolario del principio de legalidad, y en


virtud del mandato constitucional sobre el debido proceso de ley, los estatutos
penales deben ser interpretados restrictivamente, resolviendo toda duda en favor
del acusado. Pueblo v. de León Martínez, opinión y sentencia emitida el 16 de
febrero de 1993, 133 D.P.R. ___, 93 J.T.S. 22; Pueblo v. Rodríguez Jiménez,
opinión y sentencia emitida el 21 de febrero de 1991, 128 D.P.R. ___, 91 J.T.S.
25; Pueblo v. Arandes de Celis, 120 D.P.R. 530, 538 (1988); Pacheco v. Vargas,
supra, pág. 409; Pueblo v. Ríos Nogueras, 114 D.P.R. 256, 260
(1983); Pueblo v. Uriel Álvarez, 112 D.P.R. 312 (1982).

A modo comparativo, y con carácter persuasivo, nos percatamos de que


son pocas las jurisdicciones que se han enfrentado a una situación fáctica similar a
la del caso de marras.3 De hecho, los tratadistas de orientación civilista que hemos
consultado no contemplan tal situación al comentar sobre el delito de
encubrimiento. Véase Manuel Jaén Vallejo, Código Penal Comentado 125-29
(1990); Gómez Pavón, El Encubrimiento (1988); Carlos Creus, supra, a las págs.
351-57; José María Rodríguez Devesa, Derecho Penal Español: Parte
General 822-38 (1985); Eugenio Cuello Calón, supra, a las págs. 672-73, 681-85;
Carlos Fontán Balestra, VII Tratado de Derecho Penal 439-75 (1980); Gonzalo
Rodríguez Mourullo, supra, a las págs. 898-947; Antonio Quintano Ripollés,
I Curso de Derecho Penal 251-54, (1963); Federico Puig Peña, supra, a las págs.
287-97; Cándido Conde-Pumpido Ferreiro, Encubrimiento y Receptación (1955);
Sebastián Soler, V Derecho Penal Argentino 268-86 (1946).

En cambio, algunas jurisdicciones estatales de los Estados Unidos han


contemplado este supuesto, y sirven de apoyo a nuestra posición, sosteniendo
abrumadoramente que la mera negación de conocimiento de los hechos no sufice
para probar la intención específica de ayudar al autor del delito a evadir la acción
de la justicia.

En Stephens v. State, 734 P.2d 555 (Wyo. 1987), el Tribunal Supremo del
estado de Wyoming se enfrentó a una situación análoga a la del caso de marras.
Stephens había sido informado de la comisión de un delito por el autor del mismo.
Cuando los oficiales de la policía lo interrogaron al respecto, Stephens negó tener
conocimiento de los sucesos delictivos por los cuales se le interrogaba. Sin
embargo, quince minutos después, la policía confrontó a Stephens con información
que había ofrecido su novia, por lo que cambió su testimonio y admitió que conocía
los sucesos. En vista de lo anterior, se presentaron cargos en su contra por
encubrimiento y resultó convicto. El Tribunal Supremo de Wyoming revocó la
convicción y a tales efectos aclaró:

"merely denying knowledge of the principal's involvement in a crime


will not give rise to a charge of accessory after the fact. [citas omitidas]. A
mere denial of knowledge is to be differentiated from an `[a]ffirmative
statement of facts tending to raise any defense for (the principal), or a
statement within itself indicating an effort to shield or protect (the
principal)." [cita omitida]. Such an affirmative statement would be such as
supplying a false alibi. This amounts to more than passive nondisclosure.
[cita omitida].

In the case here, appellant did nothing more than passively deny
knowledge of Van Buren's involvement in the burglary." 734 P.2d a la pág.
557.

De igual modo se ha expresado el Tribunal Supremo del estado de Oregon


en State v. Clifford, 502 P.2d 1371 (Or. 1972). El peticionario había conversado
con un sujeto llamado Wright quien previamente había asesinado a dos personas y
secuestrado a un niño. La policía le preguntó a Clifford si había visto a Wright o
al niño, a lo que éste respondió en la negativa. Clifford fue acusado y convicto por
el delito de encubrimiento. Al revocar, el Tribunal Supremo de Oregon realizó una
exégisis del delito de encubrimiento en el derecho común anglosajón. Conforme a
este análisis manifestó:

"The examples describing criminal conduct uniformly consist of an


affirmative act from which the intention to aid an offender to escape arrest,
conviction or punishment is obvious. None of the examples indicate that a
mere denial of knowledge of the whereabouts of an offender at some time
in the past would amount to accessorial conduct." 502 P.2d a la pág. 1374.

De otra parte, en Tipton v. State, 72 S.W.2d 290 (Tex. Cr. App. 1934), el
Tribunal de Apelaciones Criminales del estado de Texas, ante hechos igualmente
parecidos, estableció:

"The record before us reveals no more than that, upon being


questioned by the officers concerning the death of the deceased, the witness
stated to them that she knew nothing about the matter, notwithstanding
appellant had previously stated to her that he had killed a man in Comanche.
This statement was not an affirmative statement of facts tending to raise any
defense for appellant, or a statement within itself indicating an effort to
shield or protect appellant." 72 S.W.2d a la pág. 293.

Esta decisión fue reafirmada en Findley v. State, 378 S.W.2d 850, 852 (Tex. Cr.
App. 1964).

Asimismo se ha pronunciado el Tercer Distrito del Tribunal de Apelaciones


de Illinois, al expresar en People v. Hammond, 573 N.E.2d 325, 331 (Ill. App. 3
Dist. 1991): "an affirmative act, beyond the mere failure to come forward with
information, and beyond even an affirmative denial of knowledge of any
information, is required to render one liable. [citas omitidas]." Refiérase además
a People v. Thomas, 556 N.E.2d 721 (Ill. App. I Dist. 1990).

Incluso en California, de donde proviene nuestro delito de encubrimiento


y donde, a diferencia de Puerto Rico, no es un principio rector la interpretación
restrictiva de los estatutos penales,4 se requiere un acto afirmativo como, por
ejemplo, presentar una coartada engañosa, indicativa del propósito de desviar la
atención de las autoridades y de asistir al autor de un delito a evadir la
justicia. People v. Duty, 74 Cal. Rptr. 606, 609 (1969).

En resumen, somos de opinión que para que pueda quedar configurado el


delito de encubrimiento, según el mismo se define por el artículo 36 de nuestro
Código Penal, supra, se requiere establecer más allá de duda razonable, la comisión
por parte del imputado de aquellos actos que conduzcan claramente al propósito
de asistir al autor de un delito a eludir la acción de la justicia. Por tanto, cuando en
un interrogatorio conducido en la etapa investigativa de un crimen, se niega, sin
más, el conocimiento de hechos delictivos que se suponen conocidos, no se
conforma el acto afirmativo que demuestra la intención específica de ayudar al
autor del delito a evadir la acción penal.

Es preciso destacar que el delito de encubrimiento no es un delito de


resultado, sino uno de conducta. Es decir, el hecho de que los responsables del
delito principal se beneficien del silencio de una persona, no convierte a esta última
en encubridora.

Debemos recordar que, como máximos intérpretes de la ley, no podemos


prescindir del análisis metódico de todos los elementos del delito, conforme a los
hechos específicos de cada caso. Para encontrar a una persona incursa en conducta
constitutiva de delito, resulta indispensable que concurran todos los elementos del
tipo.
Tampoco podemos perder de perspectiva que, aunque un testimonio falso
puede servir para configurar el delito de encubrimiento, no todo testimonio falso
constituye conducta encubridora. Esto no implica que la mentira queda impune en
nuestro estado de derecho. Todo lo contrario, dentro del esquema formulado y
aprobado por la Rama Legislativa se trata con especial rigor el testimonio falso
ofrecido a las autoridades competentes. El delito de perjurio, que tipifica esta
conducta, contempla una pena fija diez veces mayor que la dispuesta para el delito
de encubrimiento, cuando el delito principal cometido fuere menos grave, y tres
veces mayor, cuando el delito principal cometido fuere grave. Artículo 225 del
Código Penal, 33 L.P.R.A. sec. 4421 (1983).

VI

Según reveló el agente Negrón Meléndez, León Cortijo se limitó a decir


que no sabía ni había escuchado nada, sin ofrecer información conducente a
desviar la atención de la policía o confundir la investigación. Esta conducta pasiva,
por sí sola, no presupone una intención específica de ayudar a los autores del delito
a eludir la acción de la justicia. Más bien, la misma es demostrativa de un interés
personal en mantenerse al margen y no verse involucrada en un proceso criminal.
En ausencia de un acto afirmativo, no podemos concluir que su conducta responde
al propósito de asistir a los autores del delito a evadir la justicia.5

Ante la ausencia de prueba sobre uno de los elementos del delito de


encubrimiento -la intención específica de asistir al autor del delito a eludir la acción
de la justicia- procede que confirmemos la resolución del tribunal de instancia por
medio de la cual se absolvió perentoriamente a León Cortijo.

De un análisis sereno y ponderado de la transcripción de la evidencia, y con


el beneficio de los alegatos de las partes, es evidente que no procede reinstalar el
veredicto del jurado, por estar éste basado en prueba insuficiente, especulativa e
hipotética. Ni siquiera nos encontramos ante prueba circunstancial que dé cabida
a inferencias razonables.

En vista de los fundamentos expuestos anteriormente, consignamos nuestra


conformidad con la sentencia dictada por este Tribunal en el día de hoy mediante
la cual se confirma la resolución del antiguo Tribunal Superior, Sala de San Juan,
que decretó la absolución de la recurrida.

José A. Andréu García


Juez Presidente
Opinión Disidente del Juez Asociado señor Negrón García a la cual se une el
Juez Asociado señor Rebollo López

San Juan, Puerto Rico a 30 de junio de 1998

En recta adjudicación es axiomático que los hechos determinan el derecho; no


a la inversa. Por esta razón, discrepamos del análisis jurídico en abstracto. Como
tal, no supera la realidad fáctica de que la acusada Doña Julia León Cortijo –
culpable de encubrimiento, cuyo veredicto de jurado el ilustrado Tribunal de
Instancia (Hon. José A. Torres Caraballo) erróneamente dejó sin efecto-, conoció
los pormenores de los cuatro (4) asesinatos cometidos en la
residencia contígua, perteneciente a su hijo Mario Jorge De León (Orejas),
traficante de drogas. Además, supo de las medidas posteriores allí adoptadas para
encubrir, ocultar y borrar toda huella de lo que públicamente se conoce como
la Masacre de la Muda.6

Específicamente, Doña Julia se encontraba a pasos de la casa de su hijo


Mario, antes, durante y después de los asesinatos. Lo vio allí junto a los acusados
José R. Trinidad Jorge, Lester Tomás Hernández Cátala y otros, fuertemente
armados. Oyó los disparos de armas de altos calibres, lo cual unido a la magnitud
de la matanza, generó un ruido estruendoso, susceptible de ser escuchado por toda
persona que estuviera en los alrededores. Se percató también esa noche cuando su
hija lavó la marquesina para limpiar la sangre. Al igual que los jurados, no
podemos ser ingenuos. Por la forma de la masacre, múltiples y ruidosas
detonaciones de las cinco potentes armas de fuego, es increíble que ella le
afirmara al agente investigador Angel Negrón Meléndez -luego de que éste
le explicara los detalles- que no vio nada ni escucho los disparos.

Doña Julia conoció de los disparos y asesinatos allí cometidos, el traslado


de los cadáveres, la alteración de la prueba para ocultar a los autores de los
crímenes, lavado de la sangre e intencionalmente los encubrió para ayudar y
proteger a su hijo Mario.7 La existencia de una relación materno-filial, no es
eximente.

Para tratar de sostener la frágil tesis de insuficiencia de prueba, la Opinión


de Conformidad minimiza esa conducta, caracterizándola de que ella
"algo”8 conocía de los sucesos delictivos en cuestión..." (Opinión de
Conformidad, pág. 8). Es un eufemismo.9 La prueba revela contundentemente un
conocimiento cabal de los asesinatos y que su conducta posterior fue
intencionalmente encubridora; no meramente pasiva ni silenciaria. De hecho,
tenía la llave de control y acceso de la residencia de su hijo, -escena de los
crímenes-. El agente investigador Negrón Meléndez le explicó en detalle los
pormenores de la investigación policiaca -día, hora, sitio, su propietario, muertes,
armas, disparos, etc.- Sin embargo, ella no sólo mantuvo silencio, sino que
deliberadamente optó por decir que no sabía nada ni tampoco había oído
disparos. En otras palabras, al ser cuestionada por las autoridades en la etapa
investigativa, dio información falsa vital -no haber escuchado los disparos- lo
cual con vista a la balacera y estrepitoso ruido pretendió desorientar y
confundir la investigación. De esa manera, no sólo ocultóevidencia que pudo
haber ofrecido, sino que intencionalmente suministró evidencia falsa (no
ocurrieron allí los disparos), obstaculizando y entorpeciendo la persecución
de su hijo, presunto sujeto activo de los asesinatos.

Ciertamente nuestro Código Penal no tipifica el delito de Omisión de


Denunciar,10 esto es, no impone la obligación legal a ningún ciudadano que
presencia un delito, de sua sponte, acudir a las autoridades y denunciar al
delincuente. Sin embargo, comete el delito de encubrimiento, quien en el curso
de una investigación de la policía o Ministerio Fiscal es preguntado -con
conocimiento de unos disparos y cuatro (4) asesinatos, la posterior desaparición de
los cadáveres, y alteración de la escena (lavado de sangre)-, dice no saber nada
y niega haber oído los disparos.

Más allá de duda razonable, Doña Julia activa y afirmativamente,


incurrió en conducta intencionalmente específica de desviar y confundir la
investigación y sospechas policiaca, producto de la confidencia que tenían
contra su hijo Mario, encubriendo y actuando contra la función judicial. Nos
explicamos.

II

El delito de encubrimiento, según tipificado por nuestros


legisladores,11 lo comete quien "para eludir la acción de la justicia con
conocimiento de la comisión de un delito, sin haber tenido participación en el
mismo como autor, ocultare al responsable del delito
o procurare la desaparición, alteración u ocultación de evidencia." 33
L.P.R.A. sec. 3173. (Enfasis suplido).

"El encubrimiento es, por propia construcción lexicográfica, el acto


de ocultar o tapar algún delito, esto es, a impedir o entorpecer su
descubrimiento, persecución y castigo." Cándido Conde - Pumpido Ferrerro, ob.
cit., pág. 10. Nuestra doctrina jurisprudencial nos recuerda que "el encubrimiento
es un delito contra la administración de la justicia. Su objetivo es obstaculizar
la persecución del presunto sujeto activo del delito y la comprobación del hecho
sancionable. J. Miró Cardona, Borrador y notas explicativas al proyecto del
Código Penal, San Juan, Oficina de Justicia Criminal, 1972, T. 2, pág. 371; E.
Gavier, El presupuesto fundamental del delito de encubrimiento, 3 Rev. Der. Penal
333, 337 (1947). ... El objeto de la sanción es el peligro creado a la sociedad por
el comportamiento de una persona que está dispuesta a ayudar a otro a eludir
la acción de la justicia. Model Penal Code Sec. 242.2 (Proposed Official Draft
1962) y Tentative Draft no. 8, 1958, Comentarios, págs. 129-130. ... Lo que se
busca evitar y castigar es el hecho de que el encubridor manifieste su deseo de
actuar contra la función judicialmediante el encubrimiento del responsable de
una violación penal o la desaparición o alteración de la prueba. Model Penal
Code, supra, pág. 226; E. Cuello Calón, Derecho Penal, 18va. ed., Barcelona, Ed.
Bosch, 1981, Vol. 2, pág. 681. ... En conclusión, el delito de encubrimiento busca
evitar que las personas ayuden a otras a evadir la justicia. Busca castigar a quienes
tratan de entorpecer la acción investigativa de la justicia sobre actos que
aparecen 'con las formas exteriores de un delito'. Gavier, op. cit., pág. 338. Miró
Cardona, op. cit., pág. 369." Pueblo v. Vargas, 120 D.P.R. 404, 413-415 (1988).
(Enfasis suplido).

Vemos pues, que es encubridor aquél que con conocimiento de la comisión


de un delito, oculta evidencia. Ocultar es esconder, tapar, disfrazar o encubrir a la
vista; es la acción de callar advertidamente lo que se pudiera o debiera decir, o
disfrazar la verdad. Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española,
Vigésima Primera Edición, 1992, pág. 1038.

Ocultar al culpable de un delito tiene dos modalidades: positiva y negativa.


La positiva consiste en realizar una acción tendente a esconder, tapar o disfrazar
y, la negativa, omitir el facilitar la información necesaria. Se puede evitar el
conocimiento de algo mediante una actividad que oculte el hecho realizado,
como ocurre, por ejemplo, con el silencio. Gómez Pavón, El Encubrimiento,
Trivium (1988), pág. 84.

En este sentido el acto de ocultar puede incluir "cualquier acción tendente


a conseguir el no descubrimiento del hecho anteriormente perpetrado, y esto se
puede realizar tanto actuando directamente sobre el cuerpo, efectos o instrumentos
del delito, escondiéndolo, como disfrazando la verdad, alterándola, ya que
ambas formas son factibles de acuerdo con el sentido gramatical del verbo
ocultar". Gómez Pavón, ob. cit., pág. 84.

En cuanto a la forma negativa, ésta "consistirá en no decir nada, en


silenciar la información que podría llevar a ese conocimiento... La omisión se
diferencia de la alteración de lo que se conoce, en este caso la conducta no es
omisiva, consiste en un hacer, en falsear lo que se sabe para cegar las posibles
fuentes de conocimiento que lleven al descubrimiento del hecho. Para que la
omisión pueda dar lugar a responsabilidad a título de encubridor es preciso que
exista un específico deber jurídico de obrar. Gómez Pavón, ob. cit., pág. 85.

Algunos autores consideran, que cualquier tipo de asistencia brindada al


criminal para ocultarlo de ser aprehendido, convicto o castigado, convierte a la
persona que lo asistió en un encubridor. La Fave, Substantive Criminal Law, Sec.
6.9, Vol. II, (1986), pág. 168. Sin embargo, aunque el mero hecho de no denunciar
o arrestar al criminal no es suficiente, se ha decidido que dar falsa información a
un policía para desviar las sospechas que se tienen sobre un criminal, así como
dar falso testimonio ante un requerimiento formal, constituyen encubrimiento. La
Fave, ob. cit., pág. 169; Dora Nevares Muñiz, Código Penal de Puerto Rico,
Revisado y Comentado, (1955), pág. 377.

III

Un minucioso examen de la voluminosa transcripción de los


testimonios, prueba documental (Informes, declaraciones, fotografías y video)
revela, en lo pertinente, que el 20 de enero de 1991, Pedro Reynoso Esquilín, de
veinte (20) años de edad, se encontraba en el Residencial Alturas de Cupey, con
Rafael Nieves Figueroa (c/p Grillo) y Julio César Mejías Rodríguez (Julito),
cuando llegó Julio Rodríguez Berberena en un automóvil Oldsmobile a buscarlos.
Fueron y recogieron a Daniel Christopher Ocasio Henkis, c/p Deño, en casa de su
novia. Decidieron dar una vuelta por el Condado, y luego, mientras se dirigían
hacia Cupey, vieron un Honda Accord, color verde. Acordaron seguirlo.
Aprovecharon que una de las personas en el Honda Accord se bajó y, mediante
amenazas e intimidación, -portaban tres pistolas de 9mm-, robaron dicho auto.

Así las cosas, se dirigieron hacia la autopista y decidieron ir hasta Cabo


Rojo en los dos vehículos. En Cabo Rojo se quedaron en casa de un amigo hasta
el otro día, cuando regresaron a Cupey. De allí fueron hasta el área de Chapero en
Caimito para guardar el Honda. Hablaron con un amigo de Deño. En una calle sin
salida, permanecieron hablando por espacio de media hora. Llegó Mario
(Orejas), hijo de Doña Julia, quien vivía en el lugar y se dedicaba al tráfico de
drogas. Vino acompañado por José Raúl Trinidad Jorge y tres personas más. Mario
estaba armado de un Magnum 357, José Raúl y Armando con rifles M-14, Antonio
portaba una escopeta calibre 12 recortada y Andy una metralleta corta (9mm).
Mario los invitó a que guardaran el Honda en su casa para sacarle unas piezas.
Accedieron y estacionaron el Honda frente a la casa de Mario. Luego Mario les
abrió el portón y subieron el auto en reversa a la marquesina de la referida casa,
ubicada en la Calle Fidalgo Díaz, Km. 1 Hm. 1, Sector Chapero, Bo. Caimito, Río
Piedras. La casa de Mario quedaba al lado, como a veinte (20') pies de la casa
de su madre, la acusada Doña Julia.

Reynoso Esquilín y Julito comenzaron a aflojar las tuercas de los aros de


la parte trasera del Honda para ponérselos al Porche de Mario. Mientras tanto,
Mario habló sobre unas deudas por droga y que quería matar a unos tales, Tito
Cabezón y el Cubano. En determinado momento –aproxima-damente cinco (5)
minutos antes de comenzar unos disparos-, Reynoso Esquilín y Lester Tomás
Hernández Alcalá vieron a la acusada, Doña Julia, asomarse. Ella los vio con
las armas y preguntó qué pasaba. (T.E., Vol. I, 27). Su hijo, Mario le dijo que se
"metiera para adentro, que no pasaba ná'". Ella se fue y entró a la casa por una
puerta lateral.12

Reynoso Esquilín y los demás continuaron aflojando las tuercas de los aros
y, sorpresivamente, comenzaron unos disparos provenientes de las armas de Mario,
José Raúl, Armando, Antonio y Andy. (T.E. I, pág. 24). Los muchachos cayeron
heridos. Julito, que se encontraba al lado de Reynoso Esquilín, recibió un
escopetazo en la cabeza. Reynoso Esquilín recibió una herida en la mano derecha,
hombro y muslo izquierdos; aunque sorprendido inicialmente, reaccionó y huyó
del lugar. Se encontró con el co-acusado Raúl, a quien se le había trancado el rifle.
Lo empujó y corrió hacia el monte, donde estuvo alrededor de media hora. Después
caminó hasta una casa y pidió ayuda. Oportunamente, lo llevaron y quedó
hospitalizado en Centro Médico de Río Piedras. Reynoso Esquilín fue el único
sobreviviente; los demás fueron asesinados en el lugar.

El uso múltiple y el alto calibre de todas las armas envueltas generó un


gran ruido, que se escuchó en los alrededores. Luego de esta masacre, los
asesinos Mario, Armando, Raúl, Antonio y Andy montaron a dos de las víctimas
en el asiento trasero del Honda Accord y las otras dos las metieron en el baúl. Andy
se fue guiando ese vehículo y Mario lo siguió detrás en su Porche. Al rato llegó
una guagua Trooper llena de policías. Uno de los agentes se llevó una gorra verde
y negra y una tenis pertenecientes a Julito.

Esa noche, la hermana de Mario limpió con una manguera la sangre


de la marquesina; mientras lo hacía, Doña Julia la observaba desde la misma
casa de su hijo Mario.

Mario y Andy dejaron el auto Honda con los cadáveres en un sitio detrás
de una Estación de Gasolina Texaco, Sector La Muda, Guaynabo. Al otro día
fueron descubiertos por un empleado de la gasolinera, quien llamó a la Policía.
Con motivo de ese descubrimiento, se inició una investigación. El agente
Negrón Meléndez, de la División de Homicidios del CIC de Bayamón, en unión a
su compañero Edwin Vélez, se presentaron al sector de la Muda. Al llegar, vieron
en el Honda Accord los dos cadáveres. El automóvil mostraba la gran balacera,
pues tenía impactos de bala en el panel trasero y pedazos de carne pegados en la
puerta del lado derecho, el bonete y el guardalodo. (T.E., Tomo III, 8). El Honda
Accord aparecía como informado hurtado. Oportunamente, llegó la Fiscal Maritza
Morales Villamil y se tomaron numerosas fotos al auto Honda y a los cadáveres.
Por instrucciones de la fiscal, se sacaron las llaves del encendido y también a los
dos cadáveres. Poco después, los agentes notaron unas manchas de sangre en la
parte trasera del vehículo y abrieron el baúl. Encontraron dos cadáveres más que
estaban destrozados. Los sacaron del baúl. El agente Negrón Meléndez registró
todos los cadáveres e hizo un inventario de sus pertenencias. Estos fueron
trasladados, en unión del Honda Accord, para fines de autopsias e identificación
respectivamente.

Con motivo de una confidencia en cuanto al lugar donde habían ocurrido


los hechos, y quién era el dueño de la residencia, el agente Negrón Meléndez
fue al Centro Médico a ver a Reynoso Esquilín, que estaba hospitalizado por razón
de sus heridas. Aunque al principio Reynoso Esquilín estaba muy temeroso, luego
decidió ofrecerles información (T.E. Vol. I, 28-30). En su primera declaración
jurada solo mencionó a Mario, porque estaba preocupado por su familia y describió
a los demás. En la segundadeclaración jurada dijo los apodos de las demás
personas que participaron y encontraban en el lugar.

A base de la investigación realizada y demás datos obtenidos, y con apoyo


en la declaración e información recibida de Reynoso Esquilín, el agente Negrón
Meléndez fue a la residencia de Doña Julia y la citó para el 4 de febrero. Ella
compareció con su hija Rosa. Allí se le informó de los motivos por los cuales
había sido citada. Se le preguntó si sabía algo de los hechos, si había escuchado
algún tiroteo o disparo en el sitio. Ella respondió que no sabía nada, que no
había escuchado nada. (Id., 65).

En esta entrevista, el agente Negrón Meléndez le explicó en detalles a


Doña Julia la razón de la misma:

"P. ¿Qué fue lo que le explicó?

R. Bueno, yo le expliqué que nosotros teníamos información de que en


la residencia de su hijo, de Mario, había ocurrido un tiroteo donde
habían ejecutado a cuatro personas. Le expliqué la fecha, la hora, le
expliqué donde habían aparecido los cadáveres y en base a eso, pues, le
pregunté si ella sabía algo de eso, si había escuchado y ella dijo que no
sabía nada.

P. Dijo que no sabía nada.

R. Que no sabía nada, que no había escuchado nada, que no sabía


nada.

P. ¿Y que no había escuchado nada?

R. No, señor" (T.E., Vol. III, 66).13

A modo de paréntesis, la opinión mayoritaria incurre en el error


adjudicativo de aislar este testimonio del resto de la prueba. Una vez integrado
el mismo a toda la prueba desfilada y aquilatada por el Jurado, surge claramente
la especificidad del agente Negrón Meléndez. ¿Cómo pueden tacharlo de
"sumamente vago a los fines de determinar específicamente cuál fue la
información que se le requirió de ésta y cuáles fueron realmente los hechos que
negó saber la acusada." (Opinión de Conformidad, pág. 16, escolio 5). Con todo
respeto, el absurdo de este limitado enfoque conlleva a sustituir el análisis y
la psicodinámica adjudicativa del jurado. Sólo así se entiende, que a renglón
seguido, para justificar eximirla del delito de encubrimiento, se penetre el estado
mental de Doña Julia y especule en cuanto a la ausencia del elemento de intención
específica: "[e]s probable que ésta realmente creyera que nada sabía de los
hechos por no haber presenciado los mismos". (Id.)

Aclarado este extremo, la prueba también revela que se citó a Doña Julia
para que, al día siguiente, prestara declaración jurada. Compareció acompañada
del Lcdo. Rubén Cerezo, pero la fiscal no se encontraba, por lo que se marchó. El
Lcdo. Cerezo le dijo al agente Negrón Meléndez que Doña Julia no estaba
dispuesta a declarar. (Id., 67).

Poco después, el agente Negrón Meléndez obtuvo una orden de


allanamiento para registrar la residencia de Mario. Se diligenció el 7 de febrero. El
registro fue filmado en "video" por el agente Morales.

Cuando los agentes llegaron a la dirección indicada encontraron a Doña


Julia y a Sonia, hermana de Mario. Al mostrarle la orden a Sonia, esta accedió a
abrir la puerta de la casa, para lo cual tuvo que ir a casa de Doña Julia a buscar
la llave. La casa de Mario estaba prácticamente vacía; sólo había parte de un juego
de cuarto y una cama.
En la marquesina, los agentes investigadores encontraron
evidencia consistente de un casquillo de bala de 9mm; además, en una de las
paredes enchapadas en piedra de río, encontraron un pedazo de tela verde y un
plomo de proyectil de bala disparado; y varios cartuchos de escopeta
disparados. (Vol. III, 57-60).

Las paredes de la marquesina tenían varios impactos de bala, que habían


sido tapados con masilla. (Id., pág. 60). (Exhibits 6(a)-(f) del Pueblo). Se le
mostró a Doña Julia y a su hija todo lo ocupado. Se le entregó un recibo a Doña
Julia, el cual ésta firmó.

IV

Lo expuesto nos permite concluir que, en el caso de autos, se desfiló


abundante prueba directa y circunstancial14 a los efectos de que Doña Julia
observó en la casa de su hijo Mario, a los individuos que portaban armas de fuego,
cinco (5) minutos antes de la masacre. Además, que su hijo Mario le dijo que se
metiera para adentro y poco después, se inició la balacera que concluyó con los
cuatro jóvenes asesinados a sangre fría. También, que oyó los inumerables disparos
y después presenció cuando se lavaba la marquesina para sacar las manchas
de sangre.

La evidencia circunstancial es intrínsecamente igual que la evidencia


directa o testifical. Pueblo v. Salgado Velázquez, 93 D.P.R. 380 (1966).
En Pueblo v. Bonilla, 75 D.P.R. 152, 160-161 (1955), citando Holland v. United
States, 348 U.S. 121, 139-140, dijimos:

"Evidencia circunstancial a este respecto es intrínsecamente igual que


la evidencia directa o testifical. Se admite que la evidencia circunstancial
puede en algunos casos conducir a un resultado enteramente incorrecto. Sin
embargo esto es igualmente cierto de la evidencia testifical. En ambos casos,
el jurado está llamado a pesar las ocasiones en que la evidencia
correctamente indica culpabilidad frente a la posibilidad de una
equivocación o una inferencia ambigua. En ambos casos, el jurado debe
usar su experiencia con la gente y con los sucesos de la vida al apreciar
las probabilidades. Si el jurado queda convencido fuera de duda razonable,
nada más podemos exigir."

Aquí la prueba circunstancial fue creída por el jurado, como revela el


veredicto de culpabilidad. Esas determinaciones merecen gran
deferencia. Pueblo v. Rivera, res. el 2 de diciembre de 1994; Pueblo v. Falcón
Negrón, res. el 17 de abril de 1990; Pueblo v. Pagán Díaz, 111 D.P.R. 809 (1981).
En ausencia de error, prejuicio o parcialidad, no intervendremos pues ellos están
en mejor posición de aquilatar la credibilidad de los testigos, medir su conducta en
la silla testifical e integrar esos testimonios a la prueba documental y de carácter
objetivo. Pueblo v. Rivera, supra.

No se debate seriamente, que para encontrar responsabilidad como co-


autor, la mera presencia no es suficiente; hay que establecerla por actos anteriores
o coetáneos, como resultado de una conspiración o de un designio
común. Pueblo v. Meléndez Rodríguez, res. el 13 de julio de
1994, Pueblo v. Pagán Santiago, res. el 20 de mayo de 1992, y Pueblo v. Ortiz
Martínez, 16 D.P.R. 139, 145 (1985). Ahora bien, es distinto pues, para probar el
encubrimiento basta establecer que se tenía conocimiento del delito cometido y se
procuró desaparecer, alterar u ocultar evidencia. A estos fines, la mera
presencia, durante la comisión de un delito, es suficiente para demostrar dicho
conocimiento.

Recapitulemos, de la prueba no contradicha, creída por el jurado, es


imperativo concluir, que el Ministerio Fiscal probó más allá de duda razonable el
delito de encubrimiento.

No estamos ante una insuficiencia de prueba. Al poner en su lugar las


piezas de este mosaico evidenciario, es claro que Mario y los demás autores de la
masacre, sacaron de la marquesina los cadáveres y los llevaron en el automóvil
Honda Accord hurtado al Sector la Muda en Guaynabo, con el propósito de
eliminar todo rastro que pudiera llevar a la policía a la verdadera escena del
crimen -residencia de Mario-, lo cual, de su faz, lo incriminaba
inequívocamente.

Para ocultar y tapar el sitio de la masacre, fue necesario además, remover


todo rastro físico dejado por las balas y la sangre en dicha marquesina. Ello explica
el lavado de la sangre, el por qué se rellenaron con masilla los huecos en las paredes
creados por los impactos de las balas, y se recogieron y desaparecieron los
numerosos casquillos y demás huellas de los crímenes. De nada hubiese valido el
traslado de los cadáveres y sacar el automóvil Honda Accord fuera de la
marquesina de Mario, sin tratar coetáneamente, esa noche de alterar, como se
hizo, ese escenario, y desaparecer todos los indicadores producto de la
masacre. El conocimiento de Doña Julia es manifiesto; su negativa a informarlo,
al serle requerido, y para confundir la investigación, dar información falsa de
que no había visto ni oído nada (disparos), configuró el delito de
encubrimiento.
¿Cómo puede la Sentencia mayoritaria sustituir el juicio del jurado? Con
todo respeto, nos resulta difícil entender la lógica y nos preocupa la razón de
decidir mayoritaria. Ciertamente, la relación materno-filial, no debería ser
eximente. Acertadamente expone el Procurador General en su Informe:

"Es evidente que estas actuaciones de la recurrida están dirigidas a


proteger a su hijo, autor de tan horrendo crimen. Curiosamente señala Dora
Nevares en su obra que el borrador de Miró Cardona del Código Penal,
proponía como excusa legal absolutoria cuando se encubre al cónyuge
ascendiente, descendiente o familiares. Op. cit., pág. 399. El legislador no
adoptó tal excusa al aprobarse el Código Penal. Por tanto, podemos
afirmar que la recurrida incurrió en la conducta delictiva imputada y ello
quedó demostrada por la evidencia suficiente presentada por el Ministerio
Público. Además, el jurado, a quien le correspondía dirimir los conflictos en
la prueba y adjudicar credibilidad, así lo hizo al rendir un veredicto de
culpabilidad. No podía el juez usurpar las funciones del jurado y sustituir su
criterio por el propio. Al hacer esto, erró gravemente." (Informe, pág. 15).15

Como dijimos el inicio de este disenso, del hecho nace el derecho ("Ex
Facto Oritur Ius"). De los méritos intrínsecos y sabiduría de nuestras sentencias,
dictámenes y resoluciones depende, en última instancia, la fe ciudadana en la
justicia.

Si ante estos dramáticos hechos, la conducta activa y afirmativa de Doña


Julia no constituye encubrimiento, ¿cuál?16

ANTONIO S. NEGRON GARCIA


Juez Asociado

OPINIÓN DISIDENTE EMITIDA POR EL JUEZ ASOCIADO SEÑOR


REBOLLO LÓPEZ

San Juan, Puerto Rico a 30 de junio de 1998.

La Sentencia mayoritaria que emite el Tribunal en el presente caso --


Sentencia que encuentra su "razón de ser" en la Opinión de conformidad que se
emite-- es tan errónea y peligrosa que, no obstante suscribir la Opinión disidente
que en el caso emite el Juez Asociado señor Negrón García, nos vemos en la
obligación de expresarnos por separado.

El resultado al que se llega en la referida Sentencia y en la mencionada


Opinión de conformidad es ciertamente uno erróneo. Lo verdaderamente
alarmante, sin embargo, y lo que hace que dicha actuación sea una peligrosa y
perjudicial a nuestro sistema de justicia criminal, lo es la norma que la Mayoría
intenta establecer en nuestra jurisdicción por medio de la misma.

En la referida Opinión de conformidad se expresa que:

"Como establecimos previamente, para incurrir en el delito debe


mediar la intención específica de ayudar al autor de un delito a eludir la
acción de la justicia. En vista de su naturaleza específica, para configurar
este elemento se requieren actos de los cuales se pueda inferir claramente el
propósito de asistir a un sujeto en evadir la justicia.

A diferencia de los casos de desaparición o alteración de la prueba,


actos afirmativos donde es palpable la intención de asistir al autor del
delito, el ámbito de los interrogatorios plantea una situación particular que
requiere de un examen cuidadoso del testimonio ofrecido para evaluar si de
la manifestación se puede deducir esta intención específica. En este
contexto, la intención se puede inferir de declaraciones donde de modo
afirmativo se presenta una coartada engañosa o se ofrece información falsa
para despistar o desviar la atención de las autoridades o para confundir la
investigación.

Sin embargo, cuando en un interrogatorio se niega, sin más,


conocimiento sobre unos hechos delictivos, que se suponen conocidos, no
se conforma el acto afirmativo que intima el delito de encubrimiento. La
conducta pasiva, consistente en la mera negación de conocimiento, no es
suficiente para demostrar esta intención específica de ayudar al autor del
delito a evadir la justicia." (Enfasis suplido.)

Independientemente de los hechos específicos del presente caso, y


conforme o acorde con lo expuesto por la mayoría de los integrantes del
Tribunal, una persona que observa la comisión de un delito público y que conoce
y puede identificar a los autores del mismo no infringe las disposiciones de los
Artículos 36 y 236 del Código Penal de Puerto Rico17, al ser preguntado por
funcionario competente sobre su conocimiento al respecto y negar todo
conocimiento sobre ello.

Ello, conforme la mencionada Mayoría, por razón de que se trata de una


"conducta pasiva" que, alegadamente, "...no es suficiente para demostrar [la]
intención específica de ayudar al autor del delito a evadir la justicia"; requiriéndose
para la configuración del delito de encubrimiento, según entiende la Mayoría, "...de
actos adicionales como "ayudar al autor del delito a escapar, participar en actos
dirigidos a desaparecer la evidencia, dar información falsa a las autoridades con el
propósito de confundir la investigación...". (Enfasis en el original.)

Esto es, acorde con el razonamiento de los mencionados compañeros


Jueces, si la persona que observó la comisión del delito y que conoce la identidad
de los perpetradores del mismo, al ser cuestionado por las autoridades informa que
el perpetrador del delito lo fue "Juan Pérez", cuando realmente fue otro,
éste sí comete el delito de encubrimiento; no así, cuando la persona meramente
dice que no tiene conocimiento alguno de lo sucedido.

No se percata, aparentemente, la Mayoría del hecho de que, en ambas


situaciones, esa persona está mintiendo y su mentira entorpece y/o frustra la
investigación policiaca e impide el esclarecimiento de los hechos delictivos; esto
es, en ambas ocasiones, la persona está protegiendo o encubriendo al responsable
de los hechos bajo investigación. Dicho de otra forma, "el propósito de asistir a un
sujeto a evadir la justicia", o la intención específica de entorpecer la investigación
y de encubrir al responsable de los hechos delictivos, se puede inferir tanto de la
situación afirmativa en que se mal orienta al investigador como de la pasiva en que
se niega total conocimiento de los hechos delictivos.

Rechazamos enérgicamente, por último, la posición de la Mayoría a los


efectos de que su actuación es una acorde con el principio de que los estatutos
penales deben ser interpretados restrictivamente. Aquí no se trata de la
"interpretación restrictiva" de las disposiciones de los Artículos 36 y 23 del vigente
Código Penal. De lo que aquí se trata es de una interpretación totalmente
errónea de un estatuto. Ello en detrimento y perjuicio de una ciudadanía que está
siendo azotada por una ola criminal que la está estrangulando.

Decisiones erróneas como las hoy emitidas ciertamente no ayudan a


combatir la criminalidad en nuestra jurisdicción. Realmente resulta difícil concebir
una norma más dañina que la hoy implantada por la Mayoría. Mediante la misma
el Tribunal, a todos los fines legales prácticos, le ha brindado "inmunidad" al
ciudadano irresponsable que, no obstante tener conocimiento personal de unos
hechos delictivos, impunemente podrá negar dicho conocimiento.

FRANCISCO REBOLLO LÓPEZ


Juez Asociado

NOTAS AL CALCE

1. El artículo 36 reza: "Se consideran encubridores los que para eludir la acción de la justicia
con conocimiento de la comisión de un delito, sin haber tenido participación en el mismo como
autores, ocultaren al responsable del delito o procuraren la desaparición, alteración u ocultación de
evidencia."

2. A continuación reseñamos la parte pertinente del interrogatorio del fiscal Michael Corona al agente
Negrón Meléndez, según surge de la Transcripción de la Evidencia:

P ¿Y qué transcurrió en esa entrevista?


R Pues, en la entrevista se le informó a ella los motivos por el cual había sido citada, se
le preguntó si ella sabía algo de esos hechos, si ella había escuchado algún tiroteo o disparo en el
sitio. Y ella informó que no sabía nada, que ella no había escuchado nada.
P ¿Usted le explicó la razón por la entrevista, usted le explicó en detalle?
R Sí, señor.
P ¿Qué fue lo que usted le explicó?
R Bueno, yo le expliqué que nosotros teníamos información de que en la residencia de
su hijo, de Mario, había ocurrido un tiroteo donde habían ejecutado a cuatro personas. Le expliqué la
fecha, la hora, le expliqué donde habían aparecido los cadáveres y en base a eso, pues, le pregunté si
ella sabía algo de eso, si había escuchado y ella dijo que no sabía nada.
P Dijo que no sabía nada.
R Que no sabía nada, que no había escuchado nada, que no sabía nada.
P ¿Y que no había escuchado nada?
R No, señor.
P ¿Usted la entrevistó en alguna otra ocasión, además de esa fecha 4 de octubre, perdón,
el 4 de febrero, discúlpeme?
R Sí, como ella nos informó que no sabía nada, que no había escuchado nada, pues,
nosotros la citamos a ella para el siguiente día, para la oficina del Centro Metropolitano de
Investigaciones y Denuncias con la idea de llevarla ante el fiscal Maritza Morales.
P La idea de llevarla ante la fiscal Maritza Morales para fines ¿de qué?
R Bueno, para fines de que ella prestara una declaración jurada haciendo constar de que
ella no sabía nada del caso, de esa situación, del caso en sí, y que ella no había escuchado nada.
P Y qué paso, ¿se logró citar la persona?
R Sí, ella se citó, ella compareció.
P ¿Qué pasó ese día?
R Fue con el licenciado Cerezo y las circunstancias de que la fiscal Maritza Morales no
estaba disponible, pues, no se le tomó la declaración jurada y se dejó ir.
P ¿Se hizo alguna otra gestión de citarla?
R No.
P ¿Usted llegó a hablar con el licenciado Cerezo?
R ¿Ese día?
P Sí.
R Sí, él estaba allí.
P ¿Y de qué hablaron?
R Le explicamos por qué ella había sido citada y, de hecho, él manifestó que ella no iba
a declarar nada tampoco.

T.E., 27 de octubre de 1993, págs. 65-67.

3. Recurrimos a otras jurisdicciones para ver la manera en que han confrontado situaciones como la
presente, sin perder de perspectiva que nuestro principio de legalidad controla la interpretación de los
estatutos penales y prohíbe crear estatutos por analogía.
Debemos recordar que nuestro Código Penal se ha beneficiado tanto de la tradición civilista
como del derecho común anglosajón. De esta forma, ha recibido la influencia de fuentes civilistas
como los proyectos de código penal elaborados en Argentina y Uruguay, así como de fuentes
anglosajonas como el Código Penal Modelo del American Law Institute y el Código Penal de
California. Dora Neváres Muñiz, Evolution of Penal Codification in Puerto Rico: A Century of
Chaos, 51 Rev. Jur. U.P.R. 87, 134 (1982). Véase además, Dora Neváres Muñiz, Análisis Crítico del
Código Penal de Puerto Rico, XXIV Rev. Jur U.I. 5, 14 (1989).

4. "The rule of common law, that penal statutes are to be strictly construed, has no application to this
Code. All its provisions are to be construed according to the fair import of their terms, with a view to
effect its objects and to promote justice." 47 Annotated California Codes sec. 4 (1970).

5. De un análisis sereno del testimonio vertido por el agente Negrón Meléndez en el juicio, no surge
claramente cuales eran los hechos que debía haber conocido la acusada cuando éste la entrevistó
durante el curso de la investigación. Dicho testimonio resulta sumamente vago a los fines de
determinar específicamente cual fue la información que se requirió de ésta y cuales fueron realmente
los hechos que negó saber la acusada. Es probable que ésta realmente creyera que nada sabía de los
hechos por no haber presenciado los mismos.

Esta probabilidad se fortalece por una total falta de profundidad en el interrogatorio a que fue
sometida la acusada durante la entrevista que le hiciera el mencionado agente.

Mal puede decirse que la referida conducta por parte de la acusada tuvo el efecto de "ocultar
al responsable del delito o [de] procurar la desaparición, alteración u ocultación de la prueba".

6. Como hechos probados e inferencias razonables del jurado, tenemos, que Doña Julia se
encontraba en su casa antes del tiroteo; vio a su hijo Mario y demás acompañantes fuertemente
armados, preguntó qué pasaba; Mario le ordenó que se metiera para adentro y ella así lo hizo; allí
estaba al momento del ruidoso tiroteo y traslado de los cadáveres. Observó a su hija limpiar la
sangre de la marquesina. Al haber visto hombres armados, escuchar tiros, y ver a su hija limpiar
sangre, sabía que allí se habían cometido unos delitos. Dijo a la policía no saber ni haber oído
nada; sin embargo, cuando la policía realizó el registro de la casa de Mario, ella tenía la llave en su
poder. Se encontró evidencia incriminatoria y de que se había tratado de ocultar los efectos físicos de
la balacera.

7. La Opinión de Conformidad del Juez Presidente, Sr. Andréu García –a la cual se unen la Juez
Asociada, Sra. Naveira de Rodón y el Juez Asociado, Sr. Hernández Denton- nos dice que su posición
se sostiene "abrumadoramente" en cinco (5) casos. Nos cita tres extractos de unos casos claramente
distinguibles e inaplicables: Stephens v. State, 734 P. 2d. 555 (Wyo. 1987); State v. Clifford, 502 P.
2d. 1371 (Or. 1972) y Tiptonv. State, 72 S.W. 2d. 290 (Tex. Cr. App. 1934). (Opinión de
Conformidad, págs. 12-14). En estos casos los tribunales absolvieron al concluir que los allí acusados
se limitaron a negar pasivamente conocimiento de los eventos delictivos en protección de sus
exclusivos intereses personales,sin que el fiscal desfilase prueba indicativa de una intención de
ayudar al autor de los hechos.

8. Algo, pronombre que "denota cantidad indeterminada grande o pequeña, pero más especialmente
lo segundo..." Diccionario de la Real Lengua Española, Madrid, (1992), pág. 70.

9. Eufemismo, "[m]anifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura
o malsonante." Diccionario, ob. cit., pág. 659.
10. "Pero, pese al actual matiz público de los delitos, contra los cuales la sociedad toda está interesada
en defenderse, todavía late en el fondo de la mentalidad la idea del carácter privado del crimen,
cuya persecución sólo al perjudicado compete excitar, y cuya existencia no debe obligarse a
denunciar a quienes, no habiendo sido directamente afectados por él, opten por silenciarlo. Por
ello, aunque doctrinalmente es evidente que la obligación de denunciar a todos constriñe, que su
omisión impide o retrasa la persecución del delito, favoreciéndose así su impunidad y la de su autor,
lo cierto es que los comentaristas han tendido a considerar la denuncia como un derecho, más que
como un deber, refutándose la obligatoriedad de su exigencia con una doctrina extrajurídica en la que
se habla como máximo argumento de la ‘impotencia de la ley para hacer de la delación una virtud
civil’ (Groizard, loc. cit.), y de la ‘conciencia que rechaza aquí la lógica y se subleva contra la Ley’
(Pacheco, obra citada, I, pág. 268). Jurídicamente se ha intentado fundamentar la impunidad de tal
omisión en el aspecto pasivo de la conducta o en la imposibilidad de exigir la denuncia en muchos
hechos en los que el conocimiento de su carácter delictivo requiere un estudio jurídico que no está al
alcance de todos, olvidando así que la omisión también puede ser delito y que esa ignorancia de la
antijuricidad del hecho a denunciar podría alegarse a favor de la ausencia del elemento congnoscitivo
del dolo en quien omitió por tales razones, fundamentándose en ello la impunidad de esa conducta
concreta.

Modernamente se observa una reacción a favor del carácter delictivo de la omisión de denunciar que
se sanciona en los Códigos más progresivos..." Cándido Conde –Pumpino Ferrero, Encubrimiento y
Receptuación, Bosch, Barcelona (1955), pág. 260.

11. El Art. 236 del Código Penal reza:

"Toda persona que con conocimiento de la ejecución de un delito ocultare al responsable


del mismo o procurare la desaparición, alteración u ocultación de prueba para eludir la acción de
la justicia, incurrirá en las siguientes penas:

a. Si el delito cometido fuere grave, reclusión por un término fijo de dos (2) años. De mediar
circunstancias agravantes, la pena fija establecida podrá ser aumentada hasta un máximo de
tres (3) años; de mediar circunstancias atenuantes, podrá ser reducida hasta unmínimo de un
(1) año.
b. Si el delito cometido fuere menos grave, reclusión por un término que no excederá de seis
(6) meses o multa que no excederá de quinientos (500) dólares." 33 L.P.R.A. sec. 4432.
(Enfasis suplido).

12. En el juicio, el testigo de cargo, Reynoso Esquilín, identificó unas fotos presentadas en evidencia.
(T.E., Vol. I, 39-44). Con vista al Exh. I, casa de Mario, indicó el lugar exacto donde observó a la
acusada Doña Julia y el lugar por donde él huyó.

Identificó además, las fotografías de las víctimas de la masacre. Expuso, que cuando mencionó
a Doña Julia, un año después de los hechos, en su segunda declaración, no lo hizo para presionar a
Mario, quien se encontraba prófugo. (T.E., Vol. II, 106).

13. En el contrainterrogatorio, a preguntas del abogado de Doña Julia, el agente Negrón Meléndez
reiteró:

"R. Sí, se le preguntó si sabía algo de las muertes.

P. Y ella contestó que no sabía nada, que no había escuchado nada." (Id., 193).
14. De los hechos probados e inferencias razonables sabemos que Doña Julia se percató, con
anticipación, de la presencia de su hijo Mario y demás acompañantes fuertemente armados. El ver
varias personas portando armas de alto calibre no es un evento ordinario; salvo por personas
autorizadas, ello constituye un delito. Además, puede ser indicativo de que se ha perpetrado o está
próximo a cometerse un acto delictivo. Un ciudadano común no posee este tipo de armas, menos aún,
las exhibe públicamente. El uso de las armas por Mario y demás coautores tuvo que haber causado
un ruido estruendoso en el área, en consideración al calibre de las armas, la cantidad de balas
disparadas y la estructura cerrada de la marquesina. También, por el asombro de parte de las víctimas,
algún tipo de algarabía, grito, expresión, debió haberse escuchado. De ordinario, luego de efectuada
una masacre de este género, los asesinos tardan algún tiempo en abandonar la escena. Aquí no
solamente debieron tardar, sino que es normal que una persona común -ante lo inusitado de los hechos
ocurridos- se percatara de cómo los cadáveres eran recogidos de la escena y "acomodados" en el
vehículo Honda Accord. Los homicidas debieron comunicarse y hablar entre sí luego de los hechos,
lo cual pudo haber sido escuchado por Doña Julia, ello en vista de la cercanía de su residencia a la de
los hechos del crimen, los cuales ocurrieron casi en el patio de su residencia. Considerado el calibre
de las armas utilizadas, y la cercanía de las víctimas, el desmembramiento de los cuerpos resultó
evidente, al punto que trozos de carne humana y vestimenta fueron hallados incrustados en la
carrocería del vehículo. Es razonable concluir, que en los alrededores de la marquesina (paredes y
piso) también debieron hallarse residuos de balas, huellas de impactos, sangre y tejido humano. Doña
Julia debió percatarse quién rellenó con masilla los orificios de bala reflejados en las paredes de la
residencia y cuál era su propósito. Como mínimo tuvo que saber que se rellenaron. Doña Julia debió
haber comentado sus impresiones sobre lo acontecido con su hija Rosa, sobretodo cuando vio a ésta
última que limpió el área (de sangre y demás residuos) en su presencia. Considerados todos los
factores en conjunto, Doña Julia tuvo que percatarse de la masacre allí ocurrida, que se sacaron los
cadáveres y el automóvil Honda y, que se limpió la sangre de la marquesina y trataron de ocultarse
los impactos de la balacera, que todo había ocurrido en la marquesina de Mario.

No obstante, su actitud ante las preguntas de los investigadores fue negar todo conocimiento
(no vio ni escuchó los disparos), y afirmar que no había ocurrido nada. Semejante respuesta
es inverosímil en vista de toda la prueba testifical y circunstancial desfilada, la cual fue evaluada,
creída y adjudicada por el jurado. Reconocido es el hecho de que, el mero acto de negar conocimiento
de un hecho delictivo a las autoridades, por si sólo, no constituye encubrimiento, no obstante, cuando
se demuestra que la persona conocía sobre el evento e intencionalmente mintió con el propósito de
obstaculizar o desviar los esfuerzos de las autoridades en la captura del delincuente, incurre en
conducta constitutiva de encubrimiento. La conducta de Doña Julia, es hasta cierto punto
comprensible, pues se trata de la madre del principal autor del delito; no obstante, ello no es exención
ni puede considerarse como elemento decisivo al momento de juzgar semejante conducta.

15. Conde-Pumpido Ferrerro, ob. cit., explica que esta exención, "es índice claro de que el motivo de
la misma es la presunción 'iuris et de iure' de que el familiar que encubre lo hace movido por los
vínculos de afecto y de solidaridad que lo unen con el delincuente. La idea de comunidad familiar,
obliga a una posición defensiva de ella que se refleja en una protección a cualquier miembro de la
familia que se vea en peligro, por lo que se tiende a disculpar a quien obra movido por ese impulso
de defensa familiar." (Pág. 318).

16. "La regla, enunciada a menudo, de que los estatutos penales deben interpretarse restrictivamente,
no exige que a las palabras de un estatuto deba dárseles su significado más limitado o que deba hacerse
caso omiso de la evidente intención del legislador." Pueblo v. Hernández Colón, 118 D.P.R. 891, 903
(1987); Pueblo v. León Martínez, res. el 16 de febrero de 1993; Pacheco v. Vargas, Alcaide, 120
D.P.R. 404 (1988); Pueblo v. Burgos Torres, 120 D.P.R. 709 (1988); Pueblo v. Mantilla, 71 D.P.R.
36 (1950).
.

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