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LINO ENRIQUE PALACIO

Derecho Procesal Civil


Tomo I

Cuarta edición actualizada por Carlos Enrique Camps

© Palacio, Lino Enrique


© de esta edición, AbeledoPerrot S.A., 2017
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
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without permission in writing from the Publisher and the author.
ISBN 978-950-20-2839-2 (obra completa)
ISBN 978-950-20-2843-9 (tomo I)
SAP 42076901
Camps, Carlos Enrique
Derecho Procesal Civil cuarta edición actualizada por Carlos Enrique Camps / Carlos Enrique Camps;
Lino Enrique Palacio - 4a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Abeledo Perrot, 2017.
v. I, 928 p.; 24 x 17 cm.
ISBN 978-950-20-2843-9
1. Derecho Procesal. I. Palacio, Lino Enrique II. Título
CDD 347.05


 
CONTENIDO

Preliminares

Capítulo I - Nociones preliminares

Capítulo II - Historia

Capítulo III - Las fuentes del Derecho Procesal Civil

Capítulo IV - El Proceso

Capítulo V - La función Pública Procesal

Capítulo VI - Objeto del Proceso Contencioso

Capítulo VII - Procesos con pluralidad de objetos

Capítulo VIII - La oposición a la pretensión

Capítulo IX - La petición procesal extracontenciosa

Capítulo X - El Órgano judicial

Capítulo XI - Organización judicial

Capítulo XII - El Juez

Capítulo XIII - El Juez (cont.)

Capítulo XIV - El Personal Judicial Auxiliar

Capítulo XV - Competencia de los Órganos judiciales

Capítulo XVI - Competencia de los Órganos judiciales (cont.)

Capítulo XVII - Competencia de los Órganos judiciales (cont.)

Capítulo XVIII - El Ministerio Público


 
NOTA DEL ACTUALIZADOR

Esta cuarta edición de Derecho Procesal Civil, la obra más importante de Lino
Enrique Palacio, ve la luz en una época de transición.
La entrada en vigencia del Código Civil y Comercial ha impactado de manera
notoria en el derecho privado argentino: desde agosto de 2015 rige el digesto
unificado que reemplazó la magna obra de Vélez Sarsfield incorporando varias
novedades a la letra de la ley, algunas de las cuales ya operaban en nuestro medio
a través de normas previamente dictadas o por vía de la jurisprudencia de los
tribunales.
Se reemplazó, de este modo, el derecho privado que regulaba la vida de los
argentinos desde hace más de un siglo mediante instituciones, terminología,
principios y valores que —como sistema— ya no existe más.
El derecho procesal relativo al derecho privado, tal como hoy lo conocemos —
y que constituye el objeto y contenido de esta obra—, fue construido en base a aquel
orden normativo, el mismo que perdió virtualidad con la sanción y promulgación del
nuevo Código Civil y Comercial.
Por tal motivo, el derecho procesal argentino se encuentra ante uno de sus
mayores desafíos.
El rito debe cambiar.
Habrán de ajustarse los textos de los códigos que prevén los trámites a la nueva
letra y —más importante aún— a los nuevos principios y valores del derecho civil de
fondo.
Esta tarea se encuentra, en este mismo momento, en desarrollo y constituye la
transición por la que atraviesa la disciplina a la que aludimos al inicio. Estimamos
que llevará bastante tiempo hasta tanto todos los ordenamientos rituales recojan en
sus normas el nuevo derecho procesal, aquél que resultará de la adaptación al
nuevo derecho de fondo y, también, a las nuevas formas de eficacia procesal que
dimanan de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
A los fines de que esta obra —de importancia capital en la presente coyuntura—
pueda insertarse rápida y útilmente en esta fase adaptativa, ora acompañando la
aplicación de los códigos procesales con texto aún sin reformar, ora auxiliando en
la tarea de diseñar las nuevas normas legales a incluir en los digestos de rito, es
que se ha procedido a su actualización efectuando los cambios y ajustes necesarios
para que refleje las modificaciones acaecidas en el derecho de fondo.
Como podrá observarse, se han mantenido —salvo alguna puntual excepción—
los textos de los Códigos Procesales de todo el país que regían al tiempo de la
edición anterior, donde se recogía y consolidaba el vasto panorama
normativo existente al año 2011. Y ello por la razón de que han sido —en
su inmensa mayoría— esos textos la base sobre la que el autor construyera la
doctrina expuesta y los tribunales edificaran la jurisprudencia que Palacio refiere.
Si bien han tenido lugar algunas reformas procesales en el país desde ese año,
lo cierto es que en todos los casos los textos requerirán —con motivo de la sanción
del código unificado— un nuevo cambio. Sabemos de la existencia de movimientos
reformistas en tal sentido en todo el país. En la provincia de Santa Cruz ya ello ha
sido concretado. En la Nación se está trabajando en el mismo sentido. Pero falta
aún mucho para dar por concluida la reforma procesal civil.


 
Es por eso que se adoptó la decisión de mantener las aludidas referencias,
reemplazándose las citas del Código de Vélez cuando puedan ser consideradas
claras las equivalencias o conservándolas (recordando su condición de norma
derogada). En casos donde el régimen es muy diferente, se mantiene la enseñanza
tradicional y se transcriben los nuevos textos legales de derecho privado con el
objetivo de que ello permita al lector, cuando corresponda, elaborar las
equivalencias que entienda pertinentes a la espera de que las legislaturas brinden
las nuevas normas procesales o los jueces dicten las nuevas pautas
jurisprudenciales.
Asimismo, se ha dispuesto dar a la obra otro formato (se la edita en cinco
volúmenes) conservando intacta su estructura interna de capítulos y parágrafos,
efectuando los ajustes necesarios derivados de la reducción del número de tomos.
Una vez más, esperamos que esta nueva edición sirva para acompañar a todos
los operadores jurídicos en esta etapa de cambios y profundas transformaciones
hacia el nuevo derecho del proceso en la Argentina el cual, si bien deberá reflejar
las innovaciones y tendencias de la hora actual, no podrá dejar de lado los pilares
de la disciplina que cuenta en nuestro país con una antigua tradición y un profuso
desarrollo, todo lo que se halla condensado y expuesto con maestría, sistematicidad
y exhaustividad inigualables en este Derecho Procesal Civil del recordado profesor
Lino Palacio.
CARLOS ENRIQUE CAMPS
La Plata, verano de 2017.

Nota del actualizador a la tercera edición

NOTA DEL ACTUALIZADOR A LA TERCERA EDICIÓN

Con enorme orgullo presentamos esta nueva edición de la obra Derecho


Procesal Civil de Lino Enrique Palacio.
Este tratado —pieza capital de la doctrina procesalista argentina— ha sido
actualizado luego del fallecimiento del autor, conservando la esencia del original.
Asimismo, esta puesta en valor incluye su aggiornamiento a la luz de los últimos
trabajos publicados por el profesor Palacio así como de las reformas normativas
producidas en todo el país.
Derecho Procesal Civil constituye una obra que no requiere presentación. Se
trata de un aporte fundamental al mundo del derecho: la colección es conocida tanto
en el ámbito académico como en el de la Justicia, así en nuestro país como en el
resto de Latinoamérica. Comenzó a ser escrita en la década de 1970,
contemporáneamente con la entrada en vigencia y el afianzamiento del
nuevo Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, norma en cuya elaboración
el profesor Palacio también intervino y que sirvió de modelo a una gran cantidad de
ordenamientos procesales provinciales.
A partir de un profundo conocimiento de la materia, los desarrollos teóricos
del autor —si bien refieren normas positivas, tanto argentinas como extranjeras—


 
van a la esencia de los institutos, ubicando las explicaciones en un plano que supera
el diseño legal del proceso: no es de extrañar, por ello, la recurrencia de las citas de
filosofía del derecho —en particular, de Carlos Cossio y su teoría egológica—.
Asimismo, el tratado evidencia una estructura y desarrollo de impecable
metodología expositiva al tiempo que delimita acabadamente su objeto de estudio,
todo lo que le brinda un innegable rango científico. A ello se le agregan incontables
pasajes con debates de la práctica judicial, abasteciendo de ese modo también el
costado relativo a la técnica del proceso.
De esta manera, el abordaje del derecho procesal que efectúa la presente obra
es integral y, por sus alcances, universal y atemporal. El autor abreva en las más
calificadas fuentes doctrinarias del país y del mundo —en especial, acude a
los autores italianos, españoles y franceses—, las condensa y funde con las
enseñanzas de los autores nacionales, desmenuzando cada instituto a partir de las
características que lo definen, independientemente de que se encuentren en vigor
en determinado ordenamiento.
Sin perjuicio de ese núcleo expositivo teórico de la obra, Palacio también incluye
la ejemplificación de cada figura mediante la forma en que es receptada por las
normas positivas y volcando, en muchos casos, juicios críticos a este respecto.
Con este norte, Palacio produce una obra muy vasta. Originalmente de nueve
volúmenes (luego se agregó el tomo X, "Reformas"), fue escrita durante más de tres
décadas. En ese lapso, se sucedieron nuevas ediciones de algunos tomos y
múltiples reimpresiones de todos ellos.
Hoy, ya sin la presencia física del autor entre nosotros, se ha considerado
necesario reeditar la obra y con ese objeto se nos ha encargado la presente
actualización.
La tarea no ha sido sencilla. Las múltiples ediciones y reimpresiones dieron lugar
a un texto que —en su conjunto— evidenciaba falta de coordinación en lo que hace
a la estructura general de la obra. Ello requirió una primera fase de control del
plan expositivo original del tratado e intervenir en la renumeración tanto de los
capítulos como de los parágrafos que los componen (lo que impactó en
la innumerable cantidad de remisiones internas que posee el trabajo), conservando
la coherencia.
Luego, se decidió que esta actualización —en lo que se refiere a los desarrollos
doctrinarios— se haría sobre la base de los últimos trabajos del mismo autor. Con
ese objeto es que se introdujeron las modificaciones que el mismo Palacio
propusiera en el tomo X —que de este modo desaparece como tal y pasa a formar
parte de la obra en su extensión original— y se incluyeron —con formato de nota al
pie— artículos y notas por él publicados en fechas posteriores a la de edición de
cada uno de los respectivos tomos en los que se insertan. La actualización de la
bibliografía citada proviene de la última edición del Manual a cargo del autor.
En el tomo V aparece la intervención del Dr. Alberto Tessone, reconocido jurista
y quien participara en la última edición de ese volumen. Aquí, como en aquella
ocasión, estuvo a su cargo la actualización de los capítulos referidos a los
recursos extraordinarios provinciales.
Se revisaron todas y cada una de las citas normativas incluidas en la obra. Las
que conservan vigencia se mantuvieron; las que la perdieron, o bien fueron
reemplazadas por otras vigentes con el mismo texto o bien se las presenta como


 
derogadas (indicándolo expresamente o mediante el tiempo verbal utilizado), a los
fines de conservar la finalidad ejemplificatoria del autor.
Esta tarea ha sido verdaderamente titánica, ya que fue necesario cotejar millares
de referencias para controlar su vigencia actual. En esta fase de la actualización ha
prestado una colaboración invalorable la abogada María Florencia del Llano
Estenoz, trabajando con singular paciencia y exhaustividad. A ella manifestamos
nuestro más agradecido reconocimiento.
Se incluyen algunas referencias —actualizadas— a la jurisprudencia de la Corte
Suprema cuando las que obraban en el texto original resultaban muy antiguas.
Asimismo, se aprovechó para replantear el aspecto formal del tratado,
corrigiéndose íntegramente. Ello permitió eliminar erratas y dar un formato más
actual al texto, en cuanto a formatos de citas, tipografía, etc. Cabe aquí destacar la
minuciosa y muy cuidada labor del plantel editor de la firma.
No queremos cerrar esta nota de presentación sin dejar expresado el gran honor
que significó haber sido elegidos para llevar adelante la tarea que culmina con esta
nueva edición de la obra. La admiración y el respeto que sentimos por el profesor
Palacio es sólo equiparable a la enorme gratitud hacia su persona derivada del trato
que nos dispensara a partir de sus consejos y enseñanzas y —fundamentalmente—
prologando con cálidas palabras la primera edición de nuestro Código Procesal Civil
y Comercial de la Provincia de Buenos Aires.
Esperamos, al final, que el enorme trabajo desplegado pueda servir para renovar
el prestigio del que goza desde hace muchos años este Derecho Procesal Civil y,
asimismo, que contribuya a mantener vivo el recuerdo del gran hombre que, como
persona y jurista, ha sido el profesor Lino Enrique Palacio.

CARLOS ENRIQUE CAMPS


La Plata, otoño de 2011

CAPÍTULO I - NOCIONES PRELIMINARES

I. EL DERECHO PROCESAL(1)


 
1. El derecho procesal desde el punto de vista de la teoría general del
derecho
a) Entre los más significativos aportes de la teoría pura del derecho,
figura la demostración de que las normas jurídicas, desde el punto de vista
formal, reconocen su fundamento de validez en la circunstancia de haber
sido creadas por el órgano y de conformidad con el método específico
prescripto por una norma jerárquicamente superior(2).
Tal conclusión es válida respecto de toda clase de normas, sean ellas
generales, como las leyes, o individuales, como las sentencias judiciales y
los actos administrativos. En ese orden de ideas la Constitución, aparte de
los contenidos materiales que señala, designa cuáles son
los órganos habilitados para crear normas de carácter general y
determina, asimismo, el método o procedimiento que esos órganos deben
observar a tal fin(3): es así cómo instituye un Poder Legislativo facultado
para emitir ese tipo de normas, prescribe cómo ellas deben sancionarse
(iniciativa, discusión, votación, mayorías necesarias, etc.) y otorga al
Poder Ejecutivo la atribución de promulgarlas y reglamentarlas. También
la Constitución puede determinar, como ocurre con la que rige en nuestro
país, el procedimiento a seguir para obtener su propia reforma y el órgano
competente para llevarla a cabo (art. 30)(4).
Las leyes, a su turno, cumplen frente a las sentencias y a los actos
administrativos un papel sustancialmente semejante al que la Constitución
cumple con respecto a ellas, con la diferencia de que gravitan en mayor
medida sobre el contenido (elemento material) de las normas individuales.
"La relación entre la legislación y la jurisdicción o la administración —
observa Kelsen— es así, de manera general, semejante a la que existe
entre la constitución y la legislación. La única diferencia reside en la
manera en que la norma superior determina a la norma inferior. En un caso
el elemento formal prepondera sobre el elemento material, en el otro los
dos elementos se equilibran"(5).
b) Como quiera, pues, que la creación de toda norma jurídica es el
resultado de uno o de varios "procedimientos" cumplidos por un órgano
estatal dotado de competencia para ello, es posible concebir al derecho
procesal, desde el punto de vista de la teoría general del derecho, como
aquel sector de la ciencia jurídica que se ocupa del proceso en sentido
amplio, entendiendo por tal a la actividad que despliegan los órganos del
Estado en la creación y aplicación de normas jurídicas generales
o individuales(6). Aftalión, García Olano y Vilanova dicen, por ello, con
acierto: "El orden jurídico, a la vez que determina un qué (derecho
sustancial) a la conducta general de los súbditos, establece quién (órgano)
procederá a la determinación de dicha conducta y cómo (procedimiento
propiamente dicho) se hará ello. Estos dos últimos aspectos constituyen el
derecho procesal"(7).


 
De allí que, de conformidad con tales reflexiones, y sobre la base de las
etapas más notorias a través de las cuales se desenvuelve el fenómeno
de creciente individualización y concreción que caracteriza a la actividad
creadora de normas jurídicas, aquel derecho procesal en sentido lato sería
susceptible de dividirse, atendiendo a la índole de los órganos productores
de las normas respectivas, en derecho procesal constitucional, derecho
procesal legislativo, derecho procesal administrativo y derecho procesal
judicial.
c) La clasificación precedente no legitima, desde luego, el tratamiento
científico autónomo de los "procesos" que se desarrollan en los ámbitos
constitucional, legislativo y administrativo, independientemente del
aspecto material que también ofrecen el derecho constitucional y el
derecho administrativo(8), pero resulta útil, a nuestro juicio, para evidenciar
ciertos equívocos en que incurre la doctrina procesal tradicional. En efecto,
enfocado el problema desde ese punto de vista, se comprende con mayor
claridad que no existe diferencia jerárquica alguna entre las normas que
determinan el contenido de las relaciones jurídicas comunitarias y las
normas que establecen el órgano estatal y los procedimientos mediante
los cuales ha de determinarse dicho contenido, y que, por lo tanto, carece
de validez la clasificación de las normas jurídicas
en primarias y secundarias (como correlativa de las denominadas
materiales e instrumentales o formales)(9). En el mismo orden de ideas
corresponde desechar la subclasificación de las segundas en normas
relativas a la producción y a la actuación jurídica, según que,
respectivamente, regulen el proceso de creación, modificación o extinción
normativa, o los modos de actuación, en los casos concretos, del
contenido de las normas jurídicas primarias(10). Tal razonamiento, que
circunscribe el derecho procesal al ámbito exclusivamente judicial y ubica
a las normas procesales dentro de las llamadas normas de actuación, pasa
por alto el hecho de que los jueces y los tribunales de justicia, en tanto
aplican normas generales en los casos concretos, cumplen una actividad
jurídica creadora dentro del marco genérico de la ley.

2. El derecho procesal en sentido estricto


a) Es corriente, en la doctrina, que la noción del derecho procesal en
sentido estricto se formule exclusivamente en torno a la idea
de jurisdicción (judicial). De acuerdo con este criterio, se concibe a dicha
disciplina como el conjunto de normas que regulan el proceso, a éste como
el "medio" o el "instrumento" tendiente a realizar la jurisdicción, y a esta
última como aquella función mediante la cual el Estado, a través de sus
órganos judiciales, asegura el cumplimiento de las normas generales de

 
conducta cuando, sea por inobservancia de sus disposiciones o por
mediar un estado de incertidumbre acerca de los intereses que tutelan, la
actuación espontánea de tales normas no resulta posible(11).
Ese concepto, sin embargo, dista de agotar el sector de la experiencia
jurídica que, tradicionalmente, es objeto del derecho procesal en sentido
estricto. Omite, en primer lugar, mencionar la actividad judicial que tiene
lugar en los llamados procesos de jurisdicción voluntaria, o voluntarios, en
los cuales, según lo admite la generalidad de los autores (incluso aquellos
que definen al derecho procesal en términos semejantes a los
precedentemente recordados), existe ejercicio de función administrativa y
no jurisdiccional(12). La circunstancia de que los actos de jurisdicción
voluntaria no sean de incumbencia exclusiva de los jueces no obsta a que
tales actos sean precedidos de un verdadero proceso que guarda, desde
el punto de vista formal, estrecha similitud con el proceso contencioso(13).
Generalmente, por otra parte, las obras sobre derecho procesal, tanto
antiguas como modernas, se ocupan expresamente de los distintos tipos
de procesos voluntarios contemplados por la respectiva legislación, lo cual
demuestra la existencia de un suficiente consenso doctrinario en el sentido
de que tanto los procesos contenciosos como los voluntarios forman parte
de aquella disciplina jurídica(14).
La insuficiencia del concepto a que nos referimos queda en evidencia,
además, si se tiene en cuenta que el proceso judicial es el resultado de la
actividad conjunta del juez o tribunal, como titular de la función judicial (sea
jurisdiccional o administrativa), de las partes o peticionarios, como titulares
del derecho a la prestación de dicha función (acción), y de los auxiliares
de unos y otros(15).
Consideramos, asimismo, que una noción completa del derecho
procesal en sentido estricto no debe excluir la mención de aquellos
procesos que, por acuerdo de partes o por imposición legal, pueden
desenvolverse ante personas privadas llamadas árbitros o amigables
componedores, siempre que el ordenamiento jurídico que se
analice autorice a aquellos a cumplir sus funciones dentro de un ámbito de
competencia similar al de los órganos judiciales. El estudio de los procesos
judicial y arbitral dentro de la misma disciplina jurídica es también corriente
en la doctrina y resulta justificado, entre otras razones, por la analogía que
presentan en cuanto a sus caracteres formales y extrínsecos, por la índole
de las pretensiones que pueden constituir el objeto de ambos, y por
la intervención que corresponde a los jueces y tribunales de justicia en
diversos aspectos del proceso arbitral (constitución del tribunal, recursos
contra los laudos y ejecución de éstos).
El derecho procesal en sentido estricto comprende, finalmente, el
estudio de numerosas actividades judiciales vinculadas con la
organización y el funcionamiento interno de los tribunales, y cuyo objeto
consiste en facilitar el desarrollo de las actividades precedentemente
mencionadas. Dentro de este aspecto se hallan comprendidas las diversas
10 
 
funciones de orden administrativo y reglamentario asignadas a los órganos
judiciales (designación, remoción, etc., de funcionarios y
empleados; expedición de reglamentos, etc.). Si bien se trata, como
fácilmente se advierte, de un tramo de experiencia jurídica ajeno al
concreto quehacer para el cual han sido instituidos los órganos judiciales
(decisión de un caso concreto con motivo de una pretensión o petición),
su inclusión dentro del marco del derecho procesal en sentido estricto
resulta justificada frente a la conveniencia técnica de agrupar, en una
misma disciplina, la totalidad de las facultades y deberes de que tales
órganos pueden ser sujetos.
b) Las razones anteriormente expuestas nos autorizan a definir al
derecho procesal en sentido estricto como aquel sector de la experiencia
jurídica que se realiza: 1º) En la conducta del juez o tribunal de justicia y
de quienes la integran en calidad de auxiliares, en tanto dicha conducta,
en conjunto, al interferir con la conducta de las partes o peticionarios,
conduce, mediante la creación de una norma individual, a la decisión de
un caso concreto y a la eventual ejecución de lo decidido. 2º) En la
conducta de los árbitros y amigables componedores, integrada por la de
sus auxiliares, en la medida en que tal conducta, en conjunto,
configura, exceptuando la posibilidad de ejecución, una situación similar a
la descripta en el número precedente. 3º) En la conducta del juez o tribunal
de justicia que interfiere con la de sus propios auxiliares, o con la de las
partes o peticionarios y auxiliares de éstos, mediante la creación de
normas de carácter general (reglamentos judiciales y acordadas
reglamentarias) o individual (designación, ascenso, remoción, etc., de
funcionarios o empleados).
La ciencia del derecho procesal en sentido estricto es, finalmente, el
conocimiento normativo de la experiencia jurídica precedentemente
delimitada.

3. Contenido del derecho procesal


a) Cuando se analizan las posibles materias que han de integrar el
contenido del derecho procesal, surgen diversas zonas de conocimiento
cuyo estudio se superpondría al de otras disciplinas jurídicas. No es
dudoso, por ejemplo, que también entre en la esfera del derecho
administrativo todo cuanto concierne al nombramiento, situación,
remoción, etcétera, de los funcionarios y empleados judiciales, y que,
asimismo, se hallen incluidas en el ámbito del derecho constitucional
algunas materias que interesan especialmente al procesalista, como, entre
otras, las relativas a la designación y la separación de los jueces, a las

11 
 
facultades de la Nación y de las provincias para dictar normas procesales,
a la delimitación entre la competencia federal y la competencia ordinaria,
etcétera.
Igualmente, dicho análisis exhibe la existencia de numerosas figuras
jurídicas cuyo estudio suelen disputarse iusprivatistas y procesalistas, y
que Goldschmidt ha agrupado dentro del denominado derecho justicial
material, al que asigna el carácter de categoría intermedia entre el derecho
procesal y el derecho privado. De acuerdo con las enseñanzas de
dicho autor, correspondería incluir en esa categoría a todas aquellas
normas que regulan los presupuestos, el contenido y los efectos de la
pretensión de tutela jurídica, las cuales involucran el estudio de la acción
de sus diversos aspectos, de las pruebas, de la cosa juzgada, etcétera, y
cuya característica fundamental está dada por el hecho de determinar, no
el "proceder" del juez (materia que sería objeto del derecho procesal en
sentido estricto), sino el "cómo" de la decisión judicial(16).
b) Ocurriría, sin embargo, que si el contenido del derecho procesal fuese
delimitado en términos estrictamente dogmáticos, aquél quedaría reducido
a la condición de un mero derecho ritual, desconectado sin utilidad
científica y práctica de las múltiples y variadas facetas que presenta la
actividad judicial, de allí que no resulte conveniente excluir del ámbito de
nuestra disciplina ciertos temas que también forman parte de los derechos
constitucional y administrativo, ni crear una nueva disciplina, como la del
derecho justicial material, dentro de la cual se incluyan las materias límites;
tanto menos si se tiene presente que lo concerniente al "cómo" de la
decisión judicial, aparte de ser difícilmente diferenciable del "proceder" del
juez, constituye uno de los aspectos primordiales de la actividad creadora
de normas jurídicas en que, como hemos visto (supra, nro. 1, b]), todo
proceso consiste.
Naturalmente que lo dicho no importa la pretensión de reivindicar, para
el derecho procesal, el estudio exclusivo de las mencionadas materias.
Postula, simplemente, una delimitación "extensiva" de aquél, sin perjuicio
de que el análisis de las materias límites sea compartido con otras
disciplinas jurídicas, y de manera tal que ellas constituyan, como dice
Aragoneses, "en lugar de un terreno de nadie, un terreno de todos, por
donde los distintos sectores se comunican, y partiendo de puntos de vista
diversos, hacen posible precisamente por tal comunicación la integración
de los conceptos particulares en un concepto superior, que no pertenece
ni a uno ni al otro sector, sino a la teoría general del derecho"(17).
c) En general, media acuerdo doctrinario en asignar al derecho procesal
el estudio de las siguientes materias:
1º) Jurisdicción y competencia de los órganos judiciales y régimen
jurídico a que se hallan sometidos los integrantes de estos últimos
(facultades, deberes, incompatibilidades, etc., de los jueces y de
sus auxiliares). Desde el mismo punto de vista orgánico, también forma

12 
 
parte del derecho procesal lo concerniente a la capacidad, la forma de
designación y la recusación de los árbitros y amigables componedores.
2º) Régimen jurídico de las partes y peticionarios, así como de sus
representantes y asistentes. A este punto se halla vinculado el estudio de
la naturaleza, los elementos, las condiciones, etcétera, de la acción, a la
que se concibe, generalmente, como un derecho de las
partes, aunque existen marcadas discrepancias doctrinarias acerca de la
índole de ese derecho y del sujeto o sujetos contra los cuales se ejerce.
En esta obra, en virtud de las razones que se expondrán en su momento,
el análisis girará en torno a la pretensión, a la que se estudiará en su
carácter de objeto del proceso (contencioso). Consideración aparte han de
merecer, asimismo, las simples peticiones que configuran el objeto de los
procesos voluntarios.
3º) Requisitos, contenido y efectos de los actos procesales, y trámite del
proceso a través de los distintos procedimientos que lo integran.

4. Las ramas del derecho procesal. El derecho procesal civil


a) Desde un punto de vista teórico, y con independencia de la
clasificación formulada supra, nro. 1, cabe la posibilidad de distinguir
múltiples "tipos ideales" de procesos en función de los diversos sectores
del ordenamiento jurídico en que se fundamentan las pretensiones o
peticiones que los originan, y de concebir, sobre esa base, otras tantas
ramas del derecho procesal(18).
b) En el derecho positivo argentino, sin embargo, sólo cabe reconocer
a dos tipos de procesos judiciales, el civil y el penal, suficiente autonomía
como para justificar la existencia de sendas ramas del derecho procesal.
En efecto, pese a la circunstancia de que ambos procesos presentan
elementos comunes que legitiman la construcción de una teoría
general(19), sin que obste a ello la contraposición existente entre los
principios que informan a uno y a otro(20), la variedad y la diversificación
que, de acuerdo con la legislación vigente, exhiben muchas de sus
respectivas instituciones, tornan científicamente desaconsejable, una vez
agotada la formulación de la base conceptual común, el tratamiento
conjunto de las mencionadas ramas.
En cambio, no obstante la importancia adquirida por el derecho laboral,
no median razones atendibles para proclamar la autonomía del derecho
procesal laboral con respecto al derecho procesal civil. Por ello
compartimos la opinión de Podetti en el sentido de que la
postura autonomista, según la cual "los cuerpos procesales del trabajo son

13 
 
completos y cerrados, debiendo prescindirse de la aplicación supletoria de
normas de procedimiento civil, salvo remisión expresa (...) olvida no sólo
la enorme cantidad de instituciones comunes entre el proceso civil y el
laboral, sino la conexidad e interdependencia de las normas de todo el
ordenamiento jurídico. A falta de norma expresa sobre una determinada
situación procesal, el juez del trabajo no puede crear la norma o buscarla
en leyes extranjeras, sino que debe recurrir al proceso civil, al proceso
genérico, como se va de lo específico o de excepción a lo general o
común"(21). Por lo demás, no media entre el proceso civil y el proceso
laboral la contraposición de principios existente entre el primero y el
proceso penal. Por el contrario, como advierte Podetti, los principios que
presiden el proceso laboral "podrían también aplicarse al proceso común,
con levísimas variantes de intensidad y es de esperar que así suceda en
lo futuro"(22).
c) En nuestro sistema jurídico tampoco cabe reconocer autonomía,
dentro del ámbito del derecho procesal judicial, a los llamados derecho
procesal administrativo y derecho procesal tributario. Con respecto al
primero, aquellos procedimientos que, originados en reclamaciones
fundadas en el derecho administrativo, pueden tener lugar ante los
respectivos órganos de la Administración se encuentran incluidos dentro
del concepto de "proceso administrativo", enunciado supra, nro. 1, c), y su
estudio resulta totalmente ajeno, en consecuencia, al derecho procesal en
sentido estricto. Y no es computable, como argumento favorable a
la autonomía de dicha disciplina, el hecho de que, en nuestro sistema
jurídico, la materia "contencioso-administrativa" sea del resorte de los
órganos judiciales, así como tampoco el de que existan códigos
específicamente destinados a regir los procesos relativos a dicha materia,
pues los principios generales del derecho procesal civil no sufren, en
aquellos procesos, alteración sustancial alguna.
Análogas consideraciones pueden formularse con relación al derecho
procesal tributario, pese a la circunstancia de que en el orden nacional,
v.gr., el Tribunal Fiscal creado por la ley 15.265 (incorporada a la ley
11.683, Tít. II, arts. 144 y ss.) se halle sometido a reglas
procesales extrañas, en gran medida a los principios generales del
proceso civil(23), desde que dicho Tribunal, aunque es un
organismo independiente de la administración activa, no reviste carácter
judicial. En los casos en que los contribuyentes optan por deducir demanda
contenciosa ante la autoridad judicial, el respectivo proceso
presenta, aun de acuerdo con las normas especiales contenidas en la ley
11.683, las características fundamentales del proceso civil.
d) La disciplina jurídica que constituye el objeto de la presente obra, o
sea, el derecho procesal civil, tiene como finalidad primordial el estudio de
los procesos originados en pretensiones o peticiones fundadas en el
derecho privado (civil y comercial). Pero debe tenerse en cuenta que, en
nuestro derecho, la palabra "civil" reviste, en realidad, carácter

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convencional, pues las razones precedentemente expuestas autorizan
a extender la denominación a los procesos motivados por pretensiones
fundadas en normas laborales, administrativas y tributarias.

5. Naturaleza y caracteres del derecho procesal


a) La doctrina acepta, generalmente, la idea de que el derecho procesal
se halla emplazado en un ámbito secundario con relación al denominado
derecho sustancial o material. En apoyo de esas tesis, se afirma que las
normas reguladoras del proceso carecen de un fin en sí mismas, pues sólo
constituyen un medio para lograr la realización de los intereses tutelados
por las normas sustanciales, de manera que mientras estas últimas serían
normas primarias, las normas procesales serían normas-
(24)
medios, instrumentales o secundarias .
Calamandrei resume esa concepción en los siguientes términos: "Se
comprende así lo que se quiere decir cuando, en contraposición al derecho
sustancial, el derecho procesal se encuentra calificado como instrumental
o también como formal: instrumental, en cuanto la observancia del
derecho procesal no es fin en sí mismo, sino que sirve como medio para
observar el derecho sustancial; formal, en cuanto el derecho procesal no
regula directamente el goce de los bienes de la vida, sino que establece
las formas de las actividades que deben realizarse para obtener del Estado
la garantía de aquel goce"(25).
Pese a su mérito didáctico esta tesis es, a nuestro juicio, susceptible de
diversas objeciones, entre las que cabe mencionar las siguientes:
1º) Las normas jurídicas carecen, en rigor, de "finalidad", pues no son
más que conceptos a través de los cuales es posible interpretar una
determinada realidad de conducta humana(26).
2º) Aun en el supuesto de aceptarse la idea de que las normas
procesales carecen de un fin en sí mismas, cabría preguntar si no ocurre
otro tanto con las numerosas normas del llamado derecho sustancial o
material mediante las cuales se establecen, por ejemplo, los requisitos
formales de los actos jurídicos. Tales normas, como la que dispone, v.gr.,
que deben ser hechas en escritura pública, bajo pena de nulidad, las
donaciones de cosas inmuebles, las de cosas muebles registrables y las
de prestaciones periódicas o vitalicias (art. 1552, CCiv. y Com.)
participarían del mismo carácter instrumental que la doctrina mencionada
asigna a las normas procesales, desde que, lo mismo que éstas, tampoco
regularían directamente "el goce de los bienes de la vida", sino que se
limitarían a establecer el medio adecuado para obtener ese goce

15 
 
(convertirse, en el caso del ejemplo, en titular de los derechos que
emergen del contrato). Ello demuestra que el concepto de
"instrumentalidad", por excesivamente genérico, no resulta apropiado para
describir la índole específica del derecho procesal(27).
3º) El esquema normativo completo de que se valen los jueces para
dictar sentencia se halla inexcusablemente integrado por disposiciones
contenidas tanto en las leyes sustanciales como en las leyes procesales,
porque ambas clases de normas concurren, coordinadas en un pie de
igualdad, a acordar el sentido jurídico de la norma individual en que la
sentencia consiste(28), determinando las primeras el "quién" y el "cómo", y
las segundas el "qué" de la decisión judicial. Pero también es menester no
perder de vista el hecho de que el contenido de la sentencia se halla
primordialmente vinculado a la conducta observada por las partes durante
el desarrollo del proceso y que, por consiguiente, la aplicabilidad o
la inaplicabilidad de las correspondientes normas materiales depende, en
definitiva, de las normas procesales mediante las que esa conducta
se interpreta. Asimismo, aquel contenido puede hallarse exclusivamente
determinado por normas procesales, como ocurre en el caso de
desestimarse una pretensión o petición por no concurrir, a su respecto,
algún requisito de "admisibilidad".
4º) Desde que las normas procesales regulan no sólo la forma, sino
también los restantes requisitos de los actos que integran el proceso
(contenido, aptitud de quienes los cumplen y efectos), tampoco resulta
apropiado calificar a nuestra disciplina como derecho "formal".
Entendemos, por lo tanto, que ni las calificaciones a que nos hemos
referido se conforman estrictamente a la naturaleza del derecho procesal,
ni median razones válidas que sustenten la subordinación de éste al
derecho material. Las calificaciones, en efecto resultan innecesarias si,
como lo hemos hecho, se concibe al derecho procesal como aquél que
estudia la actividad creadora de normas jurídicas en el ámbito judicial (o
arbitral), y se reserva la denominación (convencional) de derecho material
para denotar a aquel que, en general, es invocado como fundamento de la
pretensión o petición que origina el proceso. Y, de acuerdo con este
criterio, pierde también sentido toda relación de subordinación, pues
dentro de los sectores de conducta a que ambos derechos
respectivamente se refieren, tan "primario" resulta uno como otro.
b) El derecho procesal (civil o penal) debe ser adscripto, en principio,
al derecho público. No obsta a ello la circunstancia de que las materias
sobre que versa el proceso civil correspondan, generalmente, al derecho
privado, por cuanto la inclusión del derecho procesal dentro de aquel
sector de las disciplinas jurídicas responde a la posición preeminente que
en el proceso asume el Estado a través de sus órganos judiciales. Éstos,
en efecto, en su carácter de titulares de un poder público, no se hallan
equiparados a las partes o a los terceros, sino que se encuentran en un
plano supraordinario con respecto a los restantes sujetos procesales, a
16 
 
quienes imponen, en forma unilateral, la observancia de determinadas
conductas(29).
Algunos autores entienden, erróneamente a nuestro juicio, que el
carácter público o privado del derecho procesal depende de la concepción
general que inspire a la correspondiente legislación en lo que respecta a
los mayores o menores poderes de los jueces. Tal es el criterio de
Morel(30), para quien las legislaciones que, como la ordenanza austríaca
de 1895, incluyen al proceso civil dentro del derecho público, confieren a
los jueces un papel preponderante en la dirección de los procesos;
mientras que aquellas que lo consideran como una rama del derecho
privado asignan al juez el mero carácter de espectador o de árbitro en el
litigio. De la misma idea participó, en nuestro país, el profesor Alsina, quien
no obstante propiciar la naturaleza pública del derecho procesal, incluyó al
derogado Código de Procedimiento de la Capital Federal entre aquellos
que consideran al proceso civil como una rama del derecho privado(31).
El error de que adolece tal postura doctrinaria reside en que la mayor o
menor intensidad de los poderes conferidos a los jueces, en orden a la
dirección formal del proceso, constituye una circunstancia que no afecta la
posición jerárquicamente superior en que el juez se encuentra con
respecto a los restantes sujetos procesales. En otras palabras, la limitación
de los poderes judiciales, por importante que sea, no nivela la situación del
órgano judicial con la de las partes y terceros, ni mucho menos engendra
una relación de subordinación del primero a los segundos. Es obvio, en
efecto, que éstos carecen de toda posibilidad de utilización lícita de la
coacción, y que les está vedada cualquier injerencia en el fenómeno de
creación normativa que se manifiesta a través del desarrollo procesal y
culmina con el pronunciamiento de la sentencia definitiva.
Es consecuencia, del carácter predominantemente público del derecho
procesal, que esté prohibido a las partes derogar o alterar, mediante
pactos, las normas que disciplinan la composición y el funcionamiento de
los órganos judiciales, así como aquellas que reglamentan los requisitos y
los efectos de los actos procesales. No es admisible, en suma, el
llamado proceso convencional, aunque con la aclaración de que el
principio juega en el ámbito del derecho procesal, en general, y no
respecto de cada una de las normas que regulan el proceso, pues, entre
ellas, las denominadas dispositivas (infra, nro. 7) acuerdan a las partes la
posibilidad de regular aspectos particulares de aquél(32).
Ello permite observar alguna interferencia, en el derecho procesal, de
elementos correspondientes al derecho privado; interferencia que aparece
acentuada a raíz de la facultad que las leyes conceden a las partes en el
sentido de prescindir de los jueces ordinarios para la solución de sus
diferencias y de encomendar ese menester a jueces privados designados
por ellas (árbitros o amigables componedores). Sin embargo, esa
circunstancia no incide en la configuración fundamentalmente pública del
derecho procesal, pues como observa Carnelutti(33), el poder de las partes
17 
 
se limita, en tal caso, a influir en la elección del órgano o en su modo de
obrar, pero no excluye que el poder para la composición del conflicto
pertenezca a un órgano distinto de los interesados. Se advierte, de tal
manera, que el desplazamiento de poder que se opera mediante el
compromiso arbitral, si bien denota la interferencia del derecho privado a
que nos hemos referido, no descarta la relación de subordinación de las
partes al órgano decisor, que constituye uno de los elementos que
contribuyen a caracterizar las instituciones del derecho público.
c) El derecho procesal constituye una rama autónoma de la ciencia
jurídica, y ello no es así por razones contingentes y variables, según ocurre
con otros sectores del ordenamiento jurídico, ni comporta un arbitrio
creado por meras consideraciones didácticas(34). La autonomía del
derecho procesal, por el contrario, obedece al hecho de que estudia una
trama de conductas esencialmente diversa de las que conceptualizan las
normas del derecho material. Aun sin recurrir a la tesis que explica la
naturaleza jurídica del proceso describiéndolo como una relación
jurídica autónoma con respecto a la relación jurídica de derecho material
(infra, nro. 47), la peculiar interferencia de conductas que en él tiene lugar
determina que los vínculos jurídicos que surgen entre el órgano judicial y
las partes, así como los requisitos y los efectos de los actos procesales,
se encuentren gobernados por normas y principios propios, que merecen
ser considerados independientemente de los que rigen en el ámbito del
derecho material. Así, por ejemplo, a diferencia de lo que ocurre en la
esfera de los negocios jurídicos del derecho privado, el formalismo
necesario para asegurar el rápido y expedito desenvolvimiento del
proceso, unido a la intervención que en él tiene un órgano público, excluye
la indagación de las motivaciones subjetivas que determinan el
cumplimiento de los actos procesales; el principio de preclusión, fundado
en razones de seguridad jurídica, descarta la existencia de nulidades
procesales absolutas, etcétera.

II. LAS NORMAS PROCESALES(35)

6. Concepto
a) Es sabido que las normas procesales no se encuentran
ubicadas exclusivamente en los códigos de procedimientos y en las leyes

18 
 
sobre organización y competencia de los órganos judiciales. También las
hay, y en número considerable, en la Constitución Nacional, en las
constituciones provinciales, en los códigos de fondo a que se refiere el art.
75, inc. 12) de la Constitución Nacional, y en los ordenamientos jurídicos
nacionales y provinciales de la más diversa índole; de allí que resulte
imposible determinar la naturaleza procesal de una norma sobre la simple
base de su ubicación legal, pues ésta puede obedecer a razones
circunstanciales de política legislativa, y que sea necesario, para ello,
atender a otros criterios.
b) La doctrina ha enunciado varios. Carnelutti, por ejemplo, divide las
normas, desde el punto de vista de la finalidad a que se sirven,
en materiales e instrumentales, y sostiene que mientras las
primeras componen inmediatamente un conflicto de intereses,
imponiendo una obligación y atribuyendo eventualmente
un derecho (subjetivo) (v.gr.: "Si un fundo está rodeado por otros, deberá
dejarle paso a la vía pública el fundo colindante a través del que sea más
corto el acceso"), las segundas componen el conflicto mediatamente,
atribuyendo un poder (de componerlo) e imponiendo correlativamente
una sujeción (v.gr.: "Si un fundo está rodeado por otros, el juez decidirá
cómo habrá de tener acceso a la vía pública")(36).
Los ejemplos con que el maestro ilustra su tesis constituyen, sin
embargo, esquemas normativos incompletos, pues a poco que se medite
sobre las posibilidades de conducta que encierran tales proposiciones, se
llega a la conclusión de que toda norma sería, al mismo tiempo, material
e instrumental. Piénsese, en efecto, que en el caso de ser demandado el
propietario del fundo colindante por incumplimiento de la obligación
impuesta en la norma (dejar paso a la vía pública), surgirá tanto
el poder del juez para componer el conflicto como la eventual sujeción del
demandado a lo que la sentencia decida. Y adviértase, asimismo, que en
el supuesto de la segunda norma el ejercicio del poder constituye, como el
propio Carnelutti lo reconoce(37), una obligación del juez, a la que es
correlativo un derecho de las partes.
Por lo demás, dicho autor admite la existencia de
normas instrumentales en el ámbito del derecho civil, según ocurre, por
ejemplo, con la contenida en el art. 1372del Código Civil italiano (equivale
al art. 1197, CCiv. argentino), que reconoce fuerza de ley al contrato, pues
tal norma atribuye a las partes un poder para componer intereses en
conflicto, y sostiene, finalmente, que no todas las normas procesales
son instrumentales, pues no revisten ese carácter aquellas que instituyen
obligaciones y derechos (subjetivos) procesales, como sucede con la que
impone al vencido la obligación de pagar las costas del proceso o con la
que establece la obligación del testigo de narrar al juez los hechos que
conozca, obligaciones de las que son correlativos, respectivamente, los
derechos del vencedor frente al vencido y de la parte frente al testigo
reticente(38).

19 
 
Ello viene a corroborar lo expuesto oportunamente (supra, nro. 5, a]),
en el sentido de que la idea de "instrumentalidad" no resulta apta, en razón
de su amplitud, para determinar la naturaleza de las normas procesales.
Recuérdese, asimismo, lo que allí se dijo acerca del carácter instrumental
que también revestirían las normas del derecho civil referentes a los
requisitos formales de los actos jurídicos.
c) También merece destacarse el intento de diferenciación realizado por
James Goldschmidt(39)y completado posteriormente por Roberto
Goldschmidt(40). Se basa, según hemos anticipado (supra, nro. 3, a]), en el
análisis del llamado derecho justicial, al que se concibe como la categoría
jurídica que, junto con el derecho político en sentido estricto y con el
derecho administrativo, forma parte del derecho público de la comunidad
estatal, tiene por objeto una relación jurídica existente entre la justicia
estatal y el individuo que es miembro del Estado, y se divide en derecho
justicial formal y derecho justicial material. Mientras el primero comprende
los derechos procesales, civil y penal, el segundo se refiere a la totalidad
de las normas relativas a la pretensión de tutela jurídica dirigida contra el
Estado, e incluye asimismo al derecho penal. A su vez, la diferencia entre
el derecho material de carácter privado y el derecho justicial reside en la
circunstancia de que el primero se halla constituido por normas dirigidas a
los individuos, mediante las cuales se indica a éstos cuál es el contenido
de una determinada relación; en tanto que el segundo agrupa a todas
aquellas normas que se dirigen a los jueces. Pero mientras el derecho
justicial formal (como vimos, comprende a los derechos procesales) regula
el aspecto formal o de ejercicio de una relación jurídica perteneciente a la
justicia, el derecho justicial material reglamenta los presupuestos, el
contenido y los efectos de la pretensión de tutela jurídica (o sea, el aspecto
material de aquella relación); de allí que, en definitiva, los jueces sean
destinatarios directos de dos clases de normas: las que determinan
su proceder (procesales) y las que determinan el cómo de la decisión
(materiales). Entre estas últimas cabría incluir las relativas a las
condiciones de la acción, a las pruebas, a la cosa juzgada y a la ejecución
forzosa.
Aparte del error imperativista de que padece(41), esta postura doctrinaria
restringe indebidamente, a nuestro juicio, el contenido de las normas
procesales. Ya se ha dicho (supra, nro. 3, b]) que lo concerniente al "cómo"
de la decisión judicial es difícilmente separable del "proceder" del juez. El
proceso, en efecto, comprende no sólo la actividad que precede a la
sentencia, sino también la actividad que el juez o tribunal despliega con
motivo del pronunciamiento mismo de ella. Ambas actividades no son más
que fracciones de un mismo camino que es preciso recorrer para elucidar
la fundabilidad de la pretensión (o petición). Por otra parte, toda esa
actividad, enfocada desde el punto de vista del juez, no
puede exteriorizarse sino a través de decisiones mediante las cuales
aquél aplica un determinado tipo de normas jurídicas(42). El "proceder"

20 
 
judicial involucra, pues, necesariamente, un "juzgar". Por consiguiente,
descartadas aquellas normas que, en razón de referirse hipotéticamente a
los derechos y obligaciones de las partes o peticionarios, son invocadas
como fundamento de la pretensión o petición, resulta claro que las
restantes normas aplicadas tanto durante el desarrollo del proceso como
en la sentencia misma son necesariamente las que establecen quién debe
determinar y cómo la existencia o la inexistencia de tales derechos y
obligaciones en el caso concreto. Estas últimas revisten el carácter de
normas procesales (supra, nro. 1, b]) aunque se encuentren ubicadas en
los códigos o leyes del denominado derecho material; de allí que tan
procesales sean las normas que instituyen los requisitos de la demanda,
o los efectos de la falta de contestación por parte del demandado, como
las que establecen la existencia o la inexistencia de legitimación para
obrar e interés, imponen la carga de la prueba a alguna de las partes o
prescriben la inadmisibilidad de una prueba determinada. Ninguna de
ellas, en efecto, se refiere al posible contenido de la relación o situación
jurídica en que se funda la pretensión (o petición procesal). Todas, por el
contrario, prescriben "cómo" debe comportarse el juez para determinar ese
contenido.
No es admisible, en consecuencia, la diferenciación normativa
propuesta por Goldschmidt, pues aparte de que no todas las normas
procesales regulan el "aspecto formal" de la relación jurídica creada entre
la justicia estatal y los súbditos (infra, nro. 7), aquéllas no se diferencian,
en cuanto a su contenido, de la mayor parte de las normas que se incluyen
dentro del denominado derecho justicial material.
d) Análogas objeciones cabe formular a la postura asumida por
Calamandrei, quien define a las normas procesales como aquellas que
regulan las formas de la providencia y de las actividades exteriores que
deben cumplirse in procedendo para llegar a obtenerla(43), y niega carácter
procesal a toda norma que haga sentir su eficacia reguladora sobre el
contenido de la providencia (sentencia). Tal conclusión olvida, además,
que la determinación judicial de los derechos de las partes obedece
también a la aplicación de normas procesales y que
éstas inciden, indirectamente, en aquel contenido. Para ello basta pensar
en el caso frecuente del litigante vencido por no haber ofrecido su prueba
dentro del plazo legal o por haber sido declarado negligente en su
producción.
e) Las consideraciones precedentes, así como todo cuanto se
ha expuesto en los parágrafos anteriores acerca del contenido y de la
naturaleza del derecho procesal, autorizan a definir a las normas
procesales como aquellas que conceptualizan: 1º) La clase de órganos
habilitados para intervenir en los procesos, la competencia de éstos y las
facultades, deberes, etcétera, de las personas físicas que los integran. 2º)
La actuación de dichos órganos, de las partes, de los auxiliares de éstas y
de los terceros durante el desarrollo del proceso y, por consiguiente, los

21 
 
requisitos y los efectos de los actos procesales, así como el orden en que
éstos deben ser cumplidos. 3º) La conducta que debe observar el órgano
judicial, en oportunidad de dictar la sentencia definitiva, para determinar el
modo o los modos de ser (facultad, prestación, entuerto o sanción)
correspondientes a la relación o situación jurídica en que se fundó la
pretensión o petición que dio motivo al proceso. Entre este último grupo de
normas procesales se hallan incluidas, por ejemplo, la que limita el
contenido de la sentencia a "las pretensiones deducidas en el juicio"
(v.gr., art. 163, inc. 6º, CPCCN); la que impone el deber de "fundar
razonablemente" toda sentencia (art. 3º, CCiv. y Com.); la que dispone
que la prueba debe ser apreciada de conformidad con las reglas de la sana
crítica, salvo disposición legal en contrario (v.gr., art. 386, CPCCN),
etcétera; y, en general, aquellas que regulan los requisitos de
"admisibilidad" de la pretensión o petición.
Es menester aclarar, sin embargo, que la definición propuesta no apunta
a la caracterización de las normas procesales como entidades completas
desde el punto de vista lógico. Es sabido, en efecto, que los diversos
artículos que integran un determinado cuerpo legal no siempre contienen,
de por sí, una norma, entendiendo por tal al juicio que mienta la totalidad
de las posibilidades que muestra la conducta como expresión de
libertad(44). Por el contrario, lo frecuente es que aquellos artículos no
constituyan más que fracciones o segmentos de una norma jurídica
completa, de ahí que ésta deba ser generalmente reconstruida, por el
órgano de aplicación (juez o funcionario administrativo), sobre la base de
menciones contenidas en varios artículos de ésta e incluso de otra ley.
f) Las normas procesales, finalmente, se diferencian de las normas del
denominado derecho material por su contenido, el que, a su vez, está dado
por la peculiar interferencia de conductas que conceptualizan. Pero de tal
circunstancia no deriva, como es obvio, diferencia alguna desde el punto
de vista de su estructura lógica. Como toda norma jurídica, una norma
procesal lógicamente completa se estructura como un juicio disyuntivo, en
razón de ser éste el instrumento lógico adecuado para pensar cualquier
dato de conducta en la totalidad de sus posibilidades(45).

7. Clasificación de las normas procesales


a) La doctrina suele distinguir entre normas
procesales formales y materiales. En opinión de Chiovenda, revisten este
último carácter las normas que conceden las acciones, porque si bien no
son formales en tanto "garantizan un bien de la vida", deben considerarse
procesales en la medida en que se fundan en la existencia del proceso y

22 
 
de ella derivan(46). Pero este criterio, que se halla vinculado a la
denominada "concepción concreta" de la acción, pierde validez si se
considera a esta última como un simple poder de excitar la actividad
judicial, con prescindencia del hecho de que quien lo ejerce sea o no titular
de un derecho material(47).
Por ello entendemos que es más apropiado llamar normas procesales
formales a las que regulan las condiciones de lugar, tiempo y forma de los
actos procesales, y normas procesales materiales a las que determinan
los requisitos de capacidad y legitimación, el contenido y los efectos de
esos actos(48).
b) Es también frecuente la distinción entre las normas que regulan la
organización y la competencia de los órganos judiciales (normas
orgánicas), y aquellas que regulan los actos del proceso y el desarrollo del
procedimiento (normas procesales propiamente dichas)(49). Tal
clasificación es utilizada, a veces, como correlativa del distingo que se
formula entre normas de orden público y de interés privado(50), aunque
las excepciones que luego deben admitirse a tal criterio diferenciador lo
destituyen de toda trascendencia. Tampoco es útil la distinción para
justificar la existencia de nulidades procesales absolutas, pues esta
categoría es ajena al derecho procesal, aun cuando se trate de la violación
de normas orgánicas(51).
Aunque sin aceptar las consecuencias precedentemente mencionadas,
Podetti participa en alguna medida de aquel criterio en tanto divide a las
normas procesales en organizativas y formales: las primeras serían las
que organizan la administración de justicia y establecen sus funciones
(competencia, facultades disciplinarias, de ordenamiento de los actos
procesales y administrativos); las segundas serían las que reglamentan
la forma de las actuaciones y su límite temporal (coordinación). Sin
embargo, incurre en el error de incluir dentro de esta última categoría de
normas a aquellas que afectan al contenido de los actos procesales(52).
c) Mayor importancia práctica reviste la clasificación de las normas
procesales en necesarias (o absolutas) y optativas (dispositivas o
voluntarias).
Son normas necesarias aquellas que deben aplicarse siempre que
concurra el supuesto para el cual han sido dictadas, de modo tal que el
juez no puede prescindir de ellas aunque las partes lo pidan de común
acuerdo(53). Participan de ese carácter, por ejemplo, las normas que
regulan la competencia por razón de la materia, del valor y del grado; las
que determinan los requisitos de admisibilidad de la demanda o de los
recursos; las que prohíben la admisión de alguna prueba, etcétera.
Son normas optativas aquellas de cuya aplicación cabe prescindir, sea
por mediar acuerdo expreso de las partes en tal sentido o como
consecuencia de la actitud consistente en no denunciar su inobservancia.

23 
 
Como ejemplos del primer caso pueden citarse el art. 155, CPCCN, que
luego de proclamar la regla de la perentoriedad de los plazos legales o
judiciales, admite su derogabilidad mediante "acuerdo de partes
manifestado con relación a actos procesales determinados"; el art. 157,
ap. 2º del mismo Código, según el cual las partes pueden acordar la
abreviación de un plazo mediante una manifestación expresa por escrito;
el art. 375, que faculta a las partes para pedir, de común acuerdo, la
suspensión de los plazos de prueba ordinario y extraordinario, etcétera.
Ejemplo del segundo caso es la prórroga de la competencia territorial,
la que se produce, entre otros supuestos, cuando el demandado ante
juez incompetente contesta la demanda sin cuestionar la competencia.
En el supuesto de no existir disposiciones expresas sobre el particular,
es desde luego materia de interpretación determinar si una norma procesal
es necesaria u optativa. Puede establecerse, sin embargo, como pauta de
carácter general, que corresponde excluir la incidencia de la voluntad de
las partes cuando ella es susceptible de desnaturalizar la vigencia
del poder como valor jurídico inherente a la relación jerárquica existente
entre el juez y las partes(54).
Importa destacar, asimismo, que la distinción entre normas necesarias
y optativas no afecta al régimen de las nulidades procesales. Aun en la
hipótesis de que a raíz del incumplimiento de una norma necesaria resulte
afectado alguno de los requisitos esenciales de un acto procesal, no
corresponde declarar la nulidad si la parte interesada en la invalidación
consiente, expresa o tácitamente, el acto defectuoso. Siempre se tratará,
pues, de nulidades relativas.
d) Algunos autores extienden el concepto de normas optativas o
dispositivas para caracterizar a aquellas que conceden poderes
discrecionales al juez(55). Otros, atendiendo al hecho de que las normas
concedan o no tales poderes, hablan de
normas estrictas o rígidas y flexibles o elásticas(56). Este último es, a
nuestro juicio, el criterio correcto, pues mientras la clasificación de las
normas procesales en necesarias y optativas alude, como hemos visto, a
la inadmisibilidad o la admisibilidad de prescindir lisa y llanamente de una
norma determinada para resolver un caso, la clasificación precedente se
relaciona con la menor o mayor dosis de libertad o arbitrio que las normas
acuerdan, en general, a los órganos estatales de aplicación (jueces, en
este caso). Precisando el concepto, corresponde denominar
normas estrictas o rígidas a aquellas que no conceden a los jueces más
libertad o arbitrio que el que es consustancial a todo órgano estatal de
aplicación en su actividad jurídica parcialmente creadora (arbitrio
ordinario)(57), y normas flexibles o elásticas a aquellas que, mediante la
mención de ciertas fórmulas que remiten a las vivencias axiológicas de los
jueces, otorgan a éstos un amplio margen de arbitrio que viene a añadirse
al que normalmente ejercitan (arbitrio extraordinario). Son ejemplos de
esta clase de normas la que autoriza a los jueces a resolver
24 
 
provisionalmente y sin más trámite la guarda de personas
"cuando existiese urgencia o circunstancias graves" (v.gr., art. 235,
CPCCN); la que condiciona la admisión de medios probatorios no
previstos por la ley a la circunstancia de que "no afecten la moral, la
libertad personal de los litigantes o de terceros" (v.gr., art. 378, CPCCN);
la que supedita la confesión ficta a la inexistencia de justa causa que haya
impedido la comparecencia del absolvente a la audiencia de posiciones
(v.gr., art. 409, CPCCN); etcétera.
Las fórmulas normativas mencionadas ("urgencia", "circunstancias
graves", "moral", etcétera) constituyen en sí mismas, como dice Linares(58),
"sentidos axiológicos" que han de ser objeto, a su vez, de valoración
judicial, lo cual no significa, desde luego, que las normas aludidas
remitan, exclusivamente, a la voluntad absoluta del juez, cuyo proceder
debe ajustarse a los sentidos jurídicos vigentes en la comunidad de la cual
es órgano y se halla además limitado por el resto del ordenamiento
jurídico.

8. El sistema constitucional argentino y las normas procesales


a) En forma casi unánime, la doctrina entiende que, de conformidad con
el sistema adoptado por la Constitución de nuestro país, la atribución de
legislar en materia procesal pertenece, como principio, a cada una de las
provincias y no al Congreso de la Nación.
Principalmente, sirven de apoyo a esa conclusión los arts. 121 y 75, inc.
12, del texto constitucional: el primero, en tanto dispone que las provincias
conservan todo el poder no delegado al gobierno federal, y el segundo
porque no incluye, entre los poderes delegados al Congreso de la Nación,
el consistente en dictar los códigos de procedimientos. El contenido de los
arts. 5º, 7º y 125 de la Constitución corrobora el acierto de esa tesis.
Lascano, por su parte, encuentra la prueba más fehaciente de su validez
en la facultad que el art. 75, inc. 12, acuerda al Congreso en el sentido de
dictar la Ley de Bancarrotas, la cual constituye una ley de procedimientos
en la medida en que regula un juicio de ejecución colectiva o un
procedimiento judicial de liquidación de los bienes del deudor. "Por esa
razón expresa y en presencia de la conveniencia de una legislación
uniforme en todo el país, es que la Constitución creyó necesario
establecerlo expresamente como atribución del Congreso Nacional. Si
hubiera entendido que los procedimientos judiciales forman parte de la ley
de fondo, no habría habido razón para que repitiera que ésta era materia
de legislación nacional, dado que ya quedaba expresado claramente el

25 
 
atribuir al Congreso la facultad de dictar los Códigos Civil, Comercial,
Penal y de Minería"(59).
La jurisprudencia de la Corte Suprema coincide con la tesis expuesta.
Pero los respectivos precedentes han aclarado que las facultades de las
provincias para legislar en materia procesal deben ser entendidas sin
perjuicio de las normas de ese carácter que puede dictar el Congreso con
el fin de asegurar la efectividad del ejercicio de los derechos que consagra
la legislación de fondo. "Si así no fuera —ha dicho el Tribunal—, el
Congreso tampoco habría podido limitar las excepciones que pueden
oponerse contra la acción ejecutiva de las letras de cambio (art. 676,
CCom.), ni señalar el procedimiento sumario en la acción de alimentos (art.
375, CCiv.), ni determinar las acciones que corresponde seguir en causas
posesorias y el orden en que deben ejercitarse (arts. 2482 y 2488; Fallos
137:307), como igualmente el procedimiento para la sustanciación de las
mismas y tantas otras prescripciones formales para la vigencia y el
ejercicio de determinados derechos..."(60).
b) Se ha sostenido, contrariamente a la tesis precedentemente
enunciada, que si bien cabe reconocer a las provincias la atribución de
organizar su propia administración de justicia (arts. 5º, 122 y 125, CN), no
ocurre lo mismo con el poder de dictar las normas que regulan el
procedimiento, pues tal poder pertenecía al gobierno federal(61). Esta
conclusión se ha fundado en que, por un lado, el art. 24 de la Constitución
atribuye al Congreso la facultad de promover la reforma de la legislación
en todas sus ramas, sin formular por lo tanto distinción alguna entre leyes
materiales y procesales, y en que, por otro lado, en tanto el art. 75, inc. 32,
de aquélla faculta al Congreso para "hacer todas las leyes y reglamentos
que sean convenientes para poner en ejercicio los poderes antecedentes,
y todos los otros concedidos por la presente Constitución al gobierno de la
Nación argentina", le acuerda también, implícitamente, el poder de dictar
las leyes y los códigos procesales, como complemento, sea del poder de
dictar los códigos de fondo enumerados en el art. 75, inc. 12, o del poder
genérico acordado por el art. 24, de manera que, de conformidad con esta
tesis, el poder de las provincias se limitaría a la creación, distribución y
organización de sus respectivos tribunales, así como a la regulación del
nombramiento, remoción, derechos y responsabilidades de los
magistrados y restantes funcionarios integrantes del Poder
Judicial, aunque respetando, en el ejercicio de tales atribuciones, los
presupuestos de organización judicial previstos por la ley nacional al
estructurar las respectivas instituciones procesales. Así, por ejemplo, si la
ley nacional autorizase un recurso de apelación para ante un tribunal
superior, las provincias estarían obligadas a organizar su justicia con
arreglo al principio de la doble instancia.
Pero una correcta hermenéutica constitucional no abona tales
conclusiones. Por lo pronto, el poder genérico de reforma legislativa
acordado al Congreso por el art. 24 debe entenderse limitado por el art.

26 
 
75, inc. 12, en cuya redacción no pudo pasar inadvertida la circunstancia
de que las normas reguladoras del proceso son, como principio, ajenas a
los ordenamientos legales enumerados en dicha disposición. No cabe
duda, por lo tanto, de que si fue propósito de los constituyentes atribuir al
Congreso la facultad de sancionar ese tipo de normas, habrían incluido,
en la nómina de códigos citados, el específicamente destinado a ellas;
tanto más cuanto que la regulación autónoma de los procedimientos
judiciales era una de las características de los cuerpos legales vigentes en
nuestro país a la época de sancionarse la Constitución. Además, en tanto
las normas procesales no constituyen una reglamentación de los códigos
de fondo ni de los restantes poderes acordados al Congreso por el art. 75,
mal puede sostenerse que el inc. 32 de dicha norma sustenta la tesis
unificadora. Es obvio, por otra parte, que la facultad atribuida por
dicho inciso no es indeterminada, sino para poner en ejercicio los poderes
concedidos por la Constitución al gobierno de la Nación, excluyendo, por
lo tanto, los reservados a las provincias por el art. 121(62).
c) El poder de las provincias no es, sin embargo, absoluto, pues
tampoco cabe desconocer las facultades del Congreso para dictar normas
procesales cuando sea pertinente establecer ciertos recaudos de esa
índole a fin de asegurar la eficacia de las instituciones reguladas por los
códigos de fondo. Existe, en efecto, un vasto sector de normas procesales
(en el que se destacan las referentes a la admisibilidad de los medios de
prueba), cuya sanción no podría reconocerse a cada una de las provincias
sin riesgo de desnaturalizar instituciones propias del denominado derecho
sustancial o material. Es difícil, sin embargo, trazar una línea divisoria que
separe netamente los respectivos ámbitos de competencia legislativa. No
es, por ejemplo, aceptable el criterio según el cual debe reservarse a las
legislaturas provinciales "lo referente a lo exclusivamente formal (forma de
la demanda y contestación, notificaciones, administración de la prueba,
término, etc.)"(63), o las normas "de rito o de mero trámite"(64). Por un lado,
en efecto, no es admisible desconocer al Congreso de la Nación la facultad
de incorporar a las leyes normas procesales de estricto carácter formal,
cuando ellas resulten imprescindibles para resguardar la operancia de las
restantes normas contenidas en un determinado ordenamiento. No podría
así afirmarse que el legislador nacional haya excedido el ámbito de sus
facultades al incorporar, a la Ley de Locaciones, numerosas normas de
contenido rigurosamente formal(65), pero entrañablemente vinculadas a la
eficacia de los derechos que esa ley establece. Por otro lado, tal criterio
conduce a la errónea conclusión de que las legislaturas provinciales
carecerían de atribuciones para regular los requisitos no formales de los
actos procesales (aptitud, contenido y efectos).
d) Otro es el problema referente a la conveniencia de unificar la
legislación procesal en el territorio de la República. Sobre tal conveniencia
no puede discutirse ya seriamente, aunque existen discrepancias en lo
que respecta a la forma de llevar a cabo la unificación sin que ella afecte

27 
 
las atribuciones de las legislaturas provinciales. Entre otras soluciones al
problema, se ha propuesto, por ejemplo, la consistente en que el Congreso
de la Nación dicte las normas de derecho procesal sustancial (condiciones
de la acción, enumeración de las pruebas y apreciación de éstas,
fundamentación de las sentencias, etc.), conservando las provincias la
atribución de legislar en materia de derecho procesal formal o "meramente
rituario"(66). Pero el error de tal criterio queda en evidencia si se advierte
no sólo que ese tipo de normas ya se hallan incluidas, casi todas, en los
códigos de fondo, sino también que las atribuciones provinciales
resultarían prácticamente aniquiladas si se las circunscribiese al ámbito
puramente formal de los actos procesales (nos inclinamos a creer, sin
embargo, que dicha tesis peca de un defecto de expresión en tanto,
posiblemente, asigna al término formal un alcance comprensivo de
diversos requisitos materiales de los actos procesales, como, por ejemplo,
los referentes a la competencia de los jueces, a la aptitud para deponer
como testigo, al contenido de la demanda y de la contestación, a los
efectos de la incomparecencia a absolver posiciones, etc.). A nuestro
juicio, la única vía, constitucionalmente legítima para concretar la
unificación de la legislación procesal en la República, consiste en la
celebración de convenciones interprovinciales o de convenciones entre la
Nación y las provincias. De este último procedimiento constituye un
ejemplo el convenio celebrado entre la Nación y la provincia de Buenos
Aires con fecha 21 de julio de 1965, relativo a la simplificación y ordenación
del trámite de los exhortos entre los magistrados de los distintos fueros de
la justicia. El respectivo proyecto fue ratificado por la Legislatura de la
provincia de Buenos Aires y convertido en ley con fecha 29 de noviembre
del mismo año (ley 7109)(67), luego derogada por la ley 9618.
Posteriormente, el Poder Ejecutivo nacional hizo lo mismo mediante la
sanción y la promulgación de la ley 17.009 (luego también derogada por el
art. 4º, ley 22.172), la cual, además, declaró aplicables las normas
contenidas en el convenio al trámite de exhortos entre jueces federales, y
entre éstos y los jueces de las provincias adheridas. En la actualidad todas
las provincias, mediante la promulgación de sendas leyes, han adherido al
convenio.

9. Efectos de las normas procesales en el tiempo


a) La determinación del régimen intertemporal de las leyes procesales
constituye una materia reservada, como regla, al arbitrio legislativo. En
consecuencia, y como ocurre en el ámbito del derecho civil, el principio
según el cual las leyes sólo disponen para lo futuro (art. 7º, CCiv. y Com.)
carece, en lo que concierne a las normas procesales, de jerarquía

28 
 
constitucional, y su aplicación retroactiva es, por lo tanto, inobjetable,
siempre que no comporte vulneración de derechos amparados por
garantías constitucionales(68).
b) En ausencia de específicas disposiciones que regulen el ámbito
temporal de las normas procesales, las soluciones correspondientes
deben encararse atendiendo al hecho de que la ley nueva sea posterior a
la conclusión del proceso, anterior a su iniciación, o dictada durante su
desarrollo. Estudiaremos, sucesivamente, cada una de esas situaciones.
1º) Una ley procesal, cualquiera que sea su carácter, no puede aplicarse
a aquellos procesos que, a la fecha de su entrada en vigencia, se
encuentren concluidos por sentencia firme. Lo contrario implicaría una
manifiesta violación de la garantía constitucional de la propiedad (art. 17,
CN), la cual es comprensiva de los derechos reconocidos mediante
sentencia judicial pasada en autoridad de cosa juzgada.
Este criterio ha sido ratificado por la Corte Suprema, entre otros casos,
con motivo de la aplicación de ciertas normas contenidas en sucesivas
leyes de emergencia en materia de locaciones urbanas, las cuales, con
prescindencia de que en los juicios de desalojo por falta de pago hubiese
recaído sentencia firme y orden de lanzamiento, autorizaban la
paralización de la respectiva diligencia mediante el pago, en esa
oportunidad, del importe del capital, intereses y costas(69).
2º) Por el contrario, la ley procesal nueva se aplicará a los procesos que
se inicien con posterioridad a la fecha en que ella entró en vigencia,
prescindiendo de la época en que se constituyó la relación
jurídica invocada como fundamento de la pretensión o petición. Si, por
ejemplo, la ley suprime la clase de proceso vigente a la fecha en que se
perfeccionó la relación jurídica controvertida (como ocurriría si se
sustituyese la vía sumaria por la ordinaria o viceversa) o modifica las reglas
de competencia entonces establecidas, las partes no podrían invocar el
derecho a que la controversia se dirima de acuerdo con las reglas del tipo
de proceso suprimido o por el juez que dejó de ser competente para
conocer en el asunto(70). No existe, en otras palabras, derecho adquirido
alguno a ser juzgado con arreglo a un determinado procedimiento o por
determinados órganos del Poder Judicial(71).
La doctrina no es coincidente, en cambio, en lo que concierne al ámbito
temporal de las normas que regulan la admisibilidad de la prueba de los
actos jurídicos. Se plantearía el problema, v.gr., en el supuesto de que,
habiéndose celebrado un contrato bajo la vigencia de una norma que
permitía acreditarlo mediante prueba testimonial, con posterioridad esa
norma fuera sustituida por otra que exigiese la prueba por escrito.
Chiovenda entiende que corresponde aplicar la norma vigente en el
momento en que la prueba debe producirse: "La prueba —dice
dicho autor—, hallándose dirigida a formar la convicción del juez,
pertenece por esencia al derecho procesal, y no puede admitirse sino de
29 
 
acuerdo con la ley del momento en el que se hace necesaria, pues sólo
esta ley es la que puede determinar cuáles son los medios idóneos para
formar actualmente la convicción del juez"(72).
La tesis contraria, sin embargo, consulta en mayor medida
las exigencias de justicia y de seguridad jurídica, porque si bien en el caso
no cabe afirmar que existan, en rigor, derechos adquiridos, tampoco puede
desconocerse el hecho de que las mayores o menores precauciones que
las partes adoptan al celebrar un acto jurídico dependen, primordialmente,
de los elementos probatorios de que podrían valerse en esa
oportunidad(73). El mismo principio corresponde aplicar con respecto a las
normas que regulan la carga de la prueba(74).
Distinto es el caso de las normas referentes a la forma y oportunidad
del ofrecimiento y producción de la prueba, respecto de las cuales debe
admitirse la aplicación de aquellas que rijan en oportunidad de realizarse
los correspondientes actos procesales, con las excepciones que se
enunciarán al estudiar, seguidamente, el tercero de los supuestos antes
planteados.
3º) Los procesos en trámite, finalmente, pueden ser alcanzados por la
ley nueva, la cual es de aplicación inmediata siempre que ello no importe
afectar la validez de los actos procesales cumplidos y que han quedado
firmes bajo la vigencia de la ley anterior. La excepción se justifica por
cuanto tales actos se hallan amparados por el principio
de preclusión (infra, nro. 54), al que prestan respaldo, en nuestro
ordenamiento jurídico, las garantías constitucionales de la propiedad y de
la defensa en juicio.
El principio es aplicable tanto a las normas referentes a la jurisdicción y
competencia de los órganos judiciales(75)cuanto a las normas reguladoras
de los procedimientos y de los actos procesales(76).
La Corte Suprema tiene decidido, reiteradamente, que a los efectos de
determinar la aplicabilidad de una ley que fija una nueva competencia con
relación a los procesos en trámite, corresponde establecer si la causa se
hallaba o no radicada ante el respectivo órgano judicial. Y ha precisado
que, en materia civil, la radicación tiene lugar cuando el litigio se ha trabado
por demanda y contestación, o ha mediado decisión judicial de incidente
suscitado sobre la competencia, pues antes de ello no se entiende
producidos actos concluidos o actuaciones irreversibles que puedan ser
afectados por la nueva competencia fijada(77).
Respecto a la competencia por razón del grado, si la ley nueva suprime
un recurso o restringe sus requisitos de admisibilidad, ella puede aplicarse
a los procesos pendientes en los cuales no exista providencia judicial firme
que haya concedido el recurso suprimido o restringido(78).
En cuanto a los actos procesales y al trámite del proceso, es frecuente
que las denominadas "disposiciones transitorias" de las nuevas leyes,

30 
 
luego de fijar la fecha de su entrada en vigencia, determinen que sus
normas se aplicarán a todos los asuntos que sucesivamente se
promuevan, con excepción de los trámites, diligencias y plazos que hayan
tenido principio de ejecución o empezado su curso, los cuales se regirán
por las disposiciones hasta entonces aplicables.
Por "principio de ejecución" debe entenderse, a nuestro juicio, el
cumplimiento del acto o actos procesales que constituyan el
presupuesto inmediato de otro acto posterior. Recuérdese, por ejemplo,
que según el art. 23 de la ley 14.237, en el mismo auto de apertura a
prueba del juicio ordinario, el juez debía convocar a las partes a
una audiencia a celebrarse dentro de los diez días siguientes, a fin de que
estableciesen los hechos articulados sobre los cuales versaría la prueba
de acuerdo con la demanda, la reconvención o la contestación de ambas
en su caso. Esa audiencia de fijación de hechos suponía, pues, como
antecedentes necesarios, el pronunciamiento de la providencia de
apertura a prueba, la posterior notificación de dicha providencia a las
partes y el consentimiento de éstas. Recién entonces cabía hablar de
"principio de ejecución" del acto que lo pusiese a cubierto de la aplicación
del art. 9º del decreto-ley 23.398/1956, que dispuso la derogación de la
norma mencionada(79). Supóngase, para dar otro ejemplo, que la nueva ley
(como ocurrió con el art. 2º, ley 14.237) convierta en perentorios los plazos
que con anterioridad revestían carácter improrrogable. En tal supuesto el
"principio de ejecución" estaría dado por el hecho de que el traslado se
hubiese conferido y notificado bajo la vigencia de la ley anterior(80). La
misma solución sería pertinente en el caso de que la nueva norma
redujese el plazo para contestar el traslado(81).
Tras expresar que "resulta dudoso a qué se puede llamar principio de
ejecución", Podetti cree encontrar un ejemplo en los actos procesales
continuados, como la notificación por edictos, los cuales, si están
publicándose, no podrían ser alcanzados por una nueva ley que
modificase el término o la forma de la publicación. "Pero —agrega— en
los actos que se realizan en un solo momento: contestación de la
demanda, oposición de excepciones, presentación de alegatos y en
general en el caso de ejercicio de facultades o liberación de cargas
mediante un escrito o una presentación, pareciera que no existe principio
de ejecución mientras el acto no se cumple y, en consecuencia, sería
aplicable la ley nueva"(82). Sin embargo, el hecho de que un acto procesal
se cumpla en un solo momento no descarta que él forme parte o constituya
la culminación de un trámite que ha tenido principio de ejecución. Los
actos procesales de que el ilustre jurista se vale para ejemplificar
presuponen, todos ellos, el cumplimiento de los actos consistentes en la
resolución judicial que acordó el plazo dentro del cual aquéllos debían
ejecutarse y en la posterior notificación de la respectiva resolución. Parece
claro que estos actos constituyen un verdadero principio de ejecución
del trámite o etapa procesal que ha de perfeccionarse mediante la

31 
 
contestación de la demanda, la oposición de las excepciones o la
presentación del alegato. El propio autor, cuya tesis comentamos, admite,
como excepción, el caso de que exista un derecho adquirido al plazo para
la realización del acto, con lo que reconoce, implícitamente, el carácter de
"principio de ejecución" que revestía el cumplimiento de los actos a que
nos hemos referido.
No ofrece dificultad alguna, en cambio, el caso de los actos procesales
ya cumplidos bajo la vigencia de la ley anterior. Se ha resuelto, así, entre
otros casos, que si el recurso de apelación contra la sentencia que
desestima la demanda de insania fue interpuesto y concedido antes de la
vigencia de la ley 14.237 —hoy derogada—, cuyo art. 82 autorizaba la
apelación libre, aquél sólo procede en relación(83).
Corresponde destacar, finalmente, que no se hallan excluidas del
principio a que nos venimos refiriendo las normas procesales que
establecen sanciones disciplinarias, aun en el caso de que estas últimas
se imputen al incumplimiento del deber de lealtad y buena fe. Aquéllas, en
efecto, no revisten carácter penal y son, por lo tanto,
aplicables inmediatamente a los juicios pendientes, aunque
las infracciones se hayan configurado con anterioridad a su vigencia(84).

10. Régimen intertemporal de la ley 25.488(85)

A) Vigencia
a) A diferencia de la ley 22.343, cuyas disposiciones transitorias fueron
particularmente prolijas en cuanto al régimen intertemporal aplicable a las
principales modificaciones que introdujo al Código Procesal de la Nación,
la ley 25.488, que constituye una de las más recientes reformas de dicho
ordenamiento(86), se limitó a prescribir, en el art. 4º, párr. 1º, que "las
disposiciones de esta reforma legal entrarán en vigor a partir de los ciento
ochenta días de su publicación y serán aplicables a todos los
juicios, aun los que se encontraren pendientes a esa fecha".
Por lo tanto, en razón de que dicha ley se publicó en el Boletín Oficial el
22 de noviembre de 2001, comenzó a regir el 21 de mayo de 2002.
Con exclusión de los juicios concluidos, las nuevas normas se aplican,
en consecuencia, a los juicios que se iniciaron con posterioridad a la

32 
 
mencionada fecha y a aquellos que, aun iniciados con anterioridad, se
encontraban en trámite el 21 de mayo del referido año.
b) No obstante, cuadra advertir que esta última regla debe
admitir excepción respecto de las diligencias y plazos que hayan tenido
principio de ejecución o comenzado su curso, los cuales se rigen por las
disposiciones hasta entonces aplicables, ya que de lo contrario resultaría
afectado el principio de preclusión, al que prestan respaldo, en el derecho
argentino, las garantías constitucionales de la propiedad y de la defensa
en juicio.
c) Por "principio de ejecución" debe entenderse el cumplimiento del acto
o actos procesales que configuran el necesario presupuesto de otro acto
posterior.
De manera que si, por ejemplo, con anterioridad al 21 de mayo de 2002
se hubiese iniciado un juicio ordinario, el juez hubiese conferido traslado
de la demanda y la providencia se hubiere notificado, no sería admisible
retrogradar el procedimiento y exigir el ofrecimiento de toda la prueba tal
como lo dispone el art. 333 del Código Procesal de la Nación en su versión
actual. No habría mediado, en cambio, "principio de ejecución", si sólo se
hubiese deducido la demanda con sujeción a las normas aplicables con
anterioridad a la vigencia de la ley 25.488.
En cuanto a la dimensión y curso de los plazos, otro ejemplo estaría
dado por el hecho de que mientras el art. 398 del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación en su versión anterior a la reforma fijaba en veinte
y diez días hábiles el plazo para contestar pedidos de informes según se
tratase de oficinas públicas o de entes privados, respectivamente, la
misma norma de la ley 25.488 unificó ese plazo en diez días hábiles. Sería
en tal hipótesis aplicable el de veinte días en el supuesto de que, librado
el oficio bajo la vigencia del anterior texto, la oficina pública lo hubiese
recibido, y el de diez en el caso contrario. Menos aún cabría la reducción
del plazo si éste hubiese comenzado a correr una vez recibido el pedido
de informes.
d) En su segundo párrafo, el art. 4º prescribe que "la Corte Suprema de
Justicia de la Nación queda facultada para dictar las medidas
reglamentarias y todas las que considere adecuadas para el mejor
cumplimiento de las normas y fines de esta reforma".
Dicho precepto es obviamente ajeno al régimen intertemporal de la ley
25.488 y se limita, innecesariamente, a corroborar las potestades de
superintendencia general que incumben a la Corte Suprema sobre los
tribunales que integran el Poder Judicial de la Nación.

33 
 
B) Derogaciones
El art. 3º de la ley 25.488 dispuso la derogación de las siguientes
normas del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación:
1º) El art. 125 bis, conforme al cual las audiencias de posiciones debían
ser tomadas por el juez, bajo sanción de nulidad, pudiendo además aquél,
en el mismo acto, invitar a las partes a reajustar sus pretensiones o, en su
caso, a desistir de prueba innecesaria. En la actualidad, tanto la prueba de
posiciones como la invitación a las partes a una conciliación o a encontrar
otra forma de solución de conflictos se concentran, entre otros actos, en
la audiencia preliminar que regula el actual art. 360.
2º) El art. 126, en cuya virtud se preveía la posibilidad de que, a pedido
de parte y a su costa, se tomara versión taquigráfica de las audiencias, ya
que conforme a lo dispuesto en el actual art. 125 el Tribunal se halla
habilitado para disponer que las audiencias de prueba se documenten por
medio de fonograbación.
3º) El art. 320, que enumeraba los juicios que debían tramitar por juicio
sumario, por cuanto este tipo de proceso de conocimiento fue eliminado y
sustituido por el juicio ordinario, cuyas reglas de sustanciación equivalen
en su mayoría a las que el mencionado artículo dedicaba al llamado juicio
sumario.
4º) El art. 368, según el cual las audiencias de prueba debían
concertarse en la misma fecha o en días sucesivos, dado que, en su actual
versión, el art. 360, inc. 5º) prescribe que en la audiencia preliminar el juez
debe proveer las pruebas que considere admisibles y concentrar en una
sola audiencia la prueba testimonial.
5º) El art. 399, que sólo autorizaba la aplicación de multas a las
entidades privadas que omitían contestar los pedidos de informes, fue
sustituido por el actual art. 398, que extiende la sanción a las oficinas
públicas.
6º) El art. 416, en virtud de resultar inconciliable con el texto actual del
art. 360.
7º) Los arts. 486 a 497, relativos a la regulación del denominado
"proceso sumario", actualmente equiparado, en lo sustancial, al proceso
ordinario.

34 
 
11. Efectos de las normas procesales en el espacio

A) Principio
a) Las normas procesales se hallan sujetas al llamado principio
de territorialidad de la ley. Sólo tienen vigencia, en efecto, dentro de los
límites territoriales del Estado que las dicta y se aplican tanto a los
procesos íntegramente tramitados ante los jueces y tribunales de ese
Estado como a las diligencias procesales particulares cumplidas por
aquéllos a requerimiento de órganos judiciales extranjeros. A la inversa,
los actos procesales realizados en el extranjero se rigen por las normas
vigentes en el respectivo país.
b) El principio de la sujeción del proceso a la ley nacional, o lex fori,
responde, primordialmente, a la circunstancia de que las normas
procesales regulan el desenvolvimiento de una actividad pública que
termina en el Estado cuyos órganos la cumplen, y respecto de las cuales,
por lo tanto, carece de sentido la exigencia práctica de uniformidad jurídica
que está llamado a satisfacer el funcionamiento de las normas de
derecho internacional privado(87).
A la misma solución concurren razones de orden público internacional.
"Cuando el Estado —dice Lascano— adopta para hacer justicia ciertas
formas, trámites, recursos e instancias que garantizan el acierto judicial y
protegen a los interesados, no es posible que una condición personal de
uno de ellos, ajena a la justicia, sirva para substituir el derecho local por
otro extranjero"(88). Es obvio, en efecto, que tratándose de la regulación de
una función que es inherente a la soberanía del Estado, se excluya, como
principio, la aplicación de normas pertenecientes a un ordenamiento
jurídico extranacional(89).
c) Las precedentes conclusiones no descartan, sin embargo, la
posibilidad de que los jueces nacionales, en determinados casos, deban
tomar en consideración normas procesales extranjeras. El art. 517, inc. 3º,
del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, por ejemplo,
condiciona la eficacia de las sentencias dictadas en países extranjeros,
entre otros recaudos, al de que aquellas reúnan los requisitos necesarios
para ser consideradas como tales en el lugar en que hayan sido dictadas.
Pero ocurre que en este supuesto no media la recepción o la adopción de
normas extranjeras en el ordenamiento jurídico del país, sino que éste se

35 
 
limita a remitir a tales normas, que no pierden por ello su condición
de extranjeras, y sólo actúan como presupuesto establecido para la
aplicación de normas propias(90).

B) Excepciones
a) Como regla, se rigen por la lex fori la organización y competencia de
los órganos judiciales y los diversos actos mediante los cuales se
constituye, desarrolla y extingue el proceso. Escapan, sin embargo, a la
aplicación de tal principio, ciertos requisitos de los actos procesales cuya
regulación depende directamente de normas materiales, así como
determinadas reglas procesales que gravitan en mayor medida sobre el
contenido de la resolución judicial. A estas últimas se las caracteriza,
desde la época de los posglosadores, como aquellas que determinan las
formas "decisorias" del litigio (decisorium litis, para distinguirlas de
las ordinatorium litis, o sea, de aquellas que, por vincularse estrictamente
al orden del proceso mismo, se hallan regidas por la lex fori)(91).
b) Corresponde, en consecuencia, formular las siguientes excepciones
a la aplicabilidad de la lex fori:
1º) En materia de capacidad de las partes el CCiv. y Com., cuyas
disposiciones son aplicables a la capacidad para estar en juicio, consagra
el principio de que la capacidad de las personas humanas se rige por el
derecho de su domicilio y que el cambio de éste no afecta su capacidad,
una vez que ha sido adquirida (art. 2616)(92);
2º) Tanto las formas de actos jurídicos como el mandato, como las
solemnidades requeridas, su validez o nulidad y la necesidad de
publicidad, se juzgan por las leyes y usos del lugar en que los actos se
hubieren celebrado, realizado u otorgado (locus regit actum) (CCiv. y
Com., art. 2649). Se rige, en cambio, por la lex fori, la aptitud necesaria
para representar válidamente a un tercero ante los tribunales del Estado.
Por consiguiente, aun en el caso de que el mandato se hubiese otorgado
en el extranjero, y con arreglo a las formas prescriptas en el país
respectivo, aquél no podría ser válidamente invocado por el mandatario
que no reuniese las condiciones exigidas por las leyes argentinas para
ejercer la procuración judicial (tales, por ejemplo, las establecidas por
la ley 10.996)(93).
3º) En cuanto a la prueba, es menester distinguir la admisibilidad de los
medios de prueba, del procedimiento probatorio.
El primer aspecto se halla regido por las normas vigentes en el lugar en
que se llevó a cabo el acto jurídico (lex loci actus). Tal es la solución

36 
 
admitida —como vimos— por el CCiv. y Com. con respecto a la forma de
los actos jurídicos (art. 2649 cit.).
En cuanto a los contratos, el derecho aplicable puede ser elegido por
las partes en las condiciones del art. 2651 o, en su defecto, se aplicará el
derecho del lugar del cumplimiento según lo establece el art. 2652. Ello en
tanto no se trate de relaciones de consumo (sistema regulado con
particularidades en el art. 2655). Este conjunto de reglas debe
considerarse extensivo a los medios de prueba en razón de la íntima
conexión práctica existente entre la forma y la prueba de los actos
jurídicos(94). Concordantemente, el art. 2º del Tratado de Derecho Procesal
de Montevideo de 1888, celebrado entre la República Argentina, Bolivia,
Paraguay, Perú y Uruguay (ratificado por ley 3192), así como el suscripto
en la misma ciudad en 1940 (aprobado por el decreto-ley 7771/1956)
disponen que "las pruebas se admitirán y apreciarán según la ley a que
esté sujeto el acto jurídico, materia del proceso. Se exceptúa el género de
pruebas que por su naturaleza no autorice la ley del lugar en que se sigue
el juicio" (95). Un ejemplo de esta excepción estaría dado, en nuestro
derecho, por la prueba de confesión en los juicios de divorcio, desde que
su admisibilidad se halla excluida por el art. 70 de la Ley de Matrimonio
Civil (hoy derogada por la ley 23.515,art. 9º). Pero la excepción no se
justificaría si el medio de prueba de que se tratara, aunque no admitido por
el ordenamiento vigente en el lugar en que debe producirse, no afectase
ningún principio de orden público interno.
El procedimiento probatorio, en cambio, se rige por la lex fori, de modo
que, por ejemplo, si la ley del lugar en el cual se celebró el acto jurídico
admite que éste se pruebe por medio de testigos, el juez que entiende en
el correspondiente proceso debe atenerse a dicha ley aun en el caso de
que las normas locales descarten la admisibilidad del referido medio
probatorio, pero debe aplicar esas normas en cuanto regulan los requisitos
de lugar, tiempo y forma a que se hallan sujetos el ofrecimiento y la
producción de la prueba testimonial.

C) Aplicación de la ley extranjera


a) En lo que respecta a la operatividad de las leyes extranjeras, el
Código Civil y Comercial establece que cuando un derecho extranjero
resulta aplicable: a. el juez establece su contenido, y está obligado
a interpretarlo como lo harían los jueces del Estado al que ese derecho
pertenece, sin perjuicio de que las partes puedan alegar y probar
la existencia de la ley invocada(96). Si el contenido(97)del derecho extranjero
no puede ser establecido se aplica el derecho argentino; b. si existen

37 
 
varios sistemas jurídicos covigentes con competencia territorial o personal,
o se suceden diferentes ordenamientos legales, el derecho aplicable se
determina por las reglas en vigor dentro del Estado al que ese derecho
pertenece y, en defecto de tales reglas, por el sistema jurídico en disputa
que presente los vínculos más estrechos con la relación jurídica de que se
trate; c. si diversos derechos son aplicables a diferentes aspectos de una
misma situación jurídica o a diversas relaciones jurídicas comprendidas en
un mismo caso, esos derechos deben ser armonizados, procurando
realizar las adaptaciones necesarias para respetar las finalidades
perseguidas por cada uno de ellos (art. 2595). La prueba resulta
asimismo innecesaria cuando se trata de un régimen legal de fácil
conocimiento, como por ejemplo ocurre con el francés, en lo que se refiere
al mandato y a sus formas(98).
b) Como medios de prueba de la ley extranjera se han declarado
admisibles las referencias de obras conocidas sobre el derecho, la ley y
los fallos del país respectivo, siendo innecesaria, como principio, la
presentación de un ejemplar autenticado(99); el informe del letrado que
desempeña el cargo de asesor del consulado extranjero de que se trata,
si concuerda con principios expuestos en obras conocidas(100); el informe
consular que contenga el texto de la ley respectiva, no siendo suficiente la
opinión personal del cónsul(101); el informe de jurisconsultos eminentes(102),
etcétera. Es, en cambio, inadmisible la prueba testimonial(103). En defecto
de prueba de la ley extranjera, la cuestión debe resolverse de conformidad
con la ley argentina(104).

D) Reglas en materia de exhortos entre jueces de la República


a) La diversidad de códigos y leyes procesales vigentes en el territorio
de la República Argentina, que es consecuencia de la autonomía
provincial para legislar sobre la materia (supra, nro. 8), suscita también el
problema consistente en determinar cuál ha de ser la ley aplicable cuando
los jueces de una provincia, o de la Capital Federal, se dirigen
mediante exhorto a los de otra provincia o a los de dicho distrito,
requiriéndoles el diligenciamiento de determinados actos procesales
(notificaciones, traba de medidas cautelares, recepción de pruebas, etc.).
b) Se han sustentado, al respecto, dos criterios. Uno propicia el
carácter extraterritorial de la ley vigente en el lugar en que ejerce
jurisdicción el juez exhortante, haciendo primar el principio de "unidad de
procedimiento", derivado de la comunidad jurídica nacional, sobre el
principio de la territorialidad de la ley procesal. Tal es la opinión de
Podetti(105), que ha sido recogida por algunos precedentes judiciales(106).

38 
 
c) El otro criterio, al que adhiere la mayor parte de la jurisprudencia,
se inclina hacia la aplicabilidad del principio de la territorialidad de la ley,
haciendo extensiva, al ámbito de los actos procesales, la regla locus regit
actum(107). Ésa es también la conclusión a que arriba la doctrina más
generalizada(108).
Pero si bien, de conformidad con este criterio, el juez exhortado debe
proceder con arreglo a sus propias leyes procesales, ello se limita a la
aplicabilidad de las normas que rigen los requisitos de lugar, tiempo y
forma de los actos cuyo cumplimiento se le ha encomendado. La lex fori,
en efecto, regula el trámite del exhorto, pero no alcanza a
la admisibilidad y a la valoración de las medidas solicitadas por el
juez exhortante(109), salvo que aquéllas comprometan algún principio de
orden público local o se opongan a su diligenciamiento,
obstáculos insalvables relativos a las formas del procedimiento vigente en
el lugar en que ejerce sus funciones el juez requerido(110).
En ese orden de ideas se ha resuelto, por ejemplo, que la procedencia
o la improcedencia de una medida de prueba requerida por exhorto, tanto
en sí como en el estado del juicio en que fue ordenada, es una cuestión
ajena a la competencia del juez exhortado y que, de ser planteada, debe
discutirse ante el juez exhortante(111); que es de competencia de este
último la apreciación del valor de la prueba encomendada
mediante exhorto(112); que es el juez exhortante quien, en su momento, se
halla habilitado para establecer si los puntos de pericia propuestos por la
persona autorizada para diligenciar el exhorto podrán o no incluirse en la
pericia(113), etcétera.
d) Corresponde destacar, por otra parte, que aun admitiendo la
aplicabilidad de la lex fori como principio general, ciertos precedentes han
reconocido la excepción consistente en que el juez exhortante pida que el
cumplimiento de las medidas encomendadas se practique según las
prescripciones de su propia ley procesal, y siempre que el trámite
correspondiente no comprometa principios de orden público local ni afecte
la organización del tribunal exhortado(114). De lo expuesto se desprende,
sin embargo, que no se trata de dos criterios absolutamente inconciliables.
Tal vez las decisiones judiciales a que nos hemos referido se han excedido
en la determinación de las consecuencias derivadas del principio general
en cada caso adoptado. La aceptación del principio de
la extraterritorialidad de la ley procesal, por un lado, no puede llevarse
al extremo de excluir la aplicación de la ley del lugar del tribunal exhortado
en lo que concierne al aspecto formal (lugar, tiempo y forma) de los actos
procesales a diligenciarse ante tal tribunal. En la medida en que esos
requisitos se vinculan, por lo común, a un determinado tipo de organización
judicial, parece obvia la conveniencia práctica de que sean regidas por
la lex fori, sin perjuicio, desde luego, de que el juez exhortante
requiera expresamente que los actos se cumplan de acuerdo con los
requisitos formales establecidos por su propia ley y no medie en ello un

39 
 
obstáculo insuperable(115). Por otro lado, la aceptación del principio de la
territorialidad de la ley resulta excesiva cuando se la extiende a los
supuestos de cuestionarse, ante el tribunal exhortado, la validez de ciertos
actos procesales o la pérdida de facultades procesales, como ocurre en el
caso de acusarse negligencia en la producción de la prueba, porque
también aquí resulta obvia la conveniencia práctica de que exista unidad
de criterio en la decisión de todos los incidentes que pueden suscitarse en
el transcurso de un proceso, con prescindencia del lugar en que los
respectivos actos deben cumplirse.
El convenio celebrado entre la Nación y la provincia de Buenos Aires
con fecha 21 de julio de 1965, que fuera aprobado por la ley provincial
7109(116)primero (luego derogada por la ley 9618) y por la ley nacional
17.009 después (luego derogada por la ley 22.172), recibiendo
posteriormente la adhesión de todas las provincias, resuelve a nuestro
juicio con acierto todas estas cuestiones y ha de evitar los inconvenientes
que ocasionaba la diversidad de criterios jurisprudenciales. Dice el art. 2º
de dicho convenio (bajo el rubro de "ley aplicable"): "La ley del lugar del
tribunal a que se remite el oficio rige su tramitación, salvo que en éste se
determine expresamente la forma de practicar la diligencia, con
transcripción de la disposición legal en que se funde. En caso de colisión
de normas, el tribunal al que se dirige el oficio resolverá la legislación a
aplicar y lo diligenciará". El art. 4º (bajo el rubro "facultades del tribunal al
que se dirige el oficio") prescribe: "El tribunal al que se dirige el
oficio examinará sus formas y sin juzgar sobre la procedencia en las
medidas solicitadas, se limitará a darle cumplimiento dictando las
resoluciones necesarias para su total ejecución, pudiendo remitirlo a
la autoridad correspondiente. El tribunal que interviene en el
diligenciamiento del oficio no dará curso a aquellas medidas que de un
modo manifiesto violen el orden público local. No podrá discutirse ante el
tribunal al que se dirige el oficio, la procedencia de las medidas solicitadas,
ni plantearse cuestión de ninguna naturaleza. Las de competencia sólo
podrán deducirse ante el tribunal oficiante. Cuando el tribunal oficiante
ordenase el secuestro de un bien que ya se encontrare secuestrado o
depositado judicialmente por orden de otro magistrado, el tribunal oficiado
hará saber esa circunstancia al oficiante y adoptará las medidas de
seguridad necesarias para que el secuestro ordenado se haga
efectivo inmediatamente en caso de cesar el secuestro o depósito
judicial existente. Si el tribunal oficiante insistiere en que el bien debe ser
puesto a su disposición, se hará conocer esta decisión al magistrado que
ordenó la medida vigente, y si éste formulase oposición, se enviarán sin
otra sustanciación las actuaciones al tribunal competente para dirimir la
contienda, con comunicación a ambos magistrados".

40 
 
12. El problema de la interpretación en el derecho procesal
a) Salvo algunas excepciones, los procesalistas no suelen sostener la
necesidad de una teoría autónoma de la interpretación para el derecho
procesal. La postura es razonable si se tiene en cuenta que el pluralismo
metódico no se aviene, en modo alguno, con la
necesaria interdependencia que vincula a las distintas partes de todo
ordenamiento jurídico, porque éste incide, como totalidad, en la resolución
de cualquier caso singular, no obstante que, en apariencia, la mayor parte
de las situaciones pueda considerarse regulada por una o varias normas
pertenecientes a un determinado sector del derecho. Tales normas son,
en realidad, aquellas que principalmente dan el sentido del caso, pero
no excluyen el complejo normativo en que aquél inevitablemente se
subsume; de allí que la circunstancia de haberse incluido en esta obra el
presente parágrafo obedece, primordialmente, al propósito de mostrar
cómo los actos de "comprensión" de conductas procesales, en los que a
nuestro juicio reside el problema de la interpretación en el derecho
procesal, no ofrecen ninguna variante esencial con respecto a los actos de
la misma índole que tienen lugar en la esfera de otras disciplinas jurídicas.
Es cierto que siendo el derecho procesal, como dice Cossio, "la
planificación del derecho"(117), el valor orden reviste, en el proceso, una
significación más acentuada que en otras instituciones. Pero ello no
descarta que el tema de la interpretación pertenezca, en rigor, a la teoría
general del derecho.
b) Los autores que, en mayor o menor medida, proclaman la necesidad
de adoptar métodos interpretativos específicos que se adecuen a la
naturaleza del derecho procesal prestan adhesión a una o a varias de las
concepciones de tipo intelectualista formuladas durante el siglo pasado y
a comienzos del presente, cuya primordial finalidad consistió en acuñar
ciertas "recetas metódicas" que, al ser aplicadas sobre la ley, tendrían la
virtud de dejarla interpretada en forma definitiva y con la consiguiente
aptitud de resolver todos los casos concretos que se presentaran.
La infecundidad teórica de ese criterio no tardó, sin embargo, en ser
elocuentemente demostrada por la experiencia, cuyo análisis permite
comprobar que los jueces no se valen generalmente de uno solo de esos
métodos, sino que, por el contrario, los digitan de acuerdo con las
circunstancias o los utilizan en forma simultánea, buscando de tal manera
demostrar la coincidencia de los resultados obtenidos mediante el empleo
de los más disímiles procedimientos metódicos(118).
Tampoco es posible enunciar un criterio jurídico que sirva de guía para
la adecuada elección de alguno de los métodos interpretativos propuestos
a lo largo de toda la historia. Así lo señala Recasens Siches, recordando

41 
 
palabras de Schreirer: "no hay en absoluto ninguna razón justificada para
preferir ni en términos generales ni en situaciones singulares un
método interpretativo a los otros métodos. Éste es un problema —decía
Schreirer— que no puede ser resuelto por la ciencia jurídica, ni siquiera
puede ésta ofrecernos una relativa guía u orientación sobre tal
cuestión"(119).
c) Chiovenda figura entre los más representativos juristas que, en el
plano hermenéutico, consideran que el derecho procesal debe ser objeto
de un tratamiento metódico adecuado a su objeto. Examina, para ello,
distintos grupos de normas procesales y propicia, dentro de los métodos
tradicionales, el empleo de
una interpretación histórica, teleológica y lógica según que,
respectivamente: 1º) exista desarmonía entre una norma y las
necesidades de la práctica o la norma haya perdido toda razón de ser
histórica; 2º) la norma, aunque responda a las condiciones actuales, sea
entendida distintamente a como lo fue en el pasado, no en cuanto a su
contenido, sino en cuanto a los fines a que tiende; 3º) la norma,
literalmente entendida, sea contraria no tanto a las condiciones
cambiadas, sino al sistema mismo de la ley que ya se ha adaptado a las
variaciones producidas(120).
Tales observaciones no conducen, sin embargo, a ninguna conclusión
positiva. El primero de los criterios enunciados parece responder a la idea
de la evolución histórica, propuesta por Saleilles, en virtud de la cual
cuando se opera la transformación de las necesidades que determinaron
la promulgación de la ley, corresponde elegir, dentro de las distintas
significaciones de su texto, las que en su mayor medida concuerden con
esa transformación. Pero semejante exigencia de temporalización de la ley
aparece desprovista de sentido no bien se tiene en cuenta que el derecho
es una ciencia del deber ser y que, como es obvio, lo que debe ser no
puede fundarse en lo que será(121). Y llevado tal planteamiento, como lo
hace Chiovenda, al plano de las formas previstas por las normas
procesales, parece evidente que cuando aquéllas responden a
necesidades o circunstancias históricamente superadas, sólo caben dos
alternativas: o bien la norma carece de toda posibilidad práctica de
aplicación en virtud de no configurarse, en la experiencia, el sustrato de
conducta comprendido por sus menciones dogmáticas; o bien la norma
cae en desuso por el hecho de haber desaparecido el signo positivo de las
valoraciones por ella conceptualizadas.
Sorprende, por lo demás, y ello viene a confirmar el acierto de las
recordadas palabras de Recasens Siches, que otro autor situado en la
misma posición interpretativa de Chiovenda, como Rocco, opine que "la
relativa fijeza del interés procesal (dado por el hecho de que una misma
forma procesal pueda igualmente servir para la realización de los más
variados elementos materiales) hace, generalmente, que no haya lugar a
aquel trabajo de adaptación del derecho vigente a los nuevos fenómenos

42 
 
sociales, que es tan vivo y provechoso en algunas partes del derecho
material"(122). Según se advierte, si bien tanto Chiovenda como Rocco
aceptan, en términos generales, la posibilidad de
la interpretación progresiva de la ley, al examinar luego el fenómeno
procesal desde distintos aspectos, o sea, refiriéndose exclusivamente a la
posible inadecuación de las formas del primero, y a las relaciones entre
éstas y el derecho material el segundo, llegan a conclusiones
fundamentalmente antagónicas en cuanto a la aplicación de dicho método
a las normas procesales. Lo llamativo del caso es, sin embargo, que al
contemplar la hipótesis extrema consistente en que la norma procesal
haya perdido su razón de ser, ambos autores coinciden en la conclusión,
científicamente negativa por cierto, de que en tal caso el intérprete, sin
rechazar la aplicación de la ley, debe señalar al legislador la necesidad de
la reforma.
No menos desorientadora e ineficaz resulta la apelación a los fines de
la ley y a la interpretación lógica como medio de "corregir la expresión
material" de aquélla. Aparte de que no es congruente asignar a una ley
distintos fines según el momento en que tenga lugar la interpretación, el
método teleológico, en sí mismo, es pasible de numerosas objeciones,
entre las cuales merecen señalarse las siguientes: 1º) La persecución de
fines es algo privativo de los seres humanos y no puede, por lo tanto,
atribuirse a las normas jurídicas, desde que éstas no son más que
esquemas interpretativos de la conducta en su libertad, a la que mientan
en su sentido valioso y disvalioso. 2º) Los valores inmanentes a cualquier
tramo de conducta humana son independientes de los posibles valores
teleológicos tenidos en vista por su protagonista, al punto de que, aunque
se frustre por cualquier motivo la finalidad del acto, la conducta ya
realizada exhibirá siempre su propio signo axiológico. La interpretación
lógica, por último, resulta notoriamente estéril como método interpretativo
de la experiencia jurídica, pues su campo de acción queda
irremisiblemente circunscripto a uno solo de los elementos integrantes de
esa experiencia, como el relativo a la peculiar estructura conceptual que
toda norma jurídica presenta. Es obvio, en efecto, que no siendo el
pensamiento la realidad, ninguna realidad estaría dada al juez si su
conocimiento se limitase a la forma del pensamiento jurídico(123).
d) Como lo ha demostrado la escuela argentina de filosofía jurídica, el
defecto común a todas las concepciones interpretativas tradicionales
reside, por un lado, en la circunstancia de haber identificado el derecho
con la ley, siendo así que ésta no constituye más que un concepto cuyas
referencias mientan a la conducta humana en interferencia intersubjetiva,
que configura el verdadero objeto de la ciencia jurídica y, por otro lado, en
el olvido de que el juez es inmanente al ordenamiento jurídico y no un ente
que contemple ese ordenamiento como mero espectador(124).
Por ello es que dicha escuela, modificando sustancialmente los
términos en que venía planteado el problema de la interpretación de la ley,

43 
 
y encarándolo desde el punto de vista del objeto específico del derecho,
ha puesto en claro que lo que se interpreta no es la ley, sino la conducta
humana por medio de o mediante la ley.
Tal aserto requiere un breve análisis de los diversos elementos
que integran, en general, la experiencia jurídica, así como de los métodos
aptos para llegar al conocimiento de cada uno de ellos.
Nos valdremos, a título de ejemplo, del caso mencionado por el art. 68
del Código Procesal de la Nación, según el cual "la parte vencida en el
juicio deberá pagar todos los gastos de la contraria, aun cuando ésta no lo
hubiese solicitado".
En primer lugar encontramos, como estructura lógica de ese dato
jurídico, el esqueleto conceptual: "dado a, debe ser b", el cual nos
evidencia que nuestro enunciado constituye una norma jurídica incompleta
(ver supra, nota 45) a la que el jurista integrará los elementos faltantes. Tal
estructura lógica configura una forma necesaria de la experiencia jurídica
y, como objeto ideal que es, sólo puede ser establecida mediante el
método racional-deductivo.
Verificamos luego la existencia de un contenido empírico, configurado
por las diversas circunstancias de hecho a que la norma alude mediante
sus referencias dogmáticas: existencia de un juicio, de una parte vencida,
etcétera. A diferencia de lo que ocurre con la estructura conceptual, el
contenido empírico constituye un elemento material y contingente: es así,
pero pudo haber sido de otra manera. En efecto, en modo alguno era
necesario que la norma de nuestro ejemplo condicionase el pago de las
costas del juicio al hecho de la derrota. También pudo establecer que las
pagase el litigante que hubiese procedido temerariamente o sin razón
valedera, o, sencillamente, que se pagasen en el orden causado, etcétera.
Corresponde agregar que, en tanto las referencias dogmáticas pueden
aludir a cualquier clase de objeto (ideal, natural o cultural), la eventual
comprensión requerirá el empleo del método adecuado al tipo de objeto
de que se trate.
Y advertimos, finalmente, que las diversas circunstancias que integran
el contenido empírico traducen una determinada valoración jurídica. El
hecho de que sea la parte vencida quien deba soportar el pago de todos
los gastos del juicio significa alguna seguridad, algún orden, alguna
solidaridad, alguna cooperación, algún poder, alguna paz y alguna justicia.
Todo dato de conducta presenta, irremisiblemente, un contenido
axiológico, de allí que este tercer elemento sea material y necesario,
porque no es concebible la existencia de un tramo de conducta humana
en interferencia intersubjetiva respecto del cual no quepa una valoración
(positiva o negativa). Interesa destacar, finalmente, que el análisis de este
tercer elemento nos introduce en el ámbito de los objetos culturales, a cuyo
conocimiento sólo se accede mediante un acto de comprensión. La
característica de esta clase de actos reside en la circunstancia de que el

44 
 
sujeto cognoscente se encuentra implicado en el objeto mismo, de tal
manera que éste existe en función del sentido que el propio sujeto
le incrusta. Y en virtud del peculiar tránsito circular que el sujeto debe
efectuar para conocer un objeto cultural, de un sustrato material a un
sentido y viceversa, el método adecuado al tratamiento de ese tipo de
objetos es el llamado empírico-dialéctico.
Ahora bien, ¿cómo se comporta el juez frente a la experiencia que
terminamos de describir? Aquél, por lo pronto, siempre se encuentra frente
a algún caso individual que es conducta en interferencia intersubjetiva y
que, como tal conducta, posee un determinado sentido. El juez, por lo
tanto, debe conocer un hecho de libertad en su sentido y para ello le
es indispensable realizar un acto de comprensión. Ocurre, sin embargo,
que siendo el juez un órgano de la comunidad, su conocimiento del caso
no es emocionalmente libre, sino que se encuentra conceptualmente
delimitado por las normas jurídicas. Su acto de comprensión es, por lo
tanto, emocional-conceptual, pues las normas jurídicas no sólo mencionan
el sustrato real de la conducta, sino también el sentido que ésta tiene, el
cual debe ser recreado por el juez. La función judicial se presenta,
entonces, como un conocimiento comprensivo de sentidos a través de la
ley. El juez, en efecto, no sólo valora las circunstancias del caso, sino que
también valora la ley, puesto que las referencias dogmáticas que ésta
contiene también son, como hemos visto, circunstancias de hecho que se
dan en un caso. Y el resultado de este acto gnoseológico de comprensión
consistirá en la declaración de que tal o cual norma es o no aplicable al
caso, consecuencias que dependerán, respectivamente, de que el juez
vivencie, o no, una coincidencia o afinidad axiológica entre el sentido de
las circunstancias del caso y el sentido conceptualizado por la ley.
Pero el proceso de elección de la norma, que en definitiva va a dar el
sentido de la conducta sometida a juzgamiento, sufre variantes que
dependen de la circunstancia de que, entre las muchas que configuran el
caso, sea seleccionada por el juez como clave o meridiano de la
comprensión jurídica de aquél (circunstancia arcóntica). Puede ocurrir, en
primer lugar, que la circunstancia erigida por el juez figure entre las
referencias dogmáticas enunciadas por la ley, en cuyo caso suele hablarse
de aplicación lisa y llana de la ley. Pero tal afirmación, que se encuentra
ligada a la difundida concepción silogística de la sentencia judicial, es
totalmente inconciliable con una adecuada descripción del
fenómeno interpretativo, puesto que en éste a la subsunción del caso en
la estructura legal antecede siempre un momento de comprensión
estimativa mediante el cual se elige la norma apta para dar el sentido del
caso. En otras palabras, "un caso está referido a la ley por subsunción
después que la ley ha sido referida al caso por valoración"(125).
En segundo lugar, puede ocurrir que la circunstancia elegida por el juez
como directora de la comprensión del caso no figure entre los contenidos
dogmáticos de la ley, en cuya hipótesis resulta que, o bien la norma queda

45 
 
referida a algunos casos y no a otros de los que conceptualmente pueden
caer dentro de su connotación, o bien que la norma quede también referida
a otros supuestos distintos de los que ella conceptualiza(126).
Son abundantes los ejemplos que la jurisprudencia procesal suministra
acerca de estos casos de restricción y ampliación de los géneros legales,
no obstante que los respectivos precedentes, especialmente los
vinculados al primero de los mencionados supuestos, omitan enunciar la
verdadera razón jurídica de la solución alcanzada y la presenten como el
resultado de la aplicación de alguno de los métodos tradicionales.
Un caso interesante es el relativo al alcance de las medidas
preliminares que pueden pedirse con anterioridad a la presentación de la
demanda en el proceso ordinario. El art. 70 del derogado Código de
Procedimientos de la Capital Federal, que se hallaba ubicado a
continuación de las normas que determinaban cuáles eran las medidas
que podían solicitarse en la mencionada oportunidad, prescribía: "Fuera
de los casos expresados en los artículos anteriores, no podrá pedir el
demandante absolución de posiciones, información de testigos, ni otras
diligencias de prueba, antes de entablar la demanda". Existen, sin
embargo, numerosos precedentes que, no obstante la evidente latitud de
la prohibición normativa, admitieron el diligenciamiento de medidas no
contempladas por la ley, como el libramiento de un oficio tendiente a
obtener la remisión de un expediente administrativo que no se permitió
consultar al presentarse y en el que contaban pericias, planos, dictámenes
y documentos que aquél estimaba indispensables para deducir la
demanda(127); la designación de peritos para que dictaminen sobre el
estado de cosas que corren el riesgo de transformarse durante el
transcurso del proceso(128), etcétera.
Es evidente que tales soluciones, que sin duda convencen por su
justicia, nunca podrían hallarse respaldadas por alguna de las
concepciones hermenéuticas tradicionales. Porque erigida la ley en objeto
de interpretación, y prescindiendo de la toma de posición axiológica del
juez que es inherente al acto de comprensión que aquél realiza al
sentenciar, el resultado no puede ser otro que la denegatoria de tales
medidas, fundada en el carácter limitativo de las normas en juego.
Pero las dificultades desaparecen sí, de acuerdo con el análisis
precedente, nos atenemos al hecho de que el juez, cuando interpreta, trata
de conocer, en función de la valoración de las circunstancias del caso, el
verdadero sentido de la conducta mentada por las normas. Colocados en
este plano, no es difícil comprobar que la prohibición que las normas
mencionadas establecen expresa, sustancialmente, un sentido de orden.
Con anterioridad a la promoción de una demanda, en efecto, no se dan
normalmente las condiciones necesarias para que el futuro demandado
controle eficazmente las medidas de prueba que en ese momento puede
ofrecer su eventual adversario. Admitir indiscriminadamente cualquier
clase de diligencias en una oportunidad en la que ni siquiera puede
46 
 
establecerse el objeto del proceso significa, pues, para el futuro
demandado, afrontar un estado de inseguridad, de allí que, para conjurar
ese riesgo, resulte adecuado el plan de orden que aquellas normas
prohibitivas conceptualizan. Pero ello no significa, naturalmente, que el
valor normativo mantenga vigencia en todos los casos que puedan
presentarse, pues puede ocurrir que, excepcionalmente, el riesgo
de inseguridad que representan, en general, estas medidas anticipadas
resulte infinitamente menos grave que el perjuicio que su denegatoria
acarrearía al solicitante. Si, por ejemplo, la denegatoria de la medida
significa, para el actor, la imposibilidad práctica de entablar la demanda o
la pérdida definitiva de una medida de prueba, parece evidente que el
sentido de las normas prohibitivas ya no condice, en absoluto, con el
sentido de la conducta. Aquéllas, en efecto, pierden su carácter
de instrumentos aptos para comprender el caso y deben ser entonces
eliminadas de la solución. Aplicarlas, por el contrario, significaría
consagrar un ritualismo que es, precisamente, el disvalor del orden.
Otro ilustrativo ejemplo de los distingos que la interpretación judicial
suele formular dentro de los conceptos normativos es el referente a la
subsistencia del domicilio procesal constituido. El domicilio, según el art.
42 del Código Procesal de la Nación, se reputa subsistente para los
efectos legales hasta la terminación del juicio o su archivo, mientras no se
constituya otro. La jurisprudencia, sin embargo, mediante el argumento de
que no es justo extender la ficción más allá de lo razonable, ha decidido
reiteradamente que el domicilio constituido por las partes deja de regir si
las actuaciones han permanecido paralizadas durante un lapso
prolongado(129). En esta solución se advierte, con claridad, una
discriminación axiológica efectuada sobre la base de una circunstancia no
mentada por la norma, como es la referente a la paralización prolongada
del expediente. Esa jurisprudencia, por lo demás, resulta convincente
porque, frente a aquella circunstancia, es obvio que desaparece el signo
positivo de las valoraciones de orden y cooperación que traduce
la exigencia legal.
Son también numerosos los ejemplos de aplicación del ámbito
significativo de las normas procesales respecto de circunstancias no
comprendidas en sus referencias dogmáticas. Cabe citar, en este sentido,
la admisión jurisprudencial, en el procedimiento de ejecución de sentencia,
de ciertas excepciones no expresamente contempladas por la ley (como
las de falta de personería y de compensación); con anterioridad a la
vigencia del Código Procesal de la Nación, la extensión de los principios
que rigen la acumulación objetiva a la acumulación subjetiva de
pretensiones; la admisión de la intervención de terceros no obstante el
silencio que guardaba al respecto el derogado Código de la Capital
Federal(130), etcétera.
En esencia, el proceder judicial no difiere, en estos casos, de aquellos
en que la norma resulta restringida en su alcance significativo. También

47 
 
aquí el problema se resuelve mediante actos de comprensión de conducta
sobre la base de la conceptuación normativa.
El criterio que, en definitiva, ha de decidir sobre el acierto de
la interpretación judicial estará dado por el hecho de que la solución
alcanzada en cada caso coincida con el punto de vista axiológico que
mejor exprese el entendimiento societario. Si ello ocurre se dirá que la
sentencia, en razón de expresar valoraciones jurídicas vigentes, goza de
suficiente fuerza de convicción. Este juicio es, pues, el que en
última instancia legitima la restricción o la ampliación de géneros legales
a que puede conducir el proceso de elección de circunstancias que el
acto interpretativo necesariamente supone(131).

CAPÍTULO II - HISTORIA
SUMARIO: I. GENERALIDADES
SOBRE LA
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL PROCESO CIVIL: 13.
El proceso romano.— 14. El proceso
germánico.— 15. El proceso común.—16.
Formación del proceso civil contemporáneo y
panorama de la actual legislación. II.
EVOLUCIÓN DE LA LEGISLACIÓN PROCESAL
ARGENTINA: 17. Períodos que comprende.—
18. Período colonial.— 19. Período de
la independencia.— 20. Estructura del
proceso durante los períodos precedentes.—
21. Período de la codificación.

I. GENERALIDADES SOBRE LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL PROCESO CIVIL(1)

13. El proceso romano

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a) La historia del proceso civil romano se divide en dos grandes
períodos: el del ordo iudiciorum privatorum (desde los orígenes hasta el
siglo III de nuestra era) y el de la extraordinaria cognitio (desde el siglo III
hasta el final). Dentro del primer período, a su vez, corresponde distinguir
la época de las legis actiones (que se prolonga hasta la mitad del siglo II
a. C.) y la del procedimiento formulario. Característica común a ambas
épocas es la división del proceso en dos etapas: in iure y apud
iudicem o in iudicio. La primera tiene lugar ante un magistrado (praetor)
que ejerce los poderes inherentes a la jurisdicción, y su finalidad consiste
en determinar los límites de la controversia. La segunda se desarrolla ante
un juez privado (iudex unus), que es designado por las partes de común
acuerdo y a quien incumbe la facultad de resolver la controversia, aunque
carece del imperium necesario para hacer cumplir su decisión.
b) Las legis actiones constituyen fórmulas orales solemnes y gestos
simbólicos que deben pronunciarse y cumplirse con estricta sujeción a los
términos de la ley, mediante los cuales el actor expone el asunto ante el
magistrado y en presencia del demandado (editio actionis). Según Gayo,
las acciones de la ley son cinco: sacramentum, iudicis postulatio, conditio,
manus iniectio y pignoris capio. De acuerdo con la terminología jurídica
actual, mientras las tres primeras serían pretensiones de conocimiento, las
dos últimas equivaldrían a pretensiones de ejecución.
En el sistema de la legis actiones, la instancia in iure se cierra con la litis
contestatio, que es el acto mediante el cual, a través del trueque de las
fórmulas orales aprobadas por el magistrado, quedan determinados, en
presencia de testigos (de ahí el nombre), los límites y el estado de la
cuestión litigiosa que ha de someterse a la decisión del iudex. En sus dos
etapas el procedimiento es, durante este período histórico, exclusivamente
oral.
c) Ciertas circunstancias entre las que suelen señalarse
los inconvenientes de todo orden que provocaba el excesivo formalismo
de las legis actiones y el riesgo representado por el hecho de que los
testigos presenciales de la litis contestatio no estuviesen en condiciones
de referir fielmente al iudex lo ocurrido ante el magistrado determinan la
promulgación de la ley Aebutia (130 a. C.), la cual, de acuerdo con el
sistema utilizado por el pretor peregrino en los litigios suscitados
entre extranjeros, autoriza el uso de una instrucción escrita (fórmula)
librada por el magistrado al iudex a los efectos del ulterior trámite y
decisión de la causa, aunque deja a los ciudadanos la opción entre este
sistema y el de las legis actiones. Posteriormente, la lex Julia iudiciorum
privatorum (probablemente de la época de Augusto) suprime
definitivamente el sistema de las antiguas acciones y consagra la
vigencia exclusiva del procedimiento formulario.
La fórmula constituye una instrucción escrita mediante la cual el
magistrado designa al juez y fija los elementos que deben ser tenidos en
cuenta por éste al dictar sentencia, esto es: los hechos y el
49 
 
derecho invocados por el actor, el objeto litigioso y las defensas del
demandado. Contiene, en otras palabras, el "programa procesal" y, con su
otorgamiento por el magistrado al actor (actionem dare), su entrega por
éste al demandado (actionem cedere) y su aceptación por este último
(actionem accipere), se perfecciona la litis contestatio y tiene lugar el
tránsito de una a otra etapa del proceso.
Consta la fórmula de partes principales (ordinarias) y accesorias
(extraordinarias). Las primeras son, según las Instituciones de Gayo: 1º)
la demostratio, que contiene la enunciación de los hechos que motivan el
litigio y a veces se encuentra implícita en la intentio; 2º) la intentio, que
condensa la pretensión del demandante; 3º) la adiudicatio, que sólo se
encuentra en las llamadas acciones divisorias y persigue la atribución a
una de las partes en propiedad lo que correspondía indivisamente a varias;
4º) la condemnatio, que autoriza al juez a condenar o a absolver de
acuerdo con el resultado de la prueba. Son partes accesorias de la fórmula
la praescriptio, que se antepone a ella y tiene por objeto limitar su
contenido, y la exceptio, que constituye una salvedad incluida a favor del
demandado y que condiciona la condena.
d) En las dos épocas a que nos estamos refiriendo el proceso se inicia
mediante una citación reservada a la iniciativa del actor (in ius vocatio). En
los primeros tiempos, la no presentación del demandado faculta al actor
para obtener su comparecencia forzosa (obtorto collo). Posteriormente,
aquella actitud autoriza a colocar al actor en posesión de bienes del
demandado (missio in possessionem y eventual venditio bonorum). El
proceso puede concluir sin entrarse en la etapa in iudicio, sea porque el
pretor, en razón de faltar alguno de los requisitos que hoy se llaman
presupuestos procesales (competencia del tribunal, capacidad de las
partes, etc.), o en razón de no figurar la acción entablada entre las
previstas por el ius civile o por el derecho complementario,
rehúse autorizar el litigio (denegatio actionis), sea porque el demandado
se allane a la pretensión del actor mediante la confessio in iure, que
produce efectos equivalentes a los de la cosa juzgada. Los mismos efectos
produce, en algunos casos, el iusiurandum in iure delatum, que es el
juramento deferido por el demandante al demandado sobre el hecho
referente a la existencia de una deuda.
En la etapa in iudicio, al pronunciamiento de la sentencia precede
una exposición de las partes sobre los hechos controvertidos
(perorationes) y la práctica de la prueba, cuyo resultado valora el iudex de
acuerdo con su propia y libre convicción. Al actor incumbe la carga de
probar los hechos por él afirmados en la intentio (actori incumbit probatio)
y al demandado, la de los hechos en que funda sus excepciones (reus
in exceptione actor est). Rigen, durante el procedimiento, los principios de
bilateralidad, oralidad, inmediación y publicidad. No caben recursos contra
la sentencia, pero sí la acción de nulidad y la restitutio in integrum. En el
caso de que el vencido no cumpla voluntariamente la sentencia, debe

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pedirse su ejecución al magistrado mediante el ejercicio de la actio iudicati.
El extremado rigor que reviste la ejecución personal de los primeros
tiempos se va atenuando luego, progresivamente, merced a
la introducción de diversos medios de ejecución patrimonial.
e) La escisión del proceso en dos tiempos, propia de los sistemas
precedentemente descriptos, desaparece con la implantación,
probablemente por obra de Diocleciano, de la extraordinaria cognitio o
sistema extraordinario, que ya se había aplicado paralelamente a aquéllos
en la jurisdicción administrativa y en virtud del cual todo el proceso se
desarrolla bajo la dirección de funcionarios y jueces oficiales, a quienes se
transfiere la plenitud de la jurisdicción.
Durante la vigencia de este sistema la demanda se presenta por escrito
(libellum conventionis), el demandado es oficialmente citado a comparecer
(reemplazándose así la antigua in ius vocatio) y debe contestar a la
demanda también por escrito (libellum contradictionis). La litis
contestatio subsiste nominalmente, pues al no ser necesario el
nombramiento del juez y la previa determinación de las cuestiones a
resolver por éste, pierde el sentido contractual que tenía en los regímenes
anteriores. En consecuencia, los efectos que produce la litis contestatio en
el derecho clásico (efecto consuntivo de la acción, retroacción de los
efectos de la sentencia al tiempo en que aquélla tiene lugar, prohibición de
enajenar la cosa litigiosa, etc.) ahora se operan a partir del momento de la
notificación de la demanda. Asimismo, al desaparecer la necesidad de la
presencia del demandado, es posible la continuación del proceso en su
rebeldía (proceso contumacial), si bien tal actitud sólo determina la derrota
en tanto la pretensión del actor sea fundada (si bonam causam habuerit).
En cuanto a la estructura y los caracteres del procedimiento, el impulso de
parte es sustituido por el impulso oficial, la prueba se hace más formalista
(aunque, por otra parte, el juez se halla dotado de mayores poderes para
la averiguación de los hechos), y sufren un fundamental debilitamiento los
principios de oralidad, inmediación y publicidad. La sentencia final, que
se extiende por escrito, es impugnable mediante la appelatio y por
recursos extraordinarios (supplicatio y restitutio in integrum).

14. El proceso germánico


a) Lejos de la perfección del proceso romano, el proceso de los pueblos
germanos se halla configurado como una lucha entre partes, y su punto de
partida no consiste en la alegación de un derecho, sino en la imputación
que el actor hace al demandado de la comisión de una injuria (Unrecht).
Dominado por el formalismo, y concretándose en él una oralidad y

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publicidad prácticamente ilimitadas, el proceso germánico tiene lugar ante
las asambleas populares (Hundertschaft), en las cuales reside el poder
jurisdiccional, limitándose la función del juez (Richter) a dirigir el debate y
a proclamar o "promulgar" la sentencia, que es dictada a propuesta de una
comisión de miembros peritos en derecho, en los primeros tiempos, y de
jueces permanentes especiales (scabini) durante el denominado período
franco (siglos V a XII de nuestra era).
El proceso se desenvuelve, a grandes rasgos, de la siguiente manera:
citado el demandado por el propio demandante (mannitio) y constituido el
tribunal, se interpone la demanda mediante la utilización de
palabras exactamente establecidas e invocación a la divinidad, debiendo
el demandado contestarla, sea allanándose, sea negándola en su
totalidad. En el segundo caso, la Asamblea dicta la sentencia probatoria,
mediante la cual se coloca al demandado en la alternativa de justificarse,
probando la sinrazón de la demanda, o de satisfacer la pretensión del
actor; de allí que la prueba, en tanto comporta un ofrecimiento formulado
al adversario en el sentido de demostrarle que carece de razón, reviste
dos caracteres fundamentales: 1º) Se dirige al adversario, y no a crear la
convicción del tribunal. 2º) Configura un beneficio, no una carga, y le
corresponde ordinariamente al sujeto atacado, o sea, al demandado.
Las pruebas, cuya finalidad consiste en provocar el juicio de la divinidad,
se reducen, fundamentalmente, al juramento de purificación, prestado por
lo común con conjuradores (miembros de la misma tribu que declaran
sobre la credibilidad que merece el demandado), y a los juicios de Dios u
ordalías (pruebas de fuego o hierro candente, del duelo, etc.), que
consisten en diversas experiencias a través de cuyo resultado se cree
descubrir la voluntad divina.
La sentencia es inapelable, pero puede ser rechazada por las partes o
cualquiera de los presentes, en cuyo caso la discrepancia se resuelve
mediante un duelo (Zweikampf) entre el anterior y el nuevo proponente. La
decisión final es susceptible de ejecución privada mediante apoderamiento
particular de bienes o prenda extrajudicial.
b) En los períodos franco (siglos V a XII de nuestra era) y feudal (siglo
XII hasta la recepción de los derechos extranjeros), subsisten numerosos
aspectos de este proceso, pero aparecen importantes innovaciones:
mayor injerencia del órgano jurisdiccional, que cita oficialmente al
demandado a comparecer, y a quien se dirigen las partes con sus
afirmaciones y peticiones; posibilidad de impugnar la sentencia probatoria
mediante libre examen de sus fundamentos; admisión de las pruebas
testimonial y documental; atenuación de las ordalías por la influencia
cristiana; intervención judicial en la ejecución, etcétera.

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15. El proceso común
a) A raíz de la invasión de los bárbaros penetra en Italia el derecho
germánico, desplazando al derecho romano de la época imperial en la
medida en que se extiende y se consolida el dominio longobardo. A partir
del siglo XI, sin embargo, comienza a operarse un resurgimiento cada vez
más intenso de las instituciones procesales romanas. El fenómeno
obedece, sustancialmente, a la subsistencia del derecho romano en
importantes regiones de la península, al reflorecimiento del estudio de las
fuentes romanas por obra de la escuela jurídica de Boloña, a
las exigencias del tráfico mercantil y a la extensión cada vez mayor de la
jurisdicción de la Iglesia, que se vale de procedimientos judiciales
esencialmente modelados sobre el tipo romano.
No se retorna, sin embargo, al proceso romano puro u originario, sino
que comienza a desenvolverse un tipo especial de proceso
denominado proceso común, romano-canónico o ítalo canónico, que es el
resultado de la infiltración de elementos germánicos en el proceso romano.
Tal infiltración obedeció, entre otras, a las siguientes circunstancias: 1º)
Los glosadores, posglosadores, comentadores y prácticos que
sucesivamente trabajaron, durante los siglos XIII y XIV, en la elaboración
científica del proceso romano no pudieron sustraerse a la influencia del
proceso entonces vigente, que era de raíz sustancialmente germánica, y
a menudo se encontraron predispuestos a desinterpretar los textos
romanos, de suyo difíciles, tratando de adaptarlos a instituciones
procesales que les eran familiares y se hallaban excesivamente
arraigadas en las costumbres de la época. 2º) El derecho canónico, no
obstante estar estructurado sobre bases esencialmente romanas, había
acogido numerosas instituciones del derecho germánico. 3º) El elemento
germánico era generalmente el dominante en las instituciones procesales
reguladas por los estatutos de los municipios y por las constituciones de
los príncipes.
b) El proceso común, así llamado porque regía en cuanto no lo
derogasen leyes especiales escritas, se halla dominado por el principio
de orden consecutivo, es decir, por la división del proceso en diversas
etapas o estadios, destinados cada uno de ellos al cumplimiento de un
acto procesal o serie de actos semejantes. A la demanda del actor, que
debe formularse por escrito (libellus), el demandado puede oponer
defensas previas dentro de un determinado plazo (terminus ad omnes
dilatorias et declinatorias proponendas), las que se sustancian y resuelven
en un período anterior a la discusión sobre el fondo del asunto (terminus
ad audiendum interloqui super dilatoriis), sin perjuicio de alegar después,
en oportunidad de contestar la demanda, las restantes excepciones

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posibles. No opuestas excepciones por el demandado o siendo éstas
desestimadas, tiene lugar la litis contestatio, que carece del sentido
contractual que tenía en el derecho romano de la época clásica y sólo
significa la incorporación del demandado a la contienda judicial. Con
posterioridad a esa etapa, pueden las partes promover la prestación del
juramento de malicia (terminus ad iusiurandum de calumnia), que persigue
el doble objetivo de protestar de su buena fe y de fijar definitivamente los
términos del litigio. Posteriormente, y con la finalidad de obtener
la exención de la carga de la prueba, las partes pueden formular
posiciones (terminus ad ponendum), a las que debe responder
personalmente el adversario (terminus ad respondendum). Sigue a ello la
apertura del pleito a prueba y su diligenciamiento, siendo rigurosas las
reglas que rigen su clase y valoración. Recibidas las pruebas, y luego de
plantear las partes sus últimas alegaciones (terminus ad concludendum),
el juez cita a aquéllas para sentencia (citatio ad sententiam), la que es
pronunciada en forma pública y oral, cabiendo contra ella la appellatio en
caso de considerársela injusta (iniqua) y la querella nullitatis en el
supuesto de objetársela por vicios formales, sin perjuicio de los
recursos extraordinarios (restitutio in integrum, supplicatio ad principem,
revisio). La ejecución, que reviste carácter principalmente patrimonial, se
realiza mediante un praeceptum de solvendo bajo la dirección del juez y
el auxilio de ejecutores, admitiéndose asimismo la prisión por deudas.
Debe destacarse, finalmente, que en virtud de la costumbre consistente en
registrar las actuaciones producidas, la que a su vez deriva de la excesiva
duración del proceso, éste termina por convertirse en un
proceso exclusivamente escrito (quod non est in actis non est in mundo).
Observa Chiovenda que si bien los principios fundamentales que
dominan al proceso común como los referentes al objeto de la prueba y a
la sentencia son de origen romano, la influencia germánica se advierte en
numerosas instituciones, alguna de las cuales han pasado al derecho
moderno, como, por ejemplo, la querella nullitatis (origen del recurso de
casación), la prueba legal (entendida como conjunto de normas
vinculantes de la convicción judicial), la división del proceso en una serie
de fases preclusivas, etcétera(2).
c) La excesiva lentitud de que adolece el proceso común determina
la iniciación de un movimiento reformador tendiente a simplificar los
procedimientos. Reviste importancia fundamental, dentro de esa corriente,
la célebre Clementina Saepe continget, que introduce el denominado
proceso sumario indeterminado, en el que las formas resultan
simplificadas (simpliciter et de plano, ac sino strepitu et figura iudicii): se
dispensa del escrito de demanda y contestación, se limitan
considerablemente las excepciones admisibles; toda la discusión se
concentra en una audiencia (principio de concentración), etcétera. Aparte
de ello se establece la oralidad del proceso y se amplían los poderes del
juez en la dirección de aquél. Junto con este proceso

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sumario indeterminado aparecen otros procesos determinados y
especiales, de carácter ejecutivo: en ellos se elimina el estadio de
conocimiento y se procede directamente a la ejecución sobre la base de
ciertos documentos que expresan la sumisión del deudor (pacta executiva)
o a los que la ley acuerda fuerza ejecutiva (instrumenta guarentigiata), o
mediante orden de pago que, ante la oposición del deudor, da lugar al
proceso (mandatum de solvendo cum clausula iustificativa).

16. Formación del proceso civil contemporáneo y panorama de la actual


legislación
a) A partir del siglo XIV el proceso común se extiende desde Italia a los
restantes países de la Europa continental, dando lugar al llamado
"fenómeno de la recepción".
El acogimiento de ese tipo de proceso, así como sus posteriores
modificaciones, se opera de distinta forma en cada uno de esos países.
En Alemania se arraiga notablemente en los territorios meridionales y
occidentales, en los cuales alcanzan vigencia las prácticas del Tribunal
cameral, que son tributarias de los defectos más acentuados del proceso
común, particularmente el derivado de la multiplicidad de términos en que
se divide el proceso. En el norte del país, en cambio, donde rige el llamado
proceso sajón, la recepción del derecho extranjero encuentra mayor
resistencia y se conserva gran cantidad de estructuras procesales
germánicas, entre las cuales figura la sentencia probatoria que escinde el
proceso en dos partes: el de las alegaciones y el de la prueba. En el año
1654, la Jüngster Reichsabschied introduce diversas reformas en el
proceso cameral, inspirándose primordialmente en los principios del
proceso sajón. Pero es Prusia la que, en el siglo siguiente, ha de promover
el movimiento reformador y el consiguiente abandono del proceso común.
Tras diversos intentos, dicho movimiento culmina bajo el reinado de
Federico el Grande, al publicarse, en 1781, el Corpus iuris fridericianum,
ordenamiento que, entre otras reformas, introduce el principio de
oficialidad, suprime la abogacía y la reemplaza por la designación de
"asistentes-asesores" que se hacen cargo de la demanda y su
contestación, instituye la designación de un "ponente" encargado de
la instrucción de la causa y de determinar, sobre la base de sus audiencias
con las partes, el status causae et controversiae, que escinde el proceso
en forma similar a la antigua sentencia probatoria, etcétera.
b) En España, la recepción del derecho común tiene lugar luego de una
accidentada trayectoria legislativa. Después de producida la invasión de
los visigodos, la ley romana continúa rigiendo las relaciones entre los

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hispano-romanos, al par que los invasores se atienen a las costumbres
germánicas. Esa modalidad determina la sanción de dos ordenamientos
jurídicos distintos para ambos pueblos: el Breviario de Aniano y el Código
de Tolosa (466), inspirados, respectivamente, en los derechos romano y
germánico. Posteriormente, de la fusión de elementos propios de cada uno
de esos derechos, a los que se agregan los que aporta el derecho
canónico, nace la célebre Lex Visigotorum (probablemente del año 654),
más tarde llamada Liber Iudiciorum y Fuero Juzgo, cuyas normas
trasuntan un alto sentido de justicia e incluso un grado de
técnica excepcional con relación a la época en que fue dictada(3). La
situación política por la que atraviesa España durante el largo período de
la invasión árabe (siglos VIII al XIII) determina la caída en desuso de aquel
ordenamiento, el que es reemplazado por la Legislación foral, constituida
por los distintos ordenamientos que dictan los municipios en virtud de los
fueros o privilegios acordados por los reyes a fin de contrarrestar el poder
concedido a los señores feudales. El desorden que trae aparejado la
profusión de cuerpos legales, originada en aquella circunstancia, es en
gran medida remediado por la compilación llevada a cabo por encargo de
Alfonso X en el año 1265, conocida con el nombre de las Siete Partidas.
La Partida III, que se halla dedicada a la materia procesal, acusa la
recepción en la península del proceso común, cuyos principios se
encuentran ya recogidos en las obras del maestro Jacobo de las Leyes
(Flores del Derecho, Doctrinal y Summa de los nove tiempos de los
pleytos). Pese al hecho de que la no inmediata vigencia de este cuerpo
legal obedece a que el proceso común, elaborado por glosadores y
decretalistas, no se aviene con las costumbres procesales de la península,
los ordenamientos procesales que luego se suceden en España
permanecen fieles a ese tipo de proceso: tal lo que ocurre con el
Ordenamiento de Montalvo (1480), las Ordenanzas de Madrid (1499), las
Leyes de Toro (1505), la Nueva Recopilación (1567) y la Novísima
Recopilación (1805).
c) En Francia(4)también tiene lugar la recepción del derecho común
(especialmente en la zona meridional), aunque en virtud de las prácticas
aplicadas por los Parlamentos, especialmente el de París, se desenvuelve
un tipo especial de proceso, que si bien reconoce bases romano-
canónicas, con influencia de elementos consuetudinarios germánicos,
presenta características que lo diferencian sensiblemente del proceso
vigente en los restantes países europeos. Las costumbres judiciales de los
Parlamentos, que son recogidas y sistematizadas por la doctrina,
constituyen el punto de partida de la intensa actividad legislativa llevada
posteriormente a cabo por las Ordenanzas reales referentes a la
administración de justicia, como las de 1539 (Villers-Cotterêts), 1560
(Orleáns), 1566 (Moulins), 1579 (Blois), la célebre Ordonnance civile de
Luis XIV (1667), y las que posteriormente dicta Luis XV en 1737 y 1738.

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Producida la Revolución se intenta, mediante diversas leyes, una
transformación esencial en la administración de justicia. Una de ellas
deroga la Ordenanza de 1667 y la reemplaza por un ordenamiento
procesal que se considera más simple. Pero la insuficiencia de la reforma
y los abusos a que da lugar determinan que el Consulado, por ordenanza
del 18 fructidor del año 1800, restablezca la vigencia de dicha Ordenanza,
cuyas normas consagran los principios de oralidad y publicidad,
simplificando asimismo la regulación del proceso, en el que no tienen
cabida el principio de eventualidad ni ninguna interlocutoria de prueba. Es
sobre la base de esta Ordenanza que se redacta el proyecto de lo que
llega a ser el Code de Procédure Civile, que entra en vigor el 1 de enero
de 1807. Este cuerpo legal rigió en Francia con reformas
parciales introducidas, entre otras, por los decretos-leyes del 30/10/1935 y
17/6/1938, las leyes del 23/5/1942, 15/7/1944, 12/11/1955 y los decretos-
leyes del 22/12/1958 y 2/8/1960.
El Code de Procédure se caracteriza, sustancialmente, por la
circunstancia de instituir un procedimiento predominantemente oral,
público, sin sujeción a etapas preclusivas, con sistema de libre apreciación
de la prueba e impulso procesal de parte. El proceso se inicia mediante
una intimación a comparecer ante el juez que cursa el representante del
actor (avoué) al demandado y que es diligenciada por un funcionario
ministerial (huissier), elegido por aquél de una lista dentro de la jurisdicción
del respectivo tribunal. Si el demandado no comparece, se lo declara en
rebeldía, situación que justifica el pronunciamiento de una sentencia
favorable al actor siempre que éste demuestre la justicia de su pretensión.
Si comparece, debe comunicar al actor la personación de su avoué y
anunciarle las defensas y pruebas de que se valdrá. Desde ese momento
cualquiera de las partes puede pedir la inscripción del pleito en el registro
del tribunal (mise au rôle). Ordenada la inscripción, mediante el
correspondiente placet, el greffier (secretario) forma el expediente
(dossier con las actuaciones escritas) y se designa a un juez especial
encargado de "seguir el procedimiento" (juge chargé de suivre la
procédure), cuya actividad consiste en dirigir la instrucción de la causa y
en presentar al tribunal, el día de la audiencia, un informe del asunto
(rapport). Concluida la instrucción, las partes depositan en secretaría los
escritos que contienen los puntos de hecho y de derecho que se
consideran definitivos para la solución del pleito (conclusions), y el proceso
es luego elevado a la presidencia del tribunal a los efectos de la
celebración de la audiencia, en la cual, tras el informe del juez instructor,
las partes o sus abogados exponen oralmente sus alegaciones
(plaidoiries). Terminadas las alegaciones y pruebas, el tribunal dicta
sentencia (jugement), que es impugnable por oposición, apelación,
casación y revisión, según los casos.
En lo que atañe al proceso de ejecución, el Code de Procédure, fiel a la
tradición germana, elimina en él toda intervención judicial y confía su

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trámite a un huissier que actúa en nombre del acreedor, procediendo al
apoderamiento de los bienes del deudor y a su realización forzosa. El
ejecutado tiene derecho a deducir oposición a la ejecución mediante
demanda ante el juez, la cual no suspende el trámite de aquélla, salvo que
el juez lo disponga cuando encuentre razón fundada.
El Code de Procédure Civile fue objeto de diversas modificaciones
parciales, particularmente en 1971, 1972, 1973, 1975 y 1981, las que
fueron posteriormente integradas en un Nouveau Code de Procédure
Civile que mantiene, en lo fundamental, el sistema del código de 1807(5).
d) El código francés es introducido en Italia(6)a raíz de la ocupación de
sus territorios por los ejércitos napoleónicos y es incluso tomado como
modelo por los códigos que se dictan con posterioridad a la Restauración,
como los de Roma (1817, 1824, 1834), Nápoles (1819), Parma (1820),
Módena (1852) y los sardos de 1854 y 1859. Proclamado el reino de Italia,
se promulga el Código de Procedimiento Civil de 1865, que responde
sustancialmente a las líneas del código francés. Luego de diversas
tentativas de reforma (proyectos de Chiovenda, Mortara, Carnelutti,
Redenti, Solmi), una comisión integrada por el entonces ministro de
Justicia Dino Grandi, los profesores Carnelutti, Redenti y Calamandrei, y
el magistrado de la Corte de Casación Leopoldo Conforti redacta un
proyecto sobre cuya base se sanciona, en 1940, el nuevo Codice di
Procedura Civile, que entra en vigor el 31 de abril de 1942. Este
ordenamiento aún continúa en vigencia con algunas
modificaciones introducidas por leyes dictadas en 1950 y 1956.
El proceso ordinario, de conformidad con la estructura establecida por
el código italiano, se inicia mediante una demanda escrita (citazione) que
contiene, sustancialmente, la indicación del tribunal ante el cual aquélla se
propone, el nombre, apellido y residencia del actor y del demandado o de
sus representantes, la pretensión procesal que se hará valer, la
enunciación de los medios de prueba que el actor producirá, y la intimación
para que el demandado comparezca dentro de un determinado plazo, que
varía de veinte a ciento ochenta días, según el lugar en que aquél se
encuentre. Dentro de los diez días de la notificación de la citazione, que
es practicada por un funcionario judicial (ufficiale giudiziario), el actor debe
comparecer ante el tribunal y depositar en la cancillería el propio
"fascículo" que contiene el original de la citación, el poder y los
documentos ofrecidos en comunicación. Dentro del plazo correspondiente,
el demandado debe constituirse en juicio y depositar, en la cancillería, el
escrito de contestación a la demanda (comparsa di risposta), en el que se
proponen las defensas, se indican los medios de prueba y se formulan las
conclusiones. Asimismo, debe depositar copias de ese escrito y de la
citación, el poder y los documentos que ofrece en comunicación.
La incomparecencia del demandado autoriza a declararlo en
rebeldía, extinguiéndose el proceso si ninguna de las partes se constituye
dentro de los términos establecidos. En el acto de constitución del actor o,

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si éste no se ha constituido, en el de la constitución del demandado, el
canciller inscribe la causa en el registro del tribunal (inscrizione a ruolo) y
procede a formar el expediente con copias de las actuaciones producidas
(fascicolo di uffizio). Posteriormente el presidente del tribunal designa a un
magistrado de éste (giudice istruttore) para proceder a la instrucción del
litigio, salvo que crea que debe proceder él mismo. Comienza entonces
la instrucción del pleito (istruzione), que se divide en una etapa preliminar,
destinada al examen de la causa (trattazione), y en una etapa principal o
de fondo, durante la cual se realizan los actos de prueba. En la etapa
preliminar, que como principio se concreta en la celebración de
una audiencia, se verifica la regularidad de la constitución de las partes,
se fijan los términos del litigio y se intenta la conciliación. En la segunda
etapa se recibe la prueba ofrecida por las partes, pero el juez instructor
puede ordenar la comparecencia personal de ellas para interrogarlas,
la inspección de personas y cosas, y la designación de un consultor
técnico. Producida la prueba, el juez instructor remite a las partes ante el
colegio judicial (tribunal en su conjunto) (remissione al colegio) y señala
la audiencia para la discusión ante éste, debiendo las partes, cinco días
antes de dicha audiencia, comunicarse los escritos que contengan
únicamente las conclusiones ya fijadas ante el magistrado instructor y las
correspondientes razones de hecho y de derecho (comparsa
conclusionale). En la audiencia ante el tribunal (udienza) el juez instructor
formula la relación del pleito, exponiendo los hechos y las cuestiones
(relazione), tras lo cual el presidente admite las partes a la discusión
(discussione). Luego se pronuncia la sentencia, que puede limitarse a
algunas de las cuestiones propuestas cuando el tribunal reconoce que sólo
respecto de ellas no es necesaria una instrucción ulterior. En materia de
recursos, el código admite la oposición, la apelación, la casación y la
revisión.
En cuanto al proceso de ejecución, el Código Procesal italiano
mantiene, sustancialmente, las líneas del sistema francés, aunque coloca
los respectivos procedimientos bajo la dirección del juez, y refunde,
apartándose de su modelo, diversas normas referentes a la ejecución de
bienes muebles e inmuebles.
e) También es decisiva la influencia del código francés en la elaboración
de la legislación procesal alemana(7)del siglo XIX. Tal ocurre con las
ordenanzas prusianas de 1833 y 1846, con el reglamento procesal civil de
Hannover de 1850 y con las posteriores ordenanzas de Baden (1864) y
Wütemberg (1868). La misma influencia se advierte en
la Zivilprozessordnung de 1877, que aún continúa en vigencia con algunas
modificaciones, entre las cuales merecen destacarse las introducidas por
las Novelas del 27 de octubre de 1933 y del 12 de septiembre de 1950
(esta última solamente con respecto a Alemania occidental).
De acuerdo con tal ordenamiento, la demanda (Klage) que inicia el
proceso ordinario se presenta por escrito ante el tribunal colegiado, uno de

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cuyos miembros señala al demandado plazo para comparecer.
La incomparecencia del demandado autoriza al actor a pedir que se dicte
sentencia en rebeldía (Versäumnissurteil) o que se falle el asunto
mediante un pronunciamiento que se atenga al estado actual de los autos
(Urteil nach Lage der Akten). Comparecido el demandado, se señala
la audiencia para que tenga lugar el debate oral, que constituye el acto
esencial del proceso. Todo litigante está obligado a comunicar el acto
esencial del proceso. Todo litigante está obligado a comunicar a su
contrario antes del debate oral, por medio de escritos preparatorios
(verbereitenden Schriftsätze) y con tiempo suficiente, las alegaciones, las
peticiones y los medios de prueba, a los que se presuma que no podrá
contestar el adversario si no los conoce con anticipación para preparar su
defensa. Pero debe tenerse en cuenta que, en virtud de la estricta oralidad
que rige el proceso, tales escritos preparatorios no fijan definitivamente los
términos del litigio: esta función se halla reservada a las declaraciones que
las partes formulen de palabra ante el tribunal. En la audiencia señalada
para el debate oral (mündliche Verhandlung) las partes exponen sus
respectivas posiciones, procediéndose luego a la práctica de la prueba, la
que es asumida por el tribunal, salvo en los casos en que la ley permite
encomendar la asunción a un miembro de aquél o a otro tribunal. No rige
el principio de preclusión: los medios de ataque y de defensa (excepciones
sobre el fondo, reconvención, réplica, etc.) pueden hacerse valer hasta la
terminación de la audiencia en que se pronuncie la sentencia, aunque
ellos pueden ser rechazados si su admisión conduce a atrasar la
resolución del asunto y el tribunal, en ejercicio de su libre arbitrio, estima
que la parte no los utilizó antes con el propósito de dilatar el proceso o por
negligencia grave. Una vez que el pleito está en condiciones de ser
resuelto, el tribunal dicta la sentencia definitiva, la que puede ser parcial
en el supuesto de que, habiéndose acumulado diversas pretensiones, sólo
una haya sido suficientemente examinada. La ordenanza procesal
alemana admite los recursos de queja (que no juega respecto de
sentencias definitivas), de apelación y de casación. Prevé, asimismo,
acciones impugnativas autónomas, de nulidad y de restitución, que
equivalen, respectivamente, a los recursos de casación por
quebrantamiento de formas y de revisión contemplados por otros
ordenamientos procesales europeos.
En materia de ejecuciones, la ordenanza confía su trámite a un tribunal
de ejecución que puede, en casos excepcionales, ordenar la suspensión
de los procedimientos (inutilidad de la ejecución, imposibilidad de pago,
etc.). Contempla, asimismo, la llamada demanda de oposición a la
ejecución, que sólo puede fundarse, cuando el título es una sentencia, en
circunstancias sobrevinientes a la conclusión de la última vista oral anterior
a la sentencia de primera o de segunda instancia en la que cabía la
aportación de nuevos hechos.

60 
 
La ordenanza procesal alemana influye en la redacción de la ley
procesal austríaca de 1895 (Gesetz über das gerichtliche Verfahren in
bürgerlichen Rechtsstreitigkeiten), obra del prestigioso jurista Klein,
entonces ministro de Justicia y profesor de la Universidad de Viena.
Aunque en su estructura fundamental esta ley es similar a la
alemana, introduce innovaciones que la superan. Entre ellas merecen
destacarse la consistente en la audiencia preliminar, que constituye una
primera comparecencia de las partes ante el tribunal, destinada,
fundamentalmente, a determinar las cuestiones que han de considerarse
litigiosas y a comprobar la posible inexistencia de presupuestos
procesales (capacidad, competencia, etc.), y la estructuración del recurso
de apelación como una revisión y no repetición del juicio anterior.
Las leyes alemana y austríaca son consideradas como inspiradoras de
numerosas leyes procesales, tales las de Dinamarca, Suecia, Noruega,
Hungría y Japón.
f) A partir de la Constitución del año 1812 se sancionan en
España(8)diversas leyes destinadas a sustituir a las antiguas, que se hallan
dispersas, por lo demás, en numerosos ordenamientos. Se trata, sin
embargo, de reformas fragmentarias, y la mayoría se refiere a la
organización de los tribunales. Entre las que regulan la materia procesal
en sentido específico cabe citar la Ley de Enjuiciamiento Mercantil de
1830 y la Ley de Sustanciación de Negocios de Menor Cuantía de 1838.
Un intento de reforma integral se registra en el año 1853, con
la Instrucción del procedimiento civil con respecto a la Real jurisdicción
ordinaria, llamada también del Marqués de Gerona por el título que ostenta
su autor (José de Castro y Orozco); pero no obstante el sentido progresista
y la adecuada orientación técnica que la caracterizan, esta ley apenas
alcanza al año de vigencia. Sin embargo, en los aires del tiempo está la
imperiosa necesidad de la codificación, y ella conduce a la sanción de
la ley del 13 de mayo de 1855, mediante la cual se aprueban ocho bases
para una Ley de Enjuiciamiento Civil, bases que posteriormente se vuelcan
en un proyecto que es convertido en ley el 5 de octubre del mismo año. La
Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855 permanece fiel a los principios
orientadores de la antigua legislación hispánica, que no son otros que los
del proceso común (una de las bases que le dan origen
formula expresamente el propósito de "restablecer en toda su fuerza las
reglas cardinales de los juicios consignadas en nuestras antiguas leyes").
Además, fruto del apresuramiento con que es redactada (apenas se
emplean en ello cuatro meses y medio) son las múltiples reformas de las
que posteriormente se la hace objeto (1855, 1856, 1857, 1858, 1860, 1862,
1867, 1868, 1869, 1870, 1871, 1872, 1877, 1878). Surge luego la
necesidad de ordenar todo ese material legislativo disperso y de subsanar
las imperfecciones que la experiencia pone de relieve. Es designada
entonces una Comisión para que redacte una ley de bases, la que es
sancionada, con algunas modificaciones, el 21 de junio de 1880. Se

61 
 
articula, en consecuencia, un proyecto que, tras diversas vicisitudes, se
convierte en ley el 3 de febrero de 1881. La Ley de Enjuiciamiento Civil de
1881 no contiene innovación fundamental alguna respecto de la anterior.
Su inspiración continúa siendo las antiguas leyes y, se mantiene por ello
ajena a los progresos alcanzados por las restantes leyes europeas
vigentes en esa época.
La estructura y los principios fundamentales adoptados por los
derogados Códigos de Procedimientos de la Capital Federal y de la
provincia de Buenos Aires respondían esencialmente a los de la Ley de
Enjuiciamiento de 1855. El mismo modelo sirvió de base a los códigos
provinciales, con excepción de los modernos (La Rioja, Jujuy, Mendoza,
Santa Fe, CPCCN, etc.), que acogen numerosos principios y reglas de las
legislaciones alemana e italiana.
Por último, en España, la ley 34/4, del 6 de agosto, que entra en vigor
el 1 de septiembre de 1984, introduce una reforma urgente que afecta, en
mayor o menor medida, a numerosas normas de la Ley de Enjuiciamiento
Civil(9).
Si bien el nuevo ordenamiento no instituye nuevos tipos de
procesos informados por el principio de oralidad, incorpora diversas
medidas encaminadas a dar mayor celeridad al procedimiento y a
estructurar una administración de justicia menos formalista en cuanto,
fundamentalmente, reduce los plazos y establece su improrrogabilidad,
simplifica el sistema de actos de comunicación y amplía el ámbito de los
procesos plenarios rápidos. Asimismo, estimula
la autocomposición, introduce la audiencia preliminar, modifica el
beneficio de litigar sin gastos y regula el recurso de casación con
sentido autoformalista.
g) Resta, por último, formular algunas referencias con respecto a la
legislación procesal en el mundo anglosajón(10), cuya evolución y
características presentan notas peculiares, distintas a las de los sistemas
precedentemente descriptos.
Desde fines de la Edad Media, el sistema procesal inglés se caracteriza,
fundamentalmente, por el desarrollo de la institución de los jurados y por
la existencia de dos clases de tribunales: los de derecho común (Courts of
Common Law) y los de equidad (Court of Chancery). Son los propios
tribunales quienes dictan las normas del proceso, y ello determina que se
multipliquen las Rules u Orders que cada uno de los diversos tribunales
dicta con el propósito de extender su propia competencia en desmedro de
los otros. Tal situación persiste hasta el siglo XIX, durante el cual se dictan
varias leyes tendientes a suprimir la diferencia entre tribunales de derecho
y de equidad, otorgándose poderes en ambas materias a las dos clases
de tribunales tradicionalmente existentes. Importancia fundamental reviste
la Judicature Act de 1873, posteriormente modificada en 1925 y 1934.
También cabe citar las Appellate Jurisdiction Acts, de 1876 y 1878,

62 
 
las Country Courts Acts de 1888, 1903, 1919, 1924 y 1934, y
las Administration of Justice Acts de 1933 y 1938.
El tipo de proceso más corriente es el que tiene lugar ante el Banco de
la Reina (Queen's Bench), que constituye una de las tres secciones en que
se divide la Alta Corte de Justicia (High Court of Justice) y conoce en
primera instancia todas las causas cuya materia no se encuentre asignada
a otros tribunales. Sus componentes se trasladan periódicamente a los
condados a fin de intervenir en las vistas de las causas.
Ese proceso se divide en dos etapas: la primera, que es
fundamentalmente escrita, tiene lugar ante un Master, funcionario a
quien incumbe la dirección del procedimiento y que cumple actividades de
índole jurisdiccional; la segunda se desarrolla ante un juez, en forma
pública y oral, generalmente con intervención de jurados. Presentada la
demanda, en la que se requiere al tribunal que ordene la comparecencia
del demandado (writ of summons) y se especifica el objeto del litigio, se
procede a comunicarla al demandado (service), generalmente en forma
personal. La incomparecencia de éste otorga al actor el derecho de pedir
que se dicte en rebeldía una sentencia favorable (jugements by default).
Si el demandado comparece (appearance), debe contestar la demanda
refiriéndose a cada uno de los hechos expuestos en ella, aunque también
puede, no obstante reconocer los hechos, negar que el actor se halle
amparado por la regla de derecho que invoca y que se resuelva ello como
cuestión previa. Asimismo, puede solicitar que la causa no sea
sustanciada en razón de perseguirse con ella un propósito vejatorio.
Contestada la demanda, comienza el período de las alegaciones
(pleadings), que tiene por objeto fijar definitivamente los términos de la litis
y durante el cual tiene lugar un sucesivo intercambio de declaraciones
escritas entre las partes. Básicamente, a las alegaciones mediante las
cuales el actor formula su pretensión (statement of claim), contesta el
demandado negando u oponiendo excepciones (answer); prosigue la
réplica del actor (reply) y una nueva contestación del demandado (rejoin).
Agotado el intercambio de alegaciones, el actor cita al demandado a
una audiencia (summons of directions), en la cual el Master imparte las
correspondientes directivas para la prosecución del procedimiento. Tiene
entonces lugar el juicio propiamente dicho (trial), que se desarrolla ante el
juez, en una audiencia que comienza con la lectura de las conclusiones
establecidas en la etapa precedente y continúa con la exposición oral de
las respectivas alegaciones y la proposición y práctica de la prueba.
Importancia fundamental reviste la prueba de testigos (witness), que
comprende todas las declaraciones personales emitidas en el proceso,
sea por las partes, por terceros o por peritos y se halla sometida a la
técnica del libre examen por ambas partes (cross-examination). Concluida
la producción de la prueba, y previo el informe oral que emiten los
defensores de las partes, el trámite difiere según que el juez actúe solo o
con jurado: en el primer caso dicta sentencia de inmediato o en

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una audiencia siguiente; en el segundo caso, hace un resumen de los
hechos discutidos (summing up), luego el jurado se pronuncia sobre ellos
emitiendo el veredicto (veredict) y, finalmente, el juez dicta la sentencia
(judgement). El recurso más importante es el de apelación (appeal), del
que conoce la Corte de Apelaciones y que en
circunstancias excepcionales puede motivar la renovación del juicio (new
trial).
Acusan la influencia inglesa, naturalmente, las legislaciones de los
dominios y las colonias británicas (antiguas y actuales), como las de
Australia, Canadá, India, Irlanda, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
También la legislación procesal vigente en los Estados Unidos de
Norteamérica, con las lógicas desviaciones y alteraciones resultantes de
la autonomía legislativa reconocida a cada uno de los cuarenta y ocho
estados integrantes de ese país. Algunos de esos estados aún organizan
el proceso sobre la base de la arcaica distinción entre actions at law y suits
in equity. Otros, como California y Luisiana, tienen códigos procesales de
origen español e hispano-francés, respectivamente. A la tradición inglesa
responden, particularmente, los ordenamientos que regulan el
procedimiento a observar ante las cortes federales, como el Judicial
Code (modernizado en 1948) y las Federal Rules of Civil Procedure, del
29 de diciembre de 1948.

II. EVOLUCIÓN DE LA LEGISLACIÓN PROCESAL ARGENTINA(11)

17. Períodos que comprende


Generalmente se admite que la historia de la legislación procesal
argentina comprende tres períodos: el colonial o hispánico, el de
la independencia (denominado también del "derecho patrio") y el de la
codificación. Del análisis de cada uno de esos períodos nos ocuparemos
seguidamente.

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18. Período colonial
a) A partir del descubrimiento se aplica en América, a través de las
llamadas Leyes de Indias, la legislación procesal vigente en España. La
necesidad de ordenar el profuso material normativo acumulado durante la
época colonial determina que se promulgue, en el año 1680, la llamada
Recopilación de Indias, cuyo libro segundo establece el siguiente orden de
prelación en cuanto a las leyes a regir en América: 1º) cédulas, provisiones
u ordenanzas dadas y no revocadas para las Indias; 2º) leyes españolas
desde el Ordenamiento de Alcalá de 1348 hasta la Nueva Recopilación de
1567, debiendo ser resueltas las cuestiones no previstas por esas leyes
mediante aplicación del Fuero Real, los fueros municipales, el Fuero Juzgo
y las Leyes de Partida. Posteriormente, a fines del siglo XVIII, Carlos III da
una nueva recopilación de leyes de Indias, conocida con el nombre de "ley
del nuevo código", pero cuya aplicación en el Virreinato del Río de la Plata
es generalmente negada por los historiadores.
La administración de justicia se halla distribuida, durante la época
colonial, entre los siguientes órganos:
1º) La justicia de primera instancia es administrada, en lo civil y criminal,
por dos alcaldes ordinarios (de primero y segundo voto), que son
designados por el Cabildo y duran un año en el ejercicio de sus funciones.
Actúan auxiliados por un escribano como secretario, que es,
generalmente, el mismo del Cabildo. Son jueces legos, y en los últimos
tiempos aparecen firmando resoluciones junto con asesores
letrados, aunque continúan siendo aquéllos, en rigor, los verdaderos
titulares de la función judicial. Además de los ordinarios, existen los
alcaldes de Hermandad, que ejercen funciones de carácter policial en la
campaña.
2º) Los gobernadores, aparte de presidir los Cabildos y de ejercer
funciones de índole política y administrativa dentro de sus respectivas
provincias, tienen competencia para conocer, en grado de apelación, las
sentencias dictadas por los alcaldes ordinarios. Además, son jueces
de extranjeros transeúntes en todos los procesos que se susciten entre
ellos o que contra ellos se promuevan por personas del lugar. Actúan
asistidos por el teniente de gobernador, cargo para el cual se exige
posteriormente título de abogado. En los últimos tiempos de la Colonia la
mencionada competencia de apelación es transferida al gobernador-
intendente.
3º) Son superiores tribunales las Reales Audiencias, que conocen, en
tercera instancia, las apelaciones deducidas contra los fallos dictados por
los gobernadores o intendentes, u otros jueces en todo el territorio de su
jurisdicción. Aparte de esa competencia apelada, la tienen también
originaria en los denominados casos de Corte, los cuales se configuran
por la índole de ciertos delitos (muerte segura, mujer forzada, camino
quebrantado, alevosía, traición, etc.), por la calidad de las

65 
 
personas intervinientes en los procesos (pleitos contra corregidor o alcalde
ordinario) y por la miseria y dificultad de defenderse (procesos de menores,
viudas, iglesias y comunidades). Contra los fallos dictados por las Reales
Audiencias cabe el recurso de súplica, a fin de que ellas mismas los
enmienden o modifiquen; también los recursos extraordinarios
de segunda suplicación y de nulidad o injusticia notoria para ante el
Supremo Consejo de Indias. Incumbe, además, a las Reales Audiencias,
la superintendencia sobre tribunales y cárceles, y la facultad para conocer
en los llamados recursos de fuerza, cuyo objeto consiste en impedir que
en la jurisdicción eclesiástica se resuelva contra derecho. Aparte de tales
funciones judiciales, dichos organismos vigilan la conducta del virrey, se
hallan facultados para denunciar sus abusos, lo asesoran en cuestiones
graves e incluso están llamados a reemplazarlo en caso de muerte o de
enfermedad ("Audiencias gobernadoras").
La Real Audiencia de Buenos Aires es creada por Real Cédula de 2 de
noviembre de 1661, suprimida en 1671 y restablecida el 14 de abril de
1783. Se le acuerda competencia territorial en las provincias del Río de la
Plata, Paraguay, Tucumán y Cuyo, y está integrada, aparte de otros
funcionarios de menor jerarquía, por el virrey como presidente, un regente,
cuatro oidores (que son los verdaderos jueces de esos tribunales) y un
fiscal.
4º) Con el propósito de lograr "la más breve y fácil administración de
justicia en los pleitos mercantiles" y proveer "lo más conveniente al bien y
prosperidad del comercio", la Real Cédula del 30 de enero de 1794 erige
el Real Consulado de Buenos Aires. Lo integran un prior, dos cónsules,
nueve conciliarios, un síndico, un secretario, un contador y un tesorero, y
se divide en dos secciones: el tribunal del consulado, a quien se halla
confiada la administración de justicia en los pleitos suscitados entre
comerciantes y que funciona con el prior y dos cónsules, y la Junta del
Consulado, cuya función consiste en dictar medidas referentes a la
agricultura y el comercio y que se halla integrada por todo el personal del
Consulado. El art. 5º de la Cédula ereccional dispone que en los
juicios "...se ha de proceder siempre a estilo llano, verdad sabida y buena
fe guardada..." y el art. 16 encarece desechar las formalidades jurídicas
("todo lo que huela a sutilezas y formalidades de derecho"). El proceso es
oral, sin intervención de abogados, y se sustancia en audiencia pública.
En los pleitos de más de mil pesos las sentencias del Tribunal del
Consulado son apelables para ante la llamada Alzada de Comercio,
tribunal compuesto por el oidor decano de la Real Audiencia y dos colegas
(comerciantes), elegidos por aquél de entre los propuestos por los
litigantes. En algunos casos, contra el fallo de la Alzada cabe el recurso de
nulidad o de injusticia notoria para ante el Consejo de Indias.
5º) El Consejo Supremo de Indias, creado en el año 1524 como un
desprendimiento del Consejo de Castilla, es un organismo residente en
España cuyas funciones comprenden todo lo concerniente al gobierno de

66 
 
las colonias americanas en los aspectos político, administrativo y judicial.
Como tribunal de justicia, el Consejo tiene competencia privativa en los
juicios de residencia y en las visitas, y competencia apelada en los asuntos
provenientes de las Reales Audiencias cuyo monto exceda de seis mil
pesos, así como en las causas criminales graves. Conoce, asimismo,
en instancia extraordinaria, en los recursos de segunda suplicación y de
nulidad e injusticia notoria, deducidos contra los fallos pronunciados en
revista por las Audiencias.

19. Período de la independencia


Entre los principales ordenamientos procesales dictados durante el
período que suele denominarse del "derecho patrio" (que comienza con la
Revolución de Mayo y termina en la época de la codificación), merecen
destacarse los reglamentos de 1812, 1813, 1815 y 1817, y diversas leyes
dictadas con posterioridad en el ámbito provincial.
El Reglamento para la Administración de Justicia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, dictado el 23 de enero de 1812, asigna a los
alcaldes de hermandad competencia para conocer en las demandas
civiles cuyo monto no exceda de cincuenta pesos y prevé un recurso de
apelación, contra las sentencias de dichos funcionarios, para ante
cualquiera de los alcaldes ordinarios de la ciudad o villa de que depende
el respectivo partido. En los juicios civiles mayores de cincuenta pesos y
en las causas criminales, la competencia corresponde a los alcaldes
ordinarios, debiendo el procedimiento ser verbal y actuado, o escrito,
según que, respectivamente, el monto discutido sea inferior o superior a
los doscientos pesos. Contra las sentencias de los alcaldes ordinarios
cabe un recurso de apelación el cual conoce el Ayuntamiento del pueblo
si el valor del pleito no excede de doscientos pesos y el Ayuntamiento de
la respectiva ciudad capital si el valor del pleito es mayor de doscientos
pesos y hasta quinientos pesos. En tales supuestos, el asunto es juzgado
por tres miembros del Cabildo en el término de ocho días, prorrogable
únicamente hasta quince. Si la sentencia es revocada, cabe aún una
nueva apelación para ante la Alzada de provincia, que se integra con el
gobernador o intendente de la provincia y dos personas elegidas por aquél
de entre una nómina presentada por cada una de las partes y cuya
sentencia, confirmatoria o no, causa ejecutoria. Si el valor del
pleito excede de doscientos pesos en los pueblos de campaña y de
quinientos en las ciudades capitales, las apelaciones se deducen
directamente para ante la Alzada de provincia. Si la sentencia de este
tribunal es revocatoria, procede todavía un recurso para ante la Cámara
de Apelaciones de Buenos Aires. Si la sentencia es confirmatoria, el
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recurso sólo cabe en los pleitos cuyo valor excede de mil pesos. Pero las
más importantes reformas introducidas por el Reglamento de 1812
consisten en: 1º) La supresión de la Real Audiencia de Buenos Aires y su
reemplazo por una Cámara de Apelaciones compuesta de cinco jueces
(tres de los cuales deben ser letrados y los dos restantes "vecinos sin esa
calidad") y un fiscal al que se atribuye competencia "en las instancias de
apelación, segunda suplicación, recursos ordinarios,
recursos extraordinarios por injusticia o nulidad notoria, de fuerza,
eclesiásticos y demás que por las leyes han podido conocer las
Audiencias...". 2º) La creación del Tribunal de Concordia, cuya función
consiste en procurar el avenimiento de los litigantes y en dictar, ante el
fracaso de esa gestión, "formal sentencia sobre si resulta o no mérito a un
litigio de buena fe por duda mayor o menor de hecho o de derecho". Ningún
tribunal puede admitir una demanda sin que dicho organismo acuerde el
"pase" correspondiente.
En su sesión del 21 de mayo, la Asamblea General Constituyente de
1813 decreta la extinción de la Real Audiencia de Charcas y la reemplaza
por una Cámara de Apelaciones con jurisdicción en todo el territorio que
comprendía aquel tribunal. Dicha Asamblea aprueba, el 1 de septiembre
del mismo año, un "Reglamento para la Administración de Justicia", que
mantiene, sustancialmente, la organización estructurada por el
Reglamento de 1812, y entre cuyas innovaciones más importantes cabe
mencionar la uniformación de los procedimientos a seguir en las Cámaras
de Apelaciones de Buenos Aires y de Charcas; la imposición del patrocinio
letrado "a excepción de aquellas peticiones de poca importancia que
pueden firmar las partes o sus procuradores"; la exigencia de poseer título
de abogado todos los jueces de la Cámara de Apelaciones y la
consagración de su inamovilidad mientras dure su buena conducta; la
admisión de la prueba pericial en las cuestiones complicadas; el deber de
los jueces de condenar irremisiblemente al litigante temerario en todas las
costas causadas al vencedor en juicio; y la institución de un Supremo
Poder Judicial para conocer en los recursos de segunda aplicación y de
nulidad o injusticia notoria, disponiéndose que hasta tanto se establezca
ese Poder Supremo deben conocer en tales recursos las Cámaras de
Apelaciones de Buenos Aires y de Charcas.
En la sección dedicada al Poder Judicial, el Estatuto provisional de 1815
establece el principio de la independencia de dicho poder ("No tendrá
dependencia alguna del Poder Ejecutivo y en sus principios y forma estará
sujeto a las leyes de su instituto"), suprime el Tribunal de Concordia,
determina la forma de designación de los jueces letrados (introduciendo la
novedad de la terna), así como los requisitos para desempeñar el cargo, y
encomienda la decisión de los recursos extraordinarios de segunda
suplicación y de nulidad o injusticia notoria a juntas especiales,
compuestas de cinco letrados designados por el director supremo y que
cesan en sus funciones una vez dictado el respectivo pronunciamiento.

68 
 
El Reglamento provisorio de 1817 mantiene la organización judicial
hasta entonces vigente, pero admite la suspensión de los magistrados por
el director, cuando medie justa causa, con cargo de dar cuenta al
Congreso, modifica parcialmente el sistema de designación de los jueces
y faculta a trasladarlos de una a otra Cámara. Asimismo, los
gobernadores-intendentes y tenientes-gobernadores quedan excluidos del
ejercicio de la jurisdicción ordinaria civil y criminal, disponiéndose que, en
su lugar, "será nombrado por el director del Estado, en cada capital de
provincia, a propuesta en terna de la Cámara de Apelación, un letrado que
ejerza las funciones de juez de Alzada en toda ella".
Entre los ordenamientos posteriores merecen señalarse, en la provincia
de Buenos Aires, la ley del 24 de diciembre de 1821, que suprime los
cargos de alcalde y crea los Juzgados de Primera Instancia y los Juzgados
de Paz; el decreto del 5 de marzo de 1830, mediante el cual se completa
la organización de la Cámara de Apelación, que recibe el nombre de
Cámara de Justicia y que, posteriormente, la Constitución de la provincia
de Buenos Aires de 1854 convierte en Superior Tribunal de Justicia;
el decreto del 20 de octubre de 1829, que modifica los recursos de
segunda suplicación; el decreto del 5 de junio de 1835, que reglamenta el
procedimiento de las testamentarías ante la justicia de paz; el decreto del
16 de septiembre de 1853, sobre sustanciación de los juicios civiles; la ley
del 23 de septiembre de 1854, que suprime los dobles traslados; la ley del
30 de septiembre de 1857, que divide al Superior Tribunal de Justicia en
una sala civil y otra criminal, debiendo conocer ambas, alternativamente,
en las causas comerciales; la ley del 2 de noviembre de 1860, sobre juicios
ejecutivos y tercerías (que se inspira en la Ley de Enjuiciamiento Civil
española de 1855); la ley del 29 de octubre de 1862, que suprime el
Tribunal del Consulado y crea los Juzgados de Comercio; la ley del 5 de
octubre de 1870, sobre comparecencia en juicio, fijación de domicilio y
pacto de cuota litis; etcétera.
También con posterioridad al año 1820 la mayor parte de las restantes
provincias dicta sucesivos ordenamientos que generalmente se
denominan "Reglamentos de Administración de Justicia" y tratan tanto de
la organización de los respectivos poderes judiciales cuanto de los
procedimientos a observarse en juicios civiles y criminales.

20. Estructura del proceso durante los períodos precedentes


Durante las épocas precedentemente analizadas, el proceso se halla
estructurado, a grandes rasgos, de la siguiente manera: la demanda se
propone por escrito que contiene el nombre del actor y del demandado, la

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relación de los hechos en que se funda, la cosa que se pide y la conclusión,
en la cual se concreta la pretensión deducida. Se agregan a ella los
documentos en que se funda el derecho del actor. Admitida la demanda,
el juez dispone dar traslado de ella al demandado para que la conteste en
el plazo de nueve días o en el plazo que corresponda según la distancia.
Al comparecer, el demandado puede contestar derechamente la demanda
u oponer excepciones dilatorias que se resuelven como artículos de previo
y especial pronunciamiento. Las excepciones perentorias pueden
oponerse dentro de veinte días contados desde la notificación del traslado
de la demanda. Del escrito de contestación a la demanda se ordena dar
traslado al actor para que, dentro del término de seis días, presente el
escrito de réplica. De la réplica del actor se manda igualmente dar traslado
al demandado, quien debe responder con el escrito de dúplica en el mismo
término. Si del examen de los cuatro escritos mencionados resulta
probada la verdad por confesión de parte, o si la cuestión es de puro
derecho, el juez sentencia definitivamente la causa. Habiendo hechos
controvertidos, se manda recibir la causa a prueba por el término que se
juzgue conveniente y cuyo máximo es de ochenta días, sin perjuicio del
término ultramarino que las partes pueden solicitar. Se admiten seis clases
de prueba: confesión (puede diligenciarse antes del término probatorio,
dentro de él y después), testigos (rige el principio de que el testimonio de
dos testigos contestes y mayores de toda excepción hace plena prueba y
el de uno solo, semiplena), instrumental, juramento decisorio, vista de ojos
y evidencia del hecho (inspección judicial) y presunciones. Concluido el
término de prueba, se procede, a pedido de parte, a la publicación y
agregación de las pruebas producidas, y se ordena la entrega de los autos
a los litigantes, por su orden, a fin de que presenten los alegatos. En esta
etapa del proceso, sin embargo, pueden ocurrir dos variantes: 1º) El
pedido de restitución del término probatorio que pueden formular
determinados litigantes (menores de 25 años, el Fisco, las Iglesias, etc.),
dentro del término de quince días contados desde la publicación de las
pruebas, y que conduce, en el caso de ser admisible, al otorgamiento de
un término equivalente a la mitad del ordinario. 2º) La sustanciación
del incidente de tachas formuladas a la persona o a los dichos de los
testigos, que tiene lugar mediante un traslado a la parte contraria y un
recibimiento a prueba por un término que no puede exceder de la mitad
del ordinario. Presentados los alegatos, queda la causa en estado de
sentencia y, citados los litigantes para oírla, el juez debe dictarla en el
plazo de veinte días. Recursos admisibles son, según los casos, el de
apelación, el de nulidad, la restitución in integrum, el de súplica, el de
segunda suplicación, el de injusticia notoria y los de fuerza.
El proceso ejecutivo se mantiene fiel, en su estructura, a los
lineamientos del processus executivus del derecho común. Traen
aparejada ejecución la sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada,
los rescriptos u órdenes del Poder Ejecutivo del Estado, expedidos con
arreglo a la Constitución y a las leyes del país, los instrumentos o

70 
 
escrituras públicas, las cuentas aprobadas en juicio, la confesión judicial,
el juramento decisorio y los vales o documentos simples reconocidos.
Presentada la demanda ejecutiva, y previo examen sobre el mérito del
título acompañado, el juez dicta el decreto de solvendo y ordena al deudor
que dentro del tercer día dé y pague la cantidad reclamada, bajo
apercibimiento de ejecución. Si transcurrido ese término el deudor no
paga, se libra, a pedido del ejecutante, el mandamiento de ejecución y
embargo que se entrega a aquél para que lo haga cumplir con el oficial de
justicia. Practicado el embargo, y dados los pregones para la venta de los
bienes embargados, se cita al deudor para que, dentro del tercer día,
formule oposición a la ejecución. Se admiten, al efecto, las excepciones
de pago, remisión, quita, espera, falsedad, usura, temor y fuerza, sin
perjuicio de otras admitidas por la práctica, y existe un término ordinario
de diez días para la prueba de las excepciones. Si transcurre el término de
la citación sin que el deudor oponga excepciones, o si éstas se rechazan,
se manda continuar la ejecución y hacerse el remate de los bienes hasta
el efectivo pago de la deuda y costas del juicio; si, en cambio, se hace
lugar a las excepciones, se declara no haber lugar a la ejecución y se
ordena el levantamiento del embargo. La sentencia de remate, cualquiera
que sea su contenido, y aunque sea confirmada en todas las instancias,
no produce efectos de cosa juzgada en sentido sustancial, pues siempre
tienen las partes la posibilidad del juicio ordinario posterior, en el que cabe
debatir con amplitud cualquier clase de defensas.

21. Período de la codificación


a) La época de la codificación comienza con la ley 50, reglamentaria de
los procedimientos ante la justicia federal, que es proyectada en el año
1863 por los entonces integrantes de la Corte Suprema, sancionada el 25
de agosto del mismo año y promulgada por decreto del 14 de septiembre
siguiente. Sus autores toman como modelo, principalmente, a la Ley de
Procedimientos para el Cantón de Ginebra de 1819 y a las Leyes
españolas de Enjuiciamiento en Negocios de Comercio, de 1830, y de
Enjuiciamiento Civil, de 1855(12).
b) Por lo que concierne a la Capital Federal, la etapa de la codificación
se inicia con la promulgación del llamado "Código de Procedimiento en
Materia Civil y Comercial". Su elaboración tiene origen en el proyecto que,
por encargo del Dr. Valentín Alsina, presenta el Dr. José Domínguez en el
año 1868 al Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires, junto con
otro proyecto sobre organización judicial. Luego de ser examinado por dos
comisiones que le introducen algunas enmiendas, aquel proyecto es

71 
 
aprobado por la Cámara de Diputados el 16 de marzo de 1873, no
alcanzando sin embargo a ser sancionado por el Senado.
Posteriormente, en cumplimiento de una de las cláusulas contenidas en
la Constitución de la provincia de Buenos Aires dictada en el año 1873, la
Suprema Corte local redacta, sobre la base del presentado por el Dr.
Domínguez, un proyecto de código que obtiene sanción el 22 de octubre
de 1878.
Al mismo tiempo, sin embargo, se designa una comisión integrada por
los doctores Antonio Bermejo, Ceferino Araujo, Ángel Blanco, E. Casares,
José Bustillo y Luis Correa Larguía, a fin de que propongan las enmiendas
que fuesen convenientes introducir en dicho código. En cumplimiento de
su cometido, la comisión presenta un proyecto que es convertido en ley el
18 de agosto de 1880 y cuyas innovaciones más trascendentes, con
respecto al código de 1878, consisten en la admisión de la prórroga de la
competencia territorial, en la limitación de la responsabilidad de los
procuradores por las costas del juicio, en la introducción del sistema de la
notificación automática por nota en los autos, en la disminución del
número de informes in voce, en la reglamentación de los juicios de
desalojo, declaratoria de pobreza, alimentos y litis expensas, en la
supresión del auto de solvendo en el juicio ejecutivo, etcétera. Cabe
señalar que si bien el Código de 1880 es dictado para regir en la provincia
de Buenos Aires, se lo declara con posterioridad aplicable a la Capital de
la República por la ley 1144, en cuya virtud continúan rigiendo las leyes
vigentes en la provincia hasta tanto se dicten las leyes de procedimiento
para dicho distrito, federalizado por la ley 1029 del 21 de septiembre de
1880.
El Código de la Capital es luego objeto de diversas reformas, entre las
cuales merecen destacarse, por su importancia, las introducidas por
las leyes 4128, 14.237 y decreto-ley 23.398/1956(13).
La ley 4128, del 3 de octubre de 1902, es sancionada con el propósito
de obviar los más serios inconvenientes que la experiencia había puesto
de relieve a través de más de veinte años en la aplicación del Código.
Entre las principales innovaciones que esta ley introduce cabe mencionar
las siguientes: la carga de alegar en forma de artículo previo
las excepciones dilatorias de incompetencia en los casos en que es
posible la prórroga de jurisdicción (competencia territorial) y la de defecto
legal en el modo de proponer la demanda (art. 7º), el efecto devolutivo de
la apelación deducida contra el auto que concede el término extraordinario
de prueba (art. 10), la carga de ofrecer la prueba de testigos dentro de la
primera mitad del término ordinario (art. 11), la no suspensión de los
trámites del juicio mientras el Tribunal de Alzada no conceda la apelación,
en el supuesto de recurrirse directamente a aquél por apelación denegada
(art. 13) y mientras se sustancia el incidente de recusación con causa
(arts. 15 y 16).

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La ley 14.237, del 24 de septiembre de 1953, comienza a regir el 1 de
febrero de 1954, y tiene su origen en un proyecto del Poder Ejecutivo
nacional redactado por los doctores Juan Enrique Coronas, Hugo Oderigo
y Fernando Horacio Payá, quienes utilizan principalmente como fuentes
de trabajo el Proyecto elaborado en 1935 por el Instituto de Altos Estudios
de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La
Plata, bajo la dirección del Dr. David Lascano, los numerosos proyectos
de reforma enviados al Congreso Nacional desde el año 1882, el Proyecto
del Poder Ejecutivo nacional de 1949 (redactado por el Dr. J. Ramiro
Podetti), los códigos provinciales vigentes en algunas provincias (Jujuy, La
Rioja, Mendoza, etc.), y los trabajos y los proyectos preparados por el
Instituto de Derecho Procesal del Ministerio de Justicia durante la
actuación de los doctores J. Ramiro Podetti, José Sartorio y Ricardo
Reimundín.
Esta ley representa una reforma parcial del Código de
Procedimiento, aunque de mayor amplitud y trascendencia que la llevada
a cabo por la ley 4128. Las directivas que la orientan pueden sintetizarse,
fundamentalmente, en las siguientes: 1º) concesión de mayores facultades
y poderes a los jueces en la conducción e instrucción del proceso; 2º)
agilización de los trámites procesales; 3º) incorporación de reglas
e instituciones procesales no previstas por el Código pero consagradas
por la jurisprudencia y la doctrina.
Constituyen manifestaciones de la primera de las mencionadas
directivas los poderes acordados a los jueces y tribunales en el sentido de
"disponer las medidas necesarias para esclarecer la verdad de los hechos
controvertidos, mantener la igualdad de los litigantes, o prevenir y
sancionar todo acto contrario al deber de lealtad, probidad y buena fe, así
como aquellas tendientes a la más rápida y económica tramitación del
proceso" (art. 21); la fijación judicial, previa convocatoria de las partes a
una audiencia, de los hechos articulados en el proceso sobre los cuales
versaría la prueba (art. 23); la abolición del juramento estimatorio a que se
refería el art. 220 del Código Procesal y su reemplazo por la determinación
judicial del importe del crédito o de los perjuicios reclamados (art. 37); la
posibilidad de disponer, de oficio, la acumulación de autos (art. 17) o la
declaración de nulidad cuando ésta fuese originada por omisión de actos
esenciales del proceso que afecten el derecho de defensa (art. 50),
etcétera.
La segunda de las citadas directivas se traduce en el
carácter perentorio asignado a los términos procesales (art. 2º); la
reducción del término para contestar vistas y traslados (art. 3º); la
limitación de las notificaciones en el domicilio (art. 9º); la admisión, en
ciertos casos, de la notificación mediante telegrama colacionado (arts. 10
y 11); la carga de presentar toda la prueba documental con la demanda, la
reconvención y la contestación de ambas en toda clase de juicios, o con el
escrito oponiendo excepciones en el Ejecutivo (art. 12); la carga de oponer

73 
 
todas las excepciones dilatorias como de previo y especial
pronunciamiento y en un solo escrito (art. 14); la suficiencia de la firma de
los secretarios en algunas providencias de mero trámite (art. 20); la
supresión de la segunda citación contemplada por los arts. 142 y 146 del
Código (arts. 28 y 29, respectivamente); la sustanciación de los incidentes
por separado (art. 47); la reducción de excepciones admisibles en el juicio
ejecutivo (art. 59); etcétera.
Finalmente, constituyen una concreción de la tercera directiva la
determinación de la competencia en las pretensiones personales
derivadas de delitos o cuasidelitos (art. 4º); la consagración del principio
según el cual la prueba debe apreciarse según las reglas de la sana crítica
(art. 36); la supresión de la sustanciación para decidir la revocación de
los autos dictados de oficio (art. 38); la absorción del recurso de nulidad
por el de apelación (art. 39), etcétera, y la reglamentación de la unificación
de la personería (art. 13), de la acumulación de autos (arts. 17 a 19), de
las nulidades (arts. 49 a 51), del desistimiento (arts. 53 a 55), de la
transacción (art. 56), de las pruebas de informes (art. 33) y de
presunciones (art. 34), y de los procesos especiales de declaración
de incapacidad por insania (arts. 69 a 84) y de depósito de personas (arts.
85 a 91).
El decreto-ley 23.398, del 31 de diciembre de 1956, se dicta sobre la
base de un proyecto redactado por una comisión integrada por los
doctores Enrique Díaz de Guijarro (presidente); Guillermo Michelson
(secretario); Roberto Chute, Julio Dassen, Horacio Heredia y Rodolfo
Migliore. Este ordenamiento persigue dos propósitos fundamentales: 1º)
solucionar los problemas procesales conceptuados como de mayor
urgencia, permitiendo como se lee en el primer considerando del decreto-
ley "la adecuada aceleración de los procesos, sin mengua del derecho de
defensa y con positivo beneficio para la más rápida y eficaz administración
de justicia"; 2º) derogar todas aquellas normas de la ley 14.237 que no se
consideraron compatibles con las modalidades tradicionales de la justicia
de la Capital.
Entre las normas vinculadas al primero de los mencionados propósitos
merecen señalarse la que admite la presentación de una copia del poder,
firmada por el letrado patrocinante y con declaración jurada de éste sobre
su fidelidad, en lugar del testimonio original (art. 1º); la que autoriza la firma
de las cédulas de notificación por los abogados patrocinantes y agiliza el
diligenciamiento de aquéllas (art. 4º); la que ordena la fijación simultánea
de las audiencias en ambos cuadernos de prueba y la concentración de
aquéllas en la misma fecha o en días sucesivos (art. 8º); la que difiere la
consideración de los recursos deducidos contra las resoluciones sobre
producción, denegación y sustanciación de pruebas hasta después de
recibidas todas las restantes (art. 9º); la que suprime el recurso de
apelación contra el auto que declara la inadmisibilidad de las excepciones
opuestas en el juicio ejecutivo (art. 16), etcétera.

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A satisfacer el segundo de los referidos propósitos obedece la
derogación del apartado 2º del art. 21 de la ley 14.237, que autorizaba a
los jueces a hacer uso de la fuerza pública en el supuesto
de incomparecencia de las partes a las audiencias fijadas para lograr el
avenimiento de sus diferencias; la del art. 23, que disponía que, en el auto
de apertura de la causa a prueba en los juicios ordinarios, el juez
convocaría a las partes a una audiencia a celebrarse dentro de los diez
días siguientes, a fin de que estableciesen los hechos articulados sobre
los cuales versaría la prueba de acuerdo con la demanda, la reconvención
o la contestación de ambas en su caso y que fuesen conducentes a la
decisión del juicio; la de los arts. 41, 42, 43 y 44, que imponían la
presentación de la expresión de agravios y del memorial en
primera instancia, etcétera.
El Código de Procedimiento de la Capital, con sus reformas, es
finalmente derogado por la ley 17.454 (CPCCN), la que se encuentra
actualmente en vigencia con muy escasas enmiendas respecto de su
versión original(14).
c) Como se señaló anteriormente, el primer Código Procesal que tiene
la provincia de Buenos Aires es el sancionado en el año 1878, al que sigue
el de 1880.
Este último es sustituido por el sancionado el 21 de diciembre de 1905
(ley 2958), que entra en vigor el 1 de febrero de 1906 y se basa en el
proyecto redactado por una comisión designada mediante el decreto del
Poder Ejecutivo provincial del 18 de abril de 1905, de la que forman parte
los doctores Teodoro Varela, Rómulo Etcheverry y Ricardo Guido Lavalle,
actuando como secretario el escribano Pedro Bernatet. El nuevo
ordenamiento mantiene la estructura del Código anterior, al que hace
objeto de algunas modificaciones y agregados. Entre las modificaciones
cabe mencionar, entre otras, la declaración de improrrogabilidad de los
términos procesales; la simplificación del diligenciamiento de las
notificaciones en el domicilio; la carga de oponer todas las excepciones
dilatorias como artículo previo; la supresión de la excepción de defecto
legal; la forma de designación de los peritos; la supresión del recurso de
nulidad por defectos de forma de la sentencia; la supresión de los juicios
de jactancia y de interdicto de adquirir; la posibilidad de prescindir de los
trámites del juicio de tercería en el supuesto de acreditarse, in continenti,
la posesión actual de los bienes embargados; la ordenación de los trámites
de los diversos juicios sucesorios; la audiencia única de verificación y
graduación de créditos en el concurso civil, etcétera. Entre los agregados
deben señalarse la regulación de la indivisibilidad y la divisibilidad de la
confesión, del juramento decisorio, de la prueba de presunciones, de los
modos anormales de terminación de los procesos (desistimiento,
transacción y caducidad de la instancia), del juicio de insania y de diversos
procesos de jurisdicción voluntaria (nombramiento de tutores y
curadores, autorizaciones y venias supletorias, protocolizaciones, etc.).

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Dicho Código sufre posteriormente diversas modificaciones(15). Entre
ellas mencionaremos las introducidas por las leyes 3080, del 11 de
diciembre de 1907, que modifica los arts. 927 y 937 sobre honorarios de
los defensores de ausentes y monto de las comisiones de los martilleros,
respectivamente; 3545, del 26 de enero de 1914, que suprime las costas
de secretaría y establece en sustitución el impuesto de justicia; 3734, del
14 de octubre de 1922, que modifica los arts. 473, 475 y 476, y establece
reglas para el levantamiento de embargos e inhibiciones; 3735, de la
misma fecha, sobre publicaciones judiciales en los diarios; 3768, del 21 de
septiembre de 1923, que modifica el art. 476 sobre extinción y
reinscripción de embargos e inhibiciones; 3823, del 24 de octubre de 1924,
que sustituye el art. 297, autorizando a las partes a presentar memoria
sobre la resolución recaída en el caso de apelaciones concedidas en
relación; 3828, del 5 de noviembre de 1924, que modifica los incs. 8º y 12
del art. 397, sobre causales de recusación; 4176, del 31 de octubre de
1933, que modifica los arts. 518, 522, 531, 680 y 938, relativos,
respectivamente, a la designación de martillero en el caso de embargo de
muebles o alhajas, al auto disponiendo la venta de inmuebles en el juicio
ejecutivo, a los trámites inmediatamente posteriores a la venta de bienes
muebles e inmuebles en la misma clase de juicios, a la enajenación de
bienes en los juicios sucesorios, y al pago y depósito de la comisión
correspondiente a los martilleros; 4283, del 24 de agosto de 1934, que
modifica el art. 824, referente a la forma de discernir la designación de
tutor o curador; 4637, del 26 de diciembre de 1937, que modifica los arts.
772, 775, 777, 779, 781 y 783, relativos a los juicios de mensura, deslinde
y amojonamiento, y de posesión treintenaria; 5037, del 12 de septiembre
de 1946, que modifica el art. 631, disponiendo la forma de hacerse
efectivas las sumas depositadas en concepto de cuotas alimentarias;
5284, del 5 de octubre de 1948, que modifica los arts. 13, 135, 207 y 955,
sobre firma de jueces y secretarios en general, firma de oficios, recepción
de las declaraciones testimoniales por el secretario y extracciones de
fondos, respectivamente; 5728, del 20 de agosto de 1953, que modifica el
art. 50, sobre días hábiles; los decretos-leyes 4033, del 21 de marzo de
1956, sobre reducción del término de publicación de edictos a que se
refieren los arts. 94, 442, 518, 523, 642, 644, 701, 720, inc. 8º, 759, 762 y
807; y 23.946, del 18 de diciembre de 1957, que modifica los arts. 604,
605 y 612, referentes al juicio de desalojo; las leyes 7032, del 5 de agosto
de 1965, que agrega un tercer apartado al art. 27, disponiendo que los
Juzgados de Paz y alcaldías de aquellos partidos, donde no funcionen
oficinas de mandamientos y notificaciones, diligenciarán directamente,
además de los oficios, los mandamientos y las cédulas que les envíen los
jueces y secretarios de primera instancia; y 7036, de la misma fecha, que
modifica los arts. 3º, 13, 16, 58, 59, 60, 63, 94, 241, 254, 398, 499, 512,
524, 526, 544, 663, 685, 780, 781, 782, 783 y 807. Mención especial
requiere, finalmente, la ley 5177, del 6 de noviembre de 1947, que,
además de reglamentar todos los aspectos inherentes a las profesiones

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de abogado y procurador, deroga íntegramente el Cap. 3 del Tít. I del
Código referente a la defensa y representación en juicio y al domicilio
procesal.
El Código de la Provincia de Buenos Aires es finalmente derogado, con
la mayoría de sus modificaciones, por la ley 7425, del 19 de septiembre de
1968 ("Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Buenos
Aires"), la cual se adapta a la estructura del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, con las variantes derivadas de la reglamentación
de instituciones que tienen rango constitucional en la provincia.
d)(16)Iniciado, con la promulgación de la Constitución de 1853, el período
de la organización nacional, las restantes provincias argentinas comienzan
por sustituir sus "Reglamentos de Administración de Justicia" por "Leyes
de Enjuiciamiento Civil", y posteriormente a éstas por "Códigos de
Procedimientos en lo Civil y Comercial". En sus primitivas versiones, la
mayoría de esos ordenamientos responde, en su estructura y en los
principios que los informan, a la Ley de enjuiciamiento civil española de
1855, con las variantes emergentes de la ley 50 de procedimiento federal,
del proyecto elaborado por el Dr. Domínguez para la provincia de Buenos
Aires en el año 1868 y del Código de Procedimiento de la Capital Federal.
En orden cronológico, es la provincia de Jujuy(17)la primera en sancionar
un código de procedimientos civiles en sentido estricto, pese al nombre de
"Ley de enjuiciamiento civil" que se le asigna. Es presentado a la
Legislatura provincial por el diputado Juan Sánchez de Bustamante, quien
basa fundamentalmente su redacción y estructura en el proyecto
Domínguez, y obtiene promulgación el 26 de marzo de 1872. Tras las
reformas de que es objeto en 1894 y 1906, se lo sustituye finalmente por
la ley 1967, promulgada el 18 de marzo de 1949, que pone en vigencia el
proyecto de "Código Procesal Civil" redactado por el Dr. Guillermo Snopek
y que aún se encuentra en vigor, con las modificaciones que le introdujo
la ley 3426, del 26 de julio de 1977, constituyendo el primer ordenamiento
procesal argentino que introduce verdaderas innovaciones respecto de la
legislación tradicional en tanto recepta, entre otros, los principios de
dirección del proceso confiada al órgano judicial, a quien incumbe como
regla el impulso de aquél y se otorgan amplias potestades en
materia instructoria, así como los de probidad, economía e inmediación.
También el año 1872 marca el comienzo de la etapa de la codificación
procesal en la provincia de Santa Fe(18), donde se convierte en ley y se
promulga el 3 de diciembre de aquel año el proyecto de Código de
Procedimientos redactado por una comisión integrada por los Dres.
Severo Basavilbaso, Tomás Puig y Pedro Funes. Al referido ordenamiento
le sigue el Código de Procedimientos en lo Civil y Mercantil, redactado por
el Dr. Isaías Gil, que se promulga mediante decreto del 13 de septiembre
de 1887, al cual se introducen reformas por ley del 15 de diciembre de
1890 y ulteriores modificaciones a través de leyes dictadas en los años
1906, 1907, 1918, 1920, etcétera. Posteriormente se encomienda a los
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Dres. Cabal y Atienza la redacción de un nuevo Código de Procedimientos
en lo Civil y Comercial que es sancionado por la ley 2924, de julio de 1940,
y que si bien se halla situado en la línea de la Ley de Enjuiciamiento de
1855, aporta innovaciones de importancia representadas, particularmente,
por la ampliación de las facultades de los jueces, la fijación del principio de
perentoriedad de la mayoría de los plazos y la atenuación de los
mayores inconvenientes derivados del sistema escrito. Finalmente, el
mencionado código es sustituido por la ley 5531, promulgada el 11 de
diciembre de 1961, mediante la cual se pone en vigencia, a partir del 1 de
febrero de 1962, el "Código Procesal Civil y Comercial" que aún continúa
rigiendo en la provincia y que exhibe, entre sus principales características,
la de instituir el sistema oral con respecto al trámite de los procesos de
divorcio, filiación, alimentos, responsabilidad por hechos ilícitos,
pretensiones posesorias y de despojo.
El primer Código de Procedimientos en Materia Civil y Comercial con
que cuenta la provincia de Tucumán(19)es sancionado por ley 372, de
1873, al que luego suceden los Códigos de 1889 y 1922. Luego comienza
a regir el Código Procesal Civil y Comercial puesto en vigencia por la ley
3621, del 19 de diciembre de 1969, cuyos lineamientos responden a los
establecidos por el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y por
otros códigos provinciales modernos, como los de Jujuy, Santa Fe y
Mendoza, hasta que es sustituido por la ley 6167, que entra en vigencia el
5 de agosto de 1991.
El 8 de abril de 1876 se sanciona, en la provincia de Salta(20), una "Ley
de Enjuiciamiento Civil y Comercial", que no obstante su denominación
constituye un verdadero código integrado por 740 artículos. Es luego
sustituida por el "Código de Procedimientos en Materia Civil y Comercial"
proyectado por el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia y
sancionado por ley del 22 de octubre de 1892, siendo sus
principales innovaciones, respecto de la legislación anterior, la
reglamentación de la queja y el recurso sobre constitucionalidad, del juicio
de jactancia, de la ejecución de sentencia dictada en el extranjero y de los
juicios de desalojo y de concurso civil, así como la supresión del recurso
de nulidad e injusticia notoria, los recursos de fuerza, la prisión por deudas,
el interdicto de obra vieja y el procedimiento en las quiebras. Luego, por ley
del 2 de septiembre de 1905 entra a regir un nuevo código proyectado por
el ministro de Gobierno de la provincia, Dr. Luis Linares, quien toma como
modelo el Código de Procedimiento de la Capital Federal, y es finalmente
sustituido por ley 5233, del 30 de enero de 1978(parcialmente modificado
por ley 6568), que se halla aún vigente.
También en el año 1876 comienza el período de la codificación en la
provincia de Santiago del Estero(21), cuyo gobernador encomienda al Dr.
Pedro Rueda la redacción de "códigos de procedimientos en lo civil,
criminal y comercial", los que son sancionados, en un cuerpo legal único
compuesto de tres libros, por ley del 2 de mayo del mencionado año. Dicho

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código es sustituido por el que redactan los Dres. Pedro Olaechea y
Alcorta, Remigio Carol y Dámaso Jiménez Beltrán, que recibe sanción
por ley del 21 de marzo de 1893. Sigue a este ordenamiento el Código de
Procedimiento Civil redactado por el Dr. Manuel Argañaraz que se
sanciona por ley del 18 de septiembre de 1900. Posteriormente obtiene
sanción, con fecha 30 de octubre de 1941, la ley 1733, mediante la cual
se aprueba el Código de Procedimiento Civil redactado por una comisión
que integran los Dres. Rodolfo Arnedo, Santiago Dardo Herrera y Emilio
Christensen, quienes adoptan las directivas y la técnica del Código de
Santa Fe de 1940. Por último, dicho código es sustituido por el "Código
Procesal Civil y Comercial" sancionado por ley 3534, del 14 de noviembre
de 1969, que se encuentra vigente en la provincia y se ha adaptado,
fundamentalmente, al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación.
En la provincia de Corrientes(22)se sanciona primero un "Código de
Procedimientos en lo Civil y Comercial" en el año 1890 que, con
modificaciones introducidas por leyes posteriores, es finalmente
reemplazado por el decreto-ley 14/2000, que lo adapta al Código nacional.
En 1891 sanciona la provincia de Entre Ríos(23)su primer Código de
Procedimientos, el que es derogado por ley 2590, de 1919. Actualmente
rige en la provincia el Código de Procedimientos en lo Civil y Comercial
sancionado por ley 4870, del 6 de abril de 1970, que se adapta también al
Código nacional.
El 1 de febrero de 1896 entra en vigencia, en la provincia de
Mendoza(24), el "Código de Procedimientos en Materia Civil y Comercial"
(ley 434), proyectado por el Dr. Ángel Rojas sobre la base,
fundamentalmente, del Código de la Capital Federal. Posteriormente el
gobierno de la provincia encomienda al Dr. Ramiro Podetti la redacción de
un anteproyecto de Código Procesal Civil que, convertido luego con
algunas modificaciones en proyecto del Poder Ejecutivo, es sancionado
por la ley 2269, de 1953, y entra en vigencia a partir del 1 de febrero de
1954. Continúa aún en vigor, con algunas modificaciones que le
son introducidas con posterioridad, y constituye una de las más
relevantes expresiones de la legislación procesal moderna tanto por su
metodología cuanto por los principios que recoge, entre los cuales importa
destacar los de efectiva dirección del proceso por parte del órgano judicial,
perentoriedad de los plazos, moralización, simplificación y aceleración del
procedimiento, e inmediación, concentración y oralidad en el régimen
probatorio.
En la provincia de Córdoba(25)rigió el "Código de Procedimiento Civil y
Comercial" sancionado por ley 1419, de 1896, con las
modificaciones introducidas, entre otras, por las leyes 3481, 4335, 4782,
5405 y 5388, hasta que fue sustituido por ley 8465, del 27 de abril de 1995.
Mediante ley 232, del 17 de noviembre de 1900, la provincia de
Catamarca(26)adopta el Código de Procedimiento en lo Civil y Comercial

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de la Capital Federal, el cual rige en el ámbito local, con escasas
modificaciones, hasta su derogación por la ley 2339, del 25 de marzo de
1970, que a su vez adopta el Código nacional.
El "Código de Procedimientos Civiles" de la provincia de San Luis(27),
proyectado por el Dr. Valentín Luco, es sancionado por ley 310, del 3 de
noviembre de 1906. Dicho ordenamiento es luego derogado, con
algunas excepciones, por ley 3341, del 20 de febrero de 1970, mediante
la cual se sanciona un "Código Procesal Civil y Comercial", adaptado al
que rige en el orden nacional.
La provincia de San Juan(28)sanciona un Código de Procedimientos
Civiles y Comerciales por ley dictada con fecha 1 de agosto de 1911,
posteriormente reemplazada por la ley 3738, del 6 de octubre de 1972,
que lo adaptó al Código nacional.
En la provincia de La Rioja(29)se sanciona, mediante ley 541, de 1932,
un Código de Procedimiento Civil y Comercial que es sustituido, en virtud
de la ley 1575, del 30 de septiembre de 1950, por el "Código Procesal Civil
y Comercial", proyectado por el Dr. Mario de la Fuente y representativo de
las tendencias procesales modernas, particularmente en lo que atañe a la
ampliación de las potestades del juez en cuanto a la dirección y
la instrucción del proceso, el régimen de apreciación de la prueba, la
perentoriedad de los plazos y la institución del principio de oralidad con
respecto al trámite de determinados procesos. Dicho ordenamiento es
sustituido por la ley 3372, del 7 de febrero de 1972, que sanciona un nuevo
código inspirado en principios análogos a los del anterior, pero
perfeccionado en su técnica, aunque posteriormente la ley 3374 dispone
mantener la vigencia de los arts. 543 a 617 de la ley 1575.
Con anterioridad a su provincialización, los ex territorios del Chaco,
Chubut, Formosa, La Pampa, Misiones, Neuquén(30), Río Negro, Santa
Cruz y Tierra del Fuego se regían, en el orden procesal, por las leyes
vigentes en la Capital de la República. Las leyes de provincialización, a su
turno, dispusieron el mantenimiento de la legislación vigente en esos
territorios hasta tanto fuera derogada o modificada por las respectivas
legislaturas (leyes 14.037, 14.294 y 14.408). Los territorios
provincializados adoptan el Código de Procedimiento en lo Civil y
Comercial de la Capital Federal, y posteriormente dictan Códigos
Procesales que se adaptan, con algunas modificaciones resultantes del
respectivo régimen institucional, al ordenamiento procesal vigente en el
orden nacional. Tal lo que ocurre con las leyes 968 del
Chaco(31)(6/8/1969), 751 del Chubut(32)(30/5/1969), 424 de
(33) (34)
Formosa (20/11/1969), 547 de La Pampa (6/8/1970), 444 de
Misiones(35)(29/1/1969), 697 de Río Negro(36)(31/12/1971), 1418 de Santa
Cruz(37)(19/8/1981) y 147 de Tierra del Fuego(38)(15/7/1994).

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CAPÍTULO III - LAS FUENTES DEL DERECHO PROCESAL CIVIL
SUMARIO: I. GENERALIDADES: 22. Concepto.—
23. Clases. II. LAS
CONSTITUCIONES: 24. Constitución Nacional.—
25. Constituciones provinciales. III. LAS LEYES
PROCESALES: 26. Justicia federal.— 27.
Justicia ordinaria de la Capital Federal.— 28.
Justicia provincial.— 29.
Tratados internacionales. IV. LOS
REGLAMENTOS Y LAS ACORDADAS
JUDICIALES: 30. Concepto.— 31. Justicia
nacional.— 32. Justicia provincial.— 33.
Alcance de los reglamentos. V. LA
COSTUMBRE: 34. Concepto.— 35.
Manifestaciones. VI. LA JURISPRUDENCIA: 36.
Concepto.— 37. Jurisprudencia
obligatoria. VII. LA DOCTRINA: 38.
Generalidades.— 39. Orientaciones de la
doctrina procesal.— 40.
Orientación exegética.— 41. Orientación
sistemática.— 42. La doctrina procesal en la
República Argentina.— 43. La doctrina
procesal en otros países latinoamericanos.

I. GENERALIDADES(1)

22. Concepto
Son fuentes del derecho procesal todos aquellos criterios de objetividad
que, en razón de expresar la valoración de la comunidad o de sus órganos
acerca de una determinada realidad de conducta, pueden ser invocados
por los jueces para esclarecer el sentido jurídico de las conductas que
deben juzgar durante el desarrollo del proceso(2).

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23. Clases
a) En escala decreciente de obligatoriedad, constituyen fuentes del
derecho procesal: 1º) la ley y la costumbre; 2º) la jurisprudencia; 3º) la
doctrina.
Al referirnos a la ley lo hacemos en sentido amplio, o sea, entendiendo
por tal al conjunto de normas generales formuladas en forma expresa y
reflexiva por un órgano competente, de manera que el término, así
utilizado, comprende a la Constitución ("ley suprema" del Estado), a las
leyes procesales propiamente dichas (códigos y leyes orgánicas
sancionadas por el Poder Legislativo, así como los
(3)
tratados internacionales aprobados por dicho Poder ), y a los
reglamentos y acordadas judiciales (conjuntos de normas generales
dictadas por los tribunales de Justicia).
En el curso de la exposición, estos tres grupos de "leyes" serán
analizados separadamente, aunque de acuerdo con el orden que impone
su respectiva jerarquía.
b) Mientras la ley y la costumbre son fuentes primarias, la jurisprudencia
y la doctrina constituyen fuentes secundarias, pues se hallan subordinadas
a géneros legales o consuetudinarios preestablecidos.
c) La mayor parte de los autores nacionales incluye, en la nómina de las
fuentes del derecho procesal, a las llamadas fuentes históricas, siendo
frecuente que, en el respectivo capítulo, se limite a efectuar una reseña de
la evolución procesal a partir de los derechos griego o romano(4). Tal
postura es, a nuestro juicio, errónea, por cuanto, aun en el supuesto de
que las valoraciones jurídicas que informan a una determinada institución
procesal hayan desembocado en nuestro presente existencial a partir de
cierto momento pretérito, el resultado de la pertinente indagación histórica
carece de toda relevancia, por sí sola, para objetivar el sentido jurídico de
un caso judicial. Los antecedentes históricos, en efecto, no perfilan
concretamente ningún contenido de conducta y sólo son uno de los
múltiples factores sobre los cuales recae la valoración del órgano
respectivo en oportunidad de crear una norma jurídica(5). Pertenecerían,
en todo caso, al heterogéneo conjunto de elementos (prejuicios,
tendencias, concepciones filosóficas y políticas, motivaciones ocultas,
etc.) que correspondería incluir dentro del superado concepto de "fuentes
materiales" del derecho y cuyo estudio particularizado escinde la noción
estrictamente jurídica de "fuente", que es inevitablemente formal-
material(6).

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Sin perjuicio de lo que señala Palacio respecto de las fuentes del
derecho procesal, cabe poner de relieve que el nuevo Código Civil y
Comercial contempla expresamente la cuestión de las fuentes del
derecho —y, con íntima vinculación, la de las reglas de interpretación de
la ley— en los arts. 1º y 2º en los siguientes términos: "Art. 1º.— Fuentes
y aplicación. Los casos que este Código rige deben ser resueltos según
las leyes que resulten aplicables, conforme con la Constitución Nacional y
los tratados de derechos humanos en los que la República sea parte. A tal
efecto, se tendrá en cuenta la finalidad de la norma. Los usos, prácticas y
costumbres son vinculantes cuando las leyes o los interesados se refieren
a ellos o en situaciones no regladas legalmente, siempre que no sean
contrarios a derecho". "Art. 2º.— Interpretación. La ley debe
ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades, las
leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre
derechos humanos, los principios y los valores jurídicos, de modo
coherente con todo el ordenamiento". Si bien estas previsiones rigen en
forma inmediata para el derecho privado, su alcance impacta —
entendemos— de modo indirecto al derecho procesal destinado a regular
los trámites donde se ventilen pretensiones de esta naturaleza.

II. LAS CONSTITUCIONES

24. Constitución Nacional


La Constitución Nacional contiene, por un lado, diversas normas
referentes a la organización judicial, a la persona de los jueces nacionales,
a la competencia de éstos, etcétera, y consagra, por otro lado, ciertas
garantías que atañen a la regulación del proceso civil. Las analizaremos
separadamente bajo los títulos de "normas orgánicas" y de "normas
que instituyen garantías".

A) Normas orgánicas(7)

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Entre las normas encuadrables en este grupo importa destacar las que disponen: la obligación de las
provincias de asegurar su administración de justicia (art. 5º); la fe que merecen los procedimientos de cada
provincia en las demás (art. 7º)(8); la incompatibilidad entre el cargo de juez federal y el de juez provincial (art.
34); la forma y el tiempo de designación de los magistrados judiciales (art. 99, inc. 4º)(9); la constitución y la
competencia del Poder Judicial de la Nación (arts. 108-119); la prohibición de que el presidente de la Nación
ejerza funciones judiciales (art. 109); la institución del Consejo de la Magistratura, estableciendo sus funciones
básicas, composición y atribuciones (art. 114)(10)y la del Jurado de Enjuiciamiento para la remoción de los jueces
de los tribunales inferiores de la Nación (art. 115)(11); y lainstitución del Ministerio Público como
órgano independiente con autonomía funcional y autarquía financiera (art. 120)(12).

B) Normas que instituyen derechos y garantías


Entre esta categoría de normas merecen destacarse las que a
continuación analizamos:

1º) Abolición de los fueros personales


No hay, en la Nación Argentina, fueros personales, dice el art. 16 de
la Constitución Nacional. Esta garantía significa que la condición de la
persona no puede ser tenida en cuenta, en general, como elemento
susceptible de determinar la procedencia de un fuero judicial
de excepción, cuando el hecho, en sí mismo, pertenece a la competencia
de los jueces comunes. Por ello se ha decidido que la existencia de la
jurisdicción militar no afecta la proscripción constitucional de los "fueros
personales", pues aquélla no configura un fuero de excepción establecido
en razón de la simple condición o estado de las personas, sino un fuero
real o de causa basado en la naturaleza, el lugar y la ocasión de los actos
sobre que versan los respectivos procesos(13). En un mismo orden de ideas
se ha declarado que la norma constitucional a que nos referimos no
alcanza al Consejo Nacional de Relaciones Profesionales, en cuanto a su
competencia para decidir respecto de los hechos o actos denunciados
como prácticas desleales y contrarias a la ética en las relaciones
profesionales del trabajo (art. 47, ley 14.455), desde que se trata de un
cuerpo jurisdiccional establecido con fundamento razonable en la
naturaleza de las cuestiones cuyo conocimiento se le encomienda, y no en
la mera privanza de los sujetos justiciables(14).

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2º) Jueces naturales
Nadie puede ser juzgado por comisiones especiales, ni sacado de los
jueces designados por la ley antes del hecho de la causa (art. 18). Esta
garantía tiene por objeto asegurar a los habitantes del país una justicia
imparcial y resulta afectada cuando: a) personas no investidas de
jurisdicción para conocer en las contiendas judiciales se atribuyen, por
error o por abuso, el poder de hacerlo(15); b) se atribuye jurisdicción para
juzgar un caso concreto y determinado a una persona u organismo ajeno
al Poder Judicial; c) se sustrae una causa a la competencia del juez que
continúa teniéndola para casos semejantes, con el fin de atribuirla a un
juez que no la tiene para conocer, en general, de la materia sobre la que
aquélla versa, pues tal procedimiento comporta instituir, indirectamente,
una comisión especial disimulada(16).
Se sigue, de lo expuesto, que esta garantía constitucional es ajena a la
distribución de la competencia entre los jueces permanentes que integran
el Poder Judicial de la Nación y de las provincias, de allí que no sufra
menoscabo porque uno u otro de ellos intervenga en el proceso con
arreglo a lo que disponga la respectiva legislación(17), y que tampoco
resulte afectada por la intervención de nuevos jueces, incluso en los
procesos pendientes, como consecuencia de reformas operadas en la
organización de la justicia o en la distribución de la competencia(18). Se ha
decidido, asimismo, que la garantía a que nos referimos no es vulnerada
en el supuesto de que se atribuya a autoridades administrativas, cuyas
resoluciones son susceptibles de recurso judicial, el conocimiento de
causas que tramitaban ante los jueces(19).

3º) Inviolabilidad de la defensa en juicio


El art. 18 de la Constitución Nacional asegura la inviolabilidad de la
defensa en juicio de la persona y de los derechos. Esta garantía supone,
elementalmente, la posibilidad de ocurrir ante algún órgano judicial en
procura de justicia(20), así como la de aportar ante ese órgano las
alegaciones y las pruebas que respalden los derechos invocados.
a) La primera posibilidad se frustra y media, por lo tanto, violación a la
garantía de la defensa, cuando se priva a los interesados de toda
oportunidad útil para requerir de los jueces una decisión sobre el derecho

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que estiman asistirles o cuando, por consideraciones rituales, el ejercicio
del derecho en debate es despojado de toda razonable eficacia.
La Corte Suprema aplicó ese criterio en diversas oportunidades. Así ha
declarado procedente el recurso extraordinario fundado en la violación de
la garantía de la defensa en juicio, cuando habiendo tramitado la
regulación de honorarios practicada en un exhorto, sin participación de los
herederos recurrentes, en el juicio ejecutivo por cobro de aquéllos seguido
ante el juez de la testamentaría, se los priva del derecho de oponer la
defensa de prescripción del art. 4032 del Código Civil, con fundamento en
que los honorarios regulados prescriben a los diez años y en la
circunstancia de que la mencionada defensa resulta extemporánea(21). En
otro caso, el Tribunal resolvió intervenir por aplicación del art. 24, inc. 7º,
del decreto-ley 1285/1958(22), fundándose en que si bien la privación de
justicia no resulta de la sola declaración de incompetencia de los tribunales
argentinos, ella existe efectivamente en el supuesto en que se ha admitido
la excepción en una demanda de divorcio en la que concurren las
siguientes circunstancias: el último domicilio conyugal a la separación de
los esposos se hallaba en la Argentina; la ausencia del país por parte del
demandado; la avanzada edad de los cónyuges; la dificultad que importa
para la radicación del juicio en el extranjero la circunstancia de que el
esposo desenvuelve sus actividades en los centros
financieros, industriales y comerciales más importantes del mundo, en su
carácter de naviero con barcos de matrícula inglesa, italiana, panameña y
griega; la actitud adoptada por aquél ante la iniciación del juicio, en el que
la demanda no ha sido contestada, a más de cinco años de entablada; la
posibilidad de cuestionar la competencia de cualquier tribunal extranjero
ante el cual se radique la causa; y la imprevisibilidad de la sentencia de
ese tribunal sobre su jurisdicción, la que, de ser negativa, escaparía a toda
revisión por parte de la Corte(23). El mismo Tribunal ha dicho, asimismo,
que vulnera la garantía de la defensa la sentencia que, de oficio, deja sin
efecto lo actuado por la Cámara de Alquileres ante la falta de
reglamentación provincial del art. 6º del decreto-ley 2186/1957, pues con
ello queda diferida sine die la pretensión del recurrente de que se
reajusten los alquileres hasta el límite de las erogaciones fiscales(24).
La Corte se ha inspirado, sustancialmente, en el mismo criterio, para
declarar que el reconocimiento, a organismos administrativos, de la
facultad de dictar resolución definitiva con relación a litigios suscitados
entre particulares y que versen sobre derechos subjetivos privados de
éstos implica desconocimiento de la garantía constitucional de la defensa.
En ese orden de ideas el tribunal ha decidido, entre otros casos, que si las
disposiciones que gobiernan el juicio impiden a las partes tener acceso a
una instancia judicial propiamente dicha, como lo hacen las leyes
13.246, 13.897 y 14.451, existe agravio constitucional originado en
privación de justicia, pues ésta se configura toda vez que un particular, no
obstante hallarse protegido por la garantía del art. 18, queda sin juez a

86 
 
quien reclamar la tutela de su derecho, sea que ello ocurra porque declinen
su intervención todos los jueces en conflicto, o en virtud de la derogación
de las normas que creaban los tribunales competentes para entender en
la causa, o —como acontece con las leyes mencionadas— a raíz de
preceptos legales que lisa y llanamente excluyen la debida intervención
judicial, porque aun cuando el art. 18 de la Constitución Nacional no
requiere multiplicidad de instancias, impone una instancia judicial al
menos, siempre que estén en juego derechos, relaciones e intereses como
los debatidos en un juicio de desalojo del arrendatario, fundado en el art.
3º, incs. d) y g), de la ley 14.451,los que no pueden ser totalmente
sustraídos al conocimiento de los jueces sin agravio constitucional(25).
Pero el sometimiento sin reserva, a un organismo administrativo, de las
cuestiones suscitadas entre las partes, impide a éstas impugnar
posteriormente la validez constitucional de aquél(26), razón por la cual,
verbigracia, es improcedente el recurso extraordinario que, fundado en
la inconstitucionalidad de los tribunales paritarios creados por las leyes
13.246 y 13.897, se interpone durante el procedimiento de ejecución de la
sentencia, después de haberse consentido la intervención de tales
organismos en el juicio(27). Asimismo, la preexistencia, al respectivo
proceso, de un acto voluntario de adhesión, aceptación o sometimiento a
la intervención de órganos arbitrales administrativos descarta la existencia
de agravio al derecho de ocurrir ante un tribunal judicial en procura de
justicia, por cuanto ese derecho es también renunciable por parte de quien,
habiendo podido optar entre la vía judicial y la administrativa, elige esta
última(28).
Finalmente, la posibilidad de obtener el amparo judicial de los derechos
lesionados requiere, como es obvio, el pronunciamiento de una sentencia
fundada en la ley y en la prueba de los hechos controvertidos. Cuando, por
el contrario, "se resuelve contra o con prescindencia de lo expresamente
dispuesto por la ley respecto al caso, se prescinde de pruebas fehacientes,
regularmente traídas al juicio, o se hace remisión a las que no constan en
él", existe arbitrariedad(29)y, por lo tanto, inobservancia de uno de los
requisitos fundamentales que condicionan la efectiva vigencia de la
garantía constitucional examinada; de allí que la Corte haya extendido la
admisibilidad del recurso extraordinario respecto de las decisiones que
adolecen de ese vicio, aun cuando ellas versen sobre cuestiones ajenas a
la competencia del Tribunal.
b) La garantía de la defensa en juicio se vincula, en segundo lugar, con
el principio de contradicción, al que nos referiremos en oportunidad de
estudiar los distintos principios procesales (infra, nro. 51). Sin perjuicio de
lo que allí se dirá, corresponde ahora señalar que, bajo este aspecto, dicha
garantía constitucional requiere que se acuerde a las partes, en el
proceso, oportunidad suficiente de audiencia y de prueba, lo cual no
significa que aquéllas deban ser oídas y tengan derecho de producir
prueba en cualquier momento y sin ninguna restricción formal, ni tampoco

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que el desarrollo del proceso se encuentre supeditado al ejercicio efectivo
de tales facultades. En otras palabras, la garantía de la defensa no impide
la reglamentación de los derechos de las partes en beneficio de la correcta
sustanciación de las causas, y no puede ser invocada por quienes, por
simple omisión o negligencia, no hicieron valer sus pretensiones o
defensas, o no ofrecieron o produjeron sus pruebas en la oportunidad y
forma prescriptas por las respectivas normas procesales(30).
De allí que se haya resuelto que no comporta agravio a la garantía de
la defensa, por tratarse de una razonable reglamentación de ella, la
imposición de asistencia letrada en determinados escritos judiciales(31); la
determinación de la oportunidad para el ofrecimiento y la producción de la
prueba(32); la limitación de las excepciones oponibles en los
procedimientos de ejecución(33); la exclusión del cónyuge demandado en
el procedimiento sumario, cuya sentencia no reviste carácter definitivo(34);
la privación de la segunda instancia(35)o de la posibilidad de recusar sin
causa(36); la prohibición de reconvenir en los juicios de desalojo, en tanto
ella no obsta a que el demandado sea oído ni impide que haga valer sus
pretensiones en otro juicio(37); la circunstancia de que el recurso judicial
contra las resoluciones dictadas en supuestos de ciertas infracciones
administrativas se otorgue en relación, si tal recurso es suficiente para
decidir las cuestiones que el caso requiere(38); la oportunidad del
fundamento de los recursos de apelación, así como el plazo para
deducirlos, cuando la solución legal no aparezca como arbitraria o
persecutoria ni constituya impedimento serio para el adecuado ejercicio
del derecho de defensa(39); la exigencia del pago previo de la multa para la
apertura del recurso contencioso-administrativo, si no se alega ni se
prueba, que el cumplimiento de dicho requisito reviste desproporcionada
magnitud en relación con la concreta capacidad económica
del interesado(40); el término de veinticuatro horas establecido por el art.
6º de la ley 14.237 para que se agreguen copias de determinados escritos,
en tanto la exigüidad de dicho término se compadece con la índole
puramente material del acto, etcétera(41).
Por aplicación del principio según el cual la garantía de la defensa no
resulta vulnerada cuando el agravio deriva de la propia conducta
discrecional del interesado, se ha declarado que aquélla no es invocable
por quien renunció expresamente a la oposición de excepciones y a la
sentencia de trance y remate, y no ha cuestionado la libertad de esa
renuncia(42); por la parte que, al evacuar el traslado de un pedido
de aumento de cuota alimentaria, se limitó a expedirse sobre el
procedimiento respectivo(43); por el demandado que cuestiona la
constitucionalidad de una ley procesal que lo faculta a contestar la
demanda y ofrecer prueba en la oportunidad que señala, bajo
apercibimiento de considerarlo rebelde y de dictarse sentencia con arreglo
a las pretensiones del actor, si aquél se abstuvo de ejercer tales facultades
en el estadio oportuno, etcétera(44).

88 
 
Afectan, por el contrario, la garantía constitucional de la defensa en
juicio la resolución judicial que niega intervención en el juicio de desalojo
a quien la solicitaba invocando título de propietario o poseedor del bien
materia del juicio, por ser el demandado inquilino suyo(45); el procedimiento
por el cual se llega a ordenar el desalojo de un inmueble sin dar a su
ocupante oportunidad de probar sus alegaciones de no ser inquilino,
tenedor precario ni intruso, de haber recibido la posesión de quien era
propietario y le vendió el bien, y de no haber recibido nunca el acta de
posesión(46); la sentencia que estima satisfecho el precio de compra de
lotes de terreno, otorga la posesión de éstos e intima la escrituración, sin
previa audiencia de los vendedores, con lo que se los privó de la
oportunidad de articular la causal de rescisión prevista en los respectivos
boletos de compraventa(47); el pronunciamiento que acuerda fuerza de
cosa juzgada al auto que habilita la instancia en causa contra la Nación,
decretado sin intervención de la demandada y sin más base que razones
de conveniencia y economía procesal(48); la sentencia que hace lugar a
un interdicto sin dar intervención a quien reviste el carácter de litisconsorte
necesario (en el caso el Estado), en cuyo poder se encontrarían los bienes
objeto del despojo(49); la regulación de honorarios practicada, sin audiencia
ni trámite alguno, por un organismo profesional ajeno al Poder Judicial de
la Nación, como el Consejo Profesional de Ingeniería de la Provincia de
Buenos Aires(50); el procedimiento sobre amparo, dirigido contra la Nación,
resuelto sin comparecencia del Estado nacional, al que ni siquiera se
solicitaron informes sobre los hechos controvertidos(51); etcétera.
Pero corresponde destacar que, en todos los casos, la impugnación
constitucional de los procedimientos o de la sentencia debe ir acompañada
de la concreta indicación de las defensas o de las pruebas de que habría
sido privado el interesado, así como de la demostración de que tales
defensas o pruebas resultan conducentes para la decisión del pleito o de
la cuestión controvertida. Por ello la Corte Suprema tiene invariablemente
decidido que es inadmisible el recurso extraordinario fundado en
privaciones o restricciones de aquel género, cuando el recurrente omite el
cumplimiento del mencionado requisito, pues en tal caso el recurso
aparece desprovisto de suficiente interés jurídico o gravamen(52).
Asimismo, debe tenerse en cuenta que no media violación a la garantía
de la defensa cuando los jueces o los tribunales deniegan o prescinden
del examen de elementos probatorios en razón de
considerarlos inconducentes para la decisión del caso, siempre, desde
luego, que la respectiva declaración judicial no adolezca de arbitrariedad,
pues en tal caso vendría a frustrarse, por vía indirecta, la vigencia de
aquella garantía(53). Tampoco existe lesión constitucional cuando los
jueces omiten el examen de parte de la prueba ofrecida por el interesado,
si el respectivo pronunciamiento encuentra apoyo en otros elementos de
juicio agregados a la causa, que resultan suficientes para sustentar la
decisión(54).

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También es oportuno recordar aquí que la garantía de la defensa en
juicio no requiere la audiencia previa a toda forma de procedimiento(55). Tal
conclusión ha sido establecida, especialmente, en materia de
procedimientos administrativos, teniéndose en cuenta que la omisión o la
restricción de audiencia que en ellos puede tener lugar es subsanable en
el posterior trámite judicial(56). Al estudiar el principio de contradicción
(infra, nro. 51), veremos que el mismo razonamiento es aplicable respecto
de ciertos procesos judiciales.
Vinculadas al aspecto de la garantía de la defensa que venimos
analizando, se encuentran ciertas situaciones que configuran un exceso
de decisión, por parte de los jueces y tribunales, respecto de los temas
que han sido objeto de controversia o de impugnación en el curso del
proceso.
Desde este punto de vista se ha declarado, en primer lugar, que la
sentencia de la causa, en materia civil, debe limitarse a lo que ha sido
objeto de litigio entre las partes. Por lo tanto, es violatoria del art. 18 de
la Constitución Nacional la sentencia que, en el juicio de despido de un
docente de la enseñanza privada, por entender que correspondía la
reposición de aquél en su cargo, y ante la negativa del empleador a
efectuarla, condena a pagar, invocando el principio iura novit curia,
una indemnización por incumplimiento contractual que no había sido
solicitada por el interesado y a cuyo respecto el condenado no tuvo
ocasión de defenderse, pues el mencionado principio, destinado a
reconocer a los jueces potestad para suplir el derecho
erróneamente invocado por las partes, no justifica que
aquéllos introduzcan de oficio acciones no planteadas en la causa, sin
petición de la parte interesada ni audiencia de la contraria(57); la sentencia
que desestima la pretensión del actor en su totalidad, excediendo los
términos de la defensa opuesta por quien se allanó parcialmente a la
demanda(58); la sentencia que condena al pago de una suma mayor a la
pedida en el escrito de demanda(59), etcétera. Pero la circunstancia de que
la sentencia decida el pleito, en virtud de razones jurídicas distintas a
las invocadas por las partes, sólo traduce la facultad de suplir el derecho
que es propia de los jueces, y no comporta violación a la garantía de la
defensa, siempre, desde luego —como se ha visto precedentemente—,
que lo decidido no altere las circunstancias de hecho involucradas en el
proceso ni comporte la introducción de cuestiones no debatidas(60).
En segundo lugar, y sobre la base de que la competencia apelada de
los Tribunales de Alzada se halla limitada por la extensión de los recursos
concedidos para ante ellos, se ha resuelto que es violatoria de la garantía
de la defensa la sentencia que, no obstante haberse apelado sólo por alta
una regulación de honorarios, la reforma elevándola en perjuicio de quien
la recurrió para que fuera modificada en su favor, desde que tal resultado
convierte en contradictorio el propósito de defensa que la ley tiene en
cuenta para acordar el recurso en el fuero civil ordinario(61); la sentencia

90 
 
que revoca en todas sus partes un pronunciamiento de primera instancia
que sólo había sido apelado respecto del monto de la condena y la
aplicación de costas, quedando firme en cuanto al reconocimiento del
derecho de la parte recurrente(62); la sentencia que declara no
corresponder honorarios a los procuradores por trabajos extrajudiciales si,
según resulta de la restricción explícita con que el memorial de agravios
mantuvo el recurso, éste sólo tuvo por objeto la reducción a justos límites
de los honorarios regulados(63); la sentencia que declara la nulidad, en
todas sus partes, de una sentencia de primera instancia que había
quedado firme, con autoridad de cosa juzgada, respecto de una de las
partes y que sólo fuera apelada válidamente por otro de los
codemandados(64); la sentencia que declara la quiebra de la sociedad
recurrente, no obstante haber ésta apelado del auto del inferior sólo en
cuanto la tuvo por desistida de la petición de convocatoria de
acreedores(65), etcétera.
c) Debe recordarse, finalmente, la jurisprudencia de la Corte en cuya
virtud se ha declarado que también reconoce base constitucional en la
garantía de la defensa la necesidad de acordar primacía a la verdad
jurídica objetiva y de impedir su ocultamiento por consideraciones
meramente rituales. Tal orientación tiene su punto de partida en el
difundido caso "Colalillo"(66), en el cual la Corte Suprema declaró que si
bien es propio de los jueces de la causa determinar cuándo existe
negligencia procesal sancionable de las partes, así como disponer lo
conducente para el respeto de la igualdad en la defensa de sus
derechos, incurre en exceso ritual manifiesto y debe ser dejada sin efecto
la sentencia que, haciendo mérito únicamente de la
presentación extemporánea de un documento del que podía depender la
solución del pleito, rechaza la demanda omitiendo toda consideración de
éste y de las particulares circunstancias que impidieron su oportuna
agregación al proceso(67).
Entre otros casos posteriores(68), se ha resuelto, por ejemplo, que debe
dejarse sin efecto la sentencia del Tribunal de Alzada que, con fundamento
efectivo en la sola circunstancia de no haberse especificado en el acto de
la audiencia la doble personería del representante de las condóminas
actoras, revoca el pronunciamiento del inferior y prácticamente anula de
oficio todo lo actuado, pues lo así decidido adolece de un exceso ritual que
priva al pronunciamiento de base bastante para sustentarlo(69).

4º) Igualdad ante la ley y la inviolabilidad de la propiedad

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Existen, por último, dos garantías constitucionales que, pese a la
circunstancia de no haber sido instituidas con específica referencia al
proceso judicial, también tienen aplicación en él. Nos referimos a la de la
igualdad de todos los habitantes ante la ley y a la de la inviolabilidad de la
propiedad.
a) Respecto de la garantía de la igualdad, es sabido que la reconocida
por el art. 16 de la Constitución no es una igualdad absoluta o aritmética.
Por el contrario, siempre se ha entendido que ella consiste en el derecho
de que no se establezcan excepciones o privilegios que excluyan a unos
de lo que se acuerda a otros en igualdad de circunstancias, creando
distinciones arbitrarias, injustas u hostiles contra determinadas personas
o grupos de personas(70).
Llevada esa idea al plano del proceso, significa que, dentro de una
razonable igualdad de condiciones o de circunstancias, debe dispensarse
a las partes un tratamiento igualitario en el planteamiento de sus
pretensiones y defensas.
Por ello se ha decidido que no vulnera la igualdad ante la ley
la excepción de arraigo que autoriza el Código de Procedimientos en lo
Civil de la Capital Federal, por cuanto ella se funda en una distinción
razonable que remite a la distinta situación de las partes(71); la
circunstancia de que los litigantes con beneficio de pobreza
estén excluidos de la exigencia del depósito para el otorgamiento de un
recurso, pues ella no configura una excepción arbitraria sino razonable(72);
el hecho de que en los juicios de apremio que tramitan directamente ante
los Juzgados del Trabajo de la Capital Federal se prescinda del
comparendo de conciliación establecido por la ley 12.948 (dec.
32.347/1944) para los ordinarios, dadas las notorias diferencias existentes
entre el procedimiento de apremio y el juicio ordinario(73); la limitación
establecida en el art. 57 de la ley 5178 (t.o.) de la provincia de Buenos
Aires, en tanto se trata de una exigencia que el legislador provincial ha
podido imponer y que en la hipótesis contemplada por el artículo citado
alcanza a todo apelante en su condición de tal, con prescindencia de
cualquier otra circunstancia(74); la sola posibilidad de la admisión del valor
probatorio de los registros y los libros de la administración pública, pues el
principio según el cual debe reconocerse una igualdad fundamental entre
el Estado y los particulares, en los respectivos juicios, no supone la
necesidad de una equiparación rigurosa, en tanto los últimos no se vean
restringidos en la prueba útil de las circunstancias que hagan a su
derecho(75); el procedimiento especial previsto por la ley para el trámite de
las demandas contra la Nación, por cuanto no comporta una
discriminación arbitraria, tendiente a consagrar un régimen de injusto
privilegio o indebida persecución(76), etcétera.
Por el contrario, se declaró que viola la garantía de la igualdad ante la
ley el decreto 17.920, del 6 de julio de 1944, modificatorio de la Ley de
Expropiación, nro. 189, en cuanto restringe la prueba pericial en los juicios
92 
 
de expropiación para determinar el valor de los inmuebles, en los casos en
que el Estado es expropiante, en tanto admite dicha prueba con amplitud
si se trata de un juicio entre particulares(77).
Corresponde recordar, asimismo, que el art. 34, inc. 5º, ap. III, Código
Procesal de la Nación (lo mismo que el art. 21 de la derogada ley
14.237) autoriza a los jueces y tribunales a disponer, de oficio, todas las
medidas necesarias para mantener la igualdad de las partes en el proceso,
y que tal principio ha sido reiteradamente invocado por la jurisprudencia
para decidir que las facultades instructorias acordadas a los jueces no
pueden ejercerse para suplir la omisión o la negligencia de las partes en
materia de ofrecimiento y producción de la prueba(78).
En alguna oportunidad, la Corte Suprema declaró que el principio
constitucional de la igualdad resulta menoscabado por la existencia de
sentencias contradictorias, en virtud de las cuales quienes se hallan en la
misma situación jurídica, regida por las mismas normas legales y en
circunstancias de hecho esencialmente equivalentes, resultarían tratados
desigualmente(79). Pero esta doctrina a la que también prestaba apoyo la
norma contenida en el art. 95 de la Constitución de 1949, entonces vigente,
fue posteriormente rectificada por el Tribunal. La actual jurisprudencia, en
efecto, se halla decididamente orientada en el sentido de que la
uniformidad jurisprudencial no está constitucionalmente impuesta y que,
por lo tanto, la existencia de fallos contradictorios con relación a una
situación jurídica similar no implica quebrantamiento de la garantía de la
igualdad, desde que ésta no obsta a la desigualdad de hecho que deriva
de la interpretación de la ley, cuando ella es la consecuencia natural
e inevitable del ejercicio de la potestad jurisdiccional que corresponde a
los diversos tribunales del país al aplicar la ley conforme a su propio
criterio(80).
b) La garantía constitucional de la propiedad gravita, asimismo, en
diversos aspectos del proceso civil. Debe recordarse, en primer lugar, que
en su acepción constitucional la palabra "propiedad" no se refiere
solamente al dominio de las cosas materiales, sino que comprende, como
lo ha dicho la Corte Suprema citando un concepto enunciado por el
Supremo Tribunal estadounidense, "todos los intereses apreciables que
un hombre pueda poseer fuera de sí mismo, fuera de su vida y de su
libertad"; de allí que la Corte haya expresado, a través de numerosos
precedentes, que el derecho reconocido por una sentencia pasada
en autoridad de cosa juzgada constituye un bien que queda incorporado al
patrimonio del interesado y del cual no puede ser privado sin mengua del
precepto constitucional que consagra la inviolabilidad de la propiedad(81).
A esta idea fundamental responden los principios estudiados supra, nro.
9, con arreglo a los cuales las normas procesales no pueden aplicarse a
aquellos procesos que, a la fecha de su sanción, se encuentren concluidos
por sentencia firme(82), ni afectar, en los procesos en trámite, a los actos

93 
 
procesales definitivamente concluidos bajo la vigencia de una norma
anterior.
La misma idea se halla presente en los diversos fallos que hemos citado
al ocuparnos de la garantía de la defensa en juicio con referencia a los
límites de la competencia de los Tribunales de Alzada. En todos los casos
allí resueltos, en efecto, la inobservancia de los límites impuestos por el
contenido de los recursos implicaba, también, afectar lo decidido con
carácter firme en primera instancia, con la consiguiente violación de
la autoridad de la cosa juzgada adquirida por los aspectos del fallo que no
fueron objeto de impugnación por ninguna de las partes(83).
La garantía constitucional de la propiedad reviste también singular
importancia en cuanto a las regulaciones de honorarios que corresponde
practicar a favor de los profesionales intervinientes en el proceso. Como
regla general, son violatorias de aquella garantía las resoluciones que, al
regular honorarios, fijan sumas manifiestamente desproporcionadas con el
monto de la causa y con la naturaleza de la labor cumplida(84).
Interesa recordar, por último, que en algunas oportunidades la admisión
del recurso extraordinario por sentencia arbitraria fue fundada, por la
Corte, en la norma constitucional que impide privar de la propiedad sino
en virtud de sentencia fundada en ley, que es, precisamente, el requisito
que falta en los supuestos de arbitrariedad(85).

5º) Nuevos derechos(86)

A los derechos y garantías analizados en los números anteriores corresponde actualmente agregar aquellos
que revisten incidencia colectiva denominados por ellointereses difusos y han sido incorporados al texto
constitucional reformado en 1994.

a) Uno de ellos, que ya contaba con consagración explícita en el art. 66


de la Constitución portuguesa y en las constituciones de las provincias de
Córdoba (art. 123(87)) y de Río Negro (arts. 70 y ss.(88)), es el derecho
ecológico o ambiental, definido como aquel que consiste en tener un
ambiente humano de vida salubre y ecológicamente equilibrado(89).
Prescribe a su respecto el art. 41, párrafo primero, de la Constitución
Nacional que todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano,
equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades
productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de
las generaciones futuras, y tienen el deber de preservarlo, agregando que
el daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer,
según lo establezca la ley.

94 
 
El precepto no sólo tutela a todos los habitantes, sino también, como se
advierte, a las generaciones futuras, de modo que, como lo señaló la
convencional informante, se trata de un derecho intergeneracional, por
cuanto entraña el cuidado del ambiente para las personas de hoy y para
aquellas que han de heredar ese ambiente. El concepto de ambiente sano
es comprensivo de la idea de preservación y no contaminación de
elementos tales como el aire, el agua, el suelo y demás factores
necesarios para la vida (vivienda, agua corriente, espacios verdes, etc.),
en tanto que la noción de ambiente equilibrado implica que los ambientes
transformados o agredidos por el hombre deben contar con respuestas
equivalentes.
Al derecho analizado corresponde, como aclara el art. 41, el deber de
recomponer, el que se configura cuando se restablece, de ser posible, la
situación previa al daño (v.gr., frente a la tala de árboles, la ejecución de
nuevas plantaciones) y, cuando ello es imposible, el deber de reparación,
de manera que la pretensión procesal pertinente tendrá, como objeto
mediato, una obligación de hacer y, eventualmente, la obligación de dar
una suma de dinero resarcitoria del daño.
La norma constitucional de que se trata obliga, asimismo, a
las autoridades (nacionales y provinciales) a proveer a la protección del
derecho ambiental, a la utilización racional de los recursos naturales, a la
preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica,
y a la información y educación ambientales (párrafo segundo) y concluye
prohibiendo el ingreso al territorio nacional de residuos actual o
potencialmente peligrosos y de los radioactivos.
b) El art. 42 de la Constitución reformada en 1994 contempla, en sus
dos primeros párrafos, los derechos otorgados a consumidores y usuarios
en la inteligencia señalada en el seno de la convención de que el Estado
debe asumir, como antaño sucedió con el trabajador, una posición tutelar
en pro de aquéllos, a fin de romper la debilidad estructural que padecen,
en particular por encontrarse sujetos a contratos de adhesión a los que se
ven obligados a someterse.
Dispone al respecto el art. 42 de la Constitución Nacional, en su párrafo
primero, que los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen
derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad
e intereses económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad
de elección y a condiciones de trato equitativo y digno, todo lo cual implica
la exigencia de que los productos alimentarios se ajusten a las directivas
de las Naciones Unidas de 1985(90); la necesidad de que, a través de la
publicidad, no se induzca a engaños acerca de la calidad y la eficiencia de
los bienes y servicios, y la imposición de una suerte de justicia contractual
que proteja a los consumidores de los abusos que a menudo se cometen
con la letra chica contenida en los contratos.

95 
 
El párrafo segundo del mencionado art. 42 impone a las autoridades el
deber de proveer a la protección de esos derechos, a la educación para el
consumo, a la defensa de la competencia contra toda forma de distorsión
de los mercados, al contralor de los monopolios naturales y legales (o sea,
respectivamente, a aquellos que carecen de competencia como los
servicios de agua corriente, cloacas y gas, y los necesarios y amparados
por leyes nacionales), al de la calidad y eficiencia de los servicios públicos,
y a la constitución de asociaciones de consumidores y de usuarios (a fin
de que viabilicen las quejas y acciones luego judicialmente).
Por último, en relación con los servicios públicos, el párrafo tercero del
art. 42 prevé la participación de las asociaciones de consumidores y
usuarios en los organismos de control.
c) La gravitación procesal de los derechos precedentemente
mencionados reside en la ampliación de la legitimación activa para
promover pretensiones de amparo tendientes a la protección expedita y
rápida de los referidos derechos. Es así como el art. 43 de la Constitución
Nacional, tras conceder el amparo contra todo acto u omisión
de autoridades públicas o de particulares, que en forma actual e inminente
lesione, restrinja, altere o amanece, con arbitrariedad o ilegalidad
manifiesta, derechos y garantías reconocidas por esta Constitución, un
tratado o ley, agrega, en el párrafo segundo, que podrán interponer esta
acción contra cualquier forma de discriminación y en lo relativo a los
derechos que protegen al ambiente, a la competencia, al usuario y al
consumidor, así como a los derechos de incidencia colectiva en general,
el afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones que propendan a
esos fines, registrados conforme a la ley, la que determinará los requisitos
y las formas de su organización. La legitimación pasiva corresponde
al autor o autores del acto lesivo, siendo del caso destacar que la
sentencia obtenida por el afectado, el defensor del pueblo o la asociación
tendría que beneficiar, con efecto extensivo, a todos aquellos a quienes el
acto lesivo ha perjudicado.

25. Constituciones provinciales


a) Las Constituciones provinciales contienen numerosas normas de
naturaleza procesal que pueden clasificarse, fundamentalmente, en dos
categorías cuyo respectivo análisis se hace a continuación.
b) Dentro de la primera categoría se hallan incluidas las normas que
regulan la organización y la competencia de los poderes judiciales locales,
así como la forma de elección y remoción, duración en sus cargos
e incompatibilidades de los integrantes de esos poderes.
96 
 
c)(91)Pertenecen a la segunda categoría aquellas normas
constitucionales que consagran garantías procesales a favor de las partes.
Configuran, sustancialmente, la reproducción de los derechos que asegura
la Constitución Nacional, cuyo art. 5º, por lo demás, no admite que las
constituciones locales restrinjan o limiten los principios, las declaraciones
y las garantías que ella establece, y si bien la mayoría de tales preceptos
tiende a proteger la situación del imputado en el proceso penal, aspecto
en el cual las cartas locales resultan particularmente minuciosas, los hay
aplicables a cualquier tipo de proceso y al proceso civil en particular.
Dentro del primer grupo cabe incluir, por ejemplo, los que instituyen la
publicidad de los procedimientos judiciales en general (v.gr., Buenos Aires,
art. 169; Catamarca, art. 209; Corrientes, arts. 33 y 193; Mendoza, art. 146;
Neuquén, art. 62) o de la prueba en particular (v.gr., Córdoba, art. 41;
Entre Ríos, art. 64; Tucumán, art. 29), los que exigen la fundamentación
de las sentencias (v.gr., Buenos Aires, art. 171; San Luis, art. 210; Santa
Fe, art. 95; Santiago del Estero, art. 182; Tucumán, art. 30) y los que
establecen como requisito de validez de las dictadas por órganos judiciales
colegiados el de que exista mayoría de opiniones de sus integrantes
acerca de cada una de las cuestiones esenciales a decidir (v.gr., Buenos
Aires, art. 168; San Luis, art. 211). Con referencia al proceso civil en
particular corresponden a la categoría de normas analizadas, por ejemplo,
las que establecen, con la salvedad de las restricciones impuestas por las
leyes de la materia, la libre defensa en causa civil propia y la libre
representación (v.gr., Buenos Aires, art. 170; Catamarca, art. 29; Santiago
del Estero, art. 55) y la prohibición del encarcelamiento en causa civil,
salvo los casos de fraude o culpa, especificados por la ley (v.gr., Buenos
Aires, art. 33).

III. LAS LEYES PROCESALES

26. Justicia federal


a) A partir del año 1862 se han dictado numerosas leyes sobre
organización y competencia de la justicia federal, y una ley (la 50)
destinada a reglamentar el procedimiento ante los jueces y los
tribunales integrantes de ese fuero, la cual, tras regir durante más de un
siglo, fue derogada en su totalidad por la ley 17.454, que sancionó y
promulgó el "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación".
97 
 
b) Entre las leyes orgánicas corresponde mencionar la ley 27, del 16 de
octubre de 1862, sobre organización de los tribunales federales, que
determina la composición de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y
crea un Juzgado Nacional de sección en cada provincia; la ley 48, del 14
de septiembre de 1863, sobre organización y competencia de los
tribunales federales y relaciones de éstos con los tribunales de provincia;
la ley 927, del 3 de septiembre de 1878, que excluye de la competencia de
los jueces de sección los juicios universales de concurso de acreedores y
sucesorios, así como las causas en que el objeto demandado no exceda
de quinientos pesos; la ley 4055, del 11 de enero de 1902, sobre reformas
a la organización de los tribunales nacionales y creación de las Cámaras
Federales de Apelaciones de la Capital, La Plata, Paraná y Córdoba; la ley
4074, del 4 de junio de 1902, sobre creación de nuevos Juzgados
Federales en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe; la ley 4162, del
8 de enero de 1903, sobre integración de los tribunales federales en los
casos de recusación, impedimento, vacancia o licencia; la ley 5011, del 4
de octubre de 1906, sobre creación de un nuevo Juzgado Federal en
Concepción del Uruguay; las leyes 7099, del 20 de septiembre de 1910,
11.539, del 29 de septiembre de 1928, 12.217, del 23 de septiembre de
1935 y 12.345, del 9 de enero de 1937, sobre creación de las Cámaras
Federales de Apelaciones de Rosario, Bahía Blanca, Mendoza y
Tucumán; el decreto-ley 4256/1945, sobre creación de la Cámara Federal
de Apelaciones de Resistencia; la ley 13.998, del 6 de octubre de 1950,
sobre organización y competencia de la justicia nacional, dentro de la cual
se incluye a todos los jueces y tribunales con asiento en la Capital Federal
(de tal manera desaparece la distinción que hasta entonces se formulaba
entre las magistraturas local y federal existentes en ese distrito) y a los
jueces y tribunales federales con asiento en las provincias, que dicha ley
denomina "nacionales"; el decreto-ley 1285/1958, del 4 de febrero de
1958, también sobre organización y competencia de la justicia nacional,
que ratifica el carácter y la denominación acordadas a los jueces y
tribunales de la Capital por la ley 13.998 y restituye a los jueces y
tribunales con asiento en las provincias su tradicional denominación de
"federales".
Los ordenamientos precedentemente citados continúan vigentes en
todos aquellos aspectos que no hayan sido materia de expresa derogación
por leyes posteriores y, especialmente, por el decreto-ley 1285/1958, que
constituye el último cuerpo legal orgánico e integral sobre la justicia
nacional. En lo que atañe específicamente al orden federal, dicho decreto-
ley ha sido parcialmente modificado por las leyes 15.271, sobre
composición y competencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación;
16.895, sobre composición de dicho tribunal; 17.116, sobre competencia
de la Corte y reglas de procedimiento aplicables en la sustanciación de los
recursos ordinarios, de apelación y de queja que se deduzcan ante
aquélla; 19.277, que acordó el carácter de órgano autónomo a la Cámara

98 
 
Nacional Electoral y 19.912, que modificó parcialmente la competencia de
la Corte en los casos de apelación ordinaria.
Con posterioridad se dictaron, entre otras, las leyes 21.161, 22.176,
23.158, 23.650, 23.735 y 23.867, que crearon, respectivamente, las
Cámaras Federales con sedes en San Martín, Comodoro Rivadavia,
Posadas, General Roca, Corrientes, Mar del Plata y Salta y la ley
23.774 que elevó a nueve el número de jueces de la Corte Suprema(92).
c)(93)En cuanto a los procedimientos a observar ante los órganos de la
justicia federal, se hallan actualmente regulados por el Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación, también aplicable por todos los tribunales
con competencia ordinaria que tienen su sede en la Capital Federal.
Dicho Código, que aún se encuentra vigente con las
modificaciones introducidas por las leyes 22.434, 24.441 y 25.488(94),
consta de siete libros dedicados, respectivamente, a las disposiciones
generales, a los procesos de conocimiento, a los procesos de ejecución, a
los procesos especiales, al proceso sucesorio, al proceso arbitral, y a los
procesos voluntarios y disposiciones transitorias(95). Cada uno de esos
libros se halla compuesto de diversos títulos y cada uno de éstos, a su vez,
se divide en varios capítulos, algunos de los cuales se encuentran
divididos en secciones. A raíz de las leyes de reforma mencionadas resultó
eliminado el Capítulo I del Título III del Libro II, relativo al proceso sumario
(arts. 486-497), así como el Capítulo I del Libro V, que regulaba el
concurso civil de acreedores, habiéndose agregado, al Título I del Libro IV,
un Capítulo VIII referente a la denuncia de daño temido y a la ejecución de
reparaciones urgentes y al Título II del mismo libro un capítulo que regula
el juicio de declaración de inhabilitación.
A los fines de reformar el CPN para modernizar sus
contenidos, incorporar figuras que tiendan a una mayor efectividad
procesal y recoger los lineamientos que aporta el nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación desde su entrada en vigencia el 1 de agosto de
2015, se ha presentado —ese mismo año— a la comunidad científica el
Anteproyecto de Código Procesal Civil y Comercial de la Nación del
profesor Mario E. Kaminker y colaboradores. En esta edición se hará
referencia al mismo como "Anteproyecto del año 2015".

27. Justicia ordinaria de la Capital Federal


a) La primera ley orgánica sobre los tribunales de la Capital Federal fue
la 1144, cuya sanción obedeció al propósito de dotar a aquélla, que había
adquirido su condición de Capital de la República por la ley 1029 del 21 de

99 
 
septiembre de 1880, de una administración de justicia autónoma respecto
de la provincial que hasta ese momento tenía jurisdicción dentro de su
ámbito territorial.
Con posterioridad se dictaron la ley 1893, del 12 de noviembre de 1886,
sobre organización de los tribunales de la Capital, que modifica la
estructura establecida por la ley 1144; la ley 7055, del 17 de agosto de
1910, sobre reorganización de los tribunales de la Capital, que crea una
nueva Cámara de Apelaciones en lo Civil, convierte a la entonces llamada
Cámara de Apelaciones en lo Criminal, Correccional y Comercial en
Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, instituyendo una
nueva Cámara compuesta de cinco miembros para conocer en los asuntos
comerciales; determina el modo de integrarse las Cámaras en caso de
impedimento o recusación de algunos de sus miembros, así como la forma
de solucionarse los conflictos de competencia que pudieren suscitarse
entre ellas y fija el número de jueces de primera instancia en los distintos
fueros de la Capital; la ley 11.924, que crea la justicia de paz letrada y
reglamenta, asimismo, el procedimiento a observar en los respectivos
juicios; la ley 12.330, del 21 de diciembre de 1936, sobre nueva
organización de las Cámaras de Apelaciones de la Capital; el decreto-ley
32.347/1944, del 30 de noviembre de 1944 (ratificado por ley 12.948, del
23 de agosto de 1947), sobre organización, competencia y procedimiento
de la jurisdicción del trabajo; la ley 13.998, del 6 de octubre de 1950, que,
como dijimos, establece el carácter nacional de los jueces de la Capital,
haciendo desaparecer así la diferencia que hasta entonces se admitía en
ese distrito entre jueces ordinarios o locales y jueces federales; el decreto-
ley 1285/1958, que, como también recordamos, constituye el último
ordenamiento integral dictado sobre la organización de la justicia nacional
y, por ende, sobre la organización de los tribunales de la Capital Federal;
la ley 14.755, que eleva a dieciocho el número de miembros de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil; la ley 14.769, que eleva a nueve el
número de miembros de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial; la ley 16.440, que crea una sala de la Cámara Nacional de
Apelaciones de Paz mediante la incorporación a ese tribunal de los
jueces integrantes de la Cámara Federal de Comodoro Rivadavia; la ley
17.014, que aumenta a dieciocho y a siete, respectivamente, el número de
jueces de las Cámaras Nacionales de Paz y en lo Penal Económico; la ley
19.455, que creó una nueva sala en la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Comercial y aumentó el número de Juzgados de Primera Instancia
dependientes de aquélla; la ley 19.809, que modificó la designación y la
competencia de la justicia nacional de paz, etcétera(96).
b) No obstante la desvinculación que estableció en materia de
organización judicial, la ley 1144 dispuso, igual que la posterior 1893, que
hasta tanto se dictaran las leyes de procedimiento para la Capital,
continuarían rigiendo las leyes vigentes en la provincia de Buenos Aires,
entre las cuales se encontraba, como recordamos supra, nro. 21, el

100 
 
Código de Procedimiento en lo Civil y Comercial sancionado en 1880. Con
las reformas parciales de que posteriormente fue objeto, dicho Código rigió
en la Capital Federal hasta su derogación por la ley 17.454, que sancionó
y promulgó el "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación". Éste
constituye el ordenamiento procesal vigente en aquel distrito y de sus
antecedentes, estructura y orientaciones nos ocupamos ya en el número
anterior.
c)(97)Importa destacar, finalmente, que con fundamento en una errónea
comprensión del art. 129 de la Constitución Nacional que otorga a la ahora
denominada Ciudad Autónoma de Buenos Aires facultades propias de
legislación y jurisdicción, y con prescindencia del carácter nacional que
revisten, según se ha visto, los juzgados y tribunales más arriba
mencionados, la legislatura local sancionó la ley mediante la cual dispuso
que la judicatura nacional ordinaria mantendrá su situación en el Poder
Judicial de la Nación y que la Ciudad de Buenos Aires tendrá jueces en
materia de vecindad, contravencional y tributaria locales. Por ello, la
primera norma transitoria de la ley 7suspendió la vigencia de los artículos
relativos al funcionamiento de los órganos judiciales nacionales de los
fueros ordinarios, condicionándolo al acuerdo que el gobierno de la Ciudad
celebre con el gobierno federal.
Al margen de lo expuesto, la ley 7creó, en el ámbito del Poder Judicial
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un Tribunal Superior de
Justicia integrado por cinco jueces (art. 21) y dotado de competencia
originaria para conocer en los conflictos suscitados entre los poderes de la
Ciudad y en las demandas promovidas por la Auditoría General; en las
pretensiones declarativas de inconstitucionalidad y en materia electoral y
de partidos políticos hasta que se constituya el Tribunal Electoral, por vía
de recurso de inconstitucionalidad; en los casos de privación, denegación
o retardo de justicia y de recursos de queja contra denegatoria de recursos
para ante el Tribunal Superior; en instancia ordinaria de apelación en las
causas en que la Ciudad sea parte cuando el monto reclamado exceda al
que se establezca legalmente, y de las cuestiones de competencia y las
contiendas que en juicio se planteen entre jueces y tribunales de la Ciudad
que carezcan de un superior jerárquico común que deba resolverlas (art.
26).
La ley de que se trata creó, asimismo, una Cámara de Apelaciones en
lo Contravencional y de Faltas integrada por doce jueces, dividida en
cuatro salas de tres, siendo Tribunal de Alzada respecto de las
resoluciones dictadas por los jueces de primera instancia en lo
contravencional y de faltas (art. 36).
El art. 37 de la ley 7instituyó también una Cámara de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo y Tributario integrada por seis jueces, que
funciona dividida en dos salas de tres y es Tribunal de Alzada respecto de
las resoluciones dictadas por los jueces de lo contencioso administrativo y
tributario.
101 
 
Funcionan quince Juzgados en lo Contencioso Administrativo y
Tributario que entienden en todas las cuestiones en que la Ciudad sea
parte, cualquiera que fuera su fundamento y origen, tanto en el ámbito del
derecho público como del derecho privado (art. 48).
La justicia de primera instancia en lo contravencional y de faltas, por
último, está integrada por cuarenta y ocho juzgados que conocen en la
aplicación del Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, la
legislación de faltas y las leyes de aplicación en la Ciudad (art. 49).

28. Justicia provincial


a) Con posterioridad a la Constitución de 1873, se han sancionado en
la provincia de Buenos Aires numerosas leyes reglamentarias de la
organización judicial. En la actualidad rige la ley 5827, del 4 de julio de
1955, que se ocupa de la organización, en general, del Poder Judicial, de
la composición, competencia, integración y funcionamiento de los órganos
respectivos, de las atribuciones y deberes de los magistrados judiciales,
del ministerio público(98)y de las reparticiones y profesionales auxiliares de
la administración de justicia. Esta ley ha sido objeto de diversas
modificaciones, entre otras, por las leyes 5924, del 5 de noviembre de
1958, sobre creación del departamento judicial de Junín; 6244, del 28 de
enero de 1960, sobre límites de diversos partidos en lo que respecta al
Delta del Paraná; 6282, del 13 de agosto de 1960, sobre creación de una
Cámara de Apelación y de una fiscalía de Cámara en el departamento
judicial de San Nicolás; 7043, del 8 de septiembre de 1965, sobre división
en salas de la Cámara de Apelaciones del departamento judicial de Azul y
creación de nuevos cargos en dicho tribunal; 7079, del 20 de octubre de
1965, sobre elevación del número de jueces de la Suprema Corte, sorteo
de causas entre éstos, integración de dicho tribunal y autorización para la
creación de un nuevo Juzgado de Paz, en cualquiera de los partidos de la
provincia, por cada 100.000 habitantes; 7164, 7602 y 7724 sobre creación
de nuevos departamentos judiciales(99).
En lo que concierne a la justicia de paz, la primitiva ley 1853, del 2 de
junio de 1887, ha sufrido importantes modificaciones introducidas por
leyes posteriores, entre las que cabe mencionar la 3858, del 29 de julio de
1926, la ya citada 5827 (Ley Orgánica del Poder Judicial) y la 6471, del 28
de diciembre de 1960(100).
La organización y la competencia de los tribunales del trabajo, así como
el procedimiento a observar ante esos tribunales, se hallan reguladas por
la ley 7718, del 24 de junio de 1971, la que derogó a la primitiva ley 5178,
del 6 de noviembre de 1947, y sus modificatorias (5532, 5764, etc.)(101).
102 
 
Corresponde mencionar, finalmente, el decreto-ley 21.209/1957, del 20
de noviembre de 1957, que creó, como parte integrante del Poder Judicial
de la provincia, los tribunales rurales, estableciendo normas sobre
organización, competencia y procedimiento. Algunas de sus disposiciones
fueron luego reglamentadas por el decreto-ley 22.987/1957, del 6 de
diciembre del mismo año. Pero en razón de haberse demorado
la instalación de dichos tribunales, los que aún se encuentran en
funcionamiento, se dictó el decreto-ley 3739/1958, del 26 de diciembre de
1958, en el cual se dispuso que hasta tanto aquéllos se constituyan la
competencia para conocer de las cuestiones referentes al fuero rural
corresponde a los tribunales del trabajo(102).
Según se vio supra, nro. 21, actualmente rige en la provincia de Buenos
Aires la ley 7425, del 19 de septiembre de 1968, mediante la cual se
sancionó y promulgó el "Código Procesal Civil y Comercial". Se adaptó,
como dijimos en el mismo lugar, al Código nacional, con las variantes
emergentes de la reglamentación de instituciones que tienen rango
constitucional en la provincia. Posteriormente, por ley 7861(103), del 19 de
abril de 1972, se incorporó al Código un nuevo título bajo la rúbrica de
"proceso oral", en el cual se enumeran los tipos de asuntos que, necesaria
o voluntariamente, se hallan sometidos a ese sistema y se reglamenta el
correspondiente procedimiento.
b)(104)En la reseña hecha en supra, nro. 21, se hizo mención a los
ordenamientos procesales locales vigentes en las provincias.
De allí surge que con excepción de los códigos de Córdoba, Jujuy, La
Rioja, Mendoza, Santa Fe y Tucumán, los vigentes en las restantes
provincias se adaptaron al Código Procesal Civil de la Nación, algunos en
su versión originaria y otros con las modificaciones introducidas por la ley
22.434(105).

29. Tratados internacionales(106)

a) La República Argentina ha celebrado, sobre cuestiones de derecho procesal civil, nueve tratados y
convenciones internacionales, cuatro de ellos multilaterales y cinco bilaterales. Asimismo, ha prestado adhesión
a dos convenciones de ese carácter(107).

Se incluyen en el primer grupo los suscriptos en Montevideo en 1889 y


1940 con el Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú, respectivamente. El
Tratado de 1889 fue aprobado por la ley 3192, del 11 de diciembre de
1894, y el de 1940, que repite sustancialmente las cláusulas del anterior
e introduce algunos agregados, que se referirán más adelante, fue
aprobado por el decreto-ley 7771, del 27 de abril de 1957.

103 
 
Los tratados y las convenciones bilaterales fueron celebrados en Roma,
con Italia, en 1887 sobre diligenciamiento de exhortos y ejecución de
sentencias, y aprobado por ley 3983, del 29 de mayo de 1901; también en
Roma, con la República italiana, el 9 de diciembre de 1987 sobre auxilio
jurídico internacional, legalización de instrumentos públicos extranjeros,
reconocimiento de sentencia extranjera, ejecución de sentencia extranjera
y exhortos, aprobada por ley 23.720, del 6 de octubre de 1989; en París,
con la República francesa, el 2 de julio de 1991, sobre cooperación judicial,
aprobada por ley 24.107, del 28 de julio de 1992; en Brasilia, con la
República Federativa del Brasil, el 20 de agosto de 1990, sobre
cooperación judicial, aprobado por ley 24.108, del 28 de julio de 1992; y
en Buenos Aires, con la República del Paraguay, el 28 de noviembre de
1995, sobre cooperación jurídica internacional y exhortos, aprobado
por ley 24.847, del 11 de julio de 1997.
Asimismo, la República Argentina adhirió al Protocolo Adicional a la
Convención Interamericana sobre recepción de pruebas en el extranjero,
adoptado en La Paz (Bolivia) el 24 de mayo de 1984, aprobado por ley
24.037, del 20 de diciembre de 1991, y al Convenio relativo a la
comunicación y notificación, en el extranjero, de documentos judiciales
y extrajudiciales en materia civil y comercial, suscripto en La Haya el 15 de
noviembre de 1965, aprobado por ley 25.097, del 18 de mayo de 1999.
b) Los dos Tratados de Montevideo contienen diversos tratados
parciales sobre cada una de las materias que fueron examinadas, uno de
cuales se halla específicamente destinado a la materia procesal civil y
comercial. En los restantes tratados, sin embargo, existen normas
vinculadas a dicha materia, de las que también nos ocuparemos.
El Tratado de Derecho Procesal de 1889 comienza por enunciar los
siguientes principios sobre aplicación interespacial de las leyes
procesales: 1º) Los juicios y sus incidencias, cualquiera que sea su
naturaleza, se tramitarán con arreglo a la ley de procedimientos de la
Nación en cuyo territorio se promuevan. 2º) Las pruebas se admitirán
según la ley a que esté sujeto el acto jurídico materia del proceso,
con excepción del género de pruebas que por su naturaleza no autorice la
ley del lugar en que se sigue el juicio. A continuación, trata de
las legalizaciones, estableciendo que, para surtir efecto en los otros
Estados signatarios, las sentencias o laudos, las escrituras públicas y
demás documentos auténticos otorgados por los funcionarios de un
Estado, así como los exhortos y las cartas rogatorias, deben estar
debidamente legalizados, y que la legalización se considera hecha en
debida forma cuando se practica con arreglo a las leyes del país de donde
el documento procede y cuando éste se halle autenticado por el agente
diplomático o consular que en dicho país o en la localidad tenga acreditado
el gobierno del Estado en cuyo territorio se pide la ejecución. Finalmente,
el tratado se ocupa del cumplimiento de los exhortos, las sentencias y los
fallos arbitrales, sentando los siguientes principios: 1º) Las sentencias y

104 
 
los fallos arbitrales dictados en asuntos civiles y comerciales en uno de los
Estados signatarios tendrán en los demás la misma fuerza que en el país
en que se han pronunciado, siempre que hayan sido expedidos por
tribunal competente en la esfera internacional; que tengan fuerza
ejecutoria en el Estado en que se han expedido; que la parte contra quien
se han dictado haya sido legalmente citada y representada o declarada
rebelde conforme a la ley del proceso; y que no se opongan a las leyes de
orden público del país de su ejecución. 2º) Para solicitar el cumplimiento
de las sentencias y los fallos arbitrales es necesario acompañar copia
íntegra de ellos, de las piezas que acrediten la citación de las partes y
del auto que declare el carácter de ejecutoriado o pasado en autoridad de
cosa juzgada de la sentencia o laudo, así como de las leyes en que
dicho auto se funda. 3º) El carácter ejecutivo o de apremio de las
sentencias o fallos arbitrales y el juicio a que su cumplimiento dé lugar
serán los que determine la Ley de Procedimientos del Estado donde se
pide la ejecución. 4º) Los actos de jurisdicción voluntaria practicados en
un Estado tendrán en los demás el mismo valor que si se hubiesen
realizado en su propio territorio, con tal de que reúnan los requisitos
precedentemente mencionados. 5º) Los exhortos y las cartas rogatorias
tendientes a practicar cualquier diligencia judicial se cumplirán en los
Estados signatarios siempre que reúnan las condiciones establecidas en
el tratado. 6º) En los exhortos o las cartas rogatorias referentes a
embargos, tasaciones, inventarios o diligencias preventivas, el
juez exhortado proveerá a la designación de peritos, tasadores, etcétera,
y a todo aquello que sea conducente al mejor cumplimiento de la comisión.
7º) Los exhortos y las cartas rogatorias se diligenciarán con arreglo a las
leyes del país donde se pide la ejecución. 8º) Los interesados en la
ejecución podrán constituir apoderados, siendo de su cuenta los gastos
que éstos y las diligencias ocasionen.
El Tratado de Derecho Procesal de 1940 consagra los mismos
principios, a los que introduce los siguientes agregados: 1º) Incluye, entre
las sentencias cuyo cumplimiento puede pedirse ante los jueces de los
Estados signatarios, las sentencias civiles, dictadas en cualquiera de ellos
por un tribunal internacional, que se refieran a personas o a intereses
privados. 2º) Prevé los trámites previos al exequatur, los cuales deben
sustanciarse con audiencia del Ministerio Público, pudiendo oírse, a
pedido formulado por dicho Ministerio, o de oficio, a la parte contra la cual
se pretende hacer efectiva la sentencia o el laudo arbitral de que se trate.
3º) Autoriza al juez a quien se solicite el cumplimiento de una
sentencia extranjera a tomar, a petición de parte y aun de oficio, todas las
medidas necesarias para asegurar la efectividad del fallo, conforme a lo
dispuesto por la ley del tribunal local sobre secuestros, inhibiciones,
embargos y otras medidas preventivas. 4º) En el supuesto de hacerse
valer como prueba la autoridad de cosa juzgada de una sentencia o de un
laudo, deberá ser presentado en juicio con la documentación pertinente, y
los jueces o los tribunales se pronunciarán sobre su mérito en la sentencia

105 
 
que dicten, previa comprobación, con audiencia del Ministerio Público, de
que se ha dado cumplimiento a los requisitos que condicionan la eficacia
de los fallos extranjeros (competencia en la esfera internacional, no
oposición al orden público interno, etc.). 5º) Dispone que los exhortos o las
cartas rogatorias deberán ser redactados en el idioma del Estado que los
libre y serán acompañados de una traducción hecha en la lengua del
Estado al cual se libra el exhorto o la carta rogatoria, debidamente
certificada, agregando que las comisiones rogatorias en materia civil o
criminal, cursadas por intermedio de los agentes diplomáticos y, a falta de
éstos, por conducto de los cónsules del país que libra el exhorto, no
necesitarán legalización de firmas. 6º) En el supuesto de exhortos
mediante los cuales se requiere la traba de un embargo, establece que la
procedencia de la medida se regirá y determinará por las leyes y los jueces
del lugar del proceso, aclarando que la traba del embargo, su forma y
la inembargabilidad de los bienes denunciados a ese efecto se regirán por
las leyes y se ordenarán por los jueces del lugar donde dichos bienes
estuvieran situados, agregando que para ejecutar la sentencia dictada en
el juicio en que se haya ordenado la traba del embargo sobre bienes
ubicados en otro territorio, se seguirá el procedimiento establecido para el
juicio de reconocimiento y ejecución de sentencias extranjeras (nro. 2). 7º)
Determina que, trabado el embargo, la persona afectada por la medida
podrá deducir, ante el juez ante quien se libró el exhorto, la tercería
pertinente, con el único objeto de que sea comunicada al juez de origen.
Noticiado éste de la interposición de la tercería, suspenderá el trámite del
juicio principal por un término no mayor de sesenta días, con el objeto de
que el tercerista haga valer sus derechos. La tercería se sustanciará por
el juez de lo principal conforme a sus leyes. El tercerista que comparezca
después de fenecido ese término tomará la causa en el estado en que se
encuentre. Si la tercería interpuesta fuese de dominio o de derechos reales
sobre el bien embargado, se resolverá por los jueces y de acuerdo con las
leyes del país del lugar de la situación de dicho bien.
Además, el Tratado de 1940 agrega un nuevo título referente al
concurso civil de acreedores, en el que establece los siguientes principios:
1º) El concurso se rige y se tramita por las leyes y ante los jueces del país
del domicilio del deudor. 2º) Si hubiere bienes ubicados en uno o más
Estados signatarios, distintos de los del domicilio del deudor, podrán
promoverse, a pedido de los acreedores, concursos independientes en
cada uno de ellos. 3º) Declarado el concurso, y sin perjuicio del derecho
de los acreedores precedentemente mencionados, el juez respectivo
tomará las medidas preventivas pertinentes respecto de bienes situados
en otros países, y, al efecto, procederá en la forma establecida con
referencia a los exhortos en materia de medidas cautelares. 4º) Cumplidas
las medidas preventivas, los jueces a quienes se libran los exhortos harán
conocer, por edictos publicados durante treinta días, la declaración del
concurso, la designación de síndico y de su domicilio, el plazo para
presentar los títulos crediticios y las medidas preventivas que se hubieren

106 
 
tomado. 5º) En el supuesto de existir bienes ubicados en Estados distintos
de los del domicilio del deudor, los acreedores locales, dentro de los
sesenta días subsiguientes a la última publicación mencionada en el
número anterior, podrán promover el concurso del deudor respecto de los
bienes ubicados en ese país. Para ese caso, como para el de juicio único
de concurso, que se siga ante los tribunales y de acuerdo con las leyes del
país del domicilio del deudor, los acreedores locales tendrán el derecho de
preferencia sobre los bienes ubicados en el territorio donde sus créditos
deben ser satisfechos. 6º) Cuando proceda la pluralidad de concursos, el
sobrante que resultare a favor del deudor en un país signatario quedará
afectado a las resultas de los otros juicios de concursos, transfiriéndose
por vía judicial, con preferencia, al concurso declarado en primer término.
7º) Los privilegios se determinan exclusivamente por la ley del Estado
donde se abra cada concurso, con las siguientes limitaciones: a) El
privilegio especial sobre los inmuebles y el derecho real de hipoteca
quedarán sometidos a la ley del Estado de su situación. b) El privilegio
especial sobre los muebles queda sometido a la ley del Estado donde se
encuentran, sin perjuicio de los derechos del Fisco por impuestos
adeudados. La misma norma rige en cuanto al derecho que se funda en la
posesión o en la tenencia de bienes muebles, o en una inscripción pública,
o en otra forma de publicidad. 8º) La autoridad de los síndicos o de los
representantes legales del concurso será reconocida en todos los Estados,
los cuales admitirán en su territorio el ejercicio de las funciones que a
aquéllos conceden la ley del concurso y el Tratado. 9º) Las inhabilidades
que afecten al deudor serán decretadas por el juez de su domicilio, con
arreglo a la ley de éste. Las inhabilidades relativas a los bienes situados
en otros países podrán ser declaradas por los tribunales locales conforme
a sus propias leyes. La rehabilitación del concursado y sus efectos se
regirán por las mismas normas. 10º) Las reglas referentes al concurso
serán igualmente aplicadas a las liquidaciones judiciales, concordatos
preventivos, suspensión de pagos u otras instituciones análogas que sean
admitidas en las leyes de los Estados contratantes.
En los restantes tratados existen, como antes se recordó, normas de
carácter procesal. El Tratado de Derecho Civil Internacional de 1889
contiene un título íntegramente dedicado a determinar cuál es el juez
competente para conocer de los procesos que versen sobre: pretensiones
personales (art. 56); declaración de ausencia (art. 57); capacidad
o incapacidad de las personas para el ejercicio de los derechos civiles (art.
58); pretensiones procedentes del ejercicio de la patria potestad, y de la
tutela y curatela sobre la persona de los menores e incapaces y de éstos
contra aquéllos (art. 59); pretensiones relativas a la propiedad,
enajenación o actos que afecten los bienes de los incapaces (art. 60);
rendición de cuentas de los tutores y curadores (art. 61); nulidad de
matrimonio, divorcio, disolución y, en general todas las cuestiones que
afecten las relaciones personales de los esposos (art. 62); cuestiones
surgidas entre los esposos sobre enajenación u otros actos que afecten

107 
 
los bienes matrimoniales (art. 63); medidas urgentes relativas a las
relaciones personales entre cónyuges, al ejercicio de la patria potestad y
a la tutela y curatela (art. 64); existencia y disolución de cualquier sociedad
civil (art. 65); sucesión por causa de muerte (art. 66); y pretensiones reales
y las denominadas mixtas (art. 67). Los mismos aspectos fueron
contemplados por el Tratado de Derecho Civil Internacional de 1940 (arts.
56-64), con el agregado de que admite la prórroga voluntaria y expresa de
la competencia territorial en las pretensiones referentes a derechos
personales de carácter patrimonial (art. 56).
También contienen normas que atañen al proceso civil y comercial los
Tratados de Derecho Comercial Internacional de 1889 y 1940. El primero
establece cuál es el juez competente para conocer en los procesos que
versen sobre: litigios que surjan entre los socios o que inicien los terceros
contra la sociedad (art. 7º); reclamaciones que se deduzcan contra las
sociedades de seguros (art. 10); choques y abordajes de buques
matriculados en distintas naciones, producidos en aguas no
jurisdiccionales (art. 12); naufragio de buques (art. 13); contrato de
fletamento (art. 15); cuestiones suscitadas entre el dador y el tomador de
un préstamo a la gruesa o a riesgo marítimo (art. 18); averías comunes
(art. 23) y particulares (arts. 24-25); cuestiones suscitadas entre las
personas que han intervenido en la negociación de una letra de cambio
(art. 34). El segundo repite las reglas contenidas en el anterior sobre
competencia en materia de litigios entre socios o que inicien terceros
contra la sociedad (art. 11) y entre personas que han intervenido en la
negociación de una letra de cambio, un cheque u otro papel a la orden o
al portador (art. 35), y agrega reglas de competencia respecto de contratos
de seguro (art. 13) y de transporte terrestre (arts. 16-17). Además, el
Tratado de Derecho de Navegación Comercial de 1940 señala cuál es el
juez competente en los procesos que versen sobre: abordajes (arts. 6º, 8º
y 9º); cuestiones suscitadas sobre servicios de asistencia y salvamento
(art. 13); averías particulares (art. 16) y comunes (art. 19); litigios
vinculados al ejercicio de sus cargos, que se susciten entre el capitán y
gente del equipaje al servicio de buques de nacionalidad de alguno de los
Estados, que se encuentren en aguas jurisdiccionales de otro (art. 23);
litigios entre el capitán o la gente del equipaje y las personas extrañas al
servicio permanente del buque de nacionalidad de uno de los Estados, que
se encuentre en aguas jurisdiccionales de otro (art. 24); contratos de
fletamento y de transporte de mercaderías o de personas (arts. 25 y 27);
seguros marítimos (art. 30); cuestiones suscitadas entre el dador y el
tomador de un préstamo a la gruesa (art. 33).
Corresponde añadir que los Tratados de Derecho Comercial de 1889
(arts. 35-48) y de 1940 (arts. 40-53) contienen extensos títulos dedicados
a los juicios de quiebra, en los cuales se establecen reglas sobre la
competencia de los jueces, la extensión de medidas preventivas respecto
de bienes situados en otros Estados, el derecho de los acreedores locales,

108 
 
el reconocimiento de la autoridad de los síndicos o representantes legales
de la quiebra, etcétera.
c) El Tratado celebrado con Italia versa sobre diligenciamiento
de exhortos y ejecución de sentencias, y contiene las siguientes reglas:
las autoridades judiciales competentes de cada uno de los dos países
darán ejecución a las cartas rogatorias que les fuesen dirigidas por las del
otro tanto en materia civil y comercial cuanto en materia penal, no política
(art. 1º). Las cartas rogatorias en materia civil y comercial podrán tener por
objeto la citación, juramento, interrogatorio y deposición de testigos,
el examen, la copia o traducción, verificación o entrega de documentos, el
secuestro y remisión de objetos, la inspección y examen de libros,
su exhibición y todas las demás prácticas que sirvan para la decisión de
las causas (arts. 2º-3º). Las cartas rogatorias serán escritas en el idioma
del Estado requirente y trasmitidas por vía diplomática. Contendrán, en
cuanto sea posible, la indicación del domicilio de las personas que deban
citarse (art. 4º). En la ejecución de las cartas rogatorias se admitirán
siempre las excepciones deducidas por las partes y se transmitirán
convenientemente a fin de que sean juzgadas como sea de derecho (art.
5º). Los particulares interesados en la ejecución de cartas rogatorias en
materia civil y comercial podrán constituir procuradores para promover la
respectiva ejecución de aquéllas (art. 6º). Los gastos ocasionados en las
cartas rogatorias en materia civil y comercial serán a cargo del interesado
(art. 7º). Las sentencias definitivas en materia civil y comercial,
pronunciadas por las autoridades de cada una de las partes contratantes,
tendrán completa y recíproca ejecución en los Estados de la otra parte,
como la de sus propios tribunales. Para el efecto será, sin embargo,
necesario que los tribunales competentes de la circunscripción en que
debe ejecutarse la sentencia según las respectivas leyes de
procedimiento, la declaren ejecutiva, después de haber citado a
los interesados a un juicio sumario en el cual se examinarán solamente:
1º) si la sentencia cuya ejecución se demanda ha sido pronunciada
por autoridad judicial competente; 2º) si las partes debidamente citadas
han asistido al juicio personalmente o por medio de mandatario legal, o si
han sido declaradas contumaces de conformidad con los códigos vigentes
de procedimiento; 3º) si la sentencia procede del ejercicio de una acción
personal y la obligación u obligaciones a cumplirse no son prohibidas por
las leyes del Estado requerido; 4º) si la sentencia no contiene
disposiciones contrarias al orden público o al derecho público del mismo
Estado. La ejecución de la sentencia podrá ser requerida por vía
diplomática o directamente por la parte interesada; advirtiendo que cuando
ella sea demandada por vía diplomática, si la parte interesada no ha
constituido procurador, éste será nombrado de oficio por el magistrado que
debe decidir sobre el punto y deberá satisfacer al procurador el pago de
los gastos legítimos de su cargo. La autenticación de la sentencia se hará
de conformidad con las leyes de cada país, agregándose la legalización
final del Ministerio de Negocios Extranjeros (art. 8º).

109 
 
IV. LOS REGLAMENTOS Y LAS ACORDADAS JUDICIALES

30. Concepto
a) A fin de facilitar el mejor funcionamiento de la administración de
justicia, y frente a la imposibilidad de prever los múltiples problemas de
orden práctico que la actividad procesal puede suscitar, las leyes suelen
conferir a los órganos judiciales superiores la facultad de dictar normas
generales, destinadas a complementar o integrar los textos legales
relativos a determinados aspectos de la organización judicial y a la
regulación de los procedimientos.
b) Según versen sobre diversas materias o sobre un punto determinado,
tales ordenamientos de carácter general se denominan, respectivamente,
reglamentos judiciales o acordadas reglamentarias. Corresponde señalar,
sin embargo, que todos los reglamentos judiciales se dictan mediante
acordadas(108), que constituyen resoluciones así llamadas para
diferenciarlas de las sentencias y que en ocasiones tienen de común, con
éstas, la circunstancia de configurar normas individuales, si
bien exclusivamente referidas a las materias propias de las facultades de
superintendencia que ejercen los tribunales superiores. Tal lo que ocurre,
por ejemplo, cuando éstos disponen designar, remover o conceder licencia
a un funcionario o empleado de su dependencia.

31. Justicia nacional


a) Las disposiciones legales que instituyen la facultad reglamentaria a
que nos referimos son, en el orden nacional, el art. 18 de la ley
48, que autoriza a la Corte Suprema a "establecer los reglamentos
necesarios para la ordenada tramitación de los pleitos, con tal que no sean
repugnantes a las prescripciones de la Ley de Procedimientos"; el art.
10 de la ley 4055, que aparte de establecer la superintendencia de la Corte
Suprema sobre los tribunales inferiores de la justicia federal dispone que

110 
 
dicho tribunal debe "dictar los reglamentos convenientes para procurar la
mejor administración de justicia"; el art. 22 de la misma ley, que
encomienda a las Cámaras Federales dictar "un reglamento interno" que
"someterán a la aprobación de la Suprema Corte y el art. 21 del decreto-
ley 1285/1958, que —reproduciendo el mismo artículo contenido en la ley
13.998— prescribe que "la Corte Suprema dictará su reglamento interno y
económico y el Reglamento para la Justicia Nacional, estableciendo las
facultades de superintendencia de la Corte Suprema y
(109)
tribunales inferiores" .
Con relación a los tribunales de la Capital Federal, el art. 102 de la ley
1893autoriza a las Cámaras de Apelaciones con asiento en ella para dictar
"los reglamentos convenientes para la mejor administración".
b)(110)El reglamento para la justicia nacional, dictado por la Corte
Suprema mediante acordada del 17 de diciembre de 1952 y modificado
posteriormente por diversas acordadas, se halla dividido actualmente en
doce partes. La primera, bajo el título disposiciones generales, contiene
normas relativas a los días y horas hábiles; a las obligaciones de
magistrados, funcionarios y empleados judiciales, a la
designación, incompatibilidades y ascenso de funcionarios y empleados
judiciales; al juramento, deberes e incompatibilidades de los magistrados,
funcionarios y empleados de la justicia nacional; a la aplicación de
sanciones disciplinarias a los funcionarios y empleados; a la concesión y
cancelación de licencias a magistrados, funcionarios y empleados; al
registro de funcionarios y empleados; al registro de expedientes en estado
de dictar sentencia y a las formalidades de ciertos actos procesales (firma,
sello y citas de las resoluciones judiciales; comunicados a los agentes
diplomáticos y a la Corte Suprema; exhortos dirigidos a autoridades
judiciales extranjeras; emplazamiento en los casos de recursos
concedidos para ante la Corte; notificación de sentencias criminales;
dictámenes periciales; cargo de los escritos; tinta, firma y encabezamiento
de escritos; agregación de documentos; desgloses de poderes; pedidos
de regulación de honorarios; oficios de embargos o inhibiciones; pedidos
de reintegro de cuotas de embargo posteriores al fallecimiento del deudor
y compaginación de expedientes); al manejo de fondos administrativos; a
la extracción de fondos y a las formas de los giros y transferencias y a la
revisación, custodia y remisión de expedientes. La segunda parte
reglamenta el funcionamiento interno de la Corte Suprema, en cuanto a
los acuerdos ordinarios y extraordinarios, juicios verbales, audiencias
e informes in voce; juramentos; conjueces; autoridades de feria; feriados,
asuetos y homenajes que puede disponer la Corte Suprema; designación,
aceptación de renuncias y resolución de sanciones expulsivas. La tercera
parte regula el nombramiento, duración, representación, firma y demás
funciones del presidente del tribunal. La cuarta parte se refiere a los
secretarios de la Corte y regula su número y sustitución, firma, atención al
público, licencias y sanciones e intervención en las audiencias de prueba

111 
 
y juicios verbales. La quinta parte se ocupa de las funciones de la
Secretaría de Superintendencia (hoy: Administración General de la Corte
Suprema, acordada 50/1996). La sexta parte reglamenta las funciones de
las Secretarías Judiciales del Tribunal, así como también la distribución de
la publicación de fallos y acordadas de la Corte Suprema, y los registros
de expedientes, libros de sentencias y ficheros de jurisprudencia. La
séptima parte se halla dedicada a las Cámaras Nacionales, sus
reglamentos internos, los libros que deben llevar, la forma de integrarse en
la Capital, la fecha para la elección de autoridades, la constitución para el
fallo de las causas, la obligación de organizar el fichero de jurisprudencia
y de informarse cada sala, antes de dictar sentencia, de los precedentes
de las restantes del tribunal de que forma parte, y de las facultades y
deberes de esos tribunales en los casos de feriados y asuetos locales y de
homenajes, de la superintendencia, de la sustitución en capital y en
el interior, de los turnos, de los registros de nombramientos de oficio, de
edictos, de jurisprudencia, acerca de los libros a llevar en los Juzgados
Nacionales, entre otras cuestiones. La octava parte versa sobre los
cuerpos técnicos periciales y, más específicamente, sobre la elección de
sus autoridades, sobre el cuerpo médico forense, distribución de tareas de
los cuerpos médicos, sanciones, peritos de feria. La décima parte se ocupa
de los peritos auxiliares; la undécima, de los rematadores judiciales; y la
duodécima parte contiene disposiciones transitorias acerca del Ministerio
Público y la fecha en que el reglamento debía entrar a regir.
c) Por su parte, y en ejercicio de la facultad que les confiere el art.
102 de la ley 1893, las Cámaras de Apelaciones de la Capital Federal han
dictado numerosas acordadas relativas a su funcionamiento interno y al de
los Juzgados de su dependencia, así como a determinados requisitos de
los actos procesales(111). Pero debe tenerse en cuenta que las
disposiciones reglamentarias que dictan las Cámaras de Apelaciones son
válidas en la medida en que se ajusten a las normas dictadas por la Corte
Suprema en ejercicio de las funciones generales de superintendencia
que incumben a dicho tribunal, en los términos de los arts. 11, inc. 1º,) de
la ley 4055, y 104 y 118 del Reglamento para la Justicia Nacional(112).

32. Justicia provincial


Mediante la adopción de normas concebidas en términos
sustancialmente semejantes, todas las Constituciones provinciales
acuerdan a los respectivos Tribunales Superiores o Cortes de Justicia la
potestad de dictar reglamentos internos aplicables tanto a su propio
funcionamiento cuanto al de los órganos judiciales inferiores(113). Con

112 
 
mayores o menores especificaciones, tales normas se hallan reproducidas
por las leyes orgánicas locales.

33. Alcance de los reglamentos


El alcance de los reglamentos judiciales depende, ante todo, de los
términos de la norma que acuerda la facultad reglamentaria. Por ejemplo,
el art. 13 del decreto-ley 1285/1958, en tanto dispone que "el
nombramiento y la remoción de los funcionarios y empleados que
dependan de la Justicia de la Nación se hará por la autoridad judicial y en
la forma que establezcan los reglamentos de la Corte Suprema", concede
a dicho tribunal un amplio margen de arbitrio para regular la materia, sólo
limitado por el art. 12 del mencionado decreto-ley, que determina los
requisitos para ser designado secretario o prosecretario de los tribunales
nacionales y por el art. 14 del mismo ordenamiento, que condiciona la
remoción de los funcionarios y empleados de la justicia nacional a la
comprobación de ineptitud o mala conducta y a la sustanciación de un
sumario previo con audiencia del interesado.
En líneas generales, puede decirse que la facultad reglamentaria
adquiere su mayor grado de intensidad cuando se trata de la regulación
del funcionamiento interno de los tribunales, por cuanto es obvio que éstos
son quienes en mejores condiciones se encuentran para apreciar las
necesidades de orden práctico que corresponde contemplar y prever
dentro de ese ámbito.
En lo que concierne a la reglamentación de las normas referentes a
los actos procesales, la función normativa de los tribunales debe cuidar,
según lo expresa el art. 18 de la ley 48, de no "repugnar" a las
prescripciones contenidas en la ley procesal. Se trata, pues, como observa
Podetti(114), de una limitación sustancialmente análoga a la que el art.
99, inc. 2º, de la Constitución impone al Poder Ejecutivo en lo que respecta
a la reglamentación de las leyes nacionales.
En consecuencia, los reglamentos judiciales no pueden alterar y menos
contrariar los requisitos de lugar, tiempo y forma que las leyes imponen a
los actos procesales, debiendo limitarse a regular los aspectos
secundarios o estrictamente materiales de tales requisitos. No cabría, así,
por vía reglamentaria, imponer al actor la carga de incluir, en el escrito de
demanda, enunciaciones que hagan al fondo de ésta y no se encuentren
contempladas por el art. 330 del Código Procesal de la Nación ni tampoco
suprimir alguno de los requisitos exigidos por dicha norma. Pero el
reglamento puede exigir, v.gr., que en el escrito respectivo se
utilice exclusivamente tinta negra o que los abogados y procuradores que
113 
 
lo suscriben indiquen el tomo y el folio o el número de la matrícula de
su inscripción.

V. LA COSTUMBRE

34. Concepto
a) La costumbre, entendida como toda norma general creada
espontáneamente a través de la repetición de una determinada conducta
y a cuyo respecto existe un consenso comunitario de obligatoriedad(115),
constituye otra de las fuentes primarias del derecho procesal.
b) La doctrina, sin embargo, no es unánime acerca de la conclusión
precedente. Mientras algunos autores no encuentran fundamento alguno
para considerar configurado un "derecho procesal consuetudinario"(116),
otros, sin dejar de reconocer que la costumbre gravita en la actividad
procesal, le niegan empero su calidad de fuente cuando la ley no le otorga
aptitud normativa(117), y algunos, finalmente, circunscriben aquella calidad
a los usos o prácticas forenses(118), o le confieren un valor secundario(119).
Por nuestra parte insistimos en el carácter de fuente primaria que reviste
la costumbre, cualesquiera que sean las manifestaciones en que ella
se exterioriza y cuya respectiva descripción efectuamos en el número
siguiente.

35. Manifestaciones
a) En primer lugar, la costumbre es fuente del derecho procesal cuando
la ley remite a ella (costumbre secundum legem). Da cuenta de esta
modalidad, v.gr., el art. 565 del Código Procesal de la Nación, que se
refiere expresamente a la costumbre para determinar el monto de la
comisión a pagar en los remates judiciales(120).
b) En segundo lugar, la costumbre se exterioriza en el proceso mediante
la consagración de ciertas "prácticas judiciales" o "usos forenses",
desarrollados en ausencia de reglamentaciones específicas sobre
114 
 
aspectos secundarios del trámite procesal (costumbre extra legem). Tales
prácticas o usos conciernen, particularmente, a las fórmulas que deben
utilizarse en la redacción de determinados actos procesales de
transmisión, como cédulas de notificación, oficios y exhortos(121).
Constituyen también manifestaciones de la modalidad analizada ciertos
usos que, sin llegar a desvirtuar el sentido de las normas vigentes,
simplifican la actividad procesal con resultados provechosos(122).
c) Por último, la costumbre se manifiesta como fuente del derecho
procesal a raíz de la caída en desuso de numerosas normas contenidas
en los códigos y leyes procesales, que terminan, así, por desaparecer de
la vida jurídica.
Ocurre, en efecto, que de hecho, y con el asentimiento tácito de las
partes, los jueces y demás funcionarios judiciales ordenan o conducen la
actividad procesal con prescindencia de expresas prescripciones
normativas, comportándose como si éstas no existiesen.
Durante la vigencia del derogado Código de Procedimiento de la Capital
Federal eran realidades fácilmente verificables, demostrativas de ese
comportamiento, la inasistencia de los jueces a las audiencias en las
cuales era exigida su presencia (a veces bajo pena de nulidad);
el incumplimiento, por parte de los secretarios, del deber que les imponía
el art. 188 de dicho código en el sentido de abrir las audiencias destinadas
a las declaraciones de testigos con la lectura del escrito de ofrecimiento
de esa prueba y de la resolución que la admite; la inveterada eximición del
pago de costas a los jueces no obstante la norma que disponía esa
sanción en el supuesto de ciertas nulidades procesales (art. 240); etcétera.
También encuadra dentro de la modalidad analizada la forma escrita en
que se desarrollan determinados procesos que las leyes estructuran como
verbales y actuados (v.gr., art. 26, Ley de Prenda con Registro)(123).
Tales costumbres derogatorias, o contra legem, constituyen fuentes del
derecho procesal en la medida en que los jueces, cuando se discute la
eficacia o la regularidad de un acto, puedan invocarlas para objetivar el
sentido jurídico de las conductas en juego(124). No obsta a reconocerles
ese carácter el hecho de que los jueces, por motivos
fácilmente explicables, se abstengan de declarar expresamente que
determinada norma ha caído en desuso. Ello, sin embargo, ha ocurrido
algunas veces, como cuando se decidió, por ejemplo, que pese al principio
establecido por el art. 53 del derogado Código de la Provincia de Buenos
Aires, "los tribunales jamás lo aplican respecto a términos que podrían
reputarse perentorios, como el de prueba"(125).
Lo importante es que la reiterada inobservancia de una norma, por parte
de los órganos encargados de su aplicación, denota, en la generalidad de
los casos, que ha desaparecido el signo positivo de las valoraciones
jurídicas expresadas por ella, y que ha nacido una costumbre, expresiva
de un nuevo sentido comunitario y susceptible, por lo tanto, de acordar a
115 
 
una resolución judicial suficiente fuerza de convicción(126). Y decimos "en
la generalidad de los casos", porque las conclusiones precedentemente
enunciadas no excluyen, desde luego, la existencia de "malas"
costumbres, ineptas, como tales, para reflejar una adecuada valoración
jurídica. Tales corruptelas se presentan frecuentemente en la experiencia
judicial y más de una vez los tribunales superiores han debido reaccionar
contra ellas(127).
Corresponde destacar, finalmente, que la invocación del art. 1º del
Código Civil y Comercial carece de toda relevancia para negar a la
costumbre el carácter de fuente del derecho procesal, pues aun en el
supuesto de considerárselo aplicable a esa rama jurídica (lo que es más
que dudoso), es obvio que sus prescripciones, como las de toda norma,
resultan inoperantes frente a la experiencia jurídica real(128).

VI. LA JURISPRUDENCIA

36. Concepto
a) En su acepción más difundida, jurisprudencia significa la forma
concordante en que los órganos judiciales se pronuncian al resolver casos
similares. El conjunto de fallos así dictados termina por fijar criterios o
reglas generales que, como expresión de valoraciones vigentes, son
utilizadas por los jueces para justificar el carácter jurídicamente objetivo
que deben revestir sus decisiones, y configura, por consiguiente, fuentes
del derecho.
b) A diferencia de lo que ocurre con las fuentes anteriormente
analizadas, la jurisprudencia es una fuente subordinada a la ley, pues su
función consiste en establecer especies que se incluyen o excluyen del
marco genérico que aquélla suministra(129). Por lo demás, hallándose
asentada la autoridad de la jurisprudencia en la fuerza de convicción que
le acuerda la reiteración de fallos dictados en un sentido semejante y en la
consecuente aceptación comunitaria de la doctrina enunciada en éstos,
ella carece del grado de obligatoriedad que reviste la ley.

116 
 
37. Jurisprudencia obligatoria
a) Distinto de los supuestos mencionados en el número
precedente, aunque sin alterar el carácter de fuente secundaria
que exhibe la jurisprudencia, es el caso en que la ley disponga la
obligatoriedad de la doctrina establecida en los fallos de determinados
tribunales. Tal el régimen instituido por el Código Procesal de la Nación,
cuyo art. 302 disponía, en lo que al punto concierne, que "a iniciativa de
cualquiera de sus salas, las Cámaras de apelaciones podrán reunirse en
tribunal plenario con el objeto de unificar la jurisprudencia y evitar
sentencias contradictorias"(130). Agregaba el art. 303 del citado
ordenamiento: "La interpretación de la ley establecida en una sentencia
plenaria será obligatoria para la misma Cámara y para los jueces de
primera instancia respecto de los cuales sea aquélla Tribunal de Alzada,
sin perjuicio de que los jueces dejen a salvo su opinión personal. Sólo
podrá modificarse dicha doctrina por medio de una nueva sentencia
plenaria". Las disposiciones transcriptas reproducían sustancialmente el
texto del derogado(131)art. 27 del decreto-ley 1285/1958 (aplicable a las
causas criminales en virtud de lo prescripto por el art. 2º, ley 17.812).
Partiéndose de la base de que la función específica de la jurisdicción
consiste en la declaración y la actuación del derecho en casos particulares,
y de que los acuerdos plenarios crean "normas con categoría de generales
y abstractas para todos los casos", se ha considerado que la
obligatoriedad de la jurisprudencia plenaria impuesta por la norma
transcripta configura una expresa delegación de facultades legislativas en
el Poder Judicial y, por lo tanto, una transgresión al principio constitucional
de división de los poderes(132). A tal conclusión se ha replicado, con acierto,
sosteniéndose fundamentalmente: 1º) La jurisprudencia
plenaria, aun debiendo ser aplicada obligatoriamente por los jueces del
fuero, no pierde su carácter de fuente del derecho subordinada a la ley, y
su validez se halla circunscripta, por lo tanto, por el marco normativo
prefijado en aquélla. 2º) La técnica utilizada por el decreto-ley 1285/1958,
obediente a valoraciones de orden y seguridad, no comporta un arbitrio
destinado a reemplazar la voluntad del Congreso, sino simplemente un
modo de ordenar una de las fuentes del derecho, superando
los inconvenientes derivados de la necesidad de dividir el trabajo de los
tribunales de alzada en varias salas(133).
La Corte Suprema, concordantemente con la opinión precedentemente
citada, ha fijado la cuestión en sus verdaderos términos. Dijo el tribunal,
en efecto, que las reuniones plenarias de las Cámaras Nacionales de
Apelaciones sólo se justifican cuando el caso a decidir requiera
la interpretación legal cuestionada o haga posible la unificación de

117 
 
jurisprudencia; de manera que si las reuniones plenarias son admisibles
para restaurar la unidad del tribunal de apelación, superando la división en
salas que impone el cúmulo de la labor judicial, no lo serían fuera de los
límites del proceso, porque entonces sus decisiones serían abstractas
e invadirían facultades propias del Poder Legislativo, como la de aclarar
sus propias leyes (art. 4º, CCiv., derogado por ley 17.711), vulnerado, en
consecuencia, el principio de la división de los poderes(134).
Las normas contenidas en los arts. 302 y 303 del Código Procesal de la
Nación se hallaban complementadas por el art. 288 del mismo
ordenamiento, que reproduciendo esencialmente los términos del
párrafo inicial del art. 28 del decreto-ley 1285/1958 disponía: "El recurso
de inaplicabilidad de la ley sólo será admisible contra la sentencia
definitiva que contradiga la doctrina establecida por alguna de las salas de
la Cámara en los diez años anteriores a la fecha del fallo recurrido y
siempre que el precedente se hubiere invocado con anterioridad a su
pronunciamiento"(135).
La institución del recurso de inaplicabilidad de la ley por el art. 28 del
decreto-ley 1285/1958(136)(posteriormente reproducido por el art. 288,
CPCCN) vino a dejar sin efecto el deber impuesto por el art. 113 del
Reglamento para la Justicia Nacional a las salas de las Cámaras de
Apelaciones, en el sentido de que, antes de dictar sentencia,
debían informarse de la jurisprudencia de las restantes salas del tribunal
de que formaban parte, correspondiendo, en caso de no existir
coincidencia de criterio, que se abstuvieran de dictar sentencia y se
reuniese el tribunal en pleno para fijar jurisprudencia. Aunque se decidió
que constituía una carga de la parte interesada requerir, antes del fallo
final, la constitución de tribunal plenario(137), el incumplimiento del
mencionado deber fue considerado por la Corte motivo del
recurso extraordinario(138). Pero con posterioridad a la sanción del art. 28
del decreto-ley 1285/1958(139), el remedio contra la alegada jurisprudencia
contradictoria entre las distintas salas de las Cámaras debía buscarse ante
el tribunal en pleno, y no por vía del mencionado recurso(140).
b) Se sigue, de lo dicho, que en el orden nacional existían dos modos
de obtener la unificación de la jurisprudencia: a iniciativa de cualquiera de
las salas de una Cámara de Apelaciones, cuando los integrantes de
aquéllas lo estimen conveniente o por medio del recurso de inaplicabilidad
de la ley. En materia procesal, el primero de tales modos es el que
mayores posibilidades prácticas ofrecía a los efectos de lograr la
uniformidad jurisprudencial(141), pues no revistiendo la mayor parte de las
resoluciones de contenido estrictamente procesal el carácter
de sentencias definitivas, el recurso de inaplicabilidad de la ley
era inadmisible respecto de ellas. Debe tenerse en cuenta, además,
que existiendo en la Capital Federal varias Cámaras de Apelaciones que
deben aplicar, en mayor o menor medida, un mismo código procesal, el
procedimiento unificador previsto por la ley resultaba ciertamente limitado,

118 
 
pues las decisiones plenarias dictadas por aquéllas sólo tienen efectos
respecto de los magistrados que integran el fuero respectivo(142).
Al respecto, se habrá de analizar lo resuelto por la C. Nac. Civ., sala M,
20/11/2002, en autos, "C., M. E. v. Empresa Monte Grande SA - Línea
501" (143).
I. El caso
1. En lo que interesa al propósito del presente comentario, el fallo de
la sala M, C. Nac. Civ., resolvió en sentido favorable a la legitimación activa
de quien, sin acreditar si subsistía a su respecto el impedimento de
ligamen para contraer nuevo matrimonio, entabló una pretensión
resarcitoria fundada en los perjuicios sufridos a raíz de la muerte de su
concubina en una accidente de tránsito.
2. En razón de que, al tiempo de trabarse la litis no se hallaba vigente
la doctrina establecida en el fallo plenario "Fernández, María Cristina y
otros v. El Puente SAT y otros s/sumario", 4/4/1995 (LL 1995-C-642; DJ
1995-2-322; ED 162-650) conforme a cuyos términos "se encuentran
legitimados los concubinos para reclamar la indemnización del daño
patrimonial ocasionado por la muerte de uno de ellos como consecuencia
de un hecho ilícito, en tanto no medie impedimento de ligamen" (bastardilla
agregada), se planteó y se resolvió en la causa el problema referente a la
aplicación retroactiva de dicho plenario, pronunciándose la sala en sentido
negativo.
Ése será, por consiguiente, el tema de esta breve glosa.
II. Fundamentos de la decisión
1. El voto emitido por el Dr. Garay, al que adhirieron los restantes jueces
de la sala, hizo mérito, en primer lugar, de la opinión vertida por el Dr.
Barraquero en ocasión de un fallo dictado por las ex Cámaras Civiles
reunidas en pleno (LL 32-497), en la cual, tras asimilarse la doctrina
plenaria a la ley en cuanto a sus efectos temporales, el mencionado
magistrado se expidió en el sentido de que si bien esa doctrina es aplicable
a todas las relaciones jurídicas concertadas bajo su vigencia, una
alteración sustancial motivada por una ulterior sentencia de igual carácter
carece de efecto retroactivo incluso frente a los hechos jurídicos acaecidos
con anterioridad, es decir, aun en el supuesto de que no haya mediado
contienda ni, por ende, sentencia con eficacia de cosa juzgada, porque la
solución contraria implicaría derogar derechos adquiridos conforme a las
condiciones exigidas por la jurisprudencia plenaria antigua.
2. El amplio alcance de la recordada doctrina, que reconoce primordial
fundamento en el art. 17, CN, resulta sin embargo parcialmente ajena al
caso que es materia de la presente nota, pues como se destacó en el
parágrafo inicial, el cambio de jurisprudencia se produjo una vez iniciada
la contienda, e incluso trabada la litis mediante demanda y contestación.

119 
 
Es fácil advertir que el tema guarda íntima relación con los efectos
temporales de las normas procesales que regulan la admisibilidad y la
carga de la prueba de los actos y las situaciones jurídicas.
Respecto del primer aspecto que presenta ese problema cuadra
recordar que, con excepción de Chiovenda, en cuya opinión esa categoría
de normas son siempre irretroactivas, por cuanto sólo ellas establecen los
medios idóneos para generar la convicción actual del juez (Istituzione...,
cit., t. I, p. 77), predomina en la doctrina la tesis contraria, a la que presta
apoyo el raciocinio de que las mayores o menores precauciones o
recaudos que las partes adoptan en ocasión de cumplir un acto jurídico
dependen, naturalmente, de los medios probatorios de los cuales podrían
valerse en esa oportunidad, y no de los que eventualmente prevea una ley
nueva dictada durante la sustanciación de un juicio relativo a la validez o
el cumplimiento de ese acto (Alsina, Tratado..., cit., t. I, p. 68; Borda,
Tratado de derecho civil argentino, Parte general, t. I, 11ª ed., p. 168;
Podetti, Tratado de la competencia, cit., p. 49; Morel, Traité..., cit., p. 20;
Solus-Perrot, Droit..., cit., p. 37; Satta, Diritto..., cit., p. 207).
En el aspecto analizado no medió en el caso, sin embargo, problema
alguno en relación con la prueba del concubinato, porque siendo éste una
situación de hecho, pudo probarse, antes y con posterioridad al fallo
plenario de que se trata, a través de cualquier medio probatorio.
En lo que concierne, en cambio, a la carga de la prueba, si bien debe
regir la misma excepción a la irretroactividad (Podetti, Tratado de la
competencia, cit., p. 49), corresponde observar que la norma creada por
el plenario no requiere sólo la acreditación del concubinato, sino, además,
la de la inexistencia de impedimento de ligamen, es decir, de un nuevo
presupuesto de hecho en los términos del art. 377, CPCCN, y cuya prueba
requiere mayor estrictez. Como principio, en efecto, será necesaria la
prueba documental asentada, v.gr., en la partida de defunción del cónyuge
o en el testimonio de la sentencia que habría declarado el divorcio vincular
o la nulidad del matrimonio. Y en cuanto a la distribución de la carga de
que se trata, ella podrá recaer, conforme a las circunstancias de cada
caso, en el actor o en el demandado (norma citada, párr. 2º).
Se percibe también, en ambos aspectos, un implícito fundamento en la
garantía de la defensa en juicio (art. 18, CN).
Si, en efecto, como expresó el voto del Dr. Daray, el actor "orientó sus
esfuerzos a demostrar que constituía un concubinato con visos de
permanencia y de franca comunidad de esfuerzos con la causante",
parece a todas luces evidente que, siendo el tema relativo al impedimento
de ligamen un punto ajeno al juicio, si para concederle la indemnización
pretendida se le hubiese exigido a aquél la prueba de la inexistencia de tal
impedimento, hubiese resultado manifiestamente quebrantada la garantía
constitucional de la defensa en juicio en tanto se le habría impuesto una
carga inexistente al tiempo de interponer la demanda.

120 
 
III. Conclusión
El fallo anotado, que hizo lugar a la pretensión resarcitoria con
fundamento en la normativa emergente del art. 1079, CCiv., se ajustó
estrictamente a la justicia del reclamo y respetó la mencionada garantía
constitucional.
Luego de la reforma de la ley 26853, la búsqueda de la unificación de la
jurisprudencia se habrá de realizar mediante los referidos recursos de
casación e inconstitucionalidad previstos en los arts. 288 a 296.
c) El recurso extraordinario previsto por el art. 14 de la ley 48 no
constituye vía hábil para obtener la uniformidad de la jurisprudencia en
materia procesal, aun en el supuesto de cuestionarse la interpretación
acordada a normas federales relativas a dicha materia. La jurisprudencia
de la Corte Suprema, en efecto, atendiendo al hecho de que las cuestiones
de índole procesal, aun las regidas por leyes federales, no afectan el fondo
de las instituciones fundamentales que el recurso extraordinario se
propone salvaguardar, las ha excluido, reiteradamente, como posible tema
del mencionado recurso(144). El tribunal, sin embargo, ha admitido
algunas excepciones a tal principio y ha declarado la procedencia del
recurso en ciertos casos en los cuales mediaba, a su juicio,
suficiente interés institucional y estaba de por medio la aplicación de
normas federales(145), aunque la doctrina establecida en los respectivos
fallos no es de aplicación obligatoria para los tribunales inferiores.
d) La ley bonaerense 5827 establece un régimen similar al vigente en el
orden nacional. Dispone, en efecto, el art. 37: "Cuando un mismo caso
judicial haya sido objeto de resoluciones divergentes por parte de distintas
Cámaras o de distintas salas de una misma Cámara de un departamento
judicial, al presentarse posteriormente uno similar, será resuelto por las
Cámaras del mismo fuero o la Cámara en pleno respectivamente, de
acuerdo con las siguientes reglas: a) el plenario de Cámaras puede ser
convocado por la mayoría de los miembros de la Cámara que conoce en
el caso; b) (texto según ley 12.060) el plenario de Cámaras en lo Civil y
Comercial podrá ser convocado de oficio por la sala que interviene en el
asunto que lo motiva o a petición de parte: en la Cámara de Apelación y
Garantías en lo Penal deberá solicitar la reunión plenaria de tribunal, de
oficio la sala que le toque intervenir, pudiendo hacerlo además el acusado,
su defensor y el Ministerio Público. Ello, sin perjuicio de lo dispuesto en el
art. 467, inc. 8º, CPPN; c) la revisión de fallos plenarios anteriores podrá
hacerse cuando lo provoquen por votación los dos tercios de la totalidad
de los camaristas; d) la presidencia del plenario de Cámaras será ejercida
por el presidente de la Cámara que lo origina y las diligencias procesales
se cumplirán ante la Cámara o, en su caso, ante la sala que conozca en el
asunto; e) (texto según decreto-ley 9668/1981) cuando se trate de
Cámaras de seis (6) miembros dividida en dos (2) salas de tres
(3) miembros cada una y el resultado de la votación impidiera el
pronunciamiento plenario, el tribunal se integrará con el presidente de la
121 
 
restante Cámara del mismo departamento judicial; f) (texto según decreto-
ley 9668/1981) sin perjuicio de las disposiciones que sobre el recurso
de inaplicabilidad de ley contiene la Constitución, la interpretación de las
normas legales será obligatoria para las salas de la misma Cámara y
jueces del departamento judicial".
El recurso de inaplicabilidad de ley o doctrina legal, que la Constitución
(art. 161, inc. 3º, ap. a]) y el Código Procesal Civil y Comercial (arts. 278-
295) acuerdan para ante la Suprema Corte provincial, constituye un
medio —prevalente con relación a los plenarios mencionados— de
obtener la uniformidad de la jurisprudencia en todo el territorio de la
provincia(146). Pero su eficacia en materia de jurisprudencia sobre
cuestiones procesales se halla restringida por la misma razón que hemos
puntualizado al referirnos al recurso homónimo previsto por los arts. 28 del
decreto-ley 1285/1958 y 288 del Código Procesal de la Nación, pues, al
igual que aquél, el recurso provincial sólo procede respecto de sentencias
definitivas.

VII. LA DOCTRINA

38. Generalidades
a) Entiéndese por doctrina el conjunto de obras destinadas a
la exposición científica de alguna rama del derecho, en general, o de
alguna institución o problema jurídico en particular. Toda esa producción,
generalmente escrita, a la que también se ha dado en llamar derecho
científico o derecho de los juristas (Juristenrecht), reviste una señalada
importancia en todos los grados de la creación jurídica. Por lo pronto, dada
la complejidad y la dispersión de los datos jurídicos que son propias del
mundo contemporáneo, resulta poco menos que imposible prescindir de la
tarea que llevan a cabo los juristas en el sentido de ordenar y clasificar el
material normativo y jurisprudencial existente, reduciéndolo a principios
generales que facilitan, a los órganos judiciales y administrativos del
Estado, la inmediata identificación de los casos que se someten a su
decisión. En segundo lugar, no hallándose los juristas constreñidos por las
limitaciones que los ordenamientos legales imponen a los órganos de
aplicación del derecho, sus opiniones, con respecto a
la inadecuación, injusticia o inconvenientes prácticos de ciertas normas,

122 
 
e incluso de la totalidad de algunos ordenamientos normativos,
constituyen muchas veces factores decisivos en el perfeccionamiento de
la legislación en todos sus aspectos. Basta, en efecto, una rápida consulta
de cualquier diario de sesiones para advertir la frecuencia con que los
legisladores invocan las opiniones de los especialistas en derecho para
apoyar el acierto o las bondades de las iniciativas o reformas que
proponen. Finalmente, la doctrina hace sentir su gravitación a través de la
crítica de los fallos judiciales, midiendo desde ese ángulo el desacierto o
la injusticia de determinada orientación jurisprudencial y advirtiendo
acerca de sus eventuales repercusiones sociales, políticas o económicas.
"De esta manera —dice Cueto Rúa(147)— se constituyen (los juristas) en
controles extraoficiales de jueces y funcionarios administrativos, controles
cuya influencia éstos no pueden ignorar, en conocimiento de la posición
de privilegio que ocupan los juristas en el seno de todas las comunidades
altamente desarrolladas".
b) Desde el punto de vista que ahora primordialmente nos interesa,
corresponde destacar, como un hecho que la experiencia corrobora a
diario, que los jueces invocan las opiniones de los juristas con el propósito
de encuadrar sus decisiones dentro de criterios suficientemente objetivos
como para acordarles el necesario respaldo comunitario, desde que
aquéllos son generalmente considerados como calificados voceros de las
valoraciones jurídicas vigentes dentro del grupo social a que pertenecen.
Por lo tanto, en la medida en que la doctrina de los autores suministra a
los órganos judiciales uno de los elementos capaces de sustentar
la objetividad de sus resoluciones y sentencias, no cabe duda de que
aquélla reviste el carácter de fuente del derecho, sin que obste a tal
conclusión la circunstancia de que a diferencia de lo que ocurre con las
fuentes antes analizadas, los criterios sustentados por los juristas
carezcan de fuerza vinculatoria para los jueces(148). Porque, en efecto,
negar a la doctrina por esta última circunstancia el carácter de fuente del
derecho, significaría acordar preeminencia a una simple consideración de
tipo formal respecto de un hecho elocuentemente demostrado por
la experiencia jurídica(149).

39. Orientaciones de la doctrina procesal


El estudio de la evolución de la doctrina en materia procesal muestra la
sucesiva preeminencia de dos orientaciones fundamentales en el modo de
encarar y resolver los problemas que el proceso judicial suscita:
la exegética, y la científica o sistemática.

123 
 
40. Orientación exegética
a) La orientación exegética, claramente inspirada en el método de los
civilistas franceses del siglo XIX, se caracterizó por el hecho de exponer la
disciplina a través de comentarios formulados a los preceptos legales,
generalmente de acuerdo con el orden en que aquéllos figuran en los
Códigos. Guiados por un propósito de utilidad práctica inmediata,
los autores pertenecientes a esta orientación sacrificaron la búsqueda de
las grandes líneas directrices, así como el análisis de las instituciones en
su esencia y conexiones, al esclarecimiento y correlación de las normas
contenidas en los ordenamientos procesales vigentes.
Por lo demás, ciertos conceptos a los que la doctrina moderna dedica
parte fundamental de sus inquietudes, como los de acción y proceso,
aparecen tratados por dichos autores como simples variantes o aspectos
de instituciones propios del derecho privado, pues durante el apogeo de
esta corriente doctrinaria no se concebía aún al derecho procesal como
una disciplina jurídica autónoma.
b) Autores representativos de esta orientación son en España, aparte
de los llamados "prácticos" (Conde de la Cañada, Febrero, Gutiérrez,
Elizondo, etc.), José de Vicente y Caravantes, cuyo célebre Tratado
histórico, crítico y filosófico de los procedimientos judiciales, publicado en
Madrid en 1856, debe ser ubicado dentro de esta tendencia pese
a exceder el mero comentario de la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855;
Gómez de la Serna y Montalbán (Tratado académico forense de
procedimientos judiciales, 1855); Hernández de la Rúa (Comentarios a la
Ley de Enjuiciamiento Civil, 1856); Manresa y Reus (Ley de Enjuiciamiento
Civil comentada y explicada, 1856); Ortiz de Zúñiga (Práctica general
forense, 1878); Reus y Bahamonde (Comentario a la Ley de
Enjuiciamiento Civil de 1881, 1907); Manresa y Navarro (Ley de
Enjuiciamiento Civil de 1881, 1908); Fábrega (Práctica forense, 1906); y
Miguel y Romero (Tratado de procedimientos judiciales, 1916).
En la actualidad, son autores de mayor renombre, en el marco de las
obras generales, Miguel Fenech (Derecho procesal civil, Madrid, 1980),
Francisco Ramos Méndez (Derecho procesal civil, Barcelona, 1990); José
Almagro Nosete (Derecho procesal, Valencia, 1989, junto con Gimeno
Sendra, Cortes Domínguez y Moreno Cateua), Juan Montero Aroca,
Manuel Ortells Ramos y Juan-Luis Gimes Colomer (Derecho jurisdiccional,
Barcelona, 1989, 4 volúmenes) y Vicente Gimeno Sendra (Fundamentos
del derecho procesal, Madrid, 1981)(150).
c) En Italia, corresponde citar como principales exponentes de la
orientación exegética a Borsari (Il codice italiano di procedura civile

124 
 
annotato, 1872); Ricci (Commento al codice di procedura civile italiano,
1876); Gargiulo (Il codice di procedura civile del Regno d'Italia, 1870)
y Cuzzeri (Il codice italiano di procedura civile illustrato, 1908). Las obras
de Mattirolo (Trattato di diritto giudiziario civile, 1902-1906) y de Mortara
(Commentario del codice e delle leggi di procedura civile, s/f, y Manuale
della procedura civile, 1916); en cambio, si bien presentan algunos puntos
de contacto con la escuela de la exégesis y permanecen ajenas al
movimiento que ya había adquirido intenso desarrollo en Alemania,
tienden, especialmente las del segundo, hacia la orientación
sistemática(151).
d) En mayor o menor medida, casi todos los juristas franceses se
han inclinado, en materia procesal, hacia criterios
sustancialmente exegéticos, desinteresándose, por regla general, de los
problemas conceptuales que preocupan a la doctrina moderna. Entre sus
principales representantes podemos citar a Rauter (Cours de procédure
civile française, 1834); Boitard (Leçons de procédure civile, 1834,
continuadas por Colmat Daâge y luego refundidas por Glasson); Carré y
Chaveau (Lois de procédure civile et commerciale, 1880-88); Cuche (Petit
traité de procédure civile et commerciale, 1911); el anterior en
colaboración con Vincent (Précis théorique et pratique de procédure civile);
Garsonnet (Traité théorique et pratique de procédure, 1989); Glasson
(Précis théorique et pratique de procédure civile, 1902, obra continuada y
refundida por Tissier y Morel); Japiot (Traité élémentaire de procédure
civile et commerciale, 1929 y 1935), etcétera. Con excepción de las
tentativas parcialmente logradas de este último, de Morel (Traité
élémentaire de procédure civile, 1932 y 1949), de Vizioz (Étude de
procédure, 1956) y de Solus y Perrot (Droit judiciaire privé, 1961), puede
decirse que la producción doctrinaria francesa no ha alcanzado todavía el
período estrictamente sistemático.

41. Orientación sistemática


a) Durante el último tercio del siglo pasado, Alemania se convirtió en el
centro de un poderoso movimiento intelectual al que caracterizó su
preocupación por explicar las instituciones procesales a través de un
complejo de ideas básicas y que, partiendo del análisis del proceso civil,
se extendió luego a los restantes sectores del proceso judicial. De ese
movimiento nació la orientación sistemática a que antes nos hemos
referido, la que contó, entre sus principales precursores, a Bethmann-
Hollweg, Heffter, Bayer, Keller, Zimmern, Briegleb, Planck y otros, y cuyo
punto de partida hállase representado por la publicación, en el año 1868,
de la obra de Oscar von Bülow titulada La teoría de las excepciones y los
125 
 
presupuestos procesales, en la cual, sobre la base de ideas esbozadas
por Hegel y Bethmann-Hollweg, se enuncia el concepto del proceso como
relación jurídica y se echan los cimientos fundamentales de la autonomía
del derecho procesal. Al nombre de Bülow deben asociarse, en su carácter
de iniciadores de la ciencia procesal moderna los de Wach y Kohler(152), a
quienes se debe, respectivamente, una importante teoría acerca de la
acción y un extenso desarrollo de la doctrina de la relación jurídica
procesal.
b) Durante el presente siglo tal orientación científica fue continuada y
enriquecida por una valiosa producción intelectual de la que son autores,
entre otros, Bunsen, Engelmann, Fischer, Fitting, Kleinfeller, von Normann,
Weismann, Kisch, Goldschmidt, Oertmann, Stein, Richard Smith,
Baumbach, Boor, Bruns, Kern, Nikisch, Schönke, Rosenberg, Schiffer,
Blomeyer y Hoche.
c) Asimismo, no puede dejar de destacarse la brillante contribución
aportada por los juristas austríacos a la moderna literatura procesal. A un
notable jurista de esa nacionalidad, Franz Klein, se debe la excelente
Ordenanza Procesal Civil del 1 de agosto de 1895, que influyó en la
elaboración de diversos códigos y leyes europeos (Códigos italiano y
húngaro, y leyes de Polonia, Yugoslavia, Dinamarca, Noruega y Suecia) y
americanos (Código brasileño de 1939, v.gr.); correspondiendo señalar,
también, la labor doctrinaria llevada a cabo por Engel, Schauer, Pollack,
Schima, Sperl y otros.
d) El movimiento procesal de los países germánicos influye
decisivamente en el pensamiento de Giuseppe Chiovenda, cuya obra
marca la ruptura definitiva con la tradición procedimentalista de que se
venía nutriendo, fundamentalmente la doctrina italiana, y la iniciación de
los estudios procesales sobre bases rigurosamente sistemáticas(153). Tal
orientación tiene su punto de partida en la conferencia pronunciada por
Chiovenda en la Universidad de Boloña el 3 de febrero de 1903,
titulada L'azione nel sistema dei diritti, y continúa, entre otras obras, con
los célebres Principi di diritto processuale civile e Istituzioni di diritto
processuale civile. Constituyen bases fundamentales de la obra de
este autor sus concepciones de la acción como derecho potestativo y del
proceso como relación jurídica autónoma.
El rumbo abierto por Chiovenda fue continuado por destacados juristas,
cuya producción ha situado a la ciencia procesal italiana en un lugar de
primerísimo rango dentro de la literatura jurídica mundial. Entre aquéllos
merecen destacarse los nombres de Carnelutti (acaso el más agudo y
brillante de los juristas italianos, en cuyas obras, especialmente en Lezioni
di diritto processuale civile y Sistema di diritto processuale
civile, ha intentado la construcción de una teoría general, comprensiva de
las instituciones de cualquier tipo de proceso, revelando en ello
impresionantes facultades de análisis y de asociación), Calamandrei,
Redenti (estos dos últimos intervinieron, con Carnelutti, en la redacción del
126 
 
Código Procesal vigente), Allorio, Andrioli, Bellavitis, Betti, Cristofolini,
D'Onofrio, Liebman, Costa, Segni, Micheli, Furno, Fazzalari, Rocco, Satta,
Zanzucchi y Cappelletti.
e) En España, como lo hace notar Aragoneses(154), es el profesor
Beceña quien, al enlazar la problemática procesal con las corrientes
científicas europeas, abre la escuela de ese país a las tendencias
modernas del derecho procesal. Posteriormente, las numerosas
traducciones de obras alemanas e italianas, realizadas por los profesores
Prieto Castro y Alcalá-Zamora, así como los primeros trabajos
monográficos escritos por éstos y otros juristas, preparan el terreno para
la realización de una producción de alta jerarquía científica, que se inicia
con la publicación, en 1941, de la Exposición del derecho procesal civil de
España, de Prieto Castro, continúa al aparecer, en 1942, el primer volumen
de Derecho procesal español, de Manuel de la Plaza, y al año siguiente el
primer volumen de los Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento civil de
Guasp, y se prolonga hasta hoy merced a la labor desplegada, entre otros,
por los ya citados Prieto Castro, Guasp y Alcalá-Zamora (este último
residente en México) y por Gómez Orbajena, Fairén Guillén, Aragoneses,
Muñoz Rojas, etcétera.

42. La doctrina procesal en la República Argentina


a) La evolución de la doctrina procesal argentina ha sido dividida en
cuatro períodos(155). El primero comprende la época anterior a la
Revolución de Mayo, y en él suele mencionarse, como la figura más
representativa de los estudios procesales, a Francisco Gutiérrez de
Escobar, autor de una obra titulada Prontuario de los juicios (1782), en la
cual se advierte la influencia de los "prácticos" españoles de esa época.
Dentro del segundo período, que comienza con la Revolución de Mayo y
termina al iniciarse la codificación, corresponde citar los nombres de
Manuel Antonio de Castro, que fue el primer profesor de Procedimientos
con que contó la Universidad de Buenos Aires y escribió una obra
titulada Prontuario de práctica forense (que se publicó en 1835, tres años
después de su muerte) y de Miguel Esteves Saguí, autor de un libro
publicado en 1850 con el título de Tratado elemental de los procedimientos
civiles en el foro de Buenos Aires. También estas dos obras se
hallan influidas por los prácticos, aunque naturalmente, asimismo, se
basan en los Reglamentos sobre administración de justicia dictados con
posterioridad a la Revolución.
b) El tercer período coincide con la iniciación del movimiento
codificador, que se manifiesta principalmente mediante la sanción de la

127 
 
Ley de Procedimiento Federal (1863) y la presentación del proyecto
Domínguez para la provincia de Buenos Aires (1868). Corresponden a
este período las obras de Antonio Malaver (Curso de procedimientos
judiciales en materia civil y mercantil, 1875); Nicolás Casarino (Apuntes de
procedimientos judiciales con sujeción al programa respectivo de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, 1896); Alberto
Rodríguez (Comentarios al Código de Procedimientos en materia civil y
comercial de la Capital de la República Argentina, 1903); Mariano Calvento
(El Código de Procedimiento Civil y Comercial explicado y anotado con la
jurisprudencia de las Cámaras de Apelaciones, 1909); Honorio Silgueira
(Estudios sobre procedimientos y organización judicial, 1904); Salvador de
la Colina (Derecho y legislación procesal en materia civil y comercial,
1910); Alberto Parodi (Comentarios al Código de Procedimientos Civil y
Comercial de la provincia de Santa Fe, 1912). Todas estas obras deben
ser incluidas dentro de la orientación exegética, y no comprueban, en
general, otra influencia que la de los comentaristas de las leyes españolas
y de algunos autores franceses.
c) El cuarto período, finalmente, comienza con la publicación, en 1919,
del Manual de procedimiento civil y penal, de Tomás Jofré, obra que se
aparta en gran medida de las fuentes informativas tradicionalmente
utilizadas por los autores argentinos y difunde, por primera vez en el país,
las enseñanzas de Chiovenda(156). La aproximación a la orientación
sistemática se advierte, asimismo, en los cursos universitarios dictados por
el profesor Máximo Castro, compilados por primera vez bajo el título
de Curso de procedimientos civiles, entre los años 1926 y 1931. Durante
la década comprendida entre los años 1930 y 1940, la influencia de la
corriente sistemática preconizada por los autores italianos se manifiesta,
principalmente, en los Comentarios escritos por Ramiro Podetti al Código
de Procedimientos de la provincia de Mendoza (1936-1938), en la
Exposición de Motivos y en la técnica del Proyecto de Código de
Procedimiento Civil y Comercial, redactado, bajo la dirección de David
Lascano, por el Instituto de Altos Estudios Jurídicos de la Universidad
Nacional de La Plata (1935), y en el tono en que se desenvolvió el Primer
Congreso de Ciencias Procesales, celebrado en la ciudad de Córdoba en
el año 1939. La adhesión a las modernas doctrinas procesales se afianza
definitivamente en el país con la publicación, en 1941, del primer tomo
del Tratado teórico-práctico de derecho procesal civil y comercial del
profesor Hugo Alsina, al que siguen, ese mismo año, Jurisdicción y
competencia de David Lascano y, al año siguiente, Teoría y técnica del
proceso civil de Ramiro Podetti. También en el año 1942 aparece en
Buenos Aires la primera edición de Fundamentos del derecho procesal
civil, obra del profesor uruguayo Eduardo Couture, que también se
encuentra decisivamente orientada en las modernas manifestaciones del
pensamiento procesal(157).

128 
 
d) La producción procesal argentina ha proseguido sobre esa línea, sea
en obras generales o en trabajos monográficos(158).
Entre las primeras corresponde citar Derecho procesal civil, comercial y
laboral, de Ramiro Podetti, del cual aparecieron siete "Tratados", cinco con
anterioridad a la muerte del autor, ocurrida en el año 1955, y dos con
posterioridad (Tratado de la tercería, 1949; Tratado del proceso laboral,
1949-1950, dos tomos; Tratado de las ejecuciones, 1952; Tratado de la
competencia, 1954; Tratado de los actos procesales, 1955; Tratado de las
medidas cautelares, 1956; y Tratado de los recursos, 1958),
ocupándose exitosamente de la actualización de la obra, a partir de 1968,
Víctor Guerrero Leconte, quien hasta la fecha ha publicado la segunda
edición de los Tratados correspondientes a las ejecuciones (1968), a las
medidas cautelares (1969), a la tercería (1971) y a la competencia
(1973); Derecho procesal civil, de Ricardo Reimundin, publicado en 1956
(dos tomos); Introducción al estudio del derecho procesal, de Eduardo
Carlos, publicada en 1959; Lecciones de derecho procesal, de Mario
Oderigo, que comenzaron a publicarse en el año 1959, habiendo
aparecido hasta el presente tres tomos; Manual de derecho procesal civil,
publicado en 1965, del cual los dos primeros tomos pertenecen a Lino
Enrique Palacio y el tercero a Augusto Mario Morello (luego se publican
tres ediciones de la misma obra, adaptada a la nueva legislación, bajo
la autoría única del primero de los nombrados); Manual de derecho
procesal de Leonardo Jorge Areal y Carlos Eduardo Fenochietto, del que
se han publicado los dos primeros volúmenes en 1966 y 1970,
respectivamente, e Instituciones de derecho procesal de Clemente Díaz,
obra de la cual se publicó el primer volumen en 1969 y el segundo en 1970.
También debe incluirse en esta categoría el Código de Procedimientos
Civil y Comercial concordado y comentado, de Raymundo Fernández (del
que existen tres ediciones correspondientes a los años 1932, 1942 y 1955,
componiéndose la última de tres volúmenes) y el Código de Procedimiento
Civil y Comercial anotado y comentado de Carlos Colombo, publicado en
1964 (adaptado posteriormente a la nueva legislación en cuatro
volúmenes bajo el título de Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación anotado y comentado, 1969), pues pese al método
formalmente exegético con que han sido redactadas responden, en lo
compatible, a la corriente sistemática.
Entre los autores de trabajos monográficos citaremos, entre otros, a
Carlos Alberto Ayarragaray (El ministerio público, 1926; Crítica del
testimonio, 1942; Historia y crítica del juramento, 1945; Introducción a la
ejecución de sentencia, 1943; Explicación teórica y práctica de la reforma
procesal, 1954; La reforma procesal, 1957; Lecciones de derecho
procesal, 1962, etc.), Carlos Colombo (La Corte Nacional de Casación,
1943; La negligencia en la producción de las pruebas, 1942, etc.), Amílcar
Mercader (Poderes de la Nación y de las provincias para instituir normas
de procedimiento, 1939; La acción, su naturaleza dentro del orden jurídico,

129 
 
1944; Estudios de derecho procesal, 1964), Manuel Ibáñez Frocham (La
organización judicial argentina, 1938; Los recursos en el proceso civil,
1943, 1957 y 1962), Luis Juárez Echegaray (La prueba en general;
especialmente libertad y carga de la prueba en lo civil y penal, 1940);
Ricardo Reimundin (La condena en costas en la legislación argentina,
1942), Augusto Mario Morello (Juicios sumarios, 1958; El proceso de
usucapión; Régimen procesal del amparo en la provincia de Buenos Aires,
1966), José Sartorio (La prueba de testigos en el procedimiento federal,
1945; La casación argentina, 1951), Alberto Malaver (Acción de jactancia
y acción declarativa, 1944) y Santiago Sentís Melendo (El proceso civil,
estudio de la reforma procesal argentina, 1957; El juez y el derecho,
1957; La sentencia extranjera, 1958, etc.). Corresponde agregar,
como autores de valiosas colaboraciones publicadas en revistas jurídicas
especializadas, los nombres de Axel Bremberg, Isidoro Eisner, Julio
Esclapez, Víctor Guerrero Leconte, Miguel Rosas Lichtschein y otros.
Junto a las mencionadas, existen en la bibliografía procesal argentina
obras de gran valor práctico destinadas al comentario o explicación de los
Códigos y leyes procesales, como La ley 50 y sus complementarias del
procedimiento federal, de José Sartorio, Código Procesal Civil y Comercial
y leyes complementarias, de Oscar Serantes Peña y Javier Clavell Borrás,
y Código de Procedimientos Civil y Comercial comentado, de José
Osvaldo D'Alessio y César Yáñez Álvarez;Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación comentado, anotado y concordado, de Santiago
Fassi, y Códigos Procesales en lo Civil y Comercial de la provincia de
Buenos Aires y de la Nación, de Augusto Mario Morello, Miguel Passi
Lanza, Gualberto Sosa y Roberto Berizonce.
Actualmente, desde hace aproximadamente dos décadas, una nueva
generación de juristas, ya en plena madurez intelectual, ha realizado un
importante aporte a la bibliografía procesal civil a través de obras
generales, monografías y códigos comentados(159).
Se destacan así los nombres, entre otros, de Roberto Berizonce
(coautor de la obra ya citada, de la que existe una segunda edición dividida
en catorce volúmenes), Eduardo de Lázzari (Medidas cautelares, La Plata,
1985), Enrique Falcón (Comentario al Código Procesal Civil y Comercial
de la Nación, en cinco volúmenes, Buenos Aires, 1982; Tratado de la
prueba, en dos volúmenes, Buenos Aires, 2003), Osvaldo Gozaíni (El
amparo, Santa Fe, s/f; El derecho de amparo, Buenos Aires, s/f; Derecho
procesal civil, Buenos Aires, 1992), Juan Carlos Hitters (Revisión de la
cosa juzgada, La Plata, s/f), Jorge Kielmanovich (La prueba en el proceso
civil, Buenos Aires, s/f; Recurso de apelación, Buenos Aires, s/f; Medidas
cautelares, Santa Fe, s/f;Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
Buenos Aires, 2003), Jorge Peyrano (Medida cautelar innovativa, Buenos
Aires, 1981; El proceso civil, Buenos Aires, s/f), Joaquín Salgado (Juicio
de desalojo, Buenos Aires; Juicio de amparo y acción
de inconstitucionalidad, en coautoría con Alejandro César Verdaguer,

130 
 
Buenos Aires, 1987 y 2000), Jorge Rojas (Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, en coautoría con Roland Arazi, Santa Fe, 2001; La
emergencia y el proceso, Santa Fe, 2001) y Alberto Tessone
(Recursos extraordinarios, Buenos Aires, 2000).
Todos ellos son también autores de numerosos trabajos publicados en
revistas especializadas, al igual que Juan José Azpelicueta, Eduardo
Oteiza, Juan Colerio, Alfredo Di Iorio, Loutayf Ranea, Beatriz Martorello,
Mario Kaminker, Efraín Quevedo Mendoza, Adolfo Armando Rivas y
Eduardo Sirkin.

43. La doctrina procesal en otros países latinoamericanos


La escuela sistemática del derecho procesal cuenta, finalmente, con
destacados representantes en otros países latinoamericanos. En la
República Oriental del Uruguay ha sobresalido el nombre de Eduardo
Couture, autor de la tan difundida obra Fundamentos del derecho procesal
civil, de la que se han publicado tres ediciones, así como de numerosos
trabajos monográficos, algunos de los cuales se hallan recogidos
en Estudios de derecho procesal civil (1948-1950, tres volúmenes).
Actualmente, los procesalistas más destacados de ese país son Adolfo
Gelsi Bidart, autor, entre otros trabajos, de una obra titulada De las
nulidades de los actos procesales (1949), y Dante Barrios de Angelis, que
ha escrito, también entre otros trabajos, un importante libro sobre El juicio
arbitral (1956).
Cabe agregar, en lo que atañe a la doctrina procesal en el Uruguay, el
nombre de Enrique Véscovi, quien además de haber asumido la dirección
de la obra titulada Código general del proceso, en seis volúmenes,
es autor, entre otros trabajos, de Manual de derecho procesal
civil (Montevideo, 1978) y Los recursos judiciales y demás medios
impugnativos en Iberoamérica (Buenos Aires, s/f)(160).
También se destacan, en la vecina República, Enrique Tarigo, Luis
Viera, Luis Torello, Ángel Landoni Sosa, Jaime Teitelbaum y Jaime Greif,
cuyos trabajos e intervenciones en congresos científicos han contribuido a
consolidar el prestigio de la doctrina procesal rioplatense.
En el Brasil corresponde destacar, entre otros, los nombres de Pedro
Baptista Martins, autor del Código Procesal brasileño de 1939; Pontes
de Miranda (Commentario ao codigo de processo civil, 1958-1961); Da
Costa Carvalho (Curso teorico practico de direito judiciário civil, 1949-
1952); Machado Guimaraes (Comentarios ao Codigo de Processo Civil,
1942); Alfredo Buzaid, a quien pertenece, aparte de otras obras

131 
 
(Anteprojeto de codigo de processo civil, 1964; Estudos de direito, 1972),
el Código Procesal Civil vigente desde el año 1973; Celso Agricola Barbi,
Egas Dirceu Moniz de Aragao, José Joaquim Calmon de Passos, Moacyr
Amaral dos Santos, José Carlos Barbosa Moreira, Alcides de Mendonça
Lima, Celso Neves, Luis Antônio de Andrade, Hamilton de Moraes e Barros
y José Olimpio de Castro Filho, cada uno de los cuales tomó a su cargo la
redacción de un volumen de los diez que integran la obra Comentários ao
Codigo de Processo civil, que constituye una exégesis del ordenamiento
procesal vigente; Ronaldo Cunha Campos, Humberto Theodoro Júnior y
Edson Prata, autores de sendos Estudios de direito processual civil, que
se basan en el citado ordenamiento; etcétera.
En Chile cabe citar a Alessandri (Curso de derecho procesal, 1936),
Mario Casarino Viterbo (Manual de derecho procesal, 1950), Manuel
Urrutia Salas (Manual de derecho procesal, 1959), etcétera.
A la literatura procesal de México ha aportado valiosas contribuciones
el profesor español Niceto Alcalá-Zamora y Castillo que es autor, aparte
de numerosos trabajos publicados en las revistas de Derecho Procesal
(Argentina) y de la Escuela Nacional de Jurisprudencia (México),
de Estudios de derecho procesal (Madrid,
1934), Proceso, autocomposición y autodefensa (México, 1947), etcétera.
También corresponde citar, en este país, a Rafael De Pina (Principios de
derecho procesal civil, 1940), José Castillo Larrañaga, que publicó en
colaboración con el anterior, Instituciones de derecho procesal civil (1954),
y Eduardo Pallares (Diccionario de derecho procesal civil; Tratado de las
acciones civiles, 1939, etc.).
En Venezuela cabe recordar al profesor Luis Loreto, autor
de excelentes trabajos que se hallan compilados, en gran parte,
en Estudios de derecho procesal civil (1956) y al profesor Humberto
Cuenca (Proceso civil romano, 1957; Derecho procesal civil, 1965; etc.).
También corresponde citar a Arístides Rengel-Romberg, autor, en
cuatro volúmenes, de un exhaustivo Tratado de derecho procesal civil
venezolano (Caracas 1992-1997) y a José Sarmiento Núñez (El Sistema
Uniforme de Legislación Civil)(161).
En Colombia, finalmente, un destacadísimo lugar corresponde al
profesor Hernando Devis Echandía, de cuya versación jurídica
y extraordinario esfuerzo intelectual son frutos, entre otras obras, Tratado
de derecho procesal civil (comenzó a publicarse en 1961); Nociones
generales de derecho procesal civil (1966); Teoría general de la prueba
judicial (1970) y Compendio de pruebas judiciales (1969).
También en Colombia importa recordar a Hernando Morales Molina que
fue autor, entre otras obras, de un completo y didáctico Curso de derecho
procesal civil (Bogotá, 1983), así como a Hernán Fabio López Blanco, que
escribió, en dos volúmenes plenos de interés y erudición, Instituciones de
derecho procesal civil colombiano (Bogotá, 1985)(162).
132 
 
CAPÍTULO IV - EL PROCESO
SUMARIO: I. GENERALIDADES: 44. Concepto del
proceso.— 45. Proceso, juicio y
procedimiento.— 46. Elementos del
proceso.— 47. El problema de la naturaleza
jurídica del proceso.— 48. El concepto de
carga procesal. II. LOS PRINCIPIOS
PROCESALES: 49. Concepto.— 50. El principio
dispositivo.— 51. El principio de
contradicción.— 52. Los principios de escritura
y de oralidad.— 53. El principio de
publicidad.— 54. El principio de preclusión.—
55. El principio de adquisición.— 56. El
principio de economía procesal.— 57. El
principio de inmediación.— 58. Los principios
de legalidad e instrumentalidad de las
formas. III. DISTINTAS CLASES DE
PROCESOS: 59. Generalidades.— 60.
Procesos judiciales y arbitrales.— 61.
Procesos contenciosos y voluntarios.— 62.
Procesos de declaración de ejecución y
cautelares.— 63. Proceso ordinario y procesos
especiales.— 64. Procesos singulares y
universales.

I. GENERALIDADES(1)

44. Concepto del proceso


a) El vocablo "proceso" (processus, de procedere) significa avanzar,
marchar hacia un fin determinado, no de una sola vez, sino a través de

133 
 
sucesivos momentos(2). Si desde un punto de vista genérico se entiende
por proceso al momento dinámico de cualquier fenómeno (y así puede
hablarse de un "proceso químico" o de un "proceso fisiológico"), desde el
punto de vista de la teoría general del derecho aquella expresión denota,
como ya hemos señalado, la actividad que despliegan los órganos del
Estado en la creación y la aplicación de normas jurídicas, sean éstas
generales o individuales (supra, nro. 1, b]). "Especialmente —dice
Carnelutti(3)—, existe proceso siempre que el efecto jurídico no se alcance
con un solo acto, sino mediante un conjunto de actos, cuando cada uno de
ellos no pueda dejar de coordinarse a los demás para la obtención de la
finalidad. De ahí que la noción de proceso sea interferente con la de acto
complejo. En este sentido se puede, desde luego, hablar de un
proceso legislativo o de un proceso administrativo, como serie de actos
realizados para la formación de una ley o de un decreto".
b) La terminología jurídica tradicional, sin embargo, utiliza la
designación que nos ocupa como sinónima de proceso judicial, aunque
no excluye de su marco significativo a la actividad que se desarrolla por y
ante los árbitros y amigables componedores, siempre, desde luego, que
éstos cumplan esa actividad dentro del mismo ámbito de competencia en
el que pueden intervenir los órganos jurídicos(4).
Por ello, ateniéndonos a la actividad específica de los jueces y árbitros,
y con exclusión, por lo tanto, de la actividad a que nos hemos
referido supra, nros. 2, b) y 3, cabe definir al proceso como el conjunto de
actos recíprocamente coordinados entre sí de acuerdo con reglas
preestablecidas, que conducen a la creación de una norma individual
destinada a regir un determinado aspecto de la conducta del sujeto o
sujetos, ajenos al órgano, que han requerido la intervención de éste en un
caso concreto, así como la conducta del sujeto o sujetos también extraña
al órgano frente a quienes se ha requerido esa intervención.
Cuando el proceso se desenvuelve ante un órgano judicial, tanto el
orden en que deben cumplirse tales actos como los requisitos de éstos, se
hallan determinados en las leyes procesales de cuya estricta observancia
sólo cabe prescindir en aquellos supuestos excepcionales en que las
propias normas, con relación a aspectos particulares del proceso,
conceden a las partes o peticionarios alguna facultad de regulación (supra,
nros. 5, b] y 7, c]). Tratándose de procesos seguidos ante jueces árbitros,
las facultades de las partes en ese sentido son considerablemente más
amplias, pues la ley les reconoce, incluso la de estipular en el compromiso,
la forma en que aquéllos hayan de proceder como igualmente el lugar en
que hayan de conocer y fallar (v.gr., art. 741, inc. 1º, CPCCN). Ello, sin
embargo, no excluye la "preexistencia" de reglas a que hemos aludido en
la definición, pues revisten tal carácter no sólo las estipulaciones
contenidas en el compromiso acerca de los mencionados extremos, sino
también las diversas normas mediante las cuales la ley suple la ausencia
de estipulaciones y regula otros aspectos del proceso arbitral ajenos al

134 
 
compromiso, como los referentes a las causales y el procedimiento de la
recusación, al contenido del laudo, a la procedencia del recurso de nulidad
fundado en determinadas causales, etcétera. Finalmente, de la
circunstancia de que la ley autorice a los amigables componedores para
proceder "sin sujeción a formas legales" (v.gr., art. 769, CPCCN), tampoco
debe inducirse la inexistencia, en los respectivos procesos, de "reglas
preestablecidas", pues son tales tanto las que pueden acordar las partes
en el compromiso (sobre la fijación de plazo para laudar, v.gr.) como las
que establece la ley acerca, por ejemplo, de las recusaciones y de los
requisitos y plazo de la demanda de nulidad.
En general, la doctrina define al proceso como el conjunto de actos que
tiene por objeto la decisión de un conflicto o de un
litigio(5), existiendo autores que, compartiendo en mayor o menor medida
ese concepto, incorporan expresamente a sus definiciones las ideas de
acción(6), pretensión(7)y jurisdicción(8).
Según tuvimos oportunidad de anticiparlo al exponer el concepto de
derecho procesal (supra, nro. 2), consideramos que tales definiciones
pecan por defecto, en tanto parecen no reconocer la calidad de verdaderos
procesos a todas aquellas actividades judiciales cuya finalidad se reduce
a constituir, integrar o acordar eficacia a ciertos estados o relaciones
jurídicas, siendo ajenas, por lo tanto, a la existencia de un conflicto entre
partes. Es cierto que tales actividades, que se agrupan bajo el impropio
rótulo de "jurisdicción voluntaria", no pertenecen necesariamente a la
competencia de los jueces y los tribunales de justicia. Pero también es
cierto que esa actividad judicial se desenvuelve dentro de estructuras
legales cuya organización y elementos coinciden, sustancialmente, con los
de los procesos contenciosos (formas de las peticiones y de las
decisiones, recusaciones, actuación de los auxiliares de la justicia, etc.) y
se ajusta a un cierto orden progresivo que conduce a la creación de una
norma individual. No cabe duda, por consiguiente, de que la definición del
proceso, desde el punto de vista del derecho procesal en sentido estricto,
debe incluir los actos llamados de jurisdicción voluntaria(9).
De allí, asimismo, que las nociones de acción, pretensión y jurisdicción
carezcan de relevancia, por sí solas, como notas definitorias del proceso.
La acción, por lo pronto, en tanto no es más que un mero poder de carácter
político o administrativo, resulta ajena a los específicos problemas que
aquél plantea; y la pretensión, como declaración de voluntad
formulada frente a una persona distinta al autor de esa declaración,
resulta inaplicable al ámbito de los procesos voluntarios, en los que no
media conflicto alguno entre dos partes y cuyo objeto consiste en una
mera petición dirigida al órgano judicial. La idea de jurisdicción, finalmente,
debe también descartarse en razón de revestir carácter administrativo, y
no jurisdiccional, la actividad que los órganos judiciales despliegan en ese
tipo de procesos (infra, nro. 65).

135 
 
Es, en virtud de tales consideraciones, que la definición más arriba
propuesta se limita a aludir, como finalidad del proceso, a la creación de
una norma individual destinada a regir un aspecto específico de la
conducta de determinados sujetos, extraños al órgano, pues ese concepto
es, a nuestro juicio, comprensivo de todas las modalidades que puede
revestir el acto mediante el cual culmina cualquier clase de proceso.
Importan, en efecto, la creación de una norma jurídica individual, todas las
decisiones mediante las cuales se define un proceso de conocimiento
(cualquiera que sea la índole de la pretensión que lo haya originado: de
condena, declarativa o determinativa), un proceso cautelar o un proceso
de ejecución, por cuanto ellas comportan la especificación, con referencia
a un caso concreto, de alguno o algunas de las menciones contenidas en
una norma general(10). El mismo fenómeno se configura en las
resoluciones recaídas en los procesos de jurisdicción voluntaria y en los
laudos arbitrales.
Aparentemente podría argumentarse, contra la generalidad del hecho
precedentemente mencionado, que él no se verificaría en los procesos
de ejecución, por cuando siendo la finalidad de éstos hacer efectiva una
norma individual (judicial o arbitral) ya creada en un proceso anterior, no
quedaría margen alguno para la creación jurídica. Sin embargo, esta
conclusión resulta insostenible a poco que se medite sobre el nuevo tramo
de posibilidades que inexcusablemente se presenta ante el juez de la
ejecución y de la consiguiente necesidad en que éste ha de encontrarse,
frente a tales posibilidades, de individualizar las menciones contenidas en
las normas generales que reglamentan esa clase de procesos.
También pueden suscitar alguna duda aquellos casos en los cuales
la intervención de los jueces tiene por objeto fiscalizar la regularidad de
actos o negocios jurídicos celebrados por particulares o sentencias
pronunciadas por tribunales extranjeros, a los efectos de prestarles la
correspondiente aprobación u homologación. Pero debe tenerse en cuenta
que las decisiones judiciales que en tales hipótesis se dictan, en tanto
resultan necesarias para perfeccionar o integrar las respectivas
normas individuales, configuran también, aunque parcialmente, una neta
actividad creadora. Por lo demás, la creación resulta indiscutible en los
supuestos en que el órgano judicial resuelve desestimar la aprobación o la
homologación.
Finalmente, la extraneidad de los sujetos con relación al órgano decisor,
unida a la índole individual de la norma a crear, constituye una nota que
sólo se presenta, con carácter permanente e invariable, en los procesos
judiciales y arbitrales. Por el contrario, en los procesos que se desarrollan
en el ámbito de la Administración, puede ocurrir que los sujetos afectados
por la norma formen parte del órgano, como sucede en los casos de
imposición de sanciones disciplinarias a funcionarios o empleados. La
misma situación se configura con motivo de la actividad que cumplen los
tribunales de justicia en el supuesto contemplado supra, nros. 2, b) y 3),

136 
 
así como en todo proceso legislativo, cualquiera que sea la índole del
órgano que en él intervenga.

45. Proceso, juicio y procedimiento


a) Tanto en la práctica judicial cuanto en las leyes de origen hispánico,
suele utilizarse la palabra "juicio", proveniente del derecho romano
(indicium), como sinónimo de proceso.
Se trata, sin embargo, de conceptos que se encuentran en relación de
especie a género, pues mientras la expresión "juicio" supone la existencia
de una controversia o, por lo menos, de un conflicto entre partes, la palabra
"proceso" también resulta adecuada para denotar tanto aquellos casos en
los que media conflicto, pero no controversia (v.gr., el proceso de rebeldía)
como aquellos en los que ni siquiera existe conflicto, según ocurre con los
procesos denominados de jurisdicción voluntaria o voluntarios.
b) Tampoco cabe identificar los términos "proceso" y "procedimiento".
El proceso representa el conjunto de actos que son necesarios, en cada
caso, para obtener la decisión de un caso concreto por parte de
determinados órganos(11). El procedimiento, en cambio, constituye cada
una de las fases o etapas que aquél puede comprender. Así, al
procedimiento de primera instancia puede seguir, en caso de apelación,
un procedimiento de segunda instancia, en cuyo caso el proceso
se integra con dos procedimientos(12)o, por el contrario, el proceso puede
contener menos de un procedimiento en el caso de que, por ejemplo,
se extinga con anterioridad al pronunciamiento de la decisión de
primera instancia. Por ello dice Carnelutti que "para distinguir mejor entre
proceso y procedimiento se puede pensar en el sistema decimal: el
procedimiento es la decena; el proceso es el número concreto, el cual
puede no alcanzar la decena, o bien, comprender más de una"(13).

46. Elementos del proceso


a) Todo proceso consta de un elemento subjetivo y de un
elemento objetivo, e importa, asimismo, una determinada actividad.
El elemento subjetivo se halla representado por las personas facultadas
para iniciarlo, impulsarlo, extinguirlo y decidirlo. En los procesos

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contenciosos son sujetos primarios el órgano judicial (o arbitral) y las
partes. El primero, como titular de un poder público (o eventualmente
equiparado a tal), se encuentra en un plano supraordinado con relación a
las segundas, por cuanto puede imponerles, a través de actos de creación
normativa individual, la observancia de determinadas conductas (supra,
nro. 5, b]). Además, cuando el órgano reviste carácter judicial, le pertenece
en forma exclusiva la utilización lícita de la coacción.
En los procesos contenciosos existen, necesariamente, dos partes: el
actor y el demandado. Llámanse actor a la persona que formula la
pretensión que debe ser satisfecha por el órgano y demandado a la
persona frente a quien se formula dicha pretensión(14). Uno y otro se
encuentran por debajo del órgano, en una posición jerárquicamente
igualitaria.
No obstante, como consecuencia de la acumulación subjetiva de
pretensiones, la intervención de terceros, la acumulación de procesos y la
sucesión procesal, el proceso contencioso puede desarrollarse mediante
la participación de varios actores o demandados, dando lugar, de tal
manera, a la figura del litisconsorcio.
En los procesos voluntarios existen, en cambio, como sujetos primarios
que se encuentran por debajo del órgano judicial, uno o más peticionarios.
El cumplimiento integral de las funciones procesales requiere,
finalmente, la intervención de otras personas que actúan en el proceso
como auxiliares del órgano (secretario, ujieres, oficiales de justicia, peritos,
etc.), o de las partes o peticionarios (abogados y procuradores), y a las
que cabe denominar sujetos secundarios.
b) El elemento objetivo del proceso puede hallarse constituido por
una pretensión o por una petición extracontenciosa, según que
la intervención del órgano sea requerida para resolver un conflicto o para
constituir, integrar o acordar eficacia a una relación jurídica. De ello se
sigue que la pretensión y la petición extracontenciosa configuran el
objetivo, respectivamente, del proceso contencioso y del proceso
voluntario.
La pretensión que da vida al proceso civil versa, a su vez, sobre una
relación o estado jurídico de derecho material que, por lo común, no
trasciende el interés privado de las partes; de allí que el actor pueda
desistir de su pretensión o renunciar al derecho invocado mediante ella, el
demandado allanarse a la pretensión del actor, y ambas partes transigir.
Esa disponibilidad sobre el objeto procesal, que constituye un reflejo de la
que las partes tienen sobre sus derechos subjetivos, es la nota que en
mayor medida separa al proceso civil del proceso penal; aunque, como se
verá más adelante (infra, nro. 50), la regla reconoce
algunas excepciones(15).

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Carece de sentido, en cambio, hablar de disponibilidad
o indisponibilidad de las peticiones que constituyen el objeto de los
procesos voluntarios. Pese a esta última designación, que es desde luego
impropia, la formulación de tales peticiones es, en la mayor parte de los
casos, necesaria, pues el interesado no puede lograr, con prescindencia
de ellas, y del consecuente pronunciamiento judicial, el efecto jurídico que
persigue(16).
c) La actividad, finalmente, comprende el conjunto de actos que deben
cumplir los sujetos procesales desde el comienzo del proceso hasta la
decisión que le pone término(17).

47. El problema de la naturaleza jurídica del proceso(18)

A) Origen del problema


a) La doctrina se viene preocupando, desde antigua data, por
determinar la calificación que corresponde al proceso dentro del cuadro
general de las figuras jurídicas, consistiendo el motivo fundamental de esa
preocupación en desentrañar la índole de las vinculaciones que aquél
engendra, sea entre las partes, o entre éstas y el órgano judicial.
Corresponde destacar, sin embargo, que todo ese movimiento doctrinario
ha tenido en mira, exclusivamente, el proceso judicial y, dentro de éste,
tan sólo el proceso contencioso.
b) Entre las principales teorías que se han enunciado acerca de este
problema merecen destacarse, por una parte, la contractualista y la
cuasicontractualista, basadas ambas en categorías extraídas del derecho
privado, y, por otra parte, las de la relación jurídica, de la situación jurídica
y de la institución, de las cuales constituye una nota común el hecho de
fundarse en una concepción publicista del proceso. De todas ellas nos
ocuparemos a continuación.

B) Teoría contractualista

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Esta teoría se fundó, sustancialmente, en las modalidades y los efectos
de que se hallaba revestida la litiscontestatio en el derecho romano
clásico. En efecto, tanto durante el período de las legis actionis como en
la época del procedimiento formulario, la litiscontestatio se hallaba
configurada como la actuación procesal en cuya virtud quedaba cerrado el
procedimiento in iure ante el magistrado, se determinaba el contenido y el
alcance del litigio, y se lo sometía a la decisión del iudex, cuya elección,
como regla, se efectuaba por acuerdo entre los litigantes (supra, nro. 13).
La litiscontestatio constituía, pues, un contrato formal entre las partes, en
el que se fijaban los puntos litigiosos, del que emanaban los poderes del
juez y cuyo efecto más importante era el de novar el derecho invocado por
el actor en un nuevo derecho, consistente en la obtención de una sentencia
dentro del ámbito asignado a la cuestión litigiosa(19); de allí que
la litiscontestatio "consumiese" la pretensión, impidiendo que ella fuera
renovada en otro proceso.
Durante la época del procedimiento extraordinario, en la cual, como es
sabido, desapareció la división del proceso de dos tiempos y quedó
abandonada toda idea de arbitraje privado, la litiscontestatio perdió sus
efectos más importantes y especialmente su carácter contractual, pues la
sujeción de las partes al imperium del magistrado durante todo el
desarrollo del proceso tornó superfluo cualquier acuerdo de voluntades
tendiente a esa finalidad.
No obstante la total desaparición de las circunstancias políticas y
jurídicas dentro de las cuales se desenvolvió el derecho romano clásico,
algunos autores franceses de los siglos XVIII y XIX (Pothier, Demolombe,
Aubry y Rau, Colmet de Santerre, etc.) intentaron revivir la figura del
contrato judicial de la litiscontestación y remitieron la explicación de
fenómenos trascendentes del proceso, como, por ejemplo, el relativo a los
límites de la cosa juzgada, a la existencia de un acuerdo de voluntades
entre las partes, tendiente a someter al juez la decisión de sus diferencias.
Son muchos y decisivos los argumentos que cabe oponer a dicha
concepción del proceso. En primer lugar, en el Estado moderno no se
concibe la prestación de la actividad judicial como el resultado de un previo
acuerdo entre las partes, sino como el ejercicio de un poder, inherente a
la soberanía, y al cual los litigantes se encuentran sujetos con
prescindencia de su voluntad. En segundo lugar, mientras el contrato
requiere, por esencia, el consentimiento de ambas partes, el proceso
puede constituirse, desenvolverse y extinguirse contra la voluntad del
demandado, e incluso en ausencia de él (proceso en rebeldía). Por otra
parte, ni la iniciación del proceso ni la sentencia que lo decide producen,
en el derecho moderno, la novación del derecho controvertido.

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C) Teoría cuasicontractualista
La asimilación del proceso a un cuasicontrato fue ideada para salvar
los inconvenientes que importaba, para la concepción contractualista, la
circunstancia de que el proceso pudiese tener efectiva existencia pese a
no mediar el libre consentimiento de ambas partes. Esta tesis alcanzó una
difusión totalmente desproporcionada a su acierto: la sostuvieron Arnault
de Guenyveau en Francia (Du quasi-contrat judiciaire, Poitiers, 1859), los
"prácticos" españoles (Carleval, Salgado de Zomoza, Conde de la
Cañada, Febrero, etc.) y autores posteriores de la misma nacionalidad
(Caravantes, De la Serna y Montalbán, Manresa y Reus, etc.). Mattirolo en
Italia, Pereira y Sousa en Portugal, etc., así como la mayor parte de los
"procedimentalistas" argentinos (De la Colina, Parodi, Rodríguez, etc.),
siendo común, todavía hoy, que algunas sentencias judiciales hagan
referencia al "cuasi contrato de la litiscontestatio".
Como señala Couture(20), la tesis del cuasicontrato ha procedido por
simple eliminación, eligiendo, dentro de las distintas fuentes de las
obligaciones, la menos imperfecta; pero dejando de lado a una de ellas, la
ley, que es precisamente la que crea las supuestas obligaciones cuyo
origen se busca. Por lo demás, son aplicables a esta tesis los restantes
reparos formulados a la teoría contractualista(21).

D) Teoría de la relación jurídica


La concepción del proceso como una relación jurídica es la que
cuenta, incluso en la actualidad, con mayor número de
adherentes, aunque dista de existir uniformidad de criterios acerca de la
forma en que dicha relación se configura, de quiénes son los sujetos que
la integran y de la índole de las vinculaciones jurídicas que entre ellos se
operan.
El primer expositor sistemático de esta teoría fue Oscar Bülow, quien la
desarrolló en su libro La teoría de las excepciones dilatorias y los
presupuestos procesales, aunque ella fue vislumbrada por Hegel y
esbozada por Bethmann Hollweg. En Italia fue adoptada por Chiovenda,
que erigió al concepto de relación jurídica procesal en uno de los pilares
de su sistema.

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Partiendo de la base de que, con anterioridad al pronunciamiento
judicial definitivo sobre la procedencia de la demanda, las partes
tienen deberes y derechos, afirma Chiovenda, siguiendo el pensamiento
de Bülow, que el proceso civil contiene una relación jurídica y que todos
los actos mediante los cuales el proceso se manifiesta revisten
trascendencia jurídica, en cuando pertenecen a esa relación fundamental,
que es 1º) autónoma, porque nace y se desarrolla con independencia de
la relación de derecho material; 2º) compleja, porque abarca un
conjunto indefinido de derechos, los cuales se encuentran vinculados por
un fin común que consiste en la actuación de la voluntad de la ley mediante
el pronunciamiento de una providencia jurisdiccional definitiva; 3º) de
derecho público, porque deriva de normas que regulan el ejercicio de una
potestad pública.
En lo que atañe al contenido de esa relación, observa Chiovenda
que existe, por un lado, un deber del órgano jurisdiccional en el sentido de
proveer a las peticiones de las partes, el cual se halla garantizado
mediante sanciones penales y civiles, agregando que es inútil discutir si
dicho deber (que corresponde fundamentalmente al juez frente al
Estado) existe también respecto de las partes, pues es suficiente advertir,
en su opinión, que éstas tienen frente al juez, como persona, el poder
jurídico de ponerlo (con sus demandas) en la necesidad jurídica de
proveer. Las partes tienen, por otro lado, deberes tanto respecto del juez
como entre sí (deber de comunicación de documentos, de no retrasar por
negligencia la instrucción o resolución del pleito, de no exagerar la defensa
con actos culposamente inútiles, etc.).
Calamandrei, por su parte, no obstante seguir sustancialmente la
concepción enunciada por Chiovenda, observa que las obligaciones que
el proceso genera a cargo de las partes son obligaciones a favor del
Estado, no de la contraparte, como ocurre cuando el derecho procesal
impone a las partes que observen en el proceso un cierto
comportamiento en interés de la justicia, aun cuando sea contrario a
su interés individual, y acompaña ese mandato con sanciones especiales
(v.gr., deberes de lealtad y probidad, de no
usar expresiones inconvenientes u ofensivas, de no jurar en falso, etc.).
Advierte, sin embargo, que la obligación procesal de las partes es, en el
proceso civil, una figura excepcional, pues en la mayor parte de los casos
las llamadas obligaciones de las partes se hallan absorbidas por la figura
de la carga procesal(22).
Según Chiovenda, la relación procesal se constituye mediante la
comunicación de la demanda al demandado, pero también es necesaria la
concurrencia de los llamados presupuestos procesales (competencia del
juez, capacidad de las partes, etc.), pues de lo contrario no nace la
obligación del juez de pronunciarse sobre el mérito de la demanda. El
desarrollo de la relación procesal se verifica a través de los distintos actos

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que deben cumplir las partes y el tribunal, y su fin se opera, normalmente,
en ocasión de la sentencia que resuelve el fondo del asunto.
Como anticipamos, no existe uniformidad de criterios acerca de la forma
en que la llamada "relación jurídica procesal" se constituye. Si bien la
construcción triangular, precedentemente descripta, es la que cuenta con
mayor número de adherentes, también se la ha concebido como un vínculo
constituido solamente entre las partes (Kohler) y como la fusión de dos
relaciones jurídicas entre el juez y cada una de las partes (Zanzucchi,
Rocco)(23), o sea, de la relación que media entre el actor y el Estado
(relación jurídica de acción), y de la relación que media entre el
demandado y el Estado (relación jurídica de excepción), las cuales se
hallan estrechamente ligadas porque coinciden en el sujeto de la
obligación (Estado).
Carnelutti, por su parte, entiende que el proceso no es una relación
jurídica, sino un complejo de relaciones jurídicas, constituidas por los
poderes y los deberes que la ley instituye a favor o a cargo de los agentes
que en él intervienen (partes, defensores, oficiales, encargados,
terceros)(24).

E) Teoría de la situación jurídica


Ha sido expuesta por James Goldschmidt en diversas obras,
particularmente en Teoría general del proceso (Barcelona, 1936). Su autor
comienza por negar categóricamente la afirmación de que el proceso
contenga una relación jurídica; en primer lugar, porque no media relación
alguna de índole procesal entre el juez y las partes, pues el deber de
administrar justicia, que se basa en el derecho público, sólo engendra para
el juez, en caso de incumplimiento, responsabilidades de orden penal y
civil que, como tales, deben hacerse efectivas fuera del proceso y, en
segundo lugar, porque no existe una verdadera obligación de las partes de
someterse a la jurisdicción estatal, sino un estado de sujeción que no tiene
origen en el proceso, sino en la relación general que liga al ciudadano con
el Estado.
El punto cardinal de la tesis de Goldschmidt reside en la distinta función
que a su juicio cumplen las normas jurídicas según sea el punto de vista
desde el cual se las examine. Por eso explica que en su
función extrajudicial (consideración estática), las normas
representan imperativos dirigidos a los ciudadanos,
siendo deber y derecho, respectivamente, la sujeción a un imperativo y el
poder sobre un imperativo. En su función judicial (consideración dinámica),
en cambio, las normas constituyen medidas con arreglo a las cuales el

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juez debe juzgar la conducta y el estado de los ciudadanos, de manera tal
que, hallándose pendiente el proceso, aquéllas pierden el carácter de
imperativos para asumir el de promesas o amenazas de determinada
conducta del juez. El proceso crea, así, nuevos nexos jurídicos, los cuales
se hallan referidos a la sentencia judicial que las partes esperan, y
son expectativas de una sentencia favorable o perspectivas de una
sentencia desfavorable.
No es, por lo tanto, el proceso una relación jurídica, sino una situación
jurídica, la que es definida por Goldschmidt como el estado en que una
persona se encuentra desde el punto de vista de la sentencia judicial que
se espera con arreglo a las normas jurídicas. Esta situación se concreta
en actos u omisiones determinados: así, la expectativa de una sentencia
favorable depende, por lo general, de la realización de un acto
procesal exitoso, aprovechando para ello la existencia de
una posibilidad u ocasión procesal (p. ej., las posibilidades de
fundamentar la demanda, de probar, de replicar, etc.) y, por el otro lado, la
perspectiva de una sentencia desfavorable depende siempre de la omisión
de un acto procesal: de allí que, a fin de evitar el perjuicio que ello
implica, incumbe a las partes el cumplimiento de una carga procesal (v.gr.,
la de comparecer, a fin de no ser declarado en rebeldía; la de declarar,
para no ser tenido por confeso, etc.).
El proceso engendra, de tal suerte, nuevas categorías de carácter
netamente procesal, aunque paralelas, según Goldschmidt, a las del
derecho material: esas categorías son los derechos y
las cargas procesales. Son derechos procesales: a) la expectativa de una
ventaja procesal y, en último término, de una sentencia favorable; b)
la dispensa de una carga procesal (p. ej., la admisión de los hechos por
parte del demandado releva al actor de la carga de la prueba); y c)
la posibilidad de llegar a aquella situación mediante la realización de un
acto procesal. La carga procesal, a su turno, constituye la necesidad de
una determinada actuación para prevenir un perjuicio procesal y, en último
término, una sentencia desfavorable. A diferencia de los deberes, que
siempre representan imperativos impuestos en el interés de un tercero o
de la comunidad, las cargas son imperativos del propio interés. "Como la
carga procesal —dice Goldschmidt— es un imperativo del propio interés,
no hay frente a ella un derecho del adversario o del Estado. Al contrario,
el adversario no desea otra cosa sino que la parte no se desembarace de
su carga de fundamentar, de probar, de comparecer, etcétera. Se
encuentra aquí el fenómeno paralelo al de los derechos procesales, frente
a los cuales no hay obligación. En cambio, existe una relación estrecha
entre las cargas procesales y las posibilidades, es decir, los derechos de
la misma parte, porque cada posibilidad impone a las partes la carga de
aprovechar la posibilidad al objeto de prevenir su pérdida. Puede
establecerse el principio: la ocasión obliga o, más bien, impone una carga,
y la más grave culpa contra sí mismo es dejar pasar la ocasión"(25).

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F) Teoría de la institución
El profesor Guasp considera, por su parte, que dándose en el proceso
más de una correlación de deberes y derechos jurídicos, aquél contiene,
en rigor, una multiplicidad de relaciones jurídicas que debe reducirse a una
unidad superior y que tal unidad sólo la proporciona la figura de
la institución.
Dicho autor entiende por institución el conjunto de actividades
relacionadas entre sí por el vínculo de una idea común y objetiva a la que
figuran adheridas, sea ésa o no su finalidad individual, las diversas
voluntades individuales de los sujetos de quienes proceda aquella
actividad. El proceso participa, según Guasp, de esas características y es,
por lo tanto, una verdadera institución: la idea común y objetiva que en él
se observa consiste en la satisfacción de una pretensión, y a ella adhieren
el juez en su fallo, el actor en su pretensión y el demandado en su
oposición, pues todos ellos tratan de satisfacer la reclamación que
engendra el proceso, pese a que cada uno entienda de una manera
particularmente distinta el contenido concreto que en cada caso
debe integrar la satisfacción que se persigue.
Agrega el autor mencionado que el proceso exhibe los caracteres
naturales propios de toda institución jurídica, que son: 1º) Respecto de los
sujetos, la jerarquía, pues aquéllos se encuentran, en el proceso, no en un
plano de igualdad o coordinación, sino en un plano de desigualdad o
subordinación. 2º) Respecto al objeto, su inmodificabilidad u objetividad,
por cuanto la voluntad de los sujetos no es susceptible de alterar el
esquema objetivo común que el proceso comporta. 3º) Respecto a la
actividad, su universalidad en cuanto al espacio (el proceso no reconoce
variaciones territoriales dentro de los límites de la soberanía de un
ordenamiento jurídico); su permanencia en cuanto al tiempo (pueden
nacer y extinguirse continuamente procesos concretos, pero la idea de
satisfacción de pretensiones perdura indefinidamente en el futuro); su
elasticidad en cuanto a la forma (el proceso se adapta a la realidad de
cada momento, sin sujeción a estructuras formales como las que se
advierten en el derecho privado)(26).

G) Crítica y conclusiones

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a) Corresponde realizar ahora un balance crítico de las diversas teorías
precedentemente descriptas, con excepción de la contractualista y de la
cuasicontractualista, respecto de las cuales ya hemos expuesto las
razones que impiden su actual aceptación.
b) Con referencia a la teoría de la relación jurídica, interesa destacar
que, si por relación jurídica se entiende el nexo normativo existente entre
un deber jurídico y una facultad jurídica o, en otras palabras, la peculiar
correlación que se configura entre la conducta de un sujeto obligado frente
a la conducta de un sujeto pretensor(27), no parece discutible que el
proceso contenga no ya una, sino diversas relaciones jurídicas.
Existe, por lo pronto, una relación de tal índole entre el juez y las partes,
cuyos términos están dados por el deber que incumbe al primero en el
sentido de proveer lo que en derecho corresponda a las diversas
peticiones que las segundas pueden formular en ejercicio del derecho a la
prestación de la actividad judicial (acción), que cuenta, en nuestro
ordenamiento jurídico, con respaldo constitucional(28). El juez, por lo tanto,
es sujeto pasivo de una relación jurídica con las partes, y en tal carácter
se halla obligado, frente a ellas, y sin perjuicio de la vinculación de derecho
público que lo une al Estado, a llevar a cabo todos los actos que la ley le
impone cumplir con miras a la sustanciación y la decisión del proceso.
El incumplimiento de ese deber o su cumplimiento defectuoso autorizan,
de acuerdo con algunos ordenamientos vigentes en nuestro país, la
aplicación de verdaderas sanciones procesales contra el juez y a favor de
las partes, como, v.gr., la multa de que es pasible el juez que, frente a un
recurso de queja por denegación o retardo de justicia desobedezca la
orden impartida por el Tribunal Superior o no manifieste justa causa que
impida cumplirla, o el pago de las costas que se impone a los jueces
que incurren en nulidades de procedimiento (v.gr., arts. 167, Código de
Salta; 126 y 135, Código de Córdoba; 167, Código de Chubut; 167, Código
de Río Negro; 109, Código de Santa Fe; 106, Código de Jujuy).
De ello se sigue que en lo que a nuestro derecho positivo concierne,
carece de sustento la objeción formulada por Goldschmidt contra la teoría
de la relación jurídica, en el sentido de que el incumplimiento de las
obligaciones que incumben a los jueces frente a los ciudadanos "es de
mera índole pública criminal o civil, pero no procesal", y de que, a su vez,
los medios para hacer valer la responsabilidad de los jueces caen fuera
del trámite regular de los recursos(29). Por lo demás, esa objeción tampoco
es decisiva en aquellos casos en que la responsabilidad del juez se hace
valer con arreglo a las respectivas normas civiles o penales, pues ello
no excluye el origen procesal de dicha responsabilidad.
A su turno, las partes tienen frente al juez el deber fundamental de
observar, durante el curso de proceso, una conducta compatible con la
dignidad y la autoridad judiciales (v.gr., art. 35, CPCCN), así como el deber
de lealtad, probidad y buena fe (v.gr., art. 34, inc. 5º, ap. IV, CPCCN).

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El proceso también comprueba la existencia de relaciones jurídicas
entre las partes. Tal es, v.gr., aquella que se configura con motivo de la
obligación de pagar las costas que debe imponerse, como principio, a la
parte vencida y del correlativo derecho que corresponde a la parte
vencedora. Importa advertir, sin embargo, que los vínculos de esta
naturaleza se hallan reducidos, en el proceso, a proporciones mínimas,
pues por regla general el cumplimiento de los actos procesales de las
partes se halla determinado por la existencia de cargas.
Asimismo, los terceros son sujetos de relaciones procesales. Tal, entre
otros, el caso del testigo, que tiene a su cargo diversos deberes frente al
juez (comparecer, declarar, etc.), y es titular de derechos frente a las
partes (v.gr., de acuerdo con diversos ordenamientos procesales, el de
ser indemnizado).
Pese a ser científicamente correctas, no se advierte, sin embargo, que
las teorías de la relación jurídica o de la pluralidad de relaciones jurídicas
revistan mayor utilidad práctica para lograr una más adecuada
comprensión del fenómeno procesal. A fin de justificar tal utilidad, se ha
argüido que sólo concibiendo al proceso como una relación jurídica
unitaria se explica que la nulidad de un acto procesal vicia todos los actos
cumplidos después(30)o que sea posible la sucesión dentro del proceso(31).
No se trata, sin embargo, de ejemplos convincentes. En cuanto al primero,
debe tenerse presente que la recíproca coordinación que exhiben los
actos procesales responde a la circunstancia de hallarse éstos enlazados
por vínculos de imputación: cada acto procesal, en efecto, se encuentra
imputado como consecuente al que lo precede y como antecedente al que
le sigue. Parece obvio, en consecuencia, que sin necesidad de recurrir a
la idea de relación jurídica y, por una simple razón de lógica normativa,
se explica el sentido de las disposiciones legales en cuya virtud la nulidad
de un acto procesal produce la de los actos sucesivos, y no así, desde
luego, la de las actuaciones independientes de éste (v.gr., art. 174,
CPCCN). En cuanto al fenómeno de la sucesión procesal, corresponde
advertir que es de la esencia de toda sucesión, como observa Redenti(32),
que una persona sustituya a otra en las posiciones o situaciones jurídicas
que ésta ocupa frente a otros sujetos de derecho, siendo indiferente, al
efecto, que se trate de derechos, obligaciones o sujeciones
efectivamente existentes, o de simples facultades o posibilidades jurídicas
que carezcan de fundamento cierto o cuyo éxito eventual no sea posible
prever. Con prescindencia, pues, de toda idea de relación jurídica, la
simple existencia del proceso coloca a las partes en una determinada
posición jurídica que se halla configurada por el contenido de sus
pretensiones y defensas, y que, como tal, es susceptible de transmitirse a
sus sucesores. El hecho de que, como señala Rosenberg(33), no sea
imaginable una sucesión en una totalidad de actos (en los actos ya
realizados no puede intervenir el sucesor y de ahora en adelante obra por
sí mismo) no modifica los términos del problema, pues la posición jurídica

147 
 
del sucesor procesal ha de depender irremediablemente del conjunto de
actos ya cumplidos con intervención de la persona a quien sucede.
c) La teoría de la situación jurídica constituye, en realidad,
una excelente descripción de los procesos dominados por el principio
dispositivo, en los cuales la idea de carga reemplaza en medida
fundamental al concepto de deber, pues la realización de la mayoría de los
actos de parte con que aquéllos se integran obedece a la necesidad de
asumir una posición ventajosa o de prevenir un perjuicio, y no a
la existencia de derechos instituidos a favor del Estado o de la parte
contraria. Sin embargo, ni la explicación referente a los nuevos nexos que
engendraría el proceso ni la conclusión de que éste configura una situación
jurídica resultan suficientes para demostrar la autonomía o la peculiaridad
del fenómeno procesal dentro del ámbito general de los fenómenos
jurídicos. En primer lugar, los "imperativos" que, según Goldschmidt,
contendrían las normas jurídicas, desde un punto de vista estático,
constituyen, en todo caso (y con prescindencia del error que entraña la
concepción imperativista), las consecuencias de haberse observado
determinados requisitos que el ordenamiento legal prevé, no como
deberes jurídicos, sino como simples posibilidades que son susceptibles
de asumirse autónomamente por los ciudadanos. No existe, por ejemplo,
ningún deber de observar la forma prescripta por la ley con respecto a
determinado contrato, ni de efectuar el protesto de un documento
comercial dentro de los plazos legales, por cuanto la ineficacia del negocio
jurídico celebrado al margen de las correspondientes prescripciones o la
pérdida de la fuerza ejecutiva del documento no configuran sanciones,
sino, simplemente, la pérdida de los beneficios o de las ventajas que el
ordenamiento jurídico condiciona al cumplimiento de aquellos requisitos.
Se advierte, pues, en los casos del ejemplo, que la observancia de las
normas contractuales o la diligencia del acreedor cumplen, en el derecho
privado, y al margen del proceso, una función sustancialmente similar a la
de las cargas procesales(34), ya que, lo mismo que éstas, y de acuerdo con
la terminología de Goldschmidt, constituirían "imperativos del
propio interés". En segundo lugar, tampoco, parece ser un fenómeno
privativo del proceso la configuración de las "perspectivas" y las
"expectativas" a que Goldschmidt se refiere en ocasión de examinar las
normas jurídicas desde el punto de vista judicial o dinámico. El sentido de
toda sucesión de actos humanos, en efecto, se halla siempre pendiente
hasta el momento final y depende, naturalmente, de lo que los partícipes
en ellas hagan o dejen de hacer. Por lo tanto, mientras se desarrolla esa
"totalidad sucesiva" que es propia del tiempo existencial(35), aquéllos se
encuentran en una particular situación con respecto al efecto jurídico que
persiguen, en la cual median expectativas de un efecto jurídico favorable
y perspectivas de un efecto jurídico desfavorable. Piénsese, por ejemplo,
en el caso de un contrato de compraventa en el cual se establece que la
suma entregada por el comprador en el acto es en concepto de seña.
Como es sabido, tal estipulación faculta a las partes a arrepentirse del

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contrato o a dejar de cumplir, en cuyo caso el comprador perderá la seña
y el vendedor deberá devolverla con otro tanto de su valor (art. 1059, CCiv.
y Com.). No es ésa, sin embargo, una situación jurídica inconmovible, sino
el punto de partida de diversas posibilidades cuyo desarrollo permitirá
establecer, según cuál sea la posibilidad asumida por los contratantes, el
sentido jurídico integral del contrato. Supongamos, por ejemplo, que con
posterioridad a la celebración de un contrato de compraventa que
contenga aquella estipulación, la cosa vendida aumente
considerablemente de valor y que, por lo tanto, la vigencia del precio
contractual signifique un perjuicio para el vendedor. Es evidente que ante
tal situación se presentarán para ambas partes, por un lado, expectativas
de un efecto jurídico favorable: para el vendedor, por una parte,
la expectativa estará representada por la posibilidad de
arrepentirse inmediatamente del contrato, restituyendo la seña doblada;
para el comprador, en cambio, la expectativa estará representada por la
posibilidad de lograr un comienzo de ejecución del contrato que impida el
arrepentimiento del vendedor. Por el otro lado, aparecerán también para
ambas partes perspectivas de un efecto jurídico desfavorable: para el
vendedor consistirá en la posibilidad de tener que cumplir el contrato y
para el comprador en la posibilidad de que aquél haga uso de su facultad
de arrepentimiento. El mecanismo del contrato, desde el punto de vista de
su resultado final, no difiere, pues, esencialmente, de la estructura que
Goldschmidt asigna a la situación jurídica procesal.
d) De la misma generalidad que, como terminamos de ver, reviste la
idea de situación jurídica, participa el concepto de institución, con el
agravante de que este último es utilizado, por juristas y sociólogos,
para individualizar realidades jurídicas totalmente ajenas al mundo del
proceso. Como recuerda Couture, el vocablo "institución" ha sido
empleado, entre otros significados, para denotar cada una de las
organizaciones principales de un Estado; cada una de las materias
principales del derecho o cada una de sus ramas; determinados grupos de
usos sociales; "todo ente o cuerpo social" (Santi Romano), etcétera(36).
e) Las reflexiones precedentemente formuladas demuestran que
es inadecuado encasillar al proceso dentro de otras figuras jurídicas y
estéril el intento de imprimirle un rótulo que lo identifique, tanto más cuanto
que todas las calificaciones que se han propuesto por la doctrina adolecen,
como hemos visto, de una generalidad que las destituye de toda utilidad
científica y práctica. Ninguna de ellas, como también hemos visto,
contribuye a facilitar la comprensión de los diversos problemas que suscita
el funcionamiento de las instituciones procesales(37). Toda esa
preocupación doctrinaria, por consiguiente, pese a la innegable autoridad
de quienes han participado y participan de ella, gira en torno a un falso
problema. Porque el proceso, como observa Satta(38), constituye un
fenómeno único en el mundo del derecho y sólo corresponde, entonces,
que sea explicado, como tal proceso, a través del análisis de sus

149 
 
elementos, de sus posibles objetos y de los principios que lo rigen. Y para
ello, como es obvio, el jurista sólo debe atenerse a la experiencia de
conducta humana que exhibe el proceso y a las normas jurídicas que
conceptualizan esa experiencia.

48. El concepto de carga procesal


a) Gran parte de la doctrina se halla ostensiblemente dominada por la
preocupación de aislar adecuadamente el concepto de carga procesal
frente a los conceptos de deber y obligación procesal, por un lado, y de
facultad o derecho subjetivo procesal, por el otro.
Con relación al deber y a la obligación, algunos autores entienden,
siguiendo sustancialmente la opinión de Goldschmidt, que mientras
aquéllos constituyen imperativos o vínculos de la voluntad instituidos
en interés de un tercero o de la comunidad, la carga es un imperativo del
propio interés(39). "La carga procesal —dice Couture— puede definirse
como una situación jurídica instituida en la ley consistente en el
requerimiento de una conducta de realización facultativa, normalmente
establecida en interés del propio sujeto, y cuya opinión trae aparejada una
consecuencia gravosa para él"(40).
Dicha noción conduce a dos conclusiones fundamentales: 1º)
La inexistencia, frente a la carga, de un derecho del adversario o del
Estado. 2º) La ausencia de toda sanción respecto de la parte que omite el
cumplimiento de una carga, pues aquel modo de ser del derecho no tiene
posibilidad de efectivizarse cuando no media el incumplimiento de una
prestación(41). Por eso Augenti(42)dice, aunque con escasa felicidad
terminológica, que la carga se diferencia de la obligación y del deber por
el distinto tipo de sanción conminada para el supuesto de incumplimiento:
mientras en el primer caso la sanción se traduce en la mera "pérdida de
efectos útiles del acto", en el segundo caso se está en presencia de una
"sanción jurídica".
b) Pese a existir una acentuada coincidencia doctrinaria en lo que a las
mencionadas conclusiones atañe, las opiniones divergen cuando se trata
de ubicar a la carga procesal dentro de los distintos "modos de ser" del
derecho que toda norma jurídica conceptualiza y, especialmente, cuando
se persigue su diferenciación respecto de las facultades o derechos
subjetivos. Goldschmidt, por ejemplo, concibe a la carga como la antítesis
de los derechos procesales(43), aunque éstos, según la opinión de
dicho autor, no configuran derechos en sentido estricto sino, más bien,
situaciones que podrían denominarse con la palabra francesa chances(44);
Carnelutti, por su parte, observa que la obligación y la carga tienen de
150 
 
común el elemento formal, consistente en el vínculo de la voluntad(45); y
Couture, compartiendo esa afirmación, considera que dichas categorías
jurídicas, "más que oposiciones, son variantes de un mismo género"(46).
Esta última conclusión, sin embargo, no se concilia en modo alguno con la
tesis expuesta por Carnelutti en el sentido de que existe carga "cuando el
ejercicio de una facultad aparece como condición para obtener una
determinada ventaja", y que "por ello la carga es una facultad cuyo
ejercicio es necesario para el logro de un interés"(47).
c) El análisis de cualquiera de las denominadas cargas procesales
(comparecer a la citación del tribunal, fundamentar la demanda, probar,
replicar una alegación, etc.) nos conecta de inmediato con el específico
ámbito de la libertad jurídica en el cual es lícita la autodeterminación de los
sujetos (facultad de señorío)(48). En efecto, comparecer o no comparecer,
fundamentar o no fundamentar la demanda, etcétera, constituyen
posibilidades de conducta igualmente lícitas, cuya elección
queda exclusivamente librada a la decisión individual de las partes.
Si analizamos en cambio otras situaciones, como pueden ser, por
ejemplo, la del testigo citado a declarar o la de la parte que ha sido
condenada al pago de las costas, comprobamos que una de las
posibilidades de conducta que allí se presentan debe ser elegida por los
sujetos o, en otros términos, que el contenido de la conducta se halla
heterodeterminado a aquéllos por el ordenamiento jurídico. Comparecer a
prestar declaración testimonial y pagar las costas configuran, pues,
respectivamente, un deber y una obligación, y constituyen, por
consiguiente, situaciones ajenas al marco de autonomía en el que se
encuentra tradicionalmente ubicado el concepto de carga procesal.
d) De lo expuesto se infiere, en primer lugar, que siendo el deber y la
obligación imputaciones normativas lógicamente localizadas dentro del
concepto de "prestación", es erróneo presentar a aquéllos, junto con la
carga, como variantes de un mismo género.
En segundo lugar, el análisis pone de manifiesto que entre "derecho" y
"carga" procesal no existe la antítesis que advierte Goldschmidt ni la
situación de "anverso" y "reverso" a que también se ha aludido(49).
No resulta convincente, sin embargo, la aparente identificación de la
carga con la facultad jurídica que propone Carnelutti, ni el mero
"parentesco" que el mismo autor considera que existe entre ambas
nociones.
Entendemos, por el contrario, que concebida la facultad jurídica como
la posibilidad de proyectarse libremente en un determinado sentido, la
carga constituye un elemento de aquélla. Contestar a la demanda, por
ejemplo, representa el ejercicio de una facultad jurídica, por cuanto
significa optar libremente por tal posibilidad y eliminar la posibilidad
contraria, es decir, la consistente en abstenerse de cumplir aquel acto.
Ocurre, empero, que si bien depende de la libre determinación del
151 
 
demandado contestar o no a la demanda, cuando opta por lo primero no
puede hacerlo en cualquier tiempo y en cualquier forma, sino ateniéndose
a los requisitos prescriptos por la ley procesal, pues sólo en este último
caso la conducta de aquél engendra las imputaciones normativas
correspondientes al ejercicio de la facultad, entre las que se encuentran,
v.gr., el deber del juez consistente en proveer favorablemente la
presentación.
Es que ninguna facultad jurídica configura un poder desconectado de
toda limitación, porque ello resultaría incompatible con el hecho mismo de
la coexistencia de los individuos en el grupo social. Dentro del ámbito de
la facultad de señorío existen también, por lo tanto, ciertas exigencias
normativas cuya falta de acatamiento determina que no se produzcan las
imputaciones perseguidas mediante el ejercicio de la facultad. Tales
limitaciones, sin embargo, sólo se asemejan a las que son propias de los
deberes y de las obligaciones, en las circunstancias de que derivan del
orden coexistencial. Mientras en el marco de los deberes y de las
obligaciones, en efecto, la heteronomía determina la elección de la
posibilidad o fuerza su cumplimiento, en la observancia de las limitaciones
a que nos referimos el orden coexistencial es libremente elegido como
parte de un todo facultativo(50).
Desde este punto de vista, por consiguiente, la carga se presenta como
el conjunto de requisitos o condiciones que las partes deben tener en
cuenta al proyectarse jurídicamente en el ejercicio de una facultad
procesal, o sea, como un elemento condicionante de la eficacia jurídica de
esta última(51).
Corresponde advertir, sin embargo, que no se trata de una noción
privativa del derecho procesal, sino aplicable a cualquier ámbito del
conocimiento jurídico(52).

II. LOS PRINCIPIOS PROCESALES(53)

49. Concepto
a) Denomínanse principios procesales a las directivas u orientaciones
generales en que se funda cada ordenamiento jurídico procesal(54).

152 
 
Aunque mucho de esos principios son comunes a la legislación procesal
moderna, el primado de uno u otro responde a las circunstancias
históricas, políticas y sociales que caracterizan al Estado cuyo sistema
legal se examine. El tema, sin embargo, no se presta a generalizaciones
ni a encuadramientos rigurosos, porque dentro de estructuras políticas
afines al alcance de ciertos principios virtualmente derivados de aquéllas
acusa variantes, a veces significativas, entre los distintos países cuyos
ordenamientos se analizan. Es que los principios procesales, en la medida
en que se extraen de un determinado contexto normativo, expresan
valoraciones de la respectiva comunidad y deben interpretarse, por lo
tanto, en un sentido armónico con las necesidades propias del tiempo y
del lugar en que han de aplicarse(55).
b) En su mayor parte, los principios procesales no revisten carácter
absoluto. Difícilmente, en efecto, la ley que adopta un determinado
principio no prevé, respecto de ciertas situaciones, la necesidad de hacer
prevalecer, en mayor o menor medida, un principio distinto y aun opuesto.
El principio dispositivo, por ejemplo, es susceptible de funcionar junto con
las facultades concedidas a los jueces en materia de iniciativa probatoria,
siempre que el ejercicio de tales facultades no ocasione agravio al derecho
de defensa ni comprometa la igualdad entre las partes. El principio de
contradicción sufre atenuaciones importantes en cierta clase de procesos
cuya efectividad resulta incompatible con una plena y actual posibilidad
de audiencia y de prueba para ambos litigantes (procesos cautelares y
ejecutivos). Similares reflexiones pueden formularse, como más adelante
veremos, con relación a otros principios procesales.
c) Los principios procesales cumplen, fundamentalmente, las siguientes
funciones: 1º) Sirven de bases previas para la estructuración de las leyes
procesales(56). Algunas leyes modernas, incluso, contienen en su
articulado la formulación de determinados principios; tales como el Código
italiano, que se refiere expresamente a los principios de la demanda y del
contradictorio (arts. 99 y 101, respectivamente); el Código Procesal Civil
de la provincia de Jujuy, que enuncia y explicita los principios de iniciativa
(art. 1º), dirección (art. 2º), impulso procesal (art. 3º), igualdad (art. 5º),
contradicción (art. 6º), publicidad (art. 7º), probidad (art. 8º) y economía
(art. 10); etcétera. De la misma orientación participa el Proyecto de Código
de Procedimiento Civil para la República Oriental del Uruguay redactado
en 1945 por Eduardo Couture, que trata separadamente, desde el art. 2º
hasta el 9º, los principios de iniciativa en el proceso, de dirección, de
impulso procesal, de igualdad, de libertad en las formas, de probidad, de
economía y de concentración(57). 2º) Facilitan el estudio comparativo entre
los diversos ordenamientos procesales vigentes en la actualidad, así como
entre éstos y los que rigieron en otras épocas(58). 3º) En tanto, como
dijimos, expresan valoraciones jurídicas vigentes en un grupo social
determinado, constituyen importantes instrumentos auxiliares en la
función interpretativa.

153 
 
d) Aunque no existe acuerdo entre los autores acerca del número y de
la individualización de los principios procesales(59), consideramos que,
sobre la base de los ordenamientos legales que se analizan en esta obra,
resulta oportuno acordar preferencia al estudio de los principios de
disposición, de contradicción, de escritura y oralidad, de publicidad, de
preclusión, de adquisición, de economía procesal, de inmediación y de
legalidad e instrumentalidad de las formas. Ello no excluye, por otra parte,
la existencia de ciertos principios que, en razón de vincularse a aspectos
particulares del proceso, serán objeto de consideración en los lugares
correspondientes. Tal ocurre con los de la sana crítica, de la
doble instancia, etcétera.

50. El principio dispositivo

A) Concepto
a) En términos generales, llámase principio dispositivo a aquel en cuya
virtud se confía a la actividad de las partes tanto el estímulo de la función
judicial como la aportación de los materiales sobre los que ha de versar la
decisión del juez(60).
b) La vigencia de este principio, que se apoya en la consideración de
que las pretensiones y las defensas que se ventilan en el proceso civil
constituyen un mero reflejo de los derechos subjetivos de las partes, y
no exceden, por lo tanto, el interés privado de éstas, se manifiesta en los
aspectos que analizaremos a continuación.

B) Iniciativa
El proceso civil sólo puede iniciarse a instancia de parte (nemo iudex
sine actore; ne procedat iudex ex officio). La ley nacional 27
consagra explícitamente el principio cuando, al referirse a la naturaleza y
las funciones del Poder Judicial expresa: "Nunca procede de oficio y sólo
ejerce jurisdicción en los casos contenciosos en que es requerida

154 
 
a instancia de parte" (art. 2º). La misma regla surge del contexto del
Código Procesal de la Nación y de los Códigos provinciales.

C) Disponibilidad del derecho material


a) Una vez iniciado el proceso, el órgano judicial se halla vinculado por
las declaraciones de voluntad de las partes relativas a la suerte de aquél
o tendientes a la modificación o extinción de la relación de derecho
material en la cual se fundó la pretensión. Es así como el actor se
encuentra facultado para desistir de la pretensión (requiriéndose la
conformidad del demandado cuando el desistimiento es posterior a la
notificación de la demanda) (v.gr., art. 304, CPCCN) o del derecho
(v.gr., art. 305, CPCCN), el demandado para allanarse a la pretensión del
actor (v.gr., art. 307, CPCCN), conciliarse (v.gr., art. 309, CPCCN), o
someter el pleito a la decisión de jueces árbitros (v.gr., art. 736, CPCCN)
o de amigables componedores (v.gr., 766, CPCCN). Asimismo, sólo
a instancia de parte interesada se procede a la ejecución de la sentencia
(v.gr., art. 499, CPCCN).
b) Corresponde destacar, sin embargo, que el interés social
comprometido en cierta clase de relaciones jurídicas impone, respecto de
los procesos en que ellas se controvierten, la necesidad de hacer
prevalecer los poderes del juez sobre las facultades dispositivas de las
partes. El proceso civil adquiere en tales hipótesis carácter inquisitorio,
pues las partes carecen de la disponibilidad del derecho o de la relación
que les sirve de fundamento(61), y la autonomía privada, por lo tanto, debe
ceder paso a una mayor injerencia del órgano judicial sobre el contenido
material y formal del litigio. Tal es lo que sucede con los procesos relativos
a "derechos en los que está comprometido el orden público" y a "derechos
irrenunciables" donde no está permitida la transacción (CCiv. y Com., art.
1644). Tampoco pueden ser objeto de transacción —dice ese mismo
artículo— los derechos sobre las relaciones de familia o el estado de las
personas, excepto que se trate de derechos patrimoniales derivados de
aquéllos, o de otros derechos sobre los que, expresamente, el Código
admite pactar(62).

D) Impulso procesal

155 
 
a) El principio dispositivo también incide en el impulso procesal, o sea,
en la actividad que es menester cumplir a fin de que, una vez puesto en
marcha el proceso mediante la interposición de la demanda, aquél pueda
superar los distintos períodos o etapas de que se compone y que lo
conducen hacia la decisión final.
Con relación a este aspecto, la doctrina suele referirse a los principios
de impulso de parte (o autónomo) y de impulso oficial, según que,
respectivamente, la mencionada actividad proceda de las partes o del
órgano judicial(63), si bien no deja de reconocer la estrecha vinculación que
el primero de ellos guarda con el principio dispositivo(64). A nuestro juicio,
el principio de impulso de parte es una consecuencia de este último.
b) En su primitiva versión, el Código de Procedimiento de la Capital
Federal se hallaba en gran medida adherido al principio de impulso de
parte, pues muy pocos eran los actos procesales cuyo cumplimiento se
confiaba a la iniciativa judicial (recepción de la causa a prueba en el juicio
ordinario, art. 104; agregación de los alegatos, art. 214; prosecución de
la instancia de apelación ante la incomparecencia del apelado, art. 242;
citación de remate al ejecutado, art. 485, etc.)(65). A una orientación
semejante responden aún algunos Códigos provinciales, como los de
Salta y La Rioja.
La ley 14.237 y el decreto-ley 23.398/1956, en cambio, instituyeron
diversas normas en cuya virtud se autorizó una mayor injerencia de los
jueces y los tribunales en lo que concierne al impulso procesal. En este
sentido cabe citar el art. 7º de la ley 14.237, que impuso a los jueces el
deber de habilitar las horas o los días necesarios cuando no fuese posible
señalar las audiencias dentro de un término que permita practicar las
actuaciones judiciales en el plazo indicado por la ley; el art. 13 de la misma
ley, según el cual se facultó a los jueces para intimar, sin necesidad de
petición de parte, a que se unifique la representación; el art. 2º del decreto-
ley 23.398/1956, en virtud del cual todo traslado o vista en
primera instancia se consideraba dictado en calidad de autos, "debiendo
el juez dictar resolución sin más trámite"; el art. 5º del mismo decreto-ley,
que al establecer, como art. 42 del Código la regla de que "los términos
legales y judiciales son perentorios, salvo acuerdo de partes establecido
por escrito en los autos con relación a los actos procesales
específicamente determinados", descartó la necesidad de que la
parte interesada solicitara la declaración de decaimiento del respectivo
derecho o facultad, permitiendo que el proceso avanzara, por efecto de la
preclusión, al período subsiguiente, etcétera.
Aparte de recoger todas las normas precedentemente citadas, el
Código Procesal de la Nación concedía a los jueces y tribunales, como
norma general, el poder de impulsar de oficio el proceso. Aquéllos —antes
de la reforma que se menciona a continuación—, según el art. 36, inc. 1°,
podían "tomar medidas tendientes a evitar la paralización del proceso";
agregando la norma, que fue tomada del art. 62 del Código de Mendoza:
156 
 
"A tal efecto, vencido un plazo, se haya ejercido o no la facultad que
corresponda, se pasará a la etapa siguiente en el desarrollo procesal,
disponiendo de oficio las medidas necesarias"(66).
Dicha norma, que comportaba la consagración de un nuevo principio en
el ordenamiento procesal nacional, no excluía, sin embargo, la carga
que incumbe a las partes en el sentido de impulsar el proceso. Esta carga,
por el contrario, subsiste en forma concurrente con la mencionada facultad
de los órganos judiciales.
c)(67)La ley 25.488 modificó el texto del art. 36, inc. 1º, del Código
Procesal Civil de la Nación e impuso a los jueces el deber de adoptar las
medidas tendientes a evitar la paralización del proceso, impulsando el
trámite de oficio, aunque semejante imperativo resulta inconciliable con el
mantenimiento de la caducidad de la instancia, a cuyo respecto
continúa incluso vigente su declaración de oficio (art. 316).
La contradicción aparece acentuada en el inc. 5º del art. 36 en
cuanto incluye, como deber de los órganos judiciales, el consistente en
impulsar de oficio el trámite, cuando existan fondos inactivos de menores
o incapaces, a fin de que los representantes legales de éstos o, en su
caso, el asesor de Menores efectúen las propuestas que estimen más
convenientes en interés del menor o incapaz, sin perjuicio de los deberes
propios de dicho funcionario con igual objeto.
Tampoco exhibe mayor coherencia el mantenimiento del art. 314 en su
versión originaria, porque según dicha norma, la caducidad se opera
contra los menores y cualquier otra persona que no tuviere la libre
administración de sus bienes.

E) Delimitación del thema decidendum


a) Desde otro punto de vista, ya incluido en el concepto enunciado más
arriba, el principio dispositivo impone la regla de que son las
partes, exclusivamente, quienes determinan el thema decidendum, pues
el órgano judicial debe limitar su pronunciamiento tan sólo a lo que ha sido
pedido por aquéllas. A las partes incumbe, en otras palabras, fijar el
alcance y el contenido de la tutela jurídica (ne eat iudex ultra petita partium;
iudex secundum allegata et probata a partibus iudicare debet; sententia
debet esse conformis libello), incurriendo en incongruencia el juez que al
fallar se aparta de las cuestiones incluidas en la pretensión del actor y en
la oposición del demandado(68).
b) El Código Procesal de la Nación consagra la regla mencionada en el
art. 34, inc. 4º, que impone a los jueces el deber de respetar, en el

157 
 
pronunciamiento de las sentencias definitivas o interlocutorias, "el principio
de congruencia", y en el art. 163, inc. 6º, según el cual la sentencia
definitiva debe contener "la decisión expresa, positiva y precisa de
conformidad con las pretensiones deducidas en el juicio, declarando el
derecho de los litigantes y condenando o absolviendo de la demanda y
reconvención, en su caso, en todo o en parte". Dichas normas prohíben a
los jueces, por consiguiente, otorgar algo que no haya sido pedido (extra
petita) o más de lo pedido (ultra petita). Tal limitación, además, reviste en
nuestro ordenamiento jurídico jerarquía constitucional, habiendo
declarado reiteradamente la Corte Suprema de Justicia que afectan las
garantías reconocidas por los arts. 17 y 18 de la Constitución Nacional los
pronunciamientos judiciales que desconocen o acuerdan derechos que no
han sido objeto de litigio entre las partes o exceden el límite cuantitativo
fijado en la demanda.

F) Aportación de los hechos


a) En concordancia con la regla precedentemente analizada, y como
una natural derivación de ella, el principio dispositivo requiere que
constituya una actividad privativa de las partes la consistente en
la aportación de los hechos en que aquéllas funden sus pretensiones y
defensas, y que, por lo tanto, le esté vedada al juez la posibilidad de
verificar la existencia de hechos no afirmados por ninguno de los
litigantes(69). Asimismo, el juez carece de facultades para esclarecer la
verdad de los hechos afirmados por una de las partes
y expresamente admitidos por la contraria(70). Como Goldschmidt dice, la
alegación incontrovertida de un hecho se convierte, en el proceso civil, en
fundamento de la sentencia(71). Pero esta última regla admite excepción en
cierta clase de procesos civiles, como los de insania, los matrimoniales y,
en general, los que versan sobre el estado civil o la capacidad de las
personas, por cuanto en ellos el interés social comprometido en el objeto
litigioso, que de tal manera resulta "indisponible" para las partes, impide
que el juez o el tribunal quede vinculado por las posibles actitudes que
puede asumir el demandado con relación a los hechos.
b) Pero si bien el juez se halla inhabilitado para tener en cuenta hechos
no afirmados por ninguna de las partes o para verificar la
efectiva existencia de los hechos que aquéllas han afirmado en forma
concordante, no ocurre lo mismo con la determinación de las normas
jurídicas aplicables al caso, pues en lo que a tal extremo concierne aquél
debe atenerse exclusivamente a su conocimiento del orden jurídico
vigente, con prescindencia de las afirmaciones o las argumentaciones de
orden legal formuladas por las partes (iura novit curia)(72).
158 
 
G) Aportación de la prueba
La vigencia estricta del principio dispositivo, finalmente, requeriría que
se confiase exclusivamente a la iniciativa de las partes la posibilidad de
aportar la prueba necesaria para acreditar los hechos controvertidos.
Sin embargo, aun las leyes procesales más firmemente adheridas al
principio dispositivo, como los derogados Códigos de Procedimientos de
la Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires, y entre otros el Código
de Córdoba, admitían y admiten, en forma concurrente con la carga de la
prueba que incumbe a las partes, la facultad de los jueces en el sentido de
complementar o integrar, por propia iniciativa, el material probatorio
adecuado a la prueba de los hechos(73).
"La iniciativa probatoria del juez —observa Reimundin(74)— no puede
prevalecer sobre la que se impone a las partes como consecuencia de la
carga, sino que la actividad jurisdiccional se dirige a completar
la insuficiencia de la instrucción. Aun tratándose del proceso de
tipo inquisitorio, no se llega a la aplicación absoluta del principio oficial. Lo
que la reforma quiere sugerir es que no debe dejarse al juez reducido a los
medios de prueba aportados por las partes, pudiendo elegir y buscar
cuando lo considere útil otros medios más idóneos para establecer la
verdad"(75).

H) Limitaciones
Aparte de los poderes reconocidos a los jueces en materia de impulso
procesal y de aportaciones de prueba, y de las limitaciones que el principio
dispositivo sufre en aquellos procesos civiles en los cuales se
halla interesado el orden público, corresponde poner de manifiesto,
finalmente, la existencia de otros poderes judiciales que también
restringen la plena vigencia de dicho principio. En ese orden de ideas cabe
recordar que los jueces pueden: 1º) Declararse incompetentes, sin que
medie petición de parte, en los casos en que su incompetencia (absoluta)
resulte de los propios términos de la demanda. 2º) Declarar, también de
oficio, la inexistencia de ciertos requisitos de admisibilidad de la
pretensión, como los referentes a la capacidad de las partes y a las formas
de la demanda. 3º) Imponer al vencido en el juicio el pago de las

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costas, aunque éstas no hayan sido solicitadas (v.gr., art. 68, CPCCN). 4º)
Declarar de oficio la nulidad de actos procesales, siempre que el vicio no
se halle consentido (v.gr., art. 172, CPCCN).

51. El principio de contradicción


a) Este principio, llamado también de bilateralidad o de controversia,
deriva de la cláusula constitucional que asegura la inviolabilidad de la
defensa en juicio de la persona y de los derechos (art. 18, CN) (supra, nro.
24, B], 3º), aunque, como advierte Millar(76), es inseparable de toda
administración de justicia organizada y encuentra expresión en el precepto
romano: audiatur altera pars (óigase a la otra parte).
b) En términos generales, implica la prohibición de que los jueces dicten
alguna resolución o dispongan la ejecución de alguna diligencia procesal
sin que, previamente, hayan tenido oportunidad de ser oídos quienes
pudieran verse directamente afectados por tales actos. Es sobre la base
de esa idea que las leyes procesales estructuran los denominados actos
de transmisión o comunicación, como los traslados, las vistas y las
notificaciones, cuyo objeto consiste en colocar a las partes y
eventualmente a los terceros en condiciones de expedirse acerca de las
pretensiones o peticiones que se formulen en el proceso y de controlar el
diligenciamiento de los actos procesales dispuestos a pedido de otra parte
o de oficio por el juez.
c) La vigencia del principio de contradicción requiere,
fundamentalmente, que las leyes procesales acuerden, a quienes se
encuentren en las situaciones mencionadas, una suficiente y
razonable oportunidad de ser oídos y de producir pruebas. No exige
la efectividad del ejercicio de tales derechos, razón por la cual el principio
que nos ocupa no resulta desconocido cuando la parte interesada no hizo
valer, por omisión o negligencia, los medios de defensa, las pruebas o los
recursos que pudo utilizar en la respectiva oportunidad procesal(77); de allí,
por ejemplo, que las leyes procesales estructuren el llamado
proceso contumacial o en rebeldía, el cual puede desenvolverse
válidamente, y en su integridad, sin la intervención del demandado que es
debidamente citado al proceso y se abstiene voluntariamente de
comparecer a él, o bien, proseguir con prescindencia de la participación
de cualquiera de las partes que lo abandona después de haber
comparecido.
d) La índole de ciertos procesos, sin embargo, impone la necesidad de
que las resoluciones que en ellos deben recaer se adopten sin
la previa audiencia de una de las partes o mediante una audiencia
160 
 
restringida. Así, por ejemplo, una obvia exigencia de efectividad determina
que las medidas cautelares puedan decretarse inaudita parte, porque de
lo contrario estaría en manos del deudor o presunto deudor la posibilidad
de frustrarlas (ocultando o vendiendo, por ejemplo, el bien que ha de ser
embargado). La misma naturaleza de los procesos de ejecución, por otra
parte, excluye la posibilidad de que en ellos se deduzcan defensas
o excepciones concernientes a la existencia o la legitimidad de la relación
jurídica sustancial, o fundadas en hechos anteriores a la creación del título
ejecutivo (judicial o extrajudicial) que le sirve de fundamento.
Pero en ninguno de esos casos media una derogación del principio que
nos ocupa, sino, simplemente, una postergación o aplazamiento
momentáneo de su vigencia estricta. En efecto, las medidas cautelares
pueden ser impugnadas por el afectado, mediante el recurso de apelación,
una vez que han sido íntegramente cumplimentadas (v.gr., art. 198,
CPCCN); y en el supuesto de los procesos de ejecución, la ley acuerda,
tanto al ejecutante como al ejecutado, la facultad de promover, con
posterioridad al pronunciamiento de la sentencia de remate, un proceso de
conocimiento en el cual cabe la oposición de defensas o la producción de
pruebas cuya admisibilidad está descartada en aquéllos (v.gr., art. 553,
CPCCN).
Algo semejante ocurre con el juicio de alimentos, cuyas restricciones en
materia probatoria son subsanables por vía de incidente (v.gr., art. 650,
CPCCN)(78); con los interdictos, en los cuales el tema de discusión se
contrae al hecho de la posesión o de la tenencia, quedando al vencido el
derecho de interponer las correspondientes pretensiones reales (v.gr., art.
622, CPCCN)(79).
e) Interesa destacar, sin embargo, que la dilación de los procesos
judiciales obedece, en apreciable medida, a la exagerada extensión que
los jueces suelen acordar a este principio, sea mediante el otorgamiento
de traslados o vistas innecesarios, sea mediante una
apreciación excesivamente liberal de las circunstancias que autorizan la
notificación personal o por cédula. Es que, como observa Podetti, la
necesaria comunicación entre partes que comporta el principio de
bilateralidad, "no debe ir más allá de lo estrictamente necesario para
asegurar los derechos, pues de lo contrario se convierte en un sistema
dilatorio que entorpece la pronta y expeditiva solución de los litigios"(80).
Por lo demás, las reformas procesales se han dirigido más de una vez
a corregir tales corruptelas. Ejemplos de tal preocupación legislativa son,
entre otros, el art. 240 del Código Procesal de la Nación, que recogiendo
el principio establecido por el art. 38 de la ley 14.237, elimina el traslado a
la otra parte en el caso de pedirse la reposición de providencias dictadas
de oficio o a pedido del recurrente; los arts. 135 y 179 del mismo
ordenamiento, que, respectivamente, determinan en forma taxativa las
resoluciones que corresponde notificar personalmente o por cédula

161 
 
y autorizan a rechazar sin más trámite los incidentes de manifiesta
improcedencia; etcétera.
f) El principio de contradicción debe también observarse en los
procedimientos que se sustancian ante organismos
administrativos, aunque la restricción de la defensa que pudiere mediar en
ellos es sustancialmente menor en el posterior trámite judicial(81), siempre
que éste fuera procedente.
g) Como regla, el principio que examinamos sólo resulta aplicable en
los procesos contenciosos, pues las sentencias con que éstos culminan
son las únicas susceptibles de pasar en autoridad de cosa juzgada(82). Es,
por lo tanto, ajeno al trámite de los procesos voluntarios, en los cuales, por
no existir conflicto o controversia alguna entre partes, tampoco cabe la
posibilidad de que se dicten decisiones provistas de aquel atributo, pues
ellas son revisables toda vez que se impugnen por parte de un legítimo
contradictor(83); de allí que el art. 412 del Código Procesal de Jujuy
disponga acertadamente: "Las decisiones de los jueces en los procesos
voluntarios no hacen cosa juzgada ni aun cuando, por haber sido objeto
de recurso, hayan sido confirmadas por los jueces superiores. Declarado
un hecho mediante estos procedimientos, se presume cierto hasta prueba
en contrario; y los terceros que adquieran derechos de aquellos en cuyo
favor se ha hecho la declaración judicial, se presumen de buena fe hasta
prueba en contrario"(84).
El principio de contradicción, por consiguiente, recobra su plena
vigencia no bien se controvierta, por alguna persona directamente
afectada, cualquier declaración emitida en esta clase de procesos. Lo
mismo ocurre cuando, durante la sustanciación del proceso voluntario, se
deduzca alguna oposición al derecho reclamado por el peticionario.

52. Los principios de escritura y de oralidad

A) Generalidades
a) Los principios ahora analizados se vinculan con la forma de expresión
que ha de observarse para aportar la materia de la decisión judicial; de allí
que regirá el principio de escritura o el de oralidad, según que la sentencia

162 
 
deba fundarse tan sólo en aquellas alegaciones y pruebas que se hayan
producido, respectivamente, por escrito o de palabra(85).
b) Sin embargo, como lo hace notar Chiovenda, "es difícil concebir hoy
un proceso escrito que no admita en algún grado la oralidad, y un proceso
oral que no admita en algún grado la escritura"(86).
En los sistemas legales regidos por el principio de oralidad, en efecto,
deben redactarse por escrito los actos preparatorios del examen de la
causa (demanda, contestación, excepciones, ofrecimiento de prueba,
etc.), aunque las declaraciones contenidas en ellos, para ser jurídicamente
eficaces, deben ser oralmente confirmadas en el acto de la audiencia.
Asimismo, cabe la posibilidad de modificar, rectificar e incluso abandonar,
en aquel acto, las declaraciones anunciadas en los escritos preparatorios,
siempre que tales actitudes no comporten una modificación de la
demanda(87). Es que, como recuerda Millar con referencia a las normas
pertinentes contenidas en la Ordenanza Procesal Civil alemana(88), "las
verdaderas afirmaciones son las alegaciones orales y las especificaciones
de pruebas formuladas en la audiencia, en combinación con la lectura de
las peticiones desde los escritos preparatorios o, si no existen tales, desde
una minuta preparada para ser agregada al expediente"(89). Corresponde
también destacar que en los regímenes procesales francés y alemán, las
alegaciones formuladas verbalmente que no consten en los escritos
preparatorios y las que discrepen con el contenido de éstos, aunque las
discrepancias consistan en adiciones, omisiones o cualesquiera otras
modificaciones, deben hacerse constar en escritos independientes que se
acompañan como anexos al acta de la audiencia(90).
Constituye igualmente una manifestación del papel que juega la
escritura, en los procesos orales más típicos, la documentación que debe
realizarse de las declaraciones formuladas y de las pruebas recibidas en
la audiencia, en aquellos regímenes procesales que instituyen, además, la
doble instancia judicial(91). Tampoco cabe prescindir de la documentación
en los supuestos en que la prueba, o parte de ella, ha sido recibida por un
juez comisionado o exhortado(92). En esta hipótesis, que representa una
combinación entre los principios de escritura y de oralidad, corresponde
hablar del principio de protocolización o de oralidad actuada.

B) Los principios de escritura y de oralidad en la legislación


argentina
En lo que atañe a la aportación de las alegaciones introductorias, todos
los códigos procesales en materia civil vigentes en la República Argentina
adhieren al principio de escritura. De acuerdo con dichos ordenamientos,
163 
 
corresponde presentar por escrito la demanda, la reconvención y la
contestación de ambas, así como las excepciones dilatorias y su
contestación, hallándose excluida la posibilidad de que las declaraciones
contenidas en los respectivos escritos sean objeto de ulteriores
ampliaciones, rectificaciones o modificaciones(93). El principio rige incluso
en aquellos Códigos que, como los de Jujuy(94)y Santa Fe(95), instituyen el
procedimiento oral para el trámite de determinadas cuestiones.
La presentación de las alegaciones críticas, en cambio, se encuentra en
líneas generales sujeta a sistemas diversos.
Uno de ellos, que es el predominante en la legislación argentina,
subordina ese tipo de alegaciones al principio de escritura, aunque hace
una concesión al de oralidad en el supuesto del informe in voce que
se autoriza a formular ante las Cámaras de apelaciones cuando se trata
de apelación de sentencia definitiva y se ha producido prueba en
segunda instancia. En la práctica, sin embargo, a raíz de la gravitación que
ejercen ciertos hábitos judiciales y profesionales incompatibles con la
vigencia del principio de oralidad, el referido informe es sustituido por la
presentación de memoriales escritos.
De acuerdo con el segundo sistema, las alegaciones críticas se
producen por escrito o de palabra según el tipo de procedimiento (escrito
u oral) aplicable al caso. Tal es el sistema seguido por los Códigos de
Buenos Aires, Jujuy y Santa Fe.
El tercer sistema, finalmente, sujeta las alegaciones que analizamos al
principio de oralidad, el que es aplicable, por lo demás, a todo tipo de
proceso. A este sistema responde, v.gr., el Código de La Rioja(96).
Sin perjuicio de los tres sistemas precedentemente descriptos, algunos
códigos provinciales adhieren al sistema de protocolización (oralidad
actuada) al estructurar el trámite de ciertos procesos especiales, como los
de interdictos y el de desalojo, en los cuales las alegaciones de las partes,
con excepción de la demanda introductiva, deben formularse verbalmente
y registrarse en actas (v.gr., los antiguos arts. 532, 543, 546 y 547, Código
de Salta). En la práctica, sin embargo, dicho trámite se reduce a
la incorporación en el expediente de escritos ya confeccionados por las
partes, no cabiendo calificar a esa práctica como viciosa si se tiene en
cuenta que el principio de protocolización, aplicado a las alegaciones,
redunda en notorio desmedro de la celeridad de los procedimientos, pues
la necesidad de documentar las manifestaciones que formulan las partes
en el acto de la audiencia entorpece las tareas habituales del personal
judicial auxiliar y se traduce en pérdidas de tiempo que pueden obviarse
mediante la presentación de escritos(97).
Por lo que concierne a los actos probatorios que requieren el lenguaje
oral como modo de expresión, la mayor parte de los ordenamientos
procesales civiles vigentes en la República sujetan su producción al
principio de protocolización (oralidad actuada), ya que las declaraciones
164 
 
emitidas por las partes, por los testigos y, eventualmente, por los peritos
(cuando dictaminan en audiencia o suministran explicaciones con
respecto al informe escrito) deben ser registradas en actas que consignen
con la mayor fidelidad posible las expresiones de los declarantes.
Hacen excepción, aunque limitada a las cuestiones que deben tramitar
mediante las reglas del procedimiento oral, los Códigos de Jujuy, Santa Fe
y Buenos Aires, ya que las declaraciones vertidas durante la audiencia
señalada para la vista de la causa no son objeto de documentación(98)y el
acta se limita a consignar el nombre de los comparecientes, de los peritos
y testigos, y de sus circunstancias personales, sin perjuicio de que, a
pedido de parte y siempre que el tribunal lo considere pertinente, se deje
constancia de alguna circunstancia especial (Jujuy, art. 368; Santa Fe, art.
561; Buenos Aires, art. 851 para el proceso antes los jueces de familia).
Respecto de las reglas aplicables a la celebración de audiencias(99), el
art. 125, inc. 6º del Código Procesal Civil de la Nación, de acuerdo con el
texto que le introdujo la ley 25.488, prescribe que las audiencias de prueba
serán documentadas por el tribunal. Si éste así lo decidiere, la
documentación se efectuará por medio de fonograbación. Ésta se realizará
en doble ejemplar, uno de los cuales se certificará y conservará
adecuadamente hasta que la sentencia quede firme; el otro ejemplar
quedará a disposición de las partes para su consulta. Las partes que
aporten su propio material tendrán derecho a constancias similares en la
forma y condiciones de seguridad que establezca el tribunal de
superintendencia. Estas constancias carecerán de fuerza probatoria. Los
Tribunales de Alzada, en los casos de considerarlo necesario para la
resolución de los recursos sometidos a su decisión, podrán requerir la
transcripción y la presentación de la fonograbación, dentro del plazo que
fijen al efecto a la parte que propuso el medio de prueba de que se trate o
a la que el propio tribunal decida, si la prueba fuere común.
El inc. 7º dispone, a su turno, que en las condiciones establecidas en
el inciso anterior, el tribunal podrá decidir la documentación de
las audiencias de prueba por cualquier otro medio técnico, como pueden
ser, entre otros, la videograbación o la Cámara Gesell.
En punto a la celeridad del juicio tal vez sea el inciso transcripto, así
como los preceptos regulatorios de las notificaciones expresas, las normas
que revisten mayor importancia y acaso también las únicas que justificaron
la sanción de la ley 25.488.
Al preverse, en efecto, la fonograbación, no sólo se ahorra el tiempo
utilizado por el escribiente para transcribir las declaraciones y las
manifestaciones vertidas en las audiencias, sino que, además, se logra la
genuina versión de lo expresado en ellas, muchas veces desvirtuada a
causa de errores sintácticos e incluso ortográficos.

165 
 
C) Ventajas e inconvenientes de ambos principios
Se ha discutido intensamente acerca de la conveniencia de aceptar el
predominio de los principios de escritura o de oralidad, pudiendo resumirse
las ventajas y los inconvenientes de ambos en los siguientes términos:
1º) El de escritura exhibe la ventaja de proporcionar fijeza o
permanencia a la actividad desplegada durante el curso del proceso que,
en tanto queda documentada en el expediente, permite su examen en
cualquier momento, particularmente en las instancias superiores.
Asimismo, depara a los jueces mayores posibilidades de reflexión en el
estudio de las causas.
Tiene, sin embargo, como inconveniente la complejidad formal y la
consecuente lentitud, derivadas del sistema de comunicación
que inevitablemente debe instituir entre las partes, y entre éstas y el
órgano judicial, así como la posibilidad de que este último incurra en
valoraciones erróneas de los hechos controvertidos a raíz de la práctica
consistente en delegar la recepción de la prueba en el personal judicial
subalterno.
2º) El principio de oralidad presenta, entre sus principales ventajas, la
de simplificar el procedimiento y establecer una estrecha vinculación entre
los jueces, las partes y los órganos de prueba, configurando asimismo un
obstáculo a maniobras maliciosas. Tiene, en cambio, el inconveniente
representado por los equívocos a que pueden conducir eventuales
deficiencias de memoria o de concentración en los jueces que asisten a
las audiencias, particularmente cuando éstas son prolongadas.
Pero en el balance que se haga de las ventajas y de los inconvenientes
de ambos principios, siempre debe tenerse en cuenta, como recuerda
Wach(100), que el proceso no es una creación estética, sino un producto de
la inteligencia, "una maquinaria hecha con sutileza y construida según las
leyes severas de la lógica", cuya forma más adecuada será aquella que
en mayor medida asegure el cabal conocimiento del material litigioso y,
por ende, el logro de sentencias justas. Por ello, si cabe hablar de la
superioridad del principio de oralidad sobre el de escritura, es en cuanto a
que el primero se halla íntimamente vinculado a la vigencia de otros
principios complementarios que resultan idóneos para alcanzar aquel
objetivo: tales como el de inmediación, que al requerir el contacto directo
del juez con los medios de prueba, facilita a aquél un mejor conocimiento
de los hechos controvertidos; el de la concentración de la actividad
procesal en una audiencia o en muy pocas audiencias temporalmente
próximas entre sí y con respecto a la decisión final del pleito; el de
la inmutabilidad o identidad del juez o jueces que deben seguir

166 
 
personalmente la causa desde el comienzo hasta el final; el de
la publicidad de los procedimientos; el de la limitación de los recursos
respecto de las providencias interlocutorias, etcétera. De ello se sigue,
asimismo, que la vigencia del principio de oralidad carece de razón de ser
con respecto a la alegación de las cuestiones de derecho: "El lugar que
corresponde a la oralidad —dice acertadamente Lascano— está en la
prueba; cuando no hay prueba, la oralidad no es necesaria y ni siquiera
conveniente, a menos que se trate de cuestiones simples, fáciles de
considerar y resolver de inmediato. La ventaja primordial de la expresión
verbal radica precisamente en que constituye un medio que conduce a una
más exacta expresión de la realidad de los hechos. Eso es lo que en
definitiva destacan los autores de todas las épocas desde Bentham a
Chiovenda, que han hecho el elogio apasionado del procedimiento oral. La
mayor facilidad con que se ha incorporado la oralidad en el procedimiento
penal de casi todos los países se debe, en gran parte, a que en lo criminal
el objeto materia del proceso es el delito, vale decir, un hecho material
susceptible de probarse. El asunto de derecho, la cuestión legal,
constituye algo accesorio, que no llega a absorber el debate sino
por excepción. Son los hechos y las complicaciones de los mismos los que
atraen la atención y el interés de las partes, el juez y el público, ansiosos
todos de llegar al descubrimiento de la verdad; y como el descubrimiento
de la verdad es la razón de ser y objetivo primordial de la instrucción,
se explica que se utilice el medio más idóneo para conseguirlo"(101).
El éxito de la oralidad, sin embargo, aún restringida al ámbito probatorio,
se halla inexcusablemente condicionado a la formulación de delicadas
previsiones acerca del número de órganos judiciales compatible con
una expeditiva sustanciación de los procesos, así como a la solución de
múltiples problemas de infraestructura judicial (construcción de edificios
adecuados para el funcionamiento del sistema, creación de cuerpos de
taquígrafos, etc.) que requieren, obviamente, refuerzos presupuestarios
cuyo otorgamiento a la justicia, según lo enseñan experiencias
acumuladas en nuestro país, suelen sufrir retaceos y postergaciones. En
el caso de no superarse tales escollos, lejos de concretarse la reflexión
formulada por Jofré en el sentido de que entre el proceso oral y el
escrito existe "la misma diferencia que entre un automóvil y una
carreta"(102), la institución del principio de oralidad no traería aparejado
ningún avance en cuanto a la agilidad y la eficacia de la administración de
justicia. Por lo demás ciertas experiencias, como la de la justicia laboral de
la provincia de Buenos Aires, distan de ser alentadoras, pues el excesivo
número de procesos que debe atender cada uno de los tribunales de ese
fuero determina sensibles demoras en la realización de las audiencias de
prueba, y esa circunstancia, como es natural, gravita en notorio desmedro
de la celeridad del proceso y desvirtúa la bondad de los principios que
complementan al de oralidad.

167 
 
Es cierto, como se ha dicho, "que la administración de justicia es la rama
del presupuesto en la que menos cabría pensar en hacer economías"(103).
Pero como la realidad argentina no coincide en general con esa aspiración,
el legislador debe hacerse necesariamente cargo de aquélla y optar, frente
a la perspectiva de un sistema oral que se preste a dilaciones como
las expuestas, por un sistema escrito estructurado sobre pautas que
aseguren debidamente la celeridad del proceso(104).

53. El principio de publicidad


a) El principio de publicidad requiere que los actos procesales puedan
ser presenciados o conocidos incluso por quienes no participan en el
proceso como partes, funcionarios o auxiliares(105). Ha sido adoptado por
la mayoría de las leyes procesales civiles modernas(106), y reconoce
fundamento en la conveniencia de acordar a la opinión pública un medio
de fiscalizar la conducta de magistrados, litigantes y auxiliares judiciales.
Por ello, aparte de cumplir una función educativa, en tanto posibilita la
divulgación de las ideas y de los métodos jurídicos, sirve para elevar el
grado de confianza de la comunidad en la administración de justicia(107).
b) Desde luego que es en los procesos orales donde este principio
puede alcanzar su máxima efectividad. Pero también ha sido adoptado por
los Códigos procesales argentinos que se hallan dominados por el
principio de escritura. Las audiencias "serán públicas" prescriben, en
efecto, los arts. 125, inc. 1º, del Código Procesal de la Nación y 72 de la ley
1893, aunque con la salvedad de que el juez puede resolver lo contrario
"mediante resolución fundada".
El inc. 1º prescribe ahora(108), sin embargo, que las audiencias serán
públicas, bajo pena de nulidad, pero el tribunal podrá resolver, aun de
oficio, que total o parcialmente, se realicen a puertas cerradas cuando la
publicidad afecte la moral, el orden público, la seguridad o el derecho a
la intimidad y que la resolución, que será fundada, se hará constar en el
acta.
Pero no hay duda de que el inciso transcripto ofrece toda la apariencia
de haber sido redactado para regir en el debate del proceso penal oral,
e incluso en otro país, pues más allá del escaso o nulo interés que puede
despertar en los terceros una audiencia celebrada en juicio civil o
comercial, es sabido que las instalaciones que al efecto poseen los
edificios judiciales en los que funcionan los tribunales civiles y comerciales
apenas permiten, con mínima comodidad, la presencia de las partes, de
sus auxiliares, del declarante y del empleado encargado de documentar
la audiencia (el llamado audiencista)(109).
168 
 
La determinación de las causales de excepción al principio de
publicidad queda librada en cada caso al prudente arbitrio de los jueces,
contra cuyas resoluciones en tal sentido no cabe recurso alguno, salvo que
mediante ellas se excluya la comparecencia de alguna de las partes, o de
sus letrados o apoderados(110).
Corresponde destacar, sin embargo, que la mentada falta de espacio
del que generalmente adolecen las dependencias judiciales, así como las
circunstancias en que se desarrollan las audiencias, han determinado que
el principio de publicidad carezca, en los procesos escritos, de toda
virtualidad(111).
c) Con relación a la consulta de expedientes judiciales, el principio de
publicidad se halla sujeto a diversas restricciones. Establece sobre el
punto el Reglamento para la Justicia Nacional: "Podrán revisar
los expedientes: a) Las partes, sus abogados, apoderados,
representantes legales y los peritos designados en el juicio. También
podrán hacerlo las personas autorizadas debidamente por los abogados,
procuradores y por los representantes de la Nación, de las provincias, de
las municipalidades y de las reparticiones autárquicas; b) Cualquier
abogado o procurador, aunque no intervenga en el juicio, siempre que
justifique su calidad de tal cuando no fuese conocida; c) Los periodistas
con motivo del fallo definitivo de la causa" (art. 63). "Exceptúanse de
los incs. b) y c) del artículo precedente: a) los expedientes que contengan
actuaciones administrativas que tengan carácter reservado; b)
los expedientes referentes a cuestiones de derecho de familia (divorcio,
filiación, nulidad de matrimonio, pérdida de la patria potestad,
alimentos, insania, etc.), así como aquellos cuya reserva se ordene
especialmente" (art. 64). "Los particulares que deseen ver un expediente
en el que no sean partes, deberán hacerse acompañar por alguna de las
personas mencionadas en el art. 63, inc. b), o solicitarlo especialmente al
secretario" (art. 66).
El art. 113 de la ley de la provincia de Buenos Aires 5177 dispone que
"en los casos que corresponda, la secretaría autorizará el examen de los
documentos, autos originales e instrumentos judiciales exclusivamente: a)
por las partes cuando lo requieran personalmente; b) por quienes
acrediten fehacientemente ante el actuario tener en el mismo o a su
respecto algún interés legítimo, actual o futuro; c) por los abogados,
escribanos, procuradores o peritos, inscriptos en la matrícula respectiva y
en ejercicio de su profesión; d) por los alumnos universitarios autorizados
por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, con fines de estudio". El
art. 114 extiende la facultad de consultar expedientes judiciales a "la
persona que compruebe en la forma y modo que determinen los colegios
respectivos, su calidad de empleado permanente de abogado o
procurador". El art. 115, finalmente, establece que las personas no
comprendidas en los artículos transcriptos serán consideradas
como extrañas a la actividad judicial y no podrán, aunque

169 
 
medie autorización, retirar o recibir expedientes u otros instrumentos
judiciales, ni requerirlos para su examen o copia, ni solicitar o
recibir informes sobre su estado, destino, etcétera.
El Código de la Provincia de Jujuy instituye, en el art. 147, reglas que
sustancialmente coinciden con las establecidas en los incs. a), b) y c) del
art. 113 de la citada ley bonaerense, aunque, lo mismo que el RJN, priva
de la facultad de consulta a los abogados y procuradores que
no intervengan en el juicio cuando, mediante resolución fundada, se
hubiere ordenado el secreto de las actuaciones. Más estricto es el Código
de Santa Fe, cuyo art. 56 se limita a disponer que "los autos originales
podrán ser examinados por las partes pero no por personas extrañas,
salvo que justifiquen ante el actuario tener algún interés legítimo".
d) En la actualidad, el principio de publicidad de las causas judiciales y
las pautas expuestas que lo regulan debe ser adaptado a los nuevos
formatos de consulta de trámite vía web como el que para las causas
radicadas ante la Justicia Nacional y Federal (incluida la Corte Suprema de
Justicia de la Nación) se puede observar en el siguiente enlace -al que se
accede desde la página oficial del Poder Judicial de la Nación-
http://scw.pjn.gov.ar/scw/home.seam.

54. El principio de preclusión

A) Concepto
a) Con respecto al orden en que las partes deben plantear alegaciones
y aportar pruebas existen, en la legislación procesal, dos principios
opuestos: el de unidad de vista o de indivisibilidad, y el de preclusión.
De acuerdo con el primero, de cuya aplicación constituye ejemplo la
Ordenanza Procesal Civil alemana, el cumplimiento de aquellos actos no
se encuentra sometido a un orden consecutivo riguroso, de manera tal que
las partes pueden, hasta el momento en que el tribunal declara visto el
asunto, y en condiciones de ser fallado, formular peticiones, oponer
defensas y excepciones, y proponer elementos probatorios que no se
hicieron valer con anterioridad(112).
Se trata de un principio estrechamente vinculado con el principio de
oralidad, pues en los procesos denominados por éste las diversas

170 
 
sesiones en que puede desenvolverse el debate configuran una unidad,
siendo cada una de ellas, por lo tanto, ocasión propicia para plantear
cualquier medio de ataque o de defensa. Sin embargo, con el objeto de
evitar las dilaciones procesales a que puede conducir la aplicación del
principio de indivisibilidad, las leyes respectivas lo someten a ciertas
restricciones. La Ordenanza Procesal Civil alemana, v.gr., en su art. 296,
prescribe: "Rechazo de declaraciones tardías. 1) Los medios de ataque y
de defensa que sean aportados recién luego de transcurrido el plazo legal
aquí establecido (arts. 273, ap. 2º, nro. 1, y en lo que corresponda a la
determinación del plazo contra una de las partes, nro. 5; 275, ap. 1º,
oración 1, aps. 3º y 4º; 276, ap. 1º, oración 2, y ap. 3º; 277) sólo son
admisibles cuando, de acuerdo con el libre convencimiento del tribunal, su
admisibilidad no pueda dilatar la resolución de la causa o cuando la
demora en su incorporación no es suficientemente imputable a la culpa de
la parte. 2) Los medios de agresión o de defensa que no hayan sido
aportados oportunamente en contra del art. 282, ap. 1º, o que no fueron
comunicados oportunamente en contra del art. 282, ap. 2º, pueden ser
rechazados cuando su admisibilidad, de acuerdo con el libre
convencimiento del tribunal, demorare la resolución del proceso y la
dilación en su incorporación se deba a culpa grave. 3) Los reclamos
tardíos que se vinculen a la admisibilidad de la demanda y a los cuales el
demandado pueda renunciar sólo son admisibles cuando la demora es
suficientemente excusable con relación al demandado. 4) En los casos de
los aps. 1º y 3º, el motivo de excusación debe acreditarse verosímilmente
a requerimiento del tribunal".
b) De acuerdo con el principio de preclusión, en cambio, el proceso se
halla articulado en diversos períodos o fases, dentro de cada uno de los
cuales deben cumplirse uno o más actos, siendo ineficaces aquellos que
se ejecutan fuera del período que les está asignado. Como se destacó en
su oportunidad (supra, nro. 15), se trata de uno de los principios que en
mayor medida gravitaron en la estructura del proceso ítalo-canónico, y es
el que domina en nuestra legislación procesal, incluso en el trámite de los
procesos orales(113).
Corresponde señalar, no obstante, que aun las leyes procesales
adheridas con mayor firmeza al principio de indivisibilidad no excluyen, en
forma absoluta, la vigencia del principio de preclusión, pues lo contrario
significaría rebasar las pautas mínimas de orden y de seguridad que el
desarrollo de todo proceso requiere.
La Ordenanza Procesal Civil alemana, v.gr., disponía, en su art. 230(114),
que la inejecución de un acto procesal que incumba realizar a la parte en
un término o dentro de un plazo (contumacia) produciría la preclusión del
acto, siendo numerosas las normas contenidas en dicho ordenamiento que
representaban una aplicación de esa regla. Así, por ejemplo, las partes no
podían recusar al juez por parcialidad después de haber actuado con él
o intervenido en la causa sin alegar el motivo de recusación siéndole

171 
 
conocido (art. 43(115)); la admisión de los hechos formulada por el
apoderado obligaba a la parte a quien representa, en tanto y en cuanto
esta última no revocara inmediatamente el acto (art. 85(116));
las excepciones dilatorias debían alegarse simultáneamente y antes de
entrar en la discusión de fondo (art. 274); los recursos debían interponerse
dentro de los términos perentorios que determina la ley (arts. 339(117),
519(118), etc.), etcétera(119).
c) Tras definir a la preclusión como la pérdida, la extinción o la
consumación de una facultad procesal, Chiovenda(120)señala, con toda
claridad, que tales situaciones pueden ser la consecuencia de:
1º) No haberse observado el orden señalado por la ley para su
ejercicio(121). En nuestro derecho, por ejemplo, la falta de presentación de
la prueba documental con los escritos de demanda, reconvención o
contestación de ambas (v.gr., art. 333, CPCCN) impide aportar esa clase
de prueba en una oportunidad ulterior, salvo en los casos previstos por el
art. 335 de dicho ordenamiento; las excepciones dilatorias y perentorias
deben oponerse dentro de los primeros diez días del plazo para contestar
la demanda o la reconvención (v.gr., art. 346, CPCCN), no siendo
admisible que, con posterioridad, se amplíen las ya deducidas o se
deduzcan otras que no fueron planteadas en aquella oportunidad; la falta
de interposición de un recurso dentro del plazo respectivo produce
la extinción de la facultad pertinente y lo decidido adquiere carácter firme,
etcétera(122).
2º) Haberse realizado una actividad incompatible con el ejercicio de la
facultad. Así, por ejemplo, la contestación de la demanda sobre el fondo
del asunto produce la preclusión de la facultad de oponer excepciones
dilatorias, aun en el supuesto de que aquel acto se cumpla durante los
primeros diez días del plazo respectivo(123); la ejecución de cualquier acto
procesal que implique el cumplimiento de la sentencia, hallándose
pendiente el plazo de las impugnaciones, determina la preclusión de la
facultad de interponer los recursos correspondientes; etcétera.
3º) Haberse ejercitado ya válidamente una vez la facultad (consumación
propiamente dicha)(124).
d)(125)Pero así como la preclusión opera inexorablemente
ante expresas exigencias legales sustancialmente fundadas en razones
de concentración y eventualidad (v.gr., arts. 186 y 346, CPCCN, con
referencia, respectivamente, a la articulación conjunta, en un mismo
escrito, de todos los incidentes cuyas causas existan simultáneamente y
sean conocidas, o a la oposición de las excepciones de previo y especial
pronunciamiento en un solo escrito y dentro de los primeros diez días del
plazo para contestar la demanda o la reconvención), en otros casos es la
propia ley la que, con primordial apoyo en motivos de economía procesal,
consagra excepciones a la vigencia del principio de preclusión. Es lo que
acontece, entre otros supuestos, con la posibilidad de modificar la

172 
 
demanda antes de que ésta sea notificada (art. 331, CPCCN); de alegar
hechos nuevos con posterioridad a la contestación de la demanda o la
reconvención (art. 365, CPCCN).
Cuando, por el contrario, la normativa procesal se limita a la fijación de
un plazo para el cumplimiento de un determinado acto procesal, una
adecuada valoración de orden, como justicia, no colisiona de ninguna
manera, en principio, con la posibilidad de que aquél se exteriorice a través
de más de una presentación. Frente a esa hipótesis resulta en
consecuencia ostensiblemente exagerada e impregnada de ritualismo la
aplicación estricta de la fórmula chiovendiana, según la cual la preclusión
por consumación se configura por el simple hecho de haberse ejercitado
ya una vez válidamente la facultad de ejecutar el acto de que se trate; de
allí que no merezca aprobación un pronunciamiento de la Corte Suprema
en cuya virtud los defectos o la falta de fundamentación autónoma del
recurso extraordinario federal no son subsanables a través de una
presentación posterior, aun cuando se la realice dentro del plazo legal,
porque ello, a juicio del tribunal, implicaría reeditar, en desmedro del
principio de preclusión, una facultad cuyo ejercicio quedó agotado en el
primer escrito(126). Tampoco la opinión conforme a la cual
resulta inadmisible articular nuevos motivos de casación, una vez
deducido el recurso, incluso dentro del plazo prescripto en el art. 463 del
Código Procesal Penal de la Nación(127).

B) Preclusión y cosa juzgada


El concepto de preclusión no debe confundirse con el de cosa
juzgada, aunque ellos guardan entre sí alguna relación. Es inherente a la
cosa juzgada, en efecto, la incontestabilidad futura del bien reconocido o
negado en una sentencia definitiva; incontestabilidad que puede hacerse
valer en el proceso en el que aquélla se dictó o en cualquier otro proceso.
La cosa juzgada produce, pues, efectos fuera del proceso, por cuanto,
como acertadamente observa Vellani(128), al alcanzar la sentencia dicha
calidad, la declaración de certeza sale del proceso en que se ha formado
para ir a regular las relaciones sustanciales y a influir sobre ellas. La
preclusión, en cambio, si bien impide que se renueve el debate respecto
de aquellas cuestiones que han sido decididas mediante
resoluciones interlocutorias firmes, sólo produce efectos dentro del
proceso. Pero, por otra parte, como lo advierte Chiovenda, "puesto que a
su vez la definitividad, o es inherente a la sentencia misma
(sentencias inapelables, sentencias que rechazan el recurso de casación)
y en este caso depende de la realizada consumación de la facultad de
contestar, o se alcanza con la posterior pérdida de la facultad de impugnar
173 
 
la sentencia, así... podemos decir que la cosa juzgada tiene siempre su
base en una preclusión: la misma presupone —a través de la preclusión
de la impugnabilidad de la decisión— la preclusión de la cuestionabilidad
del derecho". Y luego de observar que la preclusión alcanza no sólo a la
facultad de renovar las cuestiones que fueron planteadas y decididas, sino
también a la de proponer cuestiones no planteadas y que habrían
podido plantearse, dicho autor concluye afirmando: "La relación, pues,
entre cosa juzgada y preclusión de cuestiones puede formularse así: la
cosa juzgada es un bien de la vida reconocido o negado por el juez; la
preclusión de cuestiones es el expediente del que se sirve el derecho para
garantizar al vencedor el goce del resultado del proceso"(129).

C) Preclusión y caducidad
a) Podetti ha observado que la perención o la caducidad de la instancia
constituye una forma particular de la preclusión. Entiende, en efecto, que
tanto en una como en otra institución el transcurso del tiempo juega como
factor determinante de la pérdida o la extinción de facultades procesales,
con la diferencia de que, en el supuesto de la caducidad de la instancia,
en lugar de cerrarse una etapa del proceso, se cierra todo el proceso o
una instancia de él, y en lugar de privarse del ejercicio de una facultad, se
priva del ejercicio de todas(130). Agrega que en la caducidad de la instancia
hay un plus, representado por el hecho de que extiende sus efectos no
sólo hacia adelante, como la preclusión, sino también hacia atrás, quitando
eficacia a los procedimientos cumplidos, aunque advierte que en ciertos
casos la preclusión tiene también esos efectos. Tal ocurre cuando, por
ejemplo, operada la preclusión de la facultad de expresar agravios, se
produce la deserción de la segunda instancia y quedan anulados los
efectos del recurso concedido. La consecuencia de esa preclusión es, por
lo demás, la misma que produce la caducidad cumplida y declarada en
segunda instancia, y consiste en que la sentencia recurrida pasa
en autoridad de cosa juzgada.
b) No compartimos tales conclusiones. Es necesario destacar, por lo
pronto, que la producción de efectos "hacia atrás" no reviste, en la
preclusión, el carácter excepcional que señala Podetti, pues aquéllos se
verifican siempre que un acto procesal se cumple fuera del período o el
plazo que le asigna la ley. Ello no comporta, sin embargo, aceptar el aserto
de que la caducidad de la instancia sea una forma particular de la
preclusión. Esta última, en efecto, constituye un arbitrio tendiente a lograr
un más ordenado desenvolvimiento del proceso y es ajena a los
fundamentos en que se sustenta la institución de la caducidad. Además,
mientras la preclusión es una consecuencia imputada al cumplimiento
174 
 
o incumplimiento de actos procesales específicos, la caducidad de
la instancia se halla condicionada, genéricamente, a la ausencia de
cualquier acto procesal que sea idóneo para impulsar la marcha del
proceso, acto que puede provenir de cualquiera de las partes o del propio
órgano judicial.

55. El principio de adquisición


a) Si bien las cargas de la afirmación y de la prueba se hallan
distribuidas entre cada una de las partes, los resultados de la actividad que
aquéllas realizan en tal sentido se adquieren para el proceso en forma
definitiva, revistiendo carácter común a todas las partes que en
él intervienen(131).
La apuntada circunstancia es consecuencia del llamado principio de
adquisición, en cuya virtud los efectos de los actos procesales son
susceptibles de beneficiar o de perjudicar a cualquiera de las partes y, por
lo tanto, incluso a aquella que solicitó su cumplimiento.
b) La vigencia del principio enunciado impide, por ejemplo, que alguna
de las partes que produjo una prueba desista luego de ella en razón de
serle desfavorable(132); que el ponente de las posiciones pretenda
eventualmente desconocer los hechos consignados en el pliego
respectivo, en la hipótesis de que el absolvente los haga valer a su favor
(v.gr., art. 411, ap. 2, CPCCN)(133); que el actor niegue los
hechos expuestos en el escrito de demanda en el supuesto de que el
demandado los invoque en su beneficio, etcétera.

56. El principio de economía procesal

A) Concepto
Este principio es comprensivo de todas aquellas previsiones que
tienden a la abreviación y simplificación del proceso, evitando que su
irrazonable prolongación torne inoperante la tutela de los derechos
175 
 
e intereses comprometidos en él. Constituyen variantes de este principio
los de concentración, eventualidad, celeridad y saneamiento.

B) El principio de concentración
a) A la abreviación del proceso apunta, en primer lugar, el
llamado principio de concentración, que propende a reunir toda la actividad
procesal en la menor cantidad posible de actos(134)y a evitar, por
consiguiente, la dispersión de dicha actividad. Este principio rige,
primordialmente, en los procesos dominados por el principio de oralidad,
en los cuales la centralización del debate en una o pocas audiencias
temporalmente próximas entre sí, y con respecto a la decisión final, se
halla impuesta para conjurar el riesgo de que se desdibujen o borren, con
el transcurso del tiempo, las impresiones directamente recogidas por el
tribunal, así como para asegurar la identidad física entre los jueces que
han de decidir la causa y aquellos que presenciaron la formulación de las
alegaciones y la producción de la prueba(135).
b) El principio de concentración no es, sin embargo, incompatible con
los procesos regidos por el principio de escritura, en los cuales su
aplicación puede contribuir a evitar inútiles dispendios de actividad(136).
El Código Procesal de la Nación, siguiendo la regla contenida en el art.
12 del Código de la provincia de Jujuy, consagra el principio que
analizamos con carácter general en tanto instituye, como uno de los
deberes de los jueces, el de "concentrar, en lo posible, en un mismo acto
o audiencia todas las diligencias que sea menester realizar".
Aplicaciones particulares de dicho principio se encuentran, entre otras
hipótesis, en la concentración de las audiencias de prueba en la misma
fecha o en días sucesivos (art. 366, Código de Buenos Aires), de
la intimación de pago, embargo y citación para defensa en un acto único
(art. 542, CPCCN), y del ofrecimiento de toda la prueba en los escritos
constitutivos de los incidentes (arts. 178 y 180, CPCCN), de
las excepciones previas (arts. 349 y 350, CPCCN), y de los procesos
sumarios (art. 484, Código de Buenos Aires) y sumarísimos (art. 498,
CPCCN).

C) El principio de eventualidad
176 
 
Estrechamente vinculado con el principio precedentemente examinado,
así como con el de preclusión, y configurando otra de las manifestaciones
en que se traduce el principio de economía, se encuentra el llamado
principio de eventualidad o de acumulación eventual. En virtud de él, todas
las alegaciones que son propias de cada uno de los períodos preclusivos
en que se divide el proceso, deben plantearse en forma simultánea y no
sucesiva, de manera tal que, en el supuesto de rechazarse una de ellas,
pueda obtenerse un pronunciamiento favorable sobre la otra u otras, que
quedan planteada in omnem eventum(137). Constituyen aplicaciones de
este principio, entre otras, la carga de oponer todas las excepciones al
mismo tiempo y en un solo escrito (v.gr., art. 346, CPCCN), la facultad de
acumular subsidiariamente el recurso de apelación al recurso de
revocatoria (art. 241, CPCCN), etcétera.

D) El principio de celeridad
Otro aspecto de la aplicación del principio de economía procesal se
halla representado por las normas destinadas a impedir la prolongación de
los plazos y a eliminar trámites procesales superfluos u onerosos (principio
de celeridad).
De acuerdo con el régimen del Código Procesal de la Nación, en gran
medida inspirado en preceptos contenidos en los Códigos provinciales
modernos, constituyen manifestaciones de este último principio, entre
otras, la supresión de la previa intimación para constituir domicilio procesal
(art. 41); la limitación de las resoluciones que corresponde notificar
personalmente o por cédula y la consiguiente acentuación del principio
general de la notificación automática o por ministerio de la ley (art. 135); la
posibilidad de la habilitación tácita (art. 154); la regla de la perentoriedad
de los plazos legales y judiciales (art. 155); el sistema de las apelaciones
diferidas (art. 247); y el de la irrecurribilidad de las resoluciones sobre
producción, denegación y sustanciación de las pruebas, sin perjuicio de
que, en caso de denegatoria, aquéllas se diligencien por orden de las
Cámaras de apelaciones, en oportunidad de conocer de los
recursos interpuestos contra las sentencias definitivas (art. 379), la
simplificación de los trámites aplicables a las cuestiones de competencia,
redargución de falsedad de documentos públicos y condena al pago de
cantidades ilíquidas; etcétera.

177 
 
E) El principio de saneamiento
a) Deriva, finalmente, del principio de economía procesal, el principio
de saneamiento o de expurgación, en cuya virtud se acuerdan al juez
facultades suficientes para resolver, in limine, todas aquellas cuestiones
susceptibles de impedir o entorpecer el pronunciamiento sobre el mérito
de la causa o de determinar, en su caso, la inmediata finalización del
proceso(138).
b) Algunos Códigos provinciales consagran explícitamente el principio
que nos ocupa, aunque restringiéndolo a algunos de sus posibles
aspectos. El art. 46, inc. 4º), del Código Procesal Civil de la provincia de
Mendoza, por ejemplo, incluye entre los deberes y las facultades de los
jueces el de "sanear el procedimiento, sin necesidad de requerimiento
del interesado, para evitar o subsanar nulidades"(139); el Código Procesal
Civil de la provincia de Jujuy, bajo el título de "medidas saneadoras",
dispone en su art. 14: "El juez, antes de dar trámite a cualquier petición,
señalará los defectos u omisiones, ordenando se subsanen en un plazo
perentorio. Si la resolución no se cumple, la petición se tendrá por no
presentada. Procede disponer de oficio toda diligencia que fuere necesaria
para evitar nulidades. Cuando determinadas circunstancias demostraren
que las partes se sirven del proceso para realizar un acto simulado o
conseguir un fin prohibido por la ley, corresponde dictar decisión que obste
a esos objetivos"; etcétera.
Dentro de la misma orientación se encuentra el Código Procesal de la
Nación, cuyo art. 34, inc. 5º, II, que tiene como fuente al Código jujeño,
impone a los jueces el deber de "señalar, antes de dar trámite a cualquier
petición, los defectos u omisiones de que adolezca, ordenando que se
subsanen dentro del plazo que fije, y disponer de oficio toda diligencia que
fuere necesaria para evitar nulidades".
c) El estudio de la legislación comparada comprueba la existencia de
diversos instrumentos procesales que tienden a hacer efectiva la
aplicación del principio de saneamiento. En el derecho austríaco, v.gr.,
constituye ejemplo de ello la audiencia preliminar, que se halla destinada
a limpiar el proceso de todos aquellos obstáculos que entorpezcan
o interrumpan el debate sobre el fondo del asunto, y en la cual se deciden
las excepciones de inadmisibilidad de proceso, de incompetencia del juez,
de litispendencia y de cosa juzgada, así como el pedido de prestación de
caución por las costas, se examina y resuelve sobre las faltas de
capacidad procesal o de legitimación de los representantes, se dictan
sentencias sobre posibles allanamientos o renuncias, etcétera(140). En los
derechos portugués y brasileño corresponde recordar al despacho

178 
 
saneador, el cual consiste en una resolución que debe dictarse una vez
concluidas las articulaciones y cuyo objeto es conocer de las nulidades de
que pudiere adolecer el proceso, disponiendo las medidas tendientes a
subsanarlas; decidir sobre las excepciones perentorias; determinar si las
partes tienen legitimidad para la causa y si están debidamente
representadas; resolver, en general, cualquier cuestión que pueda obstar
a la apreciación del mérito de la causa, etcétera(141). En el derecho inglés,
finalmente, puede verse una manifestación del principio de saneamiento
en la audiencia llamada Summons for Directions, que tiene lugar una vez
concluido el período de los pleadings y en la cual el Master debe resolver
todas aquellas cuestiones preliminares que permitan la clara
determinación de las cuestiones (issues) que el juez ha de decidir.
d) En el régimen procesal de la Capital Federal se intentó hacer efectivo
uno de los aspectos del principio de saneamiento mediante el art. 23, ley
14.237, el cual disponía que en el auto de apertura de la causa a prueba
en los juicios ordinarios, el juez convocaría a las partes a una audiencia a
fin de que estableciesen los hechos articulados sobre los cuales versaría
la prueba de acuerdo con la demanda, reconvención o contestación de
ambas en su caso y que fuesen conducentes a la decisión del juicio. Dicha
norma se complementaba con la contenida en el art. 25 del mismo
ordenamiento, que excluía la posibilidad de producir prueba sobre hechos
que no hubiesen sido fijados definitivamente de acuerdo con el
mencionado procedimiento y autorizaba al juez a desestimar esa prueba
"sin recurso alguno"(142).
De tal manera se trató de depurar el proceso, en uno de sus
estadios iniciales, de todas aquellas cuestiones que careciesen de
relevancia para la solución del litigio y de evitar, por consiguiente, el
desgaste inútil de actividad que importa el diligenciamiento de medidas
probatorias referentes a tales cuestiones. "El sistema —como dijeron
los autores del proyecto que luego se convirtió en ley(143)— tiene ventajas
esenciales: la tarea de depuración que realiza el juez para la selección de
los hechos en el momento de la sentencia queda cumplida
anticipadamente en el acto en que se fijen definitivamente y, en lo que
respecta a las partes, les facilita el cumplimiento de la estructuración de la
prueba, librándola de material impertinente o inconducente, ordenando el
proceso en una línea recta, sin deformaciones ni oblicuidades que alteran
su unidad con menoscabo de su propia organización".
El éxito del sistema establecido por el art. 23 se hallaba condicionado,
sin embargo, a la efectiva presencia e intervención del juez en la audiencia
de fijación de hechos, requisitos que, por lo demás, exigía expresamente
dicha norma. Pero, en la práctica, el procedimiento habitual se redujo a
que las partes compareciesen a la audiencia provistas de sendos pliegos
que contenían cuestiones de hecho que, a juicio de cada una de ellas,
debían ser objeto de prueba, y a que se levantase un acta en la cual, tras
asentarse el pedido de que se agregasen dichos pliegos al expediente, se

179 
 
resolvía tener por definitivamente fijados los puntos de prueba
establecidos por los litigantes, o bien, disponer un llamamiento
de autos(144). De tal manera, y sin la efectiva dirección del juez que
resultaba indispensable para poder descartar, en contacto directo con las
partes y a través del necesario intercambio de apreciaciones, todos
aquellos hechos que fuesen inconducentes para resolver el pleito,
la audiencia prevista por el art. 23 se transformó, en definitiva, en un nuevo
factor de dilaciones procesales(145).
De acuerdo con la reforma introducida por la ley 25.488, en la audiencia
preliminar el juez debe oír a las partes acerca de los hechos sobre los que
versará la prueba, aunque interesa advertir que este tramo de la audiencia
se superpone, en importante medida, con la carga que el nuevo art. 333
impone a las partes en el sentido de indicar, en los escritos iniciales
(demanda, reconvención y contestación de ambas), los extremos
que intentan probar con la prueba testimonial, así como de proponer los
puntos de pericia(146).
De todos modos, es de esperar, al respecto, que no se reitere la
penosa experiencia observada durante la vigencia del art. 23 de la ley
14.237, y que los letrados, por lo tanto, se habitúen a fijar los hechos
controvertidos en forma breve y concisa, a cuyo fin no les está vedada la
posibilidad de acompañar, en el acto de la audiencia, escritos que
sinteticen las circunstancias relevantes del conflicto con arreglo al
contenido de la demanda, la reconvención y la contestación de ambas,
evitando inútiles reproducciones de esos escritos. Si así lo hacen, no sólo
facilitarán la decisión del juez, sino que éste podrá incluso tener como
hechos controvertidos los ya fijados por las partes en los mencionados
escritos.
Vale, asimismo, destacar que, contrariamente a lo que prescribía el
citado art. 23 de la ley 14.237, dicha decisión es inapelable, aunque a
través del procedimiento del replanteo previsto en el art. 379, la Cámara
se halla indirectamente habilitada para reverla.

57. El principio de inmediación


a) En sentido estricto, y sólo con referencia a los procesos dominados
por el signo de la oralidad, llámase principio de inmediación a aquel
que exige el contacto directo y personal del órgano judicial con las partes
y con todo el material del proceso, excluyendo cualquier medio indirecto
de conocimiento (escritos, informes de terceros, etc.)(147).

180 
 
De conformidad con la idea precedentemente expuesta, la inmediación
significa que tanto las alegaciones de las partes como la recepción de la
prueba deben producirse en forma directa ante el órgano judicial, según
ocurre en los regímenes procesales europeos mencionados supra, nro.
52, A). En el derecho argentino, en cambio, y como se señaló en el mismo
lugar, aun los ordenamientos adscriptos al procedimiento oral descartan la
vigencia del principio analizado con respecto al planteamiento de las
alegaciones introductivas, pero requieren su aplicación estricta cuando se
trata de la recepción de la prueba y de la formulación de las alegaciones
críticas. Interesa señalar que, cualquiera que sea el sistema aplicable,
constituye natural corolario de la inmediación la necesidad de que el
órgano judicial ante el cual se han producido los mencionados
actos instructorios sea el mismo que dicte la sentencia(148).
b) El mecanismo de los procesos escritos atenúa, aunque no excluye,
la importancia de la inmediación, pues si bien en aquéllos no
resulta indispensable la identidad entre el juez que recibió la prueba y
aquel que debe decidir la causa, y, por lo demás, el sistema de la
doble instancia limita la apreciación probatoria de los jueces superiores a
las constancias escritas, la delegación de la actividad recepticia en
los auxiliares del órgano judicial, por calificados que sean, implica la
renuncia a un poder de dirección que incumbe, por esencia, al elemento
juzgador y puede conspirar contra una valoración integral de la prueba
constituida por las declaraciones de las partes o de terceros.
En la práctica ocurre, sin embargo, que diversas circunstancias, como
las deficiencias de orden material que afectan el adecuado
desenvolvimiento de la labor judicial, el considerable número
de audiencias que registran a diario las agendas judiciales y la
superposición que se presenta entre las que se realizan simultáneamente
en distintas secretarías de un mismo juzgado, determinan que, de hecho,
la recepción de las audiencias de prueba se delegue en funcionarios y
empleados.
El Código Procesal de la Nación y los ordenamientos provinciales que
a él se han adaptado instituyen, como regla general, el deber de los jueces
de asistir a las audiencias de prueba y suprimen el principio —
anteriormente consagrado, entre otros, por el art. 31 de la ley 14.237— de
la recepción de la prueba testimonial por los secretarios. No obstante,
haciéndose cargo de las dificultades prácticas precedentemente
señaladas, supedita la nulidad del acto, en caso de incumplimiento del
referido deber, al requisito de que cualquiera de las partes haya solicitado
la asistencia del juez con anticipación no menor de cuarenta y ocho horas
a la celebración de la audiencia (arts. 34, inc. 1º, Código de Buenos Aires;
34, primer párrafo, Código de Corrientes; 34, inc. 1º, Código de Santa
Cruz; 35, inc. 2º, Código de La Pampa; 34, inc. 1º, Código de Neuquén,
entre otros).

181 
 
c)(149)Según se lee en el mensaje ministerial adjunto al proyecto de la
posteriormente convertida en ley 22.434, ésta tendió a que el sistema
procesal avance hacia un mayor grado de inmediación. Lo hizo mediante
la doble vía de aliviar, por un lado, al juez del cumplimiento de ciertas
funciones que en razón de no importar en sí mismas ejercicio directo de la
actividad jurisdiccional se desplazaron hacia los secretarios y los oficiales
primeros (actuales prosecretarios administrativos) y de imponerle a aquél,
por el otro lado, a título de contrapartida y hasta donde ha sido
razonablemente posible, el deber de actuar con sujeción estricta al
principio de inmediación, prescribiendo, en caso contrario, la ineficacia del
acto procesal correspondiente.
A este último aspecto sólo se refirió, sin embargo, el art. 125 bis(150), en
tanto dispuso que las audiencias de posiciones serán tomadas
personalmente por el juez, bajo sanción de nulidad.
Se instituyó, en realidad, un régimen mixto fundado en el hecho de que
la audiencia tuviese por objeto recibir la confesión de las partes mediante
la absolución de posiciones (a la que se añadían otras contingencias,
como el saneamiento de nulidades, el intento de conciliación, la invitación
al reajuste de pretensiones, etc.), o bien, la práctica de otra clase de
prueba (v.gr., declaración de testigos, careos, explicaciones de los
peritos), pues mientras en el primer caso la inasistencia del juez al acto
determinaba, sin más, la nulidad de éste, en el segundo la pertinente
declaración de ineficacia se hallaba supeditada al requisito de que
cualquiera de las partes hubiese solicitado la presencia del juez con
anticipación de dos días a la fecha de celebración de la audiencia.
Pero como ocurre con todas las nulidades procesales en materia civil,
se trataba, en ambos casos, de una nulidad relativa, razón por la cual la
declaración era inadmisible frente a la hipótesis de que la irregularidad
resultara consentida, sea porque las partes o porque la parte ausente que
hubiese formulado, en su caso, el pedido al que se refería la norma no
promoviesen el respectivo incidente dentro de los cinco días posteriores al
de la celebración de la audiencia (art. 170, párrafo segundo, CPCCN).
De todos modos, es del caso recordar que el deber impuesto a los
jueces raramente se cumplía en la práctica sin que las partes articulasen
la nulidad del acto, y que la asistencia personal de aquéllos sólo tenía lugar
en las audiencias señaladas en los procesos de separación personal o de
divorcio vincular iniciados mediante presentación conjunta de ambos
cónyuges (arts. 205 y 215, CCiv.).
Como la ley 25.488, en cambio, dispuso la derogación del art. 125 bis
del Código Procesal Civil de la Nación y en la materia de que se trata eludió
con buen criterio toda referencia a eventuales nulidades.
Por lo tanto, en efecto, si bien impuso a los jueces el deber de asistir a
la audiencia preliminar (art. 34, inc. 1º), omitió conminar su transgresión

182 
 
con la consecuencia de la nulidad, como lo hacía en cambio, en relación
con las audiencias de prueba, la mencionada norma en su versión anterior.
Mantuvo, por el contrario, el texto del párrafo segundo de ese precepto,
relativo a la audiencia que corresponde ordenar en la resolución que
ordena el traslado de la demanda en los juicios de divorcio, separación
personal y nulidad de matrimonio, aunque cuadra advertir que
la inmediación allí requerida por razones que conciernen a la índole
personalísima del acto no siempre se observa en la práctica(151).
En segundo lugar, la presencia del juez en la audiencia preliminar se
prevé con carácter indelegable(152)y no bajo pena de nulidad, como lo
disponía el art. 360 en su versión anterior, no obstante lo cual las partes,
por lo general, se avienen, expresa o implícitamente, a que la audiencia
se celebre con la asistencia del secretario, del prosecretario e inclusive del
empleado encargado de documentarla. Por otra parte, se advierte con
frecuencia que algunos jueces se limitan a hacer un breve acto de
presencia y que ello no suele generar inconveniente alguno
particularmente cuando, abierta la audiencia, invitan a las partes a intentar
una conciliación y luego, ante el fracaso de ésta, se retiran y suscriben
finalmente el acta como si hubiese estado presente durante todo el curso
de la audiencia.

58. Los principios de legalidad e instrumentalidad de las formas


a) El principio de legalidad de las formas excluye la posibilidad de que
las partes convengan libremente los requisitos de lugar, tiempo y forma a
que han de hallarse sujetos los actos procesales, requiriendo, por lo tanto,
que aquéllas se atengan a los requisitos que determina la ley. Este
principio, sin embargo, está limitado por la existencia de las llamadas
normas procesales optativas, que acuerdan a las partes la facultad de
regular aspectos parciales del proceso (supra, nro. 7).
El principio mencionado no rige en los procesos de árbitros y de
amigables componedores. Con respecto a los primeros, en efecto, el art.
741, inc. 1º, del Código Procesal de la Nación prescribe que las partes
pueden convenir, en el compromiso, "el procedimiento aplicable y el lugar
en que los árbitros hayan de conocer y fallar". Los amigables
componedores, por su parte, "procederán sin sujeción a formas legales,
limitándose a recibir los antecedentes o los documentos que las partes les
presentasen, a pedirles las explicaciones que creyeren convenientes, y a
dictar sentencia según su saber y entender" (art. 769, CPCCN).

183 
 
b) Podetti ha señalado que, al igual que el principio de bilateralidad, el
de legalidad de las formas (que dicho autor llama de "formalismo") tiene
raíz constitucional, pues tiende a garantizar la defensa en juicio de la
persona y de los derechos, pudiendo ser considerado "como el antemural
de la arbitrariedad del individuo o del Estado y como un elemento básico
de la libertad civil (...). Pero esa indiscutible jerarquía del principio exige
que sea cuidadosamente dosado, para evitar caer en el culto de la forma,
tan caro a la rutina de los gremios forenses"(153).
Las formas procesales, en efecto, no son fines en sí mismas, sino
simples medios destinados a asegurar la más ordenada y justa solución
de los litigios. No existen actualmente discrepancias en el sentido de que
las formas son necesarias en la medida en que resultan adecuadas para
superar algún riesgo de inseguridad y para consolidar,
(154)
consecuentemente, el orden que el proceso reclama . Tampoco es
dudoso que las formas, en cuanto a manifestaciones del plan
coexistencial, resultan inútiles y aun perniciosas cuando, en razón de no
adecuarse a la entidad de los riesgos que deben conjurar, se diluyen en
un estéril ritualismo o tienden a él(155).
Es por ello que en los últimos treinta años ha ganado terreno, tanto en
la doctrina como en la legislación procesal, el llamado principio de
"instrumentalidad de las formas", que se funda, sustancialmente, en la
consideración de la idoneidad de los actos procesales desde el punto de
vista del objeto que en cada caso están llamados a cumplir. Según este
principio, la invalidez o la nulidad de los actos del proceso se halla
subordinada, como enseña Liebman, "no a la simple inobservancia de la
forma, mecánicamente relevada, sino a la relación —verificada en cada
caso— entre el vicio y el fin del acto, declarando la nulidad sólo cuando
éste, por efecto del vicio, no haya podido lograr su finalidad, de suerte tal
de salvar aquellos actos que fueron realizados en la medida máxima
consentida por las exigencias técnicas del proceso"(156).
Consecuente con este principio, el art. 156 del Código Procesal italiano
dispone que "no puede pronunciarse la nulidad por inobservancia de
formas de ningún acto del proceso, cuando la nulidad no está conminada
por la ley. Puede, sin embargo, pronunciarse, cuando el acto carezca de
los requisitos formales indispensables para conseguir su finalidad. La
nulidad nunca puede pronunciarse cuando el acto ha obtenido el fin a que
está destinado".
Fórmulas análogas han sido adoptadas por los Códigos Procesales
Civiles de La Rioja (art. 130), Mendoza (art. 94, ap. 1), Jujuy (art. 179),
Santa Fe (art. 128, inc. 1º), etcétera(157). El Código Procesal de la Nación
(art. 169), así como los ordenamientos provinciales que a él se han
adaptado, se encuentra ubicado en la misma orientación.

184 
 
III. DISTINTAS CLASES DE PROCESOS(158)

59. Generalidades
a) Aunque el proceso configura, jurídicamente, un fenómeno único, no
siempre se encuentra normativamente regulado de acuerdo con las
mismas modalidades y efectos. Ciertas circunstancias, como la naturaleza
del órgano decisor, la existencia o la inexistencia de un conflicto entre
partes, la índole y el número de las pretensiones y las peticiones que
puede tener por objeto, y la forma en que se halla estructurado, constituyen
variantes que, dentro de aquella unidad conceptual, autorizan a formular
distintas clasificaciones del proceso.
b) Si se atiende a la naturaleza del órgano interviniente, el proceso
puede ser judicial o arbitral. El primero, a su vez, es susceptible de una
primera clasificación en contencioso o voluntario, según que,
respectivamente, tenga por objeto la resolución de un conflicto o la
constitución, integración u otorgamiento de autenticidad o eficacia a un
estado o relación jurídica. El proceso contencioso puede clasificarse
teniendo en cuenta la finalidad de la pretensión que constituye su objeto
(de declaración, de ejecución y cautelar) y la estructura formal a que se
halla sometido (ordinario y especiales). Cabe, finalmente, una clasificación
general del proceso judicial atendiendo a su singularidad o universalidad.
c) De acuerdo con un criterio clasificatorio de carácter general, suele
distinguirse el proceso ordinario de los llamados procesos especiales(159).
Frente al primero, que constituye el proceso tipo, los segundos serían
todos aquellos procesos a los cuales la ley somete a un trámite específico,
total o parcialmente diverso al del proceso ordinario.
Formulada en esos términos tal clasificación carece, a nuestro juicio, de
utilidad científica, pues bajo el rótulo general de "procesos especiales"
viene a agrupar una gran cantidad de procesos netamente diferenciables
entre sí, como, por un lado, los judiciales y los arbitrales, y, por el otro, los
judiciales contenciosos y voluntarios(160). Ello no obsta, sin embargo, a
admitir la existencia de procesos especiales, siempre que tal categoría
sirva para designar a una determinada clase de procesos judiciales
contenciosos.

185 
 
60. Procesos judiciales y arbitrales
a) Junto con el proceso judicial, que constituye el proceso por
antonomasia, la ley admite la posibilidad de que las partes sometan la
decisión de sus diferencias a uno o más jueces privados, llamados árbitros
o amigables componedores, según que, respectivamente, deban o no
sujetar su actuación a formas determinadas y fallar con arreglo a las
normas jurídicas.
b) Frente a dicha posibilidad se configura el denominado proceso
arbitral, que el Código Procesal de la Nación reglamenta en los dos
primeros títulos del Libro VI. Cabe recordar que el Código Civil y Comercial
de la Nación dedica todo un capítulo a regular el Contrato de Arbitraje,
fijando pautas procesales que se superponen y, en algún caso,
contradicen las previsiones del CPN. A ellas habremos de dedicarnos en
el capítulo pertinente (arts. 1649 a 1665).
c) "Toda cuestión entre partes —dice el art. 736, CPCCN—, excepto las
mencionadas en el art. 737, podrá ser sometida a la decisión de jueces
árbitros, antes o después de deducida en juicio y cualquiera que fuere el
estado de éste". El mismo principio rige tratándose de amigables
componedores (art. 766, CPCCN).
De tales disposiciones se sigue, en primer lugar, que es ajena a los
árbitros y amigables componedores toda función procesal voluntaria, pues
constituye presupuesto del proceso arbitral el planteamiento de
un conflicto entre partes. Además, en tanto aquéllos carecen de imperium,
les está vedada la actividad ejecutiva y cautelar (art. 753, CPCCN); de allí
que el proceso arbitral configure un equivalente del proceso judicial
contencioso de conocimiento(161).
d) Se hallan excluidas del proceso arbitral todas aquellas cuestiones
que no pueden ser objeto de transacción (art. 737, CPCCN), es decir,
aquellas que contemplan los arts. 843 a 845 del Código Civil.

61. Procesos contenciosos y voluntarios


a) Normalmente, el proceso tiende a la obtención de un
pronunciamiento que dirima el conflicto u oposición de conductas, surgido
entre dos personas que revisten, en aquél, la calidad de partes. En tales
casos el proceso se denomina contencioso y tiene como objeto una
186 
 
pretensión (supra, nro. 46), siendo indiferente que el demandado se
oponga a ella o que, por el contrario, rehúya la discusión o la controversia,
sea mediante la actitud consistente en no comparecer al proceso
(rebeldía), sea por conducto del expreso reconocimiento de los hechos y
del derecho invocados por el actor (allanamiento). En estos dos últimos
casos, en efecto, la falta de efectiva discusión no excluye la existencia del
conflicto o litigio que dio motivo al proceso(162).
b) Tradicionalmente, sin embargo, los órganos judiciales cumplen, junto
con la función relativa a la resolución de casos litigiosos, la consistente
en integrar, constituir o acordar eficacia a ciertos estados o relaciones
jurídicas privadas. Estas hipótesis han determinado que, ya desde la
época del derecho romano, se hable de dos especies de jurisdicción,
llamadas contenciosa y voluntaria, las que se diferencian, como lo anota
Caravantes(163), "en que la primera se ejerce inter nolentes, esto es, entre
personas que tienen que acudir a juicio contra su voluntad por no hallarse
de acuerdo sobre sus pretensiones respectivas, mientras que la segunda
se ejerce inter volentes, es decir, entre personas que se hallan de acuerdo
sobre el acto que se ejecuta o a solicitud de una persona a quien importa
la práctica de un acto en cuya contradicción no aparece interés de
tercero"(164).
c) Lo expuesto autoriza a considerar la existencia de procesos
voluntarios, a cuyo objeto puede consistir en una o más peticiones y a
cuyos sujetos privados cabe denominar peticionarios o solicitantes(165).
Constituye una nota común a los procesos voluntarios el hecho de que
su iniciación no se halla determinada, como ocurre en los procesos
contenciosos, por la finalidad de obtener una decisión que declare
la existencia de algún efecto jurídico en contra o frente a una persona
distinta de quien reclama el ejercicio de la actividad judicial, sino por la
necesidad de lograr un pronunciamiento al cual la ley condiciona el
nacimiento o la eficacia de una determinada relación jurídica; de allí que
en los procesos voluntarios las decisiones judiciales se dicten,
eventualmente, en favor del peticionario, pero no en contra o frente a un
tercero(166).
Sin embargo, ello no excluye la posibilidad de que, en razón de
suscitarse alguna discrepancia entre los propios peticionarios, o de
plantearse oposición por parte de un tercero o del Ministerio Público, los
procesos voluntarios se transformen, total o parcialmente, en
contenciosos. Durante el proceso tendiente al nombramiento de tutor o
curador, por ejemplo, puede presentarse algún tercero pretendiendo tener
derecho a ser nombrado con preferencia al peticionario, en cuyo caso
corresponde sustanciar la cuestión en juicio sumarísimo (art. 776,
CPCCN); si en el proceso de mensura alguno de los linderos formula
oposición contra la diligencia, la pretensión debe ser sustanciada y
decidida mediante los trámites del proceso ordinario, etcétera. La
transformación parcial del proceso voluntario en contencioso puede tener
187 
 
lugar, v.gr., cuando alguno o algunos de los herederos se oponen a la
aprobación del inventario, del avalúo o de la cuenta particionaria (arts. 724,
725, 731 y 732, CPCCN); en el caso en que, durante el trámite del
concurso preventivo, medien impugnaciones a los créditos (arts. 34 y
36, ley 24.522) o al acuerdo propuesto por el deudor (arts. 49 y 50, ley
24.522); etcétera.
Contrariamente a la opinión de Podetti(167), entendemos que la
mencionada posibilidad de transformación que es propia de los procesos
voluntarios no autoriza a negar que éstos configuren una categoría
jurídica independiente. Por un lado, en efecto, la existencia de una
pretensión constituye un objeto contingente, no necesario de esa clase de
procesos y, por el otro, a diferencia de lo que ocurre en los procesos
contenciosos, quien deduce esa eventual pretensión es, o bien un tercero
ajeno a la persona que reclama la intervención judicial, o bien uno de los
peticionarios que discrepa con los restantes acerca de la validez o de la
eficacia de algún acto posterior a la iniciación del proceso.
d) El Código Procesal de la Nación y los ordenamientos que a él se han
adaptado incluyen en la categoría de procesos voluntarios —varios de los
cuales habrán de sufrir adaptaciones a la luz de las regulaciones del
derecho de fondo en el nuevo Código Civil y Comercial, como se analizará
luego en cada caso— a los de mensura (arts. 658 a 672), autorización para
contraer matrimonio (arts. 774 y 775), tutela y curatela (arts. 776 y 777),
copia y renovación de títulos (arts. 778 y 779), autorización para
comparecer en juicio y ejercer actos jurídicos (art. 780), examen de libros
por el socio (art. 781) y reconocimiento, adquisición y venta de
mercaderías (arts. 782 a 784).
Interesa sin embargo reparar, por un lado, que si bien no incluidos en el
libro correspondiente, también revisten carácter voluntario los procesos
sucesorios y de mensura, y, por el otro, que algunos de los casos
contemplados por los arts. 774 a 784 pueden involucrar la existencia de
un conflicto previo que descarta la índole estrictamente voluntaria de los
respectivos procesos. Tales, v.gr., los referentes a la autorización para
contraer matrimonio o para comparecer en juicio y ejercer actos jurídicos,
o al reconocimiento o adquisición de mercaderías.
El Código Procesal Civil de la provincia de Jujuy, siguiendo
sustancialmente el proyecto del profesor Couture de 1945, dedica el Título
VII a los "procesos voluntarios", dividiéndolo en tres capítulos titulados
"parte general", "informaciones" y "declaración de incapacidad"(168). Como
principio general, establece que son aplicables las pertinentes
disposiciones "cuando sea necesario demostrar la existencia de hechos
que han producido, o que estén llamados a producir efectos jurídicos, y de
los cuales no derive perjuicio a persona conocida..." (art. 411). Las
decisiones que recaigan en estos procesos no hacen cosa juzgada (art.
412). El acto provocatorio del proceso es denominado "solicitud" y debe
formularse "de acuerdo con las disposiciones relativas a la demanda del
188 
 
juicio ordinario oral, en cuanto fueren aplicables" (art. 413). En cuanto al
procedimiento a observar, el art. 414 dispone lo siguiente: "Presentada la
solicitud, el juez la examinará y, si se hubiera ofrecido información,
mandará recibirla. Aun cuando no se hubiere ofrecido información, se
podrá disponer que el solicitante justifique sumariamente los hechos en los
cuales funda su petición. Recibida la información, se conferirá vista al
Ministerio Público; y si no mediare oposición de éste, se aprobará
la información si el juez la juzga procedente". En tanto el art. 415 dice:
"Cuando mediare oposición del Ministerio Público o de un tercero, el
juez examinará la misma y si estima que no obsta a la declaración que se
solicita, la sustanciará en la forma establecida para los incidentes y
accederá o denegará el petitorio inicial con la eficacia del art. 412 (es decir,
sin que produzca efectos de cosa juzgada). Si advierte que la oposición
plantea una cuestión de tal importancia que obste a todo pronunciamiento,
sobreseerá los procedimientos, disponiendo que los interesados
promuevan las demandas que consideren pertinentes". En orden a los
recursos que proceden en esta clase de procesos, dice el art. 416: "Las
providencias de trámite dictadas en el curso del proceso sólo son
susceptibles del recurso de revocatoria. Las decisiones que aprueban o
desechan el pedido de información y las que sobreseen los
procedimientos voluntarios son susceptibles de apelación en relación". Las
normas referentes a las "informaciones" se aplican a las que las
leyes exijan para la realización de ciertos actos, como el otorgamiento de
venias y autorizaciones judiciales, rectificación de partidas y otros
análogos (art. 417). En el escrito inicial, el peticionario debe mencionar sus
calidades personales, el objeto de su solicitud, los hechos o circunstancias
en que se funda y los elementos de información que ofrece en su apoyo.
Los testigos pueden firmar la solicitud, teniéndose por prestada la
declaración respectiva con la sola ratificación de la firma, efectuada en el
acto de la presentación, con las formalidades de ley, por ante el actuario y
con la intervención del Ministerio Público cuando así lo disponga la ley (art.
418). El juez ordena de inmediato que el actuario proceda a recibir la
prueba no producida en el momento de presentarse la solicitud y, dentro
del quinto día de recibida la prueba, previa vista al Ministerio Público en su
caso, debe dictar la resolución que corresponda (art. 419).
El Código Procesal Civil y Comercial de la provincia de Santa Fe dedica
el Libro IV a los "actos de jurisdicción voluntaria", determinando, en los
siete títulos que integran dicho libro, el trámite a seguir en los supuestos
de pedirse la protocolización de instrumentos y testamentos (cerrados,
ológrafos y especiales), la reposición de escrituras públicas, la declaración
y la cesación de incapacidad, el nombramiento y la remoción de tutores o
curadores, o la suspensión o la limitación de la patria potestad,
la autorización para contraer matrimonio, y la declaración de
simple ausencia y con presunción de fallecimiento. Como se advierte, no
todos los mencionados implican, en rigor, procesos voluntarios,
particularmente los relativos a la declaración de incapacidad, a la remoción

189 
 
de tutores o curadores y a la suspensión o la limitación de la patria
potestad, pues ellos involucran la existencia de un conflicto entre partes.

62. Procesos de declaración, de ejecución y cautelares


a) Desde el punto de vista de la finalidad perseguida mediante la
pretensión que los motiva, corresponde distinguir tres tipos de procesos:
de declaración, de ejecución y cautelares.
b) El proceso de declaración, llamado también de conocimiento o
de cognición, es aquel que tiene como objeto una pretensión tendiente a
lograr que el órgano judicial (o arbitral) dilucide y declare, mediante la
aplicación de las normas pertinentes a los hechos alegados y
(eventualmente) discutidos, el contenido y el alcance de la situación
jurídica existente entre las partes(169). El efecto invariable y primario de los
pronunciamientos que recaen en esta clase de procesos se halla
representado, pues, por una declaración de certeza acerca de
la existencia o la inexistencia del derecho pretendido por el actor(170).
En ciertos casos, sin embargo, ese efecto puede ir acompañado de
la integración o la complementación de una relación jurídica, o de la
imposición, al demandado, del cumplimiento de una determinada
prestación (de dar, de hacer o de no hacer), configurándose sentencias
que se denominan, respectivamente, determinativas y de condena. Es por
ello que la dogmática procesal moderna prefiere designar a estos procesos
como de conocimiento o de cognición, por cuanto cualesquiera que sean
los efectos de las sentencias que en ellos se dicten, éstos son el resultado
de una actividad intelectual y emocional del juez en cuya virtud
éste examina los hechos y las pruebas aportadas por ambas partes,
efectúa su valoración a la luz del ordenamiento jurídico vigente, y formula
la norma individual que en lo sucesivo ha de regir la conducta de aquéllas
con relación al caso que motivó el proceso(171).
c) Cuando la sentencia es meramente declarativa (incluida su
modalidad constitutiva) o determinativa, el interés de la parte vencedora
resulta satisfecho mediante el simple pronunciamiento de aquélla. Pero
cuando se trata de una sentencia condenatoria que, como tal, impone al
vencido la realización o la omisión de un acto, y éste no es voluntariamente
efectuado u omitido por aquél, el ordenamiento jurídico prevé la posibilidad
de que se lleve a cabo una ulterior actividad, a cargo de los órganos
judiciales del Estado, tendiente a asegurar la integral satisfacción
del interés del vencedor(172).

190 
 
Tal actividad se desarrolla en el denominado proceso de ejecución,
cuyo objeto consiste en hacer efectiva la sanción impuesta por una
sentencia de condena y respecto del cual el proceso de conocimiento, en
la hipótesis de incumplimiento de la sentencia por parte del vencido,
constituye un medio para que, por obra de los órganos judiciales, se
sustituya la ejecución forzada a la ejecución voluntaria(173).
El proceso de ejecución, sin embargo, puede agotar autónomamente el
cometido de la función judicial en el supuesto de los llamados títulos
ejecutivos extrajudiciales, a los cuales la ley, en virtud de la peculiar
fehaciencia que exhiben con respecto a la legitimidad de las obligaciones
documentadas en ellos, asigna efectos equivalentes a los de una
sentencia de condena, regulando, para hacerlos efectivos, un proceso
sustancialmente similar al de ejecución de sentencias.
De lo hasta aquí dicho se desprende que mientras los procesos de
conocimiento versan sobre un derecho discutido, en la base de todo
proceso de ejecución, por el contrario, se encuentra un
derecho cierto o presumiblemente cierto, cuya satisfacción se tiende a
asegurar mediante el empleo de la coacción(174). Carnelutti destaca esta
idea con toda claridad cuando, al poner de manifiesto la diversa materia
de ambos procesos, expresa: "No sería temerario subrayar esta diferencia
mediante la antítesis entre la razón y la fuerza: en realidad, aquélla es
el instrumento del proceso jurisdiccional (declarativo) y ésta, el del proceso
ejecutivo. De ese modo, se comprende también la subordinación normal
del segundo al primero: hasta que no se haya establecido la razón, no
debe ser usada la fuerza. Pero se comprende, a la vez, la necesidad del
proceso ejecutivo junto con el proceso jurisdiccional para asegurar el
orden jurídico: si la razón no sirve por sí sola, habrá que usar la fuerza"(175).
Corresponde señalar, no obstante, que los procesos de ejecución que
regulan, en general, las leyes procesales argentinas constan de un período
declarativo o de conocimiento destinado al planteamiento y examen de
ciertas excepciones. Se trata, en rigor, de procesos mixtos, aunque en
ellos prepondera la función ejecutiva(176).
d) Junto con las pretensiones procesales de conocimiento y de
ejecución, el ordenamiento jurídico prevé todavía otro tipo de
pretensiones, que revisten carácter complementario con relación a
aquéllas y constituyen el objeto de una tercera categoría de procesos: los
llamados procesos cautelares. El fundamento de éstos reside en la
posibilidad de que, durante el tiempo que transcurre entre la iniciación de
un proceso (de conocimiento o de ejecución) y el pronunciamiento de la
sentencia que le pone fin, el derecho cuyo reconocimiento o actuación se
pretende en él se encuentre expuesto al riesgo de perder su virtualidad o
eficacia, debido, por ejemplo, a la pérdida de elementos probatorios
susceptibles de formar la convicción del juez, a la desaparición de los
bienes sobre los cuales ha de hacerse efectiva la responsabilidad del
presunto deudor o a la modificación de la situación de hecho existente al
191 
 
tiempo de interponerse la pretensión. Mediante el cumplimiento de alguna
de las medidas que pueden decretarse en esta clase de procesos la
parte interesada obtiene la eliminación de ese riesgo y queda asegurada,
por lo tanto, la utilidad práctica de la función judicial desarrollada en el
proceso principal.
De lo expuesto se sigue que los procesos cautelares carecen, en rigor,
de autonomía, pues su finalidad se reduce a asegurar el resultado práctico
de la sentencia que debe recaer en otro proceso(177). Por ello Carnelutti
dice que el proceso cautelar sirve, no inmediata, sino mediatamente a la
composición de una litis, desde que su fin inmediato consiste en garantizar
el desenvolvimiento o el resultado de otro proceso distinto(178).
La función que el juez cumple en esta clase de procesos no es ajena,
desde luego, a todo conocimiento. No se trata, sin embargo, de un
conocimiento sobre el fondo de las cuestiones planteadas, sino de un
conocimiento periférico o superficial tendiente a formular un
pronunciamiento de simple probabilidad acerca de la existencia del
derecho que se discute en el proceso principal(179). Por otra parte, si bien
la actividad mediante la cual se hacen efectivas las providencias
cautelares guarda cierta similitud con la que se cumple en los procesos de
ejecución, aquélla es extraña a la finalidad sancionatoria que es propia de
la función ejecutiva en sentido estricto(180). En todo caso, como observa
Liebman, "en la tutela cautelar no es posible distinguir una fase de
cognición y otra de ejecución, pues ella se desenvuelve a través de un
procedimiento unitario, en el cual se encuentran juntas, eventualmente
entremezcladas, las actividades de diversa índole que, según los casos,
concurren a obtener la plena actuación de la cautela"(181).

63. Proceso ordinario y procesos especiales


a) Dentro del ámbito de los procesos judiciales contenciosos (supra, nro.
59, c]), y desde un punto de vista estructural, corresponde distinguir el
proceso ordinario de los procesos especiales.
b) Al primero se refiere el art. 319 del Código Procesal de la Nación en
tanto determina que serán ventiladas en juicio ordinario "todas las
contiendas judiciales que no tuvieren señalada una tramitación especial".
El proceso ordinario constituye la estructura que la ley asigna a todos
los procesos de conocimiento en los cuales cabe la posibilidad de plantear
y decidir, en forma definitiva, la totalidad de las cuestiones involucradas en
un conflicto entre partes, de manera tal que no sea luego admisible otro
proceso sobre ese mismo conflicto(182).

192 
 
Debido, precisamente, a que el proceso ordinario permite agotar la
discusión y la decisión del conflicto, sus características primordiales
residen en la minuciosidad de las formas, en la mayor extensión temporal
de los diversos períodos o etapas que lo integran y en el número de
medios de impugnación que admite; todo lo cual garantiza a las partes las
más amplias posibilidades para alegar y probar sus medios de ataque y de
defensa.
Tal como se halla organizado en los ordenamientos jurídicos argentinos,
cada una de las tres etapas de que en general consta todo proceso de
conocimiento (introductiva, probatoria y decisoria) presenta en el ordinario
las siguientes contingencias:
La etapa introductiva comienza con la interposición de la demanda (art.
330, CPCCN), de la cual debe correrse traslado al demandado por el plazo
de quince días (art. 338, CPCCN), aunque corresponde tener presente
que el proceso ordinario puede prepararse mediante el pedido de ciertas
diligencias preliminares (arts. 323 a 329, CPCCN). Antes de contestar la
demanda, cabe la oposición de excepciones que son de previo y especial
pronunciamiento (art. 346, CPCCN). En la contestación, el demandado
debe oponer todas aquellas excepciones y defensas que no hayan debido
deducirse como artículos previos (art. 356, CPCCN), pudiendo, en el
mismo escrito, deducir reconvención, de la cual corresponde conferir
traslado al actor por el plazo de quince días (arts. 357 y 358, CPCCN). Si
no existe mérito para recibir la causa a prueba, una vez contestada la
demanda o la reconvención en su caso, la cuestión se declara de puro
derecho y, una vez firme la providencia, se llaman autos para sentencia
(art. 359, CPCCN).
La etapa probatoria no es esencial, pues sólo tiene lugar cuando "se
hayan alegado hechos conducentes acerca de los cuales no hubiese
conformidad entre las partes" (art. 359, CPCCN). Se abre mediante la
resolución que dispone recibir la causa a prueba por un plazo no mayor a
los cuarenta días, debiendo las partes ofrecerla en el escrito de demanda,
reconvención y contestación de ambas (arts. 331, primera parte y
367, CPCCN).
En cuanto a las pruebas admisibles el Código Procesal de la Nación
reglamenta la documental (arts. 387 a 395), de informes (arts. 396 a 403),
de confesión (arts. 404 a 425), de testigos (arts. 426 a 456), de peritos
(arts. 457 a 478) y reconocimiento judicial (arts. 479 y 480), aunque no
descarta la admisibilidad de otros medios probatorios "siempre que no
afecten la moral, la libertad personal de los litigantes o de terceros, o no
estén expresamente prohibidos para el caso" (art. 378, ap. 1º), y dispone,
asimismo, que "las presunciones no establecidas por ley constituirán
prueba cuando se funden en hechos reales y probados, y cuando por su
número, precisión, gravedad y concordancia produjeren convicción según
la naturaleza del juicio, de conformidad con las reglas de la sana crítica"
(art. 163, inc. 5º, CPCCN). Durante esta etapa cabe, asimismo, la apertura
193 
 
de un plazo extraordinario, en los casos en que la prueba haya de
producirse fuera de la República (art. 369, CPCCN). Una vez vencido el
plazo de prueba, y agregadas las pruebas producidas, las partes pueden
presentar un alegato sobre su mérito (art. 482, CPCCN). Presentados los
alegatos o vencido el plazo para hacerlo, el juez, acto continuo, debe
llamar autos para sentencia (art. 483, CPCCN).
Con la providencia de autos termina la etapa probatoria y comienza la
decisoria, pues desde entonces queda cerrada toda discusión y no podrán
presentarse más escritos ni producirse más pruebas, salvo las que el juez
creyere oportunas para mejor proveer (art. 484, CPCCN), debiendo
dictarse la sentencia dentro de los cuarenta días contados desde la fecha
en que dicha providencia queda firme (art. 34, inc. 3º, ap. c], CPCCN).
Contra la sentencia definitiva proceden los recursos de aclaratoria ante
el propio juez que la dictó (art. 166, inc. 2º, CPCCN), y los de apelación y
nulidad para ante las Cámaras de apelaciones (arts. 242 y 253, CPCCN).
Ante éstas se desarrolla un procedimiento que consta de una
etapa introductoria, o de planteamiento, en la cual se presentan
la expresión de agravios y su contestación (arts. 259 y 265, CPCCN), así
como eventualmente la fundamentación de las apelaciones diferidas y de
las peticiones de replanteo (art. 260, incs. 1º y 2º, CPCCN), y de una etapa
decisoria que comienza con el llamamiento de autos (art. 268, CPCCN) y
concluye con el pronunciamiento de la sentencia, que debe tener lugar
dentro del plazo de sesenta días (art. 34, inc. 3º, ap. c], CPCCN). Entre
ambas etapas, sin embargo, puede excepcionalmente intercalarse un
período probatorio (arts. 260, incs. 3º, 4º y 5º, 262 y 263, CPCCN).
En ciertos supuestos, finalmente, las sentencias definitivas de las
Cámaras de apelaciones son susceptibles de recursos extraordinarios: sin
perjuicio del que prevé el art. 14 de la ley 48; en el orden nacional se
hallaba reglamentado el de inaplicabilidad de la ley para ante la Cámara
en pleno (arts. 288 a 303, CPCCN, hoy derogados).
c) Frente al proceso ordinario, son procesos especiales todos aquellos
procesos judiciales contenciosos que se hallan sometidos a trámites
específicos, total o parcialmente distintos a los del proceso ordinario.
Constituyen características comunes a todos los procesos especiales,
que los diferencian del ordinario, tanto el menor número de actos que
los integran cuanto la reducción de las dimensiones temporales y formales
a que se hallan sometidos, y, por consiguiente, la mayor celeridad con que
se pueden desarrollar y concluir.
Pero, a su vez, de acuerdo con el fundamento al cual responden, en
cada caso, las mencionadas características, los procesos especiales
pueden clasificarse en plenarios rápidos o abreviados y sumarios.
Son plenarios rápidos aquellos procesos cuya simplicidad estructural no
obsta al conocimiento judicial exhaustivo del litigio, el cual debe ser

194 
 
decidido, por consiguiente, en forma total y definitiva(183). La finalidad de
estos procesos no difiere, como se advierte, de la que se persigue a través
del proceso ordinario, pues el distinto tratamiento formal y temporal que la
ley les dispensa con relación a este último obedece, no a razones
sustanciales, sino a la escasa cuantía de las cuestiones debatidas o a la
presunta facilidad con que puede resolverse el conflicto en virtud de la
menor complejidad del tema a decidir(184). En esta categoría
corresponde incluir a los procesos de competencia de la justicia laboral
(ley 18.345), de amparo (ley 16.986), etcétera(185), así como aquellos que
algunos Códigos provinciales denominan de "menor cuantía".
Son, asimismo, "plenarios rápidos" los que el Código Procesal de la
Nación llamaba sumarios y sumarísimos (arts. 320 y 321),
utilizando expresiones que si bien no se ajustan a un criterio técnico
estricto, cuentan con mayor arraigo en la terminología tradicional(186).
El denominado proceso sumario —aún vigente en el régimen procesal
de la provincia de Buenos Aires, entre otras— difiere del ordinario,
fundamentalmente, en los siguientes aspectos: 1º) En la
etapa introductiva, con la demanda, la reconvención y la contestación de
ambas deben ofrecerse todas las pruebas de que las partes intentan
valerse. Se reducen, asimismo, a diez días los plazos para contestar la
demanda o la reconvención (arts. 484 y 485, Código de Buenos Aires), y
las excepciones previas deben oponerse junto con el escrito de
contestación a aquellos actos (art. 486, CPCC Bs. As.). En el caso de
declararse la cuestión de puro derecho corresponde dictar sentencia una
vez ejecutoriada la respectiva resolución y no procede correr un nuevo
traslado a las partes por su orden (art. 487, CPCC Bs. As.); 2º) es al juez,
en la etapa probatoria, a quien incumbe fijar el plazo que estime necesario
para la producción de las medidas propuestas (art. 487, CPCC Bs. As.);
éstas se hallan sujetas a restricciones derivadas de una más acentuada
vigencia del principio de celeridad, particularmente en lo que concierne al
número de testigos y peritos (arts. 489 y 492, CPCC Bs. As.), y no procede
al otorgamiento de plazo extraordinario ni la presentación de alegatos (art.
493, CPCC Bs. As.); 3º) en la etapa decisoria se reduce a treinta días el
plazo para dictar sentencia (art. 494, CPCC Bs. As.), contra la cual
proceden los mismos recursos que en el proceso
ordinario, aunque interesa destacar que, aparte de este supuesto, sólo son
apelables la resolución que rechaza de oficio la demanda, la que declara
la cuestión de puro derecho, la que decide las excepciones previas, las
providencias cautelares y las resoluciones que pongan fin al juicio o
impidan su continuación (norma citada). El procedimiento en
segunda instancia coincide con el aplicable al proceso ordinario, con
variantes que se circunscriben al plazo para presentar la expresión de
agravios y su contestación (arts. 254 y 260, CPCC Bs. As.), a
la inadmisibilidad de la prueba confesoria (art. 488, CPCC Bs. As.) y al

195 
 
plazo para dictar sentencia, que es de cincuenta días (art. 494, CPCC Bs.
As.).
En relación con este tema debe recordarse que la ley 25.488 modificó
la estructura del proceso ordinario y suprimió el llamado proceso sumario
en el Código Procesal de la Nación(187).
Impuso, en efecto, al actor, en el proceso ordinario, la carga de ofrecer
en el escrito de demanda la totalidad de la prueba de que intenta valerse
(art. 333), y aunque las excepciones previas continúan siendo de previo y
especial pronunciamiento, deben deducirse junto con la contestación de la
demanda o la reconvención. Aquéllas, por lo demás, no suspenden el
plazo para contestar la demanda o la reconvención, en su caso, salvo
cuando se trate de las de falta de personería, defecto legal o arraigo (art.
346). Asimismo, cuando la cuestión se declara como de puro derecho, no
procede la concesión a las partes de un nuevo traslado por su orden (art.
359).
La etapa probatoria se abre mediante la resolución que fija la fecha de
la audiencia preliminar (art. 359), y el plazo de prueba comienza a correr
a partir de la fecha de celebración de dicha audiencia (art. 367). Se eliminó
también el plazo extraordinario de prueba, y el plazo para alegar comienza
a correr una vez notificada por cédula la providencia dictada por el
prosecretario administrativo en la que dispone poner los autos en
secretaría (art. 482).
En el proceso sumarísimo todos los plazos son de tres días,
con excepción del de contestación de demanda y el otorgado para fundar
la apelación y contestar el traslado del memorial, que es de cinco días (art.
498), la audiencia preliminar debe señalarse dentro de los diez días de
contestada la demanda y la apelación se concede en efecto devolutorio,
salvo cuando el cumplimiento de la sentencia sea susceptible de ocasionar
un perjuicio irreparable.
A diferencia de lo que ocurre con los "plenarios rápidos o abreviados",
en los procesos sumarios propiamente dichos la simplicidad estructural se
halla determinada por la fragmentariedad o por la superficialidad impuesta
al conocimiento judicial.
Con relación al primer supuesto expresa Fairen Guillen, recordando la
opinión de Mittermaier, "que existen casos en que un peligro jurídico
es inminente y ha de darse entonces a los interesados un medio procesal
de evitarlo y aun de suprimirlo con la rapidez adecuada; en lugar de
plantear judicialmente todas las cuestiones que surjan o puedan surgir en
torno a ese peligro, es decir, en vez de plantear la totalidad del litigio con
todas sus grandes posibilidades, se debe enfocar procesalmente sólo el
punto peligroso, con abstracción de los demás, de tal modo que, en juicio,
solamente se discuta y se resuelva sobre él. Así pues, en tales casos, el
proceso indicado y adecuado al peligro que lo provoca no agotará el litigio
total, sino solamente uno de sus fragmentos"(188).
196 
 
Se hallan incluidos en esta categoría algunos procesos de
conocimiento, como los de interdictos y de alimentos, y todos los procesos
de ejecución.
La superficialidad del conocimiento judicial, finalmente, es propia de los
procesos cautelares, pues las diversas medidas que pueden darle origen
requieren, simplemente, la justificación de la apariencia o
la verosimilitud del derecho invocado (fumus bonis iuris)(189); de allí,
asimismo, que constituya característica de estos procesos la máxima
simplicidad estructural. Generalmente, en efecto, el trámite se reduce al
pedido de la parte interesada, al diligenciamiento de la información
cautelar y prestación de la contracautela, a la ejecución de la medida y a
la posible impugnación por parte del afectado.

64. Procesos singulares y universales


a) Son singulares aquellos procesos cuyo objeto consiste en una o más
pretensiones o peticiones referentes a hechos, cosas o relaciones jurídicas
específicamente determinadas. Denomínase, en cambio, universales a los
procesos que versan sobre la totalidad de un patrimonio, con miras a su
liquidación y distribución(190).
b) Es inherente a los procesos universales el llamado fuero de atracción,
en cuya virtud los jueces que conocen en ellos tienen competencia con
respecto a los procesos pendientes o que se promuevan contra el caudal
común, tal como surgía del derogado Código Civil en su art. 3284 y surge
de la ley de concursos y quiebras 24.522, art. 132 (su inclusión en el
nuevo Código Civil y Comercial es discutible, como se verá luego al
analizar el proceso sucesorio). En nuestro derecho son procesos
universales el sucesorio y el concursal, los que se hallan respectivamente
regulados por el CPN y por la ley 24.522.
En lo que concierne a los procesos universales cabe señalar que, a raíz
de la unificación dispuesta por las leyes 19.551 y 24.522, se suprimió, por
la ley 22.434, la regulación del concurso civil que contenía el Código
Procesal Civil de la Nación en su versión originaria(191).

CAPÍTULO V - LA FUNCIÓN PÚBLICA PROCESAL

197 
 
SUMARIO: I. GENERALIDADES: 65.
Planteamiento del tema.— 66. Concepto y
naturaleza del acto jurisdiccional.— 67.
Clasificación de la jurisdicción. II. LA FUNCIÓN
JUDICIAL: 68. Concepto y alcance de la
jurisdicción judicial.— 69. La llamada
jurisdicción voluntaria.— 70. Caracteres
generales de la función judicial.— 71.
Extensión de la función judicial.

I. GENERALIDADES(1)

65. Planteamiento del tema


a) Al ocuparnos de los elementos del proceso (supra, nro. 46), hemos
señalado que entre los sujetos primarios de éste, figura siempre un órgano
que, en su carácter de titular de un poder público (o equiparado a tal), se
encuentra en un plano supraordinado con respecto a las partes o los
peticionarios, y cuya función consiste en satisfacer las pretensiones o las
peticiones que aquéllos formulen.
Consideramos que, incluso desde el punto de vista de una institución
esencial, dicha función constituye el presupuesto racional de todo proceso
y que, por consiguiente, su estudio debe preceder al de la actividad que
es propia de los restantes sujetos primarios con que aquél puede
constituirse y desarrollarse(2).
b) La doctrina suele caracterizar al proceso como el fenómeno jurídico
a través del cual se manifiesta el ejercicio de la función jurisdiccional del
Estado(3).
Ya hemos anticipado (supra, nros. 2 y 44) nuestra disconformidad con
tal postura, recordando que la idea de jurisdicción es ajena a toda una
categoría de procesos judiciales, como los llamados voluntarios, así como
a gran parte de la actividad que los jueces y los tribunales de justicia
despliegan en los procesos contenciosos.
c) La precedente conclusión, que trataremos de demostrar en este
capítulo, justifica el empleo de la expresión "función pública procesal" en
reemplazo del vocablo "jurisdicción". Ello no importa, sin embargo,
198 
 
desconocer la fundamental importancia que tiene, dentro de esa función
genérica, la función jurisdiccional, a cuyo estudio ha de asignarse un lugar
preferente.

66. Concepto y naturaleza del acto jurisdiccional

A) Distintas acepciones del vocablo "jurisdicción"


a) El lenguaje jurídico acuerda a la palabra "jurisdicción" diversos
significados.
Se la utiliza, en primer lugar, para denotar los límites territoriales dentro
de los cuales ejercen sus funciones específicas los órganos del Estado,
sean éstos judiciales o administrativos. Tal ocurre cuando se habla de la
"jurisdicción territorial" de los jueces (según lo hacen algunos Códigos
antiguos), y cuando se identifica el concepto con la circunscripción
espacial asignada a alguna repartición pública (v.gr., la jurisdicción de una
seccional policial, de una oficina del registro civil, etc.).
b) En segundo lugar, las normas jurídicas suelen emplear el vocablo
que nos ocupa a fin de señalar la aptitud o la capacidad reconocida a un
juez o tribunal para entender en una determinada categoría de
pretensiones o de peticiones. Ejemplo de ello son las normas contenidas
en algunos Códigos provinciales cuando dicen que "la jurisdicción
conferida a los tribunales de justicia es improrrogable". Esta acepción,
según la doctrina lo viene destacando desde hace tiempo, comporta
confundir la jurisdicción con la competencia.
c) Asimismo, háblase de jurisdicción con referencia al poder que, sobre
los ciudadanos, ejercen los órganos estatales. En ese sentido se alude a
la jurisdicción de un parlamento, de un tribunal de justicia o de una entidad
administrativa(4).
d) Finalmente, de acuerdo con un punto de vista técnico, que es el que
nos interesa, se considera a la jurisdicción, junto con la legislación y la
administración, como una de las funciones del Estado. Desde esta
perspectiva, la opinión tradicional concibe a aquélla como la función
mediante la cual los órganos judiciales del Estado administran justicia en
los casos litigiosos(5).

199 
 
B) Interferencias entre las funciones estatales
a) El esquema precedentemente enunciado coincide, como resulta fácil
advertir, con la teoría de la división tripartita de los poderes del Estado
(Legislativo, Ejecutivo y Judicial). Ocurre, sin embargo, que esa división,
en tanto se fundamenta exclusivamente en consideraciones de naturaleza
histórica y política, entra en crisis no bien se la confronta con la realidad
jurídica positiva, cuyo examen más superficial demuestra, en primer lugar,
que no toda la función jurisdiccional se halla encomendada a los órganos
del Poder Judicial. El análisis pertinente conduce a admitir, por lo general,
que pese a la circunstancia de tratarse de organismos administrativos,
ejercen actividad jurisdiccional, por ejemplo, el Tribunal Municipal de
Faltas cuando aplica sanciones por infracción a determinadas ordenanzas,
el Consejo Nacional de Relaciones Profesionales cuando debe determinar
la existencia o la inexistencia de "práctica desleal" en el desenvolvimiento
de las relaciones laborales, el Tribunal de Cuentas de la Nación cuando le
toca decidir acerca de la responsabilidad de quienes administran fondos
nacionales, etcétera, pues tales actividades implican sustancialmente la
decisión de casos litigiosos. La misma conclusión se impone respecto del
Senado, pese a su carácter de órgano legislativo, en el supuesto de "juicio
político". En segundo lugar, aquella realidad pone también en evidencia
que no todos los actos del Poder Judicial revisten carácter jurisdiccional.
Los tribunales de justicia, en efecto, no ejercen una actividad de esa índole
cuando dictan resoluciones de tipo general (reglamentaciones judiciales),
designan a un funcionario o empleado, o intervienen en los casos
denominados de "jurisdicción voluntaria".
b) Tal interferencia entre las funciones que cumplen los diversos
órganos estatales resulta suficiente para desechar todas aquellas teorías
que refieren la índole jurisdiccional de un acto determinado a la calidad del
órgano que lo emite o a las modalidades extrínsecas de su actuación.
Particular difusión ha logrado, dentro de esa línea conceptual, la opinión
formulada por Carré de Malberg en el sentido de que corresponde hablar
del acto jurisdiccional cuando éste proviene de una autoridad constituida
en forma de tribunal y se cumple con ciertas garantías de independencia
e imparcialidad(6). Ocurre, sin embargo, que estas dos notas concurren
respecto de ciertos actos típicamente administrativos, como, entre otros,
los dictámenes producidos por juntas de clasificación o
jurados examinadores, y también con relación a todos los actos que los
órganos judiciales cumplen en los procesos voluntarios(7).
c) Es en virtud de todo ello que la mayor parte de la doctrina ha
enfrentado el tema ateniéndose a las características que presenta el acto
200 
 
jurisdiccional en sí mismo y prescindiendo o colocando en un plano
secundario su aspecto orgánico o formal.

C) El ámbito de la diferenciación del acto jurisdiccional


a) La función legislativa, en tanto consiste en la creación de
normas abstractas y generales, resulta fácilmente diferenciable de la
función jurisdiccional, pues ésta tiene por objeto individualizar las
menciones legales en un caso concreto. La función jurisdiccional, en
efecto, se traduce en la creación de normas individuales. Y desde que ésta
constituye también una característica esencial de la función administrativa,
se comprende que la principal dificultad con que tropieza la doctrina
consiste en diferenciar adecuadamente el acto jurisdiccional del acto
administrativo(8).
b) En nuestro derecho, la diferenciación entre esas dos clases de actos
cobra importancia práctica desde diversos puntos de vista. Por lo pronto,
es la índole del acto el principal factor que debe computarse a fin de
determinar la necesidad del posterior control judicial, así como
la intensidad o la extensión de ese control(9). Además, sin ser el efecto de
cosa juzgada inherente a ninguna decisión estatal, la seguridad jurídica
impone que dicho efecto presente un matiz considerablemente
más intenso en el ámbito de las decisiones jurisdiccionales(10). Finalmente,
la índole jurisdiccional del acto reclama que su cumplimiento se halle
precedido de un proceso en el cual resulte asegurada, en la máxima
medida, la garantía constitucional de la defensa.

D) Notas comunes al acto jurisdiccional y al acto administrativo


a) En el actual estado de la ciencia jurídica existe, como consecuencia
de una permanente inquietud doctrinaria, un fondo de ideas que puede ser
provechosamente utilizado para enunciar las notas configurativas del acto
jurisdiccional, algunas de las cuales son también inherentes al acto
administrativo.
b) Una de ellas, como ya hemos visto, consiste en el hecho de que tanto
el acto jurisdiccional como el acto administrativo representan
la individualización y la concreción de normas generales. En este

201 
 
punto existe acuerdo entre la mayor parte de los procesalistas(11)y de los
administrativistas(12).
c) Otra nota común a ambas especies de actos reside en la
circunstancia de que su autor es siempre un órgano del Estado. También
en este punto existe acuerdo doctrinario, aunque algunos
procesalistas, influidos en mayor o menor medida por el criterio formal a
que antes nos hemos referido, identifican los conceptos de "órgano
jurisdiccional" y "órgano judicial"(13).
El origen, tanto del acto jurisdiccional como del acto administrativo, les
confiere el carácter de actos de autoridad que, como tales, obligan a sus
eventuales destinatarios a cumplir la conducta prescripta por el órgano
respectivo en el caso concreto.
Al hablar de "órgano del Estado" lo hacemos en el sentido jurídico-
material que Kelsen acuerda a esa expresión. Tocante a ello importa
recordar, siguiendo a dicho autor, que concebido el orden jurídico como un
sistema normativo jerárquico en virtud del cual las normas de grado
superior determinan las condiciones bajo las cuales han de ser creadas
las normas de grado inferior y, siendo el Estado la personificación de ese
orden jurídico o, en otros términos, un punto de imputación de los diversos
actos en que se manifiesta el proceso creador de normas jurídicas(14), debe
ser considerado órgano del Estado, en un sentido jurídico esencial, toda
aquella persona que, determinada por la norma de grado superior,
es autora del acto mediante el cual se establece la norma de
grado inferior(15). En este sentido jurídico-esencial, no se percibe diferencia
alguna entre la función del órgano administrativo que dicta un decreto, la
función del juez que dicta una sentencia y la función que llevan a cabo los
particulares cuando, utilizando las facultades que les son delegadas por la
ley, crean, mediante el contrato, normas jurídicas concretas tendientes a
regular su conducta recíproca(16). El funcionario administrativo, el juez y las
partes son, en efecto, partícipes del proceso creador del derecho iniciado
en la Constitución, y son órganos del Estado en la medida en que,
como autores de esos actos, revisten el carácter de instrumentos
creadores del orden estatal.
El concepto jurídico-material de órgano se basa, en cambio, en
la cualificación personal de quien cumple la función orgánica. La idea
desborda, pues, el simple aspecto funcional para atender a la peculiar
situación en que se encuentran ciertos hombres, llamados funcionarios
públicos, a quienes el ordenamiento jurídico tipifica con arreglo a ciertas
características (obligatoriedad de la función, profesionalidad, estabilidad,
relación de servicio reglamentada por un estatuto general, etc.) y que se
distinguen, de los restantes miembros de la comunidad, por el mayor grado
e intensidad con que realizan funciones estatales(17).
El acto creador normativo que emana de un órgano del Estado en
sentido jurídico material es lo que generalmente se denomina un "acto

202 
 
de autoridad". Característica esencial de éste —señala Kelsen— es su
carácter obligatorio(18). "Esto puede expresarse —añade dicho autor—
diciendo que el acto de autoridad es la manifestación del imperium estatal.
Pero el imperium no es otra cosa que la norma obligatoria y no se
manifiesta sino en el acto de creación de ésta. Por naturaleza, el acto
de autoridad es norma, general o individual, con la sola particularidad de
que su creación corresponde a un órgano en el sentido jurídico-material
de la palabra. El negocio jurídico, cuyo carácter normativo es indiscutible,
no es acto de autoridad porque su creación no corresponde según los
preceptos de los códigos civiles a los órganos en sentido estricto, sino a
los súbditos en calidad de 'parte'. El acto creador tiene que emanar de este
específico aparato estatal para que sea considerado 'acto
de autoridad'"(19).
d) Constituye también una característica inherente al "acto
de autoridad", sea jurisdiccional o administrativo, su aptitud para
imponerse, eventualmente, a cualquier miembro de la comunidad cuya
conducta o cuyas relaciones puedan encontrarse comprendidas en el
ámbito de competencia asignado a algún órgano estatal. Y ello autoriza
a excluir, del concepto de acto jurisdiccional, las decisiones adoptadas por
los órganos integrantes de las llamadas "jurisdicciones domésticas", como
la jurisdicción deportiva o la jurisdicción asociacional(20). Tales órganos, en
efecto, ni son órganos del Estado en sentido jurídico material ni sus
decisiones pueden exceder la órbita de ciertas relaciones sociales
predeterminadas en los respectivos estatutos, cuya obligatoriedad, por
otra parte, requiere una previa manifestación de acatamiento por parte de
quienes hayan de constituir el grupo en el cual esas relaciones se
concreten.
Distinta es, sin embargo, la situación de los árbitros, aunque un
calificado sector de la doctrina, fundándose sustancialmente en la
circunstancia de que aquéllos carecen de la potestad de imponer
coactivamente el cumplimiento de sus decisiones, sostiene que su
actividad no reviste carácter jurisdiccional(21). Entendemos, por el
contrario, que por encima de esa circunstancia de orden
contingente, existen dos notas que, al menos en cuanto a nuestro derecho
positivo concierne, concurren a perfilar la esencia jurisdiccional del
arbitraje —y que no se encuentran desvirtuadas por las previsiones que al
respecto contiene el Código Civil y Comercial de la Nación—, y son: 1º)
que los árbitros poseen atribuciones para decidir "toda cuestión entre
partes" (v.gr., art. 736, CPCCN), con excepción de las que no pueden ser
objeto de transacción (art. 737, CPCCN). Con esta restricción, por
consiguiente, la función de los árbitros se identifica sustancialmente con la
principal actividad que incumbe a los órganos judiciales(22); 2º) que el laudo
arbitral participa de la obligatoriedad que caracteriza el acto de autoridad
y que esa obligatoriedad en modo alguno puede asimilarse a la que
también reviste el negocio jurídico, pues aquél no es emitido por los

203 
 
árbitros en calidad de partes, sino en calidad de terceros a quienes el
ordenamiento jurídico otorga, en ciertas condiciones, la posibilidad de
asumir la función pública consistente en dirimir un conflicto(23); de manera,
pues, que si bien los árbitros no resultan rigurosamente equiparables a los
órganos del Estado en sentido jurídico-material, ostentan ciertos atributos
fundamentales de estos últimos que autorizan a sostener la índole
jurisdiccional de las decisiones que emiten(24).
e) Demostrado, a través del análisis precedente, que tanto el acto
jurisdiccional como el acto administrativo comportan la creación de una
norma jurídica individual por parte, en principio, de un órgano del Estado
en sentido jurídico-material y que es característica de esa norma la
posibilidad de imponerse obligatoriamente a sus destinatarios, todavía es
preciso aclarar cuál es la específica modalidad con que esa creación
normativa se presenta en la experiencia jurídica.
En este punto viene al caso recordar la lúcida distinción que formula
Kelsen entre creación democrática y autocrática del derecho, que sirve de
base a la clasificación habitual de las formas de Estado (donde se opone
la democracia a la autocracia, la república a la monarquía) y que se funda
en la circunstancia de que los sujetos de derecho participen o no en la
creación de las normas a las cuales han de encontrarse sometidos, de
manera tal, en otros términos, que sus obligaciones nazcan con su
consentimiento o sin él y, eventualmente, aun contra su misma
voluntad(25).
Llevado ese distingo al tema que nos ocupa, podemos advertir que en
tanto es creado unilateralmente, es decir, sin la participación del sujeto o
sujetos que han de hallarse obligados por él, el acto jurisdiccional
constituye un típico ejemplo de creación autocrática del derecho. En toda
decisión jurisdiccional se halla en juego, con particular evidencia, una
valoración de poder, desde que éste supone, dentro de la estructura
jerárquica que toda coexistencia involucra, una inculcación o infusión de
pensamiento jurídico(26).
La índole autocrática de la creación jurídica y la correlativa vigencia del
valor poder constituyen una nota que sólo concurre, en forma permanente
e invariable, respecto de los actos jurisdiccionales. Ciertos actos
administrativos, en cambio, como por ejemplo la designación de un
empleado o funcionario, o el otorgamiento de la ciudadanía, sólo se
perfeccionan mediante un acto de voluntad por parte del sujeto obligado,
cuya participación concurre, por lo tanto, a formar la correspondiente
norma individual(27).

204 
 
E) La diferenciación formulada por Kelsen
a) Con excepción de la última (que es, por otra parte, parcial), las notas
hasta ahora señaladas son comunes al acto jurisdiccional y al acto
administrativo. Resta, por consiguiente, dar un último paso que nos
permita diferenciarlos adecuadamente.
b) En este aspecto es Kelsen, a nuestro juicio, el jurista que ha
discurrido con mayor rigor científico, pues prescinde de todo el complejo
de consideraciones históricas y políticas que siempre gravitan
negativamente en el esclarecimiento de la difícil cuestión que nos ocupa.
En Teoría pura del derecho, Kelsen sintetiza sus ideas sobre el punto:
"La administración tiene también por función individualizar y concretar las
leyes. En gran parte de su actividad desempeña el mismo papel que la
jurisdicción, esforzándose, como ésta, en obtener la conducta social
deseada por el legislador al recurrir a actos de coacción en caso de
conducta contraria. No hay diferencia esencial entre el acto de un tribunal
que aplica una pena a un calumniador, con miras a proteger el honor
del individuo calumniado, y el de una autoridad administrativa que
condena a un automovilista imprudente al pago de una multa a fin de
garantizar la seguridad de la circulación. La jurisdicción y la administración
no están, sin embargo, organizadas de la misma manera. Los tribunales
gozan, por razones históricas, de una independencia de que carecen casi
siempre las autoridades administrativas. Además, si la jurisdicción trata de
alcanzar el fin del Estado de manera mediata e indirecta no siempre es
éste el caso de la administración. Ésta puede ser obligada jurídicamente a
establecer de manera directa e inmediata el estado social deseado
construyendo ella misma un edificio escolar, explotando ferrocarriles o
prestando asistencia a los enfermos en los hospitales. Esta administración
directa es esencialmente diferente de la jurisdicción y de la
administración indirecta. No se puede, pues, oponer la jurisdicción a la
administración en general, sino solamente a la administración directa"(28).
c) Kelsen demuestra así, con acierto, que no media
diferencia funcional alguna entre el acto jurisdiccional propiamente dicho y
el acto estatal de administración indirecta, pues también con respecto a
este último concurre la circunstancia relevante de que "una autoridad
constata el hecho establecido por la norma general como condición del
acto coactivo y aplica la consecuencia jurídica, la 'coacción administrativa':
una pena pecuniaria o contra la libertad, una ejecución"(29). La única
diferencia existente entre ambas clases de actos está dada, según Kelsen,
por una razón de naturaleza técnica, como la relativa a la diversa posición
en que se encuentran las autoridades que realizan la coacción o que
determinan el procedimiento preparatorio del acto coactivo: en un caso
la autoridad es un tribunal independiente que, como tal, se limita a aplicar
las normas jurídicas según su propia convicción; en el segundo caso
la autoridad es un órgano subordinado, pues por lo general, debe resolver

205 
 
de acuerdo con las instrucciones que le impartan órganos jerárquicamente
superiores(30).

F) Crítica
a) Pese a la innegable exactitud de muchas de sus conclusiones, la
tesis de Kelsen es —a nuestro entender— susceptible de dos órdenes de
reparos que formularemos a continuación y que, lejos de pretender
desvirtuar las bases esenciales en que aquélla se sustenta, tienden
a integrarla con otras aportaciones del pensamiento jurídico.
b) En ese orden de consideraciones importa poner de resalto, ante todo,
el equívoco en que incurre Kelsen al definir el acto jurisdiccional como
aquel que tiene por objeto individualizar, en el caso concreto, la relación
que la ley establece, de una manera general y abstracta, entre el hecho
ilícito y la sanción que es su consecuencia, aplicando en caso afirmativo
el acto de coacción prescripto también de manera abstracta por la norma
general(31).
Este concepto deriva de la errónea premisa consistente en asignar
al acto coactivo (sanción) el carácter de único elemento esencial y
tipificador de la norma jurídica, en desmedro del fragmento normativo que
menciona la conducta a observar para evitar la aplicación de la sanción, al
que Kelsen llama norma secundaria(32)y considera como una mera
"hipótesis auxiliar", desprovista de valor ontológico.
Ocurre, sin embargo, que la conducta humana, que las normas jurídicas
conceptualizan, configura esencialmente una experiencia de libertad, y
que siendo la libertad el hecho de la posibilidad existencial, toda norma
jurídica completa debe mentar, irremisiblemente, los conceptos
de licitud e ilicitud; de allí que, como lo ha demostrado exhaustivamente
Cossio, el esquema lógico de toda norma jurídica no puede ser otro que el
de un juicio disyuntivo, cuyos dos miembros, divididos por la conjunción
"o", conceptualizan, el primero, la conducta lícita a partir de una situación
coexistencial (endonorma) y, el segundo, la conducta ilícita (entuerto) que,
con motivo de la sanción, deviene lícita (perinorma)(33), con la
particularidad de que ambos miembros revisten la misma significación
ontológica y se integran recíprocamente como partes de un sentido
único(34).
Es por ello que la estructura hipotética propuesta por Kelsen, al mutilar
la estructura normativa completa, deja en la penumbra todos aquellos
casos en los cuales los órganos estatales no aplican sanciones, sino que
se limitan a individualizar alguna de las menciones contenidas en el

206 
 
fragmento que describe la conducta lícita (endonorma)(35). Cuando un
tribunal, por ejemplo, declara la nulidad de un acto jurídico por defectos de
forma, no aplica el denominado por Kelsen "acto coactivo estatal", sino que
se circunscribe a hacer explícito, en el caso concreto, que en virtud de
adolecer el acto cuestionado de una irregularidad de aquella índole, no
concurre una de las circunstancias descriptas en el hecho antecedente de
la endonorma y no es exigible, por lo tanto, la prestación. Si la sentencia
declara, en cambio, la validez del acto impugnado, la actividad
jurisdiccional se agota en la explicitación del tramo endonormativo
completo, quedando ajeno a ella tanto el entuerto como la sanción. Ello
ocurre en el caso de todas las sentencias declarativas y con respeto a gran
parte de las llamadas sentencias determinativas(36).
Tal fenómeno no es extraño, por otra parte, a la función jurisdiccional
que en muchos supuestos deben llevar a cabo algunos órganos de la
administración. Piénsese, por ejemplo, en las decisiones que por vía de
recurso dictan los órganos previsionales competentes a fin de declarar
la existencia o la inexistencia de un beneficio jubilatorio.
c) El segundo reparo de que es pasible, a nuestro juicio, la teoría de
Kelsen emerge del hecho de describir tanto a la actividad administrativa
como a la actividad jurisdiccional en función del logro de un fin estatal que
se concreta, sustancialmente, en "el bienestar de los ciudadanos"(37). De
tal manera la creación normativa aparece impregnada de un sentido
teleológico que está muy lejos de agotarla en sus valores y que,
axiológicamente, tampoco reviste carácter esencial para la comprensión
jurídica. Así, por ejemplo, en la estructura teleológica completa, donde una
conducta se articula, aparecen también los valores de la propia conducta
que allí se realiza (orden, seguridad, poder, paz, cooperación, solidaridad
y justicia), los cuales, siendo los que necesariamente interesan al jurista,
no son valores de los fines que la conducta persigue, sino valores que
califican directamente a la conducta en sí misma(38). Sólo esto explica que
un caso no pierda su valor jurídico en la hipótesis de que, por frustrarse la
finalidad del acto, no se realicen los valores teleológicos que se hubiesen
tenido en vista, pues lo que aparezca como conducta realizada presentará
siempre su propia calificación axiológica como valor jurídico. Por lo demás,
no siendo la norma jurídica más que la representación conceptual de una
conducta y, por lo tanto, del hecho estimativo que toda conducta contiene
como elemento primario u originario, no cabe atribuirle finalidad actuante
a ella misma de ninguna naturaleza. Lo comprueba el hecho de que una
norma, para integrarse en un proceso teleológico, debe ser asumida por
"alguien", con lo cual se retorna a la conducta de ese "alguien"
como inexcusable punto de apoyo.

207 
 
G) Conclusiones
a) Así, pues, como hemos desechado el esquema normativo propuesto
por la teoría pura, corresponde también descartar las normas jurídicas
como tema central del análisis sobre la esencia del acto jurisdiccional,
desplazando aquél hacia el objeto que las normas conceptualizan, o sea,
hacia la conducta en su interferencia intersubjetiva. En ese orden de
ideas, interesa recordar las siguientes premisas:
1º) Dada la fundamental aptitud que caracteriza a la vida humana de
"referirse a" o de "dirigirse hacia" posibilidades, la conducta involucra,
necesariamente, un proyecto existencial(39).
2º) La conducta es proyectable porque contiene un
(40)
pensamiento intrínseco, de carácter normativo , merced al cual ella es
vivida como "pudiendo ser una posibilidad". El proyecto existencial no es
más que ese pensamiento de sí misma con que la conducta se integra(41).
3º) En lo que concierne a su contenido concreto tal pensamiento es, en
la generalidad de los casos, un pensamiento comunitario. En efecto, las
posibilidades que, dentro de sus respectivos proyectos vitales, asumen los
miembros de cualquier grupo social, constituyen también posibilidades de
la comunidad, por cuanto, como dice Cossio, "son partes del
entendimiento en que el convivir originariamente consiste. Convivir es,
irremediablemente, entenderse. Por eso ha de decirse que el pensamiento
del legislador o del juez y, en general, el del jurista, es descubrimiento
no invención. Ellos hacen explícito un pensamiento comunitario que ya
está dado en la sociedad como pensamiento en común bajo la forma de
poder ser una posibilidad siendo la posibilidad que llega a ser"(42).
4º) Las normas, en tanto mientan el ser de la vida que consiste, como
vimos, en el hecho de "poder ser una posibilidad", contienen un proyecto
de conducta y, más precisamente, un proyecto de conducta colectivo,
desde que, por esencia, la existencia humana es "coexistencial"; de allí
que toda norma jurídica, para ser verdaderamente tal, y no un simple
pensamiento, deba constituir la expresión conceptual de un pensamiento
comunitario. No cabe hablar, en otras palabras, de una verdadera norma,
si la posibilidad elegida por ella no es una posibilidad de
conducta real dentro de la comunidad en la cual deba aplicarse.
Corresponde agregar, para completar la descripción precedente, que en
toda comunidad se da, como situación originaria, el hecho de que sus
miembros adultos(43)se comportan de acuerdo con las posibilidades que
ella ofrece y que son, en realidad, posibilidades que aquéllos constituyen
como el contenido de un pensamiento en común. La misma reflexión es

208 
 
aplicable a gran parte de la actividad que cumplen los órganos estatales.
El dato primero e inexcusable está dado, pues, por el hecho de que el
pensamiento comunitario aparece espontáneamente en la
conducta individual de los adultos que integran la comunidad y en parte de
la conducta de los órganos que la representan. Las partes que contratan,
el deudor que cumple sus obligaciones, el testador que dispone de sus
bienes, el órgano administrativo que concede o deniega una jubilación o
una marca de fábrica, etcétera, configuran claras exteriorizaciones de
aquella situación originaria.
b) Pero junto con tal situación existen otras en las cuales el pensamiento
comunitario se expresa no espontáneamente, sino en forma indirecta y
mediata, a través de un órgano estatal que actúa por delegación de la
comunidad.
Puede configurarse, en primer lugar, la situación consistente en que dos
o más miembros adultos de un grupo social asuman, dentro de sus
respectivos proyectos existenciales, posibilidades incompatibles entre sí,
impidiendo de tal manera que el pensamiento comunitario aparezca
directa y espontáneamente en el juego conjunto de sus
conductas individuales. Tal incompatibilidad entraña la existencia de
un conflicto, cuya solución, siempre que el interés de la comunidad no
resulte directamente comprometido, puede tener lugar mediante la
voluntad concorde de sus protagonistas. Pero cuando éstos mantienen la
posibilidad existencial individualmente asumida en todo ordenamiento
jurídico que excluya el remedio de la autodefensa, no queda otra
alternativa que la consistente en la intervención de un órgano que, por
delegación de la comunidad, incorpore el pensamiento jurídico de ésta en
la conducta de los sujetos en conflicto. Esto es lo que ocurre en la mayor
parte de los procesos civiles, en los cuales la intervención del órgano que
ha de expresar el pensamiento jurídico comunitario se halla
supeditada, exclusivamente, a la pretensión deducida por uno de los
partícipes del conflicto.
Corresponde aclarar, sin embargo, que tal conflicto no supone la
efectiva discrepancia que, con anterioridad al proceso, pudiere suscitarse
entre dos o más personas con relación a determinado objeto o bien de la
vida. Piénsese, por ejemplo, en el caso de quien pretende que se declare
judicialmente la validez de un pago por consignación, sin invocar o
demostrar el hecho de que su acreedor se haya negado a recibir el pago.
Si bien en esta hipótesis no existe conflicto dotado de significación desde
el punto de vista de las normas jurídicas en juego, es evidente que lo hay
desde el punto de vista de la incompatibilidad que media entre las
posibilidades existenciales respectivamente asumidas por deudor y
acreedor, incompatibilidad que, al ser planteada ante un órgano estatal,
conducirá a una decisión expresiva de un pensamiento de la comunidad
que no pudo, en virtud de aquella circunstancia, manifestarse en forma
directa e inmediata.

209 
 
En segundo lugar, puede darse el caso de que, en razón de encontrarse
directamente afectado en el conflicto el interés colectivo, las normas
jurídicas descarten la autocomposición de aquél por obra de sus
protagonistas y de que resulte inexcusable, por lo tanto, la decisión de un
órgano que lo dirima en la misma forma que en la hipótesis anteriormente
mencionada. Tal es el caso de los procesos civiles atinentes a la capacidad
y al estado civil de las personas, algunos de los cuales (nulidad de
matrimonio, declaración de restricción a la capacidad de ejercicio, etc.)
pueden ser iniciados mediante la pretensión deducida por ciertos órganos
que también actúan por delegación de la comunidad (Ministerio Público),
pero a quienes el ordenamiento jurídico confiere calidad de partes y
coloca, por lo tanto, en una situación diferente a la de los órganos que han
de decidir el conflicto.
Constituye una característica de esta última hipótesis la circunstancia
de que en ella aparece, en primer plano, el planteamiento de
una incompatibilidad suscitada entre la posibilidad asumida por algún
miembro de la comunidad o la situación en que éste se encuentra(44), por
un lado, y la posibilidad que se afirma proyectada por el pensamiento
jurídico vigente en aquélla(45), por el otro; de allí que también
corresponda incluir en esta situación a los procesos penales, pues la
pretensión que en ellos se hace valer plantea la existencia de un conflicto
entre la posibilidad individualmente asumida por el procesado y la
posibilidad que se afirma proyectada por el pensamiento jurídico
comunitario(46).
Un fenómeno sustancialmente similar al precedentemente expuesto es
el que se verifica en el caso de las infracciones administrativas derivadas
del incumplimiento de deberes establecidos en ordenamientos de esa
índole (policía del trabajo, ordenanzas de tránsito, edictos policiales, etc.),
las cuales facultan a ciertos órganos de la Administración para aplicar una
sanción al infractor. Entre estos casos y los procesos penales, en efecto,
no media ninguna diferencia esencial en cuanto a la índole del conflicto
que los motiva y a la forma en que los órganos administrativos expresan
el pensamiento jurídico de la comunidad. El hecho de que en los
respectivos procedimientos no se halle prevista la actuación de un órgano
acusador que plantee la incompatibilidad de posibilidades a que nos
hemos referido constituye una diferencia de índole formal que no altera la
apuntada identidad esencial.
c) Todas las hipótesis anteriormente enunciadas tienen, pues, en
común, dos notas esenciales que las tipifican y son:
1º) La existencia de un conflicto suscitado por la incompatibilidad u
oposición planteada, sea entre las posibilidades asumidas por dos o más
conductas individuales, sea entre la posibilidad asumida por algún
miembro de la comunidad, o la situación en que éste se encuentra, y la
posibilidad proyectada por el pensamiento jurídico comunitario.

210 
 
2º) Como consecuencia del conflicto, dicho pensamiento es expresado
en forma indirecta y mediata, a través de la decisión de un órgano
que interviene por delegación de la comunidad(47).
Tales notas, al par de integrar la noción de acto jurisdiccional, sirven
para diferenciarlo suficientemente del acto administrativo. Este último, en
efecto, si bien tiene en común con el acto jurisdiccional el hecho de ser
creado por algún órgano del Estado en sentido jurídico-material, y el de
representar una decisión unilateral (aunque no siempre, como vimos) y
concreta, se diferencia del segundo en tanto comporta una expresión
directa e inmediata del pensamiento jurídico comunitario, desde que no
presupone conflicto alguno que impida la expresión espontánea de dicho
pensamiento; de lo cual se sigue, asimismo, que la explicitación del
entuerto y de la sanción, como menciones normativas que implican
necesariamente la existencia de un conflicto, sea ajena a la función
administrativa del Estado propiamente dicha.
En ese orden de consideraciones reviste, por ejemplo, el carácter de
acto administrativo, la decisión de una Caja de jubilaciones que, tras
verificar la existencia de los requisitos invocados por algún afiliado,
acuerda o deniega un beneficio jubilatorio. Tal decisión, en efecto, no
supone la existencia de una incompatibilidad entre las posibilidades
respectivamente asumidas por el órgano administrativo y el afiliado, sino,
simplemente, el cumplimiento de un deber legal impuesto al primero(48).
Lo dicho no excluye, sin embargo, la posibilidad de que un acto
administrativo conduzca eventualmente al pronunciamiento de una
decisión jurisdiccional por parte de la propia Administración. Ello ocurre,
por el contrario, cuando se interpone algún recurso reconocido por la ley
para ante un órgano jerárquicamente superior, pues ese acto importa el
planteamiento de un conflicto entre el sujeto afectado por la decisión
administrativa y el órgano inferior que la dictó(49). La misma situación se
configura, aun en los procesos judiciales contenciosos, respecto de los
recursos deducidos contra providencias simples, pues éstas constituyen,
en sí mismas, actos administrativos.
Corresponde señalar, por otra parte, que las precedentes conclusiones
no entrañan una adhesión a la difundida idea de que, mientras la función
jurisdiccional representa la sustitución de una actividad pública a una
actividad privada y es, por consiguiente, una actividad secundaria, la
función administrativa, en tanto se halla impuesta directa
o inmediatamente por la ley a los órganos públicos, constituye una
actividad primaria(50).
Más arriba hicimos notar, en efecto, que la función jurisdiccional resulta
de inexcusable ejercicio en aquellos casos en los cuales las normas
jurídicas descartan la posibilidad de que el conflicto sea "autocompuesto"
por sus protagonistas: no cabe que el presunto delincuente se someta
voluntariamente a la sanción penal, ni que los cónyuges, aun de común

211 
 
acuerdo, modifiquen el estatus matrimonial con prescindencia del proceso,
etcétera. Mal puede decirse, en todas estas hipótesis, que la actividad
jurisdiccional se halle configurada como una actividad sustitutiva de la
actividad de las partes, pues éstas carecen de toda posibilidad de obtener
un efecto jurídico que la ley imputa, exclusivamente, a la decisión del
órgano competente(51).
d) De acuerdo con todo lo expuesto, podemos definir al acto
jurisdiccional como aquel en cuya virtud un órgano del Estado en sentido
jurídico-material (o un órgano al cual el ordenamiento jurídico atribuye
funciones equivalentes), mediante una decisión unilateral motivada por un
conflicto, y expresiva por lo tanto del pensamiento jurídico comunitario en
forma indirecta y mediata, individualiza, en un caso concreto, cualquiera
de las menciones contenidas en una norma general lógicamente completa.
En consecuencia, corresponde a nuestro juicio excluir de la noción de
acto jurisdiccional los siguientes elementos:
1º) La necesidad de que el órgano interviniente sea un tercero imparcial,
ajeno al conflicto(52). Si bien tal necesidad rige, por razones axiológicas, en
la esfera de la jurisdicción judicial, es en cambio ajena a los supuestos
ya examinados de ciertas sanciones administrativas, respecto de las
cuales no se halla prevista la actuación de un órgano acusador,
formalmente diferenciado del órgano habilitado para imponer la sanción.
Esta última circunstancia carece de relevancia frente al hecho de que el
órgano competente actúa por delegación de la comunidad y expresa, en
forma indirecta y mediata, el pensamiento jurídico vigente en aquélla.
2º) La observancia de determinadas formas previas a la decisión, que
garanticen la efectividad del derecho de defensa. Tales formas, en efecto,
responden también a consideraciones axiológicas que incluso cuentan, en
nuestro ordenamiento jurídico, con respaldo constitucional, pero
su existencia o inexistencia no afecta la esencia del acto jurisdiccional(53).
3º) El efecto de cosa juzgada atribuible a la respectiva decisión(54).
Aparte de que dicho efecto no es connatural a las decisiones
jurisdiccionales(55), existen actos administrativos provenientes de la
Administración "activa" que también lo producen, tales como aquellos que,
entre otros requisitos, crean o reconocen derechos subjetivos a favor de
los administrados(56).

67. Clasificación de la jurisdicción


a) Desde el punto de vista del órgano habilitado para decidir el conflicto,
la jurisdicción puede dividirse en judicial y administrativa. Esta última

212 
 
consiste en la actividad que despliegan los órganos administrativos tanto
en la aplicación de sanciones a los administrados o a los funcionarios o
agentes de la propia administración como en el conocimiento de las
reclamaciones y los recursos(57)que, promovidos por esas mismas
personas, tienen por objeto asegurar el imperio de la legitimidad dentro de
la esfera administrativa. Las respectivas decisiones son, en principio,
revisables por los jueces y tribunales de justicia, salvo que versen sobre
materias privativas del Poder administrador(58); de allí que no quepa
confundir dicha jurisdicción administrativa, que se ejerce y agota en el
ámbito de la administración, con la competencia que las leyes asignan al
Poder Judicial para conocer de los conflictos que se suscitan cuando el
Estado, en su carácter de poder público y en ejercicio de facultades
regladas, afecta un derecho subjetivo del administrado. En estos casos,
en efecto, se trata del ejercicio de jurisdicción judicial y de competencia
tradicionalmente denominada por influjo del derecho francés "contencioso-
administrativa"(59).
Dentro de la jurisdicción administrativa se encuentra comprendida
la jurisdicción militar, que abarcaba(60), según el art. 108 de la derogada ley
14.029 (Código de Justicia Militar), el conocimiento de: 1º) Los delitos y las
faltas esencialmente militares. 2º) Los delitos y las faltas que afecten
directamente el derecho y los intereses del Estado, o de los individuos,
cuando son cometidos por militares o empleados militares en actos del
servicio militar o en lugares sujetos exclusivamente a la autoridad militar.
3º) Los delitos cometidos por individuos de las fuerzas armadas en
desempeño de un servicio dispuesto por los superiores a requerimiento de
las autoridades civiles o en auxilio de aquéllas. 4º) Los delitos cometidos
por militares retirados o por civiles, en los casos específicamente
determinados por el Código de Justicia Militar o por leyes especiales. 5º)
Todos los demás casos de infracción penal expresamente determinados
en dicho código(61).
b) En lo que concierne a la jurisdicción judicial —a cuyo alcance nos
referimos en el número siguiente—, la coexistencia del Estado nacional
con los estados provinciales, que resulta del sistema de gobierno adoptado
por nuestra Constitución, permite formular una división de aquélla
atendiendo al poder político del que emanan las atribuciones de
administrar justicia. Desde este punto de vista existe, por un lado, una
jurisdicción nacional que tiene su origen en el poder del Estado nacional
(arts. 108 y ss., CN) y, por el otro, una jurisdicción provincial, ejercida por
los jueces y los tribunales de cada una de las provincias, que emana de
las respectivas autonomías locales (arts. 5º y 123, CN)(62).
Las autoridades judiciales locales tienen, respecto de los jueces
nacionales, un deber de auxilio jurisdiccional que ha sido establecido por
los arts. 13 de la ley 48 y 20 de la ley 13.998, y el decreto-ley 1285/1958.
Esta última norma prescribe: "Las autoridades del Poder Ejecutivo
nacional prestarán de inmediato todo el auxilio que les sea requerido por

213 
 
los jueces nacionales dentro de su jurisdicción, y siempre que un juez
nacional dirija un despacho a un juez provincial para practicar actos
judiciales será cumplido el encargo".
Por aplicación de tal precepto, la Corte Suprema de Justicia de la
Nación ha declarado reiteradamente que las autoridades provinciales no
pueden prevalerse de lo dispuesto por sus propias leyes para trabar o
turbar en forma alguna la acción de los jueces que hacen parte del Poder
Judicial de la Nación, puesto que las provincias no ejercen el poder
delegado de ésta(63). Y el tribunal ha hecho mérito de ese principio para
decidir, entre otros casos, que la falta de respuesta por un juez provincial
a las rogatorias libradas por un magistrado federal constituye una efectiva
traba a la acción de la justicia nacional, a la que la Corte debe poner
término, en ejercicio de la competencia que le confiere el art. 24, inc. 7º del
decreto-ley 1285/1958 (ley 14.467), mediante la respectiva orden de que
el primero dé cumplimiento en breve término al encargo formulado(64); que
corresponde sea dejada sin efecto la orden de embargo y secuestro de
un automotor, dispuesta por un juez provincial en el trámite de una
ejecución prendaria, en cuanto ella obste al cumplimiento de lo resuelto
por un juez federal a raíz de un proceso que instruye por contrabando(65);
etcétera.
Pero la Corte también ha resuelto que, no obstante el principio
enunciado, es indudablemente propio de las autoridades provinciales
reglamentar, por vía de leyes, decretos o acordadas, la forma de
dar exacto cumplimiento al auxilio debido a la justicia nacional, pudiendo
establecer la vía a seguir para que los jueces provinciales den curso a los
encargos dirigidos por los magistrados de la Nación(66), y que el mismo
criterio ha de observarse cuando, no existiendo la mencionada
reglamentación, las leyes procesales locales o de organización de los
tribunales señalen concretamente un determinado juez como competente
para suministrar al juez nacional la colaboración que necesita(67).
La jurisdicción judicial es, además, tradicionalmente dividida
en contenciosa y voluntaria, aunque, en rigor, como veremos más
adelante, la segunda no reviste carácter jurisdiccional sino administrativo.
c) Se habla, finalmente, de una jurisdicción eclesiástica, que se hallaría
circunscripta al ámbito de los negocios espirituales relacionados con la fe
y el dogma religioso, y se opondría a la jurisdicción temporal(68). Pero no
revistiendo la Iglesia, en nuestro ordenamiento jurídico, el carácter de
órgano del Estado en sentido jurídico-material(69), aquella división carece
de toda importancia a los efectos de nuestro estudio. A título informativo,
sin embargo, interesa recordar que con anterioridad a la sanción de la ley
2393 (12/11/1888), nuestro derecho positivo reconocía la jurisdicción de
los tribunales eclesiásticos en materia de causas matrimoniales. Ello
ocurrió no sólo en los períodos de la dominación hispánica y de la
emancipación, sino también bajo la vigencia del Código Civil, el cual, con
anterioridad a la ley citada, atribuía a los jueces eclesiásticos competencia
214 
 
para conocer en las causas relativas a impedimentos y sus dispensas,
divorcio y nulidad de matrimonio (arts. 168, 182, 201-203, 221, 225 y 226,
CCiv.)(70).

II. LA FUNCIÓN JUDICIAL

68. Concepto y alcance de la jurisdicción judicial


a) Todo acto cumplido por un juez o tribunal de justicia que contenga
los elementos mencionados en la noción de acto jurisdiccional formulada
anteriormente (nro. 66, G], d]) constituye una exteriorización de
jurisdicción judicial. Corresponde, ahora, determinar cuál es el alcance de
esa especie de jurisdicción en nuestro ordenamiento jurídico o, en otras
palabras, cuál es el sector del derecho argentino dentro del cual no resulta
admisible excluir del ejercicio de la función jurisdiccional a los órganos
judiciales.
b) En ese orden de ideas importa señalar que, siempre que medie
un conflicto entre particulares o entre un particular y el Estado, referente a
derechos subjetivos privados de aquéllos, o se encuentre en tela de juicio
la aplicación de alguna sanción de naturaleza penal, la intervención de un
órgano judicial resulta constitucionalmente ineludible. Tal exigencia
resulta de los arts. 18 y 109 de la Constitución Nacional: del primero,
porque la garantía de la defensa en juicio supone, básicamente, que a
todos los habitantes del país ha de reconocerse, en situaciones como las
descriptas, el derecho de ocurrir ante algún órgano judicial a fin de obtener
el amparo de los derechos que estimen amenazados o lesionados(71); del
segundo, porque en tanto prohíbe al presidente de la República
ejercer funciones judiciales, descarta el poder de dicho funcionario, e
implícitamente de los funcionarios y organismos administrativos, en el
sentido de conocer y decidir en el mencionado género de conflictos.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha establecido tal doctrina
en numerosos precedentes. En el caso "Elena Fernández Arias y otros v.
José Poggio"(72), en el cual se recogen y concretan diversos principios que
sirven de punto de partida a una neta línea jurisprudencial, dicho Tribunal
declaró que la organización de las Cámaras Paritarias de Arrendamientos
y Aparcerías Rurales, establecida por las leyes 13.246 y 14.451, en tanto
admite que tales órganos de carácter administrativo resuelvan, en forma

215 
 
definitiva, litigios entre particulares atinentes a sus derechos subjetivos
privados (como el caso del desalojo del arrendatario fundado en el art.
3º, incs. d] y g], ley 14.451), es violatoria de los arts. 18 y 95 de
la Constitución Nacional(73).
Dentro de un mismo orden de ideas la Corte decidió, en el caso de
Fallos 249:228, que los arts. 32 y 40 de la ley 13.581 (t.o. ley 14.356), y
42-44 del decreto 4022/1954 de la provincia de Buenos Aires, en tanto
atribuyen competencia a las Cámaras de Alquileres para dictar, como
organismos administrativos, resoluciones finales en materia de cesión de
locaciones, sin instancia judicial posterior, violan el principio de la división
de los poderes, y los arts. 18 y 28 de la Constitución Nacional.
Corresponde también recordar, entre otros casos, los siguientes:
1º) Fallos 250:472, donde se declaró que los jueces, en los
conflictos individuales de trabajo derivados de una huelga, no pueden ser
privados de la facultad de declarar el error o la irrazonabilidad en que
haya incurrido la autoridad administrativa al declarar la ilicitud de una
huelga, siendo por lo tanto constitucionalmente inválido el art. 9º del
decreto-ley 10.596/1957 en tanto acuerda carácter definitivo a la
resolución administrativa dictada sobre el punto, del cual dependen los
derechos privados en debate(74).
2º) Fallos 253:485, donde se hizo lugar a la impugnación constitucional
formulada contra el art. 7º de la ley 1403 de la provincia de Tucumán, en
tanto acordaba a la Comisión Arbitral de la Cámara Gremial de
Productores de Azúcar el carácter de tribunal arbitral, con
jurisdicción excluyente de los tribunales de justicia, para laudar en todos
los juicios relativos al cumplimiento de los contratos de compraventa de
caña celebrados entre los afiliados (con carácter obligatorio) a dicha
Cámara y disponía que tales laudos sólo serían impugnables mediante
recurso de nulidad para ante la Suprema Corte de la provincia. La Corte
Suprema de la Nación aplicó en el caso la doctrina general
precedentemente enunciada, declarando asimismo que la posibilidad
recursiva acordada a las partes por la ley provincial no configuraba, en
razón de su limitado alcance, control judicial suficiente.
3º) Fallos 255:354, donde se admitió la impugnación constitucional
planteada contra el art. 8º de la mencionada ley provincial, que facultaba
a la Cámara Gremial de Productores de Azúcar para aplicar multas y otras
medidas en los supuestos de determinadas infracciones vinculadas con
la industria azucarera. La Corte dejó establecido, en este caso, que la
imposición de multas a los particulares comporta un supuesto de sanción
penal que no puede ser constitucionalmente excluido del conocimiento de
los tribunales de justicia y que no constituía óbice a tal conclusión lo
afirmado en el sentido de que tales multas eran consecuencia del ejercicio
del poder de policía en el orden local, por cuanto no mediando una
vinculación de orden jerárquico ni disciplinario, la invocación de razones

216 
 
de conveniencia general, como las relativas al fomento industrial o a la
tranquilidad gremial, no bastan para sujetar, so color de ejercicio de
poderes administrativos reservados, la persona y los derechos de
los individuos a la sola discreción ejecutiva(75).
4º) Fallos 257:136, donde se declaró que el art. 54 de la ley 14.455, en
tanto asigna carácter de cosa juzgada a las resoluciones dictadas por el
Consejo Nacional de Relaciones Profesionales, en materias que, en el
orden regular de las instituciones, son propias del conocimiento de los
jueces, como la relativa a la reincorporación de personal despedido y pago
de salarios caídos, ocasiona agravio a la garantía constitucional de la
defensa en juicio y al principio del art. 95 de la Constitución Nacional—
actual 109—.
c) La prohibición constitucional antes señalada no es, sin embargo,
absoluta. Fundada en la creciente complejidad de las funciones asignadas
a la administración y en la necesidad de hacer efectiva, en ciertas
hipótesis, la más expedita tutela de los intereses públicos, la Corte
Suprema ha admitido en numerosos casos la actuación de órganos
administrativos con atribuciones para decidir asuntos de la mencionada
índole. Pero los respectivos precedentes han cuidado de dejar
establecido, expresamente, que la validez constitucional de las leyes que
acuerdan ese tipo de atribuciones a los órganos de la administración se
halla supeditada al requisito de que el pronunciamiento jurisdiccional
emanado del órgano interviniente quede sujeto a control judicial suficiente,
vale decir, que tal pronunciamiento sea susceptible de revisión en
una instancia judicial ulterior(76). El alcance o la amplitud de esa revisión
judicial depende, por otra parte, de las concretas modalidades que cada
situación jurídica ofrezca(77).
d) Conviene recordar, por último, que los principios
precedentemente expuestos no rigen cuando las partes se someten, sin
reservas, a la jurisdicción de un organismo administrativo, o cuando media
la preexistencia de un acto voluntario de adhesión, aceptación o
sometimiento a la intervención de órganos ajenos al Poder Judicial. Así lo
tiene decidido la Corte Suprema, como surge de la reseña de los
precedentes de dicho tribunal.

69. La llamada jurisdicción voluntaria(78)

217 
 
A) Concepto
a) Bajo el nombre de "jurisdicción voluntaria", cuyo origen se encuentra
en el derecho romano (Digesto, 1, 16, 2 pr.)(79), se designa,
tradicionalmente, la función que ejercen los jueces con el objeto
de integrar, constituir o acordar eficacia a ciertos estados o relaciones
jurídicas privadas (ver supra, nro. 61, b]).
Como lo hemos destacado anteriormente, se trata de una función ajena
al normal cometido de los jueces y tribunales de justicia, el cual consiste
en la resolución de los conflictos o litigios suscitados entre dos o más
personas. El hecho de que sean los jueces quienes, tradicionalmente,
conozcan en esta clase de asuntos no contenciosos obedece, entre otras
razones, a la índole estrictamente jurídica que presentan, a la facilidad con
que pueden derivar en una verdadera contienda y a la conveniencia de
que ciertos actos realizados por particulares, en razón de la trascendencia
de los efectos que están llamados a producir, sean objeto de una previa y
segura comprobación o fiscalización(80).
De lo dicho se desprende que tal función puede ser legalmente detraída
del conocimiento de los jueces y transferida, por lo tanto, a organismos
administrativos, sin que ello importe quebrantamiento de ninguna norma
constitucional(81).
b) Sin embargo, como quiera que el cumplimiento de dicha función se
lleve a cabo mediante un conjunto de actos que reúne las diversas notas
mencionadas al delimitar el concepto de proceso, en general (supra, nro.
44), no media ningún impedimento, teórico ni práctico, que se oponga a la
configuración de un verdadero proceso voluntario(82). Así lo hemos
considerado supra, nro. 61, donde destacamos que el objeto de ese
proceso consiste en una o más peticiones, y que corresponde el nombre
de peticionarios o de solicitantes a los sujetos privados que en
él intervienen.

B) Clasificación
Habiendo mencionado en el mismo lugar, los procesos que en nuestro
derecho corresponde incluir en dicha categoría, cabe ahora, atendiendo al
contenido de las resoluciones que en esos procesos pueden recaer,
clasificar a los actos de jurisdicción voluntaria en los siguientes grupos:

218 
 
1º) Actos de constitución, integración, modificación y extinción de
derechos. Ejemplos de ellos son la orden de inscripción de una sociedad
en el Registro Público de Comercio; el discernimiento de tutor o de
curador; la sentencia de divorcio por presentación conjunta; etcétera.
2º) Actos de homologación, como la aprobación del acuerdo propuesto
por el deudor en el concurso preventivo, la aprobación del testamento en
cuanto a sus formas o de la cuenta particionaria en los procesos
sucesorios, etcétera.
3º) Actos de constatación, que comprenden, por ejemplo, la declaración
de pobreza o de ausencia por fallecimiento presunto y, en general, todas
aquellas resoluciones que declaran la existencia de un hecho
determinado.
4º) Actos de autorización. En esta categoría se hallan incluidos la venia
para la enajenación de bienes de menores, ausentes e incapaces,
la autorización para comparecer en juicio o examinar los libros de una
sociedad, etcétera.

C) Caracteres
El proceso de jurisdicción voluntaria reviste, fundamentalmente, los
siguientes caracteres:
1º) No existe en él conflicto alguno a resolver. Como dice Lascano, "en
la jurisdicción contenciosa, lo que se somete a la consideración del juez
es el conflicto de intereses que se desea solucionar; en la jurisdicción
voluntaria, lo que se lleva al magistrado es un pedido de realización de un
acto que la ley considera necesario para dar vida a una nueva relación
jurídica o producir un determinado efecto jurídico. En un caso hay litis, en
el otro no. Eso es todo"(83). Por ello acierta Carnelutti cuando expresa que
en este tipo de procesos el juez actúa junto al interesado o a su
representante, y no en medio de dos contendientes(84).
Esta circunstancia, sin embargo, como lo hicimos notar supra, nro. 61,
no excluye la posibilidad de que, en razón de surgir alguna discrepancia
entre los propios peticionarios, o de plantearse oposiciones por parte de
un tercero o del Ministerio Público, el proceso voluntario se transforme,
total o parcialmente, en contencioso.
2º) Consecuencia de la característica precedentemente señalada es
que los procesos voluntarios no tengan partes en sentido estricto. En ellos,
como dice Couture, "el particular o pretensor no pide nada contra nadie.

219 
 
Le falta, pues, un adversario. Él no es parte, en sentido técnico, porque no
es contraparte de nadie"(85).
3º) Finalmente, en razón de la ausencia de bilateralidad que es propia
de estos procesos, y de que el juez, al resolverlos, emite una declaración
basada exclusivamente en los elementos de juicio unilateralmente
aportados por el peticionario o los peticionarios, dicha declaración no
produce efectos de cosa juzgada respecto de terceros cuyos derechos
fueren afectados por ella(86).

D) Naturaleza
El hecho de que sean los jueces quienes se hallan habilitados para
conocer en los procesos voluntarios, en modo alguno autoriza a atribuir
carácter jurisdiccional a las decisiones que en ellos se dictan. Tales
decisiones, en efecto, no suponen la existencia de un conflicto, de acuerdo
con el alcance que hemos asignado a esa expresión al enunciar la noción
de acto jurisdiccional, sino que, por el contrario, importan la expresión
directa e inmediata de un pensamiento jurídico comunitario por parte de
los jueces. Esta circunstancia, unida a la índole del órgano que emite la
decisión y al carácter de norma individual que esta última reviste, permite
calificar como administrativa a la actividad que los jueces desarrollan en
los procesos voluntarios. Las decisiones recaídas en ellos constituyen, por
consiguiente, actos administrativos mediante los cuales el Estado,
por intermedio de los jueces y los tribunales de justicia, colabora en la
constitución y la integración de relaciones jurídicas privadas; de allí que
Calamandrei haya definido a la jurisdicción voluntaria, acertadamente,
como la administración pública del derecho privado ejercida por órganos
judiciales(87).

70. Caracteres generales de la función judicial


Constituyen caracteres de la función judicial, cualquiera que sea su
carácter (jurisdiccional o administrativa):
1º) El de comprender tanto la facultad del juez o tribunal de decidir los
asuntos que se someten a su conocimiento como el deber en que se
encuentra de administrar justicia cada vez que esa actividad sea requerida

220 
 
en un caso concreto(88); de allí que la función judicial pueda ser calificada
como un poder-deber(89).
En este aspecto, sin embargo, media una diferencia fundamental según
se trate de jurisdicción contenciosa o de la llamada jurisdicción voluntaria.
En efecto, basta que ante un juez o tribunal se invoque la existencia de un
conflicto que reúna las características mencionadas supra, nro. 68, para
que, siempre que concurran los requisitos de admisibilidad de la
pretensión, el juez o tribunal requerido se encuentre obligado a
resolverlo, aun cuando la ley no contemple en forma específica el asunto
de que se trate. En cambio, si el caso sometido a la decisión judicial no
requiere la solución de conflicto alguno, el juez o tribunal debe denegar
su intervención si no existe una ley expresa que la autorice(90).
2º) El de ser ejercida por órganos independientes, que integran un
poder del Estado dotado de autonomía con relación a los poderes
políticos. Mientras los órganos administrativos carecen de independencia
decisoria, pues se hallan obligados, como principio, a seguir
las instrucciones o directivas de sus superiores jerárquicos(91), la única
pauta del obrar judicial se encuentra representada por las normas jurídicas
vigentes(92).
3º) El de ser indelegable. En razón de la específica aptitud que se
requiere para desempeñar el cargo de juez, éste no puede delegar en otras
personas el ejercicio de sus funciones, sin perjuicio de que, a raíz de las
limitaciones impuestas por las normas que rigen la competencia territorial,
pueda aquél comisionar a otros jueces el cumplimiento de determinadas
diligencias (v.gr., art. 3º, CPCCN).

71. Extensión de la función judicial


a) En razón de ser la función judicial un atributo de la soberanía, el
Estado sólo puede ejercerla dentro de sus límites territoriales y en los
lugares en que lo admite el derecho internacional, como en altamar en los
buques que llevan su bandera o en los que pasan por aguas de
su exclusivo dominio. Ello no obsta a que los jueces argentinos apliquen
normas jurídicas sancionadas por otros Estados o ejecuten sentencias
pronunciadas por tribunales extranjeros, pues en uno y otro caso sólo se
halla en juego la aplicación de normas de derecho interno que admiten
la extraterritorialidad de las leyes y las sentencias de otros países(93).
b) Se encuentran sometidas a la función judicial del Estado todas las
personas, físicas o jurídicas, nacionales o extranjeras, que habiten o se
hallen instaladas en su territorio. En nuestro régimen jurídico la extranjería

221 
 
no configura excepción a dicho principio y sólo es tenida en cuenta como
una de las circunstancias que justifican la procedencia del fuero federal
(arts. 116, CN, y 2º, inc. 2º, ley 48).
Los Estados extranjeros, en cambio, gozan en principio de inmunidad
absoluta al respecto y sólo pueden ser sometidos a la potestad de los
órganos judiciales del Estado en el supuesto de que medie su
consentimiento para ello. Tal consentimiento puede ser expreso o tácito,
según provenga de la pertinente declaración formulada por sus
representantes autorizados o resulte de la circunstancia de comparecer
voluntariamente ante los órganos judiciales argentinos, como parte actora
o demandada. Dispone, sobre esta cuestión, el art. 24 del dec.-ley
1285/1958 (texto según ley 21.708,art. 2º): "...No se dará curso a la
demanda contra un Estado extranjero, sin requerir previamente de su
representante diplomático, por intermedio del Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, la conformidad de aquel país para ser sometido a
juicio...".
En el supuesto de renunciar al privilegio, los Estados extranjeros son
justiciables ante los jueces federales o ante la Corte Suprema en instancia
originaria, según que, respectivamente, la causa se haya suscitado con un
particular (arts. 116, CN, y 20, ley 27) o con una provincia (arts. 117, CN,
y 24, inc. 1º, dec.-ley 1285/1958).
Si bien la práctica internacional de la mayor parte de las naciones venía
admitiendo, tradicionalmente, el principio de la inmunidad absoluta de los
Estados extranjeros en cuanto a su sumisión a los tribunales de otros
Estados(94), en los últimos años se ha consolidado, en materia de derecho
marítimo, la tesis de que el régimen de inmunidad sólo alcanza a los
buques de Estado afectados a servicios gubernamentales, o sea, a los que
cumplen la tarea específica de servir al poder público, pero no, en cambio,
a aquellos buques estatales que cumplen actividades de neto carácter
comercial, como las referentes al transporte de mercaderías o de
pasajeros(95).
También los embajadores o los ministros plenipotenciarios extranjeros
gozan del privilegio de inmunidad mientras conserven su calidad de tales,
siendo tal privilegio susceptible de renunciarse en la misma forma que
hemos señalado al referirnos a los Estados extranjeros. El art. 24 del dec.-
ley 1285/1958 establece que no se dará curso a ninguna acción deducida
contra esas personas "sin requerirse previamente, del respectivo
embajador o ministro plenipotenciario, la conformidad de su gobierno para
someterlas a juicio". La competencia corresponde, en tales casos, a la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (arts. 117, CN, y 24, inc. 1º, dec.-
ley 1285/1958).
c) La función judicial comprende, asimismo, todas las cosas, muebles
e inmuebles, que se encuentren dentro del territorio del Estado.

222 
 
CAPÍTULO VI - OBJETO DEL PROCESO CONTENCIOSO
SUMARIO: I. GENERALIDADES: 72.
Planteamiento del tema.— 73. Noción de
objeto procesal. II. LA PRETENSIÓN
PROCESAL: 74. Acción y pretensión.— 75.
Pretensión y demanda.— 76. Caracteres de la
pretensión.— 77. Elementos de la
pretensión.— 78. Identificación de las
pretensiones. III. REQUISITOS DE LA
PRETENSIÓN: 79. Concepto.— 80.
Requisitos extrínsecos de admisibilidad.— 81.
Requisitos intrínsecos de admisibilidad.— 82.
Fundabilidad de la pretensión. IV. VICISITUDES
DE LA PRETENSIÓN: 83. Clases.— 84.
Transmisión.— 85. Transformación.— 86.
Integración. V. EXTINCIÓN DE LA
PRETENSIÓN: 87. Medio normal.— 88. Medios
anormales. VI. CLASES DE PRETENSIONES: 89.
Criterios clasificatorios.— 90. Pretensiones de
conocimiento.— 91. Pretensiones de
ejecución.— 92. Pretensiones cautelares.—
93. Pretensiones reales y personales.— 94.
Otras clasificaciones.— 95. Relaciones entre
la pretensión civil y la pretensión penal.

I. GENERALIDADES

72. Planteamiento del tema


En el capítulo anterior nos hemos ocupado de la naturaleza y demás
cuestiones vinculadas con la función que despliegan, en el proceso, los

223 
 
órganos a los cuales el ordenamiento jurídico asigna potestad decisoria y
sitúa por ello, en una posición supraordinaria con respecto a la de las
partes y peticionarios.
Correspondería, por lo tanto, que abordásemos en este lugar el estudio
de la específica actividad que incumbe a estos últimos, por cuanto dicha
actividad, aparte de determinar en cada caso concreto el nacimiento del
proceso civil, reviste una importancia trascendental durante todo su
desarrollo.
El punto, sin embargo, como lo destacamos oportunamente (supra, nro.
3, c]), hállase íntimamente vinculado con el tema referente al objeto del
proceso, con el cual ha de ser estudiado, en conjunto, en el presente
capítulo.

73. Noción de objeto procesal


Es objeto del proceso la materia alrededor de la cual gira su iniciación,
desenvolvimiento y extinción(1).
Como lo anticipáramos al ocuparnos de los elementos del proceso
(supra, nro. 46, b]), dicho objeto se halla representado por una o
más pretensiones o peticiones extracontenciosas, según se trate,
respectivamente, de un proceso contencioso o de un proceso voluntario.
Al desarrollo de tales conceptos hemos de dedicar, por lo tanto, los
parágrafos que siguen.

II. LA PRETENSIÓN PROCESAL(2)

74. Acción y pretensión

224 
 
A) Teorías sobre la naturaleza de la acción
a) Antes de entrar al estudio de la pretensión, concebida como
verdadero objeto del proceso contencioso, es menester que nos
ocupemos del concepto de acción, no sólo porque este último es
considerado por la doctrina dominante como uno de los pilares
fundamentales de toda la sistemática del proceso, sino también porque la
preocupación que sobre su naturaleza se ha suscitado contribuyó en gran
medida a que no se alcanzase a percibir la utilidad científica y práctica que
reviste la idea de pretensión.
b) La teoría de la acción plantea, en primer lugar, el problema
consistente en esclarecer las relaciones que existen entre ella y el derecho
subjetivo material. En este aspecto, las doctrinas elaboradas en torno a la
naturaleza jurídica de la acción pueden encasillarse en dos grandes
grupos, el tradicional y el moderno, que responden a posiciones
fundamentalmente distintas.
La concepción tradicional, en efecto, que predomina hasta mediados del
siglo XIX y cuenta todavía con algunos partidarios, no admite en modo
alguno la autonomía de la acción. Ciertos autores enrolados en esta
tendencia consideran a la acción como el mismo derecho subjetivo
material alegado ante los tribunales de justicia y sostienen, por lo tanto, la
absoluta equivalencia de ambos conceptos(3). Otros, sin llegar a
ese extremo, conciben a la acción como un elemento o una función del
derecho material(4).
Para la concepción moderna, que comienza a abrirse camino a
mediados del siglo XIX, la acción y el derecho constituyen, en cambio, dos
entidades jurídicas independientes. Carnelutti ha señalado, al respecto,
que uno de los capítulos más interesantes de la historia del derecho es el
que concierne al desarrollo de esa autonomía(5). Y se ha afirmado, incluso,
que de la independencia entre acción y derecho deriva la autonomía
misma del derecho procesal como disciplina jurídica(6).
Dentro de esta orientación, sin embargo, dista de mediar acuerdo
doctrinario acerca de los caracteres que reviste el derecho de acción. Un
grupo de teorías, en efecto, lo concibe como un derecho dirigido a la
obtención de una sentencia favorable para el titular. Pero esta tendencia,
que ve en la acción un derecho concreto, es decir, perteneciente tan sólo
a los efectivos titulares de un derecho material, se escinde, a su vez, en
dos direcciones distintas: una es la que la define como un derecho público
subjetivo a la tutela jurídica, deducido frente al Estado en la persona de
sus órganos jurisdiccionales, sobre los cuales pesa el deber de impartir la
tutela jurídica reclamada por el titular del derecho(7); la otra atribuye a la

225 
 
acción el carácter de un derecho potestativo que se ejerce frente al
adversario y se halla encaminado a que éste soporte "el efecto jurídico de
la actuación de la ley"(8).
El segundo grupo de teorías que responden a la orientación moderna
se halla caracterizado por el hecho de concebir a la acción como
un derecho abstracto a la tutela jurídica. De conformidad con esta
tendencia, aquélla no es ya el poder de reclamar el pronunciamiento de un
fallo de contenido determinado, como quería la concepción concreta, sino
un derecho público subjetivo que corresponde a todos los ciudadanos por
el solo hecho de serlo y cuyo objeto consiste, simplemente, en la
prestación de la actividad jurisdiccional, cualquiera que sea el contenido
(favorable o desfavorable) del fallo en que esa prestación se concrete(9).
En sus últimos desenvolvimientos, esta teoría ha llevado a concebir a la
acción como una de las especies del derecho constitucional de petición(10).

B) Crítica
a) Ninguna de las teorías examinadas se halla exenta de objeciones. A
las comprendidas dentro de la concepción tradicional se las critica,
generalmente, con el argumento de que la identificación o la subordinación
que sostienen entre el derecho subjetivo material y la acción no se concilia
con la falta de coincidencia que separa a ambas entidades jurídicas en lo
que atañe a sus respectivos sujetos y contenido: ni el órgano judicial, en
efecto, tiene posibilidad de figurar entre los sujetos del derecho material,
ni la prestación que es correlativa de este último puede consistir en la
actividad de dicho órgano. Por otra parte, vendría a demostrar el error de
que adolece esta teoría la existencia de derechos sin acción (obligaciones
naturales), y de acciones sin derecho (acciones declarativas y
constitutivas, acciones cautelares, etc.).
b) Entre las más serias objeciones que se han formulado contra la
concepción concreta, merece destacarse la fundada en la observación de
que el derecho a la tutela jurídica, o a una sentencia favorable, sólo nacería
al término del proceso, cuando el juez forma su convicción sobre la base
de los elementos de juicio que constan en él(11). Con anterioridad al
pronunciamiento de la sentencia definitiva, por consiguiente, resultaría
imposible afirmar, con plena certeza, la efectiva existencia del derecho de
acción(12). Haciéndose cargo de esa réplica Calamandrei expresa, para
desvirtuarla, que "el carácter de falta de certeza que tiene la acción
mientras el juez no se ha pronunciado en mérito es el mismo fenómeno
que se verifica en cuanto a todos los derechos, de los cuales nadie puede
con certeza afirmar que existen, mientras no haya intervenido, para

226 
 
declarar oficialmente su certeza, la sentencia del juez" (la bastardilla nos
pertenece)(13). Pero si bien esta aserción es válida con respecto a los
derechos materiales controvertidos, evidentemente no lo es en el ámbito
del cumplimiento espontáneo del derecho, dentro del cual es posible
afirmar, sin necesidad de declaración judicial alguna, que se ha ejercido
tal derecho o cumplido tal obligación.
La realidad jurídica, por lo demás, cuyo análisis más superficial permite
comprobar que el pronunciamiento de una sentencia favorable depende,
fundamentalmente, de la conducta que tanto el actor como el demandado
observen durante el desarrollo del proceso, corrobora plenamente el
acierto de aquella objeción. Porque es obvio, en efecto, que el actor no
obtendrá el fallo favorable que reclama, incluso cuando de conformidad
con los términos de la norma general que invoca sea el titular de un
derecho subjetivo o de un interés legítimo en la declaración de certeza, si
no logra, mediante el adecuado cumplimiento de los diversos actos
que integran el proceso, especialmente los consistentes en las
aportaciones de prueba, deparar al juez o tribunal el convencimiento de
que su pretensión es fundada. Y a la inversa, tampoco es imposible que
aquél obtenga el pronunciamiento de una sentencia
favorable, aun careciendo de un derecho o de un interés legítimo, si la
conducta procesal del demandado ha carecido de aptitud para lograr el
rechazo de la pretensión.
Corresponde agregar, todavía, que la concepción concreta de la acción
no alcanza a demostrar que ésta configure un verdadero derecho.
Es inadmisible, por lo pronto, ver en la acción un derecho dirigido contra el
órgano jurisdiccional, pues el deber final de éste consiste, simplemente,
en dictar una sentencia que dirima el conflicto suscitado entre las partes,
pero no una sentencia de contenido favorable para quien se considera, a
priori, como titular de la acción. Lo contrario significaría desconocer el
margen de autonomía o de libertad lícita que es inmanente a la función
judicial y que se manifiesta tanto en la elección de la norma general que
imprime el sentido del caso sometido a decisión como en la posibilidad de
ampliar o de restringir el alcance significativo de esa norma de conformidad
con los valores jurídicos de que se trate(14).
Tampoco resulta convincente la opinión de Chiovenda en el sentido de
que la acción es un derecho potestativo dirigido contra el adversario,
puesto que, en rigor, la "sujeción" al "efecto jurídico de la actuación de la
ley"(15)o el hecho de que el adversario no puede querer que tal efecto no
se produzca comporta, en rigor, un deber general de abstención cuyo
cumplimiento incumbe tanto al sujeto pasivo de la acción como a los
terceros ajenos al proceso, en tanto éstos, también, deben respeto a la
norma individual que la sentencia contiene. Carece de sentido práctico, en
suma, concebir a la acción como un derecho que engendraría, en todo
caso, un deber genérico a cargo de toda la comunidad.

227 
 
c) La concepción abstracta logra superar las objeciones
precedentemente señaladas, pero no es sin embargo idónea para
satisfacer el propósito, generalizado entre sus adeptos, de erigir al
concepto de acción en una de las claves directrices alrededor de la cual
giraría gran parte de la problemática procesal.
Considerada la acción, en efecto, según lo hace esta teoría, como una
potestad abstracta y general de obtener la prestación de la actividad
jurisdiccional, difícilmente cabe la posibilidad de vincular dicho concepto
con diversos fenómenos que revisten carácter fundamental en la ciencia
del proceso, como, entre otros, los representados por la litispendencia, la
congruencia y la cosa juzgada. Tampoco tiene explicación, dentro de los
amplios términos con que la teoría abstracta configura al derecho de
acción, el problema referente a los requisitos que deben mediar para el
pronunciamiento de una sentencia favorable a quien ejercita aquel
derecho en un caso concreto; de allí que algunos de los autores que la
sostienen se hayan visto precisados, para allanar tales obstáculos, a
complementar el concepto de acción con el de demanda, a la que se
considera como el acto mediante el cual se ejerce, en un caso concreto, el
poder meramente procesal en que el derecho de acción consiste. Desde
que la demanda, en ese orden de ideas, sería el modo de obtener la
determinación tanto de los sujetos del derecho de acción (con anterioridad
a la interposición de aquélla se encontrarían en un estado
de indeterminación) como de la específica finalidad tenida en mira por el
titular de ese derecho, el problema de la identificación de las acciones se
reconduce a un problema de identificación de demandas, y el tema de las
condiciones de la acción resulta absorbido por el de las condiciones de
fundabilidad de la demanda(16).

C) Conclusiones
a) Las razones que terminamos de exponer demuestran, claramente,
que toda la preocupación doctrinaria encaminada a esclarecer la esencia
del derecho de acción resulta totalmente infecunda para resolver los
concretos problemas que la experiencia del proceso plantea. Como
enseña Guasp, "cuando se afirma que la acción es el poder de provocar
una sentencia de los tribunales, bien sea una sentencia justa, como quiere
algún sector que no puede prescindir del todo de la atribución de cierto
contenido a la acción, bien sea de una sentencia sin más como quiere la
teoría abstracta pura, entonces se descubre, no solamente la aptitud de
esta concepción para explicar la realidad de la acción, sino también lo que
hasta entonces no se veía con tanta limpieza, a saber, que el poder de
provocar la actividad jurisdiccional existe desde luego pero, ni por su
228 
 
naturaleza ni por su contenido, pertenece en realidad a la ciencia del
proceso. El poder de provocar la actividad de los tribunales, sin más, sea
un auténtico derecho, sea una res merae facultatis, constituye un puro
poder político o administrativo si se quiere, supuesto de la actividad
procesal pero previo a la misma y fuera por ello del mundo del proceso".
Por lo tanto, "el concepto de acción es relativo respecto al proceso, porque
no depende de estructuras procesales, sino que se hace independiente de
ellas y funciona respetando a las mismas como una variable de distinto
significado; por ello igualmente el concepto de acción procesal
es intrascendente para el proceso y se pueden escribir obras de conjunto
sobre el derecho procesal afines en sus resultados concretos partiendo de
conceptos de acción absolutamente desemejantes"(17).
Tales conclusiones, que compartimos, conducen a dicho autor a
reemplazar el estudio de la acción por el de un acto que, si bien debe
su existencia al ejercicio del derecho de acción, constituye, como punto de
referencia al que se remite todo el desarrollo procesal, el objeto del
proceso contencioso. Nos referimos a la pretensión procesal, a la que
cabe definir como el acto en cuya virtud se reclama, ante un órgano judicial
(o eventualmente arbitral) y frente a una persona distinta, la resolución de
un conflicto suscitado entre dicha persona y el autor de la reclamación(18).
b) Concebida de tal modo la pretensión como objeto del proceso
(contencioso), la acción puede ser considerada, de acuerdo con un primer
punto de vista, como el derecho público subjetivo de provocar la actividad
de los órganos judiciales y al cual es correlativo el deber que incumbe a
dichos órganos en el sentido de prestar esa actividad cada vez que le sea
requerida(19). Siendo por lo tanto la acción un derecho o un poder jurídico
que todo ciudadano tiene frente a los órganos del Poder Judicial, con
prescindencia de que sea o no titular de un derecho subjetivo material o
de un interés en la declaración de certeza, resulta correcto ubicarla dentro
de la categoría de los llamados derechos cívicos, o bien, caracterizarla,
según lo hace Couture, como una de las especies en que se manifiesta el
derecho constitucional de peticionar ante las autoridades.
De conformidad con este primer punto de vista, por consiguiente, la
acción aparece configurada como el elemento que sirve de sustento a la
pretensión, pues la posibilidad de que ésta sea planteada ante un órgano
judicial obedece, precisamente, a la existencia del derecho de acción. Esta
última, en otras palabras, no es más que el poder de hacer valer la
pretensión(20). Y ello viene a reforzar la exactitud de la conclusión
formulada por Guasp en el sentido de que la acción, concebida como
derecho cívico o de petición, constituye un simple supuesto de la actividad
procesal, previo a ella, e insusceptible de ser erigida, por lo tanto, ni en el
objeto del proceso, ni en el núcleo explicativo de las diversas
contingencias que en él pueden producirse.
c) Conviene aclarar, sin embargo, que la acción es supuesto de la
actividad de cada una de las partes y que, por lo tanto, no constituye un
229 
 
derecho privativo de quien interpone la pretensión. También la actividad
del demandado, en tanto se traduce en una solicitud de rechazo de la
pretensión, o en el reconocimiento de que ella es fundada, tiene sustento
en un derecho cívico de petición análogo al ejercido por el actor(21).
d) Es preciso dejar aclarado, asimismo, que las precedentes
observaciones resultan aplicables al proceso voluntario, con la sola
diferencia de que en éste no cabe hablar de pretensión sino de
petición extracontenciosa. Son, en cambio, ajenas al proceso arbitral, el
que si bien tiene por objeto las pretensiones planteadas en el compromiso,
no involucra el ejercicio del derecho de acción de acuerdo con los términos
en que hemos definido a este último. Con relación al proceso arbitral, por
el contrato, resulta más adecuado el empleo de la expresión "derecho al
arbitraje". Tal expresión, a su vez, es susceptible de utilizarse en dos
sentidos diversos: uno, como contenido de la pretensión procesal que se
dirige a la constitución del tribunal arbitral, en los casos de arbitraje
necesario legal o convencional; otro, como derecho de las partes que han
celebrado el compromiso contra el árbitro o árbitros que no cumplen con
su encargo a pesar de haber aceptado la designación(22).
e) Finalmente, cabe todavía a nuestro juicio asignar al término "acción"
un segundo significado que viene a identificarla con el derecho
material invocado como fundamento de la pretensión o de la oposición
manifestada contra ésta. Se trata, sin embargo, de una equivalencia
distinta de la propiciada por la concepción tradicional a que nos referimos
al comienzo de este parágrafo, pues atiende al momento en que se emite
la sentencia que pone fin al proceso. De acuerdo con este significado, en
efecto, la acción no resulta configurada como la simple "prolongación
judicial" del derecho material, sino como el derecho material judicialmente
reconocido. Entendemos que es éste el específico significado que
corresponde atribuir a la palabra "acción" cuando ella figura en las normas
contenidas en los llamados códigos de fondo, pues no es concebible que
éstos otorguen acciones con absoluta prescindencia de la efectiva
titularidad de un derecho subjetivo o de un interés en la declaración de
certeza. Cuando el Código Civil y Comercial se refiere, por ejemplo, a la
acción reivindicatoria, es obvio que no la concede a cualquier ciudadano
que desee deducirla, sino a aquél que se encuentre, con respecto a la cosa
objeto de pleito, en las condiciones que determina el art. 2248 de dicho
Código. Pero como la concurrencia de tales condiciones es algo que no
puede determinarse sino en el instante del fallo definitivo, luego de ser
oídas ambas partes y de producida, en su caso, la prueba correspondiente,
el contenido de dicho fallo constituye la única pauta válida para establecer
si el actor es el efectivo titular del derecho invocado y, por lo tanto, de la
acción reivindicatoria, o si, por el contrario, es legítimo el interés del
demandado en oponerse a la pretensión del actor y corresponde
considerar al primero, en consecuencia, como el titular de una acción de
declaración negativa.

230 
 
Se sigue, de lo expuesto, que mientras la acción concebida como
derecho de excitar la actividad judicial, sea para hacer valer una
pretensión o para oponerse a ella, corresponda siempre a ambas partes
por igual, la acción identificada con el derecho o con el interés reconocido
por la sentencia final sólo puede pertenecer a aquella de las partes que ha
resultado favorecida por tal reconocimiento.
Lo dicho comprueba, asimismo, que este segundo significado de la
acción, en tanto se halla circunscripto al ámbito del acto decisorio
definitivo, carece de toda relevancia en lo que concierne a la
problemática integral del proceso, y no ha de interesarnos, por lo tanto, en
los ulteriores desarrollos de esta obra. El concepto de pretensión, por otra
parte, torna innecesaria la consideración procesal de este segundo
significado de la acción, por cuanto la existencia o la inexistencia de ésta
ha de encontrar su exacta correlación atendiendo a los requisitos de
admisibilidad o de fundabilidad de la primera en cada caso concreto.

75. Pretensión y demanda


a) Al circunscribir el análisis científico exclusivamente alrededor del
binomio representado por los conceptos de acción y de demanda, y al
concebir a esta última como el modo de ejercitar la acción en cada caso
particular, un considerable sector de la doctrina se ha visto forzado a
atribuir a la demanda las características y las funciones que corresponden,
en realidad, a la pretensión procesal, la cual, en consecuencia, queda al
margen de la problemática del proceso, o bien, se diluye entre aquellos
dos conceptos(23).
b) Concebida la pretensión, en cambio, como objeto del proceso, ella
adquiere un significado específico que la distingue debidamente tanto de
la acción como de la demanda. Que la acción no debe confundirse con la
pretensión quedó demostrado anteriormente cuando señalamos que la
primera no es otra cosa que el derecho, en cuya virtud la segunda puede
ser llevada a la consideración de un órgano judicial. Y ahora corresponde
destacar que tampoco cabe identificar a la pretensión con la demanda, por
cuanto esta última, lejos de constituir el objeto de proceso, no es más que
un medio de promoverlo(24)o, en otras palabras, un mero acto de iniciación
procesal(25).
Acaso el motivo que principalmente ha impedido percibir la
diferencia existente entre ambos conceptos deriva de la circunstancia de
que, en la gran mayoría de los casos, la pretensión procesal se
encuentra contenida en la demanda. En primer lugar, sin embargo, debe
tenerse en cuenta que ello no es forzoso. Hay casos, en efecto, en los
231 
 
cuales la demanda no cumple otra función que la consistente en
determinar la simple apertura del proceso, debiendo la pretensión
formularse en una oportunidad posterior. Tal es lo que ocurría, por
ejemplo, en el régimen de la justicia de paz de la provincia de Buenos
Aires: el proceso se iniciaba mediante demanda que debe contener la
sucinta mención de su finalidad y la petición de que se cite a la persona
demandada (art. 46, ley 1853(26)), debiendo el juez, si se considera
competente, citar a las partes a una comparecencia en la cual "expondrá
cada una verbalmente sus derechos y pretensiones..." (art. 52 de la ley
citada(27)). Es obvio que, en este supuesto, ni la demanda se halla provista
de suficiente aptitud para delimitar el objeto del proceso, ni la pretensión
produce los efectos de la presentación de la demanda, como, por ejemplo,
el relativo a la interrupción de la prescripción (art. 2546, CCiv.yCom.)(28).
Conviene recordar, en segundo lugar, que aun en aquellos procesos en
los cuales la pretensión procesal se halla contenida en la demanda, es
posible que aquélla, manteniendo los mismos elementos en cuanto a los
sujetos, el objeto y la causa, se complemente o integre mediante un acto
que es posterior a la demanda y que no puede, por lo tanto, identificarse
con ella. Tal es el supuesto contemplado por el art. 365 del Código
Procesal de la Nación, según el cual las partes pueden alegar "hasta cinco
días después de notificada la audiencia prevista en el art. 360 del presente
Código (...) algún hecho que tuviese relación con la cuestión que se
ventila" y que haya ocurrido o llegado a su conocimiento con posterioridad
a la contestación a la demanda o la reconvención. Parece claro que la
alegación de hechos nuevos constituye un complemento de la causa de la
pretensión, pero no de la demanda, que ya ha cumplido, a esa altura del
desarrollo procesal, la función iniciadora a que nos hemos referido.
Es preciso recordar, finalmente, que la demanda puede contener más
de una pretensión. Así ocurre en los casos de acumulación (objetiva o
subjetiva) de pretensiones, en los cuales es siempre una la demanda y
varias las pretensiones.

76. Caracteres de la pretensión


a) Hemos definido la pretensión procesal como el acto en cuya virtud se
reclama, ante un órgano judicial (o eventualmente arbitral) y frente a una
persona distinta, la resolución de un conflicto suscitado entre dicha
persona y el autor de la reclamación.
b) De ese concepto se deduce, en primer lugar, que la pretensión
procesal no constituye un derecho, sino un acto. Es —como dice
Carnelutti(29)— "algo que alguien hace, no que alguien tiene". Y en tanto
232 
 
dicho acto entraña la reclamación de determinada conducta de un órgano
con potestad de decisión, resulta adecuado caracterizarlo como
una declaración de voluntad petitoria(30). En este aspecto media, además,
una diferencia fundamental entre la pretensión procesal y la denominada
pretensión sustancial, pues mientras la primera constituye un acto que
tiene por destinatario a un órgano decisor, la segunda se halla configurada
como una facultad o derecho de exigir el cumplimiento de una prestación
y sólo es susceptible de actuarse contra el sujeto pasivo de la respectiva
relación material(31).
c) Asimismo, la pretensión debe necesariamente interponerse frente a
una persona distinta del autor de la reclamación, pues en la base de
aquélla se encuentra siempre un conflicto que, como tal, enfrenta por lo
menos a dos protagonistas. En esta circunstancia se diferencia la
pretensión de otras peticiones que pueden formularse en el curso del
proceso, y, particularmente, de la petición extracontenciosa que constituye
el objeto de los procesos voluntarios.
d) La configuración jurídica de la pretensión procesal, finalmente, sólo
requiere que ésta contenga una afirmación de derecho o de consecuencia
jurídica derivada de determinada situación de hecho(32), con prescindencia
de que tal afirmación coincida o no con el ordenamiento normativo
vigente(33).

77. Elementos de la pretensión


a) La pretensión procesal se compone, por un lado, de un elemento
subjetivo (sujetos) y de dos elementos objetivos (el objeto y la causa),
e involucra necesariamente, por otro lado, una determinada actividad que
se escinde en tres dimensiones: de lugar, de tiempo y de forma.
b) Toda pretensión consta de tres sujetos: la persona que la formula, la
persona frente a quien se formula y la persona ante quien se formula. Las
dos primeras son, respectivamente, los sujetos activo y pasivo de la
pretensión, e integran el binomio actor-demandado o ejecutante-
ejecutado, según se trate de un proceso de conocimiento o de un proceso
de ejecución; en tanto que la tercera se halla representada por un órgano
que reviste el carácter de destinatario de la pretensión y tiene el deber de
satisfacerla, sea mediante su acogimiento o rechazo.
El sujeto activo debe hallarse forzosamente individualizado. A tal efecto
la ley le impone la carga de expresar su nombre y apellido o, en su caso,
la firma o la razón social bajo la cual actúa, así como su domicilio (art.
330, inc. 1º, CPCCN). También debe ser individualizado el sujeto pasivo

233 
 
de la pretensión (norma citada, inc. 2º), aunque es suficiente que él sea
susceptible de individualización de conformidad con las circunstancias que
el actor exprese a su respecto (herederos de determinada persona,
propietario o poseedor de cierto inmueble, etc.) (art. 343, CPCCN).
En lo que atañe al sujeto destinatario de la pretensión, en cambio,
resulta innecesaria la aportación de todos los datos conducentes a
demostrar la pertinencia de su intervención en el caso concreto, bastando
que, de hecho, la pretensión se formule de acuerdo con las reglas de
competencia vigentes.
c) Denomínase objeto de la pretensión (petitum) al efecto jurídico que
mediante ella se persigue. Generalmente se concibe a este elemento
desde un doble punto de vista: inmediato y mediato. Es objeto inmediato
de la pretensión la clase de pronunciamiento que se reclama (condena,
declaración, ejecución, etc.) y objeto mediato el bien de la vida sobre la
cual debe recaer, concretamente, el pronunciamiento pedido (v.gr., la
suma de dinero o el inmueble a cuya restitución debe condenarse al
demandado; el hecho que éste debe realizar; la relación jurídica
cuya existencia o inexistencia debe aclararse).(34)y (35)
A ambos aspectos del objeto de la pretensión procesal se refiere la ley
cuando exige que en el escrito de demanda se contenga "la petición, en
términos claros y positivos" (art. 330, inc. 6º, CPCCN); en tanto que se
refiere sólo al objeto mediato cuando determina que el actor, en ese mismo
escrito, debe precisar "la cosa demandada designándola con
toda exactitud" (inc. 3º de la norma citada).
La causa, fundamento o título de la pretensión consiste en
la invocación de una concreta situación de hecho a la cual el actor asigna
una determinada consecuencia jurídica. Tal invocación no actúa, en rigor,
como razón justificante de la pretensión, sino que tiene por objeto
particularizarla o delimitarla, suministrando al juez el concreto sector de la
realidad dentro del cual debe juzgar en el caso(36).
La causa de la pretensión, por lo tanto, no debe ser confundida con
los argumentos de hecho expuestos por el actor, ni, mucho menos, con la
norma o normas jurídicas invocadas por éste(37). El juez, en efecto, debe
decidir si se ha operado o no la consecuencia jurídica afirmada por el actor,
pero para ello le es indiferente la designación técnica que aquél haya
asignado a la situación de hecho descripta como fundamento de la
pretensión, desde que es consustancial a la función decisoria la libertad
en la elección de la norma o normas que conceptualizan el caso (iura novit
curia). No es, por lo tanto, la norma la que individualiza la pretensión, sino
los hechos afirmados en la medida de su idoneidad para producir un
determinado efecto jurídico(38). La circunstancia de que una pretensión
por indemnización de daños y perjuicios, v.gr., se haya fundado en las
normas relativas a la culpa aquiliana (art. 1109, CCiv.) no impide que la
sentencia haga lugar a la pretensión con fundamento en el régimen de la

234 
 
responsabilidad contractual (art. 184, CCom.), por cuanto, en tal hipótesis,
la causa de la pretensión se halla representada por el hecho dañoso y no
por el punto de vista jurídico a través del cual el actor lo ha invocado(39).
d) En lo que concierne, finalmente, a la actividad que la pretensión
procesal entraña, las correspondientes dimensiones de lugar, tiempo y
forma coincidirán, necesariamente, con el lugar, el tiempo y la forma del
proceso en que aquélla se haga valer. Así, por consiguiente, la pretensión
tendrá, como lugar, la sede que corresponda al órgano judicial competente
para conocer del proceso respectivo; como tiempo, el del acto que ese
mismo proceso destina al planteamiento del objeto litigioso (generalmente
será el de la demanda); y, como forma, la que la ley asigne al proceso de
que se trate (oral o escrito, ordinario o especial, etc.)(40).

78. Identificación de las pretensiones


a) Denomínase identificación de las pretensiones al procedimiento en
cuya virtud éstas son confrontadas entre sí con el objeto de establecer si
se trata de una misma pretensión o de pretensiones distintas(41).
La importancia práctica de la identificación de las pretensiones se pone
de manifiesto en diversos aspectos del proceso, y particularmente cuando
corresponde decidir acerca de la procedencia de las excepciones
de litispendencia y de cosa juzgada, cuyo objeto consiste en evitar,
respectivamente, la coexistencia de procesos que versen sobre una
misma pretensión y el hecho de que ésta constituya el tema de más de
una decisión judicial. La importancia del procedimiento identificatorio
también resulta perceptible cuando se trata de determinar si la sentencia
ha sido dictada dentro del ámbito delimitado por la pretensión procesal, de
conformidad con el principio "sententia debet esse conformis libello" (v.gr.,
art. 163, inc. 6º, CPCCN), así como cuando es necesario verificar si ha
mediado o no transformación de la pretensión con posterioridad a la
contestación a la demanda y en otras situaciones similares.
b) El procedimiento de confrontación a que nos hemos referido debe
realizarse sobre la base de tres de los elementos de la pretensión
mencionados en el número anterior: los sujetos, el objeto y
la causa, aunque corresponde hacer la salvedad de que, en el terreno de
la identificación, sólo deben tenerse en cuenta los sujetos activo y pasivo
de la pretensión, con exclusión del órgano judicial, que es ajeno a la
relación jurídica sustancial sobre que aquélla versa y, por lo tanto, al
conflicto que se trata de dirimir.

235 
 
Importa destacar, asimismo, que cualquier variante que presente alguno
de los tres elementos mencionados comprueba, como regla, que se trata
de pretensiones diversas, no obstante que la coincidencia que éstas
puedan presentar entre sus restantes elementos determine una
vinculación por conexidad, la que es susceptible de producir ciertos
efectos jurídicos que examinaremos en su oportunidad (particularmente
acumulación de pretensiones y de procesos).
También corresponde recordar que, a diferencia de lo que ocurre en
otros regímenes legales(42), nuestro derecho positivo no impone la
observancia de regla alguna en materia de identificación de las
pretensiones; de allí que, cuando por cualquier motivo no resulte posible
verificar con cabal exactitud la existencia de las tres identidades, los
jueces se hallan facultados para resolver el punto según los principios de
la lógica, pues lo que en definitiva se trata de determinar es, como señala
Alsina(43), si la "controversia" o la "causa" misma está explícita o
implícitamente comprendida en otra. Pero, con todo, la experiencia enseña
que el procedimiento comparativo de los elementos de la pretensión
constituye un valioso instrumento de trabajo.
c) La primera identidad que debe verificarse es la que pudiere existir
entre los sujetos (activo y pasivo) de las respectivas pretensiones (eadem
personae), a cuyo efecto es menester atenerse a la cualidad jurídica en
que aquéllos han intervenido en cada caso, no siendo suficiente, por lo
tanto, que se trate físicamente de las mismas personas. No existe
identidad, por ejemplo, si una misma persona actúa en un proceso a
nombre propio y en otro proceso como representante legal de un hijo
menor, pues es distinta la calidad que ha asumido en uno y otro caso.
Tampoco si en un caso se reclama una cosa invocándose sobre ella un
derecho originario y en otro caso, el carácter de heredero o cesionario del
anterior titular del derecho(44). Asimismo, puede operarse un cambio de las
personas físicas que intervienen en los respectivos procesos sin que tal
circunstancia traiga aparejada una modificación subjetiva de la pretensión,
según ocurre, por ejemplo, si el heredero o el cesionario deducen una
pretensión que se rechazó cuando fue deducida por el causante o el
cedente (arts. 3417 y 3270, CCiv., respectivamente).
Como regla, la identificación subjetiva de las pretensiones debe
establecerse con referencia a las personas que han asumido el carácter
de partes en los respectivos procesos. Excepcionalmente, sin embargo,
los efectos de la sentencia recaída en un proceso pueden alcanzar a quien,
sin haber actuado en él como parte, revistió esa calidad en la situación
jurídica sustancial sobre que versó la correlativa pretensión. En ese orden
de ideas se ha resuelto —con base en el derecho privado anterior a la
entrada en vigencia del Código Civil y Comercial unificado—, v.gr., que
procede la defensa de cosa juzgada opuesta por la entidad demandada
por daños y perjuicios provenientes de un accidente de tránsito, si existe
sentencia firme dictada contra el actor en el juicio seguido por la compañía

236 
 
aseguradora de aquella entidad, que se subrogó en los derechos y
acciones de esta última con mención expresa de los arts. 525 del Código
de Comercio, y 767, 768, 901-904, 1109 y 1113 del Código Civil(45). La
misma situación se produce en el caso de las obligaciones solidarias, en
el cual los codeudores que no fueron parte en el juicio pueden invocar la
cosa juzgada contra el coacreedor que revistió dicha calidad (art. 715, ap.
2º, CCiv.)(46), así como en el supuesto contemplado por el art. 3332 del
mismo código, en cuya virtud quien "a instancia del que tenga
algún interés en la sucesión como legatario o acreedor, haya sido
declarado heredero, será tenido como tal para los demás acreedores o
legatarios sin necesidad de nuevo juicio".
d) A los efectos de la adecuada identificación de las pretensiones desde
el punto de vista del objeto, es necesario atender en conjunto los dos
aspectos que dicho elemento presenta, o sea, el objeto inmediato y el
mediato(47). No basta, pues, para que exista identidad, que dos o más
pretensiones versen sobre un mismo bien de la vida, por cuanto ésta es
susceptible de ser tutelado mediante pronunciamientos judiciales de
distinta índole; de allí que, v.gr., el rechazo de una pretensión ejecutiva
referente a una determinada suma de dinero no impida el planteamiento
de una posterior pretensión de conocimiento que tenga por objeto mediato
la misma suma, pues ambas clases de pretensiones difieren tanto en sus
presupuestos como en el contenido y en el alcance de las sentencias a
que pueden dar lugar. Habría, en cambio, identidad de pretensiones si, por
ejemplo, rechazada una pretensión declarativa sobre la base de
la inexistencia del derecho material reclamado, se formulase
posteriormente una pretensión de condena referente al mismo objeto
mediato, pues la sentencia de condena debe fundarse, necesariamente,
en la existencia de ese derecho.
El problema concerniente a la identidad del objeto mediato ha sido
estudiado, particularmente, con relación a los casos en que el bien
controvertido en un proceso se encuentra en relación de más o de menos
respecto del que ha sido cuestionado en un proceso anterior.
En el derecho romano existían, sobre el punto, dos reglas
fundamentales que dieron motivo a amplias digresiones, especialmente
por parte de los civilistas franceses. Una de esas reglas se encontraba
concebida en el sentido de que, hallándose las partes contenidas en el
todo (est pars in toto), quien había reclamado en un primer proceso la
totalidad de la cosa no podía, en otro proceso, pedir una parte de ella. La
segunda regla establecía que, en razón de que la parte no contiene a la
totalidad (non est in parte totum), el rechazo de la pretensión referente a
una parte no obstaba a la posterior reclamación de la totalidad.
No obstante la aparente corrección lógica de tales reglas, la doctrina
moderna ha demostrado que su aplicación mecánica no es en modo
alguno admisible. Así, por ejemplo, la primera regla no resulta aplicable
cuando el bien menor es, por su naturaleza, susceptible de
237 
 
concebirse autónomamente con respecto al bien mayor (rechazada, v.gr.,
la prescripción total de un fundo, puede demandarse, posteriormente, por
prescripción legítima de una fracción). Asimismo, la segunda regla
es inaplicable cuando, en el primer proceso, ha mediado
pronunciamiento expreso acerca de la totalidad de la cosa (si, v.gr., una
pretensión por cobro de la cuota de un capital ha sido rechazada en un
primer proceso, cabría, como principio, una nueva pretensión tendiente al
cobro de las cuotas restantes; pero esta última posibilidad quedaría
descartada si en el primer proceso hubiese recaído pronunciamiento
declarando la nulidad del respectivo título de obligación)(48).
e) Con respecto a la causa, finalmente, de lo expuesto supra, nro. 77, c)
se sigue, con evidencia, que el simple cambio de argumentación jurídica
en que se fundó una pretensión excluye la procedencia de una pretensión
posterior que se sustente en las mismas circunstancias de hecho; de modo
que, por ejemplo, rechazada una pretensión de daños fundada en el
menoscabo de derechos individuales stricto sensu, no cabría intentar una
nueva pretensión sosteniéndose que los mismos hechos atacan
derechos individuales homogéneos.(49). La causa de la pretensión
tampoco varía por el hecho de que, en el nuevo proceso, se hagan valer
nuevos medios de prueba(50). Existe, en cambio, una pretensión distinta
cuando ella se funda en una causa sobreviniente al primer proceso(51).
En lo que atañe a las pretensiones de impugnación de los actos jurídicos
es menester, a nuestro juicio, atenerse a todos los vicios que coexistan al
tiempo de formularse la pretensión, se refieran ellos al consentimiento, a
la capacidad o a la forma. No cabe, pues, la invocación sucesiva de los
vicios referentes a cada uno de esos elementos, ni mucho menos
considerar que cada motivo de impugnación constituye una causa distinta.
Por más que los vicios del consentimiento
puedan existir independientemente de los de capacidad o de las
formas(52)no se comprende por qué han de hallarse excluidos de la cosa
juzgada aquellos vicios que, pudiendo haber sido objeto de debate, no lo
fueron (tantum indicatum, quantum disputatum vel quantum disputari
debebat).

III. REQUISITOS DE LA PRETENSIÓN

238 
 
79. Concepto
a) A fin de que la pretensión procesal satisfaga el objetivo tenido en mira
por quien la deduce, el cual no puede ser otro que el pronunciamiento de
una sentencia favorable al derecho invocado, aquélla debe reunir dos
clases de requisitos: de admisibilidad y de fundabilidad.
b) La pretensión es admisible cuando posibilita la averiguación de su
contenido y, por lo tanto, la emisión de un pronunciamiento sobre el fondo
del asunto sometido a la decisión del órgano judicial(53). Es, en cambio,
fundada, cuando en razón de su contenido resulta apropiada para obtener
una decisión favorable a quien la ha interpuesto(54).
c) De lo dicho se sigue que el examen de los requisitos de admisibilidad
debe ser necesariamente previo al examen de la fundabilidad y que un
pronunciamiento negativo sobre la existencia de los primeros excluye, sin
más, la necesidad de dictar una sentencia relativa al mérito de la
pretensión.
d) Los requisitos de admisibilidad pueden dividirse en extrínsecos
e intrínsecos, de acuerdo, respectivamente, con la menor o mayor relación
que guardan con el contenido de la pretensión procesal(55). Los
requisitos extrínsecos, a su vez, pueden ser procesales y fiscales, según
que respondan a exigencias técnicas del proceso o a
razones exclusivamente tributarias.
e) Interesa destacar, finalmente, que mientras los requisitos de
admisibilidad se hallan regidos por normas procesales (sean formales o
materiales), la fundabilidad de la pretensión debe juzgarse mediante las
normas del llamado derecho material, aunque, como lo hemos destacado
oportunamente (supra, nro. 5), no cabe descartar la incidencia que tienen
las normas procesales dentro de ese ámbito.

80. Requisitos extrínsecos de admisibilidad


Esta categoría de requisitos son, como se dijo en el número anterior, de
dos clases: procesales y fiscales. Serán objeto de análisis a continuación.

A) Procesales

239 
 
a) Los requisitos procesales conciernen, por un lado, a los sujetos, al
objeto y a la causa de la pretensión; o a esos tres elementos
conjuntamente. Coinciden con los tradicionalmente
denominados presupuestos procesales(56)y se hallan sustancialmente
contemplados por las leyes en la forma negativa de irregularidades que
pueden dar lugar a la deducción de excepciones dilatorias (v.gr., art.
347, CPCCN)(57). Por otro lado, tales requisitos se relacionan con la
actividad que la pretensión involucra, en sus tres dimensiones de lugar,
tiempo y forma.
b) En lo que respecta a los sujetos, el órgano ante quien se deduce la
pretensión debe hallarse provisto de competencia para satisfacerla.
Acerca del modo de determinar la existencia o la inexistencia de este
requisito, corresponde distinguir entre la competencia por razón de la
materia, el valor o el grado, por una parte, y la competencia territorial, por
otra, pues, mientras en el primer supuesto los jueces se hallan habilitados
para declararse incompetentes de oficio, en el segundo caso
la incompetencia sólo puede ser declarada si el demandado articula la
correspondiente excepción (v.gr., arts. 1º, 2º y 337, CPCCN). Ello, sin
perjuicio del derecho que incumbe al demandado para valerse de
cada excepción a fin de poner de manifiesto cualquier otra clase
de incompetencia, en el supuesto de que el juez hubiese omitido declararla
de oficio.
Por lo que toca a los sujetos activo y pasivo de la pretensión, pertenece
a la categoría de requisitos ahora examinados su capacidad para ser parte
(aptitud para ser titular de derechos y deberes procesales) y su capacidad
procesal (aptitud para realizar personalmente, o por medio de un
mandatario convencional, actos procesales válidos). En el supuesto de
que el actor o el demandado actúen por medio de un representante, legal
o convencional, también figura entre aquellos requisitos la presentación de
los documentos que justifiquen la personería, así como la validez y la
suficiencia de tales documentos.
Los defectos que mediaren respecto de tales requisitos de capacidad o
de representación autorizan, tanto al actor como al demandado, para
oponer la excepción dilatoria de "falta de personería" (v.gr., art. 347, inc.
2º, CPCCN), si bien el juez hállase facultado para hacerlos valer ex officio.
En el mismo grupo que estamos analizando deben incluirse ciertos
requisitos cuyo cumplimiento es indispensable para que se dé curso a
pretensiones interpuestas frente a determinadas personas. Nos referimos
a la reclamación administrativa previa en el supuesto de demandarse al
Estado nacional (art. 30, ley 19.549) y a la necesidad de obtener la
conformidad del respectivo gobierno cuando se entabla una pretensión
frente a un Estado, embajador o ministro plenipotenciario extranjero (art.
24, inc. 1º, dec.-ley 1285/1958). En la hipótesis de que, por inadvertencia
o error, no haya mediado declaración judicial desestimatoria de la
pretensión por no haberse cumplido los mencionados requisitos, incumbe
240 
 
al sujeto pasivo la carga de articular la excepción de "falta de personería",
pues lo que en tal caso se halla en juego es la capacidad de aquél para
ser parte en el respectivo proceso(58).
Finalmente, puede también constituir un requisito procesal de
admisibilidad de la pretensión, con referencia al sujeto activo, el "arraigo
por las responsabilidades inherentes a la demanda", en el supuesto de que
aquél no tenga domicilio o bienes inmuebles en la República (v.gr., art.
348, CPCCN). La ausencia de este requisito, sin embargo, sólo puede
hacerse valer mediante la correspondiente excepción dilatoria.
c) En cuando al objeto de la pretensión, corresponde incluir dentro de la
categoría de requisitos ahora examinada, en primer lugar, el de que aquél
resulte idóneo con relación al tipo de proceso en el cual la pretensión se
ha interpuesto (sería inadmisible, p. ej., la pretensión de divorcio que
se intentare entablar en un proceso de alimentos o en cualquier otro de
naturaleza sumaria(59); la pretensión reconvencional interpuesta en un
proceso sumarísimo; etc.(60)).
En el mismo grupo corresponde encuadrar las exigencias de la ley en
el sentido de que el actor designe "con toda exactitud" la "cosa
demandada" y formule "la petición en términos claros y positivos"
(v.gr., art. 330, incs. 3º y 6º, CPCCN).
En uno y otro caso, las deficiencias correspondientes pueden
determinar la inadmisión de la pretensión ad limine, por decisión dictada
de oficio (v.gr., art. 337, CPCCN) sin perjuicio de que se llegue a análogo
resultado por vía de una excepción de defecto legal (v.gr., art. 347, inc.
5º, CPCCN).
Al objeto de la pretensión también conciernen, finalmente, ciertos
requisitos extrínsecos previstos por las leyes de fondo, cuya falta impide
entrar en el examen de fundabilidad. Tales, la previa excusión de todos los
bienes del deudor (CCiv. y Com., art. 1583 —antes, art. 2012, CCiv.—); la
terminación de la instancia posesoria para poder deducir la pretensión
petitoria (CCiv. y Com., art. 2271 —antes, art. 2484, CCiv.—); la
necesidad de haber satisfecho las condenaciones pronunciadas en el
posesorio para que el vencido en él pueda comenzar el juicio petitorio
(CCiv. y Com., art. 2272 —antes, art. 2486, CCiv.—); etcétera,
cuya ausencia debe hacerse valer mediante excepciones de previo y
especial pronunciamiento (CPN, art. 347, inc. 8º).
La falta de tales requisitos sólo puede determinar el rechazo de la
pretensión en el supuesto de que el demandado denuncie dicha falta
mediante la interposición de la correspondiente defensa. Durante la
vigencia del régimen procesal anterior a la promulgación de la ley
17.454 tales defensas únicamente podían oponerse en oportunidad de la
contestación a la demanda y resolverse en la sentencia definitiva, por
cuanto no se hallaban incluidas dentro de la enumeración de
las excepciones de previo y especial pronunciamiento. Se trataba, sin
241 
 
duda, de un régimen inadecuado, pues la falta de alguno de los requisitos
a que nos referimos, en tanto obsta al pronunciamiento de una sentencia
de mérito, torna inútil la prosecución del proceso a través de todas sus
etapas(61). Haciéndose cargo de esa circunstancia, el Código Procesal de
la Nación incluye, entre las excepciones previas —y aún refiriéndose a las
normas del Código de Vélez—, "las defensas temporarias que se
consagran en las leyes generales, tales como el beneficio
de inventario(62)o el de excusión, o las previstas en los arts.
2486 y 3357 del Código Civil"(63).
d) En lo que atañe a la causa, constituye requisito extrínseco de
admisibilidad de la pretensión el de que ella se fundamente mediante una
prolija relación de los antecedentes fácticos a los que el actor atribuye el
efecto jurídico que persigue (doctrina de la sustanciación)(64). A tal requisito
se refiere la ley cuando prescribe que la demanda debe enunciar "los
hechos en que se funde, explicados claramente" (v.gr., art. 330, inc.
4º, CPCCN). El defecto de fundamentación puede provocar la inadmisión
de la pretensión, sea por resolución dictada de oficio (v.gr., art.
337, CPCCN) o por resolución que declare procedente la excepción de
defecto legal en el modo de proponer la demanda (v.gr., art. 347, inc.
5º, CPCCN).
e) Finalmente, concierne, junto con los sujetos, el objeto y la causa de
la pretensión, el requisito consistente en la inexistencia de otra
pretensión interpuesta anteriormente, ante el mismo u otro órgano judicial,
en la cual dichos elementos sean los mismos. Pero la declaración
de inadmisibilidad de la pretensión, por este motivo, sólo corresponde en
el supuesto de que el demandado oponga la excepción de litispendencia
(v.gr., art. 347, inc. 4º, CPCCN).
Procede, en cambio, la excepción de cosa juzgada, en el supuesto de
que haya recaído recisión definitiva sobre la pretensión anteriormente
planteada. Diversamente de lo que ocurría con la excepción de
litispendencia, el ordenamiento procesal vigente en el orden nacional, con
anterioridad a la promulgación de la ley 17.454, no autorizaba el
planteamiento de la excepción de cosa juzgada como de previo y especial
pronunciamiento. Distinto es el criterio seguido por dicha ley que
además incluye, junto con aquélla, las excepciones de transacción,
conciliación y desistimiento del derecho (art. 347, incs. 6º y 7º).
f) Los requisitos vinculados a la actividad que la pretensión entraña
deben ser analizados en las tres dimensiones de lugar, tiempo y forma en
que dicha actividad se exterioriza.
El lugar de la pretensión debe coincidir con la sede correspondiente al
juez o tribunal que el sujeto activo considere competente para conocer de
ella.
El tiempo en que la pretensión debe ser deducida tiene limitaciones
genéricas y específicas. A las primeras se refieren las normas procesales
242 
 
que determinan cuáles son los días y horas hábiles para cumplir actos
procesales válidos (v.gr., arts. 152, CPCCN; 2º, RJN; etc.). Las
limitaciones específicas se hallan establecidas en aquellas normas
que excluyen la admisibilidad de ciertas pretensiones cuando éstas son
planteadas antes o después de transcurrido determinado plazo. Un
ejemplo de la primera situación está dado, v.gr., por el art. 2289CCiv. y
Com. —antes, art. 3357CCiv.—, que impide deducir contra el heredero
pretensión alguna tendiente a que acepte o renunciar la herencia hasta
pasados nueve días de la muerte del causante, y al segundo se refiere,
por ejemplo, el art. 621 CPN en tanto dispone que los interdictos de
retener, de recobrar y de obra nueva no podrán promoverse después de
transcurrido un año de producidos los hechos en que se fundaren.
Hacen, finalmente, a la forma de la pretensión, el modo en que ella
debe expresarse (escrito, en nuestro derecho); el idioma a utilizar en su
formulación; el conjunto de requisitos que corresponde observar en la
redacción del escrito en el cual se la deduce (v.gr., utilización de tinta
negra, encabezamiento, indicación, por los abogados y procuradores, del
tomo y folio o del número de la matrícula de su inscripción, etc.); la
agregación de las copias de la demanda y de los documentos con ella
agregados; la firma de letrado; etcétera.
Interesa destacar, asimismo, que incumbe como regla al órgano judicial
la función de vigilar la concurrencia de los requisitos atinentes a la
actividad de la pretensión, hallándose aquél facultado para disponer,
según sea el caso, el rechazo ad limine o la concesión de un plazo para
obviar el defecto. Ello, sin perjuicio de que el demandado haga valer la
falta de tales requisitos por vía de impugnación de la providencia que da
curso a la respectiva demanda.

B) Fiscales
Este tipo de requisitos se circunscribe al pago del impuesto con que las
leyes tributarias gravan las actuaciones judiciales, el cual comprende el
sellado de actuación y el impuesto de justicia(65).
En virtud de no responder su cumplimiento a exigencias técnicas del
proceso, pueden o no constituir, de conformidad con el criterio tributario
ocasionalmente adoptado, un requisito de admisibilidad de la pretensión
en sentido estricto. Reviste tal carácter cuando, como ocurría durante la
vigencia del decreto 7322/1965 y ocurre de acuerdo con algunos
ordenamientos provinciales, se impide dar curso a la pretensión hasta
tanto se efectúe el pago del respectivo gravamen o se afiance la multa y
el impuesto correspondiente. Las leyes fiscales, asimismo, prevén
243 
 
determinadas exenciones al pago de tales gravámenes, las cuales
atienden a los sujetos de la pretensión (Nación, provincias,
municipalidades; bancos oficiales; asociaciones y entidades civiles de
asistencia social; personas que actúen con carta de pobreza, etc.), o al
objeto o naturaleza de aquélla (peticiones al Poder Judicial fundadas en el
ejercicio de un derecho político; defensa en juicio criminal, etc.).

81. Requisitos intrínsecos de admisibilidad


Este grupo de requisitos se vincula a los sujetos (activo y pasivo) y al
objeto de la pretensión procesal.
a) Con relación a los sujetos, pertenece en primer lugar a esta categoría
de requisitos una aptitud de aquellos que se encuentra referida a la materia
sobre que versa la pretensión procesal en cada caso particular y que, por
lo tanto, resulta claramente diferenciable de la capacidad para ser parte y
de la capacidad procesal que hemos mencionado al ocuparnos de los
requisitos extrínsecos de admisibilidad, pues éstas constituyen aptitudes
jurídicas que habilitan para intervenir en un número indeterminado de
proceso, con prescindencia de las concretas relaciones o estados jurídicos
que en ellos se controvierten.
Para que el juez se encuentre en condiciones de examinar la pretensión
procesal en cuanto al fondo, no es suficiente, en efecto, la concurrencia de
aquellas aptitudes genéricas. Es preciso, además, que quienes de
hecho intervienen en el proceso como partes (actora o demandada) sean
quienes deban figurar en ese proceso concreto asumiendo tal calidad.
Estas últimas son las "justas partes" o las "partes legítimas"(66), y la aptitud
jurídica que permite caracterizarlas mediante esos términos se
denomina legitimación para obrar o legitimación procesal(67).
Cabe, pues, definir a la legitimación para obrar o procesal como aquel
requisito en cuya virtud debe mediar una coincidencia entre las personas
que efectivamente actúan en el proceso y las personas a las cuales la ley
habilita especialmente para pretender (legitimación activa) y para
contradecir (legitimación pasiva) respecto de la materia sobre la cual el
proceso versa(68).
De la definición precedente se infiere, en primer lugar, que la
legitimación es un requisito que afecta tanto al actor como al demandado.
La pretensión, en efecto, debe ser deducida por y frente a una persona
procesalmente legitimada(69), lo cual no obsta, desde luego, a que el sujeto
pasivo que carezca de tal atributo sea citado al proceso y asuma en él
calidad de parte demandada, circunstancia que le permitirá,

244 
 
eventualmente, hacer valer su propia falta de legitimación(70)y, por
consiguiente, la inadmisibilidad de la pretensión frente a él deducida.
En segundo lugar, el concepto enunciado pone de manifiesto los
distintos ámbitos en que se mueven los requisitos de capacidad y de
legitimación, demostrando que, así como un sujeto puede gozar de
capacidad procesal y carecer de legitimación, puede también hallarse
legitimado y no ser procesalmente capaz(71).
La pauta, a la cual es menester atenerse, como principio, a fin de
determinar en cada caso la existencia de legitimación procesal, está dada
por la titularidad, activa o pasiva, de la relación jurídica sustancial
controvertida en el proceso(72); de allí que, en este supuesto, la justificación
de la legitimación procesal se halle absorbida por la prueba de
la existencia de la relación jurídica: si A, por ejemplo, demuestra haber
dado a B en locación un inmueble de su propiedad, también prueba, al
mismo tiempo, que se halla legitimado para deducir la pretensión de
desalojo frente a B y que éste, como locatario, reviste legitimación como
sujeto pasivo(73).
El ordenamiento jurídico, sin embargo, contempla diversos casos
de legitimación anómala o extraordinaria, a los cuales caracteriza el hecho
de que resultan habilitadas para intervenir en el proceso, como partes
legítimas, personas ajenas a la relación jurídica sustancial que en aquél
se controvierte. En tales hipótesis, que se agrupan bajo el nombre
de sustitución procesal(74), se opera una verdadera disociación entre los
sujetos legitimados para obrar y los sujetos titulares de la respectiva
relación sustancial, circunstancia que determina una variante de
importancia en el ámbito probatorio, por cuanto el sustituto debe probar no
sólo la existencia de la relación sustancial de la que fue partícipe el
sustituido, sino también las circunstancias de las cuales emerge su
legitimación. Tal el caso de la acción subrogatoria a que se refieren los
arts. 739 a 742 del CCiv. y Com., según la cual el actor debe acreditar,
además de la titularidad del crédito reclamado por parte de su deudor, su
condición de acreedor de este último(75).
Existen casos, asimismo, en los cuales la legitimación, sea activa o
pasiva, se halla atribuida a una pluralidad de personas. Desde el punto de
vista de su regulación legal, todos esos casos pueden agruparse en dos
categorías que se diferencian tomando como pauta directriz el hecho de
que el juez se halle o no habilitado para dictar sentencia sobre el fondo del
asunto cuando no han intervenido o no han sido citados al proceso todos
los sujetos legitimados. En la primera categoría se ubica, por ejemplo, el
supuesto de las obligaciones indivisibles o solidarias, en el que si bien
todos los acreedores y todos los deudores están, respectivamente, activa
y pasivamente legitimados (CCiv. y Com., arts. 833 y 844), el juez
puede examinar la pretensión en cuanto al fondo aunque ésta haya sido
deducida por uno solo de los acreedores y frente a uno solo de los
deudores. En cambio el juez no puede proceder así, v.gr., en la hipótesis
245 
 
del art. 582 del CCiv. y Com., según el cual la pretensión de filiación
matrimonial debe ser intentada contra el padre y la madre conjuntamente
y por fallecimiento de éstos, contra sus herederos (litisconsorcio
necesario). La característica de este supuesto reside en la circunstancia
de que, en razón de tratarse de una única pretensión(76), ella no puede ser
válidamente juzgada si no ha sido propuesta por todos o frente a todos los
sujetos interesados en la relación jurídica litigiosa (litisconsorcio
necesario)(77).
Consideración aparte(78)merece el tema referente a la protección judicial
de los denominados derechos o intereses supraindividuales, colectivos o
difusos derivados, particularmente, de los elementos contaminadores del
medio ambiente, de la amenaza o perturbación del patrimonio natural y
cultural, o de la circulación de productos defectuosamente elaborados
cuya existencia en la actualidad se hallan consagrados, según se
vio supra, nro. 5, B) por los arts. 41 a 43 de la Constitución Nacional(79).
Tales derechos imponen necesariamente un ensanchamiento de la
legitimación procesal acorde con la titularidad plural, masiva o indistinta de
los bienes o los valores protegidos.
Desde el punto de vista subjetivo, en efecto, esos derechos o intereses
no pertenecen a una persona determinada ni a un grupo nítidamente
delimitado de personas como ocurre en las situaciones clásicas del
condominio o de la pluralidad de acreedores de una misma obligación, sino
a un grupo indeterminado, o prácticamente de imposible o difícil
determinación, cuyos integrantes tampoco se hallan vinculados por una
concreta relación jurídica, como pueden ser, v.gr., los propietarios
ribereños de un curso de agua contaminado o los habitantes de un barrio
afectado por polución(80).
Objetivamente, los derechos o los intereses de que se trata se refieren,
asimismo, a un bien indivisible, en cuanto no cabe su división en cuotas o
fracciones adjudicables a cada uno de los interesados.
De lo dicho se deriva que la legitimación procesal, en el marco de los
derechos analizados, trasciende el concepto de derecho subjetivo(81)y de
la consiguiente titularidad de una relación jurídica, para emplazarse en
cualquiera de las personas mencionadas en el art. 43 de la Constitución
Nacional, es decir, en el afectado, el defensor del pueblo y las
asociaciones no gubernamentales constituidas para la defensa de los
referidos derechos.
Por afectado o afectados debe entenderse a todo aquel que ha sufrido
o puede sufrir las consecuencias de los actos o las omisiones que lo
perjudican(82), o sea, a aquellas personas que se hallan en condiciones de
acreditar una vinculación directa con el bien o el valor afectado a raíz de
esos actos.

246 
 
El defensor del pueblo tiene legitimación procesal en la medida en que
actúa en ejercicio de funciones que le otorga el art. 86 de la Constitución
Nacional, aunque, pese a la terminología del art. 43 de aquélla, no es un
legitimado en sentido estricto, sino un representante legal de los
afectados. Lo mismo cabe decir de las asociaciones que propenden a la
defensa de los derechos de incidencia colectiva.
Al respecto, resulta pertinente evocar lo resuelto por la C. Nac. Civ. y
Com. Fed., sala 1ª (16/3/2000), en la causa "Defensoría del Pueblo de la
Ciudad de Buenos Aires v. Edesur"(83).
I. El caso
1. Con motivo del catastrófico corte de energía iniciado el 15/2/1999
que, como es notorio, sumió durante varios días en la oscuridad a
un inmenso sector de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, el
defensor del Pueblo de ese distrito dedujo, contra Edesur SA, una
pretensión de responsabilidad y resarcitoria de los daños sufridos por los
afectados (tanto usuarios como terceros, entre los que se incluyó) a causa
de la falta de provisión eléctrica imputable a la empresa demandada.
2. Recurrida por ambas partes la sentencia de primera instancia que
declaró la responsabilidad de la mencionada empresa y la condenó a
pagar a la Defensoría del Pueblo los daños cuyos montos se determinarían
en la etapa de liquidación, la sala 1ª, C. Nac. Civ. y Com. Fed., confirmó el
pronunciamiento en cuanto acogió la demanda promovida por la
Defensoría "por su propio derecho" y la revocó en cuanto desestimó la
legitimación invocada por el referido organismo, dejando a salvo el
derecho de los usuarios para que, ante los tribunales competentes y por la
vía que estimen adecuada, promuevan las pretensiones resarcitorias a las
que se consideren con derecho.
3. El presente comentario omitirá el examen de los impecables
fundamentos que sustentaron el fallo de la alzada para declarar la
responsabilidad objetiva de Edesur SA, y se ceñirá, por lo tanto, a analizar
los aspectos concernientes al tipo de derechos vulnerados en el caso y a
la legitimación invocada por el defensor del Pueblo de la Ciudad de
Buenos Aires.
II. Los llamados intereses difusos y las categorías subjetivas
tradicionales
1. Con anterioridad a la reforma constitucional de 1994, la precisa
conceptualización de los denominados derechos o intereses difusos
tropezaba, en el marco de la legitimación procesal de sus presuntos
portadores y, por consiguiente, en el de su eventual protección en sede
judicial, con la clásica diferenciación postulada por la mayor parte de la
doctrina administrativista entre los derechos subjetivos, los intereses
legítimos y los intereses simples.

247 
 
Concebidos en efecto los intereses o derechos difusos como aquellos
que, subjetivamente, no pertenecen a una persona en particular ni a un
grupo nítidamente determinado de personas, sino a un
grupo indeterminado o de dificultosa o imposible determinación,
cuyos integrantes tampoco se hallan vinculados por una concreta relación
jurídica y, objetivamente, versan sobre un bien indivisible y no
fraccionable, por ende, en cuotas adjudicables a cada uno de sus titulares
(Barbosa Moreira, "A legitimação...", cit., p. 183), la doctrina, en general,
no pudo eludir su emplazamiento en alguna o algunas de las citadas
categorías.
En ese rumbo se los ubicó, conforme a las circunstancias del
caso aunque también con ciertas variantes y reservas, como coincidentes
con los intereses simples o como una situación intermedia entre
los intereses simples y los intereses legítimos (Grecco, "Ensayo preliminar
sobre los denominados intereses 'difusos' o colectivos y su protección
judicial", LL 1984-B-865); se los asimiló en todo caso a los intereses
simples (Marienhoff, "Delfines o toninas y acción popular", ED 105-244-4;
Mairal, "Sobre legitimación y ecología", LL 1984-B-779) y, dentro de una
concepción amplia, estimada compatible con el régimen constitucional
argentino, se propuso su encuadramiento en el ámbito de los derechos
subjetivos (Mairal, "Sobre legitimación...", p. 779).
2. Tales criterios se relacionaron, naturalmente, con la medida de la
legitimación para cuestionar el acto u omisión de que se tratara, pues de
acuerdo con el primero sólo hubiese sido admisible, en el mejor de los
casos, un reclamo en sede administrativa (Linares, Derecho
administrativo, Buenos Aires, 1986, p. 358, con referencia al interés
legítimo); de adoptarse el segundo se habría descartado, frente a
la inexistencia de una acción popular, toda posibilidad de protección (tanto
judicial como administrativa) (Marienhoff, op. cit. en la nota 3), y conforme
al tercero la legitimación debería haberse admitido siempre que, desde
luego, se demostrara, así fuese prima facie, la ilegitimidad de la conducta
denunciada y el perjuicio sufrido por los accionantes (Mairal, op. cit. en la
nota 4, donde señala que "la noción de derecho subjetivo que se propone
amplía su cobertura pero no lo identifica con el interés legítimo. Las
situaciones que encuadran en este último concepto serán,
fundamentalmente, de dos tipos: la de quienes alegan un perjuicio remoto,
en comparación con el de otros afectados y la de quienes sólo cuestionan
la oportunidad del acto administrativo pero no su legitimidad". En contra
de tal diferenciación se pronuncian en cambio Morello y Vallefin, quienes
adoptan una postura amplia en orden a la tutela judicial de los intereses
difusos, El amparo, La Plata, 1992, ps. 204-207).
3. Apenas resta añadir, para completar este aspecto del tema analizado,
que a diferencia de lo ocurra con los intereses legítimos, que sólo pueden
hacerse valer en sede administrativa (es la regla en el orden nacional; ver,
sin embargo, Linares, op. cit. en la nota 5, p. 544), la eventual legitimación

248 
 
pasiva frente a la invocación de intereses difusos puede pertenecer no
sólo al Estado o a quienes, como los concesionarios de servicios públicos
(caso de Edesur), actúan por delegación de aquél, sino también a
particulares. Sería por ejemplo el caso de una planta industrial que,
merced al arrojo de residuos nocivos, contamina un curso de agua y tal
proceder afecta a los propietarios ribereños.
III. Los intereses difusos como derechos subjetivos
1. Las dificultades doctrinarias reseñadas en el parágrafo precedente
han sido superadas por la reforma constitucional de 1994, que
al incorporar, como capítulo segundo de la primera parte del texto primitivo
la enunciación de "nuevos derechos y garantías", incluyó, entre otros de
índole semejante, los derechos de "los consumidores y usuarios de bienes
y servicios" y el correlativo deber de las autoridades en el sentido de
proveer "a la protección de esos derechos" y al control "de la calidad y
eficiencia de los servicios públicos" (art. 42, párrafo segundo).
Resulta de tal suerte evidente que los denominados intereses difusos o
supraindividuales fueron elevados, en esa esfera, lo mismo que en la
relativa a la preservación del ambiente y en otras análogas, a la categoría
de verdaderos derechos subjetivos, por cuanto el cumplimiento del deber
jurídico impuesto al Estado o prestadores, por concesión, de servicios
públicos en orden a mantener su calidad y eficiencia es
jurídicamente exigible por parte de los usuarios y su transgresión, por
consiguiente, genera la facultad de promover el amparo judicial a través
de las vías procesales pertinentes.
2. Si bien, por otra parte, la deficiente prestación del servicio eléctrico
compromete los intereses individuales de cada uno de los usuarios en
tanto éstos, aunque en calidad de "clientes cautivos" por adhesión a
cláusulas predispuestas, se hallan contractualmente vinculados con la
empresa concesionaria, esa circunstancia en modo alguno entraña óbice
a la configuración de un genuino derecho difuso que todos aquellos
comparten, como grupo indeterminado, y frente a dicha empresa, en lo
que atañe al deber jurídico que pesa sobre ésta en cuanto al
mantenimiento de la calidad y la eficiencia de la prestación.
En otras palabras, el derecho particular de cada usuario coexiste con el
derecho supraindividual de todos ellos en conjunto, tanto más si se tiene
presente que, conforme a difundida doctrina administrativa, constituyen
caracteres esenciales de todo servicio público la continuidad, la
regularidad, la uniformidad, la generalidad y la obligatoriedad (ver, por
todos, Marienhoff, Tratado..., cit., t. II, ps. 62 y ss.), en todos los cuales
subyace, primordialmente, un signo axiológico de cooperación y
solidaridad, es decir, de valores jurídicos que conciernen a "la coexistencia
en cuanto suerte común" (ver, sobre este tema, Cossio, La teoría...,
cit., ps. 587 y ss.).

249 
 
No se requiere entonces un mayor análisis para concluir que, frente al
prestador de un servicio público, el indeterminado núcleo humano al que
éste se halla destinado configura un incuestionable derecho de "incidencia
colectiva" en los términos del art. 43, CN.
3. No cabe por ello compartir el argumento expuesto por el Tribunal de
Alzada conforme al cual "la situación que se genera a partir de los hechos
que causan daños estrictamente patrimoniales e individuales a
una inmensa cantidad de personas es diferente a la que contempló el art.
43, CN" (consid. 16), pues el "apagón" de febrero de 1999 no sólo afectó
a más de ciento cincuenta mil abonados de Edesur en cuanto los privó,
durante varios días, de luz, provisión de agua, utilización de ascensores y
demás artefactos sólo accionables eléctricamente, sino también a
eventuales terceros que pudieron experimentar —
y seguramente experimentaron— graves perjuicios derivados de
la ausencia de semáforos encendidos (de acuerdo con la relación de
antecedentes contenida en la sentencia de primera instancia el corte de
energía afectó a más de doscientos setenta semáforos. En el mismo
pronunciamiento se señaló, a modo de ejemplo, que la propia Defensoría
no pudo desarrollar sus actividades durante 48 horas, y que el edificio del
Congreso Nacional debió ser evacuado y no pudo funcionar durante varios
días) y de alumbrado en numerosas calles y avenidas de la ciudad.
La Cámara, en suma, no necesitó acudir a la norma del art. 137 de la
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires para fundar la legitimación del
defensor del Pueblo. Un tema es, en efecto, el relativo a la declaración de
responsabilidad de la empresa demandada, que pudo ser requerida
mediante demanda deducida por cualquier afectado por el siniestro (con
prescindencia de su calidad de usuario, siempre que acredite un interés
"personal y directo" con el siniestro de que se trata, pero no su sola
condición de habitante de la Ciudad de Buenos Aires —cfr. Bustamante
Alsina, Derecho ambiental, Buenos Aires, 1995, ps. 86 y ss.—, aunque en
el caso que motivó el pronunciamiento del fallo comentado cualquier
argentino, habitante o no de dicha Ciudad, no pudo experimentar más que
vergüenza frente al espectáculo de tierra arrasada que exhibió
una extensa zona de Buenos Aires durante el "apagón"), el defensor del
Pueblo o alguna asociación registrada (art. 43, párrafo segundo, CN), y
otro, nítidamente diverso, el referente a la cuantificación de los daños, que
sólo es susceptible, como es obvio, de reclamos individuales (no se
alcanza por otra parte a comprender el verdadero alcance de los
"intereses individuales", cuya protección encomienda a la Defensoría del
Pueblo el art. 137 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires).
IV. La calidad procesal del defensor del Pueblo
1. Tanto en el orden nacional como en el de la Ciudad de Buenos Aires
el defensor del Pueblo se encuentra caracterizado como un órgano
unipersonal e independiente cuya misión consiste, fundamentalmente, en
la defensa y protección de los derechos humanos y demás derechos
250 
 
colectivos y difusos fundados en la Constitución y en las leyes frente a
hechos u omisiones de la Administración o de prestadores de servicios
públicos, así como en el control de las funciones administrativas públicas
(art. 86, CN; art. 137, Constitución de la Ciudad de Buenos Aires).
Fuera, por lo tanto, de la posibilidad de controlar el funcionamiento de
los Poderes Judicial y Legislativo (art. 16, ley 24.284) (ver Corte Sup.,
Fallos 319:1828, donde se desestimó la petición de pronto despacho
formulada por el defensor del Pueblo respecto de causas vinculadas a
pedidos de actualización de haberes; el art. 16, ley 24.284,
también excluye de la competencia de dicho funcionario a la Municipalidad
de la Ciudad de Buenos Aires y a los organismos de defensa y seguridad),
ambos ordenamientos constitucionales han estructurado al defensor del
Pueblo como un organismo apto para obviar los inconvenientes de orden
práctico involucrados en la presentación individual, ante la justicia, de
grandes núcleos de personas que comparten, como ocurre en el caso de
los derechos difusos, un interés común.
2. Por ello las normas constitucionales citadas otorgan a dicho
funcionario legitimación procesal. En tanto, sin embargo, el defensor del
Pueblo no es el titular del derecho invocado como fundamento de sus
posibles pretensiones, tal legitimación reviste carácter anómalo
o extraordinario (Palacio, Derecho procesal civil, t. III), y en virtud de esa
circunstancia se lo ha perfilado como un sustituto procesal (así, p. ej.,
Gimeno Sendra, Constitución y proceso, Madrid, 1988, p. 229). En razón,
empero, de que carece de interés personal en relación con el objeto del
proceso es, simultáneamente, representante legal de los sujetos en cuyo
nombre pretende, del mismo modo que el Ministerio Público Pupilar es
representante promiscuo de los incapaces en todos los juicios en que
éstos revistan la condición de partes (art. 59, CCiv.).
3. De lo dicho se sigue que cuando la sentencia anotada confirmó el
fallo recurrido "en cuanto hace lugar a la demanda promovida por la
Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires por su propio
derecho" generó un artificio que configura, en rigor, una contradictio in
terminis, pues al margen de que el ordenamiento jurídico argentino no ha
mantenido la institución del procurator in rem suam del derecho romano,
no es concebible un defensor del Pueblo que, en última instancia, y por
más que el edificio en el que funciona la Defensoría haya sido afectado
por el siniestro en cuestión, aparezca defendiéndose a sí mismo.
V. Conclusión
Más allá de los equívocos de que en mi entender adolece en cuanto a
la índole de los derechos en juego y de la contradicción señalada en el
parágrafo precedente, la sentencia anotada arriba a un resultado sin duda
conciliable con las exigencias de la justicia y resuelve inteligentemente el
tema relativo al procedimiento aplicable a los eventuales reclamos
resarcitorios.

251 
 
No existe, por lo tanto, una legitimación popular que autorice a deducir
la correspondiente pretensión(84), sin perjuicio de la denuncia que cualquier
persona puede formular ante la Defensoría del Pueblo a fin de que actúe
en consecuencia(85).
Si bien, por último, resulta innecesario que el eventual litigio se integre
con todos aquellos que hayan sido directamente agraviados por el acto u
omisión lesivos, pues no se trata de un litisconsorcio necesario, la eficacia
de cosa juzgada adquirida por la sentencia que hace lugar a la demanda
beneficia a la totalidad de ellos. La sentencia desfavorable, en cambio,
puede ser objeto de revisión en un proceso ulterior en el supuesto de que
el actor acredite que dicha sentencia se dictó a raíz de una connivencia
dolosa entre las partes.
La ausencia de legitimación, sea activa o pasiva, torna admisible la
llamada defensa de "falta de acción" (sine actione agit), la cual, en nuestro
derecho, debe ser opuesta como principio en el escrito de contestación a
la demanda y examinada en oportunidad de la sentencia
definitiva, aunque, desde luego, con carácter previo al examen de
fundabilidad de la pretensión(86). El principio mencionado cede cuando la
falta de legitimación resulte manifiesta, en cuyo caso cabe oponerla
como excepción de previo y especial pronunciamiento, sin perjuicio, en
caso de no concurrir aquella circunstancia, de que sea objeto de decisión
en la sentencia definitiva (art. 347, inc. 3º, CPCCN).
Los ordenamientos procesales argentinos anteriores a la promulgación
del Código Procesal de la Nación no contemplaban la posibilidad de que
la correspondiente defensa se dedujera como artículo de previo y especial
pronunciamiento(87). Con relación a este aspecto resulta interesante
destacar que el Código de Procedimiento Civil de Venezuela preveía esa
modalidad respecto de las llamadas excepciones de "inadmisibilidad", una
de las cuales podía fundarse, precisamente, en la "falta de cualidad
o interés en el actor o en el demandado para intentar o sostener el juicio"
(art. 257, inc. 1º), provocando la declaratoria, de haber lugar en ella, el
efecto de "desechar la demanda y no darle entrada en el juicio" (art.
261), aunque, en el caso de no haberse alegado dicha excepción para que
se la resuelva por previo pronunciamiento, podía el demandado proponerla
en la contestación de la demanda, junto con las razones, las defensas y
las excepciones perentorias que creyere conveniente invocar (art. 262)(88).
El Código Procesal de la Nación, como se ha visto, incluye entre
las excepciones previas la de falta de legitimación para obrar en el actor o
en el demandado, "cuando fuere manifiesta" (art. 347, inc. 3º)(89). La razón
por la cual se ha otorgado carácter previo a esta excepción es la misma
que determinó la inclusión, en la citada norma (inc. a]), de las llamadas
defensas temporarias, o sea, la necesidad de evitar el desarrollo total de
un proceso que ha de concluir sin posibilitar la resolución de mérito
solicitada mediante el planteamiento de la pretensión. Sin embargo, en
razón de la estrecha vinculación que generalmente guarda la legitimación
252 
 
para obrar con la cuestión de fondo sometida a la decisión del juez(90),
la excepción sólo puede resolverse como artículo previo en el supuesto de
que la ausencia de aquel requisito aparezca en forma manifiesta. El
rechazo de la excepción, asimismo, que sólo puede fundarse en la falta de
concurrencia de ese atributo, no constituye obstáculo para que el juez, en
la sentencia definitiva, declare la inexistencia de legitimación para
obrar, aun en el caso de que el demandado no haya opuesto, al contestar
la demanda, la llamada defensa de falta de acción.
La legitimación para obrar, finalmente, es susceptible de determinación
con carácter previo al planteamiento de la pretensión procesal, y
el instrumento legal previsto para obtener ese resultado es la diligencia
preliminar a que se refiere el art. 323, inc. 1º, CPCCN, o sea, la declaración
jurada que puede pedirse al futuro demandado "sobre algún hecho relativo
a su personalidad, sin cuya comprobación no pueda entrarse en juicio"(91).
b) Con relación a los sujetos, también figura entre los
requisitos intrínsecos de admisibilidad de la pretensión el interés procesal,
al que cabe definir como la necesidad o la imprescindibilidad del proceso
para satisfacer, en cada caso concreto, el derecho afirmado como
fundamento de aquélla(92). Desde que no es de incumbencia de los jueces
hacer declaraciones abstractas o académicas, sino decidir "colisiones
efectivas de derechos", resulta claro que la pretensión procesal
es inadmisible cuando de ella no surge que el reclamo dirigido al órgano
sea necesario para el logro de aquellos fines(93).
Gran parte de la doctrina considera que el interés procesal reviste
carácter secundario e instrumental con respecto al interés sustancial, y
tiene por objeto la sentencia que se solicita al juez como medio de
satisfacer el interés primario (sustancial) que ha sido lesionado por el
comportamiento del adversario o, genéricamente, como consecuencia de
la situación de hecho objetivamente existente(94). Como dice Calamandrei:
"El interés procesal en obrar y en contradecir surge precisamente cuando
se verifica en concreto aquella circunstancia que hace considerar que la
satisfacción del interés sustancial tutelado por el derecho no puede ser ya
conseguida sin recurrir a la autoridad judicial: o sea, cuando se verifica en
concreto la circunstancia que hace indispensable poner en práctica la
garantía jurisdiccional"(95); de manera que, v.gr., el interés primario de
quien se afirma acreedor de $ 1000 consiste en obtener el pago de esa
suma; pero el interés procesal sólo surgirá en el supuesto de que el deudor
no pague al producirse el vencimiento del plazo respectivo, y tendrá por
objeto la condena y, eventualmente, la ejecución forzosa de su
patrimonio(96). Existe, por lo tanto, interés procesal, toda vez que el
derecho se encuentre en estado de insatisfacción, en forma tal que, sin
la intervención del órgano judicial, la expectativa, inherente al mismo
derecho, quedaría irrealizada(97). Tanto Redenti(98)como Satta(99)han
objetado tal conclusión, fundándose sustancialmente en una concepción
de la acción que excluye, respecto de ésta, la preexistencia de un derecho

253 
 
subjetivo y, por lo tanto, de un interés que pueda
concebirse autónomamente con relación al interés en accionar.
De acuerdo con los caracteres que hemos asignado a la pretensión
procesal (supra, nro. 76), no dudamos de que el interés que debe
sustentarla resulta diferenciable del interés comprometido en la relación
jurídica sustancial invocada como fundamento de aquélla, pues es ajena
a dicha relación jurídica considerada en sí misma la idea de un reclamo
dirigido a un órgano judicial y, por lo tanto, la de la necesidad de ese
reclamo.
Mientras en el caso de derechos a una prestación el interés procesal
surge con motivo de un estado de insatisfacción derivado
del incumplimiento por parte del sujeto obligado, existen casos en los
cuales el interés resulta de una situación jurídica objetivamente dañosa
que sólo puede ser removida mediante la intervención de un órgano
judicial. Tal lo que ocurre cuando, sin que medie incumplimiento de
prestación alguna, se haya producido una situación de falta de certeza
acerca de la existencia o la inexistencia de un derecho; o
cuando, existiendo en concreto ciertas situaciones susceptibles de
producir la modificación de un estado o relación jurídica, tal modificación
sólo puede operarse mediante una sentencia judicial (nulidad de
matrimonio, declaración de restricción a la capacidad de ejercicio de
derechos por causas de salud mental, etc.)(100).
El interés procesal tiene, como regla, un contenido económico, pero
éste puede ser exclusivamente moral(101)cuando la pretensión tiende, por
ejemplo, a la tutela del nombre, a la adopción de medidas protectorias de
menores o a obtener el goce de derechos constitucionales de índole no
patrimonial(102).
Además, el interés debe ser actual; pero ello no impide que, en ciertos
casos, pueda reclamarse la protección de derechos eventuales o futuros,
siempre que existan determinadas circunstancias, de carácter actual,
frente a las cuales el ordenamiento jurídico prevea la posibilidad de una
tutela inmediata(103). Así, por ejemplo, una deuda sujeta a condición o
pendiente de plazo autoriza a pedir un embargo preventivo cuando se
justifica que por cualquier causa ha disminuido notablemente la
responsabilidad del deudor después de contraída la obligación (v.gr., art.
209, inc. 5º, CPCCN). Algo similar ocurre en el caso de las pretensiones
de condena a una prestación futura, de las cuales nos ocuparemos más
adelante.
La determinación sobre la existencia o la inexistencia de interés
procesal es materia que incumbe primordialmente al juez, por cuanto la
necesidad de tutela jurídica constituye un presupuesto básico del ejercicio
mismo de la función judicial, a la que es ajena, como hemos dicho
anteriormente, la formulación de declaraciones abstractas o académicas;

254 
 
de allí que la ausencia de interés procesal pueda ser declarada de
oficio(104).
Procede dejar establecido que el interés procesal constituye también
uno de los requisitos que debe reunir la oposición a la pretensión (interés
en contradecir)(105); asimismo, que aquél no es un requisito privativo de la
pretensión y de la oposición a ésta, sino que es común a todos los actos
procesales.
c) Corresponde finalmente incluir, en esta categoría de requisitos de
admisibilidad, el de que el juez se encuentre legalmente habilitado para
dictar el pronunciamiento pedido. El objeto de la pretensión, en otras
palabras, debe ser jurídicamente posible(106). No reunirían este requisito
las pretensiones mediante las cuales se pidiese en nuestros días, por
ejemplo, la declaración de un divorcio vincular por causales subjetivas, el
reconocimiento de filiación natural cuando la concepción se produjo por
técnicas de fertilización asistida o la prisión del demandado por falta de
pago de una deuda.
Por cuanto se trata, en todas esas hipótesis, de materias sobre las
cuales se halla vedada cualquier decisión judicial de mérito, es obvio que
los jueces deben repeler de oficio las respectivas pretensiones.
En el ámbito del proceso arbitral, el requisito de que tratamos se
encuentra referido a todas aquellas cuestiones respecto de las cuales no
cabe comprometer en árbitros, o sea, las que no pueden ser objeto de
transacción (v.gr., art. 737, CPCCN).

82. Fundabilidad de la pretensión


a) Resuelta o verificada la concurrencia de los requisitos de
admisibilidad precedentemente analizados, el juez se encontrará en
condiciones de pronunciarse sobre el mérito de la pretensión o, lo que es
lo mismo, sobre si ésta es o no fundada. Ocurrirá lo primero cuando la
pretensión procesal, en razón de su contenido, resulte apropiada para
obtener una decisión favorable a quien la ha planteado; y desde que dicho
contenido se halla representado por una concreta situación de hecho a la
que se atribuye un determinado efecto jurídico, el examen de fundabilidad
consiste, fundamentalmente, en determinar si ese efecto jurídico
corresponde, o no, a la situación de hecho invocada.
b) En esa determinación el juez actúa sobre la base de su conocimiento
del orden jurídico vigente, pudiendo prescindir de las normas invocadas
por las partes y suplir las omisiones de fundamentación jurídica en que
aquéllas hubiesen incurrido (iura novit curia). Incumbe, de modo exclusivo

255 
 
a las partes, en cambio, la aportación de los datos configurativos de la
situación de hecho que ha de ser jurídicamente valorada por el juez.
c) El contenido de la pretensión, por lo demás, debe juzgarse en función
de la actividad desplegada por las partes durante todo el desarrollo del
proceso. En la generalidad de los casos, en efecto, no será suficiente la
aportación de los hechos, por completa que ella sea, pues en el supuesto
de ser aquéllos controvertidos incumbirá a las partes la carga de probarlos
de acuerdo con ciertas reglas distributivas que el juez debe valorar,
precisamente, en oportunidad de pronunciarse sobre la fundabilidad de la
pretensión.
d) El juez debe examinar la situación de hecho con referencia al
momento en que la pretensión fue deducida, sin tener en cuenta, por
consiguiente, las modificaciones que dicha situación puede experimentar
durante el desarrollo del proceso. Con fundamento en el principio de
economía procesal, sin embargo, los códigos procesales (v.gr., art.
163, inc. 6º, CPCCN) admiten que, si durante el transcurso del proceso
ocurren hechos que tienen por efecto consolidar, modificar o extinguir el
derecho de las partes (como el pago, el cumplimiento de la obligación o
la extinción del plazo), el juez puede hacer mérito de esos hechos
sobrevinientes para rechazar o hacer lugar a la pretensión(107).

IV. VICISITUDES DE LA PRETENSIÓN

83. Clases
Desde que se manifiesta a través de la reclamación dirigida ante un
órgano y frente a una persona distinta de quien la deduce, la pretensión
procesal puede experimentar, fundamentalmente, tres clases de
vicisitudes que examinaremos seguidamente bajo los nombres
de transmisión, transformación e integración.

84. Transmisión

256 
 
a) Existe transmisión de la pretensión cuando, en razón de haberse
operado una sucesión respecto del derecho que la fundamenta, la persona
del sujeto activo es reemplazada por otra que actúa procesalmente en su
lugar.
b) Se sigue, del concepto enunciado, que la transmisión de la pretensión
no es más que una consecuencia de la transmisión de derechos que se
hallan en litigio(108). Por lo tanto, aquélla no induce, necesariamente, la
transmisión del respectivo derecho material, cuya existencia puede ser
negada por la sentencia que se dicte en el proceso(109).
c) Cuando la transmisión de la pretensión es consecuencia de una
sucesión a título universal, el sucesor o los sucesores del sujeto activo, en
tanto continúan la personalidad jurídica de éste, pueden intervenir en el
respectivo proceso asumiendo la posición de partes principales con los
mismos derechos, cargas y deberes procesales del causante(110).
Si se trata, por el contrario, de una sucesión a título singular, la
transmisión de la pretensión se halla supeditada a la circunstancia de que
la otra parte preste su conformidad para que el sucesor singular intervenga
en reemplazo del transmitente del derecho litigioso. Tal es la solución que
consagra el art. 44 del Código Procesal de la Nación, en concordancia con
la que generalmente propiciaban la jurisprudencia y algunos Códigos
provinciales (v.gr., Jujuy, art. 56; Santa Fe, art. 28)(111).
d) No todas las pretensiones son transmisibles. Carecen de tal atributo,
por lo pronto, aquellas que se fundan en derechos inherentes a la persona
humana (CCiv. y Com., art. 1617), como, por ejemplo, las de divorcio,
nulidad de matrimonio, reconocimiento de filiación(112), etcétera. La regla
al respecto la establece el art. 1616 del CCiv. y Com.: "Derechos que
pueden ser cedidos. Todo derecho puede ser cedido, excepto que lo
contrario resulte de la ley, de la convención que lo origina, o de la
naturaleza del derecho".
Asimismo, en el régimen del Código de Vélez existían pretensiones que
eran intransmisibles respecto de determinadas personas: no podían
cederse a los abogados o procuradores judiciales las pretensiones de
cualquier naturaleza, deducidas en los procesos en que ejerciesen o
hubiesen ejercido sus oficios; así como tampoco, a los demás funcionarios
de la administración de justicia, aquellas pretensiones que fuesen de la
competencia del juzgado o tribunal en que sirviesen (art. 1442, CCiv.).

85. Transformación

257 
 
a) La pretensión se transforma cuando, mediante un acto unitario, tiene
lugar la alteración de alguno de sus elementos objetivos (objeto o
causa)(113). La configuración de esta vicisitud de la pretensión
queda excluida, por consiguiente, siempre que la alteración sólo afecte a
los sujetos activo o pasivo de aquélla, por cuanto, en tal hipótesis,
no existe un acto unitario, sino que se producen, en realidad, dos actos
procesales independientes, o sea, un desistimiento de la anterior
pretensión y la formulación de otra distinta, sea por el nuevo actor o frente
al nuevo demandado(114).
b) Existirá transformación de la pretensión, por lo pronto, siempre que
se modifique la base fáctica que la sustenta, lo que ocurriría, por ejemplo,
si alegada originariamente por el actor su condición de propietario,
aquél invocase luego su calidad de usuario o usufructuario, o si
habiéndose atribuido al demandado la calidad de inquilino, se pretendiera
después atribuirle el carácter de subinquilino.
También se configura la situación que analizamos cuando se modifica
el objeto inmediato o mediato de la pretensión. Tal lo que ocurriría, por
ejemplo, si primero se hubiese solicitado la declaración de rescisión de un
acto jurídico y posteriormente su nulidad, o si se pidiese que el
pronunciamiento recaiga sobre una cosa distinta a la primitivamente
reclamada. No implicaría transformación de la pretensión, en cambio, el
pedido de un pronunciamiento de entidad inferior al originariamente
solicitado (v.gr., simple declaración en lugar de condena a una prestación)
o la reducción cuantitativa del objeto mediato (v.gr.,
una indemnización inferior a la pedida con anterioridad), siempre que, en
uno u otro caso, no se produzca una alteración de la causa. Lo que en
tales hipótesis ocurre es, en realidad, un desistimiento parcial de la
primitiva pretensión(115). Tampoco configuran una transformación de la
pretensión las alteraciones introducidas en la fórmula en que se manifiesta
su objeto, con el fin de mejorarlo o hacerlo más comprensible, ni la
eliminación de los errores simplemente materiales de que adolezca el
escrito en que la pretensión se contiene(116).
c) La transformación de la pretensión, de conformidad con el Código
Procesal de la Nación y los códigos provinciales que a él se han adaptado,
sólo es admisible, con relación a la causa y al objeto inmediato, en tanto
el demandado no haya sido notificado de la demanda. El principio se halla
consagrado por el art. 331 del mencionado ordenamiento con referencia a
la pretensión contenida en la demanda mediante la cual se inicia el
proceso ordinario: "el actor podrá modificar la demanda —expresa dicha
norma— antes de que ésta sea notificada". En lo que concierne, en
cambio, a la transformación del objeto mediato de la pretensión, la norma
citada dispone: "Podrá, asimismo (el actor), ampliar la cuantía de lo
reclamado si antes de la sentencia vencieren nuevos plazos o cuotas de
una misma obligación" y agrega que "se considerarán comunes a la

258 
 
ampliación los trámites que la hayan precedido y se sustanciará
únicamente con el traslado a la otra parte".
A un criterio análogo, aunque con ciertas variantes, responde el Código
de la provincia de Santa Fe, cuyo art. 135 dispone lo siguiente: "El
demandante no podrá variar la acción entablada después de haber sido
contestada la demanda, pero podrá ampliar o moderar la petición siempre
que se funde en hechos que no impliquen un cambio de acción". Agrega
el art. 136 del mismo Código: "La ampliación autorizada por el artículo
anterior no será sustanciada especialmente y podrá hacerse en cualquier
estado de la causa hasta la citación para sentencia; pero si se fundare en
hechos no alegados en la demanda, deberá formularse hasta tres días
después de la apertura a prueba, en que se dará un nuevo traslado, por
tres días, al demandado" (en el mismo sentido se halla redactado el art.
180 del Código de Córdoba). En nuestro entender, la "ampliación" a que
se refieren la norma precedentemente transcripta y el segundo párrafo del
art. 331 del Código Procesal de la Nación configuran, en rigor, una
alteración en el objeto mediato de la pretensión y, por lo tanto, una
verdadera transformación que, principalmente por razones de economía
procesal, se halla sujeta a un régimen específico(117). Además, dicha
norma contempla, en su última parte, lo mismo que el apartado segundo
del art. 331 del Código Procesal de la Nación, un supuesto
de integración de la pretensión.
Bajo el título "modificaciones de la demanda y del responde", el art. 171
del Código Procesal Civil de la provincia de Mendoza preceptúa:
"Modificaciones de la demanda y del responde. Mientras no se haya
decretado el traslado de la demanda o de la reconvención, el actor o el
demandado, según el caso, podrán modificarlas o ampliarlas". Como se
advierte, esta norma fija a la facultad de transformar la pretensión un límite
temporal distinto al establecido por el Código Procesal de la Nación y por
los Códigos de Santa Fe y Córdoba, que es el que también admitía la
jurisprudencia de los tribunales nacionales con anterioridad a la
promulgación del primero de los citados ordenamientos(118). A nuestro
juicio el referido límite debe estar dado, como lo hace el Código Procesal
de la Nación, por la notificación de la demanda, pues es a partir del
momento correspondiente a ese acto en que el demandado adquiere el
derecho a obtener el pronunciamiento de una sentencia sobre el tema
propuesto por el actor.
La razón de ser del principio limitativo en cuanto a la oportunidad en que
cabe transformar la pretensión reside, fundamentalmente, tanto en la
necesidad de mantener el buen orden del proceso como en la de impedir
que la defensa del demandado resulte entorpecida o dificultada a raíz de
nuevos planteamientos que lo coloquen en la imposibilidad de adoptar una
línea defensiva determinada(119).
d) La transformación de la pretensión es admisible, aun después de
producida la notificación del traslado de la demanda cuando el demandado
259 
 
acepta, expresa o implícitamente, debatir los nuevos
planteamientos introducidos por el actor(120).
La jurisprudencia, asimismo, ha admitido en ciertos casos la ampliación
cuantitativa del objeto mediato de la pretensión, aun cuando el pedido
fuese formulado con posterioridad a la mencionada etapa procesal. En
materia de expropiación, por ejemplo, se decidió que si bien no debe
acordarse mayor indemnización que la requerida por el propietario en la
contestación a la demanda, ello no obsta para que, cuando haya
transcurrido un dilatado lapso entre la fecha en que se produjo ese acto
procesal y la fecha de la desposesión el expropiado, con posterioridad a
esta última diligencia, aumente su anterior reclamo sobre la base de la
valorización del bien ocurrida durante dicho lapso(121), y con respecto a la
desvalorización monetaria, se ha resuelto que ella puede ser invocada
hasta la oportunidad de presentar el alegato(122). Cabe, asimismo, recordar
que el art. 331 del Código Procesal de la Nación autoriza al actor a ampliar
la cuantía de lo reclamado si antes de la sentencia se opera el vencimiento
de nuevos plazos o cuotas de una misma obligación(123).
Es fácil advertir, sin embargo, que en todos esos casos la
transformación no es susceptible de alterar sustancialmente la postura
defensiva del demandado.

86. Integración
a) Existe integración de la pretensión cuando, sin alterarse ninguno de
sus elementos constitutivos, se incorpora al proceso una o más
circunstancias de hecho tendientes a confirmar o complementar su causa.
b) A esta vicisitud de la pretensión se refieren las leyes procesales en
tanto disponen que, cuando con posterioridad a la contestación de la
demanda o la reconvención ocurriese o llegase al conocimiento de las
partes algún hecho que tuviese relación con la cuestión que se ventila,
podrán alegarlo hasta cinco días después de notificada la audiencia
prevista en el art. 360 (v.gr., art. 365, CPCCN). La integración de la
pretensión puede también tener lugar en segunda instancia, determinando
su apertura a prueba, cuando las partes aleguen algún hecho nuevo
posterior a la oportunidad prevista para su alegación en primera instancia
(v.gr., art. 260, inc. 5º, ap. a], CPCCN).
c) Los "hechos nuevos" a que aluden las normas precedentemente
citadas deben hallarse encuadrados dentro de los términos de la causa de
la pretensión que es objeto del proceso, pues de lo contrario aquélla
resultaría no integrada, sino transformada. Un ejemplo corriente, que

260 
 
ilustra sobre el punto, es el relativo a la inadmisibilidad del hecho nuevo no
comprendido en la causal de divorcio alegada oportunamente por el
litigante que lo invoca(124).

V. EXTINCIÓN DE LA PRETENSIÓN

87. Medio normal


a) Normalmente, la pretensión procesal se extingue mediante el
pronunciamiento de la sentencia que la actúa o que deniega su
actuación(125). En tanto la declaración de voluntad que dicho acto decisorio
contiene viene a satisfacer la pretensión, es obvio que él también provoca
la extinción del proceso, pues entonces éste pierde su razón de ser en
virtud de la desaparición de su objeto.
b) Corresponde diferenciar, sin embargo, los casos en que la sentencia
rechaza la actuación de la pretensión por no concurrir algún
requisito intrínseco de admisibilidad, o bien, llega a pronunciarse sobre su
fundabilidad, cualquiera que sea el resultado (positivo o negativo) a que el
órgano procesal arribe respecto de dicho extremo, de aquellos casos en
que el acto decisorio rechaza la actuación de la pretensión en razón de
carecer ésta de algún requisito extrínseco de admisibilidad.
El ordenamiento jurídico, en efecto, atribuye a las sentencias del primer
grupo cierta cualidad en cuya virtud resulta inadmisible la proposición
eficaz de la misma pretensión en otro proceso (cosa juzgada)(126). En
cambio, las sentencias que declaran la inadmisibilidad de la pretensión por
la falta de algún requisito extrínseco no impiden que la misma pretensión,
obviadas las deficiencias de que adolecía, sea nuevamente propuesta o
adquiera ulterior eficacia(127).

88. Medios anormales


Junto con la sentencia, existen medios anormales de extinción de la
pretensión y, por lo tanto, del proceso, los cuales pueden agruparse en
261 
 
dos categorías según que posibiliten, o no, la reproducción de aquélla en
un proceso posterior. A la primera pertenecen el desistimiento de la
pretensión y la caducidad de la instancia; a la segunda, el desistimiento
del derecho, la transacción y la conciliación.

VI. CLASES DE PRETENSIONES

89. Criterios clasificatorios


Las pretensiones procesales pueden clasificarse, fundamentalmente,
atendiendo a dos puntos de vista: el que se refiere a la índole del
pronunciamiento que persiguen y el que se basa en la naturaleza del
derecho material invocado como fundamento de ellas. De acuerdo con
este criterio puede hablarse, por un lado, de pretensiones de
conocimiento, de ejecución y cautelares, y, por el otro, de pretensiones
reales y personales. Ambos grupos serán estudiados separadamente, sin
perjuicio de aludir, después, a otras clasificaciones.

90. Pretensiones de conocimiento


Son pretensiones de conocimiento aquéllas mediante las cuales se
solicita al órgano procesal que dilucide y determine el contenido y el
alcance de una situación jurídica.
Esta clase de pretensiones admite, a su vez, una subclasificación
basada en los distintos tipos de sentencias que pueden conducir a ese
resultado y que permiten distinguir entre pretensiones declarativas, de
condena y determinativas.

262 
 
A) Pretensiones declarativas
a) Llámanse pretensiones declarativas a las que tienden a obtener un
pronunciamiento que elimine la falta de certeza sobre la existencia, la
eficacia, la modalidad o la interpretación de una relación o estado
jurídico(128).
b) Junto con toda pretensión de conocimiento existe, sin embargo, una
pretensión declarativa, pues la sentencia que satisface una pretensión de
condena o una pretensión determinativa contiene, necesariamente, una
declaración previa acerca de la relación jurídica controvertida, de la que
surgirá la existencia o la inexistencia de los derechos u obligaciones de
que se trate; de allí que la característica fundamental de este tipo de
pretensiones consista en la circunstancia de que la mera declaración de
certeza resulta suficiente para satisfacer el interés de quien las
propone(129)y, por lo tanto, para agotar el cometido de la función
jurisdiccional.
c) Las pretensiones declarativas pueden ser positivas o negativas
según que, respectivamente, se basen en la afirmación de un efecto
jurídico favorable al actor o en la inexistencia de un efecto jurídico
favorable a la otra parte. Son, por ejemplo, pretensiones declarativas
positivas, la pretensión declarativa de adquisición de propiedad por
prescripción (arts. 24 y 25, ley 14.159), la de reclamación de filiación (CCiv.
y Com., arts. 576 a 587), la de pago por consignación (CCiv. y Com., arts.
904 y ss.), etcétera. Son negativas, la pretensión negatoria (CCiv. y Com.,
art. 2248), la de nulidad de un acto jurídico (CCiv. y Com., arts. 386 a 392),
la de falsedad de un instrumento público (CCiv. y Com., art. 296).
Corresponde también incluir entre las pretensiones declarativas
negativas a la pretensión de jactancia que reglamentaban los arts. 425-
432 del derogado Código de Procedimiento de la Capital Federal, por
cuanto la falta de ejercicio de la pretensión por parte del jactancioso, en
los supuestos en que éste "se negare a hacer la manifestación, la hiciere
ambiguamente o reconociere la verdad de lo expuesto" por el provocante,
llevaba aparejada la declaración de caducidad del derecho pretendido por
aquél (art. 428)(130).
Igualmente cabe considerar comprendida en esta categoría a la
pretensión de inconstitucionalidad que acuerdan los arts. 683 al 688 del
Código Procesal de Buenos Aires a todos aquellos que se encuentren
comprendidos y a quienes deban aplicarse disposiciones contenidas en
leyes, decretos o reglamentos dictados por los Poderes Legislativo y
Ejecutivo, municipalidades, corporaciones u otras autoridades públicas, y
se consideren agraviados por ser dichas disposiciones contrarias a
derechos, exenciones o garantías que estén acordadas por alguna
cláusula de la Constitución.
En lo que atañe a los preceptos contenidos en las leyes nacionales, por
el contrario, la Corte Suprema nacional tiene reiteradamente decidido que
263 
 
ellos no son susceptibles de impugnación directa mediante una pretensión
declarativa de inconstitucionalidad, por cuanto los tribunales nacionales se
hallan inhabilitados para emitir declaraciones de esa naturaleza en tanto
la aplicación de dichos preceptos no haya dado lugar a un litigio para cuyo
fallo se requiera la revisión de algún punto constitucional(131).
d) Con anterioridad a la entrada en vigencia del Código Procesal de la
Nación, la legislación procesal en el orden nacional no contenía una
norma explícita que definiera a la pretensión declarativa(132), aunque esa
circunstancia no obstó, sin embargo, a su admisión por vía
jurisprudencial(133).
El vacío fue cubierto por el art. 322 del Código Procesal de la Nación
que prescribía, en su primer apartado: "Podrá deducirse la acción
(pretensión) que tienda a obtener una sentencia meramente declarativa,
para hacer cesar un estado de incertidumbre sobre la existencia, el
alcance o las modalidades de una relación jurídica, siempre que esa falta
de certeza pudiera producir un perjuicio o lesión actual al actor, y éste no
dispusiere de otro medio legal para ponerle término inmediatamente"(134).
Entre los requisitos de la pretensión declarativa figura, ante todo, el de
que el estado de incertidumbre que la fundamenta derive de circunstancias
de hecho que objetivamente apreciadas revistan suficiente aptitud para
provocar un daño(135). De lo contrario, el sujeto activo carecería de interés
para deducirla. Ese interés existirá, por ejemplo, si en razón de
discreparse acerca de la existencia de un contrato o de su validez, una de
las partes se ve impedida de disponer del bien sobre el cual aquél versa;
si alguien se jacta de ser titular de un derecho sobre el bien de un tercero,
etcétera(136).
Además, la admisibilidad de la pretensión declarativa se halla
supeditada a la inexistencia de otra vía legal para hacer cesar
la incertidumbre(137).
Una modalidad particular de las pretensiones declarativas se halla
representada por las llamadas pretensiones constitutivas, las cuales se
configuran toda vez que, según la ley, la incertidumbre sobre la existencia,
la validez, etcétera, de una relación o estado jurídico debe ser
eliminada, insustituiblemente, a través de una declaración judicial(138).
Como ejemplos de esta clase de pretensiones, figuran las de
declaración de restricciones a la capacidad, de adopción, de divorcio, de
nulidad de matrimonio, etcétera.
Un considerable sector de la doctrina define a la pretensión constitutiva
como aquélla que persigue el pronunciamiento de una sentencia que cree,
modifique, o extinga una relación o estado jurídico y le atribuye autonomía
frente a los restantes tipos de pretensiones.
Generalmente, para diferenciar las pretensiones constitutivas de las
meramente declarativas, los autores analizan los efectos de las sentencias
264 
 
a que cada una de ellas puede dar lugar y observan que mientras las
sentencias declarativas se limitan a reconocer o hacer explícita una
situación jurídica preexistente, a la que sólo suministran certeza, las
sentencias constitutivas establecen un estado jurídico nuevo, o
sea, inexistente con anterioridad al pronunciamiento del fallo. Pero a tal
conclusión cabe oponer el hecho de que toda sentencia, como norma
jurídica individual, constituye siempre la fuente de una nueva situación
jurídica, desde que sólo mediante ella existe la concreta realidad de sus
efectos, cualesquiera que ellos sean(139).
También ha creído encontrarse una nota distintiva entre ambos tipos de
pretensiones en la circunstancia de que las sentencias dictadas con motivo
de la interposición de una pretensión constitutiva sólo proyectan sus
efectos hacia el futuro (ex nunc)(140). Sin embargo, existen sentencias
constitutivas que rigen ex tunc, como ocurre en ciertos supuestos de
nulidad de matrimonio (arts. 88 y 89 de la derogada Ley de Matrimonio
Civil).
De allí que, a nuestro juicio, el criterio diferenciador debe
atenerse, exclusivamente, a la irremplazabilidad de la sentencia judicial
para la obtención de los efectos jurídicos perseguidos por el autor de la
pretensión. En consecuencia, corresponderá hablar de pretensión
constitutiva siempre que, para lograr la eliminación de la incertidumbre
sobre la existencia y la inexistencia de una relación o estado jurídico, se
halle legalmente excluida la autocomposición del conflicto por obra de las
partes y resulte, por lo tanto, imprescindible una declaración judicial(141).
De esto se sigue, naturalmente, que la configuración de este tipo de
pretensiones debe necesariamente referirse a lo que en cada caso
determine el ordenamiento jurídico.
e)(142)La ley 25.488 reprodujo, con excepción de su segundo párrafo, el
texto del art. 322 del Código Procesal de la Nación en su anterior versión.
La denominada acción declarativa, por lo tanto, quedó sujeta a los
mismos requisitos de admisibilidad exigidos por las leyes 17.454 y 22.434,
es decir: 1º) existencia de un estado de incertidumbre sobre la existencia,
el alcance o las modalidades de una relación jurídica; 2º) que esa falta de
certeza sea susceptible de producir un perjuicio o lesión actual al actor; 3º)
que éste no disponga de otro medio legal para remediar de inmediato ese
perjuicio.
f) El ordenamiento procesal vigente suprimió, en cambio, el párrafo
segundo de esa norma, en concordancia con la eliminación del llamado
juicio sumario como eventual alternativa de sustanciación de la pretensión
de que se trata.
Dispone, en efecto, la actual versión de ese párrafo, que el juez
resolverá de oficio y como primera providencia, si corresponde el trámite
pretendido por el actor, teniendo en cuenta la naturaleza de la cuestión y
la prueba ofrecida, de modo que se coloca en la hipótesis de que el actor
265 
 
haya adecuado su demanda a los requisitos del proceso ordinario o del
sumarísimo, pues en ambos supuestos debe ofrecerse la totalidad de la
prueba en el escrito inicial.
g) El párrafo final del art. 322 disponía que la mencionada providencia
no era recurrible, pero la ley 22.434 lo suprimió en concordancia con el
principio general de irrecurribilidad consagrado por el art. 319, apartado
segundo, del Código Procesal de la Nación.
h) Éste es lugar propicio, finalmente, para recordar que era reiterada
jurisprudencia de la Corte Suprema, según se destacó supra, nro. 90, A),
c), que los preceptos contenidos en las leyes nacionales no resultaban
susceptibles de impugnación directa mediante una pretensión declarativa
de inconstitucionalidad, por cuanto los tribunales nacionales se
hallan inhabilitados para emitir declaraciones de esa naturaleza en tanto
la aplicación de dichos preceptos no haya dado lugar a un litigio para cuyo
fallo se requiera la revisión de algún punto constitucional(143).
El rigor de esa doctrina que erróneamente supeditó la existencia de
caso contencioso al requerimiento de una sentencia de condena comenzó
a atemperarse a partir del precedente registrado en Fallos 307:1379,
originado en un caso en el cual, a raíz de una ley de la provincia de
Santiago del Estero que fijó tasas sobre el precio de las naftas y del gasoil,
Yacimientos Petrolíferos Fiscales, a través de comunicaciones
telegráficas, hizo saber a aquélla que, frente al caso de aplicarse la ley
citada, se abstendría de proveer carburantes y productos, e impondría
sanciones. Expresó entonces el tribunal, en los considerandos 4º y 5º:
"Que, como se advierte, la provincia persigue una declaración preventiva
que impida que, en la oportunidad de ponerse en vigencia la ley que dictó
su legislatura, el Estado nacional concrete las medidas anticipadas en los
telegramas mencionados anteriormente y que funda en las normas legales
citadas. Se está, por consiguiente, frente a una solicitud de declaración de
certeza, porque no tiene carácter simplemente consultivo ni importa
una indagación meramente especulativa, sino que responde a un 'caso', y
busca precaver los efectos de un acto en ciernes al que se atribuye
ilegitimidad y lesión al régimen constitucional federal y fijar las relaciones
legales que vinculan a las partes en conflicto. Que en esas condiciones la
acción declarativa regulada en el art. 322 del Código Procesal constituye
un recaudo apto para evitar el eventual prejuicio denunciado por la actora
y que derivaría de la suspensión del suministro de combustible, toda vez
que provee a la definición, ante los estrados del tribunal, de una relación
jurídica discutida o incierta. En efecto, la sola manifestación de la entidad
nacional de ejercer las medidas que expone en sus telegramas revela
la existencia, en el caso de la demandante, de un interés real y concreto
susceptible de protección legal actual. Se configuran, de tal suerte,
las exigencias que la Corte Suprema de los Estados Unidos consideró en
algún caso: a) actividad administrativa que afecta un interés legítimo; b)
que el grado de afectación sea suficientemente directo; y c) que aquella

266 
 
actividad tenga concreción bastante (in re 'Aetna Life Insurance Co. v.
Havorth', 300, US, 227)"(144).
La Corte ha mantenido posteriormente ese criterio y, con fundamento
en él, consideró reunidos los requisitos de admisibilidad que determina el
art. 322, CPCCN, para la procedencia de la pretensión declarativa, entre
otros casos, si se la promovió con apoyo en la
pretendida inconstitucionalidad de la ley 10.427 de la provincia de Buenos
Aires, en cuanto esta legislación configuraba una violación directa a la ley
nacional 18.037 y a la Constitución Nacional porque obligaría a suplantar
el régimen previsional implantado en el orden nacional por el sistema
local(145); o en el caso en el que el procurador del Tesoro de la Nación
demandó a la provincia de Santiago del Estero a fin de que se declare
la inconstitucionalidad de la ley 5379 y del decreto 3017, de esa provincia,
en razón de vulnerar normas de carácter federal que regulan el Plan
Alimentario Nacional(146); o si se la dedujo con especial fundamento en la
pretendida inconstitucionalidad del art. 118 del Código Fiscal de Buenos
Aires en cuanto grava con el impuesto a los ingresos brutos a los servicios
de remolque que la actora lleva a cabo en zonas portuarias por comportar
una violación directa del art. 67, inc. 12, de la Constitución Nacional (actual
art. 75, inc. 13)(147); o si se la promovió contra una disposición normativa
de la Dirección Provincial de Rentas de Buenos Aires dictada con
posterioridad al requerimiento formulado por la actora al referido
organismo, por lo que aparece prima facie como una respuesta negativa a
su pretensión de ser excluida de la carga de actuar como agente de
retención del impuesto sobre los ingresos brutos(148). El tribunal, asimismo,
ha puntualizado que no obsta a la modalidad procesal analizada
la invocación del principio fiscal del solve et repete(149).

B) Pretensiones de condena
a) Denomínanse pretensiones de condena a aquellas mediante las
cuales se reclama el pronunciamiento de una sentencia que imponga al
demandado el cumplimiento de una prestación (de dar, de hacer o de no
hacer) a favor del actor(150).
b) Es éste el tipo de pretensión de más frecuente uso, y en ella fijaron
primordialmente su atención quienes, durante el siglo pasado, al concebir
a la acción como un elemento o como una función del derecho subjetivo
material, consideraban que la existencia de aquélla se hallaba supeditada
a la efectiva lesión de un derecho de esa naturaleza (supra, nro. 74). A esa
circunstancia obedeció, asimismo, el hecho de que los códigos antiguos,
al reglamentar las formas y el contenido de las sentencias, sólo

267 
 
preveían, expresamente, la posibilidad de que el juez condenara o
absolviera de la demanda en el todo o en parte (v.gr., arts. 216 y 259 de
los derogados Códigos de la Capital Federal y de la provincia de Buenos
Aires, respectivamente).
c) Aparte de declarar la existencia del derecho a una prestación y
el incumplimiento de ésta por parte del sujeto obligado, la sentencia
dictada como consecuencia del planteamiento de una pretensión de
condena hace explícita la sanción que la ley imputa a ese incumplimiento
y configura, por ello, un título ejecutivo que puede ser hecho valer, por el
acreedor, como fundamento de una nueva pretensión tendiente a obtener
la realización coactiva de su derecho(151).
d) Algunas leyes procesales admiten la interposición de pretensiones
de condena aun cuando no medie la lesión actual de un derecho subjetivo,
con la finalidad de asegurar al actor el goce de un beneficio en una época
determinada o de prevenir el eventual incumplimiento de ciertas
obligaciones por parte del demandado con posterioridad al
pronunciamiento del fallo. Se trata de las denominadas pretensiones de
condena a una prestación futura.
A la primera de dichas finalidades obedecen las normas contenidas en
algunos Códigos Procesales argentinos (Santa Fe, art. 518; Córdoba, arts.
750 y 755; La Rioja, ley 3660; Mendoza, art. 399 bis, aps. 12 y 14), de
acuerdo con las cuales es admisible la promoción del juicio de desalojo
antes del vencimiento del término establecido en el contrato de locación,
siempre que la sentencia que ordene el desahucio se cumpla con
posterioridad al vencimiento del término(152). Dichas normas constituyen
los antecedentes del art. 688 del Código Procesal de la Nación.
Con relación a la segunda de las finalidades mencionadas, el parágrafo
258 de la Ordenanza Procesal Civil alemana dispone que, en caso de
reclamación de prestaciones periódicas, podrán también demandarse los
plazos exigibles después de dictada la sentencia, para que se satisfagan
cuando corresponda; y el parágrafo siguiente prescribe que se podrán
demandar prestaciones exigibles en el futuro cuando las circunstancias
justifiquen el temor de que el deudor tratará de sustraerse del cumplimiento
de sus obligaciones al tiempo debido.
La jurisprudencia de los tribunales de la Capital Federal se ha
pronunciado, en ciertos casos, en sentido favorable a la admisión de
pretensiones similares a las que contempla el parágrafo 258 de la
Ordenanza Procesal alemana. Se decidió, v.gr., que corresponde hacer
lugar a la demanda comprensiva de los alquileres que se devenguen hasta
la desocupación del inmueble locado(153)y que la sentencia que condena a
pagar alimentos surte efectos respecto de las cuotas que venzan con
posterioridad a ella(154).

268 
 
C) Pretensiones determinativas o específicas
Son, finalmente, pretensiones determinativas o especificativas,
aquellas mediante las cuales se pide al órgano judicial que fije los
requisitos o las condiciones a que quedará supeditado el ejercicio de un
derecho. Tienden, en otras palabras, a
la complementación o integración de ciertas relaciones jurídicas cuyos
elementos o modalidades no se encuentran determinados o especificados
por completo(155).
Como ejemplos de este tipo de pretensiones cabe mencionar la
pretensión de fijación del plazo en los términos del art. 871 del CCiv. y
Com.(156); la que persigue la determinación de un régimen de comunicación
respecto de hijos, etcétera.

91. Pretensiones de ejecución


a) Llámanse pretensiones de ejecución a las que tienen por objeto
hacer efectiva la sanción impuesta en una sentencia de condena (título
ejecutivo judicial) u obtener el cumplimiento de una obligación
documentada en alguno de los instrumentos a los que la ley acuerda una
presunción de legitimidad (títulos ejecutivos extrajudiciales).
b) La pretensión ejecutiva reviste, en cuanto a sus efectos inmediatos,
una característica que la diferencia de las pretensiones que pueden
originar un proceso de conocimiento. Dicha característica reside en la
circunstancia de que mientras la pretensión de conocimiento produce,
como efecto inmediato, la posibilidad de que el sujeto pasivo la contradiga
mediante el planteamiento de oposiciones no limitadas en cuanto a su
alcance y contenido, la pretensión ejecutiva incide en forma inmediata
sobre el patrimonio del deudor, a través del cumplimiento de las medidas
coactivas previstas por la ley, sin que resulte necesaria la previa
provocación del contradictorio(157). Ello, sin embargo, es sin perjuicio de
que, en una etapa ulterior de conocimiento, el ejecutado deduzca
determinadas oposiciones al progreso de la ejecución.

269 
 
92. Pretensiones cautelares
a) Denomínanse pretensiones cautelares las que tienden a la obtención
de una medida judicial que asegure el eventual cumplimiento de la
sentencia de mérito a dictar en un proceso de conocimiento o de ejecución.
b) No se trata, por consiguiente, de pretensiones autónomas, pues se
encuentran necesariamente subordinadas a una pretensión principal ya
deducida o próxima a deducirse. Ello no obstante, este tipo de
pretensiones se halla sujeto a tres requisitos específicos que son: 1º)
La verosimilitud del derecho invocado como fundamento de la pretensión
principal (fumus boni iuris). 2º) El temor fundado de que ese derecho se
frustre durante la tramitación del proceso tendiente a tutelarlo. 3º) La
prestación de una contracautela por parte del sujeto activo.

93. Pretensiones reales y personales


a) Según lo anticipamos, la clasificación de las pretensiones en reales
y personales atiende a la naturaleza del derecho real o personal,
respectivamente, invocado como fundamento de la pretensión
procesal(158).
b) Desde el punto de vista procesal, la distinción entre pretensiones
reales y personales reviste importancia práctica en los siguientes
aspectos: 1º) La determinación de la competencia por razón del territorio:
Sobre este particular, los códigos procesales establecen el principio según
el cual mientras en las pretensiones reales sobre inmuebles es
competente el juez del lugar de la situación de la cosa (v.gr., art. 5º, inc.
1º, CPCCN), en las pretensiones personales la competencia corresponde,
cuando su origen es contractual, al juez del lugar convenido para el
cumplimiento de la obligación y, en su defecto, a elección del actor, el del
domicilio del demandado o el del lugar del contrato, con tal de que aquél
se halle en él, aunque sea accidentalmente, en el momento de la
notificación (v.gr., art. 5º, inc. 3º, CPCCN), y cuando su origen es delictual
o cuasidelictual, al juez del lugar del hecho o al del domicilio del
demandado, a elección del actor (v.gr., art. 5º, inc. 4º, CPCCN). 2º) El
fuero de atracción: Tanto en el caso de sucesión por causa de muerte
cuanto de concurso civil o comercial es competente el juez de los
respectivos procesos universales para conocer de las pretensiones
personales deducidas frente al causante o concursado. 3º) La eficacia de
270 
 
las sentencias extranjeras para ser cumplidas en el territorio nacional:
Entre los requisitos que condicionan tal eficacia, figura el consistente en
que la ejecutoria haya sido dictada como consecuencia de una pretensión
personal o de una pretensión real sobre un bien mueble que haya sido
trasladado a la República durante o después del juicio tramitado en
el extranjero (v.gr., art. 517, inc. 1º, CPCCN).
c) Las pretensiones personales mencionadas por tales normas son las
que emergen de derechos personales de contenido patrimonial, a los que
también se denomina derechos de crédito o creditorios y cabe definir
como aquellos que se tienen respecto de una o varias personas
determinadas que se hallan obligadas, frente al sujeto activo, a la entrega
de una cosa (obligación de dar), o a la ejecución de un hecho (obligación
de hacer), o de una abstención (obligación de no hacer). Sin embargo,
dentro del concepto de "derechos personales" pueden incluirse tanto los
derechos autopersonales o personalísimos (derechos a la vida, al honor,
al nombre, a la libertad física, etc.) como los denominados derechos
potestativos (derechos que corresponden al marido respecto de la mujer y
viceversa, a los padres respecto de sus hijos, y a los tutores y curadores
respecto de sus pupilos). A estos últimos se refiere el Código Civil cuando
reglamenta "los derechos personales en las relaciones de familia"
(Sección II del Libro I). Asimismo, dicho código y sus leyes
complementarias fijan reglas de competencia respecto de las pretensiones
de Estado fundadas en ese tipo de derechos, como sucede, por ejemplo
con la pretensión de fijación del plazo en los términos del art.
871 del CCiv. y Com.; la que persigue la determinación de un régimen de
comunicación respecto de hijos, etc.
Tanto a las pretensiones personalísimas como a las de Estado les son
aplicables, en lo compatible y a falta de normas expresas, las reglas
establecidas respecto de las pretensiones personales de contenido
patrimonial(159). Lo mismo cabe decir con relación a las pretensiones
fundadas en derechos intelectuales e industriales, por cuanto si bien
éstos, como los derechos reales, se tienen contra un
número indeterminado de personas y revisten, por lo tanto, carácter
absoluto, se diferencian de aquéllos en la circunstancia de que no atañen
al poder sobre una cosa material en particular, sino que se traducen en la
facultad de impedir que otras personas reproduzcan o imiten el género de
cosas que sólo el titular del derecho puede producir(160).
d) De acuerdo con una antigua tradición que se remonta a
las Institutas de Justiniano, se habla también de pretensiones mixtas para
caracterizar a aquellas mediante las cuales se hace valer un derecho de
crédito y un derecho real que han nacido de una misma operación jurídica.
Sin embargo, como lo señala Alsina, este tipo de presentaciones no existe
en nuestro derecho: las que se ponen como ejemplo —añade
dicho autor— constituyen, en realidad, dos pretensiones, de las cuales una
es, necesariamente, accesoria de la otra. Tal es lo que ocurre con la

271 
 
pretensión del acreedor hipotecario, la cual está formada por la pretensión
personal para el cobro del crédito y la pretensión real que nace de la
hipoteca(161).

94. Otras clasificaciones


Atienden, principalmente, a la relación existente entre dos pretensiones,
a la circunstancia de que éstas tengan o no una designación específica y
al alcance del tema que puede debatirse en los respectivos procesos. Se
habla también, en consecuencia, de pretensiones principales y accesorias;
de pretensiones nominadas e innominadas; y de pretensiones petitorias y
posesorias.

95. Relaciones entre la pretensión civil y la pretensión penal


a) Aun cuando pueden fundarse en un mismo hecho, la pretensión civil
y la pretensión penal son, como principio, independientes: el desistimiento
de la pretensión penal no impide el planteamiento eficaz de la pretensión
civil tendiente al pago de la indemnización del daño causado por un
delito(162).
b) La oportunidad en que la pretensión penal se deduce incide, por otra
parte, en el proceso civil. En efecto, si la pretensión penal hubiere
precedido a la pretensión civil, o fuere intentada pendiente ésta, no puede
haber condenación del acusado en el proceso civil antes de la
condenación del acusado en el proceso penal(163). Ello no impide la
deducción de la pretensión civil ni la prosecución del respectivo proceso,
sino solamente que en éste se dicte sentencia antes de que recaiga un
pronunciamiento en sede penal, pues esta decisión tiene efectos de cosa
juzgada en el proceso civil. Las excepciones a este principio están
previstas en el art. 1775 CCiv. y Com. en los siguiente términos:
"Suspensión del dictado de la sentencia civil. Si la acción penal precede a
la acción civil, o es intentada durante su curso, el dictado de la sentencia
definitiva debe suspenderse en el proceso civil hasta la conclusión del
proceso penal, con excepción de los siguientes casos: a. si median causas
de extinción de la acción penal; b. si la dilación del procedimiento penal
provoca, en los hechos, una frustración efectiva del derecho a

272 
 
ser indemnizado; c. si la acción civil por reparación del daño está fundada
en un factor objetivo de responsabilidad".
c) Corresponde señalar, finalmente, que la pretensión civil resarcitoria
es susceptible de ser planteada dentro del proceso penal (art. 29, CPen.,
derogatorio del art. 1096, CCiv.), siempre que la ley procesal atribuya
competencia para ello a los tribunales represivos(164). La absolución del
procesado por inexistencia de delito penal o porque no está comprometida
la responsabilidad penal del agente no obsta a que el Tribunal Penal se
pronuncie, en la sentencia, sobre la pretensión civil (doct. arts. 1774 y
1777, CCiv. y Com.).

CAPÍTULO VII - PROCESOS CON PLURALIDAD DE OBJETOS


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 96. Concepto de
proceso acumulativo.— 97. Modalidades. II.
ACUMULACIÓN ORIGINARIA DE
PRETENSIONES: 98. Clases.— 99. Acumulación
objetiva de pretensiones.— 100. Acumulación
subjetiva de pretensiones. III. ACUMULACIÓN
SUCESIVA POR INSERCIÓN DE
PRETENSIONES: 101. Distintos supuestos.—
102. Ampliación de demanda.— 103.
Reconvención.— 104.
Intervención excluyente y tercería. IV.
ACUMULACIÓN SUCESIVA POR REUNIÓN DE
PRETENSIONES (ACUMULACIÓN DE
PROCESOS): 105. Concepto.— 106.
Procedencia.— 107. Requisitos.— 108.
Procedimiento.— 109. Efectos.— 110.
Acumulación de procesos en la ley 22.434.

I. GENERALIDADES(1)

273 
 
96. Concepto de proceso acumulativo
a) Siempre que concurran determinados requisitos, que analizaremos
seguidamente, el proceso contencioso puede hallarse constituido por una
pluralidad de objetos, o sea, por más de una pretensión. Cuando ello
ocurra, estaremos en presencia del llamado proceso acumulativo o por
acumulación al que cabe definir como aquel que sirve para la satisfacción
de dos o más pretensiones(2).
b) En líneas generales, la justificación del proceso acumulativo reside
en dos tipos de fundamentos: uno atiende a la reducción de tiempo,
esfuerzo y dinero que comporta el tratamiento conjunto de dos o más
pretensiones que, de otro modo, darían lugar a diferentes procesos; el otro
tiene en mira la necesidad de evitar la posibilidad de pronunciamientos
contradictorios a que puede conducir la sustanciación de pretensiones
conexas en procesos distintos. En el primer caso, como señala
Carnelutti(3), se obtiene una ventaja desde el punto de vista de la
economía; en el segundo, en el de la justicia o de la certeza.

97. Modalidades
El fenómeno de la acumulación de pretensiones dentro de un mismo
proceso se presenta, fundamentalmente, bajo dos modalidades:
la originaria y la sucesiva, las cuales tienen lugar según que,
respectivamente, las pretensiones se propongan conjuntamente desde el
comienzo del proceso (generalmente en la demanda), o durante el
transcurso de éste a la pretensión originaria se agreguen o incorporen otra
u otras. A su vez, dentro de la acumulación sucesiva corresponde distinguir
la acumulación por inserción de la acumulación por reunión. La primera de
dichas modalidades se opera cuando una nueva pretensión
se incorpora, ex novo, dentro de un proceso ya pendiente para la
satisfacción de otra. La segunda tiene lugar cuando, existiendo diversas
pretensiones que se han hecho valer en otros tantos procesos, éstos se
funden en uno solo.

274 
 
II. ACUMULACIÓN ORIGINARIA DE PRETENSIONES

98. Clases
a) Según se atienda simplemente a la pluralidad de pretensiones, o,
además, a la pluralidad de sujetos activos o pasivos que las deducen o
frente a quienes se deducen, cabe distinguir entre dos clases de
acumulación originaria de pretensiones: la objetiva y la subjetiva.
b) Dicha terminología, sin embargo, no es del todo apropiada, pues
como observa Guasp, no existe acumulación procesal verdadera que no
revista carácter objetivo(4); de allí que se haya propuesto reemplazar las
mencionadas designaciones por las de acumulación por conexión
subjetiva y acumulación por conexión objetiva, respectivamente, por
cuanto la razón que justifica a la llamada acumulación objetiva reside en
el hecho de la identidad de partes entre dos o más pretensiones, y el
fundamento de la llamada acumulación subjetiva se encuentra en la
circunstancia de que las distintas pretensiones tienen en común uno o
ambos de sus elementos objetivos, vale decir, la causa o el objeto(5).
Corresponde reparar, no obstante, en el hecho de que en la
denominada acumulación objetiva puede también mediar conexión de las
pretensiones en virtud de la comunidad de los mencionados elementos y
debe tenerse en cuenta, además, que la llamada acumulación subjetiva
siempre entraña, aparte de ese tipo de conexión, pluralidad de sujetos
activos o pasivos (litisconsorcio). Por ello, y en razón del profundo arraigo
con que cuenta en la doctrina y la jurisprudencia nacionales,
adoptaremos, aunque conscientes de su imperfección, la terminología
utilizada al comienzo.

99. Acumulación objetiva de pretensiones

A) Concepto y fundamento

275 
 
a) La acumulación objetiva de pretensiones es la reunión, en una misma
demanda, de las distintas pretensiones que el actor tenga contra el
demandado, realizada con el objeto de que sean sustanciadas y decididas
en un proceso único.
b) Puesto que la institución responde exclusivamente a la razón
de economía de tiempo, actividad y gastos que significa el tratamiento
conjunto de diversas pretensiones que reconocen como sujeto activo al
mismo actor y como sujeto pasivo al mismo demandado, la admisibilidad
de este tipo de acumulación no se halla supeditada al requisito de que
medie, entre esas pretensiones, un vínculo de conexidad por la causa o
por el objeto. El Código Procesal de la provincia de Jujuy pone el acento
en esa circunstancia cuando dispone que la acumulación es
admisible aunque las pretensiones "se funden en distintos motivos..." (art.
297)(6).

B) Requisitos
a) El Código Procesal de la Nación se refiere a los requisitos que debe
reunir la acumulación objetiva en el art. 87 según el cual "antes de la
notificación de la demanda el actor podrá acumular todas las acciones
(pretensiones) que tuviere contra una misma parte, siempre que: 1º) no
sean contrarias entre sí, de modo que por la elección de una
quede excluida la otra; 2º) correspondan a la competencia del mismo juez;
3º) puedan sustanciarse por los mismos trámites"(7).
b) El primero de los requisitos establecidos por dicha norma, o sea, el
de que las pretensiones no sean excluyentes, se justifica por la
circunstancia de que, en caso contrario, aquéllas se destruirían
mutuamente(8). Tal lo que sucedería, por ejemplo, si se demandase
conjuntamente el cumplimiento y la rescisión de un contrato, o la nulidad
de un testamento y la entrega de un legado establecido en él(9).
La incompatibilidad entre las distintas pretensiones no obsta, sin
embargo, a su acumulación condicional o eventual, modalidad que tiene
lugar cuando se propone una pretensión como principal y otra a título
subsidiario, a fin de que el juez conozca de esta última sólo en la hipótesis
de desestimar la primera. En ese orden de ideas, la jurisprudencia —en
base a los textos normativos de derecho privado derogados— ha
declarado admisible la acumulación subsidiaria de las pretensiones de
nulidad y simulación de acto jurídico(10); de tercería de dominio y de mejor
derecho(11); de nulidad y de cumplimiento de contrato(12); etcétera.

276 
 
Junto con la mencionada modalidad de la acumulación objetiva, la
doctrina y la jurisprudencia admiten también las
denominadas sucesiva y alternativa. Tiene lugar la primera cuando una
pretensión es deducida con la condición de que, previamente, sea acogida
otra pretensión que actúa como presupuesto de ella: así, en el caso de
una obligación sin plazo determinado, cabría acumular, al pedido de
fijación judicial de plazo, la respectiva pretensión de condena(13); a la
pretensión de nulidad de testamento sería admisible acumular la
pretensión de petición de herencia ab intestato, etcétera. Existe
acumulación alternativa cuando diversas pretensiones son propuestas
para que una u otra sean estimadas. A diferencia de lo que ocurre en el
caso de acumulación condicional, en esta hipótesis todas las pretensiones
se deducen en vía principal, aunque condicionalmente, desde
que cada una es propuesta en cuanto no sea estimada la otra(14). Un
ejemplo de esta modalidad de la acumulación está dado por el reclamo
tendiente al cumplimiento de una obligación alternativa (art. 782, CCiv. y
Com.).
Existen casos en los cuales, si bien la acumulación sería admisible de
conformidad con los principios expuestos, ella se encuentra prohibida por
la ley, como sucedía con la pretensión redhibitoria y la quanti minoris o en
el supuesto del vendedor con pacto comisorio que demanda el pago del
precio, a quien le estaba vedado, en adelante, demandar la resolución del
contrato, ambos ejemplos del derogado régimen del Código Civil (arts.
2175 y 1375, inc. 3º, respectivamente).
c) En virtud de lo dispuesto por el art. 87, inc. 2º, CPCCN, las
pretensiones acumuladas deben corresponder a la competencia del
mismo juez. La jurisprudencia tiene decidido que el requisito mencionado
rige respecto de todas y de cada una de las pretensiones acumuladas(15),
de manera que, tratándose por ejemplo de la competencia por razón del
monto, ella no puede determinarse mediante la suma del valor de las
distintas pretensiones, sino atendiendo al valor de cada una de ellas(16); de
allí que la justicia ordinaria sea incompetente para conocer en la causa por
cobro de distintas sumas individualmente comprendidas dentro de los
límites de la competencia de la justicia especial en lo civil y
comercial, aunque el total de ellas exceda dichos límites(17). Tal principio,
sin embargo, no es aplicable en el supuesto de que las pretensiones
acumuladas deriven de una misma causa(18).
Tampoco procede la acumulación de pretensiones, cuyo respectivo
conocimiento corresponda a jueces distintos por razón de la materia. No
sería procedente, por lo tanto, la acumulación de una pretensión de
naturaleza civil a una pretensión de naturaleza comercial(19), y de ninguna
de ellas a una pretensión que correspondiese a la competencia de la
justicia especial en lo civil y comercial(20).
d) Por obvias razones de orden procesal, la ley exige también que las
distintas pretensiones puedan sustanciarse en un mismo tipo de proceso.
277 
 
No cabría, en consecuencia, acumular una pretensión ejecutiva a una
pretensión ordinaria(21), ni ésta a ninguna pretensión que se encuentre
sometida a una clase especial de proceso (desalojo, tercería(22), interdicto,
etc.).
e) En el supuesto de que la acumulación no reúna los requisitos que el
código exige, el demandado puede deducir la excepción de defecto
legal(23)y, en el caso del art. 87, inc. 2º, del Código Procesal de la Nación,
la de incompetencia(24).

100. Acumulación subjetiva de pretensiones


a) Tiene lugar esta modalidad de la acumulación originaria toda vez que,
entre más de un actor o demandado (acumulación activa y pasiva,
respectivamente) o entre más de un actor y más de un demandado
(acumulación mixta), se sustancian, en un proceso único,
pretensiones conexas por la causa o por el objeto.
b) La acumulación subjetiva de pretensiones se halla justificada no sólo
por razones de economía procesal (como ocurre, según se ha visto, en el
caso de la acumulación objetiva), sino, primordialmente, por la necesidad
de conjurar el riesgo de decisiones contradictorias y el consiguiente
escándalo jurídico que fácilmente puede originar el tratamiento autónomo
de pretensiones vinculadas por el mencionado tipo de conexión.
c) Los Códigos argentinos antiguos no contemplaban esta especie de
acumulación, aunque el vacío legal fue cubierto por obra de la
jurisprudencia, que se valió para ello de la aplicación extensiva de los
principios relativos a la acumulación objetiva, así como de las enseñanzas
de la doctrina nacional y extranjera(25).
d) El Código Procesal de la Nación, en cambio, siguiendo las pautas
establecidas en algunos códigos provinciales(26), reglamenta
esta institución en los siguientes términos: "Podrán varias partes
demandar o ser demandadas en un mismo proceso cuando las acciones
(pretensiones) sean conexas por el título, o por el objeto, o por ambos
elementos a la vez" (art. 88)(27).
e) La doctrina suele distinguir la acumulación subjetiva propia de
la impropia. Los autores italianos, por lo general, entienden que la
acumulación propia supone la existencia de un vínculo de conexión
material entre las distintas pretensiones, la cual puede derivar
del título o causa (p. ej., la pretensión dirigida frente a varios deudores de
una obligación divisible, solidaria o indivisible), o del objeto (p. ej., la
pretensión de reivindicación interpuesta frente a varios poseedores de

278 
 
distintas partes de un mismo inmueble). La acumulación impropia, por el
contrario, se funda en la existencia de un vínculo de mera afinidad entre
las diversas pretensiones y se originaría toda vez que el litigio dependiese,
total o parcialmente, de la resolución de idénticas cuestiones (art. 103,
Código Procesal Civil italiano). Esta última modalidad se presentaría, por
ejemplo, cuando el locador demanda a varios inquilinos por
desalojo, invocando para ello el mismo hecho o la misma norma legal; o
cuando varios contribuyentes reclaman la restitución de impuestos
pagados en virtud de una misma interpretación equivocada por parte del
fisco; o cuando varios acreedores demandan a un mismo deudor, aunque
los distintos créditos sean autónomos y sea igual la pretensión (negativa)
del deudor con respecto a todos los acreedores(28). La acumulación
impropia no requiere, por lo tanto, la existencia de una verdadera conexión
y se resuelve, como señala Satta(29), en una identidad de situaciones
jurídicas que determina una convergencia de intereses en línea de mero
hecho.
Las opiniones de los autores nacionales no son coincidentes. Según
Alsina(30), la acumulación propia se basa en la existencia de una relación
jurídica sustancial con pluralidad de sujetos, en tanto que la acumulación
impropia supone la existencia de varias relaciones jurídicas con elementos
comunes a distintos sujetos, pudiendo referirse tal comunidad a la causa o
al objeto de la pretensión. Fernández formula una distinción
sustancialmente coincidente con la ya mencionada de la doctrina
italiana(31), y en el mismo sentido parece inclinarse Podetti(32), aunque su
posición no resulta suficientemente aclarada.
Ninguno de los criterios precedentemente enunciados es, a nuestro
juicio, totalmente satisfactorio, al menos en lo que a nuestro derecho
positivo concierne. La "identidad de cuestiones", a que se refiere el art.
103 del Código Procesal italiano y sobre cuya base se ha elaborado el
concepto de acumulación impropia, entraña siempre, en mayor o menor
medida, la existencia de un vínculo de conexión, sea por el objeto
(inmediato o mediato) o por la causa, entre las distintas pretensiones,
según lo ponen en evidencia, por lo demás, los ejemplos que al respecto
suministra la doctrina(33). Tampoco convence el criterio de distinción que
propone Alsina y menos aún la consecuencia que de él extrae, en el
sentido de que solamente en el caso de acumulación impropia cabe al
demandado la facultad de solicitarla cuando las pretensiones se hayan
deducido en procesos independientes. A los argumentos que dicho autor
formula cabe replicar que es precisamente en las hipótesis que menciona
como configurativas de acumulación propia (casos de obligaciones
divisibles, solidarias e indivisibles) donde en mayor grado aparece
acentuado el vínculo de conexión que adscribe como elemento
característico a la acumulación impropia, y que, siendo la posibilidad de
decisiones contradictorias, como hemos señalado, el fundamento
primordial de la acumulación subjetiva, la petición de que ella se concrete

279 
 
constituye, en todos los casos, una facultad que pertenece tanto al actor
como al demandado.
Las razones expuestas nos inclinan a pensar que la aludida distinción
entre acumulación propia e impropia carece de importancia práctica en
nuestro derecho. La acumulación subjetiva procede, a nuestro juicio,
siempre que las distintas pretensiones sean conexas en virtud de la causa,
del objeto, o de ambos elementos a la vez, o sea, respectivamente, cuando
se invoque como fundamento de ellas una misma relación jurídica o una
misma situación de hecho, o cuando medie coincidencia respecto de la
clase de pronunciamiento que se pide (objeto inmediato), y la cosa, hecho
o relación jurídica sobre que dicho pronunciamiento debe versar (objeto
mediato).
f) Entre otros casos, la jurisprudencia ha admitido la acumulación
subjetiva de pretensiones de varios contribuyentes que tienen por objeto
repetir el pago de determinada contribución que se considera ilegal por el
mismo motivo(34); las de daños y perjuicios intentadas contra el causante
del accidente por los dos copropietarios del automóvil que sufrió los
daños(35); las de indemnización por despido de varios obreros contra el
fallido, cuando ellas reconocen la misma causa(36); etcétera (acumulación
activa). El damnificado por un accidente puede acumular sus pretensiones
contra el conductor del vehículo, contra el propietario del automóvil y
contra el asegurador de los daños ocasionados(37); el propietario, las
pretensiones de reivindicación contra los detentadores de distintas
fracciones del mismo inmueble(38); el dueño del edificio que se acoge al
beneficio legal de obtener el desalojo por demolición y nueva construcción
puede acumular las pretensiones que le competen contra los
distintos inquilinos(39); etcétera (acumulación pasiva).
g) Existen, finalmente, ciertas cuestiones vinculadas con la acumulación
subjetiva de pretensiones, como las referentes al litisconsorcio facultativo
y a los efectos que aquélla produce sobre las reglas de competencia, las
que serán estudiadas en el volumen segundo de esta obra.

III. ACUMULACIÓN SUCESIVA POR INSERCIÓN DE PRETENSIONES

101. Distintos supuestos

280 
 
a) Como se dijo supra, nro. 97, este tipo de acumulación tiene lugar
cuando una nueva pretensión se incorpora, ex novo, dentro de un proceso
ya pendiente para la satisfacción de otra.
b) La inserción de la nueva pretensión puede provenir del primitivo
actor, del primitivo demandado o de un tercero. Cada uno de esos casos
engendra, respectivamente, las figuras de la ampliación de demanda, de
la reconvención, de la intervención excluyente y de la tercería.

102. Ampliación de demanda


a) Esta hipótesis se configura cuando el actor, en lugar de acumular
todas las pretensiones que tiene frente al demandado en la
demanda inicial, lo hace en un momento procesal posterior. El límite para
ello está dado, sin embargo, por la notificación de la demanda (art.
87, CPCCN); cumplido este acto, el demandante pierde la facultad de
proponer nuevas pretensiones dentro del mismo proceso(40).
b) Se sigue de lo expuesto que la ampliación de demanda se halla
sujeta a los mismos requisitos de la acumulación objetiva de pretensiones,
la cual, por lo tanto, puede ser originaria o sucesiva según que,
respectivamente, todas las pretensiones se acumulen en la demanda, o
una o más de aquéllas se incorporen al proceso con posterioridad a ese
acto, aunque antes de la notificación(41).

103. Reconvención
a) La reconvención es la pretensión procesal de que se halla facultado
para deducir el demandado frente al actor. Sólo puede interponerse en el
mismo escrito de contestación a la demanda: "No haciéndolo entonces —
expresa el art. 357, CPCCN— no podrá (el demandado) deducirla
después, salvo su derecho para hacer valer su pretensión en otro juicio"(42).
b) En virtud de revestir los caracteres de una verdadera pretensión, es
aplicable a la reconvención lo que se ha dicho acerca de los elementos y
los requisitos de la pretensión procesal (supra, nros. 77 y 80-82). Sin
embargo, el hecho de tratarse de una pretensión que se inserta en un
proceso ya pendiente determina que su admisibilidad se halle supeditada
a los siguientes requisitos:

281 
 
1º) Que se deduzca en el mismo escrito de contestación a la demanda.
No puede reconvenir, por lo tanto, quien no cumple ese acto procesal(43).
2º) Que corresponda, por razón de la materia, al juez que conoce de la
pretensión inicial. Si ésta, por ejemplo, fuera de naturaleza comercial, no
cabría el planteamiento de una reconvención de naturaleza civil, ni
viceversa. En cuando a la competencia por razón del valor, corresponde
formular la siguiente distinción: a) si el proceso tramita ante la justicia
ordinaria (civil o comercial), y la reconvención no excede la competencia
cuantitativa de la justicia especial en lo civil y comercial, ella sólo es
admisible en el supuesto de mediar conexión con la pretensión inicial; b)
si el proceso tramita ante la justicia especial en lo civil y comercial, puede
deducirse pretensión reconvencional sin limitación en cuanto a su monto
(art. 46, inc. 5º, dec.-ley 1285/1958(44)). En la provincia de Buenos Aires,
por el contrario, los jueces de paz sólo pueden conocer de las
reconvenciones que encuadren dentro de los límites de su competencia.
Si la exceden, y media además conexión entre la pretensión inicial y la
reconvención, el juez debe declararse incompetente para entender en
ambas y remitir los autos al juez que deba conocer, prosiguiéndose las
actuaciones ante éste (art. 3º, ley 9229). La reconvención, finalmente,
importa una derogación de las reglas que rigen la competencia territorial,
de manera tal que el actor no puede oponer al reconviniente la excepción
de incompetencia fundada en el distinto domicilio.
3º) Que pueda sustanciarse por los mismos trámites que corresponden
a la pretensión originaria, exigencia que responde, como en el caso de la
acumulación objetiva, a obvias razones de orden procesal(45).
4º) Que se deduzca en vía principal y no en forma subsidiaria(46).
c) Fuera de los requisitos particulares precedentemente mencionados,
que serán objeto de más exhaustivo análisis en el volumen III de esta obra,
los ordenamientos jurídicos argentinos no exigían que la reconvención
guarde con la pretensión originaria otra conexión que la meramente
personal(47). La jurisprudencia, sin embargo, fundada en que la admisión
ilimitada de la facultad de reconvenir puede convertirse en un factor
perturbador de la ordenada sustanciación de las causas e incompatible,
por lo tanto, con la razón de economía procesal que justifica este tipo de
acumulación, se ha pronunciado reiteradamente en el sentido de que la
reconvención no procede cuando no guarda relación jurídica alguna con la
pretensión originaria(48).
d)(49)Como se señaló, en su versión originaria, el Código Procesal Civil
de la Nación no requería que la reconvención guardara con la pretensión
originaria, en el proceso sumario, otra conexión que no fuera la meramente
personal. En cambio, el art. 487 imponía, como requisito de la
reconvención en los procesos sumarios, el de que la pretensión
reconvencional derivara de la misma relación jurídica, o sea, conexa con
la invocada en la demanda.

282 
 
La ley 22.343 se limitó, con buen criterio, adoptando una línea
jurisprudencial suficientemente consolidada, a extender el requisito de la
conexidad a la reconvención deducida en el proceso ordinario y la ley
25.488, que suprimió el proceso sumario, mantuvo el mencionado principio
en el art. 357.

104. Intervención excluyente y tercería


En estos supuestos, la nueva pretensión proviene de terceros, o sea,
de personas ajenas a las partes originarias, las cuales vienen a convertirse
en sujetos pasivos de aquélla. Reservamos el estudio de
estas instituciones para la oportunidad de analizar, en el capítulo
pertinente, el tema relativo a la intervención de terceros.

IV. ACUMULACIÓN SUCESIVA POR REUNIÓN DE PRETENSIONES


(ACUMULACIÓN DE PROCESOS)

105. Concepto
a) Este tipo de acumulación se verifica a través de la unión material de
dos o más procesos que, en razón de tener por objeto
pretensiones conexas, no pueden ser sustanciados separadamente sin
riesgo de conducir al pronunciamiento de decisiones contradictorias,
e incluso de cumplimiento imposible por efecto de la cosa juzgada
alcanzada por la sentencia dictada en cualquiera de ellos.
b) Aunque en estos casos se habla de "acumulación de procesos", debe
tenerse en cuenta que en la base de ellos existe, en rigor, una pluralidad
de pretensiones, las cuales, al acumularse, determinan la unión material
de los distintos procesos en los que aquéllas se hicieron valer.

283 
 
106. Procedencia
a) Del concepto enunciado se sigue que la acumulación de procesos
corresponde: 1º) Cuando es admisible la acumulación subjetiva de
pretensiones, o sea, siempre que éstas sean conexas por la causa, por el
objeto o por ambos elementos al mismo tiempo(50). 2º) Cuando siendo el
actor titular de diversas pretensiones conexas frente al demandado,
aquéllas se hayan hecho valer en otros tantos procesos, sin haber tenido
lugar, por consiguiente, su acumulación objetiva(51). 3º) Cuando el
demandado, absteniéndose de la facultad de reconvenir, deduce, en otro
proceso, una pretensión conexa a la interpuesta por el actor frente a él(52).
b) Con anterioridad a la promulgación de la ley 14.237, la acumulación
de procesos no se hallaba contemplada en los ordenamientos aplicables
en la justicia nacional(53). No obstante, la jurisprudencia la había admitido
cuando entre las mismas partes pendiesen juicios fundados en el mismo
vínculo jurídico, o tendientes, en lo fundamental, a un mismo objeto, a fin
de evitar que se dividiese la continencia de la causa(54).
c) El Código Procesal de la Nación, siguiendo sustancialmente los
lineamientos de la ley 14.237 y de algunos códigos provinciales dispone,
en su art. 188, primer apartado, que "procederá la acumulación de
procesos cuando hubiese sido admisible la acumulación subjetiva de
acciones, de conformidad con lo prescripto en el art. 88 y, en general,
siempre que la sentencia que haya de dictarse en uno de ellos pudiere
producir efectos de cosa juzgada en otro u otros".
d) Por aplicación del principio contenido en la norma citada, la
jurisprudencia ha resuelto, entre otros casos —y siempre con base en los
códigos civil y de comercio derogados—, que corresponde acumular: al
juicio iniciado en primer término, las dos demandas que persiguen la
reparación de los daños ocurridos en un accidente de tránsito: una iniciada
por la víctima contra los responsables del hecho dañoso y la otra por uno
de los responsables contra otro(55); en general, los procesos que tienen por
objeto pretensiones tendientes al resarcimiento del daño producido por un
mismo hecho ilícito(56); los dos procesos por divorcio iniciados casi
simultáneamente ante el mismo juzgado por ambos cónyuges, si la
esposa, que reiteró su demanda al reconvenir, aceptó la acumulación(57);
el juicio relativo a la validez de un matrimonio al de petición de herencia,
pues es forzoso que en este último debe juzgarse sobre el título con que
se ha promovido(58); al juicio por fijación de plazo para el cumplimiento de
una obligación emergente de un contrato, el de rescisión de ese mismo
contrato y daños y perjuicios(59); los dos juicios en los cuales se trata de
demostrar que los actores revisten o no la alegada condición de

284 
 
locatarios(60); el juicio en que se demanda a un socio por cumplimiento de
la cesión de todas sus cuotas en una sociedad de responsabilidad limitada,
y el juicio en el cual el socio demandado reclama la disolución y la
liquidación de la sociedad y la rendición de cuentas, pues en el caso de
prosperar la pretensión deducida en el primer juicio, el actor del segundo
proceso habría perdido su calidad de socio, que constituye uno de los
presupuestos necesarios para la viabilidad de la pretensión allí
deducida(61); el juicio en el que el sublocador pide el desalojo del
sublocatario, al juicio en el que éste pide la exclusión del sublocador(62); el
juicio que tiene por objeto la rescisión de un contrato por causa
de incumplimiento, y el que versa sobre la nulidad de la prenda constituida
en virtud del mismo y que garantizaba dicha operación(63); los dos procesos
de posesión treintañal iniciados por dos poseedores distintos sobre un
mismo inmueble(64); el juicio de escrituración iniciado por algunos
compradores al iniciado por otro adquirente de un departamento en el
mismo edificio, si en éste podrían presentarse idénticas situaciones de
hecho, comunes con las de los litisconsortes de aquél(65); el proceso sobre
divorcio y separación de bienes y el de nulidad de matrimonio(66); el juicio
que tiene por objeto la nulidad de escritura y posterior escrituración a favor
del comprador, al juicio por consignación tendiente a obtener que el actor
sea obligado a percibir una suma de dinero proveniente de la venta, a un
tercero, de la misma propiedad(67); el juicio seguido por la compañía
aseguradora subrogándose en los derechos del propietario de
un automóvil desaparecido, por cobro de los daños hasta la suma pagada
al asegurado, al juicio seguido por éste, contra el mismo demandado, por
el cobro de daños por el excedente de esa suma hasta el valor íntegro
del automóvil(68); el juicio seguido por el inquilino ante la justicia civil en
concepto de restitución de sumas abonadas en concepto de impuestos, al
de desalojo por falta de pago de los arrendamientos que tramita ante la
justicia de paz, si entre las partes se convino la compensación entre
alquileres e impuestos(69); al juicio en el cual se demandó la remoción del
directorio de una sociedad y la nulidad de tres asambleas, el juicio, en el
cual se demandó la nulidad de actos realizados por el directorio cuya
remoción se pidió con anterioridad, la de asambleas posteriores a las
primeras, se impugnaron las memorias y balances y se pidió nuevamente
la remoción del directorio anteriormente formulada(70); el proceso de
desalojo por intrusión y de daños y perjuicios por ocupación indebida al
juicio de escrituración de la misma finca que tramita por ante un juzgado
nacional en lo civil(71); etcétera. En materia de procesos ejecutivos se ha
resuelto, asimismo, que aun cuando la causa no influye en el cobro
ejecutivo de papeles de comercio y resulta por ello irrelevante la alegada
coincidencia de causa a que responden los pagarés ejecutados en
distintos juicios, corresponde la acumulación, por razones de economía
procesal, si se trata de juicios seguidos entre las mismas partes, son
iguales las defensas opuestas y si se las planteó en idénticos términos(72).

285 
 
Se ha decidido, por el contrario, que no corresponde la acumulación del
juicio en que se cuestiona la validez de ciertas enajenaciones
de inmuebles hechas por el marido, en el que aparte de éste existen otros
demandados, al juicio de divorcio y separación de bienes existente entre
aquél y su cónyuge, en razón de no existir, en tal caso, identidad de objeto
ni de causa ni plena de parte(73). Tampoco median tales identidades, ni la
conexidad requerida por el art. 17 de la ley 14.237, si en uno de los
procesos se demanda a una sociedad de responsabilidad limitada por
rescisión de un contrato de construcción, pago de cláusula penal y
reintegro de anticipos abonados por el mismo concepto, y el otro versa
sobre la escrituración de la venta del inmueble y la demanda se dirige
contra una persona física, siendo indiferente, a los efectos de la
acumulación, la circunstancia de que la venta del inmueble y el contrato
de construcción se hayan concertado teniendo en vista una única
finalidad(74). Asimismo, no autoriza la acumulación de procesos la
circunstancia de que numerosos actores reclamen la escrituración de lotes
comprados en un mismo remate, si el supuesto incumplimiento de los
vendedores se hace derivar de causas distintas, lo cual excluye
la existencia de conexión jurídica entre las diversas pretensiones(75);
etcétera.

107. Requisitos
a) Fuera del requisito genérico de admisibilidad examinado en el
número precedente, el art. 188 del Código Procesal de la
Nación(76)instituye, con respecto a la acumulación de procesos,
determinados requisitos específicos que analizaremos a continuación.
b) Es necesario, en primer lugar, que "los procesos se encuentren en la
misma instancia" (inc. 1º). Este requisito debe entenderse en el sentido de
que la acumulación es admisible en segunda o ulterior instancia, siempre
que los procesos a acumular se encuentren en ellas con motivo de
recursos interpuestos contra la sentencia definitiva o resolución
ordenatoria recaída en un trámite común a todos ellos(77).
c) Asimismo, se requiere "que el juez a quien corresponda entender en
los procesos acumulados sea competente por razón de la materia" (inc.
2º, ap. 1º). Una norma idéntica se hallaba contenida en el art. 18, inc. 2º,
de la ley 14.237, y la generalidad de sus términos, unida al art. 17 de la
misma ley en el sentido de que "la acumulación de autos no altera la
competencia", parecía descartar la posibilidad de que se acumulasen
procesos correspondientes a las competencias civil y comercial. Pero
importa tener presente que no media razón ninguna de orden público que

286 
 
justifique la diversidad de competencia en lo que a esas materias respecta,
sino simples razones de división del trabajo judicial que no pueden privar,
obviamente, sobre los principios y las exigencias comprometidos en
la institución analizada y que conciernen, incluso, como no resulta difícil
comprender, a la seriedad y al prestigio de la administración de justicia.
La jurisprudencia, sin embargo, allanó el obstáculo que aparentemente
impedía la acumulación de acuerdo con las normas citadas y resolvió, por
ejemplo, que correspondía acumular dos juicios relativos al cumplimiento
de un mismo contrato de locación de obra, seguidos entre las mismas
partes e iniciados separadamente ante la justicia civil y comercial, pues
aparte de que ambos fueros conocen en controversias motivadas por ese
tipo de contratos, tal solución permitía que se cumpliese efectivamente el
propósito a que respondían los arts. 17, 18 y 19 de la ley 14.237, o sea,
impedir que se dicten sentencias contradictorias en juicios que provengan
de una misma causa(78).
El criterio expuesto fue aceptado por el Código Procesal de la Nación,
pues a continuación del precepto arriba transcripto dispone que "a los
efectos de este inciso no se considerarán distintas las materias civil y
comercial".
También cabe la acumulación de procesos que tramitan ante órganos
judiciales de distinta competencia territorial, aunque en tal hipótesis es
necesaria la expresa conformidad de la parte o partes facultadas para
prorrogar la competencia(79).
d) La admisibilidad de la acumulación se halla sujeta, finalmente, al
requisito de que los procesos "pueden sustanciarse por los mismos
trámites", el cual responde, como en el caso ya estudiado de la
acumulación originaria de pretensiones, a obvias razones de orden
procesal; de allí que se haya resuelto, entre otros casos, que no procede
acumular los procesos de cancelación de hipoteca y de insania del
demandado(80); de nulidad de laudo y ejecutivo(81); de consignación y
ejecutivo(82); de este último a una petición de quiebra(83); etcétera.
"Sin embargo —continúa expresando el art. 188, inc. 8º, CPCCN—
podrán acumularse dos o más procesos de conocimiento, o dos o más
procesos de ejecución sujetos a distintos trámites, cuando su acumulación
resultare indispensable en razón de concurrir la circunstancia prevista en
la última parte del primer párrafo", es decir, cuando la sentencia que haya
de dictarse en uno de los procesos sea susceptible de producir efectos de
cosa juzgada en el otro u otros(84). En consecuencia, concurriendo esta
última circunstancia, procede la acumulación entre procesos ordinarios,
sumarios y sumarísimos, o entre juicios ejecutivos y ejecuciones
especiales (hipotecaria, prendaria, comercial y fiscal).
Al juez incumbe, en tales hipótesis, determinar el procedimiento que
corresponde imprimir al juicio acumulado (art. 188, inc. 3º, in fine,
CPCCN).
287 
 
108. Procedimiento
a) Por lo que concierne al modo en que puede lograrse la acumulación
el art. 190 del Código Procesal de la Nación prescribía(85)que ésta "se
ordenará de oficio o a petición de parte formulada por vía de excepción de
litispendencia o de incidente", con lo cual recogía la doctrina
jurisprudencial elaborada durante la vigencia de la ley 14.237, que omitía
la regulación del tema(86).
Si se opta por la promoción de incidente, "éste —dispone el segundo
párrafo del art. 190— podrá promoverse en cualquier instancia o etapa del
proceso, hasta quedar en estado de sentencia"(87).
Sin embargo, aun en el supuesto de ser pedida con anterioridad al
llamamiento de autos, la acumulación es inadmisible cuando tiende,
manifiestamente, a obtener la suspensión de un proceso que se encuentra
en avanzado estado de sustanciación con respecto a otro promovido con
posterioridad(88).
Como es obvio, la acumulación no procede, por carecer de objeto
práctico, cuando en cualquiera de los procesos ha recaído sentencia
definitiva(89)o se ha operado la caducidad de la instancia(90).
b) La ley 14.237 omitía determinar sobre cuál de los expedientes
correspondía hacerse la acumulación, pero la jurisprudencia resolvió que,
en principio, era competente para conocer en los procesos acumulados el
juez ante quien tramitara el proceso iniciado con anterioridad(91). Algunos
precedentes aclararon, con acierto, que la prioridad en la prevención debía
determinarse, no por la fecha de interposición de la demanda, sino por la
de su notificación(92), siendo éste el criterio que recoge el art. 189 del
Código Procesal de la Nación en tanto dispone que "la acumulación se
hará sobre el expediente en el que primero se hubiese notificado la
demanda". Aclara, sin embargo, en el párrafo siguiente, que "si los
jueces intervinientes en los procesos tuvieren distinta competencia por
razón del monto, la acumulación se hará sobre el de mayor cuantía(93). En
el caso, si los procesos se hallan sujetos a distintos trámites, incumbe al
juez que debe conocer en definitiva determinar el procedimiento que
corresponde imprimir al juicio acumulado, pues resulta aplicable el
principio contenido en el art. 188.
c) El trámite del incidente de acumulación y los conflictos que pueden
suscitarse entre los jueces que conocen en los respectivos procesos se
hallan regulados por los arts. 191 y 192 del Código Procesal de la Nación.
Dispone la primera de esas normas que "el incidente podrá plantearse

288 
 
ante el juez que debe conocer en definitiva o ante el que debe remitir
el expediente. En el primer caso, el juez conferirá traslado a los otros
litigantes y si considerare fundada la petición, solicitará el otro u
otros expedientes, expresando los fundamentos de su pedido. Recibidos,
dictará sin más trámite resolución contra la cual no habrá recurso y la hará
conocer a los juzgados donde tramitaban los procesos. En el segundo
caso, dará vista a los otros litigantes y si considerare procedente la
acumulación, remitirá el expediente al otro juez, o bien, le pedirá la
remisión del que tuviere en trámite, si entendiese que la acumulación debe
efectuarse sobre el que se sustancia ante su juzgado, expresando los
motivos en que se funda. En ambos supuestos la resolución
será inapelable. Si se declarase improcedente el pedido, la resolución será
apelable". El art. 192 expresa, por su parte: "Sea que la acumulación se
hubiese dispuesto a pedido de parte o de oficio, si el juez requerido no
accediere, deberá elevar el expediente a la Cámara que constituya su
Alzada; ésta, sin sustanciación alguna, resolverá en definitiva si la
acumulación es procedente"(94).
El art. 191 comienza por otorgar una opción en lo que se refiere al juez
ante quien debe promoverse el incidente de acumulación, que puede ser
el que ha prevenido en los términos del art. 189 o aquel que debe remitir
el o los expedientes.
No obstante la aparente diversidad de trámites que, de conformidad con
las expresiones utilizadas por el art. 191, correspondería observar en uno
y otro caso, pensamos que aquella diversidad no existe por carecer de
razonable justificación.
Cualquiera que sea, en efecto, el juez ante el cual se promueve
el incidente, no puede resolver la procedencia de la acumulación
sin examinar previamente los expedientes de que se trate; de allí que,
evacuada la vista que corresponde conferir a la otra parte, y siempre
que, prima facie, la acumulación reúna los requisitos de
admisibilidad exigidos por la ley, el juez debe requerir los expedientes y
recién una vez éstos recibidos, expedir una resolución definitiva que sólo
es apelable si se rechaza el pedido de acumulación, pues en caso
contrario no media gravamen irreparable para las partes.
De lo dicho se sigue que el juez requerido sólo puede plantear la
contienda de competencia a que se refiere el art. 192 una vez que el juez
requirente haya resuelto definitivamente el incidente de acumulación y
comunicado a aquél la correspondiente resolución. Resultaría, por ende,
prematuro el planteamiento de la contienda si se lo formulara en
oportunidad de recibirse el pedido de remisión del expediente.
Si el conflicto derivado de la acumulación se suscita entre jueces que
no tienen un órgano jerárquico común, aquél debe ser dirimido por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación; pero si se plantea entre jueces
nacionales de primera instancia de distinta competencia, la resolución

289 
 
corresponde a la Cámara de apelaciones de que dependa el juez que
previno (art. 24, inc. 7º, dec.-ley 1285/1958, modificado por el art. 2º, ley
21.708). Si los jueces ejercen la misma competencia, el conflicto debe ser
dirimido por el tribunal que sea órgano jerárquico común a todos ellos.
d) Con vistas a la ordenación del trámite, el art. 193 del Código Procesal
de la Nación(95)asigna al incidente de acumulación efectos suspensivos
con respecto al curso de todos los procesos. Distingue, sin embargo,
según que los expedientes tramiten ante un mismo juez o ante jueces
distintos, pues en el primer caso la suspensión se opera desde que se
promueve el incidente y en el segundo desde que se comunica el pedido
de acumulación al juez respectivo. Se exceptúan de la suspensión "las
medidas o las diligencias de cuya omisión pudiere resultar perjuicio" (v.gr.,
medidas cautelares).

109. Efectos
a) "Los procesos acumulados —dice el art. 194, CPCCN— se
sustanciarán y fallarán conjuntamente, pero si el trámite resultare
dificultoso por la naturaleza de las cuestiones planteadas, podrá el juez
disponer, sin recurso, que cada proceso se sustancie por separado,
dictando una sola sentencia"(96).
b) La norma transcripta prevé, como efecto fundamental de la
acumulación, la unidad de pronunciamiento, el cual debe versar sobre la
totalidad de las cuestiones (principales y accesorias) que se han planteado
en los procesos cuya acumulación se dispuso(97).
La jurisprudencia tiene resuelto que, habiéndose ordenado la
acumulación, son nulas las sentencias dictadas separadamente en los
respectivos expedientes(98). Se trata, sin embargo, como de todas las
nulidades procesales, de una nulidad relativa; de manera que si las partes
no objetan el pronunciamiento de sentencias separadas y nada reclaman
en la expresión de agravios o su contestación, aquélla no puede
declararse(99).
c) Si, en el momento de decretarse la acumulación, los procesos no se
encontraren en el mismo estado, corresponde disponer la suspensión del
que se halle más avanzado, hasta que el otro u otros se encuentren en la
misma etapa procesal(100). En el supuesto de disponerse la sustanciación
separada de los expedientes, la suspensión debe comenzar cuando el
más adelantado se encuentre en estado de dictar sentencia(101).

290 
 
110. Acumulación de procesos en la ley 22.434(102)

La ley 22.434 no afectó sustancialmente las disposiciones que el Código Procesal Civil de la Nación contiene
en materia de acumulación originaria y sucesiva porinserción de pretensiones, habiéndose limitado a unificar el
criterio aplicable a la admisibilidad de la reconvención y a modificar algunas de las normas mediante las cuales
dicho ordenamiento reglamentaba la acumulación sucesiva por reunión (acumulación de procesos). Tales
modificaciones se analizarán a continuación.

A) Procedencia de la acumulación de procesos


a) El art. 188 del Código Procesal de la Nación, en su versión actual,
reprodujo los términos de esa norma en su redacción originaria en lo que
atañe a los requisitos a los cuales se halla condicionada la procedencia de
la acumulación de procesos.
b) La ley 22.434, sin embargo, agregó al art. 188 un cuarto inciso, según
el cual constituye requisito del tipo de acumulación analizado que el estado
de las causas permita su sustanciación conjunta sin producir demora
perjudicial e injustificada en el trámite del o de los (procesos) que
estuvieren más avanzados.
Se trató de un agregado plausible, por lo demás coincidente con una
línea jurisprudencial en cuya virtud, aun en el supuesto de ser pedida con
anterioridad al llamamiento de autos, la acumulación es inadmisible
cuando tiende, manifiestamente, a obtener la suspensión de un proceso
que se encuentra en avanzado estado de sustanciación con respecto a
otro promovido con posterioridad(103). Lo contrario, en efecto, conspira
contra elementales razones de orden procesal, cuando no implica la
aceptación de peticiones extemporáneas y maliciosas.

B) Modo y oportunidad de disponerse


a) La ley 22.434 sustituyó el texto del art. 190 del Código Procesal Civil
de la Nación por el siguiente: La acumulación se ordenará de oficio o a
petición de parte formulada al contestar la demanda o, posteriormente,

291 
 
por incidente que podrá promoverse en cualquier instancia o etapa del
proceso, hasta el momento de quedar en estado de sentencia, siempre
que fuere admisible con arreglo a lo que dispone el art. 188, inc. 4º.
b) Esta norma suprimió la excepción de litispendencia como uno de los
modos de obtener la acumulación de procesos. Desde el punto de vista
técnico se trató de una reforma correcta, por cuanto a pesar de las
similitudes que presentan, la litispendencia en sentido propio y la
acumulación de procesos resultan claramente diferenciables desde
diversos puntos de vista. En primer lugar, porque mientras la litispendencia
supone (aun entendida con criterio flexible) la existencia de la triple
identidad entre los elementos de las correspondientes pretensiones, la
acumulación puede disponerse frente a la mera conexión entre la causa y
el objeto de aquéllas, o a la posibilidad de que la sentencia que recaiga
respecto de una de ellas produzca efectos de cosa juzgada con relación a
la otra (art. 188, CPCCN). La litispendencia, en segundo lugar, tiene por
efecto la eliminación del segundo proceso, que debe archivarse, y la
acumulación, en cambio, cuando los procesos conexos tramitan ante
órganos judiciales distintos, sólo opera un desplazamiento de la
competencia por vía de adquisición o de pérdida de ésta (art.
191, CPCCN). Si bien, por último, de acuerdo con el régimen instituido por
el art. 347 del Código Procesal Civil de la Nación, la existencia de
litispendencia, así como la acumulación, puede ser declarada de oficio en
cualquier estado de la causa; aquélla, como excepción, sólo es invocable
en primera instancia, dentro de los plazos prescriptos por los arts. 346 y
498, inc. 3º, del Código Procesal Civil de la Nación según se trate,
respectivamente, de proceso ordinario o de proceso sumarísimo.
Corresponde señalar, sin embargo, que al haberse eliminado la
posibilidad de obtener la acumulación de procesos por vía de excepción
de litispendencia, y mantenido, no obstante, el texto del inc. 3º del art. 354,
en tanto alude al efecto que produce la admisión de la litispendencia por
conexidad, se incurrió en una manifiesta contradicción.

C) Resolución del incidente


En este aspecto la ley 22.434 reprodujo textualmente la redacción del
anterior art. 191, con la única diferencia consistente en sustituir, en sus
párrafos segundo y tercero, la expresión vista por traslado, lo cual
constituía una aplicación del criterio general que, sobre la materia, había
adoptado dicha ley.

292 
 
D) Conflicto de acumulación
a) Sea que la acumulación se hubiese dispuesto a pedido de parte o de
oficio —prescribe el art. 192, CPCCN, de acuerdo con la reforma de la ley
22.434—, si el juez requerido no accediere, deberá elevar el expediente a
la Cámara que constituya su Alzada; ésta, sin sustanciación alguna,
resolverá en definitiva si la acumulación es procedente.
b) Esta norma simplificó el procedimiento previsto por el art. 192 en su
redacción originaria, que remitía al trámite de las contiendas de
competencia por inhibitoria reglamentado por los arts. 9º a 12 del Código
Procesal Civil de la Nación. Se colocó, asimismo, en la hipótesis de que
se plantee entre jueces nacionales de primera instancia que ejerzan la
misma o distinta competencia por razón de la materia (civil, comercial, civil
y comercial federal y contencioso-administrativa federal con respecto a los
juzgados con asiento en la Capital, y civil, comercial y contencioso-
administrativa en relación con los juzgados federales que tienen su sede
en una misma provincia). El criterio que inspiró a la norma coincide
sustancialmente, como se advierte, con el adoptado por el art. 24, inc. 7º,
del dec.-ley 1285/1958, con la diferencia de que no atiende a la Cámara
de que dependa el juez que hubiese prevenido, sino a aquélla que fuese
superior jerárquico del juez requerido a remitir el expediente, que puede
ser la misma que la del juez solicitante.
Sin embargo, en razón de que la acumulación puede excepcionalmente
proceder en el supuesto de que los procesos tramiten ante jueces de
distinta competencia territorial, siempre que medie expresa conformidad
de la parte o partes facultadas para prorrogar aquélla, debe concluirse que
si el conflicto se plantea entre un juez nacional y un juez provincial, su
resolución incumbe a la Corte Suprema de Justicia de la Nación (art.
24, inc. 7º, dec.-ley 1285/1958).

CAPÍTULO VIII - LA OPOSICIÓN A LA PRETENSIÓN


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 111. Concepto.—
112. Naturaleza de la oposición.— 113.
Elementos de la oposición.— 114. Requisitos
de la oposición. II. CLASES DE OPOSICIONES:
115. Criterio clasificatorio.— 116. Negaciones

293 
 
y excepciones.— 117. Oposiciones
perentorias y dilatorias.

I. GENERALIDADES(1)

111. Concepto
a) La postura procesal que, normalmente, adopta el sujeto frente a quien
se deduce la pretensión consiste en resistirse a ella mediante la
formulación de declaraciones tendientes a que su actuación sea
desestimada por el órgano judicial. Aparece de tal manera, frente a la
pretensión del actor, la oposición del demandado; y en la medida en que
la primera configura un ataque, la segunda se caracteriza como una
defensa, expresión ésta que sirve para denotar, genéricamente, las
distintas clases de oposiciones que el sujeto pasivo puede formular contra
la pretensión procesal.
b) De lo dicho se infiere que la oposición, así como la pretensión,
constituye un acto, no un derecho. Cabe definirla, por lo tanto, como el
acto en cuya virtud el sujeto pasivo de la pretensión reclama, ante el
órgano judicial y frente al sujeto activo, que se desestime la actuación de
aquélla. La oposición es, asimismo, una declaración de voluntad petitoria,
para cuya configuración resulta irrelevante el hecho de que las
afirmaciones formuladas por el demandado cuenten con efectivo respaldo
en las normas jurídicas que invoca en apoyo de su posición procesal.
c) Pese a las analogías que precedentemente se han señalado entre la
pretensión y la oposición, las cuales muestran a una y otra como anverso
y reverso de una misma figura jurídica, corresponde puntualizar que sólo
la primera constituye objeto del proceso. Los distintos tipos de oposiciones
que el demandado puede formular contra la pretensión procesal sólo
tienen incidencia en la delimitación del área litigiosa y en la consiguiente
mayor amplitud que imprimen al thema decidendum, pero no alteran el
objeto del proceso, que se halla exclusivamente fijado por el contenido de
la pretensión(2).

294 
 
112. Naturaleza de la oposición
a) Generalmente, la doctrina pone de resalto el paralelismo existente
entre la acción y una de las clases de oposiciones: la excepción.
En ese orden de ideas, suele afirmarse que frente a la acción del actor,
que tiende a una declaración positiva, pertenece al demandado, a modo
de réplica, una acción destinada a obtener una declaración negativa
(excepción)(3). La excepción sería, de tal manera, la acción del
demandado(4).
b) No es de extrañar, por lo tanto, que la polémica suscitada en torno a
la naturaleza de la acción, a la cual nos hemos referido supra, nro. 74, se
haya hecho extensiva al ámbito de la excepción.
Así, para la concepción clásica, que considera a la acción como un
concepto equivalente al de derecho subjetivo material o como un simple
elemento de este último, la excepción viene a identificarse o a constituir un
elemento del derecho subjetivo invocado por el demandado.
Concebida la acción como un derecho concreto a la tutela jurídica,
la excepción queda caracterizada como un verdadero contraderecho del
demandado, cuyo objeto consiste en impugnar o anular el derecho de
acción y, por lo tanto, en obtener una sentencia favorable a aquél. De
acuerdo con las tendencias en que se escinde la concepción concreta, tal
contraderecho se dirigiría contra el Estado, en la persona de sus órganos
jurisdiccionales o revestiría, en cambio, carácter potestativo, ejerciéndose
contra el demandado(5).
Finalmente, para los autores que consideran a la acción como un
derecho abstracto de obrar, o sea, como un simple poder jurídico de
obtener la prestación de la actividad jurisdiccional (aunque quien lo ejerce
carezca de un derecho subjetivo válido), la excepción constituye un
derecho del demandado que participa de esa misma naturaleza
abstracta(6).
Tales conclusiones son desde luego susceptibles de los mismos
reparos que hemos expuesto al referirnos a la naturaleza de la acción y
resultan también inoperantes para resolver los concretos problemas que
promueve la experiencia del proceso. Basta señalar, por lo tanto, como lo
hicimos al analizar el concepto de pretensión, que la oposición a ésta, en
general, y no sólo la excepción, constituye un acto procesal del
demandado que reconoce como presupuesto el derecho de acción que
también corresponde a este último en calidad de ciudadano y frente al
órgano judicial.

295 
 
113. Elementos de la oposición
a) Lo mismo que la pretensión, la oposición se compone, por un lado,
de un elemento subjetivo (sujetos) y de dos elementos objetivos
(el objeto y la causa), y, por el otro, de una actividad que se divide en las
tres conocidas dimensiones de lugar, de tiempo y de forma.
b) Por lo que concierne a los sujetos, su posición activa y pasiva se
configura en forma inversa a lo que ocurre con la pretensión, pues quien
figura como sujeto activo de ésta reviste el carácter de sujeto pasivo de la
oposición y viceversa. Destinatario de la oposición es el órgano ante el
cual la pretensión procesal se interpuso.
c) Constituye objeto de la oposición el efecto jurídico que mediante ella
se persigue, el cual puede consistir en el rechazo definitivo, total o parcial,
de la pretensión o en la paralización temporal de ésta(7). Interesa destacar
que si bien el objeto mediato de la oposición debe necesariamente
coincidir con el de la pretensión, no acontece lo mismo con el
objeto inmediato, pues aquélla tiende, en todo caso, a lograr una
resolución o sentencia declarativa acerca de la inexistencia, total o parcial,
del efecto jurídico perseguido por el actor.
Es causa de la oposición la concreta situación de hecho invocada por el
demandado como fundamento para lograr el rechazo o la paralización
temporal de la pretensión. Dicha situación de hecho puede ser diferente,
nueva, aunque compatible con respecto a la alegada por el actor, o bien,
coincidir con ella pero presentarse desde un punto de vista jurídico distinto.
d) En cuanto a la actividad, finalmente, la oposición tiene, como lugar,
la sede del órgano judicial ante el cual se interpuso la pretensión, y, como
tiempo y forma, aquellos que la ley le asigne de conformidad con el tipo de
proceso de que se trate.

114. Requisitos de la oposición


a) Los requisitos de la oposición se hallan sujetos, en general, a las
mismas pautas de que nos hemos servido al ocuparnos de los requisitos
de la pretensión. La oposición, por lo tanto, se encuentra subordinada a

296 
 
requisitos de admisibilidad y de fundabilidad, pudiendo clasificarse los
primeros en extrínsecos (con exclusión de los fiscales) o intrínsecos.
b) Configuran requisitos extrínsecos de admisibilidad de la oposición,
con relación a los sujetos: 1º) que se interponga ante el mismo órgano
judicial que conoce de la pretensión y, por lo tanto, del proceso, ya que,
como dice Guasp(8), "la finalidad de la oposición no es sino desvirtuar,
definitiva o provisionalmente, el ataque del adversario"; 2º) que quien
la interpone goce de capacidad para ser parte y de capacidad procesal.
En la hipótesis de no concurrir tales aptitudes o de no mediar
representación suficiente, el actor se halla facultado para deducir
la excepción de "falta de personería" (v.gr., art. 347, inc. 2º, CPCCN), sin
perjuicio de la potestad que incumbe al órgano judicial para declarar de
oficio la existencia del defecto.
Así como el de la pretensión, el objeto de la oposición debe ser, en
primer lugar, idóneo. No reuniría este requisito, v.gr., una excepción
opuesta en juicio ejecutivo que se fundara en la inexistencia o la
ilegitimidad de la obligación documentada en el título.
Asimismo, el objeto de la oposición debe exponerse en términos claros
y positivos (v.gr., art. 356, inc. 3º), aunque este requisito no juega con la
misma estrictez que en el caso de la pretensión, por cuanto puede surgir
implícitamente del contenido de la respectiva alegación.
Los requisitos extrínsecos de admisibilidad de la oposición, por lo que
atañe a su causa, dependen de la actitud defensiva asumida por el
demandado. Si éste invoca una situación fáctica nueva o distinta con
respecto a la expuesta por el actor, tiene la carga de especificar en forma
clara y concreta los hechos alegados como fundamento de su defensa
(v.gr., arts. 356, inc. 2º, y 542, CPCCN, con referencia, respectivamente,
a los procesos de conocimiento y de ejecución y obviamente extensivos a
las excepciones previas que cabe oponer en los primeros). En el supuesto
de que el demandado admita los hechos invocados por el actor pero les
asigne efectos jurídicos distintos, le incumbe también la carga de
puntualizar con claridad los motivos de su discrepancia. Finalmente, si el
demandado se limita a negar los hechos invocados por el actor, debe
hacerlo en forma categórica (v.gr., art. 356, CPCCN).
Si bien la ausencia de los requisitos que hemos analizado con respecto
al objeto y a la causa de la oposición exponen al demandado al riesgo de
un resultado procesal desfavorable, en ningún caso puede éste
concretarse mediante el acogimiento de una excepción de defecto
legal interpuesta por el actor.
Son requisitos de la actividad de la oposición, examinada aquélla desde
las tres dimensiones en que se escinde, los siguientes: 1º) El lugar de la
oposición debe coincidir con la sede del órgano judicial provisto de
competencia para conocer de la pretensión. 2º) El tiempo del acto
analizado tiene, aparte de las limitaciones genéricas establecidas por las
297 
 
normas referentes a los días y horas hábiles para cumplir actos procesales
válidos, limitaciones específicas emergentes de la clase de oposición y de
proceso de que se trate en cada caso. 3º) La forma de la oposición,
finalmente, se halla sujeta a los mismos requisitos oportunamente
mencionados con respecto a la pretensión (supra, nro. 80, A]).
c) Los requisitos intrínsecos de admisibilidad de la oposición deben
relacionarse, como en el caso de la pretensión, con los sujetos y con el
objeto.
Quien interpone la oposición debe hallarse, ante todo, procesalmente
legitimado. En el supuesto de que quien es citado como parte demandada
carezca de ese atributo puede invocar esa circunstancia a fin de obtener
la declaración de inadmisibilidad de la pretensión frente a él interpuesta
(supra, nro. 81). Asimismo, el actor se halla habilitado para cuestionar la
legitimación de quien se presenta al proceso sin haber sido demandado.
El interés en contradecir configura otro requisito de admisibilidad de la
oposición, aunque corresponde aclarar que, hallándose el demandado en
la necesidad de defenderse frente al mero hecho de la interposición de la
demanda(9), la ausencia del mencionado requisito sólo concurre cuando,
durante el curso del proceso, se realiza algún acto que, como el
desistimiento del derecho, la conciliación y la transacción, descarten
definitivamente la posibilidad de reproducir la pretensión que constituyó
objeto de aquél.
Desde el punto de vista analizado, finalmente, el objeto de la oposición
debe ser jurídicamente posible. Se hallaría al margen de este requisito,
v.gr., una excepción de compensación fundada en una obligación ilícita.

II. CLASES DE OPOSICIONES

115. Criterio clasificatorio


Las oposiciones que el demandado puede formular contra la pretensión
procesal son susceptibles de clasificarse, fundamentalmente, atendiendo
a su contenido y a sus efectos. Sobre la base de ese criterio
las examinaremos en los números que siguen, sin perjuicio del análisis
más profundo del tema que se hará en el volumen respectivo de esta obra.

298 
 
116. Negaciones y excepciones
a) De acuerdo con su contenido, la oposición puede configurarse como
una negación o como una excepción.
b) Existe negación toda vez que la actitud del demandado se reduce,
simplemente, a desconocer la concurrencia de alguno de los requisitos de
la pretensión, sin invocar, por lo tanto, frente a las afirmaciones formuladas
por el actor, nuevas circunstancias de hecho.
c) La excepción, en cambio, es la oposición mediante la cual el
demandado introduce, frente a las afirmaciones del actor, circunstancias
impeditivas o extintivas tendientes a desvirtuar el efecto jurídico
perseguido por dichas afirmaciones. Es consecuencia fundamental de este
tipo de oposición, la de que incumbe al demandado la carga de la prueba
respecto de esos nuevos datos que incorpora al proceso como motivo de
debate.
Configura requisito de la excepción y de la correlativa carga probatoria
del demandado la compatibilidad entre las afirmaciones de hecho
respectivamente formuladas por las partes(10). Dicha carga no concurre, a
nuestro juicio, en el supuesto de que el demandado suministre una versión
fáctica incompatible con la formulada por el actor (negación indirecta).

117. Oposiciones perentorias y dilatorias


a) Desde el punto de vista de los efectos que producen las oposiciones
pueden ser perentorias o dilatorias.
b) Son perentorias aquellas oposiciones que, en el supuesto de
prosperar, excluyen definitivamente el derecho invocado por el actor, de
manera tal que la pretensión pierde toda posibilidad de volver a proponerse
eficazmente(11).
Este tipo de oposición puede jugar respecto de cualquiera de los
requisitos de la pretensión, o sea: de los extrínsecos de admisibilidad
(v.gr., denuncia sobre la existencia de cosa juzgada); de los intrínsecos de
admisibilidad (v.gr., denuncia sobre la falta de legitimación o de objeto
lícito); y de los de fundabilidad (v.gr., negativa del hecho constitutivo
afirmado por el actor; denuncia de un hecho impeditivo como

299 
 
la incapacidad, el error, el dolo, etcétera, o extintivo como el pago, la
novación, la prescripción, etc.).
Con anterioridad a la vigencia del Código Procesal Civil y Comercial de
la Nación, las oposiciones perentorias sólo tenían, como trámite señalado
para su interposición, el de la contestación a la demanda(12). El
mencionado ordenamiento, en cambio, admite entre las excepciones de
previo y especial pronunciamiento algunas que revisten aquel carácter,
como las de falta manifiesta de legitimación para obrar en el actor o en el
demandado, cosa juzgada, transacción, conciliación y desistimiento del
derecho (art. 347, incs. 3º, 6º y 7º).
c) Llámanse oposiciones dilatorias aquellas que, en la hipótesis de ser
acogidas, excluyen temporariamente un pronunciamiento sobre el
derecho del actor, de manera que sólo hacen perder a la pretensión su
eficacia actual y no impiden que ésta vuelva a proponerse o a
reactualizarse una vez obviados los defectos de que adolecía.
Esta clase de oposiciones, que sólo atañen a los requisitos extrínsecos
de admisibilidad de la pretensión, se halla contemplada tanto por los
códigos procesales (incompetencia, falta de personería, litispendencia,
etc.) como por las leyes de fondo (beneficio de excusión, días de luto, etc.).
En la legislación procesal argentina ambos grupos se
diferencian exclusivamente por la posibilidad o no de que las respectivas
oposiciones se deduzcan como artículos de previo y especial
pronunciamiento. El Código Procesal de la Nación, así como los
ordenamientos provinciales que a él se han adaptado, los equipara
también en este último aspecto (art. 347, inc. 8º).

CAPÍTULO IX - LA PETICIÓN PROCESAL EXTRACONTENCIOSA(1)

SUMARIO: I. GENERALIDADES: 118. Concepto y naturaleza.— 119.


Elementos.— 120. Requisitos.— 121. Vicisitudes.— 122. Extinción. II.
CLASES Y ACUMULACIÓN DE PETICIONES EXTRACONTENCIOSAS: 123.
Clases.— 124. Acumulación.

I. GENERALIDADES

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118. Concepto y naturaleza
a) El objeto del proceso voluntario no se halla constituido por una
pretensión, sino por lo que hemos denominado una petición
procesal extracontenciosa.
De conformidad con las ideas oportunamente expuestas (supra, nros.
61 y 69), definiremos a la petición procesal extracontenciosa como el acto
en cuya virtud se reclama ante un órgano judicial, y en interés del propio
peticionario, la emisión de un pronunciamiento que constituya, integre o
acuerde eficacia a determinado estado o relación jurídica privada.
b) Así como la pretensión y la oposición, la petición
procesal extracontenciosa constituye un acto, respecto del cual el derecho
de acción, concebido como poder jurídico de promover el ejercicio de la
función judicial, es un supuesto previo. Resulta adecuado caracterizarla,
también, como una declaración de voluntad petitoria, aunque se diferencia
fundamentalmente de la pretensión en la circunstancia de que, al no
hallarse fundada en la invocación de conflicto alguno, no persigue una
decisión entre dos partes y, por lo tanto, frente a una de ellas, sino
solamente con relación al sujeto o sujetos que reclaman el ejercicio de la
actividad judicial en el caso concreto(2).
c) Corresponde señalar, finalmente, que así como el concepto de parte
debe ser sustituido, en el proceso voluntario, por el de peticionario, el
concepto de demanda debe ser reemplazado por el de solicitud(3). Sin
embargo, la diferencia entre petición y solicitud no es la misma que existe
entre pretensión y demanda (supra, nro. 75), pues la primera sólo alude a
una relación de contenido a continente.

119. Elementos
La petición procesal extracontenciosa consta de elementos análogos a
los de la pretensión procesal (supra, nro. 77), con la lógica diferencia
derivada, en cuanto al elemento subjetivo, de la falta de un sujeto
(demandado) frente a quien aquélla se formule. La inexistencia en el
proceso voluntario de partes, en sentido estricto, no se encuentra
desvirtuada por la eventual participación que en él deba darse al Ministerio
Público, el cual actúa como órgano de vigilancia o contralor y no en calidad
de sujeto pasivo de la petición. Distinto es el caso, naturalmente, de que
medie oposición a aquélla por parte de un interesado legítimo o de que se
301 
 
suscite una discrepancia entre los propios peticionarios, por cuanto en
tales hipótesis el proceso voluntario se transforma, total o parcialmente, en
un proceso contencioso y entran entonces a jugar las figuras jurídicas que
son propias de este último tipo de proceso(4).

120. Requisitos
Así como la pretensión, la petición procesal extracontenciosa se halla
sujeta a requisitos de admisibilidad y de fundabilidad, no existiendo
diferencia alguna en cuanto al criterio que debe presidir la distinción entre
ambas clases de requisitos. A diferencia de lo que ocurre en el proceso
contencioso, sin embargo, la vigilancia respecto del cumplimiento de tales
requisitos se halla exclusivamente confiada al juez y a los representantes
del Ministerio Público. En el ámbito de los requisitos extrínsecos de
admisibilidad, constituye asimismo una particularidad de ciertos procesos
voluntarios, la de que ellos pueden ser promovidos por personas
jurídicamente incapaces, como ocurre en los supuestos de autorización
para contraer matrimonio, comparecer en juicio y ejercer, en general, actos
jurídicos.

121. Vicisitudes
En cuanto a las vicisitudes que puede experimentar, la
petición extracontenciosa es transmisible de acuerdo con las reglas
enunciadas supra, nro. 84, las cuales le son aplicables en lo pertinente. No
ocurre lo mismo, en cambio, en lo que atañe a su posible transformación
o integración: la petición procesal extracontenciosa es, en principio,
modificable sin restricciones, pues no media a su respecto el fundamento
limitativo que hemos expuesto al referirnos a esas vicisitudes de la
pretensión, el cual reside, primordialmente, en la necesidad de asegurar la
adecuada defensa del demandado.

122. Extinción

302 
 
La petición procesal extracontenciosa se extingue, normalmente,
mediante la resolución judicial que la actúa o que deniega su actuación.
Importa aclarar, sin embargo, que aun cuando contenga pronunciamiento
sobre los requisitos intrínsecos de admisibilidad o sobre los requisitos de
fundabilidad, dicha resolución no produce los efectos mencionados supra,
nro. 87, con respecto a la pretensión procesal, pues lo decidido en los
procesos voluntarios es modificable a instancia de eventuales interesados
legítimos (supra, nro. 69, C]).
La misma naturaleza de la petición extracontenciosa, por otra
parte, excluye la aplicación, a su respecto, de todos aquellos medios
anormales de extinción de la pretensión que entrañen la existencia de un
acto bilateral o que requieran la conformidad expresa de otro sujeto, como
ocurre en los casos de transacción, conciliación y desistimiento (de la
petición). Tampoco son aplicables a aquélla las normas sobre caducidad
de la instancia (v.gr., art. 313, inc. 2º, CPCCN).

II. CLASES Y ACUMULACIÓN DE PETICIONES


EXTRACONTENCIOSAS

123. Clases
a) La clasificación de las pretensiones formulada oportunamente no
puede hacerse extensiva, sin más, a las peticiones
procesales extracontenciosas, desde que con relación a éstas se halla
absolutamente descartada la perspectiva ínsita en la idea de pretensión
de que el pronunciamiento que las satisfaga se dicte simultáneamente a
favor de un vencedor y frente a un vencido.
b) La utilización de un criterio meramente aproximativo, sin embargo,
conduce a admitir dos clases de peticiones extracontenciosas: de
conocimiento y cautelares. Dentro de las primeras, a su turno,
corresponde excluir la posibilidad de peticiones extracontenciosas de
condena, pues resulta por esencia extraña a la idea de proceso voluntario
el planteamiento fundado en la lesión de un derecho subjetivo del
peticionario. Pero hecha tal exclusión, el análisis pone en evidencia que
siendo el proceso voluntario el medio irremplazable de obtener
determinados efectos jurídicos (supra, nro. 46), la
pretensión extracontenciosa participa, en cierta forma, de la

303 
 
modalidad constitutiva que, según señalamos en el nro. 90, A), pueden
revestir las pretensiones declarativas. Esta conclusión, asimismo, no
impide admitir la existencia de peticiones determinativas o especificativas
(como, v.gr., la que tiende a fijar el modo en que debe ejercerse la
administración de la herencia), pues aquéllas, como hemos visto, pueden
revestir simultáneamente carácter constitutivo.
Igualmente que en las pretensiones del mismo nombre, las peticiones
cautelares tienen por objeto asegurar la efectividad de la resolución judicial
que debe recaer respecto de una petición principal. De ellas son ejemplos,
entre otras, las contempladas en los arts. 690 y 801 del Código Procesal
de la Nación (encaminadas, respectivamente, a asegurar los bienes y la
documentación del causante, y a hacer constar la calidad y el estado de
mercaderías).
Corresponde aclarar, finalmente, que si bien en los procesos voluntarios
procede la adopción de medidas ejecutivas (v.gr., subasta de los bienes
en el concurso voluntario o en una sucesión), no cabe hablar de una
categoría de peticiones extracontenciosas de ejecución en el mismo
sentido con que hemos caracterizado a las pretensiones procesales de
ese nombre, por cuanto dichas medidas se hallan previstas como
garantías o facultades del propio peticionario o peticionarios(5), y no como
consecuencia del incumplimiento de alguna obligación.

124. Acumulación
No media impedimento, en principio, para admitir la existencia de un
proceso voluntario acumulativo, o sea, de un proceso destinado a la
satisfacción de dos o más peticiones extracontenciosas.

CAPÍTULO X - EL ÓRGANO JUDICIAL


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 125. Concepto de
órgano judicial.— 126. Composición del
órgano judicial desde el punto de vista
administrativo.— II. CLASES DE ÓRGANOS
JUDICIALES: 127. Criterios de clasificación.—
128. Órganos técnicos y legos.— 129.
Órganos unipersonales y colegiados.— 130.
304 
 
Órganos de conocimiento en instancia única o
plural.

I. GENERALIDADES(1)

125. Concepto de órgano judicial


a) Todo proceso requiere, como elemento subjetivo esencial,
la intervención de un órgano del Estado (o equiparado a esa categoría) a
quien incumbe, como función primordial, la de dirimir conflictos jurídicos
suscitados entre partes (proceso contencioso) y, eventualmente, la de
constituir, integrar o acordar eficacia a relaciones de derecho privado
(proceso voluntario).
De acuerdo con una acepción que ya se ha utilizado entre otros lugares
de esta obra(2), debe entenderse por órgano del Estado, en sentido jurídico
material(3), al funcionario público que actuando individualmente o en
colegio con otros de la misma jerarquía, se halla investido de la potestad
de crear normas provistas de fuerza obligatoria para sus posibles
destinatarios(4).
En el proceso judicial, cada uno de los órganos del Estado a quienes
corresponde esa potestad se encuentra personificado en un funcionario, o
conjunto de funcionarios, denominados jueces, quienes revisten el
carácter de sujetos primarios de aquél y cumplen la función pública
procesal en los fundamentales aspectos de dirección, decisión y ejecución.
Desde el punto de vista al cual nos estamos refiriendo, cabe por lo tanto
definir al órgano judicial como al sujeto primario del proceso, representado
por un juez o por un conjunto de jueces, investido de la potestad de
satisfacer la pretensión o la petición extracontenciosa que constituye el
objeto de aquél.
El órgano judicial, como lo señalamos oportunamente (supra, nro. 46),
se encuentra en una situación de preeminencia en relación con los
restantes sujetos del proceso, perteneciéndole en forma exclusiva la
utilización lícita de la coacción. Por lo demás, el conjunto de órganos
judiciales del Estado forma parte de una organización permanente,
estructurada por ordenamientos legales que determinan su número,
competencia y régimen administrativo(5).
305 
 
Las nociones expuestas sólo son parcialmente aplicables al órgano
arbitral. Éste cumple también una función pública, de carácter
esencialmente jurisdiccional (supra, nro. 66, D]), pero están excluidas de
su conocimiento las peticiones extracontenciosas, carece de la atribución
de imponer coactivamente el cumplimiento de sus decisiones y no se
encuentra organizado según un régimen legal preexistente al proceso en
el cual debe intervenir(6).
b) Desde otro punto de vista, la noción de órgano judicial comprende no
sólo al sujeto procesal primario que hemos caracterizado
precedentemente, sino también a otras personas que integran, junto con
aquél, aunque en una posición subordinada, cada una de las unidades
administrativas de que se compone el poder judicial(7). De conformidad con
esta segunda acepción, puede concebirse al órgano judicial como un
agregado o reunión de personas que se hallan adscriptas a él con carácter
estable y cuyas respectivas actividades tienden, en forma coordinada, al
cumplimiento integral de la función pública procesal(8). Este concepto
resulta incluso aplicable a los denominados órganos judiciales
unipersonales, porque la unipersonalidad queda entonces referida a una
de las categorías en que revista el personal del órgano(9), y de las cuales
nos hemos de ocupar en el próximo número.

126. Composición del órgano judicial desde el punto de vista


administrativo
a) Desde el punto de vista administrativo, el personal del órgano judicial
se agrupa, básicamente, en dos categorías: la juzgadora y la auxiliar.
La primera está integrada por uno o por varios jueces o magistrados(10),
según se trate, respectivamente, de un órgano unipersonal (juzgado) o
colegiado (tribunal)(11). A tales personas incumbe el cumplimiento de las
funciones superiores del proceso(12), como son las directivas, las
decisorias y las ejecutivas. Esa circunstancia determina, asimismo, que
ejerzan la jefatura del órgano, aunque en los tribunales colegiados, no
obstante la paridad jerárquica en que se encuentran los jueces que
los integran, dicha jefatura está asignada, principalmente por razones de
ordenación administrativa, a un magistrado que recibe la designación de
presidente del tribunal.
El personal auxiliar cumple funciones instrumentales en relación con la
función juzgadora, y dentro de esa categoría corresponde, a su vez,
distinguir entre dos grupos: el superior y el subalterno.

306 
 
El grupo superior se halla constituido por los secretarios, a quienes
compete, en su carácter de funcionarios técnicos y especializados, el
cumplimiento de parte de las funciones ordenatorias del proceso y la
actividad específicamente referida a la formación material y a la custodia
de los expedientes judiciales (actos de documentación).
El grupo subalterno está encabezado por los llamados oficiales
primeros, encargados en la práctica de redactar el despacho de trámite y
a quienes la legislación vigente asigna el cumplimiento de diversos actos
de documentación (v.gr., arts. 57, 85, 119 y 124, CPCCN). Por debajo de
ellos, la dotación del órgano judicial está integrada por un grupo de
empleados, cuyo número varía según el juzgado o tribunal de que se trate,
quienes, de acuerdo con sus respectivas categorías (y a veces con sus
aptitudes), colaboran con los secretarios u oficiales en la práctica de las
diligencias procesales o realizan operaciones de mero carácter material.
b) Con referencia a la administración de justicia, en general, resta
finalmente señalar que los órganos judiciales cuentan también con la
actividad auxiliar de ciertos empleados, funcionarios e incluso particulares
que no se encuentran establemente adscriptos a ningún órgano en
especial.
Entre esta categoría de auxiliares cabe todavía formular una distinción
fundada en el hecho de que, funcionalmente, pertenezcan o no a los
cuadros judiciales con el carácter de funcionarios o empleados
permanentes y retribuidos a sueldo por el Estado.
Dentro del primer grupo, los principales auxiliares judiciales son los
empleados dependientes de las oficinas de mandamientos y notificaciones
(infra, nro. 224), los profesionales que integran los llamados cuerpos
técnicos periciales y los peritos oficiales (infra, nros. 225 y 226).
Al segundo grupo pertenecen, entre otros, los custodios de bienes
embargados o secuestrados, los interventores o administradores
judiciales, los martilleros, etcétera. En la medida en que a tales auxiliares
se les encomienda, en cada caso, un encargo específico, es correcto
denominarlos encargados judiciales(13).

II. CLASES DE ÓRGANOS JUDICIALES(14)

307 
 
127. Criterios de clasificación
Desde el punto de vista del carácter y del número de las personas
que integran la categoría que hemos llamado juzgadora, los órganos
judiciales pueden clasificarse, respectivamente, en técnicos y legos, y
en unipersonales y colegiados.
Si nos atenemos, en cambio, a la índole definitiva o no de sus
decisiones, los órganos judiciales pueden ser de conocimiento
en instancia única o en instancia plural.
En los números que siguen nos ocuparemos, en particular, de cada una
de las clases de órganos precedentemente mencionadas.

128. Órganos técnicos y legos


a) La distinción entre ambas clases de órganos reside en la
circunstancia de que, para integrar la categoría juzgadora, se requiera o
no la posesión de título profesional que permita presumir un conocimiento
específico de la materia jurídica.
b) Sin perjuicio de otros requisitos que examinaremos más adelante,
nuestro sistema jurídico, como principio general, limita el acceso a la
mencionada categoría a aquellas personas que posean título de
abogado expedido por Universidades de la República, sean oficiales o
legalmente reconocidas por el Estado(15). Adhiere, por lo tanto, al principio
del tecnicismo del órgano.
c) Excepcionalmente, cuando se trata del conocimiento de asuntos de
menor cuantía o de escasa complejidad jurídica, la legislación vigente
admite que la función juzgadora sea ejercida por funcionarios carentes de
título profesional, aunque, por lo general, establece que las resoluciones
dictadas por dichos funcionarios son recurribles ante órganos técnicos.
Eran órganos legos los jueces de paz del Territorio de Tierra del Fuego,
Antártida e Islas del Atlántico Sur y los jueces del mismo nombre de las
provincias como las de San Luis(16)y La Rioja(17). La mayoría de las
provincias hoy instituyen una justicia de Paz Letrada(18).
d) Pese a las previsiones constitucionales a que más adelante nos
referiremos, en nuestro régimen procesal no se halla organizado el
funcionamiento de órganos judiciales de composición mixta, es
decir, integrados por jueces técnicos y legos.
Esa forma de composición está admitida en otras legislaciones, entre
las cuales se comprueba la aplicación de dos sistemas caracterizados,
respectivamente, por la circunstancia de que los elementos legos del

308 
 
órgano tengan circunscripta su intervención al juzgamiento de
las cuestiones de hecho (jurados)(19), o a la de que integren, con los jueces
técnicos, un órgano judicial completo en el cual unos y otros tienen el
mismo poder de decisión en materia fáctica y jurídico.
El primero de los mencionados sistemas se aplica con amplitud en el
derecho anglosajón, tanto en el ámbito penal como en las causas civiles.
En relación con estas últimas interesa destacar que en los Estados Unidos
de Norteamérica, v.gr., la enmienda séptima de la Constitución Federal(20),
acuerda a cada una de las partes el derecho al juicio con participación de
jurados (trial by jury) en todos aquellos litigios fundados en el common law
(actions at law)(21)que deban ventilarse entre las cortes federales y cuyo
monto exceda de veinte dólares. Las constituciones de numerosos
Estados garantizan igualmente el mencionado derecho respecto de las
causas que deben tramitar ante las cortes estatales.
Los miembros del jurado, que de ordinario son doce, se extraen en cada
caso, mediante sorteo, de una lista de personas (array) que se lleva en
cada una de las cortes de justicia. Aquéllos, asimismo, pueden ser
recusados con o sin expresión de causa (challenge for cause y peremtory
challenge, respectivamente), pero generalmente esta última posibilidad se
halla limitada a un número determinado de jurados.
La intervención del jurado está, por lo demás, exclusivamente limitada
al trial, que configura la etapa fundamental del proceso de conocimiento
en el derecho anglosajón, pues en ella tienen lugar los debates y la
producción de la prueba (supra, nro. 16, g]).
Durante el trial, incumbe al juez togado (court) presidir y dirigir el debate,
así como resolver las diversas peticiones que pueden formular las partes,
sea en forma de motions o de objections(22). Primordialmente le
compete intervenir en la decisión de las cuestiones de derecho (issues of
law), aunque no se hallan totalmente excluidas de su decisión las
cuestiones de hecho, lo cual ocurre, por ejemplo, cuando debe resolver si
determinada cuestión es de hecho o de derecho o si las pruebas
presentadas por las partes son suficientes para justificar la petición de que
el jurado pronuncie un veredicto.
Al jurado, en cambio, sólo le corresponde resolver las cuestiones de
hecho (issues of fact). A tal efecto, una vez concluida la discusión oral, el
juez debe impartir instrucciones a los jurados acerca de los principios
legales que rigen el pleito, explicarles cuáles son las issues comprendidas
en el litigio e indicarles el orden en que deben decidirse y el efecto que la
decisión de cada una de aquéllas tiene sobre las posteriores y sobre la
decisión definitiva. Posteriormente, los defensores de las partes pueden
plantear requests to charge o exceptions to the charge, las cuales
consisten, respectivamente, en el pedido de que el juez exponga al jurado
determinados puntos que, en opinión de aquéllos, han sido omitidos
o insuficientemente explicados, o en la impugnación de las instrucciones

309 
 
en el supuesto de considerarse que éstas son total o parcialmente
erróneas.
Una vez terminada esa etapa, el jurado se retira a deliberar sobre las
cuestiones propuestas, que debe decidir sobre la base de la valoración de
la prueba producida en el juicio y de los principios jurídicos expuestos por
el juez, aunque puede pedir a éste aclaraciones y nuevas instrucciones.
La decisión adoptada por el jurado, que no es motivada, recibe el nombre
de veredicto, y se pronuncia sobre la base del juicio de la mayoría de los
miembros que lo integran, difiriendo esa mayoría en los distintos estados
(en el de Nueva York, por ejemplo, debe ser de cinco sextos). En el
supuesto de no lograrse la mayoría requerida, el juez debe hacer constar
el desacuerdo (disagreement), licenciar al jurado (discharge the jury) y
ordenar un nuevo trial.
Después de pronunciado y leído el veredicto por el presidente del jurado
(foreman), el juez dicta la sentencia (judgement) con arreglo a los términos
de aquél. Sin embargo, con anterioridad al pronunciamiento de la
sentencia, las partes pueden impugnar el veredicto, fundándose, por
ejemplo, en que éste es contrario a la carga de la prueba (notion to set
aside the veredict as against the weight of the evidence), en cuyo caso, si
la impugnación es acogida por el juez, cabe la posibilidad de que se haga
lugar a un nuevo juicio.
En Inglaterra rige un sistema semejante, pero el derecho al trial by
jury ha sido sensiblemente limitado a través de diversas disposiciones
legales.
Con respecto a las causas penales, tanto en Inglaterra como en los
Estados Unidos funciona el juicio por jurados cuando se trata del
juzgamiento de delitos de cierta gravedad. En el segundo de los países
mencionados, la acusación formulada por el procurador del estado
correspondiente, generalmente denominado Fiscal de Distrito, debe ser
previamente examinada por un "Gran Jurado" (Grand Jury) compuesto de
23 personas, al cual incumbe pronunciarse sobre el mérito de aquélla y
dictar veredicto acerca de si procede o no la remisión a juicio, a cuyo efecto
es decisiva la opinión de no menos de 12 de los miembros del jurado. En
el supuesto de que el veredicto sea afirmativo (the Grand Jury has returned
an indictement), el acusado es juzgado en juicio oral y público ante el
"Pequeño Jurado" (Petty Jury) bajo la dirección de un juez togado.
Concluido el debate y la producción de la prueba, el jurado procede a
deliberar y emite posteriormente el veredicto, el cual debe limitarse a
determinar si el acusado es o no culpable (guilty or not guilty),
correspondiendo, en el primer caso, que el juez aplique la sanción que
estime pertinente y, en el segundo caso, que disponga la absolución y la
consecuente libertad del acusado que se encuentra detenido. El veredicto
debe ser dictado por unanimidad, existiendo la posibilidad, en el supuesto
de no lograrse aquélla, que el acusado sea sometido a un nuevo juicio. Si

310 
 
el veredicto es absolutorio, el Estado carece del derecho de apelación. Lo
tiene, en cambio, el acusado, frente a una sentencia condenatoria.
Cabe agregar que en algunos Estados se ha logrado sustituir
la intervención del "Gran Jurado" por una declaración jurada de culpa
probable emitida por el Fiscal de Distrito(23). En Inglaterra, aquél fue
definitivamente suprimido en el año 1933.
Diversas normas contenidas en la Constitución Nacional
prevén expresamente la institución del jurado, aunque limitada a las
causas penales. Tales son el art. 24, en cuya virtud se impone al Congreso
"el establecimiento del juicio por jurados"; el art. 75, inc. 12, que faculta a
dicho órgano para dictar la ley correspondiente, y el art. 118, que prescribe
que todos los juicios criminales ordinarios que no se deriven del derecho
de acusación concedido a la Cámara de Diputados, se terminarán por
jurados, luego que se establezca en la República esta institución.
Se ha dicho que tales disposiciones se fundamentan en los principios
de Gobierno adoptados por la Constitución, por cuanto reconocen que, así
como el sufragio constituye el medio por el cual el pueblo participa en la
formación de la ley, el Jurado es la única forma de juicio a través de la cual
puede también tener parte en su aplicación(24). No obstante, el Congreso
nunca llegó a aprobar los diversos proyectos que se presentaron con el
objeto de llevar a la práctica los referidos textos constitucionales(25),
circunstancia que demuestra, elocuentemente, su derogación por vía
consuetudinaria(26).
En la doctrina procesal argentina, la mayor parte de los autores se ha
pronunciado en contra de la institución del jurado(27), y entre las objeciones
que con más frecuencia se han formulado cabe mencionar las siguientes:
1º) La imposibilidad práctica de juzgar una cuestión de hecho con
prescindencia de su sentido jurídico. El encuadramiento de los hechos
dentro de una determinada estructura legal, supone inevitablemente un
previo acto de comprensión estimativa mediante el cual se valoran tanto
las circunstancias fácticas del caso como las referencias dogmáticas
contenidas en la ley(28). En tales condiciones, la neta separación entre las
funciones del juez técnico y las del jurado configura una inadmisible
ruptura de la unidad que debe caracterizar al juicio jurídico(29).
2º) Mientras el juez técnico debe ajustarse, en la valoración de la
prueba, a los principios de la sana crítica o de la libre convicción, los cuales
obligan a la exteriorización de un raciocinio cuyo acierto o error es
perfectamente verificable por las partes, los jurados deciden, en esa
materia, de acuerdo con el sistema de la íntima convicción, el que por sí
solo resulta incompatible con la apreciación de pruebas de mediana
complejidad y excluye toda posibilidad de control sobre la administración
de justicia(30).

311 
 
3º) A diferencia de los jueces técnicos, sobre quienes pesa el deber de
fundar sus decisiones, el veredicto de los jurados no requiere motivación
alguna. Esta dispensa es, en nuestro derecho, lesiva de la garantía
constitucional de la defensa en juicio, entre uno de cuyos aspectos figura
la exigencia de que las decisiones judiciales constituyan una derivación
razonada del derecho vigente, y no el producto de la voluntad individual de
los juzgadores(31).
4º) La mayor propensión de los jurados a guiar sus conclusiones en
virtud de motivos extraños a un estricto criterio de justicia. Si bien el juez
técnico se halla también expuesto a dejarse arrastrar por esa clase de
motivos, la profesionalidad, la experiencia judicial y su responsabilidad
como funcionario del Estado actúan como elementos moderadores
de inclinaciones o tendencias ajenas a la objetividad que debe presidir su
juicio.
5º) Las dificultades que, inevitablemente, trae aparejada la selección y
constitución del jurado. Por un lado, en efecto, para el funcionamiento de
la institución debe arbitrarse un sistema, ciertamente de dificultosa
concepción, merced al cual quede garantizado el acceso al tribunal de
grupos de personas representativos de un mediano nivel cultural. Por otro
lado, es menester computar el hecho de que el desempeño del cargo
implica un sensible sacrificio de las ocupaciones habituales y del tiempo
razonablemente disponible del ciudadano común. Con respecto a los
Estados Unidos, en cuyo sistema jurídico la institución, como hemos dicho,
se encuentra profundamente arraigada, se ha observado "que ciudadanos
que tienen empleos estables y viven de su trabajo, intentan con frecuencia
evitar ser llamados a formar parte del jurado"; y que, "como consecuencia,
el nivel del jurado tiende a descender, sobre todo en los grandes
centros"(32).
6º) La experiencia negativa que el funcionamiento del jurado ha arrojado
en algunos países de conformación y tradición jurídica semejantes a la del
nuestro, como España(33), México y Brasil(34).
Las razones precedentemente enunciadas, que recogen opiniones
vertidas respecto del proceso penal, único al cual se refieren, como hemos
dicho, los textos constitucionales a que antes aludimos, son enteramente
aplicables al proceso civil.
Interesa señalar, sin embargo, que si en materia penal la vigencia de
la institución que analizamos puede admitir una justificación política
emergente del interés público que se halla siempre comprometido en el
juzgamiento de los delitos, ámbito en el cual también están en tela de juicio
la libertad y el honor de los ciudadanos, tal fundamento carece de toda
validez en el proceso civil. Éste, como principio, versa sobre cuestiones
que no trascienden el interés particular de las partes, y, por ende, no existe
a su respecto ninguna razón para justificar que su decisión sea adoptada
mediante la participación de elementos directamente representativos de la

312 
 
comunidad. A ello cabe añadir que la intervención de jurados en los
procesos civiles no se compadece con la creciente complejidad de las
relaciones jurídicas que en ellos se debaten y con el acentuado tecnicismo
que informa al régimen probatorio en materia civil(35).
En cuanto al sistema consistente en la fusión, dentro del órgano judicial,
de jueces técnicos y legos (escabinos) dotados de las mismas potestades
en lo que atañe a la apreciación de las cuestiones de hecho y a la
aplicación del derecho, ha alcanzado vigencia, primordialmente, en el
proceso penal. Tal es el caso, v.gr., de la Corte de assises italiana(36). En
Francia, bajo el mencionado sistema se hallan organizadas las Cámaras
Comerciales de los Tribunales de Primera Instancia que juzgan los litigios
de carácter comercial en algunos departamentos del país(37). Se ha dicho
que tanto en el proceso penal, "como en el civil, se reputa útil
la intervención de los jueces escabinos, porque aportan un conocimiento
directo y vívido de los hechos y de las reacciones y efectos que puede
producir la aplicación del derecho en el ámbito de que se trate"(38). Sin
embargo, pensamos que a las dificultades prácticas que suscita la
selección del elemento judicial lego, cabe añadir la necesidad de restringir
su intervención a aquellas causas de mínima complejidad jurídica y
los inconvenientes que trae aparejados la conciliación de criterios entre
ambos elementos del órgano, pues el elemento popular pierde
sensiblemente su eficacia en razón de la preponderancia que, como
consecuencia de su posición, de sus conocimientos y de su experiencia,
tienen inevitablemente los jueces técnicos(39).

129. Órganos unipersonales y colegiados


a) La clasificación del epígrafe se basa en el número de
jueces integrantes del órgano judicial.
En nuestro derecho, por regla general, la primera instancia se halla a
cargo de órganos unipersonales, en tanto que el conocimiento de los
recursos (ordinarios y extraordinarios) corresponde a órganos colegiados.
En la legislación argentina hacía excepción a esa regla la justicia de paz
del Territorio Nacional de Tierra del Fuego y de las provincias, la cual era
desempeñada, en las instancias ordinarias, por órganos unipersonales.
Asimismo, salvo los supuestos de irrecurribilidad por razón del monto
de los procesos(40), en los casos en que está instituida la instancia única el
conocimiento de los asuntos se encomienda a órganos colegiados, cuyas
decisiones definitivas, a su vez, pueden o no ser susceptibles de
impugnación en una instancia extraordinaria que se desarrolla ante
órganos de la misma índole. Ejemplo de la primera hipótesis son las
313 
 
sentencias de los tribunales que algunas provincias han organizado en los
fueros civil y comercial, laboral (como el caso de la provincia de Buenos
Aires) y penal, las cuales adquieren carácter definitivo con respecto a la
decisión de las cuestiones de hecho, pero son impugnables ante los
superiores tribunales locales mediante recursos de inaplicabilidad de ley,
casación, nulidad, inconstitucionalidad, etc. (sin perjuicio
del extraordinario que pueda corresponder ante la Corte nacional) y las
sentencias pronunciadas por estos últimos tribunales cuando actúan en
ejercicio de competencia originaria (v.gr., pretensiones contencioso
administrativas y declarativas de inconstitucionalidad), las que pueden ser
impugnadas por el recurso extraordinario que prevé el art. 14 de la ley 48.
Dentro de la segunda hipótesis se encuentran comprendidos los
pronunciamientos de la Corte Suprema nacional en los casos establecidos
por el art. 117 de la Constitución (infra, nro. 248), cuya irrecurribilidad
emana del carácter supremo que dicho tribunal reviste en el sistema
judicial argentino.
b) La conveniencia de uno u otro de los mencionados sistemas de
composición del órgano judicial, ha suscitado la enunciación de criterios
doctrinarios dispares. En favor de la unipersonalidad del órgano se arguye,
fundamentalmente, que el sistema redunda en beneficio de una
administración de justicia más sencilla, rápida y económica, al par que
estimula el sentido de la responsabilidad en el elemento juzgador. Quienes
propician, en cambio, el sistema de la colegialidad, hacen hincapié en la
circunstancia de que, en tanto el pronunciamiento dictado por varios
jueces debe estar precedido por una deliberación e intercambio de
opiniones que esclarece los espíritus(41), aquél favorece una más
adecuada apreciación de los hechos y garantiza en mayor medida la
justicia del fallo.
A su turno, como objeción contra el sistema de la unipersonalidad, se
advierte el mayor margen de error a que se halla expuesta la sentencia de
un juez único, y contra el sistema de la colegialidad se hace notar que,
aparte de retardar y encarecer el proceso, diluye la responsabilidad entre
los diversos integrantes del órgano.
El problema, sin embargo, no se presta a ser solucionado en términos
absolutos. La opción entre uno u otro sistema, o la combinación de ambos,
depende fundamentalmente de la existencia de una o de varias instancias
y de la mayor o menor complejidad de los procesos.
Si se trata, en efecto, de un régimen procesal estructurado sobre la base
de la pluralidad de instancias ordinarias, y con mayor razón si rige el
principio de escritura, es evidente que la institución de la primera instancia
unipersonal incide en beneficio de la agilidad en el trámite de las causas y
posibilita un más adecuado contacto del elemento juzgador con los
materiales del proceso.

314 
 
En la segunda instancia, en cambio, resulta más apropiada
la intervención de un órgano colegiado. La solución se funda, por un lado,
en la menor complejidad de dicha etapa procesal, en la cual no se verifica
un nuevo juicio, sino la revisión de lo decidido en la instancia anterior y
sobre la base de los elementos allí reunidos, limitándose la actividad del
órgano, como principio, a deliberar y decidir acerca del acierto o error del
pronunciamiento impugnado. Por otro lado, en la medida en que la
segunda instancia supone la existencia de un fallo anterior, la decisión
revocatoria dictada por un órgano unipersonal sólo documentaría
la existencia de dos opiniones judiciales divergentes sobre el tema
sometido a decisión, y carecería de la presunción de acierto que
razonablemente cabe atribuir a la resolución dictada tras el estudio y la
deliberación efectuadas por un colegio de jueces. Distinto es el caso de
las apelaciones deducidas contra las sentencias dictadas por los jueces
de paz legos, de las cuales conocen, por lo común, jueces singulares, ya
que éstos revisten el carácter de órganos técnicos y ofrecen, por lo tanto,
mayor garantía que aquéllos en lo que atañe a la correcta aplicación del
derecho.
Si se trata, por el contrario, de un ordenamiento procesal que instituye
la instancia única, la opción entre uno u otro sistema dependerá,
fundamentalmente, de la cuantía y complejidad de las causas. Asimismo,
si la importancia del asunto requiere la colegialidad, ha de preferirse
la intervención de órganos reducidos, integrados por tres o no más de
cinco miembros, pues la experiencia demuestra que los tribunales de
composición numerosa dificultan la deliberación y coordinación de
criterios. "Entre el juez único y la colegialidad técnica reducida —dice
Clariá Olmedo(42)— juegan ya con menos disparidad los criterios de
economía y sencillez, por un lado, y el de verdad y justicia por otro.
Mientras este último no se resienta fundamentalmente, ha de preferirse el
tribunal unipersonal; caso contrario, debemos dar preferencia a la garantía
de justicia e inclinarnos por el tribunal múltiple, mientras se lo instituya en
forma eficaz, para que en el momento de actuar en pleno (debate y
sentencia) sea eficiente y no un engorro para la administración de justicia".

130. Órganos de conocimiento en instancia única o plural


a) Esta clasificación se basa en la definitividad del conocimiento
asignado a los órganos judiciales o, en otras palabras, en la posibilidad de
que un mismo asunto sea o no susceptible de ser examinado
sucesivamente por distintos órganos tanto en su aspecto fáctico como
jurídico.

315 
 
b) Nuestro sistema procesal civil se asienta, como regla general, en el
principio de la instancia múltiple. Con excepción de las hipótesis de
irrecurribilidad y de instancia única que se han mencionado en el número
precedente, luego de fallada una causa puede ser sometida, mediante el
llamado recurso de apelación, a un nuevo conocimiento por parte de un
órgano judicial jerárquicamente superior al que dictó la sentencia
impugnada. Excepcionalmente la ley admite una tercera instancia, que se
desarrolla ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el supuesto
previsto por el art. 24, inc. 6º, del dec.-ley 1285/1958, reformado por la ley
21.708 (infra, nro. 134, A]).
Asimismo, en los casos contemplados por el art. 14 de la ley 48, las
sentencias definitivas(43)dictadas en segunda o en única instancia son
susceptibles de recurso extraordinario ante la Corte Suprema nacional.
Por otra parte, los Superiores Tribunales provinciales tienen competencia
para revisar, a través de ciertos recursos extraordinarios previstos y
reglamentados en las respectivas legislaciones(44), los fallos
definitivos(45)pronunciados en segunda instancia por las Cámaras de
Apelaciones(46)o en instancia única por los correspondientes órganos
colegiados. Finalmente, los fallos de las salas de las Cámaras Nacionales
de Apelaciones pueden ser sometidos a un nuevo examen por parte de la
respectiva Cámara reunida en pleno, en la hipótesis del recurso
de inaplicabilidad de la ley. Sin embargo, en ninguno de esos casos tales
recursos extraordinarios determinan la apertura de una tercera instancia,
pues la competencia de los órganos judiciales que entienden en ese
género de impugnaciones se encuentra limitada a revisar el contenido
jurídico del fallo y, eventualmente, su regularidad formal, siendo ajeno a
su conocimiento el examen relativo a las conclusiones de hecho y a la
apreciación de la prueba.
c) Desde antiguo se viene discutiendo acerca del tema referente a la
conveniencia de que los procesos sean objeto de un conocimiento judicial
único o reiterado(47). Los partidarios de este último sistema arguyen, entre
otras razones: 1º) Que en tanto supone un doble examen de los elementos
fácticos y jurídicos involucrados en la causa, contribuye a eliminar los
errores en que puede haber incurrido el órgano inferior, y asegura, por lo
tanto, el acierto y la justicia de los pronunciamientos judiciales. 2º)
Que incita al juez de primera instancia para actuar con mayor prudencia y
atención. 3º) Que acuerda la posibilidad de introducir nuevos elementos
de juicio, facilitando la defensa de los litigantes(48). 4º) Que, aparte de
hallarse constituidos por varios jueces, los tribunales de apelación ofrecen
la garantía derivada de la mayor experiencia y ponderación que cabe
presumir en aquéllos.
Contra el sistema de la instancia múltiple se dice que encarece y retarda
la solución de los procesos, agregándose que la institución de tribunales
colegiados de instancia única, integrados por jueces que reúnan las
condiciones que se exigen para desempeñar el cargo en un tribunal de

316 
 
apelación, desvirtúa el principal argumento precedentemente
mencionado(49).
Desde un punto de vista estrictamente teórico, tales objeciones son sin
duda fundadas. Es dudoso, sin embargo, que la implantación de
la instancia única colegiada (desde luego con recurso de casación en
cuanto a las cuestiones de derecho) pueda reportar una mejora esencial
en la administración de la justicia civil. Si, por un lado, según lo aconseja
una técnica procesal estricta, el sistema se complementase con
la institución de la oralidad y la participación del tribunal íntegro en la
recepción de la prueba, se correría el peligroso riesgo de dilaciones que
se observa, por ejemplo, en el régimen procesal laboral de la provincia de
Buenos Aires. Si, por el contrario, se recurre al arbitrio de delegar
la instrucción en uno de los jueces integrantes del tribunal (juez instructor),
reservándose la intervención del órgano judicial en pleno para la
resolución de los incidentes suscitados durante el curso de la instrucción
y para el pronunciamiento de la sentencia definitiva, resulta quebrada la
vigencia del principio de inmediación y no se percibe que el sistema
signifique un adelanto sustancial con respecto al de la doble instancia,
pues aparte de que los restantes miembros del tribunal sólo pueden contar
con la versión escrita de las actuaciones desarrolladas ante el
juez instructor, la participación de éste en el fallo de la causa puede afectar
la independencia y la objetividad en el juicio de aquéllos.
Las precedentes consideraciones hacen pues aconsejable, al menos en
lo que atañe a los ordenamientos procesales que analizamos, no eliminar
el sistema de la doble instancia, sino adecuarlo a las exigencias de una
administración de justicia económica y expeditiva. Fiel a esta última
orientación, el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación supera en
importante medida los inconvenientes de la doble instancia a través de
la institución de las apelaciones diferidas, del principio general de la
irrecurribilidad de las resoluciones sobre producción, denegación y
sustanciación de las pruebas (sin perjuicio del replanteo de las respectivas
cuestiones en oportunidad del recurso deducido contra la sentencia
definitiva) y de la limitación de recursos admisibles, especialmente en el
llamado proceso sumarísimo.

CAPÍTULO XI - ORGANIZACIÓN JUDICIAL


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 131. Ubicación
del tema.— 132. Estructura de la justicia
argentina.— II. ORGANIZACIÓN DEL PODER
JUDICIAL DE LA NACIÓN: 133. Distintas clases

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de órganos judiciales nacionales.— 134. Corte
Suprema de Justicia de la Nación.— 135.
Órganos judiciales inferiores. III. RESEÑA DE LA
ORGANIZACIÓN JUDICIAL EN LAS PROVINCIAS Y EN
LA CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES: 136.
Buenos Aires.— 137. Catamarca.— 138.
Córdoba.— 139. Corrientes.— 140. Chaco.—
141. Chubut.— 142. Entre Ríos.— 143.
Formosa.— 144. Jujuy.— 145. La Pampa.—
146. La Rioja.— 147. Mendoza.— 148.
Misiones.— 149. Neuquén.— 150. Río
Negro.— 151. Salta.— 152. San Juan.— 153.
San Luis.— 154. Santa Cruz.— 155. Santa
Fe.— 156. Santiago del Estero.— 157. Tierra
del Fuego.— 158. Tucumán.— 159. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.— IV. CONSEJO DE
LA MAGISTRATURA: 160. Concepto y
naturaleza.— 161. Composición.— 162.
Atribuciones.— 163. Los Consejos en el orden
provincial.— V. JURADO DE
ENJUICIAMIENTO: 164. Composición y
atribuciones.— 165. Procedimiento.

I. GENERALIDADES

131. Ubicación del tema


a) Ya analizados, en un tramo anterior de esta obra, la naturaleza y los
caracteres de la función pública procesal, y habiéndonos ocupado en el
capítulo anterior del concepto y clases de órganos a través de los cuales
se lleva a cabo dicha función, corresponde estudiar ahora la forma en que
aquéllos se hallan estructurados y distribuidos en el orden nacional y
provincial.
b) La circunstancia de que el estudio que ha de realizarse en este
capítulo gire exclusivamente en torno a los órganos judiciales, no implica
desconocer el hecho de que la función pública procesal puede también ser
ejercida por órganos arbitrales que revisten, asimismo, el carácter de

318 
 
sujetos de un determinado tipo de proceso (supra, nro. 60). Sin embargo,
las modalidades a que el ordenamiento jurídico condiciona la designación
de los árbitros y amigables componedores excluyen, por sí mismas, toda
idea de una "organización" arbitral con los atributos de preexistencia y de
permanencia que son propios de la organización judicial. De allí que, por
razones metodológicas, el régimen jurídico de los árbitros y amigables
componedores debe ser analizado en el capítulo referente al proceso
arbitral.

132. Estructura de la justicia argentina


a) La Constitución argentina, tomando como modelo a la
norteamericana de 1787, instituyó un doble orden judicial que responde a
la clase de poder político del que emanan las atribuciones de administrar
justicia(1).
De acuerdo con tal principio, existe por un lado una justicia nacional,
que tiene su origen en el poder del Gobierno central y ejerce sus
atribuciones en todo el territorio de la República cuando se trata del
conocimiento de los asuntos enumerados en el art. 116 de la Constitución
(competencia federal), y en los lugares sometidos a la exclusiva potestad
de dicho Gobierno sin restricción alguna en materia de competencia. Ello
no impide, sin embargo, que aun en esos lugares las leyes distribuyan la
competencia de los órganos judiciales atendiendo a la índole común o
específicamente federal de los asuntos. Tal lo que ocurre, como veremos
más adelante, en la Capital Federal.
Existe, por otro lado, una justicia provincial que emana de
las autonomías locales, ejerce sus funciones a través de los órganos
judiciales que cada provincia debe crear y organizar con prescindencia del
Gobierno central (arts. 5º, 121, 123, 126 de la Constitución Nacional) y
conoce, dentro de los respectivos ámbitos territoriales, en todos los
asuntos regidos por el derecho común (con las limitaciones establecidas
por el art. 75, inc. 12, de la Constitución) y por el correspondiente derecho
local.
b) Pese a la mencionada delimitación de atribuciones, la separación
entre ambos órdenes judiciales no es absoluta. Por una parte, en
efecto, incumbe a la Corte Suprema nacional la atribución de conocer en
las cuestiones de competencia y en los conflictos que en juicio se planteen
entre órganos judiciales de distintas provincias (art. 24, inc. 7º, del dec.-ley
1285/1958), así como la de rever, en aquellos supuestos en que es
admisible el recurso contemplado por el art. 14 de la ley 48,las sentencias
definitivas de los tribunales provinciales. Por otra parte, las autoridades
319 
 
judiciales locales tienen, respecto de los jueces nacionales, un deber de
colaboración a cuyo alcance nos hemos referido supra, nro. 67, b]).

II. ORGANIZACIÓN DEL PODER JUDICIAL DE LA NACIÓN(2)

133. Distintas clases de órganos judiciales nacionales


a) El art. 108 de la Constitución Nacional determina que el Poder
Judicial de la Nación es ejercido por una Corte Suprema de Justicia y por
los demás tribunales inferiores que el Congreso establezca en el territorio
de la Nación.
En cumplimiento de esa norma se han sancionado numerosas leyes de
creación de órganos judiciales nacionales, a cuyas distintas clases se
refiere el art. 1º del dec.-ley 1285/1958 en tanto dispone: "El Poder Judicial
de la Nación será ejercido por la Corte Suprema de Justicia, los tribunales
nacionales de la Capital Federal y los tribunales nacionales con asiento en
las provincias y la Cámara Nacional Electoral, con jurisdicción en todo el
territorio de la República".
b) De acuerdo con el orden establecido por la norma transcripta,
podemos trazar el siguiente cuadro analítico referente a la actual
organización de la justicia nacional:
1º) Corte Suprema de Justicia de la Nación. Es el órgano cabeza del
Poder Judicial de la Nación y tiene su asiento en la Capital Federal (art.
21, dec.-ley 1285/1958).
2º) Órganos judiciales de la Capital Federal. Se hallan integrados por la
Cámara Nacional de Casación Penal; Cámaras Nacionales de
Apelaciones de la Capital Federal: a) En lo Civil y Comercial Federal. b)
En lo Contencioso Administrativo Federal. c) En lo Criminal y Correccional
Federal. d) En lo Civil. e) En lo Comercial. f) Del Trabajo. g) En lo Criminal
y Correccional. h) Federal de la Seguridad Social. i) Electoral. j) En lo
Penal Económico. Tribunales orales: a) En lo Criminal. b) En lo Penal
Económico. c) De Menores. d) En lo Criminal Federal. Jueces Nacionales
de Primera Instancia: a) En lo Civil y Comercial Federal. b) En lo
Contencioso Administrativo Federal. c) En lo Criminal y Correccional
Federal. d) En lo Civil. e) En lo Comercial. f) En lo Criminal de
Instrucción. g) En lo Correccional. h) De Menores. i) En lo Penal
320 
 
Económico. j) Del Trabajo. k) De Ejecución Penal. l) En lo Penal de
Rogatorias. m) Juzgados federales de primera instancia de la Seguridad
Social. n) Juzgados federales de primera instancia de Ejecuciones
Fiscales Tributarias. o) En lo Penal Tributario (art. 32, íd.).
3º) Órganos judiciales con asiento en las provincias. Corresponden a
este grupo: a) las Cámaras Federales de Apelaciones; b) los Tribunales
Orales en lo Criminal Federal; c) los Juzgados Federales de Primera
Instancia a cuyos respectivos asientos y competencia territorial nos
referiremos infra nro. 135 (art. 49, dec.-ley 1285/1958).
c) Las distintas clases de órganos judiciales precedentemente
mencionadas difieren en cuanto a la delimitación de su competencia, pues
mientras con respecto a los órganos con asiento en las provincias aquélla
no puede exceder el ámbito demarcado por el art. 116 de la Constitución,
no existe razón constitucional alguna que imponga, en la Capital Federal,
el establecimiento de órganos judiciales ordinarios y federales, por cuanto
unos y otros revisten el mismo carácter nacional(3). No existe impedimento,
por consiguiente, para asignar indistintamente a todos los órganos
judiciales de la Capital las competencias federal y ordinaria(4).

134. Corte Suprema de Justicia de la Nación

A) Composición y competencia
a)(5)El art. 108 de la Constitución Nacional reformada en 1994
determina que el Poder Judicial de la Nación será ejercido por una Corte
Suprema de Justicia y por los tribunales inferiores que el Congreso
estableciere en el territorio de la Nación.
b) La Corte Suprema de Justicia se halla actualmente compuesta por
cinco jueces, y actúan ante ella, como representantes del Ministerio
Público Fiscal, el procurador general de la Nación y los procuradores
fiscales de la Corte en los términos de la ley 24.946 y demás legislación
complementaria y como representantes del Ministerio Público de la
Defensa el defensor general de la Nación y los defensores oficiales en los
términos de los arts. 51, incs. a) y b), y 53, inc. a), de la ley 24.946.
Corresponde a la ley la fijación del número de jueces de la Corte y de
sus fiscales, por cuanto la reforma constitucional de 1860 (mantenida en

321 
 
este tema por la de 1994) dejó sin efecto el art. 91 de la Constitución de
1853, según el cual dicho tribunal estaría integrado por nueve jueces y dos
fiscales. Las leyes 27 (art. 6º) y 13.998 (art. 21) y el dec.-ley
1285/1958 (art. 21) fijaron la composición del tribunal en cinco jueces,
número que fue elevado a siete por la ley 15.271, reducido nuevamente a
cinco por la ley 16.895 (ambas modificatorias del art. 21 del referido
decreto-ley), llevado a nueve por la ley 23.774 y reducido una vez más a
cinco por la ley 26.183(6). Posteriormente, la ley 26.853 (art. 13) sustituyó
el art. 21 del dec.-ley 1285/1958, con el siguiente texto: "La Corte Suprema
de Justicia de la Nación estará compuesta por cinco (5) jueces. Ante ella
actuarán el Procurador General de la Nación y los Procuradores Fiscales
ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Defensor General de
la Nación y los Defensores Oficiales ante la Corte Suprema de Justicia de
la Nación en los términos de la ley 24.946 y demás legislación
complementaria. (*) El art. 1º de la acordada 23/2013 Corte Sup.
establece: 'Declarar que la operatividad de los recursos procesales que
contempla la ley 26.853 se halla supeditada a la instalación y
funcionamiento de las Cámaras Federales y Nacionales que crea'".
c) La Corte Suprema tiene su asiento en la Capital Federal y designa a
su presidente. Por su parte, el art. 79 del Reglamento para la Justicia
Nacional dispone que el presidente de la Corte y los vicepresidentes
primero y segundo son elegidos por mayoría absoluta de votos de los
jueces del tribunal y duran tres años en el ejercicio de sus funciones.
d) De conformidad con lo dispuesto por los arts. 24 del dec.-ley
1285/1958(7)y 2º de la ley 17.116, la Corte Suprema conoce:
1. Originaria y exclusivamente, en todos los asuntos que versen entre
dos o más provincias y los civiles entre una provincia y algún vecino o
vecinos de otra o ciudadanos o súbditos extranjeros; de las causas
concernientes a embajadores u otros ministros diplomáticos extranjeros, a
las personas que compongan la legación y a los individuos de su familia,
del modo que una corte de justicia puede proceder con arreglo al derecho
de gentes; y de las causas que versen sobre privilegios y exenciones de
los cónsules extranjeros en su carácter público. No se dará curso a la
demanda contra un Estado extranjero sin requerir previamente de su
representante diplomático, por intermedio del Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, la conformidad de aquel país para ser sometido a juicio.
Sin embargo, el Poder Ejecutivo puede declarar con respecto a un país
determinado la falta de reciprocidad a los efectos consignados en esta
disposición, por decreto debidamente fundado. En este caso, el
Estado extranjero, con respecto al cual se ha hecho tal declaración, queda
sometido a la jurisdicción argentina. Si la declaración del Poder Ejecutivo
limita la falta de reciprocidad a determinados aspectos, la sumisión del
país extranjero a la jurisdicción argentina se limitará también a los mismos
aspectos. El Poder Ejecutivo declarará el establecimiento de la
reciprocidad, cuando el país extranjero modificare sus normas al efecto. A

322 
 
los efectos pertinentes de la primera parte de este inciso, se considerarán
vecinos:
a) Las personas físicas domiciliadas en el país desde dos o más años
antes de la iniciación de la demanda, cualquiera sea su nacionalidad.
b) Las personas jurídicas de derecho público del país.
c) Las demás personas jurídicas constituidas y domiciliadas en el país.
d) Las sociedades y asociaciones sin personería jurídica, cuando la
totalidad de sus miembros se halle en la situación prevista en el apart. a).
Son causas concernientes a embajadores o ministros
plenipotenciarios extranjeros, las que les afecten directamente por
debatirse en ellas derechos que les asisten o porque comprometen su
responsabilidad, así como las que en la misma forma afecten a las
personas de su familia, o al personal de la embajada o legación que tenga
carácter diplomático. No se dará curso a las acciones contra las personas
mencionadas en el punto anterior, sin requerirse previamente, del
respectivo embajador o ministro plenipotenciario, la conformidad de su
gobierno para someterlas a juicio. Son causas concernientes a los
cónsules extranjeros las seguidas por hechos o actos cumplidos en el
ejercicio de sus funciones propias, siempre que en ellas se cuestione su
responsabilidad civil o criminal.
2. Por recurso extraordinario en los casos de los arts. 14 de la ley 48 y
6º de la ley 4055.
3. En los recursos de revisión referidos por los arts. 2º y 4º de la ley
4055 y en el de aclaratoria de sus propias resoluciones(8).
4. En los recursos directos por apelación denegada.
5. En los recursos de queja por retardo de justicia en contra de las
Cámaras Nacionales de Apelaciones(9).
6. Por apelación ordinaria de las sentencias definitivas de las Cámaras
Nacionales de Apelaciones, en los siguientes casos:
a) Causas en que la Nación, directa o indirectamente, sea parte, cuando
el valor disputado en último término, sin sus accesorios, fuere superior a
pesos diez millones ochocientos noventa mil ($ 10.890.000), monto según
Acordada 28/2014 de la Corte Suprema.
b) Extradición de criminales reclamados por países extranjeros.
c) Causas a que dieren lugar los apresamientos o embargos marítimos
en tiempo de guerra, sobre salvamento militar y sobre nacionalidad del
buque, legitimidad de su patente o regularidad de sus papeles.
7. De las cuestiones de competencia y los conflictos que en juicio se
planteen entre jueces y tribunales del país que no tengan un órgano
superior jerárquico común que deba resolverlos, salvo que dichas

323 
 
cuestiones o conflictos se planteen entre jueces nacionales de
primera instancia, en cuyo caso serán resueltos por la Cámara de que
dependa el juez que primero hubiese conocido. Decidirá asimismo sobre
el juez competente cuando su intervención sea indispensable para evitar
una efectiva privación de justicia.

B) Presidencia
a) La ley acuerda a la Corte Suprema la facultad de designar su
presidente (art. 21, dec.-ley 1285/1958). El art. 79 del Reglamento para la
Justicia Nacional dispone, por su parte, que el presidente de la Corte será
elegido por mayoría absoluta de votos de los ministros del tribunal y durará
tres años en el ejercicio de sus funciones, agregando que si dicho
magistrado se hiciera cargo del Poder Ejecutivo de la Nación con arreglo
a la ley de acefalía, el plazo precedentemente aludido se prolongará hasta
su cesación en el desempeño de la Presidencia de la Nación.
En los casos de recusación, impedimento, vacancia o licencia de alguno
de los miembros de la Corte Suprema, este tribunal se integra, hasta
completar el número legal para fallar, mediante sorteo entre los
presidentes de las Cámaras Nacionales de Apelación en lo Federal de la
Capital Federal y los de las Cámaras Federales con asiento en las
provincias. En el caso de que el tribunal no pueda integrarse mediante ese
procedimiento, corresponde practicar un sorteo entre una lista de
conjueces hasta completar el número legal para fallar, debiendo éstos ser
designados en número de diez por el Poder Ejecutivo con acuerdo del
Senado, correspondiendo que el nombramiento recaiga en personas que
reúnen las condiciones establecidas para ser juez de la Corte y tenga una
duración de tres años que puede extenderse al solo efecto de resolver las
causas en que el juez haya sido sorteado, hasta tanto se dicte el
pronunciamiento (art. 22, dec.-ley 1285/1958,modificado por la ley
23.498)(10).
b) De acuerdo con el RJN, el presidente de la Corte tiene las siguientes
atribuciones: representar al tribunal en los actos protocolares, ante los
otros poderes públicos y, en general, en todas sus relaciones con
funcionarios, entidades o personas (art. 80); firmar las comunicaciones
dirigidas al Presidente de la Nación, a los Presidentes de las Cámaras del
Congreso, a los Gobernadores de provincia, a los Presidentes de las
Cámaras de las Legislaturas provinciales, a los Presidentes de los
Superiores Tribunales provinciales, a las autoridades superiores
eclesiásticas y a los representantes de la Santa Sede y de las
naciones extranjeras; las referentes a embargo o disposición o manejo de

324 
 
fondos, los mandamientos, los cheques judiciales y los demás que estime
convenientes (art. 81, de conformidad con Acordada del 17/3/1961);
provee con su sola firma, si lo estima pertinente o cuando su naturaleza lo
requiera, el despacho de trámite (art. 82); presidir las audiencias públicas,
pudiendo los demás ministros hacer uso de la palabra con su venia, y
dirigir los acuerdos (art. 83); disponer lo relativo a la distribución de las
causas a los ministros para su estudio y establecer la oportunidad y el
orden de su consideración ulterior (art. 84); está a cargo de la instrucción
del sumario en las causas penales de competencia originaria de la Corte
Suprema, función que podrá delegar en algún otro de los ministros del
tribunal. El instructor podrá, a su vez, delegar en un secretario de jerarquía
no inferior a la de juez de primera instancia, la realización de toda
diligencia que estime conducente para el total esclarecimiento del hecho y
la determinación de los responsables de la ejecución (art. 84 bis); conceder
licencias por un término no mayor de treinta y sesenta días,
respectivamente, a los funcionarios y empleados del tribunal y de los
organismos sobre los que éste ejerce superintendencia inmediata (art. 85,
de conformidad con la Acordada del 17/6/1960); aplicar sanciones a los
empleados de la Corte, con excepción de las reservadas a ésta por el art.
78 (o sea, suspensión por más de un mes, cesantía o exoneración) (íd.);
las fuerzas de seguridad que actúen en la órbita del Poder Judicial estarán
sujetas a la dirección de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, quien
podrá adoptar al efecto las disposiciones pertinentes. De ella dependerán
tanto el personal del Servicio Penitenciario Federal que presta servicios en
el Centro de Detención Judicial como la fuerza policial destacada en la
Comisaría del Poder Judicial de la Nación. Dicha autoridad será ejercida
en el primer caso a través de la Secretaría Judicial n. 3 y en el segundo
por intermedio de la Secretaría de Superintendencia (hoy: Administración
General), o en forma directa si así lo estimare conveniente. El presidente
ejerce las funciones de superintendencia en tanto no medie expresa
disposición legal que las confiera al tribunal y sin perjuicio de que en casos
especiales y cuando su naturaleza lo requiera, las cuestiones a que se
refiere el presente artículo sean sometidas a la consideración de la Corte
Suprema (art. 86).
A falta del presidente, hará sus veces el vicepresidente. Éste, a su vez,
será reemplazado por los demás ministros, siguiendo el orden de su
antigüedad (art. 87). En caso de considerarlo necesario, el presidente
podrá delegar el ejercicio de algunas de sus funciones, transitoria o
permanentemente, en el vicepresidente de la Corte Suprema (art. 87 bis).

C) Facultades de superintendencia

325 
 
a) Sin perjuicio de la superintendencia directa que incumbe a las
Cámaras Nacionales de Apelaciones en el orden reglamentario,
administrativo y disciplinario, la Corte Suprema ejerce
superintendencia general sobre todos los órganos judiciales inferiores de
la Nación. Si bien dicha facultad no se halla explícitamente reconocida en
el texto constitucional(11), tiene fundamento en la circunstancia de ser la
Corte, en el orden jerárquico, el órgano máximo de la justicia nacional. De
allí que su potestad superintendencial haya sido consagrada, con mayor o
menor precisión, por las distintas leyes orgánicas sancionadas con
posterioridad a la Constitución(12).
b) En el aspecto reglamentario, que se traduce en la facultad de dictar
normas generales destinadas a complementar o integrar los textos legales
relativos a la administración de justicia (supra, nro. 30), la legislación
vigente, recogiendo un concepto que ya se encuentra formulado en
los arts. 10, 11 y 22 de la ley 4055,acuerda preeminencia a los
ordenamientos de esa índole que emanen de la Corte Suprema, pues es
atribución de ésta la consistente en dictar, aparte de su reglamento interno
y económico (art. 113 de la Constitución), el reglamento para la Justicia
Nacional, estableciendo sus propias facultades de superintendencia y las
que conciernen a los tribunales inferiores. Coincidente con ese criterio, el
art. 104 del RJN establece que las Cámaras Nacionales ajustarán sus
reglamentos internos a las disposiciones de aquél y a los que la Corte dicte
en el futuro(13).
En orden a las facultades respecto de funcionarios y empleados,
mientras el art. 14 de la ley 13.998 acordaba a la Corte Suprema la
atribución exclusiva de nombrar, remover y decidir sobre toda cuestión
vinculada al personal de la justicia de la Nación cuya designación no
dependiese del Poder Ejecutivo, el art. 13 del dec.-ley
1285/1958 establece que el nombramiento y remoción de los funcionarios
y empleados que dependan de dicha justicia se hará por la autoridad
judicial y en la forma que establezcan los reglamentos de la Corte
Suprema, agregando que en esos reglamentos se establecerá también lo
referente a la decisión de cualquier otra cuestión vinculada con dicho
personal. Con motivo de tal modificación del régimen legal, la Corte
Suprema, mediante Acordada del 3/3/1958(14), resolvió conferir a las
Cámaras de Apelaciones la facultad de designar y promover a su personal
y al de los Juzgados y Ministerios Públicos, a propuesta de los jueces y
funcionarios titulares, y estableció las normas a las cuales debían
ajustarse las promociones. Asimismo, dicha Acordada distribuyó las
facultades de la propia Corte y de los tribunales nacionales inferiores en lo
que respecta al otorgamiento de licencias a los magistrados, titulares de
los ministerios públicos y personal judicial(15).
Importa destacar, sin embargo, que las facultades de
superintendencia inmediata que las Cámaras tienen en relación con las
cuestiones precedentemente señaladas, no obstan a que la

326 
 
Corte intervenga en los respectivos casos, por vía de avocación, cuando
circunstancias excepcionales lo justifiquen(16).
En el orden disciplinario, la Corte puede ejercer sus facultades de
superintendencia general de dos maneras: avocando las actuaciones
producidas con motivo de la aplicación de alguna sanción por un juez de
primera instancia o una Cámara de Apelaciones, y decidiendo lo que
estime pertinente(17), o bien mediante conocimiento originario del asunto
(arts. 22 y 23 del RJN)(18).

D) Decisiones
a) Las decisiones de la Corte Suprema deben adoptarse por el voto de
la mayoría absoluta de los jueces que la integran, siempre que éstos
concuerden en la solución del caso. En la hipótesis de mediar desacuerdo,
se requieren los votos necesarios para obtener mayoría absoluta de
opiniones (art. 23, dec.-ley 1285/1958,modificado por ley 15.271,art. 1º).
b) En cuanto a su forma, tales decisiones deben dictarse en forma
impersonal, sin perjuicio de que los jueces disidentes con la opinión de la
mayoría emitan su voto por separado (art. 281, CPCCN).

E) Integración
a) En los casos de recusación, excusación, vacancia o licencia de
alguno de los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, este
tribunal se integrará, hasta el número legal para fallar, mediante sorteo
entre los presidentes de las Cámaras Nacionales de Apelación en lo
Federal de la Capital Federal y los de las Cámaras Federales con asiento
en las provincias.
Si el tribunal no pudiera integrarse mediante el procedimiento previsto
en el párrafo anterior, se practicará un sorteo entre una lista de conjueces,
hasta completar el número legal para fallar. Los conjueces de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, en número de diez, serán designados
por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado. La designación deberá
recaer en personas que reúnan las condiciones establecidas en el art. 4º
de esta ley y tendrá una duración de tres años. Esa duración se extenderá
al solo efecto de resolver las causas en que el conjuez hubiere sido

327 
 
sorteado, hasta tanto se dicte pronunciamiento (art. 22, dec.-ley
1285/1958, texto según ley 23.498,art. 1º).
b) En anterior régimen, la integración del Tribunal se efectuaba con el
Procurador General. Frente a ello, se sostuvo que no procede
tal integración de la Corte con el Procurador General cuando éste haya
dictaminado en la causa, salvo que el dictamen expedido esté firmado por
su antecesor en el cargo(19). Se había resuelto, asimismo, que tratándose
de un juicio seguido contra la Nación, y aunque ésta actúe por intermedio
de apoderado especial, corresponde aceptar la excusación del Procurador
General para integrar la Corte, fundada en su carácter de representante
natural del Fisco en tercera instancia(20).
Si la causa, finalmente, proviene de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Federal y Contencioso Administrativo, corresponde que el tribunal
se integre mediante conjueces de la lista respectiva(21).

F) Funcionamiento interno y secretarías


a) El RJN contiene, respecto del funcionamiento interno del tribunal, en
el orden judicial y administrativo, las siguientes disposiciones: La Corte
Suprema se reunirá en acuerdo ordinario los días hábiles que designe. El
número de estos acuerdos se determinará conforme a lo que requieran las
tareas del Tribunal y a las circunstancias ocurrentes (art. 70). La Corte
Suprema podrá también reunirse en acuerdos extraordinarios en días
hábiles o feriados cuando fuera convocada por el Presidente o lo
dispusiera la mayoría del Tribunal (art. 71). Los juicios
verbales, audiencias e informes in voce se realizarán en los días de
acuerdos ordinarios, salvo que se dispusiera lo contrario (art. 72). Se
recibirán en audiencia pública en los días que en cada caso se designaren,
los juramentos que debían prestarse ante la Corte Suprema o su
Presidente (art. 73). Antes del 20 de diciembre de cada año, la Corte
Suprema procederá a formar por sorteo listas de diez conjueces para los
Juzgados Nacionales del interior con las nóminas que éstos le envíen.
Excluirá del sorteo a los candidatos propuestos que no reúnan las
condiciones para ser conjuez (art. 74). Antes del comienzo de las ferias de
enero y julio la Corte Suprema designará el ministro que actuará durante
ellas, con el personal que éste determine (art. 75). Los actos protocolares
que realice la Corte Suprema se anunciarán por la prensa, a cuyo efecto
se dará la noticia correspondiente a los periodistas destacados en el
Palacio de Justicia. En materia de ubicación y preeminencia se observarán
las disposiciones del ceremonial administrativo (art. 76). La Corte Suprema
podrá disponer feriados y asuetos judiciales; la colocación de la Bandera

328 
 
a media asta; la remisión de notas de condolencia; la concurrencia a actos
determinados y, en general, las medidas de homenaje y condolencia que
fuesen de costumbre. Cuando el Poder Ejecutivo disponga para la
Administración izar la Bandera a media asta, la medida regirá también para
la Corte Suprema (art. 77). Corresponde al señor Presidente o al señor
juez que seleccione, la facultad de designar y aceptar las renuncias de los
funcionarios y empleados que dependen de la Corte Suprema, previa
propuesta de ésta. Las sanciones expulsivas cesantía y exoneración
serán resueltas por el tribunal. El señor Presidente aplicará las medidas
de suspensión mayores de cinco días. El examen de ingreso a que se
refiere el art. 11 será tomado, en la Corte Suprema y sus dependencias,
por la Oficina de Personal de la Secretaría de Superintendencia Judicial
(hoy: Administración General), y en la Procuración General de la Nación
por quien determine el señor Procurador General. Los agentes que ejercen
la jefatura de las oficinas dependientes de la Corte Suprema y sus
reemplazantes están facultados para imponer al personal de su
dependencia las medidas disciplinarias de prevención y apercibimiento,
debiendo comunicar a la Secretaría de Superintendencia (hoy:
Administración General) las que apliquen. La Corte Suprema y las
Cámaras de Apelaciones, si lo estiman conveniente por razones de mejor
servicio, podrán intimar a los agentes de las oficinas de sus respectivas
dependencias que hayan cumplido los requisitos exigidos para obtener el
porcentaje máximo del haber de la jubilación ordinaria para que inicien los
trámites correspondientes dentro del término de sesenta días.
El incumplimiento, imputable al interesado, de dicha intimación autorizará
a decretar su cese vencido que sea el plazo para la iniciación del trámite
jubilatorio, debiendo los agentes acreditar ante el tribunal correspondiente
la iniciación del trámite y su fecha. La cesación en el cargo se operará a
los ciento ochenta días de haberse notificado la intimación, término este
que podrá prorrogarse contemplando las circunstancias del caso (art. 78).
b) Con relación a los secretarios de la Corte, el art. 88 del RJN establece
que dicho Tribunal contará con los secretarios que determine, quienes
deberán reunir los requisitos para ser juez de las Cámaras Nacionales de
Apelaciones y tendrán su jerarquía, remuneración, condición y trato.
Desempeñarán sus funciones en la forma que disponga la Corte Suprema
o el Presidente. En caso de licencia o impedimento se reemplazarán
recíprocamente sin necesidad de acordada especial.
El RJN aludía a una Secretaría de Superintendencia(22)y a las
Secretarías Judiciales, pero establece las siguientes atribuciones que son
comunes a todos los secretarios del tribunal: suscribir las comunicaciones
correspondientes a sus respectivas secretarías que no firme el Presidente
o que no se encomienden por ley a otros funcionarios o empleados (art.
89); sin perjuicio de las audiencias que en cada caso concedan el
Presidente o los ministros, atender a los litigantes, profesionales y al
público en general, salvo en los trámites ordinarios ante las oficinas del

329 
 
Tribunal (art. 90); conceder licencias a los empleados de la Corte y
organismos de su inmediata dependencia por un término no mayor de
quince días y las previstas en el art. 24, debiendo dar aviso en cada caso
a la Secretaría de Superintendencia (art. 91, según Acordada del
17/6/1960); están facultados para aplicar las sanciones de prevención,
apercibimiento, multa y suspensión no mayor de cinco días, y la de
medidas más graves deberá ser solicitada al señor Presidente o al tribunal,
según se determina en el art. 78 (íd.); recibir las audiencias de prueba y
los juicios verbales, salvo que cualquiera de las partes, antes de
consentido el auto que señala la fecha, solicitara la presencia de la Corte
Suprema (art. 92); dar cuenta al Tribunal de los incidentes que se
produzcan durante la audiencia y deban ser resueltos por aquél (íd.).
Con respecto a la Secretaría de Superintendencia(23), el RJN dispone
que tramitarán en ella todos los asuntos de esa índole, debiendo realizarse
ante ella las gestiones personales de los interesados. Dependerá de esta
Secretaría todo el personal, excepto el que integre las oficinas de las otras
(art. 93). Las gestiones referentes a actos protocolares se efectuarán en
esa Secretaría, a la que se dará la intervención correspondiente en
aquellos que realice la Corte Suprema (art. 94). Se llevarán por la
Secretaría de Superintendencia los libros de acuerdos y juramentos y se
formarán legajos con las estadísticas(24), inventarios de bibliotecas,
nóminas de nombramientos de oficio, comunicaciones y demás
documentos de superintendencia que no den lugar a la formación
de expedientes (art. 96). Llevará, además, esta Secretaría: 1º) Una
matrícula en la que se inscribirán los diplomas que en forma legal
presenten a ese efecto los abogados que hubieran prestado juramento, a
quienes entregará un certificado de su inscripción. 2º) El Registro de
Procuradores con arreglo a lo dispuesto en la ley 10.996 y las acordadas
reglamentarias. 3º) Un registro en el que se anotarán las sanciones
disciplinarias, los autos de prisión preventiva y las sentencias en las
causas penales que se dictaren respecto de los abogados y procuradores.
4º) Un registro en el que se anotarán las sanciones disciplinarias, los autos
de prisión preventiva y las sentencias en las causas penales que se
dictaren respecto de los magistrados, funcionarios y empleados (art. 97).
Esta Secretaría intervendrá en todos los casos a que diere lugar la
aplicación de la ley mencionada (art. 98).
En relación con las Secretarías Judiciales, el RJN dispone que, con
arreglo a lo que establezcan la Corte Suprema o su Presidente,
ellas intervendrán en el trámite de los expedientes judiciales, a cuyo efecto
sus titulares deberán presentar al Presidente o a la Corte Suprema los
escritos y actuaciones pendientes de despacho, someter al Tribunal
los incidentes a resolución en los juicios y expedir los testimonios,
certificados y demás piezas análogas, correspondientes a los expedientes
judiciales (art. 99). Les incumbe, además, intervenir en: a) la clasificación
y distribución de los expedientes en estado de sentencia; b) la

330 
 
confrontación y autenticación de las sentencias; c) el registro de la
jurisprudencia (art. 100). Estas secretarías llevarán los libros de
sentencias, el fichero de jurisprudencia y un registro de los expedientes en
estado de sentencia (art. 102).
Existe asimismo una Secretaría de Juicios Originarios cuyas
atribuciones consisten en entender en todos los juicios de competencia
originaria del Tribunal, excluidos los de materia penal, conforme el
siguiente procedimiento: a) La Corte Suprema realizará por sí la
imposición o denegación de medidas cautelares; las resoluciones de los
recursos de reposición y apelación; la resolución de los recursos de
reposición y apelación previstos en los arts. 238 y 242, incs. 2º y 3º,
del CPCCN; las resoluciones sobre acumulación de acciones,
litisconsorcio e intervención de terceros y las demás
sentencias interlocutorias; la sentencia; los actos previstos en los arts.
36, inc. 3º, y 166, inc. 2º, del CPCCN; la regulación de honorarios. b)
Por intermedio de su Presidente o del ministro que deba reemplazarlo
legalmente, los siguientes actos procesales: designación de peritos;
impondrá sanciones disciplinarias; dispondrá de fondos que excedan diez
veces la suma fijada en el art. 286 del CPCCN; debiendo los restantes
actos procesales realizarse por un secretario con jerarquía no inferior a la
de juez nacional de primera instancia; no obstante lo cual el Presidente o
el ministro que deba reemplazarlo legalmente podrá avocarse en cualquier
estado del trámite a la realización de uno o más actos procesales de los
que por esta acordada se encomienda al secretario. c) El secretario de
juicios originarios desempeñará a la vez las funciones que el Código
Procesal encomienda al actuario, no requiriendo legalización por
otra autoridad judicial la firma de los testimonios, actas u
otros instrumentos que suscriba o expida en tal carácter(25).
Funciona por último una Secretaría General de la Presidencia de la
Corte Suprema, a la que incumbirá: a) cumplir con las comisiones
judiciales y administrativas que le encomiende el Presidente; b) coordinar
las relaciones funcionales e institucionales con el Consejo de la
Magistratura(26).

135. Órganos judiciales inferiores(27)

En cumplimiento del mandato contenido en el art. 108 (ex 94) de la CN, el Congreso ha sancionado
numerosas leyes de creación de órganos judiciales inferiores a la Corte Suprema, los cuales, en la actualidad,
pueden clasificarse en tres grupos sobre la base de que tengan competencia territorial en toda la República, en
las distintas provincias conforme a las delimitaciones que para cada órgano establezcan las leyes, y en la Capital
Federal.

331 
 
A su vez, los órganos comprendidos en el primer grupo se diferencian
según que ejerzan exclusivamente competencia federal (Cámara Nacional
Electoral y Cámara Federal de la Seguridad Social), o indistintamente
competencia federal y ordinaria (Cámara Nacional de Casación Penal), y
los incluidos en el tercer grupo conforme se hallen provistos de
competencia exclusivamente federal, exclusivamente ordinaria
o indistintamente ambas clases de competencia. Los juzgados y tribunales
comprendidos en el segundo grupo (Cámaras y Juzgados Federales) sólo
ejercen, en cambio, competencia federal en tanto coexisten, en los
ámbitos locales donde funcionan, con los órganos de la justicia provincial
a quienes incumbe, por imperio de lo prescripto en los arts. 75, inc. 12,
121, 123 y 126 de la CN, el conocimiento de las causas regidas por el
derecho común o local.
Cuadra añadir, respecto de la justicia nacional de Paz con sede en la
Capital Federal (luego transformada en justicia en lo Civil y Comercial
especial) que su competencia fue distribuida entre los fueros Civil y
Comercial.

A) Órganos judiciales con competencia territorial en toda la


República
a) La Cámara Nacional Electoral fue originariamente creada por la ley
19.108 como una sala integrante de la ex Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Federal y Contencioso Administrativo y se le acordó
posteriormente, por la ley 19.277, el carácter de órgano autónomo. Tiene
su sede en la Capital Federal y competencia en todo el territorio de la
Nación, y hallándose integrada por tres jueces. Conoce en grado de
apelación de las resoluciones definitivas recaídas en las
cuestiones iniciadas ante los jueces de primera instancia en lo federal con
competencia electoral y tiene las siguientes atribuciones especiales (art.
4º, ley 19.108, sustituido por ley 26.215): a) dirigir y fiscalizar el
funcionamiento del Registro Nacional de Electores y fiscalizar los de los
distritos de acuerdo con las disposiciones de la Ley Electoral; b) dirigir y
fiscalizar el funcionamiento del Registro Nacional de Afiliados de los
Partidos Políticos y fiscalizar los de los distritos, de acuerdo con las
disposiciones de esta ley y de la Ley Orgánica de los Partidos Políticos; c)
dictar las normas a que deberá sujetarse la formación y funcionamiento de
los Registros Generales, de distritos, de cartas de ciudadanía,
de inhabilitados, de faltas electorales, de juicios paralizados en razón
de inmunidades, de nombres, símbolos, emblemas y número de
identificación de los partidos políticos y las características uniformes de las
fichas de afiliación que llevará y conservará la Justicia Federal Electoral; d)
332 
 
organizar un Cuerpo de Auditores Contadores para verificar el estado
contable de los partidos y el cumplimiento, en lo pertinente de las
disposiciones legales aplicables. A estos fines, contará con un fondo anual
especial que no podrá ser inferior al cinco por ciento (5%) del Fondo
Partidario Permanente, el cual se integrará con los aranceles percibidos
por los trámites que se realizan ante su sede, con los fondos previstos en
el Presupuesto General de la Nación y con recursos provenientes del
Fondo Partidario Permanente que administra el Ministerio del Interior en
caso de no cubrirse el mínimo establecido. Trimestralmente, el Tribunal
verificará haber percibido al menos un cuarto de dicho monto mínimo, y en
caso de no alcanzar esa cantidad, lo comunicará a la Dirección Nacional
Electoral del Ministerio del Interior a fin de que sea completada; e)
implementar un sistema de auditoría de medios de comunicación; f)
administrar los recursos provenientes de los aranceles percibidos por los
trámites que se realizan ante su sede, los que se asignen en el
Presupuesto General de la Nación y los provenientes de las transferencias
específicas del Poder Ejecutivo nacional en ocasión de las elecciones
nacionales y para el funcionamiento del Cuerpo de Auditores
Contadores; g) trasladar su sede, temporariamente a los distritos, si así
lo exigiere el mejor cumplimiento de sus funciones; h) dictar las reglas
necesarias para el cumplimiento de las normas que rigen las materias
propias de su competencia, respetando el espíritu de las leyes y de sus
disposiciones reglamentarias.
En caso de recusación, excusación, licencia, vacancia u otro
impedimento de los jueces de la Cámara Nacional Electoral, ésta
se integra por sorteo entre los miembros de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal
(art. 11, dec.-ley 1285/1958, modif. por ley 24.050).
b) La Cámara Nacional de Casación Penal(28)fue creada por la ley
24.050 (art. 7º), se halla integrada por trece miembros y funciona dividida
en cuatro salas de tres miembros cada una, ejerciendo la presidencia del
tribunal el miembro restante (art. 1º, ley 24.121). Tiene su sede en la
Capital Federal y competencia territorial en toda la República, considerada
a tal efecto como una sola jurisdicción judicial, hallándose provista de la
competencia material determinada por el Código Procesal Penal y leyes
especiales (art. 7º, ley 24.050) (v.gr. —según art. 30 bis del CPPN(29)—:
"La Cámara Federal de Casación Penal juzga de los recursos
de inconstitucionalidad, casación y revisión interpuestos contra la
sentencia y resoluciones dictadas por los Tribunales Orales en lo Criminal
Federal con asiento en la Capital Federal, y en las provincias, la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la
Capital Federal y las Cámaras Federales de Apelaciones con asiento en
las provincias, jueces nacionales en lo Criminal y Correccional Federal de
la Capital Federal y jueces federales de primera instancia con asiento en
las provincias y Tribunales Orales y Cámara Nacional de Apelaciones en

333 
 
lo Penal Económico, respectivamente. Tiene competencia territorial en
toda la República considerada a este efecto como una sola jurisdicción
judicial. Asimismo, entiende en los casos previstos en el art. 72. bis de
la ley 24.121)".
c) La Cámara Federal de Seguridad Social fue creada por la ley
23.473 con el nombre de Cámara Nacional de Apelaciones de la
Seguridad Social, su actual denominación le fue conferida por el art. 18 de
la ley 24.463 y actúa dividida en tres salas de tres jueces cada una. Tiene
su sede en la Capital Federal y conoce en los recursos interpuestos contra
las sentencias dictadas por los Juzgados Federales de Primera Instancia
de la Seguridad Social con sede en dicho distrito a raíz de impugnaciones
de resoluciones o actos administrativos que afecten derechos
relacionados con el régimen de reparto del Sistema Integrado de
Jubilaciones y Pensiones; en los recursos deducidos contra resoluciones
dictadas por la Dirección General Impositiva que denieguen total o
parcialmente impugnaciones de deuda determinadas por aquélla en
ejercicio de las funciones asignadas por el dec. 507/1993; en los
recursos interpuestos contra resoluciones de los entes que administran los
subsidios familiares y de la Comisión Nacional de la Previsión Social al
decidir conflictos suscitados con motivo de la aplicación del régimen de
reciprocidad instituido por el dec. 9316/1946 y en los recursos de queja por
apelación denegada (arts. 18, ley 24.463, y 4º, ley 24.655, modificatorios
del art. 39 bis, dec.-ley 1285/1958).

B) Órganos judiciales con competencia territorial en las provincias


a) La ley 4055 creó cuatro Cámaras Federales de Apelaciones con
asiento en la Capital de la República y en las ciudades de La Plata, Paraná
y Córdoba, las cuales vinieron a sustituir a la Corte Suprema en sus
funciones de Tribunal de Alzada que, respecto de los jueces de sección,
le había asignado la ley 27. Con posterioridad se crearon las Cámaras
Federales de Rosario (ley 7099), Bahía Blanca (ley 11.539), Mendoza (ley
12.217), Tucumán (ley 12.345), Resistencia (dec.-ley 4256/1945),
Comodoro Rivadavia (dec.-ley 4257/1945 y ley 22.176), San Martín (ley
21.161), Posadas (ley 23.138), General Roca (ley 23.158), Corrientes (ley
23.650), Mar del Plata (ley 23.735) y Salta (23.867).
b) Con excepción de las Cámaras Federales de San Martín, Rosario,
Córdoba y Salta, que se hallan integradas por seis jueces; La Plata, que
cuenta con ocho, y Bahía Blanca, Tucumán y Posadas, que se encuentran
compuestas de cinco, así como de las Cámaras con sede en la Capital de

334 
 
las que se dará noticia al examinar la organización de la justicia en aquel
distrito, todas las restantes se componen de tres jueces.
c) Las Cámaras Federales de Apelaciones con asiento en las provincias
se integran de la siguiente manera: 1º) con el juez o jueces de la sección
donde funcione el tribunal; 2º) con los conjueces de una lista de abogados
que reúnan las condiciones para ser miembros de la misma Cámara y que
cada una de éstas formará por insaculación en el mes de diciembre de
cada año (art. 31 del dec.-ley 1285/1958, modificado por ley 24.940,art.
76).
d) Dichos tribunales conocen de los recursos deducidos contra las
sentencias y resoluciones de los Juzgados Federales de Primera Instancia
con asiento en sus respectivas circunscripciones. Asimismo, conocen de
las cuestiones de competencia que se susciten entre dichos jueces, en los
recursos por retardación o denegación de justicia por parte de éstos (arts.
17 a 19, ley 4055, con modificación introducida por la ley 17.765), y de los
recursos deducidos contra las resoluciones administrativas en el supuesto
de aplicación de ciertas leyes especiales (v.gr., art. 3º, ley 12.970; dec.-ley
73/1978 [Prefectura Marítima]; dec.-ley 6677/1963 [Marina Mercante],
etc.).
e) Como consecuencia de los distintos ordenamientos sancionados a
partir de la ley 27, que los instituyó con el nombre de juzgados
seccionales, existen actualmente en el interior de la República ochenta
Juzgados Federales de Primera Instancia, distribuidos de la siguiente
manera: 1º) treinta y ocho en la provincia de Buenos Aires (ocho en La
Plata, diez en San Martín, uno en Tres de Febrero, uno en Azul, tres en
Morón, dos en San Isidro, dos en Bahía Blanca, uno en Mercedes, uno en
Junín, dos en San Nicolás, tres en Mar del Plata, tres en Lomas de Zamora
y uno en Dolores); 2º) cinco en Santa Fe (tres en Rosario y dos en la ciudad
capital); 3º) cinco en Córdoba (tres en la ciudad capital, uno en Río Cuarto
y uno en Bell Ville); 4º) tres en Mendoza (dos en la ciudad capital y uno en
San Rafael); 5º) tres en Río Negro (uno en General Roca, uno en Viedma
y uno en Bariloche); 6º) dos en Entre Ríos (uno en Paraná y otro en
Concepción del Uruguay); 7º) dos en Corrientes (uno en la ciudad capital
y otro en Paso de los Libres); 8º) dos en el Chubut (uno en Rawson y otro
en Comodoro Rivadavia); 9º) dos en Tucumán (ambos en la ciudad
capital); 10) dos en Neuquén (uno en la ciudad capital y otro en
Zapala); 11) dos en Misiones (uno en la ciudad capital y otro en
Eldorado); 12) dos en Salta (uno en la ciudad capital y otro en San
Ramón); 13) dos en el Chaco (uno en la ciudad capital y otro en Presidente
Roque Sáenz Peña); 14) uno en cada una de las provincias de San Luis,
San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Jujuy, Formosa, La
Pampa, Santa Cruz y Tierra del Fuego (todos con asiento en sus
respectivas capitales).
f) El organigrama de la justicia federal con sede en el interior se cierra
con los tribunales orales en lo Criminal Federal creados por la ley
335 
 
24.050 (arts. 16 y 17). Se hallan integrados por tres jueces cada uno,
funcionan cinco en el distrito judicial de San Martín, dos en los distritos de
Córdoba, La Plata y Rosario, y uno en cada uno de los distritos de Bahía
Blanca, Comodoro Rivadavia, Corrientes, General Roca, Mar del Plata,
Mendoza, Paraná, Posadas, Resistencia, Salta, Santa Fe y Tucumán, y
tienen competencia para conocer, en única instancia, de los delitos cuya
competencia no se atribuya a otro tribunal, de los delitos previstos en el
art. 210 bis y en el Título X del Libro II del Código Penal y en los delitos
federales cometidos por menores que no hayan cumplido 18 años al
tiempo de la comisión del hecho.

C) Órganos judiciales con competencia territorial en la Capital


Federal
a) En la Capital Federal existen, como se anticipó, tres clases de
órganos judiciales (aunque todos revisten carácter nacional): los federales,
los ordinarios y los que ejercen indistintamente la competencia federal y
ordinaria.
b) Entre los primeros corresponde mencionar, en primer lugar, a las tres
Cámaras Federales que existen en la actualidad en la Capital de la
República: la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial
Federal, compuesta por nueve jueces divididos en tres salas de tres
miembros cada una; la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo Federal, integrada por quince jueces divididos
en cinco salas de tres miembros cada una, y la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, que consta de seis
jueces y actúa dividida en dos salas de tres miembros cada una.
Antecedente de los órganos mencionados lo constituye la Cámara
Federal de la Capital, que fuera creada por ley 4055 (art. 12) y compuesta
en su origen por tres jueces, número que fue elevado a cinco por la ley
7055, a nueve por la ley 12.927, que dispuso, además, su división en
salas, y a quince por la ley 17.928. El dec.-ley 1285/1958 la designó con
el nombre de Cámara Nacional de Apelaciones en lo Federal y
Contencioso Administrativo y la dividió en cinco salas de tres jueces cada
una: dos para entender de lo Civil y Comercial Federal, dos en lo
Contencioso Administrativo y una en lo Criminal y Correccional. La ley
21.628, posteriormente modificada por las leyes 21.937, 22.090 y 24.384,
dispuso la división de la mencionada Cámara en las tres a las que se ha
hecho referencia al principio. Actúan, respectivamente, como Tribunales
de Alzada de los jueces nacionales de primera instancia en lo Civil y
Comercial Federal, en lo Contencioso Administrativo Federal y en lo

336 
 
Criminal y Correccional Federal. Asimismo, la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal conoce de los
recursos de apelación que se interpongan contra las resoluciones de los
organismos administrativos en los casos autorizados por las leyes, y la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal
hace lo propio con respecto a los recursos deducidos contra las
resoluciones del jefe de la Policía Federal en materia de derecho de
reunión.
Luego de una prolongada evolución que comienza con la ley 1144 y
atraviesa por diversos ordenamientos (leyes 1893, de Presupuesto de los
años 1897 y 1948, 13.278, 13.998, 14.180 y 17.928), actualmente la
justicia nacional de primera instancia en lo federal de la Capital se
halla integrada de la siguiente manera: 1º) Once Juzgados Nacionales de
Primera Instancia en lo Civil y Comercial Federal, cuya competencia surge
de lo dispuesto por los arts. 111 de la ley 1893 y 42 de la ley 13.998 (art.
40, dec.-ley 1285/1958). 2º) Doce Juzgados Nacionales de Primera
Instancia en lo Contencioso Administrativo, que conservan la competencia
que les asignó el art. 45 de la ley 13.998 (art. 42, dec.-ley 1285/1958). 3º)
Doce Juzgados Nacionales de Primera Instancia en lo Criminal y
Correccional Federal, con la competencia establecida por los arts. 111 de
la ley 1893, 33 del Código Procesal Penal, y 43 de la ley 13.998, y
diversas leyes especiales (art. 41, dec.-ley 1285/1958(30)). 4º) Diez
Juzgados Federales de Primera Instancia de la Seguridad Social, con la
competencia establecida en el art. 2º de la ley 24.655.
El cuadro de órganos judiciales incluidos en la categoría examinada se
completa con los Tribunales Orales en lo Criminal Federal, instituidos por
el art. 14 de la ley 24.050 y creados, en número de seis, por el art. 8º de
la ley 24.121. Se hallan integrados por tres miembros cada uno y tienen
competencia para juzgar, en instancia única, de los delitos cuyo
conocimiento no se atribuye a otro tribunal, así como de los previstos en
el art. 210 bis y en el Título X del Libro II del Código Penal (art. 32, CPPN).
c) Los órganos judiciales de la Capital Federal que corresponden al
fuero ordinario o común se agrupan de acuerdo con la siguiente división
de competencia: Civil, Comercial, Penal y Laboral. Con exclusión de la
competencia Penal, existen, conforme a la división de competencia
precedentemente mencionada, las siguientes Cámaras Nacionales de
Apelaciones:
1º) Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil. Creada por la ley
1893, que la denominó Cámara de Apelaciones en lo Civil y fijó en cinco
el número de sus componentes, la ley 7055 (art. 1º) la designó Cámara
Primera, para diferenciarla de la otra Cámara que, con el mismo número
de miembros, fue creada por dicho ordenamiento. Posteriormente, la ley
12.330 dispuso que ambas Cámaras estarían constituidas por seis jueces
cada una y funcionarían divididas en dos salas de tres. La ley 13.998 las
unificó en un solo tribunal, que denominó Cámara Nacional de Apelaciones
337 
 
en lo Civil, cuyo número de jueces fue elevado a quince por el dec.-ley
15.390/1957, a dieciocho por la ley 14.755 y a veintiuno por la ley 22.189.
En la actualidad, a raíz de la unificación de la justicia en lo Civil con la
Especial en lo Civil y Comercial, dispuesta por la ley 23.637, la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil se halla constituida por trece salas de
tres miembros cada una. Es Tribunal de Alzada respecto de los jueces
nacionales de primera instancia en lo civil (art. 35, dec.-ley 1285/1958).
2º) Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial. Instituida por
la ley 7055, que la denominó Cámara de Apelaciones en lo Comercial,
desdoblando de tal manera a la Cámara de Apelaciones en lo Criminal,
Correccional y Comercial creada por la ley 1893, e integrándola con cinco
miembros, la ley 12.330 elevó a seis el número de éstos y dispuso que el
tribunal debía funcionar dividido en dos salas de tres, habiendo recibido su
actual denominación de la ley 13.998 (art. 36). El número de jueces fue
elevado a nueve por la ley 14.769, a doce por la ley 19.455 y a quince por
la ley 22.189. El tribunal funciona dividido en cinco salas de tres miembros
cada una.
Es Tribunal de Alzada respecto de los jueces nacionales de
primera instancia en lo comercial (art. 36, dec.-ley 1285/1958).
3º) Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo. Creada por el dec.-
ley 32.347/1944 (ratificado por ley 12.948), su número originario de siete
jueces fue elevado a nueve por la ley 13.072, a doce por la ley 13.998 (que
además le dio su denominación actual), a quince por la ley 14.776, a
dieciocho por la ley 18.345, y a veinticuatro por la ley 22.098. Actúa
dividida en ocho salas de tres miembros cada una.
Es Tribunal de Alzada respecto de los jueces nacionales de
primera instancia del trabajo (art. 38, dec.-ley 1285/1958).
Los actuales jueces nacionales de primera instancia de la Capital
Federal con competencia ordinaria en las materias precedentemente
mencionadas fueron creados: los correspondientes a los fueros Civil y
Comercial, por la ley 1893, y los del fuero del Trabajo, por el dec.-ley
32.347/1944. La denominación de jueces nacionales proviene de la ley
13.998.
Luego de sucesivas leyes, su número actual es el siguiente: ciento diez
en lo Civil, veintiséis en lo Comercial y ochenta del Trabajo.
d) El fuero Penal de la Capital Federal con competencia ordinaria se
halla integrado por los siguientes órganos judiciales:
1º) Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional. Surgida con motivo del desdoblamiento de la antigua
Cámara de Apelaciones en lo Criminal, Correccional y Comercial, la ley
8918aumentó el número de sus jueces a siete y la dividió en tres
salas, integradas por un presidente común a todas y por dos vocales,
siendo su composición modificada por la ley 12.327, que elevó a diez el
338 
 
número de sus miembros y formó cuatro salas: dos de ellas presididas por
el presidente del tribunal y las otras dos por el vicepresidente, y las
cuatro integradas por dos vocales cada una. La ley 13.998 la denominó
Cámara Nacional en lo Penal, y el dec.-ley 1285/1958, Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Criminal y Correccional. Su número de miembros fue
llevado a doce por la ley 14.458, a dieciocho por la ley 15.736 y a veintiuno
por la ley 22.088, y reducido a dieciséis por la ley 24.121. En la actualidad
se halla dividida en cinco salas de tres miembros cada una, ejerciendo la
presidencia el miembro restante.
Es Tribunal de Alzada respecto de las resoluciones dictadas por los
jueces en lo Criminal de Instrucción, en lo Correccional, de Menores, de
Ejecución Penal y en lo Penal de Rogatorias (art. 18, ley 24.050).
En primera instancia existen cincuenta Juzgados en lo Criminal de
Instrucción, catorce en lo Correccional, siete de Menores, tres de
Ejecución Penal y uno en lo Penal de Rogatoria (arts. 26, 42 y 48, ley
24.121).
2º) Tribunales Orales en lo Criminal. Instituidos por el art. 12 de la ley
24.050, fueron creados en número de treinta por el art. 36 de la ley 24.121.
Se hallan integrados por tres miembros cada uno y tienen competencia
para juzgar, en instancia única, de los delitos cuyo conocimiento no se
atribuya a otro tribunal (art. 24, CPPN).
e) Los órganos judiciales de la Capital Federal que
ejercen indistintamente la competencia federal y la ordinaria son:
1º) La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal Económico. Fue
creada por la ley 14.558, que fijó en cinco el número de sus jueces,
habiendo recibido su actual denominación de la ley 14.831.
Posteriormente, la ley 17.014 elevó a siete el número de sus miembros.
Se halla dividida en tres salas, compuestas por el presidente del tribunal y
dos vocales, número que fue reducido a dos salas con tres jueces por
el art. 64 de la ley 24.121.
Es Tribunal de Alzada de los jueces de primera instancia en lo Penal
Económico, cuyo número asciende a ocho.
2º) Los Tribunales Orales en lo Penal Económico. Fueron instituidos por
el art. 13 de la ley 24.050 y juzgan en única instancia los
delitos investigados por los Juzgados nacionales de primera instancia de
esa especialidad, figurando entre aquéllos algunos de índole ordinaria
(v.gr., cheques sin provisión de fondos, agiotaje, ofrecimiento fraudulento
de efectos y publicación de balances falsos) y otros de naturaleza federal
(v.gr., contrabando, infracciones cambiarias, etc.). Funcionan en la Capital
Federal cuatro de esos tribunales, integrados por tres miembros cada uno.
3º) Los Tribunales Orales de Menores. Fueron instituidos por el art.
12 de la ley 24.050 y juzgan en única instancia en los delitos comunes o
federales cometidos por menores que no hayan cumplido los 18 años al
339 
 
tiempo de la comisión del delito, aunque hubiesen excedido dicha edad al
tiempo del juzgamiento, y que estén reprimidos con pena privativa de la
libertad mayor de tres años (CPPN).
En la investigación de tales delitos intervienen los jueces de Menores
(ya mencionados), a quienes también incumbe conocer en única instancia
en los delitos y contravenciones cometidos por menores que no hayan
cumplido 18 años al tiempo de la comisión del hecho y que estén
reprimidos con pena no privativa de la libertad o pena privativa de la
libertad que no exceda de tres años, así como en los casos de
simple inconducta, abandono material o peligro moral de menores que no
hayan cumplido 18 años al tiempo de encontrarse en esa situación,
conforme lo establecen las leyes especiales (art. 29, CPPN). Durante
la instrucción tienen como Tribunal de Alzada, como se vio más arriba, a
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional.
f) Todas las Cámaras Nacionales de Apelaciones con asiento en la
Capital Federal (comprendiendo a las que corresponden al fuero federal)
designan su presidente y uno o más vicepresidentes, que distribuyen sus
funciones en la forma determinada por las reglamentaciones que se dicten
(art. 25, dec.-ley 1285/1958).
Las decisiones de dichas Cámaras o de sus salas se adoptan por el
voto de la mayoría absoluta de los jueces que las integran, siempre que
éstos concuerden en la solución del caso. Si media desacuerdo, se
requieren los votos necesarios para obtener la mayoría de opiniones. Si
se tratan sentencias definitivas de unas u otras en procesos ordinarios, se
dictan por deliberación y voto de los jueces que lo suscriben, previo sorteo
de estudio. En las demás causas, las sentencias pueden ser redactadas
en forma impersonal (art. 26, dec.-ley 1285/1958).
Los jueces integrantes de los tribunales orales deben emitir su voto
motivado sobre cada una de las cuestiones que hayan sido objeto del
juicio, en forma conjunta o en el orden que resulte de un sorteo que debe
hacerse en cada caso. Dictarán sentencia por mayoría de votos (art. 398,
CPPN).
En los supuestos en que, a raíz de recusación, impedimento, vacancia
o licencia, no se logre la mayoría absoluta de votos o la concordancia de
opiniones precedentemente aludidas, las Cámaras y Tribunales Orales
con sede en la Capital Federal se integran de la siguiente manera: la
Cámara Nacional de Casación Penal, los tribunales orales y las Cámaras
Nacionales de apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, en lo
Criminal y Correccional, y en lo Penal Económico por sorteo entre los
demás miembros de aquéllas; luego, del mismo modo, con los jueces de
la otra Cámara en el orden precedentemente establecido, y por último,
siempre por sorteo, con los jueces de primera instancia que dependen de
la Cámara que deba integrarse. El mismo sistema es aplicable para las
Cámaras Nacionales de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal y en

340 
 
lo Contencioso Administrativo Federal de la Capital Federal. Asimismo, por
último, para las Cámaras Nacionales de Apelaciones en lo Civil, en lo
Comercial, del Trabajo y de la Seguridad Social.

III. RESEÑA DE LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL EN LAS PROVINCIAS Y EN LA CIUDAD AUTÓNOMA DE


BUENOS AIRES(31)

136. Buenos Aires


a) La Constitución provincial vigente destina la Sección Sexta al Poder
Judicial, el que, según el art. 160 de dicho estatuto, será desempeñado
por una Suprema Corte de Justicia, Cámaras de Apelación, jueces y
demás tribunales que la ley establezca.
b) La Ley Orgánica del Poder Judicial (5827 y modificatorias) establece,
a su turno, que la administración de justicia de la provincia será ejercida
por: 1. La Suprema Corte de Justicia. 2. El Tribunal de Casación Penal. 3.
Las Cámaras de Apelación en lo Civil y Comercial, de Garantías en lo
Penal y en lo Contencioso Administrativo. 4. Los jueces de
primera instancia en lo Civil y Comercial, de Familia, en lo Contencioso
Administrativo, de Garantías, de Garantías del Joven, de Responsabilidad
Penal Juvenil, en lo Correccional, de Ejecución en lo Penal y de Ejecución
Tributaria. 5. Los Tribunales en lo Criminal. 6. Los Tribunales del Trabajo.
7. Los jueces de Paz. 8. El Juzgado Notarial. 9. El Cuerpo de Magistrados
Suplentes (art. 1º, ley 5827(32)).
c) La Suprema Corte de Justicia se compondrá de siete (7) miembros y
tendrá jurisdicción en todo el territorio de la provincia. Ante ella actuarán el
Procurador General y el Subprocurador General, así como los
demás integrantes del Ministerio Público legitimados para ello, cuando así
correspondiere con arreglo a la legislación vigente(33).
Tiene, según el art. 161 de la Constitución, las siguientes atribuciones:
1º) Ejerce la jurisdicción originaria y de apelación para conocer y
resolver acerca de la constitucionalidad e inconstitucionalidad de leyes,
decretos, ordenanzas o reglamentos, que estatuyen sobre materia regida
por la Constitución y se controvierta por parte interesada.

341 
 
2º) Conoce y resuelve originaria y exclusivamente en las causas de
competencia entre los poderes públicos de la provincia y en las que se
susciten entre los tribunales de justicia con motivo de su jurisdicción
respectiva.
3º) Conoce y resuelve en grado de apelación:
A) De la aplicabilidad de la ley en que los tribunales de justicia en
última instancia funden su sentencia sobre la cuestión que por ella
deciden, con las restricciones que las leyes de procedimientos establezcan
a esta clase de recursos.
B) De la nulidad argüida contra las sentencias definitivas pronunciadas
en última instancia por los tribunales de justicia, cuando se alegue
violación de las normas contenidas en los arts. 168 y 171 de la
Constitución.
d) El Tribunal de Casación en lo Penal tiene su sede en la ciudad de La
Plata, estará integrado y funcionará con una Presidencia y seis salas de
dos miembros cada una. Tendrá competencia territorial en toda la
provincia de Buenos Aires, en los términos del art. 20 de la ley
11.922 (CPP Bs. As.), en cuya virtud conoce: 1. En el recurso de casación
que se interponga contra las sentencias de juicio oral, juicio abreviado y
directísimo en materia criminal. 2. En la acción de revisión de sentencias
de juicio oral, juicio abreviado y directísimo en materia criminal. 3. En las
cuestiones de competencia entre tribunales que no tengan un superior
común (art. 2º, ley 11.982, texto según ley 14.065).
e) Las Cámaras de Apelación en lo Civil y Comercial, serán Tribunal de
Alzada de los fallos y demás providencias recurribles dictados por los
jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial y de Familia de su
respectivo departamento. Las Cámaras de Apelación Primera y Segunda
del Departamento Judicial de La Plata serán Tribunal de Alzada de los
fallos y demás providencias recurribles dictados por los jueces de
primera instancia en lo Civil y Comercial y de Familia de su departamento.
El turno para el conocimiento de dichas causas en grado de apelación
quedará fijado por la fecha del fallo recurrido; la Cámara que en dicha
fecha se encuentre en turno será competente para conocer el recurso. La
prevención con arreglo a estas normas será definitiva para el conocimiento
de recursos posteriores. Las Cámaras de Apelación y Garantías en lo
Penal serán Tribunal de Alzada de los fallos y demás providencias
recurribles dictadas por los jueces o tribunales de la Responsabilidad
Penal Juvenil, jueces de Garantías, jueces de Garantías del Joven, de
Ejecución en lo Penal y —en su caso— del Tribunal en lo Criminal, del
respectivo departamento, sin perjuicio de la competencia a que se refiere
el art. 21 de la ley 11.922(34).
Funcionan en cada uno de los departamentos judiciales, la mayoría se
divide en salas de tres miembros cada una con un presidente común a

342 
 
todas, algunas se hallan integradas por tres miembros y otras, por dos
(arts. 33 y 38, ley 5827).
f) Los Juzgados de Primera Instancia en lo Civil y Comercial entienden
en los asuntos civiles y comerciales cuyo conocimiento no se encuentre
asignado a los jueces de Paz Letrados o a los Tribunales de Familia; los
de Garantías y de Garantías del Joven ejercen la competencia que les
asigna el art. 23 del CPP Bs. As. respecto de la etapa de investigación
penal preparatoria, y los Juzgados en lo Correccional son competentes, en
la etapa de juicio, en el conocimiento de las causas mencionadas en el art.
24 del Código citado (arts. 52 y 52 bis, ley 5827, conforme al texto —
respectivamente— de los arts. 103, ley 13.634, y 50, ley 12.060). Tales
juzgados funcionan, en distinto número, en todos los departamentos
judiciales.
g) Los Juzgados de Ejecución Penal ejercen la competencia que les
confiere el art. 25 del CPP Bs. As. y funcionan en los departamentos
judiciales de Azul, Bahía Blanca, Dolores, Junín, La Plata, Lomas de
Zamora, Mar del Plata, Mercedes, Morón, Quilmes, San Nicolás de los
Arroyos, Trenque Lauquen, General San Martín, La Matanza, Mercedes,
Moreno-General Rodríguez, Merlo, San Isidro y Zárate-
Campana, extendiéndose aquélla a los departamentos que menciona
el art. 6º de la ley 12.060. Hasta que se designen los titulares de esos
juzgados, su competencia será ejercida, según los casos, por los jueces
de Garantías con apelación ante la Cámara respectiva, los jueces en lo
Correccional y uno de los integrantes del correspondiente tribunal en lo
Criminal (art. 8º, ley 12.060).
Los tribunales en lo Criminal entienden, en única instancia y bajo el
régimen de oralidad, respecto de la etapa de juicio, en los delitos cuyo
conocimiento no esté atribuido a otro órgano judicial (art. 52 ter, ley
5827, texto según ley 12.060, y art. 22, CPP Bs. As.). Funcionan, en
número de uno como mínimo, en todos los departamentos judiciales.
h) Los tribunales de Familia, creados por la ley 11.453(35), están
constituidos por tres jueces y actúan en instancia única conforme al
sistema oral. Funciona uno de ellos como mínimo en cada uno de los
departamentos judiciales de la provincia, y ejercen la competencia que les
asigna el Código Procesal Civil y Comercial local (separación personal,
divorcio, nulidad de matrimonio, adopción, alimentos, guarda de personas,
etc.).
Los Tribunales del Trabajo están constituidos por tres jueces cada uno,
actúan en única instancia y conforme al régimen de oralidad y ejercen su
jurisdicción en territorio provincial con la competencia que les atribuye la
Ley Orgánica del Poder Judicial y la ley 11.653. A los fines de su
competencia territorial, la provincia se halla dividida en distintas
circunscripciones que abarcan uno o más partidos, funcionando uno o más
tribunales en las ciudades más importantes (uno en cada una de las

343 
 
ciudades de Azul, Bragado, Campana, Coronel Suárez, Dolores, Junín,
Mercedes, Moreno, Necochea, Olavarría, Tandil, Trenque Lauquen, Tres
Arroyos, Zárate y Pilar; dos en cada una de las ciudades de Bahía Blanca,
Pergamino, San Nicolás; tres en cada una de las ciudades de Lanús y San
Miguel; cuatro en la ciudad de Avellaneda; cinco en cada una de las
ciudades de General San Martín, La Plata y Morón; seis en cada una de
las ciudades de Lomas de Zamora, Mar del Plata, Quilmes, San Isidro, y
San Justo). Cabe añadir que en razón de no hallarse aún constituidos los
juzgados pertenecientes al fuero Rural y conforme a las previsiones de los
decs.-leyes 868/1957 y 21.209/1957, la competencia para conocer en
dicha materia fue acordada a los Tribunales del Trabajo, a los Juzgados
en lo Civil y Comercial y a algunos Juzgados de Paz (arts. 1º, dec.-ley
3739/1958, y 50 y 61, II, i], ley 5827).
El Capítulo VII de la ley 5827, destinado a los Tribunales de Menores,
fue derogado por la ley 13.634, cuyo art. 18 dispone: "El Fuero de la
Responsabilidad Penal Juvenil estará integrado por: a) Cámaras de
Apelación y Garantías en lo Penal; b) Tribunales de Responsabilidad
Penal Juvenil; c) Juzgado de Responsabilidad Penal Juvenil; d) Juzgados
de Garantías del Joven; e) Ministerio Público del Joven".
En lo que atañe a la justicia de Paz, el art. 160 de la Constitución
provincial vigente hasta 1994 prescribía que la Legislatura establecería
Juzgados de Paz en toda la provincia y otros de menor cuantía, teniendo
en consideración la extensión territorial de cada distrito y su población.
En cumplimiento de esa norma constitucional se crearon, en todos los
partidos de la provincia, Juzgados de Paz, y en algunos, una o más
alcaldías, estando, unos y otras, a cargo de funcionarios legos, con
competencia para conocer en asuntos de menor cuantía y en algunos
procesos voluntarios. La ley 9229instituyó, en cambio, una justicia de Paz
Letrada, y dispuso que además de los recaudos exigidos por la
Constitución, para ser juez de paz se requiere: 1º) ciudadanía argentina;
2º) haber acreditado buenas condiciones morales e intelectuales; 3º) tener
título de abogado válido a los efectos del ejercicio profesional en la
provincia, aunque sin necesidad de encontrarse efectivamente
matriculado(36).
De conformidad con la modificación que le introdujo la ley 11.411, el art.
58 de la ley 5827, prescribe que en cada partido de la provincia funcionará
un Juzgado de Paz Letrado con excepción de aquellos en los cuales
esté instalada la sede asiento de cada departamento judicial creado o a
crearse, o en los que funcionen Juzgados de Primera Instancia en lo Civil
y Comercial. La creación de otros Juzgados de Paz Letrados en los
partidos que ya funcionan juzgados de dicho fuero o en nuevos partidos
que se pudieran establecer en la provincia será determinada por la ley de
la provincia. La instalación de Juzgados de Primera Instancia en lo Civil y
Comercial fuera de la cabecera del departamento judicial sólo podrá
hacerse con la simultánea supresión del respectivo Juzgado de Paz
344 
 
Letrado, siendo automáticamente asumida la competencia en materia de
Faltas por el Juzgado de Primera Instancia en lo Criminal y Correccional
con jurisdicción en él, conforme a lo determinado en el art. 52. Los
Juzgados de Paz Letrados tendrán asiento en la ciudad cabecera del
partido.
La competencia de los Juzgados de Paz se establece en el art. 61 de
la ley 5827.
El art. 172 de la actual Constitución provincial contiene una norma
semejante a la derogada, con la diferencia de que prevé el carácter letrado
de la justicia de Paz y faculta a la Legislatura para crear, donde no existan
juzgados de esa índole, otros órganos judiciales, también letrados, para
entender en cuestiones de menor cuantía, vecinales y faltas provinciales.
i) Existe asimismo en la provincia una jurisdicción notarial que es
ejercida por el Tribunal Notarial, por un juez notarial con sede en la capital
de aquélla y por las Cámaras de Apelaciones en lo Civil y Comercial del
departamento de La Plata (art. 38, ley 9020).
Competen al Tribunal Notarial (compuesto por tres escribanos de
registro designados de una lista formada por la Cámara): 1º) las causas
relativas a la falta de ética y las que afecten la dignidad de la investidura o
del prestigio del notario; 2º) las recusaciones del secretario del tribunal (art.
41, ley 9020).
El juez notarial que es nombrado y removido en la forma en que lo son
los jueces de primera instancia tiene competencia para conocer: 1º) en los
procesos por mal desempeño de la función notarial; por la expedición de
las segundas copias de escrituras públicas (art. 1007, CCiv.) y por
renovación de títulos; 2º) en la recusación de los miembros del Tribunal
Notarial y de los secretarios del Juzgado Notarial; 3º) en las cuestiones
suscitadas entre los requirentes, o entre éstos y el notario con motivo de
la aplicación del arancel; 4º) en grado de apelación en las causas en que
hubiese intervenido el Tribunal Notarial y la sanción fuera de
amonestación (art. 40, ley cit.).
Compete, finalmente, a las Cámaras de Apelación en lo Civil y
Comercial de La Plata entender: 1º) en grado de apelación en los procesos
mencionados en el párrafo anterior; 2º) de la recusación del juez notarial;
3º) en grado de apelación de las sanciones impuestas por el Tribunal
Notarial, cuando éstas sean de suspensión (art. 39, ley 9020).
j) El art. 166, párr. 5º, de la Constitución prescribe finalmente que los
casos originados por la actuación u omisión de la provincia, los municipios,
los entes descentralizados y otras personas, en el ejercicio de funciones
administrativas, serán juzgados por tribunales competentes en lo
Contencioso Administrativo, de acuerdo con los procedimientos que
determine la ley, la que establecerá los supuestos en que resulte
obligatorio agotar la vía administrativa. Se detrajo de tal modo a la

345 
 
Suprema Corte provincial la competencia que, en instancia originaria, le
atribuía en la materia la Constitución vigente(37).

137. Catamarca
a) El Poder Judicial de la provincia de Catamarca, conforme a las
disposiciones contenidas en la Ley Orgánica es ejercido por una Corte de
Justicia compuesta por tres miembros y por los demás tribunales y
juzgados inferiores que la ley establezca.
b) La Corte de Justicia tiene su asiento en la capital de la provincia y
ejerce la superintendencia sobre toda la administración de justicia (art.
4º, ley 2337).
Conoce originaria y exclusivamente: 1º) En las causas de competencia
entre los poderes públicos de la provincia y en las que se susciten entre
los jueces provinciales, con motivo de su jurisdicción respectiva. 2º) En las
que se susciten entre el Poder Ejecutivo y una municipalidad, entre dos
municipalidades o entre los poderes de una misma municipalidad. 3º) En
las recusaciones de sus vocales y en la de los miembros de los demás
tribunales inferiores; en las causas de responsabilidad civil contra aquéllos
y en las que se sigan contra los jueces de Paz, al solo objeto de su
destitución. 4º) En los recursos de casación y de inaplicabilidad de la ley,
en los casos que la ley establezca. 5º) En los casos previstos en el art. 167
de la Constitución de la provincia. 6º) En los recursos de hábeas corpus o
amparo contra mandamientos expedidos por los Poderes Ejecutivo o
Legislativo. 7º) En las causas contencioso-administrativas, previa
denegación expresa o tácita de la autoridad administrativa competente.
Y como Tribunal de Alzada conoce de los recursos por denegación o
retardada justicia de los Tribunales Superiores y de los Juzgados de
Primera Instancia; por apelación y demás recursos según las reglas
y excepciones que prescriba la ley; de los recursos
de inconstitucionalidad, casación y revisión, y del recurso de apelación
contra las resoluciones y demás autos y decretos dictados en forma
originaria por el Tribunal de Sentencia en lo Penal y de la queja contra la
denegación de recursos por dicho tribunal o por los Juzgados de
Instrucción (art. 7º, ley 2337).
Tiene asimismo atribuciones de superintendencia sobre todos los
tribunales inferiores (leyes 2921 y 3417).
c) El Tribunal de Sentencia en lo Penal se compone de tres miembros.
Tiene su asiento en la Capital de la provincia y su presidencia es ejercida
por turno entre sus vocales y tiene un año de duración siguiendo el orden

346 
 
de turno vigente a la fecha de la publicación de la ley 2731. En caso de
designaciones por vacancia, el nuevo vocal ocupará en este orden el lugar
que le correspondía a su antecesor para el presidente de la Corte de
Justicia (art. 10, ley 2337).
Dicho tribunal ejerce la jurisdicción penal que abarca el conocimiento y
decisión de las causas por delitos y faltas cometidos en el territorio de la
provincia, con excepción de los de jurisdicción nacional o militar, conforme
a la competencia por materia y grado que determina el Código Procesal
Penal (art. 12, ley 2337). Resuelve asimismo recusaciones
y excusaciones del fiscal del Tribunal, de los jueces de Instrucción y de los
representantes del Ministerio Público, que intervengan en el juicio (art.
13, ley 2337).
El Tribunal de Sentencia en lo Penal tiene, además, las siguientes
atribuciones y deberes: dictar su reglamento interno, el que debe ser
aprobado por la Corte de Justicia; asistir en pleno a los debates
y audiencias que correspondan en el juicio oral; proponer a la Corte de
Justicia el nombramiento de sus secretarios y demás funcionarios y
empleados del Tribunal; practicar semestralmente junto con el presidente
de la Corte de Justicia, jueces de Instrucción y funcionarios del fuero penal,
visitas de cárceles; imponer correcciones disciplinarias a los jueces de
Instrucción, funcionarios y empleados del Tribunal, aun la de suspensión
que no exceda de un mes o multas hasta de diez mil pesos; hacer la
estadística mensual del movimiento de causas, y confeccionar una
memoria indicando las medidas o reformas convenientes para la buena
marcha del Tribunal y sus dependencias, la que deberá elevar a la Corte
de Justicia antes del 15 de marzo de cada año; llevar un libro
de excarcelaciones y otro en el que se anotarán las penas y su cómputo.
d) La Cámara de Apelación en lo Civil, Comercial, de Minas y del
Trabajo se compone de tres miembros. Tiene su asiento en la capital de la
provincia y su presidente será designado y reemplazado en la forma
prescripta para el presidente del Tribunal de Sentencia en lo Penal (art.
16, ley 2337).
La mencionada Cámara de Apelación ejerce su jurisdicción voluntaria y
contenciosa resolviendo como Tribunal de Alzada en los fallos y demás
resoluciones recurribles de los jueces de primera instancia del mismo
fuero.
Resuelve también las recusaciones y excusaciones del fiscal de la
Cámara, de los jueces de primera instancia, de los jueces de Paz Letrados
y de los representantes del Ministerio Público que intervengan en el juicio
(arts. 19, ley 2337).
e) Los jueces de primera instancia tienen su asiento en la Capital de la
provincia y ejercen su jurisdicción en todo el territorio en las causas de
materia Civil, Comercial, de Minas y del Trabajo, de orden voluntario y
contradictorio, cuyo conocimiento no esté expresamente atribuido a la
347 
 
justicia de Paz Letrada o Lega. El turno de éstos será establecido por la
Corte de Justicia (art. 22, ley 2337).
Los Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y de Minas y
el Juzgado de Primera Instancia del Trabajo, son Tribunales de Alzada,
dentro de su competencia, respecto de las causas que se ventilen en los
Juzgados de Paz Legos y entienden en las quejas por denegada o
retardada justicia, de las cuestiones de competencia, y de las
recusaciones y excusaciones de los jueces de Paz. El turno para el
conocimiento de dichas causas en grado de apelación y demás recursos
queda fijado por la fecha del pronunciamiento recurrido; el juez letrado de
primera instancia que en dicha fecha se encuentre de turno es competente
para conocer el recurso. La prevención con arreglo a estas normas será
definitiva para el conocimiento de recursos posteriores (art. 23, ley 2337).
Los jueces de Instrucción ejercen su jurisdicción y competencia
conforme la ley procesal de la materia (art. 26, ley 2337).
En los casos de recusación, excusación, licencia u otro impedimento se
reemplazan, recíprocamente, por los jueces correccionales, de Menores,
en lo Civil y Comercial, de Minas y del Trabajo, agentes fiscales y
defensores generales en orden de turno y conjueces de la lista (art. 27, ley
2337, según texto de la ley 2921).
Los jueces de Paz Letrados conocerán en primera instancia de los
asuntos contenciosos, civiles y comerciales cuyo monto no exceda
de australes seiscientos (=A 600). La reconvención por un valor mayor no
modificará la competencia del juzgado, de los juicios sucesorios cuyo
monto del acervo no exceda de australes tres mil (=A 3.000) y de las
demandas contra las sucesiones que en ello se tramiten, cualquiera sea
su monto; de los juicios de desalojo, cobro de alquileres, rescisión,
consignación y demás cuestiones referentes a la locación, siempre que el
alquiler mensual no exceda de australes trescientos (=A 300) y de las
demandas por desalojo contra comodatarios, intrusos o simples
tenedores; de los juicios de tercería en las causas de competencia; de
las informaciones sumarias de competencia de fuero, de los casos
atribuidos de justicia de Paz por el Código Rural y demás leyes de la
provincia y los que excedan la competencia de los jueces de Paz Legos
(la ley 4537 agregó que la Corte de Justicia ajustará trimestralmente los
montos fijados en el artículo precedente de conformidad al índice de
precios al consumidor —Minorista Nivel General— que proporciona el
Instituto Nacional de Estadística y Censos o el organismo que pudiere
sustituir a éste).
Quedan excluidos de la competencia de los jueces de Paz Letrados los
juicios de nulidad de matrimonio; divorcio; privación de la patria potestad;
los que versen sobre estado de familia y sobre la capacidad de las
personas y los asuntos de competencia de los jueces de Paz Legos, donde
los hubiera (art. 30, ley 2337).

348 
 
Dichos jueces conocen también en segunda y última instancia de los
recursos contra las resoluciones de los jueces de Paz Legos de su
jurisdicción (art. 31, ley 2337).
Los jueces de Paz Letrados ejercen en materia penal la competencia
fijada por el art. 29 del Código Procesal Penal dentro de la jurisdicción
asignada por la ley. En caso de recusación, excusación u otro
impedimento serán sucesivamente reemplazados por los demás jueces de
Paz Letrados, siempre que sea de la misma jurisdicción, por los
representantes del Ministerio Público y por los conjueces de la lista (art.
14, ley 2921).
Existen dos Juzgados Correccionales con asiento en la Capital que
ejercen su jurisdicción en todo el territorio de la provincia con la
competencia determinada en la ley procesal de la materia. El juez
correccional es asistido por un secretario letrado, quien debe reunir las
condiciones exigidas para esa función, y demás personal inferior que fijará
la ley de presupuesto (art. 8º, ley 2731).
Corresponde al juez de Menores, que tiene jurisdicción en toda la
provincia y asiento en la capital, la investigación y juzgamiento en
única instancia de las causas determinadas en el art. 28 del Código
Procesal Penal (art. 11, ley 2921).
En cada cabecera de los departamentos de la provincia hay un juez de
paz, pudiendo crearse por decreto otros juzgados en centros importantes
de población, previa consulta a la Corte de Justicia y al Colegio de
Abogados (art. 34, ley 2337).
f) Los jueces de Paz Legos, sin perjuicio de las facultades que les
confieren otras leyes, tendrán competencia en los asuntos contenciosos
de su jurisdicción, en materia civil y comercial, e informaciones sumarias,
que no sean atribuidas a los jueces de Paz Letrados, ni a los de
primera instancia (art. 35, ley 2337).
Quedan excluidos de la competencia de dichos jueces los juicios
testamentarios y los ab intestato en los que se alegue la calidad de
herederos, los de quiebra, convocatoria de acreedores, concursos civiles,
acciones petitorias o posesorias y desalojos (art. 36, ley 2337).
En materia penal, los jueces mencionados, ejercen la competencia
determinada en el art. 30 del Código Procesal Penal dentro de la
jurisdicción que tiene asignada por ley (art. 15, ley 2921).
En las poblaciones donde existen Juzgados de Paz, el Poder Ejecutivo
puede designar jueces de distrito y un suplente, con competencia en todo
asunto civil y comercial cuyo monto no exceda determinado monto
actualizable semestralmente (art. 41, ley 2921).
Duran dos años en sus funciones y pueden ser reelegidos. El cargo es
obligatorio y su aceptación es inexcusable, salvo imposibilidad notoria, ser

349 
 
mayor de 60 años y haberlo desempeñado durante dos períodos
consecutivos (art. 42, ley 2337).
El cargo de juez de distrito es gratuito mientras no se le asigne
remuneración por la Ley de Presupuesto, pero deben abonársele los
gastos de actuación debidamente comprobados (art. 43, ley 2337).
La ley contiene, por último, numerosas normas relativas al Ministerio
Público, a los funcionarios y empleados del Poder Judicial y al Registro
Público de Comercio.

138. Córdoba
a) La administración de justicia de la provincia es ejercida por el Tribunal
Superior de Justicia. También lo es por las Cámaras en lo Civil y
Comercial, en lo Contencioso Administrativo, en lo Criminal, de Acusación,
de Menores, del Trabajo y de Familia, y por los jueces en lo Civil y
Comercial, de Control, Correccional, de Faltas, Electoral, de Familia, de
Menores, de Conciliación, los reemplazantes y conjueces que los
sustituyan, y de Paz. El Tribunal Superior de Justicia tendrá competencia
territorial en toda la provincia; las Cámaras, jueces y sus reemplazantes,
en las circunscripciones, secciones, territorios o regiones judiciales que la
ley determine y los conjueces, solamente en las causas que resulten
designados (art. 1º, ley 8435, texto según ley 9240).
b) El Tribunal Superior de Justicia se halla integrado con siete miembros
que deben elegir anualmente un presidente (art. 8º, ley 8435). Dicho
Tribunal se divide en salas integradas por tres miembros cada una,
teniendo la competencia que aquél les asigne dentro de la genérica que le
atribuye la ley (art. 10, ley 8435). Tiene la siguiente competencia: 1º)
Conoce y resuelve originaria y exclusivamente, en pleno: de las acciones
declarativas de inconstitucionalidad de las leyes, decretos, reglamentos,
resoluciones, cartas orgánicas y ordenanzas, que estatuyan sobre materia
regida por la Constitución, y se controvierta en caso concreto por
parte interesada; de las cuestiones de competencia entre poderes públicos
de la provincia y de las que se susciten entre los tribunales inferiores, salvo
que éstos tengan otro superior común; de los conflictos internos de las
municipalidades, de una municipalidad con otra, o de éstas
con autoridades de la provincia y de las acciones por responsabilidad civil
promovidas contra magistrados o funcionarios del Poder Judicial, con
motivo del ejercicio de sus funciones, sin necesidad de remoción previa.
2º) Conoce y resuelve en pleno de los recursos extraordinarios
de inconstitucionalidad y, por intermedio de sus salas, de los recursos que
las leyes de procedimiento acuerden, así como de la recusación de sus
350 
 
vocales y en las quejas por denegación o retardo de justicia de acuerdo
con las normas procesales (art. 11, ley 8435).
Ejerce asimismo la superintendencia de la administración de justicia, sin
perjuicio de la intervención del Ministerio Público y de la delegación que
establezca respecto de los tribunales de mayor jerarquía de cada
circunscripción o región judicial, debiendo las decisiones adoptarse con la
presencia de por lo menos cuatro de sus miembros y por mayoría, a cuyo
fin, entre otras atribuciones, dicta el reglamento interno del Poder Judicial;
nombra y remueve a su personal; fija el régimen disciplinario y aplica las
respectivas sanciones a magistrados, funcionarios, auxiliares y
empleados; fija el horario de los tribunales y de las reparticiones de su
dependencia; acuerda licencias a magistrados, funcionarios y empleados;
reglamenta el modo en que se procederá al reemplazo de magistrados y
funcionarios en los casos de recusación o inhibición y provee a su
reemplazo en caso de licencia, impedimento o vacancia, con sujeción a
las leyes vigentes; confecciona anualmente, por cada asiento o sede de
circunscripción, una lista de abogados que reúnan los requisitos para el
cargo, elevada por sugerencia de la superintendencia de cada
circunscripción judicial en el mes de octubre de cada año para reemplazar
a los asesores letrados en los casos previstos por la ley respectiva;
confecciona el padrón de aspirantes a conjueces y jueces sustitutos, así
como las listas de jurados; organiza el servicio de consulta para jueces de
Paz de campaña; contrata los servicios que estime necesario para mejorar
la administración de justicia; eleva a la Legislatura, por intermedio del
Poder Ejecutivo, proyectos de leyes sobre organización y funcionamiento
del Poder Judicial; prepara y eleva el cálculo de recursos, gastos
e inversiones del Poder Judicial al Poder Ejecutivo para su consideración
por la Legislatura dentro del presupuesto general de la provincia; fija los
aranceles que deben abonar los litigantes a los jueces de Paz, oficiales de
justicia y ujieres y viáticos, así como el arancel que percibirán los
conjueces y jurados; informa anualmente al Poder Legislativo sobre la
actividad de los tribunales, etc. (art. 12, ley 8435).
En caso de vacancia, impedimento, recusación o inhibición, los
miembros del Tribunal Superior de Justicia son suplidos por los vocales de
Cámara; los jueces que reunieren las condiciones para ser vocales o por
los conjueces. Cuando actúa dividido en salas, serán suplidos por otro
vocal del mismo Tribunal y en su defecto y sucesivamente en el orden
establecido precedentemente (art. 15, ley 8435).
c) En la provincia actúan Cámaras en lo Civil y Comercial, en lo
Contencioso Administrativo, en lo Criminal, en lo Criminal Económico(38),
de Acusación, de Menores, del Trabajo y de Familia, salvo que la ley
asigne competencia a una Cámara en todas las materias o en algunas de
ellas (art. 16, ley 8435). Todas, con excepción de la Cámara del Trabajo,
se integran con tres miembros y eligen anualmente su presidente (arts.
19 a 29, ley 8435).

351 
 
La Cámara del Trabajo, por su parte, se compone de salas integradas
por tres miembros, pero el Tribunal Superior de Justicia, por razones de
mejor servicio, puede establecer que los miembros de las
salas intervengan unipersonalmente en el juzgamiento de los asuntos de
menor complejidad que determine.
Cada sala, asimismo, elige anualmente un presidente y los miembros
de la Cámara designan entre los presidentes de sala, al presidente de
Cámara, quien ejerce las funciones de superintendencia delegadas por el
Tribunal Superior de Justicia (art. 31, ley 8435).
d) En la provincia de Córdoba actúan también jueces en lo Civil y
Comercial, de Familia, correccionales, de Instrucción, de Instrucción en lo
Penal Económico(39), de Menores, de Faltas, de Conciliación, Electoral y
de Paz, salvo que la ley asigne a un juez competencia en todas las
materias o en algunas de ellas (art. 35, ley 8435).
Los jueces de Paz duran cinco años en sus funciones, pudiendo ser
designados nuevamente. Vencido el término de su nombramiento,
continúan ejerciendo sus funciones hasta que tomen posesión del cargo
los que hayan de reemplazarlos (art. 39, ley 8435).
Tienen las incompatibilidades y prohibiciones y gozan de las garantías
e inmunidades prescriptas por la Constitución para los magistrados del
Poder Judicial, sin perjuicio de lo dispuesto en la primera parte del artículo
anterior respecto de la duración en el cargo (art. 40, ley 8435).
Sólo pueden ser removidos, previo sumario, por el Tribunal Superior de
Justicia cuando concurran las causales previstas en el art. 154 de
la Constitución provincial(art. 41, ley 8435).
La justicia de Paz Vecinal letrada es ejercida por los jueces de Paz
Vecinales letrados (art. 42, ley 8435). Para ejercer el cargo se requiere:
tener 25 años, ciudadanía en ejercicio, tres años de residencia en el
distrito, título de abogado y cuatro años de ejercicio de la profesión o como
agente del Poder Judicial, buena conducta y gozar de buen concepto
vecinal (art. 43, ley 8435).
Existe un Juzgado de Paz de Campaña en aquellos lugares que reúnan
las siguientes condiciones: población de más de dos mil habitantes y que
el Juzgado de Paz más próximo se encuentre a una distancia mayor de 50
kilómetros. Estas exigencias no son necesarias cuando la creación de un
juzgado obedezca a la necesidad de prestar un mejor servicio de justicia
(art. 45, ley 8435). Para desempeñar el cargo se requiere: tener 25 años,
ciudadanía en ejercicio, tres años de residencia en el distrito, título de
abogado en lo posible, o secundario completo, buena conducta y gozar de
buen concepto vecinal y residir en el territorio en el que hubieren sido
nombrados.
Estos jueces conocen: 1º) de los asuntos civiles y comerciales en los
que el valor cuestionado no supere los cuarenta jus, excluidos los juicios
352 
 
universales. Para la determinación del valor económico del pleito se
tomará en cuenta el capital actualizado a la fecha de la iniciación de la
demanda. En caso de que no pueda determinarse el valor de los bienes,
derechos o créditos litigiosos, será competente el juez en lo Civil y
Comercial que corresponda; 2º) de las causas sin contenido patrimonial
que se susciten entre los vecinos, derivadas de molestias o turbaciones
entre ellos, actuando como amigables componedores; 3º) de los asuntos
de convivencia familiar, desempeñando una función de guía y
asesoramiento, como amigables componedores; 4º) de los asuntos que se
les atribuyan por otras leyes (art. 49, ley 8435).
Tienen asimismo las siguientes atribuciones: intervenir en el
otorgamiento de poderes en los lugares donde no hubiere escribano
público; proveer a la seguridad y conservación de los bienes del causante
previo inventario y dando cuenta de inmediato al juez competente cuando
hubiere herederos menores, incapaces o ausentes o se tratara de una
herencia vacante; ejecutar los mandamientos de embargo, secuestro,
desalojo y toda otra diligencia ordenada por otros tribunales; corregir las
faltas disciplinarias de las personas que actuaren en los juicios, por medio
de apercibimientos y de multas que no excedan de diez jus, sin perjuicio
del recurso de reposición; solicitar el auxilio de la fuerza pública cuando
fuere necesaria para el cumplimiento de sus funciones y ejercer la guarda
de la documentación y bienes del juzgado (art. 51, ley 8435).
El Tribunal Superior de Justicia confecciona padrones de aspirantes a
conjueces y jueces sustitutos por materia para cada circunscripción judicial
y a tal fin determina las condiciones, el procedimiento y la oportunidad de
la convocatoria. Los padrones de inscriptos serán remitidos al Poder
Ejecutivo para su elevación al Senado, a efectos del acuerdo respectivo,
que debe prestarse a cada inscripto individualmente (art. 57, ley 8435(40)).
El Poder Ejecutivo debe, a su turno, designar a los conjueces y jueces
sustitutos de la lista de inscriptos a los que haya prestado acuerdo el
Senado (art. 58, ley 8435(41)).
La Ley Orgánica prevé asimismo la posibilidad de que los tribunales
colegiados se integren por jurados, quienes deben ser mayores de edad y
acreditar ciudadanía en ejercicio, capacidad civil y ciclo básico completo
(arts. 61 y 62, ley 8435).
El Tribunal Superior de Justicia debe confeccionar en forma bianual una
lista de jurados mediante sorteo realizado en audiencia pública, entre los
electores inscriptos en el padrón electoral correspondiente a cada
circunscripción judicial y dictar la reglamentación respectiva (art. 63, ley
8435, modif. por ley 8735). Asimismo, percibirán, por su intervención, el
arancel que determine el Tribunal Superior de Justicia (art. 65, ley 8435).
La ley, finalmente, regula la designación, requisitos y funciones de los
relatores, así como de los secretarios y prosecretarios letrados de los
jueces de primera instancia (arts. 67 a 81, ley 8435); de los oficiales de
353 
 
justicia y ujieres y de los médicos forenses y de los directores y
subdirectores administrativos (arts. 82 a 93, ley 8435), concluyendo con la
reglamentación de los organismos auxiliares (cuerpo técnico de asistencia
judicial, Boletín Judicial y Archivo de los Tribunales) y con un título
complementario relativo al receso de los tribunales, a los tribunales de feria
y al mapa judicial de la provincia (arts. 113 a 117, ley 8435).

139. Corrientes
a) El Poder Judicial de la provincia de Corrientes es ejercido por el
Superior Tribunal, las Cámaras, los Tribunales de Primera Instancia, de
Instrucción y Correccional, de Menores, Juzgados de Paz y el Ministerio
Público (art. 1º, dec.-ley 26/2000).
El Superior Tribunal de Justicia está integrado por cinco ministros. Para
constituir el Tribunal basta la presencia de tres de sus miembros, pero sólo
puede tomar decisiones por mayoría absoluta de todos los ministros (art.
20, dec.-ley 26/2000).
En el caso de impedimento o ausencia de ministros, el Superior Tribunal
se integra: 1º) con los jueces de Cámara de la Primera Circunscripción
Judicial; 2º) con los jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial, en
lo Laboral, de Instrucción y Correccional y juez de Menores, por orden de
nominación, de la primera circunscripción judicial, siempre que reúnan las
condiciones exigidas para ser miembros del Superior Tribunal; 3º) con los
jueces de Cámara, jueces de primera instancia Civil y Comercial, Laboral,
de Instrucción y Correccional y Menores, por orden de nominación de las
restantes circunscripciones; 4º) agotada la nómina precedente, se cubre
con los abogados de la lista de conjueces, debiendo reunir las
condiciones exigidas para ser ministros del Superior Tribunal. Los
abogados de la lista de conjueces son elegidos por sorteo, con notificación
de las partes (art. 21, dec.-ley 26/2000).
Dicho Tribunal juzga: a) en los casos previstos por el art. 145 de la
Constitución de la provincia; b) en las recusaciones e inhibiciones de sus
propios miembros; c) en las funciones establecidas por los arts. 40 y 41 de
la Constitución provincial; d) en aquellos casos en que expresamente se
le atribuye conocimiento por las leyes de forma y leyes especiales (art. 22,
dec.-ley 26/2000).
Ejerce asimismo la superintendencia de la administración de justicia en
toda la provincia, a través de las facultades enumeradas en los
veintinueve incisos que contiene el art. 23, dec.-ley 26/2000.

354 
 
b) A los fines de la competencia territorial, la provincia se divide en cinco
circunscripciones judiciales compuestas por las circunscripciones de
capital, Goya, Curuzú Cuatiá y Santo Tomé, integrada cada una de éstas
por los distintos departamentos judiciales (art. 2º, dec.-ley 26/2000).
En la primera actúan una Cámara de Apelaciones en lo Civil y
Comercial, dividida en salas; una Cámara de Apelaciones en lo Laboral y
dos Cámaras en lo Criminal, con asiento en la capital de la provincia. En
la segunda actúan una Cámara en lo Civil, Comercial y Laboral y una
Cámara en lo Criminal con asiento en la ciudad de Goya; y en cada una
de las circunscripciones judiciales restantes, una Cámara de Apelaciones
en lo Civil, Comercial y Laboral, y una Cámara en lo Criminal con asiento
en Paso de los Libres y Santo Tomé, respectivamente (art. 3º, dec.-ley
26/2000).
En la primera circunscripción actúan trece Juzgados en lo Civil y
Comercial, cuatro Juzgados en lo Laboral, seis Juzgados de Instrucción,
dos Juzgados en lo Correccional y dos Juzgados de Menores, todos con
asiento en la capital; un Juzgado Civil, Comercial y Laboral y un Juzgado
de Instrucción y Correccional con asiento en la ciudad de Bella Vista,
ambos con competencia en todo el departamento en donde tienen su
asiento; un Juzgado Civil y Comercial con asiento en la ciudad de Saladas
con competencia en el mencionado departamento (art. 5º, dec.-ley
26/2000, modif. por los decs.-leyes 130/2001 y 187/2001).
En la segunda circunscripción actúan cuatro Juzgados en lo Civil y
Comercial; un Juzgado en lo Laboral; dos Juzgados de Instrucción y un
Juzgado de Instrucción y Correccional, todos con asiento en la ciudad de
Goya. En la misma circunscripción actúa un Juzgado en lo Civil y
Comercial, y un Juzgado de Instrucción y Correccional con asiento en la
ciudad de Esquina cuya competencia se extiende a todo el departamento
en donde tiene su asiento.
En la tercera circunscripción actúan un Juzgado en lo Civil, Comercial y
Laboral, un Juzgado Civil y Comercial y un Juzgado de Instrucción y
Correccional, todos con asiento en la ciudad de Curuzú Cuatiá. Además,
actúan un Juzgado en lo Civil, Comercial y Laboral, y un Juzgado de
Instrucción y Correccional con asiento en la ciudad de Mercedes, cuya
competencia se extiende a todo el departamento en donde tiene su
asiento.
En la cuarta circunscripción actúan un Juzgado en lo Civil, Comercial y
Laboral, un Juzgado en lo Civil y Comercial, y un Juzgado de Instrucción
y Correccional, todos con asiento en la ciudad de Paso de los Libres.
Además actuará un Juzgado en lo Civil, Comercial y Laboral, un Juzgado
Civil y Comercial, y un Juzgado de Instrucción y Correccional con asiento
en la ciudad de Monte Caseros, cuya competencia se extiende a todo el
departamento en donde tiene su asiento.

355 
 
En la quinta circunscripción actúa un Juzgado Civil, Comercial y Laboral,
un Juzgado Civil y Comercial, y un Juzgado de Instrucción y Correccional,
con asiento en la ciudad de Santo Tomé. Además, un Juzgado Civil,
Comercial y Laboral, y un Juzgado de Instrucción y Correccional con
asiento en la ciudad de Ituzaingó, con competencia en todo el
departamento en donde tienen su asiento, y un Juzgado Civil y Comercial
con asiento en la ciudad de Virasoro, con competencia en todo el
departamento en donde tiene su asiento (art. 6º, dec.-ley 26/2000).
El presidente del Superior Tribunal y sus subrogantes son designados
anualmente por los miembros del cuerpo en el mes de diciembre, y puede
ser reelecto (art. 25, dec.-ley 26/2000).
La Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de la primera
circunscripción está integrada por nueve miembros y dividida en cuatro
salas, cada una de las cuales es conformada por dos magistrados. El
presidente y sus subrogantes son designados cada dos años, por simple
mayoría, pudiendo ser reelectos. El presidente tiene a su cargo las
resoluciones de mero trámite de la Cámara e interviene sólo en aquellas
causas radicadas en las distintas salas en las que la votación de los jueces
que la integraron haya resultado empatada (art. 27, dec.-ley 26/2000).
Las restantes Cámaras de todos los fueros y jurisdicciones
están integradas por tres jueces cada una y el presidente y subrogante son
elegidos por los integrantes de la Cámara por simple mayoría de votos y
duran un año en sus funciones. Si de dos votaciones sucesivas no surge
mayoría de votos, son designados por sorteo.
Para dictar pronunciamiento, cada Cámara de Apelaciones se
constituye por lo menos con dos de sus miembros, siendo las decisiones
válidas cuando ambos estuvieren de acuerdo por voto fundado,
permitiéndose la adhesión al primer voto. Si hubiere disidencia, interviene
el presidente para decidir, en cuyo caso debe hacerlo en forma fundada
por uno de los votos emitidos (art. 28, dec.-ley 26/2000).
Cada Cámara de Apelaciones, dentro de la competencia asignada,
conoce: a) de las recusaciones e inhibiciones de sus propios miembros y
la de los jueces respecto de los cuales sea tribunal de apelación; b) de los
recursos que procedieren contra resoluciones y sentencias dictadas en
primera instancia; c) de los recursos que interpongan contra las
resoluciones de la Presidencia; d) las Cámaras de Apelaciones que tengan
competencia en lo Civil y Comercial deben formar la lista de síndicos de
cada circunscripción de acuerdo con lo normado por la ley concursal.
Cada Cámara en lo Criminal tiene la competencia asignada en
el Código Procesal Penal y leyes especiales. Conoce exclusivamente de
las recusaciones y excusaciones de sus propios miembros, de los jueces
de Instrucción y Correccional, y de los fiscales de Cámara, Instrucción y
Correccional (art. 31, dec.-ley 26/2000).

356 
 
c) Los jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial conocen en
todos los asuntos que les están asignados por las leyes procesales,
especiales y acordadas del Superior Tribunal (art. 35, dec.-ley 26/2000).
El juez de Instrucción tiene, lo mismo que el Correccional, la
competencia determinada en el Código Procesal Penal y leyes especiales
(arts. 36 y 37, dec.-ley 26/2000).
Los jueces en lo Laboral deben conocer en todos los asuntos que les
están asignados por las leyes procesales y especiales (art. 38, dec.-ley
26/2000).
Los jueces de Menores tienen la competencia asignada en la Ley de
Menores, leyes especiales y los Códigos Procesales Penales, Civiles y
Comerciales (art. 39, dec.-ley 26/2000(42)).
Los jueces de Paz conservan sus funciones mientras dure su buena
conducta y sólo pueden ser removidos a solicitud del Superior Tribunal de
Justicia, por el Poder Ejecutivo, previo sumario del que resulte causa
justificada (arts. 41 y 42, dec.-ley 26/2000). Deben residir en el territorio en
el que hubieren sido nombrados.
Dichos jueces conocen: 1º) de los asuntos civiles y comerciales en los
que el valor cuestionado no supere los quinientos pesos, excluidos los
procesos universales, laborales y acciones relativas al estado civil de las
personas; 2º) de las causas sin contenido patrimonial que se susciten entre
los vecinos, derivadas de molestias o turbaciones entre ellos, actuando
como amigables componedores; 3º) de los asuntos de convivencia familiar
desempeñando una función de guía y asesoramiento como amigables
componedores; y 4º) de los asuntos que se le atribuyan por otras leyes
(art. 45, dec.-ley 26/2000).
Los jueces de Paz tienen asimismo las siguientes atribuciones: 1º)
proveer a la seguridad y conservación de los bienes del causante
previo inventario y dando cuenta de inmediato al juez competente cuando
hubiere herederos menores, incapaces, ausentes o se tratare de una
herencia vacante; 2º) ejecutar los mandamientos de embargo, secuestro,
desalojo y toda otra diligencia ordenada por otros tribunales; 3º) certificar
firmas y fotocopias, dejando constancia en el libro de actas; 4º) corregir las
faltas disciplinarias de las personas que actuaren en los procesos, por
medio de llamado de atención, apercibimientos y multas que no excedan
de quinientos pesos, sin perjuicio del recurso de reconsideración y
jerárquico en subsidio que debe ser interpuesto fundado y dentro del
quinto día de notificado; 5º) solicitar el auxilio de la fuerza pública cuando
fuere necesaria para el cumplimiento de sus funciones, y 6º) ejercer la
guarda de la documentación y bienes del Juzgado (art. 48, dec.-ley
26/2000).

357 
 
Las sentencias dictadas y las sanciones aplicadas por los jueces de Paz
pueden recurrirse ante el juez Civil y Comercial más próximo de la
circunscripción judicial a la que pertenezcan (art. 51, dec.-ley 26/2000).
Los Juzgados de Paz Letrados de la ley 2990 se transformaron en
Juzgados en lo Civil y Comercial, y en su caso Laboral, de todas las
circunscripciones judiciales; el Juzgado Correccional n. 1 de la primera
circunscripción en Juzgado de Instrucción n. 7; el Juzgado Correccional de
la segunda circunscripción de la ley 2990 en Juzgado de Instrucción y
Correccional (arts. 122 a 124, dec.-ley 26/2000).
Asimismo, las Cámaras de Apelaciones en lo Civil y Comercial n. 1, n.
2 y n. 3 de la primera circunscripción de la ley 2990, se transformaron en
una Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial, con cuatro
salas integradas con dos miembros cada una de ellas y un presidente, en
un todo de acuerdo con lo establecido en el art. 28; la Cámara de
Apelaciones en lo Laboral y Paz Letrado de la primera circunscripción de
la ley 2990 a partir de la entrada en vigencia del presente decreto-ley pasó
a denominarse Cámara de Apelaciones en lo Laboral, y las Cámaras de
Apelaciones en lo Civil, Comercial, Laboral y de Paz Letrado de la
segunda, tercera, cuarta y quinta circunscripción de la ley 2990 pasaron a
denominarse Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Laboral (arts.
125 a 127, dec.-ley 26/2000).
El dec.-ley 26/2000, modificado por el dec.-ley 27/2000 contiene
asimismo numerosas disposiciones sobre secretarios, relatores y
prosecretarios, directores, inspectores de justicia de Paz, Boletín Judicial,
archivo de los tribunales, abogados procuradores y peritos.

140. Chaco
a) La administración de la justicia de la provincia es ejercida: 1º) por el
Superior Tribunal de Justicia, creado por la Constitución, la que dictará sus
reglamentos internos; 2º) por siete jueces de primera instancia, en lo Civil
y Comercial, y en lo Criminal y Correccional, cuya jurisdicción se
determinará más adelante; 3º) por los jueces de Paz (art. 1º, ley 3).
b) El mencionado Tribunal se divide en dos salas de dos miembros cada
una, que se denominan primera y segunda, respectivamente. Entienden,
la primera, en los recursos extraordinarios de inconstitucionalidad
e inaplicabilidad de ley o doctrina legal en materia civil, comercial y laboral;
y la segunda, en los mismos recursos en materia criminal y correccional.

358 
 
Cada sala tiene un presidente que dura un año en el ejercicio de sus
funciones a partir de la fecha de prestación de juramento. La Presidencia
se turna entre los miembros de cada sala.
c) Los jueces de primera instancia ejercen por orden de turno la
jurisdicción voluntaria y contenciosa en su ramo y entienden en todas las
causas cuyo conocimiento no esté especialmente atribuido a otros jueces
(art. 39, ley 3).
A los fines del artículo precedente se divide la provincia en seis
circunscripciones, a saber: la primera, con asiento en la ciudad de
Resistencia; la segunda, con asiento en la ciudad de Presidencia Roque
Sáenz Peña; la tercera, con asiento en la ciudad de Villa Ángela; la cuarta,
con asiento en la ciudad de Charata; la quinta, con asiento en la ciudad de
General José de San Martín, y la sexta, con asiento en la ciudad de Juan
José Castelli (art. 40, ley 3).
Los jueces en lo Civil y Comercial se suplen por orden de nominación
entre sí, recíprocamente y, en caso necesario, por los jueces en lo Laboral,
por los jueces en lo Penal, por los fiscales, defensores, y por los abogados
de la lista de conjueces que serán designados en sorteo público y previa
notificación a las partes; y para el supuesto de que ninguno de los
nombrados pudieran intervenir, el juicio pasa para su prosecución al
juzgado de igual clase con asiento más próximo.
En caso de inhibición o recusación de los jueces en lo Civil y Comercial
de la primera circunscripción judicial, las causas principales son asignadas
nuevamente por sorteo, excluyéndose al juzgado inhibido o recusado y al
Juzgado Civil y Comercial de la décima nominación, por su competencia
especial (art. 41, ley 3).
Los jueces en lo Penal se suplen entre sí, y sucesivamente, por los
jueces en lo Civil y Comercial en el orden de nominación y por los fiscales
y defensores (art. 43, ley 3).
La ley se integra, finalmente, con diversas normas concernientes a los
funcionarios del Ministerio Público, secretarios y demás auxiliares
judiciales (oficiales de justicia, peritos, etc.).

141. Chubut
a) Conforme con lo dispuesto en la ley 37 y sus modificatorias, el Poder
Judicial de la provincia es ejercido por el Superior Tribunal de Justicia, las
Cámaras de Apelaciones y del Trabajo, los Juzgados Letrados de

359 
 
primera instancia, los Juzgados Letrados de Paz, los Juzgados de Paz y
los demás tribunales y juzgados que las leyes establezcan.
b) El Superior Tribunal de Justicia ejerce jurisdicción sobre todo el
territorio de la provincia, y tiene su asiento en la capital de ésta (art. 5º, ley
37).
c) A los fines de la competencia territorial de las Cámaras de
Apelaciones y del Trabajo, y de los Juzgados Letrados de
primera instancia, se divide la provincia en tres circunscripciones
judiciales, que son: la del Noreste, con sede en la ciudad de Trelew, y que
comprende a los departamentos de Rawson, Viedma, Gaiman, Mártires,
Paso de Indios, Telsen, Gastre, y Fracciones C-II y C-III de Florentino
Ameghino; la del Noroeste, con sede en la ciudad de Esquel, que
comprende los departamentos de Tehuelches, Futaleufú, Languineo y
Cushamen, y la del Sur, con sede en la ciudad de Comodoro Rivadavia, y
que comprende los departamentos de Escalante, Sarmiento, Río Senguer
y las Fracciones D-II y D-III de Florentino Ameghino (art. 6º, ley 37).
En cada ciudad, sede de circunscripción judicial, funciona por lo menos
una Cámara de Apelaciones y del Trabajo, y un Juzgado Letrado de
primera instancia. En el caso de crearse otras Cámaras y juzgados, la ley
determinará los límites de sus respectivas competencias (art. 7º, ley 37).
A los efectos de la competencia territorial de los Juzgados de Paz, las
circunscripciones judiciales mencionadas en el art. 6º se dividen en
distritos judiciales en los que habrá al menos un Juzgado Letrado de Paz
o un Juzgado de Paz (art. 8º, ley 37).
El Superior Tribunal de Justicia se compone de seis (6) ministros,
quienes actuarán divididos en dos salas; una con competencia en lo Civil,
Comercial, Laboral, Contencioso Administrativo, de Familia y de Minería,
y otra con competencia en materia Penal. La primera de ellas
estará integrada por los actuales miembros del Superior Tribunal de
Justicia. Los tres ministros de la Sala Penal del Superior Tribunal de
Justicia serán designados en el modo dispuesto por el art. 166 de
la Constitución provincial. Actuarán ante ella el Procurador General y el
Defensor General de la provincia (art. 26, ley 37, modificada por la ley
5475).
La Presidencia del Superior Tribunal de Justicia será ejercida por sus
ministros en forma rotativa y por sorteo entre sí, por el plazo de un año a
contar desde la fecha en que asumieren. En caso de impedimento
o ausencia temporal del Presidente del Superior Tribunal de Justicia, será
reemplazado por el ministro establecido en el sorteo (art. 27, ley
37, modificada por la ley 5475).
El Superior Tribunal es competente para entender en los siguientes
casos, con arreglo al procedimiento establecido en las leyes procesales:
1º) en los previstos en los arts. 33, 171 y 217 de la Constitución, en el

360 
 
modo y forma establecidos en ellos; 2º) originaria y exclusivamente en las
demandas de inconstitucionalidad de las leyes, decretos, ordenanzas,
resoluciones y reglamentos que versen sobre materias regidas por la
Constitución de la provincia, dictadas por los Poderes Legislativo y
Ejecutivo, corporaciones municipales u otras autoridades provinciales,
cuando sean controvertidos por parte interesada; 3º) en instancia única en
las causas y recursos contencioso-administrativos originados en
decisiones de los poderes públicos provinciales y sus entidades
descentralizadas y autárquicas; 4º) en las contiendas de competencia que
se susciten entre jueces de Paz de distintas circunscripciones judiciales(43);
5º) por vía de los recursos procesales extraordinarios que la ley
establezca, de las sentencias y resoluciones que dicten las Cámaras de
Apelaciones y del Trabajo; 6º) por apelación ordinaria de las sentencias
definitivas que dicten las Cámaras de Apelaciones y del Trabajo, en las
causas en que la provincia, las corporaciones municipales y/o
entidades autárquicas o descentralizadas de éstas, sean parte directa
o indirectamente, cuando el valor disputado en último término sea superior
a $ 500.000 (art. 32, ley 37).
Ejerce, asimismo, funciones de superintendencia general respecto de
los tribunales inferiores (art. 33, ley 37).
La competencia de los jueces letrados comprende, con arreglo al
procedimiento que establezcan las leyes de la materia, entender y
resolver:
1º) En todas las causas en materia Civil, Comercial, Rural, de Minería y
demás que las leyes determinen, con exclusión de las que están
reservadas a la competencia originaria del Superior Tribunal de Justicia y
de las que correspondan a las Cámaras de Apelaciones y del Trabajo, a
los jueces letrados de Paz o a los jueces de Paz.
Conocen también en asuntos laborales, juzgamiento de menores y
causas por delitos de imprenta y otros medios de difusión del pensamiento,
hasta tanto sean creados los organismos judiciales previstos en los arts.
51 y 177 de la Constitución.
2º) En las causas y recursos contencioso-administrativos que se
originen en actos o decisiones de las corporaciones municipales y sus
entes descentralizados y autárquicos.
3º) En el derecho de respuesta y en los recursos y acciones de amparo,
previsto en los arts. 15 y 33 a 36 de la Constitución.
4º) Como Tribunal de Alzada y de única instancia de las acciones y
recursos deducidos contra decisiones administrativas en los asuntos de
aguas previstos en el art. 85 de la Constitución (art. 41, ley 37(44)).
Los requisitos para ser juez de Paz, su nombramiento y remoción se
rigen por lo dispuesto en los arts. 184, 185 y 186 de la Constitución
provincial. Duran seis años en sus funciones y su remoción sólo procede
361 
 
por las causales establecidas por la legislación vigente (art. 43, ley
37, modif. por la ley 4388).
A los fines de la competencia, los Juzgados de Paz se dividen en dos
categorías: Juzgado de Paz de Primera, que son aquellos en los que el
juez es designado por el Consejo de la Magistratura con acuerdo de los
respectivos Concejos Deliberantes, y los de Segunda, aquellos en los que
la designación se efectúa, por elección popular directa, conforme a lo
dispuesto por el art. 184 de la Constitución provincial (art. 51, ley
37, modificado por la ley 4776).
Los Juzgados de Paz de Primera son competentes: 1º) en los asuntos
civiles y comerciales en los que el valor cuestionado no exceda de
quinientos mil pesos ($ 500.000), con exclusión de juicios sucesorios,
asuntos de familia, laborales, concursos, quiebras, interdictos y acciones
posesorias; 2º) en las demandas reconvencionales cuyo monto no exceda
el fijado en el inciso anterior; si lo excediere, se declararán incompetentes
en la demanda y reconvención, y remitirán las actuaciones al Juzgado
Letrado que corresponda; 3º) en las demandas de desalojo por falta de
pago de la locación de inmuebles urbanos, haya o no contrato escrito,
cuando el monto no excediere de cincuenta mil pesos mensuales ($
50.000); 4º) en los juicios por cobro de alquileres de inmuebles urbanos,
cualquiera sea el número de mensualidades vencidas no mayores de
cincuenta mil pesos ($ 50.000) cada una, siempre que el monto total
reclamado no exceda lo dispuesto en el inc. 1º. Si durante el juicio se
acumularen nuevas mensualidades que excedieren dicho límite, el juez de
Paz seguirá siendo competente e iguales principios rigen para las
consignaciones de alquileres; 5º) en el juzgamiento y sanción de
las infracciones o faltas previstas en el Código Rural, reglamentos o
edictos municipales y policiales y leyes especiales, cuando la competencia
para entender dichos asuntos no esté conferida a otros jueces u
organismos; 6º) en el otorgamiento de cartas poderes a que se refiere el
art. 66, y de cartas de pobreza; 7º) en la autenticación y certificación de
firmas donde no hubiere escribano; 8º) en los demás asuntos que por ley
se les asignen (art. 52, ley 37).
Los Juzgados de Paz de Segunda son competentes para entender en
los mismos asuntos que los de Primera pero, a diferencia de éstos tienen
las siguientes limitaciones: 1º) en los asuntos civiles y comerciales,
demandas reconvencionales y juicios por cobro de alquileres de inmuebles
urbanos en los que el valor cuestionado no exceda de tres mil pesos
moneda nacional; 2º) cuando no mediare contrato escrito en los casos de
demandas de desalojo por falta de pago de la locación de inmuebles
urbanos, así como en los juicios por cobro de alquileres de inmuebles
urbanos (art. 53, ley 37).

362 
 
142. Entre Ríos
a) El Poder Judicial de la provincia es ejercido por el Superior Tribunal
de Justicia, las salas del Superior Tribunal, las Cámaras Civiles y
Comerciales, Penales y del Trabajo, los jueces en lo Civil y Comercial,
Correccional, de Instrucción y del Trabajo, y los jueces de Paz (art. 1º, ley
6902).
b) El Superior Tribunal de Justicia se compone de nueve miembros,
tiene su asiento en la ciudad de Paraná y competencia en todo el territorio
de la provincia. Ejerce la Presidencia aquel de sus miembros que el
Cuerpo designe. En el mismo acto se elige un Vicepresidente que
reemplaza al Presidente en caso de ausencia o impedimento. En caso
de ausencia o impedimento de ambos, es reemplazado por el vocal que
tenga mayor antigüedad como miembro del Superior Tribunal. Tanto el
Presidente como el Vicepresidente duran dos años en sus funciones (art.
31, ley 6902, modif. por la ley 8065).
En caso de recusación, excusación, licencia o vacancia de alguno de
los miembros del Superior Tribunal, será suplido por los vocales de las
Cámaras Primera, Segunda y Tercera de la ciudad de Paraná. Si el
Tribunal no pudiera integrarse por el procedimiento indicado, se practicará
un sorteo ante el Superior Tribunal de una lista de conjueces hasta
completar el número para fallar. Los conjueces del Superior Tribunal, en
número de dieciocho (18), serán designados por el Poder Ejecutivo con
acuerdo del Senado. La designación deberá recaer en abogados que
reúnan los requisitos del art. 149 de la Constitución provincial y tendrá una
duración de dos años. El plazo se extenderá únicamente para que el
conjuez resuelva las causas en que hubiera sido sorteado y hasta tanto se
dicte pronunciamiento. No podrán ser designados conjueces quienes, al
tiempo de su designación para integrar la lista respectiva, fueran
funcionarios u ocuparen cargos de jerarquía en el ámbito del Poder
Ejecutivo o Legislativo de la provincia, siendo inválido el nombramiento
que se hiciere en contravención a esta prohibición. Si no se hubiera
conformado la lista de conjueces o ésta resultara insuficiente para integrar
el Tribunal, se realizará una nómina de abogados que satisfagan los
recaudos del art. 149 de la Constitución de Entre Ríos, la que resultará de
un sorteo público (art. 36, ley 6902, modificado por art. 2º, ley 9550).
Además de las atribuciones especificadas en los arts. 166 y 167 de
la Constitución provincial, corresponde al Superior Tribunal de Justicia
representar al Poder Judicial; ejercer la superintendencia general y el
contralor sobre la conducta de todos los miembros de dicho poder y, en
general, realizar todas las tareas administrativas propias de los máximos

363 
 
órganos judiciales (concesión de licencias, fijación de horarios,
nombramiento y remoción de funcionarios y empleados, aplicación de
sanciones, etc.) (art. 37, ley 6902, con las modificaciones de las leyes
8065, 8457, 8459, 9234, 9283 y 9550).
El Superior Tribunal se dividirá en tres salas que se compondrán de tres
miembros cada una, a saber: sala 1ª, de Procedimientos Constitucionales
y Penal; sala 2ª, en lo Civil y Comercial; sala 3ª, del Trabajo (art. 39, ley
6902, modificado por la ley 9550).
La sala en lo Civil y Comercial tiene competencia en todo el territorio de
la provincia para atender: en el recurso de inaplicabilidad de la ley; en la
queja por denegación de dicho recurso; en las cuestiones de competencia
entre las Cámaras y salas del fuero, y entre los jueces en lo Civil y
Comercial y de Paz, cuando la competencia de alzada no corresponda al
mismo tribunal, y en las excusaciones y recusaciones de sus miembros
(art. 41, ley 6902).
La sala de Procedimientos Constitucionales y Penal tendrá
competencia en toda la provincia para entender las siguientes materias: 1.
En el recurso de casación. 2. En la queja por denegación de dicho recurso.
3. En las cuestiones de competencia entre las Cámaras y salas del fuero
Penal, de los jueces correccionales y jueces de Instrucción. 4. El recurso
de apelación contra lo decidido en primera instancia en las acciones de
amparo, hábeas data, ejecución y prohibición, hábeas corpus y amparo
ambiental, en los casos indicados por la Ley de Procedimientos
Constitucionales, así como en el recurso de inaplicabilidad de la
ley indicado por el art. 51, apart. B), de la misma. 5. Deberá asimismo
vigilar el cumplimiento de los fines del proceso, debiendo para ello
realizar inspecciones de establecimientos penitenciarios, carcelarios y
policiales e informar al Poder Ejecutivo trimestralmente los resultados del
ejercicio de la presente potestad. Ella podrá ser delegada en Cámaras,
Fiscales, jueces de Instrucción y en cualquier otro magistrado o
funcionario. 6. En las excusaciones y recusaciones de sus miembros (art.
42, ley 6902,texto según leyes 9550 y 8065).
La sala del Trabajo tiene también competencia en el recurso
de inaplicabilidad de ley; en la queja por denegación de dicho recurso; en
las cuestiones de competencia entre las Cámaras y salas del fuero laboral,
y entre los jueces del Trabajo de primera instancia, cuando la competencia
de Alzada no corresponde al mismo tribunal, y en las excusaciones y
recusaciones de sus miembros y en las apelaciones contra las
resoluciones en materia disciplinaria de los colegios
profesionales, incluyendo las decisiones del Tribunal de Superintendencia
del Notariado. En todos los casos en que las leyes de colegiación
profesional dispongan que sus decisiones en materia ética y/o disciplinaria
son recurribles para ante el Superior Tribunal de Justicia, queda
determinado que tales recursos los son para ante esta sala (art. 43, ley
6902, texto según ley 9550).
364 
 
c) Cada Cámara se compone de tres vocales como mínimo, y se divide
en salas, cuando el número de sus miembros permita respetar ese mínimo
en cada una de ellas. Para dictar sentencia definitiva se requiere la
asistencia de tres vocales, tomándose la resolución por mayoría y siendo
potestativa la emisión del voto para el último vocal, cuando sean
coincidentes los dos primeros (arts. 46 y 47 —modif. por la ley 9234—, ley
6902).
Cada Cámara, en su fuero, y dentro de su competencia territorial, tiene
asimismo facultades de superintendencia respecto de su
funcionamiento interno y de los funcionarios y empleados de su
dependencia (art. 50, ley 6902).
Funcionan en la provincia seis Cámaras. Tres de ellas tienen su asiento
en la ciudad de Paraná. La Cámara Primera de esa ciudad se divide en
dos salas que entienden en materia penal y ejercen competencia territorial
en los departamentos de Paraná, Diamante, La Paz y Feliciano. La
Cámara Segunda de Paraná se compone de dos salas que entienden en
materia civil y comercial y ejercen competencia territorial en los
departamentos de Paraná, Diamante, Nogoyá, Victoria, Feliciano, La Paz
y Gualeguay. La Cámara Tercera de Paraná se compone de dos
salas, integradas por tres miembros cada una, que entienden en materia
laboral y ejercen competencia territorial en los departamentos de Paraná,
Diamante, Nogoyá, Victoria, Gualeguay, La Paz y Feliciano. Una Cámara
tiene asiento en la ciudad de Concordia y se divide en tres salas: en lo
Penal, del Trabajo y en lo Civil y Comercial. La sala en lo Penal ejerce
competencia territorial en los departamentos de Concordia, Federal y
Federación y San Salvador. La sala del Trabajo ejerce competencia
territorial en los departamentos de Concordia, Federación y Federal.
La sala en lo Civil y Comercial ejerce competencia territorial en los
departamentos de Concordia, Federación y Federal. La Cámara en la
ciudad de Concepción del Uruguay se dividirá en tres salas: una sala en lo
Penal, una sala en lo Civil y Comercial, y una sala del Trabajo. La sala en
lo Penal ejerce competencia territorial en los departamentos de Uruguay,
Colón, Tala y Villaguay. La sala en lo Civil y Comercial ejerce competencia
territorial en los departamentos de Uruguay, Gualeguaychú, Colón, Tala,
Villaguay e Islas del Ibicuy. La sala del Trabajo ejerce competencia en los
departamentos de Uruguay, Gualeguaychú, Colón, Tala, Villaguay e Islas
del Ibicuy. Funciona asimismo una Cámara con asiento en la ciudad de
Gualeguay, que se compone de tres miembros y tiene competencia en
materia penal en los departamentos de Gualeguay, Gualeguaychú,
Nogoyá, Victoria e Islas del Ibicuy (art. 53, ley 6902, modif. por las leyes
8076, 8565, 9218, 9285 y 9797).
Dentro de la materia de su competencia corresponde a las Cámaras o
a sus salas conocer y decidir: 1º) en cuestiones de competencia que se
susciten entre los jueces de su circunscripción territorial, con la excepción
prevista en el art. 40 del Código Procesal Penal; 2º) en los recursos de

365 
 
queja por retardo o denegación de justicia de los jueces letrados; 3º) en
las excusaciones y recusaciones de sus miembros y de los jueces; 4º) en
única instancia, en los juicios a que se refiere el art. 24del Código Procesal
Penal, y en los recursos que se interpongan contra las resoluciones de los
jueces de primera instancia, en lo Civil y Comercial y Laboral, en los casos
previstos en las leyes procesales y leyes especiales; 5º) en los recursos
que se deduzcan contra las resoluciones de los jueces de Instrucción en
los casos previstos en las leyes procesales y en las leyes especiales,
estableciéndose para tales supuestos diversas competencias territoriales;
6º) calificar anualmente a su personal.
d) Hay en la provincia los siguientes jueces en lo Civil y Comercial: seis
jueces con asiento en la ciudad de Paraná, que ejercen su competencia
territorial en el departamento del mismo nombre; cuatro jueces que tienen
su asiento en la ciudad de Concordia, que ejercerán su competencia
territorial en el departamento del mismo nombre; dos jueces con asiento
en la ciudad de Concepción del Uruguay, que ejercen su competencia
territorial en el departamento de Uruguay; uno con asiento en la ciudad de
La Paz, que ejerce su competencia territorial en los departamentos de La
Paz y San José de Feliciano; uno con asiento en la ciudad de Villaguay,
que ejerce su competencia territorial en el departamento del mismo
nombre; un juez con asiento en la ciudad de Nogoyá, que ejerce su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre; uno con
asiento en la ciudad de Gualeguay, que ejerce su competencia territorial
en el departamento del mismo nombre. Tres con asiento en la ciudad de
Gualeguaychú, que ejercen competencia territorial en el departamento del
mismo nombre. Un juez con asiento en la ciudad de Victoria, que ejercerá
su competencia territorial en el departamento del mismo nombre. Uno con
asiento en la ciudad de Rosario del Tala, que ejerce su competencia
territorial en el departamento de Tala. Dos con asiento en la ciudad de
Colón, que ejercen su competencia territorial en el departamento del
mismo nombre. Uno con asiento en la ciudad de Diamante, que ejerce su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre. Uno con
asiento en la ciudad de Federal, que ejerce su competencia territorial en el
departamento del mismo nombre. Uno con asiento en la ciudad de Chajarí,
que ejerce su competencia territorial en los distritos Tatuti, Atencio al Este
y Mandisoví del departamento de Federación, y uno con asiento en la
ciudad de Federación, que ejerce su competencia territorial en el distrito
Gualeguaycito del departamento de Federación (art. 61, ley 6902, modif.
por las leyes 7304, 7472, 8321, 8461, 8538 y 9017).
Corresponde a los jueces en lo Civil y Comercial conocer y decidir: en
los asuntos de su materia, con excepción de los atribuidos a los Juzgados
de Paz; en los recursos que se interpongan contra las resoluciones de los
jueces de Paz del territorio de su jurisdicción; en las cuestiones de
competencia que se susciten entre los jueces de Paz a que se refiere
el inciso anterior y en los recursos de queja por retardo o denegación de

366 
 
justicia, así como en los incidentes de excusación y recusación de los
mismos jueces de Paz (art. 62, ley 6902).
Funcionan asimismo en la provincia jueces en lo Civil y Comercial y de
Instrucción, a quienes incumbe conocer y decidir en los asuntos de su
materia, con excepción de los atribuidos a los Juzgados de Paz; en los
recursos que se interpongan contra las resoluciones de los jueces de Paz
del territorio de su jurisdicción; en las cuestiones de competencia que se
susciten entre los jueces de Paz a que se refiere el inciso anterior; en los
recursos de queja por retardo o denegación de justicia, y en los incidentes
de excusación y recusación de los mismos jueces de Paz y en los casos
previstos en el Código Procesal Penal y leyes complementarias (art.
65, ley 6902).
e) Sin perjuicio de lo dispuesto, habrá en la provincia los siguientes
jueces del Trabajo: tres con asiento en la ciudad de Paraná, que ejercen
su competencia territorial en los departamentos de Paraná, La Paz,
Feliciano, Diamante, Nogoyá, Victoria y Gualeguay; cinco con asiento en
la ciudad de Concordia, que ejercen su competencia territorial en los
departamentos de Concordia, Federal y Federación; dos con asiento en la
ciudad de Concepción del Uruguay, que ejercen su competencia territorial
en los departamentos de Uruguay, Colón, Villaguay y Tala, y tres con
asiento en la ciudad de Gualeguaychú, que ejercen su competencia
territorial en el departamento del mismo nombre (art. 67, ley 6902, modif.
por las leyes 8361, 8474 y 8582).
f) Existen en la provincia los siguientes jueces correccionales: dos con
asiento en la ciudad de Paraná, que ejercerán su competencia territorial
en los departamentos de Paraná y Diamante; uno con asiento en la ciudad
de Concordia, que ejerce su competencia territorial en los departamentos
de Concordia, Federal y Federación; uno con asiento en la ciudad de
Nogoyá, que ejerce su competencia territorial en los departamentos de
Nogoyá, Victoria y Tala; uno con asiento en la ciudad de Concepción del
Uruguay, que ejerce su competencia territorial en los departamentos de
Colón, Villaguay y Uruguay; uno con asiento en la ciudad de
Gualeguaychú, que ejerce su competencia territorial en los departamentos
de Gualeguaychú, Gualeguay e Islas del Ibicuy, y uno con asiento en la
ciudad de La Paz, que ejerce su competencia territorial en los
departamentos de La Paz y Feliciano (art. 70, ley 6902).
A dichos jueces les corresponde conocer y decidir en los delitos a que
se refiere el art. 26 del Código Procesal Penal y leyes especiales (art.
71, ley 6902).
g) Funcionan asimismo en la provincia los siguientes jueces
de instrucción: seis con asiento en la ciudad de Paraná, que ejercen su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre; cuatro con
asiento en la ciudad de Concordia, que ejercen su competencia territorial
en el departamento del mismo nombre; dos con asiento en la ciudad de

367 
 
Concepción del Uruguay, que ejercen su competencia territorial en el
departamento de Uruguay; tres con asiento en la ciudad de Gualeguaychú,
que ejercerán su competencia territorial en el departamento del mismo
nombre; uno con asiento en la ciudad de La Paz, que ejerce su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre; uno con
asiento en la ciudad de Villaguay, que ejerce su competencia territorial en
el departamento del mismo nombre; uno con asiento en la ciudad de
Nogoyá, que ejerce su competencia territorial en el departamento del
mismo nombre; uno con asiento en la ciudad de Gualeguay, que ejerce su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre; uno con
asiento en la ciudad de Victoria, que ejerce su competencia territorial en el
departamento del mismo nombre; uno con asiento en la ciudad de Rosario
del Tala, que ejerce su competencia territorial en el departamento Tala;
uno con asiento en la ciudad de Colón, que ejerce su competencia
territorial en el departamento Colón; uno con asiento en la ciudad de San
José de Feliciano, que ejerce su competencia territorial en el departamento
Feliciano; uno con asiento en la ciudad de Diamante, que ejerce su
competencia territorial en el departamento del mismo nombre; uno con
asiento en la ciudad de Federal, que ejerce su competencia territorial en el
departamento del mismo nombre; uno con asiento en la ciudad de
Federación, que ejerce su competencia territorial en el departamento del
mismo nombre; uno con asiento en la ciudad de Chajarí, que ejerce su
competencia territorial en los distritos Tatutí, Atencio al Este y Mandisoví
del departamento Federación, y uno con asiento en la ciudad de
Federación, que ejerce su competencia territorial en el distrito
Gualeguaycito del departamento de Federación. Un juez con asiento en la
ciudad de San Salvador, que ejercerá su competencia territorial en el
departamento del mismo nombre (art. 73, ley 6902, modif. por las leyes
7918, 8321, 8461, 8473, 8582, 9049 y 9285).
h) Hay en la provincia los siguientes Juzgados de Paz: dos en la ciudad
de Paraná, uno en cada una de las restantes cabeceras departamentales,
con excepción de la ciudad de Federación, y uno en cada una de las
localidades que establezca el Poder Ejecutivo (art. 76, ley 6902; ver art.
2º, ley 7220).
Para desempeñar este cargo se requiere, sin perjuicio de lo dispuesto
en el art. 152 de la Constitución provincial, tener aprobado el ciclo de
enseñanza media, ser mayor de 25 años de edad, ser ciudadano argentino
y tener residencia inmediata mínima de dos años en el departamento o
distrito en que deba ejercer sus funciones (art. 77, ley 6902).
Los Juzgados de Paz con sede en las cabeceras departamentales
tienen competencia territorial en todo el departamento, con excepción de
la que corresponda a otro Juzgado de Paz, en tanto que los restantes
tienen la competencia territorial asignada en las respectivas leyes de su
creación.

368 
 
Corresponde a los jueces de Paz conocer y decidir: en los juicios
ejecutivos civiles y comerciales, y en los procesos de ejecución o apremio
fiscal, cuando el monto reclamado no exceda de la cantidad
semestralmente actualizada, cuando resulta necesario, por el Tribunal
Superior de Justicia; en los beneficios de litigar sin gastos que se refieren
a juicios de la competencia del juzgado; en las informaciones sumarias
que sean necesarias para la obtención de beneficios previsionales o la
percepción de asignaciones familiares; en la autenticación de copias y
fotocopias de documentos privados; en la certificación de firma de
documentos privados cuando tengan por objeto la obtención de beneficios
previsionales; en los casos que les asignen leyes especiales y en los
procesos contemplados en los arts. 679 a 684 del Código Procesal Civil y
Comercial, ley 4870, cuando el monto reclamado no exceda de mil pesos,
el que puede ser actualizado en modo similar al previsto en el inc. 1º (art.
79, ley 6902, modif. por la ley 7220).
Los jueces de Paz sólo pueden ser suspendidos o removidos previo
sumario que sustanciará el Superior Tribunal, cuando mediare alguna de
las siguientes circunstancias: falta de idoneidad o aptitud moral reveladas
en el desempeño de sus funciones; negligencia en el ejercicio de éstas;
conducta privada incompatible con las funciones judiciales
o incorrecciones graves en el ejercicio de su cargo y por procesamiento o
condena por delitos, si a juicio del Tribunal les originaran
una incompatibilidad para continuar en el desempeño de sus funciones
judiciales (art. 86, ley 6902).
Las restantes normas de la ley regulan el Ministerio Público, los
secretarios y otros funcionarios y empleados, el contador, subcontador y
tesorero del Superior Tribunal y el régimen económico y financiero.

143. Formosa
a) La organización judicial de esta provincia se halla regulada por la ley
521 y sus modificatorias. Conforme a las referidas disposiciones, el Poder
Judicial de la provincia es ejercido por el Superior Tribunal de Justicia, la
Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial, las Cámaras de
Apelaciones en lo Criminal, el Tribunal del Trabajo y el Tribunal de Familia,
los jueces letrados de primera instancia, los jueces de Paz de Menor
Cuantía (pues fueron suprimidos los de Mayor Cuantía), por los Ministerios
Públicos y por los demás tribunales creados o a crearse (art. 2º, ley 521).
La provincia se divide, al efecto, en tres circunscripciones: dentro de la
primera tienen su asiento, en la ciudad de Formosa, el Superior Tribunal
de Justicia, la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial, dos
369 
 
Cámaras en lo Criminal, el Tribunal del Trabajo, el Tribunal de Familia,
cuatro Juzgados de Instrucción y Correccional con competencia territorial
en los departamentos de Formosa y Laishí; seis Juzgados en lo Civil y
Comercial, con competencia territorial en los departamentos de Formosa
y Laishí; un Juzgado de Primera Instancia de Menores y dos Juzgados de
Paz de Mayor Cuantía.
Dentro de la segunda circunscripción judicial tienen su asiento, en la
ciudad de Clorinda, la Cámara en lo Criminal, un Juzgado de Primera
Instancia en lo Civil, Comercial y del Trabajo, dos Juzgados de Instrucción
y Correccional, un Juzgado de Primera Instancia de Menores y un Juzgado
de Paz de Mayor Cuantía.
Dentro de la tercera circunscripción judicial tienen su asiento, en la
localidad de Las Lomitas, la Cámara en lo Criminal, un Juzgado de Primera
Instancia en lo Civil, Comercial y del Trabajo, dos Juzgados de Instrucción
y Correccional, un Juzgado de Primera Instancia de Menores y un Juzgado
de Paz de Menor Cuantía (art. 5º, ley 521(45)).
El Excelentísimo Superior Tribunal de Justicia estará compuesto por
cinco (5) miembros con el título de Ministro y un (1) Procurador General.
Ejercerá la jurisdicción sobre todo el territorio de la provincia, teniendo
como asiento la capital de la misma (art. 24, ley 521, según leyes
712, 1169 y 1345).
b) Sin perjuicio de los demás casos que establezcan las leyes
respectivas, el Superior Tribunal tiene competencia para: 1º) conocer y
resolver originaria y exclusivamente en las cuestiones de competencia
entre los poderes públicos de la provincia y en las que se susciten entre
las municipalidades y entre éstas y el estado provincial; 2º) ejercer la
jurisdicción originaria y de apelación para conocer y resolver acerca de la
constitucionalidad de leyes, decretos, ordenanzas o reglamentos que
estatuyen sobre materia regida por la Constitución provincial y se
controviertan por parte interesada; 3º) conocer originariamente en las
causas contencioso-administrativas cuando autoridades administrativas
denieguen o retarden el reconocimiento de los derechos reclamados por
parte interesada. En estas causas el Superior Tribunal tiene facultad de
mandar cumplir sus decisiones directamente por las oficinas o empleados
correspondientes, si la autoridad administrativa no las cumpliere en el
término que le fijase la sentencia. Los empleados comisionados para la
ejecución de las decisiones del Superior Tribunal de Justicia quedan
personalmente obligados ante éste, siendo responsables de la falta de
cumplimiento de las órdenes que a tal fin se les imparta; 4º) en los recursos
de casación, inaplicabilidad de la ley o doctrina legal y revisión; 5º) en las
quejas contra los jueces por retardo de justicia; 6º) en las recusaciones
o excusaciones de sus miembros; y 7º) decidir las cuestiones de
jurisdicción y competencia que se susciten entre jueces y tribunales de la
provincia que no tengan otro superior común (art. 26, ley 521, modif.
por ley 961). Asimismo, ejerce la superintendencia general y el poder
370 
 
disciplinario respecto de los órganos inferiores (art. 27, ley 52, modif.
por ley 961).
c) La Excelentísima Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial
estará compuesta por tres miembros y ejercerá su jurisdicción en todo el
territorio de la provincia.
Las Excelentísimas Cámaras en lo Criminal estarán integradas por tres
miembros cada una y ejercerán su jurisdicción en la Primera
Circunscripción Judicial las que tengan su asiento en la ciudad Capital; en
la Segunda Circunscripción Judicial, las que tengan su asiento en la
localidad de Clorinda, y en la Tercera Circunscripción Judicial, la que tenga
su asiento en la localidad de Las Lomitas. Actuarán con un Secretario y la
dotación del personal que se les asigne.
Son requisitos para ser juez de las Cámaras en lo Criminal y de las
Cámaras en lo Civil y Comercial: ser ciudadano argentino nativo, tener
título de abogado expedido por Universidad oficial argentina, 30 años de
edad y cuatro, por lo menos, en el ejercicio activo de la profesión o de la
magistratura (art. 30, ley 521, según ley 961).
Cada Cámara de Apelaciones es Tribunal de Alzada respecto de los
fallos y demás providencias recurribles dictadas por los jueces de
primera instancia de la provincia en sus respectivos fueros. Las Cámaras
en lo Criminal ejercerán su jurisdicción conforme con las prescripciones
del Código de Procedimientos en lo Penal. Las causas de los Juzgados de
Menores serán recurribles ante una u otra Cámara, según la naturaleza
civil o penal del tema sujeto a proceso (art. 35, ley 521, según leyes
638, 961 y 1555).
d) El Tribunal del Trabajo ejerce su jurisdicción en todo el territorio de la
provincia en la forma prescripta por la respectiva Ley de Procedimientos y
tiene su asiento en la ciudad de Formosa. Está integrado por nueve
miembros y actúa dividido en tres salas de tres miembros cada una, con
jerarquía y retribución de jueces de Cámara (art. 36, ley 521, según leyes
638 y 712).
e) Los jueces letrados de primera instancia tienen su competencia en la
circunscripción correspondiente a su respectivo asiento y se turnan en el
conocimiento de las causas de su competencia según el orden que
establezca para ello el Superior Tribunal (arts. 41 y 42, ley 521).
f) La jurisdicción de Menores es ejercida, en la primera circunscripción
judicial, por un Tribunal de Familia y un Juzgado de Menores, ambos con
asiento en la ciudad de Formosa; en la segunda y tercera circunscripciones
judiciales, por un Juzgado de Primera Instancia de Menores, en cada una
de ellas, con asiento en Clorinda y Las Lomitas, respectivamente (art.
46, ley 521).

371 
 
El Tribunal de Familia está compuesto por tres jueces, con jerarquía y
retribución de jueces de Cámara, cuyos integrantes deben reunir los
mismos requisitos que éstos.
Dicho tribunal conoce y decide: 1º) en los juicios de divorcio, nulidad de
matrimonio, filiación y causas referidas a autorizaciones para contraer
matrimonio u oposición a su celebración; 2º) en todos los juicios de
suspensión y privación de la patria potestad, de suspensión o remoción de
la tutela, curatela o guarda de menores, de estado de abandono y privación
de la tenencia, en los casos previstos en el Código Civil y la ley nacional
10.903; 3º) en los juicios de alimentos, adopción, tutela, curatela y tenencia
de hijos; 4º) en la inscripción de nacimientos y rectificación de partidas
correspondientes a menores; 5º) en las venias supletorias de los menores
sometidos a su jurisdicción, en los casos de disenso o en cualquier otra
situación que aquéllas fueren solicitadas; 6º) en toda cuestión que se
relacione con la instrucción y las autorizaciones especiales relativas al
trabajo de menores, y 7º) en todos los casos de declaración
de incapacidad, demencia e inhabilitación (art. 49, ley 521, según leyes
966, 1007 y 1465).
Para el cumplimiento de su misión, el juez de Menores tiene todas las
facultades de los jueces del fuero en lo Criminal (art. 53, ley 521).
g) Ante los jueces de Paz de Menor Cuantía el procedimiento será
verbal y actuado, sin formas especiales, siempre que se preserve el
derecho de defensa y se posibilite a las partes el ofrecimiento y producción
de pruebas. No será necesario patrocinio letrado y se resolverá a verdad
sabida y buena fe guardada. Dictada la sentencia y practicada —en su
caso— la liquidación, si el obligado al pago no satisface la presentación en
el término que el juez le fije, podrá iniciarse el trámite de ejecución de
sentencia ante el mismo juzgado en la forma que lo establezca el Superior
Tribunal de Justicia a través de la respectiva reglamentación, sin perjuicio
de la facultad de optar el acreedor a iniciar el trámite ante el Juzgado de
Paz de Mayor Cuantía de la jurisdicción, sin perjuicio de lo dispuesto en el
art. 57 respecto de los de El Colorado y Las Lomitas (art. 61, ley
521, según leyes 638 y 961. Los Juzgados de Paz de Mayor Cuantía
fueron suprimidos por ley 1007(46)).

144. Jujuy
a) La justicia de esta provincia se halla regulada por la ley
4055, parcialmente modificada por la ley 4088(47), conforme a las cuales el
Poder Judicial es ejercido por el Superior Tribunal de Justicia; la Cámara
en lo Penal; el Tribunal de Trabajo; la Cámara en lo Civil y Comercial; la
372 
 
Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial; el Tribunal de Familia; los
jueces de Instrucción en lo Penal; los jueces en lo Civil y Comercial; los
jueces de Paz, y los demás organismos jurisdiccionales.
b) El Superior Tribunal de Justicia está integrado por cinco vocales
nombrados con arreglo a lo que dispone la Constitución de la provincia y
las leyes pertinentes (art. 43, ley 4055), y su presidente es nombrado por
el Poder Ejecutivo dentro de los cinco vocales, durando cuatro años en sus
funciones como tal, salvo que haya dejado de tener el correspondiente
acuerdo (art. 47, ley 4055).
Le corresponde representar al Superior Tribunal en los actos
protocolares, ante los otros poderes públicos y, en general, en todas sus
relaciones con funcionarios, entidades o personas; recibir y dirigir la
correspondencia oficial, consultando al Superior Tribunal cuando lo estime
necesario; dirigir la tramitación de las causas hasta el estado de dictar
sentencia, o conforme a las normas que fijare el Superior Tribunal; cuidar
el orden y economía del Tribunal y dependencias del Poder Judicial y
ejercer las potestades de policía en el Palacio, sin perjuicio de las
conferidas a otros jueces; proveer en los casos urgentes sobre asuntos de
administración y superintendencia, con cargo de dar cuenta al Tribunal
cuando fuere necesario. Puede en este sentido imponer suspensiones
hasta por cinco días; conceder licencias a los magistrados y funcionarios,
y a los empleados del Superior Tribunal, hasta por diez días, pudiendo
pasar los pedidos al acuerdo cuando lo estime conveniente; efectuar
visitas a los juzgados y a los demás tribunales y dependencias del Poder
para enterarse del estado de las causas, adoptando las medidas que
resultaren convenientes; ejercer las demás funciones que le asigne el
reglamento interno o las acordadas del Superior Tribunal (art. 48, ley
4055).
El Superior Tribunal de Justicia ejerce la superintendencia del Poder
Judicial, conforme a lo dispuesto por la Constitución de la provincia y en
tal sentido está facultado, entre otras funciones, para expedir acuerdos y
disposiciones supletorias de la Ley Orgánica y las reglamentarias que
juzgue oportunas; fijar el horario de los tribunales y de todos los
organismos de su dependencia; nombrar y remover a los empleados de la
administración de justicia; conceder licencia a los magistrados,
funcionarios y empleados; prestar acuerdo al Poder Ejecutivo para el
nombramiento de los escribanos de registro; hacer la designación anual,
por sorteo, de diez abogados de la matrícula, domiciliados en la provincia,
para reemplazar a los magistrados y funcionarios en los casos que
corresponda; llevar el registro de sanciones disciplinarias; practicar, por lo
menos dos veces al año, acompañados por los magistrados, funcionarios
de la justicia en lo Criminal y Correccional, visitas generales de cárceles;
elevar al Poder Ejecutivo, antes del 31 de marzo de cada año y, fuera de
esta oportunidad, cuando lo considere conveniente, una memoria
o informe sobre el estado y necesidades del Poder Judicial, lo mismo que

373 
 
el proyecto de presupuesto, explicando y fundando los cambios y
agregados al del año anterior; disponer la publicación periódica de las
sentencias que se dicten, conforme a la reglamentación que deberá
establecer, etc. (art. 49, ley 4055).
En cuanto a su competencia material, dicho Tribunal conoce y resuelve,
en primera y única instancia, en acuerdo plenario y por simple mayoría de
votos en las causas expresamente previstas en la Constitución de la
provincia (art. 118, incs. 2º y 3º); en los juicios de responsabilidad civil de
sus miembros y de los jueces por dolo o culpa grave en el desempeño de
sus funciones; y en las demás cuestiones que, en tal carácter, le atribuyan
la Constitución y las leyes de la provincia (art. 53, ley 4055).
Conoce asimismo, en la misma forma, en los recursos de casación
e inconstitucionalidad establecidos por las leyes; en los casos que deba
uniformar jurisprudencia por haber desacuerdo entre tribunales o
juzgados inferiores, o en otros casos de importancia que debe determinar
el Tribunal según el procedimiento que éste prescriba; y en las demás
cuestiones que, en tal carácter, le atribuyan las leyes (art. 54, ley 4055).
c) Los miembros de las Cámaras y del Tribunal del Trabajo son
designados por el Poder Ejecutivo con acuerdo de la Legislatura y duran
cuatro años en el desempeño de sus funciones, pudiendo ser reelegidos.
Sin embargo, pueden ser removidos por las causales y en la forma
establecida por la Constitución de la provincia(48)(art. 61, ley 4055).
Contra las sentencias de los órganos colegiados, incluso las del
Tribunal del Trabajo, no caben otros recursos que los de
casación, inconstitucionalidad y aquellos previstos en el Código Procesal
Penal para este fuero (art. 65, ley 4055).
La Cámara en lo Penal se constituirá de cuatro salas, cada una de
ellas integrada por tres jueces, todas con sede en la ciudad de San
Salvador de Jujuy y con jurisdicción en todo el territorio de la provincia. Las
salas conocerán en las causas establecidas en el Código Procesal Penal y
una de ellas entenderá en los recursos de apelación y de queja por
apelación denegada que se interpongan en contra de las resoluciones de
los jueces de Instrucción en lo Penal y de Menores (art. 66, ley
4055, modificado por la ley 5262).
El Tribunal del Trabajo compone el fuero laboral de conformidad con lo
dispuesto en la Ley de la Magistratura y en el Código Procesal del Trabajo.
Tiene su asiento en la Capital y competencia en toda la provincia.
Dicho tribunal se divide en salas, cada una de las cuales está integrada
por tres jueces letrados, correspondiéndole el conocimiento y decisión de
las causas que le atribuyen la Ley de la Magistratura y el Código Procesal
del Trabajo, así como las demás leyes especiales (art. 68, ley 4055).
La Cámara en lo Civil y Comercial se dividirá en salas. Cada sala
estará integrada por tres jueces letrados y tendrán su asiento en la capital
374 
 
de la provincia, en San Pedro de Jujuy y en la ciudad o ciudades que se
determinen. La jurisdicción territorial de cada sala será, según su sede, la
que determina el art. 66. La Cámara en lo Civil y Comercial conocerá y
resolverá en única instancia y juicio oral, de toda contienda judicial entre
partes que no tenga señalada una tramitación especial en el Código
Procesal Civil de la provincia, en esta Ley Orgánica y demás leyes
especiales (art. 70, ley 4055, modificado por la ley 4341).
Cuando una sala de la Cámara en lo Civil y Comercial estime que la
complejidad de los hechos controvertidos pone de relieve la conveniencia
de que el proceso sea tramitado conforme a las normas del juicio ordinario
escrito, así debe declararlo, en simple providencia, elevando el expediente
al Superior Tribunal dentro de las veinticuatro horas. Pero esta decisión no
puede adoptarse, en ningún caso, después de haberse dictado la
resolución que convoca a las partes a juicio oral (art. 72, ley 4055).
La Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial se divide en salas,
cada una de las cuales está integrada por tres jueces letrados, tiene su
asiento en la ciudad Capital y competencia en toda la provincia. Conoce y
decide: en los recursos de apelación y quejas que se interpongan en
contra de las resoluciones de los jueces en lo civil y comercial con asiento
en la Capital y San Pedro de Jujuy; en los recursos de apelación que
se interpongan en contra de las decisiones de los jueces de Comercio y
de Minas(49); en las causas de recusación y excusación de sus miembros
y de sus reemplazantes legales y en los demás casos que establezcan las
leyes (art. 73, ley 4055).
Funciona un Tribunal de Familia(50)que puede dividirse en salas, cada
una de las cuales está integrada por tres jueces letrados, que tienen su
asiento en la Capital o en la ciudad que se designe y competencia en toda
la provincia. Como tribunal de instancia única, conoce y decide: en los
juicios ordinarios escritos de divorcio, nulidad de matrimonio y filiación; en
los juicios sumarios de ejercicio de la patria potestad y de
cesación, aumento o disminución de alimentos; en los juicios sumarísimos
de alimentos, litisexpensas, tenencia de hijos y disenso; en los juicios de
adopción; en las demás cuestiones vinculadas al derecho de familia; en
los juicios sucesorios, y en las causas de recusación o excusación de sus
miembros y reemplazantes legales.
Los procesos de conocimiento del Tribunal de Familia se tramitan por
cada sala de acuerdo con las normas establecidas en el Código Procesal
Civil, del siguiente modo: 1º) cada juez tiene a su cargo la instrucción de
los juicios que se le asignen, hasta el llamamiento de autos para
sentencia inclusive, y luego intervenir en el procedimiento de su ejecución;
2º) la sentencia es dictada por todos los miembros de la sala, debiendo
votar en primer término el juez que tuvo a su cargo la instrucción, pero en
caso de ausencia o impedimento de algunos de los miembros de la sala,
cabe dictar sentencia con el voto acorde de dos de sus miembros; 3º) las
resoluciones que se dicten en el curso del proceso y en el procedimiento
375 
 
de ejecución de sentencia, son recurribles cuando ello proceda, por el
recurso de revocatoria ante el juez que lo instruye y por el de apelación
ante el tribunal en pleno, debiendo aquél votar en primer término (art.
75, ley 4055(51)).
d) Los jueces de instrucción en lo Penal deben ser letrados, ejercen su
jurisdicción en toda la provincia y tienen su asiento en la Capital o en la
ciudad que se determine, entendiendo en las causas de su competencia
conforme al turno que establezca el Superior Tribunal de Justicia.
Dichos jueces investigan los delitos en los que proceda la instrucción
judicial, decretando las medidas que correspondan conforme a la ley
procesal de la materia y conocen, además, en los casos que establezcan
las leyes (art. 78, ley 4055(52)).
Los jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial serán letrados y
tendrán su asiento en la Capital de la provincia, en San Pedro de Jujuy, en
Libertador General San Martín, en ciudad Perico y en la ciudad o ciudades
que se determinen. Los jueces con asiento en la ciudad Capital tendrán
jurisdicción en toda la provincia, con excepción de los departamentos
asignados a la competencia territorial de otros jueces. Los jueces con sede
en San Pedro de Jujuy tendrán competencia territorial en los
departamentos de San Pedro y Santa Bárbara. Los jueces con sede en
Libertador General San Martín tendrán competencia en los departamentos
de Ledesma y Valle Grande. Los jueces con sede en ciudad Perico tendrán
competencia en el departamento de El Carmen. Los jueces de
primera instancia en lo Civil y Comercial con la misma sede se
reemplazarán entre sí y sucesivamente por los Defensores Oficiales y
abogados de la lista (art. 80, ley 4055,modificada por las leyes 5014 y
5293).
Dentro de su jurisdicción conocen y resuelven en los procesos que
deban sustanciarse por el trámite del juicio ordinario escrito y del juicio
sumarísimo que no sean de competencia del Tribunal de Familia; en los
procesos voluntarios y universales, con excepción de los sucesorios; en
los juicios ejecutivos, de apremios y desalojos; en los juicios de deslinde,
mensura y amojonamiento; en los juicios de constitución de tribunal
arbitral; en los juicios de apelación y quejas que se deduzcan contra las
decisiones de los jueces de Paz y en los demás casos que establecerán
las leyes (art. 81, ley 4055).
e) Los jueces de Paz son nombrados en la forma y por el tiempo
establecido por la Constitución de la provincia y residen en la zona donde
deban ejercer sus funciones, sin perjuicio de poder trasladarse a cualquier
punto de su competencia territorial cuando sea necesario. Son auxiliares
de los juzgados y tribunales de justicia y, en tal carácter, deben presentar
su cooperación a todos los demás magistrados y funcionarios judiciales
(art. 82, ley 4055).

376 
 
Dentro de las respectivas competencias territoriales asignadas,
conocen en todos los asuntos civiles y comerciales cuyo monto no exceda
del valor equivalente al salario mínimo, vital y móvil, mensual, vigente al
momento de considerar cada caso; en las demandas reconvencionales,
siempre que su importe no exceda la cantidad establecida en el inciso
anterior y en los demás casos y cuestiones que les atribuyan las leyes (art.
84, ley 4055).
Les corresponde, además, desempeñar las comisiones que les sean
conferidas por los demás jueces o autoridades judiciales; practicar
medidas cautelares en asuntos que no sean de su competencia, siempre
que fuere necesario, debiendo dar cuenta de inmediato al juez
competente, dentro del plazo fijado en la ley
procesal; extender instrumentos públicos, con excepción de escrituras de
transmisión de dominios e hipotecas de bienes raíces, cuando no existiere
escribano de registro en la respectiva zona, pero deben prevenir a
los interesados, en el mismo instrumento, la obligación de hacerlos
protocolizar dentro de los treinta días, cuando deban serlo por las leyes
generales; requerir el auxilio de la fuerza pública a la autoridad policial
para el cumplimiento de sus resoluciones o de las diligencias o comisiones
y proveer, en los casos urgentes, a la colocación de los menores que no
tuvieren padres, tutores o guardadores dando cuenta de inmediato a la
Defensoría de Menores e Incapaces a los efectos que hubiere lugar (art.
85, ley 4055).
f) Las restantes normas de la Ley Orgánica de esta provincia regulan el
Ministerio Público, los secretarios y empleados, la contaduría y el
Departamento Médico del Poder Judicial, el Archivo de Tribunales, el
Registro Público de Comercio y los profesionales auxiliares (abogados,
escribanos y rematadores).

145. La Pampa
a) La Administración de Justicia de la provincia será ejercida por un
Superior Tribunal de Justicia; un Tribunal de Impugnación Penal; las
Cámaras de Apelaciones en lo Civil, Comercial, Laboral y de Minería; las
Audiencias de Juicio; los Juzgados de Primera Instancia con competencia
en lo Civil, Comercial, Laboral o de Minería; los Juzgados de la Familia y
del Menor; los Juzgados de Control; los Juzgados de Ejecución Penal; los
Juzgados de Faltas; los Juzgados Regionales Letrados; los Juzgados de
Paz y los demás tribunales creados por ley (art. 1º, ley 2574).
Integran además el Poder Judicial el Procurador General ante el
Superior Tribunal de Justicia; los Fiscales Generales, Fiscales, Fiscales
377 
 
Adjuntos, Defensor General, Defensores y Asesores de Menores; los
Secretarios y Prosecretarios y los Directores, los Jefes y Encargados de
los Archivos, los Médicos Forenses, de Reconocimiento, Oficiales de
Justicia y los empleados (art. 2º, ley 2574).
b) El Superior Tribunal de Justicia se compondrá de cinco magistrados,
ejercerá su jurisdicción sobre todo el territorio de la provincia y tendrá
asiento en la Capital de la misma (art. 35, ley 2574).
El Superior Tribunal de Justicia funcionará dividido en salas
cuya integración, organización y competencia la dispondrá el propio
Tribunal mediante Acordada. Será necesario el funcionamiento en pleno
del Superior Tribunal: a) Para las decisiones de gobierno del Poder
Judicial; y b) Para resolver en jurisdicción originaria las demandas
de inconstitucionalidad previstas por el art. 97, inc. 1º, de la Constitución
provincial. El Cuerpo podrá expedirse con el voto coincidente de su
mayoría y redactar sus pronunciamientos en forma impersonal (art. 37, ley
2574).
Sin perjuicio de los demás casos que establezcan las leyes respectivas,
el Superior Tribunal tiene competencia: a) Originaria o por apelación para
conocer y resolver sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad de
leyes, decretos, ordenanzas, edictos, resoluciones o reglamentos que
versen sobre materia regida por la Constitución provincial y que se
cuestionen por parte interesada. Las demandas declarativas
de inconstitucionalidad deberán ajustarse a los términos de los arts. 304 y
concordantes del Código Procesal Civil y Comercial de la provincia de La
Pampa; b) Originaria y exclusiva para conocer y resolver: 1) En los casos
establecidos por el art. 97, inc. 2º, aparts. a), b) y c) de la Constitución; 2)
En las causas contencioso administrativas, previa denegación o
retardación de la autoridad administrativa competente a los derechos que
se cuestionaran por parte interesada; 3) En los juicios sobre
responsabilidad por errores judiciales en materia penal, de acuerdo al art.
12 de la Constitución; y 4) En las recusaciones o excusaciones de sus
miembros y en las cuestiones de competencia entre Tribunales de distintas
Circunscripciones o fueros que se susciten entre magistrados que no
tengan un órgano jerárquico superior común; c) Por jurisdicción
recurrida: 1) En los recursos de casación, extraordinarios, de revisión y de
apelación, de conformidad, con el art. 97, incs. 1º, 2º y 10, de la
Constitución y leyes procesales; y 2) En las quejas contra los Tribunales y
jueces inferiores por retardo o denegación de justicia, de acuerdo a las
leyes procesales (art. 38, ley 2574).
El Superior Tribunal tiene además las siguientes atribuciones y
deberes: a) Las establecidas especialmente en el art. 97, incs. 4º, 5º, 6º,
7º, 8º, 9º de la Constitución; b) Expedir el informe determinado en el art.
81, inc. 10, de la Constitución, en las solicitudes de indulto y conmutación
de pena; c) Preparar y remitir el cálculo de recursos, gastos e inversiones
del Poder Judicial, para su consideración por la Cámara de
378 
 
Diputados, informando al Poder Ejecutivo. Deberá asimismo vigilar su
ejecución; d) Dictar reglamentos y expedir acordadas sobre prácticas
judiciales o usos forenses estableciendo las normas necesarias para la
aplicación de los Códigos Procesales y de esta ley; e) Ejercer la
superintendencia general sobre todos los organismos del Poder Judicial; f)
Designar con quince (15) días de anticipación los jueces y funcionarios de
feria; g) Practicar visitas de inspección y auditorías de la gestión judicial y
administrativa en los tribunales, juzgados y organismos del Poder Judicial,
las que podrá llevar a cabo en forma directa o por delegación al Procurador
General, magistrados, funcionarios o por auditores externos según la
conveniencia o necesidades del servicio; h) Practicar visitas de cárcel
cuando lo estime necesario; i) Fijar el horario de las oficinas del Poder
Judicial y disponer ferias o asuetos judiciales y suspender los plazos
cuando un acontecimiento especial lo requiera; j) Ejercer la potestad
disciplinaria y correctiva sobre la conducta de sus miembros, de los demás
magistrados, funcionarios y empleados; k) Ordenar de oficio, por denuncia
o a requerimiento de otros organismos judiciales, la instrucción de
sumarios administrativos, cuando corresponda, por las faltas que se
imputen a magistrados y funcionarios de la Administración de Justicia,
pudiendo suspenderlos durante su sustanciación, la que no podrá exceder
de sesenta (60) días; l) Resolver los recursos que le competan contra las
medidas disciplinarias y correctivas aplicadas por los demás órganos,
magistrados y funcionarios judiciales, conforme a lo dispuesto en la
presente ley; ll) Reglamentar las condiciones, procedimientos y
oportunidad para efectuar el llamado a inscripción para confeccionar por
fueros los padrones de magistrados y funcionarios sustitutos, conforme lo
previsto por el art. 19 y ss. de la presente ley; m) Disponer en casos de
emergencia y con carácter excepcional, el traslado o asignación de tareas
complementarias a funcionarios o empleados que no gozaren
de inamovilidad dentro de la Circunscripción en la que se desempeñan,
por un tiempo determinado y cuando razones de mejor servicio así lo
aconsejen; n) Practicar en acto público en el mes de diciembre de cada
año, el sorteo del juez de Primera Instancia de la Capital que haya
de integrar el Tribunal Electoral; ñ) Ordenar la inscripción en la matrícula
de los profesionales auxiliares de la justicia y actualizarla periódicamente
en la forma que se reglamente, siempre que tales facultades no se
atribuyan por ley a otra entidad; o) Ejercer la facultad del Tribunal de
Superintendencia en los registros notariales, conforme con la ley
respectiva; p) Practicar en acto público, en el mes de diciembre de cada
año, el sorteo de los profesionales auxiliares de la Administración de
Justicia, que hayan de integrar las nóminas para los nombramientos de
oficio y la lista de peritos; q) Confeccionar para su consideración por la
Cámara de Diputados de la provincia, las listas de conjueces y
funcionarios ad hoc y la de magistrados y funcionarios sustitutos; r) Llevar,
además de los libros que exigieren los Códigos y leyes procesales, los
siguientes: 1) De faltas, donde se anotarán suspensiones, arrestos, multas

379 
 
y apercibimientos decretados por los Tribunales contra los miembros del
Poder Judicial y auxiliares de la Justicia; y 2) De plazos, a los fines del
contralor de plazos para fallar, que podrá ser examinado por los litigantes,
abogados y procurados, en el que se harán constar la fecha de entrada de
las causas, remisión de los expedientes a cada uno de los miembros del
Tribunal y la fecha en que éstos lo devuelven con votos o proyectos de
resolución; s) Disponer privativamente sobre edificios, cambios de sede y
destino de los locales, que asignare a los organismos del Poder Judicial; t)
Proyectar anualmente la readecuación de los montos de las multas
dispuestas por esta ley, por los Códigos Procesales y reglamentos que
dicte, para su consideración por la Cámara de Diputados; y u) Cumplir las
demás funciones que le atribuyen esta ley y los Códigos Procesales,
pudiendo delegar facultades de superintendencia y de aplicación del
régimen disciplinario en los Tribunales u organismos que considere
conveniente (art. 39, ley 2574).
La Presidencia del Superior Tribunal será ejercida durante un año por
aquel de sus miembros que el mismo Tribunal designe en el mes de
diciembre. El miembro designado no podrá ser reelecto hasta tanto no
hayan desempeñado la Presidencia todos los integrantes del cuerpo, lo
que harán turnándose sucesivamente; sólo excepcionalmente y por
motivos graves y suficientemente fundados, el cuerpo, por unanimidad del
resto de sus integrantes, podrá eximir al miembro a quien corresponda
ejercer la Presidencia, del cumplimiento de esa obligación. En ese
supuesto procederá a designar al miembro del Tribunal que siga en turno.
En la misma oportunidad en que el Tribunal designe al Presidente
procederá a designar a otro Miembro del Cuerpo para que sustituya a
aquél, en el caso de impedimento, renuncia, recusación, licencia o
vacancia del cargo (art. 40, ley 2574).
Son deberes y atribuciones del Presidente, independientemente de los
que tenga por otras leyes y sin perjuicio de poder delegarlos con Acuerdo
del Superior Tribunal: a) Representar al Superior Tribunal en todo acto
oficial; b) Ejercer la dirección administrativa general y velar por el estricto
cumplimiento de los Reglamentos y Acordadas, adoptando en tales casos
las medidas necesarias; c) Cumplir y hacer cumplir las resoluciones del
Tribunal, relativas a la administración y librar las comunicaciones que
correspondan, informando al Cuerpo en la primera reunión; d) Recibir el
juramento al personal del Poder Judicial y auxiliares del mismo, pudiendo
delegar dicha facultad siempre que no se atribuya por ley a otro
organismo; e) Ejercer la potestad disciplinaria y correctiva sobre la
conducta de los empleados, conforme a lo dispuesto en esta ley. Ordenar
la instrucción de sumarios administrativos por falta que se les impute a los
empleados de la Administración de Justicia, ya sea de oficio, por denuncia
o a requerimiento de otro organismo; f) Ejercer potestad disciplinaria y
correctiva sobre el personal dependiente del Superior Tribunal y sobre
profesionales, auxiliares y particulares; g) Visar las cuentas de Contaduría,

380 
 
de conformidad con las disposiciones vigentes; h) Certificar
los instrumentos públicos y demás documentos cuya autenticación sea
necesaria; e i) Cumplir con los demás deberes que le impone la
Constitución y las leyes provinciales (art. 41, ley 2574).
c) Habrá dos Cámaras de Apelaciones en lo Civil, Comercial, Laboral y
de Minería integradas cada una por cinco jueces, divididas en dos salas
de dos miembros cada una, con un Presidente común a ambas y
funcionarán de acuerdo al reglamento que se dicte. La Cámara con asiento
en Santa Rosa tendrá la competencia territorial que corresponde a la
Primera, Tercera y Cuarta Circunscripciones Judiciales. La Cámara con
asiento en General Pico tendrá la competencia territorial que corresponde
a la Segunda Circunscripción Judicial. Funcionarán con tres miembros,
quedando el Superior Tribunal de Justicia facultado a aumentar su número
a cinco cuando lo considere necesario y disponer en esa oportunidad su
división en salas bajo una Presidencia común (art. 48, ley 2574).
El Presidente de cada Cámara será designado y reemplazado en la
forma prescripta por el art. 40 (art. 50, ley 2574).
Las Cámaras de Apelaciones tendrán competencia para decidir: a) En
los recursos de apelación que procedan contra resoluciones de los Jueces
de Primera Instancia en lo Civil, Comercial, Laboral y de Minería, de los
Jueces de Ejecución, Concursos y Quiebras, y de los Jueces Regionales
Letrados; b) En los recursos de queja por justicia denegada o retardada
deducidos contra los Jueces de Primera Instancia en lo Civil, Comercial,
Laboral y de Minería, de los Jueces de Ejecución, Concursos y Quiebras,
y de los Jueces Regionales Letrados; c) Originariamente de las quejas por
retardo de justicia imputable a su Presidente o a uno de sus miembros, de
las recusaciones y excusaciones de sus miembros y del Fiscal y de las
cuestiones de competencia entre los Jueces de Primera Instancia en lo
Civil, Comercial, Laboral y de Minería, los Jueces de Ejecución, Concursos
y Quiebras, y Jueces Regionales Letrados; y d) En los demás recursos
previstos en las leyes de Protección a la Familia y al Menor (art. 52, ley
2574).
Las Cámaras tendrán las siguientes atribuciones: a) Cumplir y hacer
cumplir las comisiones que le confieran otros Tribunales; b) Ejercer la
potestad disciplinaria sobre el personal de su directa dependencia con
arreglo a lo dispuesto por esta ley; c) Ejercer el poder de policía; d) Ejercer
la potestad correctiva prevista en esta ley; e) Dictar reglamentos de
orden interno, con conocimiento del Superior Tribunal; f) Confeccionar
trimestralmente la estadística del Tribunal, remitiéndola al Superior
Tribunal de Justicia; g) Efectuar la designación de su Presidente; y h)
Llevar los libros requeridos por las normas procesales y los que fije el
reglamento (art. 53, ley 2574).
Son obligaciones y atribuciones del Presidente de la Cámara: a)
Representar a la Cámara; b) Ejecutar sus decisiones; c) Proponer las

381 
 
medidas que juzgue oportunas para el mejor funcionamiento de la
Cámara; d) Ejercer la potestad disciplinaria y correctiva sobre el personal
de su directa dependencia, sobre profesionales auxiliares de justicia y
particulares; e) Ejercer el poder de policía; f) Dictar las providencias
simples, sin perjuicios del recurso de reposición ante la Cámara; y g) Dirigir
las audiencias (art. 54, ley 2574).
d) Los Jueces de Primera Instancia en lo Civil, Comercial, Laboral y de
Minería entenderán en todas las causas cuyo conocimiento no esté
legalmente atribuido a otros órganos jurisdiccionales. Sin perjuicio de ello,
facúltase al Superior Tribunal de Justicia a establecer la división de
competencia por materia, cuando lo estimare oportuno para la mejor
Administración de Justicia (art. 77, ley 2574).
Habrá diez Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial,
Laboral y de Minería; seis con asiento en la ciudad de Santa Rosa, con
competencia sobre la Primera y Cuarta Circunscripciones Judiciales; tres
con asiento en lo ciudad de General Pico, con competencia sobre la
Segunda Circunscripción Judicial y uno con asiento en la ciudad de
General Acha, con competencia sobre la Tercera Circunscripción Judicial.
También habrá un Juzgado de Primera Instancia de Ejecución, Concursos
y Quiebras, con asiento en la ciudad de Santa Rosa, con competencia en
la Primera Circunscripción Judicial. Funcionarán, además, dos Juzgados
de Primera Instancia en lo Laboral, uno con asiento en Santa Rosa y con
competencia sobre la Primera y Cuarta Circunscripciones Judiciales y otro
con asiento en General Pico, con competencia sobre la Segunda
Circunscripción Judicial. Al entrar en funcionamiento los Juzgados
mencionados en el párrafo precedente, los de Primera Instancia en lo Civil,
Comercial, Laboral y de Minería perderán tales competencias a favor del
Juzgado específico de su respectiva Circunscripción Judicial (art. 78, ley
2574).
Los Jueces de Primera Instancia en lo Civil, Comercial, Laboral y de
Minería entenderán: a) En todas las causas civiles, laborales, de minería
y comerciales que no le estén asignadas a otro juzgado por esta ley; b) En
los recursos interpuestos contra las resoluciones de los Jueces de Paz y
en las cuestiones de competencia que se susciten entre los mismos; y c)
En las quejas contra los Jueces de Paz por retardo o denegación de
justicia y de sus recusaciones y excusaciones, en Alzada. El Juzgado de
Ejecución, Concursos y Quiebras tendrá la competencia en razón de la
materia que fije el Superior Tribunal de Justicia (art. 81, ley 2574).
Los Jueces de Primera Instancia en lo Civil, Comercial, Laboral y de
Minería tendrán los siguientes deberes y atribuciones: a) Los prescriptos
para la Cámara Civil por el art. 53, con excepción de lo establecido en
el inc. g); y b) Integrar el Tribunal Electoral previsto por el art. 51 de la
Constitución, si tuviere su asiento en la ciudad Capital de la provincia de
La Pampa. Serán designados por sorteo (art. 82, ley 2574).

382 
 
Habrá tres Juzgados de la Familia y del Menor, uno con asiento en la
ciudad de Santa Rosa, con competencia en la Primera Circunscripción
Judicial, otro en la ciudad de General Pico, con competencia en la
Segunda Circunscripción Judicial y otro en la ciudad de General Acha, con
competencia en la Tercera Circunscripción Judicial. En la Cuarta
Circunscripción Judicial entenderán los respectivos Jueces que sean
competentes de acuerdo con su fuero natural. En la Cuarta Circunscripción
Judicial la aplicación de las medidas tutelares y la competencia asistencial
será del juez Civil y Penal, respectivamente (art. 83, ley 2574).
Los Juzgados de la Familia y del Menor son competentes: a) Cuando
aparecieran como autores o partícipes de un hecho calificado por la ley
como delito, menores de 18 años de edad, en lo referente a las medidas
tutelares; b) Cuando la salud, seguridad, educación o moralidad de
menores de edad se hallare comprometida por: actos de inconducta o
delitos de los padres, tutor, guardador o terceros; c) Cuando por razones
de orfandad de los menores o de cualquier otra causa, estuvieren material
o moralmente abandonados o corrieren peligro de estarlo para brindarles
protección y amparo, procurarles educación moral e intelectual y para
sancionar en su caso la inconducta de sus padres, tutor, guardador o
terceros, conforme a las leyes que rigen en materia de minoridad y a las
disposiciones de la presente; d) Para disponer todas aquellas medidas que
sean necesarias para otorgar certeza a los atributos de la personalidad de
los menores bajo su amparo y lograr su más completa asistencia. En tal
sentido podrán ordenar, entre otros actos, el discernimiento de la tutela, la
concesión de la guarda, la inscripción de nacimientos, rectificación de
partidas, obtención de documentos de identidad, emancipación y su
revocación, habilitación de edad, autorización para viajar dentro y fuera del
país, ingresar a establecimientos educativos o religiosos o ejercer
determinada actividad; e) En las causas referentes al ejercicio, suspensión
o pérdida de la patria potestad, adopción, tenencia de menores, régimen
de visitas o venia supletoria para contraer matrimonio; f) Nulidad
e inexistencia del matrimonio, divorcio y separación; g) Alimentos; h)
Disolución y liquidación de la sociedad conyugal; i) Cuando actos
reiterados de inconducta de menores de edad obliguen a sus padres, tutor,
guardador o educadores, a recurrir a las autoridades para corregir, orientar
y educar al menor; y j) Cuando el menor sea donante de órganos de
trasplante quirúrgico (art. 84, ley 2574).

146. La Rioja
a) El Poder Judicial de la provincia es ejercido por el Tribunal Superior
de Justicia; Ministerios Públicos; las Cámaras en lo Civil, Comercial y de
383 
 
Minas; las Cámaras en lo Criminal y Correccional; las Cámaras del
Trabajo; la Cámara de Paz Letrada; los jueces de Instrucción Criminal y
Correccional; el Juzgado de Instrucción Criminal, Correccional y de Paz
Letrado; los jueces de Paz Letrados; los jueces de Paz Legos (art. 1º, ley
2425, modificado por las leyes 3262, 3711, 3856, 4824)(53).
b) El Superior Tribunal está compuesto por tres jueces (art. 41, ley cit.)
y tiene la siguiente competencia originaria y exclusiva: 1. En las demandas
que se promuevan directamente por vía de acción por inconstitucionalidad
de leyes, decretos, ordenanzas y reglamentos. 2. En los conflictos de
competencia entre las funciones del Estado provincial, entre éstas y las
municipalidades o de las municipalidades entre sí y los que se susciten
entre las Cámaras o jueces, o entre uno de éstos o cualquier autoridad
ejecutiva, con motivo de sus respectivas jurisdicciones. 3. En las causas
contencioso-administrativas, previa denegación de autoridad competente
al reconocimiento de los derechos que se gestionen por parte interesada.
La ley establecerá término y procedimiento para este recurso, y también
podrá, según la oportunidad y conveniencia futuras, crear un fuero
contencioso-administrativo al cual le trasladará esta competencia. Ejerce
jurisdicción recurrida como tribunal de casación, inconstitucionalidad,
revisión y demás casos que establezca la ley. Conoce de las resoluciones
que produzca el Tribunal de Cuentas según la forma y procedimiento que
determine la ley (arts. 139, Const. Prov., y 44 y 45, ley 2425).
c) Las Cámaras en lo Civil, Comercial, Laboral y de Minas ejercen,
en instancia única, la jurisdicción voluntaria y contenciosa y entienden en
todas las causas civiles, comerciales, laborales y de minería, cuyo
conocimiento no esté especialmente atribuido a los jueces de Paz
Letrados y Legos (art. 52, ley 2425).
d) Los Juzgados de Instrucción en lo Criminal y Correccional tienen
competencia para investigar los delitos cualquiera sea la entidad de la
pena fijada para el hecho, en el modo y forma establecidos en el Código
Procesal (art. 61, ley 2425).
e) Las Cámaras en lo Criminal y Correccional juzgan de los delitos
cualquiera sea la entidad de la pena fijada para el hecho, y conocen
además de los recursos que proceden contra las resoluciones de los
jueces de instrucción y de las recusaciones y excusaciones de éstos (art.
53, ley 2425).
f) Los jueces de la Cámara de Paz Letrados y Juzgados de Paz Letrados
ejercerán la jurisdicción voluntaria y contenciosa en sus respectivas
jurisdicciones y entenderán en las causas civiles, comerciales, laborales y
de minas, cuyos montos no excedan a lo fijado por la Acordada del
Tribunal Superior de Justicia. Queda excluida la competencia laboral
respecto de la Cámara de Paz Letrada con asiento en la ciudad Capital
cualquiera sea el monto del litigio. Desempeñarán las comisiones que les
sean encomendadas por otros jueces o tribunales. Entenderán también en

384 
 
los recursos que se interpongan contra las resoluciones de los jueces de
Paz Legos. La Cámara de Paz Letrada y los jueces de Paz Letrados
entenderán, además, en los recursos que se interpongan contra las
resoluciones de los jueces de Faltas Municipales correspondientes a sus
respectivas circunscripciones (arts. 65, ley 2425, modif. por ley 4824).
g) Los jueces de Paz Legos, sin perjuicio de las facultades que les
confieren otras leyes, tendrán competencia en los asuntos contenciosos
de su jurisdicción, en materia civil y comercial, cuando el monto del juicio
no exceda de la suma fijada por Acordada del Tribunal Superior de
Justicia. No serán competentes en los juicios concursales, acciones
reales, tanto petitorias como posesorias, laborales y de desalojo (art.
71, ley 2425, modif. por ley 4355).

147. Mendoza
a) El Poder Judicial de la provincia de Mendoza es ejercido por la
Suprema Corte de Justicia a los efectos de la administración,
superintendencia y demás atribuciones que por la ley se le acuerdan. Es
además ejercido por Cámaras de Apelaciones, jueces de primera instancia
en lo Civil y Minas, en lo Comercial, Criminal, Correccional, y jueces de
Paz y de Cuartel (arts. 1º y 2º, ley 552, modif. por el art. 2º, dec.-ley
1869/1958, y ley 8008, y por el art. 11 de la ley 2637).
b) La Suprema Corte de Justicia reside en la Capital de la provincia y se
compone de siete miembros y de un procurador (arts. 143, Const. Prov., y
4º, ley 552,modif. por ley 4969).
Le corresponde, en única instancia, conocer de los recursos que
se interpongan contra sentencias definitivas de los tribunales inferiores,
dictados en causas en que hubiere controvertido la constitucionalidad
o inconstitucionalidad de las leyes, decretos o reglamentos que estatuyan
sobre materias regidas por la Constitución de la provincia, siempre que
esto formase la materia principal de la discusión entre las partes (arts.
9º, ley 552, y 144, Const. Prov.).
Le incumbe además: 1º) Conocer originaria y exclusivamente en las
causas de competencia de los poderes públicos de la provincia y de los
que se susciten entre los jueces y tribunales de justicia con motivo de su
respectiva jurisdicción. 2º) Decidir las causas contencioso-administrativas
en juicio pleno y salvo lo dispuesto en leyes especiales, previa denegación
de la autoridad administrativa correspondiente a reconocer los derechos
gestionados por parte interesada, entendiéndose que hay denegación por
la autoridad administrativa cuando no se resolviera definitivamente dentro

385 
 
de tres meses de estar el expediente en estado de sentencia. 3º) En los
conflictos que se produzcan entre el Poder Ejecutivo y una municipalidad
o de las municipalidades entre sí. 4º) En la recusación de los miembros
que la componen. 5º) En las causas de responsabilidad civil sobre aquéllos
y demás funcionarios del Poder Judicial, pudiendo pedir la destitución de
los jueces de Paz al Poder Ejecutivo. 6º) En los recursos de fuerza. 7º) En
las quejas por retardación y denegación de justicia por parte de los jueces
o funcionarios del Poder Judicial, y conocer primitivamente en los casos
de reducción de penas autorizadas por el Código Penal y en los demás
casos que expresamente determinen las leyes. 8º) Conocer y resolver en
los casos de recusación de la totalidad de los miembros de tribunales
colegiados (art. 10, ley 552, modif. por ley 1657).
La Suprema Corte de Justicia ejerce la superintendencia de la
administración de justicia y en tal carácter tiene, entre otras, las
atribuciones y deberes de representar al Poder Judicial ante los otros
poderes del Estado; nombrar y remover los empleados subalternos de la
administración de justicia, proveer las vacantes de escribanías de registros
y crear otras nuevas, conforme las prescripciones de la presente ley; dictar
los reglamentos y acuerdos necesarios para el servicio interno y
disciplinario de la Corte y de los tribunales y juzgados inferiores,
consultando la mejor administración de justicia; proponer a la Legislatura,
por intermedio del Poder Ejecutivo, la creación de empleos necesarios al
buen servicio de la administración; aplicar sanciones disciplinarias a los
jueces y demás funcionarios y empleados de la administración de justicia;
decretar la suspensión hasta por dos meses y también la remoción de los
escribanos de registro, previa resolución motivada; conceder licencia a los
miembros del Poder Judicial y demás funcionarios de la administración de
justicia por término que no exceda de quince días, con goce de sueldo, y
hasta por un mes, sin goce de sueldo y en ambos casos por una sola vez
en el año, procediendo inmediatamente a nombrar el reemplazante;
practicar las visitas de cárcel y aconsejar al Poder Ejecutivo las medidas
que creyere conveniente a los efectos del art. 7º de la Constitución de la
provincia; aumentar las horas de trabajo en uno o más juzgados o
tribunales si así lo exigieran las circunstancias; etc. (art. 13, ley 552).
La Presidencia de la Suprema Corte es ejercida por la persona que
nombre el Poder Ejecutivo, en la forma y por el tiempo determinado por la
Constitución de la provincia (art. 14, ley 552, modif. por ley 4969).
El presidente tiene, entre otras atribuciones, las de presidir el Senado
en los casos prescriptos por la Constitución de la provincia; tener bajo
su autoridad y responsabilidad el orden, la economía de toda la
administración de justicia y la vigilancia sobre el cumplimiento de los
deberes de los empleados subalternos; tener a su cargo la
correspondencia de la Suprema Corte en sus relaciones con los poderes
públicos; llevar la palabra en las audiencias y no pudiendo hacerse uso de
ella sin su venia; dictar las providencias de trámite en los asuntos que

386 
 
pendan ante la Suprema Corte, pudiendo pedirse reposición de ellas para
ante el tribunal pleno; tener bajo su inspección la Secretaría, la Biblioteca
y Archivo Judicial, así como la redacción de la memoria anual, que debe
pasarse al Poder Ejecutivo referente al movimiento de la administración de
justicia; etc. (leyes citadas, art. 16).
c) Funcionan una o más Cámaras de Apelaciones en materia Civil y
Minas y una o más de Apelaciones, en materia Comercial y Criminal. Cada
una se compone de tres vocales (arts. 27 y 28, ley 552).
Las Cámaras de Apelaciones en materia Civil y Minas, conocen en
grado de apelación de los recursos deducidos contra las resoluciones de
los jueces de primera instancia en lo Civil y Minas.
Las Cámaras de Apelaciones en materia Comercial y Criminal conocen,
en la misma forma de los recursos interpuestos contra las resoluciones de
los jueces de primera instancia en lo Comercial, Criminal y Correccional
(arts. 33 y 34, ley 552).
Al presidente de cada Cámara incumbe llevar la correspondencia oficial
del tribunal; dictar las providencias de mero trámite, sin perjuicio del
recurso de reposición ante la Cámara; distribuir el despacho de las causas,
de conformidad con la ley y reglamentos, despachándose por el orden de
entrada, salvo el caso de urgencia que debe determinarse por el mismo
tribunal (art. 37, ley 552).
d) Funcionan en la provincia jueces de primera instancia en lo Civil y
Minas, Comercial, Criminal y Correccional, los cuales ejercen la
jurisdicción que les acuerde la ley en todo el territorio de la provincia y
tienen su asiento en la ciudad de Mendoza (arts. 46 y 47, ley 552).
En caso de que por la ley de presupuesto anual se creen Juzgados de
Primera Instancia en la campaña, el Poder Ejecutivo les fija su radio de
jurisdicción, pero ésta debe ser concurrente con la de los jueces de
primera instancia establecidos en la Capital de la provincia (art. 48, ley
552).
Los jueces de primera instancia en lo Civil y Minería conocen en todos
los casos regidos por los Códigos Civil y de Minería, siempre que la cuantía
del litigio, pudiéndose determinar, pase de cierta cantidad; en las
demandas por desalojo cuyo conocimiento no es atribuido a los jueces de
Paz; en todo juicio civil en que el valor de la cosa o derecho litigioso no
puede ser determinado prima facie para atribuir su conocimiento a los
jueces inferiores; en los juicios sucesorios y de concurso de acreedores,
cuando el valor de los bienes o del activo excedan prima facie de un mil
pesos moneda nacional (art. 61, ley 552).
Los jueces de comercio conocen en primera instancia en todo asunto
mercantil o regido por el Código de Comercio, cuyo valor exceda de
determinada suma y en los juicios de quiebra, cualquiera que sea su
importancia (art. 62, ley 552).
387 
 
Los jueces del crimen conocen en todos los delitos cuyo conocimiento
no esté atribuido a los jueces en lo Correccional, o cuyo juzgamiento no
esté encomendado a otros jueces por otras leyes (art. 63, ley 552).
Los jueces en lo Correccional conocen en los delitos de calumnias
e injurias; detención privada; sustracción de menores; lesiones corporales
cuya pena no exceda de un año de arresto; abandono de niños; violación
de domicilio; amenazas y coacciones; descubrimiento y revelación de
secretos; hurto que no pase de determinada suma, cometido sin violación
ni intimidación (art. 66, ley 552).
Pueden también levantar sumarios de prevención por delitos de
cualquier naturaleza cometidos en la provincia, debiendo trasladarse al
efecto al lugar del hecho (art. 67, ley 552).
e) La justicia de Paz es administrada en la provincia por los jueces de
Paz y suplentes de éstos (art. 106, ley 552). Su nombramiento se hace por
el término de un año, pudiendo ser reelectos indefinidamente
y aun después de terminado su período deben continuar desempeñando
el cargo hasta que tomen posesión de él los nombrados para
reemplazarlos (art. 107, ley 552, derogado implícitamente por el art.
174 de la Constitución provincial, conforme al cual "permanecerán en el
ejercicio de sus funciones mientras dure su buena conducta").
Para ser juez de Paz titular o suplente se requiere ser ciudadano
argentino, con dos años de residencia inmediata en la provincia, cuando
no sea nacido en ella; tener 30 años de edad; estar en pleno goce de su
capacidad civil; no haber sido condenado por algún delito; gozar de buen
nombre y reputación honorable y poseer la instrucción general que le
habilite para las funciones del cargo (art. 108, ley 552, implícitamente
derogado por el art. 176 de la Constitución provincial, además del
agregado por el art. 2º, ley 5094, sobre la posesión de título de abogado y
un año de ejercicio profesional).
Los mencionados jueces no pueden desempeñar ningún otro empleo
público nacional, provincial o municipal, ni ejercer la profesión de abogado
o procurador, pero pueden desempeñar las funciones de oficiales
encargados del Registro Civil en los casos que determine el Poder
Ejecutivo (art. 112, ley 552).
En ningún caso es atribución de los jueces de Paz conocer en los juicios
sobre sucesiones vacantes o cuando los herederos sean desconocidos o
estén ausentes; cuando se trate de autorizar documentos públicos, a no
ser en los casos del art. 116, inc. 5º, protocolizar documentos públicos o
abrir los testamentos cerrados. No pueden tampoco intervenir en las
causas de filiación, matrimoniales, juicios de mensura o deslinde,
nombramientos de tutores, curadores y demás actos de jurisdicción
voluntaria, no debiendo considerarse excluida de su jurisdicción la facultad
de nombrar tutores y fiscales en los asuntos de competencia ni la de
colocación provisoria de los menores abandonados, con cargo de dar
388 
 
cuenta inmediatamente, en este caso, al Defensor de Menores (art.
118, ley 552).
Corresponde a la Cámara de Paz Letrada conocer de los recursos que
se entablen contra las resoluciones de los jueces de Paz; de los recursos
de queja contra aquéllos, por apelación denegada; las resoluciones que
se dicten en grado de apelación hacen cosa juzgada (art. 120 bis,
según ley 1551,art. 5º, incorporado a la ley cit.).
Abunda, asimismo, la ley analizada en la reglamentación de la
organización y funciones del Ministerio Público, de los requisitos y deberes
de los secretarios y demás auxiliares de la justicia, así como del
funcionamiento del Registro de la Propiedad Inmueble.

148. Misiones
a) La administración de justicia en la provincia de Misiones es ejercida
por el Superior Tribunal de Justicia, las Cámaras de Apelación en lo Civil,
Comercial y Laboral y en lo Penal, los jueces de primera instancia en lo
Civil, Comercial y Laboral, y en lo Penal, los tribunales de Menores y los
jueces de Paz (art. 1º, ley 1550).
El Superior Tribunal de Justicia está integrado por nueve miembros.
Ejerce su jurisdicción en todo el territorio provincial y tiene su sede en la
ciudad de Posadas (art. 12, ley 1550).
Su Presidencia es ejercida durante dos años, por uno de sus miembros,
designado por mayoría absoluta de los integrantes de ese Tribunal,
pudiendo ser reelecto. La elección se realiza en el mes de diciembre del
año en que corresponda elegir y entra en funciones el 1 de enero del año
siguiente al de su elección.
En la misma época, pero anualmente, son designados los subrogantes
que deban reemplazarlo en los casos de ausencia o impedimento
transitorio (art. 13, ley 1550, modificado por ley 2441).
Sin perjuicio de lo dispuesto en los arts. 145 y 146 de la Constitución
provincial, son atribuciones del Superior Tribunal de Justicia, entre otras,
las de representar al Poder Judicial; ejercer la superintendencia sobre toda
la administración de justicia; dictar su reglamento interno y económico y el
reglamento para el Poder Judicial, estableciendo las facultades de
superintendencia a ejercer por el cuerpo y los demás tribunales inferiores;
nombrar los magistrados, funcionarios y empleados cuya designación no
estuviese asignada a otro poder; dotar a los tribunales, juzgados,
ministerios públicos y demás dependencias y oficinas del Poder Judicial,

389 
 
de los respectivos planteles de personal, de conformidad con los cargos
que les asigne la ley de presupuesto; disponer la inspección
por intermedio de su presidente o miembros que designe, de las Cámaras
de Apelación, tribunales y juzgados de cualquier clase, ministerios
públicos y demás oficinas dependientes del Poder Judicial; fijar el horario
de las oficinas del Poder Judicial; acordar licencia a los magistrados,
funcionarios y empleados de la administración de justicia, de acuerdo con
lo que disponga el reglamento para el Poder Judicial; recibir juramentos a
los magistrados y funcionarios; determinar las ferias judiciales y disponer
asuetos judiciales o suspender los términos procesales cuando
circunstancias especiales o acontecimientos extraordinarios lo requieran;
ejercer la superintendencia del notariado; disponer y administrar los bienes
del Poder Judicial y los fondos que les asignen el presupuesto general de
la provincia y las leyes especiales; presentar anualmente al Poder
Ejecutivo el presupuesto de gastos de la administración de justicia a fin de
ser incluido en el presupuesto general de la provincia; ordenar
la inscripción en la matrícula de los profesionales auxiliares de la justicia,
siempre que tal facultad no se atribuya por ley a otra entidad, y dictar las
reglamentaciones conducentes al debido ejercicio de las funciones que le
acuerden la Ley Orgánica, los Códigos de Procedimiento y demás leyes
especiales (art. 21, ley 1550).
b) Las Cámaras de Apelación tienen jurisdicción en toda la provincia,
competencia una en lo Civil, Comercial y Laboral, y otra en lo Criminal,
Correccional y de Menores, y tienen su asiento en la ciudad Capital de la
provincia. La Cámara de Apelación en lo Civil, Comercial y Laboral está
compuesta por cuatro salas de dos miembros cada una que se
denominan sala 1ª, sala 2ª, sala 3ª y sala 4ª, con competencia las tres
primeras en lo Civil y Comercial, y la 4ª en lo Laboral.
La Cámara de Apelación en lo Criminal, Correccional y de Menores está
compuesta por tres salas de dos miembros cada una, que se
denominan sala 1ª, sala 2ª y sala 3ª (art. 22, ley 1550, modificado por ley
2761).
Las Cámaras de Apelación conocen como tribunal de última instancia
de los recursos contra las resoluciones de los jueces letrados de
primera instancia, del fuero respectivo; de las recusaciones de sus propios
miembros y en grado de apelación de la de los jueces letrados respectivos
y de los recursos por retardo o denegación de justicia contra los jueces de
primera instancia de sus respectivos fueros (art. 23, ley 1550).
Las decisiones de las salas en sede judicial son suscriptas por los dos
miembros que las integran, y el presidente sólo interviene cuando deba
dirimir con su voto una disidencia entre los vocales. Si la disidencia se
origina en la sala que integra el presidente en ejercicio, aquélla es dirimida
por el presidente subrogante que corresponda a otra sala. En las
sentencias definitivas, cada uno de los miembros debe fundar su voto en

390 
 
el orden determinado por el sorteo, pudiendo adherir al del vocal
preopinante (art. 25, ley 1550).
c) Los Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial, de Familia
y Laboral ejercen su jurisdicción en todas las causas de materia civil y
comercial, de familia y laboral, respectivamente, de orden voluntario o
contradictorio, cuyo conocimiento no esté atribuido a otros magistrados
(art. 31, ley 1550, según ley 3462).
En los asuntos de cualquier naturaleza, de jurisdicción voluntaria,
los interesados pueden recurrir ante los jueces que elijan, del fuero que
corresponda, pero en caso de que un mismo asunto se haya planteado
ante distintos jueces, el trámite debe continuar ante aquel que hubiere
conocido con anterioridad en la causa (ley cit. art. 32).
Los Juzgados de Primera Instancia en lo Penal ejercen jurisdicción
respecto de las causas en que se juzguen delitos cometidos en el territorio
de la provincia. Ejercen, asimismo, jurisdicción en materia correccional
(art. 33, ley 1550).
Asimismo, los Juzgados de Primera Instancia de la materia actúan en
condición de alzada respecto de los Juzgados de Paz de sus respectivas
circunscripciones y conocen de los recursos deducidos contra las
resoluciones de estos últimos, en los casos en que la ley determina,
haciendo su fallo ejecutorio; de las quejas por retardo o denegación de
justicia; y de las cuestiones de competencia suscitadas entre los distintos
jueces de Paz (art. 34, ley 1550).
Los Tribunales de Menores son unipersonales y están a cargo de jueces
letrados que deben reunir las mismas condiciones exigidas en el art. 139
de la Constitución de la provincia para los jueces de primera instancia,
comprendiéndoles los mismos derechos, garantías y obligaciones que a
éstos (art. 35, ley 1550).
Ejercen su jurisdicción en el territorio de la provincia, conforme a lo
establecido en la Ley Orgánica y con la competencia que les atribuya la
respectiva ley en la materia (art. 36, ley 1550).
d) La justicia de Menor Cuantía está a cargo de los Juzgados de Paz,
los que, de acuerdo con su importancia, se dividen en tres categorías:
primera, segunda y tercera (art. 37, ley 1550).
Desempeñan sus funciones como Juzgados de Paz de primera
categoría los ubicados en las ciudades de Apóstoles, Eldorado, Garupá,
Jardín América, Leandro N. Alem, Montecarlo, Oberá, Posadas, Puerto
Iguazú, Puerto Rico, San Ignacio, Comandante Andresito, San Pedro,
Aristóbulo del Valle, Dos de Mayo y San Vicente (art. 38, ley
1550, según ley 4515), en tanto que funcionan como de segunda categoría
los ubicados en las localidades de Bernardo de Irigoyen, Concepción de la
Sierra, Cerro Azul, Campo Viera, Capioví, Corpus, Gobernador Roca,
Puerto Esperanza, Puerto Piray, San Javier y Santo Pipó, y como
391 
 
Juzgados de tercera categoría funcionan los de las localidades de Alba
Posse, Colonia Alberdi, Colonia Delicia, Azara, Bonpland, Campo Grande,
Campo Ramón, Candelaria, Caraguatay, Cerro Corá, Colonia Aurora, Dos
Arroyos, El Alcázar, El Soberbio, Gobernador López, Itacaruaré, 9 de Julio,
Mártires, Olegario V. Andrade, Panambí, Puerto Libertad, San Antonio,
Santa Ana, San José, Santa María, 25 de Mayo, Wanda, Colonia Guaraní,
General Urquiza, Mojón Grande, Loreto, Arroyo del Medio, Florentino
Ameghino, Pozo Azul, Garuhapé, Ruiz de Montoya, Puerto Leoni, Hipólito
Yrigoyen, y Colonia Polana (arts. 39 y 40, ley 1550, según ley 4515).
En la ciudad Capital de la provincia, asimismo, funcionan tres Juzgados
de Paz de primera categoría.
Los Juzgados de Paz de primera, segunda y tercera categoría conocen
en los asuntos contenciosos civiles, comerciales, laborales y medidas
cautelares, de acuerdo con el monto que se establezca; en las demandas
reconvencionales, siempre que el monto total que sea materia del juicio
no exceda de la suma establecida para su competencia y en
las infracciones a los edictos policiales, a las previstas en el Código de
Faltas, ordenanzas municipales y todo otro asunto que determinen las
leyes especiales, y en los que no sea necesaria la intervención del
Ministerio Fiscal. Todos ellos dentro de la competencia cuantitativa que
establezcan las disposiciones respectivas (arts. 45, 46 y 47, ley 1550).
No conocen, sin embargo, de los juicios de desalojo, cualquiera fuere el
monto de la locación; interdictos; concursos y quiebras, y todos aquellos
que versen sobre derechos reales relativos a bienes inmuebles (art. 48, ley
1550).
Asimismo, en ningún caso los Juzgados de Paz son competentes
para intervenir en causas que se inicien contra el Estado provincial (art.
50, ley 1550).
La Ley Orgánica, por último, destina numerosas normas relativas al
funcionamiento, deberes y atribuciones del Ministerio Público y de los
organismos auxiliares de la administración de justicia.

149. Neuquén
a) El Poder Judicial de la provincia del Neuquén es ejercido por el
Tribunal Superior de Justicia, las Cámaras de Apelaciones, jueces de
primera instancia y jueces de Paz (art. 1º, ley 1436).
A los efectos de la competencia territorial de la justicia letrada, la
provincia se divide en cinco circunscripciones con asiento de sus

392 
 
tribunales en las ciudades de Neuquén, Cutral Có, Zapala, Junín de los
Andes y Chos Malal (art. 5º, ley 1436, modif. por la ley 2475).
El Tribunal Superior de Justicia está integrado por cinco vocales y tiene
su correspondiente Fiscal y Defensor de Menores, Pobres, Incapaces y
Ausentes con idéntico rango que los vocales (art. 31, ley 1436).
El Tribunal Superior de Justicia tiene, entre otras atribuciones, las
establecidas en los arts. 151, 159, 166 y 169 de la Constitución
provincial(54); la de disponer traslados y permutas de funcionarios en los
casos en que no requieran previo expreso consentimiento de
los interesados; la de decidir los traslados y permutas de funcionarios y
empleados de distintas jurisdicciones, previo expreso consentimiento de
los interesados; las que emanen del ejercicio de la superintendencia del
Poder Judicial (v.gr., control de la conducta funcional de los magistrados,
funcionarios y empleados; determinar ferias, asuetos y suspensión de
términos, designando el personal que debe permanecer en funciones
durante ellas; fijar el horario de oficina de la administración de justicia;
establecer turnos judiciales y distribución de las causas; inspeccionar los
organismos pertenecientes al Poder Judicial; etc.); informar al Poder
Ejecutivo sobre la oportunidad o conveniencia de pedidos de indultos,
conmutación y rebajas de penas; evacuar los informes relativos a la
administración de justicia que le requiera otro Poder del Estado provincial;
proponer y ejecutar el presupuesto anual en los términos del art. 169(55)de
la Constitución provincial; dictar por acordadas normativas todas las
reglamentaciones para la aplicación de la presente ley y en los aspectos
no previstos por ella que sean necesarios para el mejor funcionamiento de
la administración de justicia (art. 34, ley 1436, según ley 1600).
Dicho Tribunal ejerce jurisdicción y es competente en todo el territorio
del Estado provincial, de conformidad con las disposiciones de los arts.
170, incs. d) y e), 171 y 172 de la Constitución provincial(56), y las leyes
1305 y 1406. Funciona en salas, de dos miembros cada una, debiendo
su integración, organización y competencia ser dispuesta mediante
acordada del cuerpo.
Entiende en pleno en los recursos que se deduzcan contra los fallos del
tribunal de cuentas en los casos previstos en el art. 145 de la Constitución
provincial(57); en los juicios de responsabilidad civil contra magistrados
judiciales, derivados del ejercicio de la función; para unificar la
jurisprudencia de sus salas o evitar sentencias contradictorias —en ambos
supuestos la reunión plena procederá a iniciativa de cualquiera de sus
salas y la interpretación de la ley receptada en una sentencia plenaria, será
de aplicación obligatoria para ellas—; en los recursos de reconsideración
contra resoluciones de la Presidencia del Tribunal en materia de
superintendencia; en los casos de reconsideración contra las sanciones
disciplinarias impuestas por el Tribunal y en los de apelación contra las
sanciones disciplinarias aplicadas por el presidente del Tribunal y los
vocales de éste; en las cuestiones previstas en el art. 170, incs. a), b) y c),
393 
 
de la Constitución provincial(58), y en las decisiones sobre cuestiones
mencionadas en el art. 34, como atribuciones del cuerpo (art. 35, ley
1436, modif. por la ley 2239).
La Presidencia del Tribunal Superior de Justicia se turnará anualmente
entre todos sus integrantes, no pudiendo volver a ser electo ninguno de
ellos hasta que todos la hayan ejercido. El Cuerpo elegirá su presidente
por simple mayoría. La elección se deberá hacer en el mes de diciembre
de cada año y en el mismo acto se designará a quien deba sustituirlo
durante ese período en caso de ausencia o impedimento transitorio. Si tal
situación fuese definitiva, se procederá al nombramiento inmediato del
nuevo presidente (art. 36, ley 1436, según ley 2509).
Son atribuciones del presidente, entre otras, las de presidir y
representar al Tribunal en todo acto y librar las comunicaciones de éste en
sus relaciones con los demás poderes; ejercer la dirección administrativa
y velar por el estricto cumplimiento de los reglamentos y acordadas; dictar
los decretos de Presidencia y resoluciones internas necesarias para el
mejor servicio de la administración de justicia; proveer con su sola firma,
si lo estima pertinente o cuando su naturaleza lo requiera, el despacho de
trámite; efectuar las visitas e inspecciones a los organismos del Poder
Judicial y de los inmediatamente relacionados como instituciones de
menores, establecimientos para detenidos y condenados y comisarías;
recibir las pruebas que hayan que producirse ante el Tribunal y presidir
las audiencias, pudiendo los otros vocales interrogar con su venia; ejercer
la autoridad de policía de la casa de justicia y suspender en sus funciones
a los magistrados que hayan sido sorprendidos en flagrante delito, o
cuando funcionarios, auxiliares o empleados de la justicia
aparezcan prima facie responsables de delito, o hubieren incurrido en falta
grave que haya dado lugar a sumario administrativo y ordenar
la instrucción de éste en tales casos (art. 37, ley 1436, modificado por
las leyes 1600, 2239 y 2452).
b) Cada Cámara de Apelaciones está integrada por tres jueces y la
Presidencia del tribunal respectivo es ejercida por uno de sus miembros
por el término de un año, alternándose de modo sucesivo y ateniéndose al
principio de mayor edad. Si ulteriormente se designan nuevos miembros,
tiene prelación el de mayor antigüedad en el cargo y siendo ésta igual, el
de mayor edad (art. 38, ley 1436). La ley 1716, sin embargo, amplió a
cinco el número de jueces de la Cámara Civil de Neuquén y la dividió en
salas de dos jueces cada una.
Cada Cámara de Apelaciones ejerce jurisdicción en todo el territorio
provincial y entiende en grado de apelación en los recursos que
determinen las leyes procesales contra los fallos y demás providencias
recurribles dictadas por los jueces de primera instancia, con competencia
por razón de la materia de los respectivos fueros; en las recusaciones
y excusaciones de sus propios miembros, y de los jueces letrados y de
los integrantes del Ministerio Público que actúen en su fuero y de sus
394 
 
secretarios; en las cuestiones de competencia entre magistrados y
funcionarios que actúen en el mismo fuero, o entre éstos y el juez de
Menores; en los recursos que se interpongan contra las resoluciones de
Presidencia de la Cámara y en los recursos de queja por apelación
denegada o retardo de justicia respecto de los jueces de primera instancia
con idéntica competencia por razón de materia (art. 43, ley 1436, modif.
por la ley 1600).
c) Los jueces de primera instancia en lo Civil, Comercial, Laboral y de
Minería de la segunda y tercera circunscripción, y los de la cuarta y quinta
circunscripción creados por la Ley Orgánica entienden en todas las causas
voluntarias o contenciosas en dicha materia, conforme a las leyes
procesales y cuyo conocimiento no se halle atribuido a otro órgano
jurisdiccional. Asimismo, ejercen efectivamente el patronato del Estado
provincial en materia de minoridad en concurrencia con el Ministerio
Público Pupilar, hasta tanto se creen tribunales especializados en dichas
circunscripciones. Conocen en grado de apelación contra las resoluciones
de los jueces de Paz de su jurisdicción que otorguen las disposiciones
procesales vigentes y en las quejas por denegación o retardo de justicia
respecto de éstos (art. 53, ley 1436, modificado por la ley 1600).
Los jueces en lo Criminal, Correccional y leyes especiales conocen
originariamente en la investigación y juzgamiento de delitos y faltas
cometidos dentro de su circunscripción, así como también en casos de
contravenciones y faltas municipales o policiales cuyo conocimiento les
está especialmente atribuido, y en grado de apelación en los recursos
contra las decisiones en dichas materias, conforme a las respectivas leyes
procesales (art. 54, ley 1436).
La Ley Orgánica reglamenta asimismo la composición, deberes y
atribuciones del Ministerio Público, el número de secretarios, funcionarios
y empleados de todas las instancias y la organización de las oficinas del
Poder Judicial.

150. Río Negro


a) El Poder Judicial de la provincia es ejercido por un Superior Tribunal
de Justicia de la provincia de Río Negro; por las Cámaras; por los
Tribunales de Trabajo; por los Juzgados de Primera Instancia; por la
Justicia Especial Letrada; por los Juzgados de Paz; por los demás
organismos que se crearen (art. 1º, ley 2430).
La provincia se divide en cuatro circunscripciones judiciales. Primera:
Adolfo Alsina, General Conesa, San Antonio, Valcheta y las localidades

395 
 
del Departamento de 9 de Julio no incluidas en la segunda circunscripción
judicial. Segunda: Avellaneda, Pichi Mahuida, El Cuy y las localidades del
Departamento de General Roca no incluidas en la cuarta circunscripción y
las localidades de Sierra Colorada, Los Menucos, Maquinchao y Ramos
Mexía, dentro de los límites comprendidos en las jurisdicciones de sus
respectivos Juzgados de Paz. Tercera: Bariloche, Pilcaniyeu, Ñorquinco y
las localidades del Departamento de 25 de Mayo no incluidas en la
segunda circunscripción judicial. Cuarta: las localidades de Cipolletti,
Fernández Oro, Cinco Saltos, Contralmirante Cordero, Campo Grande y
Catriel, dentro de los límites comprendidos en las jurisdicciones de sus
respectivos Juzgados de Paz.
b) El Superior Tribunal de Justicia está compuesto por un número impar
de tres miembros y tiene jurisdicción en todo el territorio de la provincia,
siendo su asiento la ciudad Capital (art. 38, ley 2430).
La Presidencia del Tribunal es ejercida anualmente por el juez que el
mismo cuerpo designe en la primera quincena de diciembre de cada año,
oportunidad en la cual debe establecerse el orden en que a los restantes
miembros les corresponde reemplazarlo en caso de ausencia u otro
impedimento (art. 40, ley 2430).
El Superior Tribunal de Justicia tiene competencia originaria y exclusiva
para conocer y decidir: 1º) en las causas que le fueran sometidas sobre
competencia y facultades entre poderes públicos o entre
tribunales inferiores, salvo que éstos tengan otro superior común; en los
conflictos de poderes de los municipios, entre distintos municipios, o entre
éstos con autoridades de la provincia; en los recursos de revisión; en las
acciones por incumplimiento en el dictado de una norma que impone un
deber concreto al Estado provincial o a los municipios; pudiendo la
demanda ser ejercida exenta de cargos fiscales por quien se sienta
afectado en su derecho individual o colectivo y en las acciones de los arts.
44 y 45 de la Constitución provincial; 2º) en la recusación y excusación de
sus propios miembros (art. 41, ley 2430).
Ejerce asimismo jurisdicción originaria y de apelación para conocer y
resolver acerca de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las
normas que estatuyan sobre materias regidas por la Constitución
provincial y que se controviertan por parte interesada, pudiendo tal vía
promoverse sin lesión actual.
También entiende en grado de apelación en las cuestiones que se
motiven por el reconocimiento, funcionamiento y pérdida de la personería
de los partidos políticos, así como en las vinculadas al régimen electoral,
de conformidad con lo específicamente establecido en la Ley Electoral y
de Partidos Políticos, debiendo actuar con la presencia de todos sus
miembros (art. 42, ley 2430).
Ejerce, por último, jurisdicción como tribunal de última instancia en los
recursos deducidos contra los fallos de los demás tribunales inferiores
396 
 
acordados en las leyes de procedimiento, constituyendo sus
pronunciamientos, en cuanto determinan la interpretación y aplicación de
la ley, jurisprudencia obligatoria para los demás tribunales y jueces (art.
43, ley 2430).
Además de su potestad jurisdiccional, el mencionado Tribunal tiene,
entre otras, la atribución de informar al Poder Ejecutivo sobre la
oportunidad y conveniencia de indultar o conmutar penas; evacuar
los informes respectivos a la administración de justicia, que le requiera el
Poder Ejecutivo o la Legislatura; ejercer la facultad de superintendencia en
los registros notariales, conforme a la ley respectiva; designar los
funcionarios de ley y empleados, conforme a la Ley Orgánica y en la forma
que establezca el reglamento; llamar a concurso de oposición y
antecedentes para el nombramiento y ascenso de cualquier empleado del
Poder Judicial, y proveer a las designaciones y promociones respectivas
conforme lo establece la ley y el reglamento; dictar su reglamento general
y todas las resoluciones que correspondan a las funciones de
superintendencia sobre la administración de justicia y expedir, además,
acordadas sobre prácticas judiciales o usos forenses, y establecer las
normas necesarias para la aplicación de los Códigos Procesales; disponer
ferias o asuetos judiciales y suspender los plazos cuando un
acontecimiento especial lo requiera; ejercer el contralor disciplinario de los
magistrados, funcionarios y empleados del Poder Judicial, imponiéndoles
las sanciones disciplinarias previstas en esta ley; practicar cuantas veces
lo crea conveniente por uno o más de sus miembros acompañados por el
Procurador General, inspecciones en los tribunales inferiores, organismos
judiciales y efectuar visitas de cárceles; designar los jueces de
Paz; autorizar comisiones y determinar los viáticos correspondientes,
conforme la jerarquía funcional; implementar administrativa y legalmente
el funcionamiento de las salas del Superior Tribunal de Justicia y disponer
en forma transitoria la ampliación de la competencia territorial de Cámaras
o juzgados de un mismo fuero, cuando el funcionamiento del servicio de
justicia así lo requiera (art. 44, ley 2430).

151. Salta
a) El Poder Judicial de la provincia de Salta está integrado por la Corte
de Justicia, el fiscal de la Corte, las Cámaras de los distintos fueros, los
jueces de primera instancia, el Ministerio Público y los jueces de Paz de
Campaña (art. 2º, ley 5642).
La provincia se divide, en cuanto a la competencia territorial, en tres
distritos judiciales: del Norte, que comprende los departamentos de Orán,

397 
 
Rivadavia y San Martín, dividido en dos circunscripciones. La de Orán
comprende los departamentos de Orán y Rivadavia Banda Sur y la parte
Este de los departamentos de Iruya y Santa Victoria, tomándose como
línea divisoria la línea de las altas cumbres, y la de Tartagal comprende el
departamento de San Martín y la Banda Norte del departamento de
Rivadavia, tomándose como línea divisoria Banda Norte el río Bermejo;
del Sur, que comprende los departamentos de Anta, La Candelaria, Metán
y Rosario de la Frontera; del Centro, que comprende los departamentos
de la provincia no enumerados precedentemente (arts. 20 a 23, ley 5642).
b) La Corte de Justicia resuelve las acciones y recursos que
correspondan según la Constitución y el ordenamiento procesal de los
distintos fueros (art. 30, ley 5642).
Su Presidencia es ejercida durante dos años por aquel de sus miembros
que el mismo Tribunal designe en el mes de diciembre del año que
corresponda elegir, pudiendo ser reelecto (art. 35, ley 5642).
La Corte de Justicia tiene, entre otras, las atribuciones de representar
al Poder Judicial ante los demás poderes del Estado; evacuar los informes
relativos a la administración de justicia que requiriesen el Poder Ejecutivo
o la Legislatura; ejercer el contralor sobre la conducta de los magistrados
y funcionarios, pudiendo imponerles sanciones disciplinarias
cuando incurrieren en el desempeño de su cargo, en faltas u omisiones
que no sean de aquellas que autoricen su juzgamiento ante el Jury de
Enjuiciamiento; nombrar, promover y remover a los secretarios y
empleados del Poder Judicial; ejercer el contralor de la conducta de
los auxiliares de la justicia, sin perjuicio de lo que dispongan las leyes
especiales; acordar licencia a los magistrados, funcionarios y empleados
de la administración de justicia, de acuerdo con lo que disponga el
Reglamento del Poder Judicial; designar los jueces y personal de feria en
el mes de diciembre de cada año; practicar con el número de sus
miembros que estime necesarios, no menos de dos visitas a las cárceles
cada año, requiriendo informe sobre el estado de las causas y el
tratamiento de los procesados y penados; practicar por lo menos una vez
al año, por el o los miembros que designe, visitas de inspección a los
tribunales inferiores, pudiendo delegar esta función en el inspector de
justicia, cuando se trate de juzgados de campaña, etc. (art. 39, ley 5642).
c) La competencia se encuentra divida por razón de la materia en
distintos fueros, y las Leyes Orgánicas de cada fuero deben establecer la
materia propia de cada uno de ellos conforme a lo dispuesto en el art. 147
de la Constitución.
La Ley Orgánica reglamenta también la composición y funciones del
Ministerio Público(59)y de los peritos oficiales, así como la organización del
Registro Público de Comercio.

398 
 
152. San Juan
a) El territorio de la provincia, a los efectos de la competencia, se divide
en dos circunscripciones: la de la Capital, con asiento principal en la ciudad
de San Juan, y comprende todos los departamentos de la provincia
con excepción de Jáchal e Iglesia; y la de Jáchal, con asiento en la ciudad
del mismo nombre, y comprende los departamentos de Jáchal e Iglesia
(art. 1º, ley 5854).
La administración de justicia de la provincia es ejercida por la Corte de
Justicia, con asiento en la ciudad de San Juan; las Cámaras de
Apelaciones en lo Civil, Comercial, Minería y Contencioso Administrativo,
en lo Penal y Correccional y del Trabajo, con asiento en la ciudad de San
Juan; los Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Minería,
en lo Comercial Especial, de Familia, del Trabajo, en lo Penal y
Correccional, y de Menores; la Cámara de Paz Letrada con asiento en la
ciudad de San Juan y los Juzgados de Paz Letrada (art. 2º, ley 5854).
b) La Corte de Justicia de la provincia se compone de cinco miembros
(art. 7º, ley 5854).
La Presidencia del Tribunal es desempeñada anualmente desde el 1 de
marzo al último día de febrero del año siguiente, y por turno por cada uno
de los ministros comenzando por el de mayor edad, y en caso de igualdad
de ésta, por el de mayor antigüedad. En ausencia o impedimento del
presidente, lo reemplaza provisionalmente el ministro que le
correspondiere sucederle. Cuando el reemplazo se produce por causa de
fallecimiento, renuncia o cesación definitiva y el ministro encargado de
sucederle hubiese comenzado después del 30 de septiembre, el ministro
continúa en ejercicio de la Presidencia y nombrado el presidente se
determina por simple mayoría de votos de los miembros presentes, el
orden en que deben figurar los demás miembros que integran la Corte,
para ocupar la Presidencia (art. 10, ley 5854).
A los fines de su funcionamiento, el Tribunal se divide en tres
salas, integradas cada una por tres miembros. La Corte, por decisión de la
mayoría de sus miembros, determina, cada año, la integración de las salas
primera y segunda y quién ha de presidirlas, no pudiendo esto último
recaer en el presidente de la Corte. La sala tercera estará compuesta por
el presidente de la Corte y los presidentes de las otras salas, presidiéndola
aquél (art. 11, ley 5854, modificado por la ley 6044).
Es competencia de la Corte de Justicia en pleno conocer y resolver los
casos previstos en el art. 208, inc. 1º, apart. a), primer supuesto, y apart.
b), incs. 2º y 5º, de la Constitución de la provincia; dictar los

399 
 
reglamentos internos del Poder Judicial; designar uno de sus miembros
para integrar el Consejo de la Magistratura; designar entre sus miembros
aquellos que deben integrar el Tribunal Electoral, el Jurado de
Enjuiciamiento y todo otro organismo en el que la ley requiera la
participación de integrantes de la Corte de Justicia; ejercer la facultad
prevista en el art. 206, último apartado de la Constitución provincial, y
designar anualmente entre los abogados del Foro que reúnan los
requisitos del art. 204, apart. 1º, de la Carta Magna provincial, diez
conjueces para la integración de la Corte, cuando todos los reemplazantes
legales estuvieren impedidos por alguna causa justificada; denunciar a la
Sala Acusadora de la Cámara de Diputados o al Jurado de Enjuiciamiento
la mala conducta, la negligencia o morosidad en el ejercicio de sus
funciones, la comisión de delitos comunes o la inhabilidad física o moral
de los magistrados y miembros del Ministerio Público; ejercer las
facultades disciplinarias establecidas en los incs. g) y h) del art. 17 de la
Ley Orgánica y conocer sobre el recurso de reconsideración
que interpusieren los afectados por el ejercicio de esa facultad; conocer en
grado de apelación contra las sanciones expulsivas dispuestas por la sala
tercera; asignar conforme las necesidades de especialización que se
evidencien, competencia excluyente a tribunales o juzgados en particular
para conocer en materia o materias determinadas; conocer en los recursos
previstos en el art. 256 de la Constitución provincial y ejercer las demás
atribuciones conferidas por las leyes y reglamentos que no
estén expresamente previstos en la Ley Orgánica (art. 14, ley
5854, modificado por la ley 5905 y 8159).
Es competencia de la sala primera conocer y resolver los
recursos extraordinarios en materia civil, comercial y minería previstos en
el art. 208, inc. 1º, apart. c), de la Constitución provincial y en la ley; dirimir
las cuestiones de competencia que se susciten entre los tribunales en las
materias de la sala y cuya resolución corresponde a la Corte; conocer y
resolver en los casos previstos en el art. 208, incs. 3º, 4º y 6º, de
la Constitución provincial en las materias de la sala; conocer y resolver
sobre la acción de inconstitucionalidad prevista en el art. 208, inc. 2º, de
la Constitución provincial, en las materias de la sala; conocer y resolver
sobre las recusaciones o excusaciones de sus miembros y ejercer las
facultades disciplinarias establecidas en los incs. g) e i) del art. 17 de la
Ley Orgánica (art. 15, ley 5854).
Es competencia de la sala segunda: conocer y resolver los
recursos extraordinarios en materia penal, laboral, contencioso
administrativo y previsional previstos en el art. 208, inc. 1º, de
la Constitución provincial y en la ley; dirimir las cuestiones de competencia
que se susciten entre los tribunales en las materias de las salas, cuya
resolución corresponde a la Corte; conocer y resolver en los casos
previstos en el art. 208, incs. 4º y 6º, de la Constitución provincial, en las
materias de la sala; conocer y resolver sobre la acción

400 
 
de inconstitucionalidad prevista en el art. 208, inc. 2º, de la Constitución
de la provincia en las materias de la sala; conocer y resolver sobre
las excusaciones y recusaciones de sus miembros; ejercer las facultades
disciplinarias establecidas en los incs. g) e i) del art. 17 de la Ley Orgánica
y practicar semestralmente, acompañada por los magistrados y
funcionarios del fuero penal, una visita general de cárceles a fin de
comprobar su estado y funcionamiento; escuchar directamente de los
presos sus reclamos en cualquier sentido; hacerles conocer a los
encausados el estado de sus procesos y tomar de inmediato cualquier
medida que estimare prudente para subsanar los inconvenientes que
notare (art. 16, ley 5854).
Es competencia de la sala tercera ejercer las atribuciones y deberes
previstos en el art. 20 de la Constitución de la provincia y dictar los
reglamentos necesarios para ello, en lo que por la Ley Orgánica no
competa al tribunal en pleno, o a alguna de sus otras salas; conocer
conforme a los términos de la ley sobre los casos de reducción,
conmutación e indultos de pena; dictar y hacer cumplir en general todas
las resoluciones administrativas que no competan a la Corte de Justicia en
pleno; nombrar camaristas y jueces especiales, en caso de implicancia de
todos los reemplazantes legales, por sorteo de las listas de conjueces en
acto público, notificado a las partes; formar las listas de
profesionales auxiliares de la justicia para las designaciones de oficio
durante el mes de diciembre de cada año; determinar el reemplazo de los
magistrados, miembros del Ministerio Público y demás funcionarios que no
estuviese determinado expresamente en la ley; imponer sanciones
disciplinarias a los magistrados, miembros de los Ministerios Públicos,
funcionarios y empleados de la administración de justicia, pudiendo
corregir sus faltas con apercibimiento, suspensión en el ejercicio de sus
funciones hasta el término de un mes o multa de hasta tres veces el salario
mínimo del escalafón judicial; aplicar sanciones expulsivas en cada caso
de faltas graves o reiteradas de funcionarios cuya designación
corresponda a la Corte, o de empleados judiciales, previo sumario que
garantice el derecho de defensa; imponer apercibimientos, multas o
suspensiones que no excedan las previstas en el inc. g), a los abogados,
procuradores, litigantes y otras personas que obstruyeren el curso de la
justicia o que cometieren faltas en las audiencias, escritos o
comunicaciones de cualquier índole, contra su autoridad, dignidad o
decoro, así como conocer en los recursos de apelación del art. 44, inc. c),
y en materia del inc. d) del mismo artículo; determinar los turnos en los
tribunales inferiores y en las ferias judiciales; decretar feriados o asuetos
judiciales, cuando acontecimientos de trascendencia pública lo justificaren
y fijar, en su caso, la fecha de las ferias judiciales; practicar inspecciones
en las dependencias del Poder Judicial; dictar los acuerdos que estime
convenientes en todos los casos no previstos y que por su menor
importancia no requieran la participación del tribunal en pleno; conceder
licencias de más de ocho días a los ministros de la Corte, fiscal general,

401 
 
magistrados, funcionarios y empleados del Poder Judicial; fijar el horario
de las oficinas del Poder Judicial; suspender los plazos judiciales cuando
lo requiriesen circunstancias graves que impidan el ejercicio de los
derechos de los litigantes; ordenar y disponer el funcionamiento de la
Biblioteca de la Corte de Justicia y las publicaciones, y designar
magistrados y funcionarios subrogantes en caso de impedimento
prolongado de los titulares, respetando en lo posible las previsiones
legales de subrogancia (art. 17, ley 5854, modificado por la ley 5905).
El presidente de la Corte de Justicia tiene, entre otras, las atribuciones
y deberes de presidir el cuerpo, representarlo, convocarlo y dirigir sus
deliberaciones; proveer en los casos urgentes de superintendencia, dando
cuenta oportunamente a la sala tercera o al tribunal; sustanciar los
procedimientos que corresponda al tribunal en pleno, dictando las
providencias de mero trámite, hasta poner el expediente en estado de
resolver; visar las cuentas de la administración de conformidad con las
disposiciones vigentes; redactar la memoria anual; conceder licencias de
hasta ocho días con o sin goce de haberes a los miembros de las Cámaras
de Apelaciones, jueces de primera instancia, miembros del Ministerio
Público, funcionarios y empleados del Poder Judicial; imponer
apercibimientos y suspensiones de hasta quince días a los funcionarios y
demás empleados inferiores de la administración de justicia, poniendo en
conocimiento, cuando corresponda una sanción mayor, a la sala tercera,
ante la que podrán recurrirse dichas sanciones en la forma establecida en
el art. 17, inc. j), y ejercer las demás atribuciones conferidas por las leyes
y reglamentos (art. 21, ley 5854).
Corresponde a los presidentes de sala sustanciar los procedimientos en
las respectivas causas, dictando las providencias de mero trámite, hasta
poner el expediente en estado de resolver, sin perjuicio de los recursos
previstos en las leyes procesales; cuidar la economía y disciplina de las
oficinas de su inmediata dependencia; representar a la sala respectiva en
todos los actos y comunicaciones pertenecientes a ella; dirigir los debates
y las audiencias que correspondan a la sala, y disponer el orden de estudio
de las causas y ejercer las demás atribuciones conferidas por las leyes y
reglamentos (art. 22, ley 5854).
c) La Cámara en lo Civil, Comercial y Minería está integrada por doce
miembros, dividiéndose en cuatro salas, de tres miembros, denominadas
primera, segunda, tercera y cuarta (art. 31, ley 5854, modificado por la ley
8159).
Es de competencia de las salas primera, segunda y tercera conocer en
los recursos de apelación en materia civil, comercial y minería, como
asimismo en las quejas por denegación o retardo de justicia deducidas
contra los jueces de primera instancia, conforme a lo dispuesto por las
leyes de procedimientos y en las recusaciones de los jueces de esos
fueros y de sus propios miembros. La sala cuarta conocerá de recursos en
materia contencioso-administrativa, comercial especial, familia y menores,
402 
 
quejas en esas materias y recusaciones de los jueces respectivos y de sus
propios miembros (art. 32, ley 5854, modificado por la ley 8159).
La Cámara en lo Criminal está integrada por doce miembros,
dividiéndose en cuatro salas denominadas primera, segunda, tercera y
cuarta. Es competente para conocer en los casos previstos por el art.
26 de la ley 6140 (art. 33, ley 5854, modificado por la ley 6395).
La Cámara del Trabajo está integrada por seis miembros, dividiéndose
en dos salas denominadas primera y segunda. Conoce en los recursos o
consultas que procedan respecto de las resoluciones dictadas en
primera instancia según la competencia determinada por el Código de
procedimiento del fuero (art. 34, ley 5854).
Corresponde al presidente de la Cámara representar al tribunal de todos
los actos y comunicaciones oficiales; dictar las providencias de trámite sin
perjuicio del recurso de reposición por ante el tribunal en los asuntos que
conciernen a éste; velar por el orden, la disciplina y la economía interna de
las oficinas de su inmediata dependencia y convocar al tribunal para la
celebración de acuerdos (art. 42, ley 5854).
Corresponde al presidente de sala representar a la sala en todos los
actos y comunicaciones oficiales; dictar las providencias de trámite sin
perjuicio del recurso de reposición por ante la sala en los asuntos que
concierne a ésta; velar por el orden, la disciplina y la economía interna de
las oficinas de su inmediata dependencia; presidir los debates de juicio
oral en que les corresponda intervenir; presidir las audiencias y recibir la
prueba sin perjuicio del derecho de los vocales para asistir a éstas y del
que tendrán las partes para pedir su presencia y convocar a los miembros
de la sala para celebrar acuerdos (art. 43, ley 5854).
Son atribuciones y deberes de las Cámaras, entre otras, pedir a la Corte
de Justicia la designación de los empleados y funcionarios de su
dependencia; imponer apercibimientos, multas de hasta dos veces el
salario mínimo del escalafón judicial, y suspensiones de hasta quince días
a los abogados, procuradores, litigantes y otras personas que obstruyeren
el curso de la justicia o que cometieran faltas en las audiencias, escritos o
comunicaciones de cualquier índole, contra su autoridad, dignidad o
decoro, o la de alguno de sus miembros. Contra las multas y suspensiones
procederá sólo el recurso de apelación por ante la Corte de Justicia;
imponer sanciones disciplinarias a los magistrados inferiores, miembros
del Ministerio Público, funcionarios y empleados del respectivo fuero, con
los límites y recursos establecidos precedentemente y sin perjuicio de
solicitar una sanción mayor a la Corte de Justicia; poner en conocimiento
del Jurado de Enjuiciamiento la mala conducta, la negligencia o morosidad
en el ejercicio de sus funciones, la comisión de delitos comunes o
la inhabilidad física o moral de los magistrados y miembros del Ministerio
Público de su dependencia y fijar los días de acuerdo ordinarios, que no
podrán ser menos de uno por mes (art. 44, ley 5854).

403 
 
d) Los jueces en lo Civil, Comercial y Minería ejercen la jurisdicción
voluntaria y contenciosa en todas las causas civiles, comerciales y de
minería cuya competencia no esté atribuida a otros tribunales o a la justicia
de Paz Letrada. Los Juzgados en lo Civil, Comercial y Minería serán trece,
para la primera circunscripción y con competencia, al menos en uno de
ellos, en asuntos de familia, otro en materia comercial especial, y otro en
materia contencioso-administrativa (art. 55, ley 5854, modificado por ley
8159).
Los juzgados con competencia en asuntos de familia conocen en todos
los procesos de nulidad de matrimonio, divorcio y en todas sus incidencias,
entre otras, alimentos, litisexpensas, tenencia y guarda de menores,
regímenes de visitas, disolución y liquidación de sociedad conyugal,
suspensión y pérdida de la patria potestad, y en las acciones de petición e
impugnación de estado de familia, tutela, curatela, insania e inhabilitación
judicial, pudiendo requerir el auxilio de los organismos especializados,
dependientes de los Juzgados de Menores (art. 56, ley 5854, modificado
por la ley 5905).
Los juzgados con competencia en materia comercial especial conocen
en los concursos y quiebras, en los asuntos voluntarios o contenciosos
que se susciten en materia de sociedades comerciales y en los trámites
del Registro Público de Comercio (art. 57, ley 5854).
En la primera circunscripción judicial habrá once Juzgados en lo
Penal —cuatro Juzgados de Instrucción, cinco Juzgados Correccionales y
un Juzgado de Ejecución— con la competencia que les asigne el Código
Procesal Penal (ley 7398). El Juzgado Penal restante tendrá competencia
en la materia que le asigne la Corte de Justicia, de acuerdo con las
necesidades del servicio (art. 61, ley 5854, modificado por leyes 7592 y
7677).
Los jueces del Trabajo conocen en las causas a que se refiere el art.
4º de la ley 5732, sin perjuicio de la competencia que la Corte de Justicia
pueda asignarles, en ejercicio de la facultad atribuida por el art. 14, inc. i),
de la Ley Orgánica (art. 63, ley 5854, modificado por la ley 6846).
Los Juzgados de Menores son dos, con la siguiente competencia: 1º)
en materia civil, en los casos de abandono material o peligro moral de
menores, incluso con referencia a su educación, designación de tutor o
guardador; en la demanda de alimentos de menores abandonados por sus
padres y parientes; en las venias supletorias para contraer matrimonio y
en los casos de adopción; en las autorizaciones para realizar actos
jurídicos, pedidos fuera de juicios de la competencia de los jueces civiles;
en los procesos por pérdida o suspensión de la patria potestad, o de
remoción o suspensión de tutelas, fuera de juicios de la competencia de
los Juzgados de Familia; en los nombramientos de tutores y remoción de
los encargados de tenencia o guarda de los menores, fuera de los juicios
de competencia de los Juzgados de Familia y en las medidas de protección

404 
 
de personas relativas a menores de edad; 2º) en materia penal y
correccional, en los delitos de incumplimiento de deberes de asistencia
familiar, siempre que existieren menores afectados y en todos los
procesos que tengan por finalidad reprimir o sancionar las transgresiones
a las leyes protectoras de menores, las del trabajo de menores y las de
educación común (art. 65, ley 5854, modificado por las leyes 5905, 6395 y
7942).
Corresponde asimismo a los jueces de Menores: ejercer la
superintendencia y contralor sobre los menores asilados en
establecimientos oficiales o privados y disponer su internación por el
tiempo que juzguen necesario; inspeccionar el trato dado a ellos, su
asistencia médica, alimentaria e higiénica, la educación que se les imparta
y adoptar las medidas que estimen oportunas para evitar los abusos o
defectos que notaren; ejecutar los actos que fuesen pertinentes para la
protección de los menores como lo haría un buen padre de familia; ejecutar
visitas periódicas a los talleres, fábricas y otros establecimientos donde
trabajen menores, para asegurar el cumplimiento de las leyes, decretos y
ordenanzas relativas a la protección del menor y promover, por intermedio
de la Corte de Justicia, la sanción de leyes, decretos y ordenanzas sobre
la protección del menor (art. 66, ley 5854).
e) La Cámara de Paz Letrada está integrada por tres miembros y su
presidente tiene las mismas atribuciones y deberes que la ley establece
para los presidentes de Cámara (arts. 73 y 77, ley 5854).
Corresponde a dicho tribunal el conocimiento y decisión de los recursos
deducidos contra las resoluciones de los jueces de Paz Letrados, en los
asuntos a que se refiere el art. 84 (art. 78, ley 5854).
Los jueces que integran la Cámara de Paz Letrada tienen una jerarquía
y remuneración equivalentes a la de juez de primera instancia (art. 80, ley
5854).
Existen veinticinco Juzgados de Paz Letrados en la provincia, con la
siguiente competencia territorial: 1º) once juzgados en el Gran San Juan,
de los cuales siete tienen asiento en el departamento Capital y uno en
cada uno de los departamentos de Rawson, Chimbas, Rivadavia y Santa
Lucía, que conocen conforme lo determine la Corte de Justicia; 2º) un
juzgado en cada uno de los restantes departamentos, cuyo asiento debe
ser fijado por la Corte de Justicia (art. 81, ley 5854,modificado por las leyes
7057 y 8159).
Para ser juez de Paz Letrado se requieren los requisitos establecidos
en el art. 204 de la Constitución provincial, tener una residencia continua
en la provincia y previa a su designación de dos años, siendo su jerarquía
y remuneración equivalentes a la de agente fiscal de primera instancia
(arts. 82 —modificado por la ley 5884— y 83, ley 5854).

405 
 
Corresponde a los jueces de Paz Letrados el conocimiento y decisión
de los desalojos fundados en cualquier causa; de los procesos de
resolución de contrato de locación urbana cuando el alquiler mensual
no excediera de determinada cantidad, ni el plazo de locación superare los
mínimos legales; de los juicios ejecutivos, salvo los hipotecarios, que
no excedan determinada suma; de las demás cuestiones civiles y
comerciales cuyo monto no exceda cierto monto y de sus reconvenciones
hasta ese monto; del examen de libros por el socio, del reconocimiento,
adquisición y venta de mercaderías y de la constatación de hechos fuera
del juicio y de las sumarias informaciones en general; de las certificaciones
para trámites previsionales, asistenciales y de seguridad social en general;
de la inscripción de nacimientos o defunciones fuera del plazo y
rectificaciones de partidas de estado civil; de las cuestiones de vecindad
como amigables componedores; de los interdictos posesorios y de los
procesos sucesorios de las personas fallecidas con último domicilio en la
circunscripción de los distintos Juzgados de Paz Letrados (art. 84, ley
5854, modificado por las leyes 5905, 6919, 7068 y 7942).
La Corte de Justicia debe actualizar, cuando lo crea conveniente, los
montos establecidos, tomando como base los índices oficiales de variación
de precios (art. 85, ley 5854).
Si la cuestión versa sobre derechos no susceptibles de apreciación
pecuniaria, o si media incertidumbre sobre su valor, se considera la causa
sujeta a la competencia de la justicia ordinaria (art. 88, ley 5854).
Corresponde también a los jueces de Paz Letrados, con excepción de
los del Gran San Juan y de Jáchal, el conocimiento y decisión de las
acciones por cobro de salarios e indemnizaciones emergentes del contrato
de trabajo y la homologación de acuerdos transaccionales y liberatorios en
materia laboral, hasta el monto que la Corte de Justicia de la provincia
determine y de los desalojos de viviendas originados en la extinción de la
relación laboral; el conocimiento y decisión de la acción de hábeas corpus
en los casos del art. 32 de la Constitución provincial, sin perjuicio de la
competencia de los tribunales ordinarios; ejercer las atribuciones
establecidas en el art. 30 del Código Procesal Penal de la
provincia, incluso expidiendo órdenes de allanamiento (en cuyo caso
deben intervenir personalmente en la diligencia respectiva) en los términos
y con los alcances establecidos en los arts. 33 y 36 de la Constitución
provincial; adoptar medidas necesarias para la seguridad de los bienes y
documentación del causante, a petición de parte, o de oficio si la herencia
se reputase prima facie vacante o existieren incapaces sin representación
necesaria, dando cuenta de inmediato al tribunal competente; cumplir las
diligencias procesales y la recepción de pruebas que les encomiendan los
tribunales y jueces para realizar en el ámbito de su competencia territorial;
entender en los procesos de alimentos, autorización para contraer
matrimonio, comparecer en juicio y realizar actos jurídicos y del
asentimiento conyugal en los términos del art. 1277 del Código Civil, a

406 
 
opción del actor y sin perjuicio de la jurisdicción de los tribunales
ordinarios, y autorizar poderes para pleitos, formalizar actos de protestos
y certificar firmas cuando no haya notariales en el departamento en que
tienen su asiento a cuyo efecto deben llevar registro. A tal efecto, deben
llevar protocolos en la misma forma y con los mismos deberes y
responsabilidades que los escribanos de registro (art. 89, ley
5854, modificado por las leyes 7057 y 7072).
La Ley Orgánica contiene, por último, numerosas disposiciones
relativas a la composición y atribuciones del Ministerio Público(60), a los
cuerpos técnicos periciales, a la feria judicial, a los nombramientos de
oficio y al Registro Público de Comercio.

153. San Luis


a) El Poder Judicial de la provincia es ejercido por un Superior Tribunal
de Justicia y un Procurador General, con asiento en la ciudad de San Luis
y con jurisdicción sobre todo el territorio provincial, así como por los demás
tribunales y juzgados inferiores que la ley establece (art. 1º, ley 5651(61)).
A los fines de la competencia territorial, la provincia se divide en tres
circunscripciones judiciales compuestas, la primera, por los
departamentos de la Capital, Belgrano, Ayacucho y Coronel Pringles; la
segunda, por los de Pedernera y Gobernador Vicente Dupuy, y la tercera,
por los de San Martín, Chacabuco y Junín.
En esa misma circunscripción, con asiento en la ciudad de Concarán,
actúan una Cámara de Apelaciones con dos salas: una sala con
competencia en lo Civil, Comercial, Minas y Laboral, y otra con
competencia en lo Penal y Correccional; un Juzgado de Primera Instancia
en lo Civil, Comercial, Minas y Laboral; un Juzgado de Instrucción en lo
Penal y Correccional; un Juzgado de Sentencia en lo Penal y Correccional,
y un Juzgado de Familia y Menores (art. 3º, ley 5651).
En la primera circunscripción judicial, actúan, con asiento en la ciudad
de San Luis: dos Cámaras de Apelaciones en lo Civil, Comercial, Minas y
Laboral; una Cámara de Apelaciones en lo Penal y Correccional; cuatro
Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Minas; dos
Juzgados en lo Laboral; dos Juzgados de Familia y Menores; dos
Juzgados de Instrucción en lo Penal y Correccional; un Juzgado de
Sentencia en lo Penal y Correccional; un Juzgado de Paz Letrado y
Registral, y uno o más miembros del Ministerio Público (art. 3º, ley 5651).
En la segunda circunscripción judicial actúan, con asiento en la ciudad
de Villa Mercedes: dos Cámaras de Apelaciones en lo Civil, Comercial,

407 
 
Minas y Laboral; una Cámara de Apelaciones en lo Penal y Correccional;
tres Juzgados de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Minas; dos
Juzgados en lo Laboral; dos Juzgados de Familia y Menores; dos
Juzgados de Instrucción en lo Penal y Correccional; un Juzgado de
Sentencia en lo Penal y Correccional, con jurisdicción en toda la segunda
circunscripción judicial, y un Juzgado de Paz Letrado y Registral, así como
uno o más representantes del Ministerio Público (art. 3º, ley 5651).
Los jueces de Paz Legos ejercen su jurisdicción y competencia sobre el
territorio que se les asigne (art. 5º, ley 5651).
b) El Superior Tribunal de Justicia se compone de hasta cinco
miembros, pero puede funcionar válidamente con tres de sus integrantes
(art. 37, ley 5651).
El presidente de dicho Tribunal es elegido por votación de sus
miembros, por mayoría simple, dura un año en sus funciones y puede ser
reelecto (art. 38, ley 5651).
El Superior Tribunal tiene competencia originaria para conocer, además
de las causas que establece la Constitución provincial y las leyes
procesales: de los juicios sobre responsabilidad civil, emergentes del
desempeño de las funciones de sus miembros, de los camaristas, jueces,
funcionarios del Ministerio Público y secretarios de los tribunales letrados,
y de las recusaciones contra sus propios miembros y contra el Procurador
General, como también las cuestiones de competencia que se susciten en
jurisdicción del Poder Judicial (art. 40, ley 5651).
Como Tribunal de Alzada conoce: en todos los recursos que autoricen
las leyes procesales y especiales; del recurso de apelación contra las
resoluciones que recaigan en las recusaciones de los camaristas, en todos
los recursos autorizados por la Constitución provincial.
Tiene además diversas atribuciones concernientes a la
superintendencia general del Poder Judicial y al ejercicio de la potestad
disciplinaria sobre la conducta de sus miembros y de los demás
magistrados, funcionarios, auxiliares y empleados (art. 44, ley 5651).
c) Las Cámaras en lo Civil, Comercial, Minas y Laboral se integran por
jueces y la Presidencia de cada una de ellas es ejercida por el magistrado
que resulte electo por votación de sus miembros y por simple mayoría.
Duran un año en sus funciones y pueden ser reelectos (art. 48, ley 5651).
Dichas Cámaras conocen en materia laboral en los recursos, conforme
a las leyes procesales; en materia civil, comercial y minas, en los recursos
que autoricen las leyes de procedimientos y contra las resoluciones
dictadas por los jueces de primera instancia y de Paz Letrados en asuntos
de su competencia, con excepción de la materia contravencional (art.
49, ley 5651).

408 
 
Las Cámaras en lo Penal, Correccional y Contravencional se integrarán
por tres jueces. La Presidencia de cada una de ellas será ejercida por el
magistrado que resulte electo por votación de sus miembros y por simple
mayoría. Los presidentes de cada Cámara durarán un año en sus
funciones y podrán ser reelectos. Las Cámaras en lo Penal, Correccional
y Contravencional conocerán: 1) De los recursos interpuestos contra las
resoluciones y sentencias de los Jueces de primera instancia de
Instrucción en lo Penal, Correccional y Contravencional; de
primera instancia de Sentencia en lo Penal, Correccional y
Contravencional, y de los jueces de Familia y Menores en la materia Penal,
Correccional y Contravencional, conforme a las leyes procesales. 2)
En instancia única en el conocimiento y decisión del plenario por el
procedimiento del juicio oral de acuerdo con las leyes procesales, en las
causas por delitos cuya pena máxima exceda los cuatro años de prisión
y/o reclusión. 3) En consulta de los pedidos de indulto, conmutación y
rebajas de penas. 4) En las cuestiones acerca de libertad condicional (arts.
50 y 51, ley 5651).
d) Los jueces de primera instancia en lo Civil, Comercial y Minas
entienden en todos los asuntos de materia civil, comercial y minas de
orden voluntario y contencioso cuyo conocimiento no está expresamente
atribuido a la justicia de Paz Letrada o Lega, en tanto que los Juzgados en
lo Laboral entienden en materia de trabajo (art. 55, ley 5651).
Los jueces de primera instancia de Instrucción en lo Penal, Correccional
y Contravencional actuarán como instructores en todas las causas por
delitos y contravenciones. Los jueces de primera instancia de Instrucción
en lo Penal, Correccional y Contravencional conocerán en los asuntos
contravencionales y de faltas (arts. 56 y 57, ley 5651).
Los jueces de Paz Letrados y Registral conocen en primera instancia
de los asuntos civiles, comerciales y de minas en que el valor cuestionado
encuadre dentro del monto establecido como de su competencia mediante
acordada del Superior Tribunal de Justicia; de los juicios sucesorios cuyo
monto del acervo encuadre dentro del monto fijado como de su
competencia también mediante acordada de dicho Tribunal; de los
concursos civiles y convocatorias de acreedores y quiebras cuyo pasivo
no exceda al monto fijado en la misma forma; de los juicios de desalojo por
falta de pago de alquileres, cuando el monto del alquiler mensual
no exceda al fijado como de su competencia en la misma forma; cuando
se acumulare en el juicio de desalojo otra causal a la falta de pago, la
competencia corresponderá a los jueces de primera instancia, lo mismo
que cuando el monto del alquiler mensual supere el monto fijado por
competencia mediante acordada del Superior Tribunal de Justicia; de
las informaciones sumarias que se refieran a los juicios de competencia
del Juzgado y de las tercerías en las causas de su competencia, y de lo
que sea materia del Registro Público de Comercio, teniendo a su cargo los

409 
 
libros y demás formalidades reguladas por el Código de Comercio (art.
60, ley 5651).
Se excluyen de la competencia de los jueces de Paz Letrados
los interdictos, los juicios posesorios y petitorios, y los asuntos que se
refieran al derecho de familia; las venias y los asuntos que versen sobre la
capacidad de las personas y los asuntos regidos por la Ley de Contrato de
Trabajo o locación de servicios de carácter laboral o regidos por las leyes
laborales (art. 61, ley 5651).
Los jueces de Paz Letrados conocen asimismo en segunda y
última instancia de los recursos contra las resoluciones de los jueces de
Paz Legos de su jurisdicción (art. 62, ley 5651).
Los jueces de Paz Legos conocen de todo asunto civil y comercial cuyo
monto no exceda al monto fijado para su competencia mediante acordada
del Superior Tribunal de Justicia; de los juicios de desalojo por falta de
pagos de alquileres, en casos cuyo monto de alquiler mensual no exceda
al monto fijado en la misma forma; de los juicios sucesorios en que el haber
hereditario no exceda al monto fijado en la misma forma para su
competencia; del juzgamiento de las contravenciones en la forma
dispuesta en la legislación respectiva; de los demás asuntos cuya
competencia se le atribuyan por leyes o acordadas del Superior Tribunal;
se excluye de su competencia toda cuestión penal o correccional
reservada por la ley a la justicia letrada, los juicios sucesorios en los que
se alegue la calidad de herederos, los de quiebra, de convocatoria de
acreedores, concursos civiles, acciones petitorias o posesorias o de
desalojo que no sean fundados en falta de pago, y los juicios de nulidad
de matrimonio, divorcio, de la patria potestad, los que versen sobre estado
de familia y sobre la capacidad de las personas (art. 65, ley 5651).
La ley se integra, por último, con las numerosas normas destinadas a la
composición y funcionamiento del Ministerio Público y de las oficinas y
registros dependientes del Poder Judicial, así como a la actividad judicial
de los abogados, procuradores, escribanos, contadores públicos y
martilleros.

154. Santa Cruz


a) El Poder Judicial de la provincia de Santa Cruz, es ejercido por el
Tribunal Superior de Justicia, las Cámaras de Apelaciones, los jueces de
primera instancia, los jueces de Paz, los demás tribunales que se creen
por leyes especiales (art. 1º, ley 1600).

410 
 
La jurisdicción judicial de la provincia corresponde exclusivamente a los
organismos enunciados en el art. 1º, que la ejercerán en los límites de su
respectiva competencia, conociendo y resolviendo en todas las causas
que versen sobre puntos regidos por la Constitución y las leyes de la
provincia, así como aquellas en que les corresponda entender de acuerdo
con las leyes de la Nación, según que las personas o las cosas caigan bajo
la jurisdicción provincial (art. 4º, ley 1600).
El Tribunal Superior de Justicia ejerce jurisdicción sobre todo el territorio
de la provincia, y tiene su asiento en la Capital de ésta (art. 5º, ley 1600).
En la provincia de Santa Cruz existen dos Cámaras de Apelaciones. Se
denominan Cámara de Apelaciones de la primera circunscripción judicial,
y Cámara de Apelaciones de la segunda circunscripción judicial (art. 6º, ley
1600).
El Tribunal Superior de Justicia está integrado por cinco vocales y
puede dividirse en salas, pero debe decidir las causas contencioso-
administrativas y las que le correspondan a su competencia originaria
y exclusiva en juicio pleno (art. 24, ley 1600, modif. por la ley 2404).
Anualmente, los miembros del Tribunal designan al presidente del
cuerpo y la subrogancia por ausencia o impedimento de cualquier tipo es
ejercida por los vocales en orden de antigüedad en el cargo,
correspondiendo que a igual antigüedad tenga prelación el de mayor edad
(art. 25, ley 1600, modif. por la ley 2404).
El Tribunal es competente para entender en los casos previstos en el
art. 130, incs. 1º, 2º y 3º, de la Constitución en el modo y forma
establecidos en aquél; en los recursos procesales extraordinarios que la
ley establezca, de las sentencias y resoluciones que dicten las Cámaras
de Apelaciones y en grado de apelación en las causas en que la condena
de segunda instancia sea de prisión o reclusión perpetua o reclusión por
tiempo indeterminado, o éstas hayan sido solicitadas por el acusador, y en
el caso del art. 20 de la Constitución (art. 30, ley 1600).
Son atribuciones del Tribunal Superior, entre otras, las establecidas en
el art. 131 de la Constitución, y en el art. 133 de ésta respecto de los jueces
de Paz; disponer la inspección de los tribunales inferiores, así como de las
cárceles y reparticiones auxiliares de la justicia; establecer los horarios de
funcionamiento de todas las dependencias judiciales; decretar feriados,
asuetos y suspensión de plazos procesales cuando circunstancias y
acontecimientos especiales lo hagan necesario, y establecer la forma de
funcionamiento de tribunales, Juzgados y demás dependencias durante la
feria judicial que determine el reglamento; establecer el régimen
disciplinario del personal de Poder Judicial, pudiendo delegar
reglamentariamente su aplicación por los distintos organismos; ejercer
superintendencia directa sobre los Juzgados de Paz, con facultad
de inspeccionarlos periódicamente por sí o a través del magistrado o
funcionario que designe, así como adoptar las medidas que aseguren su
411 
 
correcto funcionamiento y aplicar las sanciones disciplinarias que
corresponda a los funcionarios y empleados que integran dicha justicia;
reglamentar la matrícula de profesionales auxiliares de la justicia que
hayan de actuar en el fuero provincial; reglamentar y disponer sobre la
ejecución del presupuesto asignado al Poder Judicial; requerir los informes
que estime necesarios a las Cámaras de Apelaciones, Juzgados y demás
dependencias judiciales y ejercer toda otra atribución y función establecida
en la Ley Orgánica y demás leyes, y promover por acordadas y
reglamentos el mejor funcionamiento del Poder Judicial (art. 33, ley 1600).
Son funciones del presidente del Tribunal Superior, entre otras,
representar al Tribunal en los actos protocolares ante los otros poderes
públicos y en general en todas las relaciones con funcionarios, entidades
o personas; dictar con su sola firma las providencias de trámite; llevar la
palabra en las audiencias y concederla a los demás vocales y partes;
ejercer la dirección administrativa del Tribunal, visando y autorizando la
documentación pertinente, conforme a la reglamentación; ejercer la policía
en el recinto del Tribunal, a cuyo fin el personal destacado en aquél está a
sus órdenes; y resolver aquellas cuestiones de carácter administrativo y
de superintendencia que el Tribunal delegue por acuerdo (art. 34, ley
1600).
b) Las Cámaras de Apelaciones se componen de tres miembros cada
una. En cada circunscripción judicial existe una Cámara de Apelaciones
en lo Civil Comercial, Laboral y de Minería y una Cámara de Apelaciones
en lo Criminal y Correccional (art. 36, ley 1600).
Las Cámaras son competentes para entender en los recursos que se
deduzcan contra las resoluciones de los jueces de primera instancia de su
circunscripción; en los recursos por retardación o denegación de justicia
por parte de los jueces de primera instancia de su circunscripción y en los
recursos en que así lo establezcan las leyes especiales (art. 45, ley 1600).
c) Funcionan Juzgados de Primera Instancia con asiento en Río
Gallegos, Caleta Olivia, Puerto Deseado, Puerto San Julián y Río Turbio,
que tienen competencia en lo Civil, Comercial, Laboral y de Minería, y en
lo Criminal y Correccional, así como un Juzgado de Primera Instancia de
la Familia, y un Juzgado de Primera Instancia del Menor, ambos con
asiento en la ciudad de Río Gallegos (arts. 54, 57 —modif. por ley 2323—
y 57 bis —incorporado por ley 2653—, ley 1600).
Esos juzgados son competentes: 1º) el Juzgado de Primera Instancia
de la Familia para entender en los juicios relativos a divorcio y nulidad de
matrimonio; suspensión del ejercicio y pérdida de la patria
potestad; examen, aprobación o rechazo de las contrataciones con bienes
de menores por sus representantes legales, en los casos en que se
requiere autorización judicial; la designación de tutores y curadores,
aprobación de sus cuentas y suspensión y remoción de éstos; declaración
de insania e inhabilitación; las habilitaciones de edad de menores

412 
 
huérfanos, se encuentren o no bajo tutela; adopciones; rectificación de
partidas e inscripciones de nacimientos; tenencia de hijos y acciones de
estado de familia en general. 2º) El Juzgado de Primera Instancia del
menor es competente para entender: en toda cuestión criminal o
correccional en que un menor aparezca imputado como autor, cómplice o
encubridor de un hecho que la ley repute delito; en cuanto a la protección
del menor y las medidas de asistencia que puedan corresponder, cuando
un menor resulte víctima de un delito; en todas la causas
por incumplimiento de los deberes de asistencia familiar; en el abandono
o exposición de menores; en la internación o externación y restitución de
menores al hogar; la adopción de medidas tutelares en los casos en que
un menor resulte reiteradamente autor de conductas comprendidas en la
Ley de Contravenciones; el patronato del estado provincial se ejerce
asimismo por medio del juez del menor con concurrencia de la
Subsecretaría de Acción Social dependiente del Ministerio de Asuntos
Sociales y del Ministerio Público de Menores. Este patronato se llevará a
cabo atendiendo la salud, seguridad, educación moral e intelectual del
menor, proveyendo a su tutela sin perjuicio de los arts.
390 y 391 del Código Civil (art. 58, ley 1600, modif. por las leyes
2323, 2360 y 3062).
Asimismo, en cada población con más de quinientos habitantes hay un
Juzgado de Paz cuyo titular debe ser argentino en ejercicio de la
ciudadanía y tener 25 años de edad como mínimo (arts. 63 y 64, ley 1600).
Son competentes en las acciones civiles y comerciales cuyo valor
cuestionado no exceda de determinada cantidad y sus contrademandas
hasta el mismo monto, y a instancia del Tribunal Superior de Justicia el
Poder Ejecutivo debe actualizar monetariamente, en forma anual, el monto
correspondiente; en las cuestiones que les asigne el Código Rural, Código
de Faltas y las leyes especiales; en la infracción a los reglamentos
policiales y en los municipales cuando así corresponda, y en las cuestiones
de vecindad, menor cuantía, correccionales y de cualquier tipo que les
deleguen los códigos de procedimientos de las distintas materias, en cuyo
caso deben juzgar conforme esas normas indiquen (art. 67, ley
1600, modif. por ley 2404).
A falta de escribano de Registro en la respectiva zona, o encontrándose
éste inhabilitado o ausente, los jueces de Paz pueden extender escrituras
públicas con excepción de escrituras traslativas de dominio o hipotecas de
bienes raíces. Dichos jueces, haya o no escribano de Registro, en todos
los casos pueden certificar las firmas e impresiones digitales puestas en
su presencia por personas de su conocimiento, extendiendo el acta
respectiva en el libro de requerimientos que deben llevar a tal efecto;
certificar la autenticidad de las copias de documentos cuyos originales les
hayan sido exhibidos por los interesados, en la forma que la
reglamentación establezca (art. 69, ley 1600).

413 
 
La Ley Orgánica reglamenta, asimismo, las atribuciones y deberes de
los jueces de Paz y del Ministerio Público, así como también la
organización y funcionamiento de las dependencias del Poder Judicial y
la inscripción de los profesionales auxiliares de la justicia.

155. Santa Fe
a) A los fines de la competencia territorial, la provincia de Santa Fe se
divide en comunas, circuitos, distritos y circunscripciones judiciales (art.
3º, ley 10160, t.o. por dec. 46/1998, con modificaciones de la ley 13.178).
La actividad jurisdiccional en la provincia es ejercida por los magistrados
judiciales que establece la Constitución local. Ellos son: los ministros de la
Corte Suprema; los jueces de las Cámaras de Apelación y de las Cámaras
en lo Contencioso Administrativo; los jueces de los tribunales colegiados;
los jueces de primera instancia de distrito; los jueces de primera instancia
de circuito; los jueces comunales que establece la ley (art. 9º, ley 10.160).
La Corte Suprema de Justicia tiene asiento en la sede de la
circunscripción judicial n. 1 y se compone de seis ministros y un
procurador general (art. 11, ley 10.160).
Compete a la Corte Suprema ser alzada de todos los
tribunales inferiores y le corresponde el conocimiento de: las
impugnaciones por inconstitucionalidad deducidas contra sentencias
definitivas o autos interlocutorios con fuerza de tales; los recursos de
revisión deducidos contra sentencias dictadas en procesos penales; los
recursos deducidos contra las decisiones del Tribunal de Cuentas; los
recursos de nulidad deducidos contra las sentencias pronunciadas en
juicios orales en materia penal, luego de vencido el plazo concedido por la
ley al efecto; las quejas por retardo de justicia deducidas contra las
Cámaras de Apelación (art. 16, ley 10160).
Incumbe asimismo a dicho tribunal el conocimiento de: las pretensiones
contencioso-administrativas, en los casos y modos que dispone la ley; los
conflictos de competencia suscitados entre magistrados de la provincia
que no tienen un superior común; los conflictos de atribuciones planteados
entre funcionarios del Poder Ejecutivo y magistrados o funcionarios del
Poder Judicial y los incidentes de recusación de sus propios integrantes
(art. 17, ley 10.160).
Le compete también el conocimiento de los juicios de expropiación
promovidos por la provincia y los juicios de responsabilidad civil
promovidos contra los magistrados judiciales (art. 18, ley 10.160), así

414 
 
como el ejercicio del gobierno del Poder Judicial, con la consiguiente
facultad disciplinaria (art. 19, ley 10.160).
El presidente de la Corte es elegido por mayoría absoluta de sufragios
de todos los ministros en votación secreta que se realiza antes del 1 de
diciembre y entra en funciones, por un año, el 1 de enero, requiriéndose a
los fines de la elección la presencia de por lo menos cinco ministros (art.
20, ley 10.160).
b) Las Cámaras de Apelación tienen asiento en las sedes de todas las
circunscripciones judiciales en que se divide la provincia, y cada una se
compone por lo menos con tres jueces y se divide en salas cuando el
número de ellos permite respetar tal mínimo (arts. 23 y 24, ley 10.160).
Cada Cámara es alzada de los jueces de primera instancia con igual
competencia material y cuantitativa en su respectiva circunscripción
judicial y por medio de sus salas conoce de las impugnaciones que se
deducen contra las decisiones de los jueces de primera instancia, de las
quejas y de los recursos que se deduzcan contra los laudos arbitrales (art.
32, ley 10.160, modif. por la ley 12.070).
En su competencia territorial, cada Cámara, por medio de sus salas,
conoce de: los conflictos de competencia suscitados entre magistrados o
funcionarios judiciales, las recusaciones de sus propios jueces y las de los
de primera instancia, y las impugnaciones que se interponen contra las
decisiones del presidente (art. 33, ley 10.160).
Las Cámaras de Apelaciones en lo Civil y Comercial tienen asiento en
las sedes de dos circunscripciones judiciales y sin perjuicio de lo dispuesto
en el art. 32, cada una es alzada de los tribunales colegiados respecto del
recurso de apelación extraordinario, destinado a la subsanación de
errores in procedendo de la sentencia o del procedimiento atribuidos a las
sentencias definitivas (art. 42, ley 10.160).
Asimismo, cada Cámara, por medio de sus salas, conoce de las
recusaciones de los jueces de los tribunales colegiados, las
impugnaciones contra las decisiones de los directores del Registro
General y del Archivo, y las cuestiones relativas a la superintendencia del
notariado (art. 44, ley 10.160).
Las Cámaras de Apelaciones en lo Penal tienen asiento en las sedes
de cuatro circunscripciones judiciales y una correspondiente a una de los
distritos (art. 45, ley 10.160).
Sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 32, cada Cámara, por medio de
sus salas, es alzada de los jueces de Menores de la respectiva
circunscripción judicial, en lo relativo a la materia penal y de los jueces de
circuito en lo relativo a faltas. Además, cada Cámara conoce, dentro de su
competencia territorial, del recurso de inaplicabilidad de la doctrina legal
(art. 46, ley 10.160).

415 
 
Además de lo dispuesto en el art. 33, cada Cámara, por medio de sus
salas y dentro de su respectiva circunscripción judicial, conoce de las
causas en las cuales procede el juicio oral en instancia única y de las
apelaciones contra la denegación de la inscripción en la matrícula y las
sanciones disciplinarias aplicadas a los integrantes de los colegios o
consejos profesionales que tienen su asiento en la circunscripción judicial
a que aquéllas pertenecen. Las denegaciones de inscripción y sanciones
disciplinarias, mencionadas en el párrafo anterior, son apelables en
relación y con efecto suspensivo, mediante recurso fundado dentro del
término de diez días por ante la Cámara de Apelación en lo Penal que
corresponda. El colegio o consejo profesional puede intervenir en la
sustanciación del recurso y, en su caso, se aplicarán supletoriamente las
disposiciones introducidas por la ley 11.219. Son también apelables, del
mismo modo, las resoluciones de la Caja Forense y de las Cajas de
Jubilaciones y Pensiones de los Profesionales en general. Cada Cámara,
por medio de sus salas y dentro de su respectiva circunscripción judicial,
lleva los registros establecidos en la ley (art. 47, ley 10.160).
Las Cámaras de Apelaciones en lo Laboral tienen asiento en las sedes
de dos de las circunscripciones judiciales (art. 49, ley 10.160).
Además de lo dispuesto en el art. 33, cada Cámara, por medio de sus
salas, conoce de las impugnaciones que se interponen contra las
decisiones de autoridades administrativas por incumplimiento de leyes
laborales (art. 51, ley 10.160).
Las Cámaras de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Laboral tienen
asiento en las sedes de tres circunscripciones judiciales, y sin perjuicio de
lo dispuesto en el art. 32, cada una es alzada de los jueces de Menores de
su respectiva circunscripción judicial, en lo relativo a materia civil,
comercial y laboral, y de los jueces de circuito, salvo en materia de faltas
(arts. 53 y 54, ley 10.160).
Las Cámaras de Apelaciones de circuito tienen asiento en las sedes de
dos circunscripciones judiciales (art. 55, ley 10.160).
Cada una de ellas es alzada de los jueces de circuito de las respectivas
circunscripciones judiciales, salvo en materia laboral y de faltas. También
serán alzada de los jueces comunitarios de las pequeñas causas que
tengan asiento en la misma ciudad o comuna que ella (art. 56, ley
10.160, según ley 13.178).
Las Cámaras en lo Contencioso Administrativo tienen su asiento en las
sedes de dos circunscripciones judiciales, con competencia territorial en
las cinco circunscripciones judiciales y se les atribuye competencia en la
materia contencioso-administrativa a la que alude el art. 93, inc. 2º, de
la Constitución provincial, en los siguientes casos: a la Cámara con sede
en la Circunscripción 1, en los recursos contencioso-administrativos que
se deduzcan contra los actos de la provincia, en todo litigio cuyo
conocimiento y decisión no estén expresamente atribuidos por la ley a la
416 
 
Cámara con sede en la Circunscripción 2; y los municipios y comunas
comprendidos en el ámbito de tres de las circunscripciones. A la Cámara
con sede en la Circunscripción 2, en los recursos contencioso-
administrativos que se deduzcan contra los actos de la provincia, cuando
el recurrente se domicilie en las Circunscripciones 2 y 3, y el litigio verse
sobre empleo público, previsión social y sanciones administrativas
aplicadas en ejercicio de la potestad de policía; y de los municipios y
comunas comprendidos en el ámbito de las Circunscripciones 2 y 3 (art.
59, ley 10.160).
Los tribunales colegiados tienen asiento en las sedes de dos Distritos
Judiciales y ejercen su competencia material dentro de los respectivos
territorios (art. 60, ley 10.160, modificado por la ley 12.997).
Los tribunales colegiados distribuyen los pleitos por orden de entrada a
cada uno de sus jueces. El designado actúa como juez de trámite y le
compete el conocimiento de lo actuado en la audiencia de vista de la causa
y la emisión de la sentencia de fondo y mérito que pone fin a alguno de los
litigios que enumera el art. 541 del Código Procesal Civil y Comercial, así
como la emisión del juicio de fundabilidad en el recurso de revocatoria ante
el tribunal pleno (arts. 65 y 66, ley 10.160).
Al juez de trámite le incumbe con exclusividad instruir, por la vía que
corresponda, resolver y ejecutar bajo su sola firma todos los pleitos de la
competencia material del tribunal colegiado que no están enunciados en
el art. 541 del Código Procesal Civil y Comercial, conocer y resolver todas
las cuestiones incidentales que ponen o no fin al proceso y ejecutar la
sentencia de mérito que dicta el Tribunal Colegiado. En las mismas
condiciones le compete instruir y resolver el juicio de divorcio no
contencioso (art. 67, ley 10.160).
A los Tribunales Colegiados de Familia les compete conocer, originaria
y exclusivamente, por la vía del juicio oral, de los litigios que versan sobre
divorcio contencioso, filiación y pretensión autónoma de alimentos y
litisexpensas; por la vía del juicio ordinario, de los litigios que versan sobre
nulidad de matrimonio, tenencia y régimen autónomos de visita de hijos,
adopción, impugnación de paternidad y disolución de sociedad conyugal
no precedido de juicio de divorcio; por la vía del juicio sumario, de los
litigios que versan sobre liquidación de sociedad
conyugal, insania, inhabilitación judicial y pérdida de patria potestad; por
la vía del juicio sumarísimo, de los litigios que versan sobre
tenencia incidental de hijos, suspensión y limitación de la patria potestad y
sobre tutela y curatela; por la vía del juicio verbal y no actuado, de los
litigios que versan sobre venia para contraer matrimonio y divorcio no
contencioso, en los asuntos de violencia familiar, por el procedimiento
especial creado por ley, etc. (art. 68, ley 10.160, modif. por ley 12.967).
A los Tribunales Colegiados de Responsabilidad Extracontractual les
compete el conocimiento de todo proceso que versa sobre responsabilidad

417 
 
civil extracontractual, pero en caso de existir conexidad o afinidad entre
procesos que versan sobre litigios por responsabilidad de origen
contractual y extracontractual, es competente el juez en lo Civil y
Comercial. Además, les compete el conocimiento de las pretensiones
posesorias y de despojo (art. 69, ley 10.160).
c) Los jueces en lo Civil y Comercial tienen asiento en las sedes de los
Distritos Judiciales 1, 2, 3, 4, 5 y 12 y ejercen su competencia material
dentro de sus respectivos territorios en todo litigio que versa sobre materia
que no está expresamente atribuida por la Ley Orgánica a otro tribunal
(arts. 70 —modif. por la ley 12.812— y 72 —modif. por la ley 12.997—, ley
10.160).
Los jueces en lo Laboral tienen asiento en las sedes de cinco Distritos
Judiciales y ejercen su competencia material dentro de sus respectivos
territorios y les compete el conocimiento de los litigios entre empleadores
y trabajadores por conflictos individuales de derecho, derivados de
contratos de trabajo, de empleo, de aprendizaje, de ajuste de servicios y
de tambero-mediero; los litigios promovidos por entidades sindicales y
administrativas, cuando se pretende el cumplimiento de normas laborales,
salvo que otra ley disponga distinta competencia; las demandas por
restitución de muebles e inmuebles o parte de ellos, concedidos a los
trabajadores en virtud o como accesorio de los contratos de trabajo, sin
perjuicio de las disposiciones especiales contenidas en los estatutos
profesionales; las tercerías respecto de causas de su competencia
material; la ejecución de multas que aplican las autoridades
administrativas por incumplimiento de leyes de trabajo, de tambero-
mediero y de previsión social; las demandas por cobro de aportes y
contribuciones fundadas en normas de derecho del trabajo; la ejecución
de sus propias sentencias y los litigios que se promueven para obtener la
declaración de un derecho del trabajo, cuando el estado de incertidumbre
respecto de una relación jurídica individual, de sus modalidades o de
su interpretación, causa o pudiere causar un perjuicio a quien
tenga interés legítimo y actual en determinarlo (arts. 74 —modif. por ley
12.812— y 76, ley 10.160).
Un juez en lo Civil y Comercial, y el juez en lo Civil, Comercial y
Laboral n. 1 en la sede de cada circunscripción judicial, cumplen las
funciones de juez de Registro para los casos previstos en la ley de la
materia. Ejercen su competencia material dentro del territorio de la
respectiva circunscripción judicial (art. 83, ley 10.160).
Los jueces en lo Penal de Instrucción tienen asiento en las sedes de los
Distritos Judiciales mencionados y ejercen competencia material dentro de
sus respectivos territorios. Sin perjuicio de ello, los jueces del Distrito
Judicial 8 extienden su competencia territorial al 16 (art. 84, ley
10.160, modif. por las leyes 11.793 y 13.031).

418 
 
Les incumbe investigar los delitos imputados a personas mayores de 18
años, salvo lo dispuesto en el art. 92 (art. 86, ley 10.160).
Tienen asiento en las sedes de los Distritos Judiciales 1, 2, 5, 8, 10 y
13, y ejercen su competencia material dentro de sus respectivos territorios.
Sin perjuicio de ello, los jueces del Distrito Judicial 1, extienden su
competencia territorial al Distrito Judicial 11; los del Distrito Judicial 2, a los
Distritos Judiciales 6, 7, 12 y 14; el del Distrito Judicial 10, al Distrito
Judicial 15; el de Distrito Judicial 8 a los Distritos Judiciales 3, 9 y 16; y el
del Distrito Judicial 13, al Distrito Judicial 4 y 17. Juzgan los delitos
imputados a personas mayores de 18 años, salvo lo dispuesto en el art.
92 (arts. 87 —modif. por ley 12.776— y 89, ley 10.160).
Los jueces en lo Penal Correccional tienen asiento en las sedes de los
Distritos Judiciales 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 10, 12, 13 y 14, y ejercen su
competencia material en sus respectivos territorios. Sin perjuicio de ello, el
juez del Distrito Judicial 8 extiende su competencia territorial al Distrito
Judicial 16, el del Distrito Judicial 13 a las Comunas 1, 3, 5 y 10 del Circuito
Judicial 4, y el del Distrito Judicial 4 no tiene competencia territorial en las
Comunas 1, 3, 5 y 10 del Circuito Judicial 4 (art. 90, ley 10.160, modif. por
las leyes 11.793 y 10.031).
A dichos jueces les compete investigar y juzgar los delitos imputados a
personas mayores de 18 años, cuando el máximo de la pena no excede
de tres años de prisión, con excepción de los delitos por homicidios
culposos, en los cuales entienden por ser competencia material de éstos.
Los jueces en lo Penal Correccional de los Distritos 3 y 8 tienen la
competencia material establecida por el art. 111, inc. 3º (art. 92, ley
10.160, modif. por la ley 11.710).
Los jueces en lo Penal de Instrucción y Correccional tienen asiento en
las sedes de cinco Distritos Judiciales y ejercen su competencia material
en sus respectivos territorios (art. 93, ley 10.160, modif. por ley 13.052).
Tienen idéntica competencia que los jueces en lo Penal de Instrucción
y que los jueces en lo Penal Correccional y, además, el juez con
competencia en el Distrito Judicial 9 tiene la competencia material
establecida en el art. 111, inc. 3º (art. 95, ley 10.160).
Los jueces en lo Penal de Faltas tienen asiento en las sedes de tres
Distritos Judiciales y ejercen su competencia material y funcional dentro
de sus respectivos territorios (art. 96, ley 10.160).
Les compete investigar o juzgar las faltas imputadas a personas
mayores de 18 años y, además de lo dispuesto en el artículo anterior,
conocen en última instancia de las impugnaciones deducidas contra las
resoluciones de órganos administrativos que deciden faltas en materia
municipal , de tránsito y contravenciones policiales (arts. 98 y 99 —modif.
por la ley 13.133—, ley 10.160).

419 
 
Los jueces de Menores tienen asiento en las sedes de los Distritos
Judiciales 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 12, 14, 15 y 22, y ejercen su competencia
material dentro de sus respectivos territorios. Sin perjuicio de ello, los
jueces del Distrito Judicial 1 extienden su competencia territorial al Distrito
Judicial 11, 18, 19, 20 y 21; el del Distrito Judicial 3, a los Distritos
Judiciales 8 y 9; el del Distrito Judicial 4, al Distrito Judicial 13, y los del
Distrito Judicial 5, al Distrito Judicial 10 (art. 100, ley 10.160, modif. por
las leyes 11.739 y 13.052), y ejercen su competencia en materia de
menores de conformidad y con las limitaciones dispuestas en la ley
provincial de Promoción y Protección Integral de los Derechos de las
Niñas, Niños y Adolescentes (art. 102, ley 10.160, modif. por ley 12.967).
Los jueces de Ejecución Penal tienen asiento en las sedes de dos
distritos judiciales y los respectivos despachos se ubican dentro de los
mayores establecimientos carcelarios. El juez del Distrito Judicial 1 ejerce
su competencia material en seis Distritos Judiciales. El juez del Distrito
Judicial 2 ejerce su competencia material en cuatro Distritos Judiciales.
Con exclusión de toda otra autoridad, les compete: vigilar y definir la
ejecución de las penas privativas de libertad. A tal fin, les son enviados
todos los procesos en los cuales existe condena firme y ejecutoriada;
resolver acerca de la suspensión, aplazamiento o cesación de medidas de
seguridad y acerca de todos los conflictos suscitados entre la
administración y los internos; vigilar estrechamente el tratamiento personal
de los condenados y su correspondencia con las normas legales
específicas; mantener adecuado control de la salud de los condenados y
de su alimentación, provisión de ropas, medicinas, etc.; dictaminar acerca
de la concesión de indultos en materia de reducción de penas; tramitar y
decidir acerca de pedidos de unificación de penas y de libertad condicional;
controlar el traslado de detenidos de una unidad carcelaria a otra;
efectuar inspecciones periódicas a establecimientos carcelarios y
controlar y vigilar el cumplimiento de las condiciones y reglas de conductas
impuestas a los procesados que gocen de la suspensión del juicio a
prueba, debiendo comunicar al tribunal concedente
cualquier incumplimiento e inobservancia de las reglas.
Los jueces de primera instancia de circuito tienen asiento en las sedes
de todos los circuitos judiciales, y ejercen su competencia material,
cuantitativa y funcional dentro de sus respectivos territorios, excepto en
cuatro circuitos judiciales, donde son ejercidos por los jueces de
primera instancia de distrito correspondiente a éstos (art. 109, ley
10.160, modif. por la ley 12.776). Les compete el conocimiento de todo
asunto referente a locación de muebles e inmuebles urbanos y rurales,
etcétera.
Les compete asimismo el conocimiento de toda causa civil y comercial
cuya cuantía no supere el valor equivalente a quince unidades jus. A los
jueces de veinte circuitos les compete, además, el conocimiento de todo
asunto laboral cuya cuantía no supere la suma establecida
420 
 
precedentemente (art. 112, ley 10.160, modif. por las leyes 12.776 y
13.178).
Asimismo, les incumbe el conocimiento de las impugnaciones y las
quejas deducidas contra las resoluciones de los jueces comunitarios de
pequeñas causas (art. 113, ley 10.160).
Los jueces de Ejecución Civil tienen asiento en las sedes de dos
circuitos judiciales y ejercen su competencia material y cuantitativa dentro
de sus respectivos territorios (art. 115, ley 10.160).
Los jueces comunitarios de pequeñas causas tienen su asiento en las
comunas para las cuales han sido designados y ejercen su competencia
material dentro de su respectivo territorio, de conformidad con lo dispuesto
en los arts. 4º y 7º (art. 120, ley 10.160, modif. por la ley 13.178).
Sin perjuicio de las funciones que les encomienden otras leyes, les
compete: conocer y decidir acerca de contravenciones municipales;
comunicar al juez de distrito que corresponda, el fallecimiento de las
personas que ocurra en el ámbito de su competencia territorial y que no
tengan parientes conocidos; igualmente, los casos de orfandad, abandono
material y peligro moral de los menores de edad; realizar con prontitud y
eficiencia todas las diligencias que les ordenan los magistrados; autorizar
poderes para pleitos y autenticar firmas. Carecen de competencia para
conocer de juicios universales, desalojos, litigios que versen sobre
relaciones de familia y derechos reales, actos de jurisdicción voluntaria y,
en general, todo asunto que no sea apreciable en dinero y en los que la
provincia o entes autárquicos provinciales sean parte procesal.
Desde el punto de vista cuantitativo les compete el conocimiento de los
asuntos civiles y comerciales cuya cuantía no exceda de una cifra
equivalente a dos unidades jus; los asuntos laborales, cuando el valor de
la demanda no supere el fijado en el inciso anterior. Es facultad del obrero
optar por esta competencia.
La ley 10.160 reglamenta asimismo la composición y atribuciones del
Ministerio Público.

156. Santiago del Estero


a) La administración de justicia de la provincia de Santiago del Estero
es ejercida por el Superior Tribunal de Justicia y sus salas; por las
Cámaras de Apelación en lo Civil y Comercial; Criminal, del Trabajo y
Minas; Tribunal de Menores y Cámaras de Paz; por los jueces de
primera instancia en lo Civil y Comercial, de Instrucción y Sentencia en lo

421 
 
Correccional y jueces de Menores; por los jueces de Paz Letrados; por
jueces de Paz Letrados y de Instrucción en lo Criminal; por jueces de Paz
no Letrados y por el Jurado de Enjuiciamiento (ley 3752(62)).
b) El Superior Tribunal de Justicia tiene su asiento en la Capital de la
provincia y está conformado por cinco miembros. Se divide en dos Salas
de Sentencia: la de Asuntos Civiles y Comerciales, y la de Asuntos
Criminales, Laborales y Minas, compuesta cada una por tres miembros; y
una Sala de Superintendencia compuesta por el presidente,
vicepresidente primero y vicepresidente segundo del Tribunal (art. 20, ley
3752, modif. por la ley 6011).
La Presidencia del Tribunal es ejercida por un período de un año por el
vocal que resulte elegido, quien preside, asimismo, la Sala de
Superintendencia. A ese efecto, en la primera mitad del mes de diciembre
correspondiente a la finalización de ese período, el Tribunal procede a su
elección, y en la misma oportunidad, y por igual período, se eligen el
vicepresidente primero y segundo que integran la Sala de
Superintendencia y los presidentes de Salas de Sentencia. En ninguno de
los casos los miembros del Tribunal pueden abstenerse de votar (art.
22, ley 3752, modif. por la ley 4438).
El Tribunal actúa con todos sus miembros y ejerce jurisdicción originaria
y exclusiva en las causas que les fueran sometidas sobre competencia o
conflictos entre los poderes públicos de la provincia o entre las ramas de
un mismo poder; en los conflictos internos de las municipalidades y en los
que se susciten entre ellas, y con las autoridades de la provincia; en los
juicios de inconstitucionalidad de las leyes, decretos, ordenanzas y
resoluciones o reglamentos que estatuyan en materia regida por la
Constitución y que se promuevan directamente ante él por vía de acción;
en las acciones de responsabilidad contra sus miembros y
demás integrantes de la administración de justicia comprendidos en el art.
1º de la Ley Orgánica, excepto los referidos a los jueces de Paz no
Letrados y a los integrantes del Jurado de Enjuiciamiento, separados de
sus cargos por dicho Jurado; en las causas contencioso-administrativas
en el modo y la forma que determine la ley de la materia; en toda actuación
no atribuida expresamente a una de las salas y en los conflictos que
pudieran plantearse entre las salas del Superior Tribunal de Justicia o las
Cámaras entre sí (art. 28, ley 3752, modif. por la ley 4438).
Es competencia de la Sala de Asuntos Civiles y Comerciales conocer y
decidir de los recursos de casación contra las sentencias definitivas de las
Cámaras de Apelaciones; de las cuestiones de competencia entre las
Cámaras de Apelaciones en lo Civil y Comercial, o entre éstas y la Cámara
de Paz, y en los recursos de inconstitucionalidad articulados contra
sentencias definitivas dictadas en el fuero Civil y Comercial o de Paz
Letrada (art. 32, ley 3752).

422 
 
Incumbe a la Sala de Asuntos Criminales conocer y decidir en los
recursos de amparo de los derechos y garantías individuales y de hábeas
corpus instituidos por la Constitución de la provincia en forma originaria o
por vía de apelación, que se promovieran del 1 al 15 de cada mes; en los
recursos de casación, inconstitucionalidad y revisión contra las sentencias
definitivas dictadas en el fuero Penal; en los recursos a que se refieren los
arts. 408 y 428 del Código de Procedimientos en lo Criminal y Correccional
y en las cuestiones de competencia entre las Cámaras de Apelación en lo
Criminal y Correccional (art. 33, ley 3752,modif. por la ley 5870).
La Sala de Asuntos Laborales y Minas es competente para conocer y
decidir en los recursos de amparo de los derechos y garantías individuales
que se promovieran del 16 al 31 de cada mes; en los recursos de
casación, inconstitucionalidad y revisión articulados contra las sentencias
definitivas dictadas en el fuero Laboral y en las cuestiones de competencia
entre las Cámaras de Trabajo y Minas (art. 33 bis, ley 3752, modif. por
la ley 5870).
Son atribuciones de la Sala de Superintendencia, entre otras,
representar al Poder Judicial ante los demás poderes del Estado; nombrar
y remover los empleados inferiores de conformidad con las disposiciones
reglamentarias, así como remover a los secretarios, funcionarios y
empleados de conformidad con esas mismas disposiciones; nombrar a
propuesta en terna del Poder Ejecutivo a los jueces de Paz no Letrados y
disponer su remoción en los casos previstos por el art. 176 de
la Constitución provincial; imponer a los jueces y demás funcionarios
judiciales, cuya designación requiera acuerdo legislativo, las sanciones de
prevención, apercibimiento, multa de hasta el 50% de la remuneración
percibida por un vocal del Superior Tribunal y suspensión no mayor de 30
días; dictar el reglamento interno del Poder Judicial y los reglamentos
necesarios para la ordenada terminación de los procesos, con tal que no
sean repugnantes a las prescripciones de la ley procesal; tener a su cargo
la matrícula profesional de martilleros, procuradores, y toda otra que
considere necesario y ordenar la inscripción en ellas de los profesionales
que hayan satisfecho los requisitos legales y reglamentarios; practicar
cada año, cuantas veces lo considere conveniente, visitas de inspección a
los distintos organismos que integran la administración de justicia, y
archivo de los tribunales; disponer asuetos judiciales y suspensión de los
términos cuando circunstancias especiales así lo requieran, con la debida
difusión por los distintos medios de información; ejercer el Poder de Policía
sobre todo el Palacio de Tribunales; etc. (art. 35, ley 3752, modif. por
las leyes 4438, 4690, 4787, 5653, 5896, 5990, 6685 y 6864).
Entre otras, son atribuciones del presidente del Superior Tribunal de
Justicia representar al Tribunal en todos los actos y relaciones oficiales;
mandar ejecutar las resoluciones del Tribunal; así como proponerle la
adopción de las medidas que juzgue oportuno y expedir las
comunicaciones del Tribunal en sus relaciones con los demás poderes,

423 
 
organismos y auxiliares de la administración de justicia; recibir la prueba
que deba practicarse ante el Tribunal, sin perjuicio del derecho de cada
miembro de asistir a las audiencias y el de las partes de solicitar la
presencia de ellos; cuidar la disciplina en el Tribunal; llevar la palabra en
las audiencias, no pudiendo usarse de ella sin su venia; adoptar medidas
en casos de urgencia, poniéndolas en conocimiento de la sala en la
primera oportunidad y ejercer las demás atribuciones que le confiera el
reglamento interno (art. 39, ley 3752).
c) Cada Cámara se compone de tres miembros y conoce por orden de
nominación y turno que corresponde sucesivamente, del 1 al 15 y del 16
hasta fin de mes de los asuntos de su respectiva competencia. La
competencia en las Cámaras de Apelación queda determinada por la
fecha de la sentencia, auto o decreto recurrido, salvo lo dispuesto para las
Cámaras de Trabajo por el art. 185 (art. 46, ley 3752(63)).
Las Cámaras conocen, cada una en su materia, en las cuestiones de
competencia entre los jueces de primera instancia; en la recusación
y excusación de sus miembros; en los recursos que se interpongan contra
las resoluciones de los jueces letrados de primera instancia, de
conformidad con las leyes de procedimiento y en los recursos de amparo
de los derechos y garantías individuales conforme lo autoriza el art. 22 de
la Constitución de la provincia (art. 47, ley 3752).
El Tribunal de Menores estará integrado por los vocales de la Cámara
en que se radicó la causa. Conocerá en única instancia en el juzgamiento
de delitos imputados a menores de 16 a 18 años de edad, conforme a las
disposiciones del Código de Procedimientos en lo Criminal y Correccional.
Tendrá competencia igualmente para ejercer medidas de control sobre
las instituciones públicas vinculadas con éstos, debiendo informar a la
Sala de Superintendencia del Superior Tribunal de Justicia de toda
irregularidad comprobada, proponiendo las medidas pertinentes para
superarlas (art. 48, ley 3752, modif. por la ley 6472).
Las Cámaras de Juicio Oral y Correccional conocen en única instancia
de los procesos elevados a juicio, en cuyo caso la sentencia deberá
dictarse en debate oral y público (art. 49, ley 3752, modif. por la ley 6483).
El Tribunal de Juicio Oral en lo Criminal y Correccional puede funcionar
dividido en salas unipersonales o como tribunal colegiado, para juzgar en
única instancia las causas que lleguen a su conocimiento, de conformidad
con lo dispuesto en el Código de Procedimientos de la materia. En el
primer caso, asume la jurisdicción respectivamente cada uno de los
vocales que la integran, quienes tienen, en las causas que
tramitan individualmente, las atribuciones propias del presidente y del
tribunal encargado del proceso (art. 49 bis, ley 3752,incorporado por la ley
6589).
Las Cámaras de Trabajo y Minas conocen sin límite de monto en
única instancia y en juicio oral, público y continuo a los fines de la
424 
 
sentencia definitiva, de los conflictos jurídicos individuales del trabajo que
se susciten entre empleadores y trabajadores o aprendices, resultantes de
una relación o contrato de trabajo, de aprendizaje, de ajuste de servicios,
de servicio doméstico y de disposiciones legales reglamentarias o
convencionales del derecho laboral o de previsión social; en las demandas
por créditos a favor de asociaciones de trabajadores con personería
gremial, originadas en obligaciones patronales asumidas en convenciones
colectivas de trabajo o en otra forma auténtica; en las tramitaciones
de exhortos sobre materia laboral o de previsión social venidos de extraña
jurisdicción, cualquiera fuere su naturaleza; en la resolución de las
cuestiones que se susciten con motivo de la aplicación en la provincia de
las prescripciones emergentes de la ley nacional 12.367 y la ley provincial
3543; en las demandas de desalojo por restitución de inmuebles o parte
de ellos, concedidos a los trabajadores en virtud o como accesorios de los
contratos de trabajo; en las reclamaciones sobre obtención de certificados
de trabajo y en los actos de jurisdicción voluntaria relacionados con
cuestiones de trabajo y previsión social o que se refieran a demandas de
sumas de dinero; en las demandas de tercería en los juicios de
competencia del fuero Laboral y en grado de apelación de las resoluciones
definitivas dictadas por la autoridad administrativa competente con motivo
de la aplicación de sanciones por incumplimiento de las leyes de trabajo o
previsión social, y en las ejecuciones de sus sentencias, conciliaciones y
cobro de multas aplicadas por la autoridad administrativa y competente
(art. 50, ley 3752).
d) Los jueces en lo Civil y Comercial, ejercen, por orden de turno, la
jurisdicción voluntaria y contenciosa en su materia, y entienden en todas
las causas civiles y comerciales, cuyo conocimiento no está atribuido
especialmente a otros jueces (art. 53, ley 3752).
Los jueces de Instrucción en lo Criminal, con asiento en la ciudad
Capital, conocen de todos los delitos que se cometan en el territorio de la
provincia, con excepción de aquellos cuyo conocimiento está atribuido
especialmente a otros jueces. Se distinguen por orden de nominación y
conocerán en las causas nuevas cada quince días (art. 55, ley
3752, modif. por la ley 5629).
Los jueces de Instrucción en lo Criminal con asiento en la ciudad de La
Banda, Añatuya y Frías, lo son también de Instrucción y Sentencia en lo
Correccional y tienen jurisdicción, el de La Banda, en los departamentos
de La Banda, Robles, Jiménez; el de Añatuya en los departamentos de
General Taboada, Avellaneda, Belgrano, Mitre, Aguirre y Rivadavia; y el
de Frías en los departamentos de Choya y Guasayán (art. 56, ley
3752, modif. por la ley 4787).
Los jueces de Instrucción y Sentencia en lo Criminal conocen en
segunda y última instancia de los recursos interpuestos contra las
resoluciones dictadas por las autoridades policiales, municipales o

425 
 
administrativas, conforme lo determinen las leyes especiales (art. 59, ley
3752, modif. por la ley 4438).
El Juzgado de Menores está a cargo de un juez de Menores que
entiende, en grado de primera instancia, en todas las causas en que
resulte de aplicación la ley 5504 (Ley de Protección del Menor y la Familia)
y modificatorias que en lo sucesivo hubiere y delimitativas de su
competencia en razón de la materia (art. 60, ley 3752, modif. por la ley
5655).
Los jueces en lo Civil y Comercial y de Instrucción en lo Criminal
conocen de los recursos de amparo contra los derechos y
garantías individuales conforme lo autoriza el art. 22 de la Constitución de
la provincia (art. 61, ley 3752, modif. por la ley 4438).
e) La Cámara de Paz tiene su asiento en la ciudad Capital y está
formada por tres miembros. Conoce de las cuestiones de competencia
entre los jueces de Paz; de la recusación y excusación de sus miembros y
de los recursos que se interpongan contra las resoluciones de los jueces
de Paz Letrados (arts. 66 y 68, ley 3752,modif. por la ley 4787).
Conoce también de los recursos de amparo de los derechos y
garantías individuales previstos por el art. 22 de la Constitución de la
provincia (art. 69, ley 3752).
Los jueces de Paz Letrados ejercen competencia territorial en todo el
territorio de la provincia con exclusión de la atribuida a los jueces en lo Civil
y Comercial con asiento en las ciudades de La Banda, Añatuya y Frías
(art. 79, ley 3752, modif. por la ley 4787).
Los jueces de Paz Letrados conocen dentro de la circunscripción
territorial asignada por el artículo anterior en toda clase de asuntos civiles
y comerciales, sean de conocimiento o de ejecución, en que el valor
cuestionado no exceda del monto que establezca la Sala de
Superintendencia y se susciten dentro del ejido municipal donde tiene
asiento el juzgado; de las demandas por desalojo, resolución,
cumplimiento, cobro de alquileres y demás cuestiones vinculadas con el
contrato de locación, cuando el alquiler no excediere del monto que
establezca la Sala de Superintendencia por mes, y las que se promuevan
contra intrusos o tenedores precarios cuya obligación sea exigible cuando
la tasación fiscal del inmueble no excediere del monto que establezca la
Sala de Superintendencia en todos los casos, haya o no contrato escrito;
en el resto de su circunscripción en toda clase de asuntos civiles y
comerciales en que el valor cuestionado no exceda ni baje de los montos
que establezca la Sala de Superintendencia; de las demandas
reconvencionales que no excedan de su competencia; de las tercerías en
las causas de su competencia; de los recursos que se interpongan contra
las resoluciones de los jueces de Paz no Letrados; de las acciones de
amparo de los derechos y garantías acordadas por la Constitución de la
provincia; de los juicios sucesorios cuyo haber hereditario no exceda prima
426 
 
facie del monto que establezca la Sala de Superintendencia; de las
demandas civiles y comerciales contra las sucesiones a que se refiere
el inciso anterior, cualquiera sea el monto o naturaleza; de las ejecuciones
prendarias o hipotecarias hasta el monto de su competencia y de
las informaciones sumarias que se refieran a juicios de su competencia.
Queda excluida de esta competencia la materia referente a concursos y
quiebras (art. 80, ley 3752, modif. por la ley 5653).
La competencia se determina por el monto de la demanda, pero
subsistirá en el supuesto de que durante el transcurso del proceso aquélla
se amplíe con motivo del vencimiento de nuevos plazos o cuotas de la
obligación en cuya virtud se procede. A los fines de determinar el monto
de la demanda no se computarán los accesorios hipotéticos o inciertos.
Cuando el bien que se reclama no sea una suma de dinero, pero sí un bien
susceptible de apreciación pecuniaria, el actor debe estimar el valor bajo
juramento; sin embargo, el juez podrá desechar esa estimación si de las
circunstancias de autos surge que ella es arbitraria o desproporcionada.
Aceptada por el juez la estimación, su decisión es irrecurrible a los fines
de su competencia. Si el bien que se reclama no es susceptible de
apreciación económica, es competencia del juez de primera instancia en
lo Civil y Comercial (art. 81, ley 3752, modif. por la ley 4438).
Mediando acumulación objetiva o subjetiva de acciones se determina la
competencia en razón del valor, considerándolas a cada una por separado
(art. 82, ley 3752, modif. por la ley 4438).
La justicia de Paz no Letrada es ejercida por jueces de Paz
Departamentales con asiento en la cabecera de los departamentos
provinciales o en poblaciones con importancia equivalente y por jueces de
Paz de Distrito en las poblaciones y villas que a juicio de la autoridad
competente resulte conveniente (art. 84, ley 3752).
Conocen en primera instancia de los asuntos civiles y comerciales
cuyos montos apreciados prima facie no excedan de los montos que
establezca la Sala de Superintendencia ante los jueces de Paz
Departamentales y ante los de Distrito; de las demandas reconvencionales
que no excedan de su competencia; de los juicios sucesorios cuando
todos los herederos sean mayores de edad y cuando el caudal prima
facie no exceda el monto que establezca la Sala de Superintendencia. En
los casos de sucesorios ab intestato sea cual fuere la cuantía si el
causante no hubiera dejado herederos forzosos o éstos fueran menores
o incapacitados, previo inventario, dará cuenta inmediatamente al juez
competente; de los juicios divisorios siempre que el valor de los bienes
no exceda prima facie del monto que establezca la sala de
superintendencia y de las sumarias informaciones al efecto de acreditar la
vecindad (art. 90, ley 3752, modif. por la ley 5653).
En ningún caso es atribución de los jueces de Paz no Letrados la
protocolización de testamentos ológrafos, la apertura de los sobres

427 
 
cerrados, las causas que versen sobre derechos reales, los juicios
posesorios, los matrimoniales y los concernientes al estado civil de las
personas, y los de jurisdicción voluntaria (art. 91, ley 3752).
La ley reseñada contiene asimismo numerosas normas relativas al
Ministerio Público, al inspector de protocolos notariales, a los secretarios,
prosecretarios y empleados, al Registro Público de Comercio, a la Oficina
de Mandamientos y Notificaciones, al Cuerpo Médico Forense y a los
abogados, procuradores, peritos y martilleros.

157. Tierra del Fuego


a) El Poder Judicial de la provincia de Tierra del Fuego es ejercido por
el Superior Tribunal de Justicia; las Cámaras de Apelaciones; los
Tribunales de Juicio en lo Criminal; los jueces de primera instancia; los
jueces Correccionales y los jueces de Instrucción (art. 1º, ley 110).
El Superior Tribunal de Justicia se integra con tres miembros y tiene
jurisdicción en todo el territorio de la provincia.
Su sede está ubicada en la ciudad de Ushuaia, sin perjuicio de que, por
razones de necesidad derivadas de una mejor prestación y control del
servicio de justicia, sus miembros dispongan trasladarse a otro distrito, en
pleno o individualmente, por el tiempo que demande la necesidad (art.
32, ley 110).
Por votación de sus miembros se designa un presidente y un
vicepresidente. Asimismo debe delegar en uno de sus miembros la
Presidencia del Consejo de la Magistratura y se turnan anualmente en
dichas funciones (art. 33, ley 110).
Dicho Tribunal conoce y decide en las acciones, recursos, cuestiones y
conflictos de jurisdicción y competencia establecidos en los arts. 157 y 158
de la Constitución de la provincia, y en los que establezcan las
legislaciones procesales de los distintos fueros (art. 35, ley 110).
Tiene, además de su potestad jurisdiccional, y entre otros, los deberes
y atribuciones establecidos en los arts. 132, 135, inc. 15, 142, 156 y 159 de
la Constitución provincial; proyectar y disponer la ejecución del
presupuesto anual de gastos y recursos asignado al Poder Judicial;
designar, promover, trasladar, sancionar y remover a los funcionarios y
empleados en la forma que establezca la ley; ejercer el control de la
conducta funcional de los magistrados, funcionarios y empleados,
pudiendo imponerles sanciones disciplinarias cuando incurrieren en faltas
que no sean de aquellas que autoricen su juzgamiento ante el Jurado de

428 
 
Enjuiciamiento; pasar los antecedentes al fiscal ante el Superior Tribunal
para que formule la acusación ante el Jurado de Enjuiciamiento, cuando
las faltas sean de competencia de dicho cuerpo; practicar no menos de
dos visitas al año a las cárceles y lugares donde se encuentren alojados
los detenidos, procesados y penados a disposición del Poder Judicial de
la provincia y realizar al menos una vez al año inspecciones a los juzgados
y tribunales inferiores, pudiendo encomendarse esta misión a uno de sus
miembros; acordar licencia a magistrados, funcionarios y empleados
judiciales de acuerdo con lo que disponga la reglamentación; ordenar
la inscripción de peritos, martilleros y síndicos que se presenten para
actuar como auxiliares de justicia, reglamentando la manera de ser
designados; dictar su reglamento interno, así como las
acordadas instrumentales de la Ley Orgánica y de los Códigos de
Procedimiento, y los demás que establecen la Ley Orgánica y otras leyes
(art. 36, ley 110).
Son atribuciones del presidente, entre otras, representar al Superior
Tribunal de Justicia en todo acto oficial y librar las comunicaciones de éste
en sus relaciones con los demás poderes; ejecutar sus decisiones; llevar
la palabra en las audiencias y concederla a los demás jueces y a las
partes; decretar las providencias simples, sin perjuicio del recurso de
reposición ante el Tribunal; velar por el orden y la regularidad del
despacho; conceder las licencias de acuerdo con lo que disponga el
reglamento; recibir juramento a los magistrados, funcionarios y
demás auxiliares judiciales antes de que éstos tomen posesión de sus
respectivos cargos; convocar a los acuerdos del Tribunal; disponer que se
entreguen los expedientes a los restantes miembros para su estudio, con
anterioridad a los acuerdos; recibir la prueba que haya de producirse ante
el Superior Tribunal y ejercer todas las facultades que expresamente le
sean concedidas por las acordadas del Tribunal (art. 39, ley 110).
b) En cada distrito judicial funciona un Tribunal de Juicio en lo Criminal.
Están integrados por tres jueces, que deben reunir los requisitos exigidos
para los jueces de Cámara y conocen y deciden en instancia única sobre
los hechos pasibles de sanción penal, según establezca el Código
Procesal de la materia (art. 42, ley 110).
En cada distrito judicial funciona, asimismo, un Juzgado Correccional,
que conoce y decide en instancia única sobre los hechos pasibles de
sanción penal que establezca el Código Procesal de la materia y en los
recursos en materia contravencional o de faltas (art. 43, ley 110).
En cada distrito judicial funcionan dos Juzgados de Instrucción, que
tienen competencia en la investigación de los delitos de acción penal
pública (art. 44, ley 110).
c) La Cámara de Apelaciones, con competencia en todo el territorio de
la provincia y sede en la ciudad de Río Grande, estará integrada por seis
jueces que actuarán divididos en dos salas de tres jueces cada una: una

429 
 
Sala Penal y una Sala en lo Civil, Comercial y del Trabajo (art. 48, ley
110 modif. por ley 753).
d) Los asuntos de naturaleza civil (con excepción de los regidos por el
derecho de familia), comercial, rural y minera, son atendidos por los
Juzgados de Primera Instancia en lo Civil y Comercial que funcionan en
razón de dos por cada distrito judicial (art. 52, ley 110, modif. por la ley
831).
El Juzgado de Primera Instancia del Trabajo entiende en los conflictos
jurídicos que tengan lugar entre empleadores y trabajadores, aprendices
o sus derechohabientes, regidos por la legislación en la materia y los
convenios colectivos; en grado de apelación de las resoluciones definitivas
dictadas por la autoridad administrativa por infracción a las leyes del
trabajo, de acuerdo con las normas especiales que rigen la materia; en la
ejecución de las resoluciones administrativas dictadas cuando las partes
hubieran sometido a arbitraje algunas de las cuestiones previstas en el inc.
a), y de las multas por infracción a las leyes laborales y en los asuntos
contencioso-administrativos previstos en el art. 154, inc. 2º, de
la Constitución provincial (art. 53, ley 110).
Los Juzgados de Familia y Minoridad entenderán en las causas
referentes al derecho de familia, adopciones, régimen civil de la
minoridad, incapaces, presunción de fallecimiento, acciones vinculadas
con el nombre de las personas, régimen penal de menores y en las
acciones y procedimientos establecidos por la ley provincial 39. Se
constituirán dos en cada Distrito Judicial. El segundo Juzgado
será instalado cuando el Superior Tribunal de Justicia lo estime adecuado,
encontrándose asimismo facultado para dividirlos por especialidad, en
Juzgado de Familia y Juzgado de Menores. Cada Juzgado actuará asistido
por dos secretarios, divididos por especialidad, de Familia y Menores (art.
54, ley 110, modif. por ley 734).
Las decisiones de los jueces de Familia y Minoridad son apelables ante
la Sala Civil, Comercial y del Trabajo, cualquiera sea la legislación de
fondo aplicada en la resolución del caso (art. 57, ley 110).
La competencia electoral es ejercida por el juez de primera instancia
electoral que tiene asiento en la ciudad de Ushuaia y competencia en todo
el territorio provincial y sus resoluciones son recurribles, en los casos que
la ley establezca, ante la Sala Civil, Comercial y del Trabajo de la Cámara
de Apelaciones.
e) En su art. 60, la ley prevé la organización de la justicia vecinal para
atender las cuestiones de afectación al recto desempeño comunitario de
sus habitantes, que fueren objetivamente de menor cuantía, por una ley
complementaria, la que deberá disponerse como ocurre en la mayoría de
las provincias cuya organización judicial se ha reseñado. La ley 110 regula
también el funcionamiento del Ministerio Público.

430 
 
158. Tucumán
a) El Poder Judicial de la provincia de Tucumán es ejercido por la Corte
Suprema de Justicia, quien lo preside y representa; por el Tribunal de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo, las Cámaras en lo Penal,
de Apelaciones en lo Penal de Instrucción, en lo Civil y Comercial Común,
en lo Civil en Documentos y Locaciones, en lo Civil en Familia y
Sucesiones, en lo Contencioso Administrativo y del Trabajo; y los jueces
de Correccional, Contravencionales, Instrucción de Menores, en lo Civil y
Comercial Común, de Concursos y Sociedades, en lo Civil en Documentos
y Locaciones, en lo Civil en Familia y Sucesiones, de Conciliación y
Trámite, y de Paz; y por el Ministerio Público (Constitución provincial, secc.
V). La Corte Suprema de Justicia, el Tribunal de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo, la Cámara en lo Contencioso Administrativo y
Cámara de Apelaciones en lo Penal de Instrucción tendrán competencia
territorial en toda la provincia. Los demás, en las divisiones territoriales que
la ley determina (art. 1º, ley 6238, modif. por la ley 7729).
La Corte Suprema de Justicia está integrada por cinco vocales que
deben elegir cada dos años, de entre sus miembros, un presidente y al
vocal decano. Para este último se preferirá al de mayor antigüedad en el
cargo o el de más edad y cumplirá las funciones de presidente alterno,
sustituyendo a aquél, cuando por cualquier motivo no pueda ejercer sus
funciones (art. 11, ley 6238).
El Tribunal se divide en salas, integradas por tres miembros cada una.
Cada sala tiene la competencia que aquél le asigne dentro de la genérica
que le atribuye la ley (art. 12, ley 6238).
Entre otras atribuciones, la Corte ejerce la superintendencia de la
administración de justicia, sin perjuicio de la intervención del Ministerio
Fiscal y de la delegación que establezca respecto del Centro Judicial de
Concepción; nombra y remueve a su personal; fija el régimen disciplinario
para magistrados, funcionarios, auxiliares y empleados y el procedimiento
aplicable, que deberá contemplar el sumario administrativo previo, salvo
los simples llamados de atención y apercibimientos; aplica sanciones
disciplinarias a magistrados, funcionarios, auxiliares y empleados
judiciales, de conformidad al régimen y procedimientos que se fijen; dicta
el régimen de asistencias, licencias y franquicias de los magistrados,
funcionarios y empleados; reglamenta la matrícula de los peritos judiciales,
traductores e intérpretes; regula el funcionamiento de los
organismos auxiliares y demás reparticiones que la ley coloque bajo su
dependencia; crea los organismos o contrata las prestaciones que estime

431 
 
necesarios para el mejor servicio de justicia; asigna a tribunales, salas o
juzgados, dentro de la competencia general atribuida por la ley y conforme
a las necesidades de especialización, competencia excluyente para
conocer en materia o materias determinadas dentro de cada Centro
Judicial; prepara y eleva el cálculo de recursos, gastos e inversiones del
Poder Judicial al Poder Ejecutivo para su consideración por la Legislatura
dentro del presupuesto general de la provincia; fija los aranceles que
deban abonar los litigantes a los jueces de Paz, oficiales de justicia y
demás auxiliares; dicta los acuerdos necesarios para el
funcionamiento interno del Poder Judicial y ejerce las demás atribuciones
que le confieran las leyes (art. 13, ley 6238).
Corresponde al presidente de la Corte representar al Poder Judicial;
ejercer las atribuciones de superintendencia delegadas por el Tribunal y
proveer en las no delegadas, en caso de urgencias, con cargo de dar
cuenta; dictar las providencias de mero trámite, sin perjuicio del recurso de
reposición; ordenar y distribuir el despacho del Tribunal y cuidar de su
disciplina y economía interior y ejercer las demás funciones que le
confieran las leyes provinciales y los reglamentos internos de la Corte
Suprema de Justicia (art. 15, ley 6238).
En la provincia de Tucumán, actuarán Cámaras en lo Penal, de
Apelaciones en lo Penal de Instrucción, en lo Civil y Comercial Común, en
lo Civil en Documentos y Locaciones, en lo Civil en Familia y Sucesiones,
del Trabajo y en lo Contencioso Administrativo, de acuerdo con la
competencia que les asigna la ley (art. 17, ley 6238, modif. por la ley
7312).
b) La Cámara en lo Penal se compone de salas integradas por tres
miembros (art. 22, ley 6238).
La Cámara en lo Civil y Comercial Común se compone de un presidente,
un vicepresidente, si resulta menester, y salas integradas por dos
miembros. El presidente y el vicepresidente deben pertenecer a salas
distintas (art. 28, ley 6238).
La Cámara en lo Civil en Documentos y Locaciones se compone de un
presidente, un vicepresidente, si es menester, y salas integradas por dos
miembros. El presidente y el vicepresidente deben pertenecer a salas
distintas (art. 31, ley 6238).
La Cámara en lo Civil en Familia y Sucesiones se compone de un
presidente, un vicepresidente, si es menester, y salas integradas por dos
miembros. El presidente y vicepresidente deben pertenecer a salas
distintas (art. 34, ley 6238).
La Cámara del Trabajo se compone de salas integradas por dos
miembros. De entre éstos deben elegir un presidente y vicepresidente, que
deben pertenecer a salas distintas (art. 37, ley 6238).

432 
 
La Cámara en lo Contencioso Administrativo se compone de tres
salas integradas por dos miembros cada una. De entre éstos deben elegir
a un presidente y a un vicepresidente, que deben pertenecer a salas
distintas (art. 40, ley 6238, sustituido por la ley 6490).
c) En la provincia de Tucumán actuarán jueces Correccionales, de
Instrucción, de Menores, en lo Civil y Comercial Común, de Concursos y
Sociedades, en lo Civil en Documentos y Locaciones, en lo Civil en Familia
y Sucesiones, de Conciliación y Trámite y Contravencionales (art. 43, ley
6238, modif. por la ley 7729).
d) La Corte Suprema de Justicia tiene competencia para conocer y
resolver originaria y exclusivamente en pleno en las causas en que la
provincia sea parte conforme al art. 18 de la Constitución provincial, y en
los supuestos previstos por leyes especiales; de las cuestiones de
competencia que se susciten entre los tribunales inferiores, salvo que
éstos tengan otro superior común; de las acciones de responsabilidad civil
promovidas contra magistrados y funcionarios del Poder Judicial, con
motivo del ejercicio de sus funciones, sin necesidad de remoción previa;
conocer y resolver en pleno de los recursos extraordinarios
de inconstitucionalidad y por intermedio de sus salas de los recursos que
las leyes procesales acuerden; de la recusación o inhibición de sus
vocales y por vía de recursos la de los miembros de las Cámaras y de las
quejas por denegación o retardo de justicia de los miembros de los
tribunales colegiados (art. 50, ley 6238).
La Cámara en lo Penal juzga en única instancia los delitos cuyo
conocimiento no se atribuya a otro Tribunal (art. 51, ley 6238, modif. por
la ley 7312).
La Cámara en lo Civil y Comercial Común entiende en última instancia
de los recursos que se interpongan contra las sentencias y resoluciones
dictadas por los jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial Común
y jueces de Concursos y Sociedades; en las cuestiones de competencia
entre los jueces de primera instancia; en las recusaciones o inhibiciones
de sus propios miembros; como Tribunal de Alzada en las recusaciones
de los jueces de primera instancia; en los recursos contra las resoluciones
del juez del Registro Público de Comercio y en los recursos establecidos
por leyes especiales (art. 53, ley 6238, modif. por la ley 7729).
La Cámara en lo Civil en Documentos y Locaciones entiende en
última instancia de los recursos que se interpongan contra las sentencias
y resoluciones dictadas por los jueces de primera instancia en lo Civil en
Documentos y Locaciones; en las cuestiones de competencia entre los
jueces de primera instancia; en las recusaciones o inhibiciones de sus
propios miembros; como Tribunal de Alzada en las recusaciones de los
jueces de primera instancia y en los recursos establecidos por las leyes
especiales (art. 54, ley 6238).

433 
 
La Cámara en lo Civil en Familia y Sucesiones entiende en
última instancia de los recursos que se interpongan contra las sentencias
y resoluciones dictadas por los jueces de primera instancia en lo Civil en
Familia y Sucesiones; en las cuestiones de competencia entre los jueces
de primera instancia; en las recusaciones o inhibiciones de sus propios
miembros; como Tribunal de Alzada en las recusaciones de los jueces de
primera instancia y en los recursos establecidos por leyes especiales (art.
55, ley 6238).
La Cámara del Trabajo conoce como tribunal de única instancia en los
juicios ordinarios del trabajo; en grado de apelación de las resoluciones de
los jueces de conciliación, en los casos que el Código de Procedimientos
del Trabajo autorice; en las cuestiones de competencia entre los jueces de
Conciliación y Trámite; en las recusaciones o inhibiciones de sus propios
miembros; como Tribunal de Alzada en las recusaciones de los jueces de
Conciliación y Trámite y en los recursos establecidos por leyes especiales
(art. 56, ley 6238).
La Cámara en lo Contencioso Administrativo juzgará en las causas en
las que el acto o hecho jurídico constitutivo de la acción sea de naturaleza
administrativa o tributaria (art. 57, ley 6238, modif. por la ley 7790).
Exceptúase de esa competencia los juicios de expropiación y
retrocesión; los recursos judiciales contra sanciones de naturaleza
contravencional; el cobro de tributos y de todas las sanciones pecuniarias,
cualesquiera fueren los procedimientos judiciales previstos a tal efecto y
las acciones judiciales contra las decisiones administrativas emanadas de
la Inspección General de Personas Jurídicas (art. 58, ley 6238).
El juez Correccional juzga en única instancia los delitos tipificados en
los arts. 84, 189, 2ª parte, y 203 del Código Penal, y de los delitos de acción
pública que estuvieren reprimidos con prisión no mayor de tres años o
pena no privativa de la libertad (art. 59, ley 6238, modif. por la ley 7023).
Al juez de Instrucción le incumbe practicar la investigación jurisdiccional
en las causas donde existen obstáculos fundados en privilegios
constitucionales, las medidas que le correspondan durante la investigación
fiscal y la investigación sumaria previa al desafuero y juicio político (art.
60, ley 6238, modif. por las leyes 6256y 6756).
Los jueces en lo Civil y Comercial Común entienden en todos los
asuntos regidos por el Código Civil, Código de Comercio, leyes
complementarias y especiales y no asignados de modo expreso a la
competencia de otros fueros civiles; en el recurso previsto por el art.
99, inc. b), de la Ley Orgánica; en los que las leyes especiales establezcan
y en las acciones derivadas de la opción establecida por el art. 16 de la ley
24.028 (Ley de Accidentes de Trabajo), cuando el trabajador o sus
causahabientes hubiesen optado por la acción indemnizatoria de derecho
civil (art. 61, ley 6238, modif. por la ley 6379).

434 
 
Los jueces en lo Civil en Documentos y Locaciones conocen en los
casos de locaciones y tenencias precarias de bienes inmuebles urbanos o
rurales; de bienes muebles y de locaciones en general, con excepción de
las de orden laboral, así como en los desalojos por cualquier causa; en
todos los cobros monetarios, sean civiles o comerciales, cualquiera sea su
monto, con garantía real o sin ella, documentados o no, tales como
apremios, ejecutivos, ordinarios, prendarios, hipotecarios y análogos,
con excepción de los derivados del cumplimiento de contratos y de las
acciones de daños y perjuicios; en grado de apelación y última instancia
de las resoluciones definitivas de los jueces de Paz; en los reclamos, por
vía de recurso, de las cuestiones resueltas por los jueces de Paz a que
refieren los arts. 44 y 49 del Código de Procedimientos Civil y Comercial;
en las cuestiones de competencia, recusaciones e inhibiciones de los
jueces de Paz y en grado de consulta en los casos de amparo a la tenencia
resuelta por los jueces de Paz, debiendo aprobar, enmendar o revocar lo
actuado por los éstos (art. 62, ley 6238, sustituido por la ley 6256).
Los jueces en lo Civil en Familia y Sucesiones conocen en todos los
casos en que se suscitan conflictos en las relaciones de familia; en los
problemas relativos a menores que plantearen sus padres, tutores,
guardadores o defensores; en las sucesiones legítimas o testamentarias;
en grado de apelación y última instancia de las resoluciones o sentencias
que dicten los jueces de Paz, previstas en el art. 65, inc. d), y en todos los
casos en los que sea aplicable el procedimiento generado por la ley de
violencia familiar (art. 63, ley 6238, modif. por la ley 7264).
Los jueces de Conciliación y Trámite conocen en la tramitación de los
juicios ordinarios hasta su elevación a Cámara; en las
cuestiones incidentales; en los supuestos de terminación excepcional de
los procesos; y como jueces de sentencia en los procedimientos
especiales; en la homologación de convenios; en la imposición de costas
y honorarios, y en grado de apelación y última instancia de las sentencias
que dicten los jueces de Paz por cobro de salarios (art. 64, ley 6238).
Los jueces de Paz entienden, en tanto jueces, en los asuntos civiles y
comerciales cuyo monto no exceda al equivalente a un salario mínimo,
vital y móvil, con exclusión de juicios de Familia, sucesorios, desalojos,
concursos, quiebras y todo tipo de juicios especiales; en las
reconvenciones en tales asuntos cuyo monto no exceda el duplo del fijado
en el inciso anterior; en las demandas por cobro de salarios hasta el monto
que fijare la Corte Suprema de Justicia; cuando se reclame el amparo a la
simple tenencia de un fundo o finca; para efectuar inventarios en caso de
sucesiones por causa de muerte en supuesto de urgencia y disponer
medidas de seguridad de los bienes sin afectar el desenvolvimiento de
la explotación, si la hubiere, y podrá designar depositario y en las
cuestiones que les asigna el Código Rural; en tanto agentes judiciales
les incumbe cumplir las diligencias y actuaciones que los magistrados les
encomendaren, pudiendo delegar tal facultad en empleados del juzgado;

435 
 
desempeñarse como agentes del Registro del Estado Civil y Capacidad de
las Personas; comunicar a los Defensores de Menores los casos de
orfandad, abandono, peligro material de los menores de edad, cuando
tales casos lleguen a su conocimiento, sin perjuicio de las medidas de
urgencia que pudieren haber; desempeñar las demás tareas que les
atribuyen las leyes especiales y la Corte Suprema de Justicia; en tanto
notarios pueden autorizar poderes en lugares donde no hubiere
escribanos, ante dos testigos y deberán dejar el original de dicho poder en
el respectivo protocolo y también tomar declaraciones juradas y practicar
constataciones y matricular comerciantes, rubricar sus libros de comercio,
dejando archivados los documentos en los protocolos correspondientes si
el capital activo no excede del que fijare la Corte Suprema de Justicia (art.
65, ley 6238).
Los jueces contravencionales entienden en grado de apelación y
última instancia, de las resoluciones definitivas de carácter punitorio de la
provincia, de las municipalidades y tribunales de faltas, cualesquiera sean
las penas impuestas y de las resoluciones que en materia contravencional
tome la Policía de la provincia y que fueren de orden punitivo (art. 65
bis, ley 6238).
Completan la Ley Orgánica las normas concernientes al Ministerio
Público, a los secretarios y al Registro Público de Comercio.

159. Ciudad Autónoma de Buenos Aires


a) Con fundamento en una errónea comprensión del art. 129 de
la CN que otorga a la ahora denominada Ciudad Autónoma de Buenos
Aires facultades propias de legislación y jurisdicción, y con prescindencia
del carácter nacional que revisten, según se ha visto, los juzgados y
tribunales más arriba mencionados (supra, nros. 133 a 135), la Legislatura
local sancionó la ley 7, mediante la cual dispuso el traspaso condicional, a
dicha ciudad, de los referidos órganos judiciales, con excepción de
aquellos que ejercen competencia federal exclusiva y de algunas salas de
la Cámara Nacional de Casación Penal. En razón de hallarse vigente la ley
24.588, y que deberá estarlo mientras la Ciudad de Buenos Aires sea
Capital de la Nación, dicho traspaso no se hizo efectivo, por cuanto el art.
8º de ese ordenamiento dispuso que la judicatura nacional ordinaria
mantendrá su situación en el Poder Judicial de la Nación y que la Ciudad
de Buenos Aires tendrá jueces en materia de vecindad, contravencional y
tribunales locales. Por ello, la primera norma transitoria de la ley
7suspendió la vigencia de los artículos relativos al funcionamiento de los

436 
 
órganos judiciales nacionales de los fueros ordinarios, condicionándolo al
acuerdo que el Gobierno de la Ciudad celebre con el Gobierno federal.
Al margen de lo expuesto, la ley 7creó, en el ámbito del Poder Judicial
de la Ciudad de Buenos Aires, un Tribunal Superior de Justicia integrado
por cinco jueces (art. 21), y dotado de competencia originaria para conocer
en los conflictos suscitados entre los poderes de la Ciudad y en las
demandas promovidas por la Auditoría General; en las pretensiones
declarativas de inconstitucionalidad y en materia electoral y de partidos
políticos hasta que se constituya el Tribunal Electoral; por vía de recurso
de inconstitucionalidad; en los casos de privación, denegación o retardo
de justicia y de recursos de queja contra denegatoria de recursos para ante
el Tribunal Superior; en instancia ordinaria de apelación en las causas en
que la Ciudad sea parte cuando el monto reclamado exceda al que se
establezca legalmente, y de las cuestiones de competencia y las
contiendas que en juicio se planteen entre jueces y tribunales de la Ciudad
que carezcan de un superior jerárquico común que deba resolverlas (art.
26, modif. por la ley 189).
La ley de que se trata creó asimismo una Cámara de Apelaciones en lo
Penal, Contravencional y de Faltas integrada por diez jueces, dividida en
tres salas de tres y un presidente, siendo Tribunal de Alzada respecto de
las resoluciones dictadas por los jueces de primera instancia en lo Penal,
Contravencional y de Faltas (art. 36, modif. por la ley 3318).
El art. 37 de la ley 7instituyó también una Cámara de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo y Tributario integrada por seis jueces, que
funciona dividida en dos salas de tres y es Tribunal de Alzada respecto de
las resoluciones dictadas por los jueces en lo Contencioso Administrativo
y Tributario.
La justicia en lo Contencioso Administrativo y Tributaria está integrada
por veinticuatro juzgados que entienden en todas las cuestiones en que la
Ciudad sea parte, cualquiera fuera su fundamento u origen, tanto en el
ámbito del derecho público como en el del derecho privado (art. 48, modif.
por la ley 3318).
La justicia de primera instancia en lo Penal, Contravencional y de Faltas
está integrada por treinta y un juzgados que conocen en la aplicación
del Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, la legislación
de faltas y los delitos tipificados en el Código Penal cuyas competencias
se hayan transferido a la Ciudad de Buenos Aires. Tres de los treinta y un
Juzgados de Primera Instancia en lo Penal, Contravencional y de Faltas
impartirán justicia en materia penal juvenil hasta tanto se constituya la
Justicia Penal Juvenil. Para los delitos criminales cuya pena en abstracto
supere los tres años de prisión o reclusión, se constituirá, a opción del
imputado, un tribunal conformado por el juez de la causa y dos jueces
sorteados de entre los juzgados restantes (art. 49 modif. por ley 3318).

437 
 
La ley 7, asimismo, contiene reglas sobre el Ministerio Público
que integra el Poder Judicial local y el procedimiento para la designación
de jueces y miembros de dicho ministerio por la Legislatura.
b)(64)"1. Con fundamento en la 'autonomía' y, particularmente, en las
'facultades propias' de 'jurisdicción' que acuerdan a la Ciudad de Buenos
Aires el art. 129 de la Constitución Nacional reformada en 1994, algunos
funcionarios de la actual administración expresan periódicamente la
necesidad de transferir, a dicha Ciudad, los órganos judiciales que ejercen
en su territorio la denominada 'competencia ordinaria', previa derogación,
naturalmente, del art. 8º de la ley 24.588 (ADLA LV-E-5921).
"En razón de que tales declaraciones se hallan por lo general unidas a
la afirmación —errónea a mi juicio— de que la Ciudad de Buenos Aires es,
con posterioridad a la reforma constitucional, asimilable a las provincias
argentinas, antes de entrar de lleno en la materia que es objeto de esta
comunicación, resulta conveniente analizar previamente la naturaleza
política e institucional de ese distrito.
"2. Incluido parcialmente entre las cláusulas del llamado 'Pacto de
Olivos', el nuevo art. 129 de la Constitución prescribe que 'la Ciudad de
Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades
propias de legislación y jurisdicción, y su jefe de Gobierno será elegido
directamente por el pueblo de la Ciudad. Una ley garantizará los intereses
del Estado nacional, mientras la Ciudad de Buenos Aires sea Capital de la
Nación. En el marco de lo dispuesto en este artículo, el Congreso de la
Nación convocará a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires para que,
mediante los representantes que elijan al respecto, dicten el estatuto
organizativo de sus instituciones'.
"3. Los parámetros excesivamente esquemáticos que suministra el
mencionado art. 129 han desatado marcadas divergencias en torno a la
naturaleza jurídica de la Ciudad de Buenos Aires, a las que no han sido
naturalmente ajenas las mezquinas motivaciones políticas que generaron
la celebración del referido Pacto.
"Aunque la polémica continúa, a esta altura ha quedado sin embargo
clara una primera conclusión, y es que la Ciudad de Buenos Aires, a pesar
de la ubicación que se dio al art. 129 en el texto constitucional de 1994 (o
sea, en el Título destinado a regular los 'Gobiernos de provincia'), no es
una provincia argentina más.
"Al margen, en efecto, de las declaraciones contenidas en una
resolución de la Asamblea Estatuyente aprobada con el voto de los
representantes de la Unión Cívica Radical, el Frepaso y Nueva Dirigencia
(1), en el precedente de Fallos 322:2856 y en las causas E.139.XXXV y
E.103.XXXVI del 7/3/2000 y 16/5/2000, entre otras, la Corte Suprema de
Justicia de la Nación expresó que la Ciudad de Buenos Aires no es una
provincia argentina y, en consecuencia, no le corresponde la instancia

438 
 
originaria del Tribunal en los términos del art. 117 de la Constitución
Nacional.
"De ello se deriva, asimismo, que, más allá de que ha perdido toda
justificación el fuero federal por razón de distinta vecindad o extranjería
contemplado por el art. 116 de la Constitución Nacional, aquél no podría
ser invocado por el vecino de una provincia o por un Estado o
ciudadano extranjero que es demandado ante los tribunales de la Ciudad
de Buenos Aires.
"4. Pero si la Ciudad de Buenos Aires no es una provincia, ¿qué
carácter institucional reviste en la realidad?
"Se han formulado al respecto diversas opiniones. García Lema (2),
quien fue miembro coinformante del despacho mayoritario en la
Convención Constituyente, expresó que 'la ciudad es más que un
municipio, pero menos que una provincia: no puede dictarse una
Constitución como están habilitados para hacerlo los Estados provinciales,
sino un mero estatuto organizativo', y sus facultades están drásticamente
limitadas por la ley de garantía de los intereses federales, aunque se halla
parcialmente asimilada a una provincia en cuanto puede ser objeto de
la intervención federal —art. 72, inc. 22— (3) y conservar los organismos
de seguridad social para los empleados públicos y los profesionales —art.
125—.
"Dromi y Menem (E.) adhieren a una solución similar —cuantitativa y no
cualitativa—, en cuanto caracterizan a la Ciudad de Buenos Aires como
una semiprovincia o una cuasi provincia, cuyo territorio se encuentra
íntegramente federalizado (4). De esa idea participa, en lo sustancial,
Sagüés (5), quien siguiendo el criterio de Lewandowsky (6) atribuye a
Buenos Aires un estatus análogo a la ciudad de Brasilia, que es un
'ente autónomo tutelado', cuya primordial función consiste en servir de
sede al gobierno federal. Pero quien con mayor acierto caracterizó a la
Ciudad de Buenos Aires conforme al estatus que le otorgó el art. 129 de
la Constitución Nacional fue, a mi juicio, Alberto Natale, quien definió a esa
ciudad como un ente insertado en el plano de la autonomía municipal (7).
"5. Descartada, por consiguiente, la calidad provincial de la Ciudad de
Buenos Aires, y con mayor razón la de Estado que le confiere el art. 7º del
Estatuto Organizativo, en tanto que aquélla, como es obvio, carece de
'soberanía', así como las tesis intermedias que nada explican, cabe
concluir que la Ciudad de Buenos Aires es, lisa y llanamente, una
municipalidad y que la única diferencia que la separa del régimen legal
vigente hasta 1994 radica en la circunstancia de que, conforme al art.
129 de la Constitución Nacional, su jefe de gobierno es elegido por el
pueblo de la Ciudad (8) y los actos jurisdiccionales emitidos por sus
tribunales no se hallan sujetos a control judicial ejercido por la justicia con
competencia ordinaria (9).

439 
 
"Cuadra agregar que las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires
ejercían asimismo facultades legislativas exteriorizadas mediante
ordenanzas de contenido acotado por la Ley Orgánica municipal.
"No se trata, empero, en honor a la verdad histórica, de una
municipalidad más de las 2751 existentes en el país porque, como bien se
ha observado, la Ciudad de Buenos Aires es, como dice Spota (10), el más
importante conglomerado urbano que la República ostenta, y uno de los
primeros veinte en el planeta, y agregaría, por mi parte, que de no hallarse
sumida en el lamentable estado de suciedad, inseguridad y caos vehicular
en la que la han dejado la deficiente administración de los jefes de
gobierno soberanamente elegidos por el pueblo de la Ciudad,
debería exhibir —conforme a la terminología hotelera— el título de
Municipalidad de 'Cinco Estrellas'.
"6. No alteran la mencionada conclusión ciertos aspectos diferenciales
que fueron destacados por la doctrina y por algunos de los convencionales
constituyentes.
"Por supuesto que no es un rasgo distintivo de la Ciudad de Buenos
Aires su 'autonomía', pues el art. 123 de la Constitución
Nacional reformada declara la 'autonomía' de todos los municipios,
conforme a la doctrina sentada por la Corte Suprema a partir del
caso 'Rivademar' (11), aunque tal calificativo puede prestarse a objeciones
(12) cuando se parte de la base de que la autonomía supone la existencia
de un poder normativo propio y originario como el que, en nuestro país,
ejercen las provincias que lo integran (13).
"7. Asimismo, no parece discutible que la Ciudad de Buenos Aires
carece de los poderes conservados por las provincias conforme a la
cláusula residual del art. 121 de la Constitución Nacional, y que tampoco
ha sido creada con sujeción a las prescripciones contenidas en los arts. 13
y 75, inc. 15, de esa Carta.
"8. Si a ello se agrega el elocuente silencio que con respecto a dicha
ciudad guardan los arts. 75, inc. 12, y 116 de la Constitución, no cabe la
menor duda de que aquélla se halla desprovista de jurisdicción en lo que
concierne a la aplicación de los Códigos enumerados en la primera de las
normas citadas, porque, además, el ordenamiento constitucional sólo
contempla la competencia de la justicia federal y de la provincial, según
los casos (normas citadas), y no ha creado una tercera categoría de
órganos judiciales para ejercer ese tipo de competencia.
"9. El referido silencio es por lo demás congruente con
una interpretación armónica del régimen constitucional argentino y no
puede, por consiguiente, atribuirse a un mero 'olvido' o inadvertencia de
los constituyentes, según se ha insinuado por alguna solitaria doctrina
pues, como lo ha declarado reiteradamente la Corte Suprema de Justicia
de la Nación, la inconsecuencia o falta de previsión jamás se suponen en
el legislador (menos aún en el constituyente), y por ello se reconoce como
440 
 
regla inconcusa que la interpretación de las leyes (y con mayor razón de
la Constitución) debe hacerse siempre evitando darles un sentido que
ponga en pugna sus disposiciones, destruyendo las unas con las otras, y
adoptando como verdadero el que las concilie y deje a todas con valor y
efecto (14).
"10. La 'autonomía' plena de la Ciudad de Buenos Aires se halla en todo
caso supeditada al requisito esencial de que aquélla deje de ser Capital de
la Nación. De allí lo prescripto en el art. 129, párr. 2º, de la Constitución
Nacional, y el claro fundamento de la ley 24.588, con arreglo a cuyo art.
8º, párr. 1º, 'la justicia nacional ordinaria de la Ciudad de Buenos Aires
mantendrá su actual jurisdicción y competencia continuando a cargo del
Poder Judicial de la Nación'.
"La solución no podría ser otra si se tiene presente que la llamada
'justicia ordinaria' con asiento en la Ciudad de Buenos Aires se encuentra
comprendida entre los 'demás tribunales inferiores' a que alude el art.
108 de la Constitución Nacional, y que se halla además superada, desde
hace largo tiempo, la supuesta distinción entre jueces federales y locales
de la Capital Federal. Todos ellos, en efecto, forman parte del Poder
Judicial de la Nación, y si algunos ejercen competencia exclusivamente
federal y otros la ordinaria (generalmente, empero, con parte de
competencia federal), tal circunstancia no obedece a una razón
constitucional, sino a una elemental necesidad de división del trabajo. No
mediaría, por ende, impedimento jurídico alguno para que todos los jueces
con sede en la Capital Federal, en tanto jueces de la Constitución,
ejerzan indistintamente las competencias federal y ordinaria, como ocurría
con los jueces federales del ex Territorio Nacional de la Tierra del Fuego.
"11. De lo expuesto se sigue, con evidencia, que las 'facultades propias
de jurisdicción' que el art. 129, párr. 1º, de la Constitución otorga a la
Ciudad de Buenos Aires no pueden ser otras que las referidas a las causas
'en materia de vecindad, contravenciones y de faltas, contencioso-
administrativa y tributaria locales', como con acierto lo expresa el ya
citado art. 8º de la ley 24.588. Lo cual no es poco, como se verá más abajo,
para colmar las más acentuadas apetencias 'autonomistas'.
"12. No obstante que las precedentes consideraciones, y las más
ilustradas que por cierto se han aportado al debate, bastan para refrendar
una conclusión adversa al eventual traspaso, entiendo que, inclusive
frente a la duda, la más elemental sensatez invita a abstenerse de
concretar una solución que traerá aparejadas múltiples dificultades
prácticas y ningún beneficio. Tanto más cuanto que —como la Corte
Suprema lo tiene reiteradamente resuelto—, uno de los índices más
seguros para verificar la razonabilidad de la inteligencia de las normas
jurídicas consiste en la consideración de sus eventuales consecuencias
(15).

441 
 
"13. Una primera fuente de distorsiones se halla configurada por el
importante número de recursos contra resoluciones administrativas que se
hallan previstos en leyes federales y cabe actualmente interponer y
sustanciar ante las Cámaras Nacionales de Apelaciones que, en la Capital
Federal, ejercen como regla la competencia ordinaria. Si bien no media
óbice constitucional a la viabilidad de tales recursos en razón de revestir
dichas Cámaras el carácter de tribunales nacionales (16), frente a la
eventualidad de que ellas sean transferidas a la órbita de la Ciudad de
Buenos Aires —como en parte lo ha hecho la aún no vigente en ese
aspecto ley 7 (ADLA LVIII-A-718) de la Legislatura local—, las
correspondientes impugnaciones deberán necesariamente tramitar ante
alguna de las Cámaras federales con sede en dicha Ciudad, lo que incidirá
en un grave desequilibrio funcional derivado, por una parte, de
una indeseable devaluación de la experiencia adquirida por los
magistrados actualmente habilitados para conocer en los temas
pertinentes (particularmente los de índole laboral y comercial) y, por otra
parte, de la acumulación de causas que se producirá en desmedro del
adecuado rendimiento de la justicia federal, circunstancia que, por lo
demás, no descarta la creación de nuevos órganos judiciales y el
consiguiente refuerzo presupuestario (siempre a la postre insuficiente) que
ello entraña.
"14. Parejos inconvenientes generará también, ante la referida
eventualidad, la reducción de la competencia que sufrirá la Cámara
Nacional de Casación Penal, pues más del cincuenta por ciento de las
causas que llegan a sus estrados provienen de tribunales que ejercen en
la Capital Federal la competencia criminal ordinaria. La transferencia
implicaría, por ende, el virtual 'vaciamiento' de un tribunal cuando han
transcurrido apenas cinco años desde su instalación, por cuanto el art. 29
de la recordada ley 7dispuso la creación de una nueva Cámara de
Casación Penal, integrada por siete miembros, para conocer (se supone)
en las causas penales comunes, con el agravante de que, en un mismo
distrito, coexistirían dos tribunales de casación cuyas respectivas doctrinas
jurisprudenciales podrían ser contradictorias.
"15. Interesaría preguntar, asimismo, cuál será la suerte de la justicia en
lo Penal Económico, a la que esa ley no alude y cuya competencia federal
es, a la inversa, mayor que la ordinaria. Supuesta la transformación de ese
fuero en otro sector de la justicia federal, ¿será necesaria la creación de
nuevos tribunales para entender en los procesos que versan sobre delitos
ordinarios (libramiento de cheques sin provisión de fondos, publicación de
balances falsos, etc.), o aquéllos pasarán a acrecentar el volumen de
tareas correspondiente a órganos judiciales ya existentes pero
desprovistos de especialización en esos temas?
"16. Finalmente, y como si tales dificultades fuesen pocas, en el caso
de concretarse la transferencia quienes litiguen ante los tribunales de la
Ciudad Autónoma y deban eventualmente acceder activa o pasivamente

442 
 
a la instancia del art. 14 de la ley 48 (ADLA 1852-1880-364), deberán
hacerse de infinita paciencia para aguardar el dictado de la sentencia final.
Porque, en efecto, si se repara en el hecho de que la denominada
'Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires' instituye, en su art.
116, inc. 3º —al igual que el art. 26, inc. 4º, de la ley local referida—, un
recurso de inconstitucionalidad para ante un 'Tribunal Superior de Justicia',
es fácil predecir que la Corte Suprema, por aplicación de la doctrina
consagrada en el caso 'Strada' (17), impondrá, como presupuesto de
admisibilidad del recurso extraordinario, el previo agotamiento de la
máxima instancia local, lo que se traducirá en una prolongación de los
juicios en un lapso no inferior a los dos años (18).
"17. Los inconvenientes, como se advierte, afloran por doquier (19), y ni
el más optimista de quienes propician la tesis que aquí se refuta se
encontraría en condiciones de avizorar el más minúsculo beneficio. ¿Para
qué, entonces, insistir en el dichoso traspaso jurisdiccional cuando,
además, él ha merecido, a través de sendas acordadas, la repulsa
unánime de las Cámaras Nacionales de Apelaciones?
"18. Anticipé más arriba que la competencia judicial reconocida a la
Ciudad de Buenos Aires por el art. 8º de la ley 24.588 es suficientemente
amplia y satisface, por consiguiente, las 'facultades propias de jurisdicción'
que confiere a aquélla el art. 129, párr. 1º, de la Constitución Nacional.
"Erigida, en efecto, la Ciudad de Buenos Aires, por razones
económicas, políticas, demográficas y culturales, en la más importante de
las municipalidades argentinas, no va a la zaga de aquellas razones la
importancia de las materias incluidas en el marco de dicha competencia.
"A pesar del manifiesto exceso en que incurrieron los estatuyentes en
la redacción del art. 106, acaso no haya sido aún suficientemente resaltada
la favorable perspectiva que se abre a los habitantes de la Ciudad frente
al funcionamiento, en sustitución de los deficientes y desacreditados
tribunales municipales de faltas, evento ya ocurrido tal como lo prevé la
decimosegunda, inc. 1º, subinc. b), disposición transitoria de la
Constitución local, una justicia Contravencional y de Faltas jerarquizada
por magistrados con incompatibilidad profesional y dotados de una amplia
competencia en la materia, comprensiva incluso de la que en la actualidad
corresponde parcialmente a la justicia en lo Correccional (Código Procesal
Penal, art. 27, inc. 3º), y a cuyo fin ya se han dictado, por la Legislatura,
un Código Contravencional (ley 10 —ADLA LVIII-A-724—) y las normas
regulatorias del respectivo procedimiento (ley 12 —ADLA LVIII-A-729—).
"19. Tampoco ha sido encarecido, como corresponde, el
desprendimiento que se operará entre la justicia municipal y la justicia civil
en materia tributaria y contencioso-administrativa, como tampoco el hecho
de que tal fractura redundará en una mayor fluidez en el trámite de las
ejecuciones fiscales y contribuirá, asimismo, a la formación de una
magistratura especializada en aquellas materias (20).

443 
 
"Y así como, por lo demás, la Corte Suprema ha reconocido, desde
antiguo (21), la posibilidad de que el Congreso detraiga de la competencia
federal el conocimiento de aquellos asuntos que, en virtud de su escasa
importancia civil o penal, o por otros motivos, son ajenos a los propósitos
que informan dicha competencia, resulta con mayor razón atendible el
hecho de que la ley 24.588 haya otorgado al Poder Judicial de la Ciudad
el conocimiento de los conflictos derivados de las relaciones de vecindad
en cuanto ellos, si bien se hallan fundamentalmente sujetos a un sector
del ordenamiento jurídico de fondo (22) (v.gr., arts. 2717 a 2745, CCiv.),
también lo están a numerosas normas municipales (particularmente
edilicias) y resulta, en consecuencia, razonable excluirlos de la
competencia de la justicia civil. Lo mismo ocurre con los tribunales
vecinales cuya creación en cada comuna prevé la cláusula
decimosegunda, inc. 5º, del mencionado Estatuto para conocer en las
llamadas 'pequeñas causas' y las referentes a la 'prevención en materia
de violencia familiar y protección de personas', porque el correcto
desempeño de tales tribunales, además de descomprimir el exceso de
causas que debe atender la justicia ordinaria, contribuirá, mediante la
aplicación de un procedimiento que garantice la inmediación,
la informalidad y la celeridad de los trámites, a alentar la confiabilidad del
pueblo en la administración de justicia (23).
"20. Si, por fin, aparte de tales perspectivas, llega a funcionar
adecuadamente el Consejo de la Magistratura que reglamentan, con
particular esmero, los arts. 115 a 117 del Estatuto organizativo local, cabe
sin duda augurar, a la nueva justicia porteña, un futuro promisorio y en
coexistencia armónica con la actual justicia nacional.
"Notas:
"(1) En esa resolución se declaró 'no conocer otros límites para su labor
que no sean los que surgen de la Constitución Nacional en sus arts. 129 y
concs.' y se rechazaron, por inconstitucionales, 'las limitaciones impuestas
a la plena autonomía de la Ciudad de Buenos Aires por la ley 24.588, en
cuanto imponga restricciones al régimen de gobierno autónomo con
facultades propias de legislación y jurisdicción establecidas en
la Constitución Nacional'. Asimismo, no obstante la claridad del art. 129 de
la Constitución Nacional en cuanto alude, no a una Constitución, sino a un
Estatuto 'organizativo', es decir, como su nombre lo indica, un
ordenamiento destinado a determinar la estructura de los órganos de
gobierno de la Ciudad (cfr. Sagüés, Néstor P., Constitución de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Buenos Aires, 1996, p. 34), el estatuyente
frepasista Zaffaroni llegó a afirmar que 'hemos decidido hacer
prácticamente una Constitución provincial'. El equívoco ya había sido
anticipado, en el seno de la Convención Constituyente, por el radical
Alfonsín, quien no titubeó en afirmar que la convocatoria para estatuyentes
era 'para que dicten la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, con
plena autonomía legislativa y un Poder Judicial propio'. Se trata de un claro

444 
 
ejemplo del anacronismo de que adolece la denominada interpretación
'auténtica' de las normas jurídicas, pues a pesar de las opiniones
manifiestamente disímiles expresadas por los mencionados
constituyentes y lo expresado, como se verá, por el miembro informante
del despacho mayoritario, concluyeron votando un mismo texto.
"(2) Diario de Sesiones de la Convención Nacional Constituyente,
1994, p. 2221.
"(3) Lo cual entraña una incongruencia porque, como lo destaca Creo
Bay, el art. 6º de la Constitución Nacional no fue afectado por la reforma,
no obstante que debería disponer también 'en el territorio de las provincias
y de la Ciudad de Buenos Aires' ('Nuevo régimen de gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires', en Cassagne, Juan Carlos [dir.], Estudios sobre la
reforma constitucional). Por otra parte, parece bastante lejana la
posibilidad de que concurra, en dicha ciudad, alguna de las causales
de intervención previstas en el mencionado art. 6º.
"(4) La Constitución reformada, Ciudad Argentina, Buenos Aires,
1994, p. 420.
"(5) Elementos de derecho constitucional, t. 2, 2ª ed., Buenos Aires,
1999, En contra, Bidart Campos considera que 'el territorio de la Ciudad
no está ya federalizado totalmente, sino sujeto a jurisdicción federal
únicamente en lo que se refiere y vincula a los intereses que en ese
territorio inviste el Estado federal, en razón de residir allí el Gobierno
federal y de estar situada su Capital Federal, de modo que dicha
jurisdicción es sólo parcial'. Entiende, sin embargo, que la Ciudad de
Buenos Aires es una entidad sui generis, que si bien no alcanza la
categoría de provincia, cuadra ubicar 'entre medio' del tradicional de las
provincias y el propio de la autonomía municipal en jurisdicción provincial
(Manual de Derecho Constitucional, t. I, p. 456). En sentido similar
se expide Creo Bay, Nuevo régimen..., loc. cit.
"(6) Lewadowsky, Enrique R., 'El distrito federal brasileño en el contexto
del régimen federal', en Estudios de las capitales y áreas metropolitanas,
Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 1991, p. 70.
"(7) Comentarios sobre la Constitución. La reforma de 1994, Depalma,
Buenos Aires, 1995, p. 185.
"(8) Spota, Alberto, 'Naturaleza político-institucional de la Ciudad de
Buenos Aires en el texto de la Constitución vigente a partir de agosto de
1994', LL 1995-A-968/973.
"(9) Es indudable, en efecto, que el ex Tribunal de Faltas de la Ciudad
ejercía facultades jurisdiccionales, aunque sujetas a revisión judicial.
"(10) Spota, Alberto, 'Naturaleza político-institucional...', cit.

445 
 
"(11) Fallos 312:326. En este precedente se modificó la línea
jurisprudencial inaugurada en Fallos 114:282 y ratificada en Fallos
123:313 y 308:403, entre otros.
"(12) Ver, al respecto, Marienhoff, Miguel S., "La autonomía de la
Ciudad de Buenos Aires y la Constitución Nacional de 1994", ED 164-
1113/1125.
"(13) Con anterioridad a la reforma constitucional de 1994, la más
calificada doctrina administrativa caracterizaba a las municipalidades
como entidades autárquicas territoriales (cfr. Cassagne, Juan
Carlos, Derecho Administrativo, t. I, 4ª ed., Buenos Aires, ps. 220, 400 y
ss.; Bielsa, Rafael F., Derecho Administrativo, t. I, Buenos Aires, 1964, p.
446; Linares, Juan, Derecho Administrativo, Buenos Aires, 1986, p.
275; Marienhoff, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, t. I,
Buenos Aires, 1965, p. 504; Villegas Basavilbaso, Benjamín, Derecho
Administrativo, t. II, Buenos Aires, 1950, p. 407. Con posterioridad
continuó manteniendo el mismo criterio Marienhoff ('La autonomía...', cit.).
Gordillo, en cambio, considera que, en general, la distinción entre
'autarquía' y 'autonomía' resulta ociosa en tanto las entidades autárquicas,
dentro del marco de sus estatutos, también dictan sus propias normas
(Tratado de Derecho Administrativo, t. I, 4ª ed., Buenos Aires, 1997, p. 19
del Cap. XIV).
"(14) Fallos 303:1041 (LL 1981-D-372); 304:794 (ADLA, LL 1982-C-409)
y 1820; 306:796, sus citas y muchos otros. Expresa Gauna que 'negarle a
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la posibilidad de aplicar los Códigos
de fondo, cuando se le han otorgado expresamente facultades
jurisdiccionales (la bastardilla me pertenece) como hemos dicho,
resulta incomprensible. No se puede imaginar que la Ciudad vaya a tener
un Código Civil propio para legislar quién es persona, qué es domicilio, por
poner sólo algunos ejemplos. Además, al habérsele otorgado la
jurisdicción contravencional y de faltas, la contencioso administrativa y
tributaria y de vecindad, resulta impracticable que dichos tribunales
puedan funcionar sin aplicar normas de fondo' ('Dos jurisdicciones distintas
para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires', LL del 10/8/2001). Tales
apreciaciones adolecen, a nuestro juicio, de un doble error. Por un lado,
en efecto, confunden la jurisdicción con la competencia, pues
parece indudable que los órganos judiciales que actúan y actuarán en la
Ciudad de Buenos Aires ejercen funciones jurisdiccionales, pero dentro de
una competencia acotada por la ley 24.588. Por otro lado, y más allá de
que todo caso judicial se resuelve por la totalidad del ordenamiento
jurídico, resulta elemental que no cabe negar a los tribunales de la Ciudad
la posibilidad de aplicar normas contenidas en los Códigos y leyes de
fondo, por cuanto lo que les negó dicha ley fue una específica y primordial
competencia, civil, comercial, penal, laboral, etcétera.
"(15) Fallos 310:267 y 464; 312:156, entre otros.

446 
 
"(16) Cuando se trata de resoluciones dictadas por organismos que
funcionan en el interior de la República, las leyes a que se alude en el texto
confieren competencia, para conocer de los recursos judiciales
pertinentes, a las Cámaras federales con asiento en las provincias.
"(17) Fallos 308:490.
"(18) Tal vez ello no ocurra durante los primeros meses de instalado el
Tribunal, pero sucederá fatalmente después, tanto más si se tiene en
cuenta que aquél se compone de sólo cinco miembros (art. 111) y tiene
competencia originaria en los conflictos de poderes y acciones
de inconstitucionalidad, ordinaria de apelación en las causas en que la
Ciudad sea parte cuando el monto reclamado exceda del establecido por
ley y extraordinaria de inconstitucionalidad sin limitaciones por la materia
o por el monto.
"(19) Ver los fallos de la Corte Suprema citados en la nota 15.
"(20) La Legislatura local ya sancionó el Código Contencioso
Administrativo y Tributario (ley 189) y organizó (ley 7) la justicia de ese
fuero.
"(21) Fallos 99:383; 119:161; 152:344; 248:740, y muchos otros.
"(22) Corresponde, sin embargo, puntualizar, como lo hizo Cossio, que
'un caso judicial siempre se resuelve por la totalidad del ordenamiento
jurídico y no por una sola de sus partes, tal como todo el peso de una
esfera gravita sobre la superficie en que yace, aunque sea uno solo el
punto por el que toma contacto' (La valoración jurídica y la Ciencia del
Derecho, Arayú, p. 90). Lo que en cambio puede afirmarse es que un caso
se halla principalmente regido por tal o cual norma civil, comercial, penal,
etc. Por otra parte, debe repararse en el hecho de que cuando al juez
tributario, v.gr., le incumbe interpretar una norma en cuya virtud
determinado impuesto grava, por ejemplo, 'la venta de cosas muebles',
debe necesariamente recurrir a las normas del Código Civil relativas,
respectivamente, al contrato de compraventa y a la clasificación de las
cosas.
"(23) Un ejemplo de cuanto se dice en el texto fue, entre otros, la
singular eficacia con la que se desenvolvieron los Juzgados de Paz Legos
de la provincia de Buenos Aires".

IV. CONSEJO DE LA MAGISTRATURA(65)

447 
 
160. Concepto y naturaleza
a) El Consejo de la Magistratura configura, de acuerdo con el diseño
que le asignó al art. 114 de la Constitución Nacional reformada en 1994,
un organismo integrado, proporcional y equilibradamente, por abogados,
jueces, académicos, científicos y representantes de los poderes Ejecutivo
y Legislativo, cuyas funciones consisten, primordialmente, en seleccionar
a los postulantes de las magistraturas inferiores elaborando las ternas
vinculantes para su designación, administrar los recursos y ejecutar el
presupuesto asignado a la administración de justicia, ejercer el poder
disciplinario sobre los mencionados magistrados, decidir la apertura del
procedimiento de remoción de éstos y formular, en su caso, la acusación
correspondiente ante el Jurado de Enjuiciamiento.
b) La imprecisión que exhibe la norma constitucional precedentemente
recordada ha suscitado la enunciación de dos criterios doctrinarios acerca
de la naturaleza institucional del Consejo.
Algunos autores, fundados esencialmente en la ubicación del
organismo dentro del capítulo primero de la sección destinada al Poder
Judicial y en la circunstancia de que a raíz de la incorporación del Consejo
se acrecentaron las atribuciones de dicho poder y se acortaron las
facultades de los restantes poderes, consideran que aquél se encuentra
dentro de la esfera del Poder Judicial(66).
Otros, en cambio, se pronuncian correctamente en el sentido de que, a
causa de su integración pluralista y de su falta de dependencia de la Corte
Suprema, el Consejo de la Magistratura debe concebirse como
un órgano extra poder(67).

161. Composición
a) Con arreglo a las pautas establecidas en el art. 114 de la CN, el
Consejo de la Magistratura fue regulado por las leyes 24.937 (t.o. por dec.
816/1999), y sus modificatorias las leyes 25.669, 25.876, 26.080 y 26.855.
Está integrado por diecinueve miembros de acuerdo con la siguiente
composición: 1. Tres (3) jueces del Poder Judicial de la Nación, elegidos
por el pueblo de la Nación por medio de sufragio universal.
Corresponderán dos (2) representantes a la lista que resulte ganadora por
simple mayoría y uno (1) a la que resulte en segundo lugar. 2. Tres
(3) representantes de los abogados de la matrícula federal, elegidos por el
448 
 
pueblo de la Nación por medio de sufragio universal. Corresponderán dos
(2) representantes a la lista que resulte ganadora por simple mayoría y uno
(1) a la que resulte en segundo lugar. 3. Seis (6) representantes de los
ámbitos académico o científico, de amplia y reconocida trayectoria en
alguna de las disciplinas universitarias reconocidas oficialmente, elegidos
por el pueblo de la Nación por medio de sufragio universal.
Corresponderán cuatro (4) representantes a la lista que resulte ganadora
por simple mayoría y dos (2) a la que resulte en segundo lugar. 4. Seis
(6) legisladores. A tal efecto, los presidentes de la Cámara de Senadores
y de la Cámara de Diputados, a propuesta de los bloques parlamentarios
de los partidos políticos, designarán tres (3) legisladores por cada una de
ellas, correspondiendo dos (2) a la mayoría y uno (1) a la primera minoría.
5. Un (1) representante del Poder Ejecutivo. Los miembros del Consejo
prestarán juramento en el acto de su incorporación de desempeñar
debidamente el cargo por ante el presidente de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación. Por cada miembro titular se elegirá un suplente,
mediante igual procedimiento, para reemplazarlo en caso de renuncia,
remoción o fallecimiento (art. 2).
b) El art. 4º de la ley 24.937 dispone que para ser miembro del Consejo
se requieren las mismas condiciones exigidas para ser juez de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación (es decir, abogado con ocho años en
ejercicio de la profesión y las mismas requeridas para ser senador de la
Nación [art. 111, CN]).
Por otra parte, conforme a lo previsto en el art. 5º de la ley citada, los
miembros del Consejo de la Magistratura estarán sujetos a
las incompatibilidades e inmunidades que rigen para sus calidades
funcionales. Los miembros elegidos en representación del Poder
Ejecutivo, de los abogados y del ámbito científico o académico estarán
sujetos a las mismas inmunidades e incompatibilidades que rigen para los
jueces. Los miembros del Consejo de la Magistratura no podrán concursar
para ser designados magistrados o ser promovidos si lo fueran, mientras
dure su desempeño en el Consejo y hasta después de transcurrido un año
del plazo en que debieron ejercer sus funciones.
c) El desempeño de los integrantes del Consejo es honorario, salvo para
los abogados de la matrícula en ejercicio y del ámbito científico y
académico, quienes perciben una compensación equivalente a la
remuneración de un juez de Cámara de Casación Penal (ley cit., art. 29,
modif. por ley 26.080).
d) Los miembros del Consejo de la Magistratura durarán cuatro años en
sus cargos, pudiendo ser reelectos con intervalo de un período. Los
miembros del Consejo elegidos por su calidad institucional de jueces en
actividad o legisladores cesarán en sus cargos si se alterasen las
calidades en función de las cuales fueron seleccionados, debiendo ser
reemplazados por sus suplentes o por los nuevos representantes que
designen los cuerpos que los eligieron para completar el mandato
449 
 
respectivo. A tal fin, este reemplazo no se contará como período a los
efectos de la reelección (ley cit., art. 3º, modif. por la ley 26.089).
e) Debe entenderse, finalmente, que la reglamentación ha respetado,
en lo esencial, el equilibrio aludido por el art. 114 de la CN, porque si se
hubiese conferido un predominio absoluto a los jueces en el organismo
analizado, se habría consagrado una suerte de autogestión judicial que el
constituyente no previó, y en el caso de haberse otorgado una significativa
presencia a los consejeros nominados por los poderes Ejecutivo y
Legislativo, tal circunstancia hubiese redundado en un manejo indirecto
del Consejo por los estamentos políticos, retornando en forma encubierta
al régimen anterior, en desmedro de la independencia del Poder
Judicial(68).

162. Atribuciones
a) Son atribuciones del Consejo de la Magistratura, conforme a lo
prescripto en el art. 114 de la CN:
1º) Seleccionar mediante concursos públicos los postulantes a las
magistraturas inferiores, de modo que resulta excluida de la competencia
del organismo la selección de los jueces de la Corte Suprema, pues de
acuerdo con lo establecido en el art. 99, inc. 4º, de la CN, la designación
de aquéllos continúa siendo atribución del Poder Ejecutivo, con acuerdo
del Senado por dos tercios de sus miembros presentes, en sesión pública
convocada al efecto.
2º) Emitir propuestas en ternas vinculantes, para el nombramiento de
los magistrados de los tribunales inferiores(69). Si bien no es competencia
del Consejo la elección directa de quiénes integrarán la magistratura
nacional, la atribución examinada restringe significativamente la facultad
del Poder Ejecutivo en el proceso de selección, pues el presidente de la
Nación debe elegir obligatoriamente a un candidato comprendido en la
terna remitida por el Consejo, sin perjuicio de que el Senado, con
posterioridad, otorgue, o no, el correspondiente acuerdo a la nominación.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con la designación de los
jueces de la Corte Suprema, en este caso, de conformidad con lo
dispuesto en el art. 99, inc. 4º, de la CN, el acuerdo del Senado debe serlo
en sesión pública, no se requiere un quorum especial y sólo se exige que
el cuerpo tenga en cuenta "la idoneidad de los candidatos".
Como se ha observado, el ejercicio de la atribución de que se trata
perfila al Consejo como un órgano de carácter político que trasciende la
función meramente técnico-administrativa(70).

450 
 
3º) Administrar los recursos y ejecutar el presupuesto que la ley asigne
a la administración de justicia. En cumplimiento de esta norma, el art.
16 de la ley 24.937dispone que es de competencia de la Comisión de
Administración y Financiera fiscalizar la Oficina de Administración y
Financiera del Poder Judicial, realizar auditorías y efectuar el control de
legalidad, informando periódicamente al plenario del Consejo.
Estará integrada por dos diputados, un senador, dos jueces, un
representante de los abogados de la matrícula federal y el representante
del Poder Ejecutivo(71).
Es fácil percibir que esta norma sustrae al Poder Judicial una
significativa parte de las funciones que ejercía con anterioridad a la
vigencia de la CN reformada en 1994, y por ello ha sido cuestionada con
fundamento en el hecho de que puede configurar una indebida injerencia
en atribuciones que conciernen a la independencia de dicho Poder.
Precisamente, el ejercicio de esta atribución ha generado conflictos de
competencia entre el Consejo de la Magistratura y la Corte Suprema.
4º) Ejercer facultades disciplinarias sobre magistrados. Se comprende,
naturalmente, que esta potestad sólo puede ejercerla el Consejo respecto
de los magistrados de los tribunales inferiores, con exclusión de los jueces
de la Corte Suprema, respecto de los cuales se mantiene el régimen del
juicio político (arts. 53 y 59, CN)(72).
En diversas oportunidades, el Consejo ha reivindicado su
atribución exclusiva y excluyente en materia disciplinaria, incluso frente a
sanciones dispuestas por la Corte Suprema a magistrados inferiores, y ha
puntualizado también que no se trata de una potestad que ejerce en forma
concurrente con aquélla u otros tribunales superiores.
A ello importa agregar que las sanciones disciplinarias aplicables a los
magistrados sólo pueden fundarse en las transgresiones de orden
administrativo y ético mencionadas en el art. 14 de la ley 24.937, y no en
el posible error de que adolezcan sus decisiones.
De allí que la norma referida exprese que queda asegurada la garantía
de los jueces en materia del contenido de las sentencias, expresión que
debe entenderse en sentido comprensivo de las resoluciones
ordenatorias, siempre que no impliquen el incumplimiento reiterado de
normas procesales.
5º) Decidir la apertura del procedimiento de remoción de magistrados,
en su caso ordenar la suspensión, y formular la acusación
correspondiente, lo cual implica que, configurada alguna de las causales
contempladas en el art. 53 de la CN, incumbe al plenario del Consejo
presentar la acusación conforme al dictamen elaborado por la respectiva
Comisión. De tal manera se ha sustraído a la Cámara de Diputados la
atribución de acusar ante el Senado a los jueces integrantes de los
tribunales inferiores a la Corte Suprema, y al Senado la función de
juzgarlos. Tal circunstancia no implica, naturalmente, que la Comisión
451 
 
respectiva del Consejo carezca de la facultad de desestimar las denuncias
que se formulen respecto de la conducta de esos magistrados.
6º) Dictar los reglamentos relacionados con la organización judicial y
todos aquellos que sean necesarios para asegurar la independencia de los
jueces y la eficaz prestación del servicio de justicia, siempre, como es
obvio, que tales reglamentos no entrañen contradicción con leyes
vigentes.

163. Los Consejos en el orden provincial


a) La mayoría de las provincias han dictado leyes reglamentarias de los
Consejos de la Magistratura cuya composición coincide, esencialmente,
con la diseñada por la ley nacional, con la variante de que comprenden
tanto a los jueces como a los miembros del Ministerio Público en tanto que
éste, como se destacó más arriba, forma parte de los respectivos poderes
judiciales. Hacen excepción la ley 3053(73)de la provincia de Entre Ríos,
que prevé la integración del Consejo con un representante de los
empleados judiciales; la ley 2552 de la provincia de Santa Cruz, que
agrega a aquél un representante del pueblo de la provincia, que es elegido
en ocasión de las elecciones generales provinciales, y la ley 4086 de la
provincia de Chubut, que prevé la elección de cinco representantes del
pueblo y de un representante de los empleados judiciales.
b) Los Consejos provinciales, asimismo, se diferencian del nacional en
la circunstancia de que ejercen, como única atribución, la consistente en
seleccionar y proponer la designación de los jueces y funcionarios del
Ministerio Público de rango inferior a los integrantes de los Superiores
Tribunales y al Fiscal o Procurador General. La Constitución del Chaco
comprende la propuesta de todos los jueces integrantes del Poder
Judicial(74).
La ley 525 de la provincia de Tierra del Fuego, en cambio, agrega a las
funciones de selección y disciplinarias, la consistente en atribuir al Consejo
de la Magistratura la atribución de acusar y de juzgar en juicio público a
los magistrados judiciales.
c) Por lo general, las ternas propuestas por los Consejos revisten
carácter vinculante(75). En su mayoría, las leyes provinciales disponen que
el cargo de consejero es ad honorem, sin perjuicio de su derecho a la
percepción de viáticos cuando las sesiones se realizan en una ciudad que
no es la de domicilio.
d) La ley 5141 de la provincia de San Luis presenta la particularidad de
que instituye una Comisión de Evaluación de los candidatos, integrada por

452 
 
tres profesores universitarios y un Consejo de la Magistratura encargado
de convocar a audiencia a quienes fueron evaluados previamente por la
mencionada comisión.

V. JURADO DE ENJUICIAMIENTO(76)

164. Composición y atribuciones


a) A diferencia de lo que ocurre con los jueces de la Corte Suprema,
que sólo pueden ser separados de sus cargos previa acusación de la
Cámara de Diputados y juzgamiento por el Senado, si se trata, en cambio
de los jueces de los tribunales inferiores de la Nación, la facultad de decidir
la apertura del procedimiento de remoción y de ordenar en su caso la
suspensión de aquéllos, así como la de formular la acusación
correspondiente, incumbe al Consejo de la Magistratura (art. 114, inc. 5º).
La potestad de decidir la remoción pertenece, en cambio, a un Jurado
de Enjuiciamiento integrado por legisladores, magistrados y abogados de
la matrícula federal (conforme a lo que dispone, como se verá más abajo,
la ley 24.937), mediante fallo que es irrecurrible y tiene el mismo efecto
que el previsto respecto del fallo del Senado en el art. 60.
Prescribe asimismo el art. 115, párr. 3º, de la CN, que corresponde
archivar las actuaciones y, en su caso, reponer al juez suspendido, si
transcurren ciento ochenta días contados desde la decisión de abrir el
procedimiento de remoción sin que se haya dictado el fallo.
b) El art. 22 de la ley 24.937 (modif. por la ley 26.080) dispone, a su
turno, que el Jurado de Enjuiciamiento a que se refiere el art. 115 de
la CN estará integrado por siete miembros de acuerdo con la siguiente
composición: 1. Dos jueces que serán: de Cámara, debiendo uno
pertenecer al fuero federal del interior de la República y otro a la Capital
Federal. A tal efecto, se confeccionarán dos listas: una con todos los
camaristas federales del interior del país y otra con los de la Capital
Federal. 2. Cuatro legisladores, dos por la Cámara de Senadores y dos
por la Cámara de Diputados de la Nación, debiendo efectuarse dos listas
por Cámara, una con los representantes de la mayoría y la otra con los de
la primera minoría. 3. Un abogado de la matrícula federal, debiendo
confeccionarse una lista con todos los abogados matriculados en el

453 
 
Colegio Público de Abogados de la Capital Federal y en las Cámaras
Federales del interior del país que reúnan los requisitos para ser elegidos
jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Todos los miembros
serán elegidos por sorteo semestral público a realizarse en los meses de
diciembre y julio de cada año, entre las listas de representantes de cada
estamento. Por cada miembro titular se elegirá un suplente, por igual
procedimiento, para reemplazarlo en caso de renuncia,
impedimento, ausencia, remoción o fallecimiento. Los miembros del
Jurado de Enjuiciamiento estarán sujetos a las incompatibilidades
e inmunidades que rigen para sus calidades funcionales. El miembro
elegido en representación de los abogados estará sujeto a las
mismas inmunidades e incompatibilidades que rigen para los jueces.
En las provincias, en cambio, el Jurado de Enjuiciamiento se
halla integrado, como regla, por magistrados judiciales y abogados
sorteados al efecto. Hace excepción la provincia de Tierra del Fuego,
cuya ley 525 otorga la facultad de acusar y de juzgar la conducta de los
jueces al Consejo de la Magistratura.

165. Procedimiento
a) Los arts. 25 a 27 de la ley 24.937 reglamentan el procedimiento
aplicable, que debe ser oral y público y asegurar el derecho de defensa
del acusado.
b) La sustanciación para la acusación y el juicio está regulado por el art.
26 de la ley nacional (modif. por la ley 26.080) de la siguiente manera:
1. Los miembros del Jurado de Enjuiciamiento deberán excusarse y
podrán ser recusados por las causales previstas en el Código Procesal
Penal de la Nación. La recusación será resuelta por el Jurado de
Enjuiciamiento, por el voto de la mayoría de sus miembros y será
irrecurrible.
2. El procedimiento se iniciará con la presentación de la acusación
formulada por el plenario del Consejo de la Magistratura, previo dictamen
de la Comisión de Disciplina y Acusación, de la que se le correrá traslado
al magistrado acusado por el término de diez días.
3. Contestado el traslado, se abrirá la causa a prueba por el término de
treinta días, que podrá ser prorrogado por un plazo no superior a quince
días, por disposición de la mayoría del jurado, ante petición expresa y
fundada.

454 
 
4. Ambas partes podrán ofrecer todos los medios de prueba que
contempla el Código Procesal Penal de la Nación, bajo las condiciones y
límites allí establecidos, pudiendo ser desestimadas —por resoluciones
fundadas— aquellas que se consideren inconducentes o meramente
dilatorias.
5. Todas las audiencias serán orales y públicas y sólo podrán
ser interrumpidas o suspendidas cuando circunstancias extraordinarias o
imprevisibles lo hicieran necesario.
6. Concluida la producción de la prueba o vencido el plazo respectivo,
el representante del Consejo de la Magistratura y el magistrado acusado
o su representante producirán en forma oral el informe final en el plazo que
al efecto se les fije, el que no podrá exceder de treinta días. En primer lugar
lo hará el representante del Consejo de la Magistratura e inmediatamente
después lo hará el acusado o su representante.
7. Producidos ambos informes finales, el Jurado de Enjuiciamiento se
reunirá para deliberar, debiendo resolver en un plazo no superior a veinte
días.
8. Se aplicarán supletoriamente las disposiciones del Código Procesal
Penal de la Nación, en tanto no contradigan las disposiciones de la
presente o los reglamentos que se dicten.
Contra el fallo sólo procede el pedido de aclaratoria, que
debe interponerse dentro de los tres días de notificado (art. 27).
c) En razón de que el art. 115 de la CN prescribe que el fallo es
irrecurrible, cabe concluir que es inadmisible el recurso extraordinario
federal, y que, por lo tanto, ha vuelto a ser aplicable la doctrina judicial
reiteradamente establecida por la Corte Suprema con anterioridad a la
reforma constitucional de 1994 en el sentido de que las
cuestiones involucradas en los enjuiciamientos de magistrados no son
justiciables a los fines de la referida impugnación.

CAPÍTULO XII - EL JUEZ


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 166. Concepto.—
167. Caracteres.— 168. Requisitos para la
designación de los jueces.— 169.
Juramento. II. PROCEDIMIENTO DE DESIGNACIÓN
DE LOS JUECES: 170. Distintos sistemas.— 171.
Elección popular.— 172. Cooptación.— 173.
Designación por el Poder Ejecutivo. III.

455 
 
INCOMPATIBILIDADES DE LOS JUECES: 174.
Régimen legal.— 175. Ejercicio simultáneo de
las magistraturas federal y provincial.— 176.
Actividad política.— 177. Ejercicio del
comercio y de actividades lucrativas.— 178.
Actividad profesional y desempeño de
empleos públicos y privados.— 179.
Parentesco entre jueces de un mismo
tribunal.— 180. Actos contrarios a la dignidad
del cargo. IV. DEBERES DE LOS JUECES: 181.
Generalidades.— 182. Orden de decisión de
las causas.— 183. Plazos para resolver.—
184. Motivación de las decisiones.— 185.
Dirección del proceso.— 186. Audiencias.—
187. Otros deberes. V. FACULTADES DE LOS
JUECES: 188. Generalidades.— 189. Control
de constitucionalidad de las leyes y de otros
actos de gobierno.— 190. Facultades
disciplinarias.— 191. Aplicación de sanciones
conminatorias.— 192. Represión de
la inconducta procesal.— 193. Facultades
ordenatorias.— 194. Facultades disciplinarias
y ordenatorias luego de la ley 25.488.— 195.
Facultades conciliatorias.— 196.
Facultades instructorias (prueba de oficio).

I. GENERALIDADES(1)

166. Concepto
a) En el capítulo I de esta obra se ha caracterizado al juez desde dos
puntos de vista: como funcionario público investido de ciertas potestades
estatales (órgano en sentido jurídico-material), y como elemento primordial
de cada una de las unidades administrativas que integran el Poder
Judicial, sea de la Nación o de las provincias (órgano en sentido
administrativo).

456 
 
b) En ambos casos, el hecho que imprime al juez un carácter específico
dentro de nuestro régimen institucional de división de poderes, consiste en
la potestad de decidir, por vía originaria o mediante revisión de lo resuelto
en sede administrativa, una amplia categoría de conflictos jurídicos cuyas
notas esenciales fueron enunciadas supra, nro. 68, donde también se hizo
mención de los fundamentos constitucionales en que se sustenta dicha
potestad. De ella derivan, asimismo, las previsiones de orden
constitucional y legal encaminadas a asegurar la independencia de los
jueces con respecto a los restantes poderes del Estado, y de las cuales
nos ocuparemos en este capítulo y en el siguiente.
c) Sabemos también que, junto con esa potestad, las leyes asignan a
los jueces atribuciones para conocer en numerosos asuntos que
no involucran la existencia de conflicto alguno entre partes, pero cuya
índole aconseja que sean decididos por aquéllos (procesos voluntarios).
Mas si bien el origen de tales atribuciones no es constitucional, sino
meramente legal, dicha circunstancia no hace perder al juez, en ese tipo
de procesos, la autonomía decisoria de que carecen, en cambio, los
órganos administrativos del Estado (supra, nro. 70).
d) Con respecto a la función del juez dentro del ordenamiento jurídico y
al problema de la creación judicial del derecho, nos remitimos a
lo expuesto en oportunidad de examinar el tema de la interpretación
(supra, nro. 12), que se completará con motivo del estudio de la sentencia.

167. Caracteres
a) Los jueces que integran el Poder Judicial de la Nación revisten los
siguientes caracteres:
1º) Son permanentes, pues el art. 18 de la Constitución
Nacional proscribe los juicios por comisiones especialmente designadas
para un caso determinado (supra, nro. 24, B, 2º). La permanencia, sin
embargo, no es incompatible con la supresión de determinados órganos
judiciales ni con las modificaciones de su competencia, siempre, desde
luego, que esto último no importe efectuar discriminaciones entre asuntos
de la misma índole, por cuanto tal procedimiento configuraría la institución
directa de una comisión especial disimulada.
2º) Son sedentarios, es decir que, en principio, tienen legalmente
asignado un lugar fijo para el cumplimiento de sus funciones, el cual
coincide con la sede o recinto del respectivo juzgado o tribunal. No obsta
al mencionado carácter el hecho de que los jueces puedan trasladarse a
otros lugares para llevar a cabo determinadas diligencias procesales,

457 
 
como son la recepción de la prueba de confesión o testimonial en el
domicilio de la persona que se encuentra imposibilitada de concurrir al
juzgado o tribunal (arts. 418 y 436, CPCCN), la práctica de medidas
probatorias fuera del radio urbano pero dentro de la circunscripción judicial
(art. 382, CPCCN) o el reconocimiento judicial que deba verificarse en
cualquier lugar de la República (norma citada, apart. 2º).
Al punto analizado se vincula el requisito de la proximidad entre la
residencia de los magistrados y el asiento del juzgado o tribunal en que
desempeñan sus funciones, requisito que tiene fundamento en la
necesidad de que aquéllos se encuentren en condiciones de concurrir con
prontitud a sus despachos cuando el tratamiento de alguna cuestión
urgente así lo requiera. El art. 10 del dec.-ley 1285/1958 establece, al
respecto, que "los jueces residirán en la ciudad en que ejerzan sus
funciones o en un radio hasta de setenta kilómetros de la misma",
agregando que, "para residir a mayor distancia, deberán
recabar autorización de la Corte Suprema"(2).
3º) Son inamovibles, por cuanto conservan sus cargos mientras dure su
buena conducta y no pueden ser separados de aquéllos sino por juicio
político (art. 110, CN)(3)(infra, nro. 204).
4º) Son técnicos, pues constituye requisito para su nombramiento la
posesión de título de abogado (arts. 111, CN, y 5º y 6º, dec.-ley
1285/1958 en relación con los jueces de la Corte Suprema y demás jueces
nacionales inferiores, respectivamente).
b) De las mismas características participan, en general, los jueces
provinciales.
Son, en efecto, permanentes y sedentarios. Con respecto a esta última
característica interesa señalar, sin embargo, que el art. 154 de la
Constitución de la provincia de Buenos Aires preveía la posibilidad de que
la legislatura establezca, fuera de los límites de la ciudad de La Plata,
jueces "permanentes o viajeros"(4), sin que se haya sancionado ley alguna
que contemple esta última categoría de magistrados(5).
Son también inamovibles, sea mientras dura su buena conducta, sea
durante el período para el que fueron designados, según el sistema
adoptado por cada constitución local (infra, nro. 198). Al respecto interesa
señalar que la mayor parte de las constituciones provinciales distinguen,
en lo que concierne al régimen de separación de sus cargos, entre los
miembros de la Corte o Superior Tribunal, por un lado, y los jueces de las
Cámaras de Apelaciones y de primera instancia, por otro: mientras los
primeros deben ser sometidos a juicio político, los segundos pueden ser
separados por veredicto de un Jurado de Enjuiciamiento (Buenos Aires,
Córdoba, Chaco, Chubut, Entre Ríos, Formosa, La Pampa, Mendoza,
Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, Santa Cruz, Santa Fe, Catamarca,
Corrientes, Jujuy, La Rioja, San Juan, Santiago del Estero y Tucumán).

458 
 
Tierra del Fuego y San Luis instituyen el Jurado de Enjuiciamiento para
todos los magistrados judiciales(6).
Finalmente, con excepción de los jueces de Paz no Letrados, los jueces
provinciales revisten carácter técnico.

168. Requisitos para la designación de los jueces


a)(7)Para ser juez de la Corte Suprema de Justicia se requiere ser
ciudadano argentino, abogado graduado en Universidad Nacional, con
ocho años de ejercicio y tener las calidades exigidas para ser senador
(arts. 111, CN, y 4º, dec.-ley 1285/1958), o sea: 30 años de edad, haber
sido seis años ciudadano de la Nación y disponer de una renta anual de
dos mil pesos fuertes o de una entrada equivalente (art. 55, CN).
b) Para ser juez de la Cámara Nacional de Casación Penal, de las
Cámaras Nacionales de Apelaciones y de los tribunales orales se requiere
ser ciudadano argentino, abogado con título que tenga validez nacional,
con seis años de ejercicio de la profesión o función judicial que requiera el
título indicado, y 30 años de edad (art. 5º, dec.-ley 1285/1958). Los
mismos requisitos de ciudadanía y título se requieren para ser juez
nacional de primera instancia, bastando cuatro años de ejercicio y 25 de
edad (art. 6º, dec.-ley 1285/1958).
Importa asimismo recordar que, conforme a lo prescripto en el art.
114, inc. 1º, de la CN, la selección de los magistrados precedentemente
mencionados, previa a su designación, debe realizarse mediante
concursos públicos. A tal fin, el art. 13 de la ley 24.937 y la misma norma
de su correctiva 24.939, modif. por ley 26.080,disponen que es
competencia de la Comisión de Selección y Escuela Judicial del Consejo
de la Magistratura llamar a concurso público de oposición y antecedentes
para cubrir las vacantes de magistrados judiciales, sustanciar los
concursos designando al jurado que intervendrá (compuesto en todo caso,
previo sorteo de las listas elaboradas para cada especialidad, por dos
jueces y dos profesores de Derecho) y confeccionar las propuestas de
ternas elevándolas al plenario del organismo, que debe adoptar su
decisión por mayoría de dos tercios de miembros presentes.
c) En lo que atañe a la legislación provincial, la Constitución de la
provincia de Buenos Aires prescribe que para ser juez de la Suprema Corte
y Procurador y Subprocurador de ella se requiere haber nacido en territorio
argentino o ser hijo de ciudadano nativo si hubiese nacido en
país extranjero; título o diploma que acredite suficiencia en la ciencia del
Derecho reconocido por autoridad competente en la forma que determine

459 
 
la ley; 30 años de edad y menos de 70, y diez al menos de ejercicio en la
profesión de abogado o en el desempeño de alguna magistratura (Const.
Prov., art. 177, párr. 1º). Las restantes constituciones provinciales
requieren, para integrar los tribunales superiores, la ciudadanía argentina
y 30 años como edad mínima, salvo la de La Pampa, que sólo exige 28, y
la de Santiago del Estero, Catamarca y Tierra del Fuego, que exigen 35.
Tucumán exige 40 años. Generalmente es menor, en cambio, la
antigüedad requerida en el ejercicio profesional o en el desempeño de
cargos judiciales, la que oscila entre cuatro —Corrientes— y quince
años —Tucumán—.
La designación de los jueces de las Cámaras de Apelaciones se halla
condicionada, en la provincia de Buenos Aires, a los mismos requisitos
establecidos para los jueces de la Corte(8), con la diferencia de que bastan
seis años de ejercicio profesional o desempeño judicial (norma
citada, párr. 2º). De acuerdo con el art. 178 de la misma Constitución, para
ser juez de primera instancia se requieren tres años de práctica en la
profesión de abogado, seis años de ciudadanía en ejercicio y 25 años de
edad. De acuerdo con los textos constitucionales de las otras provincias,
la edad exigida para desempeñar magistraturas inferiores oscila entre 25
y 30 años, y la antigüedad profesional o judicial entre dos y ocho años.
d) Aunque las leyes no lo dispongan expresamente, es obvio
que existen determinadas circunstancias que configuran incapacidades
para desempeñar la magistratura judicial: tales, por ejemplo, la inhabilidad
física o intelectual que obste al ejercicio adecuado del cargo, la comisión
de hechos reñidos con la moral o las buenas costumbres, el procesamiento
o la condena penal por delitos infamantes; etcétera(9).

169. Juramento
a) Para entrar en el desempeño del cargo, no basta que el juez haya
sido designado por la autoridad competente. Es necesario, además, que
cumpla el requisito del juramento.
La Constitución Nacional se refiere únicamente al que deben prestar los
jueces de la Corte Suprema de Justicia, disponiendo que en la
primera instalación del Tribunal, los individuos nombrados jurarán en
manos del presidente de la Nación "desempeñar sus obligaciones,
administrando justicia bien y legalmente, y en conformidad a los que
prescribe la Constitución"(10)y que "en lo sucesivo lo prestarán ante el
presidente de la misma Corte" (CN, art. 112). Con referencia a todos los
jueces integrantes del Poder Judicial de la Nación, el art. 7º del dec.-ley
1285/1958 prescribe que, antes de asumir el cargo, prestarán juramento
460 
 
cuyo contenido coincide con el previsto por la citada norma
constitucional(11).
En lo que respecta a la autoridad ante quien debe prestarse el
juramento, el art. 16 del RJN dispone que los magistrados de los tribunales
colegiados jurarán ante el tribunal que integran(12), y que los demás
magistrados lo harán ante la Corte Suprema o ante la Cámara respectiva.
b) El art. 179 de la Constitución de la provincia de Buenos Aires
establece, finalmente, que los jueces de la Suprema Corte de Justicia
prestarán juramento ante su presidente de desempeñar fielmente el cargo;
que el presidente lo prestará ante la Suprema Corte de Justicia, y los
demás jueces ante quien determine el mismo tribunal. También contienen
prescripciones sobre el juramento de los magistrados judiciales las
Constituciones de Catamarca (art. 201), Entre Ríos (art. 197), La Rioja (art.
137), Mendoza (art. 157), Neuquén (art. 230), San Luis (art. 205), Santa
Fe (art. 87), Santiago del Estero (art. 179) y Tucumán (art. 119). Las
restantes provincias reglamentan el punto en sus respectivas leyes
orgánicas.

II. PROCEDIMIENTO DE DESIGNACIÓN DE LOS JUECES(13)

170. Distintos sistemas


La mayor parte de las constituciones argentinas ha adoptado, como
principio general, el sistema de la designación de los magistrados
judiciales por el Poder Ejecutivo (nacional y de cada una de las provincias),
con acuerdo del Senado (o de las respectivas legislaturas).
Junto a ese sistema, cuyo análisis efectuaremos al final, se conocen
tradicionalmente otros dos: el de elección popular y el del nombramiento
por el propio Poder Judicial (cooptación). A ambos nos referiremos
seguidamente.

171. Elección popular


461 
 
a) Se ha considerado, con apoyo en ideas de Montesquieu(14), que el
sistema de la elección popular de los jueces constituye una de las bases
fundamentales del régimen republicano de gobierno, a cuya estricta
vigencia sería consustancial la participación directa del pueblo, como
titular originario de la soberanía, en la designación de quienes han
de integrar los tres poderes del Estado.
Fue sobre la base de ese concepto que el referido sistema se instituyó
por la Asamblea Constituyente de Francia mediante ley dictada el 24 de
agosto de 1790, aunque los graves inconvenientes que su aplicación trajo
aparejados determinaron que fuera sustituido, en 1808, por el sistema de
elección gubernativa, todavía vigente en ese país(15).
b) En la actualidad, el sistema de elección popular tiene aplicación en la
mayor parte de los Estados Unidos de Norteamérica(16), en algunos
cantones suizos, y en la Unión Soviética y países satélites(17).
c) En nuestro país, dicho sistema tuvo vigencia para el nombramiento
de los jueces de Paz de los territorios nacionales en aquellas poblaciones
que no excediesen de mil habitantes. Pero la ley que lo instituía (ley 1532)
fue derogada por la ley 13.998 (art. 58)(18).
d) El régimen de la elección popular de los jueces no cuenta con el
beneplácito de la doctrina. Las críticas de que es pasible,
fundamentalmente, residen, por una parte, en la circunstancia de que
dadas las condiciones de orden técnico y moral requeridas para el
adecuado desempeño de la magistratura judicial, no cabe presumir, al
menos en el grueso del electorado, la suficiente idoneidad para evaluar la
concurrencia de tales condiciones, siendo lo más probable que la elección
se halle determinada por afinidad o simpatía política(19). Por otra parte,
resulta evidente que el sistema coloca a los jueces en compromisos
partidarios ajenos a su función específica, y los expone, particularmente
ante futuras contingencias electorales, a presiones difícilmente
compatibles con la independencia de que necesariamente deben gozar(20).
En lo que concierne a los Estados Unidos de Norteamérica, los
resultados decididamente desfavorables producidos por la vigencia del
sistema analizado(21)han dado motivo a diversas iniciativas tendientes a
suprimirlo o, por lo menos, a limitar sus alcances(22).
Distinta es la situación en Suiza, donde el buen funcionamiento del
sistema se ha atribuido, por un lado, a la particular idiosincrasia del
electorado, incapaz de dejarse guiar por simples móviles políticos, y, por
otro, a la mejor fiscalización que una comunidad reducida puede ejercer
sobre la conducta de los jueces(23).
En la Unión Soviética, finalmente, el régimen electivo constituye un
lógico corolario de la estructura del Estado socialista, que impone
la existencia del partido único y la necesidad de que la justicia sea

462 
 
administrada en concordancia con el sentimiento popular y con las líneas
políticas gubernamentales(24).

172. Cooptación
a) Caracteriza el sistema del epígrafe el hecho de que los jueces son
designados directamente por órganos del Poder Judicial, o a propuesta
formulada por éstos.
Tiene aplicación parcial en la República Oriental del Uruguay, cuya
Constitución dispone que los jueces de la Corte Suprema son designados
por la Asamblea Legislativa con dos tercios de votos y los restantes
magistrados por la Suprema Corte, debiendo mediar acuerdo del Senado
con respecto al nombramiento de los jueces del Tribunal de Apelación
(arts. 85-18, 235, 236, 239, incs. 4º, 5º y 6º). En Bélgica, los magistrados
de los tribunales superiores son designados por el Poder Ejecutivo, pero
sobre la base de los candidatos presentados por el tribunal respectivo.
b) Entre los antecedentes judiciales de nuestro país figura un sistema
de designación análogo al que se aplica en Bélgica. Fue el instituido por
un decreto del general Viamonte del 17 de octubre de 1829, según el cual
los jueces de primera instancia debían ser nombrados por el Poder
Ejecutivo mediante elección dentro de una terna de candidatos formada
por la Cámara de Justicia, previo concurso público de méritos y aptitudes.
El sistema ha sido instituido, con distintas modalidades, por las
constituciones de varias provincias argentinas, aunque limitado a la
designación de los magistrados con categoría inferior a la de los
miembros integrantes del respectivo tribunal superior en el orden local. De
acuerdo con una de esas modalidades, el Superior Tribunal de Justicia de
la provincia se limita a la proposición de los candidatos, correspondiendo
el nombramiento sea a la Cámara de Representantes (Constitución de
Formosa, art. 169), sea al Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado
(Constitución de Jujuy, art. 158). La otra modalidad consiste en que la
designación es efectuada por el propio Tribunal Superior, en algunos
casos con acuerdo de otro poder local, como ocurría en la provincia de
Neuquén, cuya Constitución acordaba tal facultad a la Legislatura (art.
151(25)), y en otros, a propuesta de un órgano compuesto por magistrados
judiciales, funcionarios de otros poderes y abogados, según ocurría en las
provincias del Chaco y Río Negro. La Constitución de la provincia de
Chubut, finalmente, instituía un sistema que participa de las características
de los precedentemente mencionados, pues exige, por un lado, que el
Superior Tribunal requiera el acuerdo de la Legislatura, y establece, por
otro, que aquél debe solicitar terna a los Colegios de Abogados y a los
463 
 
profesionales del foro donde no exista aquella entidad, para la designación
de los abogados que se incorporen a la administración (art. 169(26)).
c) Entre las críticas formuladas contra el sistema de cooptación, al
menos en sus modalidades extremas, se arguye que la concesión de
atribuciones al Poder Judicial para designar a sus propios integrantes, o
para gravitar decididamente en el nombramiento gubernativo, contribuye
a crear un espíritu de casta que impide el ingreso a la magistratura de
quienes, por razones de experiencia y cultura jurídica adquiridas en el
ejercicio de la profesión o de funciones públicas, se hallan en condiciones
de introducir, en el ámbito judicial, nuevos criterios e inquietudes cuya
importancia puede no percibir el magistrado de carrera. Existe, por otra
parte, entre los miembros del Poder Judicial, la propensión a
atribuir excesiva importancia a la antigüedad en el cargo como requisito de
ascenso, pese a que dicho atributo constituye indudablemente un factor
secundario en relación con la real eficiencia demostrada en el ejercicio de
la función judicial. Finalmente, conspiran contra la eficacia de este sistema
las inevitables motivaciones de amistad o de simpatía que gravitan en la
selección.
No obstante, Couture ha defendido con entusiasmo el régimen
adoptado por la Constitución uruguaya, al que califica de "verdadera
conquista institucional", aunque no deja de advertir la necesidad de que se
complemente mediante un adecuado sistema de selección, como es el del
concurso de méritos y oposición(27).
En lo que concierne a nuestro país, entendemos que el
sistema instituido por las Constituciones del Chaco y de Río Negro
desvirtúa en gran medida las objeciones a que hemos aludido, aunque
dada la intervención que reconocen a los magistrados del Superior
Tribunal en los organismos proponentes, carece de fundamento razonable
la exclusión del Poder Ejecutivo en el nombramiento.

173. Designación por el Poder Ejecutivo


El sistema de la designación de los jueces por el Poder Ejecutivo es el
que se halla más generalizado en la legislación moderna, y el que ha sido
adoptado, según señalamos, por la mayoría de las constituciones vigentes
en la República Argentina.

464 
 
A) Procedimiento para la designación de jueces nacionales(28)

a) Respecto del modo de designación de los jueces nacionales corresponde distinguir, de acuerdo con la
reforma constitucional operada en 1994, según se trate de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia o de
los que integran los tribunales inferiores.

Los primeros, en efecto, deben ser designados por el Presidente de la


Nación con acuerdo del Senado por dos tercios de sus miembros
presentes, en sesión pública convocada al efecto (arts. 99, inc. 4º, párr. 1º,
y 114, CN).
Previo a todo ello, sin embargo, y conforme a lo dispuesto por el dec.
222/2003, producida una vacante en la Corte, corresponde publicar en el
Boletín Oficial y en por lo menos dos diarios de circulación nacional,
durante tres días, el nombre y los antecedentes curriculares de las
personas que se encuentren en consideración para la cobertura de la
vacancia (art. 4º), a cuyo fin los ciudadanos en general, las organizaciones
no gubernamentales, los colegios y asociaciones profesionales, las
entidades académicas y de derechos humanos pueden presentar, hasta
quince días posteriores desde la última publicación, ante el Ministerio de
Justicia, por escrito y de modo fundado y documentado, las posturas,
observaciones y circunstancias que estimen de interés respecto de
los incluidos en el proceso de preselección (art. 6º), y previo informe de la
Administración Federal de Ingresos Públicos relativo al cumplimiento de
las obligaciones impositivas por parte de los candidatos (art. 8º), en un
plazo no mayor a los quince días contados desde el vencimiento del plazo
fijado en el art. 6º, el Poder Ejecutivo debe disponer, haciendo mérito de
las razones que abonen la decisión tomada, la elevación o no de la
propuesta respectiva, debiendo en el primer caso remitir lo actuado al
Senado de la Nación a los fines del acuerdo.
También incumbe al Presidente de la Nación el nombramiento de los
jueces integrantes de los tribunales inferiores, aunque con la diferencia de
que debe hacerlo sobre la base de una propuesta en terna vinculante
emitida (previo concurso público) por el Consejo de la Magistratura,
organismo regulado por las leyes 24.937 y 24.939 con arreglo a las pautas
establecidas en el art. 114 de la CN.
Otra variante reside en el hecho de que cuando se trata de los jueces
propuestos por el Consejo de la Magistratura, el acuerdo del Senado, si
bien debe prestarse en sesión pública en la que corresponde tener en
cuenta la idoneidad de los candidatos, no exige un quorum especial (art.
99, inc. 4º, párr. 2º, CN).

465 
 
b) En relación con todos los jueces nacionales es, sin embargo,
necesario un nuevo nombramiento para mantenerlos en el cargo una vez
que cumplan la edad de 75 años. Asimismo, todos los nombramientos de
magistrados cuya edad sea la indicada o mayor deben hacerse por cinco
años, y podrán repetirse indefinidamente por el mismo trámite (art. 99, inc.
4º, párr. 3º, CN) (en virtud de la undécima disposición transitoria de la CN
de 1994 esta norma comenzó a regir el 22/8/1999)(29).

B) Procedimiento para la designación de jueces en el extranjero


En algunos países europeos, como España, Francia e Italia(30), si bien
el nombramiento corresponde al Poder Ejecutivo, el ingreso a la
magistratura se halla condicionado a un previo concurso de idoneidad y al
transcurso de un período de aprendizaje en organismos especializados.
En Inglaterra, en cambio, no existe un régimen de carrera judicial ni la
posibilidad de ascensos a cargos de mayor jerarquía. Los jueces, en
efecto, son elegidos por el gobierno entre los abogados de
mayor experiencia y reputación, y con un destino que se considera
definitivo. Este sistema ha permitido la formación de una magistratura
dotada de un inmenso prestigio, cuyos integrantes, por otra parte,
perciben las remuneraciones más elevadas del mundo en el orden
judicial(31).

C) Remoción
a) Los jueces nacionales de cualquier jerarquía sólo pueden ser
separados de sus cargos mediante el procedimiento del juicio
político (arts. 53, 110 y 115(32), CN), el cual puede intentarse por mal
desempeño o por delito en el ejercicio de sus funciones o por crímenes
comunes; debiendo incluirse, dentro del concepto de "mal desempeño",
todos aquellos casos que, sin tipificar una conducta delictiva, importen
actitudes o hechos incompatibles con el adecuado ejercicio de la función
judicial (v.gr., morosidad, negligencia, inhabilidad física o mental, etc.).
De acuerdo con las pertinentes disposiciones constitucionales, cuando
se trata de miembros de la Corte Suprema, el derecho de acusación
corresponde a la Cámara de Diputados, la que previamente debe declarar
haber lugar a la formación de causa por mayoría de dos terceras partes de
466 
 
sus miembros presentes (art. 53). Al Senado corresponde juzgar en juicio
público (y con las garantías procesales consiguientes) al acusado por la
Cámara de Diputados, debiendo sus miembros prestar juramento para
este acto. El acusado no podrá ser declarado culpable sino por mayoría
de los dos tercios de los miembros presentes (art. 59). Su fallo, según lo
dispone el art. 60, no tendrá más efecto que destituir al acusado,
y aun declararle incapaz de ocupar ningún empleo de honor, de confianza
o a sueldo de la Nación. Pero la parte condenada quedará, no obstante,
sujeta a acusación, juicio y castigo, conforme a las leyes, ante los
tribunales ordinarios.
b) Si se trata, en cambio, de los jueces integrantes de los
tribunales inferiores de la Nación, la facultad de decidir la apertura del
procedimiento de remoción y de ordenar la suspensión de aquéllos, así
como la de disponer la acusación correspondiente incumbe al Consejo de
la Magistratura (art. 114, inc. 5º, CN), perteneciendo al Jurado de
Enjuiciamiento la potestad de decidir la eventual remoción. Cabe remitir,
sobre el punto, a lo expuesto supra nros. 164 y 165.

III. INCOMPATIBILIDADES DE LOS JUECES(33)

174. Régimen legal


a) En virtud de distintas razones que confluyen en la necesidad de
asegurar el adecuado desempeño de la función, está vedada a los jueces
la realización de determinados actos que configuran otras
tantas incompatibilidades con el ejercicio de la magistratura.
b) Con respecto a los jueces nacionales, dichas incompatibilidades se
hallan previstas en la Constitución Nacional, en el dec.-ley 1285/1958 y en
el Reglamento para la Justicia Nacional.
Las provincias determinan las incompatibilidades en el texto de sus
respectivas constituciones y leyes orgánicas del Poder Judicial.

467 
 
175. Ejercicio simultáneo de las magistraturas federal y provincial
El art. 34 de la Constitución Nacional prescribe que los jueces de las
Cortes federales no podrán serlo al mismo tiempo de los tribunales de
provincia.
Esta incompatibilidad, que debe considerarse referida a todos los
jueces que integran el Poder Judicial de la Nación, fue introducida por la
reforma del año 1860 y tiene su fundamento tanto en el hecho de que el
Poder Judicial de las provincias emana de las autonomías locales, siendo
por lo tanto distinto del nacional, cuanto en la circunstancia de que gran
parte de la competencia asignada a los jueces federales responde a la
necesidad de un orden judicial que actúe con total independencia frente a
los particulares intereses provinciales(34).

176. Actividad política


El ejercicio de la magistratura judicial es incompatible "con toda
actividad política" (art. 9º, dec.-ley 1285/1958).
Ello significa que está vedado a los jueces formar parte de entidades
políticas, formular o adherir a manifestaciones de ese carácter y enjuiciar
públicamente los actos realizados por los otros poderes del Estado. La
prohibición, por lo tanto, se refiere más bien a la actividad de "proselitismo
político", como con mayor precisión lo establecía el art. 9º de la ley
13.998 y lo determina el art. 8º, inc. e), del RJN.
En la provincia de Buenos Aires, constituye causal de enjuiciamiento de
los jueces "la intervención activa en política" (art. 21, inc. j], ley 13.661).
Asimismo, la mayor parte de las constituciones provinciales prohíbe a
los jueces dicha intervención, agregando algunas que les está vedado a
aquéllos tener participación en la dirección o redacción de periódicos que
traten de política, así como firmar programas, exposiciones, protestas u
otros documentos de carácter político (Catamarca, art. 282; Córdoba, art.
156; Corrientes, art. 190; Jujuy, art. 169; La Rioja, art. 134; Río Negro, art.
201, inc. 2º, y Tucumán, art. 123).

177. Ejercicio del comercio y de actividades lucrativas

468 
 
El art. 22 del derogado CCom., prohibía a los jueces el ejercicio del
comercio dentro del territorio donde ejercen su autoridad y jurisdicción con
título permanente, agregando el art. 23 de dicho Código que la prohibición
no comprendía la facultad de dar dinero a interés, con tal que no se haga
de ello profesión habitual, ni tampoco la de ser accionista de sociedades
comerciales, siempre que no tomen parte de la gerencia administrativa (es
decir, como directores, gerentes o síndicos)(35).
A su vez el art. 9º del dec.-ley 1285/1958 prohíbe a los jueces
nacionales "el ejercicio del comercio", sin formular distinciones en cuanto
al lugar y clase de actividades y el art. 8º, inc. j) del RJN, es aún más
estricto en cuanto agrega la prohibición de realizar "actividad lucrativa
alguna sin autorización(36)de la respectiva autoridad de
(37)
superintendencia" . A tales restricciones cabe agregar las contenidas en
los arts. 1002, inc. b) del CCiv. y Com., y en el art. 20 del Código de
Minería.
Asimismo, el art. 21, inc. m), de la ley de la provincia de Buenos Aires
13.661 considera causal de acusación contra los jueces, el hecho de
"ejercer comercio o industria", y las restantes provincias prevén
esta incompatibilidad en sus constituciones y Leyes Orgánicas del Poder
Judicial.
Las leyes de fondo, por otra parte, contienen diversas disposiciones
mediante las cuales se prohíbe a los jueces la realización de ciertos actos
que se relacionan con la incompatibilidad examinada. Tales son el art.
1361, inc. 6º, del Código Civil, según el cual está prohibido a los jueces
comprar "aunque sea en remate público, por sí o por interpósita persona",
"los bienes que estuviesen en litigio ante el juzgado o tribunal ante el cual
ejerciesen, o hubiesen ejercido su respectivo ministerio"; el art. 1442 del
mismo Código, que, en la misma situación, les veda a aquéllos la
posibilidad de ser cesionarios; el art. 22, inc. 1º, del Código de Minería,
que prohíbe a los jueces comprar minas dentro de su jurisdicción.

178. Actividad profesional y desempeño de empleos públicos y privados


a) El ejercicio de la magistratura judicial es también incompatible "con
la realización de cualquier actividad profesional, salvo cuando se trate de
la defensa de los intereses personales, del cónyuge, de los padres y de
los hijos" (dec.-ley 1285/1958,art. 9º, y disposiciones concordantes de las
leyes provinciales).
La prohibición comprende tanto el asesoramiento extrajudicial(38)como
el patrocinio y la representación en juicio, cualquiera sea la jurisdicción en

469 
 
que tales actividades se realicen(39). Es razonable la excepción prevista
para los casos de defensa de intereses personales y familiares, en los
cuales se halla excluido el propósito lucrativo que acompaña al
desempeño estrictamente profesional.
Por otra parte, la prohibición no sólo se refiere al ejercicio de la abogacía
y la procuración, sino también al de cualquier profesión liberal. Lo reafirma
el RJN, cuyo art. 8º, inc. i), obliga a los jueces a "no ejercer profesiones
liberales ni aun con motivo de nombramientos de oficio o a propuesta de
partes"(40).
Asimismo, les está prohibido a los jueces, bajo pena de nulidad, aceptar
el nombramiento de árbitros o amigables componedores, salvo en el
supuesto de que en el juicio fuese parte la Nación o una provincia(41).
b) A fin de asegurar la mayor dedicación de los jueces a sus funciones
específicas, así como de impedir que éstas se vean interferidas
por intereses de carácter económico, el art. 9º del dec.-ley 1285/1958, y
las respectivas normas provinciales, declaran incompatible la magistratura
judicial con el desempeño de empleos públicos o privados(42).
Están exceptuadas las comisiones de estudios(43)y los cargos
docentes, aunque estos últimos se limitan a los de carácter universitario,
por cuanto la ley no permite a los jueces nacionales el desempeño de la
docencia primaria o secundaria(44).
La razonabilidad de tal distingo se ha justificado, por un lado, en la
circunstancia de que el ejercicio de la docencia primaria o secundaria
obliga a los jueces a desplegar actividades que, en razón del extenso
tiempo que generalmente demandan, gravitan en desmedro de su
dedicación a las tareas judiciales; y, por otro lado, en la recíproca
complementación que implica el desempeño simultáneo de la cátedra
universitaria y de la función judicial(45), siempre, desde luego, que aquélla
esté destinada a la enseñanza de la ciencia jurídica(46). Aunque ambos
argumentos resultan atendibles, convendría sin embargo limitar en alguna
medida prudente el ejercicio de la docencia universitaria, porque si bien es
cierto que ésta puede contribuir a un mejor desempeño de la función
judicial, no lo es menos que la acumulación de cargos docentes, que se
presenta con frecuencia, incide también negativamente en la eficiencia de
la labor judicial(47).

179. Parentesco entre jueces de un mismo tribunal


No pueden ser, simultáneamente, jueces del mismo tribunal colegiado,
parientes o afines dentro del cuarto grado civil. En caso de afinidad

470 
 
sobreviniente, el que la causare debe abandonar el cargo (dec.-ley
1285/1958,art. 8º). Una norma análoga contienen las constituciones de
Chubut (art. 180), Entre Ríos (art. 200) y Neuquén (art. 235), las
cuales extienden la incompatibilidad al conocimiento de los asuntos en
que hayan resuelto como jueces los parientes o afines, dentro de dicho
grado, de algún magistrado de un tribunal superior. Otras constituciones
(San Luis, art. 194; Tierra del Fuego, art. 149) y algunas leyes provinciales
(Santa Cruz [ley 1600,art. 13]; San Juan [ley 5854,art. 8º]; La Pampa [ley
1675,art. 7º]; etc.) establecen otras variantes a esta limitación.
Esta incompatibilidad tiene su razón de ser(48)en el riesgo de que
la independencia de juicio de cada uno de los magistrados integrantes de
un órgano colegiado pueda resultar comprometida por adhesiones
derivadas del sentimiento de solidaridad y de afecto que normalmente
suscita el vínculo familiar(49). Sin embargo, parece excesivo el grado de
parentesco por afinidad que establece el dec.-ley 1285/1958, resultando
más razonable limitarlo al segundo grado, tal como lo hacen las
constituciones y leyes provinciales citadas.

180. Actos contrarios a la dignidad del cargo


a) El estado judicial impone el deber de observar una conducta pública
que ponga al juez a cubierto de toda suspicacia y de toda sospecha con
respecto a su honorabilidad. De allí que el dec.-ley 1285/1958 disponga,
en el último párrafo del art. 9º: "A los jueces de la Nación les está prohibido
practicar juegos de azar o concurrir habitualmente a lugares destinados a
ellos, o ejecutar actos que comprometan la dignidad del cargo".
Por su parte, el art. 8º, inc. h), del RJN prescribe que los jueces están
obligados a "levantar en el plazo de sesenta días contados desde la fecha
de su notificación cualquier embargo que se trabase sobre sus sueldos o
el concurso que se hubiere decretado. Excepcionalmente, y con
mención explícita de la razón que lo determine, la respectiva autoridad de
superintendencia podrá ampliar este plazo y aun eximir al interesado del
cumplimiento de esta obligación".
b) Finalmente, el art. 21 de la ley bonaerense 13.661 establece, entre
las causales que pueden motivar el enjuiciamiento de los jueces, la
"realización de hechos o desarrollo de actividades incompatibles con la
dignidad y austeridad que el cargo judicial impone" (inc. f]), y el "vicio del
juego por dinero caracterizado por la frecuencia" (inc. g]). Prohibiciones
semejantes se hallan establecidas por las leyes orgánicas de las restantes
provincias (v.gr.: Chubut [ley 37,art. 14]; La Pampa [ley 1675,art. 8º];

471 
 
Misiones [ley 651, modif. por la ley 2861,art. 14]; Río Negro [ley 2430,art.
11]; etc.).

IV. DEBERES DE LOS JUECES(50)

181. Generalidades
a) Las incompatibilidades que se terminan de analizar constituyen, en
rigor, otros tantos deberes de los jueces, en la medida en que imponen a
éstos la observancia de conductas consistentes en la abstención de
realizar determinados actos. Se trata, en otras palabras, de deberes de no-
hacer o de prohibiciones cuyo incumplimiento puede generar
responsabilidad disciplinaria e incluso política.
Aunque las denominadas incompatibilidades, por lo tanto, no difieren
esencialmente de los deberes, existen dos razones que, a nuestro juicio,
justifican el tratamiento separado de ambas cuestiones.
La primera reside en la circunstancia de que, mientras
las incompatibilidades tienden a asegurar el más eficiente desempeño de
la función judicial, genéricamente considerada, los deberes se vinculan al
comportamiento específico de los jueces dentro de cada uno de los
procesos que tramitan ante ellos. La segunda razón estriba en que los
deberes, a diferencia de las incompatibilidades, implican prestaciones
positivas a cargo del juez. Interesa destacar, no obstante, que la clase de
deberes que hemos de analizar en este lugar difieren de los deberes
judiciales de carácter administrativo que examinamos supra, nro. 86, C] en
nota 27, cap. XI), pues estos últimos, con excepción del previsto en el art.
36 del RJN, se relacionan más con el funcionamiento y la
organización interna de los juzgados y tribunales que con el trámite del
proceso propiamente dicho.
b) Es deber primario y fundamental de los jueces el de prestar los
servicios que les incumben como funcionarios del Estado, es decir, el de
administrar justicia cada vez que tal actividad les sea requerida en un caso
concreto. Tal deber de ejercer la función judicial deriva, por un lado, de la
relación de empleo público que vincula al juez con el Estado, hallándose
regido, como tal, por los principios generales del derecho administrativo, y
se correlaciona, por otro lado, con el derecho que tienen las partes o

472 
 
peticionarios en el sentido de que sus reclamos sean resueltos o
proveídos, con prescindencia, desde luego, del contenido (favorable o
desfavorable), de la respectiva decisión(51).
El incumplimiento de este deber, o su cumplimiento en forma
irregular, autoriza, por una parte, la aplicación de sanciones disciplinarias,
pudiendo justificar, incluso, la remoción del juez; y genera, por otra parte,
responsabilidades de orden civil y penal. Constituye particularmente una
transgresión que determina ese tipo de responsabilidades el hecho de
"dejar de juzgar bajo el pretexto de silencio, oscuridad o insuficiencia de
las leyes" (art. 15, CCiv.), el cual puede originar la obligación de reparar
los perjuicios ocasionados a las partes (arts. 1109 y 1112, CCiv.)(52), así
como la aplicación de sanciones penales (art. 273, CPen.).
Finalmente corresponde recordar que, en materia civil patrimonial, les
está vedado a los jueces proceder de oficio (supra, nro. 50, B])(53). La
prohibición, que se halla expresamente consagrada por el art. 2º de la ley
27, surge asimismo del contexto general del CPCCN, especialmente de la
norma contenida en el art. 163, inc. 6º(54), en cuya virtud de sentencia
definitiva debe contener decisión expresa, positiva y precisa, con arreglo
a las pretensiones deducidas en juicio(55). Cabe asimismo recordar que la
regla no es aplicable con respecto al derecho, pues de conformidad con el
principio iura novit curia, incumbe a los jueces la facultad de calificar
jurídicamente los hechos de la causa, con prescindencia de la norma o
normas invocadas por las partes o peticionarios. La regla tampoco rige con
respecto a la ordenación e instrucción del proceso, ámbito en el cual los
jueces están habilitados para proceder de oficio. Asimismo, establece
el Código Civil y Comercial en su art. 709 respecto de procesos de familia
donde se ventilen cuestiones extrapatrimoniales lo siguiente: "Principio de
oficiosidad. En los procesos de familia el impulso procesal está a cargo del
juez, quien puede ordenar pruebas oficiosamente. El impulso oficioso no
procede en los asuntos de naturaleza exclusivamente económica en los
que las partes sean personas capaces".

182. Orden de decisión de las causas


Es deber de los jueces "decidir las causas, en lo posible, de acuerdo
con el orden en que hayan quedado en estado, salvo las preferencias
establecidas en el Reglamento para la Justicia Nacional" (art. 34, inc.
2º, CPCCN). Se refiere al punto el art. 36 de dicho Reglamento(56).
La norma es lo suficientemente flexible como para permitir al juez alterar
el orden de preferencia en casos excepcionales, como pueden ser
la extrema complejidad de algún asunto o la conveniencia de resolver
473 
 
conjuntamente causas en las que se ventilan cuestiones conexas o afines.
Por otra parte, el art. 36 del RJN autoriza a disponer la preferente
resolución de una causa no comprendida entre las mencionadas por dicha
norma "cuando mediara atendible razón de urgencia".

183. Plazos para resolver(57)

a) En su versión originaria, el art. 34, inc. 3º, del CPCCN preveía los plazos dentro de los cuales debían los
jueces dictar las providencias simples, las sentenciasinterlocutorias y las sentencias definitivas en el juicio
ordinario. En el art. 496 fijaba el plazo dentro del cual correspondía dictar la sentencia definitiva en el proceso
sumario, aunque sin establecer el momento desde el cual debía computarse, y omitía determinar el plazo aplicable
al pronunciamiento de la sentencia definitiva en el proceso sumarísimo.

Tales falencias fueron cubiertas por la ley 22.434, que amplió el inc. 3º
del art. 34 y fijó distintos plazos según se tratase de providencias simples,
sentencias definitivas en juicios ordinarios, sumarios y sumarísimos, y
sentencias interlocutorias y homologatorias.
El mismo criterio fue adoptado por la ley 25.488, que al enumerar los
deberes de los jueces sustituyó el art. 34, inc. 3º, por el siguiente: "...3)
Dictar las resoluciones con sujeción a los siguientes plazos:
"a) Las providencias simples, dentro de los tres días de presentadas las
peticiones por las partes o del vencimiento del plazo conforme a lo
prescripto en el art. 36, inc. 1º e inmediatamente, si debieran ser dictadas
en una audiencia o revistieran carácter urgente.
"b) Las sentencias interlocutorias y las sentencias homologatorias,
salvo disposición en contrario(58), dentro de los diez o quince días de
quedar el expediente a despacho, según se trate de juez unipersonal o de
tribunal colegiado.
"c) Las sentencias definitivas en juicio ordinario salvo disposición en
contrario, dentro de los cuarenta o sesenta días, según se trate de juez
unipersonal o de tribunal colegiado. El plazo se computará, en el primer
caso, desde que el llamamiento de autos para sentencia, dictado en el
plazo de las providencias simples, quede firme; en el segundo, desde la
fecha de sorteo del expediente, que se debe realizar dentro del plazo de
quince días de quedar en estado.
"d) Las sentencias definitivas en el juicio sumarísimo, dentro de los
veinte o treinta días de quedar el expediente a despacho, según se trate
de juez unipersonal o tribunal colegiado. Cuando se tratare de procesos
de amparo el plazo será de diez y quince días, respectivamente(59).

474 
 
"En todos los supuestos, si se ordenase prueba de oficio, no se
computarán los días que requiera su cumplimiento".
Según se advierte, tales plazos concuerdan, en su dimensión temporal,
con los teóricamente vigentes, pero con dos variantes. Una consiste en
que, al haberse eliminado el llamado juicio sumario, sólo se han fijado
plazos para dictar sentencia definitiva en el juicio ordinario que coinciden
con los actuales y se elevaron ligeramente los correspondientes al llamado
juicio sumarísimo (veinte o treinta días) cuando éste procede por razón del
monto discutido, y se mantuvieron los de diez y quince días en relación
con los restantes casos (amparo, interdictos, etc.).
Aunque dichos plazos continúan computándose desde que adquiere
firmeza la providencia de autos o desde la fecha del sorteo del expediente,
a partir de la vigencia de la ley 25.488 la primera debe dictarse dentro del
plazo de las providencias simples (vale decir, en el de tres días) y el sorteo
practicarse dentro del plazo de quince días de quedar la causa en estado.
Pero la experiencia enseña no sólo que tales plazos raramente se
observan, sino que son, como siempre lo fueron, fácilmente soslayables,
sin que, por muy explicables motivos, ningún litigante se aventure a
denunciar la demora.
b) De acuerdo con el régimen vigente con anterioridad a la promulgación
de la ley 17.454, la inobservancia de los plazos establecidos para dictar
sentencia definitiva autorizaba la interposición del recurso de queja por
denegación o retardo de justicia (arts. 275 a 280, Cód. de Ptos.), que debía
deducirse ante la Cámara de Apelaciones correspondiente o ante la Corte
Suprema según que, respectivamente, la demora fuere imputable a un
juez de primera instancia o a una Cámara de Apelaciones (art. 24, inc. 5º,
del dec.-ley 1285/1958). En ambos casos, constituía presupuesto del
recurso el previo requerimiento que debía formularse ante el juez o tribunal
morosos, y el transcurso de un plazo sin que dicho requerimiento resultare
satisfecho.
La práctica evidenció la inoperancia de ese remedio, resultado que
obedeció, particularmente, a la circunstancia de que los litigantes rehuían
su utilización frente a la perspectiva de crear en los jueces un estado
anímico adverso a la satisfacción de sus intereses. Además, a la escasa
agilidad del sistema se sumaba el hecho de que los tribunales
competentes para conocer del recurso acostumbraban a requerir
previamente un informe al juez o a la Cámara acerca de las causas de la
demora, y de que el tiempo que insumía el cumplimiento de dicho trámite
era habitualmente aprovechado para dictar la sentencia.
Por ello el CPCCN suprimió ese recurso e instituyó, como arbitrio
tendiente a solucionar el problema de la posible morosidad judicial, el
sistema consistente en la pérdida automática de la competencia de que
eran pasibles los jueces que no pronunciaban sentencia dentro de los
plazos correspondientes y de sus eventuales prórrogas.
475 
 
El régimen, que contaba como antecedentes los arts. 61 del Código de
La Rioja, 16 y 17 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de dicha provincia,
91 del Código de Mendoza, y 494 y 580 del Código de Procedimientos en
Materia Penal, tenía, sobre el anterior, la ventaja de que aventaba
cualquier posibilidad de fricción entre jueces y partes y de que actuaba,
sobre los primeros, en forma de estimular un mayor cuidado de su prestigio
e incluso de su carrera. Además, no menoscababa en modo alguno el
decoro de los jueces(60)y guardaba coherencia con los lineamientos
esenciales a que respondía el CPCCN.
La ley 22.434 modificó el art. 167 de dicho ordenamiento, aunque, en
forma similar a la que este precepto exhibía en su redacción originaria,
comenzó por prever la contingencia de que, frente a circunstancias
de excepción, los tribunales superiores, ante el pedido formulado por el
juez que no se encuentre en condiciones materiales de cumplir el plazo
legal, fijen el plazo en que la sentencia debe dictarse, el cual puede ser,
de acuerdo con las circunstancias, y a diferencia de las reglas establecidas
por los antecedentes normativos anteriormente citados, equivalente,
mayor o menor que el doble del plazo legal. Disponía, en efecto, el art.
167 del CPCCN a raíz de la reforma, siguiendo en lo sustancial el criterio
adoptado por el precepto en su primitiva versión, que "si la sentencia
definitiva no pudiere ser pronunciada dentro del plazo establecido en el art.
34 u otra disposición legal, el juez o tribunal deberá hacerlo saber a la
Cámara de Apelaciones que corresponda o, en su caso, a la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, con anticipación de diez días al del
vencimiento de aquél si se tratare de juicio ordinario, y de cinco días en los
demás casos, expresando las razones que determinen la imposibilidad. Si
considerare atendible la causa invocada, el superior señalará el plazo en
que la sentencia debe pronunciarse, por el mismo juez o tribunal, o por
otro del mismo fuero cuando circunstancias excepcionales así lo
aconsejaren". Esta última posibilidad puede presentarse, por ejemplo, en
el supuesto de que el juzgado o tribunal requirente se halle excesivamente
recargado de tareas y otro órgano con la misma competencia se
encuentre, en cambio, manifiestamente aliviado de ellas.
En lo que concierne al mecanismo de la sanción, el apart. 3º de la
disposición examinada determinaba que "al juez que no hubiere remitido
oportunamente la comunicación a que se refiere el primer párrafo, o que
habiéndolo hecho, sin causa justificada no pronunciara la sentencia dentro
del plazo que se le hubiere fijado, se le impondrá una multa que no
podrá exceder del 15% de su remuneración básica, y la causa podrá ser
remitida, para sentencia, a otro juez del mismo fuero. Si la
demora injustificada fuera de una Cámara, la Corte impondrá la multa
al integrante que hubiere incurrido en ella, quien podrá ser separado del
conocimiento de la causa, integrándose el tribunal en la forma que
correspondiere. Si se produjere una vacancia prolongada, la Cámara
dispondrá la distribución de expedientes que estimare pertinente".

476 
 
Si bien la nueva redacción acordada al art. 167 por la ley
22.434, reproducida por el art. 167, inc. 2º, de la ley 25.488, aclaró
adecuadamente la cuestión relativa a los plazos en que corresponde
formular las peticiones de prórroga atendiendo al tipo de proceso de que
se trate, y exhibe mayor flexibilidad que el texto originario en cuanto a la
justificación de la demora, la sanción imputada a ésta comporta un
manifiesto agravio a la dignidad y jerarquía de la función judicial(61), y en la
práctica ocasiona inconvenientes análogos e incluso mayores a los que
presentaba el recurso de queja, ya que frente a la imposibilidad de que los
tribunales superiores controlen oficiosamente el cumplimiento de los
plazos, la aplicación de la sanción patrimonial prevista por la norma debe
ser solicitada por las partes, con la consiguiente animadversión que cabe
suponer genera en el juez sancionado con respecto al peticionante de la
multa, circunstancia que asimismo ha determinado la virtual caída en
desuso de la norma. Resulta, pues, preferible el sistema de la
pérdida automática de la competencia y la correlativa nulidad de la
sentencia dictada extemporáneamente, tanto más cuanto que se trata de
una nulidad relativa que, como tal, es susceptible de convalidarse en el
caso de que ninguna de las partes promueva el respectivo incidente una
vez vencido el plazo legal para dictar sentencia(62).
De acuerdo con lo dispuesto en el apart. 4º del art. 167, inc. 2º, con
referencia a la posibilidad de que un miembro de un órgano colegiado sea
separado del conocimiento de la causa por razón de morosidad en la
emisión del voto, corresponde entender que la integración del tribunal,
pese a los términos imperativos de la norma, sólo es pertinente cuando los
restantes jueces no constituyan mayoría absoluta ni concuerden en la
solución del juicio. En caso contrario, la decisión puede ser dictada por
ellos, dejándose constancia de la separación del juez moroso, porque esa
circunstancia configura uno de los "impedimentos" a que se refiere el art.
109 del Reglamento para la Justicia Nacional.
El apart. 5º del art. 167, por último, no contempla específicamente el
supuesto de los jueces que ejercen sus funciones por sustitución a raíz de
licencia acordada al titular. Cabe interpretar, no obstante, que la sanción
prevista por la norma no puede aplicarse al juez sustituto, por cuanto su
situación configura, por sí misma, una hipótesis de justificación atendible.
Dispone, asimismo, el art. 168 del CPCCN, conforme a la redacción que
le imprimió la ley 22.434 y mantuvo la ley 25.488, que "la imposición de la
multa establecida en el artículo anterior es sin perjuicio de la
responsabilidad penal, o de la sujeción del juez al tribunal de
enjuiciamiento, si correspondiere". El precepto salva las objeciones, que si
bien carentes de mayor fundamento, se formularon contra la primitiva
redacción del art. 168(63).
c) La ley 25.488incorporó, como inc. 1º del art. 167 del CPCCN, un
precepto con arreglo al cual "la reiteración en la demora en pronunciar las
providencias simples, interlocutorias y homologatorias será considerada
477 
 
falta grave y se tomará en consideración como elemento de juicio
importante en la calificación de los magistrados y funcionarios
responsables respecto de su idoneidad en el desempeño de sus
funciones".
No obstante, si conforme a la información disponible ningún magistrado
ha sido aún pasible, por la razón más arriba expuesta, de la sanción
patrimonial prevista en el inc. 2º del art. 167 frente a la demora incurrida
en el dictado de la sentencia definitiva, menos aún es posible tener por
configurada la "falta grave" que, a los fines de calificar la idoneidad de
aquéllos y, en su caso, de los secretarios, ante un eventual ascenso, alude
la norma transcripta frente a la hipótesis de mediar reiteración en la
demora en pronunciar los restantes tipos de resoluciones, algunas de las
cuales, por lo demás, incumbe suscribir a los prosecretarios
administrativos y jefes de despacho (art. 38, CPCCN). A la elemental
razón psicológica ya indicada cuadra añadir, en el caso, la inexistencia de
un adecuado registro en el que consten las demoras, y el hecho de que a
los jueces de Cámara no puede afectarlos en absoluto la mentada
reiteración.

184. Motivación de las decisiones


a) Como una garantía contra la arbitrariedad, y con el fin de asegurar el
debido control sobre la actividad judicial, la ley impone a los jueces el deber
de motivar o fundar sus decisiones. A ello se refiere el Código Civil y
Comercial cuando en su art. 3º prevé el "Deber de resolver" estableciendo
que "El juez debe resolver los asuntos que sean sometidos a su
jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada". El CPN
lo instituye expresamente con respecto a las sentencias definitivas
o interlocutorias, agregando que los jueces deben respetar la jerarquía de
las normas vigentes y el principio de congruencia (art. 34, inc. 4º).
Asimismo, el nuevo digesto de derecho privado, establece un panorama
normativo amplio al cual recurrir en esta tarea (art. 1º: "Fuentes y
aplicación. Los casos que este Código rige deben ser resueltos según las
leyes que resulten aplicables, conforme con la Constitución Nacional y los
tratados de derechos humanos en los que la República sea parte. A tal
efecto, se tendrá en cuenta la finalidad de la norma. Los usos, prácticas y
costumbres son vinculantes cuando las leyes o los interesados se refieren
a ellos o en situaciones no regladas legalmente, siempre que no sean
contrarios a derecho").
La ley —como se ha dicho— impone a los jueces el deber de enunciar
los motivos o fundamentos de hecho y de derecho en que se basa la

478 
 
solución acordada a las cuestiones planteadas en el proceso. La
motivación constituye, en otras palabras, el único medio a través del cual
pueden las partes, y la opinión pública en general, verificar la justicia de
las decisiones judiciales, y comprobar, por lo tanto, la adecuación de éstas
a las valoraciones jurídicas vigentes. De ahí el alto sentido institucional de
tal deber, cuyo fundamento reside en el derecho de controlar los actos de
los poderes públicos que es propio del régimen republicano de gobierno,
así como en la garantía de la defensa en juicio.
b) Aunque en el derecho romano sólo existía la obligación legal de
motivar las sentencias penales, la costumbre determinó que aquélla
también se cumpliese en materia civil. Las leyes de Partidas la
consagraron expresamente en tanto establecían el deber del juez de fallar
con arreglo a derecho "por buenas et apuestas palabras que se puedan
bien entender". Durante la época del derecho común, en cambio, el deber
de motivación sólo regía respecto de las sentencias penales pronunciadas
en el fuero eclesiástico, y particularmente en las causas por herejía que se
sustanciaban ante los tribunales de la Santa Inquisición. Mediante la real
cédula del 23 de junio de 1778, Carlos III impuso con carácter general la
prohibición de motivar los pronunciamientos judiciales "para evitar
cavilaciones a los litigantes, y por el mucho tiempo que se consume en
la extensión de las sentencias, que viene a ser un resumen del proceso y
las costas que a las partes se siguen". En ese mismo año, sin embargo, la
ordenanza napolitana instituyó expresamente el deber de fundar las
sentencias, y el principio fue posteriormente recogido, en el año 1790, por
la Constitución francesa de 3 Fructidor. A partir de entonces se incorpora
paulatinamente a todas las legislaciones, incluso a la española.
En lo que concierne a nuestro país, durante la época colonial no regía,
por imperio de la legislación española entonces aplicable, el deber de
motivar las sentencias. La legislación promulgada a partir de 1810
comienza por restablecer ese deber en materia penal (Decreto de
Seguridad Individual de 1811, Estatuto Provincial de 1815 y Constituciones
de 1819 y 1826), siendo en la época de Rosas cuando se lo instituye con
carácter general en el Tribunal de Recursos Extraordinarios. La
Constitución de 1853 no contiene una norma expresa sobre el punto, pero
la jurisprudencia, como veremos, ha declarado que el deber de motivación
emerge de la garantía de la inviolabilidad de la defensa en juicio. En
cambio, las constituciones dictadas en la provincia de Buenos Aires a partir
de 1854 contienen cláusulas expresas y minuciosas acerca del referido
deber (supra, nro. 25). Previsiones análogas se hallan contenidas en las
constituciones de otras provincias (Catamarca, art. 208; Córdoba, art. 155;
Corrientes, art. 185; Mendoza, art. 148; Neuquén, art. 238; San Luis, art.
210, y Santiago del Estero, art. 182).
c) El CPCCN establece expresamente el deber de "fundar toda
sentencia definitiva o interlocutoria" (arts. 34, inc. 4º, 161, inc. 1º, y
163, inc. 5º)(64), y si bien no lo hace con relación a las providencias simples,

479 
 
o sea a las que "sólo tienden, sin sustanciación, al desarrollo del proceso
u ordenan actos de mera ejecución" (art. 160), debe entenderse que
aquéllas deben ser fundadas en el supuesto de que obsten al ejercicio de
una facultad procesal y causen, por ello, gravamen irreparable(65).
d) La Corte Suprema tiene reiteradamente decidido, acerca de la
cuestión en examen, que a la condición de órganos de aplicación del
derecho va entrañablemente unida la obligación de los jueces de fundar
sus sentencias documentando de esa manera que ellas son derivación
razonada del derecho vigente y no producto de su voluntad individual, y
que la exigencia de que las decisiones judiciales tengan fundamentos
serios reconoce raíz constitucional(66). La garantía de la defensa en juicio,
en efecto, se asienta fundamentalmente en la posibilidad de obtener el
amparo judicial de los derechos, lo cual supone, como es obvio, el
pronunciamiento de sentencias que se funden en la ley y en la prueba de
los hechos controvertidos, ya que de lo contrario sólo existe un mero hecho
de arbitrariedad o un capricho del juzgador, y no una verdadera sentencia
en el sentido requerido por la Constitución(67).
De acuerdo con la doctrina jurisprudencial de la Corte Suprema, existe
en primer lugar sentencia arbitraria, por defecto de fundamentación, no
sólo cuando la sentencia carece totalmente de fundamentos en los hechos
y en el derecho, sino también cuando los fundamentos enunciados
son insuficientes(68). Esta última situación se configura, por ejemplo,
cuando la sentencia contiene conceptos imprecisos, de los que no
aparecen ni la norma general aplicada ni las circunstancias del caso(69); o
se aparta de las conclusiones establecidas por un órgano administrativo
mediante simple remisión a lo resuelto en otro caso y sin referencia alguna
a los hechos del juicio y su prueba(70); o modifica sustancialmente una
regulación de honorarios con mera alusión a la "extensión e importancia
de los trabajos"(71), o a "las particularidades de la causa, prudentemente
atendidas"(72); o se funda en una afirmación genérica, como es la
referencia, para declarar la licitud de una huelga contrariamente a lo
resuelto en sede administrativa, que aquélla pudo haber sido adoptada en
presencia de circunstancias susceptibles de considerarse una "pérdida de
conquistas sociales"(73); etcétera.
En segundo lugar, de conformidad con la doctrina del mismo Tribunal,
se configura la causa de arbitrariedad cuando los fundamentos enunciados
por la sentencia adolecen de errores inexcusables, sea en la aplicación del
derecho o en la apreciación de los hechos y de la prueba. Tal lo que ocurre
en las hipótesis de que la sentencia prescinda lisa y llanamente de la ley
vigente(74), aplique normas derogadas y aún no vigentes(75); incurra en
notorio desconocimiento de las constancias del expediente(76); haga
mención de prueba inexistente(77)o la valore rebasando los límites mínimos
de razonabilidad a que debe subordinarse aquella función(78); etcétera.
A los fines de la adecuada fundamentación de las sentencias, no
siempre constituye requisito indispensable la mención explícita de la
480 
 
norma o normas que rigen el caso(79). La omisión de citas legales
es excusable, por ejemplo, cuando la solución acordada a las cuestiones
controvertidas encuentra apoyo en doctrina jurisprudencial o en principios
de derecho(80), o las normas aplicables surgen inequívocamente de las
consideraciones formuladas en el fallo y de las conclusiones a que
arriba(81), o lo debatido reviste predominantemente carácter fáctico(82),
etcétera.
e) Según el art. 34, inc. 4º, del CPCCN, la omisión de fundamentos
constituye causal de nulidad del pronunciamiento. Debe tenerse en
cuenta, sin embargo, que se trata de una nulidad relativa, y que el tribunal
de alzada sólo puede considerarla en el supuesto de que figure entre los
agravios sometidos a su consideración(83).
f) Una importante excepción al deber de motivar las decisiones
judiciales se hallaba consignada en el art. 67 bis de la Ley de Matrimonio
Civil (hoy derogada por la ley 23.515), incorporado por la reforma de la ley
17.711. Dicha norma instituía un tipo de proceso de carácter verbal y
reservado encaminado a legitimar la separación personal de los cónyuges
por mutuo consentimiento, y establecía que, tras el fracaso de
las audiencias de conciliación, el juez decretaría la separación personal
"cuando, según su ciencia y conciencia, los motivos aducidos por las
partes sean suficientemente graves", agregando: "La sentencia se limitará
a expresar que dichos motivos hacen moralmente imposible la vida en
común, evitando indicar cuáles son los hechos aducidos".
Se trataba, a nuestro juicio, de una solución normativa perfectamente
razonable, pues la exención del deber de motivación se compadece, por
un lado, con la índole del proceso, en el que incluso se halla excluida la
posibilidad de que las manifestaciones vertidas por las partes consten en
el acta; y guarda coherencia, por otro lado, con la finalidad que aquéllas
persiguen en el sentido de evitar la controversia y resguardar un valor tan
respetable como es la intimidad conyugal(84).
g) La norma precedentemente citada (art. 34, inc. 4º) obliga también a
los jueces a respetar "la jerarquía de las normas vigentes y el principio de
congruencia".
La jerarquía normativa a que alude el precepto remite, naturalmente, al
art. 31 de la Constitución Nacional, en cuya virtud ese ordenamiento, las
leyes de la Nación que en su consecuencia dicte el Congreso y los tratados
con las potencias extranjeras son la ley suprema de la Nación, debiendo
los jueces, por lo tanto, acordarles preferencia en relación con cualquier
otra ley que contradiga los preceptos contenidos en aquélla.
De ese principio, asimismo, deriva la facultad judicial de declarar
la inconstitucionalidad de las leyes, aunque siempre con motivo de un
proceso en el que haya mediado expresa impugnación de
parte interesada, porque de lo contrario resultaría afectado el equilibrio
entre los poderes del Estado (infra, nro. 189). Ello, sin perjuicio de que los
481 
 
jueces deban en todo caso encauzar la interpretación en la forma que
mejor concuerde con los principios, derechos y garantías consagrados por
la Constitución Nacional, en tanto tal adecuación resulte posible sin
manifiesta violencia de la letra o del espíritu de las leyes de que se trate(85).
Finalmente, por respeto al principio de congruencia debe entenderse la
estricta adecuación del pronunciamiento judicial a las cuestiones
articuladas en la pretensión del actor y en la oposición del demandado o
en los escritos presentados por las partes con motivo de algún incidente
suscitado durante el curso del proceso. Con respecto a las implicancias
constitucionales de ese principio nos remitimos a lo dicho supra, nro. 50,
E), y a lo que expondremos en oportunidad de estudiar el contenido de la
sentencia definitiva(86).

185. Dirección del proceso


En concordancia con uno de los lineamientos esenciales que informan
la estructura del CPCCN, cual es el de acentuar la injerencia de los jueces
en la ordenación y conducción del proceso(87), el art. 34, inc. 5º, de dicho
Código(88)establece que incumbe a aquéllos "dirigir el procedimiento",
enumerando a continuación diversas medidas que responden al
cumplimiento de tal deber y que analizaremos seguidamente.
1º) Concentrar, en lo posible, en un mismo acto o audiencia todas las
diligencias que sea menester realizar (inc. I]). Sin perjuicio de las
numerosas disposiciones del CPCCN que constituyen aplicaciones
particulares del principio de concentración(89), el inciso en examen
(coincidente con el art. 12 del Código de Jujuy) impone a los jueces, con
carácter general, el deber de evitar la dispersión de la actividad procesal
siempre que fuere posible centralizarla en un mismo acto o audiencia. De
acuerdo con esa directiva, los jueces han de procurar, por ejemplo,
disponer el careo entre testigos o entre éstos y las partes en la
misma audiencia señalada para la declaración testimonial; resolver en el
mismo acto los incidentes suscitados en las audiencias, etcétera.
2º) Señalar, antes de dar trámite a cualquier petición, los defectos u
omisiones de que adolezca, ordenando que se subsanen dentro del plazo
que fije, y disponer de oficio toda diligencia que fuere necesaria para evitar
o sanear nulidades (inc. II])(90). Se trata, en ambos supuestos, de una
aplicación del principio de saneamiento, al cual nos hemos referido supra,
nro. 56, E]). La primera parte del inciso acuerda a los jueces una función
preventiva para el caso de que el incumplimiento de alguna carga procesal
sea susceptible de dificultar el trámite o la decisión de la causa o de una
de sus etapas, siempre que a tal incumplimiento no corresponda,
482 
 
por expresa disposición del Código, una consecuencia específica (tales,
v.gr., las establecidas por los arts. 41, 120 y 335, en relación,
respectivamente, con la falta de constitución y denuncia de domicilio, de
agregación de copias y de la prueba instrumental; etc.). La norma sería
aplicable, entre otros casos, para subsanar la ambigüedad o falta de
precisión de que pueden adolecer uno o más puntos de pericia (art. 460),
para intimar la presentación de la traducción de un documento redactado
en idioma extranjero (art. 123) o el ofrecimiento de prueba tendiente a
demostrar la procedencia del fuero federal (art. 332); etc. La segunda parte
del inciso examinado es aplicable en la hipótesis de verificarse defectos u
omisiones susceptibles de producir una nulidad procesal, como pueden
ser, v.gr., la insuficiencia de un mandato o de una notificación. En tales
casos el juez puede disponer que se subsane la irregularidad, o bien anular
el acto procesal que no pueda enmendarse, siempre que el vicio no se
hallare consentido.
3º) Mantener la igualdad de las partes en el proceso (inc. III]). Dentro de
una razonable igualdad de condiciones o de circunstancias, les está
vedado a los jueces acordar ventajas a una de las partes en desmedro de
la otra. Tal lo que ocurriría, v.gr., si, mediante el ejercicio de sus facultades
en materia instructoria, aquéllos viniesen a suplir la negligencia en que
ha incurrido una de las partes en la producción de la prueba(91), o
no exigiesen, al peticionario de una medida cautelar, una caución
proporcionada a las circunstancias del caso, etcétera.
4º) Prevenir y sancionar todo acto contrario al deber de lealtad, probidad
y buena fe (inc. IV]). Consideramos que sólo comporta un deber judicial,
en sentido estricto, la adopción de medidas tendientes a prevenir actitudes
de las partes reñidas con la vigencia de la regla moral, pues la aplicación
de sanciones por ese motivo se halla exclusivamente librada a la
apreciación que en cada caso los jueces formulen acerca de la conducta
de aquéllas, y constituye, por lo tanto, una facultad. La misma observación
cabe con respecto al inc. 6º del art. 34, en tanto dispone que es deber de
los jueces "declarar, en oportunidad de dictar las sentencias definitivas, la
temeridad o malicia en que hubiesen incurrido los litigantes o
profesionales intervinientes".
5º) Vigilar para que en la tramitación de la causa se procure la mayor
economía procesal (inc. V]), es decir, adoptar aquellas medidas que
propendan a abreviar y simplificar el proceso, y evitar, en consecuencia,
todo trámite superfluo u oneroso.

186. Audiencias

483 
 
a) Como forma de hacer efectiva la vigencia del principio
de inmediación (supra, nro. 57), la ley impone a los jueces el deber de
asistir a las audiencias de prueba señaladas en las causas sometidas a su
conocimiento (art. 34, inc. 1º, CPCCN). En importante medida, concurren
a obtener el cumplimiento de ese deber las normas contenidas en los arts.
11 del dec.-ley 1285/1958 y 119 del RJN, que ponen a cargo de los jueces
de primera instancia la obligación de concurrir a su despacho todos los
días hábiles, durante las horas que funcione el tribunal, y a los jueces de
los tribunales superiores la de hacerlo los días y horas que el respectivo
tribunal fije para los acuerdos y audiencias(92).
En el mismo lugar más arriba indicado pusimos de manifiesto las serias
dificultades que, en las actuales circunstancias, se oponen a la estricta
vigencia del principio de inmediación, e hicimos notar que el aludido deber
de los jueces suele en la práctica delegarse, de hecho, en el
personal auxiliar del órgano. Es sobre la base de la apreciación de esa
realidad que el CPCCN, si bien instituye, como principio general, el deber
de los jueces de asistir a las audiencias de prueba, supedita la declaración
de nulidad del acto, en el supuesto de incumplimiento de dicho deber, al
requisito de que cualquiera de las partes haya solicitado la presencia del
juez con anticipación no menor de dos días a su celebración. Como ocurre
con todas las nulidades procesales, se trata, sin embargo, de una nulidad
relativa, razón por la cual no cabe su declaración en el caso de que la
irregularidad resulte consentida, ya sea porque las partes asistentes al
acto no la denuncien en esa oportunidad, o porque la parte o
partes ausentes que hubiesen formulado el pedido no promuevan el
respectivo incidente dentro de los cinco días subsiguientes al de la
celebración de la audiencia (art. 170, apart. 2º, CPCCN).
El deber de asistir a las audiencias de prueba es extensivo a los jueces
de las Cámaras de Apelaciones, rigiendo para las partes, a los efectos de
la invalidación del acto por razón de incumplimiento, la carga establecida
respecto de las audiencias a celebrarse ante los jueces de
primera instancia (art. 263, CPCCN).
Corresponde añadir que el plazo fijado por el art. 34, inc. 1º, CPCCBA
es aplicable siempre que la audiencia haya sido señalada con una
anticipación no menor de tres días, lapso mínimo que el art. 125, inc. 2º,
del mismo ordenamiento establece con carácter general. La norma citada
en último término autoriza sin embargo a reducir dicho plazo "por razones
especiales que exigieren mayor brevedad" y que deben expresarse en la
resolución, en cuya hipótesis la presencia del juez o tribunal puede ser
requerida el día de la audiencia.
El CPCCN, finalmente, no contempla el supuesto de las audiencias de
prueba a celebrarse en la Corte Suprema, razón por la cual cabe
considerar subsistente la vigencia del art. 92 del RJN, en cuya virtud
dichas audiencias deben realizarse ante alguno de los secretarios, salvo

484 
 
que cualquiera de las partes, antes de consentido el auto que señala la
fecha, solicite la presencia de los miembros del tribunal.
b) Las audiencias de conciliación, en virtud de su propia naturaleza,
deben celebrarse inexcusablemente con la presencia del juez o tribunal.
Las disposiciones del CPCCBA que se refieren a ese tipo de audiencias
no dejan lugar a dudas en el sentido de que la intervención que en
ellas incumbe a los jueces reviste el carácter de un acto personalísimo que
descarta, por un lado, cualquier posibilidad de delegación, y, por otro, la
necesidad de que las partes cumplan con la carga mencionada por el art.
34, inc. 1º.
Tales disposiciones son los arts. 34, inc. 1º, apart. 2º, y 636, apart. 2º.
Establece la primera que "en los juicios de divorcio y nulidad de
matrimonio, en la providencia que ordena el traslado de la demanda se
fijará una audiencia a la que deberán comparecer personalmente las
partes y el representante del Ministerio Público, en su caso. En ella el juez
tratará de avenirlas sobre las cuestiones relacionadas con la tenencia de
hijos, régimen de visitas y atribución del hogar conyugal".
La segunda de dichas disposiciones prescribe que en la audiencia
preliminar en los juicios de alimentos, a la que deben comparecer las
partes personalmente y el representante del Ministerio Pupilar, si
correspondiere, "el juez procurará que aquéllas lleguen a un acuerdo
directo, en cuyo caso, lo homologará en ese mismo acto, poniendo fin al
juicio".
Cabe asimismo recordar que era imprescindible la presencia del juez en
las audiencias señaladas en los procesos de separación
personal iniciados mediante presentación conjunta de ambos cónyuges
(art. 67 bis, ley 2393, de acuerdo con el texto del art. 2º, ley 17.711,
derogada por la ley 23.515).
c) Las audiencias deben empezar a la hora designada, y los citados sólo
tienen obligación de esperar media hora. Así lo establece el art. 125, inc.
4º, del CPCCN(93), reproduciendo sustancialmente la norma contenida en
el art. 9º de la ley 4128.
La jurisprudencia no era uniforme acerca del alcance que correspondía
asignar a esta última disposición, pues mientras algunos tribunales
resolvieron que la media hora de espera se hallaba establecida en favor
del juez y no de las partes, que debían concurrir puntualmente a la hora
fijada(94), otros decidieron, sin duda con mayor justicia, que el mencionado
lapso de tolerancia regía tanto a favor del juzgado como de las partes(95).
Ésta fue la doctrina que en definitiva prevaleció y la que corresponde
aplicar en la actualidad.
d) Acorde con la pauta de celeridad a que responde al CPCCN,
establece el art. 152, apart. 4º, que para la celebración de audiencias de
prueba las Cámaras de Apelaciones pueden declarar horas hábiles, con

485 
 
respecto a juzgados bajo su dependencia y cuando las circunstancias
lo exigieren, las que median entre las siete y las diecisiete o entre las
nueve y las diecinueve, según rija el horario matutino o vespertino(96).
e) Cabe señalar, finalmente, que a petición de parte o de oficio, los
jueces y tribunales deben habilitar días y horas cuando no resulta posible
fijar las audiencias dentro del plazo establecido por el Código. Tal lo que
dispone el art. 153 del CPCCN, agregando que "incurrirá en falta grave el
juez que, reiteradamente, no adoptare las medidas necesarias para
señalar las audiencias dentro del plazo legal".

187. Otros deberes


a) La ley 22.434 reprodujo el texto de los incs. 2º, 4º, 5º y 6º del art.
34 del CPCCN en su versión originaria en lo que atañe, respectivamente,
al orden en que corresponde decidir las causas y a los deberes de
fundamentación de las sentencias definitivas e interlocutorias, de dirección
del procedimiento (con sus derivaciones de concentración, subsanación
de nulidades, mantenimiento de la igualdad de las partes, prevención y
sanción de todo acto contrario al deber de lealtad, probidad y buena fe y
vigilancia tendiente a la obtención de la mayor economía procesal) y de
eventual declaración, en oportunidad de dictar las sentencias definitivas,
de la temeridad o malicia en que hubieren incurrido los litigantes o
profesionales intervinientes.
b) Según se lee en el mensaje ministerial adjunto al proyecto de la
posteriormente convertida en ley 22.434, ésta tendió a que el sistema
procesal avance hacia un mayor grado de inmediación. Lo hizo mediante
la doble vía de aliviar, por un lado, al juez del cumplimiento de ciertas
funciones que, en razón de no importar en sí mismas ejercicio directo de
la actividad jurisdiccional, se desplazaron hacia los secretarios y oficiales
primeros (actuales prosecretarios administrativos), y de imponerle a aquél,
por otro lado, a título de contrapartida y hasta donde ha sido
razonablemente posible, el deber de actuar con sujeción estricta al
principio de inmediación, prescribiendo, en caso contrario, la ineficacia del
acto procesal correspondiente.
A este último aspecto sólo se refirió, sin embargo, el art. 125 bis, en
tanto dispuso que las audiencias de posiciones serán tomadas
personalmente por el juez, bajo sanción de nulidad.
Se instituyó, en realidad, un régimen mixto fundado en el hecho de que
la audiencia tuviese por objeto recibir la confesión de las partes mediante
la absolución de posiciones (a la que se añadían otras contingencias como

486 
 
el saneamiento de nulidades, el intento de conciliación, la invitación al
reajuste de pretensiones, etc.), o bien la práctica de otra clase de prueba
(v.gr., declaración de testigos, careos, explicaciones de los peritos), pues
mientras en el primer caso la inasistencia del juez al acto determinaba, sin
más, la nulidad de éste, en el segundo la pertinente declaración
de ineficacia se hallaba supeditada al requisito de que cualquiera de las
partes hubiese solicitado la presencia del juez con anticipación de dos días
a la fecha de celebración de la audiencia.
Pero como ocurre con todas las nulidades procesales en materia civil,
se trataba, en ambos casos, de una nulidad relativa, razón por la cual la
declaración era inadmisible frente a la hipótesis de que la irregularidad
resultara consentida, sea porque las partes asistentes al acto no la
hubiesen denunciado en esa oportunidad, o porque la parte ausente que
hubiese formulado, en su caso, el pedido al que se refería la norma, no
promoviese el respectivo incidente dentro de los cinco días posteriores al
de la celebración de la audiencia (art. 170, párr. 2º, CPCCN).
De todos modos, es del caso recordar que el deber impuesto a los
jueces raramente se cumplía en la práctica sin que las partes articulasen
la nulidad del acto, y que la asistencia personal de aquéllos sólo tenía lugar
en las audiencias señaladas en los procesos de separación personal o de
divorcio vincular iniciados mediante presentación conjunta de ambos
cónyuges (arts. 205 y 215, CCiv.).
Como la ley 25.488, en cambio, dispuso la derogación del art. 125
bis del CPCCN y, en la materia de que se trata, eludió con buen criterio
toda referencia a eventuales nulidades.
Por lo pronto, en efecto, si bien impuso a los jueces el deber de asistir
a la audiencia preliminar (art. 34, inc. 1º), omitió conminar su transgresión
con la consecuencia de la nulidad, como lo hacía, en cambio, en relación
con las audiencias de prueba, la mencionada norma en su versión anterior.
Mantuvo, por el contrario, el texto del párr. 2º de ese precepto, relativo
a la audiencia que corresponde ordenar en la resolución que ordena el
traslado de la demanda en los juicios de divorcio, separación personal y
nulidad de matrimonio, aunque cuadra advertir que la inmediación allí
requerida por razones que conciernen a la índole personalísima del acto,
no siempre se observa en la práctica(97).
En segundo lugar, la presencia del juez en la audiencia preliminar se
prevé con carácter indelegable, y no bajo pena de nulidad, como lo
disponía el art. 360 en su versión anterior, no obstante lo cual las partes,
por lo general, se avienen, expresa o implícitamente, a que la audiencia
se celebre con la asistencia del secretario, del prosecretario, e inclusive
del empleado encargado de documentarla. Por otra parte, se advierte con
frecuencia que algunos jueces se limitan a hacer un breve acto de
presencia, y que ello no suele generar inconveniente alguno,
particularmente cuando, abierta la audiencia, invitan a las partes a intentar
487 
 
una conciliación y luego, ante el fracaso de ésta, se retiran y suscriben
finalmente el acta como si hubiesen estado presentes durante todo el
curso de la audiencia.

V. FACULTADES DE LOS JUECES

188. Generalidades
No es fácil trazar un nítido deslinde conceptual entre los deberes
judiciales que terminamos de analizar y todas las facultades del mismo
carácter que serán objeto de examen en este parágrafo, pues algunas de
éstas, particularmente las que estudiaremos en los nros. 189 y 192,
configuran, desde cierto punto de vista, deberes de los jueces.
No hay duda, en efecto, de que éstos tienen el deber de controlar la
validez constitucional de las normas jurídicas aplicables al caso (art.
31, CN), así como la observancia, por parte de los justiciables, de una
conducta compatible con el decoro de la justicia y con los deberes de
lealtad, probidad y buena fe. No ocurre lo mismo, en cambio, con la
declaración de inconstitucionalidad o con la represión de la inconducta,
consideradas en sí mismas. En tales hipótesis no es exigible una decisión
de determinado contenido, ya que éste depende exclusivamente del
arbitrio judicial. En cambio, si analizamos cada uno de los deberes
estudiados en el parágrafo anterior, podremos advertir que se
caracterizan, fundamentalmente, por la circunstancia de que restringen en
la máxima medida dicho arbitrio, puesto que se encuentran instituidos
como conductas cuya estricta observancia depende más de pautas
objetivas que de la apreciación personal del juez. En consecuencia, la
diferencia existente entre los que hemos caracterizado como deberes, y
las facultades del tipo de las mencionadas, reside en la mayor dosis
de autonomía judicial que se halla ínsita en estas últimas.
La diferencia resulta más ostensible con las restantes facultades que se
analizarán, pues su ejercicio se halla totalmente librado al arbitrio del juez.

488 
 
189. Control de constitucionalidad de las leyes y de otros actos de gobierno(98)

a) Dado que la validez de toda norma jurídica debe juzgarse en función de las prescripciones contenidas en
una norma prevalente (supra, nro. 1), y que la Constitución del Estado representa el grado superior del
ordenamiento normativo, la validez de éste, en su totalidad, depende de su subordinación a las prescripciones
que aquélla contiene.

Se habla, por ello, de una supremacía de la Constitución, no sólo para


denotar su carácter de fundamento primario del ordenamiento jurídico,
sino también en el sentido de que son susceptibles de invalidación las
normas creadas al margen de los límites de competencia y de los
principios establecidos por el Poder constituyente, a cuyas directivas
deben sujetar sus funciones los poderes constituidos.
Como necesaria derivación de ese principio de supremacía consagrado,
según hemos visto, por el art. 31 de la Constitución Nacional, todos los
jueces del país, cualquiera sea su fuero o jerarquía, y con motivo de los
casos concretos sometidos a su decisión, están habilitados para declarar
la invalidez de las leyes y de los actos administrativos que contraríen el
texto constitucional(99), pues en la medida en que aquéllos son órganos de
aplicación del derecho vigente, y en que éste se halla estructurado como
un orden jerárquico subordinado a la Constitución, el adecuado ejercicio
de la función judicial lleva ínsita la potestad de rehusar la aplicación de las
normas que se encuentren afectadas de aquel vicio(100). El art. 3º de la ley
27 expresa, precisamente, que uno de los objetos de la justicia nacional
"es sostener la observancia de la Constitución Nacional, prescindiendo, al
decidir las causas, de toda disposición de cualquiera de los otros Poderes
Nacionales, que esté en oposición con ellas". El principio se halla ratificado
por el art. 21 de la ley 48, en tanto dispone que "los tribunales y jueces
nacionales en el ejercicio de sus funciones, procederán aplicando la
Constitución como ley suprema de la Nación, las leyes que haya
sancionado o sancione el Congreso, los tratados con
naciones extranjeras, las leyes particulares de las provincias, las leyes
generales que han regido anteriormente a la Nación y los principios del
derecho de gentes, según lo exijan respectivamente los casos que se
sujeten a su conocimiento, en el orden de prelación que va
establecido"(101). Finalmente, la potestad que examinamos tiene también
respaldo en el art. 34, inc. 4º, del CPCCN(102), que obliga a los jueces a
respetar "la jerarquía de las normas vigentes".
En los últimos tiempos se constata en la jurisprudencia de la Corte
Federal una postura favorable a la declaración de inconstitucionalidad de
oficio. Esta línea jurisprudencial que da inicio con el fallo recaído en la
causa "Mill de Pereyra" ha sido luego confirmada y ampliada —en su

489 
 
fundamentación— en "Rodríguez Pereyra" (causa R. 401.XLIII, sentencia
del 27/11/2012). Pero a pesar de hacerse cargo de la
gravedad institucional involucrada en el tema, la tesis comentada no
parece conciliarse con la carga que el art. 14, ley 48 impone a las partes
en el sentido de "cuestionar" la validez de una norma en función directa
o indirecta con la Constitución.
b) El control de constitucionalidad se halla sujeto, sin embargo, a
limitaciones de diverso orden.
En primer lugar, dicho control no puede ser ejercido por propia iniciativa
del Poder Judicial, sino tan sólo con motivo de los casos concretos
sometidos a la decisión de los tribunales(103). Éstos, en efecto, carecen de
facultades para formular declaraciones generales o en abstracto acerca de
la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las leyes o actos emanados
de los otros poderes del Estado(104), en tanto la aplicación de éstos no haya
originado un litigio cuya solución requiera pronunciamiento sobre una
cuestión constitucional(105), pues lo contrario implicaría alterar el necesario
equilibrio que debe reinar entre los distintos poderes.
En el orden federal, por otra parte, no se halla prevista una pretensión
declarativa de inconstitucionalidad, concebida como remedio tendiente a
la mera invalidación de normas que se reputan contrarias a alguna
cláusula constitucional, y utilizable como ocurre en la provincia de Buenos
Aires(106)por quienes se encuentren directamente comprendidos en ellas.
En dicho ámbito, por lo tanto, el examen de constitucionalidad sólo
procede cuando, dentro de un litigio común, aquél resulta necesario para
satisfacer una pretensión condenatoria u otorgar otra concreta tutela
judicial(107).
En segundo lugar, aun existiendo un caso concreto sometido a la
decisión de los jueces, está vedado a éstos declarar de oficio
la inconstitucionalidad de las leyes o de otros actos emanados del
Gobierno nacional. La Corte Suprema ha expresado, al respecto: "Que si
bien la Constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se
dicten por el Congreso y los tratados con las potencias extranjeras, son la
ley suprema de la Nación, conforme a lo preceptuado por el art. 31 de la
Carta Fundamental de la Nación, ello no significa que los jueces puedan
declarar de oficio la inconstitucionalidad de las leyes vigentes sancionadas
por el Congreso, porque como lo tiene reiteradamente declarado esta
Corte 'es condición esencial de la organización del Poder Judicial, el que
no le sea posible controlar por su propia iniciativa de oficio los actos
legislativos, ni aun los actos administrativos que, por serlo, tienen en su
favor la presunción de constituir el ejercicio legítimo de la actividad
administrativa y, por consiguiente, toda invocación de nulidad contra ellos,
debe necesariamente ser alegada y probada en juicio'"(108). En otros
precedentes, aparte de aludir a la presunción de validez que cabe
reconocer a los actos estatales, expresó la Corte Suprema que sólo
condicionando la declaración de inconstitucionalidad al pedido expreso de
490 
 
parte se mantiene el equilibrio entre los poderes y no se quiebra por la
absorción del Poder Judicial en desmedro de los otros(109).
Finalmente, el control de constitucionalidad tiene un límite representado
por cierto tipo de cuestiones cuya decisión se halla encomendada, con
carácter privativo, a los otros poderes del Estado, y que rebasan, por ello,
la jurisdicción de los jueces y tribunales de justicia.
Constituyen, entre otras, facultades privativas de sus respectivos
titulares, las consistentes en señalar los delitos a que ha de referirse una
ley de amnistía(110); arrestar y trasladar personas durante el estado de
sitio(111); indultar y conmutar penas(112); intervenir las provincias y
determinar la existencia de los requisitos necesarios para ello(113); nombrar
y remover a los empleados de la administración(114); organizar los
padrones electorales(115); hacer la declaración de utilidad pública a los fines
de la expropiación(116); etc. Sin embargo, cuando pueden encontrarse
afectadas las garantías constitucionales, si bien los jueces carecen de
atribuciones para juzgar acerca de la conveniencia o inconveniencia, o del
acierto o error de los actos cumplidos por los otros poderes en ejercicio de
facultades privativas, el control judicial es admisible en el supuesto de que
las medidas adoptadas con motivo de dicho ejercicio impliquen un
transgresión franca y ostensible de los límites trazados por el texto
constitucional(117).
c) La facultad de peticionar y obtener el ejercicio del control judicial de
constitucionalidad sólo corresponde al titular actual del derecho que se
pretende vulnerado(118). Carece de interés jurídico suficiente, por lo tanto,
quien renunció al derecho que alega(119), o no pretende poder ampararse
en ese derecho(120), o reclama una solución que empeoraría su situación
jurídica(121).
Tampoco es admisible la impugnación de inconstitucionalidad cuando
se persigue, no la inaplicabilidad del precepto objetado, sino la extensión
del régimen establecido para supuestos no contemplados en él(122).
d) En cuanto al criterio con que los tribunales deben decidir las
cuestiones de constitucionalidad que se planteen, la jurisprudencia de la
Corte Suprema ha establecido dos directivas fundamentales. En primer
lugar, ha expresado reiteradamente dicho tribunal que los jueces deben
procurar, ante todo, formular una interpretación de los textos impugnados
en forma tal que concuerde con los principios y garantías constitucionales,
declarando la inconstitucionalidad de aquéllos sólo en el caso de que
la interpretación constitucional no resulte posible sin violencia de su letra
y de su espíritu(123). Otra de las mencionadas directivas jurisprudenciales
se traduce en la denominada "regla de duda" (doubt rule), en cuya virtud
la atribución de declarar la inconstitucionalidad de las leyes sólo debe ser
ejercida cuando la repugnancia con la cláusula constitucional evocada
resulte manifiesta y la incompatibilidad inconciliable, debiendo cualquier
duda resolverse a favor de la constitucionalidad(124).

491 
 
e) Por último, los efectos de la declaración de inconstitucionalidad se
limitan al juicio en que la declaración se formuló(125), de manera tal que la
ley o acto invalidados continúan surtiendo efectos en los demás casos
hasta tanto no recaiga en ellos un pronunciamiento semejante(126).

190. Facultades disciplinarias


a) A fin de salvaguardar el principio de autoridad, ínsito en la posición
de preeminencia que corresponde a los jueces durante el desarrollo del
proceso, aquéllos se hallan investidos de una potestad disciplinaria
tendiente a sancionar las conductas de las partes y de sus auxiliares que
impliquen la alteración del buen orden y del decoro a los que debe
subordinarse la actuación ante los estrados judiciales.
b) A los efectos de "mantener el buen orden y decoro en los juicios",
el art. 35 del CPCCN(127)autoriza a los jueces a disponer diversas medidas
que analizaremos seguidamente.
1º) Mandar que se teste toda frase injuriosa o redactada en
términos indecorosos u ofensivos, salvo que alguna de las partes o
tercero interesado solicite que no se lo haga. Por tales deben entenderse
aquellos que persigan una finalidad agraviante tanto respecto de los
jueces cuanto de las otras partes(128)o de sus auxiliares(129). La testadura,
asimismo, puede disponerse en forma autónoma(130)o junto con otra
corrección disciplinaria(131). Los tribunales superiores, por otra parte,
pueden ordenarla en relación con escritos presentados en instancias
anteriores(132).
2º) Excluir de las audiencias a quienes perturben indebidamente su
curso (inc. 2º). Como en el supuesto anterior, esta sanción puede aplicarse
con carácter único o acumulada a otra, de acuerdo con la gravedad de la
conducta (ver, por ejemplo, art. 446, CPCCN, en relación con
quien interrumpiese al testigo en su declaración).
3º) Aplicar las correcciones disciplinarias autorizadas por este Código,
la Ley Orgánica, el Reglamento para la Justicia Nacional o las normas que
dicte el Consejo de la Magistratura.
Entre las correcciones disciplinarias autorizadas por el Código pueden
citarse, entre otras, las multas de que son pasibles el profesional a quien
fuese imputable la pérdida de un expediente (art. 130); la parte que formula
falsamente la afirmación de ignorar el domicilio de la persona a quien debe
notificarse (art. 145); el interpelado que, con motivo de las medidas
preliminares, no cumpliere la orden del juez en el plazo fijado, o
diere informaciones falsas o que pudieren inducir a error o destruyese u

492 
 
ocultare los instrumentos o cosas cuya exhibición o presentación se
hubiese requerido (art. 329); la parte que obtiene la concesión de
plazo extraordinario de prueba y no ejecuta la que hubiese propuesto (art.
374); el testigo respecto de quien se comprobase que pudo comparecer a
la sede del tribunal no obstante el impedimento invocado (art. 436); la
persona demandada por prestación de alimentos que, sin causa
justificada, no compareciere a la audiencia preliminar (art. 640); etcétera.
c) La Ley Orgánica a que se refiere el art. 35, inc. 3º, del CPCCN es el
dec-ley 1285/1958, cuyo art. 18 (sustituido por ley 24.289) dispone: "Los
tribunales colegiados y jueces podrán sancionar con prevención,
apercibimiento, multa y arresto de hasta cinco (5) días, a los abogados,
procuradores, litigantes y otras personas que obstruyeren el curso de la
justicia o que cometieren faltas en las audiencias, escritos o
comunicaciones de cualquier índole, contra su autoridad, dignidad o
decoro. La multa será determinada en un porcentaje de la remuneración
que por todo concepto perciba efectivamente el juez de primera instancia,
hasta un máximo del 33% de la misma. El arresto será cumplido en una
dependencia del propio tribunal o juzgado o en el domicilio del afectado".
Por su parte, el Reglamento para la Justicia Nacional, también aludido
por el art. 35, inc. 3º, prevé las mismas sanciones que el art. 18 del dec.-
ley 1285/1958,pero es más explícito en cuanto a sus posibles
destinatarios, pues expresa que podrán aplicarse a los "abogados,
procuradores y demás profesionales auxiliares de la justicia, oficiales o no,
y a los litigantes u otras personas"; agregando que aquéllas deberán
comunicarse a la Corte Suprema(133).
d) De acuerdo con lo establecido por las citadas disposiciones, las
sanciones disciplinarias en ellas previstas pueden ser aplicadas por el juez
o tribunal ante el cual se cometió la falta(134), siendo facultad privativa de
aquéllos imponer la sanción que consideren adecuada a la gravedad de
la infracción(135), con prescindencia, por lo tanto, del orden fijado por la
ley(136).
e) La sanción de arresto reviste a nuestro juicio carácter autónomo, y
sólo debe aplicarse en función de la gravedad de la falta cometida,
siendo innecesario que el juez establezca su equivalencia pecuniaria a fin
de que pueda redimirse mediante la oblación de una multa(137). Tal solución
carece de todo respaldo normativo y no se compadece con el margen de
discrecionalidad judicial que es propio del poder disciplinario.
En cuando al lugar en que el arresto debe cumplirse, la ley se refiere,
como hemos visto, a una dependencia del propio tribunal o
juzgado, aunque es de práctica corriente que aquél se haga efectivo en la
Alcaidía del Palacio de Justicia, ya que las dependencias de los tribunales
y juzgados no cuentan, por lo general, con locales adecuados para el
cumplimiento de la medida(138). Asimismo, la sanción de arresto debe

493 
 
concretarse en forma tal que no comporte promiscuidad con detenidos por
delitos comunes(139).
f) En lo que respecta a la forma de hacerse efectivo el cumplimiento de
las multas, la Corte Suprema ha establecido, mediante Acordada del
20/12/1967(140): 1º) en la Capital Federal el depósito de su importe debe
efectuarse en la cuenta 289/1, "Corte Suprema de Justicia, arts. 8º/10, ley
17.116", abierta en la Casa Central del Banco Municipal de la Ciudad de
Buenos Aires, agregándose al expediente un ejemplar de la boleta; 2º) en
las Provincias y en el Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e
Islas del Atlántico Sur, el depósito debe hacerse en una agencia del Banco
de la Nación Argentina, a la orden del tribunal que impuso la multa, el que
debe transferir su importe a la cuenta anteriormente mencionada,
haciéndolo saber a la Corte Suprema.
g) Dispone el art. 35, inc. 3º, del CPCCN, que el importe de las multas
que no tuviesen destino especial establecido por dicho ordenamiento,
debe aplicarse al que le fije la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
habiendo este Tribunal resuelto, en la misma Acordada precedentemente
citada, destinarlo a la dotación de las bibliotecas de los tribunales
nacionales.
Establece asimismo el art. 35, inc. 3º, del CPCCN que hasta tanto la
Corte Suprema determine quiénes serán los funcionarios que deberán
promover la ejecución de las multas, esa atribución corresponderá a los
representantes del Ministerio Público Fiscal ante las respectivas
jurisdicciones(141). En la Acordada mencionada, el Tribunal ratificó la
atribución conferida a los citados funcionarios.
La falta de ejecución dentro de los treinta días de quedar firme la
resolución que impuso la multa, el retardo en el trámite o el
abandono injustificado de éste, será considerado falta grave. Así lo
dispone el último párrafo de la citada disposición del CPCCN.
h) Las sanciones disciplinarias aplicadas por la Corte Suprema de
Justicia, por la Cámara Nacional de Casación Penal, por las Cámaras
Nacionales de Apelaciones y por los Tribunales Orales, sólo serán
susceptibles de recursos de reconsideración(142). Las sanciones aplicadas
por los demás jueces nacionales serán apelables por ante las Cámaras de
Apelaciones respectivas. Los recursos deberán deducirse en el término de
tres días (art. 19, dec.-ley 1285/1958, de acuerdo con el texto de la ley
24.050,art. 51)(143).

191. Aplicación de sanciones conminatorias

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a) Las sanciones conminatorias constituyen condenas pecuniarias
tendientes a presionar sobre la voluntad de la parte que se resiste a
cumplir con un deber impuesto en una resolución judicial, cuyo importe se
fija sobre la base del caudal económico del obligado y a razón de tanto por
día u otro período de retardo en el cumplimiento.
En lo que respecta a su naturaleza, dichas sanciones no configuran,
según se verá más adelante, una indemnización de daños, ni encuadran
tampoco estrictamente en el ámbito de las medidas disciplinarias, porque
si bien en cierto sentido se dirigen a salvaguardar la vigencia del principio
de autoridad y el propio prestigio de la justicia(144), benefician
primordialmente a la parte interesada en el cumplimiento de la decisión, a
cuyo patrimonio, por lo demás, ingresa el importe establecido. Por ello
entendemos que se trata de sanciones procesales impuestas a título
condicional y como medio de coacción psicológica destinado a vencer la
resistencia del obligado.
b) Con anterioridad a la vigencia del CPCCN, la mayor parte de la
doctrina nacional se había pronunciado en sentido favorable a la
procedencia de esa clase de sanciones(145), las cuales fueron creadas por
la jurisprudencia francesa, bajo la denominación de astreintes, como
recurso encaminado a obtener el cumplimiento in natura de las
obligaciones impuestas en una decisión judicial(146). La jurisprudencia
argentina, en cambio, frente a la inexistencia de un precepto específico,
adoptó inicialmente un criterio adverso con respecto a la procedencia de
condenaciones conminatorias(147), pero en los últimos años, especialmente
a partir de 1959, comenzó a abrirse camino y a arraigarse paulatinamente
una orientación decididamente favorable a su admisión(148).
El CPCCN ha recogido las conclusiones de la doctrina y de la
jurisprudencia, y dispuesto, en el art. 37(149), que "los jueces y tribunales
podrán imponer sanciones pecuniarias compulsivas y progresivas
tendientes a que las partes cumplan sus mandatos, cuyo importe será a
favor del litigante perjudicado por el incumplimiento... Las condenas se
graduarán en proporción al caudal económico de quien deba satisfacerlas
y podrán ser dejadas sin efecto, o ser objeto de reajuste, si aquél desiste
de su resistencia y justifica total o parcialmente su proceder"(150).
c) Los requisitos de admisibilidad de las sanciones conminatorias son:
1º) inejecución, por una de las partes, de una resolución judicial que
impone el cumplimiento de un deber jurídico; 2º) fracaso, inoperancia
o insuficiencia, en el caso concreto, de los medios normales de coacción
previstos por la ley.
En relación con el primero de los requisitos mencionados, cabe por lo
tanto excluir del ámbito de aplicación del art. 37 tanto a las resoluciones
judiciales que tengan como destinatarios a personas distintas de las partes
(testigos, peritos, etc.) como a aquellas que sólo imponen el cumplimiento

495 
 
de una carga procesal (v.gr., concurrir a la audiencia fijada para la
absolución de posiciones o para obtener una conciliación; etc.).
Debe recordarse, sin embargo, que el CPCCN contiene una disposición
específica que autoriza a aplicar a terceros una sanción conminatoria
esencialmente semejante a la que examinamos. Nos referimos al art. 398,
según el cual los jueces pueden aplicar sanciones conminatorias
progresivas en el supuesto de atraso injustificado en las contestaciones
de informes.
En cuanto a la clase de resoluciones judiciales cuyo incumplimiento
puede justificar la aplicación de sanciones conminatorias, en los términos
del art. 37, entendemos que no sólo se encuentran comprendidas en la
norma las sentencias definitivas(151), sino cualquier resolución que
imponga el cumplimiento de un deber de dar(152), de hacer(153)o de no
hacer(154), aunque carezca de contenido patrimonial, y siempre que dicho
cumplimiento dependa exclusivamente de la voluntad del obligado. El art.
37, en efecto, constituye una norma de carácter general, que no ha
sido instituida con específica referencia a la ejecución de las sentencias, y
es por lo tanto aplicable, v.gr., para obtener el cumplimiento de una
decisión judicial que hubiese ordenado, a título de medida preliminar,
la exhibición de una cosa mueble o de un instrumento (art. 323, incs. 2º,
3º, 4º y 5º, CPCCN); para hacer efectiva una prohibición de innovar(155);
etcétera.
El segundo de los requisitos de admisibilidad, más arriba señalado,
alude al carácter excepcional de las sanciones conminatorias. Dado, en
efecto, que la ley prevé diversas medidas de ejecución para asegurar el
cumplimiento de las decisiones judiciales, la imposición de sanciones
conminatorias sólo procede cuando se ha intentado la aplicación de dichas
medidas y éstas no han dado resultado(156), o sea posible prever, con
fundamento, la inoperancia de tales medidas(157), o éstas
(158)
resulten insuficientes por la índole de la prestación de que se trata .
d) Las sanciones conminatorias revisten los siguientes caracteres: 1º)
Constituyen medidas compulsivas tendientes a actuar sobre la voluntad
del sujeto obligado, y no se gradúan en función de la importancia del daño
que ocasiona la demora, sino de acuerdo con las posibilidades de
resistencia en el cumplimiento de la obligación y con el caudal económico
del obligado(159). No configuran, por lo tanto, una indemnización de daños,
por cuanto carecen de finalidad resarcitoria y son ajenas a la
real existencia de un perjuicio(160). 2º) Dependen exclusivamente del
arbitrio de los jueces, quienes pueden imponerlas o no, incluso de
oficio(161), según las circunstancias de cada caso. 3º) Son provisionales,
porque se imponen a simple título de amenaza y no con carácter
definitivo(162). En efecto, pueden por lo pronto los jueces, según lo dispone
el art. 37 del CPCCN, dejar sin efecto la sanción, o reajustar su monto, en
el supuesto de que el obligado desista de su resistencia y justifique total o
parcialmente su proceder. Igualmente, los jueces están habilitados
496 
 
para aumentar el monto de la sanción en el caso de que el obligado se
obstine en persistir en el incumplimiento del mandato judicial (de ahí el
carácter progresivo a que también alude la norma citada)(163). Una vez que
se fija en forma definitiva el importe de la sanción, lo que debe hacerse,
como hemos dicho, de acuerdo con la conducta observada por el obligado,
el derecho a la percepción de dicho importe ingresa al patrimonio de la otra
parte, quien desde entonces cuenta con un título ejecutivo para hacerlo
efectivo(164), y que reviste carácter autónomo con respecto al título
emergente de la condena principal(165). 4º) Son, como hemos dicho, de
aplicación excepcional.
e) Las resoluciones que imponen sanciones conminatorias son
apelables en efecto suspensivo (art. 243, CPCCN) y éstas empiezan a
correr desde la notificación de la resolución definitiva que las fijó hasta la
fecha de la resolución que dispone su cesación(166).
f)(167)En su redacción originaria, el art. 37 del CPCN excluía la
posibilidad de que las sanciones conminatorias tendientes a obtener el
cumplimiento de las resoluciones judiciales fuesen aplicables a terceros
ajenos al proceso.
Si bien de la norma más flexible contenida en el art. 666 bis del
derogado Código Civil —hoy, art. 804 del CCiv. y Com.— puede extraerse
una conclusión distinta, ya que no se refiere específicamente a las partes,
los redactores de la ley 22.434, con buen criterio, reprodujeron el texto del
mencionado art. 37, pero intercalaron, entre sus dos primitivos párrafos,
otro según el cual "podrán aplicarse sanciones conminatorias a terceros,
en los casos en que la ley lo establece".
g) Un caso se halla contemplado por el art. 403, párr. 3º, del
CPCCN, incorporado por la ley de reformas con referencia a la prueba
de informes. Expresa, en efecto, dicho párrafo que "cuando, sin causa
justificada, la entidad privada no cumpliere el requerimiento, los jueces y
tribunales podrán imponer sanciones conminatorias, en los términos del
art. 37 y a favor de la parte que ofreció la prueba".
Conviene puntualizar, en primer lugar, que configura presupuesto de la
aplicación de esa sanción la circunstancia de que, impugnado por falsedad
el contenido del informe, y requerida la exhibición de los asientos
contables o de los documentos o antecedentes en que se fundó la
contestación, el informante se abstenga, injustificadamente, de cumplir el
requerimiento.
El caso, como se advierte, difiere del contemplado por el art. 398, párr.
2º, en cuya virtud cabe la aplicación de sanciones conminatorias
progresivas en el supuesto de atraso injustificado en las contestaciones
de informes, y cuyo importe tiene el destino genéricamente previsto por el
art. 35, inc. 3º. Las astreintes a que se refiere el art. 403, en cambio, se
han instituido a favor de la parte que ofreció la prueba, a pesar de que la
solución razonable hubiese consistido en erigir en beneficiario al
497 
 
impugnante del informe, al margen de que haya sido o no el proponente
de la prueba de que se trata.
Por lo demás, en razón de que el art. 398 determina que la eventual
apelación deducida por el informante debe tramitar en expediente
separado, cabe concluir que la misma solución es aplicable, por evidente
analogía, en la hipótesis precedentemente analizada.
El segundo caso está previsto en el art. 329, párr. final, del CPCCN
(introducido por la ley 22.434), en relación con el incumplimiento, por las
partes o por un tercero, de una diligencia preparatoria dispuesta en los
términos del art. 323. Prescribe, en efecto, la primera de las normas
citadas, que "si correspondiere, por la naturaleza de la medida preparatoria
y la conducta observada por el requerido, los jueces y tribunales podrán
imponer sanciones conminatorias, en los términos del art. 37". En el
aspecto que ahora interesa sería el caso, por ejemplo, de quien sin revestir
el carácter de parte eventual en el proceso, se niegue sin razón atendible
o maliciosamente a exhibir un testamento o a presentar los documentos
de una sociedad o comunidad que se encuentren en su poder. Debe
tenerse en cuenta que como en el art. 329, en su párr. 1º, prevé la
aplicación de una multa por incumplimiento de medidas preparatorias, no
corresponde acumular ésta a las sanciones conminatorias, porque lo
contrario comportaría la imposición de dos sanciones por un mismo hecho.

192. Represión de la inconducta procesal


a) Toda facultad procesal debe ejercerse de manera compatible con la
vigencia de ciertos principios éticos (regla moral) de los cuales deriva el
deber de las partes de comportarse con lealtad, probidad y buena fe, y la
consecuente facultad que incumbe a los jueces para sancionar todo acto
contrario a ese deber (art. 34, inc. 5º, apart. IV], del CPCCN)(168).
b) Sin perjuicio de lo que diremos en oportunidad de ocuparnos de los
deberes de las partes, interesa anticipar aquí que el CPCCNinstituye dos
sistemas de sanciones atendiendo a la circunstancia de que la conducta
contraria al deber de lealtad, probidad y buena fe se manifieste en forma
persistente a través de las distintas etapas del proceso (inconducta
procesal genérica), o con motivo del cumplimiento de actos procesales
determinados (inconducta procesal específica)(169).
A la inconducta procesal genérica se refiere el art. 45 del CPCCN. Este
artículo fue sustituido por ley 25.488, disponiendo actualmente: "Cuando
se declarase maliciosa o temeraria la conducta asumida en el pleito por
alguna de las partes, el juez le impondrá a ella o a su letrado o a ambos

498 
 
conjuntamente, una multa valuada entre el diez y el cincuenta por ciento
del monto del objeto de la sentencia. En los casos en que el objeto de la
pretensión no fuera susceptible de apreciación pecuniaria, el importe no
podrá superar la suma de $ 50.000. El importe de la multa será a favor de
la otra parte. Si el pedido de sanción fuera promovido por una de las
partes, se decidirá previo traslado a la contraria. Sin perjuicio de considerar
otras circunstancias que estime corresponder, el juez deberá ponderar la
deducción de pretensiones, defensas, excepciones o interposición de
recursos que resulten inadmisibles, o cuya falta de fundamento no se
pueda ignorar de acuerdo con una mínima pauta de razonabilidad o
encuentre sustento en hechos ficticios o irreales o que manifiestamente
conduzcan a dilatar el proceso".
También sobre dicho aspecto de la inconducta procesal se basa el art.
551(170), según el cual en el supuesto de que la sentencia de remate
determine que se lleve la ejecución adelante, "al ejecutado que hubiese
litigado sin razón valedera u obstruido el curso normal del proceso con
articulaciones manifiestamente improcedentes, o que de cualquier manera
hubiese demorado injustificadamente el trámite, se le impondrá una multa
a favor del ejecutante, cuyo monto será fijado entre el diez y el cincuenta
por ciento del importe de la deuda, según la incidencia de su inconducta
procesal sobre la demora del procedimiento". Esta norma se complementa
con la contenida en el art. 594, con arreglo a la cual "si el ejecutado
hubiese provocado dilación innecesaria en el cumplimiento de la sentencia
de remate, el juez le impondrá una multa, en los términos del art. 551,
sobre la base del importe de la liquidación aprobada"(171).
El CPCCN sustituyó por las normas precedentemente transcriptas, y
respecto de las jurisdicciones en que aquél es aplicable, el art. 4º del dec.-
ley 4777/1963, que establece que "el deudor perseguido judicialmente y
que litigue sin razón valedera, será condenado a pagar un interés de hasta
dos veces y medio del que cobran los Bancos públicos, debiendo los
jueces graduar en la sentencia el acrecentamiento de la tasa atendiendo
a la mayor o menor malicia con que haya litigado el deudor". De tal manera,
no sólo modificó el tipo de sanción imputable a la conducta temeraria o
maliciosa desplegada durante el curso del proceso, sustituyendo el pago
de intereses acrecidos por el de una multa a fijar sobre el importe de la
deuda, sino que también extendió la represión de dicha conducta a
cualquier clase de pretensiones procesales, ya que el ámbito de aplicación
del referido decreto-ley se halla circunscripto al supuesto de demandarse
el cobro de obligaciones de naturaleza comercial(172). El CPCCN pudo
constitucionalmente derogar el art. 4º del dec.-ley 4777/1963 no sólo por
revestir aquél el carácter de ley nacional, sino también por cuanto
la institución de sanciones del tipo de la examinada constituye materia
estrictamente procesal, y son por lo tanto los códigos de procedimiento las
leyes apropiadas para reglamentar la cuestión. Así, por lo demás,
parecieron entenderlo los redactores de la ley 17.711, reformatoria

499 
 
del Código Civil, en tanto agregaron, al art. 622 de este último, el siguiente
párrafo: "Si las leyes de procedimiento no previeren sanciones para el caso
de inconducta procesal maliciosa del deudor tendiente a dilatar el
cumplimiento de la obligación de sumas de dinero o que deba resolverse
en el pago de dinero, los jueces podrán imponer como sanción la
obligación accesoria de pago de intereses que, unidos a los
compensatorios y moratorios, podrán llegar hasta dos veces y media la
tasa de los bancos oficiales en operaciones de descuentos ordinarios". En
materia de obligaciones civiles, por lo tanto, se reconoce la libertad del
legislador procesal para prever cualquier otra clase de sanción contra la
conducta temeraria o maliciosa.
En sus arts. 45 y 549, el CPCCBA adhiere al sistema instituido por
los arts. 45 y 551 del CPCCN, "siempre que no fuese aplicable el art. 4º
del dec.-ley 4777/1963". Ha respetado, pues, la vigencia de la ley nacional
en lo que respecta al cobro de obligaciones comerciales, y limitado la
aplicación de dicho sistema al supuesto de versar el proceso sobre
pretensiones civiles, cualquiera fuere la naturaleza de éstas. El mismo
criterio ha sido adoptado por los arts. 45 y 551 del Código de Misiones.
Si bien tanto el art. 45 como los arts. 551 y 594 contemplan
la inconducta procesal en su totalidad, es decir la manifestada a lo largo
del desarrollo del proceso, el primero reviste el carácter de norma general,
aplicable también en consecuencia a los procesos de ejecución, en lo que
atañe a los posibles destinatarios de las sanciones. Por lo tanto, las
sanciones previstas en los arts. 551 y 594 pueden aplicarse al ejecutado
o a su letrado patrocinante o a ambos conjuntamente, según las
circunstancias del caso.
c) A título de simple anticipo de lo que se expondrá al examinar los
deberes de las partes, corresponde diferenciar los conceptos de
"temeridad" y de "malicia". La primera denota la conducta de quien deduce
pretensiones o defensas cuya falta de fundamento no puede ignorar de
acuerdo con pautas mínimas de razonabilidad. Es temeraria, por lo tanto,
la actuación procesal cumplida con la conciencia de la propia sinrazón(173).
A esa idea apunta el art. 551 cuando alude "al ejecutado que hubiese
litigado sin razón valedera". Por malicia, en cambio, debe entenderse la
utilización de las facultades procesales con el deliberado propósito de
obstruir el desenvolvimiento del proceso o de retardar su decisión. Es
maliciosa, de acuerdo con la norma precedentemente citada, la conducta
de quien hubiese "obstruido el curso normal del proceso con articulaciones
manifiestamente improcedentes, o que de cualquier manera hubiese
demorado injustificadamente el trámite", o la de quien incurre en "la
utilización abusiva de las actuaciones judiciales" (art. 70, ley 16.739, hoy
derogada).
d) A la inconducta procesal específica se refieren los arts. 29(174), según
el cual en el caso de desestimarse una recusación con causa cabe aplicar
una multa de hasta pesos novecientos mil por cada recusación, si ésta
500 
 
fuera calificada de maliciosa por la resolución desestimatoria; 145(175), que
prevé una sanción de multa aplicable a la parte que afirma falsamente
ignorar el domicilio de la persona a quien corresponde notificar; 525, inc.
2º(176), que autoriza a imponer una multa equivalente al treinta por ciento
del monto de la deuda, y a favor de la otra parte, a quien hubiese impedido
la apertura de la vía ejecutiva como consecuencia de negar su condición
de inquilino, y esta calidad resultare probada durante la sustanciación del
juicio sumario; 528(177), de acuerdo con el cual, desconocida la firma en la
preparación de la vía ejecutiva, y acreditada mediante prueba pericial
la autenticidad de aquélla, procede imponer al ejecutado una multa
equivalente al treinta por ciento del monto de la deuda, que deberá darse
a embargo como requisito de admisibilidad de las excepciones.
e) Las sanciones previstas para los supuestos de inconducta procesal
genérica sólo pueden ser impuestas en la sentencia definitiva, ya que sólo
en oportunidad de cumplirse dicho acto es posible determinar cuál de las
partes resulta total o parcialmente vencida, así como efectuar la
valoración integral, o en conjunto, de su comportamiento procesal.
Es razonable, por lo demás, que la parte vencedora esté exenta de
sanciones por aquel motivo. La temeridad, por un lado, considerada desde
el punto de vista de una actuación global carente de todo fundamento
serio, no es concebible respecto de quien resulta vencedor. Por otro lado,
la hipotética malicia en que pudo haber incurrido el vencedor no justificaría
la aplicación de una sanción a favor del vencido, por cuanto éste tiene, en
el allanamiento, un medio procesal apto para evitar que aquélla se
produzca(178). Lo cual no obsta para que durante el curso del pleito,
cualquiera de las partes, y por ende el eventual vencedor, sea pasible de
las sanciones imputables a actos que configuran inconducta procesal
específica(179).
La norma contenida en el art. 34, inc. 5º, apart. VI, del CPCCN(180),
según el cual es deber de los jueces "declarar, en oportunidad de dictar
las sentencias definitivas, la temeridad o malicia en que hubieren incurrido
los litigantes o profesionales intervinientes", sólo es aplicable, como es
obvio, en el supuesto de que el juez considere que dichas conductas se
han configurado en el curso del proceso. Por ello, el art. 163, inc. 8º(181),
establece que aquella declaración debe formularse "en su caso", vale
decir, cuando a criterio del juez la parte vencida haya actuado con
temeridad o malicia y sea susceptible, por lo tanto, de la correspondiente
sanción(182).

193. Facultades ordenatorias

501 
 
a) Esta clase de facultades constituye un complemento de los deberes
de dirección que hemos analizado más arriba y tienden
fundamentalmente, a través de la iniciativa del órgano judicial, a facilitar o
a economizar actividades procesales. Se hallan contempladas, bajo la
denominación del epígrafe, en el art. 36, incs. 1º y 6º, del
CPCCN(183), aunque este ordenamiento contiene también, como veremos,
otras normas relativas a facultades de la mencionada índole.
b) Los jueces y tribunales pueden, de acuerdo con el inc. 1º del art. 36,
"tomar medidas tendientes a evitar la paralización del proceso. A tal efecto,
vencido un plazo, se haya ejercido o no la facultad que corresponda, se
pasará a la etapa siguiente en el desarrollo procesal, disponiendo de oficio
las medidas necesarias".
Como se destacó supra, nro. 50, D), esta norma, cuya fuente es el art.
62, apart. 2º, del Código de Mendoza, implica adhesión al principio de
impulso oficial, aunque con la particularidad de que su vigencia no excluye
la carga del impulso que incumbe a las partes, pues la inactividad de éstas
en ese sentido puede determinar la caducidad de la instancia, institución
que el CPCCN mantiene y reglamenta con mayor rigor aún que la
legislación derogada(184). Se trata, por lo tanto, de un sistema mixto(185), en
cuya virtud el principio de impulso oficial funciona en forma concurrente
con el de impulso de parte. La combinación puede no resultar del todo
ortodoxa desde un punto de vista estrictamente técnico(186), pero no hay
duda de que comporta un importante factor de celeridad procesal y tiende
a disipar viejos hábitos judiciales que, muchas veces al margen de la ley,
se resisten a admitir la injerencia oficial espontánea en el tránsito de una
a otra de las etapas procesales(187).
c) Según el inc. 6º del art. 36, los órganos judiciales están facultados
para corregir, en la oportunidad establecida en el art. 166, incs. 1º y 2º,
errores materiales, aclarar conceptos oscuros, o suplir cualquier omisión
de la sentencia acerca de las pretensiones discutidas en el litigio, siempre
que la enmienda, aclaración o agregado no altere lo sustancial de la
decisión(188). A su turno, el art. 166 del CPCCN(189)dispone que, una vez
pronunciada la sentencia, puede el juez ejercer de oficio, "antes de
la notificación" de aquélla, la facultad que le otorga el art. 36, inc. 6º. La
aparente contradicción que existe entre esta última norma y el art. 166
debe resolverse, a nuestro juicio, a favor de la plena vigencia de aquélla.
Median, en apoyo de tal solución, las siguientes razones: 1º) El deber
que incumbe a los jueces en el sentido de "vigilar para que en la
tramitación de la causa se procure la mayor economía procesal" (art.
34, inc. 5º, apart. V]). Es indudable que, en la medida en que la solución
que propiciamos puede evitar el pedido de aclaratoria a que se refiere el
art. 166, inc. 2º, la posibilidad de que la facultad judicial que examinamos
se ejerza antes de que la resolución se encuentre consentida fortalece la
vigencia del principio de economía. 2º) El principio contenido en el art. 172
del CPCCN(190), aplicable por analogía, y con arreglo al cual los jueces

502 
 
pueden declarar de oficio una nulidad procesal "siempre que el vicio no se
hallare consentido"(191). 3º) El hecho de que, según lo establece el art.
36, inc. 6º, la facultad ordenatoria analizada no es susceptible de alterar
"lo sustancial de la decisión", y, por ende, de ocasionar ningún perjuicio a
la parte que ha resultado favorecida por aquélla. 4º) La circunstancia de
que el art. 166, acaso por una inadvertencia del legislador, haya
establecido que la facultad debe ejercerse antes de la notificación,
no excluye expresamente la posibilidad de que aquélla se ejerza antes de
que la resolución se encuentre consentida.
Pese a que los arts. 36, inc. 6º, y 166, inc. 1º, sólo aluden a la
"sentencia", y el segundo lo hace con expresa relación a las sentencias
definitivas, no existe razón alguna que obste al ejercicio de la
facultad examinada con respecto a cualquier clase de resoluciones
judiciales, tal como, acertadamente, lo había decidido la jurisprudencia
anterior a la sanción del nuevo Código(192).
Con el mismo alcance debe interpretarse la facultad que confiere a los
jueces el art. 166, inc. 2º, del CPCCN, en el sentido de "corregir, a pedido
de parte, formulado dentro de los tres días de la notificación y sin
sustanciación, cualquier error material; aclarar algún concepto oscuro, sin
alterar lo sustancial de la decisión y suplir cualquier omisión en que
hubiese incurrido sobre alguna de las pretensiones deducidas y discutidas
en el litigio". Por consiguiente, la facultad de los jueces para subsanar los
errores o cubrir las omisiones de cualquier resolución judicial puede
ejercerse de oficio, antes de que ésta se halle consentida, o bien a pedido
de parte (recurso de aclaratoria) formulado dentro del tercer día contado a
partir de la fecha de la notificación.
En lo que atañe al momento en que una resolución judicial debe
considerarse consentida, en los términos del art. 36, inc. 6º, es menester
atenerse, a nuestro juicio, a la fecha de vencimiento del plazo
correspondiente al recurso ordinario de mayor amplitud que sea admisible
contra la resolución respectiva. Si se trata, por lo tanto, de una sentencia
definitiva, la facultad acordada por la disposición mencionada puede
ejercerse dentro del plazo establecido para deducir el recurso de
apelación. Apoya esta interpretación el hecho de que si el art. 278 de dicho
ordenamiento autoriza a las Cámaras de Apelaciones para decidir sobre
los puntos omitidos por la sentencia de primera instancia, aunque no se
hubiese pedido aclaratoria y siempre que se solicite el respectivo
pronunciamiento al expresar agravios(193), es razonable concluir que el
plazo de tres días establecido por el art. 166, inc. 2º, no reviste carácter
preclusivo con respecto a la enmienda de simples errores materiales o a
la aclaración de conceptos oscuros, pues en tales hipótesis se trata de
defectos de menor entidad del que se configura en el caso de omisión de
pronunciamiento, y su corrección en primera instancia contribuye a facilitar
la actividad de las partes y del Tribunal de Alzada. En lo que atañe a la
sentencia definitiva de segunda instancia, entendemos que corresponde

503 
 
considerarla consentida, a los efectos del ejercicio de la facultad conferida
por el art. 36, inc. 6º, una vez transcurridos los cinco días que el art. 272,
apart. 3º, del CPCCN(194)concede a las partes para pedir aclaratoria(195).
En todo caso, hacen excepción los errores puramente numéricos, los
cuales pueden ser corregidos aun durante el trámite de ejecución de
sentencia(196).
El mismo criterio precedentemente enunciado debe regir respecto de
las sentencias interlocutorias y de las providencias simples, pero como
estas últimas sólo son apelables cuando causan gravamen irreparable (art.
242, inc. 3º), en el supuesto de no concurrir este último extremo
corresponde considerarlas consentidas al operarse el vencimiento del
plazo fijado para deducir el recurso de reposición (art. 238, CPCCN).
Sin perjuicio de volvernos a ocupar de la cuestión en oportunidad de
estudiar el recurso de aclaratoria, delimitaremos sucintamente el alcance
de las distintas hipótesis que autorizan el ejercicio de la facultad
contemplada en el art. 36, inc. 6º.
Es "error material" todo desajuste existente entre la resolución y las
constancias del expediente o entre distintas partes de aquélla, siempre
que tal defecto responda a una mera inadvertencia y no a un equívoco
conceptual.
Por "concepto oscuro" (expresión comprendida en el art. 36, inc. 6º)
debe entenderse cualquier discordancia que resulte entre alguna idea
contenida en la resolución y las palabras utilizadas para expresarla.
Finalmente, la autorización conferida para "suplir cualquier omisión de
la sentencia acerca de las pretensiones deducidas en el litigio", debe
ser interpretada en el sentido de que los jueces pueden ejercer la
correspondiente facultad tanto con respecto a peticiones accesorias
(intereses, costas, etc.) como con relación a pretensiones principales
(autónomas o subsidiarias) o a defensas oportunamente deducidas en el
proceso.
d) Aparte de las mencionadas en el art. 36, el CPCCN contiene diversas
disposiciones que acuerdan a los jueces amplias facultades para disponer,
de oficio, medidas ordenatorias. Entre ellas cabe mencionar el art. 101(197),
que reserva al criterio del juez la determinación del trámite mediante el
cual deben sustanciarse las tercerías; el art. 322, apart. 2º(198), según el
cual, deducida una pretensión meramente declarativa, el juez debe
resolver de oficio y como primera providencia, si corresponde el trámite
pretendido por el actor, teniendo en cuenta la naturaleza de la cuestión y
la prueba ofrecida; el art. 411(199), que autoriza al juez para modificar de
oficio y sin recurso alguno el orden y los términos de las posiciones
propuestas por las partes, sin alterar su sentido; etcétera.

504 
 
194. Facultades disciplinarias y ordenatorias luego de la ley 25.488(200)

a) La nueva redacción impresa al art. 35 del CPCCN por la ley 25.488 (titulado "Potestades disciplinarias")
revela en los autores de la reforma una singularingenuidad: la de haber creído que sustituyendo el término
"podrán" por "deberán", las facultades de los jueces se convertirán, mágicamente, en deberes.

Si, en efecto, se computa el hecho de que la mayoría de los jueces no


observaba en la práctica la conducta imperativamente impuesta (hipótesis,
v.gr., de los plazos para resolver), es absurdo pensar que lo harán a raíz
de esa modificación terminológica.
Es obvio, por otra parte, que a las potestades mencionadas en el art. 35
(testado de frases injuriosas, exclusión de las audiencias y aplicación de
correcciones disciplinarias, que ahora incluyen las contenidas en normas
dictadas por el Consejo de la Magistratura) les son aplicables la conclusión
más arriba vertida acerca de la represión de la inconducta procesal, y
configuran, por consiguiente, meras facultades.
b) El nuevo art. 36 del CPCCNincurre en el mismo exceso, con el
agravante de que, en cuanto impone a los jueces el deber de adoptar las
medidas tendientes a evitar la paralización del proceso, impulsando el
trámite de oficio, semejante imperativo resulta inconciliable con el
mantenimiento de la caducidad de la instancia, a cuyo respecto
continúa incluso vigente su declaración de oficio (art. 316).
La contradicción aparece acentuada en el inc. 5º del art. 36, en
cuanto incluye, como deber de los órganos judiciales, el consistente en
"impulsar de oficio el trámite, cuando existan fondos inactivos de menores
o incapaces, a fin de que los representantes legales de éstos o, en su
caso, el Asesor de Menores, efectúen las propuestas que estimen más
convenientes en interés del menor o incapaz, sin perjuicio de los deberes
propios de dicho funcionario con igual objeto".
Tampoco exhibe mayor coherencia el mantenimiento del art. 314 en su
versión originaria, porque según dicha norma, la caducidad se opera
contra "los menores y cualquier otra persona que no tuviere la libre
administración de sus bienes".
Es elemental que tampoco configura un deber del juez, en sentido
estricto, el referido a "intentar una conciliación, total o parcial del conflicto
o incidente procesal, pudiendo proponer y promover que las partes deriven
el litigio a otros medios alternativos de resolución de conflictos" (art.
36, inc. 2º). Debe, sin embargo, repararse en el hecho de que, hallándose
vigente un régimen de mediación extrajudicial obligatoria, y previa al juicio,
sólo resta la posibilidad de remitir al arbitraje la resolución de la
controversia.

505 
 
Resulta asimismo extraño que, luego del mencionado inc. 2º, la ley
25.488, haya introducido, en el art. 36 del CPCCN, un párrafo conforme al
cual "en cualquier momento (el juez) podrá disponer la comparecencia
personal de las partes para intentar una conciliación", lo cual entraña,
aparte de una manifiesta redundancia, la consagración de una mera
facultad judicial.
Participa también de este último carácter la enunciada en el inc. 3º del
art. 36, con arreglo al cual los jueces y tribunales deberán "proponer a las
partes fórmulas para simplificar y disminuir las cuestiones litigiosas
surgidas en el proceso o respecto de la actividad probatoria", y que "en
todos los casos la mera proposición de fórmulas conciliatorias no importa
prejuzgamiento".
La eventual conducta del juez en el sentido indicado no es en modo
alguno imperativa porque se halla supeditada, como es obvio, a las
concretas circunstancias y a la índole de la causa.
El art. 36, inc. 3º, del CPCCN, en su versión originaria, incluía entre las
facultades ordenatorias de los jueces la de "corregir algún error material o
suplir cualquier omisión de la sentencia acerca de las pretensiones
deducidas en el litigio, siempre que la enmienda o agregado no altere lo
sustancial de la decisión, y ésta no hubiese sido consentida por las partes".
A su vez, el art. 166 del mencionado ordenamiento, no afectado por la
reforma introducida por la ley 22.434, dispone que una vez pronunciada la
sentencia puede el juez "ejercer de oficio, antes de la notificación de la
sentencia, la facultad que le otorga el art. 36, inc. 3º" (inc. 1º), y "corregir,
a pedido de parte, formulado dentro de los tres días de la notificación y sin
sustanciación, cualquier error material; aclarar algún concepto oscuro sin
alterar lo sustancial de la decisión y suplir cualquier omisión en que
hubiese incurrido sobre algunas de las pretensiones deducidas y
discutidas en el litigio" (inc. 2º).
Como se advierte, mediaba una aparente contradicción entre los arts.
36, inc. 3º, y 166, inc. 1º, por cuanto mientras el primero autorizaba a
ejercer la facultad analizada hasta el momento en que el pronunciamiento
fuese consentido por las partes, el segundo disponía que la potestad de
que se trata debe materializarse con anterioridad a la notificación de aquél.
La ley 22.434 vino a disipar toda duda sobre el particular al sustituir
el inc. 3º (actual inc. 6º) del art. 36 por el siguiente: "Corregir, en la
oportunidad establecida en el art. 166, incs. 1º y 2º, errores materiales,
aclarar conceptos oscuros, o suplir cualquier omisión de la sentencia
acerca de las pretensiones discutidas en el litigio, siempre que la
enmienda, aclaración o agregado no altere lo sustancial de la decisión".
Por lo tanto, aunque es ociosa la remisión al inc. 2º del art. 166, resulta
ahora suficientemente claro que la potestad de los jueces para subsanar
los errores o cubrir las omisiones de la sentencia puede ejercerse de oficio

506 
 
antes de que ésta se haya notificado, o bien a pedido de parte (recurso de
aclaratoria) formulado dentro del tercer día contando a partir de la fecha
de la notificación. También fue feliz la reforma al correlacionar las causales
que autorizan la modificación del pronunciamiento, si bien hubiese sido
conveniente adecuar la redacción del art. 36, inc. 3º (actual 6º) a la del art.
166, inc. 2º, en tanto esta norma, referida al recurso de aclaratoria, limita
la prohibición de alterar "lo sustancial de la decisión" a la hipótesis de que
se persiga la aclaración de algún concepto oscuro. La aparente
contradicción normativa debe resolverse, sin embargo, en el sentido de
que la aludida limitación no rige cuando se trata de corregir algún error
material, pues en tal supuesto, la resolución aclaratoria altera, en mayor o
menor medida, el contenido del pronunciamiento impugnado, incluso en
su aspecto sustancial. Algunos códigos provinciales, como los de Santa
Fe (art. 248) y Mendoza (art. 132), se limitan a determinar los motivos que
justifican la aclaratoria, sin establecer restricciones respecto del alcance
de la correspondiente resolución.
Interesa agregar que pese a la circunstancia de que los arts. 36, inc. 6º,
y 166, inc. 1º, sólo aluden a la "sentencia", y el segundo lo hace
con explícita relación a las sentencias definitivas, no existe razón alguna
que obste al ejercicio de la facultad examinada respecto de cualquier clase
de resoluciones judiciales, tal como, con acierto, lo había decidido la
jurisprudencia anterior a la promulgación del CPCCN.

195. Facultades conciliatorias


a) Aunque no medie requerimiento de parte, los jueces y tribunales
están facultados para disponer, en cualquier momento, la comparecencia
personal de las partes para intentar una conciliación (art. 36, inc. 2º,
CPCCN)(201).
La tentativa de conciliación no se halla por lo tanto instituida, según
ocurre en otros regímenes procesales(202), como un trámite inicial y de
cumplimiento obligatorio, sino como una facultad cuyo ejercicio queda
librado al criterio de los jueces y no se encuentra condicionada a ninguna
limitación de orden temporal.
En el actual régimen procesal civil, esta regla admite, sin embargo,
tres excepciones —las que hoy deben ser analizadas a la luz de las
nuevas denominaciones y reglas procesales que al respecto contempla el
Código Civil y Comercial—:
La primera está prevista en el art. 34, inc. 1º, apart. 3º, del CPCCN(203),
norma que, como hemos visto, obliga a los jueces, en los juicios de divorcio

507 
 
y nulidad de matrimonio, a fijar una audiencia preliminar que tiene por
objeto avenir a las partes sobre las cuestiones relacionadas con la
tenencia de hijos, régimen de visitas y atribución del hogar conyugal.
La segunda excepción está dada por el art. 639 del CPCCN(204), según
el cual, iniciado el juicio de alimentos, el juez debe señalar una audiencia
a celebrarse dentro de un plazo no mayor de diez días contado desde la
fecha de la presentación, y en la que aquél procurará que las partes
lleguen a un acuerdo directo.
La tercera excepción se halla contemplada por el art. 438 del Código
Civil y Comercial: "Requisitos y procedimiento del divorcio. Toda petición
de divorcio debe ser acompañada de una propuesta que regule los efectos
derivados de éste; la omisión de la propuesta impide dar trámite a la
petición. Si el divorcio es peticionado por uno solo de los cónyuges, el otro
puede ofrecer una propuesta reguladora distinta. Al momento de formular
las propuestas, las partes deben acompañar los elementos en que se
fundan; el juez puede ordenar, de oficio o a petición de las partes, que
se incorporen otros que se estiman pertinentes. Las propuestas deben ser
evaluadas por el juez, debiendo convocar a los cónyuges a una audiencia.
En ningún caso el desacuerdo en el convenio suspende el dictado de la
sentencia de divorcio. Si existe desacuerdo sobre los efectos del divorcio,
o si el convenio regulador perjudica de modo manifiesto los intereses de
los integrantes del grupo familiar, las cuestiones pendientes deben ser
resueltas por el juez de conformidad con el procedimiento previsto en la
ley local".
b) Normalmente, la conciliación actúa como medio de componer el
conflicto determinante de la pretensión y de poner fin al proceso, aunque
puede también comprender exclusivamente peticiones accesorias, como
son, v.gr., las mencionadas en el art. 34, inc. 1º, apart. 3º, o alguna
cuestión vinculada con el desarrollo del proceso, sea para lograr la
solución de incidentes o para simplificar el trámite(205). Un ejemplo de esta
última posibilidad es el supuesto contemplado por el art. 691 del
CPCCN(206), con arreglo al cual puede el juez de oficio, o a pedido de parte,
convocar a los interesados a una audiencia cuando, en el juicio sucesorio,
advirtiere que la comparecencia personal de aquéllos y de sus letrados
podría ser beneficiosa para la concentración y simplificación de los actos
procesales que deban cumplirse, debiendo procurar, en dicha audiencia,
que se establezca "lo necesario para la más rápida tramitación del
proceso".
c) En principio, la comparecencia a la audiencia de conciliación
constituye, para las partes, una carga procesal, cuyo incumplimiento, por
lo tanto, no determina la aplicación de sanciones(207). Hacen excepción los
arts. 640(208)y 691 del CPCCN: el primero autoriza al juez para imponer al
demandado que no comparece sin causa justificada una multa, a favor de
la otra parte, y cuyo importe debe depositarse dentro del tercer día contado
desde la fecha en que se notificó la providencia que la impuso; el segundo
508 
 
dispone que la audiencia debe fijarse "bajo apercibimiento de imponer una
multa en caso de inasistencia injustificada".
Tales sanciones se justifican, en el primer supuesto, por la misma
naturaleza del proceso de alimentos, en el que se hallan en juego razones
de solidaridad familiar y de urgencia que requieren un mínimo de
cooperación procesal por parte del eventual sujeto pasivo de la obligación
alimentaria. En la hipótesis del art. 691, la razonabilidad de la sanción
responde a la circunstancia de que la audiencia de conciliación prevista en
dicha norma debe obedecer a la existencia de algún entorpecimiento
procesal provocado por los intervinientes en el juicio sucesorio, y a
quienes, por lo tanto, es justo requerir su colaboración para obviar
los inconvenientes de que se trate(209).
d) Con anterioridad a la vigencia del CPCCN, se consideraba que
la intervención del juez, en la audiencia de conciliación, debía limitarse
a invitar a las partes para que ellas mismas solucionasen sus diferencias,
y que no le era permitido a aquél proponer fórmulas de avenimiento, ya
que tal actitud sería susceptible de comprometer su imparcialidad(210).
Esa interpretación no es compatible con el art. 36, inc. 3º, del CPCCN,
por cuanto éste dispone que "la mera proposición de fórmulas
conciliatorias no importará prejuzgamiento". Tal solución normativa resulta
sin duda acertada, pues siendo el juez quien debe tomar la iniciativa de la
conciliación, convocando a las partes a su presencia, es razonable que
aquél, cuidando emitir opiniones definitivas sobre el fondo de las
cuestiones controvertidas, interiorice a las partes acerca de las bases
sobre las cuales es posible concretar el avenimiento. Carece de sentido,
en otras palabras, que el juez asuma en la audiencia el carácter de mero
espectador, porque si así fuera muy poco es lo que diferenciaría a la
conciliación, como acto procesal, del avenimiento extrajudicial que las
partes pueden concretar en cualquier momento(211).
e) En oportunidad de estudiar los modos anormales de conclusión del
proceso, nos referiremos a la naturaleza y efectos de la conciliación.

196. Facultades instructorias (prueba de oficio)


a) En ocasión de referirnos al alcance del principio dispositivo,
destacamos que si bien la vigencia estricta de éste requeriría que se
confiase exclusivamente a la iniciativa de las partes la posibilidad de
aportar la prueba necesaria para acreditar la existencia o inexistencia de
los hechos controvertidos, la mayor parte de las leyes procesales, incluso
las más firmemente adheridas a dicho principio, admiten, en mayor o

509 
 
menor medida, que el material probatorio incorporado al proceso por las
partes sea complementado o integrado por propia iniciativa del órgano
judicial.
Sin necesidad de incursionar en la fatigosa polémica relativa a la exacta
dosificación de los poderes del juez, ni de adherir a alguna de las
fórmulas extremas o intermedias que se han propuesto con ánimo de
esclarecer ese problema de política procesal, la más clara justificación de
la facultad que analizamos reside, pura y simplemente, en la necesidad de
que la norma individual con que culmina el proceso sea una norma justa.
Si bien, en efecto, sólo a las partes incumbe la aportación de los hechos
sobre los cuales debe versar dicha norma, y ésta debe respetar, en
principio, los hechos afirmados concordantemente por ambas partes, no
ocurre lo mismo cuando media divergencia acerca de la existencia
o inexistencia de los hechos y la actividad probatoria de las partes no
resulta suficiente para engendrar el pleno convencimiento del juez. En esta
hipótesis entran a jugar razones de justicia que no resultarían satisfechas
si el juez, pese a la duda que le deparan las constancias del proceso, se
limitase a aplicar, mecánicamente, las reglas relativas a la distribución de
carga de la prueba(212). Ello afectaría, incluso, la jerarquía de acto
de autoridad que corresponde a la sentencia como acto creador de norma
jurídica.
Los hoy derogados Códigos de la Capital Federal y de la provincia de
Buenos Aires, así como todos los Códigos provinciales que tuvieron como
fuente primordial a la legislación española, admitían, bajo la denominación
de "medidas para mejorar proveer", el ejercicio de facultades instructorias
por parte de los jueces y tribunales(213).
El art. 57 del Código de Procedimiento de la Capital Federal, que
enunciaba las medidas probatorias que los jueces podían disponer de
oficio(214), fue modificado por el art. 21 de la ley 14.237, cuya primera parte
establecía que "en cualquier estado del juicio los jueces y tribunales
podrían disponer las medidas necesarias para esclarecer la verdad de los
hechos controvertidos...".
Pese a los esfuerzos doctrinarios que se pusieron en juego para trazar
una diferencia esencial entre el sentido de ambas normas(215), la
modificación no importó más que introducir un nuevo matiz en el ámbito
de las facultades instructorias, que por una parte fueron extendidas a toda
clase de prueba que el órgano judicial creyese conveniente practicar a los
efectos de formar su convencimiento(216), y por otra parte se autorizó a
ejercer en cualquier estado del proceso(217).
b) El CPCCN ha acentuado ese matiz diferencial en el sentido de la
amplitud de las facultades instructorias, de acuerdo con la orientación
general que lo ha inspirado en materia de extensión de los poderes del
órgano judicial.

510 
 
Aparte de reproducir, en el inc. 4º del art. 36(218)la norma contenida en
el art. 21 de la ley 14.237 ("ordenar las diligencias necesarias para
esclarecer la verdad de los hechos controvertidos..."), el CPCCN hace
referencia a específicas facultades instructorias en los incs. 4º, 5º y 6º de
la mencionada disposición, los cuales autorizan a los jueces para
"disponer, en cualquier momento, la comparecencia personal de las partes
para... requerir las explicaciones que estimen necesarias al objeto del
pleito"; "decidir en cualquier momento la comparecencia de los peritos y
de los testigos para interrogarlos acerca de todo aquello que creyeren
necesario" y "mandar, con las formalidades prescriptas en este Código,
que se agreguen documentos existentes en poder de las partes o de los
terceros, en los términos de los artículos 387 a 389"(219).
Por otra parte, el Código autoriza a los jueces el ejercicio de
facultades instructorias en numerosas disposiciones atinentes a la
producción de los medios de prueba en particular.
Pueden los jueces de oficio, de acuerdo con lo que establecen dichas
disposiciones, interrogar a las partes, en la audiencia de absolución de
posiciones, sobre todas las circunstancias que fueren conducentes a la
averiguación de la verdad (art. 415)(220); pedir a las partes, en la audiencia
destinada a la recepción de declaraciones testimoniales, las explicaciones
que estimaren necesarias sobre los hechos (art. 438)(221); decretar el careo
entre testigos o entre éstos y las partes (art. 448)(222); disponer la
declaración de testigos mencionados por las partes en los escritos de
constitución del proceso, y ordenar que sean examinados los
ya interrogados, para proceder al careo o aclarar sus declaraciones (art.
452)(223); agregar nuevos puntos de pericia a los propuestos por las partes
(art. 460)(224); ordenar: 1º) ejecución de planos, relevamientos,
reproducciones fotográficas, cinematográficas o de otra especie, de
objetos, documentos o lugares, con empleo de medios o instrumentos
mecánicos; 2º) exámenes científicos necesarios para el mejor
esclarecimiento de los hechos controvertidos; 3º) reconstrucción de
hechos, para comprobar si se han producido o pudieron realizarse de una
manera determinada (art. 475)(225); ordenar que los peritos den
las explicaciones que se consideraren convenientes y disponer, cuando lo
estimaren necesario, que se practique otra pericia, o se perfeccione o
amplíe la anterior, por los mismos peritos u otros de su elección (art. 473,
aparts. 1º y 4º)(226), y ordenar el reconocimiento judicial de lugares o de
cosas, así como la concurrencia de peritos y testigos a dicho acto (art.
479)(227).
c) Las facultades instructorias de los jueces se hallan sujetas a tres
clases de limitaciones que se fundan, respectivamente, en la vigencia del
principio dispositivo, en la necesidad de mantener la igualdad de las partes
en el proceso y en la garantía de la defensa en juicio.
De acuerdo con la primera de esas limitaciones, les está vedado a los
jueces disponer la producción de diligencias probatorias que no se refieran
511 
 
a los "hechos controvertidos" en el proceso (art. 36, inc. 4º). Quedan
así excluidos del ámbito de las facultades instructorias de los jueces tanto
los hechos no afirmados por ninguna de las partes, como los hechos
afirmados por una de ellas y expresamente admitidos por la otra(228), salvo,
en esta última hipótesis, que la pretensión verse sobre
derechos indisponibles(229).
Por vincularse con el aspecto que estamos examinando, corresponde
reiterar lo expresado supra, nro. 50, G), en el sentido de que las
facultades instructorias acordadas a los jueces no están destinadas
a excluir o a sustituir la actividad probatoria que incumbe a las partes, y
que éstas deben desarrollar de conformidad con las reglas relativas a la
distribución de la carga de la prueba. Cabe, pues, insistir en la conclusión
de que la actividad judicial en materia probatoria reviste
carácter complementario con respecto a aquella carga de las partes, y su
objetivo consiste en despejar las dudas con que tropiece el
convencimiento del juez en aquellos supuestos en que la prueba producida
por las partes no sea lo suficientemente esclarecedora(230).
La segunda limitación reside en la prohibición de que las
facultades instructorias que la ley concede a los jueces puedan ser
ejercidas para suplir la negligencia en que hubiere incurrido cualquiera de
las partes en la producción de la prueba por ella ofrecida, ya que lo
contrario importaría afectar la igualdad que, como hemos visto, tienen los
jueces el deber de mantener entre los litigantes(231).
La tercera limitación exige que el ejercicio de las facultades examinadas
se ejerza de manera compatible con el derecho de defensa de las partes
(art. 36, inc. 4º). Ello significa, en términos generales, que debe darse a
los litigantes una razonable oportunidad de controlar el diligenciamiento
o el resultado de las medidas probatorias dispuestas de oficio. Por lo tanto,
si se tratara de una medida de prueba que debe producirse en audiencia,
las partes pueden concurrir al acto y ejercer en él las facultades que
normalmente les corresponden (v.gr., repreguntar a los testigos). En
cuanto a las restantes diligencias probatorias (documental, informativa,
pericial), una vez producidas e incorporadas al expediente, corresponde
dar vista a las partes a fin de que formulen las objeciones o requieran
las explicaciones que estimen convenientes(232)e incluso aporten
elementos de juicio tendientes a desvirtuar el resultado de la prueba.
d) En principio, las facultades instructorias que la ley acuerda al órgano
judicial pueden versar sobre cualquier medio de prueba. A nuestro juicio,
sólo se halla excluida la prueba de confesión, pues la forma asertiva con
que deben formularse las posiciones, la circunstancia de que cada una de
éstas importa para el ponente el reconocimiento del hecho a que se
refieren, y la propia índole de la prueba de confesión, que implica el
reconocimiento de un hecho perjudicial al confesante y favorable para la
otra parte, no se compadecen con la necesaria posición de imparcialidad
que debe asumir el órgano judicial. Por otra parte, el art. 415 excluye
512 
 
implícitamente la posibilidad de que el juez exija absolución de posiciones,
ya que sólo lo autoriza para interrogar a las partes "sobre todas las
circunstancias que fueren conducentes a la averiguación de la verdad", es
decir, para formular preguntas tendientes a ilustrarlo sobre los hechos, y
cuyo contenido, por lo tanto, no puede colocar a ninguno de los litigantes
en la disyuntiva de contestar en forma afirmativa o negativa.
e) Con las limitaciones y el alcance precedentemente mencionados, el
ejercicio de las facultades instructorias no es exigible por las partes(233)y
depende exclusivamente de la iniciativa y el arbitrio del órgano judicial(234).
f) La ley no limita la oportunidad en la cual pueden los jueces hacer uso
de dichas facultades, sino que, por el contrario, los autoriza a hacerlo en
cualquier estado de la causa. En el supuesto de ejercerse la facultad
cuando el proceso se halla en condiciones de ser resuelto, todas las
medidas probatorias que el juez dispusiere producir deben ser ordenadas
en una misma resolución, no cabiendo computar a los efectos del plazo
fijado para dictar sentencia, los días que requiere el cumplimiento de
dichas medidas (art. 484, aparts. 1º y 3º)(235).
g) Con anterioridad a la sanción del CPCCN la jurisprudencia tenía
decidido que las medidas para mejor proveer no eran recurribles por vía
de apelación(236), salvo en los supuestos en que hubiesen sido dictadas
con prescindencia de las limitaciones a que hemos aludido(237).
Actualmente, el problema ha sido superado por el principio de
irrecurribilidad de las resoluciones atinentes a la producción, denegación
y sustanciación de las pruebas, contenido en el art. 379 del CPCCN(238).
En consecuencia, las impugnaciones contra providencias dictadas por los
jueces de primera instancia en ejercicio de facultades instructorias, deben
ser formuladas en oportunidad de encontrarse el expediente en la Cámara
con motivo del recurso deducido contra la sentencia definitiva. Es
menester, sin embargo, formular la siguiente distinción: si la medida se
impugna en razón de haber sido ordenada respecto de hechos admitidos
o ajenos al proceso, la cuestión debe plantearse en la expresión de
agravios o en la contestación de ésta; si, en cambio, la objeción radica en
la circunstancia de haberse impedido al interesado la posibilidad de
producir prueba tendiente a desvirtuar el resultado de las diligencias
ordenadas por el juez, aquél debe replantear la cuestión en la oportunidad
fijada por el art. 260, inc. 2º, del CPCCN(239).
h) Las providencias dictadas en uso de facultades instructorias se
notifican por ministerio de la ley (art. 133, CPCCN)(240), salvo que lo hayan
sido con posterioridad al llamamiento de autos para sentencia, en cuyo
caso deben notificarse personalmente (art. 135, CPCCN)(241).
i) Una importante novedad respecto de las facultades instructorias de
los jueces ha llegado de la mano del art. 709 del Código Civil y Comercial
que, para los procesos de familia, establece: "Principio de oficiosidad. En
los procesos de familia el impulso procesal está a cargo del juez, quien
513 
 
puede ordenar pruebas oficiosamente. El impulso oficioso no procede
en los asuntos de naturaleza exclusivamente económica en los que las
partes sean personas capaces".

CAPÍTULO XIII - EL JUEZ (CONT.)


SUMARIO: I. DERECHOS DE LOS JUECES: 197.
Generalidades.— 198. Inamovilidad.— 199.
Irreductibilidad de las remuneraciones.— 200.
Inmunidad al arresto y al procesamiento.—
201. Tratamiento.— 202. Goce de licencias.—
203. Jubilación. II. RESPONSABILIDAD DE LOS
JUECES: 204. Responsabilidad política.— 205.
Responsabilidad civil.— 206. Responsabilidad
penal.— 207. Responsabilidad
disciplinaria. III. RECUSACIÓN
Y EXCUSACIÓN: 208. Generalidades.— 209.
Recusación sin expresión de causa.— 210.
Recusación con expresión de causa.— 211.
Excusación.— 212. Reemplazo.

I. DERECHOS DE LOS JUECES(1)

197. Generalidades
Como funcionarios de un poder del Estado, los jueces son titulares de
diversos derechos que difieren en cuanto a su naturaleza y fundamento.
En la necesidad de asegurar la independencia del Poder Judicial
encuentra justificación el derecho a la inamovilidad y, subsidiariamente, el
de percibir una compensación económica que no puede ser disminuida
mientras el juez ejerza sus funciones. Aparte de los mencionados, la ley
reconoce a los jueces otros derechos que se fundan en la jerarquía del
cargo (inmunidad al arresto y al procesamiento y tratamiento) o en la
simple relación de empleo público (goce de licencias y de jubilación). De
todos ellos nos ocuparemos en los números que siguen.

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198. Inamovilidad
a) En términos generales, la inamovilidad significa que los jueces no
pueden ser privados del ejercicio de sus funciones mediante acto
discrecional de la autoridad que los ha designado, sino tan sólo en virtud
de alguna de las causales previstas por la Constitución o por la ley.
b) Según los principales sistemas conocidos, tales causales pueden
consistir en la caducidad del plazo prefijado para el desempeño del cargo,
en el cumplimiento de determinada edad o en el propio comportamiento
de los magistrados, previamente calificado mediante un proceso de
responsabilidad.
El art. 110 de la Constitución Nacional, en tanto dispone que "los jueces
de la Corte Suprema y de los tribunales inferiores conservarán sus
empleos mientras dure su buena conducta", condiciona la subsistencia del
derecho a la inamovilidad a la última de las causales precedentemente
mencionadas. Los jueces nacionales de cualquier jerarquía, por
consiguiente, son nombrados sin designación de plazo y sólo pueden ser
removidos de sus cargos como consecuencia del denominado "juicio
político" (arts. 53, 59 y 115, CN).
c) La mayor parte de las Constituciones provinciales ha adoptado el
mismo sistema (Buenos Aires, art. 176; Córdoba, art. 154; Corrientes, art.
184; Chaco, art. 154; Chubut, art. 165; Entre Ríos, arts. 189 y 194;
Formosa, arts. 166 y 167; La Pampa, art. 93; Mendoza, art. 151; Misiones,
art. 140; Neuquén, art. 229; Río Negro, art. 199; San Luis, art. 201;
Santiago del Estero, art. 178; Catamarca, arts. 195 y 196; Jujuy, art. 171;
La Rioja, art. 133; San Juan, art. 200; Tucumán, art. 112). Otras adhieren
al sistema de designación por determinado período (Salta, art. 156(2))(3).
Finalmente, el art. 88 de la Constitución de la provincia de Santa Fe
prescribe que la inamovilidad de los jueces cesa a los 75 años si están en
condiciones de obtener jubilación ordinaria.
d) La observancia de "buena conducta", por sí sola, no constituye sin
embargo, una circunstancia susceptible de garantizar un adecuado
desempeño de la función, si no va acompañada de la subsistencia de la
aptitud física y mental del juez. De allí la indudable conveniencia de fijar
un límite máximo para el ejercicio de la judicatura, según lo hacen las leyes
de algunos países europeos (Alemania, Francia, Italia, etc.)(4)y americanos
(Uruguay, Nicaragua y en la República Argentina, como vimos, la provincia
de Santa Fe, entre otras). No parece empero aconsejable que la edad
máxima coincida con la establecida por las leyes jubilatorias, por cuanto,
como se ha señalado(5), aparte de que éstas admiten el retiro de los
funcionarios a una edad en la cual no cabe presumir una disminución de
la capacidad intelectual, existe el riesgo de que se arbitre el sistema de
modificar las leyes respectivas como medio de obtener el alejamiento de
jueces plenamente capacitados. Pese a los casos de excepción que
frecuentemente muestra la experiencia, las edades de 70 y 75 años que

515 
 
son las fijadas por las Constituciones del Uruguay y de Nicaragua, y
alrededor de las cuales oscila la prevista por las leyes europeas,
constituyen un límite razonable para determinar el cese de la inamovilidad
judicial(6).
e) La jurisprudencia ha admitido que, dentro de las facultades de los
gobiernos de facto, se halla incluida la de separar a los jueces de sus
cargos. En el caso "Avellaneda Huergo", la Corte Suprema, tras señalar
que mediante Acuerdo del 10/9/1931 reconoció los actos políticos y
administrativos que el gobierno de hecho había realizado como necesarios
a los fines del movimiento revolucionario de que procedía, declaró que no
habría consecuencia de doctrina en sostener que el Gobierno provincial
pudo destituir al Presidente y Vice de la Nación, a los diputados y
senadores del Congreso todos inamovibles durante el período de su
mandato, salvo el juicio político o el desafuero (arts. 45, 51 y 62, CN(7)), y
que esa medida debiera ser descalificada tratándose de jueces,
agregando que la discreción y eficacia con que el Gobierno de
facto procedió en uno y otro caso están al margen de las facultades de la
justicia(8).
Posteriormente, sin embargo, la Corte declaró que la separación del
juez federal de Córdoba, Dr. Barraco Mármol, dispuesta por decreto del
gobierno surgido de la Revolución de 1943, era violatoria de las garantías
e inmunidades consagradas por los arts. 18, 96, 45, 51 y 52 de la
Constitución Nacional(9). En el caso, la Corte hizo mérito de dos
circunstancias que imprimían al caso características singulares, a saber:
1º) La existencia de una declaración emanada del Poder Ejecutivo en el
sentido de que consideraba definitivamente concluido el período
revolucionario dentro del Poder Judicial, y el consiguiente retorno a la
vigencia del principio de inamovilidad de los jueces asegurado por el art.
96 de la Constitución Nacional. 2º) La total ausencia de motivos
razonables que justificasen la destitución del juez, como habría sido la
comisión de un delito o un grave acto de inconducta. En el caso, por el
contrario, el único motivo de la separación consistió en el supuesto
alzamiento contra la autoridad presidencial que habrían comportado las
resoluciones dictadas por el juez destituido, mediante las cuales hizo lugar
a diversos recursos de hábeas corpus deducidos a favor de personas
detenidas por el Poder Ejecutivo durante el estado de sitio, con
fundamento en que no mediaba "orden escrita de autoridad competente".
La Corte expresó entonces que "ni el Congreso de la Nación hubiera
podido razonablemente remover un juez en la forma y por las
causas invocadas, sin infringir lo dispuesto por el ya citado art. 96 y los
arts. 18, 45, 51 y 52"(10).
Las autoridades surgidas con motivo de la Revolución de 1955, tras
destituir a los jueces de la Corte Suprema y al Procurador General de la
Nación, declararon "en comisión" a todos los miembros del Poder Judicial
y en un mismo acto removieron a gran cantidad de jueces

516 
 
nacionales, aunque mediante el procedimiento indirecto de dejar cesantes
a aquellos a quienes no se confirmó expresamente en sus cargos. Una vez
reorganizado el Poder Judicial, el Gobierno dictó el dec.-ley 6621/1957,
por el cual estableció, con carácter provisional, un Tribunal de
Enjuiciamiento para jueces de primera y de segunda instancias, el que se
hallaba integrado por magistrados y abogados de las correspondientes
circunscripciones territoriales.
Finalmente, la Junta Revolucionaria de 1966 separó de sus cargos a los
jueces de la Corte y al Procurador General de la Nación, reservó la
designación de los reemplazantes al presidente de la República y
estableció, en el art. 7º del Estatuto de la Revolución Argentina, que tanto
los magistrados nombrados para integrar la Corte cuanto los entonces
miembros de los tribunales inferiores de la Nación gozarían de las
garantías que acuerda el art. 110 de la Constitución Nacional. La remoción,
por lo tanto, se limitó a los jueces de la Corte y al Procurador General de
la Nación, respetándose expresamente el derecho a la inamovilidad de los
restantes magistrados nacionales. El art. 8º de dicho Estatuto dispuso,
asimismo, que a los efectos de la remoción de los miembros de la Corte y
tribunales inferiores se dictaría una ley instituyendo un jurado de
enjuiciamiento, hecho que se produjo al promulgarse la ley 16.937 —hoy
derogada—, la cual no incluyó en sus disposiciones a los jueces de la
Corte Suprema (ver infra, nro. 204).
f) Generalmente se sostiene que la inamovilidad no sólo asegura la
permanencia del juez en el desempeño del cargo, sino que comprende
también la sede y el grado, es decir, el derecho de aquél a no ser
trasladado a otra circunscripción territorial ni ser designado en un cargo
superior sin que medie su conformidad(11). Algunas Constituciones
provinciales consagran expresamente tales derechos(12).
El punto, sin embargo, puede presentar diversos matices que no se
prestan a ser resueltos en términos tan generales y categóricos, puesto
que se vincula a una cuestión de tanta relevancia institucional como es la
referente a la oportunidad, la conveniencia y la técnica aconsejables en
materia de organización judicial y de distribución de la competencia entre
los distintos órganos judiciales del Estado.
Por lo pronto, no parece dudoso que el poder constitucionalmente
facultado para crear juzgados y tribunales tenga también suficientes
atribuciones para suprimirlos en el supuesto de que desapareciera la razón
determinante de la creación de tales órganos y éstos carecieran de todo
cometido a cumplir, o su actuación se viera limitada a extremos tales que
hicieren manifiestamente antieconómico su mantenimiento. Tal es lo que
ocurrió, por ejemplo, en nuestro país con la Justicia Nacional Electoral,
cuya competencia primordial consistía en conocer en todos los asuntos
referentes a la formación, constitución, organización, funcionamiento
y extinción de los partidos políticos, y en las cuestiones relacionadas con
la elección, escrutinio y proclamación de los candidatos a cargos electivos
517 
 
(arts. 10 y 21, II, d], dec. 7163/1962). Las disposiciones dictadas por el
Gobierno surgido de la Revolución de 1966, mediante las cuales se
disolvieron los partidos políticos, hicieron desaparecer, indudablemente, el
fundamento de aquella competencia judicial, que dependía de la
subsistencia de dichos partidos y del proceso eleccionario, de manera tal
que el mantenimiento de la justicia electoral sólo hubiese significado un
privilegio personal establecido en favor de los magistrados que integraban
el fuero suprimido(13). Lo mismo ocurriría si, por cualquier razón, llegare a
darse el caso de que el número de órganos judiciales existente en una
determinada circunscripción judicial excediese manifiestamente las
concretas necesidades de aquélla(14). En tales hipótesis, no es dado a su
titular o titulares hacer valer el derecho a la inamovilidad u objetar
legítimamente su traslado a otro fuero o circunscripción territorial.
La conclusión precedente se funda en que el derecho a la inamovilidad
no constituye una mera prerrogativa personal acordada a los jueces, sino,
esencialmente, una garantía derivada de la necesidad de asegurar una
eficiente administración de justicia(15). En la medida en que la inamovilidad
pone a los jueces a cubierto de presiones o de interferencias políticas,
resguardando su independencia e imparcialidad, configura, sin duda, uno
de los medios primordiales tendientes a satisfacer aquella necesidad. Pero
no es menos cierto que mayor importancia reviste, en punto al logro de
ese objetivo, el criterio que se aplique para organizar y distribuir los
órganos judiciales del Estado, pues es evidente que tanto mejor se
encontrarán salvaguardados los derechos de los justiciables cuanto más
eficaz resulte esa organización y distribución. Parece claro, por
consiguiente, que las disposiciones que se adopten en este último aspecto
consultan en mayor medida el interés comunitario que la subsistencia de
la estabilidad, ya que muy escaso o ninguno sería el valor jurídico de ésta
frente a una organización judicial antieconómica y perjudicial(16).
Desde luego que la supresión de juzgados o tribunales, y,
eventualmente, el traslado de sus titulares a otra circunscripción territorial
se hallan condicionados, en cuanto a su validez, a la existencia de serias
e impostergables necesidades públicas, ya que de lo contrario aquellas
medidas podrían convertirse en un medio fácilmente utilizable para allanar
el derecho a la inamovilidad judicial(17). En el orden nacional, es la Corte
Suprema el órgano competente para valorar la concurrencia de las
necesidades determinantes de la medida y para revisar, en consecuencia,
su validez desde el punto de vista constitucional.

199. Irreductibilidad de las remuneraciones

518 
 
a) El derecho a la inamovilidad se complementa con el derecho a
percibir una remuneración que no puede ser alterada en perjuicio del
juez(18). De allí que, como arbitrio tendiente a impedir que la independencia
en el desempeño del cargo resulte afectada por la actividad discrecional
de los poderes públicos competentes en materia presupuestaria, el art.
110 de la Constitución Nacional disponga que los jueces de la Corte
Suprema y de los tribunales nacionales inferiores "recibirán por sus
servicios una compensación que determinará la ley, y que no podrá ser
disminuida en manera alguna mientras permanecieren en sus funciones".
El art. 2º del dec.-ley 1285/1958 agrega que "la compensación será
uniforme para todos los jueces de una misma instancia, cualquiera sea el
lugar donde desempeñen sus funciones".
Con excepción de la Constitución de la provincia de Buenos Aires, las
Constituciones de las restantes provincias argentinas contienen
previsiones sustancialmente análogas(19), agregando algunas de ellas que
la retribución debe ser abonada en "épocas fijas"(20).
b) Una exégesis estrictamente literal del art. 110 de la Constitución
Nacional, y particularmente de la expresión "en materia alguna", condujo
a algunos autores a sostener que la irreductibilidad de los sueldos
judiciales constituye una prohibición absoluta que, como tal, impide que
aquéllos resulten gravados mediante impuestos generales, como es, v.gr.,
el establecido sobre los réditos(21). El mismo criterio ha sido sustentado por
la Corte Suprema de la Nación en diversas oportunidades(22). Por nuestra
parte consideramos que si bien la exención impositiva puede resultar justa
como forma de compensar en alguna medida el estricto régimen
de incompatibilidades que pesa sobre los magistrados judiciales, el criterio
opuesto no adolece de reparos constitucionales en tanto responda a
pautas de generalidad y no se encuentre determinado, en consecuencia,
por propósitos de hostilidad o de represalia contra los integrantes del
Poder Judicial de la Nación(23).
c) Finalmente, interesa destacar que siendo la irreductibilidad de los
sueldos una garantía tendiente a resguardar la independencia del Poder
Judicial frente a los otros poderes, dicha independencia en modo alguno
resulta afectada por la aplicación de multas a los jueces, dispuestas por
los tribunales superiores en ejercicio de facultades disciplinarias(24).

200. Inmunidad al arresto y al procesamiento


a) Los magistrados judiciales de la Nación no pueden ser arrestados
salvo en el caso de ser sorprendidos in fraganti en la ejecución de algún
delito que merezca pena corporal, no excarcelable (art. 21, ley 13.644)(25).
519 
 
b) Asimismo, el procesamiento penal de los jueces nacionales se halla
condicionado a su previa destitución como tales, de acuerdo con las
formas prescriptas para el proceso de responsabilidad política (art. 60, CN)
(infra, nro. 204), una de cuyas causales puede consistir en la comisión de
delitos comunes (art. 53, íd.).
c) Finalmente, es obvio que los jueces, al igual que los legisladores, no
pueden ser acusados, interrogados judicialmente ni molestados por las
opiniones que emitan en sus fallos(26), salvo que a través de éstos incurran
en la comisión de algún delito contra el honor de las partes o de terceros,
en cuyo caso, previo el enjuiciamiento y la destitución del magistrado
responsable, es admisible su procesamiento ante la justicia común(27).

201. Tratamiento
En el orden nacional, el punto se halla regido por una antigua práctica
judicial en cuya virtud los jueces de las Cámaras de Apelaciones y de la
Corte Suprema reciben el tratamiento de "vuestra excelencia"(28), y los
jueces de primera instancia el de "su señoría".
Algunas constituciones(29)y leyes provinciales(30)prevén expresamente
esta cuestión.

202. Goce de licencias(31)

a) Los jueces nacionales tienen derecho al goce de dos clases de licencias: ordinarias y extraordinarias.

Las primeras deben otorgarse a los magistrados que hayan prestado


servicio durante las ferias de enero y de Semana Santa(32), quienes
tendrán derecho a una licencia ordinaria equivalente, cuya oportunidad se
determinará en cada caso teniendo en cuenta las necesidades de la
respectiva oficina. Exceptúase el personal de servicio y maestranza, cuyas
licencias anuales ordinarias se regirán por lo dispuesto para los empleados
de la Administración nacional (art. 24, modificado por Acordada del
3/3/1958(33)).
Las licencias extraordinarias pueden concederse por enfermedad o por
motivos particulares. Las primeras deben ser solicitadas con certificado
médico o previo informe de los médicos oficiales si así se exigiera, de
acuerdo con cuyas constancias pueden otorgarse hasta el término de dos

520 
 
años con goce de sueldo y prorrogarse por otro año sin retribución, aunque
la prórroga de un año puede concederse con goce de sueldo si se trata de
enfermedad contraída en ocasión del trabajo (art. 25, íd.).
Las licencias por motivos particulares sólo pueden ser otorgadas si
media motivo fundado, y solamente por excepción pueden exceder
anualmente de un mes con goce de sueldo, susceptible de ampliación por
dos meses más sin goce de éste (art. 28, íd., modificado por la Acordada
citada).
En todo caso, en oportunidad de pedir licencia, los magistrados
deben expresar si en el curso del año les han sido otorgadas otras (art. 29,
íd.).
La Corte Suprema conocerá de las licencias de más de ocho días que
soliciten los magistrados de todas las instancias y los funcionarios y
empleados de ella. Deberá decidir también respecto de toda licencia
que exceda del término de un mes con excepción de las ordinarias. Las
demás licencias se acordarán por la respectiva Cámara de Apelaciones.
Sin embargo, los jueces podrán dar a sus empleados licencias que
no excedan de cinco días cada tres meses, dando noticia a la Cámara
respectiva. Las licencias que se acuerden por la Cámara de Apelaciones
o por los jueces, serán comunicadas de inmediato a la Corte Suprema, la
que podrá modificarlas en todo o en parte si lo estimare procedente (art.
31, íd., modificado por Acordadas del 3/3/1958 y del 18/8/1966).
b) En el orden provincial, el punto se encuentra regido por las
respectivas leyes orgánicas del Poder Judicial y reglamentos de los
tribunales.

203. Jubilación
En el orden nacional existe un régimen jubilatorio especial instituido en
favor de los ministros de la Corte Suprema, Procurador General de la
Nación, jueces de Cámara, fiscales de Cámara, jueces de
primera instancia y defensores de pobres, incapaces y ausentes ante la
Corte Suprema y tribunales federales inferiores de la Capital (art. 1º, ley
14.019).
Para tener derecho a la jubilación ordinaria se requiere haber cumplido
55 años de edad y acreditar treinta años de servicios, de los cuales deben
haberse prestado a lo menos quince en la administración de justicia. De
acuerdo con el art. 2º de la ley 14.499, el haber de la jubilación ordinaria
era equivalente al 82% móvil de la remuneración mensual asignada al
cargo de que fuere titular el afiliado a la fecha de la cesación en el servicio,

521 
 
pero el art. 15 de la ley 17.310 declaró congelados los beneficios
jubilatorios en el importe que correspondiese de acuerdo con la
remuneración vigente a la fecha de su sanción.

II. RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES

204. Responsabilidad política(34)

a) Es éste el tipo de responsabilidad judicial que reviste mayor amplitud y gravedad. Lo primero porque las
causales que la determinan pueden ser, a su vez, fuente de responsabilidad civil o penal, o bien configurar
conductas que ya han sido objeto de sanción en el ámbito disciplinario. Lo segundo en razón de que pone en tela
de juicio la aptitud del juez para el ejercicio del poder de que se halla investido(35)y da lugar a la sanción más
enérgica que cabe aplicar a un funcionario público en su calidad de tal, como es la separación en el desempeño
del cargo.

205. Responsabilidad civil


a) Incurre en responsabilidad civil, y se halla obligado a la
correspondiente reparación, el juez que, en el ejercicio de sus funciones,
ocasiona un daño por acción u omisión derivados de su culpa o negligencia
(arts. 1109 y 1112, CCiv.)(36).
Interesa destacar, sin embargo, que este tipo de responsabilidad no
comprende todos los errores de que puede adolecer una resolución judicial
en cuanto a la conceptuación jurídica del caso o a la valoración de los
hechos y de la prueba. Debe tratarse, por el contrario, de
errores inexcusables o derivados de la conducta maliciosa del juez, ya que
la admisibilidad de la pretensión resarcitoria frente a cualquier
discrepancia, por fundada que fuere, formulada contra la solución
acordada a los litigios, resultaría manifiestamente inconciliable con el
principio de autoridad que es inherente al ejercicio de la función judicial y
afectaría gravemente la independencia de juicio que requiere el adecuado
desempeño de la magistratura(37).

522 
 
Por otra parte, es necesario atender a la índole de la resolución judicial
a través de la cual se configura la conducta ilícita productora del daño.
Es indudable, en ese orden de ideas, que la responsabilidad civil puede
hacerse efectiva cuando se trata de una resolución irrecurrible o dictada
en última instancia, o bien en el supuesto de que, pese a la circunstancia
de ser admisible y de haberse deducido algún recurso, el efecto de éste
no haya logrado impedir la producción del daño, como ocurre, v.gr., con
las medidas cautelares, respecto de las cuales el recurso sólo procede en
efecto devolutivo. Si se trata, en cambio de una resolución recurrible en
efecto suspensivo, la enmienda de los errores que puede contener sólo
cabe a través de la interposición y subsiguiente trámite del
correspondiente recurso. Si éste, por lo tanto, no ha sido deducido, o
posteriormente es declarada su deserción, la eventual pretensión
resarcitoria sería inadmisible por ausencia de suficiente interés jurídico,
pues la falta de interposición del recurso o su posterior abandono implican
el consentimiento de la respectiva resolución y la tácita renuncia a
reclamar por los daños que ha ocasionado. Ello, desde luego, sin perjuicio
de los otros tipos de responsabilidad incluso política que pueden hacerse
efectivas contra el juez que incurrió en cumplimiento irregular de sus
funciones.
b) Corresponde señalar, finalmente, que la pretensión de daños y
perjuicios deducida contra un juez en el supuesto de actos ilícitos
cometidos en el desempeño de sus funciones(38), se halla condicionada,
desde el punto de vista de su admisibilidad extrínseca, a la circunstancia
de que aquél haya cesado en el cargo, sea en virtud de destitución
dispuesta con motivo de un proceso de responsabilidad política(39), sea
como consecuencia de haber concluido el desempeño de sus funciones
por renuncia o por haberse acogido al beneficio jubilatorio(40).

206. Responsabilidad penal


Este tipo de responsabilidad tiene lugar cuando el juez, en el ejercicio
de sus funciones, realiza alguna de las conductas tipificadas como delitos
por el Código Penal.
Las figuras delictivas que dicho Código describe con específica
referencia a los jueces se encuentran comprendidas en los capítulos
referentes al cohecho, al prevaricato y a la denegación o retardo de
justicia.
El art. 257 del Código Penal considera incurso en el delito de cohecho
al magistrado del Poder Judicial o del Ministerio Público que por sí o por
persona interpuesta, recibiere dinero o cualquier otra dádiva o aceptare
523 
 
una promesa directa o indirecta para emitir, dictar, retardar u omitir dictar
una resolución, fallo o dictamen, en asuntos sometidos a su competencia.
Al delito de prevaricato se refieren los arts. 269 y 270. El primero
sanciona con multa de pesos tres mil a pesos setenta y cinco mil
e inhabilitación absoluta perpetua al juez que dictare resoluciones
contrarias a la ley expresa invocada por las partes o por él mismo o citare,
para fundarlas, hechos o resoluciones falsas. Si la sentencia fuere
condenatoria en causa criminal, la pena será de tres a quince años de
reclusión o prisión e inhabilitación absoluta perpetua. Lo dispuesto en
el párr. 1º de este artículo será aplicable, en su caso, a los árbitros y
arbitradores amigables componedores. El segundo dispone que será
reprimido con multa de pesos dos mil quinientos a pesos treinta mil
e inhabilitación absoluta de uno a seis años, el juez que decretare prisión
preventiva por delito en virtud del cual no proceda o que prolongare la
prisión preventiva que, computada en la forma establecida en el art. 24,
hubiere agotado la pena máxima que podría corresponder al procesado
por el delito imputado.
Finalmente, el Código Penal tipifica como delitos de denegación y de
retardo de justicia a las conductas que se configuran, respectivamente, por
el hecho de negarse a juzgar so pretexto de oscuridad, insuficiencia o
silencio de la ley, y por el de retardar maliciosamente la administración de
justicia después de haber sido el juez requerido por las partes y de
vencidos los plazos legales (art. 273).
De la misma manera que en el caso de responsabilidad civil, el
procesamiento del juez se halla condicionado a su cesación en el ejercicio
del cargo.

207. RESPONSABILIDAD DISCIPLINARIA(41)


A) SE PRODUCE ESTA CLASE DE RESPONSABILIDAD EN VIRTUD DE HECHOS
QUE, SIN PERJUICIO DE GENERAR OTRO TIPO DE SANCIONES, COMPROMETEN EN
FORMA DIRECTA LA EFICAZ PRESTACIÓN DEL SERVICIO PÚBLICO JUDICIAL. SE
HACE EFECTIVA, POR LO TANTO, EN EL ORDEN INTERNO DE LA ADMINISTRACIÓN
DE JUSTICIA, A TRAVÉS DE LOS PODERES DE SUPERINTENDENCIA ASIGNADOS A
LOS TRIBUNALES SUPERIORES.

Con relación a los jueces nacionales existen, fundamentalmente, las


siguientes causales de responsabilidad disciplinaria: 1º) las faltas a la
consideración y respeto debidos a los tribunales superiores o a alguno de
sus miembros(42); 2º) los actos ofensivos al decoro de la administración de
justicia(43); 3º) la falta o negligencia en el cumplimiento de sus deberes(44);

524 
 
4º) la violación del régimen de incompatibilidades instituido por las leyes
orgánicas y reglamentos judiciales (arts. 11, inc. 4º, y 23, ley 4055; 103, ley
1893; 6º, ley 12.330, y 8º, RJN).
En cuanto a las sanciones aplicables por la comisión de tales hechos,
pueden consistir en prevención, apercibimiento, multa, suspensión no
mayor de treinta días, cesantía y exoneración (art. 16 del dec.-ley
1285/1958, sustituido por ley 24.289).
Las sanciones disciplinarias aplicadas por la Corte Suprema de Justicia
de la Nación, por la Cámara Federal de Casación Penal, por la Cámara
Nacional de Casación en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal,
por las Cámaras Nacionales de Apelaciones y por los tribunales orales
sólo serán susceptibles de recursos de reconsideración. Las sanciones
aplicadas por los demás jueces nacionales serán apelables por ante las
Cámaras de Apelaciones respectivas. Los recursos deberán deducirse en
el término de tres días (art. 19, dec.-ley 1285/1958, sustituido por ley
26.371). La Corte Suprema podrá conocer originariamente respecto de las
faltas imputadas a cualquier funcionario o empleado de la justicia nacional.
Sus resoluciones sólo serán susceptibles de recurso de reconsideración,
que deberá deducirse en el término de tres días. Igual término regirá para
este recurso contra las decisiones de las Cámaras Nacionales que
apliquen en instancia única sanciones disciplinarias (art. 23, RJN).
Las sanciones que los jueces de primera instancia apliquen a los
funcionarios o empleados bajo su dependencia serán apelables, dentro del
tercer día, para ante la Cámara Nacional respectiva, cuya resolución será
irrecurrible y comunicada de inmediato por la Cámara a la Corte Suprema
de Justicia. Igual comunicación deberán hacer los jueces de
primera instancia, cuando las sanciones que apliquen sean consentidas, y
también las Cámaras Nacionales, de las sanciones firmes aplicadas
en instancia única. En todos los casos, la Corte Suprema podrá avocar las
actuaciones y decidir lo que estime pertinente.
Las sanciones de prevención, apercibimiento, multa hasta quinientos
pesos y arresto hasta cinco días, podrán ser aplicadas por los tribunales
nacionales a los abogados, procuradores y demás profesionales auxiliares
de la justicia, oficiales o no, y a los litigantes u otras personas y deberán
ser comunicadas a la Corte Suprema en la forma establecida
precedentemente (art. 22, RJN).
b) En el orden provincial, este tipo de responsabilidad está
reglamentado en las respectivas Leyes Orgánicas del Poder Judicial, las
cuales prevén la aplicación de sanciones semejantes a las que hemos
mencionado, y algunas, incluso, hasta la suspensión del juez(45).

525 
 
III. RECUSACIÓN Y EXCUSACIÓN(46)

208. Generalidades
a) Denomínase recusación(47)al medio acordado por la ley para apartar
del conocimiento de un determinado proceso al juez cuyas relaciones o
situación con alguna de las partes, o con la materia controvertida en aquél,
sean susceptibles de afectar la garantía de imparcialidad que es inherente
al ejercicio de la función judicial.
La excusación se configura, en cambio, cuando las mencionadas
circunstancias determinan el apartamiento espontáneo del juez.
b) Ambas instituciones se hallan contempladas por los arts.
14 a 33 del CPCCN, que enuncian las causales de recusación, establecen
el procedimiento a seguir y extienden dichas causales a los supuestos
de excusación, aunque previendo respecto de ésta un margen más amplio
de apreciación judicial. Reglamentan, asimismo, un tipo anómalo de
recusación, como es la denominada "sin expresión de causa".
c) Tanto la recusación como la excusación, en el caso de ser
admisibles, provocan una alteración en el régimen de turnos establecido
para los jueces (arts. 16, 26y 28, CPCCN), y en ciertos supuestos pueden
determinar un desplazamiento de la competencia por razón de la materia,
como ocurre cuando una Cámara de Apelaciones debe integrarse con
miembros de otra (art. 31, dec.-ley 1285/1958).

209. Recusación sin expresión de causa

A) Concepto

526 
 
a) Se trata de un tipo anómalo de recusación(48), ya que fuera de ciertas
limitaciones de tiempo y de forma que luego se analizarán, no requiere la
demostración de ninguna circunstancia capaz de arrojar sospechas sobre
la imparcialidad del juez, y su utilización se halla exclusivamente librada a
la voluntad de las partes(49).
b) Desde un punto de vista teórico no faltan razones para excluir a
esta institución de las leyes procesales(50). Entre otras, se suele hacer
hincapié en la circunstancia de que corresponde presumir, en los jueces
del Estado, las condiciones de honestidad e imparcialidad necesarias para
el desempeño de sus funciones, siendo razonable suponer que, en la
hipótesis de mediar un impedimento legítimo, el juez ha de abstenerse
de intervenir en el asunto. También se arguye que la recusación
sin expresión de causa constituye un remedio frecuentemente utilizado
con el deliberado propósito de obstruir o dilatar el curso de los
procedimientos, y que incluso puede hacer ilusoria la distribución
proporcional de los procesos entre los distintos jueces a que tiende la
fijación de turnos(51).
Existen, sin embargo, razones de orden práctico que no aconsejan, al
menos en cuanto a nuestros medios judiciales concierne, la exclusión
absoluta de este tipo de recusación. Una de ellas es que acuerda la
posibilidad de apartar del conocimiento del proceso a un juez que, pese a
hallarse incurso en alguna causal de recusación, la prueba de los hechos
que la configuran resulta de imposible o dificultosa producción. Otra razón
reside en la conveniencia de brindar a las partes una mínima garantía de
selección, merced a la cual puedan evitarse los inconvenientes derivados
de la actuación de un magistrado negligente. Existen, por último,
numerosas situaciones de hecho que, sin configurar estrictamente
causales de recusación previstas por la ley, ni poder encuadrarse en ellas
pese al alcance más amplio que se les asigne, implican el riesgo de un
proceder judicial no exento de favoritismo hacia alguna de las partes(52). El
CPCCN, sin embargo, reglamenta este tipo de recusación en forma
compatible con la razonable celeridad que debe presidir el desarrollo del
proceso, y excluye la posibilidad de deducirla en los procesos sumario(53)y
sumarísimo(54).
c) Interesa destacar, finalmente, que siendo la recusación sin causa un
derecho instituido en el exclusivo interés de las partes, es válida su
renuncia por vía contractual(55).

B) Oportunidad

527 
 
Al respecto es menester distinguir según que la recusación se deduzca
contra un juez de primera instancia o un juez de la Corte Suprema cuando
ésta interviene en instancia originaria, o contra un juez de una Cámara de
Apelaciones o de la Corte en los supuestos en que este tribunal ejerce
competencia por vía de recurso(56).
a) En el primer supuesto, el actor puede recusar sin expresión de causa
al entablar la demanda o en su primera presentación; el demandado, en
su primera presentación, antes o al tiempo de contestar la demanda, o de
oponer excepciones en el juicio ejecutivo, o de comparecer a la audiencia
señalada como primer acto procesal (art. 14, apart. 2º, CPCCN)(57).
Por consiguiente, el actor pierde el derecho de deducir esta clase de
recusación en el supuesto de no haberlo ejercido en oportunidad de
realizar cualquier acto procesal con anterioridad a la presentación de la
demanda, como puede ser, por ejemplo, la solicitud de alguna de las
medidas preliminares que prevén los arts. 323 y 326 del CPCCN(58)y (59).
Por su parte, el demandado debe normalmente ejercer su derecho en
oportunidad de cumplir alguno de los siguientes actos procesales: 1º)
contestar la demanda si se trata de un proceso ordinario(60); 2º)
oponer excepciones en el juicio ejecutivo; 3º) comparecer a la audiencia
que la ley fije, a su respecto, como primer acto procesal. Tal es, v.gr.,
la audiencia prevista en el art. 639 del CPCCN(61)en relación con el juicio
de alimentos(62).
Pero el demandado consiente la intervención del juez cuando no hace
uso del derecho de recusar en ocasión de cumplir cualquier acto procesal
anterior a los precedentemente mencionados, como pueden ser, por
ejemplo, la oposición de excepciones de previo y especial
pronunciamiento en el proceso ordinario; la impugnación de una medida
cautelar dispuesta en cualquier clase de procesos(63); la comparecencia al
reconocimiento de firma ordenada como medida preparatoria del juicio
ejecutivo(64); etcétera.
En concordancia con reiterada jurisprudencia establecida con
anterioridad a su sanción, el CPCCN dispone que, en el supuesto de haber
omitido el cumplimiento de los actos procesales antes mencionados
(contestación de demanda, oposición de excepciones, etc.), el demandado
no puede ejercer en adelante el derecho de recusar sin expresión de causa
(art. 14, apart. 3º)(65). El mismo efecto se produce en el supuesto de que,
por no acompañarse dentro del plazo legal las copias de los respectivos
escritos, éstos son tenidos por no presentados(66).
b) La recusación sin expresión de causa ante una Cámara de
Apelaciones debe limitarse a uno de los jueces integrantes de esos
tribunales y deducirse al día siguiente de la notificación de la primera
providencia que se dicte (art. 14, apart. 4º, CPCCN)(67).

528 
 
c)(68)Sobre esta materia, la ley 22.434 no innovó respecto del régimen
establecido por el art. 14 del CPCCN, con las modificaciones que a éste
le introdujo la ley 19.419 (arts. 1º y 2º), razón por la cual es menester
distinguir según que la recusación sin expresión de causa se deduzca
contra un juez de primera instancia o contra un juez de una Cámara de
Apelaciones, ya que la ley citada en último término suprimió ese tipo de
recusación contra los jueces de la Corte Suprema de Justicia, sea que
ésta intervenga por vía de recurso o en instancia originaria(69).
d) En relación con la primera de las hipótesis señaladas, la ley de
reformas reprodujo el texto del art. 14 del CPCCN, disponiendo, en
consecuencia, lo siguiente: "Los jueces de primera instancia podrán ser
recusados sin expresión de causa. El actor podrá ejercer esta facultad al
entablar la demanda o en su primera presentación; el demandado, en su
primera presentación, antes o al tiempo de contestarla, o de
oponer excepciones en el juicio ejecutivo, o de comparecer a la audiencia
señalada como primer acto procesal. Si el demandado no cumpliere esos
actos, no podrá ejercer en adelante la facultad que le confiere este
artículo".
Respecto de la segunda hipótesis, expresa el art. 14 reproduciendo
igualmente el texto anterior a la reforma que "también podrá ser recusado
sin expresión de causa un juez de las Cámaras de Apelaciones, al día
siguiente de la notificación de la primera providencia que se dicte", es
decir, al día siguiente de notificada la providencia que ordena poner
el expediente en la oficina o la providencia de autos, según se trate,
respectivamente, de recurso concedido libremente o en relación (arts. 259
y 275, CPCCN).

C) Límites
a) La facultad de recusar sin expresión de causa puede usarse una vez
en cada caso (art. 15, CPCCN). De ello se deduce, en primer lugar, que si
el actor se abstuvo de recusar en la oportunidad fijada por la ley, y el
proceso pasa a conocimiento de otro juez con motivo de una recusación
deducida por el demandado, aquél no puede recusar sin expresión de
causa al nuevo magistrado interviniente(70). En segundo lugar, la norma
mencionada impide que la facultad renazca ante la intervención de un
nuevo juez, sea por haber sido designado en sustitución del anterior, sea
como consecuencia de la excusación o de la recusación con causa de este
último(71).
b) De conformidad con reiterada jurisprudencia anterior, el art. 15 del
CPCCN establece, en su segundo párrafo, que cuando sean varios los
529 
 
actores o los demandados (es decir, en los casos de litisconsorcio activo
y pasivo, respectivamente), sólo uno de ellos podrá ejercer la facultad de
recusar sin expresión de causa(72). La razonabilidad de esta limitación
reside en el hecho de que si se reconociese individualmente a cada
litisconsorte la facultad de deducir este tipo de recusación, no sólo podría
diferirse indefinidamente la radicación definitiva de las causas, con grave
menoscabo de la celeridad procesal, sino que además existiría el riesgo
de que, a través de sucesivas recusaciones, resultaran inhabilitados todos
los jueces que integran el fuero correspondiente.

D) Quiénes pueden recusar sin expresión de causa


a) Aunque el art. 14 del CPCCN alude al actor y al demandado, la
facultad de recusar sin expresión de causa corresponde también a todas
aquellas personas que lleguen a adquirir el carácter de parte, sea en el
proceso principal o en alguno de sus incidentes. Asimismo, son titulares
de este derecho los peticionarios en el proceso voluntario.
De allí que la jurisprudencia haya reconocido tal facultad al tercerista en
relación con la tercería(73); al tercero coadyuvante tenido por parte
mediante resolución consentida(74); al presunto beneficiario de la
transferencia de la locación cuya validez se cuestiona en el juicio de
desalojo(75); al curador que actuando por primera vez por derecho propio
solicita la regulación de sus honorarios(76); y, en general, a quien promueve
un incidente, aunque sólo con respecto al trámite de éste(77).
En cambio, se ha negado la facultad de recusar sin expresión de causa,
en razón de no revestir calidad de partes, al denunciado como insano(78);
a los subinquilinos en el juicio de desalojo(79); al que sin haber sido
nominativamente demandado se presenta en el expediente contestando la
demanda e invocando el carácter de derechohabiente del destinatario
(locatario) de la pretensión(80); al administrador de la sociedad demandada
que se presenta en la causa por derecho propio negando su calidad de
socio de la sociedad demandada(81); etcétera.
b) En síntesis, cabe considerar habilitados para ejercer el derecho
analizado a: 1º) quien deduce o frente a quien se deduce una pretensión
procesal; 2º) quien deduce una petición procesal extracontenciosa; 3º)
quien, invocando un derecho y un interés propios(82), promueve una
cuestión incidental; 4º) quien adhiere, en calidad de litisconsorte, a la
posición procesal asumida por cualquiera de las partes originarias.
Corresponde sin embargo excluir de este último supuesto al tercero
adherente simple (art. 90, inc. 1º, CPCCN), quien reviste el carácter de
parte accesoria y debe subordinar su actuación al de la parte principal. A
530 
 
lo que cabe añadir, finalmente, que el tercero adherente litisconsorcial no
puede recusar sin expresión de causa si esa facultad ya ha sido ejercida
por el litigante originario (art. 15, párr. 2º, CPCCN).

E) Clases de procesos en que corresponde


a) Con excepción del proceso sumarísimo (art. 498, CPCCN)(83), la
recusación sin expresión de causa es admisible en toda clase de
procesos, sean contenciosos o voluntarios, aunque con las limitaciones
que seguidamente enunciaremos en relación con estos últimos(84).
En el proceso sucesorio, el derecho de recusar corresponde a los
herederos que acrediten prima facie su calidad de tales en los términos del
art. 689 del CPCCN(85), siempre que aquél no haya sido ejercido por otro
heredero que se presentó con anterioridad(86), pues median en el caso las
mismas razones que se oponen al ejercicio individual de este derecho por
cada uno de los litisconsortes. También corresponde al albacea
testamentario(87), pero no a los legatarios(88)ni a los acreedores(89).
En el derogado régimen del concurso civil voluntario, el deudor podía
ejercer el derecho de recusar sin expresión de causa en su primera
presentación(90). Si se trataba de concurso necesario(91), la recusación
podía ser deducida por el acreedor en el escrito inicial(92)y por el deudor en
la oportunidad prevista en el art. 683 del CPCCN. Los acreedores no
podían recusar con posterioridad a la resolución que decretaba la apertura
del concurso, pues desde entonces se hallaban representados por el
síndico(93); pero tal derecho le correspondía al acreedor que solicitaba la
formación de concurso especial, con respecto a los trámites de éste(94).
Finalmente, en virtud de la especificidad de las disposiciones
procesales contenidas en la ley 11.719(95), la recusación sin expresión de
causa no era admisible en los juicios de quiebra(96)y de convocatoria de
acreedores(97).
b)(98)De acuerdo con el CPCCN en su versión originaria, la recusación
sin expresión de causa era admisible en toda clase de procesos, fuesen
contenciosos o voluntarios, con excepción de los procesos sumarios y
sumarísimos (arts. 486 y 498).
La ley 22.434 amplió el ámbito dentro del que puede ejercerse la
facultad examinada, pues dispuso, mediante el párrafo final introducido en
el art. 14, que "no procede la recusación sin expresión de causa en el
proceso sumarísimo ni en las tercerías". Ambas excepciones son
justificadas: la primera en razón de la máxima abreviación formal que
caracteriza al proceso sumarísimo; la segunda porque la tercería es un

531 
 
proceso cuyo conocimiento está atribuido al juez que interviene en el juicio
principal a raíz de una regla específica (art. 6º, inc. 1º, CPCCN) fundada
en motivos de conexión instrumental(99).
Finalmente, la ley 25.488 añadió, a las excepciones previstas en el texto
anterior del art. 14 del CPCCN, "el juicio de desalojo y en los procesos de
ejecución", lo cual debe estimarse plausible si se tiene en cuenta que es
en esta clase de juicios en los que suele abusarse, con fines dilatorios, del
tipo de recusación de que se trata. Cuadra empero observar que el
legislador incurrió en contradicción, o al menos en desprolijidad, al
mantener, en el párr. 2º de la misma norma, la posibilidad de que el
demandado ejerza la facultad de recusar sin expresión de causa en
oportunidad de oponer excepciones en el juicio ejecutivo(100).

F) Efectos
a) "Deducida la recusación sin expresión de causa —dice el art. 16 del
CPCCN(101)— el juez recusado se inhibirá pasando las actuaciones, dentro
del primer día hábil siguiente, al que le sigue en el orden del turno, sin que
por ello se suspendan el trámite, los plazos, ni el cumplimiento de las
diligencias ya ordenadas".
b) Formulada, pues, la recusación sin expresión de causa de la que no
cabe desistir(102), el juez recusado debe desprenderse inmediatamente del
conocimiento del proceso y remitirlo al juez que le sigue en el orden del
turno(103)dentro del plazo fijado por la norma transcripta, no pudiendo, bajo
pena de nulidad, producir actuación alguna en el expediente, como no sea
proveer sobre la recusación(104).
El juez recusado, sin embargo, tiene facultades para examinar tanto la
oportunidad de la recusación como la calidad de parte de quien la
deduce(105), pudiendo por lo tanto desestimarla en el supuesto de que no
concurra alguno o ambos de esos requisitos(106). Asimismo, existe
reiterada jurisprudencia establecida en el sentido de que el juez recusado
está habilitado para resolver una nulidad articulada en el mismo escrito en
que se deduce la recusación sin expresión de causa, si de tal resolución
depende determinar la oportunidad de aquélla(107).
Cabe añadir que la resolución que hace lugar a la recusación no queda
firme mientras ésta no haya sido aceptada por el juez a quien se han
remitido las actuaciones, ya que este último también puede verificar la
concurrencia de los requisitos antes mencionados(108)y se halla, por lo
tanto, facultado para rechazarla, en cuyo caso la cuestión debe ser
resuelta por la Cámara de Apelaciones correspondiente (art. 13, CPCCN).

532 
 
c) Admitida la recusación sin expresión de causa en el proceso principal,
queda también excluida la intervención del juez en los incidentes. También
cabe la situación inversa, siempre que no se haya consentido
la intervención del juez en el proceso principal(109). Asimismo, interesa
recordar que la recusación deducida por quien es parte en el incidente, y
no en el principal, sólo produce efectos en relación con las actuaciones
del incidente(110).
d) En el supuesto de que la recusación se haya planteado contra uno
de los jueces de la Corte Suprema o de una Cámara de Apelaciones, el
efecto de aquélla consiste en apartar al juez recusado del conocimiento de
la causa, debiendo integrarse el tribunal en el caso de que los jueces
restantes no concuerden en la solución del caso (nros. 209, F], y 210, D]).
e) La recusación sin expresión de causa, finalmente, no suspende el
trámite, los plazos o el cumplimiento de las diligencias ya ordenadas. De
modo que, por ejemplo, la recusación deducida por el ejecutado citado a
reconocer firmas no suspende el plazo procesal para reconocerlas o
negarlas, pudiendo el nuevo juez tener por reconocidas las firmas sin
necesidad de disponer nuevas citaciones a ese fin(111); el hecho de
deducirse recusación en un juicio de alimentos no determina el
aplazamiento de la audiencia fijada en los términos del art. 639 del
CPCCN; etcétera.
f)(112)De conformidad con la redacción que le imprimió la ley 22.434, el
art. 16 del CPCCN prescribe lo siguiente: "Deducida la recusación
sin expresión de causa, el juez recusado se inhibirá pasando las
actuaciones, dentro del primer día hábil siguiente, al que le sigue en el
orden del turno, sin que por ello se suspendan el trámite, los plazos, ni el
cumplimiento de las diligencias ya ordenadas.
"Si la primera presentación del demandado fuere posterior a los
actos indicados en el segundo párrafo del art. 14, y en ella promoviere la
nulidad de los procedimientos recusando sin expresión de causa, dicha
nulidad será resuelta por el juez recusado".
El primer párrafo de la norma transcripta sólo innovó con respecto al
régimen legal anterior en tanto acordó mayor precisión al plazo que debe
observarse para remitir el expediente al juez que le sigue al recusado en
el orden del turno.
El segundo párrafo receptó la doctrina consagrada por diversos
precedentes judiciales(113)y se justifica porque, en el supuesto de que la
nulidad prospere, la retrogradación del procedimiento que aquélla lleva
aparejada debe necesariamente producirse hasta una etapa en la cual el
demandado pudo válidamente ejercer la facultad de recusar. En otras
palabras, dependiendo del resultado de la impugnación determinar si la
recusación fue o no oportuna, es razonable conferir al propio juez recusado
la potestad de pronunciarse acerca de la procedencia de dicha
impugnación.
533 
 
210. Recusación con expresión de causa

A) Reglas aplicables
Este tipo de recusación se halla regido por las mismas reglas que la
recusación sin expresión de causa en cuanto a quiénes pueden deducirla
y, con la salvedad que luego enunciaremos, a la oportunidad de su
formulación.
Fuera de que requiere la invocación y eventual demostración de
algunas de las circunstancias expresamente previstas por la ley, difiere de
la recusación sin expresión de causa en que: 1º) el ejercicio del
correspondiente derecho no está limitado a una sola vez, y puede, por
consiguiente, usarse de él tantas veces como causales de recusación
sobrevengan o lleguen a conocimiento de las partes durante el desarrollo
del proceso; 2º) puede deducirse en cualquier clase de procesos, incluso
en los sumarísimos; 3º) en los órganos colegiados no se halla limitada a
uno solo de sus integrantes; 4º) no es contractualmente renunciable, pero
puede ser desistida(114).
Cabe señalar, finalmente, que funciona autónomamente con respecto a
la recusación sin expresión de causa, y puede, por lo tanto, deducirse con
prescindencia de que se haya ejercido o no el derecho de formular esta
última.

B) Causales de recusación
Están previstas en el art. 17 del CPCCN, cuya enunciación es
suficientemente amplia en orden a la conceptuación de los supuestos que
legítimamente autorizan a poner en duda la imparcialidad judicial.
Según dicha norma, son causas legales de recusación:
1º) El parentesco por consanguinidad dentro del cuarto grado y segundo
de afinidad con alguna de las partes, sus mandatarios o letrados. El

534 
 
fundamento de esta norma reside, como es obvio, en la posibilidad de que
el afecto que normalmente suscita el vínculo familiar comprometa la
imparcialidad del juez. La extensión de la causal a los mandatarios y
letrados(115)encuentra suficiente justificación en el hecho de que cabe
presumir en ellos un lógico interés en el triunfo de la parte a quien
representan o patrocinan.
Aunque la ley no alude expresamente a los casos del cónyuge
divorciado o del matrimonio anulado, ellos encuadran sin duda en el
sentido del precepto analizado, aunque ya no influiría, desde luego, la idea
de afecto, sino la de un sentimiento posiblemente adverso al recusante(116).
2º) Tener el juez o sus consanguíneos o afines dentro del
grado expresado en el inciso anterior, interés(117)en el pleito o en otro
semejante(118), o sociedad o comunidad con algunos de los litigantes,
procuradores o abogados, salvo que la sociedad fuese anónima. El
"interés" puede ser directo o indirecto, material o moral, y se configura toda
vez que la sentencia a dictar sea susceptible de beneficiar o de perjudicar
al juez o a sus parientes(119), como ocurriría en el supuesto de que aquélla
engendrara una responsabilidad subsidiaria o refleja para uno u otros.
Por "pleito semejante" debe entenderse aquel en el cual se discutan las
mismas cuestiones que en el proceso donde se recusa, de modo tal que
la solución acordada a éste pueda influir, como precedente, en la del otro.
Dentro de esta causal se halla comprendido el caso de que el juez, o
sus parientes en los grados mencionados, tengan directa participación en
cualquier sociedad o asociación que sea parte en el proceso, porque en la
medida en que los intereses de los socios o asociados se identifican con
los del ente respectivo, es legítimo presumir que el resultado del pleito no
es indiferente para aquéllos(120).
La segunda parte del inciso (sociedad o comunidad con alguno de los
litigantes, etc.) tiene fundamento en el riesgo de que la affectio
societatis incida eventualmente en el ánimo del magistrado. Aunque la
jurisprudencia ha establecido que la causal no está limitada a las
sociedades o comunidades que persiguen propósitos lucrativos, sino que
debe considerarse extensiva a las simples asociaciones (clubes,
entidades deportivas, intelectuales, sociales, etc.)(121). En este último
supuesto el criterio de apreciación debe ser más estricto y tener en cuenta,
fundamentalmente, la naturaleza y composición numérica del ente
colectivo.
3º) Tener el juez pleito pendiente con el recusante. Es necesario que el
juicio se haya promovido antes de haber tomado el juez intervención en la
causa, pues en caso contrario estaría en manos de cualquiera de las
partes crear una causal de recusación mediante el simple arbitrio de
entablar una demanda contra el juez. Distinto sería el caso, naturalmente,
si fuese el propio juez quien iniciase el pleito.

535 
 
4º) Ser el juez acreedor, deudor o fiador de alguna de las partes,
con excepción de los bancos oficiales. Este inciso contempla la posibilidad
de que la actuación del juez se encuentre afectada por intereses
económicos susceptibles de crear presiones o favoritismos respecto de
cualquiera de las partes. La exclusión de los bancos oficiales, ya
establecida por la jurisprudencia anterior a la vigencia del CPCCN(122), se
justifica en razón de la generalidad y extensión de las operaciones que
realizan.
5º) Ser o haber sido el juez denunciador o acusador del recusante ante
los tribunales, o denunciado o acusado ante los mismos tribunales, con
anterioridad a la iniciación del pleito. La denuncia o acusación debe versar
sobre la autoría, complicidad o encubrimiento en la comisión de un delito,
cualquiera fuere la naturaleza de éste. Corresponde interpretar, sin
embargo, que el requisito de la "anterioridad" rige, como en el caso del inc.
3º, con respecto al recusante y no al juez, salvo que éste haya actuado en
cumplimiento de la obligación que a todo funcionario público impone el art.
177 del Código de Procedimiento en lo Criminal(123).
6º) Ser o haber sido el juez denunciado por el recusante en los términos
de la ley de enjuiciamiento de magistrados(124), siempre que la Corte
Suprema hubiere dispuesto dar curso a la denuncia. No basta, por lo tanto,
la mera acusación ante la Corte(125), sino que además es necesario que
ésta le haya dado curso de acuerdo con lo dispuesto en el art. 15, inc. c),
de la ley 16.937 (supra, nro. 204).
7º) Haber sido el juez defensor de alguno de los litigantes o emitido
opinión o dictamen o dado recomendaciones acerca del pleito, antes o
después de comenzado. Las circunstancias descriptas en este inciso
configuran la causal corrientemente llamada "prejuzgamiento", en cuya
virtud es admisible apartar del conocimiento del proceso al juez que, sea
como apoderado, letrado(126), perito o funcionario judicial,
haya exteriorizado su opinión acerca de la forma de resolver las
cuestiones debatidas en aquél.
Entre otros casos, la jurisprudencia ha admitido la existencia de esta
causal si en otro juicio íntimamente vinculado con aquél en el cual se
recusa, y sobre una materia que concierne al fondo del asunto, ha mediado
declaración judicial expresa acerca del derecho de compradora preferente
alegado por la actora(127); si el juez, al resolver sobre el pedido de
levantamiento de una medida de no innovar, entra a valorar la prueba en
que se funda dicho pedido y rechaza en base a ellas medidas urgentes
pedidas para cumplir dicha orden(128); si, en lugar de limitarse a
analizar prima facie el vínculo jurídico invocado para decretar o negar una
medida cautelar, el juez excede esos límites y califica asertivamente la
relación jurídica de que se trata(129); si, con anterioridad a la oportunidad
en que corresponde emitir decisión acerca del "precio locativo razonable"
que se allana a pagar el locatario, y con motivo del pronunciamiento
relativo a la validez, en cuanto a su monto, de la pena establecida en una
536 
 
cláusula del contrato de locación, el juez expresa que la suma respectiva
"constituiría un alquiler módico en la época actual"(130); si el juez, a través
de extensas consideraciones, se expide respecto del carácter
de inquilinos de los incidentistas en la ejecución hipotecaria, adelantando
opinión en cuanto a lo que ha de ser materia de fondo a resolver una vez
que se encuentre firme lo decidido en relación con la excepción
de incompetencia(131); si, discutiéndose acerca del carácter propio o
ganancial de un bien determinado, el juez reconoce a la viuda del causante
un derecho de propiedad sobre aquél en oportunidad de resolver
el incidente de impugnación de la rendición de cuentas(132); etcétera.
La norma analizada no es aplicable con respecto a las
opiniones expresadas por los jueces en sus sentencias, sobre los puntos
cuya dilucidación requirieron los juicios en que fueron dictadas, aun en el
supuesto de que se plantearan nuevamente cuestiones idénticas o
análogas a las ya resueltas(133), ni a las opiniones abstractas, vertidas en
trabajos de índole teórica(134).
El prejuzgamiento, asimismo, debe ser expreso y recaer sobre la
cuestión de fondo a decidir, no configurándose cuando el juez o tribunal
se halla en la necesidad de emitir opinión acerca de algún punto
relacionado con la materia controvertida, lo que ocurre, entre otros casos,
al decidirse sobre la admisión o rechazo de una medida cautelar(135);
dictarse medidas para mejor proveer(136); resolverse una excepción
previa(137); adoptarse medidas tendientes a encauzar el procedimiento(138);
etcétera.
8º) Haber recibido el juez beneficios de importancia de alguna de las
partes. Se hallan comprendidos en este inciso no sólo los beneficios de
orden material, sino también todas aquellas actitudes de las partes que,
objetivamente apreciadas, sean susceptibles de comprometer la gratitud
del juez. Además, cabe considerar incluidos en esta causal a los
beneficios recibidos por la cónyuge o por los hijos que vivan con el
magistrado(139).
9º) Tener el juez con alguno de los litigantes amistad que se manifiesta
por gran familiaridad o frecuencia de trato. Pero esta última no es
suficiente, por sí sola, para justificar la recusación, desde que puede
derivar de circunstancias ajenas a la amistad. La expresión, a nuestro
juicio, es indicativa de una de las formas en que puede manifestarse
la existencia de amistad íntima. Cabe añadir que no constituye causal de
recusación la amistad con el letrado de la parte(140).
10º) Tener contra el recusante enemistad, odio o resentimiento, que se
manifieste por hechos conocidos. En ningún caso procederá la recusación
por ataques u ofensas inferidas al juez después que hubiese comenzado
a conocer el asunto. La primera parte de este inciso alude a un estado de
apasionamiento adverso del juez hacia la parte, que se manifieste a través

537 
 
de actos directos y externos(141). La segunda parte tiene fundamento en la
necesidad de impedir la creación artificial de causales recusatorias.
En relación con el tema del epígrafe, la ley 22.434 reprodujo
prácticamente el texto originario del art. 17 del CPCCN, introduciéndole
pequeñas modificaciones de orden técnico y gramatical(142).
Entre las primeras se encuentra el inc. 5º, que en su versión original
decía "ser o haber sido el juez denunciador o acusador del recusante ante
los tribunales, o denunciado o acusado ante los mismos tribunales, con
anterioridad a la iniciación del pleito", en tanto que ahora expresa "ser o
haber sido el juez autor de denuncia o querella contra el recusante, o
denunciado o querellado por éste con anterioridad a la iniciación del
pleito". Esta última redacción mejoró a la anterior, porque de acuerdo con
el régimen instituido por el Código Procesal Penal, la persona
particularmente ofendida por un delito de acción pública (art. 82) no pierde,
cuando también interviene en el juicio, su condición genérica de parte
querellante.
Las correcciones gramaticales afectan a los incs. 9º y 10, sustituyendo
en el primero la expresión "frecuencia de trato" por "frecuencia en el trato",
y reemplazando en el segundo "hubiese" por "hubiere". Se trata, como se
advierte, de insignificancias que no debieron merecer la atención del
legislador.

C) Oportunidad
"La recusación —dice el art. 18, párr. 1º, CPCCN(143)— deberá ser
deducida por cualquiera de las partes en las oportunidades previstas en el
art. 14", es decir, en las mismas en que corresponde deducir la recusación
sin expresión de causa, y a las cuales nos hemos referido supra, nro. 209,
B).
La norma citada agrega, en su segundo párrafo, que "si la causal fuere
sobreviniente, sólo podrá hacerse valer dentro del quinto día de haber
llegado a conocimiento del recusante y antes de quedar el expediente en
estado de sentencia"(144).
Aunque la norma sólo alude a causales sobrevinientes, comprende
implícitamente a aquellas que, pese a existir en las oportunidades
previstas por el art. 14, llegan con posterioridad al conocimiento de las
partes, en cuyo caso deben deducirlas dentro del plazo previsto por el art.
17, contado desde que tuvieron conocimiento de la causal.

538 
 
El límite temporal impuesto al ejercicio del derecho está dado por el
momento en que el expediente queda en estado de sentencia, el cual
difiere según la clase de proceso de que se trate y la instancia en que
aquél se encuentre. En consecuencia, el derecho de recusar
con expresión de causa se extingue: 1º) en el proceso ordinario, al quedar
firme la providencia de autos (arts. 483 y 484, CPCCN)(145); 2º) en los
procesos sumarísimos, al quedar ejecutoriada la resolución que declara la
cuestión de puro derecho o al verificarse el último acto probatorio (art.
498 del CPCCN)(146); 3º) en el juicio ejecutivo al contestarse el traslado o
al vencer el plazo para hacerlo en el caso del art. 548 del CPCCN(147)o al
vencer el plazo que prevé el art. 550 del mismo Código(148). En
segunda instancia, la recusación con expresión de causa puede deducirse
hasta antes de quedar consentida la providencia de autos (arts.
268 y 275, CPCCN)(149). La misma limitación rige cuando la Corte
Suprema conoce en grado de apelación, ordinaria o extraordinaria (art.
280, CPCCN).

D) Procedimiento
a) La recusación debe deducirse ante el juez recusado y ante la Corte
Suprema o Cámara de Apelaciones, cuando lo fuese de uno de sus
miembros (art. 20, apart. 1º, CPCCN)(150). Pero mientras de la recusación
de los jueces de primera instancia conoce la Cámara de Apelaciones
respectiva, cuando se recusa a uno o más jueces de la Corte Suprema o
de una Cámara de Apelaciones conocen los jueces que queden hábiles,
correspondiendo eventualmente, como veremos, la integración de esos
tribunales (art. 19, CPCCN)(151). Cualquiera sea la instancia en que se
promueva, el incidente de recusación no suspende el trámite de la causa
principal y se halla estructurado, según explicaremos seguidamente, de
acuerdo con razonables pautas de celeridad y concentración.
b) Dicho incidente se inicia mediante un escrito en el que
"se expresarán las causas de la recusación, y se propondrá y acompañará,
en su caso, toda la prueba de que el recusante intentare valerse" (art. 20,
apart. 2º, CPCCN)(152).
El recusante debe ante todo señalar en forma precisa la causa de la
recusación a fin de que el juez recusado se encuentre en condiciones de
defenderse adecuadamente y el tribunal pueda resolver de manera
concreta sobre los hechos alegados(153), no siendo suficiente, por lo tanto,
la mera mención de las normas que el recusante considera aplicables(154).
En el mismo escrito debe proponerse toda la prueba, con las
limitaciones de que el número de testigos ofrecidos no puede exceder de
539 
 
tres (art. 24, apart. 2º, CPCCN)(155), y de que es inadmisible la de
confesión; y acompañarse la documental. Si ésa no estuviera a disposición
del recusante, debe individualizarse e indicarse su contenido, el lugar,
archivo, oficina pública o persona en cuyo poder se encuentre, ya que es
analógicamente aplicable al caso la norma contenida en el art. 333, apart.
2º, del CPCCN(156).
Disponía el art. 21 del CPCCN(157)que si en el escrito de iniciación
del incidente "no se alegase concretamente alguna de las causas
contenidas en el art. 17, o si se presentase fuera de las oportunidades
previstas en los arts. 14 y 18, la recusación será desechada, sin darle
curso, por el tribunal competente para conocer de ella", es decir, por la
respectiva Cámara de Apelaciones, si se trata de la recusación de un juez
de primera instancia, o por la Corte Suprema o la Cámara de Apelaciones,
cuando se recusa a uno o más miembros de esos tribunales.
Acerca del rechazo liminar(158), la ley 22.434 sustituyó el texto del art. 21
del CPCCN por el siguiente: "Si en el escrito mencionado en el artículo
anterior no se alegase concretamente alguna de las causas contenidas en
el art. 17, o la que se invoca fuere manifiestamente improcedente, o si se
presentase fuera de las oportunidades previstas en los arts. 14 y 18, la
recusación será desechada, sin darle curso, por el tribunal competente
para conocer de ella".
No se trató sin embargo de una reforma sustancial, ya que la disposición
transcripta se limitó a incluir, entre los motivos que autorizan el rechazo
liminar de la recusación con expresión de causa, el consistente en que la
causal invocada resulte "manifiestamente improcedente". Con ello no hizo
más que receptar la doctrina establecida reiteradamente por la Corte
Suprema en el sentido de que las recusaciones manifiestamente
improcedentes deben desestimarse de plano(159).
c) "Cuando el recusado fuere un juez de primera instancia —prescribe
el art. 26, CPCCN(160)— remitirá a la Cámara de Apelaciones, dentro de
los cinco días, el escrito de recusación con un informe sobre las causas
alegadas, y pasará el expediente al juez que sigue en el orden del turno
para que continúe su sustanciación. Igual procedimiento se observará en
caso de nuevas recusaciones".
La ley 22.434(161)sustituyó el texto del art. 26 del CPCCN por el
siguiente: "Cuando el recusado fuera un juez de primera instancia, remitirá
a la Cámara de Apelaciones dentro de los cinco días, el escrito de
recusación con un informe sobre las causas alegadas, y pasará
el expediente al juez que sigue en el orden del turno, o donde no lo
hubiere, al subrogante legal para que continúe su sustanciación. Igual
procedimiento se observará en caso de nuevas recusaciones".
A diferencia del texto anterior, el transcripto precedentemente
contempla el caso de que el juicio tramite en una sección servida por un
solo juez federal, quien en el supuesto de ser recusado con causa debe
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pasar las actuaciones a los funcionarios y en el orden previsto por el art.
1º de la ley 26.376(162). Pese a la omisión de que adolece, al respecto, el
art. 16 del CPCCN, igual procedimiento corresponde observar en la
hipótesis de recusación sin expresión de causa.
El incidente de recusación cuyas piezas iniciales se hallan constituidas
por el escrito presentado por la parte y por el informe del juez no suspende,
por lo tanto, el trámite de la causa principal, ya que aquél debe elevarse a
la Cámara de Apelaciones y ésta remitirse al juez que sigue en el orden
del turno para que continúe sustanciándola.
Dicho procedimiento debe ser observado aun en el supuesto de que el
juez, en el informe, reconozca la exactitud de los hechos alegados por el
recusante, pues sólo a la respectiva Cámara de Apelaciones incumbe
conocer de las recusaciones deducidas contra los jueces de
primera instancia. Tampoco ese procedimiento puede ser suplido
válidamente por la excusación del juez recusado(163).
Si el juez, finalmente, se niega a elevar el incidente a la Cámara y a
remitir el expediente principal al juez subrogante, contra la providencia
respectiva son admisibles los recursos de reposición y apelación o sólo el
de apelación(164)y, en el caso de denegarse este último, el recurso de
hecho.
d) Pasados los antecedentes a la Cámara de Apelaciones, y siempre
que ésta considere que la recusación se ha deducido en tiempo y con
causa legal, el trámite varía según que del informe elevado por el juez
resulte la exactitud de los hechos invocados por el recusante, o éstos
hayan sido negados.
En el primer caso, la Cámara tendrá al juez por separado de la causa;
en el segundo, podrá recibir el incidente a prueba por diez días, si hubiere
de producirse dentro de la ciudad donde tiene su asiento el tribunal,
ampliándose a razón de un día por cada doscientos kilómetros o fracción
que no baje de cien si hubiere de cumplirse fuera de dicho asiento (arts.
24 y 27, CPCCN)(165). No procede la fijación de plazo extraordinario de
prueba(166).
Con la limitación que ya hemos señalado en cuanto al número de
testigos, es admisible en dicho plazo la producción de cualquier medio de
prueba, salvo la absolución de posiciones, que no puede exigirse al juez
en razón de no revestir el carácter de un litigante común.
"Vencido el plazo de prueba y agregadas las producidas —dispone el
art. 25, CPCCN—(167), se dará vista al juez recusado y se resolverá
el incidente dentro de cinco días".
Desde que en el incidente de recusación no corresponde intervención
alguna a la parte contraria, es razonable que la vista se conceda sólo al
juez, quien en tal oportunidad podrá formular las consideraciones que le
merezca la prueba producida por el recusante.
541 
 
El art. 25 del CPCCN(168)se refiere al procedimiento preliminar a la
resolución que debe dictarse en el caso de que el incidente de recusación
se haya abierto a prueba. La ley 22.434 sustituyó su primitiva redacción
por la siguiente: "Vencido el plazo de prueba y agregadas las producidas,
se dará vista al juez recusado y se resolverá el incidente dentro de cinco
días de contestada aquélla o vencido el plazo para hacerlo".
La reforma sólo afectó al plazo dentro del cual debe resolverse la
recusación, que se redujo de diez a cinco días, así como al modo de
computarse dicho plazo, sobre el cual nada decía el texto anterior.
e) Cuando la recusación se deduce contra uno o más jueces de la Corte
Suprema o de Cámara, el tribunal debe examinar ante todo si aquélla ha
sido deducida en tiempo y con causa legal, estando habilitado para
desecharla de plano si no concurren tales requisitos(169). En caso contrario,
debe comunicar la recusación al juez o jueces que han sido objeto de ella,
a fin de que informen sobre las causas alegadas (art. 22, CPCCN)(170).
"Si el recusado reconociese los hechos —agrega el art. 23(171)—, se lo
tendrá por separado de la causa. Si los negase, con lo que exponga se
formará incidente que tramitará por expediente separado", siguiéndose el
procedimiento que hemos descripto al ocuparnos de la recusación
deducida contra los jueces de primera instancia (apertura a prueba y vista
al juez o jueces recusados).
Tanto en el incidente de recusación, como en la causa principal, que
continúa su trámite, conocen los jueces que quedan hábiles, salvo que
éstos no constituyan mayoría absoluta del tribunal, en cuyo caso
debe integrarse en la forma dispuesta por los arts. 22 y 31 del dec.-ley
1285/1958 y 110 del RJN(172)(ver supra, nros. 209, E] y 210, D]). Puede
ocurrir, asimismo, que pese a la circunstancia de que los jueces hábiles
constituyan la mayoría absoluta del tribunal, no coincidan en la solución a
acordar al incidente de recusación. En tal hipótesis será necesaria una
nueva integración (art. 110, RJN).

E) Efectos
a) En el supuesto de que la Cámara resuelva desestimar una recusación
deducida contra un juez de primera instancia, "hará saber la resolución al
juez subrogante a fin de que devuelva los autos al juez recusado" (art. 28,
apart. 1º, CPCCN)(173).
Si la recusación es admitida, "el expediente quedará radicado ante el
juez subrogante con noticia al juez recusado, aun cuando con

542 
 
posterioridad desaparecieren las causas que la originaron" (norma citada,
apart. 2º)(174).
"Cuando el recusado fuese uno de los jueces de la Corte Suprema o de
las Cámaras de Apelaciones —prescribe el apart. 3º de la norma
citada(175)— seguirán conociendo en la causa el o los integrantes o
sustitutos legales que hubiesen resuelto el incidente de recusación".
Puede suceder, sin embargo, que el tribunal haya debido integrarse en
razón de no concordar la mayoría absoluta de aquél en la solución
del incidente de recusación, en cuyo supuesto pueden continuar
conociendo en la causa los integrantes de esa mayoría, sin perjuicio de
que, al mediar una nueva discordancia de opiniones en oportunidad de
dictar la sentencia definitiva, vuelvan a integrar el tribunal el o los sustitutos
legales que intervinieron en el incidente de recusación.
b) "Desestimada una recusación con causa —dispone el art.
29, CPCCN(176)— se aplicarán las costas y una multa de hasta treinta mil
pesos moneda nacional por cada recusación, si ésta fuere calificada de
maliciosa por la resolución desestimatoria". La norma transcripta prevé, en
su segunda parte, un supuesto de inconducta procesal específica,
configurada por el hecho de haberse utilizado la recusación sin
fundamento alguno(177)o para lograr un objetivo incompatible con la
finalidad de la institución.
Con la modificación introducida por la ley 22.434(178), "Desestimada una
recusación con causa —dispone el art. 29, CPCCN—, se aplicarán las
costas y una multa por cada recusación, si ésta fuere calificada de
maliciosa por la resolución desestimatoria".
En el caso, que es uno de los ejemplos de inconducta procesal
específica, sólo se innovó en lo que atañe al monto de la multa de que es
pasible el litigante malicioso.

211. Excusación
a) La ley procesal impone al juez el deber de apartarse
espontáneamente del conocimiento del asunto cuando se hallare
comprendido en alguna de las causas de recusación que hemos analizado
anteriormente(179). Asimismo, le acuerda el derecho de hacerlo
"cuando existan otras causas que le impongan abstenerse de conocer en
el juicio, fundadas en motivos graves de decoro o delicadeza" (art. 30,
CPCCN)(180).
En cuanto al primero de los aspectos aludidos, son aplicables a
la excusación las consideraciones expuestas supra, nro. 210, B), al

543 
 
analizar cada una de las causales de recusación con expresión de causa
previstas en el art. 17 del CPCCN(181).
En lo que atañe al derecho de abstención, la ley adopta una fórmula
flexible que, remitiendo fundamentalmente a las motivaciones subjetivas
del juez, tiende a respetar todo escrúpulo serio que éste manifieste en
orden a una posible sospecha sobre la objetividad de su actuación. Ya la
jurisprudencia anterior a la vigencia del CPCCN se había pronunciado en
un sentido semejante, resolviendo que si bien las excusaciones de los
magistrados no deben basarse únicamente en meras razones de
delicadeza personal, no requieren estricta causal de recusación(182). En
ese orden de ideas se admitieron excusaciones fundadas, v.gr., en que la
decisión a dictar por un tribunal comprenda la posibilidad de
la autoaplicación de sanciones a sus miembros(183); en los términos en que
una de las partes hubiere pedido la revocatoria de una resolución(184); en
la imputación al magistrado de incurrir en irregularidades y de obrar en
forma precipitada y arbitraria(185); en la circunstancia de que un hijo del juez
tuvo interés en el pleito por acuerdo con el letrado de una de las partes(186);
etcétera.
Debe tratarse, sin embargo, de "motivos graves", en forma tal que
son inadmisibles las excusaciones que traduzcan un exceso de
susceptibilidad(187)o que puedan aparecer determinadas por actitudes de
las propias partes(188).
Asimismo, "no será nunca motivo de excusación el parentesco con otros
funcionarios que intervengan en cumplimiento de sus deberes" (v.gr.,
representantes del Ministerio Público [art. 30, apart. 2º, CPCCN])(189);
etcétera.
b) Dado que la excusación constituye un deber y, eventualmente, un
derecho de los jueces, y que su procedencia o improcedencia
está exclusivamente reservada, como veremos, al juicio de otros órganos
judiciales, el art. 31 del CPCCN(190)dispone que "las partes no podrán
oponerse a la excusación ni dispensar las causales invocadas". Cabe aquí
recordar, asimismo que una vez ejercido por cualquiera de las partes el
derecho de recusar con expresión de causa, el procedimiento aplicable a
la recusación no puede ser obviado a través de la excusación del juez(191).
c) Si la excusación es formulada por un juez de primera instancia, y "el
juez que sigue en el orden del turno entendiese que la excusación no
procede, se formará incidente que será remitido sin más trámite al tribunal
de alzada, sin que por ello se paralice la sustanciación de la causa" (art.
31, apart. 1º, párr. 2º, CPCCN)(192). El incidente a que se refiere el artículo
transcripto debe formarse con testimonio de ambas resoluciones y
elevarse a la Cámara por el juez que considera improcedente
la excusación, quien debe continuar sustanciando el expediente hasta
tanto recaiga decisión del tribunal superior. "Aceptada la excusación —
agrega el segundo apartado de la norma citada—, el expediente quedará

544 
 
radicado en el juzgado que corresponda, aun cuando con posterioridad
desaparecieren las causales que la originaron".
Cuando la excusación proviene de uno o más jueces de un órgano
colegiado, deben conocer de ella, y continuar el trámite de la causa, los
jueces que queden hábiles, correspondiendo la integración en los
supuestos de no existir mayoría absoluta o de no mediar concordancia de
opiniones entre esa mayoría.
En el caso de que el tribunal se encuentre dividido en salas y
se excusaren todos los integrantes de una de ellas, debe conocer de
las excusaciones la sala que sigue en el orden del turno(193). Si ésta las
considera improcedentes, la decisión definitiva corresponde a la Cámara
reunida en pleno(194).
d) Establece, finalmente, el art. 32 del CPCCN(195)que "incurrirá en la
causal de 'mal desempeño', en los términos de la ley de enjuiciamiento de
magistrados, el juez a quien se probare que estaba impedido de entender
en el asunto y a sabiendas haya citado en él resolución que no sea de
mero trámite".

212. Reemplazo
Nos remitimos a lo expuesto en el capítulo XI acerca de la forma de
reemplazarse los jueces y tribunales en los casos de vacancia, licencia,
recusación o excusación.

CAPÍTULO XIV - EL PERSONAL JUDICIAL AUXILIAR


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 213. Clases
de auxiliares.— 214. Disposiciones
comunes.— 215. Disposiciones aplicables a
los funcionarios.— 216. Disposiciones
aplicables a los empleados. II. EL
SECRETARIO: 217. Generalidades.—218.
Secretarios de primera instancia.— 219.
Secretarios de Cámara.— 220. Secretarios de
la Corte Suprema.— 221. Prosecretarios.—
222. Impugnación de las providencias dictadas
por los secretarios, prosecretarios

545 
 
administrativos y jefes de despacho. III.
OTROS AUXILIARES: 223. Generalidades.—
224. Oficiales de justicia y ujieres.— 225.
Cuerpos técnicos periciales.— 226. Peritos
oficiales.

I. GENERALIDADES(1)

213. Clases de auxiliares


a) Al referirnos a la composición de los órganos judiciales desde el punto
de vista administrativo, señalamos que los jueces se hallan secundados,
en el ejercicio de sus funciones, por la actuación de un conjunto de
funcionarios y empleados al que genéricamente cabe la denominación de
personal auxiliar (supra, nro. 126).
b) El art. 1º del RJN asigna la denominación de funcionarios a los
secretarios de primera y segunda instancias y a los demás empleados de
los tribunales nacionales que perciben igual o mayor sueldo, y llama
empleados al resto del personal(2).
Tal división no es exactamente correlativa de la que en el lugar
mencionado formulamos entre los grupos superior y subalterno del
personal auxiliar, pues, por un lado, existen funcionarios que no obstante
percibir igual o mayor sueldo que los secretarios, como ocurre,
respectivamente, con los prosecretarios de Cámara y de la Corte
Suprema, cumplen funciones secundarias o complementarias en relación
con las que competen a los secretarios, y no cabe por lo tanto encuadrarlos
en la categoría que hemos llamado superior.
Por otro lado existen funcionarios que perciben mayor sueldo y revistan
en una categoría funcional superior a la de los secretarios, pero no forman
parte de los órganos judiciales ni son auxiliares de éstos, sino que integran
una magistratura independiente. En tal situación se encuentran los
representantes del Ministerio Público.
c)(3)Continúa vigente la distinción que formula el art. 1º del RJN entre
funcionarios y empleados de la justicia nacional.
Sólo corresponde aclarar que las normas del RJN son
actualmente inaplicables a los funcionarios y empleados del Ministerio
Público.

546 
 
214. Disposiciones comunes
El RJN contiene diversas disposiciones que son comunes a los
funcionarios y empleados(4)y se refieren a la autoridad competente para la
designación y remoción, a las causales y procedimiento de remoción, a las
obligaciones, a los derechos, a las inhabilidades para el nombramiento, a
la aplicación de sanciones y al régimen de licencias.
a) El nombramiento y remoción de los funcionarios y empleados que
dependen de la justicia nacional corresponde a la autoridad judicial
establecida por los reglamentos de la Corte Suprema (art. 13, dec.-ley
1285/1958). Actualmente, dicha reglamentación dispone que incumbe a la
Corte Suprema y a las Cámaras de Apelaciones la designación y
promoción de su personal, y a las segundas, además, la designación y
promoción del personal de los juzgados y ministerios públicos, a propuesta
de los jueces y funcionarios titulares, agregando que cuando una
propuesta fuere observada por la Cámara la devolverá al juez o funcionario
proponente a fin de que éste la funde con mayor precisión, o bien para que
formule una nueva propuesta (art. 13, RJN, modificado por la Acordada
del 3/3/1958)(5).
b) Los funcionarios y empleados de la justicia nacional no pueden ser
removidos sino por causa de ineptitud o mala conducta, previo sumario
administrativo con audiencia del interesado (art. 14, dec.-ley 1285/1958).
A tal efecto debe procederse por escrito, darse vista por tres días
al interesado sobre el hecho que se le imputa y admitirse los documentos
que acompañe al evacuarla y el testimonio de no más de cinco personas,
siempre que se considere pertinente al esclarecimiento de los hechos,
pudiendo ser completada esa prueba por la que se decrete de oficio (art.
21, RJN).
c) Establece el art. 8º del RJN que los funcionarios y empleados deben
observar una conducta irreprochable, estando especialmente obligados a:
1º) residir en el lugar en que desempeñen sus tareas o dentro de un radio
de pronta comunicación que no exceda de cuarenta kilómetros de aquél;
2º) guardar absoluta reserva con respecto a los asuntos vinculados con
las funciones de los respectivos tribunales; 3º) no evacuar consultas ni dar
asesoramiento en los casos de contienda judicial actual o posible; 4º) no
gestionar asuntos de terceros ni interesarse por ellos, salvo los supuestos
de representación necesaria; 5º) no realizar actos de proselitismo político;
6º) rehusar dádivas o beneficios; 7º) no practicar juegos por dinero ni
frecuentar lugares destinados a ellos; 8º) levantar en el plazo de sesenta
días contados desde la fecha de su notificación cualquier embargo que se
trabare sobre sus sueldos o el concurso que se hubiere decretado(6); 9º)
no ejercer profesiones liberales ni aun con motivo de nombramientos de
oficio o a propuesta de partes; 10) no ejercer el comercio ni actividad

547 
 
lucrativa alguna sin autorización de la respectiva autoridad de
superintendencia; 11) no desempeñar ningún empleo público o
privado, aun con carácter interino, sin autorización de la
respectiva autoridad de superintendencia, salvo los cargos docentes y las
comisiones de estudio; 12) no practicar deportes como profesionales; 13)
no participar en asociaciones profesionales con excepción de las
mutualistas, ni en comisiones directivas de ninguna asociación,
sin autorización de la respectiva autoridad de superintendencia. Las
prohibiciones señaladas bajo los números 10, 11 y 13 no rigen respecto
del personal de servicio y de maestranza (art. 10, RJN).
d) En cuanto a los derechos, el art. 15, párr. 2º, del dec.-ley
1285/1958, establece que la Corte Suprema debe acordar un escalafón
que asegure la estabilidad y el ascenso en la carrera, atendiendo ante todo
a los títulos y eficiencia de los funcionarios y empleados, debidamente
calificada, y a su antigüedad. El art. 2º del mencionado decreto-ley
establece que el principio de la uniformidad de la compensación,
establecido con respecto a los jueces, es igualmente aplicable a la
retribución de todos los funcionarios y empleados de la justicia nacional.
e) En lo que respecta a las inhabilidades, prescribe el art. 12 del RJN
que no pueden ser nombrados funcionarios o empleados: 1) quienes
hubieran sido inhabilitados para ejercer cargos públicos, mientras dure
su inhabilitación; 2) los condenados por delito doloso, hasta el
cumplimiento de la pena o hasta su prescripción; 3) los condenados por
delito doloso o culposo contra la Administración Pública, hasta el
cumplimiento de la pena o hasta su prescripción; 4) los procesados por los
delitos señalados en los ptos. 2) y 3); 5) los quebrados no rehabilitados; 6)
los que hubieran sido exonerados de un empleo público nacional,
provincial o municipal, por mal desempeño o por graves motivos de orden
personal, hasta pasados tres años de la medida; 7) los que tuvieran una
limitación en su capacidad psíquica o física que, a criterio de la autoridad
de superintendencia, impida el desarrollo regular de la actividad que
requiere el ejercicio de la función; 8) los cónyuges y parientes, dentro del
cuarto grado de consanguinidad o afinidad, de los magistrados o
funcionarios titulares bajo cuya dependencia inmediata deban prestar
servicios. Quedan comprendidos en esta inhabilidad los empleados que se
designen en calidad de secretarios letrados, secretarios privados, o
relatores o en otro cargo de similar naturaleza que tuvieran alguno de los
mencionados vínculos con cualquiera de los magistrados o funcionarios
que integren un tribunal colegiado, siempre que tales nombramientos
correspondan a la misma vocalía (art. 12, RJN).
f) Los magistrados, funcionarios, empleados y auxiliares de la Justicia
de la Nación, excepto los agentes dependientes de otros poderes, podrán
ser sancionados con prevención, apercibimiento, multa, suspensión no
mayor de treinta (30) días, cesantía y exoneración, conforme lo
establecido en este decreto-ley y los reglamentos. La multa será

548 
 
determinada en un porcentaje de la remuneración que por todo concepto
perciba efectivamente el sancionado, hasta un máximo del 33% de la
misma. La cesantía y exoneración serán decretadas por las autoridades
judiciales respectivas que tengan la facultad de designación. Los jueces
serán punibles con las tres (3) primeras sanciones mencionadas en el
primer párrafo, sin perjuicio de lo dispuesto sobre enjuiciamiento y
remoción (art. 16, dec.-ley 1258/1958,sustituido por ley 24.289).
Las sanciones aplicadas por los jueces de primera instancia a los
funcionarios o empleados bajo su dependencia son apelables, dentro del
tercer día, para ante la Cámara Nacional respectiva, cuya resolución es
irrecurrible y debe ser comunicada de inmediato por la Cámara a la Corte
Suprema de Justicia. Igual comunicación deben hacer los jueces de
primera instancia cuando las sanciones que apliquen sean consentidas, y
también las Cámaras Nacionales, de las sanciones firmes aplicadas
en instancia única. En todos los casos, sin embargo, la Corte Suprema
puede avocar las actuaciones y decidir lo que estime pertinente (art. 22,
apart. 1º, RJN)(7). Asimismo, la Corte Suprema, en ejercicio de los poderes
de superintendencia general que le competen, puede conocer
originariamente respecto de las faltas imputadas a cualquier funcionario o
empleado de la justicia nacional(8), siendo sus resoluciones únicamente
susceptibles de recurso de reconsideración, que debe deducirse en el
plazo de tres días. Igual plazo rige para este recurso contra las decisiones
de las Cámaras Nacionales que apliquen en instancia única sanciones
disciplinarias (art. 23, RJN).
g) El régimen de licencias de los funcionarios y empleados coincide con
el que hemos estudiado al ocuparnos de las licencias de los jueces (supra,
nro. 202), aunque difiere en cuanto a las autoridades judiciales facultadas
para concederlas. Al respecto, el RJN contiene las siguientes reglas: 1º)
La Corte Suprema conocerá de las licencias de más de ocho días que
soliciten los magistrados de todas las instancias y los funcionarios y
empleados de ella. Deberá decidir también respecto de toda licencia
que exceda del término de un mes con excepción de las ordinarias. Las
demás licencias se acordarán por la respectiva Cámara de Apelaciones.
Sin embargo, los jueces podrán dar a sus empleados licencias que
no excedan de cinco días cada tres meses, dando noticia a la Cámara
respectiva. Las licencias que se acuerden por la Cámara de Apelaciones
o por los jueces, serán comunicadas de inmediato a la Corte Suprema, la
que podrá modificarlas en todo o en parte si lo estimare procedente (art.
31, RJN). 2º) Los pedidos de licencia de funcionarios y empleados serán
elevados por intermedio de la Cámara o del juez de que aquéllos
directamente dependan, debiendo éstos expresar su opinión al respecto.
Los magistrados elevarán directamente sus solicitudes, dando noticia a la
Cámara respectiva. Las licencias se pedirán y remitirán con la anticipación
suficiente para que recaiga resolución al respecto y no podrá hacerse uso
de ellas mientras no hayan sido otorgadas. Al reasumir sus funciones

549 
 
los interesados lo harán saber al tribunal que les acordó la licencia (art. 30,
RJN)(9). 3º) Los jueces y funcionarios titulares de los ministerios públicos
conocen de las licencias hasta treinta días de su propio personal, debiendo
comunicar a la Cámara correspondiente las que fueren concedidas. En
caso de denegación, el interesado puede requerir la decisión de la Cámara
por intermedio del superior (art. 30, apart. 2º, RJN, modificado por
Acordada del 3/3/1958).
h)(10)Tampoco han sufrido modificaciones las normas contenidas en el
RJN que son comunes a funcionarios y empleados.
Apenas resta agregar que la incompatibilidad por parentesco ha
sido extendida, por el art. 12 del RJN, a los empleados designados en
calidad de secretarios letrados, secretarios privados, relatores o en otro
cargo de similar naturaleza que tengan un grado de parentesco dentro del
cuarto grado de consanguinidad o afinidad con cualquiera de los
magistrados o funcionarios que integran un tribunal colegiado.
Cabe asimismo agregar que el cargo de meritorio ha sido suprimido
e incorporado a la planta permanente por Acordada del 4/1977 del
22/2/1977.

215. Disposiciones aplicables a los funcionarios


Sin perjuicio de las disposiciones comunes que terminamos de analizar,
los funcionarios de la justicia nacional se hallan sometidos a normas
específicas, referentes a los requisitos para la designación y al juramento.
En cuanto al primero de los mencionados aspectos, el art. 11 del RJN
establece que para desempeñarse como funcionario se requiere ser
argentino y mayor de edad; pero con respecto a los secretarios o
prosecretarios de los tribunales nacionales, el art. 12 del dec.-ley
1285/1958 requiere además la posesión del título de abogado(11), y
prohíbe la designación, en tales cargos, al pariente del juez dentro del
cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad.
En relación con el juramento, el art. 16, párr. 2º, del RJN, prescribe que
los funcionarios deben prestarlo ante el tribunal o magistrado de quien
dependan. La fórmula del juramento coincide con la aplicable a los
jueces(12).

550 
 
216. Disposiciones aplicables a los empleados
Aparte de las examinadas supra, nro. 214, existen
disposiciones exclusivamente aplicables a los empleados, las cuales
versan sobre requisitos para la designación, juramento, obligaciones y
licencias por cumplimiento del servicio militar.
Para ser empleado de la justicia nacional se requiere ser argentino
mayor de 18 años, tener los estudios secundarios completos, y rendir
un examen de suficiencia en mecanografía, redacción y ortografía, sin
perjuicio de otros requisitos que puedan exigirse a aquellos que deban
desempeñar tareas para las cuales sean necesarios conocimientos
especiales. No se designará personal obrero, de maestranza y servicio
menor de 18 años, y se dará preferencia a los que sean argentinos (art.
11, RJN).
El art. 14 del RJN contemplaba una categoría particular de empleados
judiciales: los meritorios, quienes debían ser estudiantes de Abogacía,
Notariado o Procuración y estaban sujetos a los mismos requisitos para
el ingreso y a las mismas obligaciones de trabajo de los empleados. No
podía haber más de dos por cada secretaría de juzgado o tribunal de
apelación, y debían justificar anualmente haber aprobado por lo menos
tres materias de su carrera. Les correspondían los reemplazos en los
casos de licencia sin goce de sueldo a los empleados, y cesaban en sus
funciones al concluir sus estudios. La admisión de meritorios por las
Cámaras y los jueces nacionales debía ser comunicada de inmediato a la
Corte Suprema, no admitiéndose esta categoría de empleados en los
juzgados o secretarías de instrucción criminal.
Como se dijo antes, el cargo de meritorio ha sido suprimido
e incorporado a la planta permanente por acordada 4/1977 del 22/2/1977.
Además de las obligaciones mencionadas en el art. 8º (supra, nro. 214,
c]), los empleados deben cumplir las siguientes: a) dar aviso a su jefe o al
sustituto, a efecto de su comunicación a la autoridad superior, cuando les
fuera imposible concurrir a su empleo; b) no abandonar su labor sin
permiso de su jefe; c) abstenerse de peticionar a las autoridades
superiores sin la venia de su jefe inmediato, salvo el caso de injusta
denegación; d) observar las normas de disciplina; e) atender con
deferencia al público, darle las informaciones que fueren pertinentes y
abstenerse de recibir dinero para reposición de sellos (art. 19, RJN).
Los empleados que deban cumplir obligaciones del servicio
militar(13)tienen derecho al goce de licencia durante el término de
su incorporación y a percibir el sueldo de acuerdo con las disposiciones

551 
 
vigentes con respecto al personal de la Administración nacional (art. 27,
RJN).

II. EL SECRETARIO(14)

217. Generalidades
a) Los secretarios son los principales auxiliares de los jueces y
tribunales e integran, como hemos dicho, el grupo superior del
personal auxiliar. Sin perjuicio de su subordinación jerárquica al o a los
elementos juzgadores del órgano judicial, los secretarios son, por un lado,
los jefes directos e inmediatos del personal auxiliar subalterno. Por otro,
les corresponde el cumplimiento de parte de las funciones ordenatorias del
proceso (v.gr., dictado de ciertas providencias de trámite), así como la
actividad específicamente referida a la formación material y a la custodia
de los expedientes judiciales (actos de documentación).
En la práctica, sin embargo, debido principalmente a la complejidad y al
volumen de las tareas que pesan sobre los órganos judiciales, los
secretarios desempeñan funciones que exceden el marco de las
precedentemente descriptas para incursionar, de hecho, a través de
proyectos de resolución, en el ámbito de la actividad decisoria.
b) En la Capital Federal, cada una de las salas de las distintas Cámaras
de Apelaciones cuenta con uno o más secretarios. En lo que respecta a
los Juzgados de Primera Instancia, el número de secretarías difiere según
el fuero en que aquéllos actúen.
Las Cámaras Federales con asiento en el interior de la República
actúan con una o más secretarías según sus posibilidades de división en
salas, y los juzgados federales con el mismo asiento, con un número de
aquéllas que oscila entre una y ocho.
c)(15)Uno de los aspectos más significativos de las ley 22.434 consistió
en el considerable número de resoluciones cuyo dictado se encomendó a
los secretarios, y en el hecho de asignar funciones decisorias a los oficiales
primeros (actuales prosecretarios administrativos) y jefes de despacho.
Según surge de la lectura del mensaje ministerial adjunto al proyecto
luego convertido en ley, la referida desconcentración funcional se

552 
 
estructuró en la inteligencia de que, en tanto ahorra al juez un considerable
margen de tiempo, permite a éste, dentro de la medida posible que brinda
la realidad, ajustar sus funciones a un mayor grado
de inmediación, aunque la aplicación que de ese principio hizo la ley
22.434, no obstante ser modesto y susceptible de contrariarse en la
práctica (supra, nro. 187, b]) obliga a los jueces dispuestos a observarlo
con seriedad a una inversión de tiempo ni remotamente comparable al que
suele insumir la firma del despacho diario.
d) El criterio seguido en la materia que es objeto del presente capítulo
tomó como punto de partida la menor o mayor importancia de las
providencias simples, atribuyendo al oficial primero (actual prosecretario
administrativo) o jefe de despacho la tarea de firmar aquellas que de
acuerdo con el régimen anterior debía firmar el secretario, y poniendo a
cargo de éste la suscripción de cierto tipo de resoluciones que según dicho
régimen incumbía dictar al juez.
El sistema adoptado fue, en términos generales, plausible desde el
punto de vista práctico y teóricamente inobjetable, aunque, en la práctica,
su aplicación no logró satisfacer adecuadamente el objetivo propuesto.

218. Secretarios de primera instancia


a) Sin perjuicio de los requisitos generales que para ocupar el cargo de
secretario exigen los arts. 12 del dec.-ley 1285/1958 y 11 del RJN, los arts.
11, 12 y 14 del dec. 1859/1968, reglamentario de la ley 17.455, establecen
otros requisitos y un procedimiento de selección a los que debe atenerse
la autoridad judicial a quien corresponda la facultad de designación(16).
El art. 11 de dicho decreto prescribe que "para ser designado o
promovido a secretario de primera instancia, prosecretario de Cámara o
secretario de Fiscalía de Cámara, el aspirante deberá hallarse en alguno
de los siguientes casos: a) abogado, empleado en el fuero
correspondiente, con una antigüedad en él no menor de tres años; b)
abogado, empleado, con antigüedad no menor de un año en el fuero
correspondiente que también posea antigüedad no menor de tres años en
otros fueros de la justicia nacional o provincial; c) abogado que sin
pertenecer al personal del fuero correspondiente se haya distinguido en su
carrera universitaria o en su actividad intelectual, docente o profesional
posterior, demostrando especial consagración al estudio del Derecho.
Estas circunstancias deberán demostrarse en forma fehaciente; d)
abogado empleado en el fuero correspondiente, que sin poseer la
antigüedad exigida en los incs. a) o b) reúna las calidades mencionadas
en el inciso precedente".
553 
 
"A los efectos de las promociones o designaciones previstas en el
artículo anterior —dice el art. 12— se formarán dos listas. La primera lista
se integrará con los empleados a que se refieren los incs. a) y b) del
artículo anterior. Además, se irá agregando a ella, en forma automática, a
todo empleado del fuero correspondiente que obtenga el título habilitante
y registre la antigüedad mencionada en alguno de los incisos citados.
Junto al nombre de cada empleado se consignará la calificación obtenida
por el mismo en cada uno de los años de ejercicio del cargo. La segunda
lista será formada por la respectiva Cámara en Acuerdo de
Superintendencia, y comprenderá hasta quince abogados de los
mencionados en los incs. c) y d) del artículo anterior. El número de
candidatos podrá ser ampliado, previa resolución del respectivo tribunal en
cada caso, si después de integrada la lista solicitaren su incorporación a
ella abogados cuyos antecedentes signifiquen una evidente garantía de
capacidad y eficiencia para el desempeño del cargo. A los efectos de la
formación de esta lista, los aspirantes deberán inscribirse en un registro
que se abrirá en las Prosecretarías de cada Cámara dentro de los quince
días de publicado el presente decreto. La inscripción se solicitará por
escrito, en el que se consignarán los datos personales y antecedentes
del interesado, y al que se agregarán los documentos que acrediten dichos
antecedentes. Las Prosecretarías formarán legajos con las
presentaciones, a los que se irán agregando los nuevos elementos de
juicio que aportaren los interesados".
El art. 14 establece, finalmente, que "para cada vacante que se
produzca en alguno de los cargos mencionados en el art. 11, la respectiva
Cámara de Apelaciones formará, sobre la base de las dos listas a que se
refiere el art. 12, una tercera en la que figurarán los diez candidatos mejor
colocados. El magistrado o funcionario a quien corresponda el derecho de
requerir la designación o promoción, podrá elegir entre cualquiera de los
candidatos que figuren en dicha lista. Por excepción podrá proponerse,
con sujeción al juicio de la Cámara respectiva, al abogado que, sin figurar
en la lista, posea antecedentes excepcionales o muy destacados en
materia jurídica".
b) De acuerdo con las prescripciones contenidas en la ley 1893 y en el
RJN(17), con las modificaciones derivadas de leyes posteriores, los
secretarios de primera instancia tienen los siguientes deberes:
1) Desempeñar las funciones auxiliares compatibles con su cargo que
les confíe el magistrado de quien directamente dependan (art. 135 del
RJN).
2) Concurrir diariamente a su despacho y presentar al juez los escritos
y documentos que les fueren entregados por los interesados (art. 163, inc.
1º, ley 1893). En la práctica, tales escritos son proveídos en secretaría y
presentados al juez para la firma.

554 
 
3) Autorizar las diligencias y demás actuaciones que pasen ante ellos y
darles su debido cumplimiento en la parte que les concierne (art. 163, inc.
2º, ley cit.)(18).
4) Organizar los expedientes a medida que se vayan formando y cuidar
de que se mantengan en buen estado (art. 163, inc. 3º, ley cit.). Sin
perjuicio de la eventual responsabilidad del secretario por la pérdida o
deterioro de los expedientes, la tarea material de organización y
conservación incumbe en la práctica al personal auxiliar subalterno.
5) Redactar las actas, declaraciones y diligencias en que intervengan
(art. 163, inc. 4º, ley cit.), con excepción de las que constaten
notificaciones personales en el expediente o la remisión de éste a la
Cámara en los casos de recursos concedidos, las cuales deben
ser extendidas por los prosecretarios administrativos o jefes de despacho
(arts. 142 y 251, CPCCN)(19).
6) Custodiar los expedientes y documentos que estuvieren a su cargo,
siendo directamente responsables por su pérdida o por mutilaciones o
alteraciones que en ellos se hicieren (art. 163, inc. 5º, ley cit.).
7) Llevar los libros de conocimientos y demás que establezcan los
reglamentos (arts. 163, inc. 6º, ley cit.). A este respecto el art. 136 del RJN
establece que sin perjuicio de los libros a que se refiere la ley y dicho
Reglamento, en las secretarías de los juzgados nacionales se llevarán los
siguientes: 1) de entradas y salidas de expedientes; 2) de oficios y
comunicaciones que podrá componerse con copias carbónicas; 3) de
recibos de expedientes; 4) de recibos de giros y transferencias; 5) de
sentencias; 6) de causas promovidas de oficio o a instancia del Ministerio
Público y de los trámites principales de los procedimientos. En las
secretarías penales de los juzgados nacionales del interior se llevará,
además, un libro de fianzas a los efectos del art. 382 del Código de
Procedimientos en lo Penal, en el que se anotarán aquéllas por orden
cronológico y sin dejar claros. Por su parte, el art. 133 del CPCCN(20)obliga
a llevar un libro de asistencia a los efectos de las
notificaciones automáticas y prescribe que incurrirá en falta grave el
prosecretario administrativo que no lo mantenga a disposición de los
litigantes y profesionales.
8) Dar recibo de los documentos que les entregaren los interesados,
siempre que éstos lo solicitaren (art. 163, inc. 7º, ley cit.).
9) Poner cargo en los escritos, con designación del día y hora en que
fueren presentados por las partes (art. 163, inc. 8º, ley cit.). La misma
función concierne a los oficiales primeros (art. 124, CPCCN).
10) Desempeñar todas las demás funciones designadas en las leyes
generales y disposiciones reglamentarias (arts. 163, inc. 9º, ley cit., y 135,
RJN).

555 
 
11) Informar trimestralmente al juez de que dependan acerca del estado
de las causas no penales promovidas a instancia del Ministerio Público
(art. 137, RJN).
Aparte de otros deberes de índole actuarial, el CPCCN impone a los
secretarios, en su art. 38, los siguientes:
1) Comunicar a las partes y a los terceros las decisiones judiciales,
mediante la firma de oficios, mandamientos, cédulas y edictos, sin perjuicio
de las facultades que se acuerdan a los letrados respecto de las cédulas
y oficios, y de lo que establezcan los convenios sobre comunicaciones
entre magistrados de distintas jurisdicciones. Las comunicaciones
dirigidas al Presidente de la Nación, ministros y secretarios del Poder
Ejecutivo y magistrados judiciales, serán firmadas por el juez. La
jurisprudencia, asimismo, por aplicación de lo dispuesto en los arts.
1º y 3º de la ley 9667, no derogada expresamente por el CPCCN,
ha extendido la excepción a los oficios mediante los cuales se ordena
la extracción o transferencia de fondos(21).
2) Extender certificados, testimonios y copias de actas.
3) Conferir vistas y traslados.
4) Firmar, sin perjuicio de las facultades que se confieren al
prosecretario administrativo o jefe de despacho, las providencias de mero
trámite, observando, en cuanto al plazo, lo dispuesto en el art. 34, inc. 3º,
a). En la etapa probatoria firmará todas las providencias simples que no
impliquen pronunciarse sobre la admisibilidad o caducidad de la prueba.
5) Dirigir en forma personal las audiencias testimoniales que tomare por
delegación del juez.
6) Devolver los escritos presentados fuera de plazo.
Dentro del plazo de tres días, las partes podrán requerir al juez que deje
sin efecto lo dispuesto por el secretario, el prosecretario administrativo o
el jefe de despacho. Este pedido se resolverá sin sustanciación. La
resolución será inapelable (art. 38 ter, CPCCN).
c) Los secretarios de primera instancia únicamente pueden ser
recusados por las causas previstas en el art. 17, a las cuales nos hemos
referido supra, nro. 210 (art. 39, apart. 1º, CPCCN)(22). En cuanto al
procedimiento aplicable, el apart. 2º de dicha norma dispone que
"deducida la recusación, el juez se informará sumariamente sobre el hecho
en que se funde, y sin más trámite dictará resolución que será inapelable".
Los secretarios de primera instancia pueden también excusarse
de intervenir en la causa, siéndoles aplicables, en lo pertinente, las reglas
establecidas para la excusación de los jueces (art. 39, apart. 4º, CPCCN).
Un motivo específico de excusación es el contemplado en el art. 167 de
la ley 1893, según el cual los secretarios no pueden actuar en asuntos de
sus parientes dentro del cuarto grado inclusive o en aquellos en que sus

556 
 
parientes dentro del mismo grado intervengan como abogados o
procuradores.
d.1)(23)En razón de que las funciones que corresponden a estos
funcionarios, como a los restantes a que luego se aludirá, pueden ser
administrativas o actuariales, por un lado, y decisorias o instructorias, por
otro, serán analizadas sobre la base de esa diferenciación.
d.2) Las funciones del primer tipo se hallan contempladas,
particularmente, en los arts. 163 de la ley 1893, 135 a 137 del Reglamento
para la Justicia Nacional, y 38, incs. 1º y 2º, del CPCCN.
El inc. 1º del art. 38 prescribe, de conformidad con el texto que
le introdujo la ley 22.434 y mantuvo la ley 25.488, que son funciones de
los secretarios "comunicar a las partes y a los terceros las decisiones
judiciales, mediante la firma de oficios, mandamientos, cédulas y edictos,
sin perjuicio de las facultades que se acuerdan a los letrados respecto de
las cédulas y oficios y de lo que establezcan los convenios sobre
comunicaciones entre magistrados de distintas jurisdicciones. Las
comunicaciones dirigidas al Presidente de la Nación, ministros y
secretarios del Poder Ejecutivo y magistrados judiciales, serán firmadas
por el juez".
Fuera de la facultad de suscribir mandamientos, las funciones
mencionadas por la norma transcripta coinciden sustancialmente con las
que enumeraba el art. 38, inc. 1º, del CPCCN en su anterior versión y
disposiciones concordantes de dicho ordenamiento (v.gr., art. 137).
Continúa asimismo siendo atribución de los letrados firmar las cédulas
de notificación que interesen a las partes que patrocinen, salvo las que
tengan por objeto comunicar providencias que dispongan sobre medidas
cautelares o la entrega de bienes, y las que correspondan a actuaciones
en que no intervenga letrado, síndico, tutor o curador ad litem (salvo,
naturalmente, acta notarial), las que deben ser suscriptas por el secretario
o prosecretario (art. 137, párr. 4º, CPCCN, modificado por la ley 25.488);
así como los oficios mediante los cuales se
requieran informes, expedientes, testimonios y certificados de oficinas
públicas o de entes privados (art. 400, CPCCN, modificado por la ley
22.434).
Constituye también función de los secretarios, conforme al texto
impreso por la ley 22.434 al art. 38, inc. 2º, del CPCCN, la consistente en
"extender certificados, testimonios y copias de actas". Se trata, como se
advierte, de un texto sustancialmente semejante al que exhibía la norma
en su anterior versión, ya que el agregado referente a las "copias de actas"
se hallaba implícitamente involucrado en los términos de dicha norma.
d.3) Comportan funciones decisorias de los secretarios de
primera instancia, de acuerdo con lo prescripto por los incs. 3º, 4º y 5º del
art. 38 a raíz de las reformas introducidas por las leyes 22.434 y 25.488,

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las siguientes: "Conferir vistas y traslados; firmar, sin perjuicio de las
facultades que se confieren al prosecretario administrativo o jefe de
despacho, las providencias de mero trámite, observando, en cuanto al
plazo, lo dispuesto en el art. 34, inc. 3º, a) (es decir, dentro de los tres días
de presentadas las peticiones por las partes o del vencimiento del plazo
conforme a lo prescripto en el art. 36, inc. 1º, e inmediatamente si deben
ser dictadas en una audiencia o revisten carácter urgente); y devolver los
escritos presentados fuera de plazo".
Por "providencias de mero trámite" debe entenderse, como principio
general, todas aquellas providencias simples que no sean susceptibles de
ocasionar un gravamen irreparable. Entre ese tipo de providencias se
hallan naturalmente incluidas las que disponen conferir vistas y traslados
(inc. 3º), aunque cuando se trata del traslado de la demanda éste debe ser
acordado por el juez en los casos en que corresponda, en la
providencia inicial, determinar la clase de proceso aplicable (arts. 101,
319, 322 y 513 a 516).
Conforme al agregado de la ley 25.488 al inc. 4º del art. 38, incumbe
también al secretario la función de firmar "todas las providencias simples
que no impliquen pronunciarse sobre la admisibilidad o caducidad de la
prueba".
Tal agregado se superpone en cierta medida con el nuevo art. 38
bis del CPCCN, por una parte, en cuanto éste impone a los prosecretarios
administrativos, en el inc. 1º, el deber de firmar las providencias simples
que dispongan la agregación de pericias, documentos o actuaciones
similares (las que generalmente son dictadas durante el período
probatorio) y, por otra parte, al destacar la posibilidad de que el secretario
se pronuncie sobre la admisibilidad o caducidad de la prueba, debe
entenderse que se coloca en la hipótesis de que tales extremos hayan sido
respectivamente cuestionados o alegados por alguna de las partes, en
cuyos supuestos se genera el dictado de sentencias interlocutorias que
siempre fueron y continúan siendo, en cuanto a su firma, del exclusivo
resorte del juez. Y en lo que concierne a la desestimación in limine de las
peticiones de declaración de negligencia, el art. 385 del CPCCN es
suficientemente explícito en el mismo sentido.
Por último, el inc. 5º del art. 38 —incorporado por la ley 25.488—
atribuyó a los secretarios el deber de "dirigir en forma personal
las audiencias testimoniales que tomare por delegación del juez".
Pero como bien observa Falcón(24), en virtud de que la delegación puede
hacerse verbalmente, de modo particular o general, resulta suficiente que
en el acta, firmada por el secretario, conste que la audiencia se tomó por
delegación, aunque en los hechos la tarea se haya llevado a cabo, como
habitualmente ocurre sin inconveniente alguno, por un empleado del
juzgado.

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219. Secretarios de Cámara
a) Los secretarios de las Cámaras de Apelaciones deben reunir los
requisitos establecidos en los arts. 12 del dec.-ley 1285/1958 y 11 del RJN,
es decir, ciudadanía argentina, mayoría de edad y posesión de título de
abogado, y se hallan sujetos a la incompatibilidad prevista por la primera
de las disposiciones mencionadas, o sea que no puede designarse en tal
carácter a los parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o
segundo de afinidad con alguno de los jueces que integran la Cámara
o sala de que dependan.
Sin perjuicio de ello, el art. 13 del dec. 1859/1958 limita la promoción al
cargo que analizamos a los secretarios de primera instancia, los de
Fiscalía de Cámara y el prosecretario de aquella que hayan prestado
servicios en sus respectivos cargos durante dos años, como mínimo, y
registren además una antigüedad no menor de cinco años en la justicia
nacional.
b) El art. 147 de la ley 1893 impone a los secretarios de las Cámaras
los siguientes deberes:
1) Concurrir a los acuerdos y redactarlos en el libro respectivo.
2) Formular los proyectos de sentencia en vista de los acuerdos.
3) Dar cuenta de los escritos, peticiones, oficios y demás despachos,
sin demora.
4) Autorizar las actuaciones que pasen ante ellos(25).
5) Custodiar los expedientes y documentos que estuvieran a su cargo,
siendo directamente responsables de su pérdida o deterioro.
6) Llevar en buen orden los libros que prevengan las leyes y
disposiciones reglamentarias.
7) Conservar el sello de las Cámaras.
8) Cumplir las demás obligaciones que les impongan las leyes y
reglamentos.
Además, los secretarios de las Cámaras tienen las mismas atribuciones
que el art. 38 del CPCCN confiere a los secretarios de primera instancia.
c) Los secretarios de las Cámaras no son recusables, pero deben
manifestar toda causa de impedimento que tuvieren a fin de que el tribunal
de que dependen la considere y resuelva lo que juzgue pertinente (art. 39,
apart. 3º, CPCCN)(26).

559 
 
d)(27)Las funciones administrativas y notariales de los secretarios de las
Cámaras Nacionales de Apelaciones se hallan determinadas por el art.
147 de la ley 1893y las funciones decisorias de dichos funcionarios
coinciden con las asignadas por los incs. 3º a 5º del art. 38 a los secretarios
de primera instancia.

220. Secretarios de la Corte Suprema


a) Los secretarios de la Corte Suprema de Justicia de la Nación deben
reunir los requisitos exigidos para ser juez de las Cámaras Nacionales de
Apelaciones, y tienen su jerarquía, remuneración, condición y trato (art. 88,
RJN).
b) Los deberes de estos funcionarios se hallan establecidos en los arts.
88 a 103 del RJN, a los cuales nos hemos referido supra, nro. 134, F).
c) En cuanto a la recusación y excusación, se hallan sometidos al
mismo régimen que los secretarios de las Cámaras de Apelaciones (ver
nro. anterior, c])(28).
d.1)(29)Compete a los secretarios judiciales de la Corte Suprema el
cumplimiento de las funciones administrativas y notariales previstas en los
arts. 89, 99 y 100 del Reglamento para la Justicia Nacional.
d.2) En el orden decisorio, dichos funcionarios se hallan facultados para
proveer con su sola firma el despacho de trámite y las providencias simples
correspondientes a sus respectivas secretarías, sin perjuicio de que tales
actos sean realizados por el presidente del tribunal si éste lo estima
pertinente o cuando su naturaleza lo requiera (arts. 82 y 89, Reglamento
citado). En los juicios de la competencia originaria y exclusiva de la Corte
Suprema, en materia civil y comercial, la atribución mencionada se
reconoce asimismo a los secretarios con jerarquía no inferior a la de juez
nacional de primera instancia, no obstante lo cual el presidente del tribunal
o el ministro que deba reemplazarlo legalmente pueden avocarse en
cualquier estado del trámite a la realización de uno o más de los actos
procesales de que se trata (Acordada 51/1973)(30), o de otros que no sean
de los comprendidos en los arts. 2º y 3º de la referida acordada.

221. Prosecretarios

560 
 
Algunas Cámaras Nacionales de Apelaciones cuentan con uno o más
de estos funcionarios, que deben poseer título de abogado (art. 12, dec.-
ley 1285/1958), y a quienes los respectivos reglamentos confieren
atribuciones auxiliares en el ámbito exclusivamente administrativo de
dichos tribunales (v.gr.: redacción y recopilación de acordadas;
organización de la ceremonia de juramento de los magistrados y
funcionarios; trámite de inscripción y juramento de profesionales cuya
matrícula lleva el respectivo tribunal; tramitación de sumarios
administrativos; registro de los magistrados, funcionarios y empleados del
fuero; atención del movimiento de los fondos destinados al sostenimiento
de la Cámara, como también de la provisión, adquisición, distribución y
uso de las máquinas, útiles y demás elementos que sean necesarios al
tribunal; control de las planillas de registro de firmas y de asistencia del
personal; etc. [arts. 21 a 26 del Reglamento para la Justicia Nacional en lo
Civil]).
a)(31)Incumbe a los oficiales primeros —o, en su caso, prosecretario
administrativo—, en su calidad de auxiliares de los jueces de
primera instancia, el cumplimiento de las funciones administrativas y
notariales consistentes en certificar la circunstancia de suplirse la omisión
de firma de letrado en los escritos (art. 57, CPCN) o las firmas puestas a
ruego (art. 119, íd.) (en ambos casos concurrentemente con los
secretarios); labrar el acta del mandato conferido por la parte a quien se
concedió el beneficio de litigar sin gastos (art. 85, íd.); autorizar el cargo
puesto al pie de los escritos (art. 124, íd.); mantener a disposición de los
litigantes y profesionales el libro de asistencia (art. 133, íd.); dejar
constancia de la remisión del expediente a la Cámara en los casos de los
arts. 245 y 250 (art. 251, íd.) y recepcionar la aceptación del cargo por el
perito (art. 469, íd.).
Las mismas funciones competen, en lo pertinente, a los jefes de
despacho, en su carácter de auxiliares de las Cámaras de Apelaciones.
b) De conformidad con la modificación impresa al art.
38 del CPCCN por la ley 22.434 se confirieron a los oficiales primeros y a
los jefes de despacho determinadas funciones, que con anterioridad se
hallaban atribuidas a los secretarios.
La ley 25.488 se limitó a reproducir, en el aspecto que se trata, el texto
del anterior art. 38, párr. 2º, incs. 1.a), 1.b) y 2º, ubicándolo en un nuevo
artículo numerado como 38 bis y sustituyendo la denominación de
"oficiales primeros" por la de "prosecretarios administrativos".
Dispone por ello el actual art. 38 bis que "los prosecretarios
administrativos o jefes de despacho o quien desempeñe cargo equivalente
tendrán las siguientes funciones además de los deberes que en otras
disposiciones de este Código y en las leyes de organización judicial se les
impone: 1) Firmar las providencias simples que dispongan: a) Agregar
partidas, exhortos, pericias, oficios, inventarios, tasaciones, división o

561 
 
partición de herencia, rendiciones de cuentas y, en general, documentos
o actuaciones similares. b) Remitir las causas a los ministerios públicos,
representantes del fisco y demás funcionarios que intervengan como
parte. 2) Devolver los escritos presentados sin copia".
Asimismo, el art. 482 del CPCCN, en su versión resultante de la ley
25.488, acuerda a los prosecretarios administrativos, en el proceso
ordinario, la función de ordenar la agregación al expediente de la prueba
producida y dictar luego, cumplido el mencionado trámite, la providencia
que pone los autos en secretaría para alegar. También, conforme a dicha
ley, el plazo por el cual corresponde la entrega del expediente a los
letrados de las partes comienza a computarse a partir de la fecha en que
la referida providencia adquiere carácter firme.

222. Impugnación de las providencias dictadas por los secretarios, prosecretarios administrativos y jefes de
despacho(32)

a) La ley 25.488 incorporó al CPCCN, como art. 38 ter, el siguiente: "Dentro del plazo de tres días, las partes
podrán requerir al juez que deje sin efecto lo dispuesto por el secretario, el prosecretario administrativo o el jefe
de despacho. Este pedido se resolverá sin sustanciación. La resolución es inapelable".

b) Si bien, como lo hacía el art. 38 del CPCCN en su versión anterior, la


norma transcripta instituyó una especie de recurso de reposición ante
quien inviste la plenitud de las potestades de dirección procesal en el plano
decisorio, dispuso la inapelabilidad de la resolución del juez, contrariando
aparentemente la doctrina de los precedentes judiciales en cuya virtud
dicha resolución, no obstante ser insusceptible de apelación subsidiaria,
en el caso de mantener la decisión del secretario, prosecretario
administrativo o jefe de despacho, es apelable o no conforme a lo
prescripto en el art. 242, inc. 3º, del CPCCN(33).
Debe entenderse, sin embargo, que el art. 38 ter, al igual que el anterior
art. 38, se coloca en la hipótesis de que la resolución confirmatoria del juez
no cause un gravamen que no pueda ser reparado por la sentencia
definitiva, porque en caso contrario es susceptible del recurso de apelación
en los términos del citado inc. 3º del art. 242. En tal sentido, asimismo, se
pronunció la jurisprudencia posterior a la promulgación de la ley 22.434(34).

III. OTROS AUXILIARES

562 
 
223. Generalidades
En el nro. 126 destacamos la existencia de un grupo de auxiliares
judiciales que no se encuentra adscripto a ningún órgano en particular,
pero cuyos integrantes forman parte de la administración de justicia y
revisten el carácter de empleados permanentes y retribuidos a sueldo por
el Estado. Son ellos los empleados dependientes de la Oficina de
Mandamientos y Notificaciones, los profesionales componentes de los
cuerpos técnicos periciales y los peritos oficiales.
En los números que siguen nos ocuparemos de las funciones que
cumplen dichos auxiliares, reservando el examen de las que competen a
los llamados encargados judiciales para las oportunidades en que
estudiemos las distintas instituciones procesales vinculadas a ellos.

224. Oficiales de justicia y ujieres


a) El art. 74 de la ley 1893 asignaba a cada Juzgado de Primera
Instancia de la Capital Federal un oficial de justicia, encargado de cumplir
las diligencias ordenadas por los jueces. Leyes posteriores crearon
oficinas de mandamientos y notificaciones para los fueros civiles(35), de
paz(36)y comercial(37), las cuales fueron unificadas, por dec. 25.559/1948,
en una sola Oficina que funcionaba bajo la superintendencia de las
Cámaras Civiles. Posteriormente, la ley 13.998 asignó a dicha Oficina la
función de diligenciar los mandamientos y cédulas de
notificación expedidas por las Cámaras de Apelaciones y Juzgados de
Primera Instancia de la Capital, incorporó a ella los oficiales de justicia de
los Juzgados Federales en lo Civil y Comercial y la colocó bajo la
superintendencia de la Corte Suprema (arts. 49, 50 y 51). Los arts. 47 y 48
del dec.-ley 1285/1958 constituyen una reproducción de los arts. 49 y 51
de la ley citada, agregando el art. 48 que la Corte Suprema puede delegar
el ejercicio de la superintendencia en las Cámaras Nacionales de
Apelaciones(38).
b) Los ujieres son los empleados que en los tribunales superiores (Corte
Suprema y Cámaras de Apelaciones) tienen a su cargo el cumplimiento de
las notificaciones, medidas cautelares y demás diligencias que les
encomiende el respectivo tribunal o su presidente.

563 
 
225. Cuerpos técnicos periciales
a) Como auxiliares de la justicia nacional, y bajo la superintendencia de
la autoridad establecida en los reglamentos de la Corte Suprema(39),
funcionan cuerpos técnicos periciales de médicos forenses, de contadores
y de calígrafos (art. 52, inc. a], dec.-ley 1285/1958)(40). Sus integrantes
son designados y removidos por la Corte(41), y los empleados por
la autoridad y en la forma establecida por los reglamentos de dicho tribunal
(art. 53, íd.).
b) Para ser miembro de los cuerpos técnicos periciales se requiere
ciudadanía argentina, 25 años de edad, y tres años de ejercicio en la
respectiva profesión o docencia universitaria (art. 55, íd.)(42).
Los integrantes de los cuerpos técnicos periciales deben prestar
juramento de desempeñar fielmente su cargo, ante el tribunal designado
por la Corte Suprema (art. 63, inc. a], íd.). No pueden ser designados
peritos a propuesta de parte en ningún fuero(43)y además de las
designaciones de oficio efectuadas por los jueces en materia criminal,
pueden ser utilizados excepcionalmente por los jueces de los restantes
fueros cuando medien notorias razones de urgencia, pobreza o interés
público; o cuando las circunstancias particulares del caso, a juicio del juez,
hagan necesario su asesoramiento (art. 63, incs. b] y c], íd., y 154, RJN).
Asimismo, sin perjuicio de la distribución de tareas fijada en los
reglamentos, los magistrados judiciales pueden disponer, cuando lo crean
necesario, de los servicios de cualquiera de los integrantes de los cuerpos
técnicos (art. 62, íd.).
c) Dichos cuerpos tienen su asiento en la Capital Federal y en la sede
de las Cámaras Federales de Apelaciones de las provincias, y se integran
con los funcionarios de la respectiva especialidad que la ley de
presupuesto asigne a los tribunales nacionales (art. 54, íd.).
Los que tienen asiento en la Capital Federal cuentan con un decano y
un vicedecano que son designados por la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional. El plazo de duración de dichos
cargos es de dos años, sin perjuicio de prorrogarlo cuando la Cámara lo
considere conveniente. Tales cargos son irrenunciables, salvo el caso
de excusa atendible que debe apreciar el referido tribunal (arts. 138 y 140,
RJN, modif. por Acordadas del 19/6/1961(44)[Corte Sup., Fallos 250:5] y
del 14/12/1962 [íd., 254:388]).
Además de las tareas periciales comunes, los decanos ejercen la
representación y dirección de los cuerpos respectivos y las funciones

564 
 
administrativas de aquéllos. Pueden requerir de los vicedecanos que los
secunden en esas tareas y son sustituidos por éstos en caso de ausencia,
vacancia o impedimento (art. 141, RJN). En caso de acefalía, el decanato
y vicedecanato deben ser ejercidos durante el resto del período por los
peritos más antiguos del cuerpo (art. 142, íd.).
El Decano debe distribuir la labor de los peritos del cuerpo ajustándose
a las siguientes normas: 1º) Establecer turnos conforme al cuadro que a
su gestión apruebe la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional, en el que corresponde repartir la labor con arreglo a un
criterio objetivo, como puede ser la fecha de iniciación de las causas,
entendiéndose por tal la de la primera actuación policial o, en su caso,
judicial del expediente. 2º) Proveer los reemplazos que fueren pertinentes,
la integración del número de peritos requeridos, o las designaciones
unipersonales en los turnos compuestos de más de un perito, cuidando de
distribuir equitativamente las tareas adicionales. Los peritos designados
en cada causa deben intervenir en ella hasta su terminación, salvo que
judicialmente se resolviera lo contrario. 3º) Puede conceder licencias a los
peritos y empleados por un plazo no mayor de cinco días cada tres meses,
que comunicará en cada caso a la citada Cámara, debiendo elevar a ésta
los pedidos de licencia por plazos que excedan del indicado (art. 143, RJN,
modif. por Acordada del 19/6/1961(45)).
El decano puede aplicar a los peritos y empleados sanciones
disciplinarias de prevención, apercibimiento y multa hasta m$n. 50,
debiendo requerir de la Cámara las de multa de mayor monto y de
suspensión. Las sanciones aplicadas por los decanos son apelables ante
dicho tribunal dentro del tercer día (art. 144, íd.)(46).
Incumbe además al decano: 1º) Designar antes del 20 de diciembre de
cada año los peritos que actuarán durante la feria, cuya nómina elevará a
la Cámara (art. 145, íd.). 2º) Dirimir sin apelación cualquier duda referente
a la distribución de la labor entre los peritos, siendo responsable de
cualquier deficiencia subsanable del servicio técnico del Cuerpo bajo su
dirección que no corrigiera de inmediato (art. 147, íd.).
d) Los cuerpos técnicos actúan siempre a requerimiento de los jueces y
tienen las siguientes obligaciones:
1) Practicar exámenes, experimentos y análisis, respecto de personas,
cosas o lugares.
2) Asistir a cualquier diligencia o acto judicial.
3) Producir informes periciales (art. 56, dec.-ley 1285/1958).
Los integrantes de los cuerpos técnicos tienen las mismas garantías,
gozan como mínimo de igual sueldo que los procuradores fiscales de
primera instancia y tienen los derechos, deberes, responsabilidades
e incompatibilidades establecidos con respecto a los funcionarios y
empleados de la justicia nacional (art. 63, inc. d], dec.-ley 1285/1958).
565 
 
e) Como servicio del cuerpo médico forense funciona la morgue judicial
bajo la autoridad de su decano y la dirección de un médico que debe reunir
las mismas condiciones que los miembros de dicho cuerpo (art. 57, íd.).
Corresponde a la morgue judicial: 1º) Proveer los medios necesarios
para que los médicos forenses practiquen las autopsias y demás
diligencias dispuestas por autoridades competentes. 2º) Exhibir por orden
de autoridad competente los cadáveres que le sean entregados a los fines
de su identificación. 3º) Formar y conservar el Museo de Medicina Legal
(art. 58, íd.).
Para fines didácticos, la morgue judicial deberá: 1º) Facilitar a las
cátedras de medicina de las universidades nacionales las piezas del
museo. 2º) Admitir en el acto de las autopsias, salvo orden escrita
impartida en cada caso por la autoridad judicial competente, el acceso de
profesores y estudiantes de medicina legal de las universidades
nacionales, en el número, condiciones y con los recaudos que se
establezcan en los reglamentos (art. 59, íd.).
El Cuerpo Médico Forense cuenta, finalmente, con uno o más peritos
químicos que deben reunir las mismas condiciones que sus miembros y
tienen sus mismas obligaciones (art. 60, íd.).

226. Peritos oficiales


a) También como auxiliares de la justicia nacional, y bajo la
superintendencia de la autoridad establecida en los reglamentos de la
Corte, actúan peritos ingenieros, tasadores, traductores e intérpretes (art.
52, inc. b], dec.-ley 1285/1958), los cuales son designados y removidos
por dicho tribunal (art. 53, íd.).
b) Para ser perito ingeniero o traductor se requieren las mismas
condiciones que para ser integrante de los cuerpos técnicos y para ser
tasadores o intérpretes, las que se requieran por los reglamentos dictados
por la Corte Suprema de Justicia (art. 61, íd.). A su vez, el art. 149 del RJN
dispone que para ser tasador oficial en las funciones de ese carácter que
no incumben específicamente a los peritos ingenieros de todas las
especialidades, comprendidos en la mención genérica del art. 52, inc. b),
del dec.-ley 1285/1958, se requiere la ciudadanía argentina, 25 años de
edad y tres años de ejercicio de la profesión de martillero público o de
funciones de tasación de instituciones públicas especializadas. Según el
art. 150 del mismo reglamento, para la designación de intérprete oficial se
requiere la ciudadanía argentina, 25 años de edad y tener versación

566 
 
comprobada por título nacional, cuando lo hubiere, en los idiomas para los
cuales haga la respectiva designación el Poder Ejecutivo.
c) Los peritos oficiales actúan en la misma forma y tienen las mismas
obligaciones que los miembros de los cuerpos técnicos (arts. 56 y 63, íd.).
Tienen, igualmente, los derechos, deberes, responsabilidades
e incompatibilidades establecidas con relación a los restantes funcionarios
y empleados de la justicia nacional (art. 63, último párrafo, íd.). Todos los
peritos para cuyo nombramiento se requiera título profesional tienen las
mismas garantías y gozan, como mínimo, de igual sueldo que los
secretarios de primera instancia de la Capital; pero cuando el título
requerido fuera universitario, tienen la misma jerarquía y gozan como
mínimo de igual sueldo que los procuradores fiscales de primera instancia
(art. 63, inc. d], y último apartado, íd.).

CAPÍTULO XV - COMPETENCIA DE LOS ÓRGANOS JUDICIALES


SUMARIO: I. GENERALIDADES: 227. Concepto de
competencia.— 228. Clasificación.— 229.
Caracteres.— 230. Extensión.— 231.
Determinación de la competencia. II.
COMPETENCIA ORDINARIA: 232.
Generalidades.— 233. Competencia por razón
del territorio.— 234. Competencia por razón de
la materia.— 235. Competencia por razón del
grado.

I. GENERALIDADES(1)

227. Concepto de competencia


a) Frente a los restantes órganos del Estado, los órganos judiciales se
caracterizan, según lo hemos visto, por el hecho de hallarse investidos de
la potestad consistente en satisfacer las pretensiones o las
peticiones extracontenciosas que pueden constituir el objeto de un
proceso.
Dado que esa potestad es única y privativa, ningún impedimento de
principio se opondría a la vigencia de un sistema legal en cuya virtud las
567 
 
partes o peticionarios estuviesen facultados para formular toda clase de
pretensiones o peticiones ante cualquier órgano judicial. Sin embargo, tres
circunstancias relevantes, como son la extensión territorial del Estado, la
diversa índole e importancia económica de las cuestiones susceptibles de
ventilarse judicialmente, y la posibilidad de que los asuntos sean
reexaminados en instancias superiores, imponen la necesidad de distribuir
el ejercicio de la función judicial en forma compatible con la existencia de
dichas circunstancias.
b) Tal necesidad de repartir el trabajo entre los distintos órganos
judiciales determina la formulación de reglas legales tendientes a
satisfacerla y nos enfrenta con el concepto de competencia, a la que cabe
definir como la capacidad o aptitud que la ley reconoce a cada órgano o
conjunto de órganos judiciales para ejercer sus funciones con respecto a
una determinada categoría de asuntos o durante una determinada etapa
del proceso.
La noción de competencia viene de tal manera a integrar y precisar
el extenso ámbito de atribuciones que es consustancial a la idea de
potestad judicial, pues una vez establecido, de acuerdo con las normas
vigentes, que los órganos judiciales del Estado están facultados para
conocer de una determinada pretensión o petición extracontenciosa, las
reglas de competencia fijan en concreto cuál de dichos órganos debe
conocer en el asunto con exclusión de los restantes(2). La competencia se
presenta, en ese orden de ideas, como la medida de la función judicial.
c) Interesa recordar, finalmente, que la competencia constituye uno de
los requisitos extrínsecos de admisibilidad de toda pretensión o
petición extracontenciosa, en forma tal que si, en un caso concreto, el
órgano ante quien se ha acudido carece de aquella aptitud,
estará inhabilitado para emitir un pronunciamiento sobre el fondo del
asunto (supra, nro. 59).

228. Clasificación
a) La distribución de la potestad judicial entre los distintos órganos del
Estado se lleva a cabo mediante la aplicación de diversos criterios que
responden, fundamentalmente, a las circunstancias referidas en el número
anterior, y a los que cabe denominar territorial, objetivo y funcional.
b) El criterio territorial atiende a los problemas emergentes de
la extensión geográfica del territorio, y procura solucionarlos a través de
reglas en cuya virtud se divide a éste en distintas circunscripciones
judiciales y se asigna el conocimiento de los asuntos al órgano u órganos
más próximos al lugar en que se encuentra ubicado alguno de los
elementos de la pretensión o petición que constituye el objeto del proceso.

568 
 
Tales reglas tienden, fundamentalmente, a allanar a las partes y
peticionarios los inconvenientes derivados de la distancia y a obtener un
mayor rendimiento de la justicia que emerge de la aproximación entre la
sede del órgano judicial y el lugar de producción de la prueba.
c) El criterio objetivo tiene en cuenta, por un lado, la naturaleza jurídica
de las cuestiones debatidas en el proceso y, por otro, el valor del objeto
litigioso, determinando la institución de reglas de competencia según las
cuales se distribuye el conocimiento de las causas en el aspecto cualitativo
(competencia por razón de la materia) y cuantitativo (competencia por
razón del valor).
d) El criterio funcional, por último, contempla las diversas etapas de que
consta todo proceso y la posibilidad de que en cada una de
ellas intervenga un órgano distinto, cuyas actividades han de adecuarse a
la naturaleza de la etapa de que se trate. La primordial manifestación de
este criterio está dada, en nuestro sistema jurídico, por la división del
proceso en distintas instancias, y por la consecuente fijación de reglas
atributivas de competencia por razón del grado(3).
e) En nuestro derecho, como consecuencia del doble orden
judicial instituido por la Constitución Nacional, los criterios
precedentemente analizados deben subordinarse, sin embargo, a una
primera y fundamental división entre las competencias ordinaria y federal,
las cuales representan, respectivamente, manifestaciones de
la autonomía de las provincias y de la soberanía de la Nación(4). Como
veremos oportunamente, la competencia de los órganos judiciales
pertenecientes a la justicia federal se determina también con arreglo a los
criterios analizados, a los cuales cabe añadir el
criterio personal (competencia ratione personae), que atiende a la calidad
o condición de las partes (Estado nacional, embajadores, cónsules, etc.) o
a la vecindad o nacionalidad de éstas.
En ese orden de ideas, para establecer en un caso concreto a qué
órgano judicial corresponde el conocimiento de un asunto, debe
comenzarse por examinar si es de la competencia de la justicia federal o
de la justicia ordinaria; luego, cualquiera sea la conclusión a que se llegue
acerca de ese extremo, es preciso determinar la circunscripción territorial
en que ha de radicarse y, dentro de ella, la competencia por razón de la
materia y por razón del valor.
f) Suele hablarse, asimismo, de una competencia por razón del turno(5),
la cual se basaría en el orden temporal en que los distintos órganos
judiciales que ejercen una misma clase de competencia deben recibir los
procesos que se inicien. Pero no se trata, a nuestro juicio, de una
verdadera competencia, sino de un conjunto de reglas, generalmente
fijadas por los tribunales a quienes corresponde el ejercicio de la
superintendencia(6), tendientes a asegurar una más equitativa distribución
de tareas, y cuya efectividad depende de la voluntad de las partes en

569 
 
aquellos procesos en los cuales se les reconoce el derecho de recusar
sin expresión de causa(7).

229. Caracteres
a) Mientras las reglas atributivas de competencia por razón de la
materia, del valor y del grado propenden fundamentalmente a asegurar la
eficiencia de la administración de justicia, y se basan por lo tanto en
consideraciones de interés general, las reglas que fijan la competencia por
razón del territorio tienden ante todo a facilitar la actuación procesal de las
partes y se hallan establecidas en el presunto interés individual de éstas.
De ello se desprende una diferencia en cuanto al tratamiento procesal
de ambos grupos de reglas. Si se trata, en efecto, de alguna de las tres
clases de competencia mencionadas en primer término, el órgano judicial
está habilitado para verificar, de oficio, el cumplimiento de las reglas
pertinentes y, por lo tanto, para desestimar in limine la pretensión o la
petición que no se ajuste a ellas, con prescindencia de cualquier
manifestación de las partes o peticionarios, incluso formulada de común
acuerdo (supra, nro. 7, c]). Por ello la competencia derivada de los criterios
objetivo y funcional reviste carácter improrrogable, diciéndose que es
absoluta la incompetencia del órgano judicial en el supuesto de ser
requerido para satisfacer una pretensión o una petición cuyo conocimiento
no le ha sido asignado por razón de la materia, del valor o del grado.
Cuando se trata, en cambio, de la competencia por razón del territorio,
el órgano judicial se halla vinculado al poder dispositivo de las partes o
peticionarios, quienes pueden renunciar, expresa o tácitamente, a la
aplicación de las reglas correspondientes, sometiéndose a la competencia
de un juez distinto al previsto por éstas. De allí que la competencia por
razón del territorio sea prorrogable, y relativa la incompetencia del órgano
judicial al cual las partes voluntariamente se someten.
Con los alcances que terminamos de señalar debe entenderse el art. 1º
del CPCCN(8), el cual, tras establecer que "la competencia atribuida a los
tribunales nacionales es improrrogable", agrega que "(s)in perjuicio de lo
dispuesto por los tratados internacionales y por el art. 12, inc. 4º, de la ley
48, exceptúase la competencia territorial en asuntos exclusivamente
patrimoniales, que podrá ser prorrogada de conformidad de partes. Si
estos asuntos son de índole internacional, la prórroga podrá
admitirse aun a favor de jueces extranjeros o de árbitros que actúen fuera
de la República, salvo en los casos en que los tribunales argentinos tienen
jurisdicción exclusiva o cuando la prórroga está prohibida por ley"(9).

570 
 
La prórroga o sumisión puede definirse, en términos generales, como la
facultad que la ley otorga a las partes para atribuir competencia territorial,
con respecto al conocimiento de una pretensión determinada, o de
eventuales pretensiones, a un órgano judicial que legalmente carece de
dicha competencia. Esa facultad sólo puede ser ejercida, como dice la
norma antes citada, "en los asuntos exclusivamente patrimoniales", de
manera tal que no pueden ser objeto de ella las pretensiones y
peticiones extracontenciosas relativas a la capacidad o al estado civil de
las personas. Asimismo, dentro de los asuntos de la mencionada índole
cabe excluir a las pretensiones laborales, pues la competencia de los
tribunales del trabajo es, en todos los casos, improrrogable (art. 19, ley
18.345)(10).
La prórroga de la competencia puede ser expresa o tácita. La primera,
según el art. 2º, CPCCN(11), "se operará si surgiere de convenio escrito
mediante el cual los interesados manifiesten explícitamente su decisión de
someterse a la competencia del juez a quien acuden". La prórroga expresa
requiere, pues, el concurso de la voluntad de ambas partes (pactum de
foro prorrogando), exteriorizada a través de un contrato o de declaraciones
unilaterales de un mismo contenido(12), de las que surja
la intención inequívoca de someterse a los órganos de una determinada
circunscripción, sea designándolos específicamente o constituyendo, en
dicha circunscripción, un domicilio especial(13). Puede hacerse por medio
de representante a quien se haya conferido facultad al efecto (art. 375,
CCiv. y Com.)(14), y su eficacia sólo comprende a las partes y a sus
herederos o sucesores universales; no así a los terceros (arts. 1021, 1022
y 1024, CCiv. y Com.), ni a los eventuales codemandados que no se hallen
vinculados en razón de una obligación solidaria o indivisible(15).
La prórroga tácita emerge de actitudes procesales asumidas por las
partes, configurándose "para el actor, por el hecho de entablar la
demanda; y respecto del demandado, cuando la contestare, dejare de
hacerlo u opusiere excepciones previas sin articular la declinatoria" (art.
2º, CPCCN)(16), es decir, sin oponer la excepción de incompetencia.
En términos generales, por lo tanto, existe prórroga tácita de la
competencia cuando cualquiera de las partes cumple u omite cumplir un
acto procesal del que se infiera su intención de someter al órgano judicial
el conocimiento del fondo del asunto o el examen de algún requisito de la
pretensión distinto de la propia competencia. De allí que configure
sumisión tácita el hecho de que el actor formule, con carácter previo a la
demanda, cualquier solicitud que se vincule con el conocimiento del fondo
del asunto por una razón de conexión procesal, como ocurre con las
medidas preliminares y precautorias y con el pedido de beneficio de litigar
sin gastos (art. 6º, incs. 4º y 5º, CPCCN)(17).
Las consideraciones precedentes son aplicables, en lo pertinente, a la
prórroga de la competencia federal que autoriza el art. 12, inc. 4º, de la ley
48 (infra, nro. 237).
571 
 
b) Otro de los caracteres de la competencia está dado por
su indelegabilidad. "La competencia tampoco podrá ser delegada —
prescribe el art. 3º, apart. 1º, CPCCN—, pero está permitido encomendar
a los jueces de otras localidades la realización de diligencias
determinadas".
La aparente excepción que contempla la última parte de la norma
transcripta no significa, sin embargo, que el juez requerido actúe por
delegación del juez exhortante, pues el primero ejerce, en realidad, su
propia competencia por razón del territorio, limitada al cumplimiento de las
diligencias encomendadas.
En cuanto a la ley procesal aplicable por el juez exhortado, así como al
alcance de sus facultades, nos remitimos a lo expuesto supra, nro. 11, D).

230. Extensión
La atribución de competencia comporta, para el órgano investido de
ella, la posibilidad de ejercer todos los poderes inherentes al desempeño
de la función judicial, se refieran ellos a la cognición, a la ejecución o a la
adopción de medidas cautelares.
En lo que respecta a la etapa de cognición, el juez competente posee
atribuciones para conocer de la pretensión del actor y de la oposición u
oposiciones formuladas por el demandado (una de las cuales le acuerda
facultades para pronunciarse acerca de su propia competencia), de la
reconvención y, en general, de los incidentes que se promuevan durante
el curso del proceso, con excepción de aquellos planteados por terceros
en los cuales prospere una recusación con o sin expresión de causa
(supra, nro. 210, D]).
En lo que atañe a la etapa de ejecución, la competencia incluye los
poderes necesarios para que el juez, mediante la aplicación de las
medidas coactivas admitidas por la ley, haga efectivo el cumplimiento de
sus resoluciones.
Finalmente, la competencia entraña el poder de adoptar, con
anterioridad o durante el desarrollo del proceso, las medidas cautelares
tendientes a asegurar la eficacia práctica de la decisión final.

572 
 
231. Determinación de la competencia
a)(18)La competencia se determina, en cada caso, de conformidad con
las normas vigentes y el estado de hecho existente al tiempo de iniciarse
el proceso(19). En consecuencia, corresponde prescindir tanto de las
normas que estaban vigentes en oportunidad de constituirse la relación
jurídica o de producirse los hechos que configuran la causa de la
pretensión, como de las circunstancias sobrevinientes al momento
de interponerse la demanda(20).
Debe estarse, por otra parte, a los elementos integrantes de la
pretensión y no al contenido de las defensas deducidas por el demandado,
ya que éstas no alteran el objeto del proceso y sólo inciden en la
delimitación de las cuestiones litigiosas.
En ese sentido, por lo demás, se ha pronunciado reiteradamente la
jurisprudencia(21), cuyas conclusiones resumió la ley 22.434 al incorporar,
como párrafo inicial del art. 5º del CPCCN, mantenido por la ley 25.488, el
siguiente: "La competencia se determinará por la naturaleza de las
pretensiones deducidas en la demanda y no por las defensas opuestas por
el demandado"(22).
b)(23)De acuerdo con el régimen instituido por el CPCCN, el órgano
judicial cuenta, en principio, con dos oportunidades para pronunciarse
acerca de su competencia.
La primera de ellas coincide con la providencia a dictar con motivo de la
presentación de la demanda: "Toda demanda —prescribe el art. 4º de
dicho ordenamiento conforme con la redacción que le imprimió la ley
22.434— deberá interponerse ante juez competente, y siempre que de
la exposición de los hechos resultare no ser de la competencia del juez
ante quien se deduce, deberá dicho juez inhibirse de oficio. Consentida o
ejecutoriada la respectiva resolución, se remitirá la causa al juez tenido por
competente". El texto anterior remitía al art. 8º, primer párrafo, que
consagraba idéntica solución con referencia al caso de declararse
procedente la declinatoria, de modo que se trató de una reforma
meramente formal.
La inhibición oficiosa del órgano judicial se halla sujeta, sin embargo, a
dos limitaciones. La primera consiste en que aquélla no procede en el
supuesto de resultar afectada alguna regla atributiva de competencia por
razón del territorio, pues ésta puede ser objeto de prórroga cuando el
proceso versa sobre una cuestión exclusivamente patrimonial. La ley
22.434 lo aclaró, acaso innecesariamente, al agregar, como último párrafo
del art. 4º, que "en los asuntos exclusivamente patrimoniales no procederá
la declaración de incompetencia de oficio, fundada en razón del territorio".
La segunda limitación está dada por la circunstancia de que
la incompetencia del órgano se infiera de manera manifiesta e inequívoca
de la propia exposición de los hechos formulados por el actor. De allí que

573 
 
el art. 337, segundo párrafo, del CPCCN, disponga que "si no resultare
claramente de ellas (las demandas) que son de su competencia (los
jueces), mandarán que el actor exprese lo necesario a ese respecto".
La segunda oportunidad acordada por la ley corresponde al momento
en que debe resolverse la excepción de incompetencia (art. 347, inc. 1º,
CPCCN), el que difiere según la clase de proceso. Si se trata, en efecto,
de un proceso ordinario, aunque de acuerdo con la reforma introducida por
la ley 25.488 debe ser opuesta, como las restantes excepciones,
juntamente con la contestación de demanda o la reconvención,
corresponde resolverla como artículo de previo y especial pronunciamiento
con sujeción a las normas de los arts. 350 y ss. del CPCCN.
A diferencia del Código derogado, que autorizaba un nuevo
pronunciamiento sobre la competencia en oportunidad de recibirse la
causa a prueba en las cuestiones de hecho o al correrse el segundo
traslado en las de derecho (art. 87), el CPCCN prescribe, en el art. 352,
que "una vez firme la resolución que desestima la excepción
de incompetencia, las partes no podrán argüir la incompetencia en lo
sucesivo", agregando que ésta "tampoco podrá ser declarada de oficio".
Sólo se exceptúa de esa regla "la incompetencia de la justicia federal, que
podrá ser declarada por la Corte Suprema cuando interviniere en instancia
originaria, y por los jueces federales con asiento en las provincias, en
cualquier estado del proceso" (norma citada, apart. 2º). La excepción se
justifica en razón del carácter limitado que, como veremos, reviste la
competencia federal (infra, nro. 237), pero no alcanza a los órganos
judiciales que tienen asignado ese tipo de competencia en la Capital de la
República, por cuanto todos los jueces y tribunales que ejercen sus
funciones en dicho distrito son nacionales en razón de su origen y, por lo
tanto, no rige, con respecto a ellos, la limitación a que se encuentran
sometidos los órganos federales del interior con respecto a la justicia
provincial(24).
Si se trata, en cambio, de procesos sumarísimos o ejecutivos, la
segunda oportunidad prevista para la declaración de incompetencia es el
pronunciamiento de la sentencia definitiva, porque de acuerdo con la forma
en que han sido estructurados dichos procesos, el momento procesal
destinado al examen de la correspondiente excepción coincide con el acto
mencionado (arts. 498, inc. 2º, y 548 y 550, CPCCN)(25).
Asimismo, debe destacarse que la limitación del art. 352 del CPCCN no
rige en la justicia del Trabajo, pues en virtud del carácter de excepción que
reviste la competencia laboral, los órganos respectivos están habilitados
para declarar su incompetencia en cualquier estado del proceso(26).
Finalmente, cuando se trata de incompetencia por razón del grado,
derivada de la irrecurribilidad de la resolución impugnada, el tribunal de
segunda instancia está habilitado para declarar de oficio la inadmisibilidad
del recurso en cualquier estado del trámite anterior al pronunciamiento

574 
 
sobre el fondo de los puntos sometidos a su conocimiento, aunque
ninguna de las partes hubiese planteado cuestión al respecto.

II. COMPETENCIA ORDINARIA

232. Generalidades
Denomínase competencia ordinaria a la que se ejerce en todos aquellos
supuestos no contemplados expresamente en los arts. 116 y 117 de
la Constitución Nacional, es decir, en los asuntos cuyo conocimiento no ha
sido asignado por razón del lugar, de la materia o de las personas, a los
órganos judiciales que integran la justicia federal.
De la circunstancia apuntada se sigue que el estudio a realizarse en el
presente parágrafo comprenderá las atribuciones conferidas a la mayor
parte de los órganos judiciales que tienen su asiento en la Capital Federal,
pues no obstante el carácter nacional que todos ellos revisten en razón de
su origen, el ordenamiento jurídico vigente ha establecido en dicho
territorio una división de competencias basada fundamentalmente en la
naturaleza ordinaria o específicamente federal de los asuntos. Más aún: el
análisis que ha de efectuarse en los números que siguen girará
primordialmente en torno a la competencia asignada a los órganos
judiciales de la Capital Federal que no conocen, por regla general, de los
casos mencionados en las aludidas disposiciones constitucionales, ya que
el examen particularizado de la competencia conferida a los órganos
judiciales con asiento en cada una de las provincias, aparte de exceder los
límites de esta obra, ya ha sido parcialmente efectuado en oportunidad de
ocuparnos de las distintas organizaciones judiciales locales (supra, nros.
136 a 159).
Cabe aclarar, asimismo, que las reglas atributivas de competencia
territorial que seguidamente han de analizarse, son también aplicables, en
lo pertinente, a los órganos de la justicia federal con asiento en el interior
de la República.
De acuerdo con los criterios de clasificación mencionados en el nro.
228, se estudiarán sucesivamente las competencias por razón del
territorio, por razón de la materia, por razón del valor y por razón del grado.

575 
 
233. Competencia por razón del territorio

A) Generalidades
a) La competencia por razón del territorio se halla regulada, tanto por
las leyes de fondo como por los ordenamientos procesales, sobre la base
de una distinción primaria que atiende a la naturaleza real o personal de
las "acciones deducidas".
Sin embargo, de acuerdo con las consideraciones expuestas
oportunamente acerca del significado que corresponde atribuir a la palabra
"acción" (supra, nro. 74), la cual denota, a nuestro juicio, el simple poder o
derecho de hacer valer una pretensión procesal, los vocablos "acciones
reales" y "acciones personales", utilizados por la ley, deben entenderse en
el sentido de derechos reales o personales invocados por las partes como
fundamento de sus pretensiones. Y ése será el criterio que guiará el
ulterior desarrollo del tema.
b) Ya hemos expresado que el criterio territorial conduce a determinar
la competencia sobre la base de la proximidad entre la sede del órgano
judicial y el lugar en que se encuentra situado alguno de los elementos de
la pretensión o petición que es objeto del proceso. Cabe destacar ahora
que esa relación determinante del señalamiento de competencia recibe,
tradicionalmente, el nombre de fuero, concepto que también se aplica, con
respecto a las partes y peticionarios, para denotar la sede territorial donde
aquéllos tienen el derecho de plantear sus pretensiones, peticiones y
defensas(27).
El fuero puede ser único o exclusivo o múltiple. Los fueros múltiples, a
su vez, pueden encontrarse en un régimen de prelación, en forma tal de
que exista un fuero principal y otro u otros subsidiarios (v.gr.: lugar de
cumplimiento de la obligación, y a falta de lugar convenido, lugar del
domicilio del deudor o de celebración del contrato), o bien hallarse en un
mismo plano y ser, por lo tanto, electivos para el actor (v.gr.: lugar de
situación de la cosa mueble o lugar del domicilio del demandado).

576 
 
B) Pretensiones reales
En relación con las pretensiones fundadas en derechos reales, el
ordenamiento procesal vigente fija distintas reglas de competencia sobre
la base del carácter inmobiliario o mobiliario de los bienes que constituyen
el objeto de tales derechos.
a)(28)Frente al supuesto de deducirse pretensiones reales sobre
bienes inmuebles, las leyes 22.434 y 25.488 se limitaron a reproducir el
texto del art. 5º, inc. 1º, apart. 1º, del CPCCN, con arreglo al cual es juez
competente "el del lugar donde esté situada la cosa litigiosa. Si éstas
fuesen varias, o una sola pero situada en diferentes jurisdicciones
judiciales, será el del lugar de cualquiera de ellas o de alguna de sus
partes, siempre que allí tenga su domicilio el demandado. No concurriendo
tal circunstancia, será el del lugar en que esté situada cualquiera de ellas,
a elección del actor".
El fuero del lugar de situación de tal cosa (forum rei sitae) continúa
siendo, pues, en principio, único y excluyente, y sólo funciona en forma
conjunta con el del domicilio del demandado en el supuesto de que se trate
de varios inmuebles o de uno solo situado en diferentes jurisdicciones
judiciales, siempre que dicho domicilio coincida, respectivamente, con el
lugar de alguno de ellos o con el de alguna de sus partes.
La solución normativa descansa en la razonable suposición de que el
órgano judicial con sede en el lugar de situación de la cosa es el que en
mejores condiciones se encuentra para resolver el conflicto en razón de
su proximidad con las pruebas y con el objeto de la pretensión.
La misma regla es aplicable, de acuerdo con lo dispuesto por el párr. 2º
del inciso citado, que tampoco fue objeto de reforma, "respecto de las
acciones (pretensiones) posesorias, interdictos, restricción y límites del
dominio, medianería, declarativa de la prescripción adquisitiva, mensura y
deslinde y división de condominio"(29).
b) Cuando se deducen pretensiones reales sobre bienes muebles, es
juez competente "el del lugar en que se encuentren o el del domicilio del
demandado, a elección del actor" (art. 5º, inc. 2º, CPCCN, también
reproducido por las leyes citadas). La ley continúa fijando de tal manera
dos fueros concurrentes y electivos (forum rei sitae o forum rei); pero si la
pretensión versa sobre bienes muebles e inmuebles conjuntamente, la
competencia corresponde, de acuerdo con lo dispuesto en el párr. 2º de la
norma citada, al juez del lugar en que están situados los bienes inmuebles.

C) Pretensiones personales(30)

577 
 
En el ámbito de este tipo de pretensiones corresponde incluir no sólo las derivadas de derechos creditorios,
cualquiera sea su origen (contractual, extracontractual o legal), sino también las relativas a las relaciones de
familia, al estado civil y a la capacidad de las personas, y las fundadas en los llamados derechosautopersonales
o personalísimos.

En su versión originaria el CPCCN fijaba reglas atributivas de


competencia territorial en relación con las primeras y a las que persiguen
la declaración de incapacidad por demencia o sordomudez, omitiendo,
por innecesaria, la reproducción de las disposiciones que el Código Civil y
leyes complementarias contienen acerca de la competencia en materia de
las restantes pretensiones referentes a la capacidad y al estado civil, como
las de divorcio, remoción de tutores o curadores, declaración de
fallecimiento presunto, etcétera.
La ley 22.434 contempló el caso de las pretensiones tendientes a la
declaración de inhabilitación de alcoholistas habituales, toxicómanos,
disminuidos mentales y pródigos, en concordancia con la norma contenida
en el art. 152 bis del Código Civil no vigente al tiempo de promulgarse
la ley 17.454 e introdujo ciertas precisiones, extraídas de la jurisprudencia
predominante, con respecto a la competencia en las pretensiones de
divorcio y de nulidad de matrimonio. La ley 25.488, a su turno, incorporó
los supuestos relativos a las pretensiones de divorcio vincular y separación
personal, así como las fundadas en el régimen de la propiedad horizontal.
Hoy, todas estas previsiones han de ser compatibilizadas con las reglas
que al respecto ha introducido el nuevo régimen de derecho privado que
contiene el Código Civil y Comercial, a las que se hará mención más abajo.
Para facilitar el estudio del tema, se lo subdividirá de la siguiente
manera: 1º) Pretensiones fundadas en derechos creditorios de origen
contractual. 2º) Pretensiones fundadas en derechos creditorios de
origen extracontractual. 3º) Otras pretensiones personales de contenido
patrimonial. 4º) Caso de pluralidad de demandados. 5º) Pretensiones
declarativas de capacidad restringida e inhabilitación, familiares y de
estado.
Interesa señalar, finalmente, que el CPCCN regula con carácter general
(art. 5º, inc. 12), o con referencia a supuestos específicos (íd., incs. 9º y
10), la competencia territorial aplicable a las peticiones
procesales extracontenciosas. Pero el tema, pese a sus analogías con el
relativo a las pretensiones personales, ha de ser estudiado por separado.

1º) Pretensiones fundadas en derechos creditorios de origen contractual

578 
 
a) En relación con este tipo de pretensiones la ley fija un fuero principal
y tres fueros subsidiarios, dos de los cuales funcionan con carácter
electivo.
El fuero principal está constituido, según el art. 5º, inc. 3º, del CPCCN,
por el lugar en que debe cumplirse la obligación (forum solutionis), regla
esta que se ajusta a las disposiciones contenidas en los arts. 101 y 102
del CCiv. y que hoy pueden hallarse en las previsiones de los arts. 75 y 78
del CCiv. y Com. y concuerda con el propósito de facilitar la actividad
procesal de las partes(31).
Pero la designación del lugar de cumplimiento puede ser expresa o
resultar implícitamente formulada en el contrato, siendo en este último
caso función de los órganos judiciales desentrañar la voluntad de los
contratantes en ese sentido.
La doctrina jurisprudencial que a continuación se resume (generada en
base a los textos del Código Civil de Vélez) es ilustrativa acerca del criterio
adoptado por nuestros tribunales, especialmente por la Corte Suprema de
Justicia al respecto: 1º) La justicia provincial de Mendoza, y no la nacional
de la Capital Federal, es competente para conocer de un juicio sobre
depósito de mercaderías y restitución de pagarés, pues sea que se trate
de una compraventa o crédito o de una consignación de mercaderías
efectuada en aquella ciudad, ésta sería el lugar donde, respectivamente,
debía pagarse el precio (art. 1424, CCiv.), o venderse las mercaderías en
cuestión(32). 2º) Corresponde a la justicia de la provincia de Catamarca y
no a la de la Capital Federal conocer de la demanda por nulidad de un
contrato de compraventa o rescisión del mismo, si la obligación del
vendedor de entregar las máquinas vendidas, cuyo
alegado incumplimiento origina el juicio, debía cumplirse en la ciudad de
Catamarca, según resulta del convenio anexo al contrato de compraventa
y de la correspondencia que existió entre las partes; a lo cual se agrega
que el precio debía ser pagado en Catamarca. No importa que el texto
impreso del contrato, celebrado en Buenos Aires, establezca que la
mercadería será entregada sobre vagón en dicha ciudad(33). 3º) A falta de
estipulación expresa en el boleto de compraventa, y aunque el inmueble
objeto del contrato se encuentre situado en una provincia, compete a la
justicia de la Capital Federal conocer de la demanda de escrituración si en
ella fue suscripto el boleto, se pagó parte del precio y tenían su domicilio
el demandado y el escribano designado para extender la
escritura(34), aunque el lugar en que se encuentra ubicado el bien inmueble
objeto de una pretensión personal debe ser tenido en cuenta a los efectos
de la competencia cuando concurren otras circunstancias presuntivas de
haberse elegido ese lugar para la ejecución del contrato(35). 4º)
Corresponde a la justicia de San Luis, y no a la de la Capital Federal,
conocer de la demanda deducida por el comprador para obtener la
reparación del perjuicio proveniente de los defectos de la cosa adquirida
en Buenos Aires, donde fue puesta sobre vagón por el vendedor, si lo

579 
 
estipulado por las partes acerca del lugar, modo y tiempo del pago del
precio y de otras obligaciones a cargo del adquirente, demuestra que se
halla en dicha Provincia el lugar implícitamente convenido para el
cumplimiento de la obligación(36). 5º) Es juez competente para conocer del
juicio en que el vendedor demanda el pago del saldo del precio estipulado
para la compraventa de su producción de uvas, el del lugar donde se hallan
situados los inmuebles en los que el comprador debía cosechar la uva
vendida, pues a falta de elementos de juicio que demuestren lo contrario,
éste es el lugar del cumplimiento de las obligaciones emergentes de la
compraventa(37). 6º) Es competente la justicia en lo Comercial de la Capital
Federal para entender en el juicio en el que se demanda el pago del precio
de las cosas vendidas, si la tradición simbólica se habría efectuado
mediante la entrega de las cartas de porte remitidas al escritorio de la
demandada, sito en dicha ciudad(38). 7º) Es competente la justicia federal
de Rawson (Chubut), y no la justicia de la Capital Federal, para conocer
de la demanda deducida por una firma extranjera por cobro del precio de
mercaderías no pagadas por la compradora, domiciliada en la Capital
Federal, si de las circunstancias de la operación resulta que la mercadería
fue recibida por el comprador en dicha Provincia, estableciéndose que ella,
en caso de no efectuarse el pago, quedaría a disposición de los agentes
del vendedor, ya que el lugar implícitamente convenido para el pago del
precio o la devolución de la mercadería es, en el caso, aquel en que los
bienes fueron recibidos por el comprador(39). 8º) Es juez competente para
conocer de la pretensión tendiente al cobro del precio estipulado en un
contrato de locación de servicios, el del lugar en que los servicios se han
prestado(40). 9º) Si se trata de un contrato de locación de obra, la pretensión
debe deducirse ante el juez del lugar donde la obra deba ejecutarse o se
ejecutó(41), salvo que se haya celebrado el contrato y realizado pagos
correspondientes a su cumplimiento en un lugar distinto al de ejecución de
la obra(42). 10) No habiéndose convenido un determinado lugar para el
cumplimiento del contrato de compraventa, pues ante el desconocimiento
del vínculo contractual por el demandado no puede entenderse como tal
la frase puesta al pie de las facturas, no conformadas por aquél, de que su
importe "...se entiende pagadero en Buenos Aires", la acción
personal intentada debe tramitarse ante el juez del domicilio del
demandado(43).
Frente a este panorama, la ley 22.434 aclaró el alcance del mencionado
art. 5º, inc. 3º, en tanto determinó que la competencia corresponde al juez
del lugar en que deba cumplirse la obligación expresa o implícitamente
establecido conforme a los elementos aportados en el juicio.
A falta de un lugar expresa o implícitamente convenido para el
cumplimiento de la obligación, el CPCCN continúa resolviendo el problema
de la competencia mediante la fijación de dos fueros subsidiarios electivos,
por cuanto el actor puede interponer su pretensión ante el juez del lugar
del domicilio del demandado (forum rei)(44)o el del lugar del contrato (forum

580 
 
contractus), siempre que el demandado se encuentre en él, aunque sea
accidentalmente, en el momento de la notificación (art. 5º, inc. 3º).
En cambio, los arts. 1215 y 1216 del derogado Código Civil acordaban
al acreedor, indistintamente, los fueros correspondientes al lugar del
cumplimiento del contrato y al lugar del domicilio o residencia del deudor.
"En todos los contratos que deban tener su cumplimiento en la
República —prescribía el art. 1215—, aunque el deudor no fuere
domiciliado o residiere en ella, puede, sin embargo, ser demandado ante
los jueces del Estado". El art. 1216 disponía, por su parte, que "si el deudor
tuviese su domicilio o residencia en la República, y el contrato debiese
cumplirse fuera de ella, el acreedor podrá demandarlo ante los jueces de
su domicilio, o ante los del lugar del cumplimiento del contrato, aunque el
deudor no se hallase allí".
Hoy, con el nuevo CCiv. y Com. puede acudirse al texto del art. 2650,
el que establece: "Jurisdicción. No existiendo acuerdo válido de elección
de foro, son competentes para conocer en las acciones resultantes de un
contrato, a opción de actor: a. los jueces del domicilio o residencia habitual
del demandado. Si existen varios demandados, los jueces del domicilio o
residencia habitual de cualquiera de ellos; b. los jueces del lugar de
cumplimiento de cualquiera de las obligaciones contractuales; c. los jueces
del lugar donde se ubica una agencia, sucursal o representación del
demandado, siempre que ésta haya participado en la negociación o
celebración del contrato".
A ello habrá de ajustarse la interpretación del CPCCN que —como ya
se dijera— resuelve el problema de la competencia mediante la fijación de
dos fueros subsidiarios electivos, pues el actor puede deducir su
pretensión ante el juez del lugar del domicilio del demandado (forum rei) o
el del lugar del contrato (forum contractus), siempre que el demandado se
encuentre en él, aunque sea accidentalmente, en el momento de la
notificación (art. 5º, inc. 3º, apart. 1º)(45). Tal solución reconoce fundamento
en una razón de justicia, como es la consistente en evitar las molestias y
perjuicios que generalmente entraña el hecho de sustraer a aquél de sus
jueces propios, cuando todavía no ha mediado pronunciamiento judicial
alguno acerca de la pretensión deducida por el actor.
A los efectos de la determinación del domicilio debe estarse a las
disposiciones contenidas en el CCiv. y Com. (arts. 73 a 78, 152 y 2613 a
2615).
La regla del forum contractus establecida concurrentemente con la del
lugar del domicilio del deudor, debía correlacionarse con la norma
contenida en el art. 1212 del derogado Código Civil, según el cual "el lugar
del cumplimiento de los contratos que en ellos no estuviere designado, o
no lo indicare la naturaleza de la obligación, es aquel en que el contrato
fue hecho, si fuere el domicilio del deudor, aunque después mudare de
domicilio o falleciere". Por lo tanto, la competencia de los jueces del lugar

581 
 
de celebración del contrato depende de dos requisitos: 1º) Que medie
coincidencia entre dicho lugar y el del domicilio del deudor al tiempo de la
celebración del contrato. 2º) Que, en oportunidad de practicarse la
notificación de la demanda, el demandado resida, aunque sea
accidentalmente, en el lugar en que el contrato fue celebrado. No es
necesario, en consecuencia, que el deudor se halle radicado en ese lugar
con intención de permanecer en él, sino que es suficiente la simple
habitación aun con carácter accidental, que son las circunstancias que
definen a la "residencia" (art. 92, derogado CCiv.). Es decir que el actor
puede optar, según la norma citada (CPN, art. 5 inc. 3º), entre el juez del
domicilio del demandado y el juez del lugar en que el contrato se celebró,
"siempre que el demandado se encuentre en él, aunque sea
accidentalmente". Basta, pues, la simple habitación en el lugar, aun con
carácter accidental, que es la nota que define a la "residencia" en los
términos del art. 92 del derogado CCiv., concepto al que hoy se refiere el
art. 2613 in fine del CCiv. y Com.
Finalmente, el tercer fuero subsidiario mencionado más arriba se halla
contemplado por el párr. 2º del mencionado inc. 3º, en cuya virtud el que
no tuviere domicilio fijo podrá ser demandado en el lugar en que se
encuentre o en el de su última residencia.
b) En lo que atañe a los documentos comerciales, es preciso distinguir
las reglas de competencia aplicables al cobro de letras de cambio, pagarés
y cheques.
En materia de letras de cambio la competencia se determina por el lugar
que en ellas se ha designado para el pago y, a falta de especial indicación
al respecto, por el lugar designado al lado del nombre del girado (art. 2º,
dec.-ley 5965/1963).
Es juez competente para conocer de la pretensión tendiente al cobro de
un pagaré el del lugar indicado en el respectivo documento y, a falta
de indicación especial, el del lugar de creación del título (art. 102, apart.
3º, dec.-ley cit.). Reiteradamente se ha decidido que el domicilio indicado
al pie del pagaré prevalece para determinar el lugar del pago y protesto y,
en consecuencia, también el órgano judicial competente para la
ejecución(46), y que carece de eficacia, a tales efectos, el domicilio que
consta como una indicación efectuada posteriormente a lápiz(47), pues en
tal supuesto prima, como lugar de pago atributivo de competencia
territorial, aquel donde el título fue emitido(48).
Si se trata de cheques, el domicilio del girado contra el cual se libra el
cheque determina la ley aplicable. El domicilio que el librador tenga
registrado ante el girado podrá ser considerado domicilio especial a todos
los efectos legales derivados del cheque (art. 3º, ley 24.452, Ley de
Cheques).
c) En materia de pretensiones laborales, la ley 18.435 (t.o. por dec.
106/1998) establece en su art. 24 que en las causas entre trabajadores y
582 
 
empleadores será competente, a elección del demandante, el juez del
lugar del Trabajo, el del lugar de celebración del contrato, o el del domicilio
del demandado. El que no tuviere domicilio fijo, podrá ser demandado en
el lugar en que se encuentre o en el de su última residencia. En las
causas incoadas por asociaciones profesionales por cobro de aportes,
contribuciones o cuotas, será competente el juez del domicilio del
demandado. La ley establece, pues, fueros múltiples y electivos que
propenden a allanar los obstáculos derivados de la distribución
competencial que puede oponerse al mejor funcionamiento de los
Tribunales del Trabajo, así como a evitar las dilaciones
que, inevitablemente, producen las cuestiones de competencia.
La Corte Suprema tiene reiteradamente decidido que la disposición
transcripta reviste carácter nacional y autoriza, en causas derivadas del
contrato de trabajo entre particulares, la intervención de los Tribunales del
Trabajo provinciales, aun cuando la competencia federal hubiere
correspondido por razón de las personas como ocurre, v.gr., en los
supuestos de extranjería o de distinta vecindad de las partes(49), ya que los
arts. 94 y 100 de la Constitución Nacional (hoy 108 y 116) no se oponen a
la exclusión de dicha competencia en los casos de no existir, sea por la
reducida entidad de los asuntos o por otras razones atendibles, los
propósitos que fundamentalmente la informan(50). Pero esa doctrina sólo
se refiere al ámbito de la competencia federal establecida en razón de las
personas y entre particulares, no siendo aplicable a aquellas causas en
que la Nación o una entidad nacional sea parte, aun cuando tales causas
emerjan de relaciones laborales(51).
A los efectos de la radicación de la demanda, es facultativo para el actor
la elección del domicilio principal de la empresa o del domicilio especial
establecido en el art. 152 del CCiv. y Com.(52). Asimismo, debe
considerarse que el contrato de trabajo ha sido celebrado en la Capital
Federal, si el dependiente fue tomado en la sucursal, situada en ese lugar,
donde rendía cuenta de sus operaciones y percibía el importe que le
correspondía(53).
La norma, por lo demás, no es aplicable a las pretensiones deducidas
por un sindicato de trabajadores contra un empleador, por cobro de
contribuciones patronales fijadas en una convención colectiva, pues tal
hipótesis, no contemplada por la norma citada, se rige por las
disposiciones comunes establecidas en materia de competencia territorial
a las cuales nos hemos referido más arriba(54).

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2º) Pretensiones fundadas en derechos creditorios de origen
extracontractual
El art. 5º, inc. 4º, del CPCCN, reproducido por la ley 22.434, acuerda en
este caso un fuero múltiple electivo, pues confiere competencia para
conocer de las pretensiones personales derivadas de delitos o
cuasidelitos, al órgano judicial del lugar de producción del hecho ilícito
(forum comissi delicti), o al del lugar del domicilio del demandado (forum
rei), a opción del actor.

3º) Otras pretensiones personales de carácter patrimonial


a) En su momento, el CPCCN llenó un vacío de la legislación procesal
anterior en tanto fijó reglas de competencia aplicables a determinadas
pretensiones personales cuya fuente se halla constituida por derechos
creditorios de origen contractual o legal. Son ellas las de rendición de
cuentas, las fiscales y las que pueden promoverse entre socios. La ley
22.434 también las contempló, modificando parcialmente las reglas
respectivas. Posteriormente, la ley 25.488 mantuvo el texto de tales
reglas, y agregó al art. 5º un inciso referente a las pretensiones derivadas
de la ley 13.512.
b) En las pretensiones sobre rendición de cuentas (art. 5º, inc.
6º, CPCCN, de acuerdo con la reforma introducida por la ley 22.434 y
mantenida por la ley 25.488) fijó un fuero principal, constituido por el lugar
donde aquéllas deban presentarse, y dos fueros subsidiarios electivos que
funcionan en el supuesto de no haberse determinado dicho lugar y son: el
del domicilio de la administración o el del lugar en que se hubiere
administrado el principal de los bienes. Se eliminó, por lo tanto, el fuero
correspondiente al lugar del domicilio del dueño de los bienes no
conciliable con la naturaleza de la pretensión de que se trata y se sustituyó
el lugar del "domicilio del obligado" por el más preciso y acertado del
"domicilio de la administración" que coincide, por lo demás, con el principio
establecido por el art. 74 del derogado CCom. Corresponde asimismo
tener presente que siendo la obligación de rendir cuentas transmisible a
los herederos, y revistiendo la pretensión carácter personal, fallecido el
cuentadante aquélla debía interponerse, en virtud del fuero de atracción,
ante el órgano judicial que conocía del correspondiente proceso sucesorio
(art. 3284, inc. 4º, derogado CCiv.); pero la solución es distinta si la
pretensión se interpone por los herederos frente a quien debió rendir
cuentas al causante.
La ley 22.434 agregó un párrafo mantenido por la ley 25.488, según el
cual "en la demanda por aprobación de cuentas regirá la misma regla, pero
584 
 
si no estuviere especificado el lugar donde éstas deban presentarse, podrá
serlo también el del domicilio del acreedor de las cuentas, a elección del
actor". La norma transcripta se refiere al caso contemplado por el art.
657 del CPCCN, el cual se configura cuando el obligado rinde cuentas en
forma espontánea, sea porque el dueño de los bienes o titular de los
negocios administrados se niega a recibirlas, o porque, por cualquier
motivo, el primero debe utilizar la vía judicial para liberarse de la obligación.
c) Respecto de las pretensiones fiscales por cobro de impuestos, tasas
o multas, y siempre que no existan disposiciones en contrario, la
competencia se determina sobre la base de un fuero múltiple y electivo
que está dado por el lugar del bien o actividad gravados o sometidos
a inspección, inscripción o fiscalización; el lugar en que dichos impuestos,
tasas o multas deban pagarse y el lugar del domicilio del deudor. Esta
regla, de acuerdo con la reforma impresa por la ley 22.434 al art. 5º, inc.
7º, del CPCCN, mantenida por la ley 25.488, no se modifica por razones
de conexidad con otras pretensiones, pero sí a raíz de la vigencia del fuero
de atracción, por cuanto el nuevo texto, a diferencia del originario, no
aludió a dicho fuero. Por lo tanto, las pretensiones de que se trata
podían interponerse y proseguirse ante el juez que conocía del proceso
sucesorio del deudor (art. 3284, inc. 4º, derogado CCiv.) o de su quiebra
(art. 132, ley 24.522).
d) En materia de pretensiones derivadas de las relaciones societarias,
el art. 5º, inc. 11, CPCCN, modificado por la ley 22.434, y mantenido por
la ley 25.488, fijó como principio un fuero exclusivo que depende del tipo
de sociedades de que se trate. De tal modo es juez competente el del lugar
del domicilio social inscripto, y si la sociedad no requiere inscripción (como
ocurre con las simples asociaciones, CCiv. y Com., arts. 187 a 192) el
lugar del domicilio fijado en el contrato; en su defecto o tratándose de
sociedad irregular o de hecho, el del lugar de la sede social (art. 5º, inc.
11).
La ley 25.488, finalmente, incorporó como inc. 13 de la misma norma,
la pretensión por cobro de expensas comunes de inmuebles sujetos al
régimen de la propiedad horizontal, o cualquier otra pretensión derivada
de la aplicación de dicho régimen (v.gr., inobservancia de las prohibiciones
contempladas en el art. 2047, CCiv. y Com.), a cuyo respecto se ha
atribuido competencia al juez del lugar de la unidad funcional de que se
trate.
Se instituyó de tal manera, contrariamente al criterio jurisprudencial
predominante, un fuero único y excluyente, y no optativo con el del
domicilio del demandado, pues la eventual circunstancia de que tal
domicilio no coincida con la sede de la unidad funcional sólo incide con el
lugar en el que corresponde notificar el traslado de la demanda y no opera
un desplazamiento de la competencia(55).

585 
 
4º) Caso de pluralidad de demandados
En el inc. 5º del art. 5º, reproducido por la ley
22.434, el CPCCN contempla el supuesto de pretensiones
personales interpuestas contra varias personas vinculadas por un nexo
obligacional indivisible o solidario (litisconsorcio pasivo), y atribuye
competencia para conocer de ellas al órgano judicial de cualquiera de los
demandados, a elección del actor, creando de tal manera un fuero múltiple
y electivo.
La norma, que recoge las conclusiones de una reiterada doctrina
jurisprudencial, es aplicable cualquiera sea la fuente
(contractual, extracontractual o legal) del derecho invocado como
fundamento de la pretensión, siempre que la obligación cuyo cumplimiento
se reclama revista carácter solidario o indivisible, y es extensiva,
naturalmente, a los supuestos de litisconsorcio necesario, en los
cuales existe una pretensión única con pluralidad de sujetos legitimados.
Interesa finalmente puntualizar que la norma es inaplicable, en la
justicia federal, si no concurren los requisitos exigidos en el art. 10 de
la ley 48.

5º) Pretensiones declarativas de incapacidad, familiares y de estado


a) Salvo en lo que concierne a las pretensiones por declaración
de incapacidad e inhabilitación, y a las precisiones introducidas por las
reformas con respecto a las de divorcio vincular, separación personal y
nulidad de matrimonio, el CPCCN no regula la competencia de los órganos
judiciales en relación con el restante tipo de pretensiones aludidas en el
epígrafe, por cuanto la cuestión se hallaba contemplada por diversas
disposiciones contenidas en el derogado Código Civil y leyes
complementarias y hoy lo está en el CCiv. y Com.
b) Respecto de las pretensiones por divorcio y nulidad de matrimonio,
el art. 5º, inc. 8º, del CPCCN, de acuerdo con la reforma que le introdujo
la ley 22.434, y en concordancia con las pautas emergentes del art. 104
de la Ley de Matrimonio Civil, entonces vigente, comenzó por asignar el
carácter de fuero exclusivo al del lugar "del último domicilio conyugal,
considerándose tal el que tenían los esposos (en la República) al tiempo

586 
 
de su separación", con lo que se limitó a receptar las conclusiones de una
reiterada jurisprudencia(56).
Agregó el mencionado inciso que "si el marido no tuviera su domicilio
en la República, regirá lo dispuesto en el art. 104 de la ley 2393", el cual
determinaba el fuero correspondiente al último domicilio que aquél hubiese
tenido en el país, e instituía una regla de
jurisdicción internacional exclusiva si, además, el matrimonio se hubiese
celebrado en la Argentina.
La norma analizada concluía disponiendo que "no probado dónde
estuvo radicado el último domicilio conyugal, se aplicarán las reglas
comunes sobre competencia". Por lo tanto, a falta de prueba acerca del
domicilio en el cual los cónyuges convivieron efectivamente con
anterioridad a la separación, la competencia corresponde, por tratarse de
una pretensión personal, al juez del lugar del domicilio del demandado
(fuero principal), y careciendo éste de domicilio fijo, al del lugar en que se
encuentre o al de su última residencia (fueros subsidiarios electivos).
Finalmente, la ley 25.488 adecuó el inc. 8º del art. 5º a la norma
contenida en el art. 227 del derogado Código Civil en su versión derivada
de la ley 23.515, y dispuso en consecuencia que en las pretensiones de
"separación personal, divorcio vincular y nulidad de matrimonio", es
competente el juez "del último domicilio conyugal efectivo o el del domicilio
del cónyuge demandado a elección del cónyuge actor", y agregó que "si
uno de los cónyuges no tuviera su domicilio en la República, la acción
podrá ser intentada ante el juez del último domicilio que hubiera tenido en
ella, si el matrimonio se hubiera celebrado en la República", y "no probado
dónde estuvo radicado el último domicilio conyugal, se aplicarán las reglas
comunes sobre competencia".
No cabe en la actualidad, por lo tanto, formular distingos fundados en el
sexo de los cónyuges, aunque la regla concerniente al domicilio fuera de
la República debe considerarse condicionada a la celebración del
matrimonio en ella.
Respecto de esta última cuestión se ha puesto en duda la
constitucionalidad del agregado con apoyo en el hecho de que no figuraba
en el Código Civil(57), a lo que se ha replicado que siendo las reglas sobre
competencia de resorte procesal la ley de la materia puede preverlas
siempre que con ello no se altere la ley de fondo(58). Pero ha de
entenderse, en realidad, que revistiendo la ley 25.488 el mismo carácter
nacional que el Código Civil resulta indiferente la naturaleza procesal o
sustancial de las normas respectivas.
El CCiv. y Com., respecto del tema, prevé dos normas: art. 717
"Procesos de divorcio y nulidad del matrimonio. En las acciones de divorcio
o nulidad, las conexas con ellas y las que versan sobre los efectos de la
sentencia, es competente el juez del último domicilio conyugal o el del
demandado a elección del actor, o el de cualquiera de los cónyuges si la
587 
 
presentación es conjunta. Si se ha declarado el concurso o la quiebra de
uno de los cónyuges, en la liquidación del régimen patrimonial del
matrimonio es competente el juez del proceso colectivo" y art. 718
"Uniones convivenciales. En los conflictos derivados de las uniones
convivenciales, es competente el juez del último domicilio convivencial o
el del demandado a elección del actor".
c) En los procesos de determinación de la capacidad de ejercicio,
constituye fuero principal el lugar del domicilio del demandado, y fuero
subsidiario el lugar de su residencia (art. 5º, inc. 8º, párr. 2º, CPCCN,
modificado por ley 22.434)(59). En los procesos de rehabilitación, es juez
competente, de conformidad con la norma citada, el que declaró
la interdicción.
Ello viene hoy contemplado por el art. 36 del CCiv. y Com., "Intervención
del interesado en el proceso. Competencia. La persona en cuyo interés se
lleva adelante el proceso es parte y puede aportar todas las pruebas que
hacen a su defensa. Interpuesta la solicitud de declaración de incapacidad
o de restricción de la capacidad ante el juez correspondiente a su domicilio
o del lugar de su internación, si la persona en cuyo interés se lleva
adelante el proceso ha comparecido sin abogado, se le debe nombrar uno
para que la represente y le preste asistencia letrada en el juicio. La persona
que solicitó la declaración puede aportar toda clase de pruebas para
acreditar los hechos invocados".
d) Ejercicio de la responsabilidad parental. Dado que se trata de un
conjunto de deberes y derechos que se ejerce respecto de menores de
edad (art. 638, CCiv. y Com.(60)), es competente para conocer de las
mencionadas pretensiones el juez del lugar donde el menor tenga su
centro de vida, según el art. 716 del CCiv. y Com. "Procesos relativos a
los derechos de niños, niñas y adolescentes. En los procesos referidos a
responsabilidad parental, guarda, cuidado, régimen de comunicación,
alimentos, adopción y otros que deciden en forma principal o que modifican
lo resuelto en otra jurisdicción del territorio nacional sobre derechos de
niños, niñas y adolescentes, es competente el juez del lugar donde la
persona menor de edad tiene su centro de vida"(61)y (62).
e) Suspensión y remoción de tutores y curadores. La competencia
corresponde, en esas hipótesis, al juez que intervino en el discernimiento
de la tutela o de la curatela.
f) Alimentos y litisexpensas. Al respecto corresponde formular una
distinción sobre la base de que la pretensión emerja o no de relaciones
matrimoniales. En el primer supuesto, si la pretensión se deduce mientras
dura la tramitación del juicio de divorcio o de nulidad de matrimonio, debe
radicarse, por razones de conexión, ante el juez que conoce en dichos
juicios (art. 6º, inc. 3º, CPCCN)(63). No existiendo éstos, es competente el
juez del último domicilio conyugal(64); pero si ha recaído sentencia definitiva

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en el juicio de divorcio o nulidad del matrimonio, la competencia
corresponde al juez del domicilio del demandado (infra, nro. 253, c]).
En el supuesto de que la pretensión por alimentos o litisexpensas no
emerja de relaciones matrimoniales, debe deducirse ante el juez del
domicilio del demandado(65).
Ello siempre que no se trata de alimentos a favor de menores, en cuyo
caso predominará la regla del art. 716 del CCiv. y Com. ya transcripto.
g) Adopción. Es juez competente para la adopción el que otorgó la
guarda preadoptiva o, a elección de los pretensos adoptantes, el del
lugar en el que el niño tiene su centro de vida si el traslado fue tenido en
consideración en esa decisión (CCiv. y Com., art. 615)

6º) Pretensión de amparo


De acuerdo con lo dispuesto en el art. 4º, apart. 1º, de la ley 16.986, es
competente para conocer de la pretensión del amparo el juez de
primera instancia con jurisdicción en el lugar en que el acto impugnado
se exteriorice o tuviere o pudiere tener efecto.

D) Peticiones extracontenciosas
a) En materia de peticiones procesales extracontenciosas, el CPCCN,
siguiendo el criterio adoptado por los Códigos de Jujuy (art. 21, inc. 9º) y
Santa Fe (art. 4º, in fine), establece, como principio general, que "en los
procesos voluntarios (será juez competente) el del domicilio de la persona
en cuyo interés se promuevan, agregando salvo en el proceso sucesorio
o disposición en contrario" (art. 5º, inc. 12, modif. por la ley 22.434). La
alusión al proceso sucesorio, por un lado, resulta
manifiestamente innecesaria en tanto el art. 2336 del Código Civil y
Comercial instituye una clara y específica regla de competencia, y las
disposiciones en contrario son, por otro lado, numerosas y se hallan
contenidas tanto en el CPCCN como en las leyes de fondo.
b) En el CPCCNexisten dos casos de procesos voluntarios que
responden a una regla de competencia distinta. Tales son los pedidos de
segunda copia o de rectificación de errores de escrituras públicas, en los
cuales la competencia se atribuye al juez del lugar donde éstas se

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otorgaron o protocolizaron (art. 5º, inc. 9º, reproducido por la ley 22.434),
y el de protocolización de testamentos, que compete al juez del lugar
donde debe iniciarse la sucesión (art. 5º, inc. 10, sustancialmente
reproducido por la ley citada).
c) La ley civil, por su parte, fija distintas reglas de competencia en
materia de discernimiento de tutela(66), autorizaciones para contraer
matrimonio, comparecer en juicio y ejercer actos jurídicos(67),
e inscripciones, rectificaciones y asientos relativos al estado civil(68).

E) Procesos universales
a) Proceso sucesorio. "La competencia para entender en el juicio
sucesorio —dispone el art. 2336, primera parte, del Código Civil y
Comercial— corresponde al juez del último domicilio del causante, sin
perjuicio de lo dispuesto en la Sección 9ª, Capítulo 3, Título IV del Libro
Sexto".
El domicilio que en tal caso determina la competencia es el lugar de la
residencia habitual del causante, con prescindencia de que el fallecimiento
de éste se haya producido cuando residía accidentalmente en otro lugar.
A los efectos de la determinación del domicilio, el juez debe atenerse a la
prueba que se produzca, y otorgar preferencia a las manifestaciones
contenidas en el testamento o en instrumentos públicos de fecha próxima
a la de la muerte del causante(69), siempre que ellos no resulten
desvirtuados por prueba suficiente. De allí que la circunstancia de que el
certificado de defunción indique un lugar determinado como domicilio del
causante, y de que el fallecimiento haya ocurrido en ese lugar, resulte
irrelevante para determinar la competencia cuando existe prueba
fehaciente en sentido contrario, incluso testimonial(70). La jurisprudencia,
sin embargo, tiene decidido que siendo contradictoria y poco clara la
prueba producida para acreditar el último domicilio del causante, y no
resultando que haya otros herederos que los presentados en el juicio
sucesorio iniciado ante el juez del lugar del domicilio de aquéllos,
corresponde admitir la competencia de dicho juez, de conformidad con el
principio establecido en el art. 3285 del derogado Código Civil(71).
En el supuesto de que el causante hubiese tenido un domicilio legal, es
competente para conocer en la sucesión el juez del lugar de ese
domicilio, aunque éste no fuese la residencia de la familia o el asiento
principal de sus negocios(72).
"Si el causante deja sólo un heredero, las acciones personales de los
acreedores del causante pueden dirigirse, a su opción, ante el juez del

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último domicilio del causante o ante el que corresponde al domicilio del
heredero único" (último párrafo del art. 2336, CCiv. y Com.)(73).
b) Concursos y quiebras: La ley 24.522 dispone al respecto: "Art.
3º. Juez competente.— Corresponde intervenir en los concursos al juez
con competencia ordinaria, de acuerdo a las siguientes reglas: 1) Si se
trata de personas de existencia visible, al del lugar de la sede de la
administración de sus negocios; a falta de éste, al del lugar del domicilio. 2)
Si el deudor tuviere varias administraciones es competente el juez del lugar
de la sede de la administración del establecimiento principal; si no pudiere
determinarse esta calidad, lo que es el juez que hubiere prevenido. 3) En
caso de concurso de personas de existencia ideal de carácter privado
regularmente constituidas, y las sociedades en que el Estado nacional,
provincial o municipal sea parte —con las exclusiones previstas en el art.
2º— entiende el juez del lugar del domicilio. 4) En el caso de sociedades
no constituidas regularmente, entiende el juez del lugar de la sede; en su
defecto, el del lugar del establecimiento o explotación principal. 5)
Tratándose de deudores domiciliados en el exterior, el juez del lugar de la
administración en el país; a falta de éste, entiende el del lugar del
establecimiento, explotación o actividad principal, según el caso".
"Art. 64. Quiebra pendiente de cumplimiento del acuerdo.— En todos
los casos en que se declare la quiebra, estando pendiente de cumplimiento
un acuerdo preventivo, se aplican los incs. 6º y 7º del art. 62. Es
competente el juez que intervino en el concurso preventivo y actúa el
mismo síndico".
"Concurso en caso de agrupamiento (...) Art. 67. Competencia.— Es
competente el juez al que correspondiera entender en el concurso de la
persona con activo más importante según los valores que surjan del último
balance" (apart. 1º).
"Extensión de la quiebra (...) Art. 162. Competencia.— El juez
que interviene en el juicio de quiebra es competente para decidir
su extensión. Una vez declarada la extensión, conoce en todos los
concursos el juez competente respecto de aquel que prima facie posea
activo más importante. En caso de duda, entiende el juez que previno.
Idénticas reglas se aplican para el caso de extensión respecto de personas
cuyo concurso preventivo o quiebra se encuentren abiertos, con
conocimiento del juez que entiende en tales procesos"(74).

234. Competencia por razón de la materia(75)

591 
 
A) Generalidades
La competencia ordinaria de los órganos judiciales de la Capital Federal
se halla fundamentalmente dividida en cuatro materias: civil, comercial,
laboral y penal. El conocimiento de los asuntos vinculados a las tres
primeras corresponde, respectivamente, a los Juzgados de Primera
Instancia y Cámaras de Apelaciones en lo Civil, en lo Comercial y del
Trabajo.
Cabe destacar, igualmente, que las leyes asignan a diversos tribunales
de la Capital competencia en materia contencioso-administrativa,
mediante la institución de recursos que se conceden contra decisiones
adoptadas por organismos de la administración.
Con prescindencia de la competencia penal, que es ajena al contenido
de esta obra, estudiaremos sucesivamente las competencias civil y
comercial, laboral y contencioso-administrativa.
Corresponde señalar, finalmente, que la competencia para conocer en
las pretensiones de amparo debe determinarse en función de la naturaleza
del acto impugnado; pero si las reglas atributivas de competencia por
razón de la materia engendraren dudas razonables, el juez requerido debe
conocer de la pretensión (art. 4º, apart. 2º, ley 16.986).

B) Competencia civil y comercial


a)(76)Los arts. 43 y 43 bis del dec.-ley 1285/1958 delimitan, con las
reformas de la ley 23.637, la competencia de la Justicia Civil y de la
Comercial. Conforme a la primera de las normas citadas los Juzgados
Nacionales de Primera Instancia en lo Civil de la Capital Federal,
conocerán en todas las cuestiones regidas por las leyes civiles cuyo
conocimiento no haya sido expresamente atribuido a los jueces de otro
fuero. Conocerán, además, en las siguientes causas: a) en las que sea
parte la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, excepto en las de
naturaleza penal; b) en las que se reclame indemnización por daños y
perjuicios provocados por hechos ilícitos, sin perjuicio de lo dispuesto en
el art. 29 del Código Penal; c) en las relativas a las relaciones
contractuales entre los profesionales y sus clientes o a la responsabilidad
civil de aquéllos. A los efectos de esta ley, sólo se considerarán
profesionales las actividades reglamentadas por el Estado(77). Cabe añadir
que, hasta tanto se pongan en funcionamiento tribunales con
592 
 
competencia exclusiva en asuntos de familia y capacidad de las personas,
el art. 4º de la ley 23.637 dispone que ocho de los actuales Juzgados de
Primera Instancia en lo Civil conocerán en forma exclusiva y excluyente de
dichos asuntos, ascendiendo aquéllos, actualmente, a veinticuatro.
A su turno, el art. 43 bis del dec.-ley 1285/1958 asigna a los jueces
nacionales de primera instancia en lo Comercial competencia para
conocer en todas las cuestiones regidas por las leyes mercantiles cuyo
conocimiento no haya sido expresamente atribuido a los jueces de otro
fuero(78), como así también: a) en los concursos civiles; b) en las acciones
civiles y comerciales emergentes de la aplicación del dec. 15348/1946,
ratificado por la ley 12.962 (prenda con registro); c) en los juicios derivados
de contratos de locación de obra y de servicios, y los contratos atípicos a
los que resulten aplicables las normas relativas a aquéllos cuando el
locador sea un comerciante matriculado o una sociedad mercantil; pero
cuando en estos juicios también se demanda a una persona por razón de
su responsabilidad profesional, el conocimiento de la causa corresponde
a los jueces en lo Civil.
Si bien las normas citadas adhieren, en principio, a la regla conforme a
la cual la delimitación de las competencias civil y comercial debe hacerse
con criterio objetivo, o sea teniendo en cuenta la naturaleza del acto o del
hecho sobre el que versa el proceso y prescindiendo de que las partes, o
sólo una de ellas, revista la calidad de comerciante, contemplan
diversas excepciones. El art. 43, por un lado, prescinde de la naturaleza
civil de los actos determinantes de los juicios en los que es parte la
Municipalidad de Buenos Aires y confiere competencia a la justicia civil
para conocer, v.gr., en causas que pueden versar sobre actos objetivos de
comercio, como ocurre en aquellas en que se ventilan las relaciones
contractuales contraídas entre ciertos profesionales como los corredores
y martilleros y sus clientes (art. 8º, inc. 3º, derogado CCom.). El art. 43 bis,
por otro lado, y más allá de que en la actualidad no cabe hablar de
"concursos civiles", otorga competencia a la justicia en lo comercial para
conocer en pretensiones que tienen como objeto actos objetivamente
civiles, según ocurre con las de esa naturaleza que emergen de la
aplicación de la Ley de Prenda con Registro, con los contratos de locación
de servicios y de locación de obra, y hace además una concesión al criterio
subjetivo en tanto condiciona la competencia comercial, cuando se trata
de dichos contratos o de contratos atípicos a los que resultan aplicables
las normas relativas a aquéllos (v.gr., contratos de elaboración), al
requisito de que el locador sea un comerciante matriculado o una sociedad
mercantil(79).
El análisis que efectuaremos seguidamente ilustrará acerca del alcance
del criterio expuesto. Criterio que, en el futuro, puede llegar a ser objeto de
un nuevo análisis respecto de su vigencia luego de la sanción del Código
Civil y Comercial unificado.

593 
 
1º) Compraventa
Corresponde a la justicia civil el conocimiento de las pretensiones sobre
cumplimiento o rescisión de contratos o de boletos de compraventa
referentes a bienes inmuebles, ya que el art. 452, inc. 1º, del derogado
Código de Comercio no consideraba mercantiles a "las compras de bienes
raíces y muebles accesorios"(80), salvo que estos últimos lo sean con
respecto al comercio, "para prepararlo o facilitarlo".
La jurisprudencia, sin embargo, se ha pronunciado en favor de la
competencia de la justicia comercial en ciertos casos de pretensiones
fundadas en operaciones inmobiliarias conexas con actos mercantiles. En
ese orden de ideas se ha resuelto, por ejemplo, que compete a la justicia
comercial conocer en la pretensión que, no obstante perseguir la
escrituración de un inmueble, la causa y el objeto de la operación revisten
naturaleza comercial (en el caso, cumplimiento del aporte de capital a una
sociedad comercial)(81); en la pretensión por la rescisión de la compra de
departamentos de un inmueble, si el respectivo contrato se celebró junto
con otro de naturaleza comercial (construcción de la estructura de
hormigón), cuya rescisión también se reclama, y resulta comprobado que
ambos constituían una sola operación, en la cual el de mayor importancia
era el acto comercial y lo accesorio la compra de los departamentos(82);
etcétera.
Se ha decidido, por otra parte, que el Código de Comercio excluye la
comercialización de los actos que versen sobre inmuebles sólo cuando
aquéllos están incluidos en los arts. 8º, incs. 1º y 2º, y 452, inc. 2º,
pues existen otros expresa o implícitamente incluidos (arts. 8º, inc. 3º
[corretaje], y 6º [seguro]). Por lo tanto, es de la competencia de la justicia
comercial la pretensión fundada en un contrato de ahorro y préstamo para
la vivienda, el cual reviste un carácter complejo que no puede reducirse a
un mero mutuo a cargo de la demandada, y la contratación se hace, por
imposición legal, en forma de empresa (art. 8º, inc. 5º)(83).
Los juicios concernientes a la compraventa de cosas muebles
corresponden a la competencia de la justicia comercial en el supuesto de
que aquéllas se hayan adquirido para lucrar con su enajenación (art.
8º, incs. 1º y 2º, derogado CCom.)(84). Pero sería competente la justicia civil
en el caso de que el comprador hubiese adquirido la cosa mueble para su
uso personal(85), sin perjuicio de que, si el vendedor reviste la calidad de
comerciante, se aplique la legislación mercantil, en virtud de lo dispuesto
en el art. 7º del derogado Código de Comercio(86).

594 
 
2º) Locación
a) En principio, las pretensiones fundadas en contratos de locación de
cosas muebles pertenecen a la competencia de la justicia civil(87), salvo
que dichas cosas constituyan el elemento de actividades comerciales,
como ocurre, v.gr., en el supuesto de hallarse afectadas al funcionamiento
de un fondo de comercio(88).
b) Con relación a las pretensiones emergentes de un contrato de
locación de obra, el art. 1º, inc. c), de la ley 16.732, en tanto atribuía su
conocimiento a la justicia civil, hizo perder virtualidad al distingo
jurisprudencial fundado en el modo de cumplimiento de dicho contrato(89).
c) Las cuestiones judiciales suscitadas con motivo de un contrato de
locación de servicios que no entrañe la existencia de un vínculo laboral
con relación de dependencia, deben ventilarse ante los órganos de la
justicia civil. En consecuencia, compete a dichos órganos el conocimiento
de las pretensiones tendientes al cobro de honorarios extrajudiciales
devengados en la ejecución de trabajos profesionales, aun en el caso de
que éstos se hayan prestado a un comerciante y se hayan solicitado con
fines comerciales(90).

3º) Mutuo
Con respecto a la determinación de los órganos judiciales competentes
para conocer de las pretensiones derivadas de un contrato de mutuo,
corresponde formular un distingo sobre la base de que aquél se encuentre
o no garantizado con hipoteca.
En el primer caso, la ley 16.732 atribuyó competencia exclusiva a la
justicia civil, aun cuando el crédito correspondiente fuese de naturaleza
comercial(91). En el segundo caso, es menester atenerse al género o al
destino, civil o comercial, acordado a la cosa dada en préstamo así como
a la calidad de comerciantes de ambos contratantes, o por lo menos del
deudor (art. 558, derogado CCom.)(92).

595 
 
4º) Mandato
A los efectos de la determinación de la competencia, en esta materia,
debe estarse al objeto del mandato, en los términos, respectivamente, de
los arts. 1869 del Código Civil y 223 del Código de Comercio, ambos ya
derogados. De allí que en los frecuentes supuestos de pretensiones
tendientes al cobro de retribuciones en concepto de comisión por la venta
de bienes inmuebles, aquéllas corresponden al conocimiento de la justicia
civil cuando el actor no se ha limitado a intermediar entre la oferta y la
demanda, poniendo en contacto a los interesados para facilitar o promover
la operación, sino que ha sido facultado para celebrar el respectivo
contrato en nombre de una de las partes(93), siendo irrelevante, para el
caso, su condición de rematador o comerciante(94).

5º) Corretaje
Las pretensiones fundadas en un contrato de corretaje son en todos los
casos de la competencia de la justicia comercial, con prescindencia de la
naturaleza civil del contrato a que se refiere(95), o de lo que sobre el punto
puedan haber convenido las partes(96).

6º) Seguros
Dado que el contrato de seguro constituye un acto de comercio (art.
8º, inc. 6º, del derogado CCom.), corresponde a la justicia comercial el
conocimiento de las pretensiones relativas al cumplimiento o a
la interpretación de dicho contrato, siempre que el litigio se suscite entre el
asegurador y el asegurado, o entre cualquiera de éstos y alguna persona
directamente vinculada a la relación contractual. De allí que sea
competente la justicia civil, y no la comercial, cuando, v.gr., sólo están en
juego los derechos que, al margen del contrato de seguro, discuten dos
personas que se titulan beneficiarios en razón de atribuirse la voluntad del
asegurado en la constitución del beneficio(97), o el demandado es extraño
a la relación contractual existente entre el asegurado y el asegurador, y

596 
 
este último reclama el resarcimiento de los daños y perjuicios que
reconocen como fuente actos y hechos ilícitos(98).

7º) Sociedades
Si bien las sociedades son civiles o comerciales por su objeto (arts.
1648, derogado CCiv., y 1º, ley 19.550), a los efectos de determinar la
competencia en el supuesto de que sean actoras o demandadas en un
proceso, corresponde atenerse al criterio objetivo que, según hemos visto
más arriba, constituye la pauta directriz en esta materia(99). Por lo tanto, la
sola circunstancia de que litigue una sociedad comercial no determina,
necesariamente, la competencia de la justicia comercial, salvo que el
proceso involucre alguna cuestión relativa a su constitución,
funcionamiento, disolución y liquidación(100). Tal conclusión es incluso
aplicable a las sociedades anónimas(101)y, a partir de la promulgación de
la ley 16.732, a las sociedades de responsabilidad limitada, pues el art. 2º
de dicha ley modificó el art. 3º de la ley 11.645 —hoy también derogada
por el art. 385 de la ley 19.550—, según el cual todos los actos realizados
por esa clase de sociedades son de carácter comercial agregando, como
segundo apartado, que "sin embargo, la competencia judicial para
entender en las acciones derivadas de contratos celebrados por estas
sociedades donde los fueros civil y comercial estuvieren separados, se
determinará por la naturaleza civil o comercial de dichos contratos"(102).
Finalmente, el carácter de sujetos del derecho comercial que revisten
las sociedades cooperativas, no las excluye, en materia de competencia,
de los principios precedentemente formulados(103). Lo mismo cabe decir
respecto de las sociedades mutuales(104).

8º) Cobro de documentos


Incumbe a los órganos de la justicia comercial el conocimiento de las
pretensiones tendientes al cobro de letras de cambio, cheques o cualquier
otro género de papel endosable o al portador (art. 8º, inc. 4º, derogado
CCom.), con prescindencia del origen (civil o comercial) de la deuda
documentada en ellos(105). Sin embargo, con olvido del carácter abstracto
de los papeles de comercio, se ha resuelto, erróneamente, que
corresponde a la justicia civil conocer en la ejecución de un préstamo civil

597 
 
documentado en un pagaré a la orden, siempre que se acredite
debidamente, por instrumento público o privado, la existencia del contrato
principal del que dicho documento constituye un accesorio(106).

9º) Pretensiones resarcitorias


Es menester atenerse, en estos casos, a la fuente de la
responsabilidad invocada como fundamento de la pretensión. Si se trata,
en efecto, de una pretensión por daños y perjuicios de origen contractual,
la competencia corresponderá a la justicia civil o a la justicia comercial
según la naturaleza que, respectivamente, revista del contrato.
En cambio, la competencia para conocer de las pretensiones
por indemnización de daños y perjuicios provocados por hechos ilícitos,
sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 29 del Código Penal, pertenece en
todos los casos a la justicia civil. Así lo establecía el art. 1º, inc. b), de la ley
16.732(107), norma que vino a hacer perder virtualidad a la jurisprudencia
que distinguía según que el delito o el cuasidelito se hallase vinculado o
se hubiese producido, o no, con motivo de la actividad específica del
comerciante(108).

10) Otras cuestiones


Es competente la justicia comercial para conocer en:
a) La demanda por daños y perjuicios derivados de un contrato de
garaje, cuya naturaleza similar a la del depósito excluye la competencia de
la justicia civil en razón de no mediar gratuidad(109).
b) La demanda entablada contra una sociedad anónima por el
participante en un programa radiotelefónico de preguntas y respuestas,
mediante la cual se persigue la nulidad del fallo del jurado sobre una de
sus respuestas y la indemnización de los daños sufridos(110).
c) La demanda intentada por una organización, propiedad de un
médico, mediante la cual se persigue el cobro por prestación de servicios
y asistencia médico-quirúrgica, asesoramiento, etc., a un comerciante para
su personal de trabajadores(111).

598 
 
C) Competencia laboral
a)(112)Dentro de la línea establecida por el art. 3º de la ley 12.948, pero
con mayor minuciosidad y amplitud, prescribe el art. 20 de la ley 18.345
(t.o. por dec. 106/1998) que "serán de competencia de la Justicia Nacional
del Trabajo, en general, las causas contenciosas en conflictos individuales
de derecho, cualquiera fueren las partes incluso la Nación, sus
reparticiones autárquicas, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires
y cualquier ente público, por demandas o reconvenciones fundadas en los
contratos de trabajo, convenciones colectivas de trabajo, laudos con
eficacia de convenciones colectivas, o disposiciones legales o
reglamentarias del derecho del trabajo; y las causas entre trabajadores y
empleadores relativas a un contrato de trabajo, aunque se funden en
disposiciones del derecho común aplicables a aquél. La competencia
también comprenderá a las causas que persigan sólo la declaración de un
derecho, en los términos del art. 322, primer párrafo, del Código Procesal
Civil y Comercial".
Los arts. 21 a 25 de la ley citada contemplan casos especiales de
competencia, los supuestos de competencia exclusiva de los jueces de
primera instancia y de la Cámara de Apelaciones, el alcance de la
competencia territorial y la excepción a las reglas del fuero de atracción en
los casos de muerte, quiebra o concurso del demandado.
b) Los "conflictos de derecho" que, de acuerdo con la norma transcripta,
determinan la competencia material de la justicia del Trabajo, son todas
aquellas diferencias que pueden suscitarse con motivo de la interpretación
o del cumplimiento de un contrato individual, de una convención colectiva
o de disposiciones legales o reglamentarias del derecho del trabajo(113).
La nota que fundamentalmente caracteriza a ese tipo de conflictos
consiste, pues, en la circunstancia de que en ellos se encuentra
siempre involucrada una norma laboral preestablecida(114). Por lo tanto, el
conflicto no pierde esa naturaleza por el hecho de que se plantee, como
dice la ley, "entre empleadores y trabajadores" y a raíz de una
relación individual de trabajo, o bien entre un empleador y una asociación
profesional o entre dos o más asociaciones de ese tipo, con motivo, v.gr.,
del cobro de aportes sindicales fijados en un convenio colectivo(115).
Siempre que la controversia gire alrededor de normas contractuales o
legales vigentes, en tales hipótesis cabe hablar, respectivamente, de
conflictos de derechos individuales o colectivos, en razón de que en este
último caso se encuentran comprometidos los intereses de todo un grupo
social(116).

599 
 
En cambio, la justicia del Trabajo es incompetente para conocer de los
denominados "conflictos de intereses" o "económicos", a los cuales
caracteriza, esencialmente, el hecho de hallarse al margen de un derecho
preestablecido, y de perseguir, generalmente, la fijación de nuevas
condiciones de trabajo, afectando por lo tanto al grupo de trabajadores
como colectividad laboral(117). En nuestro régimen jurídico, este tipo de
conflictos se resuelve mediante el procedimiento de conciliación
obligatoria y arbitraje facultativo previsto por la ley 14.786 y, desde la
sanción de la ley 16.936, a través del arbitraje obligatorio del Estado(118).
Sólo en el caso de que las partes en conflicto sean aquéllas que pueden
celebrar una convención colectiva y llegar a un entendimiento directo con
o sin intervención de la Secretaría de Estado de Trabajo, el diferendo se
resuelve mediante una convención colectiva regida por las disposiciones
de la ley 14.250.
c) El art. 3º de la ley 12.948 formulaba(119)una distinción de las
pretensiones determinantes de la competencia laboral, atendiendo, por un
lado, a la naturaleza de la relación contractual que liga a las partes
(contratos de trabajo, de empleo, de aprendizaje o de ajuste de servicios),
y, por otro, al carácter de las normas jurídicas en que la pretensión se
sustenta (disposiciones legales o reglamentarias del derecho del trabajo).
En el primer caso, la justicia del trabajo era competente aun en el
supuesto de que la pretensión se fundara en normas del derecho común,
no derogadas expresa o implícitamente por otras específicamente
dictadas sobre materia laboral, o bien en normas análogas que resultaban
aplicables con carácter supletorio(120).
En el segundo supuesto, primaba la naturaleza laboral de la
norma invocada como fundamento jurídico de la pretensión, aunque
la invocación inicial de otro tipo de normas no obstaba a la competencia
que analizamos si la solución definitiva del pleito había de versar,
necesariamente, sobre puntos vinculados en forma directa con el derecho
del trabajo y las normas que lo reglamentan(121).
d) Los contratos de trabajo, de empleo, etc., a que se refiere la
norma examinada, son todos aquellos que comportan una prestación de
servicios realizada bajo una relación de dependencia(122)y mediante al
pago de una determinada remuneración(123), siendo indiferente la
naturaleza de las actividades desarrolladas por el empleador
(comerciales, industriales, civiles o rurales) y la forma de la remuneración
(mensual, a jornal o a destajo).
Dado, por lo tanto, que la admisibilidad de la competencia de la justicia
laboral requiere necesariamente la existencia de un contrato de trabajo
subordinado, cuya característica esencial consiste en que el trabajador
pone a disposición del empleador sus energías laborativas con
prescindencia del resultado de éstas, dicha competencia no procede
cuando se trata del llamado trabajo autónomo, en el cual la finalidad reside

600 
 
en el resultado del trabajo y el riesgo es asumido por el
trabajador independiente(124). Tampoco cuando se presume, salvo prueba
en contrario, que los trabajos se han realizado con el propósito de
beneficiar, y no con intención remunerativa(125).
Tampoco es competente la justicia del Trabajo para conocer de las
pretensiones deducidas por funcionarios públicos contra el Estado(126),
pues la atribución de competencia que hace a aquélla el art. 47 de la ley
13.998 con respecto a "las causas en que sea parte la Nación, sus
reparticiones autárquicas o la municipalidad", debe entenderse
con exclusiva referencia a los trabajadores estatales que cumplen sus
actividades en estricta relación de dependencia laboral, con exclusión de
las relaciones de trabajo regidas por el derecho público. De allí que se
haya resuelto que es competente la justicia laboral para conocer del juicio
por despido promovido contra una empresa del Estado, siempre que no
resulte de lo actuado que el actor integre las autoridades de aquélla, tenga
a su cargo funciones de gobierno o conducción ejecutiva, o se desempeñe
en calidad de funcionario de la demandada(127).
e) La Justicia Nacional del Trabajo es competente para conocer de las
pretensiones laborales deducidas por la gente de mar(128), ya que es
aplicable al caso el principio en cuya virtud la competencia federal puede
ser legalmente excluida sin violación de los arts. 108 y 116 de la
Constitución Nacional, cuando no concurren los propósitos que
la informan(129). De allí que se haya resuelto que corresponde a la
competencia de la justicia del Trabajo el conocimiento de las pretensiones
referentes a la rescisión del contrato de ajuste y a las obligaciones que
éste impone a los tripulantes, "porque su solución dependerá del examen
de los hechos frente a las disposiciones legales y convencionales que
rigen el respectivo contrato de trabajo"(130); al pago de doble flete fundado
en el incumplimiento de ese contrato(131); al pago de daños y perjuicios
contra el patrón de una lancha por actos ejecutados como consecuencia
del contrato(132); al cobro de salarios de salvamento reclamado por la
tripulación de un buque de acuerdo con lo dispuesto en el art. 1008 del
derogado Código de Comercio(133), etcétera.
f) En cuanto a las pretensiones fundadas en "disposiciones legales o
reglamentarias del derecho del trabajo", son todas aquellas que tienen
origen en el incumplimiento de normas protectoras de carácter público,
como son las relativas a jornadas, descansos, días laborales, etc., y que
pueden ser intentadas por los trabajadores, en el aspecto patrimonial, sin
perjuicio de las facultades sancionatorias que incumben a los organismos
administrativos competentes(134).
g) Los órganos de la justicia del Trabajo están facultados para examinar
de oficio su competencia, aunque el demandado no haya deducido la
correspondiente excepción, o haya desistido de ella(135), pues, como
señalamos oportunamente, aquélla reviste carácter improrrogable.

601 
 
Si el demandado niega la relación de dependencia invocada por el
actor, a éste corresponde aportar la prueba acerca de dicho extremo(136);
pero esta exigencia no rige en el supuesto de ser demandado un
empleador por una entidad sindical por cobro de aportes establecidos en
una convención colectiva(137).
h) Corresponde tener presente que, como se señala más adelante, los
arts. 21 y 132 de la ley 24.522 modificaron parcialmente la regla
establecida por el art. 25 de la ley 18.345 en materia de juicios universales,
y que, según se advertirá al analizarse la competencia contencioso-
administrativa, la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo perdió la
competencia recurrida que le asignaba el art. 23, inc. b), de la ley citada
en relación con las leyes de seguridad social.
i) Importa, por último, recordar que la ley 24.635 organizó la instancia
obligatoria de conciliación laboral y dispuso que los reclamos individuales
y pluriindividuales que versen sobre conflictos de derecho de la
competencia de la Justicia Nacional del Trabajo deben dirimirse con
carácter obligatorio y previo a la demanda judicial ante el Servicio de
Conciliación Laboral Obligatoria dependiente del Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social.

D) Competencia contencioso-administrativa

1º) Generalidades
En términos generales, denomínase competencia contencioso-
administrativa a la aptitud reconocida a los órganos judiciales para dirimir
los conflictos suscitados con motivo de actos realizados por el Estado en
su carácter de poder público, y regidos por el derecho administrativo.
Dentro de ese concepto general caben diversos matices, especialmente
referidos a la naturaleza del acto administrativo impugnado y a la
posibilidad de que el amparo judicial comprenda solamente los "derechos
subjetivos" o se extienda también a los "intereses legítimos" de los
administrados, aunque en el derecho argentino, como principio general, la
competencia contencioso-administrativa requiere la existencia de un acto
dictado en ejercicio de facultades regladas que haya afectado un derecho
subjetivo(138).

602 
 
En nuestra legislación, la intervención de los órganos judiciales en esta
materia puede tener lugar, sea originariamente, a través del conocimiento
de pretensiones cuya admisibilidad depende del previo agotamiento de la
vía administrativa, o bien por medio de recursos, a veces llamados de
"apelación"(139), que las leyes acuerdan contra resoluciones dictadas por
órganos administrativos.
Ejemplo de intervención originaria son las demandas contencioso-
administrativas que algunas Constituciones provinciales(140)autorizan a
deducir directamente ante los superiores tribunales locales, previa
denegación o retardación de la autoridad administrativa con respecto al
reconocimiento de los derechos que se gestionan por parte interesada
(supra, nros. 136 a 159). Asimismo, encuadran en esta categoría las
pretensiones mediante las cuales se impugnan determinados actos
administrativos del Gobierno nacional, cuyo conocimiento incumbe, en
el interior de la República, a los jueces federales con asiento en la
respectiva provincia, y en la Capital Federal, a los jueces federales a
quienes se ha atribuido competencia específica en la materia contencioso-
administrativa (infra, nro. 246).
En cuanto a la segunda forma de intervención, son numerosas las leyes
nacionales que instituyen un procedimiento administrativo previo, a veces
de características análogas al procedimiento judicial, y un recurso ante
órganos del Poder Judicial (generalmente una Cámara de Apelaciones),
contra la decisión definitiva dictada por el respectivo organismo. Es ésa,
por otra parte, la única forma de intervención judicial prevista en relación
con los órganos de la justicia ordinaria de la Capital Federal en materia
contencioso-administrativa, y de la cual nos ocuparemos seguidamente.
Se ha de incluir también, en el estudio subsiguiente, el examen de
ciertas impugnaciones que las leyes admiten respecto de resoluciones
dictadas por organismos que si bien no forman parte de la Administración
Pública, constituyen entidades de derecho público que aplican, en tales
casos, normas de derecho administrativo.
Corresponde actualizar, en este lugar, el tema relativo a la competencia
contencioso-administrativa que se ejerce a través del conocimiento, por
los órganos judiciales, de recursos deducidos respecto de resoluciones
dictadas por organismos administrativos o por determinadas entidades de
derecho público, distinguiendo según que aquellos órganos pertenezcan a
la justicia ordinaria o a la federal(141).

2º) Justicia ordinaria

603 
 
a)(142)Han perdido actualmente vigencia los arts. 39 de la ley 12.990, 50
de la ley 14.394 y 28 de la ley 17.417 en cuanto, respectivamente,
acordaban recursos ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil
respecto de sanciones aplicadas por el Colegio de Escribanos de la Capital
Federal y de resoluciones dictadas por el Registro de la Propiedad
Inmueble mediante las que se deniega la inscripción del "bien de familia"
o deciden controversias relativas a su desafectación, gravamen u otras
gestiones previstas en la ley 14.394, o son denegatorias de recursos
administrativos de recalificación, pues la competencia recursiva se
transfirió al Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires. Lo
mismo cabe decir de los recursos contemplados en el art. 80, inc. 3º, por
cuanto en la actualidad la competencia corresponde a los tribunales en
materia contencioso-administrativa, tributaria y contravencional de dicha
ciudad (arts. 36, 37, 48 y 49, ley 7).
Carece en cambio de virtualidad, actualmente, el criterio jurisprudencial
en cuya virtud se acordó competencia a la Cámara Civil para conocer de
los recursos de revisión y apelación limitada contra las sentencias dictadas
por el Tribunal Fiscal de la Nación en materia de impuestos y multas que
revisten carácter local y gravan actos de naturaleza civil.
b) La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial continúa siendo
el tribunal competente —en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires— para
conocer de las resoluciones contempladas en los arts.
14, 34, 43, 60 y 61 de la ley 17.811.
Las resoluciones definitivas mediante las cuales la Comisión Nacional
de Valores aplique multas, suspensiones o prohibición de efectuar ofertas
públicas de títulos valores son recurribles, en la Capital Federal, ante la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial(143),
debiendo interponerse el recurso dentro del plazo de quince días
computado a partir de la respectiva notificación. El escrito de interposición
y fundamento del recurso debe presentarse ante la Comisión Nacional de
Valores, quien debe elevarlo a la Cámara, con el sumario, dentro del tercer
día. El recurso debe concederse al solo efecto devolutivo, y no es objeto
de sustanciación salvo las medidas para mejor proveer (art. 14, ley
17.811). Las decisiones de las bolsas de comercio que denieguen,
suspendan o cancelen la cotización de títulos valores son recurribles, por
violación de los reglamentos de dichas entidades, y dentro del plazo de
quince días, ante los tribunales ordinarios de segunda instancia de la
jurisdicción que corresponda, revistiendo ese carácter, en la Capital, la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial. Rigen, respecto del
plazo, modo de interposición y efectos del recurso, las reglas
precedentemente señaladas (art. 34, ley cit.).
Las medidas disciplinarias aplicadas por los mercados de valores a los
agentes de bolsa, con excepción de las de apercibimiento y de suspensión
de hasta cinco días, son recurribles por el sancionado o por la Comisión
Nacional de Valores cuando el mercado haya actuado a su requerimiento,
604 
 
dentro del plazo de quince días de notificadas, siendo competente para
conocer del recurso, en la Capital Federal, la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial. Son aplicables las reglas ya examinadas en
cuanto al modo de interposición y efectos del recurso (art. 60, ley cit.)(144).
Si el agente de bolsa ha solicitado revocatoria ante el mercado, el recurso
judicial debe ser interpuesto dentro de los diez días de notificada la
resolución sobre la revocatoria o vencido el plazo de treinta días de la
fecha de su interposición sin que el mercado se hubiese pronunciado (art.
61, ley cit.).
También son recurribles, ante el mismo tribunal y en las formas
señaladas, las resoluciones de los mercados de valores que denieguen
la inscripción de aspirantes a agentes de bolsa (art. 43, ley cit.).
c)(145)Frente a la supresión de la Justicia Nacional de Paz (luego llamada
Especial en lo Civil y Comercial), y no habiendo sido transferida a otros
fueros su competencia contencioso-administrativa, no cabe formular
comentario alguno sobre el tema.
d) La Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo mantiene
competencia para conocer de los recursos deducidos contra los laudos
dictados por el Ministerio de Trabajo en materia de conflictos colectivos, a
los que se refiere actualmente el art. 31 de la ley 24.635, así como también
los interpuestos contra resoluciones administrativas definitivas que
decidan sobre otorgamiento de personería gremial, encuadramiento
sindical u otros actos administrativos de igual carácter, una vez agotada
la instancia administrativa (art. 62, inc. b], ley 23.551), así como de los
deducidos contra las resoluciones mediante las cuales el máximo órgano
deliberativo de una asociación gremial de grado superior dispone
la intervención de una de grado inferior (arts. 36, 60 y 62, inc. f], ley
mencionada).
El mencionado tribunal continúa siendo competente, en virtud de lo
dispuesto en el art. 11 de la ley 18.695 (derogatoria de la ley 11.570), para
conocer de los recursos deducidos, en la Capital Federal, contra
resoluciones que aplican multas por incumplimiento de las leyes
reglamentarias del trabajo, pero perdió atribuciones para entender en
todos los recursos instituidos en materia de previsión social, sobre los
cuales conoce actualmente la Cámara Federal de Seguridad Social.
Los jueces nacionales de primera instancia del Trabajo mantienen, en
cambio, la competencia para conocer de los recursos previstos en los arts.
34 de la ley 13.047 (Consejo Gremial de Enseñanza Privada), 23 del dec.
7979/1956 (modificado por el dec. 14.785/1957, sobre Consejo del Trabajo
Doméstico), y 9º y 10 del Estatuto de Periodistas Profesionales.

605 
 
3º) Justicia federal
a)(146)En este ámbito conservan vigencia los arts. 47 y 81 del dec.
4460/1946, 29 y 31 del dec.-ley 6070/1958 y 34 del dec.-ley 8926/1963 en
tanto prevén recursos ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo Federal contra las resoluciones sancionatorias
dictadas por la Junta Central de los Consejos Profesionales de
Agrimensura, Agronomía, Arquitectura e Ingeniería, y el Consejo Superior
Profesional de Geología. Por su parte, el art. 23 de la ley
20.476 contempla el recurso que procede ante el mismo tribunal contra las
resoluciones de ese tipo provenientes del Consejo Profesional de Ciencias
Económicas.
Incumbe también a la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo Federal conocer de los recursos interpuestos
contra las resoluciones que disponga la cesantía o exoneración del
personal amparado por la estabilidad prevista en el Régimen Jurídico
Básico de la Función Pública (art. 40, ley 22.140, modif. por ley 24.150,art.
1º), así como de los que se deduzcan contra el Banco Central de la
República Argentina que impongan sanciones a las entidades financieras
(art. 42, ley 21.526).
Lo mismo cabe decir, en relación con dicha Cámara y con las Cámaras
federales con asiento en las provincias, de los recursos de revisión y
apelación limitada deducidos contra las sentencias dictadas por el Tribunal
Fiscal de la Nación en materia de impuestos y de multas, y de las
apelaciones interpuestas contra las decisiones adoptadas por dicho
Tribunal en los recursos de amparo previstos en los arts. 182 y 183 de
la ley 11.683 (art. 86, t.o. en 1998).
Asimismo, dentro de sus respectivas competencias territoriales, las
Cámaras Federales y la Cámara en lo Contencioso Administrativo Federal
entienden, en materia aduanera, de los recursos de apelación interpuestos
contra las resoluciones dictadas por el Tribunal Fiscal en los
procedimientos de impugnación, de repetición y por infracciones; de los
recursos por retardo de justicia en el dictado de la resolución definitiva del
mencionado tribunal en los referidos procedimientos y de los recursos de
apelación interpuestos contra las resoluciones dictadas por el Tribunal
Fiscal en el recurso de amparo previsto en el art. 1025, inc. e), del Código
Aduanero (art. 1028, incs. c], d] y e], de dicho Código, ley 22.415).
Importa añadir que los Juzgados Federales de Primera Instancia
continúan siendo competentes para conocer de los recursos interpuestos
contra las resoluciones que aplican sanciones previstas en las leyes sobre
agricultura y ganadería, Prefectura Nacional Marítima y Salud Pública.

606 
 
En tanto se hallan derogadas las leyes 17.401 y 17.531 sobre,
respectivamente, represión del comunismo y excepciones al servicio
militar, es obvio que no subsisten los recursos que tales leyes preveían.
b) Según se vio más arriba, la Cámara Federal de la Seguridad Social
absorbió la competencia contencioso-administrativa que ejercía con
anterioridad, en la materia, la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo
(art. 4º, ley 24.655). Conoce, asimismo, de los recursos contemplados en
las leyes 24.241 (art. 49) y 23.473 (arts. 9º y 11).

235. Competencia por razón del grado


a) La competencia funcional, o por el grado, supone la división del
proceso en diversas instancias, en cada una de las cuales el conocimiento
del asunto se halla encomendado a órganos judiciales distintos.
El ordenamiento procesal de la Capital Federal está estructurado de
conformidad con el sistema de la doble instancia (supra, nro. 159), en
virtud del cual el conocimiento inicial del proceso corresponde a órganos
unipersonales (juzgados), cuyas resoluciones son susceptibles de
recursos ante órganos colegiados (Cámaras de Apelaciones). De tal
manera, el material fáctico y jurídico que sirvió de base a la decisión de
primera instancia es reexaminado, con las limitaciones que luego
señalaremos, por un órgano integrado por varios jueces a quienes se
supone dotados de mayor ciencia y experiencia y cuya forma conjunta de
actuar permite también presumir la justicia de la decisión.
El principio, sin embargo, admite dos clases de excepciones. Una de
ellas se configura por la índole de las resoluciones dictadas, pues no todas
son susceptibles de recursos(147). La otra está dada por el valor económico
del litigio, factor que en la justicia ordinaria de la Capital determinaba que
sean irrecurribles las sentencias definitivas dictadas por los jueces del
Trabajo y por los jueces de Paz en aquellos asuntos cuyo monto no exceda
de m$n. 30.000 (arts. 1º, ley 17.328, y 3º, ley 17.624).
En el orden de la justicia nacional se halla prevista, asimismo, la
posibilidad de un tercer grado de conocimiento que puede tener lugar, por
una parte, en el supuesto excepcional del recurso ordinario de apelación
ante la Corte Suprema, y, por otra parte, en los casos de admisibilidad del
recurso extraordinario ante dicho tribunal y del recurso de inaplicabilidad
de la ley ante cualquiera de las Cámaras Nacionales reunidas en pleno.
Pero corresponde tener presente que mientras en el primer caso la Corte
actúa como un órgano común de segunda instancia, reexaminando el
asunto en todos los aspectos que han sido objeto de recurso, en las dos

607 
 
últimas hipótesis la competencia de los respectivos tribunales se halla
limitada a la revisión de las cuestiones de derecho, con prescindencia de
los posibles errores que pueda contener la sentencia impugnada en cuanto
a los hechos y a la prueba, no configurando dichas hipótesis, por lo tanto,
el ejercicio de una tercera instancia propiamente dicha.
La administración de la justicia en las provincias responde,
esencialmente, a los mismos criterios: la mayor parte de los
ordenamientos locales, como hemos visto (supra, nro. 136 a
159), instituyen el sistema de la doble instancia y contemplan el
funcionamiento de diversos recursos extraordinarios con limitaciones
sustancialmente análogas a las precedentemente señaladas.
b) La competencia funcional reviste, fundamentalmente, los siguientes
caracteres:
1º) El tribunal de apelaciones no actúa como superior jerárquico del
órgano judicial de primera instancia, porque los recursos no tienen por
objeto homologar la actuación de este último sino perfeccionar el
conocimiento del asunto a través de la revisión de la sentencia impugnada,
y de su ulterior modificación, anulación o confirmación. "Se trata, como
observa Lascano, de una distinta competencia por razón de la actividad
que ejercen los jueces, y no de una graduación de éstos por su
importancia. Por eso, dentro de su esfera, en ejercicio de su competencia
diremos, tanta categoría tiene el juez de primera instancia como el de
apelación"(148). Pero en virtud de un elemental principio de ordenación
jerárquica, los jueces de primera instancia no se hallan autorizados para
plantear a los respectivos tribunales de apelación cuestiones o conflictos
por razón de grado. De allí que la discrepancia que con la inteligencia
adoptada por las Cámaras puedan abrigar los jueces dependientes de
aquéllas, en cuanto a la competencia que el superior les atribuye, no les
acuerda atribuciones legítimas para plantear por ese motivo conflicto o
cuestión alguna(149).
2º) Los órganos judiciales de apelación no pueden fallar sobre capítulos
que no se hubiesen propuesto a la decisión del órgano inferior, salvo que
se trate de intereses, daños y perjuicios o de otras cuestiones derivadas
de hechos posteriores a la sentencia de primera instancia (art.
277, CPCCN)(150), ni sobre ninguna cuestión respecto de la cual no haya
mediado agravio concreto del recurrente (tantum appellatum quantum
devolutum)(151).
c) Las Cámaras Nacionales de Apelaciones con asiento en la Capital
ejercen su competencia funcional mediante el conocimiento de los
recursos interpuestos contra las resoluciones dictadas por los jueces de
primera instancia de los cuales son Tribunales de Alzada (arts. 35, 36, 39
y 39 bis, dec.-ley 1285/1958, con relación, respectivamente, a las
Cámaras en lo Civil, en lo Comercial, del Trabajo y de Paz)(152), así como

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contra los laudos arbitrales en los supuestos en que los recursos fueren
admisibles (arts. 758 y 763, CPCCN).
Por otra parte, las Cámaras de Apelaciones de la Capital ejercen la
misma competencia por razón del territorio, de la materia y del valor, que
corresponde a los respectivos jueces de primera instancia, aunque con las
siguientes excepciones:
1º) Una Cámara de Apelaciones puede ejercer, excepcionalmente, una
competencia por razón de la materia distinta de la de los jueces que
dependan de ella. Tal lo que ocurriría, v.gr., en el supuesto de que dos o
más procesos se encontraren en segunda instancia pero radicados en
distintas Cámaras, como la Civil y la Comercial, y fuere admisible su
acumulación (art. 188, incs. 1º y 2º, CPCCN).
Asimismo, como lo hemos señalado supra, nro. 234, D), algunas
Cámaras de Apelaciones ejercen, en materia contencioso-administrativa,
una competencia de que carecen los jueces de primera instancia del fuero
respectivo.
2º) En lo que concierne a la competencia por razón del valor, finalmente,
ya hemos visto que algunas Cámaras de Apelaciones tienen una
competencia cuantitativa más reducida por los respectivos jueces de
primera instancia, en razón de la irrecurribilidad determinada por el monto
cuestionado en los procesos.

CAPÍTULO XVI - COMPETENCIA DE LOS ÓRGANOS JUDICIALES (CONT.)


SUMARIO: I. COMPETENCIA FEDERAL: 236.
Concepto.— 237. Caracteres. II. COMPETENCIA
DE LA JUSTICIA FEDERAL CON ASIENTO EN
EL INTERIOR DEL PAÍS: 238. Generalidades.—
239. Competencia por razón del lugar.— 240.
Competencia por razón de la materia.— 241.
Competencia por razón de las personas.—
242. Competencia por razón del valor.— 243.
Competencia por razón del grado. III.
COMPETENCIA DE LA JUSTICIA FEDERAL DE LA
CAPITAL: 244. Generalidades.— 245. Justicia
Federal en lo Civil y Comercial.— 246. Justicia
en lo Contencioso Administrativo. IV.
COMPETENCIA DE LA CORTE SUPREMA DE
JUSTICIA: 247. Clases.— 248. Competencia
originaria de la Corte Suprema.— 249.
Competencia funcional de la Corte Suprema.

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I. COMPETENCIA FEDERAL(1)

236. Concepto
a) El sistema de gobierno adoptado por la Constitución argentina
impone la coexistencia, dentro del Estado, de dos órdenes judiciales que
difieren en razón de su origen político y de su competencia: el federal, que
emana del poder del Estado nacional (arts. 108 y ss., CN) y ejerce una
competencia limitada a los supuestos enunciados en los arts. 116 y 117
de dicho ordenamiento, y el provincial, que proviene del ejercicio de las
respectivas autonomías locales (arts. 5º, 75, inc. 12, y 121, CN) y tiene
competencia en el conocimiento de todos aquellos asuntos que no se
encuentren especialmente atribuidos a la justicia federal por las
mencionadas normas constitucionales. Además, mientras los órganos
judiciales de la justicia federal ejercen funciones, dentro de los límites de
su competencia, en todo el territorio nacional, los órganos de la justicia
provincial tienen circunscripta su acción al ámbito de los correspondientes
territorios locales.
De lo dicho se sigue que los órganos integrantes de la justicia provincial
ejercen la denominada competencia común u ordinaria, porque
comprende el conocimiento de todos los asuntos respecto de los cuales
no existe delegación expresa en los términos del art. 121 de
la Constitución Nacional; en tanto que la competencia de la justicia federal
es de excepción, pues se halla limitada a los casos que determinan los
arts. 116 y 117 de aquélla, a los que cabe agregar el art. 75, inc. 30 (y
disposición transitoria séptima), como atributivo de competencia por razón
del lugar(2).
En consecuencia, cabe definir a la competencia federal como la aptitud
reconocida a los órganos que integran el Poder Judicial de la Nación para
ejercer sus funciones en los casos, con respecto a las personas y en los
lugares específicamente determinados por el texto constitucional.
b) La Constitución Nacional determina, en su art. 116: "Corresponde a
la Corte Suprema y a los demás tribunales inferiores de la Nación, el
conocimiento y decisión de todas las causas que versen sobre puntos
regidos por la Constitución Nacional y por las leyes de la Nación con la
reserva hecha en el inc. 12 del art. 75 y por los tratados con las
naciones extranjeras; de las causas concernientes a embajadores,
ministros públicos y cónsules extranjeros; de las causas de almirantazgo
y jurisdicción marítima; de los asuntos en que la Nación sea parte; de las

610 
 
causas que se susciten entre dos o más provincias; entre una provincia y
los vecinos de otra; entre los vecinos de diferentes provincias; y entre una
provincia o sus vecinos contra un Estado o ciudadano extranjero". El art.
117 agrega: "En estos casos, la Corte Suprema ejercerá su jurisdicción por
apelación, según las reglas y excepciones que prescriba el Congreso; pero
en todos los asuntos concernientes a embajadores, ministros y
cónsules extranjeros, y en los que alguna provincia fuese parte, la ejercerá
originaria y exclusivamente".
Diversas leyes sancionadas por el Gobierno nacional han reglamentado
dichas normas constitucionales, delimitando el ámbito de la competencia
originaria de la Corte Suprema y de la que corresponde a los demás
tribunales inferiores. De ellas nos ocuparemos más adelante, sobre la
base de la clasificación de la competencia formulada de acuerdo con los
criterios oportunamente enunciados, a los que cabe añadir, en este caso,
el criterio personal.
c) La institución de la justicia federal, diferenciada de las
administraciones de justicia provinciales, responde, por un lado, a la
conveniencia de sustraer a los órganos judiciales locales el conocimiento
de determinados conflictos cuya solución debe resultar exenta de posibles
favoritismos, o sea, susceptible de gravitar en las relaciones del país con
naciones extranjeras; y por otro lado, a la necesidad de que sean
órganos instituidos por el Gobierno nacional quienes entiendan en todas
aquellas cuestiones que excedan los intereses locales y comprometan, en
cambio, los intereses generales del Estado(3). Sin embargo, no puede dejar
de advertirse que la atribución de competencia federal por razón de la
distinta nacionalidad o vecindad de las partes implicó un error de los
constituyentes de 1853 y de 1860, ya que en nuestro país no existía
entonces, ni se manifestó posteriormente, el agudo espíritu localista que
determinó el establecimiento de ese principio en la Constitución
norteamericana. De allí que la derogada reforma constitucional de 1949
haya acertado al eliminarlo(4).

237. Caracteres
Aparte de su naturaleza excepcional, que ya hemos destacado, la
competencia federal reviste los siguientes caracteres:
1º) Sólo se ejerce a instancia de parte y en los casos contenciosos (art.
2º de la ley 27). En consecuencia, los órganos de la justicia federal
carecen de competencia para conocer, en principio, de
peticiones extracontenciosas(5), salvo que éstas determinen el nacimiento
de un litigio(6), ni para formular declaraciones generales o en abstracto
611 
 
acerca de la interpretación o de la validez de las leyes o actos de los otros
poderes, en tanto tales cuestiones no hayan dado lugar a un litigio
tendiente a obtener una concreta tutela judicial(7).
2º) Es limitada, pues no cabe su ejercicio fuera de los
casos expresamente contemplados en las normas constitucionales
citadas. Por lo tanto, cuando no se tratare del conocimiento y decisión de
alguno de esos casos, los órganos de la justicia federal deben declarar
su incompetencia en cualquier estado del proceso (art. 352, apart. 2º,
del CPCCN)(8).
Sin embargo, en el supuesto de ser procedente la competencia federal
por razón de las personas (infra, nro. 241), aquélla resulta definitivamente
fijada cuando las circunstancias atributivas de competencia se configuran
en oportunidad de la demanda y su contestación, no alterándose, por lo
tanto, en virtud de producirse circunstancias sobrevinientes, como sería,
por ejemplo, la de que el ciudadano extranjero obtuviere carta de
ciudadanía argentina con posterioridad a la contestación de la demanda(9).
3º) Es privativa, y, por lo tanto, excluyente de la de los órganos
judiciales de las provincias. De allí que, tratándose de causas
constitucionalmente asignadas al conocimiento de la justicia federal, los
jueces provinciales deban declarar su incompetencia, incluso de oficio, en
cualquier estado del proceso.
Este principio está sujeto, sin embargo, a ciertas limitaciones.
En primer lugar, el art. 12 de la ley 48, luego de establecer que la
jurisdicción (competencia) de los tribunales nacionales en todas las causas
especificadas en los arts. 1º, 2º y 3º es privativa, excluyendo a los juzgados
de provincia, admite las siguientes excepciones:
a) En todos los juicios universales de concurso de acreedores y partición
de herencia, conocerá el juez competente de provincia, cualquiera que
fuese la nacionalidad o vecindad de los directamente interesados en ellos,
y aunque se deduzcan allí acciones fiscales de la Nación(10).
b) En los lugares en que no haya establecidos jueces de sección o que
se halle distante la residencia de éstos, los fiscales o colectores de rentas,
o individuos comisionados al efecto, podrán demandar a los deudores del
fisco ante los jueces de provincia.
En segundo lugar, el art. 1º de la ley 927excluyó de la competencia de
los juzgados de sección todas aquellas causas de competencia
concurrente (es decir, cuando corresponde por razón de las personas y no
de la materia), en las que el valor del objeto demandado no excede de
quinientos pesos, siempre que, por otra parte, el caso caiga bajo la
jurisdicción de la justicia de Paz de la provincia respectiva, según las leyes
de procedimiento vigentes en ella.

612 
 
La Corte Suprema se ha pronunciado a favor de la validez de
tales excepciones, declarando "que no obstante la generalidad de los
términos de los arts. 67, incs. 17, 94 y 100 de la Constitución (hoy 75, inc.
20, 108 y 116), que disponen que el Poder Judicial de la Nación, en los
casos regidos por leyes nacionales y otros, fuera de los Códigos será
ejercido por una Corte Suprema de Justicia y por los demás
tribunales inferiores que el Congreso establezca, aquéllos han sido
siempre entendidos en la República, y en los Estados Unidos, cuya
Constitución es la fuente reconocida de los mismos, en el sentido de que
ni se oponían a exclusiones completas de los tribunales federales en caso
de no existir los propósitos que los informan, por la escasa importancia
civil o penal de dichos casos u otros motivos, ni a la investidura de
jurisdicción en distintas autoridades, con recurso ante los Tribunales
referidos"(11).
La misma doctrina ha sido aplicada por la Corte, según hemos señalado
más arriba (supra, nro. 233, c]), a fin de justificar la exclusión de la
competencia federal en el conocimiento de los asuntos de índole laboral
suscitados entre particulares, cuando aquélla fuera pertinente en razón de
la distinta vecindad o nacionalidad de las partes, así como en los
supuestos en que rige el fuero de atracción(12).
Interesa señalar, por último, que una vez radicada una causa ante un
tribunal de provincia, en razón de concurrir al tiempo de trabarse la litis
los extremos que justificaban la competencia ordinaria, ésta
subsiste aun en el supuesto de producirse hechos sobrevinientes que
puedan encuadrar a aquélla dentro de la competencia federal(13).
4º) Es, finalmente, improrrogable, salvo en las hipótesis de ser
procedente por razón de la distinta nacionalidad o vecindad de los
litigantes o por la circunstancia de ser parte una provincia. Dice al respecto
el art. 12, inc. 4º, de la ley 48, que "siempre que en pleito civil un extranjero
demande a una provincia, o a un ciudadano, o bien el vecino de una
provincia demande al vecino de otra ante un juez o tribunal de provincia, o
cuando siendo demandados el extranjero o el vecino de otra provincia,
contesten a la demanda, sin oponer la excepción de declinatoria, se
entenderá que la jurisdicción (competencia) ha sido prorrogada, la causa
se sustanciará y decidirá por los tribunales provinciales; y no podrá ser
traída a la jurisdicción nacional por recurso alguno, salvo en los casos
especificados en el art. 14". Si bien la norma sólo contempla el caso de
prórroga tácita (supra, nro. 229), no excluye la posibilidad de que aquélla
se configure a través de estipulación contractual(14).

613 
 
II. COMPETENCIA DE LA JUSTICIA FEDERAL CON ASIENTO EN EL
INTERIOR DEL PAÍS

238. Generalidades
La competencia de los jueces y Cámaras Federales de Apelaciones con
asiento en las provincias se halla regulada por los arts. 2º de la ley 48 y 17
de la ley 4055,con las modificaciones introducidas por el art. 56 de la ley
13.998, no derogado expresamente por el dec.-ley 1285/1958.
Estudiaremos las reglas contenidas en dichas normas, diferenciando las
que se vinculan con el lugar, con la materia, con las personas, con el valor
y con el grado.

239. Competencia por razón del lugar


a) Cada uno de los jueces federales con asiento en el interior de la
República tiene asignado, según lo señalamos (supra, nro. 135), una
determinada competencia territorial.
En consecuencia, una vez establecido que determinada pretensión
corresponde al conocimiento de la justicia federal, deben aplicarse las
reglas atributivas de competencia territorial que hemos analizado supra,
nro. 233, con exclusión de las que se refieren a aquellos asuntos que son
ajenos a la competencia federal, como ocurre, v.gr., con las pretensiones
de familia y de estado, las peticiones extracontenciosas y los procesos
universales.
b) Asimismo, compete a los jueces federales con sede en el interior, el
conocimiento de las causas suscitadas en los lugares adquiridos por
compra o cesión en cualquiera de las provincias, para establecer
fortalezas, arsenales, almacenes u otros establecimientos de utilidad
nacional, los cuales, en virtud de lo dispuesto por el art. 75, inc. 30(15), de
la Constitución Nacional, se hallan sometidos a la exclusiva legislación del
Congreso.
Al respecto cabe señalar, en primer término, que el elemento
determinante de que la legislación provincial correspondiente
quede excluida, en dichos lugares, por el imperio de la legislación
nacional, no está dado por el mero hecho de la adquisición del

614 
 
establecimiento, sino por su afectación a un servicio público o de utilidad
nacional(16).
En cuanto al alcance de las potestades del Gobierno nacional, la Corte
Suprema tenía jurisprudencia establecida en el sentido de que las
facultades legislativas y administrativas de las provincias sólo resultaban
desplazadas en esos lugares en tanto su ejercicio interfiera en la
realización de la obra nacional y la obstaculizase en forma directa
o indirecta(17). En ese orden de ideas, expresó dicho tribunal que la
competencia federal aneja a la legislación nacional exclusiva debía quedar
limitada a la materia específica del establecimiento creado, sin afectar las
potestades de la provincia sobre el resto de la vida y de la actividad
cumplidas en el lugar cedido y resolvió, v.gr., que dado que la aplicación
de la ley procesal provincial del trabajo en el puerto nacional de la provincia
de Santa Fe en nada puede obstaculizar el fin nacional del establecimiento
portuario, corresponde a la competencia de la justicia provincial, y no de la
federal, el conocimiento de la causa por despido de un obrero que trabajó
en el Puerto de Santa Fe para una empresa domiciliada en dicho puerto(18).
Últimamente la Corte reaccionó contra ese criterio y resolvió, retomando
una línea jurisprudencial anterior, que sólo el Gobierno federal tiene la
potestad de legislar, ejecutar y juzgar en los lugares que la Constitución
ha querido reservar para su jurisdicción en razón de la utilidad común que
ellos revisten para toda la Nación, y que tal propósito resultaría frustrado
si se admitiera el ejercicio simultáneo de poderes provinciales en los
establecimientos de que se trata(19). La tesis es correcta en la medida en
que se atiene estrictamente al régimen constitucional, que descarta en
esos lugares el ejercicio de potestades compartidas, y en que elimina las
dificultades que entrañaba la jurisprudencia anterior en orden a la
adopción de un criterio preciso sobre la delimitación de competencias.

240. Competencia por razón de la materia

A) Causas especialmente regidas por la Constitución Nacional


a) La admisibilidad de la competencia federal, en esta materia, se halla
condicionada a la circunstancia de que los hechos invocados como causa
de la pretensión se encuentren regidos, en forma directa e inmediata, por
alguna norma contenida en la Constitución Nacional. El art. 2º, inc. 1º, de

615 
 
la ley 48, alude, en efecto, a las causas que "sean especialmente regidas"
por dicho ordenamiento. En otras palabras, el fundamento jurídico esencial
de la pretensión debe estar configurado por una o varias normas
constitucionales(20), en forma tal que de la determinación de su alcance
dependa la solución definitiva del litigio(21).
No basta, por lo tanto, la circunstancia de que el derecho invocado se
encuentre garantizado por la Constitución, pues en la medida en que las
leyes y códigos comunes tienden, en gran parte, a reglamentar o a hacer
efectivos los derechos y garantías constitucionales, especialmente los que
se refieren a la propiedad, a la libertad y a la vida de los habitantes de la
República, la admisión de ese criterio conduciría a cercenar la
competencia que la propia Constitución asigna a los órganos judiciales de
las provincias para interpretar y aplicar los referidos ordenamientos (art.
75, inc. 12)(22).
b) La competencia federal no procede cuando la norma constitucional
es invocada por el demandado como fundamento jurídico de su oposición
a la pretensión del actor. En esta hipótesis el tema constitucional debe ser
resuelto por los jueces ordinarios, sin perjuicio de que aquél sea objeto de
decisión definitiva por la Corte Suprema, a través del
recurso extraordinario previsto por el art. 14 de la ley 48. Pero, a
la inversa, no altera la admisibilidad de la competencia federal el hecho de
que el demandado no contradiga el fundamento constitucional de la
pretensión y sólo deduzca oposiciones fundadas en disposiciones del
derecho común(23). En ambas hipótesis juega el principio, tantas veces
recordado, de que el objeto del proceso está representado por la
pretensión del actor y no por la oposición del demandado.
Es indiferente, asimismo, el carácter del sujeto pasivo de la pretensión
procesal, que puede ser tanto una autoridad pública como un particular,
sea una persona física o de existencia ideal.
c) Por aplicación de las reglas examinadas se ha resuelto, entre otros
casos, que corresponde a la competencia de la justicia federal el
conocimiento de la pretensión deducida por un médico contra el Consejo
de Higiene, fundada en la circunstancia de habérsele prohibido el ejercicio
de la medicina mientras no se sujete a las pruebas establecidas,
sosteniendo el actor que esas pruebas son contrarias a la libertad de
profesión que asegura la Constitución Nacional(24); de la pretensión que
versa sobre cobro indebido de derechos de tránsito de importación
y exportación y se funda en las cláusulas constitucionales que prohíben a
las provincias imponer esa clase de derechos(25); de la pretensión que
persigue la repetición de lo pagado en concepto de un impuesto que se
reputa contrario a disposiciones constitucionales(26); de la pretensión
fundada en la vigencia del derecho de aprender que se aduce impedido o
menoscabado por la Policía Federal mediante su negativa a otorgar un
certificado de conducta al hijo menor de la actora(27); etcétera.

616 
 
d) En materia de pretensiones fundadas en la
presunta inconstitucionalidad de impuestos provinciales o municipales, es
presupuesto de admisibilidad de la competencia federal que haya mediado
el previo pago de aquéllos bajo la correspondiente protesta(28). En tales
casos, por lo tanto, los órganos de la justicia federal sólo pueden intervenir
en la causa por vía de repetición. Si no ha existido desembolso anticipado
del impuesto, la pretensión debe radicarse ante los respectivos jueces
provinciales, sin perjuicio de que, contra la sentencia de última instancia
dictada en el orden local, se deduzca el recurso extraordinario previsto por
el art. 14de la ley 48(29).
La Corte ha expresado, acerca del fundamento de tales reglas, "que con
arreglo a los principios consagrados por nuestra ley fundamental,
la interpretación y aplicación de las leyes locales, cuando por razón de las
personas el caso no cae bajo la jurisdicción federal, corresponde
originariamente a los jueces de provincia, a quienes incumbe también
decidir sobre su constitucionalidad cuando ésta fuese objetada; pues ellos,
como los de la Nación, están obligados a aplicar ante todo la Constitución
Nacional, como la ley suprema del país, no obstante cualquiera disposición
en contrario que contengan las leyes o constituciones provinciales (art.
31, CN). Que sólo cuando se han pronunciado por la validez de la ley de
la provincia, cuya constitucionalidad se ha puesto en cuestión,
corresponde conocer del caso por vía de apelación a la justicia federal,
según lo dispuesto por el art. 14 de la ley 48. Que estos principios y la
jurisprudencia establecida con arreglo a ellos por la Corte Suprema son de
una aplicación tanto más rigurosa en el presente caso, cuando se trata de
impuestos provinciales, cuya recaudación, de carácter esencialmente
administrativa, no puede entorpecerse por la justicia nacional, y ella sería
paralizada por ésta y privados de sus rentas los gobiernos de provincia, si
entrase a conocer en juicio ordinario de las demandas, que so pretexto de
ser inconstitucionales dichos impuestos, se llevasen ante ella por los que
pretenden exonerarse de su pago. Que semejante doctrina no puede en
manera alguna admitirse, no sólo por ser contraria a la índole de
nuestras instituciones y a la independencia y autonomía de las provincias,
sino porque los jueces de la Nación no deben servir, ni de instrumento para
hacer efectiva la recaudación de la renta provincial, ni de obstáculo para
que ella se recaude por las autoridades y con arreglo a las leyes locales.
Que por esta razón y por lo expuesto en el quinto considerando, los
contribuyentes, ya sean ciudadanos o extranjeros, no pueden sustraerse,
por razón de su nacionalidad, de la acción administrativa, ni de la
jurisdicción de los jueces locales encargados de hacer efectivo dicho
impuesto, y sólo pagando éste con la correspondiente protesta pueden
ocurrir a los jueces de su fuero para pedir la devolución de
lo indebidamente pagado, o bien apelar ante la Corte Suprema nacional
de la sentencia que en última instancia pronunciaran los jueces de
provincia, en los casos previstos por el art. 14 de la ley del 14 de
septiembre antes mencionada"(30).

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De los principios enunciados se infiere que incumbe a las provincias la
facultad de deducir sus pretensiones por cobro de impuestos ante los
órganos judiciales locales, salvo en la hipótesis de que la parte demandada
sea la Nación o una institución nacional(31). Pero tal facultad es renunciable
por las provincias o municipalidades, ya que ha sido instituida en
el exclusivo beneficio de ellas(32).
Por otra parte, la pretensión tendiente a la repetición de lo pagado en
una ejecución fiscal sustanciada en el orden local, debe deducirse ante los
jueces provinciales, pues la competencia de éstos subsiste implícitamente
para conocer del proceso de repetición subsiguiente al ejecutivo, de
acuerdo con las leyes procesales vigentes(33).
Corresponde aclarar, asimismo, que en el supuesto de haberse
efectuado el pago del impuesto bajo protesta y tratarse de un gravamen
provincial, la competencia para conocer de la pretensión de repetición
corresponde a la Corte Suprema en instancia originaria, de acuerdo con
las reglas atributivas de competencia que se estudiarán más adelante. En
cambio, son competentes los tribunales federales inferiores cuando la
pretensión se deduce contra una municipalidad.
Por último, cuando un gravamen provincial o municipal se impugna
como contrario a la Constitución de la provincia o a alguna norma
prevalente en el orden local, la pretensión debe sustanciarse ante la
justicia provincial, sin posibilidad de que intervenga la justicia federal en
ninguna instancia del proceso. En cambio, si el gravamen se cuestiona
como contrario, simultáneamente, a normas nacionales y provinciales,
contra la sentencia provincial dictada en última instancia, puede ser
admisible el recurso extraordinario ante la Corte Suprema, a fin de que
ésta se pronuncie sobre las cuestiones federales planteadas en el
pleito(34).

B) Causas especialmente regidas por leyes del Congreso


a) Son leyes nacionales, en los términos de los arts. 116 de la
Constitución y 2º, inc. 1º, de la ley 48, las que sanciona el Congreso en
ejercicio de las potestades que le acuerda el art. 75 de aquélla, con la
salvedad que dicho artículo formula, en el inc. 12, con respecto a los
Códigos Civil, Comercial, Penal, de Minería y del Trabajo y Seguridad
Social, a los que cabe agregar las leyes que se declaran incorporadas a
ellos y las que los integran, modifican o amplían(35).
De acuerdo con esa salvedad, dichos Códigos y leyes, a los que cabe
el nombre genérico de derecho o legislación común, son aplicables por los

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tribunales federales o provinciales según que las cosas o las personas
cayeren bajo sus respectivas jurisdicciones. Por lo tanto, cuando se trata
de la aplicación de las leyes dictadas por el Congreso, la competencia de
la justicia federal puede ser exclusiva o concurrente. Es exclusiva en el
supuesto de que la ley haya sido dictada en uso de alguna de las
atribuciones comprendidas en el art. 75 que no sea la consistente en
sancionar la legislación común, y revista, por lo tanto, el carácter de ley
especial(36). La aplicación de la legislación común determina, en cambio,
una competencia concurrente, en aquellos casos en que la justicia federal
debe intervenir en el proceso por efecto de reglas atributivas de
competencia por razón de la calidad de las partes (v.gr.: vecinos de
distintas provincias) o del lugar (v.gr.: delito cometido en un lugar sometido
a la exclusiva jurisdicción del Congreso).
b) Es preciso señalar, sin embargo, que la circunstancia de que una ley
pueda ser encuadrada, por la generalidad de sus disposiciones, en el
marco del derecho común, no impide que parte de ella, o algunas de sus
normas, deba ser incluida entre las mencionadas por los arts. 116 de la
Constitución y 2º, inc. 1º, de la ley 48, y que su aplicación corresponda,
por lo tanto, a la justicia federal. Tal lo que ocurre, por ejemplo, con algunos
de los preceptos contenidos en el Libro III del Código de Comercio(37),
relativos a los "derechos y obligaciones que resultan de la navegación"(38);
con los arts. 9º y 10 de la ley 9688(39); con el art. 219 del Código Penal(40);
etcétera.
Además, cabe considerar comprendidas en el ámbito de las leyes
nacionales cuya aplicación pertenece exclusivamente a la competencia de
la justicia federal, aquellas que reglamentan servicios, instituciones o
actividades que se extiendan a todo el territorio de la Nación(41).
c) Como en el caso examinado en A), también constituye condición de
admisibilidad de la competencia federal que los hechos aducidos como
causa de la pretensión se funden directa e inmediatamente en una o más
normas contenidas en leyes especiales, ya que el art. 2º, inc. 1º, de la ley
48 habla de causas "especialmente regidas" por "las leyes que haya
sancionado o sancionare el Congreso".

C) Causas especialmente regidas por los tratados con las naciones


extranjeras
Al ser ratificados por el Congreso, los tratados celebrados entre el
Estado nacional y naciones extranjeras adquieren el carácter de leyes
supremas de la Nación, en los términos del art. 31 de la Constitución y son
equiparables, en punto a la admisibilidad de la competencia federal, a las
619 
 
leyes que analizamos en la letra anterior. Como en los casos
precedentemente examinados, el derecho debe estar directa
e inmediatamente fundado en alguna disposición del Tratado (art. 2º, inc.
1º, de la ley 48); pero la competencia federal no procede en los supuestos
en que tales disposiciones formen parte de la legislación común, salvo que
aquélla se justifique por razón de las personas o del lugar.

D) Procesos sobre actos administrativos del Gobierno nacional


El art. 2º, inc. 4º, de la ley 48 atribuye competencia a la justicia federal
para conocer de "todo pleito que se inicie entre particulares, teniendo por
origen actos administrativos del Gobierno nacional".
En este caso, la competencia federal sólo procede cuando tales actos
administrativos constituyen el fundamento inmediato y directo de la
pretensión(42), siendo insuficiente, por lo tanto, que figuren como uno de
los motivos involucrados en la causa de aquélla o que se invoquen como
fundamento de la oposición del demandado. De acuerdo con ese criterio,
se hallan encuadrados en el inciso analizado, por ejemplo, las
pretensiones tendientes a que se declare infundada la oposición deducida
a una solicitud de registro de marca, la nulidad de ésta o de una patente
de invención, etc. En rigor, se trata, sin embargo, de una
disposición innecesaria, pues tales casos corresponderían a la
competencia de la justicia federal en razón de hallarse
directa e inmediatamente regidos por leyes especiales (24.481 y 22.362).
No debe confundirse esta competencia con la denominada contencioso-
administrativa, pues esta última implica la existencia de un conflicto entre
un particular y el Gobierno de la Nación y se halla determinada, en el orden
federal, por la circunstancia de ser aquél una de las partes en el
proceso(43).
En los términos de la disposición que analizamos, por "actos
administrativos" deben entenderse no sólo aquellos que realiza el Poder
Ejecutivo, sino también los que emanan de los restantes poderes del
Estado dentro de sus respectivas esferas de competencia(44).

E) Pretensiones fiscales contra particulares o corporaciones

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Compete a la justicia federal, de acuerdo con el art. 2º, inc. 5º, de la ley
48, "el conocimiento de toda acción (pretensión) fiscal contra particulares
o corporaciones, sea por cobro de cantidades debidas o por cumplimiento
de contratos, o por defraudación de rentas nacionales, o por violación de
reglamentos administrativos".
Es ésta una disposición meramente ejemplificativa, pues los casos que
contempla, en la medida en que implican el hecho de ser parte actora la
Nación o el de tratarse de la aplicación de leyes nacionales, están
comprometidos en otras reglas atributivas de competencia federal.
A los efectos de la admisibilidad de la competencia federal
son indiferentes, en este caso, el monto reclamado o el valor de la cosa
cuestionada(45).

F) Causas concernientes al transporte terrestre


El art. 55, inc. b), de la ley 13.998 atribuyó a los jueces federales con
asiento en las provincias competencia para conocer "de los hechos, actos
y contratos concernientes a los medios de transporte terrestre,
con excepción de las acciones (pretensiones) civiles por reparación de
daños y perjuicios causados por delitos o cuasidelitos...".
Pese a la amplitud de sus términos, que en cierta medida se adecuan a
la Constitución Nacional vigente en oportunidad de sancionarse la ley
13.998(46), la competencia federal se halla limitada al supuesto de versar
el proceso sobre hechos, actos y contratos relativos a los medios de
transporte terrestre que liguen a la Capital Federal o a un territorio nacional
con una provincia, o dos provincias entre sí, o un punto cualquiera de la
Nación con un Estado extranjero y siempre, además, que la pretensión se
funde, en forma directa e inmediata, en normas dictadas por el Gobierno
nacional en ejercicio de la facultad que le confiere el art. 75, inc. 13, de
la Constitución Nacional (v.gr., ley 12.346)(47).
Tal limitación no rige en relación con los jueces federales de la Capital,
a quienes el art. 42 de la ley 13.998 asignó una competencia semejante,
pues la ley puede conferir a aquéllos atribuciones para conocer en asuntos
ajenos a la competencia específicamente federal(48).
La exclusión de la competencia federal para conocer en las
pretensiones de origen extracontractual concernientes a los medios de
transporte terrestre, encuentra justificación en el hecho de que aquéllas se
encuentran regidas por la legislación común (derogado CCiv., títs. VIII y
IX, sec. II, del Libro II), aunque los jueces federales podrían ser
competentes, en el caso, por razón de las personas o del lugar.

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G) Causas regidas por el derecho de la navegación
a) De conformidad con lo dispuesto por los incs. 7º, 8º, 9º y 10 del art.
2º de la ley 48, compete a los jueces federales el conocimiento de todas
las causas a que den lugar los apresamientos o embargos marítimos en
tiempo de guerra; las que se originen por choques o averías de buques, o
por asaltos hechos, o por auxilios prestados en alta mar, o en los puertos,
ríos y mares en que la República tiene jurisdicción; las que se originen
entre propietarios o interesados de un buque, sea sobre su posesión o
sobre su propiedad; las que versen sobre la construcción y reparos de un
buque o sobre hipoteca de su casco; sobre fletamentos y estadía; sobre
seguros marítimos; sobre salarios de oficiales y marineros; sobre
salvamento militar y civil; sobre naufragios; sobre avería simple y gruesa;
sobre contratos a la gruesa ventura; sobre pilotaje; sobre embargo de
buques y penas por violación de las leyes de impuestos y navegación;
sobre la nacionalidad del buque y legitimidad de su patente o regularidad
de sus papeles; sobre arribadas forzosas; sobre reconocimientos sobre
abandono, venta y liquidación de créditos del buque; sobre cumplimiento
de las obligaciones del capitán, tripulantes, y en general sobre todo hecho
o contrato concerniente a la navegación y comercio marítimo.
Por su parte, el art. 55, inc. b), de la ley 13.998, mediante el empleo de
una fórmula más escueta, asigna a los jueces federales competencia para
conocer "de los hechos, actos y contratos... regidos por el derecho de la
navegación".
b) Por "navegación y comercio marítimo" debe entenderse, en los
términos de la norma más arriba transcripta, los que se cumplen entre un
puerto de la República y otro extranjero, o entre dos o más provincias a
través de ríos interiores(49). La competencia de la justicia federal para
conocer de las pretensiones vinculadas con la navegación y el comercio
marítimo se justifica no solamente por la facultad que incumbe al Gobierno
nacional de reglar y proteger el comercio internacional e interprovincial
que se efectúa por los mares y los ríos (art. 75, incs. 10 y 13), sino también
porque el tráfico realizado en aguas que se hallan abiertas para todas las
banderas puede dar lugar a conflictos de diversa índole que afecten las
relaciones del país con Estados extranjeros, poniendo en juego la
aplicación de principios de derecho internacional(50).
c) La admisibilidad de la competencia federal depende, en esta materia,
de que se trate de la navegación y del comercio efectuados por buques,
hallándose por lo tanto excluidas de aquéllas las pretensiones
relacionadas con las embarcaciones menores a que se refiere el art. 206

622 
 
del Código de Comercio (barcas, lanchas, lanchones, etc.). Por
consiguiente, no pertenecen a la competencia de la justicia federal los
casos emergentes de los servicios de transporte, lanchaje u otras
operaciones que tales embarcaciones realizan dentro de los puertos(51),
salvo que aquéllos formen parte de las estipulaciones contenidas en un
contrato de fletamento, porque en tal caso prima, sobre la naturaleza de la
embarcación, la existencia de una relación jurídica expresamente
contemplada por el inc. 10 del art. 2º de la ley 48 como determinante de la
competencia federal(52).
Dentro del concepto de "embarcaciones menores", la jurisprudencia
ha incluido a los yachts dedicados a la navegación de paseo, turismo o
deporte(53), aunque en algún caso se los ha equiparado a los buques
cuando por su tonelaje y elementos propios de movilidad tengan aptitud
para trasladarse fuera de las aguas territoriales o estén afectados al
servicio de transporte entre distintos puertos(54).
Por otra parte, la Corte Suprema ha decidido que "no es imprescindible
que el destino de las embarcaciones se refiera al transporte comercial de
pasajeros o mercancías, para considerarlas comprendidas dentro de la
categoría de buque a que se refiere el inc. 10, del art. 2º de la ley 48; basta
que tal destino en las condiciones preindicadas, se vincule a la navegación
por los mares, ríos libres o con la que une distintos puertos argentinos"(55).
De conformidad con ese criterio, se consideró asimilados a buques a un
remolcador que ha recorrido trayectos entre distintos puertos de la
República(56), o a una draga dotada de medios de propulsión propios que
ha navegado entre puertos argentinos(57).
d) A título meramente ejemplificativo, interesa consignar que se ha
considerado admisible la competencia federal para conocer en los
procesos por accidentes del trabajo cuando el hecho se ha producido con
motivo de la carga o descarga de un buque u otro motivo que haga
evidente que la causa versa sobre el cumplimiento de las obligaciones del
capitán y tripulantes en relación con la navegación y comercio marítimo(58);
en los que versan sobre seguros marítimos(59), sin que sea óbice para ello
la circunstancia de que la póliza correspondiente tenga una cláusula
adicional o ampliatoria por la cual el seguro abarca también el plazo de
quince días a treinta días posteriores a la descarga y siendo innecesario
distinguir si las averías se produjeron antes o después de la descarga(60);
en los relativos a arrendamientos de buques destinados a la
navegación internacional o interprovincial(61); en las ejecuciones de
pagarés a la orden si éstos son consecuencia de un contrato de reparación
del motor de un buque afectado a ese destino(62); etcétera.
También compete a la justicia federal el conocimiento de las
pretensiones laborales emergentes de la navegación y del comercio
marítimo(63), con la salvedad de que en la Capital Federal, en virtud del
carácter nacional de todos los órganos judiciales que ejercen sus

623 
 
funciones en dicho distrito, la competencia corresponde a la justicia del
Trabajo(64).
e) Una excepción a la admisibilidad de la competencia federal, en
materia marítima, estaba constituida por el art. 1269 —hoy derogado
por ley 20.094— del —también hoy derogado— Código de Comercio,
según el cual las cuestiones suscitadas por daños causados por choques
o abordajes debían ser resueltos por arbitradores. Pero la Corte se ha
pronunciado por la inconstitucionalidad de dicho precepto(65).

H) Causas regidas por el derecho aeronáutico


a) El art. 55, inc. b), de la ley 13.998 atribuye a los jueces federales con
asiento en las provincias competencia para conocer de los hechos, actos
y contratos regidos por el derecho aeronáutico.
En concordancia con esa norma, el art. 198 del Código Aeronáutico (ley
17.285) dispone que "corresponde a la justicia federal el conocimiento y
decisión de las causas que versen sobre navegación aérea o comercio
aéreo en general y de los delitos que pueden afectarlos".
b) Es requisito de la competencia federal que se trate de
aeronavegación internacional o interprovincial(66), es decir, la que se
realiza, respectivamente, entre un aeródromo de la República y
otro extranjero o entre aeródromos situados en distintas provincias. Por lo
tanto, la justicia federal carece de competencia para conocer de las
pretensiones fundadas en hechos o actos jurídicos vinculados con la
navegación aérea realizada dentro de los límites de una provincia, sea
entre distintos aeródromos de ella o con fines sanitarios, publicitarios, de
aprendizaje, etcétera(67).

I) Recursos en materia contencioso-administrativa


Sin perjuicio de la competencia contencioso-administrativa que, por vía
originaria, ejerce la justicia federal en el supuesto de ser parte en el
proceso el Gobierno de la Nación, numerosas leyes asignan a los
órganos integrantes de dicha justicia atribuciones para conocer en
recursos deducidos contra resoluciones dictadas por organismos de la
Administración, particularmente de aquellas que revisten carácter

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sancionatorio. Seguidamente efectuaremos el análisis de las principales
impugnaciones de ese tipo, agrupándolas sobre la base de las materias
acerca de las cuales versan las resoluciones administrativas(68).
a) Aduanas. Los recursos y demandas contra resoluciones de la
Aduana de la Nación que determinen derechos, gravámenes, recargos y
sus accesorios o ingresos a la renta aduanera a cargo de los particulares
y/o apliquen sanciones, excepto en las causas de contrabando; el recurso
de amparo de los contribuyentes y terceros y los reclamos y demandas de
repetición de derechos, gravámenes, accesorios y recargos recaudados
por la Aduana de la Nación, como también los recursos a que ellos den
lugar, se rigen por lo dispuesto en los arts. 71 a 90 y por el título II de la ley
11.683, t.o. en 1968 (art. 4º, dec.-ley 6692/1963(69)). Son por lo tanto
aplicables al caso las disposiciones establecidas en materia impositiva, de
las cuales nos ocuparemos en el punto e) del presente parágrafo e infra,
nro. 246, C), lugares a los que nos remitimos.
En lo que atañe a las causas por contrabando, la instrucción de los
sumarios de prevención, ya sean iniciados de oficio o por denuncia,
corresponde a la Aduana de la Nación, Policía Federal, Prefectura
Nacional Marítima, Dirección Nacional de Gendarmería Nacional y policías
provinciales, dentro de los límites de sus respectivas jurisdicciones, a cuyo
efecto deben realizar las tareas de vigilancia, comprobación
e investigación (art. 1º, dec.-ley 6660/1963(70)). El conocimiento y
resolución de dichos asuntos corresponde originariamente, y dentro de sus
respectivas jurisdicciones territoriales, a los tribunales en lo Penal
Económico de la Capital Federal y a los de la justicia federal en el interior
del país, que se ajustarán a las normas de procedimiento del fuero
correspondiente (art. 2º, dec.-ley cit.(71)). Sin embargo, según el art.
3º(72)del mencionado ordenamiento, la competencia atribuida a los
tribunales en lo Penal Económico comprende, además del territorio de la
Capital Federal, los siguientes partidos de la provincia de Buenos Aires:
Almirante Brown, Avellaneda, Esteban Echeverría, Florencio Varela,
General Rodríguez, General San Martín, General Sarmiento, Lanús,
Lomas de Zamora, La Matanza, Marcos Paz, Merlo, Moreno, Morón,
Quilmes, Pilar, San Fernando, San Isidro, San Vicente, Tigre, Tres de
Febrero y Vicente López. Las sentencias que se dicten en las causas de
contrabando, además de observar las formalidades ordinarias que
establece el procedimiento común, deben: 1º) Absolver o condenar a los
procesados con respecto al delito de contrabando y a los delitos conexos
o en concurso con el mismo que pudieren ser objeto de juzgamiento. 2º)
Resolver respecto de las infracciones que, además o en lugar del delito de
contrabando, se hubieran comprobado en autos (con lo que se elimina el
doble juzgamiento que existía en los anteriores ordenamientos legales).
3º) Resolver sobre la situación fiscal de las mercaderías, aplicando sobre
ellas las penas que correspondieren al delito de contrabando o, en su caso,

625 
 
a las otras infracciones que se hubieran comprobado en autos (art. 5º,
dec.-ley cit.(73)).
De acuerdo con lo dispuesto en el art. 13 de la ley
17.138, hace excepción al régimen analizado el caso de las infracciones
previstas por el art. 198 de la Ley de Aduanas(74)(tenencia de
mercaderías extranjeras y presunción de evasión de los impuestos o
requisitos de importación), en el cual los dueños o consignatarios de
mercaderías o transportes condenados pueden apelar ante la Dirección
Nacional de Aduanas u optar por la vía contenciosa ocurriendo a la justicia
federal, siendo requisito indispensable, en este último caso, que la pena
de que se recurre exceda de m$n. 100 (art. 69(75), ley cit.). Tales recursos
deben interponerse por escrito ante la autoridad que dictó el fallo, dentro
del plazo perentorio de cinco días hábiles, contado a partir del día siguiente
al de la notificación, pudiendo también interponerse ante la
misma autoridad, por telegrama o carta certificada, siempre que
fueren expedidos dentro del mencionado plazo. En caso de denegatoria
de los recursos, el apelante puede recurrir de hecho, dentro de los cinco
días, ante la Dirección o justicia federal (art. 70(76)). Los recursos son
optativos, de manera que la interposición de uno de ellos implica la
renuncia del otro. Si en el escrito de apelación no se
manifiesta expresamente la vía elegida, corresponde intimar a los
recurrentes para que lo hagan en el plazo perentorio de tres días hábiles,
a cuyo término, si no lo hacen, debe tenerse por optada la vía
administrativa. Interpuesto uno de los recursos puede, sin embargo,
desistirse de él y ocurrir al otro, siempre que la nueva opción se formule
dentro del plazo establecido en el art. 70(77), que esas gestiones
no interrumpen (art. 71(78)). Si uno o varios de los denunciados opta por la
vía judicial, ésta es obligatoria para todos los recurrentes; pero si todos los
denunciados optan por la vía administrativa, ésta es obligatoria para los
denunciantes (art. 72(79)). Asimismo, la opción que la ley otorga a los
denunciantes sólo puede tener lugar si ninguno de los denunciantes apela
de la sentencia (art. 73(80)). Los denunciantes y aprehensores, ya sean
particulares, funcionarios o empleados de aduana o de otras reparticiones,
cuando consideren lesionados sus derechos por resoluciones dictadas por
el administrador o receptor, pueden recurrir en grado de apelación ante la
Dirección Nacional de Aduanas o a la justicia federal, en la forma, plazos
y condiciones establecidos por los arts. 70, 71, 72 y 73 (art. 74(81)). Vencido
el plazo para apelar sin que se haya interpuesto recurso alguno, el fallo del
administrador se tiene por consentido, la parte condenada pierde el
derecho de ocurrir a la justicia federal y la resolución administrativa
alcanza fuerza de cosa juzgada (art. 75(82)). Concedido el recurso de
apelación ante la Dirección Nacional, las partes pueden presentar un
memorial haciendo valer sus derechos, dentro del plazo perentorio de
quince días contado a partir de la notificación del auto que admitió el
recurso. Si los apelantes no presentan el memorial dentro del plazo
mencionado, debe dárseles por decaído el derecho de hacerlo, imprimirse

626 
 
a los autos el trámite correspondiente y rechazarse todo escrito
presentado posteriormente al vencimiento del plazo, tendiente a mejorar
el recurso (art. 79(83)). Presentados los memoriales de las partes, las
aduanas o receptorías deben elevar el sumario a la Dirección, sin que en
esa oportunidad puedan aducir sobre los fundamentos expuestos por los
apelantes (art. 80(84)). Cuando se opta por la vía judicial, el administrador
o receptor debe remitir el sumario al juez federal dentro del plazo de diez
días a partir de la fecha en que el expediente se encuentre en condiciones
de ser remitido (art. 81(85)). Previo a todo trámite, el secretario del juzgado
debe expedir un testimonio del fallo administrativo certificando al pie la
entrega de las actuaciones, documento que queda archivado en la
respectiva aduana, y poner luego el expediente en Secretaría a fin de que
el apelante exprese agravios conforme al art. 519 del Cód. de Ptos. en lo
Criminal (art. 86(86)). Abierto el juicio a prueba, si fuere necesario, se
alegará en cuanto a la que se hubiere aportado y luego de la vista del
procurador fiscal se dictará la sentencia (art. 87(87)).
En el supuesto examinado procede también un recurso de nulidad
respecto de fallos pronunciados como consecuencia de un procedimiento
vicioso que haya comprometido las garantías sustanciales de la defensa.
Sólo puede deducirse cuando procede el de apelación, debiendo
presentarse juntamente con ésta y en el plazo para ella concedido (art.
76(88)). Cuando la nulidad proviene de los vicios precedentemente referidos
corresponde declararla, debiendo la Dirección, o la justicia federal, en su
caso, devolver las actuaciones a la autoridad administrativa que hubiere
pronunciado el fallo impugnado para que, volviéndose a instruir el sumario,
se corrijan los vicios o se subsanen las omisiones que motivaron la
impugnación y se dicte sentencia con arreglo a derecho. Si, en cambio, el
procedimiento no está afectado por esa clase de vicios, y la nulidad
consiste en las formas de la resolución, la Dirección, o la justicia federal,
en su caso, debe declararla nula y proveer sobre el fondo de la causa (art.
77(89)). Pero en todo caso, la nulidad por defectos formales de
procedimiento queda subsanada siempre que no se reclame la reparación
de aquéllas en la instancia administrativa, y sólo debe decretarse cuando
persiga una finalidad práctica y las consecuencias de los defectos aludidos
no son susceptibles de subsanarse en la apelación (art. 78(90)).
b) Agricultura y ganadería. Las sanciones aplicadas por infracciones a
la ley 3708(91), sobre extinción de la langosta, son recurribles ante el juez
federal inmediato, dentro del plazo de treinta días, previo pago de la multa
a la comisión seccional o de distrito que la impuso (art. 20, ley cit.(92)).
Son asimismo recurribles, ante los jueces federales respectivos, dentro
del plazo de diez días contado desde la notificación correspondiente, y
previo pago de la multa, las resoluciones mediante las cuales se aplican
sanciones por infracción a las leyes 12.566 (Lucha Obligatoria contra la
Garrapata; art. 13, dec. 1803/1961); 13.015(93)(Registro Nacional de
Productores Agropecuarios); 13.636 (Contralor de Medicamentos

627 
 
Veterinarios por la Secretaría de Agricultura y Ganadería, arts. 9º de la ley,
y 29, dec. 6564/1951(94)); decs.-leyes 7384/1944 (Extirpación de la Sarna
Ovina y Caprina, art. 8º); 5153/1945 (Lucha contra la Fiebre Aftosa, art.
27); 10.834/1957 (Erradicación Obligatoria de la Sarna Bovina, art. 10);
6640/1963 (Tipificación de la Leche, art. 18); etc. Por su parte, el dec.-ley
6773/1963 declara indemnizables los daños que directa o indirectamente
ocasionen la exploración, explotación o transporte de los combustibles
minerales y de los hidrocarburos líquidos, sólidos o gaseosos; acuerda
derecho a percibir la indemnización al superficiario, cualesquiera que sean
las condiciones de su ocupación, y al titular de los bienes perjudicados (art.
1º); determina que las empresas y personas responsables deben cumplir
y hacer cumplir las normas tendientes a proteger las explotaciones
agropecuarias que fije el decreto reglamentario (art. 2º) y establece que el
monto de la indemnización derivada de los daños evitables causados
por inobservancia o negligencia en el cumplimiento de las normas fijadas
de acuerdo con el art. 2º se determinarán por Juntas Especiales,
constituidas por representantes de las empresas, los productores de las
zonas y los organismos nacionales o provinciales competentes, cuyas
decisiones son recurribles en única instancia ante el juez competente de
la respectiva jurisdicción, dentro del plazo de diez días hábiles contado
desde la notificación de aquélla. Las empresas deben abonar el importe
de la indemnización dentro del plazo de sesenta días de haber quedado
firme la respectiva decisión judicial (art. 3º).
También son recurribles ante la justicia federal las sanciones impuestas
por el secretario de Estado de Agricultura y Ganadería a raíz
del incumplimiento de las obligaciones impuestas en la ley 17.175, sobre
creación de un fondo destinado a solventar la tecnificación de
las explotaciones tabacaleras (art. 5º).
Por su parte, el art. 15 del Estatuto anexo al Convenio por el cual se
crea la Corporación del Mercado Central de Buenos Aires, ambos
ratificados por la ley 17.422,establece que contra las resoluciones del
Directorio de la Corporación que apliquen sanciones por incumplimiento
de las normas tendientes a hacer efectivos los fines de dicha institución,
cabe recurso contencioso para ante la Cámara Federal de Apelaciones de
La Plata. El recurso procede al solo efecto devolutivo y debe interponerse
dentro del plazo de cinco días hábiles de notificada la resolución definitiva,
debiendo los interesados en el mismo escrito expresar los agravios que
tengan contra lo decidido por el Directorio.
c) Comunicaciones. Las sanciones contra particulares que publiquen
guías telefónicas son aplicadas por el Poder Ejecutivo con recurso, que
debe deducirse dentro del plazo de cinco días a partir de la fecha de la
notificación, ante la Cámara Federal de la jurisdicción que corresponda
(art. 3º, ley 12.970).
En el supuesto de multas aplicadas por infracción a las normas que
contiene el dec.-ley 33.310/1944 sobre servicios postales y de
628 
 
telecomunicaciones, puede el interesado interponer recurso jerárquico
ante el Poder Ejecutivo o el de apelación ante la Cámara Federal de su
domicilio, dentro del plazo perentorio de diez días, transcurrido el cual sin
hacerse uso de ese derecho la resolución debe tenerse por consentida. El
recurso jerárquico se sustancia ante la Secretaría de Comunicaciones con
la intervención del reclamante y de Correos y Telecomunicaciones,
pudiendo recabarse de oficio, o a pedido de las partes, los informes que
se consideren pertinentes. Antes de resolver debe oírse al Procurador del
Tesoro, previa vista a las partes para que aleguen, si lo desean, sobre la
razón que les asiste. La decisión que recaiga al respecto será ejecutoria.
El procedimiento ante la justicia federal se sustancia con audiencia del
reclamante y de Correos y Telecomunicaciones, oídos los cuales el
tribunal debe resolver sin ulterior recurso sobre la base de las constancias
del expediente administrativo, sin perjuicio de cualquier otro informe que
de oficio o a pedido de las partes resuelva solicitar para mejor proveer (art.
90, dec.-ley 33.310/1944).
d) Defensa nacional. Las sanciones aplicadas por infracción a las
disposiciones de la ley 13.945(95), sobre armas y explosivos, son
recurribles ante el juez federal correspondiente a la jurisdicción donde se
haya originado el procedimiento. El recurso debe interponerse dentro de
los tres días de notificada la resolución, y concederse al solo efecto
devolutivo. Los plazos deben ampliarse en relación con la distancia de
acuerdo con lo establecido en las leyes procesales, y el procedimiento ante
el juez se halla regido por las normas contenidas en los arts. 588 y 589 del
Código de Procedimiento en lo Criminal (art. 40, ley 13.945(96)).
Son recurribles al solo efecto devolutivo, ante el juez federal que
corresponda, las multas impuestas por el Poder Ejecutivo nacional a
quienes infrinjan, obstaculicen o no presten la cooperación requerida en el
cumplimiento de las obligaciones que comporta la defensa antiaérea
pasiva (art. 7º, dec.-ley 6250/1958).
De acuerdo con el art. 4º de la ley 17.401(97), sobre represión del
comunismo, la resolución calificadora dictada por la Secretaría de
Informaciones del Estado es recurrible por vía jerárquica ante el Poder
Ejecutivo, y agotada la vía administrativa cabe recurso ante la Cámara
Federal del lugar del domicilio del interesado, el cual sólo es admisible en
el caso de que la calificación adoleciere de arbitrariedad manifiesta. Según
el art. 5º de dicha ley, el recurso debe interponerse dentro de los treinta
días de haberse notificado el interesado de la denegatoria del Poder
Ejecutivo. Interpuesto el recurso, debe ser elevado al tribunal competente
dentro de los quince días, con los antecedentes que determinaron la
medida. Recibidas las actuaciones, corresponde correr traslado por diez
días y por su orden al apelante y a la autoridad calificadora. Contestado el
traslado o vencido el plazo sin que las partes lo hubiesen hecho, el tribunal
debe dictar la providencia de autos y expedirse dentro de los sesenta días.

629 
 
Con respecto a las solicitudes de excepción al servicio militar, el art.
34 de la ley 17.531(98)dispone que el argentino que se considere incluido
en alguna de las causales de excepción debe presentarse ante el jefe del
distrito militar de su domicilio, quien a su vez debe elevar los antecedentes
del caso a la autoridad militar competente. Si la petición es denegada a
nivel de la autoridad militar competente puede recurrirse, excepto en el
caso del art. 32, inc. 1º(99)(relativo a quienes por enfermedad o defecto
físico resulten ineptos en forma absoluta y definitiva para el servicio), ante
la instancia militar superior, dentro de los seis días de notificada la
resolución. El trámite en el ámbito militar no puede exceder de un año.
Contra la denegatoria en la instancia jerárquica superior sólo procede el
recurso de inaplicabilidad de ley o doctrina legal, que debe interponerse,
dentro de los diez días de notificada dicha denegatoria, para ante la
Cámara Federal de Apelaciones de la jurisdicción del distrito militar
que inició el trámite. La sustanciación debe tener un plazo máximo de seis
meses, siéndoles de aplicación, en su caso, a los integrantes de la Cámara
respectiva, las disposiciones pertinentes del dec.-ley 2021/1963. Durante
el trámite el ciudadano no es incorporado. Los ciudadanos comprendidos
en el inc. 1º del art. 32(100)son exceptuados por el jefe del distrito militar
sobre la base del dictamen de la respectiva junta de reconocimiento
médico.
e) Impuestos. La Cámara Nacional competente en razón de la materia
tributaria cuestionada y, en su caso de la sede del Tribunal
Fiscal interviniente(101), lo es también para entender, siempre que se
cuestione una suma mayor de m$n. 30.000, de los recursos de revisión y
apelación limitada contra las sentencias dictadas por el Tribunal Fiscal en
materia de impuestos y de multas, y de los recursos por retardo de justicia
del mencionado Tribunal (art. 86, incs. b], c] y d], ley 11.683, t.o. en 1968
por dec. 5428/1968).
Los responsables o infractores podrán interponer el recurso de revisión
y de apelación limitada a que se refiere el art. 86, para ante la Cámara
Nacional competente, dentro de treinta días de notificárseles la sentencia
del tribunal y, con sujeción a lo dispuesto en el artículo siguiente, igual
derecho tendrá la AFIP. No interpuesto el recurso, la sentencia pasará
en autoridad de cosa juzgada y deberá cumplirse dentro de quince días de
quedar firme. Será Cámara Nacional competente aquella en cuya
jurisdicción funcione la sede o la delegación permanente o móvil del
Tribunal Fiscal de la Nación, según sea donde se ha radicado la causa. El
plazo para apelar las sentencias recaídas en los recursos de amparo, será
de diez días (art. 192, ley citada).
La Cámara resolverá el fondo del asunto, teniendo por válidas las
conclusiones del Tribunal Fiscal de la Nación sobre los hechos probados.
Ello no obstante, podrá apartarse de ellas y disponer la producción de
pruebas cuando, a su criterio, las constancias de autos autoricen a
suponer error en la apreciación que hace la sentencia de los hechos (art.

630 
 
86, inc. 2º, ley citada). Asimismo podrá, si hubiera violación manifiesta de
las formas legales en el procedimiento ante el Tribunal Fiscal de la Nación,
declarar la nulidad de las actuaciones o resoluciones y devolverlas al
Tribunal Fiscal con apercibimiento, salvo que, en atención a la naturaleza
de la causa, juzgare más conveniente su apertura a prueba en instancia
(art. 86, inc. 1º, ley cit.).
En el caso del inc. d) del artículo anterior, es condición para la
procedencia del recurso que hayan transcurrido diez días desde la fecha
del escrito de cualquiera de las partes, urgiendo la sentencia no dictada
por el Tribunal Fiscal de la Nación en el plazo legal. Presentada la queja
con copia de aquel escrito, la Cámara Nacional requerirá del Tribunal
Fiscal que dicte pronunciamiento dentro de los quince días desde la
recepción del oficio. Vencido el término sin dictarse sentencia, la Cámara
Nacional solicitará los autos y se abocará al conocimiento del caso, el que
se regirá entonces por el procedimiento establecido en el Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación para los recursos de apelación concedidos
libremente, produciéndose en la instancia toda la prueba necesaria. Toda
vez que la queja resultare justificada, la Cámara Nacional pondrá el hecho
en conocimiento del presidente del jurado a que se refiere el art. 148. De
igual manera procederá en los casos que llegaren a su conocimiento,
cuando resultare del expediente que la sentencia del Tribunal Fiscal de la
Nación no ha sido dictada dentro del término correspondiente (art. 87, ley
cit.).
f) Industria y comercio. La justicia federal es competente para conocer
de las impugnaciones deducidas contra las resoluciones de la Dirección
de la Propiedad Industrial que denegasen el registro de una marca,
siempre que el interesado no hubiere renunciado a la gestión judicial: "La
resolución denegatoria del registro puede ser impugnada ante la Justicia
Federal en lo Civil y Comercial. La acción se tramitará según las normas
del juicio ordinario y debe interponerse, dentro de los treinta (30) días
hábiles de notificada la resolución denegatoria por ante la Dirección
Nacional de la Propiedad Industrial, que actuará conforme a lo establecido
en el art. 17. En el caso de no promoverse la acción en el plazo establecido
se declarará el abandono de la solicitud" (art. 21, ley 22.362). Asimismo es
apelable ante la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial o ante la
justicia federal, a opción del interesado, y siendo la elección de una
vía excluyente de la otra, la resolución denegatoria del registro de un
modelo o diseño industrial, dictada por el referido organismo (art. 12, dec.-
ley 6673/1963).
El art. 18 del dec.-ley 4974/1963 dispone que las infracciones a las
normas que dicho ordenamiento contiene sobre zafra azucarera deben ser
sancionadas por la Secretaría de Comercio, pudiendo ser apeladas las
resoluciones respectivas por ante el Juzgado Federal del domicilio de la
persona o sociedad sancionada, dentro de los cinco días hábiles a partir
de la notificación.

631 
 
Las infracciones a las normas contenidas en la ley 22.802, sobre
prohibición de la promoción de ventas mediante ofrecimiento o entrega de
premios o regalos, son sancionadas mediante la aplicación de sanciones
por los gobiernos provinciales y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos
Aires, contra cuyas resoluciones procede un recurso ante la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal o ante
las Cámaras Federales de Apelaciones competentes, según el asiento de
la autoridad que dictó la condena. El recurso deberá interponerse y
fundarse ante la misma autoridad que impuso la sanción, dentro de los 10
(diez) días hábiles de notificada la resolución, y será concedido en relación
y con efecto suspensivo excepto cuando se hubieren denegado medidas
de prueba, en que será concedido libremente (art. 22, ley cit.).
g) Marina mercante. Las multas aplicadas por el Comité Ejecutivo del
Consejo Nacional de Marina Mercante, por infracción a las normas
establecidas en el dec.-ley 6677/1963, a la reserva del cabotaje nacional
contenida en el dec.-ley 19.492 (ley 12.980) y a los reglamentos que en su
consecuencia se dicten, son susceptibles de recurso que
debe interponerse, dentro de los cinco días de notificadas, ante la Cámara
Federal competente cuando excedan de m$n. 10.000 (arts. 35, dec.-ley
6677/1963, y 61, inc. b], dec. 9489/1963, hoy derogado por el dec.
567/1963).
h) Prefectura Nacional Marítima. Se faculta al Poder Ejecutivo para
establecer multas de hasta diez millones de pesos ($ 10.000.000)
por infracciones a los reglamentos marítimos, fluviales, portuarios y
lacustres, correspondiendo su aplicación a la Prefectura Naval Argentina.
Las resoluciones condenatorias serán recurribles ante la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Federal y Contencioso Administrativo —sala en lo
Contencioso Administrativo— dentro de los cinco días hábiles de su
notificación. El recurso deberá interponerse con expresión de agravios y
se concederá al solo efecto devolutivo. Tratándose de multas de
hasta cien mil pesos ($ 100.000) no se concederá recurso sin previo pago
(arts. 1º y 2º, ley 20.405).
i) Salud Pública. De acuerdo con lo dispuesto en los arts. 11 y 12 del
dec.-ley 8660/1963, son recurribles ante el juez nacional de
primera instancia en lo Contencioso Administrativo en la Capital Federal,
o ante el juez federal de primera instancia en las provincias y Territorio
Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur —hoy
provincia—, las sanciones de multas superiores a m$n. 5.000 aplicadas en
virtud de infracciones a normas contenidas en los siguientes
ordenamientos legales: 1º) ley 5195(102), modificada por la ley
13.266, referente a la profilaxis del paludismo; 2º) ley 11.359(103), sobre
profilaxis de la lepra; 3º) ley 11.843, sobre profilaxis de la peste humana
(bubónica, septicémica y pulmonar); 4º) ley 12.670(104), sobre vacunación
y revacunación antidiftérica; 5º) ley 14.022(105), sobre profilaxis de la fiebre
amarilla; 6º) ley 14.837(106), sobre vacunación y revacunación

632 
 
antituberculosa; 7º) dec.-ley 3540/1944, sobre intoxicación habitual por
medio de estupefacientes; 8º) dec.-ley 31.208/1945, sobre importadores
de hojas de coca. El mismo recurso procede contra las sanciones de multa
superiores a m$n. 5.000, aplicadas por infracción a las normas contenidas
en los decs.-leyes 6765/1963 (sobre venta de prótesis para sordos) y 6823
(sobre productos medicinales) y contra las sanciones de multa superiores
a m$n. 2.000 impuestas por infracción a las disposiciones dictadas como
consecuencia de la ley 17.180, que autoriza al Poder Ejecutivo para
disponer medidas sanitarias tendientes a evitar la propagación de
enfermedades pestilenciales e infecto-contagiosas (art. 3º, ley citada).

241. Competencia por razón de las personas

A) Causas en que la Nación sea parte


a) El art. 2º, inc. 6º, de la ley 48, asigna competencia a la justicia federal
para conocer, en general, de todas aquellas causas en que la Nación o un
recaudador de sus rentas sea parte.
De acuerdo con esa norma, deben tramitar ante la justicia federal todos
los procesos en los cuales sea parte actora o demandada la Nación o sus
entidades descentralizadas o autárquicas(107), cualquiera sea el carácter
en que aquélla haya actuado o la naturaleza del litigio(108).
En el supuesto de demandarse a la Nación, el art. 1º de la ley
3952 (modificado por la ley 11.634) exige, como requisito de admisibilidad
de la pretensión, la reclamación administrativa previa y la
denegación, expresa o tácita, por parte del Poder Ejecutivo(109).
El mencionado requisito sólo se refiere a las demandas formalmente
dirigidas contra el Poder Ejecutivo nacional como parte directa, y no
comprende, por lo tanto, a las entidades descentralizadas
y autárquicas(110).
Sin embargo, la reclamación administrativa previa resulta innecesaria,
entre otros casos, en el supuesto de demandas por daños y perjuicios
provenientes de hechos ocasionados por empleados o funcionarios del
Estado, por cuanto el art. 1º del dec.-ley 28211/1944 contiene una
disposición por la cual impone el rechazo de las reclamaciones
administrativas tendientes a responsabilizar al Estado en razón de esos

633 
 
hechos(111): cuando la demanda es consecuencia de un juicio anterior
promovido por la Nación, como ocurre en el caso de la demanda de
repetición deducida con posterioridad a un juicio de apremio(112); si se trata
del amparo de derechos fundamentales protegidos por la Constitución
Nacional, según sucede, por ejemplo, con la demanda de daños y
perjuicios ocasionados por un juicio de expropiación desistido por el
Estado(113); etc. El requisito tampoco es exigible cuando el Poder Ejecutivo
acata la controversia judicial sin plantear la falta de reclamación previa(114),
o cuando renuncia a ella expresamente con carácter general o
particular(115).
b) En lo que atañe al conocimiento de las causas en que sea parte un
recaudador de rentas de la Nación, deben versar sobre hechos
relacionados con la renta y el servicio público(116).

B) Distinta vecindad de las partes


a) Compete a los jueces federales con asiento en las provincias el
conocimiento de "las causas civiles en que sean partes un vecino de la
provincia en que se suscite el pleito y un vecino de otra" (art. 2º, inc. 2º, ley
48).
A fin de determinar la competencia, en este caso, deben considerarse
"causas civiles" no sólo las que nacen de estipulación o contrato, sino
también las regidas por el derecho común, es decir aquellas en las cuales
se discuten relaciones jurídicas de derecho privado(117). Por lo tanto, no
encuadran en el concepto de "causas civiles" las que versan sobre
cuestiones reglamentarias por el derecho administrativo(118)ni los procesos
penales(119).
b) El art. 11 de la ley 48 prescribe que la vecindad en una provincia "se
adquirirá para los efectos del fuero, por la residencia continua de dos años,
o por tener en ella propiedades raíces, o un establecimiento de industria o
comercio o por hallarse establecido, de modo que aparezca el ánimo de
permanecer". Se ha decidido que la fórmula contenida en la última parte
de esta norma, o sea la que se refiere al establecimiento y al ánimo de
permanencia, constituye el factor esencialmente atributivo de la
competencia federal, y que las restantes circunstancias que aquélla
menciona carecen de valor propio o autónomo para determinar la
vecindad, siendo meros elementos de juicio de los cuales puede inducirse
el hecho de la residencia con carácter permanente(120).

634 
 
El actor al presentar la demanda, o el demandado en su caso(121), deben
acompañar documentos u ofrecer informaciones que acrediten la distinta
vecindad (art. 332, CPCCN)(122).
c) Para que proceda la competencia federal por razón de distinta
vecindad, es necesario, ante todo, que tanto el actor como el demandado
sean ciudadanos argentinos(123). De allí que aquélla no pueda ser invocada
por el argentino que es demandado por un extranjero ante los jueces
locales que no son los del domicilio del primero(124), y que tampoco sea
procedente cuando litigan extranjeros domiciliados en diferentes
provincias(125).
Tales principios no obstan, sin embargo, para que el extranjero
demandado por un ciudadano argentino pueda invocar la competencia
federal, cualquiera sea la vecindad de las partes(126), pues en tal hipótesis
es aplicable la regla atributiva de competencia federal por razón
de extranjería, a la cual nos referiremos en el próximo párrafo.
Cabe añadir que las municipalidades argentinas deben ser
consideradas, a los efectos de la competencia, como personas de
nacionalidad argentina vecinas del lugar en que actúan, de manera tal que
pueden invocar y se les puede oponer la competencia federal en razón de
la distinta vecindad o nacionalidad de las partes, del mismo modo que con
respecto a cualquier ciudadano argentino(127).
d) La competencia federal por razón de distinta vecindad ha
sido instituida como un beneficio a favor del vecino de una provincia
distinta de aquella en la cual se deduce la pretensión(128), pues el
fundamento de la norma, aunque erróneo como hemos dicho, reside en el
posible favoritismo del juez respecto de la parte que se domicilia en el lugar
donde aquél ejerce sus funciones. Por consiguiente, la competencia
federal no puede ser invocada por quien es demandado ante los jueces de
la provincia de la cual es vecino, ya que no es admisible declinar la
competencia de los jueces propios(129).
Igualmente, no procede la competencia federal en el supuesto de que
ninguna de las partes se halle avecinada en la provincia en la cual se
sustancia el proceso(130).
e) Otro requisito de la competencia federal, en el supuesto que
analizamos, consiste en que el derecho discutido
pertenezca originariamente, y no por cesión o mandato, a quien lo hace
valer en el juicio (art. 8º, ley 48).
La solución normativa tiene fundamento en la necesidad de evitar que,
a través de cesiones simuladas, se extienda la competencia federal a
supuestos no expresamente admitidos(131). Por lo tanto, si el derecho
pertenece por cesión a quien lo reclama judicialmente, la admisibilidad de
la competencia federal requiere: 1º) Que el cesionario, personalmente, se
encuentre en las necesarias condiciones de vecindad con respecto al

635 
 
demandado. 2º) Que en esas mismas condiciones esté su cedente, en
forma tal de que él mismo hubiera podido promover el juicio ante la justicia
federal. En otras palabras, es necesario que tanto el cedente como el
cesionario se hallen en condiciones legales de poder demandar al deudor
ante dicha justicia(132).
Pero el art. 8º de la ley 48 no contempla los casos en que el demandado
lo sea en calidad de cesionario. Sólo se refiere a cambios en la persona
de los acreedores, es decir, de quienes deducen la pretensión, no
pudiendo, como lo ha expresado la Corte, extenderse por analogía a
aquella hipótesis, por tratarse de una limitación al fuero y ser
de interpretación restrictiva(133).
Asimismo, dicha norma es inaplicable cuando el derecho invocado
como fundamento jurídico de la pretensión emerge de un acto jurídico
diverso del de cesión o mandato propiamente dichos. No rige, por lo tanto,
en el caso de ejecutarse una letra endosada con todos los
requisitos exigidos por el art. 626 del Código de Comercio(134), pues ello
implica transferencia de la propiedad del documento(135), o en el supuesto
de pretensiones originadas en un contrato de compraventa de
un inmueble, aunque el actor no haya adquirido derecho real sobre la cosa
comprada(136). Tampoco es aplicable respecto del asegurador subrogado
en los derechos del asegurado, pues en tal hipótesis no median los
mismos motivos que en el caso común de una cesión(137).
f) "Las corporaciones anónimas creadas y haciendo sus negocios en
una provincia serán reputadas, para los efectos del fuero, como
ciudadanos vecinos de la provincia en que se hallen establecidas,
cualquiera sea la nacionalidad de sus socios actuales" (art. 9º, ley 48).
Como se advierte, no es el domicilio de las sociedades anónimas el
elemento determinante de la competencia federal, sino el hecho de que
aquéllas hayan sido constituidas y tengan el asiento principal de sus
negocios en la provincia de que se trate(138). De allí que se haya decidido,
reiteradamente, que una sociedad anónima que se encuentra radicada en
la Capital Federal, donde funciona su directorio, tiene
derecho, aun cuando realice sus negocios en una provincia y tenga en ella
un establecimiento comercial, así sea el principal, a invocar su calidad de
vecina de la Capital Federal a fin de ser juzgada por la justicia federal
correspondiente a la sección donde se encuentra establecida la sucursal
o agencia, en una demanda iniciada por un ciudadano de la misma
provincia, pues las mencionadas circunstancias sólo pueden determinar
la existencia de un domicilio especial a los efectos expresados en el art.
90, inc. 4º, del derogado Código Civil(139).
g) El art. 10 de la ley 48 contempla el caso de las sociedades colectivas,
así como los supuestos de litisconsorcio activo, pasivo o mixto y dice: "En
las sociedades colectivas, y en general en todos los casos en que dos o
más personas asignables pretendan ejercer una acción solidaria, o sean

636 
 
demandadas por una obligación solidaria, para que caigan bajo la
jurisdicción nacional, se atenderá a la nacionalidad o vecindad de todos
los miembros de la sociedad o comunidad, de tal modo que será preciso
que cada uno de ellos individualmente tenga el derecho de demandar o
pueda ser demandado ante los tribunales nacionales, con arreglo a lo
dispuesto en el inc. 2º del art. 2º".
En materia de sociedades, por lo pronto, la norma es extensiva a toda
clase de ellas que no sean anónimas, como las de responsabilidad
limitada(140)y las en comandita por acciones(141). En estos casos, por lo
tanto, todos los socios deben ser vecinos de distinta provincia que la del
actor.
En los supuestos de litisconsorcio, es menester formular una distinción
fundada en el carácter facultativo o necesario de éste. En el primer caso,
los litisconsortes que tienen derecho a la competencia federal
pueden invocarlo eficazmente, porque nada impide que las respectivas
pretensiones tramiten por separado ante la justicia federal y la ordinaria,
según corresponda en mérito a la vecindad de las partes. El riesgo de que
se dicten sentencias contradictorias resulta, en esta hipótesis,
una inevitable consecuencia del régimen institucional vigente(142).
Si se trata, en cambio, de litisconsorcio necesario, al cual caracteriza el
hecho de involucrar una pretensión única con pluralidad de sujetos
legitimados, la admisibilidad de la competencia federal se
halla excluida aunque una o más de las partes pudieran
tener individualmente derecho a aquélla, pues este tipo de litisconsorcio
sólo admite, por la razón apuntada, la posibilidad de un pronunciamiento
judicial de idéntico contenido para todos los litisconsortes(143).
h) Cabe recordar, por último, que: 1º) La competencia federal por razón
de distinta vecindad es prorrogable por las partes (supra, nro. 237). 2º) Las
reglas atributivas de competencia por aquella razón no juegan en los
procesos universales (art. 12, inc. 1º, ley 48).

C) Extranjería
a) Los jueces federales con asiento en las provincias son también
competentes para conocer de las causas civiles "en que sean parte un
ciudadano argentino y un extranjero" (art. 2º, inc. 2º, ley 48).
La norma responde, como lo ha expresado la Corte Suprema, a la
necesidad de evitar el peligro de que la responsabilidad de la Nación
pueda resultar comprometida a raíz de actos de los jueces locales,
provocando reclamaciones o conflictos internacionales(144). Implica, por

637 
 
otra parte, un privilegio instituido exclusivamente en favor del extranjero,
de modo que el amparo de la justicia federal desaparece cuando se trata
de pleitos suscitados entre dos extranjeros(145), y no puede ser invocado
por el ciudadano argentino que es demandado por un extranjero ante los
jueces locales(146), pues ello sólo importa la renuncia a un beneficio y la
consiguiente prórroga de la competencia en favor de dichos jueces(147).
Asimismo, el extranjero demandado por un argentino ante la justicia
federal no puede declinar la competencia de ésta(148).
b) Con respecto a las sociedades constituidas fuera del país, cuya
personalidad jurídica se halla expresamente admitida por nuestra
legislación (arts. 33, 34 y 35, CCiv., 287(149), CCom., ambos Códigos hoy
derogados, etc.), el elemento determinante de su nacionalidad, a los
efectos de la competencia, está dado por el lugar de su constitución, con
prescindencia de la nacionalidad de sus componentes(150). Tales
sociedades no pierden su condición de extranjeras, en materia de
competencia, por el hecho de haber sido reconocidas por el Poder
Ejecutivo como personas jurídicas(151), ni por el de hallarse inscriptas en el
Registro Público de Comercio, pues tal inscripción no implica más que el
acto público mediante el cual se exterioriza la presencia en el territorio de
la sociedad extranjera y la prueba de que se halla constituida de acuerdo
con las leyes de origen, en los términos de la ley 8867(152).
c) También compete a la justicia federal el conocimiento de las causas
suscitadas entre particulares y un Estado extranjero(153). En el caso de que
quien litigara con un Estado extranjero fuera una provincia, la competencia
correspondería originariamente a la Corte Suprema(154)(infra, nro. 248, D]).
En ambos supuestos, sin embargo, es necesario que el
gobierno extranjero renuncie al privilegio de exención de jurisdicción al
cual nos hemos referido oportunamente (supra, nro. 71).
d) Finalmente, son aplicables al caso en estudio las reglas examinadas
en B) en relación con los siguientes aspectos: 1º) Necesidad de
acreditar, inicialmente, la nacionalidad extranjera, mediante documentos
o informaciones (art. 332, CPCCN)(155). 2º) Pertenencia originaria, y no por
cesión o mandato, del derecho invocado(156). 3º) Necesidad de computar
la nacionalidad de todos los integrantes de la sociedad y de todos los
actores o demandados en el supuesto de litisconsorcio(157).

D) Cónsules y vicecónsules extranjeros


a) El art. 2º, inc. 3º, de la ley 48 atribuía a los jueces federales el
conocimiento de las causas "que versen sobre negocios particulares de un
cónsul o vicecónsul extranjero". Esta disposición fue modificada por el art.
638 
 
55, inc. c), de la ley 13.998 (no derogado por el dec.-ley 1285/1958), en
cuya virtud dichos jueces deben conocer "de las causas que versen sobre
negocios particulares de los cónsules extranjeros y de todas las
concernientes a los vicecónsules extranjeros".
Tal modificación se conciliaba con la introducida por el art. 24(158), inc.
1º, apart. 6º, de la misma ley, que sometió a la competencia originaria de
la Corte Suprema las causas que versaran sobre hechos o actos
cumplidos por los cónsules extranjeros en el ejercicio de sus funciones
propias, siempre que en ellas se cuestione su responsabilidad civil o
criminal, y excluyó a los vicecónsules de dicha competencia. El dec.-ley
1285/1958, en su art. 24, inc. 1º, apart. 5º, reprodujo la mencionada
disposición, aclarando, además, que compete a la Corte, en forma
originaria y exclusiva, el conocimiento "de las causas que versen sobre
privilegios y exenciones de los cónsules extranjeros en su carácter
público".
Como consecuencia de las referidas reformas, los jueces
federales inferiores son competentes para conocer en los procesos
relativos a los negocios particulares tanto de los cónsules como de los
vicecónsules y en todos los procesos en que sean partes los segundos, es
decir, con prescindencia de que versen sobre asuntos privados o relativos
al ejercicio de sus funciones como tales.
b) De acuerdo con los principios expuestos, cabe encuadrar dentro del
concepto de "negocios particulares" de los cónsules y vicecónsules los
litigios que versan sobre cuestiones de derecho privado, como son, por
ejemplo, las relativas al cumplimiento de contratos(159), daños y
perjuicios(160), divorcio(161); sobre cobro de impuestos(162); sobre la comisión
de delitos ajenos al ejercicio de sus funciones(163)o infracciones
municipales(164); etcétera.
Pero si se trata de un delito de calumnias o injurias cometido por medio
de la prensa, la causa corresponde al conocimiento de los jueces
ordinarios, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 32 de la Constitución
Nacional(165).
c) Sólo se hallan comprendidos en la regla atributiva de competencia
federal los funcionarios de carrera. No así los que se desempeñan con
carácter honorario(166)ni los restantes miembros del Consulado o
Viceconsulado.
d) Corresponde destacar, finalmente, que los cónsules y vicecónsules
no gozan de la exención de jurisdicción reconocida a favor de los
embajadores, ministros y demás diplomáticos extranjeros, y que, por lo
tanto, no se requiere la conformidad del gobierno a quien representan para
someterlos a juicio ante los tribunales argentinos.

639 
 
242. Competencia por razón del valor
No existe, entre los jueces federales de primera instancia, una
distribución de la competencia por razón del monto de las causas; pero
como lo hemos señalado oportunamente (supra, nro. 237), se
hallan excluidas de su conocimiento todas aquellas causas de
competencia concurrente en las que el valor del objeto demandado
no exceda de quinientos pesos, cuando, por otra parte, el caso caiga bajo
la jurisdicción de la justicia de Paz de la provincia respectiva, según las
leyes de procedimiento vigentes en ella (art. 1º, ley 927).

243. Competencia por razón del grado


Esta clase de competencia es ejercida por las denominadas Cámaras
Federales de Apelaciones, de cuya composición y respectivas sedes nos
hemos ocupado oportunamente (supra, nro. 135).
En lo que concierne a la competencia por razón del lugar, de la materia
y del valor que corresponde a los mencionados tribunales, en comparación
con la que es ejercida por los jueces federales de primera instancia, cabe
anotar las siguientes diferencias:
1º) Contrariamente a lo que ocurre en la Capital Federal, que constituye
una única circunscripción judicial, las Cámaras Federales con asiento en
el interior de la República tienen una competencia territorial más amplia
que la de los jueces de primera instancia, siendo algunas de ellas
Tribunales de Alzada en relación con juzgados que funcionan en distintas
provincias (v.gr., Cámaras de Mendoza, Tucumán, etc.).
2º) La competencia por razón de la materia que incumbe a las Cámaras
Federales es también más amplia que la de los jueces de
primera instancia, pues aquéllas, como hemos visto, tienen atribuciones
para conocer directamente de ciertos recursos interpuestos contra
resoluciones dictadas por organismos administrativos (supra, nro. 240, I]).
3º) Por razón del valor, en cambio, la competencia de las Cámaras
Federales es más reducida que la de los jueces de primera instancia, pues
son irrecurribles las resoluciones dictadas por éstos en aquellos asuntos
en los cuales el valor discutido no exceda de m$n. 50.000 (art. 17, inc.
1º, ley 4055, con la modificación introducida por la ley 17.765).

640 
 
III. COMPETENCIA DE LA JUSTICIA FEDERAL DE LA CAPITAL

244. Generalidades
Los órganos judiciales que funcionan en la Ciudad de Buenos Aires y a
los cuales se ha atribuido el ejercicio de la competencia federal, actúan
divididos, como sabemos, en tres especialidades: Civil y Comercial,
Contencioso Administrativa, y Criminal y Correccional (supra, nro. 135, C]).
En los números que siguen nos ocuparemos de las reglas de
competencia correspondientes a las dos primeras de las mencionadas
especialidades, por ser el estudio de la tercera ajeno al contenido de esta
obra.
Cabe agregar que son aplicables, tanto a la justicia federal en lo Civil y
Comercial cuanto a la justicia federal en lo Contencioso Administrativo, las
reglas atributivas de competencia por razón del lugar y por razón del valor
que hemos estudiado anteriormente bajo los nros. 239 y 242, con la lógica
salvedad, en el primer caso, de que los respectivos órganos tienen
circunscripta su actuación a los límites territoriales de la Capital Federal, y
les son, por lo tanto, inaplicables las consideraciones expuestas en el
punto b) del nro. 239.

245. Justicia federal en lo Civil y Comercial

A) Competencia por razón de la materia


Esta clase de competencia se encuentra regulada por los arts.
111, incs. 1º, 4º, 5º, 6º, 7º, 8º y 9º, de la ley 1893, y 42 de la ley 13.998, con
las exclusiones previstas en el art. 41, incs. b) y c) de esa última ley. A
641 
 
continuación efectuaremos el análisis de las normas citadas, cuya mayor
parte reproduce, como se verá, el contenido de disposiciones contenidas
en el art. 2º de la ley 48, de las cuales nos hemos ocupado al examinar la
competencia de la justicia federal con asiento en el interior de la República.
De acuerdo con los citados preceptos, la justicia federal en lo Civil y
Comercial de la Capital tiene competencia para conocer en los siguientes
casos:
1º) Los que sean regidos especialmente por la Constitución Nacional,
los tratados públicos con las naciones extranjeras, las leyes nacionales y
que sancionare el Congreso, con excepción de las que se refieren al
gobierno y administración de la Capital (art. 111, inc. 1º, ley 1893).
Son aplicables, a la primera parte del inciso transcripto, las
consideraciones expuestas supra, nro. 240, A), B) y C), en relación con la
competencia de la justicia federal con asiento en las provincias.
La excepción prevista en la última parte, que coincide básicamente con
la establecida en el inc. 5º del art. 111, se justifica en razón del carácter
local que reviste la legislación que dicta el Gobierno nacional para
regir exclusivamente en la Capital Federal(167), aunque tal circunstancia no
se opondría a la unificación de las competencias federal y ordinaria en
dicho distrito, ya que la actual diversificación no tiene fundamento
constitucional, sino meramente legal. Las mismas consideraciones son
aplicables a las ordenanzas dictadas por la Municipalidad de la Capital(168).
Distinto sería el caso de que una ley referente al gobierno y
administración de la Capital fuese judicialmente objetada con fundamento
directo e inmediato en alguna cláusula constitucional, pues entonces la
competencia de la justicia federal resultaría admisible en virtud de lo
dispuesto en la primera parte del inc. 1º(169).
2º) Las cuestiones que se susciten entre particulares, teniendo por
origen actos administrativos del Gobierno nacional (art. 111, inc. 4º, ley
1893). Sobre esta cuestión nos remitimos a lo expuesto supra, nro. 240,
D).
3) Las acciones fiscales contra particulares o corporaciones, sea por
cobro de cantidades adeudadas o por cumplimiento de contratos, por
defraudación de rentas nacionales o por violación de reglamentos
administrativos. En la precedente disposición, no se comprenden las
acciones fiscales por cobro o defraudación de rentas o impuestos que
sean exclusivamente para la Capital y no generales para la Nación (art.
111, inc. 5º, ley 1893).
El conocimiento de las pretensiones fiscales a que se refiere la última
parte del inciso transcripto se halla excluido del conocimiento de la justicia
federal por la misma razón expuesta al comentar la excepción prevista por
el inc. 1º del art. 111 con respecto a las leyes referentes al gobierno y a la
administración de la Capital. En consecuencia, es competente la justicia
642 
 
ordinaria de la Capital, y no la federal de ese distrito, para conocer de las
pretensiones sobre cobro o repetición de impuestos locales, como el
establecido sobre las herencias(170), la contribución inmobiliaria(171), etc., y,
en general, de gravámenes municipales(172).
Interesa añadir que, en virtud de lo dispuesto por el art. 11 de la ley
17.928, el conocimiento de las ejecuciones fiscales por cobro de
gravámenes adeudados a organismos nacionales
compete indistintamente a los órganos integrantes de la justicia federal en
lo Civil y Comercial y de la justicia federal en lo Contencioso Administrativo,
siempre que los aludidos organismos no revistan, en el caso, el carácter
de organismos locales para la Capital Federal(173), es decir, que no actúen
en calidad de reparticiones recaudadoras de gravámenes establecidos
para regir exclusivamente en el mencionado distrito.
4º) Las causas que versen sobre hechos, actos y contratos
concernientes a los medios de transporte terrestres, con excepción de las
acciones civiles por reparación de los daños y perjuicios causados por
delitos y cuasidelitos (art. 42, inc. a], ley 13.998).
En oportunidad de examinar la norma análoga que contiene el art.
55, inc. b), de la ley 13.998 en relación con la justicia federal con asiento
en las provincias, expresamos que aquélla sólo comprende las
pretensiones de origen contractual vinculadas con el transporte
terrestre interprovincial o internacional, y que tal limitación no rige respecto
de la justicia federal de la Capital, cuya competencia emerge de la ley, y
no de la Constitución (supra, nro. 240, F]).
Por lo tanto, con prescindencia de la afectación del medio de transporte
terrestre de que se trate, para deslindar la competencia relativa a esta
materia entre los órganos judiciales de la Capital Federal, es menester
atenerse, simplemente, al origen contractual o extracontractual de la
respectiva pretensión. En ese orden de ideas, compete a la justicia federal
en lo Civil y Comercial el conocimiento de las pretensiones fundadas en
la existencia de un contrato de transporte (art. 184, CCom.), como es, v.gr.,
la que tiende al resarcimiento de los daños y perjuicios experimentados
por los pasajeros de un medio de transporte terrestre, ya que la
circunstancia de que las víctimas del hecho dañoso revistan aquel
carácter, implica vincular directamente la pretensión a un contrato de
aquella índole existente entre las partes(174). En cambio, es competente la
justicia ordinaria para conocer de las pretensiones fundadas en
la existencia de responsabilidad delictual o cuasidelictual, como es, por
ejemplo, la deducida por quien persigue el resarcimiento de daños
producidos a un vehículo de su propiedad por medio de transporte
terrestre(175). No altera tal conclusión el hecho de que sea parte en el
proceso la Nación o alguna de sus reparticiones descentralizadas, pues
todos los jueces de la Capital revisten el mismo carácter nacional(176).

643 
 
5º) Todas las causas a que den lugar los apresamientos o embargos
marítimos en tiempo de guerra (art. 111, inc. 6º, ley 1893).
6º) Las que se originen por choques o averías de buques, por asaltos
hechos o por auxilios prestados en alta mar; o en los puertos, ríos y mares
en que la República tenga jurisdicción, si estuvieren más inmediatos a la
Capital (art. 111, inc. 7º, ley cit.).
7º) Las que se originen entre los propietarios e interesados de un
buque, sea sobre su posesión o sobre su propiedad (art. 111, inc. 8º, ley
cit.).
8º) Las que versen sobre construcción y reparo de un buque; sobre
hipoteca de su casco; sobre fletamentos y estadías; sobre seguros
marítimos; sobre salarios de oficiales y marineros; sobre salvamento civil
y militar; sobre naufragios; sobre avería gruesa y simple; sobre contrato a
la gruesa ventura; sobre pilotaje; sobre embargo de buques o penas por
violación de las leyes de impuestos y navegación; sobre nacionalidad del
buque y legitimidad de su patente o regularidad de sus papeles; sobre
arribadas forzosas; sobre reconocimientos; sobre abandono, venta y
liquidación de créditos del buque; sobre cumplimiento de las obligaciones
del capitán y tripulantes; y en general sobre todo contrato concerniente a
la navegación y comercio marítimo (art. 111, inc. 9º, ley cit.).
Los cuatro incisos precedentemente transcriptos coinciden, como se
advierte, con los incs. 7º a 10 del art. 2º de la ley 48, y se hallan
comprendidos en la fórmula general contenida en el art. 42, inc. b), de
la ley 13.998, que atribuye competencia a los jueces federales en lo Civil
y Comercial para conocer de las causas que versen sobre hechos, actos
y contratos regidos por el derecho de la navegación. El tema ha sido
estudiado supra, nro. 240, G), lugar al que nos remitimos.
9º) Las causas que versen sobre hechos, actos y contratos regidos por
el derecho aeronáutico (art. 24, inc. b], ley 13.998). Nos remitimos, en
cuanto concierne a esta cuestión, a lo dicho supra, nro. 240, H), en
oportunidad de comentar la norma contenida en el art. 55, inc. b), de la ley
13.998 con respecto a los jueces federales con asiento en las
provincias(177).

B) Competencia por razón de las personas


Este tipo de competencia se rige por las disposiciones contenidas en
los arts. 111, incs. 3º y 5º, de la ley 1893, y 41, inc. a), de la ley 13.998.

644 
 
Corresponde aclarar, ante todo, que el art. 111, inc. 2º, de la ley
1893, reproduciendo sustancialmente la norma del art. 2º, inc. 2º, de la ley
48, asignaba a los jueces federales de la Ciudad de Buenos Aires
competencia para conocer de las causas civiles en que sea parte un
ciudadano argentino y un extranjero y aquéllas en que lo sea un vecino de
la Capital y el de una provincia. Pero dicha norma fue derogada por el art.
41, inc. a), de la ley 13.998, que excluyó de la competencia de los jueces
federales en lo Civil y Comercial "las causas cuyo conocimiento les está
atribuido por razones de la nacionalidad o el domicilio de las personas".
En virtud de tal reforma, que responde al carácter nacional que revisten
todos los jueces de la Capital, no cabe la invocación de la competencia
federal por el extranjero que demanda o es demandado, ni por el vecino
de alguna provincia que es demandado ante los órganos judiciales
ordinarios que tienen su sede en dicho distrito(178). Pero ello no se opone
a que el ciudadano argentino que se avecina en la Capital Federal
pueda invocar la procedencia del fuero federal cuando es demandado ante
la justicia provincial.
Con la salvedad referida, la justicia federal en lo Civil y Comercial de la
Capital tiene competencia por razón de las personas en las siguientes
causas:
1º) Las que versen sobre negocios particulares de cónsules y
vicecónsules extranjeros (art. 111, inc. 3º, de la ley 1893). Son aplicables,
a este supuesto, las consideraciones formuladas supra, nro. 241, D), al
ocuparnos de la norma análoga contenida en el art. 2º, inc. 3º, de la ley
48. Sólo cabe agregar que la disposición transcripta debe
considerarse extensiva a todas las causas concernientes a
vicecónsules extranjeros, según lo hace, como vimos, el art. 55, inc. c), de
la ley 13.998con respecto a los jueces federales con asiento en las
provincias, porque de lo contrario, dado que la Corte Suprema carece de
competencia originaria para conocer de los asuntos relacionados con el
ejercicio de las funciones que aquéllos ejercen, se daría el contrasentido
de que tales asuntos quedaran reservados al conocimiento de los órganos
de la justicia ordinaria(179).
2º) Todas aquellas causas en que la Nación o un recaudador de sus
rentas sea parte (art. 111, inc. 5º, ley citada).
Si bien, en términos generales, es aplicable a esta hipótesis
lo expuesto supra, nro. 241, A), el principio de que compete a la justicia
federal el conocimiento de los procesos en los que sea parte la Nación
sufre, en el ámbito de la Capital Federal, importantes limitaciones que
derivan, sea de la materia sobre la que versa la causa, sea de la forma en
que hubiere actuado aquélla o sus reparticiones.
En cuanto a las limitaciones emergentes de la materia litigiosa, el art.
111 de la ley 1893excluye del conocimiento de la justicia federal de la
Capital los asuntos en los cuales, aun siendo parte la Nación, se halle en

645 
 
tela de juicio la aplicación de leyes relativas al gobierno y administración
de la Capital (inc. 1º), así como las pretensiones fiscales que aquélla
deduzca por cobro o defraudación de rentas o impuestos que hayan sido
establecidos exclusivamente para aquel distrito y no con carácter general
para la Nación (inc. 5º)(180).
Interesa recordar, por otra parte, las normas atributivas de competencia
a la justicia ordinaria aun cuando en los respectivos procesos sea parte la
Nación o alguna de sus dependencias, como ocurre en los casos de
pretensiones laborales que no entrañen la existencia de una relación de
empleo público(181), o en los casos de pretensiones de
origen extracontractual vinculadas con los medios de transporte
terrestres(182).
En lo que respecta a la forma en que hubieren actuado las reparticiones
del Estado nacional, es competente la justicia ordinaria en el supuesto de
que aquéllas, en el caso concreto que motiva la pretensión, hayan ejercido
su acción en el exclusivo ámbito de la Capital(183).
Interesa señalar, por último, que la competencia en los asuntos en que
sea parte la Nación puede corresponder tanto a la justicia federal en lo
Civil y Comercial como a la justicia en lo Contencioso Administrativo, de
acuerdo con la naturaleza de las normas aplicables al caso y con el
carácter en que aquélla hubiera intervenido en él.

C) Competencia por razón del grado


Es ejercida por la sala en lo Civil y Comercial de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal y Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal, dentro del mismo
ámbito competencial asignado a los jueces de primera instancia por razón
del lugar, de la materia y de las personas. Sólo varía la competencia por
razón del valor, en virtud de la irrecurribilidad de las resoluciones dictadas
por los jueces de primera instancia en aquellos asuntos en los cuales el
valor discutido no exceda de m$n. 50.000 (art. 17, inc. 1º, ley 4055, modif.
por la ley 17.765).

246. Justicia en lo Contencioso Administrativo

646 
 
A) Normas aplicables
La competencia de los órganos judiciales especializados en la materia
se halla regida por el art. 45 de la ley 13.998, con respecto a los jueces de
primera instancia, y por el art. 33(184)del dec.-ley 1285/1958 en relación con
la correspondiente sala de la Cámara de Apelaciones.
De acuerdo con el art. 45 de la ley 13.998, los Juzgados Nacionales de
Primera Instancia en lo Contencioso Administrativo son competentes para
conocer: a) de las causas contencioso-administrativas; b) de las causas
que versen sobre contribuciones nacionales y sus infracciones; c) de los
recursos contra resoluciones administrativas, que las leyes en vigor
atribuyen a los jueces federales existentes a la fecha de la sanción de
dicha ley(185). A su vez, de conformidad con lo dispuesto por el art. 33(186)del
dec.-ley 1285/1958, la sala en lo Contencioso Administrativo de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Federal y Contencioso Administrativo,
aparte de ser Tribunal de Alzada respecto de los jueces que tienen
asignada esa especialidad, es competente para conocer de los recursos
deducidos contra las resoluciones de organismos administrativos, en los
casos autorizados por las leyes y contra las resoluciones del jefe de la
Policía Federal, en materia de derecho de reunión.
A continuación analizaremos cada una de las materias comprendidas
en las mencionadas disposiciones.

B) Causas contencioso-administrativas
En términos generales, el carácter contencioso-administrativo de una
causa judicial se halla determinado por la concurrencia de dos factores: el
subjetivo, que está dado por la circunstancia de ser parte en el conflicto un
órgano de la Administración Pública, y el objetivo, que deriva de la
naturaleza de la norma o normas aplicables.
Por otra parte, según lo señalamos oportunamente (supra, nro. 234, D]),
la competencia judicial en materia contencioso-administrativa puede tener
lugar, sea con motivo del planteamiento de una pretensión deducida por o
contra el Estado o alguna de sus dependencias, sea por vía de recursos
que las leyes conceden contra resoluciones dictadas por organismos
administrativos.

647 
 
El art. 45, inc. a), de la ley 13.998 se refiere a la primera de dichas
modalidades, comprendiendo a los procesos en los cuales es parte actora
o demandada la Nación o una de sus reparticiones descentralizadas, y
cuya decisión depende de la aplicación de normas del derecho
administrativo(187).
De acuerdo con ese criterio, que se hace cargo de los dos factores
precedentemente mencionados, se ha resuelto, entre otros casos, que
compete a la justicia en lo Contencioso Administrativo conocer de la
demanda entablada contra la Nación para que se condene a ésta a
conceder una pensión de retiro militar denegada en sede
administrativa(188); de la demanda cuyo título determinante lo constituye un
decreto dictado por el Poder Ejecutivo de la Nación en su carácter de poder
administrador de los caudales de la Nación(189); de la demanda deducida
por la Universidad de Buenos Aires por reintegro de sueldos percibidos por
uno de sus empleados, dado que las relaciones de los empleados públicos
con los órganos de la Administración se rigen por normas constitucionales
y administrativas(190)y a raíz de las multas que se aplicaron por infracción
a las leyes del trabajo merced a la intervención que cupo a los actores en
su carácter de inspectores, pues los importes reclamados derivan de
actividades cumplidas en calidad de funcionarios públicos(191), etcétera.

C) Contribuciones nacionales
La Justicia Nacional en lo Contencioso Administrativo es competente,
en los términos del art. 45, inc. b), de la ley 13.998, para conocer de todas
aquellas pretensiones que versen sobre cobro o repetición de impuestos
establecidos por leyes nacionales, con exclusión de los que
rigen exclusivamente para la Capital Federal y de los gravámenes
municipales.
La ley 11.683 (t.o. por dec. 821/1998) prevé las vías procesales
admisibles para impugnar las resoluciones que impongan multas o
determinen los impuestos y accesorios en forma cierta o presuntiva, o se
dicten en reclamos por repetición de impuestos y sus accesorios abonados
de más.
En tales supuestos, los infractores o responsables pueden interponer
optativamente, dentro de los quince días de notificados de la resolución: a)
recurso de reconsideración para ante el superior; b) recurso de apelación
ante el Tribunal Fiscal de la Nación, cuando fuere viable (art. 76), es decir,
en los casos contemplados por el art. 159 de la ley 11.683 (supra, 240, I],
e]).

648 
 
Si en el plazo precedentemente mencionado no se interpone ninguno
de los recursos autorizados, las resoluciones deben tenerse por firmes,
pasando en autoridad de cosa juzgada, en el mismo caso, las resoluciones
sobre multas y reclamos por repetición de impuestos (art. 79).
Interpuesto el recurso, el juez administrativo debe dictar resolución
dentro del plazo de veinte días y notificarla al interesado, con todos sus
fundamentos, en la forma dispuesta por el art. 100 de la ley, que establece
sistemas de notificación por carta certificada con aviso especial de retorno,
personales por medio de empleados de la Administración Federal de
Ingresos Públicos, etc. (art. 80).
Los contribuyentes y demás responsables tienen acción para repetir los
tributos y sus accesorios que hubieren abonado de más, ya sea
espontáneamente o a requerimiento de la Administración Federal de
Ingresos Públicos. En el primer caso, deberán interponer reclamo ante
ella. Contra la resolución denegatoria y dentro de los quince (15) días de
la notificación, podrá el contribuyente interponer el recurso de
reconsideración previsto en el art. 76 u optar entre apelar ante el Tribunal
Fiscal de la Nación o interponer demanda contenciosa ante la Justicia
Nacional de Primera Instancia.
Análoga opción tendrá si no se dictare resolución dentro de
los tres (3) meses de presentarse el reclamo. Si el tributo se pagare en
cumplimiento de una determinación cierta o presuntiva de la repartición
recaudadora, la repetición se deducirá mediante demanda que
se interponga, a opción del contribuyente, ante el Tribunal Fiscal de la
Nación o ante la Justicia Nacional. La reclamación del contribuyente y
demás responsables por repetición de tributos facultará a
la Administración Federal de Ingresos Públicos, cuando estuvieran
prescriptas las acciones y poderes fiscales, para verificar la materia
imponible por el período fiscal a que aquélla se refiere y, dado el caso,
para determinar y exigir el tributo que resulte adeudarse, hasta compensar
el importe por el que prosperase el recurso. Cuando a raíz de una
verificación fiscal, en la que se modifique cualquier apreciación sobre un
concepto o hecho imponible, determinando tributo a favor del Fisco, se
compruebe que la apreciación rectificada ha dado lugar a pagos
improcedentes o en exceso por el mismo u otros gravámenes,
la Administración Federal de Ingresos Públicos compensará los importes
pertinentes, aun cuando la acción de repetición se hallare prescripta, hasta
anular el tributo resultante de la determinación. Los impuestos indirectos
sólo podrán ser repetidos por los contribuyentes de derecho cuando éstos
acreditaren que no han trasladado tal impuesto al precio, o bien cuando
habiéndolo trasladado acreditaren su devolución en la forma y condiciones
que establezca la Administración Federal de Ingresos Públicos (art. 81, ley
cit.).
Siempre que se cuestione una suma mayor de $ 200,
puede interponerse demanda contra el Fisco nacional, ante el juez
649 
 
nacional respectivo: a) contra las resoluciones dictadas en los recursos de
reconsideración en materia de multas; b) contra las resoluciones dictadas
en materia de repetición de impuestos y sus reconsideraciones; c) en el
supuesto de no dictarse resolución administrativa dentro de los plazos
señalados en los arts. 80 y 81, en caso de sumarios instruidos o
reclamaciones por repetición de impuestos. En los supuestos indicados
con las letras a) y b), la demanda debe presentarse en el plazo perentorio
de quince días, contado desde la notificación de la resolución
administrativa (art. 82, ley cit.).
En la demanda contenciosa por repetición de impuestos, el actor no
puede fundar sus pretensiones en hechos no alegados en la instancia
administrativa. Incumbe a aquél, asimismo, demostrar en qué medida el
impuesto abonado es excesivo en relación con el gravamen que según la
ley le correspondía pagar, y no puede, por lo tanto, limitar su reclamación
a la mera impugnación de los fundamentos que sirvieron de base a la
estimación de oficio administrativa cuando ésta hubiera tenido lugar. Sólo
procede, por otra parte, la repetición por los períodos fiscales respecto de
los cuales se haya satisfecho el impuesto hasta ese momento determinado
por la Administración Federal de Ingresos Públicos (art. 83).
Presentada la demanda, el juez debe requerir los antecedentes
administrativos a la Administración Federal de Ingresos Públicos,
mediante oficio al que corresponde agregar copia de aquélla y en el que
se debe hacer constar la fecha de su interposición. Los antecedentes
deben remitirse al juzgado dentro de los quince días de la fecha de
recepción del oficio. Una vez agregadas las actuaciones administrativas
al expediente judicial, debe darse vista al procurador fiscal nacional para
que se expida acerca de la procedencia de la instancia y competencia del
juzgado (art. 84). Admitido el curso de la demanda, debe correrse traslado
de ella al procurador fiscal nacional o por cédula, al representante
designado por la Administración Federal de Ingresos Públicos, en su caso,
para que la conteste dentro del plazo de treinta días y oponga todas las
defensas y excepciones que tuviere, las que serán resueltas juntamente
con las cuestiones de fondo en la sentencia definitiva, salvo las previas
que serán resueltas como de previo y especial pronunciamiento (art. 85).
El procedimiento se regirá por las normas del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación y, en su caso, por las del Código Procesal
Penal de la Nación (art. 91).
La Cámara Nacional competente en razón de la materia cuestionada y,
en su caso, de la sede del Tribunal Fiscal de la Nación interviniente, lo será
para entender siempre que se cuestione una suma mayor de doscientos
pesos ($ 200), en las apelaciones que se interpusieran contra las
sentencias de los jueces de primera instancia, dictadas en materia de
repetición de gravámenes y aplicación de sanciones (art. 86).
Con la salvedad del carácter declarativo que —atento a lo dispuesto en
la ley 3952— asumen las sentencias respecto del Fisco, corresponderá al
650 
 
juez que haya conocido en la causa la ejecución de las sentencias dictadas
en ella y al de turno la de las ejecutoriadas ante la Administración Federal
de Ingresos Públicos y se aplicará el procedimiento establecido en
el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (art. 88).
Las pretensiones, finalmente, pueden deducirse ante el juez de la
circunscripción donde se halle la oficina recaudadora respectiva, o ante el
del domicilio del deudor, o ante el del lugar en que se haya cometido
la infracción o se hayan aprehendido los efectos que han sido materia de
la contravención (art. 90).
Cabe recordar, asimismo, que las normas precedentes rigen también
en materia aduanera cuando se ha optado por la vía judicial (supra, nro.
240, I] a]).
Interesa recordar, igualmente, que la justicia en lo Contencioso
Administrativo ejerce competencia concurrente con la justicia federal en lo
Civil y Comercial en el conocimiento de las pretensiones ejecutivas fiscales
por cobro de contribuciones nacionales (art. 11, ley 17.928)(192).
Son aplicables a tales pretensiones las normas contenidas en los arts.
604 y 605 del CPCCN, con las modificaciones resultantes de la ley
11.683, sirviendo de suficiente título la boleta de deuda expedida por
la Administración Federal de Ingresos Públicos(193).

D) Recursos contra resoluciones administrativas


Los jueces nacionales de primera instancia en lo Contencioso
Administrativo tienen competencia para conocer de los recursos contra
resoluciones administrativas que las leyes vigentes atribuyen a la justicia
federal (art. 45, inc. d] de la ley 13.998). En consecuencia, nos remitimos
al estudio efectuado supra, nro. 240, I) acerca de los recursos de esa
índole que las leyes autorizan a deducir ante la justicia federal, y que en la
Capital deben interponerse ante los jueces en lo Contencioso
Administrativo.
En cambio, examinaremos en este lugar los principales recursos cuyo
conocimiento está especialmente encomendado a la sala en lo
Contencioso Administrativo de la correspondiente Cámara Nacional de
Apelaciones. Lo haremos, como en el lugar arriba mencionado, tomando
como base las materias sobre las que versan las respectivas resoluciones.
Cabe añadir que también incumbe a dicho tribunal, en jurisdicción de la
Capital Federal, el conocimiento de los recursos que las leyes instituyen

651 
 
en forma directa ante las Cámaras Federales, de los que nos hemos
ocupado supra, nro. 240, I).
a) Agricultura y ganadería. En los litigios en que intervenga como parte
actora o demandada al Junta Nacional de Granos(194), la decisión de la
Cámara o Tribunal Arbitral es recurrible ante la sala en lo Contencioso
Administrativo. El apelante al interponer el recurso, y el apelado dentro de
los tres días hábiles de notificado de la concesión de aquél, deben
constituir domicilio en la Capital; si no lo hacen, las notificaciones se
efectúan en los estrados del tribunal (art. 32, dec.-ley 6698/1963). El
recurso debe interponerse ante la propia Cámara o Tribunal Arbitral dentro
de los cinco días hábiles a contar de la fecha de notificación de la
resolución del cuerpo, debiendo éste remitir las actuaciones a la sala una
vez vencido el plazo mencionado precedentemente para la constitución de
domicilio (art. 33, dec.-ley cit.).
b) Bancos, seguros y ahorro y préstamo. Las resoluciones mediante las
cuales el presidente del Banco Central aplica sanciones por infracciones a
la ley de bancos o a sus normas reglamentarias son recurribles ante la sala
Contencioso Administrativa, al solo efecto devolutivo (art. 32, dec.-ley
13.127(195)).
Las resoluciones sancionatorias dictadas por la Superintendencia de
Seguros de la Nación, por infracción a las disposiciones contenidas en
la ley 11.672, son también recurribles ante el mismo tribunal, dentro de los
nueve días hábiles de notificadas. El recurso debe ser concedido en
ambos efectos, excepto cuando la resolución impugnada disponga
medidas de saneamiento del estado económico-financiero del asegurador,
en cuyo caso procede al solo efecto devolutivo. La Cámara debe recibir la
prueba por diez días hábiles, pudiendo presentarse memorial dentro de los
cinco días hábiles subsiguientes, y dictar sentencia dentro del plazo de
quince días hábiles (art. 150 de la ley 11.672, t.o. en 1963 por dec.
1063/1963(196)).
Son asimismo recurribles, dentro del plazo de ocho días hábiles, y al
solo efecto devolutivo, las sanciones aplicadas por el Instituto Nacional de
Reaseguros por quebrantamiento de la prohibición de asegurar en
el extranjero a personas, bienes o cualquier interés asegurable en
jurisdicción nacional (arts. 2º, ley 12.988, t.o. en 1953 por dec.
10.307/1953, y 17, dec. reglamentario 10.307/1953).
Contra las resoluciones sancionatorias dictadas por la Superintendencia
de Ahorro y Préstamos, como consecuencia de infracciones al dec.
368/1962(197)o a las normas que en su consecuencia se dicten, procede un
recurso ante la sala, que debe interponerse dentro de los cinco días
contados desde la notificación (arts. 10, dec. 368/1962, y 18, dec.-ley
5624/1963).
De acuerdo con el art. 28 de la ley 17.594(198), las sanciones aplicadas
por la Caja Federal de Ahorro y Préstamo para la Vivienda, a raíz
652 
 
de infracciones a dicha ley a las normas legales o reglamentarias que rigen
el sistema, son susceptibles de recurso ante la sala en lo Contencioso
Administrativo, debiendo concederse aquél al solo efecto devolutivo.
c) Comunicaciones. Son recurribles ante la sala en lo Contencioso
Administrativo las resoluciones mediante las cuales el Poder Ejecutivo
dispone la revocación de licencias para la explotación y funcionamiento de
emisoras de radiodifusión y televisión (art. 18, inc. i], dec.-ley
15.460/1957(199)).
d) Defensa nacional. Las multas impuestas por la Comisión Nacional de
Energía Atómica en virtud de la autorización conferida por el art. 9º, inc.
8º, del dec.-ley 22.498/1956(200), pueden ser recurridas, previo depósito de
su importe, mediante los recursos de reconsideración y apelación. En el
supuesto de no prosperar la reconsideración, el interesado está facultado
para apelar, dentro del plazo de diez días contado desde la notificación,
en cuyo caso el expediente debe remitirse a la sala en lo Contencioso
Administrativo. El tribunal, sin otro trámite, a menos que se aleguen hechos
nuevos, debe llamar autos para sentencia y dictar ésta, que reviste
carácter definitivo (art. 16, dec.-ley 22.498/56(201)).
e) Ejercicio profesional. 1º) La ley 20.488 contiene normas referentes al
ejercicio de las profesiones relacionadas a las Ciencias Económicas: "Art.
27.— Deróganse los arts. 1º al 14 del dec.-ley 5103/1945 (ley 12.921)".
"Art. 22.— Las correcciones disciplinarias que aplicará cada Consejo
Profesional a sus matriculados consistirán en: 1. Advertencia. 2.
Amonestación privada. 3. Apercibimiento público. 4. Suspensión en el
ejercicio de la profesión de un (1) año. 5. Cancelación de la matrícula".
"Art. 23.— Las resoluciones de los Consejos Profesionales denegando
la inscripción o reinscripción en la matrícula, como así también las
referidas a los incs. 4º y 5º del artículo anterior darán recurso de apelación
ante el Tribunal Judicial que determinan las respectivas jurisdicciones". En
este sentido, la ley 20.476 (Consejo Profesional de Ciencias Económicas
de Capital Federal, Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e
Islas del Atlántico Sud, "Constitución. Normas para el
funcionamiento") indica: "Art. 28.— Deróganse los arts. 16 al 31 del dec.-
ley 5103/1945 (ley 19.921)". "Art. 16.— Las correcciones disciplinarias a
aplicar serán las siguientes, las que se graduarán según la gravedad de la
falta y los antecedentes del imputado: 1. Advertencia. 2. Amonestación
privada. 3. Apercibimiento público. 4. Suspensión en el ejercicio de la
profesión de un (1) mes a un (1) año. 5. Cancelación de la matrícula". "Art.
23. Las resoluciones del Consejo referidas a los incs. 4º y 5º del art. 16 de
la presente ley, serán apelables en ambos efectos ante la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Federal y Contencioso Administrativo. Este
recurso deberá interponerse en el Consejo, dentro de los treinta (30) días
hábiles de la notificación. Interpuesto el recurso, el Consejo deberá
elevarlo con las actuaciones dentro de los quince (15) días hábiles".

653 
 
2º) Las resoluciones mediante las cuales la Junta Central de los
consejos profesionales de agrimensura, agronomía, arquitectura
e ingeniería imponen sanciones de censura pública y cancelación de la
matrícula, o deniegan la inscripción o reinscripción en ella. El recurso
debe interponerse dentro de diez días hábiles de notificada la resolución,
y la Cámara resolver con los antecedentes del expediente administrativo y
los que de oficio solicite para mejor proveer, oyendo al recurrente y al
representante de la Junta (arts. 29 y 31, dec.-ley 6070/1958).
3º) Las resoluciones del Consejo Superior Profesional de Geología
imponiendo sanciones de multa, suspensión y cancelación de la matrícula,
como así también las que deniegan la inscripción en ésta. El recurso debe
deducirse dentro del plazo de cinco días de notificada la resolución, y la
Cámara expedirse con los antecedentes que consten en el expediente
(art. 34, dec.-ley 8926/1963).
f) Estatutos de funcionarios y empleados públicos. Contra los actos
firmes del Poder Ejecutivo nacional o de autoridades de la Administración
nacional que dispongan la cesantía o la exoneración del personal
comprendido en el régimen de estabilidad previsto por el Estatuto del
Empleado Público, se puede recurrir ante la sala en lo Contencioso
Administrativo de la correspondiente Cámara Nacional de Apelaciones
(art. 24, dec.-ley 6666/1957(202)). El recurso debe interponerse dentro de
los treinta días de haberse notificado de la cesantía o de
la exoneración(203), fundado en la ilegalidad de la medida
aplicada, indicando las leyes, decretos y resoluciones especiales que lo
justifiquen(204)y/o los vicios incurridos en el sumario instruido. Interpuesto
el recurso, la autoridad administrativa debe elevarlo al tribunal dentro de
los quince días con los antecedentes que determinaron la medida, si no la
revocare por contrario imperio. Recibidos los antecedentes, el tribunal
debe correr traslado por su orden por diez días al recurrente y a
la autoridad administrativa. Contestado el traslado, o vencido el plazo sin
que las partes hubieren ejercido su derecho, el tribunal, cumplidas las
medidas para mejor proveer que hubiese dispuesto, debe dictar la
providencia de autos para sentencia (art. 25, dec.-ley cit.(205)). El tribunal
debe dictar sentencia dentro de los sesenta días. Si la decisión es
favorable al agente, considerándolo amparado por la estabilidad, debe
hacer lugar a su reincorporación con los derechos correspondientes
determinados en el Estatuto (art. 26, dec.-ley cit.(206)).
g) Policía Federal. La sala en lo Contencioso Administrativo tiene
competencia para conocer de los recursos interpuestos contra las
resoluciones del Poder Ejecutivo que denieguen un beneficio que se
hubiese solicitado invocando disposiciones del Estatuto de la Policía
Federal (art. 28, dec.-ley 15.943/1946). Los recursos deben
ser interpuestos por el interesado dentro de los siguientes plazos: 1º) Diez
días si se domicilia en la Capital Federal. 2º) Treinta días cuando el

654 
 
domicilio se encuentra en la República y fuera de la Capital Federal. 3º)
Noventa días si se domicilia en el extranjero (art. 29, dec.-ley cit.).
Igualmente, dicha sala conoce de los recursos interpuestos contra las
resoluciones dictadas por el jefe de la Policía Federal en materia de
derecho de reunión (art. 33, apart. 2º, dec.-ley 1285/1958(207)).

E) Competencia por razón del grado


Es ejercida por la sala en lo Contencioso Administrativo de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Federal y Contencioso Administrativo,
siéndole aplicable, en cuanto a sus manifestaciones por razón del lugar,
de la materia, de las personas y del valor, las
consideraciones expuestas supra, nro. 246, con respecto a la sala en lo
Civil y Comercial de la misma Cámara.

IV. COMPETENCIA DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

247. Clases
De acuerdo con lo dispuesto en el art. 24 del dec.-ley 1285/1958(208), la
Corte Suprema de Justicia de la Nación ejerce dos clases de competencia
que difieren según la forma en que los asuntos pueden llegar a
conocimiento del tribunal.
Ese criterio conduce a distinguir, básicamente, una competencia
originaria y exclusiva, es decir, ejercida en instancia única, y una
competencia funcional que se ejerce por vía de recursos, de gestiones de
superintendencia y de sometimiento de conflictos competenciales.
La competencia originaria y exclusiva se halla fundamentalmente
determinada por razón de las personas intervinientes en las
causas, aunque en alguna medida obedece también a la naturaleza de la
materia discutida en el pleito (v.gr., el carácter civil que debe revestir el
litigio suscitado entre una provincia y algún vecino o vecinos de otra).

655 
 
La competencia funcional de la Corte puede derivar de la materia (v.gr.,
recurso extraordinario; recursos ordinarios en materia de extradición y
apresamiento o embargos marítimos en tiempo de guerra, conflictos de
competencia), de las personas junto con el valor discutido (v.gr., recurso
ordinario en las causas en que la Nación sea parte) y del poder de
superintendencia general que incumbe a dicho tribunal sobre los órganos
judiciales inferiores de la Nación (recurso de queja por retardo de justicia).

248. Competencia originaria de la Corte Suprema

A) Generalidades
a) Al especificar las formas en que puede tener lugar la intervención de
la Corte Suprema, el art. 117 de la Constitución Nacional dispone que "en
todos los asuntos concernientes a embajadores, ministros y
cónsules extranjeros, y en los que alguna provincia fuese parte", aquélla
ejercerá su competencia "originaria y exclusivamente"(209).
El agregado de esta última expresión, no contenida en el texto de la
Constitución norteamericana, provocó dudas interpretativas que la Corte
entendió superar declarando que el vocablo utilizado descarta únicamente
la competencia de los órganos inferiores de la justicia federal, pero no la
de los órganos judiciales de las provincias, tal como lo hace el art. 12, inc.
4º, de la ley 48, que autoriza a prorrogar la competencia en favor de estos
últimos en las causas en que una provincia fuere parte(210). Sin embargo,
tal doctrina no podría hacerse extensiva a la disposición contenida en el
art. 2º, inc. 3º, de dicha ley, la cual, como hemos visto, asigna a los
tribunales federales inferiores el conocimiento de las causas
concernientes a los negocios particulares de los cónsules, pese a que tal
diferenciación no surge explícitamente del texto constitucional. Por otra
parte, la Corte ha declarado, como veremos más adelante, que la
competencia en los asuntos concernientes a agentes diplomáticos y
cónsules extranjeros es prorrogable a favor de los tribunales inferiores de
la Nación. Pero la validez constitucional de aquella norma es defendible
mediante el argumento de que la "exclusividad" mencionada por el art. 101
tampoco excluye la posibilidad de que el legislador, atendiendo a los
propósitos que fundamentalmente informan el establecimiento de la
competencia originaria de la Corte, detraiga de su ámbito, para transferirlo

656 
 
al conocimiento de los tribunales federales inferiores, aquellos asuntos
que, por su naturaleza, no son susceptibles de desvirtuar esos propósitos.
Tal es lo que ocurre precisamente con los cónsules, pues se trata de
funcionarios que carecen de carácter diplomático y de las inmunidades
correspondientes a ese estado, y no se justifica, por lo tanto, que el
conocimiento de los asuntos ajenos a la representación que invisten
quede incluido en el ámbito de la competencia originaria de la Corte, cuya
finalidad, en este aspecto, reside en la necesidad de resguardar en la
máxima medida el adecuado desenvolvimiento de las
(211)
relaciones internacionales del país .
b) De acuerdo con lo dispuesto en el art. 24, inc. 1º, apart. 1º, del dec.-
ley 1285/1958, la Corte Suprema conocerá "originaria y exclusivamente,
en todos los asuntos que versen entre dos o más provincias y los civiles
entre una provincia y algún vecino o vecinos de otras o ciudadanos o
súbditos extranjeros; de aquellos que versen entre una provincia y un
estado extranjero; de las causas concernientes a embajadores u otros
ministros diplomáticos extranjeros, a las personas que compongan la
legación y a los individuos de su familia, del modo que una Corte de
Justicia puede proceder con arreglo al derecho de gentes; y de las causas
que versen sobre privilegios y exenciones de los cónsules extranjeros en
su carácter público".
A continuación estudiaremos en particular cada uno de los supuestos
contemplados en la norma mencionada.

B) Causas entre dos o más provincias


La admisibilidad de la competencia originaria de la Corte Suprema sólo
depende, en este caso, de la existencia de un conflicto suscitado entre dos
o más provincias, exteriorizado a través del planteamiento de una
pretensión tendiente al pronunciamiento de una concreta decisión judicial.
"No es ya necesario —dice Gondra(212)— que se trate de 'causa civil', o
que la disputa se refiera a una cuestión de derecho de las que
ordinariamente resuelven los jueces; para que proceda (la competencia de
la Corte), es suficiente que se trate de una real controversia entre
diferentes provincias y que el caso sea justiciable, es decir, que exista o
pueda existir un derecho o poder amenazado, lesionado o reclamado, que
el pronunciamiento sea susceptible de prevenir, reparar o declarar".
La necesidad de que sea la Corte el órgano judicial llamado a dirimir los
conflictos interprovinciales, responde, por un lado, a la prohibición
constitucional impuesta a las provincias de solucionar sus diferendos
mediante la fuerza(213)y, por otro, a la circunstancia de que ningún otro
657 
 
órgano judicial del país estaría en condiciones de cumplir ese cometido.
La autonomía política de que goza cada provincia se opondría a que una
de ellas se sometiese a la jurisdicción de la otra; y las limitaciones
impuestas a la competencia territorial de los jueces y Cámaras Federales
con asiento en el interior representarían también un obstáculo para dirimir
este tipo de conflictos(214).
Sólo hacen excepción a esta regla atributiva de competencia los
conflictos derivados de cuestiones de límites, pues la fijación de los que
corresponden a las distintas provincias constituye atribución del Congreso
nacional (art. 75, inc. 15)(215). Pero la Corte es competente en el supuesto
de que la controversia gire acerca de límites ya establecidos(216).

C) Causas civiles suscitadas entre una provincia y algún vecino o


vecinos de otra o ciudadanos o súbditos extranjeros
a) Cuando la causa se suscita entre una provincia y un extranjero o un
nacional vecino de otra provincia, aquélla debe revestir carácter civil. El
concepto de "causa civil" es el mismo que hemos enunciado al ocuparnos
de la competencia federal por razón de distinta vecindad y de extranjería
(supra, nro. 240, B] y C]). Debe por lo tanto entenderse por causas civiles
no sólo aquellas que nacen de estipulación o contrato, sino también las
regidas por el derecho común, es decir, los procesos en que se debaten
cuestiones relacionadas con el derecho privado(217). Se hallan, en
cambio, excluidos de la competencia originaria de la Corte Suprema los
procesos penales(218)y las cuestiones regidas por el derecho administrativo
local(219).
De acuerdo con ese concepto, cabe considerar causas civiles, entre
otras, las que persiguen el cobro de indemnizaciones derivadas de delitos
o cuasidelitos(220); los juicios de desalojo(221), de interdictos(222), de
adquisición del dominio por prescripción(223), de expropiación, en tanto se
discuta en ellos, exclusivamente, el monto de la indemnización(224);
etcétera.
La Corte carece de competencia originaria, en cambio, para conocer de
las causas cuya solución dependa, fundamentalmente, del examen y
revisión de actos cumplidos por las provincias en ejercicio de las facultades
propias que les reconocen los arts. 121 y ss. de la Constitución
Nacional(225), es decir, de aquellas que se encuentran sustancialmente
regidas por el derecho público local, cuya aplicación corresponde a
las autoridades provinciales (art. 122, CN)(226).

658 
 
De conformidad con tales principios, la Corte ha declarado carecer de
competencia originaria para conocer, entre otras, de la demanda por cobro
de pesos entablada con motivo de haberse dejado sin efecto, por decreto
de la Junta Militar a cargo del gobierno de la provincia de Misiones, el
convenio suscripto por el anterior gobernador, referente a la prestación de
servicios profesionales tendientes a planificar la Administración Pública
local(227); de la demanda dirigida contra una provincia a fin de que,
declarándose la nulidad de los autos de embargo de títulos y remate de
éstos dictados por los jueces provinciales en el juicio de apremio sobre
cobro de impuestos establecidos por una ley local, se condene a su
restitución(228); de la demanda entablada por el ocupante de lotes de tierras
pertenecientes antes al Fisco nacional, y que, a raíz de la provincialización
del territorio donde aquéllos se encuentran ubicados, persigue se condene
a la provincia de Chubut a que le adjudique en venta los referidos lotes,
pues el reconocimiento del derecho invocado, de acuerdo con lo dispuesto
en el art. 18, dec.-ley 14.577/1956, implica la realización de actos
que incumben a la nueva provincia en su condición de poder público y el
mencionado ordenamiento legal no reviste carácter común(229); de la
demanda promovida contra una provincia sobre la adquisición de la
propiedad de minas por prescripción, pues lo referente al otorgamiento de
la concesión minera, la caducidad de ella y la consiguiente subasta por
falta de pago del canon, es materia reservada por la ley a las provincias
(Código de Minería y ley 10.273), y cuyo ejercicio se halla reglamentado
por disposiciones del derecho público provincial(230); de la demanda sobre
reversión de dominio deducida contra una provincia, que se funda en
disposiciones de derecho público y administrativo local(231); de la demanda
entablada por la empresa concesionaria del servicio eléctrico en un
municipio contra la provincia de Buenos Aires por cobro de reparaciones
efectuadas en un inmueble de su propiedad, que aunque fundada en
los arts. 14, 16 y 17 de la Constitución Nacional y 1113 y 1133(232)del
derogado Código Civil, involucra cuestiones de índole local, como son las
referentes a la interpretación de una ordenanza municipal y al alcance de
los derechos otorgados por concesión emanada de ley provincial, frente a
actos posteriores de las autoridades locales, ejecutadas en ejercicio de
facultades institucionales propias(233); de la demanda promovida por una
provincia por nulidad de un contrato aprobado por el Poder Ejecutivo local
prescindiendo de la licitación previa exigida por la Constitución y la ley de
contabilidad provinciales, pues la cuestión se halla regida por
disposiciones locales que contemplan específicamente la materia(234); de
la demanda sobre cumplimiento de contrato de obra escultórica,
encuadrado en las disposiciones de la ley 968/1948 de la provincia de
Salta, en tanto se halla regida sustancialmente por normas de derecho
administrativo local(235); de la demanda deducida por una provincia contra
el Banco de la Nación Argentina, de la que es capítulo básico la
impugnación de la gestión de un gobernador de la Provincia, de su
apartamiento de una ley provincial y de la prescindencia de otra(236).

659 
 
b) Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en los pleitos suscitados
entre particulares y una provincia, la nacionalidad o vecindad de las partes
resulta indiferente en el supuesto de que aquéllos se encuentren directa
e inmediatamente regidos por normas de carácter federal (Constitución
Nacional, leyes especiales y tratados con naciones extranjeras). En tales
casos carece de trascendencia examinar si el particular es argentino
o extranjero, si está o no domiciliado en el país, o si, dentro de éste, es
vecino de la provincia contra la cual litiga o de alguna otra, puesto que la
competencia originaria de la Corte procede por la concurrencia de dos
requisitos: la materia, reservada por el art. 116 de la Constitución a la
justicia federal y la persona —la provincia—, cuyos asuntos deben
ventilarse necesariamente ante la Corte en instancia originaria, cualquiera
sea el carácter que asuma en el proceso(237).
De acuerdo con ese criterio, la Corte Suprema es competente para
conocer de las pretensiones mediante las cuales se impugna la validez
constitucional de actos realizados por los poderes públicos
provinciales(238)o que se fundan directa e inmediatamente en disposiciones
contenidas en leyes federales(239). Sólo se requiere, en tales casos, que la
solución del pleito dependa de la aplicación o inteligencia de normas de
carácter federal(240). De allí que la Corte sea incompetente cuando la causa
comprenda, aparte de la cuestión federal, puntos regidos por normas
locales o comunes(241). En tal supuesto, su decisión compete, en resguardo
de las atribuciones no delegadas de las provincias, a los tribunales locales,
y la tutela de derecho federal sólo corresponde por vía del
recurso extraordinario deducido contra la sentencia definitiva dictada en el
ámbito provincial(242).
En lo que concierne a las pretensiones fundadas en
la inconstitucionalidad de gravámenes provinciales, es aplicable
lo expuesto en relación con el requisito del previo pago del impuesto bajo
protesta(243), a la necesidad de que la impugnación no se funde
simultáneamente en normas locales (constitucionales o legales) y a
la incompetencia de la justicia federal para conocer del juicio ordinario de
repetición subsiguiente a la ejecución fiscal tramitada ante los órganos
judiciales locales(244).
c) Asimismo, se hallan comprendidas en la competencia originaria de la
Corte las causas suscitadas entre una provincia y la Nación o alguna de
sus reparticiones autárquicas, porque en tal caso son de aplicación
concurrente las reglas atributivas de competencia por razón de las
personas contenidas en los arts. 116 y 117, con relación, respectivamente,
a la Nación y a las provincias(245).
d) Para que proceda la competencia originaria de la Corte, en los
supuestos que analizamos, es necesario que alguna provincia sea parte
directa en la causa. Por ello, son ajenos a dicha competencia los
procesos iniciados por o contra entidades autárquicas provinciales que, en

660 
 
tal carácter, gozan de capacidad para actuar pública y privadamente sin
identificarse con la provincia(246).
Importa señalar, asimismo, que por aplicación del principio contenido en
el art. 10 de la ley 48, la Corte carece de competencia originaria para
conocer de las pretensiones intentadas simultáneamente contra una
provincia y otras u otras personas que no pueden invocar el derecho a esa
competencia judicial(247).
e) De acuerdo con lo dispuesto en el inc. 1º, apart. 4º del art. 24 del
dec.-ley 1285/1958, corresponde considerar vecinos, a los efectos de la
competencia originaria de la Corte, a:
1º) Las personas físicas domiciliadas en el país desde dos o más años
antes de la iniciación de la demanda, cualquiera sea su nacionalidad. La
norma coincide, básicamente, con la contenida en el art. 11 de la ley
48 (supra, nro. 241, B]), y recoge la tesis jurisprudencial elaborada en torno
de esta última, según la cual, como vimos, la "residencia" debe entenderse
en el sentido de domicilio real o voluntario(248).
2º) Las personas jurídicas de derecho público del país.
3º) Las demás personas jurídicas constituidas y domiciliadas en el
país (inc. 1º, subinc. c]). Con respecto a las sociedades anónimas, es
aplicable el art. 9º de la ley 48, según el cual deben ser consideradas
vecinas de la provincia en que se hallen establecidas, cualquiera que sea
la nacionalidad de sus socios actuales (ver supra, nro. 241, B] y C]).
4º) Las sociedades y asociaciones sin personería jurídica, cuando la
totalidad de sus miembros se halle en la situación prevista en el inc. 1º,
subinc. d), es decir, domiciliada en el país desde dos o más años antes de
la iniciación de la demanda.
f) Por último, interesa señalar que son aplicables, para determinar la
admisibilidad de la competencia originaria de la Corte en los casos de
distinta vecindad y extranjería, las reglas estudiadas supra, nro. 241, B),
con relación a los siguientes aspectos: 1º) Necesidad de
acreditar, inicialmente, la distinta vecindad o la extranjería, mediante
documentos o informaciones (art. 332, CPCCN). 2º) Pertenencia
originaria, y no por cesión o mandato, del derecho invocado como
fundamento de la pretensión. 3º) Necesidad de computar la nacionalidad
o distinta vecindad de todos los integrantes de la sociedad y de todos los
actores o demandados en el supuesto de litisconsorcio.

D) Causas suscitadas entre una provincia y un Estado extranjero

661 
 
a) La competencia originaria de la Corte se halla en esta hipótesis
determinada, exclusivamente, por razón de las personas, con
prescindencia, por lo tanto, de la naturaleza y del monto de las cuestiones
debatidas en el proceso(249). Sólo se requiere que en éste intervenga
alguna provincia, sea como parte actora o demandada,
encontrándose excluidas de la competencia originaria de la Corte las
causas suscitadas entre particulares y Estados extranjeros(250).
b) Sin embargo, en virtud de la inmunidad de que todo Estado goza para
ser sometido a la potestad judicial de otro, constituye requisito de
admisibilidad de la pretensión dirigida contra un Estado extranjero, su
consentimiento de someterse a dicha potestad. De allí que el art. 24, inc.
1º, apart. 2º, del dec.-ley 1285/1958disponga que "no se dará curso a la
demanda contra un Estado extranjero, sin requerir previamente de su
representante diplomático, por intermedio del Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, la conformidad de aquel país para ser sometido a
juicio".
Acerca del alcance del mencionado requisito, y de sus limitaciones, nos
hemos ocupado supra, nro. 71, adonde nos remitimos.

E) Causas concernientes a embajadores u otros ministros


diplomáticos extranjeros
a) "Son causas concernientes a embajadores o ministros
plenipotenciarios extranjeros —dice el art. 24, inc. 1º, apart. 5º, del dec.-
ley 1285/1958— las que les afecten directamente por debatirse en ellas
derechos que les asisten o porque comprometen su responsabilidad, así
como las que en la misma forma afecten a las personas de su familia, o al
personal de la embajada o legación que tenga carácter diplomático".
La Corte Suprema ha declarado que su competencia originaria, en las
causas concernientes a embajadores y ministros diplomáticos extranjeros,
procede solamente en los juicios en que ellos son parte, es decir, en las
causas civiles en que actúan como actores o demandados y en las causas
penales en que se los procesa o intervienen
(251)
como parte querellante , aunque, en otros pronunciamientos, el mismo
tribunal hizo mérito en el hecho de que la palabra "concerniente" reviste
mayor amplitud que otras expresiones utilizadas en el texto constitucional
con relación a la competencia originaria de la Corte, como son las de
"parte" o "causas que se susciten", y que, por consiguiente, aquella
palabra es comprensiva de los procesos penales en que las mencionadas
personas resulten damnificadas por la comisión de un delito que afecte sus
privilegios e inmunidades(252).
662 
 
El privilegio de la competencia originaria de la Corte Suprema sólo
comprende a los embajadores o ministros plenipotenciarios, a las
personas de su familia y al personal de la embajada que tenga carácter
diplomático(253). No alcanza, por lo tanto, al personal que no reviste dicho
carácter(254)ni a los individuos de la familia del personal que lo tenga(255).
El estado diplomático de los integrantes de las
representaciones extranjeras debe acreditarse mediante informe del
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto(256), obstando a la competencia
originaria de la Corte la cesación en dicho estado(257).
b) No corresponde dar curso a las pretensiones deducidas contra las
mencionadas personas, sin requerirse previamente, del respectivo
embajador o ministro plenipotenciario, la conformidad de su gobierno para
someterlas a juicio (art. 24, inc. 1º, apart. 6º, del dec.-ley 1285/1958)(258).
La conformidad, y la consiguiente renuncia a la inmunidad, puede
ser expresa o tácita, según que resulte de una declaración concreta del
embajador o ministro o de la comparecencia voluntaria al proceso, sea
como parte actora o demandada(259). El silencio ante el requerimiento
debe interpretarse como una negativa a someterse a la potestad judicial
del Estado(260). A la misma conclusión cabe llegar en el supuesto de que
transcurra un largo lapso sin recibirse contestación de la respectiva
embajada(261).
Corresponde agregar que la competencia conferida a la Corte Suprema
para conocer en las causas concernientes a embajadores u otros ministros
diplomáticos, es susceptible de prórroga a favor de otros órganos de la
justicia nacional, siempre que la renuncia a dicha competencia, en cuanto
traduzca el crédito que merece la administración de justicia general,
sea expresa y se halle convalidada por la respectiva embajada(262).

F) Causas relativas a cónsules extranjeros


La competencia de la Corte depende, en este caso, de que el proceso
verse sobre privilegios y exenciones de los cónsules en su carácter público
(art. 24, inc. 1º, dec.-ley 1285/1958), razón por la cual son ajenas a dicha
competencia las causas que versen sobre los negocios particulares de los
cónsules y todas las causas relativas a los vicecónsules, las cuales, según
vimos oportunamente, se hallan asignadas al conocimiento de los
tribunales federales inferiores (supra, nro. 241, D]).
El art. 24, inc. 1º, apart. 5º, del mencionado decreto-ley determina con
mayor precisión el ámbito de la competencia originaria de la Corte en tanto
dispone que "son causas concernientes a los cónsules extranjeros las

663 
 
seguidas por hechos o actos cumplidos en el ejercicio de sus funciones
propias, siempre que en ellas se cuestione su responsabilidad civil o
criminal".
De acuerdo con tales reglas, ya trazadas básicamente por el art. 1º, inc.
4º, de la ley 48, se ha resuelto, entre otros casos, que corresponde a la
competencia originaria de la Corte Suprema el conocimiento del proceso
por injurias inferidas a un cónsul en el local del Consulado(263), o relativo a
la acusación de usurpación de autoridad contra un cónsul(264); en la
pretensión deducida por un cónsul contra un ex cónsul tendiente a obtener
la entrega de los libros, fondos y documentos del Consulado(265); de la
causa promovida por un ex empleado del Consulado contra el cónsul a
raíz de haber sido despedido por causas ignoradas(266); etcétera.

249. Competencia funcional de la Corte Suprema


Los casos de competencia funcional de la Corte Suprema se hallan
previstos en los incs. 2º a 7º del art. 24 del dec.-ley 1285/1958.
El estudio de las hipótesis contempladas en los incs. 2º a 6º se efectuará
en oportunidad de examinar el tema de los recursos. En el próximo
capítulo nos referiremos al caso previsto en el inc. 7º.

CAPÍTULO XVII - COMPETENCIA DE LOS ÓRGANOS JUDICIALES (CONT.)


SUMARIO: I. DESPLAZAMIENTO DE LA
COMPETENCIA: 250. Generalidades.— 251.
Prórroga de la competencia.— 252. Sujeción
al arbitraje.— 253. Desplazamiento por
conexión.— 254. Fuero de atracción. II.
CUESTIONES DE COMPETENCIA: 255. Concepto y
clases.— 256. Procedimiento en el caso de
declinatoria.— 257. Procedimiento en el caso
de inhibitoria.— 258. Decisión definitiva de
la inhibitoria.— 259. Supuestos de contiendas
negativas y de conocimiento simultáneo.—
260. Intervención de la Corte por denegación
de justicia.

664 
 
I. DESPLAZAMIENTO DE LA COMPETENCIA(1)

250. Generalidades
a) Existe desplazamiento de la competencia toda vez que por
disposición de la ley o por una declaración de voluntad de las partes, se
detrae del conocimiento de un órgano judicial algún asunto que, de
acuerdo con las normas generales, encuadra dentro de su competencia, y
se lo asigna al conocimiento de otro órgano, judicial o arbitral.
b) El mencionado fenómeno puede operarse con motivo de la prórroga
de la competencia, de la sujeción al arbitraje, de la conexión existente
entre dos o más pretensiones y del fuero de atracción. En el primer caso
el desplazamiento se produce como consecuencia de una declaración de
voluntad expresa o tácita de las partes, y en el segundo, a raíz de una
declaración de voluntad expresa de aquéllas o de una disposición legal.
En cambio, siempre es este último factor el que determina los
desplazamientos por conexión y fuero de atracción.

251. Prórroga de la competencia


a) Al ocuparnos de los caracteres de la competencia (supra, nro. 229),
definimos a la prórroga como la facultad que la ley otorga a las partes para
atribuir competencia, con respecto al conocimiento de una pretensión
determinada, o de eventuales pretensiones, a un órgano judicial que
legalmente carece de dicha competencia. En el mismo lugar diferenciamos
las modalidades expresa y tácita con que la prórroga puede manifestarse.
b) En lo que atañe a la competencia ordinaria, hemos dicho que la
prórroga sólo puede tener lugar cuando se trata de la competencia
territorial y con respecto a asuntos exclusivamente patrimoniales. Si estos
asuntos son de índole internacional, la prórroga podrá admitirse aun a
favor de jueces extranjeros o de árbitros que actúen fuera de la República,
salvo en los casos en que los tribunales argentinos tienen
jurisdicción exclusiva o cuando la prórroga está prohibida por ley (art.
1º, CPCCN).
Estas pautas del CPN hoy se ven reflejadas en el texto del Código
Civil y Comercial unificado. Su art. 2605 reza "Acuerdo de elección de foro.
En materia patrimonial e internacional, las partes están facultadas para
prorrogar jurisdicción en jueces o árbitros fuera de la República, excepto

665 
 
que los jueces argentinos tengan jurisdicción exclusiva o que la prórroga
estuviese prohibida por ley". Este digesto contiene un Título completo (el
IV del Libro Sexto, bajo el nombre "Disposiciones de derecho internacional
privado") dedicado a la problemática, ampliando en mucho los contenidos
que al respecto preveía el Código de Vélez. En lo que aquí interesa, se
destaca el art. 2609 que contempla —no de manera taxativa— casos de
jurisdicción nacional exclusiva: "Jurisdicción exclusiva. Sin perjuicio de lo
dispuesto en leyes especiales, los jueces argentinos son exclusivamente
competentes para conocer en las siguientes causas: a. en materia de
derechos reales sobre inmuebles situados en la República; b. en materia
de validez o nulidad de las inscripciones practicadas en un registro público
argentino; c. en materia de inscripciones o validez de patentes, marcas,
diseños o dibujos y modelos industriales y demás derechos análogos
sometidos a depósito o registro, cuando el depósito o registro se haya
solicitado o efectuado o tenido por efectuado en Argentina".
En cuanto a la competencia federal, sabemos que ella es prorrogable a
favor de la competencia ordinaria en los casos de distinta vecindad y
de extranjería, así como cuando fuere parte una provincia (art. 12, inc.
4º, ley 48) (supra, nro. 237). Recordamos, asimismo, que la competencia
originaria de la Corte Suprema es susceptible de prórroga hacia los
órganos judiciales inferiores de la Nación en las causas concernientes a
embajadores, ministros públicos y cónsules extranjeros (supra, nro. 248,
E]). Cabe agregar que, dentro de la competencia federal, es también
admisible la prórroga cuando se trata de órganos judiciales que ejercen
distinta competencia por razón del territorio.
c)(2)El art. 1º del CPCCN en su versión originaria, tras establecer que "la
competencia atribuida a los tribunales nacionales es improrrogable",
agregaba que, "sin perjuicio de lo dispuesto por el art. 12, inc. 4º, de la ley
48,exceptúase la competencia territorial en los asuntos exclusivamente
patrimoniales, que podrá ser prorrogada de conformidad de partes, pero
no a favor de jueces extranjeros o de árbitros que actúen fuera de la
República".
Sin perjuicio de lo que se dirá más adelante acerca de las
modificaciones sucesivamente introducidas a dicha norma por las leyes
21.305 y 22.434, interesa señalar que éstas mantuvieron tanto la salvedad
del art. 12, inc. 4º, de la ley 48, referente a la prorrogabilidad de la justicia
federal en los casos de distinta vecindad y extranjería, así como cuando
fuere parte una provincia(3), cuanto el principio en cuya virtud la
competencia por razón del territorio sólo puede ser prorrogada en los
asuntos exclusivamente patrimoniales, de manera tal que no pueden ser
objeto de prórroga las pretensiones o peticiones extracontenciosas
relativas a la capacidad o al estado civil de las personas(4).
d) El art. 1º del CPCCN sufrió una primera modificación a raíz de la ley
21.305, que autorizó la prórroga de la competencia territorial "incluso a
favor de jueces extranjeros o de árbitros que actúen fuera de la
666 
 
República, excepto en aquellos casos en que los tribunales nacionales
poseen jurisdicción exclusiva". Agregó dicha ley que "el acuerdo de partes
por el que se establezca la prórroga de competencia a favor de
jueces extranjeros o de árbitros que actúen fuera de la República, en los
casos en que proceda, será válido, únicamente, cuando haya sido
celebrado con anterioridad a los hechos que motivan la intervención de
éstos"(5).
La ley 22.434, en cambio, expresa que "sin perjuicio de lo dispuesto por
los tratados internacionales", "si estos asuntos son de índole internacional,
la prórroga podrá admitirse aun a favor de jueces extranjeros o de árbitros
que actúen fuera de la República, salvo en los casos en que los tribunales
argentinos tienen jurisdicción exclusiva o cuando la prórroga está
prohibida por la ley".
El texto precedentemente transcripto, según se advierte, se diferencia
del establecido por la ley 21.305 en la circunstancia de que suprime la
limitación que ésta imponía al ejercicio de la facultad de prórroga
atendiendo a la oportunidad en que se celebrara el acuerdo. La nueva
solución es correcta en la medida en que allana las dificultades que puede
suscitar la determinación y la prueba del momento en que se produjeron
los hechos que originan el litigio(6), tanto más cuanto que dicha prueba
envuelve la valoración de diversos elementos de juicio, frecuentemente
subjetivos(7).
De conformidad con el régimen vigente, la prórroga es válida en el
supuesto de que, en razón de hallarse la controversia (actual o futura)
conectada a varios sistemas jurídicos nacionales, y no siendo, por lo tanto,
absolutamente interna, resulte posible caracterizarla como un asunto de
índole internacional(8), siempre que no medie una regla atributiva de
jurisdicción exclusiva a favor de los jueces de la República o una
prohibición legal.

252. Sujeción al arbitraje


a) Cuando las partes, a través de una cláusula compromisoria o de una
convención preliminar de compromiso, acuerdan el sometimiento de una
o más cuestiones litigiosas al juicio de árbitros o de amigables
componedores, desplazan, por vía convencional, la competencia del
órgano judicial a quien normalmente hubiese correspondido el
conocimiento de tales cuestiones. Dicho desplazamiento se opera también
por disposición legal, como ocurría, entre otros, en los supuestos
contemplados por el art. 1627 del derogado Código Civil (arbitraje
necesario legal).
667 
 
b) No se trata, sin embargo, de un desplazamiento absoluto de la
competencia judicial, ya que, por un lado, las estipulaciones contractuales
o las disposiciones de la ley que establecen el arbitraje como modo de
solución del conflicto, acuerdan a cada una de las partes el derecho
de exigir judicialmente la suscripción del compromiso y la constitución del
tribunal arbitral; y, por otro lado, es a los órganos judiciales a quienes
compete decretar las medidas compulsorias y de ejecución que
correspondan durante el desarrollo del proceso arbitral (art.
753, CPCCN), intervenir en la ejecución del laudo (art. 499, íd.), y entender
en los recursos o en las pretensiones de nulidad deducidas contra aquél
(arts. 758, 761 y 763, CPCCN)(9). Asimismo, el desplazamiento no
procede en el supuesto de intentarse comprometer en árbitros cuestiones
que no pueden ser objeto de transacción (art. 737, CPCCN).
Cabe recordar que el Código Civil y Comercial de la Nación dedica todo
un capítulo a regular el Contrato de Arbitraje, fijando pautas procesales
que se superponen y, en algún caso, contradicen las previsiones
del CPCCN. A ellas habremos de dedicarnos en el capítulo pertinente
(arts. 1649 a 1665).

253. Desplazamiento por conexión

A) Concepto
a) Existe conexión, en sentido procesal, cuando dos o más pretensiones
o peticiones tienen en común alguno de sus elementos objetivos (objeto o
causa), o se hallan vinculadas por la naturaleza de las
cuestiones involucradas en ellas.
En ese orden de ideas cabe hablar, respectivamente, de una conexión
sustancial y de una conexión meramente instrumental. La primera
determina un desplazamiento de la competencia que se funda, en términos
generales, en la necesidad de evitar el pronunciamiento de sentencias
contradictorias. La segunda, en cambio, produce el mismo resultado a raíz
de la conveniencia práctica de que sea el órgano judicial competente para
conocer en determinado proceso quien, en razón de su contacto con el
material fáctico y probatorio de aquél, también lo sea para conocer de las
pretensiones o peticiones, accesorias o no(10), vinculadas con la materia
controvertida en dicho proceso.

668 
 
b)(11)Las leyes de reforma no afectaron a ninguna de las disposiciones
contenidas en el CPCCN acerca del desplazamiento de la competencia
por conexión sustancial. Lo hicieron, en cambio, respecto de diversas
normas relativas al desplazamiento por conexión instrumental, la cual se
produce a raíz de la conveniencia práctica de que sea el órgano judicial
competente para conocer en determinado proceso quien, en razón de su
contacto con el material fáctico y probatorio involucrado en aquél, también
lo sea para conocer de las pretensiones o peticiones, accesorias o no,
vinculadas con la materia controvertida en dicho proceso.
c) A continuación efectuaremos el estudio de los principales casos de
desplazamiento de la competencia por conexión, comenzando con los que
configuran hipótesis de conexión sustancial, y siguiendo con otros
supuestos que pueden implicar ese tipo de conexión o una conexión de
carácter instrumental.

B) Proceso acumulativo
a) Al ocuparnos de la acumulación originaria de pretensiones, dijimos
que la acumulación objetiva no admite desplazamientos de la
competencia, salvo en lo que respecta a la competencia por razón del valor
en el caso de que las pretensiones acumuladas deriven de una misma
causa (supra, nro. 99, B], e]).
La acumulación subjetiva, en cambio, comporta un desplazamiento de
la competencia ordinaria por razón de la materia civil o comercial de las
respectivas pretensiones, pues la necesidad de evitar el pronunciamiento
de sentencias contradictorias, que constituye, como vimos oportunamente
(supra, nro. 100, B]), el fundamento esencial de la institución, debe
prevalecer sobre las simples razones de división del trabajo que justifica
la existencia de órganos judiciales diferenciados para conocer de dichas
materias(12).
La competencia por razón del valor debe determinarse con arreglo a la
suma de los valores correspondientes a las pretensiones acumuladas(13).
Tratándose de la competencia territorial, en cambio, rige el principio de
que cada demandado se halla facultado para reclamar su propio fuero en
razón del distinto domicilio. Hace excepción a dicho principio la
circunstancia de que los distintos demandados se encuentren vinculados
por un nexo obligacional solidario o indivisible, en cuyo caso la demanda
puede deducirse ante el juez del domicilio de cualquiera de ellos (art.
5º, inc. 5º, CPCCN) (supra, nro. 233, C], nro. 4). En el supuesto de que se
produzca el fallecimiento de uno de los litisconsortes demandados, o éste

669 
 
sea declarado en estado de concurso, la competencia se desplaza hacia
el juez que conoce del respectivo proceso universal, como consecuencia
del fuero de atracción (infra, nro. 254).
En lo que atañe a la competencia federal, debe estarse, como lo
señalamos supra, nro. 241, B) y C), a la distinta vecindad o nacionalidad
de todos los actores o demandados (art. 10, ley 48).
b) En oportunidad de referirnos a la acumulación sucesiva por inserción
de pretensiones, destacamos que, en el supuesto de reconvención, no
media desplazamiento de la competencia por razón de la materia, pero
que aquél se produce, en algunos casos, con respecto a la competencia
por razón del valor (supra, nro. 103, B]). En las tercerías, como veremos
en el parágrafo siguiente, la competencia se desplaza hacia el juez que
conoce en el proceso principal.
c) En lo que respecta a la acumulación sucesiva por reunión de
pretensiones, el punto referente al desplazamiento de la competencia ha
sido examinado supra, nro. 107), lugar al que nos remitimos.

C) Otros supuestos
a)(14)En relación con el tipo de desplazamiento precedentemente
mencionado establece el art. 6º, inc. 1º, del CPCCN, de acuerdo con la
modificación que le introdujo la ley 22.434, mantenida por la ley 25.488
que, "a falta de otras disposiciones", compete al juez del proceso principal
el conocimiento de "los incidentes, tercerías, obligaciones de garantía,
citación de evicción, cumplimiento de acuerdos de conciliación o
transacción celebrados en juicio, ejecución de sentencia, regulación y
ejecución de honorarios y costas devengadas en el proceso, y acciones
accesorias en general".
La alusión que la norma transcripta hace a los incidentes y a las
pretensiones accesorias en general, permite incluir dentro de su ámbito
numerosas cuestiones que la jurisprudencia establecida con anterioridad
a la vigencia del nuevo Código había considerado comprendidas en la
competencia del juez que conoce en el proceso principal. Se resolvió, en
efecto, que al juez del juicio ejecutivo compete conocer, entre otras
cuestiones, en la ejecución de la garantía prendaria dada en sustitución
del embargo de alquileres decretado en el juicio(15); en la procedencia del
ejercicio del derecho de retención(16); en la oposición deducida por quien
habita el inmueble cuya venta se ordenó para entregarse desocupado(17);
en la pretensión de nulidad del contrato de locación del inmueble
hipotecado, fundada en el art. 3157 del derogado Código Civil(18); etc.; que

670 
 
el juez que ordena la venta de un inmueble tiene competencia para
disponer el levantamiento de los embargos e inhibiciones que pesan sobre
aquél, aunque sea otro juez quien decretó tales medidas cautelares(19);
que debe entender en la demanda deducida por el ex comprador, el juez
ante quien tramitó el juicio donde se efectuó la subasta, si existe evidente
conexión(20); que el juez de Paz ante el cual se formalizó un convenio de
compraventa entre las partes, antes de que la causa se elevara en grado
de apelación ante el superior, es el competente para conocer en la
demanda deducida por el ex inquilino y tendiente a la ejecución del aludido
convenio, no siendo óbice para ello el procedimiento que corresponde
imprimir a las actuaciones(21); que tratándose de la regulación de
honorarios de un juicio de insania, y habiendo fallecido el insano, es
competente para conocer en la regulación el juez que intervino en aquél y
no el del sucesorio(22); que no corresponde a la justicia de Paz de la
Capital, sino a la ordinaria provincial donde se halla radicada la
convocatoria de acreedores, conocer en el incidente por cobro de
honorarios promovido por el profesional que, en aquel juicio, intervino en
la verificación del crédito de una sociedad(23); que el juez que intervino en
el juicio de alimentos tiene competencia para conocer en los posteriores
pedidos de aumento, disminución o cesación(24); que no corresponde a la
justicia en lo Comercial, sino a la del Trabajo, conocer de la alegada
nulidad del convenio celebrado por un tercero con los actores, mediante el
cual aquél tomó a su cargo las obligaciones de la demandada, vencida en
el juicio, y con motivo del embargo decretado en la causa laboral(25);
etcétera.
La regla establecida en materia de pretensiones de garantía se funda
no sólo en el principio accesorium sequitur principale, sino también en una
razón de conexión que aconseja que sea un órgano judicial único quien
decida pretensiones vinculadas por elementos comunes. Pero no es
aplicable cuando el deudor principal ha prorrogado la competencia,
porque, como dice Alsina(26), el garante se encuentra sometido a la
competencia determinada por la ley y no a la creada por voluntad de las
partes, salvo que se hubiese estipulado un lugar para el cumplimiento de
la obligación.
Aparte de modificar la redacción del texto anterior, la reforma que
le introdujo la ley 22.434, mantenida por la ley 25.488 sólo innovó en
tanto incluyó, entre las cuestiones cuyo conocimiento incumbe al juez del
proceso principal, el "cumplimiento de acuerdos de conciliación", los
cuales, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 309 del CPCCN,
tienen autoridad de cosa juzgada cuando son homologados por el juez(27).
Por otra parte, la jurisprudencia se había pronunciado en el sentido de
que el juez del proceso principal no sólo es competente para entender en
el cumplimiento de la transacción, sino también en la ejecución de
cualquier acuerdo que se hubiese celebrado en dicho proceso(28).
Corresponde considerar encuadrados en la norma a los convenios de

671 
 
desocupación celebrados en los juicios de desalojo, pues aquéllos pueden
participar de los caracteres de una transacción o de una conciliación y son
ejecutables ante el juez que entendió en el juicio siempre que el acto se
realice con anterioridad al pronunciamiento de la sentencia firme(29).
Interesa finalmente añadir que el juez del proceso principal es competente
para conocer no sólo en la ejecución de la transacción o de la conciliación
celebradas en juicio, sino también en el caso de que se articule la nulidad
de esos actos(30).
b)(31)El juez que entiende en el juicio de divorcio (actualmente
separación personal y divorcio vincular) o nulidad de matrimonio tiene
competencia para conocer en los juicios de separación de bienes y
liquidación de la sociedad conyugal (art. 6º, inc. 2º, CPCCN, no
modificado).
c)(32)También compete al juez del juicio de separación personal, divorcio
vincular o nulidad de matrimonio, mientras dure la tramitación de éstos,
conocer de las pretensiones de exclusión del cónyuge, tenencia de hijos,
régimen de visitas, alimentos y litisexpensas (art. 6º, inc. 3º, CPCCN,
sucesivamente modificado por las leyes 22.434 y 25.488), pautas que hoy
deben ser armonizadas con las nuevas reglas de competencia que —
respecto específicamente de menores de edad— contempla el CCiv. y
Com.
Con anterioridad a la promulgación de la ley 22.434 la jurisprudencia
tenía resuelto que el art. 6º, inc. 3º, era aplicable aun en el supuesto de
que el juicio de divorcio se hubiese promovido con posterioridad al proceso
de alimentos, de modo tal que el primero debía radicarse ante el mismo
juzgado donde tramitaba el segundo(33). La ley 22.434, completada luego
por la ley 25.488, adoptaron una solución inversa, disponiendo que "si
aquéllos (exclusión del cónyuge, tenencia, régimen de visitas, alimentos y
litisexpensas) se hubiesen iniciado con anterioridad, pasarán a tramitar
ante el juzgado donde quedare radicado el juicio de divorcio, de separación
personal, o de nulidad de matrimonio" (art. 6º, inc. 3º, párr. 1º, in fine).
Mantuvieron, no obstante, la vigencia del principio que inspiró al texto
anterior, alterando sólo un mecanismo que éste no había previsto.
"No existiendo juicio de divorcio, de separación personal, o de nulidad
de matrimonio en trámite —prescribe el art. 6º, inc. 3º, apart. 2º, CPCCN,
con las reformas introducidas por la leyes citadas—, y no probado dónde
estuvo radicado el último domicilio conyugal, se aplicarán las reglas
comunes sobre competencia", de manera que las pretensiones
deben interponerse ante el juez que tenga competencia en el lugar del
domicilio del demandado o en el que se encuentre o en el de su última
residencia (art. 5º, inc. 3º, CPCCN). El demandado, por lo tanto, no se halla
válidamente habilitado para invocar estos fueros si el juicio fue promovido
ante el juez del lugar del último domicilio conyugal(34).

672 
 
Aunque la ley no contempla el caso de que haya recaído sentencia en
el juicio de divorcio, de separación personal, o de nulidad de matrimonio,
del contexto del art. 6º, inc. 3º, en su actual redacción, se infiere que las
pretensiones relativas a la tenencia de hijos, régimen de visitas, alimentos
y litisexpensas deben interponerse ante el mismo juez que entendió en
aquellos juicios, que es, precisamente, el del lugar del último domicilio
conyugal(35). La misma solución es aplicable, con mayor razón, si la nueva
pretensión tiene por finalidad la modificación de lo resuelto en algunos de
los incidentes tramitados durante la sustanciación del juicio de separación
personal, divorcio o nulidad de matrimonio, y por el juez que conoció en
éstos(36).
En materia de alimentos, el art. 228 del derogado Código Civil instituía
reglas análogas a las precedentemente expuestas precisando, en el inc.
2º, que cuando la prestación de aquéllos se plantea como cuestión
principal, es juez competente, a opción del actor, el juez del domicilio
conyugal, el del domicilio del demandado, el de la residencia habitual del
acreedor alimentario, el del lugar del cumplimiento de la obligación o el del
lugar de celebración del acuerdo alimentario si lo hubiese y coincidiese
con la residencia del demandado.
La ley 22.434 contempló, en un párrafo introducido al art. 6º, inc. 3º(37),
del CPCCN, la competencia aplicable al caso previsto en el art. 71 bis(38)de
la Ley de Matrimonio Civil, pero aquél carece actualmente de virtualidad al
haberse derogado dicha norma por la ley 23.515.
Dispone finalmente el art. 6º, inc. 3º, apart. 3º, del CPCCN, de acuerdo
con la reforma introducida por la ley 22.434, mantenida por la ley 25.488,
que mediando juicio de inhabilitación, el pedido de alimentos contra
el inhabilitado deberá promoverse ante el juzgado donde se sustancia
aquél. No se percibe, empero, la razón por la cual no se contempló la
hipótesis del presunto incapaz por demencia o sordomudez, ya que en el
caso no existen motivos que permitan diferenciarlo del presunto inhábil.
d) Es juez competente, "en las medidas preliminares y precautorias, el
que deba conocer en el proceso principal" (art. 6º, inc. 4º, CPCCN)(39). En
consecuencia, radicado ante un juez determinado el pedido de alguna de
las diligencias que autorizan los arts. 323 a 329 del CPCCN(40), o el pedido
de cualquier medida precautoria que sea susceptible de cumplirse con
anterioridad a la presentación de la demanda, aquél es también
competente para conocer en el proceso principal. Debe recordarse, sin
embargo, que la medida cautelar decretada por un juez incompetente es
válida siempre que haya sido dispuesta de conformidad con las
prescripciones contenidas en el Código, pero que tal circunstancia no
produce desplazamiento de la competencia a favor de ese juez (art. 196,
CPCCN)(41).
e) En el pedido de beneficio de litigar sin gastos, es juez competente el
que deba conocer en el juicio en el que aquél se hará valer (art. 6º, inc. 5º,

673 
 
CPCCN)(42). La norma se coloca en la hipótesis de que el beneficio sea
solicitado por el actor con anterioridad a la presentación de la demanda,
ya que si aquél es solicitado durante el curso del proceso, por cualquiera
de las partes (art. 78, CPCCN)(43), configura un incidente del proceso
principal, que, como tal, debe ser resuelto por el juez que conoce de éste
(art. 6º, inc. 1º).
f) El CPCCN ha recogido la tesis jurisprudencial(44)en cuya virtud debe
entender en el juicio de conocimiento(45)que se inicie como consecuencia
del ejecutivo, el juez que entendió en éste (art. 6º, inc. 6º)(46).
g)(47)Finalmente, el inc. 7º del art. 6º del CPCCN, introducido por la ley
22.434, y mantenido por la ley 25.488 prescribe que es juez competente,
en el pedido de determinación de la responsabilidad establecida en el art.
208, el que decretó las medidas cautelares, y en el supuesto del art. 196,
aquel cuya competencia para intervenir hubiese sido en definitiva fijada.
Pero ya que se estaba en ánimo de solucionar el mayor número de
supuestos, hubiese convenido agregar que también incumbe al juez del
proceso principal hacer efectiva la responsabilidad prevista por el art. 52
del CPCCN.

254. Fuero de atracción

A) Concepto
a) Denomínase fuero de atracción a la asignación de competencia
hecha en favor del órgano que conoce en un procesal universal (sucesión,
concurso o quiebra), con respecto al conocimiento de cierta clase de
pretensiones vinculadas con el patrimonio o los derechos sobre los que
versa ese proceso.
Tiene fundamento no sólo en razones de conveniencia práctica, sino
también en el interés general de la justicia, que aconseja ese
desplazamiento de la competencia a favor del órgano facultado para
recaudar, liquidar y transmitir la totalidad de un patrimonio como
universalidad jurídica(48). De allí que el fuero de atracción sea considerado
de orden público(49), y su vigencia declarable de oficio(50).
b) El fuero de atracción rige en los juicios universales de sucesión, de
concursos y de quiebra; pero mientras en los dos primeros sólo juega en

674 
 
relación con las pretensiones personales pasivas, en el último funciona
también respecto de las pretensiones reales. Están excluidas de su
ámbito, en todos los casos, las pretensiones fundadas en las disposiciones
de la Ley de Prenda con Registro (art. 33) y las pretensiones laborales (art.
25, ley 18.345, t.o. dec. 106/1998) y fiscales (art. 5º, inc. 7º, CPCCN).
c) Interesa destacar, finalmente, que el fuero de atracción sólo funciona
respecto de los procesos que se encuentren en primera instancia, de
modo tal que los que se hallen pendientes de apelación deben ser
previamente resueltos por la Cámara que sea tribunal de alzada respecto
del juez que dictó el fallo impugnado(51).

B) Juicio sucesorio
a) Con respecto al juicio sucesorio(52), cualquiera sea su carácter
(ab intestato, testamentario o de herencia vacante), el art. 3284 del
derogado Código Civil (su inclusión en el nuevo Código Civil y Comercial
es discutible, como se verá luego al analizar el proceso sucesorio)
prescribía que ante los jueces del último domicilio del difunto, que eran —
y son, como hemos visto—, los competentes para conocer en dicho juicio
(supra, nro. 233, E]), deben entablarse:
1º) Las demandas concernientes a los bienes hereditarios, hasta la
partición inclusive, cuando son interpuestas por algunos de los sucesores
universales contra sus coherederos (inc. 1º). De acuerdo con esta norma,
el fuero de atracción concluía con la partición, pues era a partir de ese acto
que cada heredero queda desvinculado de los restantes y se juzga que ha
recibido su derecho del causante(53). No bastaba, sin embargo, que se
haya practicado y presentado la partición; era necesario, además, que
haya sido aprobada(54). Tampoco era suficiente que se haya inscripto la
declaratoria de herederos en el Registro de la Propiedad(55). La norma, por
otra parte, no regía con respecto a las cuestiones suscitadas entre los
herederos del causante y uno de los socios, relativas a la disolución y
liquidación de una sociedad(56).
2º) Las demandas relativas a las garantías de los lotes entre los
copartícipes, y las que tiendan a la reforma o nulidad de la partición (inc.
2º). En su primera parte, el inciso se refería a la garantía establecida en
los arts. 3505 y 3510 del Código Civil, con referencia, respectivamente, a
los supuestos de evicción y de vicios ocultos relacionados con los bienes
adjudicados a los herederos. La segunda parte comprendía cualquier
clase de pretensiones que puedan afectar la validez de la partición.

675 
 
3º) Las demandas relativas a la ejecución de las disposiciones del
testador, aunque sean a título particular, como sobre la entrega de los
legados (inc. 3º). Dentro de este inciso se hallaban comprendidas, entre
otras, las pretensiones tendientes a la revocación de legado(57); al reintegro
de sumas que el albacea dice haber pagado de más a los legatarios(58); a
la justificación del verdadero nombre de un legatario(59); etcétera.
4º) Las acciones (pretensiones) personales de los acreedores del
difunto, antes de la división de la herencia (inc. 4º). Como en el caso
del inc. 1º, el fuero de atracción regía hasta que existiera partición
aprobada. Se hallaban incluidas en esta disposición todas las
pretensiones personales pasivas(60), debiendo, por lo tanto, excluirse de su
ámbito las de carácter real(61)y las dirigidas por la sucesión contra
terceros(62). Por otra parte, era aplicable tanto a las pretensiones
personales emergentes de obligaciones contraídas en vida por el
causante, cuanto a los ajustadas por albaceas o administradores después
de la apertura de la sucesión(63).
b) El fuero de atracción del juicio sucesorio funcionaba con
prescindencia de que existan uno o más herederos, porque las razones
que lo fundamentan eran las mismas en uno y otro caso(64).
Cuando fallecía una persona en estado de concurso, o correspondía
declarar concursada a una sucesión, el fuero de atracción del concurso
prevalecía sobre el del juicio sucesorio(65).
d) Finalmente, en el supuesto de litisconsorcio pasivo, el fallecimiento
de uno de los codemandados determinaba el desplazamiento de la
competencia hacia el juez de la sucesión(66).

C) Concurso preventivo y quiebra(67)

Tanto el concurso preventivo como la quiebra ejercen un fuero de atracción provisto de mayor amplitud que
el del juicio sucesorio, pues comprende tanto las pretensiones personales de contenido patrimonial como las
pretensiones reales deducidas contra el concursado o fallido, salvo las que se encuentren excluidas por una
disposición legal.

Respecto del concurso preventivo, el art. 21 de la ley 24.522, prevé:


"Juicios contra el concursado. La apertura del concurso produce, a partir
de la publicación de edictos, la suspensión del trámite de los juicios de
contenido patrimonial contra el concursado por causa o título anterior a su
presentación, y su radicación en el juzgado del concurso. No podrán
deducirse nuevas acciones con fundamento en tales causas o títulos.
"Quedan excluidos de los efectos antes mencionados:

676 
 
"1. Los procesos de expropiación, los que se funden en las relaciones
de familia y las ejecuciones de garantías reales;
"2. Los procesos de conocimiento en trámite y los juicios laborales, salvo
que el actor opte por suspender el procedimiento y verificar su crédito
conforme lo dispuesto por los arts. 32 y concs.;
"3. Los procesos en los que el concursado sea parte de un litisconsorcio
pasivo necesario.
"En estos casos los juicios proseguirán ante el tribunal de su radicación
originaria o ante el que resulte competente si se trata de acciones laborales
nuevas. El síndico será parte necesaria en tales juicios, excepto en los que
se funden en relaciones de familia, a cuyo efecto podrá otorgar poder a
favor de abogados cuya regulación de honorarios estará a cargo del juez
del concurso, cuando el concursado resultare condenado en costas, y se
regirá por las pautas previstas en la presente ley.
"En los procesos indicados en los incs. 2º y 3º no procederá el dictado
de medidas cautelares. Las que se hubieren ordenado, serán levantadas
por el juez del concurso, previa vista a los interesados. La sentencia que
se dicte en los mismos valdrá como título verificatorio en el concurso.
"En las ejecuciones de garantías reales no se admitirá el remate de la
cosa gravada ni la adopción de medidas precautorias que impidan su uso
por el deudor, si no se acredita haber presentado el pedido de verificación
del crédito y su privilegio".
Como se advierte, la ley 24.522instituyó un sistema de opción acerca
del cual debe expedirse el actor, eligiendo entre requerir la verificación de
su crédito conforme al procedimiento concursal o continuar con el trámite
del proceso pero por ante el juez del concurso, cuya eventual sentencia
valdrá como pronunciamiento verificatorio.
En cuanto a la quiebra, dispone el art. 132 de la ley citada que tal
"declaración atrae al juzgado en el que ella tramita, todas las acciones
judiciales iniciadas contra el fallido por las que se reclamen derechos
patrimoniales. Salvo las ejecuciones de créditos con garantías reales,
quedan exceptuados de este principio los casos indicados en el art.
21, incs. 1º a 3º, bajo el régimen allí previsto. El trámite de los juicios
atraídos se suspende cuando la sentencia de quiebra del demandado se
halle firme; hasta entonces se prosigue con el síndico, sin que puedan
realizarse actos de ejecución forzada".
Aunque la norma mantiene los lineamientos del art. 136 de la ley
19.551, se diferencia de ésta en que suprime los juicios laborales en etapa
de conocimiento y confiere la misma solución que a los créditos laborales
en el concurso preventivo, a cuyo respecto cabe considerar de "pronto
pago" a aquellos cuya existencia surge, con claridad, de los libros de
comercio y otros documentos emanados del concursado o fallido y no se
encuentren controvertidos.
677 
 
II. CUESTIONES DE COMPETENCIA(68)

255. Concepto y clases


a) Existe cuestión de competencia cuando se desconoce a un órgano
judicial, sea por alguna de las partes o por otro órgano judicial, la facultad
de intervenir en determinado proceso, o cuando dos o más órganos
judiciales declaran carecer de dicha facultad(69).
Las cuestiones de competencia pueden suscitarse, por lo tanto,
a iniciativa de cualquiera de las partes, o con motivo de decisiones
dictadas de oficio por distintos órganos judiciales. En el primer supuesto,
la cuestión puede originarse mediante el uso de dos vías procesales que
se denominan declinatoria e inhibitoria y de las cuales nos ocuparemos a
continuación. Cabe añadir que, en ambos supuestos, las cuestiones de
competencia pueden o no engendrar conflictos o contiendas de esa
índole, de acuerdo con la actitud que adopten el órgano u
órganos intervinientes en la cuestión.
b) La declinatoria es el acto mediante el cual el demandado (o el actor
en el caso de reconvención) se presenta ante el juez que está conociendo
en el proceso, le niega competencia para ello y le pide, por lo tanto, que
se abstenga de continuar interviniendo en él. La inhibitoria, en cambio, es
el acto en cuya virtud el demandado se presenta ante el órgano judicial
que estima competente para conocer en el proceso y le pide que, tras
declarar su competencia, se dirija al órgano que está conociendo en aquél
a fin de que se abstenga de continuar haciéndolo.
El art. 7º del CPCCN se refiere a esos dos actos en tanto dispone que
"las cuestiones de competencia sólo podrán promoverse por vía de
declinatoria, con excepción de las que se susciten entre jueces de distintas
circunscripciones judiciales, en las que también procederá
la inhibitoria"(70).
De la norma transcripta se sigue que las partes pueden utilizar una u
otra vía, salvo en el supuesto de que la cuestión comprenda a órganos
judiciales que ejercen la misma competencia por razón del territorio como
ocurre, v.gr., con los que tienen su sede en la Capital Federal(71), en cuyo
caso sólo es admisible el planteamiento de la declinatoria, la cual

678 
 
constituye, por ello, la vía normal para promover una cuestión de
competencia(72).
"En uno y otro caso —agrega el apart. 2º del art. 7º— la cuestión sólo
podrá promoverse antes de haberse consentido la competencia de que se
reclama", es decir, que el cumplimiento de cualquier acto procesal ante el
juez que está conociendo, y que no consista, naturalmente, en cuestionar
su competencia, obsta a la admisibilidad de cualquiera de las vías
mencionadas(73).
Es obvio, asimismo, que las cuestiones de competencia deben tener
necesariamente por base la existencia de procesos que se encuentran en
trámite, siendo por lo tanto inadmisibles cuando alguno de ellos ha
concluido mediante cualquiera de las formas establecidas por la ley(74).
c) "Elegida una vía —dispone el apart. 3º, art. 7º— no podrá en lo
sucesivo usarse de otra". La declinatoria y la inhibitoria se excluyen, pues,
recíprocamente: la elección de una, aunque posteriormente se desista de
ella, reviste carácter definitivo y obsta al planteamiento de la otra(75).

256. Procedimiento en el caso de declinatoria


a) El art. 8º del CPCCN establece que "la declinatoria se sustanciará
como las demás excepciones previas y, declarada procedente, se remitirá
la causa al juez tenido por competente"(76).
La declinatoria, por lo tanto, debe hacerse valer como excepción
de incompetencia (art. 347, inc. 1º, CPCCN)(77)y en la oportunidad fijada
para oponer dicha excepción en cada tipo de proceso(78). Por ello es
menester puntualizar las siguientes diferencias:
1º) En el proceso ordinario debe plantearse juntamente con la
contestación de la demanda o de la reconvención. La excepción debe
sustanciarse y resolverse como de previo y especial pronunciamiento (art.
346 del CPCCN)(79).
2º) En el proceso sumarísimo, la declinatoria debe ser opuesta
juntamente con la contestación de la demanda y resolverse en la sentencia
definitiva, pues en este tipo de proceso no se haya autorizado el
planteamiento de excepciones previas que deban resolverse en el referido
carácter (art. 498, inc. 2º, CPCCN)(80).
3º) En el juicio ejecutivo, corresponde plantearla dentro del plazo para
oponer excepciones (art. 544, inc. 1º, CPCCN)(81)y resolverla en la
sentencia definitiva.

679 
 
b) En el supuesto de hacerse lugar a la declinatoria el juez debe remitir
la causa al juez que, en la misma resolución, se considere competente
para conocer en aquélla, siempre que este último perteneciere a la
jurisdicción nacional (arts. 8º, apart. 1º, y 354, inc. 1º, CPCCN)(82). En caso
contrario, corresponde disponer el archivo del expediente (art. 354, inc.
1º).
Tal solución se aparta del criterio jurisprudencial predominante con
anterioridad a la sanción del nuevo Código, de conformidad con el cual,
pese a la disposición contenida en el art. 410 del Código derogado, se
había resuelto que, en el caso de prosperar la declinatoria o de mediar
declaración oficiosa de incompetencia, correspondía el archivo de las
actuaciones(83). La mencionada jurisprudencia se fundaba esencialmente,
por un lado, en la naturaleza de la resolución declarativa de
la incompetencia, la cual carece de efectos vinculatorios respecto del
órgano tenido por competente, y, por otro, en la nulidad que afecta, en
principio, a las actuaciones desarrolladas ante juez incompetente(84). En
apoyo de la solución normativa vigente puede argüirse, en primer lugar,
que redunda en manifiesto beneficio del principio de economía procesal,
pues evita el dispendio de actividades y de erogaciones que implica la
promoción de un nuevo proceso; y, en segundo lugar, que la
actual existencia de un ordenamiento procesal único para todos los
órganos de la justicia nacional en las materias civil, comercial y
contencioso-administrativa, allana los posibles inconvenientes de orden
práctico que pueden derivar de la sustanciación sucesiva de un mismo
proceso ante jueces de distinta competencia. El actual principio, sin
embargo, no sólo admite excepción en el caso de declararse la
competencia de la justicia provincial, sino que también cede en la hipótesis
de que los procedimientos que debe aplicar el juez tenido por competente
impliquen, en razón de su diversidad con relación a los
aplicados inicialmente, la afectación del derecho de defensa de alguna de
las partes. Tal lo que podría ocurrir, por ejemplo, si se declararse la
competencia de la justicia del Trabajo o si la pretensión debe sustanciarse
en forma de recurso(85).

257. Procedimiento en el caso de inhibitoria


a) "La inhibitoria —dispone el art. 8º, apart. 2º— podrá plantearse hasta
el momento de oponer excepciones o de contestar la demanda si aquel
trámite no se hallare establecido como previo en el proceso de que se
trata". Como se advierte, la oportunidad prevista para plantear la inhibitoria
coincide con la fijada respecto de la declinatoria, resultando aplicables a

680 
 
aquélla, por consiguiente, las diferencias que señalamos en el número
anterior atendiendo a las distintas clases de procesos(86).
Contrariamente a lo sostenido por Alsina(87), consideramos que la
oportunidad que contempla la norma mencionada sólo rige en el caso de
que quien se encuentre conociendo en el proceso sea un juez nacional,
porque mientras no exista constancia alguna de que en jurisdicción
provincial se haya cuestionado su competencia, ésta subsiste con todos
sus atributos, entre los cuales se encuentra, naturalmente, el poder de
desestimar cualquier cuestión promovida fuera de los plazos que la ley
nacional establece. A la inversa, si la inhibitoria se plantea ante un juez
nacional, debe serlo en la oportunidad fijada por la ley procesal vigente en
el lugar donde tiene su sede el juez provincial que interviene en la causa.
b) La cuestión de competencia por inhibitoria debe promoverse
mediante escrito presentado ante el juez que el demandado considera
competente, en el cual corresponde formular una reseña de la demanda
entablada y de los demás antecedentes que justifiquen su planteamiento.
"Si entablada la inhibitoria el juez se declarase competente —dice el art.
9º, CPCCN(88)—, librará oficio o exhorto acompañando testimonio del
escrito en que se hubiere planteado la cuestión, de la resolución recaída y
demás recaudos que estime necesarios para fundar su competencia.
Solicitará, asimismo, la remisión del expediente o, en su defecto, su
elevación al tribunal competente para dirimir la contienda. La resolución
sólo será apelable si se declarase incompetente".
De acuerdo con los términos de la norma precedentemente transcripta,
el juez ante quien se deduce la inhibitoria debe resolverla sobre la base de
la exposición formulada por el demandado en el escrito correspondiente y
de las constancias resultantes del exhorto que se le hubiere remitido(89),
previo dictamen del agente fiscal o del procurador fiscal federal, según
que, respectivamente, la cuestión se haya promovido ante un juez de la
Capital con competencia ordinaria o ante un juez federal con asiento en
el interior o en ese distrito (arts. 119, inc. 4º(90), ley 1893, y 118, inc. 5º,
Cód. de Ptos. en lo Criminal(91), aplicable por analogía).
En el supuesto de declararse competente, dicho juez debe librar oficio
si se trata de otro juez nacional, o exhorto si se trata de un juez provincial
(art. 131, CPCCN)(92), el que debe ir acompañado de los recaudos y
contener la petición a que se refiere el art. 9º.
El diligenciamiento del exhorto u oficio debe efectuarse de inmediato,
pues su recepción por el juez requerido es el hecho que determina el
nacimiento de la eventual contienda y, como veremos, la suspensión de
los procedimientos(93).
Finalmente, en el supuesto de que la resolución fuere desfavorable a
quien plantea la inhibitoria, procede contra ella recurso de apelación que
debe otorgarse en relación y efecto suspensivo (art. 243, CPCCN)(94).

681 
 
"Recibido el oficio o exhorto —dispone el art. 10, CPCCN(95)— el juez
requerido se pronunciará aceptando o no la inhibición". En el primer caso
no se configura conflicto de competencia y la resolución es apelable por el
actor en la misma forma y efectos que en la hipótesis anterior (art. 10,
apart. 2º, párr. 1º, CPCCN). Una vez consentida o ejecutoriada la decisión
que hace lugar a la inhibitoria, el juez requerido debe remitir la causa al
juez requirente y emplazar a las partes para que comparezcan ante este
último a usar de su derecho (art. 10, apart. 2º, párr. 2º).
En el caso de que el juez requerido no acepte la inhibición y mantenga,
por lo tanto, su competencia para continuar interviniendo en el
conocimiento de la causa, "enviará sin otra sustanciación las actuaciones
al tribunal competente para dirimir la contienda y lo comunicará sin demora
al tribunal requirente para que remita las suyas" (art. 10, apart. 3º,
CPCCN). En este punto el nuevo Código simplifica sensiblemente el
trámite previsto por el Código derogado, cuyo art. 419 exigía que el juez
requerido manifestase por oficio al requirente los fundamentos en que
apoyaba su competencia y le requiriese la formación de contienda y la
remisión del expediente a la Corte Suprema. Actualmente, como surge de
los términos de la norma transcripta, basta que el juez requerido envíe
el expediente al tribunal superior y comunique tal circunstancia al juez
requirente.
c) "Las cuestiones de competencia —dice el art. 12, CPCCN— se
sustanciarán por vía de incidente. No suspende el procedimiento, el que
seguirá su trámite por ante el juez que previno, salvo que se tratare de
cuestiones de competencia en razón del territorio".
El fundamento de esta norma reside en el vicio de nulidad que afectaría
a las actuaciones tramitadas ante el juez requerido en el caso de que, en
definitiva, se declarase su incompetencia para conocer en el asunto(96).
La suspensión de los procedimientos, por otra parte, sólo se opera a
partir del momento en que el juez requerido recibe el oficio
o exhorto inhibitorio(97).
La ley 25.488 modificó el art. 12 del CPCN, el que difiere de su
redacción originaria en el sentido de que no suspenden el procedimiento
del proceso principal, sino que aquéllas se sustanciarán por vía
de incidente y la causa seguirá su trámite ante el juez que previno, salvo
que se trate de cuestiones de competencia por razón del territorio(98).
En este aspecto se ha incurrido en un grave error, por cuanto, en los
supuestos de conocimiento simultáneo mencionados en el art. 13, la
prosecución de la causa ante el juez que previno puede desembocar en
una declaración de nulidad emergente de haberse tramitado el
juicio incluso en su totalidad ante un órgano judicial en definitiva
declarado incompetente(99).

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258. Decisión definitiva de la inhibitoria
a) Cuando el juez ante quien se plantea la inhibitoria se declara
competente, y el juez requerido mantiene su competencia, se suscita una
contienda o conflicto positivo de competencia que debe ser resuelto por
distintos tribunales según que aquéllos tengan o no un superior jerárquico
común.
Si se trata, en efecto, de una contienda suscitada entre jueces federales
de distinta competencia territorial, ella debe ser resuelta por la Cámara de
Apelaciones de que aquéllos dependan (art. 19, ley 4055). Si, por el
contrario, la contienda se plantea entre jueces federales que dependen de
distintas Cámaras, o entre un juez de la Capital y un juez federal
del interior, o entre jueces de distintas provincias, o entre un juez nacional
y uno provincial, la decisión de aquélla incumbe a la Corte Suprema de
Justicia de la Nación (art. 24, inc. 7º, dec.-ley 1285/1958, modif. por ley
21.708)(100).
b) En cuanto al procedimiento a observar, el art.
(101)
11 del CPCCN establece que "dentro de los cinco días de recibidas las
actuaciones de ambos jueces, el tribunal superior resolverá la contienda
sin más sustanciación y las devolverá al que declare
competente, informando al otro por oficio o exhorto". No procede, por lo
tanto, acordar intervención alguna a las partes durante el trámite, debiendo
resolverse la cuestión sobre la base de las constancias de los expedientes
remitidos(102).
En su segundo apartado, la norma mencionada dispone, recogiendo
una reiterada doctrina jurisprudencial(103), que "si el juez que requirió
la inhibitoria no remitiere las actuaciones dentro de un plazo prudencial a
juicio del tribunal superior, éste lo intimará para que lo haga en un plazo
de diez a quince días, según la distancia, bajo apercibimiento de tenerlo
por desistido de su pretensión".

259. Supuestos de contiendas negativas y de conocimiento simultáneo


a) Existe conflicto o contienda negativa cuando dos órganos judiciales
declaran sucesivamente su incompetencia para conocer de un asunto
determinado, lo cual puede ocurrir en el supuesto de que,
declarándose incompetente el órgano ante el cual se interpone la

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demanda, sea de oficio o a raíz de prosperar una excepción
de incompetencia, la misma declaración es emitida por el órgano al cual
se remiten las actuaciones o ante quien acude el actor.
Cuando la contienda negativa se plantea entre órganos que carecen de
un tribunal jerárquico común, aquélla debe ser resuelta por la Corte
Suprema, salvo que se trate de jueces nacionales de primera instancia, en
cuyo caso la decisión incumbe a la Cámara de que dependa el juez que
primero hubiese conocido (art. 24, inc. 7º, dec.-ley 1285/1958, con la
modificación introducida por el art. 2º, ley 17.116).
De acuerdo con esa regla, compete a la Corte decidir los conflictos
suscitados entre órganos de distintas provincias o entre un órgano
provincial y uno nacional, sea que ésta tenga su sede en la Ciudad de
Buenos Aires o en alguna provincia. En ejercicio de tal facultad, la Corte
debe declarar la competencia del órgano que realmente esté investido de
ella, aunque ese órgano no haya intervenido en el conflicto(104).
Si, en cambio, el conflicto se plantea entre jueces de la Capital, entre
uno de ellos y un juez federal del interior, o entre jueces federales
del interior que dependan de distintos tribunales de alzada, aquél debe ser
resuelto por la Cámara de que dependa el juez que primero hubiese
conocido en el asunto. Debe tratarse, por lo tanto, de conflictos
directamente planteados entre jueces de primera instancia, de manera que
si ha mediado intervención de Cámara con respecto a las decisiones
dictadas por cualquiera de aquéllos, la decisión de la contienda incumbe a
la Corte Suprema(105).
El art. 13 del CPCCN dispone que en caso de contienda negativa
cualquiera de los órganos judiciales intervinientes puede plantear la
cuestión de acuerdo con el procedimiento establecido en los arts. 9º a 12.
La remisión a tales normas debe ser entendida, sin embargo, en el sentido
de que ellas son aplicables en cuanto sea pertinente, pues algunas, como
las referentes al régimen de recursos, a la suspensión de los
procedimientos, y a la intimación que puede formular el tribunal superior,
no se adecuan a la índole de esta clase de contiendas.
b) El mencionado art. 13 establece, asimismo, que el procedimiento de
la inhibitoria es aplicable al supuesto de que dos o más jueces se
encontraren conociendo en un mismo proceso. La norma se refiere,
naturalmente, a la existencia de dos o más procesos idénticos o conexos,
como puede ocurrir, respectivamente, en los casos de tramitar en
diferentes juzgados un mismo juicio sucesorio iniciado por distintas
personas, y de ser admisible la acumulación de procesos(106).
Se trata de contiendas positivas de competencia, a cuyo respecto son
también aplicables las reglas que hemos examinado precedentemente en
cuanto a los tribunales facultados para decidirlas, aunque con la salvedad
de que si la contienda se plantea entre dos o más jueces que ejercen la

684 
 
misma competencia por razón de la materia, ella debe ser resuelta por la
respectiva Cámara de Apelaciones.

260. Intervención de la Corte por denegación de justicia


El art. 24, inc. 7º, del dec.-ley 1285/1958 establece que la Corte
Suprema "decidirá asimismo sobre el juez competente cuando
su intervención sea indispensable para evitar una efectiva privación de
justicia".
Aparte de cubrir el caso de suscitarse contiendas negativas de
competencia, la norma transcripta comprende todas aquellas hipótesis en
las cuales, sin configurarse un conflicto de competencia en sentido
estricto, puede resultar afectado el derecho a una adecuada tutela judicial,
y, por consiguiente, la garantía constitucional de la defensa en juicio(107).

CAPÍTULO XVIII - EL MINISTERIO PÚBLICO


SUMARIO: I. ADVERTENCIA. II.
GENERALIDADES: 261. Concepto.— 262.
Composición.— 263. Naturaleza.— 264.
Disposiciones comunes.— III. EL MINISTERIO
PÚBLICO FISCAL: 265. Antecedentes
históricos.— 266. Legislación comparada.—
267. El Ministerio Público Fiscal en el orden
federal.— 268. El Ministerio Público Fiscal
ante la justicia ordinaria de la Capital
Federal.— 269. Legislación provincial.— 270.
Crítica del sistema vigente. IV. EL MINISTERIO
PÚBLICO PUPILAR: 271. Antecedentes
nacionales.— 272. Organización del Ministerio
Pupilar en la Capital Federal y en el orden
federal.— 273. Legislación provincial.— 274.
Atribuciones del Ministerio Público Pupilar. V.
DEFENSORÍAS DE POBRES Y AUSENTES: 275.
Organización.— 276. Deberes y
atribuciones. VI. SITUACIÓN LUEGO DE LA
REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1994.
GENERALIDADES: 277. Caracteres y

685 
 
composición.— 278. Designación.— 279.
Incompatibilidades e inmunidades.— 280.
Responsabilidad disciplinaria.— 281.
Remoción. VII. EL MINISTERIO PÚBLICO
FISCAL: 282. Organización.— 283. Fiscalía
Nacional de Investigaciones
Administrativas. VIII. EL MINISTERIO PÚBLICO
DE LA DEFENSA: 284. Antecedentes.— 285.
Organización.— 286. Honorarios.

I. ADVERTENCIA
El panorama respecto del Ministerio Público desarrollado por el autor
difiere sustancialmente del actual, posterior a la reforma a la Constitución
de la Nación del año 1994. Sin embargo, por el importante valor de los
desarrollos referidos a esa etapa previa es que se ha mantenido el texto
original, agregando como acápites VI y siguientes los nuevos conceptos
provenientes del tomo X, "Reformas". Con esa salvedad, entonces, es que
se ha reestructurado el presente capítulo.

II. GENERALIDADES(1)

261. Concepto
a) Frente a los órganos judiciales, cuya función consiste en satisfacer
las pretensiones o peticiones extracontenciosas que pueden constituir el
objeto de un proceso, el ordenamiento jurídico prevé el funcionamiento de
otros órganos estatales a quienes corresponde, en términos generales, la
misión de defender intereses que afectan al orden público y social.
El conjunto de dichos órganos recibe, genéricamente, la denominación
de Ministerio Público, incumbiendo a sus titulares el cumplimiento de dos
tipos de funciones claramente diferenciables de la función judicial. Una de
ellas, que reviste carácter primordial, consiste en el planteamiento de
cierta clase de pretensiones o peticiones, o de oposiciones a éstas, y su
ejecución se halla encomendada al Ministerio Público, sea
porque existe interés social en no supeditar el cumplimiento de esos actos
a la iniciativa privada, sea porque así lo impone la condición de las
personas cuyos derechos se controvierten en el proceso(2). La otra función,

686 
 
que es de índole secundaria, se manifiesta a través del contralor que
ejerce el Ministerio Público con respecto a la observancia de determinadas
normas que hacen al orden público judicial, como son, v.gr., las atributivas
de competencia.
b) De lo precedentemente expuesto se sigue que mientras en el primer
caso el Ministerio Público asume un papel esencialmente equiparable al
de las partes(3), o actúa como representante de éstas, en el segundo lo
hace a título de órgano de cooperación de la función judicial, coadyuvando
a su más adecuado desenvolvimiento. En una y otra hipótesis
los integrantes del Ministerio Público desempeñan una función de tipo
requirente o postulante, distinta de la función juzgadora que corresponde
a los órganos judiciales.
c) Finalmente, de la misma manera en que lo hicimos al estudiar el
concepto de órgano judicial (supra, nro. 125), es preciso aclarar que la idea
de "órgano", referida al Ministerio Público, puede ser considerada, por un
lado, como indicativa de cada uno de los funcionarios a quienes
corresponde el cumplimiento de las actividades más arriba señaladas, y,
por otro lado, como el conjunto o agregado de personas que integran cada
una de las unidades administrativas de que se compone dicho Ministerio.

262. Composición
a) A diferencia de lo que ocurre en la legislación europea, la mayor parte
de las leyes argentinas dividen al Ministerio Público en diversas ramas que
se diferencian en razón de la naturaleza de las funciones asignadas a los
órganos que las componen.
De acuerdo con esa tendencia, existe un primer sistema que implica la
máxima diferenciación funcional y se halla representado por el
fraccionamiento del Ministerio Público en tres grandes ramas: el Ministerio
Público Fiscal, el Ministerio Público Pupilar y las Defensorías de Pobres y
Ausentes.
Los órganos que integran el Ministerio Público Fiscal actúan tanto en
los procesos penales como en los civiles, debiendo incluirse dentro de esta
última categoría no sólo los que versan sobre las materias civil y comercial,
sino también los que tienen por objeto pretensiones laborales y
contencioso-administrativas. De acuerdo con la distinción más arriba
señalada, incumbe al Ministerio Público Fiscal, en los procesos penales,
la función de interponer y proseguir las pretensiones fundadas en la
comisión de los delitos llamados de "acción pública", y en los restantes
tipos de procesos, la consistente en deducir u oponerse a cierta clase de
pretensiones y de peticiones extracontenciosas en las que se encuentren
comprometidos intereses que exceden el mero interés particular, como

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son, v.gr., las referentes al estado civil de las personas. A esta función
algunas leyes agregan aun, como veremos, la representación judicial de
los intereses patrimoniales del Estado. En ambas categorías de procesos,
los órganos del Ministerio Público ejercen, además, funciones de
asesoramiento y contralor respecto del cumplimiento de disposiciones
tendientes a asegurar una recta administración de justicia.
Al Ministerio Público Pupilar corresponde la misión de velar por la
persona, bienes y derechos de los menores y demás incapaces, sea
mediante la intervención en los asuntos judiciales concernientes a esas
cuestiones, sea a través del asesoramiento y vigilancia que con respecto
a ellas desempeñan en el ámbito extrajudicial. Algunas leyes, como
veremos, instituyen órganos distintos según se trate del cumplimiento de
funciones judiciales o extrajudiciales.
Las Defensorías de Pobres y Ausentes, finalmente, tienen a su cargo el
asesoramiento y la representación judicial de las personas que se
encuentren en esas condiciones, actuando tanto en los procesos civiles
como en los penales.
La división de los órganos del Ministerio Público en las tres ramas
precedentemente descriptas, se halla instituida en la justicia ordinaria de
la Capital Federal (ley 1893) y en las provincias de Buenos Aires(4),
Formosa(5), Jujuy(6), Mendoza(7), Salta(8), San Juan(9)y Tucumán(10). En lo
que concierne al Ministerio Público Fiscal, sin embargo, mientras las leyes
1893 y las vigentes en las provincias de Salta, San Juan y Tucumán lo
dividen de acuerdo con las materias civil y comercial, por un lado, y penal,
por otro, las restantes provincias mencionadas instituyen órganos únicos
para intervenir en los procesos relativos a todas esas materias.
b) De acuerdo con un segundo sistema, el Ministerio Público se halla
fraccionado en dos ramas: una está constituida por representantes del
Ministerio Público Fiscal, a quienes incumbe el cumplimiento de las
funciones más arriba señaladas, y la otra está integrada por defensores de
Pobres, Menores, Incapaces y Ausentes, quienes absorben, por lo tanto,
las funciones que en el primer sistema aludido ejercen los representantes
del Ministerio Pupilar y los defensores de Pobres y Ausentes.
De acuerdo con ese criterio se encuentra organizado el Ministerio
Público en el orden federal y en las provincias de Catamarca(11),
Córdoba(12), Corrientes(13), Chaco(14), Chubut(15), Entre Ríos(16), La
Pampa(17), Misiones(18), Neuquén(19), San Luis(20), Santa Cruz(21), Santa
Fe(22)y Santiago del Estero(23). En lo que atañe al Ministerio Público Fiscal,
se halla unificado en las materias civil y penal en la justicia federal
del interior y en todas las provincias precedentemente mencionadas,
con excepción de las de Córdoba y Santiago del Estero. A su vez, en las
provincias de Corrientes y Chaco, la división sólo rige en algunas
circunscripciones judiciales(24).

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c) Finalmente, la legislación argentina admite un tercer sistema en cuya
virtud todas las funciones correspondientes a las ramas anteriormente
descriptas son ejercidas por organismos únicos. Rige en la justicia de Paz
de la Capital, cuya ley orgánica atribuye tales funciones a los llamados
fiscales de Paz (art. 21, ley 11.924), en la justicia del Trabajo del mismo
distrito (art. 21, ley 12.948) y en las provincias de La Rioja(25)y Río
Negro(26). En los tres últimos casos, las respectivas leyes encomiendan su
cumplimiento a funcionarios denominados representantes del Ministerio
Público.

263. Naturaleza
a) Ante la ausencia de una ley orgánica reglamentaria del Ministerio
Público en el orden nacional, ha sido objeto de controversia determinar si
los funcionarios que lo integran forman parte del Poder Judicial, o si, por
el contrario, dependen del Poder Ejecutivo.
La polémica, generalmente, se ha centrado en torno del Ministerio
Público Fiscal, y, en particular, de dos de las funciones que incumben a
los representantes de dicho Ministerio: la defensa de los intereses
patrimoniales del Fisco y el ejercicio de la pretensión penal.
Jofré, que fue uno de los más vehementes críticos de la tesis judicialista,
cita en apoyo de su posición las siguientes palabras pronunciadas por el
diputado González en el Congreso de Paraná, en oportunidad de
discutirse una disposición que aseguraba la inamovilidad de todos los
fiscales federales: "Para ver claro en esta situación, es preciso decir algo
sobre la naturaleza de las funciones de los fiscales; y nada más
conducente a ese fin, que dar la definición de estos empleados que trae
un célebre autor de derecho español. Entiéndese por fiscal 'cada uno de
los abogados nombrados por el rey (entre nosotros por el Poder Ejecutivo),
para defender ante los tribunales los intereses del Fisco, y las causas
pertenecientes a la vindicta pública'. Los fiscales tienen, según esta
definición, dos atribuciones distintas: la primera, es para
entender exclusivamente en todo lo relativo a intereses y derechos del
Fisco, es decir, del Tesoro Público, de la hacienda de la Confederación, y
la segunda para tomar parte en toda causa criminal sobre delitos públicos
o sobre responsabilidad oficial. En ambos casos los fiscales proceden
como agentes inmediatos del Poder Ejecutivo encargados por la
Constitución de defender los intereses del Fisco, y de mantener el orden y
la tranquilidad de la Nación. Son los abogados del Gobierno, que gestionan
ante los tribunales federales, entablando ya sea una acción civil para
defender las propiedades de la Confederación, o hacer cumplir las

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obligaciones contraídas con ella; ya sea pidiendo la aplicación de una pena
al que ha cometido uno de esos delitos que no sólo perjudican
los intereses o la persona de un individuo, sino que causan cierta alarma
en la sociedad ofendida, que es necesario hacer desaparecer por medio
de un justo y prolongado castigo. En ambos casos, el Ejecutivo nacional
es quien aparece ante los tribunales representado por los fiscales, sus
abogados o agentes inmediatos"(27).
Alsina, por su parte, considera que en ambos supuestos los
representantes del Ministerio público se hallan equiparados a empleados
administrativos y dependen del Poder Ejecutivo, agregando que aquéllos
revisten el carácter de funcionarios judiciales cuando intervienen en las
cuestiones que afectan el orden público, pues en ellas no actúan como
partes o representantes del Poder Ejecutivo, sino como representantes de
la sociedad(28).
Podetti, finalmente, tras sostener la inconveniencia de que el Ministerio
Público actúe en nombre de los intereses patrimoniales del Fisco, expresa
que "la circunstancia de que tenga el ejercicio de la acción pública no
justifica una dependencia directa del Poder Ejecutivo, si se le organiza
jerárquicamente. Entre la dirección de un Ministro de Justicia y la del
Procurador General de la Nación, no parece dudoso que es más
conveniente a los intereses superiores de la justicia, la de éste, que tiene
caracteres similares a la más alta magistratura del país"(29).
Corresponde agregar que la falta de reglas precisas acerca de la
cuestión examinada, ha dado lugar a más de un conflicto entre los Poderes
Ejecutivo y Judicial, referente a los poderes de superintendencia que
ambos se han arrogado sobre los agentes fiscales y fiscales de Cámara(30).
b) Dados los términos en que se encuentra planteada la controversia,
consideramos que la legislación vigente proporciona un mayor número de
argumentos en favor de la tesis judicialista(31).
Por lo pronto, desde el punto de vista administrativo, resulta fácilmente
verificable la aproximación de los miembros del Ministerio Público hacia un
verdadero estado judicial. Así lo demuestran, entre otras circunstancias,
las normas legales y reglamentarias que acuerdan a los órganos judiciales
la superintendencia sobre los representantes del Ministerio Público
(v.gr., arts. 11, ley 4055, y 2º, ley 7099); la inclusión de éstos en las
disposiciones de la ley 17.455; la garantía de la inamovilidad conferida a
los representantes de dicho ministerio ante los tribunales superiores; las
leyes de presupuesto que incluyen los sueldos de los representantes del
Ministerio Público en el anexo correspondiente al Poder Judicial;
etcétera(32).
En segundo lugar, la índole de las funciones que competen al Ministerio
Público Fiscal en los procesos penales no importa, necesariamente, una
dependencia jerárquica con respecto al Poder Ejecutivo, ya que las pautas
de legalidad e imparcialidad que deben presidir la interposición y
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prosecución de la pretensión pública penal no se compadecen totalmente
con una actuación procesal supeditada a las instrucciones impartidas por
aquel Poder. Por lo demás, la facultad que el art. 4º de la ley
17.516 confiere al Poder Ejecutivo para asumir la función de querellante
en los casos de delitos cometidos contra la seguridad de la Nación, el
orden constitucional, los poderes públicos y el patrimonio o las rentas
fiscales, resta al problema gran parte de su posible
trascendencia institucional e importancia práctica.
Por lo tanto, el único argumento actualmente computable para sostener
la dependencia del Ministerio Público del Poder Ejecutivo está dado por la
función que aún conservan algunos fiscales para representar los intereses
patrimoniales del Estado. Se trata, sin embargo, de una dependencia
parcial, carente de suficiente entidad frente a los diversos fundamentos
normativos con que cuenta la tesis judicialista.
c) La controversia, finalmente, ha sido superada desde antiguo por la
legislación provincial, cuyas normas confieren carácter judicial a todos los
miembros del Ministerio Público.

264. Disposiciones comunes


En el orden nacional, todos los representantes del Ministerio Público se
hallan sujetos a disposiciones comunes en materia de incompatibilidades
y deberes, excusación y cumplimiento de los plazos procesales.
En lo que atañe a incompatibilidades, aquéllos no pueden ejercer la
profesión de abogados, ni la representación en juicio, salvo que se trate
de asuntos propios o de su esposa e hijos (art. 122, ley 1893). Les
alcanzan, asimismo, los deberes establecidos por el art. 8º del RJN, a los
cuales nos hemos referido supra, nros. 176/178.
Los funcionarios del Ministerio Público no pueden ser recusados. Sin
embargo, "si tuviesen algún motivo legítimo de excusación, deberán
manifestarlo al juez o tribunal y éstos podrán separarlos de la causa,
dando intervención a quien deba subrogarlos" (art. 33, CPCCN).
Por último, los mencionados funcionarios se hallan sometidos a las
reglas que el CPCCN establece en materia de plazos, debiendo expedirse
o ejercer sus derechos dentro de los que en él se fijan (art. 159, CPCCN).
Cabe señalar, asimismo, que con excepción del Procurador General de
la Nación y de los procuradores fiscales ante la Corte Suprema, con
respecto a los restantes miembros del Ministerio Público rigen las

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disposiciones contenidas en la ley 17.455 sobre régimen de designaciones
y ascensos (supra, nro. 173).

III. EL MINISTERIO PÚBLICO FISCAL

265. Antecedentes históricos


a) Pese a los intentos realizados para demostrar que los orígenes
remotos del Ministerio Público se encuentran en ciertas magistraturas del
derecho romano imperial (curiosi, praefecti urbi, defensores civitatis,
advocati fisci, procuratores caesaris, etc.), o de la legislación visigótica
(saiones), la opinión mayoritaria reconoce que la institución, con los
caracteres sustanciales que reviste en la actualidad, tuvo su origen en la
organización judicial de la Francia medioeval. Se ha señalado, de acuerdo
con esa tesis, que la institución del Ministerio Público se hallaba
representada, primitivamente, por procuradores o abogados ordinarios a
quienes el rey confiaba la defensa de sus propios intereses, patrimoniales
y fiscales; tarea que aquéllos cumplían sin perjuicio de la atención de su
clientela privada. La designación de tales funcionarios obedeció, en un
principio, a la necesidad de mantener la influencia de la Corona ante los
tribunales y de defender sus derechos y prerrogativas contra las
pretensiones de los señores feudales. Pero más tarde, con el
fortalecimiento de la autoridad real, los procuradores y abogados del rey
se convirtieron en verdaderos magistrados (los primeros en 1302 y los
segundos en 1525), dejando así de atender asuntos de clientes
particulares, y añadiendo a su primitiva función de defensa de los intereses
patrimoniales y fiscales del rey, la que consistía en defender los intereses
generales de la sociedad y del Estado. Posteriormente, en armonía con la
evolución política que condujo al establecimiento de un poder central cada
vez más poderoso, esta última función llegó a ser la única y exclusiva
encomendada a los miembros del Ministerio Público. El sistema fue
recogido por las sucesivas reglamentaciones de la institución (ordenanza
de 1679, ley de 16-24/8/1790, etc.) y es el que mantienen las actuales
leyes francesas.
b) La antigua legislación hispánica no contiene una reglamentación
específica de la institución, aunque cabe destacar que la Partida cuarta
considera como la octava dignidad, mediante la cual "sale el fijo de poder

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de su padre", al cargo de Patronus Fisci, que "tanto quier dezir en
romance, como ome que es puesto para razonar, e defender en juyzio,
todas las cosas e los derechos que pertenescen a la Cámara del Rey"
(título XVIII, ley XII). La ley 1ª, título 5º del libro II de la Recopilación de
Leyes de Indias, menciona la existencia del Fiscal del Consejo de Indias,
cuyas funciones consisten en la defensa de la jurisdicción, patrimonio y
hacienda real, en la vigilancia del cumplimiento de las leyes y en la
protección y amparo de los indios y de "personas pobres y miserables".
Con análogas funciones a la de dicho magistrado, el mismo
ordenamiento instituye dos fiscales en las Audiencias de Lima y de
México, uno en lo Civil y otro en lo Criminal, y uno en la de Buenos Aires.
Con respecto a los antecedentes en el derecho patrio, los Reglamentos
de Administración de Justicia dictados en 1812 y 1813, instituyen el cargo
de "agente" de la Cámara, en reemplazo del Fiscal de la Audiencia, quien
debía actuar con un auxiliar. El Reglamento Provisorio de 1817 restituye
al mencionado magistrado el nombre de Fiscal y crea dos
agentes auxiliares, uno para lo Civil y otro para lo Criminal, cargos que
luego de ser refundidos y desdoblados por sucesivos decretos, son
unificados en 1932. La ley de septiembre de 1857, que instituye el Tribunal
Superior de Justicia, contempla asimismo las atribuciones del respectivo
fiscal, y con posterioridad a la promulgación de la constitución provincial
de 1873, la ley del 30 de junio del año siguiente dispone que el Ministerio
Fiscal se compone de un Procurador General de la Suprema Corte, un
fiscal de Cámara, dos agentes fiscales y uno en lo Criminal. La ley del
15/12/1881 (ley 1144), sancionada con posterioridad a la federalización de
la Capital, reglamenta asimismo la composición y atribuciones del
Ministerio Público, y es luego sustituida por la ley del 12/11/1886(ley
1893), actualmente en vigencia.

266. Legislación comparada

A) Francia
Según las leyes francesas referentes al Ministerio Público, sus
miembros son denominados "agentes del Poder Ejecutivo ante los
tribunales". Son nombrados por el Presidente de la República, a propuesta
del ministro de Justicia, sin requerirse, a diferencia de lo que ocurre en

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materia de designación y promoción de jueces, el dictamen previo del
Consejo Superior de la Magistratura. No obstante, forman parte del cuerpo
judicial y se hallan sometidos al mismo estatus que los jueces en lo que
concierne al modo de selección, forma de
juramento, incompatibilidades, incapacidades, deberes profesionales, etc.
De tal condición emergen las siguientes consecuencias: 1º) Los miembros
del Ministerio Público carecen de la garantía de inamovilidad. De ahí que
el Poder Ejecutivo posea atribuciones para trasladarlos, destituirlos y
aplicarles otra clase de sanciones sin más requisito que el previo dictamen
de una comisión de disciplina. 2º) Ejercen sus funciones bajo la dirección
y control de sus jefes jerárquicos y bajo la autoridad del ministro de
Justicia. En razón de esta organización jerárquica de la institución, los
magistrados del Ministerio Público deben actuar con arreglo a
las instrucciones recibidas de sus superiores, aunque, de acuerdo con una
regla tradicional expresada en el adagio "si la plume est serve, la parole
est libre", que ha sido incluso recogida por la legislación, se hallan
facultados para exponer en las audiencias conclusiones orales contrarias
a las conclusiones escritas que son consecuencia de la orden respectiva.
3º) El Ministerio Público es un cuerpo dotado de unidad e indivisibilidad,
de manera tal que cada uno de sus miembros representa al cuerpo en su
totalidad y pueden, por lo tanto, reemplazarse recíprocamente (si, por
ejemplo, un juicio debe desarrollarse en varias audiencias, no es necesario
que concurra a todas ellas el mismo funcionario). El principio, sin embargo,
no es absoluto, pues el jefe del respectivo parquet puede apelar de las
resoluciones dictadas de conformidad con las conclusiones de alguno de
sus sustitutos. 4º) Finalmente, los miembros del Ministerio Público gozan
de absoluta independencia frente a los jueces ante quienes intervienen,
razón por la cual estos últimos no pueden, sin incurrir en exceso de
poder, inmiscuirse en las atribuciones de los respectivos funcionarios ni
formular, en sus pronunciamientos, ninguna clase de censuras acerca de
la actuación de aquéllos.
El Ministerio Público se halla integrado en Francia de la siguiente forma:
1º) Ante cada tribunal de gran instancia, por un procurador de la República
y, según la importancia del tribunal, por uno o varios sustitutos de aquél.
2º) Ante cada Corte de Apelaciones, por un Procurador General. Los
abogados generales, en principio, cumplen la función de intervenir en
las audiencias, tomando la palabra en nombre del Procurador General; los
sustitutos, en cambio, asisten a este último en las tareas atinentes al
servicio interior del Ministerio. 3º) Ante la Corte de Casación el Ministerio
Público hállase compuesto por un Procurador General, un primer abogado
general y dieciséis abogados generales. A los abogados generales les
está asignado, indistintamente, el servicio interior y el de audiencias. Debe
señalarse, asimismo, que el Procurador General ante la Corte de Casación
carece de autoridad sobre los procuradores generales ante las Cortes de
apelaciones, quienes se hallan directamente subordinados al ministro de
Justicia.

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Las atribuciones del Ministerio Público son extrajudiciales y judiciales.
Entre las primeras pueden mencionarse la supervisión de archivos
judiciales, verificación de registros de estado civil y comprobación de
contravenciones a su respecto, otorgamiento de dispensas de
publicaciones para contraer matrimonio, protección de dementes
y ausentes, nombramientos de jurisconsultos en el caso de transacciones
que interesen a menores o incapaces, etc. Las atribuciones judiciales
pueden ejercerlas en los ámbitos de la jurisdicción voluntaria
(nombramiento de curador en una sucesión vacante, demanda de
adopción de un menor como pupilo de la Nación, rectificación de actas de
estado civil, etc.) y contenciosa. En esa última categoría de causas, el
Ministerio Público puede intervenir como parte adjunta o como parte
principal. El primer supuesto tiene lugar cuando se trata de un proceso ya
pendiente entre otros litigantes, en el que la participación del Ministerio
Público se reduce a formular su opinión a presentar al tribunal las
observaciones atinentes a la solución jurídica del pleito (por eso se lo
denomina también intervención por vía de requisición). Tal participación
puede producirse por acto espontáneo del Ministerio Fiscal, por
disposición cuando a éste le parezca conveniente y en todos aquellos
casos en que la ley determina la intervención obligada de aquél, como son,
entre otros, los asuntos en que se hallen interesados el Estado, las
comunas, los establecimientos públicos, ausentes presuntos, incapaces,
etc., las cuestiones de procedimiento de cierta importancia (declinatorias,
recusaciones de parentesco, etc.), etc. El Ministerio Público actúa como
parte principal cuando interpone una pretensión procesal contra un tercero
o se opone a ella (intervención por vía de acción o de defensa). Esta
modalidad de intervención está prevista para los casos de pretensiones
por nulidad de matrimonio, guarda de hijos en el supuesto de divorcio,
declaración de interdicción, nulidad de patentes de invención, pérdida de
la patria potestad, etcétera.

B) España
Lo mismo que en Francia, el Ministerio Público se halla regido por el
principio de unidad y dependencia, estando sus miembros exentos de la
potestad disciplinaria de los órganos judiciales y organizados en forma
jerárquica, bajo la dirección del Fiscal del Tribunal Supremo, funcionario
que a su vez asume un rol intermediario entre la totalidad del cuerpo y el
Ministerio de Justicia. Los requisitos de ingreso al Ministerio Público, así
como las condiciones para la designación, las incapacidades
e incompatibilidades, son semejantes a las de los jueces, aunque en

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materia de inamovilidad se encuentran sujetos a un régimen menos rígido
y preciso que aquéllos.
En cuanto a su composición, el Ministerio Público se integra con la
Fiscalía del Tribunal Supremo, las Fiscalías de las Audiencias Territoriales
y las Fiscalías de las Audiencias Provinciales. La Fiscalía del Tribunal
Supremo se compone de un Fiscal del Tribunal, un Teniente fiscal, un
Inspector fiscal, los Fiscales Generales y varios Abogados fiscales
distribuidos entre las distintas Salas del Tribunal, e intervienen en los
asuntos que corresponden a la competencia de éste. Las Fiscalías de las
Audiencias Territoriales se hallan integradas por un Fiscal jefe, un
Teniente Fiscal y varios Abogados fiscales, e intervienen en aquellos
asuntos en que el Ministerio Fiscal deba plantear pretensiones u oponerse
a ellas, o deba emitir dictamen, y cuyo conocimiento competa a la
Audiencia Territorial respectiva y a los Juzgados de Primera Instancia del
territorio. Las Fiscalías de las Audiencias Provinciales, finalmente,
se integran en la misma forma e intervienen ante los Juzgados de Primera
Instancia de la capital de la provincia, pudiendo el Fiscal jefe delegar sus
funciones en los fiscales de la justicia municipal. Estos últimos no forman
parte de la carrera fiscal, hallándose sujetos a un reglamento orgánico
especial, y ejercen además el Ministerio Público ante los juzgados
municipales, comarcales y de paz.
Los representantes del Ministerio Público actúan como partes, en
materia civil, en los procesos relativos al estado civil y condición de las
personas, en los referentes a las suspensiones de pagos y, en general, en
cuantos afecten a intereses sociales y así lo disponga la ley o el Gobierno
lo estime conveniente. Asimismo, representan al Estado e instituciones
públicas cuando la representación de éstos no se halle signada a la
Abogacía del Estado u otros funcionarios, como así también a personas
menores, incapacitadas, ausentes o impedidas para administrar sus
bienes, hasta tanto se produzca la representación o sustitución normales.
Como colaboradores de los órganos judiciales, los integrantes del
Ministerio Público tienen por misión esencial velar por la observancia de
las leyes y demás disposiciones referentes a la organización de los
juzgados y tribunales; interviniendo particularmente en las cuestiones de
competencia y en la promoción y tramitación de los expedientes
disciplinarios de los funcionarios judiciales.

C) Italia
Diversas disposiciones contenidas en la Constitución italiana
vigente autorizan a sostener la conclusión de que el Ministerio Público

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forma parte de la magistratura judicial, y ha sido sustraído de la
dependencia jerárquica del Ministro de Justicia con que lo había
organizado el real decreto del 30/1/1941. Entre esas disposiciones
constitucionales merecen citarse el art. 107, según el cual "el Ministerio
Público goza de las garantías establecidas al respecto por las normas
sobre el ordenamiento judicial"; el art. 108, en cuya virtud "la ley asegura
la independencia del Ministerio Público en las jurisdicciones especiales", y
el art. 104, que implícitamente refirma aquella conclusión en tanto incluye
al Procurador General ante la Corte de Casación entre los miembros de
derecho del Consejo Superior de la Magistratura, viniendo también
a incluir a los órganos del Ministerio Público entre aquellos que eligen a
los componentes de dicho Consejo y quedan sujetos a su autoridad.
Actualmente, el Ministerio Público se encuentra representado por
distintos funcionarios que actúan ante la Corte de Casación, las Cortes de
Apelaciones, los tribunales de primera instancia y los pretores. Ejercen,
sustancialmente, funciones similares a las asignadas a los miembros del
Ministerio Público por las leyes francesas y españolas.

D) Otros países
a) Aunque en Inglaterra no se halla organizado un Ministerio Público,
los inconvenientes derivados del sistema acusatorio privado, vigente en
materia penal, motivaron la creación de una "Dirección de persecuciones
públicas", la cual funciona bajo la superintendencia del attorney general o,
en su defecto, del solicitor general, funcionarios estos a quienes
también incumbe la representación judicial del Estado.
b) En los Estados Unidos de Norteamérica no existe, en el orden
federal, un Ministerio Público encargado de intervenir en las causas civiles
o en defensa de los menores, incapaces y ausentes. La representación
judicial de la Unión se encuentra asignada al attorney general, cuyas
funciones son sustancialmente análogas a las que competen en el
continente europeo a los ministros de Justicia. Es, en efecto, acusador
público y consejero permanente, jefe del Departamento de Justicia y
miembro del departamento ministerial, figurando para llenar la vacante
presidencial en cuarto grado. De dicho funcionario dependen el solicitor
general, que cumple funciones semejantes a la de nuestro Procurador del
Tesoro, y los district attorneys, a quienes corresponde la interposición y
prosecución de la pretensión penal en los supuestos de violación de las
leyes federales del distrito. En las jurisdicciones locales tampoco funciona
un Ministerio Público en materia civil, pero existen attorneys
general y district attorneys que intervienen en las causas penales.

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c) En la Unión Soviética, los órganos del llamado Ministerio
Fiscal integran un sistema centralizado único bajo la jefatura del Fiscal
General, a quien incumbe, de acuerdo con el art. 113 de la Constitución,
el control máximo del cumplimiento estricto de las leyes por todos los
ministerios e instituciones a ellas subordinados, así como por los
funcionarios públicos y los ciudadanos de la URSS. El Fiscal General es
designado por el Soviet Supremo por un plazo de siete años. Los fiscales
de república federada y autónoma, de territorio, región y región autónoma,
son a su vez nombrados por el Fiscal General por un plazo de cinco años;
en tanto que los fiscales de comarca, de distrito y de ciudad son
nombrados por los fiscales de las repúblicas federadas, con la aprobación
del Fiscal General, por un plazo de siete años.

267. El Ministerio Público Fiscal en el orden federal

A) Organización
De acuerdo con las diversas disposiciones que, en ausencia de una ley
orgánica, reglamentan el funcionamiento del Ministerio Público en el orden
federal, éste se halla representado, ante la Corte Suprema, por el
Procurador General de la Nación y por procuradores fiscales que
dependen de dicho funcionario; ante las Cámaras Federales, por
procuradores fiscales de Cámara, y ante los Juzgados de Primera
Instancia, por procuradores fiscales federales. A continuación
estudiaremos las atribuciones que competen a cada uno de los referidos
funcionarios.

B) Procurador General de la Nación


a) Se trata del más alto funcionario del Ministerio Público ante la justicia
federal. Es designado por el Presidente de la Nación con acuerdo del
Senado, goza de la garantía de la inamovilidad y debe reunir los mismos

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requisitos que para ser juez de la Corte Suprema (arts. 2º, 3º y 4º, dec.-ley
1285/1958).
b) De acuerdo con lo prescripto por el art. 116 del Código de
Procedimientos en lo Criminal, y disposiciones contenidas en la ley
17.516 y Reglamentos de la Corte Suprema, corresponde al Procurador
General:
1º) Ejercer la pretensión pública penal en las causas de esa índole que
correspondan a la competencia originaria de la Corte Suprema (art.
116, inc. 1º, Cód. de Ptos. en lo Criminal)(33).
2º) Emitir dictamen acerca de la competencia de dicho tribunal respecto
de las pretensiones deducidas en instancia originaria (art. 16, inc. 2º, Cód.
de Ptos. en lo Criminal)(34).
3º) Emitir dictamen sobre las cuestiones federales sometidas a la
decisión de la Corte Suprema en las causas en que no intervenga como
parte(35)y en los procedimientos de superintendencia, incluso los
referentes a la matrícula de abogados y procuradores, sobre los puntos
acerca de los cuales dicho tribunal requiera su opinión (art. 87, del
Reglamento para la Justicia Federal y Letrada de los Territorios
nacionales)(36).
4º) Asistir a los acuerdos extraordinarios de la Corte Suprema a los que
fuese invitado y asistir, con carácter facultativo, a los acuerdos ordinarios
en los que no se traten causas en las que actúa como parte (art. 88,
RJN)(37).
5º) Intervenir en las causas en que hubiesen sido parte los procuradores
fiscales federales de primera y segunda instancias (art. 116, inc. 2º, Cód.
de Ptos. en lo Criminal)(38). Es decir que el Procurador General continúa,
ante la Corte, la intervención asumida por los representantes del Ministerio
Público Fiscal ante las instancias inferiores de la justicia federal(39).
6º) Cuidar de que los encargados de ejercer el Ministerio Público ante
los tribunales federales inferiores promuevan las gestiones que les
correspondan y desempeñen fielmente los demás deberes a su cargo (art.
116, inc. 3º, Cód. de Ptos. en lo Criminal)(40).
Aparte de las atribuciones precedentemente mencionadas, el
Procurador General desempeña, de acuerdo con una antigua práctica,
funciones de asesor jurídico del Poder Ejecutivo nacional.
Cabe recordar, finalmente, que el Procurador General de la Nación
puede integrar la Corte Suprema en los casos de la recusación,
impedimento, vacancia o licencia de alguno de sus miembros (art. 22, dec.-
ley 1285/1958).

699 
 
C) Procuradores fiscales de la Corte Suprema
a) La ley 15.464 creó dos cargos de procuradores fiscales de la Corte
Suprema de Justicia, cuyos titulares deben reunir los requisitos para ser
juez de dicho tribunal o Procurador General, siendo designados y
removidos en la misma forma que éstos (art. 1º). Según el art. 3º de la ley
citada, dichos funcionarios se hallan equiparados, en cuanto a
prerrogativas, inmunidades, derechos jubilatorios y remuneración, a los
jueces de las Cámaras Nacionales de Apelaciones.
b) Los procuradores fiscales de la Corte Suprema forman parte de la
Procuración General de la Nación, de cuyo titular dependen en forma
directa, correspondiéndoles atribuciones sustancialmente análogas a las
que ejercen los abogados generales y sustitutos en el derecho francés.
Tales atribuciones se encuentran establecidas en el art. 2º de la ley, y son
las siguientes:
1º) Representar al Fisco nacional y ejercer la pretensión pública ante la
Corte Suprema, en aquellas causas en que así lo resuelva el Procurador
General de la Nación. En lo que atañe a la primera de las mencionadas
funciones, corresponde aclarar que la representación del Fisco Nacional
sólo puede ser ejercida por estos funcionarios en los casos de procesos
tramitados en el interior de la República que llegan a la Corte con motivo
de algún recurso, pues aquella representación en instancia originaria se
halla excluida por el art. 1º de la ley 17.516.
2º) Sustituir al Procurador General de la Nación en las causas
sometidas a su dictamen cuando aquél así lo resuelva.
3º) Reemplazar al Procurador General de la Nación en caso de
licencia, excusación, impedimento o vacancia.
4º) Ejercer las funciones que les encomienden las leyes y reglamentos.

D) Procuradores fiscales de Cámara


a) Ante las Cámaras Federales de Apelaciones, el Ministerio Público
Fiscal se halla representado por funcionarios denominados procuradores
fiscales de Cámara, quienes son designados por el Presidente de la
República con acuerdo del Senado y deben reunir los mismos requisitos
que para ser juez de la Corte Suprema (art. 13, ley 4055). Aunque esta

700 
 
norma no menciona el procedimiento de remoción de estos funcionarios,
su inclusión en el régimen, de la ley 16.397, cuyo art. 37 alude
genéricamente a los fiscales de las Cámaras Nacionales de Apelaciones,
no deja dudas en el sentido de que gozan de la garantía de la inamovilidad
y de que, por lo tanto, sólo pueden ser separados del ejercicio del cargo
por las mismas causales y en la misma forma que los jueces nacionales.
Actúa uno de estos funcionarios ante cada una de las Cámaras
Federales de Apelaciones, con excepción de la que tiene su sede en la
Capital Federal, ante la cual actúan dos: uno en materia civil, comercial y
contencioso-administrativa y otro en materia penal.
b) Sustancialmente, corresponde a los procuradores fiscales de Cámara
continuar ante las Cámaras federales la intervención que los
representantes del Ministerio Público Fiscal hubiesen tenido ante los
jueces inferiores, y cuidar de que aquéllos promuevan las gestiones que
les incumban y desempeñen fielmente los demás deberes a su cargo (art.
117, Cód. de Ptos. en lo Criminal).
c) Los procuradores fiscales ante las Cámaras con asiento en las
provincias, integran en primer término dichos tribunales en los casos de
recusación, impedimento, vacancia o licencia de alguno de sus miembros
(art. 31, inc. 1º, dec.-ley 1285/1958). En los mismos casos, los funcionarios
a quienes nos referimos son suplidos: 1º) por el procurador fiscal de
primera instancia de la sección donde funciona el tribunal; 2º) por el
defensor letrado de Menores e Incapaces de la misma; y 3º) con los
fiscales ad hoc nombrados de la lista de conjueces (art. 6º, ley 4162).

E) Procuradores fiscales de primera instancia


a) Ante los juzgados federales con asiento en el interior de la República,
el Ministerio Público Fiscal es desempeñado por procuradores fiscales
federales, a razón de uno por cada sección judicial,
quienes intervienen indistintamente en los procesos civiles, comerciales,
contencioso-administrativos y penales. En la justicia federal de la Capital,
en cambio, existen actualmente dos procuradores fiscales en lo Civil y
Comercial federal, dos en lo Contencioso Administrativo(41)y cuatro en lo
Criminal y Correccional.
Todos estos funcionarios son designados y removidos por el Poder
Ejecutivo y deben reunir los mismos requisitos que para ser juez federal(42).
b) Con anterioridad a la promulgación de la ley 17.516, los procuradores
fiscales federales ejercían, en materia civil, comercial y contencioso-
administrativa, la representación del Estado nacional "en toda acción de

701 
 
jurisdicción voluntaria o contenciosa en que aquél demande y sea
demandado" (art. 1º, ley 3367)(43).
En virtud de las prescripciones contenidas en dicha ley, la
representación judicial del Estado es ejercida, en la Capital Federal, por
los letrados dependientes de los servicios jurídicos de los respectivos
ministerios, secretarías de Estado, reparticiones o entes descentralizados,
y en el interior de la República, cuando el organismo interesado carezca,
en el lugar, de aquellos servicios jurídicos, por los procuradores fiscales
federales y, en su defecto, por letrados designados especialmente,
dándose preferencia a funcionarios de entidades oficiales. Todo ello, sin
perjuicio de que la representación sea asumida por el Procurador del
Tesoro de la Nación, cuando el Poder Ejecutivo lo estimare conveniente
(art. 1º).
De acuerdo con dicho régimen legal, por consiguiente, los procuradores
fiscales federales de la Capital Federal que actúan ante los Juzgados
Federales en lo Civil y Comercial y en lo Contencioso Administrativo, sólo
conservan la atribución consistente en "velar porque el orden legal en
materia de competencia sea estrictamente observado" (art. 118, inc. 5º,
del Cód. de Ptos. en lo Criminal), lo cual, desde luego, no justifica la
subsistencia de tales funcionarios. Distinta es la situación en la justicia
federal del interior, donde los respectivos funcionarios, aparte de las
funciones que les incumben en los procesos penales, mantienen
parcialmente la de representar los intereses patrimoniales de la Nación.
c) En el interior, los procuradores fiscales federales se reemplazan
recíprocamente con los defensores de Menores, Pobres e Incapaces,
debiéndose designar, en los casos de impedimento de los suplentes, a un
abogado de la lista confeccionada anualmente por las Cámaras Federales
en virtud de lo dispuesto por el art. 2º de la ley 935 (modificada por el art.
28, ley 17.928). Asimismo, los procuradores fiscales subrogan en primer
término a los jueces federales del interior en los casos de recusación,
impedimento, vacancia o suplencia (art. 3º, ley 4162).

268. El Ministerio Público Fiscal ante la justicia ordinaria de la Capital


Federal

A) Composición

702 
 
a) La ley 1893 dividió al Ministerio Público Fiscal ante los tribunales
ordinarios de la Capital Federal en dos ramas; una para intervenir ante la
justicia en lo Criminal y Correccional, otra para hacerlo ante la justicia Civil
y Comercial(44). Creó, asimismo, un cargo de Fiscal de las Cámaras de
Apelación, el que fue sucesivamente desdoblado por leyes posteriores.
b) Las leyes 11.924 y 12.948, por su parte, instituyeron el Ministerio
Público ante la justicia de Paz y del Trabajo, respectivamente, atribuyendo
a cada uno de sus representantes, como hemos dicho, todas las funciones
que incumben a dicho Ministerio.

B) Justicia en lo Civil y Comercial


a) En la justicia en lo Civil y Comercial, el Ministerio Público Fiscal se
halla representado, en cada una de las instancias, por funcionarios de
distinta jerarquía.
b) Ante las Cámaras Nacionales de Apelaciones en lo Civil y Comercial
de la Capital, el Ministerio Público Fiscal es desempeñado por dos fiscales
de Cámara en la primera y por uno en la segunda, quienes son designados
y removidos con iguales formalidades que los jueces de esos tribunales, y
deben reunir las mismas condiciones de éstos (arts. 121 y 123, ley 1893).
c) Los fiscales de Cámara tienen las siguientes atribuciones:
1º) Continuar ante las Cámaras la intervención que el Ministerio Público
hubiese tenido ante los jueces inferiores.
2º) Intervenir en los asuntos que se promovieran relativos a la
superintendencia de las Cámaras.
3º) Promover la aplicación de penas disciplinarias contra los
jueces inferiores y demás empleados subalternos de la Administración.
4º) Intervenir en los recursos de fuerza(45).
5º) Cuidar de que los agentes fiscales promuevan las gestiones que les
correspondan.
6º) Asistir a los acuerdos de las Cámaras cuando fueren invitados.
d) Ante los Juzgados Nacionales de Primera Instancia en lo Civil y en lo
Comercial actúan cuatro agentes fiscales(46), quienes son nombrados y
removidos por el Presidente de la República (art. 124, ley 1893) y deben
reunir las mismas condiciones que para ser juez de primera instancia, con
sólo dos años de ejercicio en el país de la profesión de abogado (art. 121,
ley citada).

703 
 
Según el art. 119 de la ley 1893, con las modificaciones emergentes de
la ley 17.516(47), corresponde a los agentes fiscales intervenir:
1º) En los juicios sucesorios en los casos que por ley corresponda(48).
2º) En las cuestiones de competencia, cualquiera sea el modo en que
se hayan suscitado.
3º) En las causas sobre divorcio y nulidad de matrimonio(49).
4º) En las causas sobre filiación y todas las demás relativas al estado
civil de las personas(50).
5º) En los juicios sobre venias supletorias a mujeres casadas.
6º) En las declaratorias de pobreza(51).
7º) En todos los demás asuntos en los que el Ministerio Público deba
ejercer funciones, según lo dispongan los Códigos Civil o Mercantil, o leyes
especiales(52).
Debe tenerse en cuenta, finalmente, que si bien la falta de intervención
del fiscal de primera instancia es causal de nulidad, se trata de una nulidad
relativa, susceptible de ser convalidada mediante la actuación del fiscal de
Cámara(53).

C) Justicia de Paz
a) Como hemos dicho, no existe en la justicia nacional de Paz un
Ministerio Fiscal que, desde el punto de vista funcional, difiera de las
restantes ramas en que el Ministerio Público se halla dividido en la justicia
Civil y Comercial, sino que, por el contrario, está integrado por funcionarios
que se denominan agentes fiscales, actúan en ambas instancias y tienen
a su cargo "la defensa oficial de los ausentes y pobres, los intereses
fiscales y de los menores" (art. 21, ley 11.924).
b) Dichos funcionarios deben reunir los mismos requisitos que los
jueces de Paz, y son nombrados por el Poder Ejecutivo y removidos en la
forma establecida por los arts. 5º a 9º de la ley 11.924, es decir, mediante
sentencia fundada de un tribunal compuesto por dos vocales de la Cámara
de Apelaciones en lo Civil y un vocal de la Cámara de Apelaciones en lo
Comercial, designados por sorteo (norma citada, apart. 6º)(54)
c) La función consistente en defender los "intereses fiscales", a que
alude la norma mencionada, ha sido sustraída a estos funcionarios por
la ley 17.516. Por lo tanto, cabe concluir que, en el ámbito de la función
fiscal propiamente dicha, aquéllos ejercen las mismas funciones que los

704 
 
agentes fiscales en lo Civil y Comercial, con las limitaciones derivadas de
la competencia asignada a la justicia nacional de Paz.

D) Justicia del Trabajo


a) Lo mismo que en la justicia de Paz, en la justicia del Trabajo no existe
un Ministerio Fiscal diferenciado, pues se halla representado por
funcionarios que ejercen, además, el Ministerio Pupilar.
b) El Ministerio Público del Trabajo es desempeñado, ante la Cámara
Nacional de Apelaciones respectiva, por un Procurador y un
Subprocurador General del Trabajo, quienes deben reunir los requisitos
establecidos por la Ley de Organización de la Justicia Nacional para los
jueces de Cámara, y son designados y removidos en la misma forma
prevista para éstos. Deben, asimismo, tener reconocida versación en
derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (art. 1º, ley 17.062)(55).
Ante los Juzgados de Primera Instancia actúan funcionarios
denominados "representantes del Ministerio Público", quienes deben
reunir las mismas condiciones exigidas para los secretarios de
primera instancia (art. 20, ley 12.948)(56).
c) De acuerdo con lo dispuesto en el art. 21 de la ley 12.948, con las
modificaciones derivadas de la ley 17.516(57), incumben al Ministerio
Público del Trabajo, en el aspecto estrictamente fiscal, las siguientes
atribuciones:
1º) Velar por el cumplimiento de las leyes, decretos, reglamentos y
demás disposiciones que deban aplicar los tribunales del Trabajo, pidiendo
el remedio de los abusos que notare.
2º) Ser parte necesaria en todas las causas del Trabajo y en las
contiendas de jurisdicción y competencia.
Asimismo, interesa recordar que en virtud de la resolución 88/1945 de
la ex Secretaría de Trabajo y Previsión, dictada como consecuencia de la
facultad otorgada a ese organismo por el art. 22 de la ley 12.948, el
Procurador General del Trabajo interviene, con voz y sin voto, en los
acuerdos plenarios de la Cámara tendientes a la unificación de la
jurisdicción (art. 19).

705 
 
E) Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas
El dec.-ley 11.265/1962 creó, dentro del Ministerio Público y con
carácter permanente, una Fiscalía Nacional de Investigaciones
Administrativas, organismo que si bien actúa judicialmente sólo ante la
justicia penal, reviste la característica de no hallarse administrativamente
encuadrado ante alguna de las diversas clases de órganos pertenecientes
a dicha justicia. Actúa bajo la superintendencia del Procurador General de
la Nación, en los términos previstos en el art. 116, inc. 3º del Código de
Procedimientos en lo Criminal para los fiscales integrantes del Ministerio
Público (art. 2º, decreto-ley cit.) y está integrado por un Fiscal General, tres
fiscales adjuntos y un Secretario General de Actuación, quienes,
respectivamente, tienen la categoría jerárquica y presupuestaria y deben
reunir las condiciones para ser Fiscal de Cámara, Fiscal de
primera instancia y Secretario de segunda instancia (art. 3º, decreto-ley
cit., con la modificación introducida por el dec.-ley 14.096/1962). Los
miembros de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas están
sometidos a todos los deberes, obligaciones e inhabilitaciones que la ley
impone a los demás miembros del Ministerio Público en su misma
jerarquía. El Fiscal General es designado y removido en la misma forma
que los fiscales de Cámara, en tanto que los fiscales adjuntos son
designados de igual modo que los fiscales de primera instancia, con la
variante de que permanecen en sus cargos mientras dura su buena
conducta y no pueden ser removidos sin ser oído previamente el Fiscal
General (arts. 3º y 4º, dec.-ley 11.265/1962, con la
modificación introducida por el dec.-ley 14.096/1962).
Fundamentalmente, compete a la Fiscalía Nacional de Investigaciones
Administrativas promover de oficio la investigación de la conducta
administrativa de los funcionarios integrantes de la Administración
nacional, de sus entidades descentralizadas y de las Empresas del
Estado; denunciar ante la justicia competente los hechos que, como
consecuencia de las investigaciones practicadas sean consideradas como
presuntos delitos, quedando la formulación de la pretensión penal a cargo
de los fiscales en turno ante el tribunal en el cual se radique la denuncia,
y asumir, en cualquier estado de la causa, cuando lo considere necesario,
el carácter de parte acusadora o impartir a los fiscales respectivos
las instrucciones que a su juicio correspondan (art. 5º, decretos-leyes
citados).

269. Legislación provincial

706 
 
a) Como hemos dicho, la mayor parte de las leyes provinciales prevé el
funcionamiento de órganos específicamente encargados de ejercer el
Ministerio Público Fiscal, sin diferenciarlos sobre la base de la naturaleza
civil o penal de los asuntos en los cuales deben intervenir. Asimismo, como
ocurre en la justicia nacional, instituyen órganos de distinta jerarquía para
actuar ante cada una de las instancias.
Sin embargo, a diferencia del régimen vigente en la justicia nacional, en
el que, como se ha visto, los representantes del Ministerio Público ante los
Juzgados de Primera Instancia carecen de la garantía de la inamovilidad,
las Constituciones provinciales asimilan a todos los miembros de aquél a
los magistrados judiciales en cuanto a las formas del nombramiento y
remoción y derechos de que son titulares(58), estableciendo, algunas de
dichas Constituciones, que los representantes del Ministerio Público, en
general, integran el Poder Judicial de la provincia(59).
b) Las funciones que las leyes provinciales asignan a los miembros del
Ministerio Público Fiscal coinciden, básicamente, con las contempladas en
la legislación nacional, aunque, en su mayoría, no les confieran la calidad
de representantes de los intereses patrimoniales de la provincia, ya que
esta función es ejercida por funcionarios dependientes del Poder Ejecutivo
(Fiscal de Estado, Procurador del Tesoro, etc.).

270. Crítica del sistema vigente


a) Si bien no parece discutible la conveniencia de mantener al Ministerio
Público Fiscal como conjunto de órganos encargados de interponer y
proseguir la pretensión pública penal, distinto es el criterio con que debe
encararse el funcionamiento de dicha institución en los procesos civiles.
Un calificado sector de la doctrina nacional ha hecho notar, con razón,
que la función de asesoramiento y vigilancia asignada al Ministerio Fiscal
con respecto a la observancia de normas que afectan al orden público,
implica una evidente superposición con el deber que en el mismo sentido
pesa sobre los órganos judiciales, quienes están obligados a aplicar de
oficio esa clase de normas, sin necesidad de asesoramiento alguno por
parte de los funcionarios, para cuya designación, por lo demás, se
requieren menores condiciones que para desempeñar el cargo de juez(60).
A ello se agrega que el cumplimiento de los actos procesales
que incumben al Ministerio Fiscal como sujeto asimilable a una parte
(formulación de alegaciones, ofrecimiento y producción de
pruebas, interposición de recursos, etc.), complica innecesariamente el
trámite y redunda, en definitiva, en desmedro de la celeridad procesal(61).

707 
 
b) Las razones expuestas han llevado a propiciar la supresión de
la intervención fiscal en los procesos civiles(62), manteniendo el Ministerio
Público integrado exclusivamente por los asesores de Menores y por los
defensores de Pobres y Ausentes. Tal es, a nuestro juicio, la solución
correcta, cuya puesta en práctica requeriría la modificación de las normas
contenidas en la legislación de fondo que prevén la actuación procesal del
Ministerio Fiscal. Dicha reestructuración debe ir acompañada, en el orden
federal, por la transferencia de la representación de los intereses
patrimoniales del Estado a los servicios jurídicos dependientes del Poder
Ejecutivo, tal como parcialmente lo ha hecho la ley 17.516, atribuyendo a
los procuradores fiscales federales la función exclusiva de interponer y
proseguir la pretensión penal pública.

IV. EL MINISTERIO PÚBLICO PUPILAR

271. Antecedentes nacionales


La institución de un Ministerio Pupilar como rama autónoma dentro del
Ministerio Público, y encargada de velar por la persona y derechos de los
menores e incapaces, tiene su origen, en nuestro derecho, en el cargo de
juez o asesor de Menores que, junto con el de defensor de Pobres y
protector de Naturales, existía en los Cabildos durante la Época Colonial.
Las Ordenanzas provisionales del Excelentísimo Cabildo, Justicia y
Regimiento, dictadas el 21/10/1814, instituyen, de acuerdo con el régimen
tradicional, un cargo de defensor de Menores que debía ser desempeñado
por uno de los regidores del Cabildo, quien actuaría con un asesor en el
caso de no ser abogado. Posteriormente, el decreto dictado por Rivadavia
el 24/12/1821 suprime los cabildos y dispone la creación de una
Defensoría Letrada de Pobres y Menores, la cual es reorganizada durante
el gobierno de Viamonte, mediante decreto del 14/11/1829. Luego de una
nueva reorganización que tiene lugar en 1863, el "Reglamento de la
Defensoría de Menores", dictado el 23 de noviembre del año siguiente,
dispone que dicho organismo estará integrado por dos defensores con un
asesor letrado cada uno. La ley 1893, finalmente, mantiene la división
entre defensores y asesores letrados de Menores e Incapaces.

708 
 
272. Organización del Ministerio Pupilar en la Capital Federal y en el
orden federal
Con anterioridad a la creación del Consejo Nacional del Menor,
dispuesta por el dec.-ley 5285/1957, el Ministerio Público Pupilar se
hallaba integrado, en la Capital Federal, por dos departamentos: uno de
carácter administrativo, encargado del cuidado y vigilancia de los menores
y otros incapaces en orden al trato, educación y demás condiciones
de existencia, y otro, de carácter judicial, a quien incumbía la defensa en
juicio de la persona o bienes de los menores y demás incapaces. Los
funcionarios que desempeñaban las tareas de orden administrativo eran
los llamados defensores de Menores, a quienes designaba y removía el
Presidente de la República, y para cuyo nombramiento se exigía que
fueran ciudadanos argentinos, mayores de 50 años y tuvieran las aptitudes
necesarias para desempeñar el cargo (arts. 135 y 139, ley 1893).
El art. 5º del dec.-ley 5285/1957 transfirió las atribuciones de los
defensores de Menores al Consejo Nacional del Menor(63)y el art. 1º del
dec.-ley 5286/1957,reproduciendo la norma contenida en el art. 137 de
la ley 1893, dispuso que corresponde a los asesores de Menores e
Incapaces "intervenir en todo asunto judicial que interese a persona o
bienes de los menores de edad, dementes o demás incapaces, y entablar
en su defensa las acciones o recursos necesarios, sea directa o
juntamente con los representantes de los incapaces".
La norma se refiere a los asesores de Menores e Incapaces que actúan
ante la Justicia Civil y Comercial de la Capital, quienes son nombrados y
removidos por el Presidente de la República, y requieren, para el
desempeño del cargo, las mismas condiciones que para ser agente fiscal
(arts. 138 y 139, ley 1893, mantenido este último por el art. 1º, dec.-ley
5286/1957). En la actualidad se desempeñan en dicha jurisdicción cinco
asesores de Menores ante los Juzgados de primera instancia en lo Civil y
Comercial(64)y un asesor de Menores de Cámara que actúa ante las
Cámaras Nacionales de Apelaciones en lo Civil y en lo Comercial, a quien
compete proseguir la intervención de los asesores de Menores de
primera instancia(65).
En la Justicia de Paz, la defensa de los intereses de los menores se
halla a cargo de los fiscales de Paz, a los cuales nos hemos referido al
estudiar el Ministerio Público Fiscal (supra, nro. 268, C]).
El art. 21, inc. b), de la ley 12.948, por su parte, dispone que
corresponde al Ministerio Público del Trabajo "intervenir en todo asunto
judicial que interese a la persona o bienes de los menores de edad,
dementes y demás incapaces y entablar en su defensa las acciones o

709 
 
recursos necesarios, sea directa y juntamente con los representantes de
aquéllos".
En lo que atañe a la justicia federal, ante la Corte Suprema y tribunales
federales inferiores de la Capital el Ministerio Público Pupilar es
desempeñado por dos defensores de Pobres, Incapaces y Ausentes
que intervienen en todas las instancias(66). En la justicia federal del interior,
dicha función es desempeñada también por defensores de Menores,
Pobres, Incapaces y Ausentes, a razón de uno por cada sección judicial(67).

273. Legislación provincial


a) Como señalamos supra, nro. 262, b), la mayor parte de las leyes
provinciales unifica en un mismo órgano la representación de los menores
e incapaces, pobres y ausentes, denominando "defensores" a los
funcionarios que desempeñan tales funciones.
b) Por otra parte, las Constituciones provinciales asimilan a dichos
funcionarios a los magistrados del Poder Judicial (supra, nro. 269).

274. Atribuciones del Ministerio Público Pupilar


a) El art. 59 del derogado Código Civil establecía, al respecto, la
siguiente regla general: "A más de los representantes necesarios,
los incapaces son promiscuamente representados por el Ministerio de
Menores, que será parte legítima y esencial en todo asunto judicial
o extrajudicial, de jurisdicción voluntaria o contenciosa, en que
los incapaces demanden o sean demandados, o en que se trate de las
personas o bienes de ellos, so pena de nulidad de todo acto y de todo
juicio que hubiere lugar sin su participación"(68).
Hoy, el CCiv. y Com. regula el tema en su art. 103: "Actuación del
Ministerio Público. La actuación del Ministerio Público respecto de
personas menores de edad, incapaces y con capacidad restringida, y de
aquellas cuyo ejercicio de capacidad requiera de un sistema de apoyos
puede ser, en el ámbito judicial, complementaria o principal.
a. Es complementaria en todos los procesos en los que se
encuentran involucrados intereses de personas menores de

710 
 
edad, incapaces y con capacidad restringida; la falta de intervención causa
la nulidad relativa del acto.
b. Es principal:
i. cuando los derechos de los representados están comprometidos,
y existe inacción de los representantes;
ii. cuando el objeto del proceso es exigir el cumplimiento de los deberes
a cargo de los representantes;
iii. cuando carecen de representante legal y es necesario proveer la
representación.
En el ámbito extrajudicial, el Ministerio Público actúa ante la ausencia,
carencia o inacción de los representantes legales, cuando están
comprometidos los derechos sociales, económicos y culturales".
La intervención del Ministerio Pupilar, en el ámbito judicial, se halla
supeditada a la circunstancia de que los incapaces revistan, en los
respectivos procesos, el carácter de partes o peticionarios, o tengan en
ellos un interés directo. De allí que, por ejemplo, no corresponda
la intervención de dicho Ministerio en una ejecución hipotecaria por el
simple hecho de que en la finca hipotecada vivan menores, si éstos no son
deudores del crédito ni propietarios de la finca(69), o en un juicio sobre
liquidación de sociedad conyugal aunque existan hijos legítimos del
matrimonio, ya que los bienes no pertenecen a éstos sino a sus
progenitores(70); etcétera.
b) Pese a la terminología utilizada por el art. 59 del derogado Código
Civil, debe destacarse que no siempre el Ministerio de Menores ejerce
funciones de representación. Los respectivos funcionarios asumen la
calidad de representantes del incapaz cuando, por ejemplo, peticionan
judicialmente la remoción de los tutores o curadores por su mala
administración, o piden que se decrete la pérdida o suspensión del cuidado
personal o el nombramiento de tutor al menor abandonado, etc.; es decir,
en todos aquellos supuestos en que, por cualquier razón, actúan
judicialmente en lugar del incapaz. En los demás casos, o sea cuando
los incapaces se hallan debidamente representados en el proceso, el
Ministerio Pupilar no es más que un órgano de vigilancia y asesoramiento,
y carece, en principio, de facultad para sustituirse a la actividad directa del
representante. Debe añadirse que la jurisprudencia tiene decidido, en
general, que no es necesaria la intervención del Ministerio Pupilar cuando
los padres actúen procesalmente por sus hijos menores en ejercicio de la
patria potestad, salvo que los poderes de aquéllos estén limitados o
sujetos a intervención judicial, como ocurre en los casos contemplados por
los arts. 278, 282, 285, 294, etc., del derogado Código Civil(71).
c) Corresponde señalar, finalmente, que la nulidad resultante de la falta
de intervención del Ministerio Pupilar reviste carácter relativo, desde que
sólo tiene en vista la protección del incapaz, y que puede, por lo tanto, ser
711 
 
subsanada por la confirmación expresa o tácita que haga el asesor de
Menores de los actos cumplidos sin su participación(72).

V. DEFENSORÍAS DE POBRES Y AUSENTES

275. Organización
a) La defensa oficial de los pobres y ausentes es desempeñada, en la
justicia ordinaria de la Capital Federal, por defensores de Pobres y
Ausentes que actúan ante los Juzgados de Primera Instancia en lo Civil,
Comercial, del Crimen y Correccional, así como ante las Cámaras
respectivas. Cuatro de esos funcionarios intervienen ante la justicia Civil y
Comercial, y siete ante la justicia en lo Criminal y Correccional. Ante la
Corte Suprema y tribunales federales inferiores de dicho distrito, la
defensa oficial es ejercida por tres funcionarios(73)a quienes corresponden,
además, las funciones del Ministerio Pupilar. En la justicia federal
del interior de la República, actúa un defensor de Pobres, Incapaces y
Ausentes ante cada una de las secciones en que se encuentra dividida
dicha justicia.
b) Para ser designado defensor de Pobres y Ausentes en la Capital
Federal y ante la justicia federal se requiere ser ciudadano argentino,
haber ejercido en el país durante dos años, por lo menos, la profesión de
abogado o haber desempeñado durante ese plazo una magistratura (art.
142, ley 1893). El nombramiento y remoción de dichos funcionarios
corresponde al Poder Ejecutivo, sin perjuicio de que la Corte Suprema o
las Cámaras de Apelaciones, según los casos, puedan también
amonestarlos, suspenderlos temporalmente o destituirlos (art. 143, ley
cit.).
c) En el orden provincial, como hemos dicho, la defensa oficial de
pobres y ausentes es ejercida, generalmente, por los mismos funcionarios
que desempeñan el Ministerio Pupilar, hallándose equiparados a los
jueces en lo que atañe a la forma de nombramiento y remoción.

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276. Deberes y atribuciones
a) Los deberes y atribuciones de los defensores de Pobres y Ausentes
ante la Justicia Civil y Comercial de la Capital Federal han sido fijados en
el Reglamento para la Justicia Nacional en lo Civil(74), el cual dispone, en
el art. 131, que dichos funcionarios están obligados:
1º) A patrocinar en juicio a las personas que hubiesen obtenido carta de
pobreza para litigar y les requieran sus servicios, como así también en los
trámites necesarios para obtenerla, si lo pidiesen.
2º) A evacuar consultas que les sean solicitadas por las personas que
sólo tengan lo necesario para su subsistencia y redactar los escritos
respectivos en los que un sello hará constar su procedencia.
3º) A representar y defender a los ausentes con presunción de
fallecimiento y a aquellas personas cuyo nombre no se conociere o se
ignorara su domicilio, siempre que se hayan justificado esas circunstancias
en juicio(75).
4º) A defender a los incapaces y denunciados como dementes, cuando
concurran razones especiales de pobreza(76).
b) El art. 132 del citado reglamento agrega que los defensores tienen
los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Asistir diariamente a su despacho de acuerdo con el horario de los
Tribunales, para atender al público y notificarse de las providencias que se
dicten en todos los procesos en que intervengan(77). 2º) Hacerse cargo de
las defensas que les correspondan según el art. 131 luego de serle
notificada su designación, y a fin de solicitar las diligencias necesarias a la
secuela y pronto término de los procesos, expidiéndose en el modo y
forma que lo hacen los Agentes Fiscales y Asesores de Menores. 3º)
Mantener la intervención comenzada en los procesos hasta su terminación
en todas las instancias e incidentes(78). 4º) Llevar un libro de entradas y
salidas y otro donde se anotarán, con indicación del Juzgado y Secretaría,
los juicios y el orden sucesivo de sus trámites, a fin de tenerlos presentes
y poder activar su secuela.
En los casos de ausencia, vacancia e impedimento para conocer
o intervenir en un proceso, los defensores se reemplazan entre sí (art. 133,
Reg. cit.).
c) Los Defensores Oficiales carecen de derecho a percibir honorarios
por su intervención en el proceso, aun en los casos de condenación en
costas a la parte contraria.

713 
 
VI. SITUACIÓN LUEGO DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE
1994. GENERALIDADES

277. Caracteres y composición


a) El art. 120 de la CN, de acuerdo con la reforma promulgada en 1994,
dispone que "el Ministerio Público es un órgano independiente
con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función
promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de
los intereses generales de la sociedad, en coordinación con las
demás autoridades de la República"(79), agregando que "está integrado por
un Procurador General de la Nación y un Defensor General de la Nación y
los demás miembros que la ley establezca", y que "sus miembros gozan
de inmunidades funcionales e intangibilidad de remuneraciones".
De tal suerte se ha colocado al Ministerio Público entre los órganos
denominados "extrapoder", en tanto no se lo incorpora al Poder Judicial ni
se lo subordina —como ocurría con anterioridad— al Poder Ejecutivo. Se
le otorgó asimismo una jefatura bicéfala ejercida por el Procurador General
de la Nación en su calidad de máximo responsable del Ministerio Fiscal y
del Defensor General de la Nación como cabeza del Ministerio Pupilar,
concebido, en términos generales, como el conjunto de funcionarios
encargados de la defensa de los incapaces, pobres y ausentes.
Conforme a lo prescripto en el art. 1º, in fine, de la ley orgánica 24.946,
el Ministerio Público posee asimismo una organización jerárquica que, por
un lado, exige que cada uno de sus miembros controle el desempeño de
sus inferiores y de quienes los asisten y, por otro lado, fundamenta las
facultades y las responsabilidades disciplinarias que la ley reconoce a los
distintos magistrados o funcionarios que lo integran.
b) Luego de determinar, conforme al ya citado texto constitucional, que
el Ministerio Público está compuesto por el Ministerio Público Fiscal y el
Ministerio Público de la Defensa (art. 2º), la ley 24.946 dispone, en su art.
3º, que el primero está integrado por: 1º) el Procurador General de la
Nación; 2º) los procuradores fiscales ante la Corte Suprema y el fiscal
nacional de Investigaciones Administrativas; 3º) los fiscales generales ante
los tribunales colegiados, de casación, de segunda instancia y de instancia
única, los de la Procuración General de la Nación y los de Investigaciones

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Administrativas; 4º) los fiscales generales adjuntos ante los tribunales y de
los organismos enunciados en el inc. c); 5º) los fiscales ante los jueces de
primera instancia, los fiscales de la Procuración General de la Nación y los
fiscales de Investigaciones Administrativas; 6º) los fiscales auxiliares de
las fiscalías de primera instancia y de la Procuración General de la Nación.
El Ministerio Público de la Defensa está a su turno integrado, de
acuerdo con lo prescripto en el art. 4º de la ley citada, por: 1º) el Defensor
General de la Nación; 2º) los defensores oficiales ante la Corte Suprema;
3º) los defensores públicos de Menores e Incapaces ante los tribunales de
segunda instancia, de casación y ante los tribunales orales en lo Criminal
y sus adjuntos, y los defensores públicos oficiales ante la Cámara de
Casación Penal y sus adjuntos, ante los tribunales orales en lo Criminal
y sus adjuntos, de primera y segunda instancia del interior del país, ante
los tribunales federales de la Capital Federal y los de la Defensoría
General de la Nación; 4º) los defensores públicos de Menores e Incapaces
adjuntos de segunda instancia, y los defensores públicos oficiales adjuntos
de la Defensoría General de la Nación; 5º) los defensores públicos de
Menores e Incapaces de primera instancia y los defensores públicos
oficiales ante los jueces y Cámaras de Apelaciones; y 6º) los
defensores auxiliares de la Defensoría General de la Nación. Integran,
asimismo, el Ministerio Público de la Defensa, en calidad de funcionarios,
los tutores y curadores públicos cuya actuación también regula la ley más
arriba citada.
c) Los integrantes del Ministerio Público pueden excusarse o ser
recusados por las causales que, a su respecto, prevean las normas
procesales (ley cit., art. 10). De tal suerte debe reputarse implícitamente
derogado el art. 33 del CPCCN en cuanto vedaba la recusación de esos
funcionarios(80).

278. Designación
a) El Procurador y el Defensor General de la Nación son designados por
el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado por dos tercios de sus
miembros presentes, al paso que para designar a los restantes
magistrados que se mencionan en los arts. 3º y 4º de la ley 24.946, el
Procurador o el Defensor General de la Nación, en su caso, deben
presentar al Poder Ejecutivo, previa realización de un concurso público de
oposición y antecedentes, una terna de candidatos de la cual aquél elegirá
uno, cuyo nombramiento requerirá el acuerdo de la mayoría simple de los
miembros presentes del Senado (arts. 5º y 6º, ley 24.946).

715 
 
b) Los requisitos exigidos para la designación o, en su caso, para
presentarse a concurso, guardan sustancial equivalencia con los
establecidos respecto de los jueces (supra, nro. 168), y atienden, en lo
esencial, a la jerarquía del cargo o a la del órgano judicial ante el cual los
miembros del Ministerio Público ejercen sus funciones. Hacen excepción
los fiscales auxiliares, a quienes sólo se les exige la ciudadanía argentina,
la mayoría de edad y tener dos años de ejercicio efectivo en el país de la
profesión de abogado o de cumplimiento, por igual término, de funciones
en el Ministerio Público o en el Poder Judicial nacional o provincial con dos
años de antigüedad en el título profesional (art. 7º, ley cit.).
Rige asimismo para los magistrados y funcionarios del Ministerio
Público el límite de edad y la necesidad de nueva designación, excedida
aquélla, establecidos en relación con los jueces (art. 13, ley cit.)(81).

279. Incompatibilidades e inmunidades


a) Los integrantes del Ministerio Público se hallan alcanzados por las
mismas incompatibilidades establecidas respecto de los jueces y no
pueden ejercer las funciones inherentes a su cargo quienes sean parientes
dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad de los
jueces ante quienes corresponda ejercer su ministerio (art. 9º, ley cit.).
b) Los magistrados de que se trata no pueden ser arrestados excepto
en el caso de ser sorprendidos en flagrante delito; están exentos del deber
de comparecer a prestar declaración como testigos, pudiendo hacerlo por
escrito, y no pueden ser condenados en costas en las causas en
que intervienen como tales.

280. Responsabilidad disciplinaria


a) En caso de incumplimiento de los deberes a su cargo, el Procurador
y el Defensor General de la Nación pueden imponer a los magistrados
que integran sus respectivas áreas las sanciones disciplinarias de
prevención, apercibimiento y multa de hasta el 20% de sus
remuneraciones mensuales. La misma atribución incumbe a los fiscales y
defensores respecto de los magistrados de rango inferior que de ellos
dependan (art. 16, ley cit.).

716 
 
Las mencionadas sanciones son recurribles administrativamente y,
agotada esta instancia, pueden impugnarse en sede judicial (art. 16, ley
cit.).
Los jueces y tribunales, asimismo, se hallan facultados para imponer a
los miembros del Ministerio Público las mismas sanciones disciplinarias
que determinan las leyes para litigantes y por iguales motivos, salvo la de
arresto (art. 17, ley cit.).
Por consiguiente, los jueces y tribunales pueden imponer a los
miembros del Ministerio Público que actúan ante ellos, en el supuesto de
que obstruyan el curso de la justicia o que cometan faltas en
las audiencias, escritos o comunicaciones de cualquier índole contra
su autoridad, dignidad o decoro, las sanciones de prevención,
apercibimiento y multa, que será determinada en un porcentaje de la
remuneración que por todo concepto perciba efectivamente el fiscal o
defensor hasta un máximo del 33% de aquélla (art. 18, dec.-ley
1258/1958). Asimismo, los miembros del Ministerio Público pueden ser
pasibles de multas si les fuese imputable la pérdida de un expediente (art.
130, CPCCN) u obtuviesen la concesión de plazo extraordinario de prueba
y no ejecutan las que hubiese propuesto (art. 329, CPCCN). Tales
medidas con recurribles ante el tribunal inmediato superior (art. 17, ley
cit.).

281. Remoción
Mientras que el Procurador y el Defensor General de la Nación sólo
pueden ser removidos por las causales y mediante el procedimiento
establecido en los arts. 53y 59 de la CN, los restantes magistrados del
Ministerio Público pueden serlo por el Tribunal de Enjuiciamiento integrado
por siete miembros (dos ex jueces de la Corte Suprema o ex Procuradores
o Defensores Generales de la Nación, dos abogados de la matrícula
federal y un procurador fiscal ante la Corte o Fiscal General y un defensor
oficial ante el mismo tribunal o un defensor público ante tribunales
colegiados) por las causales de mal desempeño, grave negligencia o por
la comisión de delitos dolosos de cualquier especie, siendo la sentencia
del Tribunal de Enjuiciamiento recurrible por el fiscal o el imputado ante la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo
Federal (art. 18, ley cit.).

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VII. EL MINISTERIO PÚBLICO FISCAL

282. Organización
El Ministerio Público Fiscal se halla organizado en la forma y con las
atribuciones que se mencionarán a continuación.

A) Procurador General de la Nación


Su más alto magistrado es el Procurador General de la Nación, a
quien incumben, aparte de las funciones inherentes a esa jefatura y a la
superintendencia que ejerce sobre los miembros del Ministerio Público
Fiscal (dictado de instrucciones generales, diseño de políticas, delegación
de funciones, relaciones con los poderes Legislativo y Ejecutivo, aplicación
de sanciones, promoción de enjuiciamiento, etc.), los siguientes deberes y
atribuciones:
1º) Dictaminar en los asuntos que tramitan ante la Corte Suprema
cuando se plantean causas en las que se pretenda suscitar la competencia
originaria prevista en el art. 117 de la CN; cuestiones de competencia que
deba dirimir la Corte; causas en las que ésta entienda a raíz de recursos
de apelación ordinaria, en las materias previstas en el art. 24, inc. 6º,
aparts. b) y c), del dec.-ley 1285/1958 y procesos en los que
su intervención resulte de normas legales específicas; causas en las que
se articulen cuestiones federales ante la Corte a efectos de dictaminar si
corresponden a su competencia extraordinaria y expedirse en todo lo
concerniente a los intereses que el Ministerio Público tutela (art. 33, ley
24.946).
Mientras que en las causas de competencia originaria de la Corte y en
las cuestiones de competencia suscitadas entre jueces y tribunales del
país que no tengan un órgano jerárquico común que deba resolverlas (art.
24, incs. 1º y 7º, dec.-ley 1258/1958), así como en los casos en que lo
determinen normas específicas, la intervención del Procurador General
resulta ineludible con carácter previo a la decisión del tribunal, ello no es

718 
 
así en la totalidad de los restantes supuestos contemplados en el inciso
transcripto.
Cuando se trata, en efecto, de recursos ordinarios de apelación
concedidos por los tribunales de la causa, corresponde necesariamente
la intervención del Procurador General, sea para emitir dictamen sobre la
admisibilidad o procedencia formal de la impugnación(82)o para dictaminar
también sobre el fondo del asunto en los casos contemplados por los
aparts. b) y c) del inc. 6º del dec.-ley 1285 (ver, por ejemplo, arts. 54,
CPPN, y 33 del Tratado de Cooperación Internacional en Materia Penal,
aprobado por ley 24.767, y art. 116, CN), tal intervención no es ineludible
frente a la hipótesis de recursos extraordinarios concedidos o por
denegatoria de dichos recursos.
Sólo se confiere vista al Procurador General, en la práctica de los
últimos diez años(83)cuando, como mínimo, cinco ministros de la Corte, que
deben firmar la correspondiente providencia, consideran que la cuestión
federal articulada exhibe prima facie visos de trascendencia o
importancia institucional.
Frente al supuesto de que, a raíz de la denegatoria del
recurso extraordinario, el interesado interponga ante la Corte recurso de
queja, con carácter previo a la eventual vista al Procurador General, es
necesario el requerimiento de la causa principal, a cuyo efecto basta la
firma de un solo ministro.
Lo mismo ocurre ante el recurso directo deducido a raíz de la
denegatoria del recurso ordinario de apelación previsto en el art. 24, inc.
6º, apart. a), del dec.-ley 1258/1958,aunque en este caso, previo
requerimiento del expediente principal, y dado que el Procurador General
sólo debe pronunciarse sobre la admisibilidad del recurso,
resulta innecesaria la firma de cinco ministros(84).
2º) Impulsar la acción pública ante la Corte Suprema en los casos que
corresponda y dar instrucciones generales a los integrantes del Ministerio
Público Fiscal para que éstos ejerzan dicha acción en las
restantes instancias, con las atribuciones que prevé la ley, e intervenir en
las causas de extradición que lleguen por apelación a dicho tribunal (art.
33, ley 24.946).
En razón de que el Procurador General es parte necesaria en toda
causa penal referida a delitos de acción pública imputados a embajadores
o ministros plenipotenciarios extranjeros o a las personas de su familia o
al personal de la embajada con rango diplomático, o que se hayan
cometido en perjuicio de éstos con afectación a sus privilegios
e inmunidades(85), el mencionado magistrado, o el procurador fiscal que lo
reemplace, debe actuar tanto en la instrucción, que se halla a cargo del
presidente del tribunal o del ministro que aquél designe como delegado
(art. 84 bis, RJN), cuanto durante el debate oral que se desarrolla ante el
tribunal reunido en colegio.
719 
 
Asimismo, el inciso transcripto, en virtud de la organización jerárquica
atribuida al Ministerio Público, faculta al Procurador General para
impartir instrucciones generales a los fiscales que actúan ante
las instancias anteriores, incumbiéndole la atribución de continuar, ante la
Corte, la intervención asumida por aquéllos en dichas instancias.

B) Procuradores fiscales ante la Corte Suprema


Los procuradores fiscales ante la Corte Suprema, aparte de asistir al
Procurador General y de cumplir las directivas impartidas por éste, poseen
las funciones consistentes en:
1º) Ejercer la acción pública ante la Corte Suprema en aquellas causas
en que así lo resuelva el Procurador General.
2º) Sustituirlo en las causas sometidas a su dictamen, cuando aquél así
lo resuelva.
3º) Reemplazar a dicho magistrado en el caso de licencia,
recusación, excusación, impedimento o vacancia.
4º) Informar al Procurador General sobre las causas en que intervienen.
5º) Colaborar con éste en su gestión de gobierno del Ministerio Público
Fiscal (art. 35, ley cit.).

C) Fiscales generales
Aparte del cumplimiento de ciertas funciones administrativas y
consustanciales a la superintendencia que ejercen sobre los fiscales que
actúan en las instancias anteriores, los fiscales generales ante los
tribunales colegiados de casación, segunda instancia y de instancia única
tienen los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Promover ante los tribunales en los que se desempeñan el ejercicio
de la acción pública o continuar ante ellos la intervención que el Ministerio
Público Fiscal hubiera tenido en las instancias inferiores (art. 37, ley cit.).
Corresponde señalar que, concedido el recurso, quienes tengan
derecho a recurrir y no lo hubiesen hecho, podrán adherir en el plazo
de tres (3) días desde su notificación. En ese término el fiscal de Cámara
deberá manifestar, en su caso, si se mantiene o no el recurso que hubiese
720 
 
deducido el agente fiscal o si adhiere al interpuesto en favor del imputado.
A este fin se le notificará en cuanto las actuaciones sean recibidas (art.
453, párr. 2º, CPPN, sustituido por ley 26.374).
Por otra parte, es oportuno recordar que, conforme al criterio mayoritario
adoptado por la Corte Suprema a partir del caso "Marcilese"(86), en cuya
virtud dado que la acusación, en los juicios orales, se produce al
formularse el requerimiento de elevación a juicio, no media violación
alguna de la garantía constitucional de la defensa y del debido proceso por
el solo hecho de llegar a una sentencia condenatoria cuando el fiscal
general, durante el debate, ha pedido la absolución del imputado.
2º) Desempeñar en el ámbito de su competencia las funciones que la
ley confiere a los fiscales ante la primera instancia y promover las acciones
públicas que corresponda a fin de cumplir en forma efectiva con las
funciones asignadas al Ministerio Público Fiscal (art. 37, ley cit.).
Cuadra advertir, al respecto, que en razón de que la garantía del art.
8º, párr. 2º, inc. h]) de la Convención Interamericana de Derechos
Humanos fue consagrada sólo en beneficio del inculpado, y en tanto el
Ministerio Público es un órgano del Estado y no el sujeto destinatario del
beneficio, no se encuentra amparado por esa norma con rango
constitucional, sin que ello obste a que el legislador, si lo considera
necesario, le conceda igual derecho(87).
3º) Dictaminar en las cuestiones de competencia y dirimir los conflictos
de esa índole que se planteen entre los fiscales de las instancias inferiores
y en todas las causas sometidas a fallo plenario (art. 37, ley cit.).
4º) Peticionar la reunión de la Cámara en pleno, para unificar la
jurisprudencia contradictoria o requerir la revisión de la jurisprudencia
plenaria y participar en los acuerdos generales del tribunal ante el que
actúan, con voz pero sin voto, cuando fueren invitados o lo prevean las
leyes (art. 37, ley cit.).
Mientras que de acuerdo con el inc. 3º es deber del tribunal plenario
acordar intervención al fiscal general a fin de que emita el correspondiente
dictamen, la facultad prevista en el inc. 4º debe ejercerse ante la Cámara
como cuerpo, de modo que es atribución del tribunal, en su conjunto,
decidir finalmente respecto de la efectiva concreción del pedido formulado
por el fiscal(88).
Los fiscales generales adjuntos ante los tribunales colegiados
precedentemente mencionados actúan en relación inmediata con los
fiscales generales ante dichos tribunales y tienen los siguientes deberes y
atribuciones:
1º) Sustituir o reemplazar al fiscal general titular en el ejercicio de la
acción cuando por necesidades funcionales éste así lo resuelva, y en caso
de licencia, excusación, recusación, impedimento o vacancia.

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2º) Informar al fiscal general titular respecto de las causas en
que intervengan y asistirlo en el ejercicio de sus funciones, en la medida
de las necesidades del servicio (art. 38, ley cit.).

D) Fiscales ante los jueces de primera instancia


Los fiscales ante los jueces de primera instancia tienen, en general, las
facultades y deberes propios del Ministerio Público Fiscal en el ámbito de
su competencia por razón del grado, debiendo realizar los actos
procesales y ejercer todas las acciones y recursos necesarios para el
cumplimiento de los cometidos que les fijen las leyes.
Deben asimismo intervenir en los procesos de amparo, de hábeas
corpus y de hábeas data, y en todas las cuestiones de competencia e
imponer sanciones disciplinarias a los funcionarios y empleados que de
ellos dependan, en los casos y formas establecidos por la ley y su
reglamentación (art. 39, ley cit.).
En particular, los fiscales ante la justicia de primera instancia en lo
Criminal y Correccional tienen los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Promover la averiguación y enjuiciamiento de los delitos y
contravenciones que se cometieren y que llegaren a su conocimiento por
cualquier medio, velando para que en las causas se respete el debido
proceso legal, requiriendo para ello las medidas necesarias ante los jueces
o ante cualquier otra autoridad administrativa, salvo aquellos casos en que
por las leyes penales no esté permitido obrar de oficio (art. 40, ley cit.).
Estos magistrados, en consecuencia, carecen de atribuciones para
promover la averiguación y enjuiciamiento de los delitos de acción privada
o dependientes de instancia privada, aunque en este último caso, incluso
no mediando acusación o denuncia del agraviado, de su tutor, guardador
o representantes legales, se hallan habilitados para proceder de oficio
cuando el delito fuere cometido contra un menor que no tenga padres, tutor
o guardador, o que lo fuere por uno de sus ascendientes, tutor o guardador
(arts. 71 y 72, CPen.).
2º) Hacerse parte en todas las causas en que la acción pública criminal
o contravencional fuese procedente, ofreciendo pruebas, asistiendo
al examen de testigos ofrecidos en la causa y verificando el trámite de las
otras pruebas presentadas en el proceso (art. 40, ley cit.), vale decir,
ejerciendo los mismos derechos que incumben a los restantes sujetos del
proceso (imputado, querellante, etc.).

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Asimismo, los fiscales de primera instancia acumulan eventualmente, a
su función requirente, función jurisdiccional en el caso de que los jueces
en lo Criminal de Instrucción decidan delegar a aquéllos la dirección de
la investigación, en cuyo caso se hallan habilitados para realizar los actos
mencionados en el art. 212 del CPPN, así como para requerir a los jueces
la ejecución de los referidos en el art. 213 del mismo ordenamiento.
3º) Ejercitar todas las acciones y recursos previstos en las leyes
penales, contravencionales y de procedimiento, cuidando de instarlos
cuando se trate de prevenir o de evitar una efectiva denegación de
justicia (art. 40, ley cit.), todo lo cual entraña, implícitamente, una
reiteración del inciso precedente.
4º) Concurrir a las cárceles y otros lugares de detención, transitoria o
permanente, a fin de formar conocimiento y controlar la situación de los
alojados en ellos, así como para promover o aconsejar medidas tendientes
a la corrección del sistema penitenciario y dar cumplimiento a lo dispuesto
en el art. 18 de la CN(art. 40, ley cit.), atribución que cabe
considerar extensiva a los fiscales generales.
Por su parte, los fiscales ante la justicia de primera instancia federal y
nacional de la Capital Federal, en lo Civil y Comercial, Contencioso
Administrativo, Laboral y de Seguridad Social, tienen los siguientes
deberes y atribuciones:
1º) Hacerse parte en todas las causas o trámites judiciales en que
el interés público lo requiera de acuerdo con el art. 120 de la CN, a fin de
asegurar el respeto al debido proceso, la defensa del interés público y el
efectivo cumplimiento de la legislación, así como para prevenir, evitar o
remediar daños causados o que puedan causarse al patrimonio social, a
la salud y al medio ambiente, al consumidor, a bienes o derechos de valor
artístico, histórico o paisajístico en los casos y mediante los
procedimientos que las leyes establezcan.
2º) Ofrecer pruebas en las causas y trámites en que intervengan y
verificar la regularidad de la sustanciación de las restantes ofrecidas o
rendidas en autos, para asegurar el respeto al debido proceso.
3º) Intervenir en las cuestiones de competencia y en todos los casos en
que se hallaren en juego normas o principios de orden público (art. 41, ley
cit.).
Aunque el art. 43 de la CN no legitima explícitamente a los fiscales
para interponer pretensiones de amparo tendientes a la preservación de
derechos de incidencia colectiva, la amplitud que exhibe dicha norma
permite incluir a aquéllos entre las personas habilitadas para ello o para
accionar o recurrir en cualquier caso que requiera la defensa del orden
jurídico en su integridad (art. 120, CN).

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Los fiscales auxiliares ante los tribunales de primera instancia, a su
turno, actúan en relación inmediata con los fiscales ante dichos tribunales
y tienen los siguientes deberes y facultades:
1º) Sustituir o reemplazar al fiscal titular en el ejercicio de la acción
cuando por necesidades funcionales éste así lo resuelva y en caso de
licencia, excusación, recusación, impedimento o vacancia.
2º) Informar al fiscal titular respecto de las causas en que intervengan y
asistirlo en el ejercicio de sus funciones (art. 42, ley cit.).

283. Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas


a) La Fiscalía de Investigaciones Administrativas forma parte del
Ministerio Público Fiscal como órgano dependiente de la Procuración
General de la Nación y está integrada por el fiscal nacional de
Investigaciones Administrativas y demás magistrados que la ley establece
(art. 43, ley cit.).
b) El fiscal nacional de Investigaciones Administrativas tiene, además
de ciertas atribuciones que conciernen al gobierno de la Fiscalía, los
siguientes deberes y facultades:
1º) Promover la investigación de la conducta administrativa de los
agentes integrantes de la Administración nacional centralizada y
descentralizada, y de las empresas, sociedades, y todo otro ente en que
el Estado tenga participación, debiendo las investigaciones realizarse por
el solo impulso de la Fiscalía.
2º) Efectuar investigaciones en toda institución o asociación que tenga
como principal fuente de recursos el aporte estatal, en caso de sospecha
razonable sobre irregularidades en la inversión dada a esos recursos.
3º) Denunciar ante la justicia competente los hechos que, como
consecuencia de las investigaciones practicadas, sean considerados
delitos, en cuyos casos las investigaciones de la Fiscalía tienen el valor de
la prevención sumaria, correspondiendo el ejercicio de la acción pública a
los fiscales competentes y sin perjuicio de que, cuando éstos tengan un
criterio contrario a la prosecución de la acción, ésta sea ejercida por la
Fiscalía.
4º) Asignar a los fiscales generales, fiscales generales adjuntos, y
fiscales, las investigaciones que resolviera no efectuar personalmente (art.
45, ley cit.).

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Como se advierte, la Fiscalía Nacional de Investigaciones
Administrativas mantiene la estructura y funciones que le asignaba el dec.
11265/1962, que creó el organismo.

VIII. EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA DEFENSA

284. Antecedentes
a) Con anterioridad a la promulgación de la ley 24.946, el ahora
denominado Ministerio Público de la Defensa carecía, en el orden judicial,
de la llamada justicia ordinaria de la Capital Federal, de una jefatura única
y se hallaba dividido en dos ramas: el Ministerio Público de Menores e
Incapaces y las Defensorías de Pobres y Ausentes. Mientras el primero,
que reconoce origen en las ordenanzas provisionales del Excelentísimo
Cabildo, Justicia y Regimiento de la Ciudad de Buenos Aires del
21/10/1814 y estaba integrado por los asesores de Menores de
primera instancia, de Cámara y ante los tribunales orales en lo
Criminal, intervenía en todo asunto judicial que interesara a la persona o
bienes de los menores de edad, dementes y demás incapaces, y
entablaba en su defensa las acciones y recursos necesarios, sea directa
o juntamente con los representantes de aquéllos, a las Defensorías de
Pobres y Ausentes incumbía, fundamentalmente, en materia civil y
comercial, el patrocinio en juicio de las personas que hubiesen obtenido el
beneficio de litigar sin gastos, la representación y defensa de los ausentes
con presunción de fallecimiento y de las personas cuyo nombre no se
conociera o se ignorara su domicilio y, en materia penal, la defensa de los
imputados que no hubiesen designado defensor de confianza.
Interesa añadir que si bien en la justicia federal los defensores de
pobres y ausentes desempeñaban también, en materia civil y comercial, el
ministerio de menores e incapaces, aquellos funcionarios carecían de toda
conexión con los asesores y defensores que actuaban ante la justicia
nacional con competencia ordinaria y también, por consiguiente, de un
superior jerárquico común.

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285. Organización

A) Defensor General de la Nación


Con posterioridad a la vigencia de la ley 24.946, y conforme a lo
prescripto en el art. 120 de la CN, el Defensor General de la Nación es el
jefe máximo del Ministerio Público de la Defensa y tiene
fundamentalmente, además de las funciones inherentes a esa calidad
(dictado de instrucciones generales, promoción de políticas tendientes a
facilitar el acceso a la justicia de los sectores discriminados, propuesta de
ternas, promoción de enjuiciamientos, coordinación de actividades con
otras autoridades, aplicación de sanciones, etc.), los siguientes deberes y
atribuciones:
1º) Ejercer ante la Corte Suprema, en los casos que corresponda, las
facultades del Ministerio Público de la Defensa (art. 51, ley cit.).
A pesar de lo dispuesto en los apartados precedentemente transcriptos,
la Corte Suprema, por mayoría de sus miembros, decidió que más allá de
los lazos de subordinación y de la evidente superioridad jerárquica del
Defensor General de la Nación respecto del defensor oficial ante dicho
Tribunal, la legitimación para obrar ante éste pertenece, en virtud de lo
dispuesto en el art. 3º de la ley 24.091, al segundo de los magistrados
mencionados, pues el art. 120 de la CN no derogó lo establecido en la
referida norma y las modificaciones constitucionales sólo importan la
derogación de las leyes anteriores en el supuesto de que éstas sean
verdaderamente incompatibles con el sistema establecido por aquéllas(89).
2º) Delegar sus funciones en los defensores oficiales ante dicho
tribunal, de conformidad con lo previsto en el art. 52 (art. 51, ley cit.).
3º) Realizar todas las acciones conducentes para la defensa y
protección de los derechos humanos, sin perjuicio de lo dispuesto por
el art. 86 de la CN(art. 51, ley cit.).
Por lo tanto, el Defensor General de la Nación comparte, con el
Defensor del Pueblo, legitimación procesal con miras a preservar la
vigencia de los derechos humanos, pero no así para asegurar la debida
observancia de los derechos de incidencia colectiva, respecto de los
cuales la legitimación es compartida con los magistrados del Ministerio
Público.

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4º) Disponer fundadamente, de oficio o a pedido de cualquiera de los
magistrados que integran la defensa oficial, cuando la importancia o
dificultad de los asuntos la hagan aconsejable, la actuación conjunta o
alternativa de dos o más integrantes del Ministerio Público de la Defensa,
de igual o diferente jerarquía, respetando la competencia en razón de la
materia y del territorio, limitación que no alcanza a los magistrados de la
Defensoría General.
5º) Asegurar en todas las instancias y en todos los procesos en que se
ejerza la representación y defensa oficial la debida asistencia de cada una
de las partes con intereses contrapuestos, designando diversos
defensores cuando así lo exija la naturaleza de las pretensiones de las
partes.
6º) Asegurar en todas las instancias y en todos los procesos con
menores e incapaces la separación entre las funciones correspondientes
a la defensa promiscua o conjunta del defensor de Menores e Incapaces
y la defensa técnica que, en su caso, pueda corresponder al defensor
oficial.
En este caso no se trata, como ocurre con lo contemplado en el apart.
5º, de conciliar la defensa de personas que tengan intereses
contrapuestos, sino de separar funciones que responden a técnicas
diversas.
7º) Patrocinar y asistir técnicamente, en forma directa o delegada, ante
los organismos internacionales que corresponda, a las personas que lo
soliciten (art. 51, ley cit.).
El ejercicio de esta función, sin embargo, resulta notoriamente objetable
frente al caso de que la denuncia ante organismos internacionales sea
susceptible de generar sanciones contra el Estado argentino.

B) Defensores oficiales ante la Corte Suprema


Los defensores oficiales ante la Corte Suprema, aparte de asistir al
Defensor General en las funciones que éste les encomiende, tienen los
deberes y atribuciones consistentes en:
1º) Sustituir o reemplazar al Defensor General en las causas sometidas
a su intervención o dictamen cuando por necesidades funcionales éste así
lo resuelva, y en caso de licencia, excusación, recusación, impedimento o
vacancia.
2º) Informar al Defensor General respecto de las causas en
que intervengan.

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3º) Desempeñar las demás funciones que les encomienden las leyes y
reglamentos (art. 53, ley cit.).
No obstante la subordinación del defensor oficial ante la Corte Suprema
respecto del Defensor General de la Nación, ya se ha visto que hallándose
aún vigente la ley 24.091, la legitimación procesal para peticionar ante
dicho Tribunal corresponde al primero de los aludidos magistrados.

C) Defensores públicos de Menores e Incapaces


Los defensores públicos de Menores e Incapaces, en las instancias y
fueros en que actúen, tienen los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Intervenir, en los términos del art. 59 del Código Civil en todo asunto
judicial o extrajudicial que afecte la persona o bienes de los menores
o incapaces, y entablar en defensa de éstos las acciones y recursos
pertinentes, ya sea en forma autónoma o junto con sus representantes
necesarios.
2º) Asegurar la necesaria intervención del Ministerio Público de la
Defensa de los Menores e Incapaces, en las cuestiones judiciales
suscitadas ante los tribunales de las diferentes instancias, en toda
oportunidad en que se encuentre comprometido el interés de la persona o
los bienes de los menores o incapaces, emitiendo el correspondiente
dictamen.
3º) Promover o intervenir en cualquier causa o asunto y requerir todas
las medidas conducentes a la protección de la persona y bienes de los
menores, incapaces e inhabilitados, de conformidad con las leyes
respectivas cuando carecieran de asistencia o representación legal; fuere
necesario suplir la inacción de sus asistentes o representantes legales,
parientes o personas que los tuviesen a su cargo; o hubiere que controlar
la gestión de estos últimos (art. 54, ley cit.).
La aplicabilidad de tales disposiciones está condicionada al requisito de
que los incapaces revistan, en los procesos de que se trate, el carácter de
partes o de peticionarios, o tengan en ellos un interés directo, de modo
que no corresponde la intervención de los defensores públicos, v.gr., en
una ejecución hipotecaria por el simple hecho de que en la finca
hipotecaria vivan menores, o éstos no son deudores de créditos o
propietarios del inmueble(90).
Asimismo, vale destacar que los defensores públicos asumen la
representación del incapaz cuando peticionan, v.gr., la remoción de los
tutores o curadores por su mala administración (art. 493, derogado CCiv.)

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o piden que se decrete la pérdida o suspensión de la patria potestad o el
nombramiento de tutores al menor abandonado, etc., o sea en todos
aquellos supuestos en que, por cualquier razón, deban
actuar en lugar del incapaz. Pero cuando los incapaces se encuentran
debidamente representados, el defensor oficial no es más que un órgano
de vigilancia y asesoramiento y carece, como regla, de legitimación para
sustituir a la actividad judicial o extrajudicial del representante.
En general, asimismo, es innecesaria la intervención de los defensores
públicos cuando los padres actúan procesalmente por sus hijos menores,
salvo que los poderes de aquéllos estén limitados o sujetos a intervención
judicial según ocurría, entre otros, en los casos contemplados en los arts.
294, 297 y 298, del derogado CCiv.
4º) Asesorar a menores e incapaces, inhabilitados y penados bajo el
régimen del art. 12 del Código Penal, así como también a sus
representantes necesarios, sus parientes y otras personas que puedan
resultar responsables por los actos de los incapaces, para la adopción de
todas aquellas medidas vinculadas a la protección de éstos.
5º) Requerir a las autoridades judiciales la adopción de medidas
tendientes a mejorar la situación de los menores, incapaces
e inhabilitados, así como de los penados que se encuentren bajo la
curatela del art. 12 del Código Penal, cuando tomen conocimiento de
malos tratos, deficiencias y omisiones en la atención que deben
dispensarles sus padres, tutores o curadores o las personas
o instituciones a cuyo cuidado se encuentren, pudiendo en su caso por sí
solos tomar medidas urgentes propias de la representación promiscua que
ejercen.
6º) Peticionar a las autoridades judiciales la aplicación de las medidas
pertinentes para la protección integral de los menores
e incapaces expuestos por cualquier causa a riesgos inminentes y graves
para su salud física o moral, con independencia de su situación familiar o
personal.
7º) Concurrir con la autoridad judicial en el ejercicio del patronato del
Estado nacional, con el alcance que establece la ley respectiva, y
desempeñar las funciones y cumplir los deberes que les incumben de
acuerdo con la ley 22.194, sobre internación y externación de personas, y
controlar que se efectúen, al Registro de Incapaces, las comunicaciones
pertinentes.
8º) Emitir dictámenes en los asuntos en que sean consultados por los
tutores o curadores públicos.
9º) Inspeccionar periódicamente los establecimientos de internación,
guarda, tratamiento y reeducación de menores e incapaces, sean públicos
o privados, debiendo mantener informados a la autoridad judicial y, por la
vía jerárquica correspondiente, al Defensor General de la Nación, sobre el

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desarrollo de las tareas educativas y de tratamiento social y médico
propuestas para cada internado, así como el cuidado y atención que se les
otorgue.
Los apartados del art. 54, ley 24.946, transcriptos se refieren,
primordialmente, a la actividad extrajudicial de los defensores públicos,
sea individualmente o en concurrencia con los representantes legales,
e incluso para suplir la inactividad o negligencia de éstos. Son funciones
que incumbían al Servicio Nacional de la Minoridad (ley 18.120).
10) Poner en conocimiento de la autoridad judicial competente las
acciones y omisiones de los jueces, funcionarios o empleados de los
tribunales de justicia que consideren susceptibles de sanción disciplinaria
y requerir su aplicación.
Corresponde aclarar que las denuncias formuladas sobre acciones u
omisiones de los jueces deben formularse ante el Consejo de la
Magistratura, a fin de que éste, si lo considera pertinente, ejerza su
potestad disciplinaria.
11) Responder los pedidos de informes del Defensor General.
12) Imponer sanciones disciplinarias a los magistrados, funcionarios y
empleados que de ellos dependan, en los casos y formas establecidos en
la ley y su reglamentación (art. 54, ley cit.).
Por su parte, los defensores públicos de Menores e Incapaces ante los
tribunales de casación y de segunda instancia, cuando no hubieren sido
designados para actuar también en primera instancia, tienen, sin perjuicio
de sus atribuciones de orden administrativo, las siguientes competencias
especiales:
1º) Desempeñar en el ámbito de su competencia las funciones que la
ley confiere a los defensores públicos de Menores e Incapaces ante la
primera instancia y promover o continuar las acciones que correspondan
a fin de cumplir en forma efectiva con las funciones asignadas al Ministerio
Público de la Defensa de Menores e Incapaces.
2º) Promover acciones en forma directa en las instancias anteriores sólo
por razones de urgencia que se tendrán que fundar debidamente en cada
caso.
Sin perjuicio de la actuación directa en primera instancia que, con
carácter excepcional, pueden llevar a cabo los defensores públicos ante
los tribunales superiores, es del caso recordar que la nulidad resultante de
la falta de intervención de los defensores ante los jueces de
primera instancia puede subsanarse mediante la confirmación expresa o
tácita que hagan los defensores ante los tribunales de casación y de
segunda instancia de los actos cumplidos sin su participación(91).
3º) Dictaminar en las causas sometidas a fallo plenario cuando la
cuestión se refiera al derecho de los menores e incapaces.

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Aunque la ley, a diferencia de lo que ocurre respecto de los fiscales
generales guarda silencio sobre el tema, debe entenderse que los
defensores oficiales se hallan además habilitados para requerir, cuando
en un juicio se debaten derechos de menores o incapaces, al tribunal que
se reúna en pleno a fin de unificar jurisprudencia contradictoria.
4º) Dirimir los conflictos de turno y competencia que se planteen entre
los defensores de Menores e Incapaces de las instancias anteriores (art.
55, ley cit.).

D) Tutores o curadores públicos


Los jueces federales y nacionales de la Capital Federal deben designar,
en los procesos judiciales, tutores o curadores públicos de aquellos
menores, incapaces o inhabilitados que sean huérfanos o se encuentren
abandonados, lo que no impide la designación de tutores o curadores
privados cuando los jueces hallen personas que reúnan las condiciones
legales de idoneidad necesarias para desempeñar tales cargos (art. 58,
ley cit.).
Dichos funcionarios tienen las atribuciones previstas en los Títulos VII a
XIV de la Sección II del Libro I del derogado Código Civil, sin perjuicio de
las demás propias de la naturaleza de su cargo y las que les encomiende
el Defensor General de la Nación. Especialmente deben:
1º) Cuidar de las personas de los menores, incapaces o inhabilitados
asignados a su cargo, procurando que los primeros sean instruidos para
que puedan, en su momento, acceder a una profesión, arte, oficio o
actividad útil, y en el caso de quienes padezcan enfermedades mentales,
toxicomanías o alcoholismo, procurar su restablecimiento y pedir, cuando
corresponda, su rehabilitación.
2º) Ejercer la representación legal de los incapaces que han sido
confiados a su cargo, asistir a los inhabilitados, cuidar las personas de
ambos, así como también su patrimonio y proveer, cuando corresponda, a
su adecuada administración.
3º) Ejercer la defensa de las personas sin bienes en el carácter de
curadores provisionales en los procesos de declaración de incapacidad
e inhabilitación y representarlos en los restantes procesos que pudieren
seguirse contra ellas según el régimen de la ley procesal y en las mismas
condiciones, tratándose de personas sin parientes ni responsables de
ellas, ejercer su curatela definitiva.

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4º) Aplicar correctivos a sus pupilos en los términos que lo permite el
ejercicio de la patria potestad.
5º) Proceder de oficio y extrajudicialmente en la defensa de las
personas o intereses puestos a su cuidado, tanto en el ámbito de la
actividad privada como frente a la Administración Pública.
6º) Ejercer la defensa de las personas internadas en los términos
del art. 482 del Código Civil, tanto en lo personal como en lo patrimonial,
gestionando tratamientos adecuados, así como también los amparos
patrimoniales que puedan corresponder.
7º) Citar y hacer comparecer a su despacho a cualquier persona,
cuando a su juicio ello sea necesario a fin de requerirle explicaciones para
responder sobre cargos que se les formulen por tratamientos incorrectos
o la omisión de cuidado respecto de los menores, incapaces
o inhabilitados que se hallen a su cargo, o por cualquier otra causa
vinculada con el cumplimiento de su función.
8º) Concurrir periódicamente a los establecimientos en donde se hallen
alojadas las personas a su cargo e informar al juez y al defensor público
sobre el estado y cuidado de aquéllos, debiendo efectuar las gestiones
que consideren convenientes para mejorarlos.
9º) Mantener informado al defensor de Menores e Incapaces de
primera instancia sobre las gestiones y asuntos que se encuentren a su
cargo y responder a cualquier requerimiento que éste les formule (art. 59,
ley cit.).
Como se percibe, los tutores o curadores públicos actúan
preferentemente en asuntos administrativos y extrajudiciales relativos a la
defensa de los menores incapaces o inhabilitados huérfanos o
abandonados, aunque también están habilitados para actuar como
curadores ad litem en los procesos de declaración de incapacidad
e inhabilitación seguidos contra aquéllos, así como para representarlos en
cualquier otro proceso que se les siga.

E) Defensores públicos oficiales


Por su parte, los defensores públicos oficiales, en las instancias y fueros
en que actúen, deben, aparte de las funciones administrativas que les
conciernen respecto del Defensor General y de los magistrados,
funcionarios y empleados que de ellos dependan, proveer lo necesario
para la defensa de la persona y los derechos de los justiciables toda vez
que sea requerida en las causas penales, y en otros fueros cuando

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aquéllos fuesen pobres o estuviesen ausentes, a cuyo fin, sin perjuicio de
las demás funciones que les encomiende el Defensor General de la
Nación, tienen los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Ejercer la defensa y representación en juicio, como actores o
demandados, de quienes invoquen y justifiquen pobreza o se
encuentren ausentes en ocasión de requerirse la defensa de sus
derechos (art. 60, ley cit.).
En materia civil, comercial, laboral y contencioso-administrativa, los
magistrados de que se trata deben asumir la defensa y representación de
las personas que han obtenido el beneficio de litigar sin gastos (art.
85, CPCCN), o de aquellas que, desconociéndose su domicilio o
residencia, no se apersonan al juicio luego de ser notificadas por medio de
edictos (íd., art. 343).
2º) Ejercer la defensa de los imputados en las causas que tramitan ante
la justicia en lo Criminal y Correccional, en los supuestos en que se
requiera conforme a lo previsto por el Código Procesal Penal de la Nación,
teniendo, en el cumplimiento de esta función, el deber de entrevistar
periódicamente a sus defendidos y de informarles sobre el trámite procesal
de su causa (art. 60, ley cit.).
En razón de ser necesaria y efectiva la defensa del imputado en las
causas criminales y correccionales, estos magistrados deben asumir la
defensa de quienes carezcan de defensor particular u omitan designarlo.
Es por otra parte deber del tribunal designar defensor oficial a la persona
que lo requiera por carecer de bienes.
3º) Con carácter previo a la promoción de un proceso, en los casos,
materias y fueros que corresponda, intentar la conciliación y ofrecer
medios alternativos a la resolución de conflictos, debiendo en su caso
presentar al tribunal los acuerdos alcanzados para su homologación (art.
60, ley cit.).
Cabe al respecto destacar que siendo obligatorio agotar el
procedimiento de mediación regulado por la ley 24.573 y decretos
reglamentarios con carácter previo a la promoción de todo proceso en
materia civil y comercial (con las excepciones que esa ley prevé), los
defensores oficiales no se hallan eximidos de observarlo antes
de interponer una demanda en representación de personas que obtuvieron
el beneficio de litigar sin gastos.
4º) Arbitrar los medios para hallar a los demandados ausentes,
debiendo cesar en su intervención cuando notifiquen personalmente
al interesado de la existencia del proceso y en los demás supuestos
previstos por la ley procesal (art. 60, ley cit.).
El deber contemplado en el apartado precedente también se halla
previsto en el art. 343 del CPCCN.

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5º) Contestar las consultas que les formulen personas carentes de
recursos y asistirlas en los trámites judiciales pertinentes, oponiendo las
defensas y apelaciones en los supuestos que a su juicio correspondan y
patrocinarlas para la obtención del beneficio de litigar sin gastos (art. 60,
ley cit.).
Este apartado constituye, como es visible, una consecuencia lógica de
los apartados anteriores.
Asimismo, los defensores públicos oficiales ante los tribunales
colegiados de segunda instancia tienen, en especial, las siguientes
atribuciones, según el art. 61:
1º) Dirimir los conflictos de turno y competencia que se planteen entre
los defensores públicos oficiales de las instancias anteriores.
2º) Ejercer la superintendencia sobre los defensores públicos oficiales
ante las instancias inferiores e impartirles instrucciones en el marco de la
presente ley y de la reglamentación pertinente que dicte el Defensor
General.
3º) Elevar al Defensor General un informe anual sobre la gestión del
área bajo su competencia.
4º) Desempeñar las demás funciones que les encomiende el Defensor
General de la Nación.
Los defensores públicos oficiales ante los tribunales colegiados de
casación tienen las atribuciones descriptas en los aparts. 3º y 4º (art. 61,
ley cit.).
Los defensores públicos adjuntos de Menores e Incapaces y públicos
oficiales adjuntos ante los tribunales colegiados de casación,
segunda instancia y de instancia única, actúan por su parte en
relación inmediata con los defensores públicos ante dichos tribunales, y
tienen los siguientes deberes y atribuciones:
1º) Sustituir al defensor público titular en el ejercicio de sus deberes,
cuando por necesidades funcionales éste así lo resuelva, y en caso de
licencia, excusación, recusación, impedimento o vacancia.
2º) Informar al defensor público titular respecto de las causas sometidas
a su intervención y asistirlo en el ejercicio de sus funciones, en la medida
de las necesidades del servicio (art. 62, ley cit.).

286. Honorarios

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El imputado en causa penal que, a su pedido o por falta de designación
de defensor particular, sea asistido por un defensor público oficial, debe
solventar la defensa, en caso de condena, si cuenta con los medios
suficientes, a cuyo fin incumbe al tribunal regular los honorarios
correspondientes a la actuación profesional de la defensa conforme a la
ley de aranceles (art. 63, ley cit.).
En caso de incumplimiento en el pago de los honorarios dentro de los
diez días de notificado el fallo, el tribunal debe emitir un certificado que
será remitido para su ejecución al organismo encargado de ejecutar la tasa
de justicia. Las sumas que se recauden por tal concepto, así como los
honorarios regulados a los defensores públicos en causas no penales,
deben incorporarse a los fondos propios del Ministerio Público de la
Defensa (art. 64, ley cit.).
De ello se sigue que los defensores oficiales no pueden ser beneficiarios
de los honorarios regulados por su actuación, con prescindencia de la
clase de proceso de que se trate(92).

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